Capítulo IV
Erick esperaba a su esposo con ansiedad, pero a pesar de tener ganas de comer, mientras el tiempo pasaba, el sueño se hizo presente.
Sentía su cuerpo pesado y un extraño sopor le obligaba a cerrar sus parpados de cuando en cuando, cayendo en momentáneos sueños ligeros; le parecía sumamente extraño, pero se lo atribuía a su cansancio normal, aunque se sentía demasiado tranquilo e incluso, feliz. No sabía si solo era porque Alejandro estaba en la ciudad y sabía que pronto estaría con él, pero lo que sí estaba seguro, es que esa paz y calma que lo invadía, era casi igual a cuando el rubio le hacía el amor y quedaba exhausto en sus brazos.
Una ligera caricia en sus labios lo hizo suspirar en medio de su descanso y musitó el único nombre que su cuerpo y mente anhelaban.
—Alex…
Los parpados se abrieron con lentitud y sonrió en medio del beso al ver la cabellera dorada de su esposo; movió los brazos con pesadez y pasó las manos por la nuca de su pareja, ahondando el beso con ansia y deseo.
—Buenas tardes, Conejo — dijo el otro con sorna, al terminar de besar al pelinegro.
El ojiazul se relamió los labios y suspiró — buenas tardes… — dijo con voz suave, pero sin alejar las manos de Alejandro, sus dedos estaban entretenidos acariciando los mechones de cabello que estaban a su alcance.
—¿Me extrañaste? — preguntó el ojiverde con diversión, mientras una de sus manos acariciaba la mejilla suave del otro; no tenía intención de alejarse, le gustaba esa situación.
—Siempre… — confesó Erick, moviendo el rostro para ahondar la caricia en su piel y finalmente, besar los dedos que tenía cerca, antes de atraparlos entre sus labios y lamerlos con sensualidad.
Alejandro levantó una ceja y sonrió con emoción — el Conejo quiere jugar, ¿eh? — su dedo índice jugueteó con la lengua tibia — quizá debo cerrar la puerta de la habitación con seguro, para que nadie nos moleste.
Erick lo miró con picardía — eso es muy atrevido, señor De León, ¿de verdad lo haría?
—No sería yo, si no lo hiciera, ¿cierto?
El ojiazul soltó una ligera risa y asintió — por supuesto…
—Entonces, deja que vaya a cerrar y…
Alejandro intentó moverse, pero Erick ejerció presión, evitando que se alejara, consiguiendo que el rubio se sorprendiera.
—¿Qué…?
—Aunque admito que en cualquier momento, lo que propones me fascinaría — interrumpió el pelinegro —, en este momento, hay algo más importante que necesito preguntarte.
Debido al tono tan serio de Erick, Alejandro se puso a la defensiva, esperando que lo confrontara por lo que él ya daba por hecho.
—Y… ¿qué sería eso, Conejo? — preguntó a media voz.
—¿Trajiste mis donas?
El gesto de sorpresa en el rostro del rubio no se hizo esperar; momentos después empezó a reír. Se tomó un segundo para darle un beso en la frente a su esposo, antes de alejarse lo suficiente.
—¡Por supuesto, Conejo! — extendió el brazo y sujetó una cajita que había dejado en la mesita de al lado — aquí están.
—¡Mi Dios! — Erick empujó a Alejandro y sujetó la cajita — ¡tengo desde hace un rato que no puedo pensar en otra cosa que no sea esto! — dijo con ansiedad y abrió el pequeño paquete, sujetando un pastelillo y observándolo con emoción, sintiendo como su boca se hacía agua.
Mientras el ojiazul le daba una mordida al pastelillo y ponía una sonrisa encantadora al masticar lentamente, disfrutando el sabor, Alejandro lo observó con ilusión; le parecía que el tiempo había retrocedido, porque su esposo se miraba justo como cuando era adolescente y era feliz con pequeñas cosas que para él eran nimiedades y ni siquiera las entendía. Realmente Erick se estaba comportando de una manera muy extraña esos días, pero en ese momento, le parecía sumamente adorable, especialmente al imaginar el verdadero motivo que tenía a su Conejo en ese estado.
