Capítulo I
Era de madrugada en un país algo lejano al bosque de Nyrn. El portal se abrió, debido a la lluvia que se había desatado en la ciénaga; la pequeña cascada caía entre las enormes ramas del árbol, para que el señor del bosque pantanoso llegara.
Animales y plantas lo esperaban, especialmente cocodrilos, ranas, serpientes y tortugas, que nunca descansaban en proteger esa zona específicamente; el lugar del árbol de vida del pequeño rubio.
-Ya llegué – anunció al pasar completamente el portal.
El par de lagartos más grandes, que tenían el privilegio de ser sus protectores más allegados, salieron del agua para recibirlo, mientras los demás, se retiraban, recorriendo los canales de la ciénaga, como siempre, al igual que las grandes serpientes. La tortuga de pantano más grande, también salió a recibirlo; esa tortuga era especial, ya que había crecido en mayor tamaño, gracias a la magia de Keroh y, debido a ello, las demás la respetaban. Mientras tanto, las ranas y sapos, empezaron a ‘cantar’, pues al pequeño rubio le gustaba, siempre decía que parecía que lo nombraban, aunque fuese solo su propia idea.
-¿Cómo fue el día? – preguntó, mientras acariciaba a los caimanes, la tortuga y se acercaba a su árbol, abriéndolo para sentarse en el interior del tronco – realmente… – entornó los ojos – quisiera saber algo más que el berrinche que hizo esa mujer – arrugó la nariz – no me interesa que se haya molestado – se cruzó de brazos – no es como que ella me mantenga muy feliz, ¿cierto? – infló las mejillas.
Paso un momento y luego suspiró – lo sé… – dijo al fin – tengo que crecer, pero, no siento que ella, ni mucho menos sus hermanos, sean especiales – negó – quizá… quizá en otra generación…
Bajó el rostro y el recuerdo de lo que había sucedido en el bosque de su hermano, llegó a él.
Ahora sabía que podían sembrarse semillas cada cinco años con un humano; sí él lo hiciera, su ciénaga volvería a convertirse en un bosque grande, extenso y verde. Aunque le agradaba el pantano, a veces, quería tener lugares como el bosque de su hermano Nyrn, lleno de pasto verde, árboles frondosos y agua cristalina que corriera en pequeños riachuelos; pero su bosque no era así.
Debido a la desaparición de las Dríades, el bosque empezó a cambiar; gran parte del tiempo el agua se mantiene estancada, aunque fluyera lentamente hacia el mar, en un golfo del país. Los árboles no eran tan altos, y solo había pequeñas zonas con algunos grupos frondosos, pero no cubrían gran extensión; en algunas partes solo se encontraban manglares, enterrados en el fango, pero eso era especialmente el área más cercana al mar; la gran mayoría de los animales que rondaban cerca de Keroh, eran reptiles o anfibios, los cuales, muchas veces causaban repulsión en las personas. Los pocos peces que podían encontrarse, así como almejas enterradas en el fango y uno que otro molusco y crustáceo, servían de alimento para los humanos, pero la gran mayoría, no se atrevía a adentrarse mucho a la ciénaga, debido a que, en las mañanas y tardes, una neblina fantasmal cubría todo ese extraño ‘bosque’, evitando que los lugareños vieran bien; todos decían que esa neblina podía provocar alucinaciones e incluso, muchos morían o desaparecían sin dejar rastro.
Las personas le temen al Dios de la ciénaga y lo veneran para que no desate su furia, pero ninguno lo hace por verdadera devoción.
Ni siquiera en el templo hay sacerdotes que veneren con fervor al Dios, aunque desde lo que pasó con el Bosque de Nyrn, muchos le temen aún más, pues saben lo que los Dioses son capaces de hacer, aunque nadie haya visto al Dios Keroh; de igual manera, la familia está en busca de su aceptación y los últimos años, la sacerdotisa y sus hermanos, fingen que son mucho más devotos, esperando el mismo favor que Skoll tuvo en su momento.
-No lo valen… – dice el rubio con debilidad y niega – bueno, más tarde tengo que recorrer la ciénaga, así que, descansaré – se hizo un ovillo en su árbol – necesito dormir porque gasté mucha energía, así que, no quiero que me molesten – pidió antes de que el árbol se cerrara completamente.
Los animales empezaron a retirarse, volviendo al agua y las ranas y sapos, lentamente dejaron de ‘cantar’.
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