El ojiverde suspiró y se sentó al lado de su esposo, movió la mano y quitó unos mechones negros que cubrían el rostro, después, limpió la comisura del labio de su pareja, que al estar comiendo, se había manchado de chocolate y tenía migajas de coco.
—¿Qué tal está? — preguntó con una sonrisa tranquila.
—¡Deliciosa! — respondió de inmediato el ojiazul — pero creo que falta algo más para que esto sea perfecto.
—¿Qué cosa?
—Un café — dijo con obviedad.
Alejandro sonrió de lado — como no me pediste café, no te lo traje — confesó —, pero si quieres uno, iré a comprártelo.
—No quiero que te vayas — Erick hizo un mohín —, ¿no puedes mandar a alguien por él?
—Realmente me encantaría, pero no se puede hoy — el rubio se puso de pie —, el único que me acompañó fue Julián y de inmediato fue a ver a Agustín.
El pelinegro se sorprendió — ¿por qué viniste solo con él? Eso no es normal en ti.
El ojiverde levantó una ceja «¿ahora el que se está portando extraño soy yo?» se preguntó mentalmente con algo de burla, parecía que su esposo no se daba cuenta de su propia actitud.
—Esto era algo personal — tomó una actitud seria —, si llegaba con todos, seguramente llamaría más la atención y de inmediato, los medios querrían enterarse del por qué estoy en un hospital, ¿no lo crees?
Erick dio una mordida a su dona y tardó un poco en responder — sí, tienes razón.
—Entonces, ¿quieres café americano, cómo siempre? — preguntó con interés el rubio, esperando saber si su pareja tenía algún otro antojo ‘raro’.
El pelinegro se mordió el labio y negó — no, creo que hoy quiero café con moka, espera, que sea café con crema y moka… no, mejor café helado con crema y moka, ¡sí, eso quiero!
Alejandro sonrió complacido — ¿café frio o frappe?
—Solo frío, por favor.
—De acuerdo, volveré pronto — anunció, inclinándose y besando los labios de su esposo con demanda —, no te muevas de aquí — señaló con seriedad —, quiero encontrarte justo como te dejo, ¿entendido?
—Sí, señor De León — el ojiazul habló con sarcasmo y arrugó la nariz —, no me moveré, no te preocupes.
—Así me gusta — el ojiverde despeinó a su pareja con cariño y se alejó.
Antes de salir de la habitación, Alejandro le dedicó una última mirada a Erick, sonriendo satisfecho de verlo sumamente entretenido, comiendo un panecillo. Al cruzar el umbral, el rubio se sintió más seguro.
«Está tranquilo y feliz…» pensó «si se mantiene así, seguramente recibirá las noticias con calma y entenderá que lo que hice fue lo mejor…» una sonrisa triunfal se adueñó de sus labios, mientras dirigía sus pasos al ascensor.
Agustín estaba aún en la habitación del hospital que le habían designado, pero debido a que ya había pasado mucho tiempo, se sentía inquieto, más que nada porque no sabía cómo se encontraba Erick o si estaba bien atendido; así que, cuando una enfermera fue a verlo, le avisó que se iba a ir, aunque ella quiso detenerlo.
—Ya me siento bien, ¡no necesito estar en una cama!
—Cálmese, por favor — pidió la enfermera, con algo de nervios —, no debe alterarse.
—Si no quiere que me altere, ¡entonces me va a dejar salir de aquí! — anunció dando un salto y bajando del colchón —, el señor Erick está solo — sus músculos se tensaron, imaginando lo peor —, no sé si mandaron a alguien a cuidarlo y si no es así, puede pasarle algo — dijo con rapidez —, yo ya estoy bien, solo fue un simple malestar — le restó importancia —, así que no tienen por qué seguirme manteniendo en esta habitación si no es mi deseo.
—Pero, señor Ruiz… — nerviosamente, la chica quería detenerlo, ya que esas eran las indicaciones del médico — usted no… no puede…
—¡Tú no te mueves de esa cama!
La voz de Julián se escuchó con gravedad y Agustín giró para verlo, mostrando la sorpresa y susto en su rostro; no imaginaba que lo vería ahí y menos, en ese momento.
—¿Pero…? ¿Qué…? ¿Cómo…? — todas las preguntas llegaron a su mente a la vez y no supo qué preguntar con exactitud.
El castaño caminó por la habitación sin decir nada, manteniendo la mirada sobre su pareja, consiguiendo que el menor se quedara tan quieto como una estatua; le entregó una pequeña caja a la enfermera y luego, llegó al lado de Agustín, sujetándolo en brazos con facilidad. Aunque el pelinegro era un hombre de casi su misma complexión, siempre le daba total libertad para hacer lo que quería con él, fue así que no le costó mucho trabajo al castaño, devolverlo al colchón.
—He dicho que no te mueves — ordenó el mayor, después de dejar a su pareja en la cama —, no, hasta que nos digan qué tienes con exactitud.
—No tengo nada — objetó el menor con molestia —, solo fue un malestar, nada más — se cruzó de brazos.
Julián negó, era obvio que Agustín solo le estaba restando importancia al asunto, como siempre; volvió con la enfermara y agarró la caja, mientras la mujer lo observaba con asombro.
—Gracias — dijo sin quitar su gesto serio —, yo me encargo desde este momento, si necesito cualquier otra cosa, le aviso.
—S… sí, claro, con permiso — la joven se alejó de inmediato, la mirada del castaño la había puesto sumamente nerviosa.
Cuando la enfermera salió de la habitación, Agustín por fin habló — ¿qué haces aquí?
—¿En serio lo preguntas? — el mayor levantó una ceja, mirando al otro con sarcasmo — estoy aquí, porque mi prometido está enfermo y ni siquiera me habló a mí, directamente, para decírmelo — reclamó —, tuve que enterarme por el señor De León, a quien su esposo le avisó y al llegar, me encuentro con que quieres salir de aquí, ¡sin siquiera saber qué demonios te pasa! ¡¿Qué tal si es algo grave?!
—No tengo nada — el pelinegro chasqueó la lengua —, por eso no quería avisarte — suspiró molesto —, sabía que exagerarías, justo como lo haces en este momento…
—Guti, dijeron que vomitaste — sentenció su pareja con seriedad.
—Sí, pero no fue nada… ¿dónde está el señor Erick?
—El señor De León fue a su habitación — Julián sonrió —, también está internado.
—¡¿Por qué?! — el pelinegro se preocupó, sabía que lo estaban checando como a él, pero quizá se había puesto mal sin que le avisaran — ¡¿se puso mal?! — imaginó que si era algún virus o bacteria lo que le afectó a él, posiblemente lo había contagiado y siendo Erick más delicado, los síntomas podían ser peores que en él.
—No, está bien, solo le hicieron un chequeo de rutina y está a la espera de los resultados como tú.
Agustín respiró más tranquilo, pasó la mano por su frente e hizo unos mechones de cabello hacia atrás; finalmente le dedicó una mirada a Julián y sonrió débilmente.
—Gracias…
—¿Por qué? — Preguntó el mayor, suavizando por fin su semblante.
—Por venir a verme, aunque no tengo nada — dijo con sorna.
—Eres mi prometido — Julián casi deletreó la palabra —, cualquier cosa que te suceda, es importante para mí.
El pelinegro ladeó el rostro, desviando la mirada, mordiéndose el labio inferior; esas palabras le gustaban, era como su pareja denotaba que le pertenecía, aunque aún no estaban casados, pero tenían la promesa de casarse en cuanto se sintieran listos. El castaño sonrió al ver como las mejillas de Agustín se teñían de un ligero sonrojo; el menor no era mucho de demostrar sus emociones, al menos no fuera de casa, pero estando solos, era fácil ver esos gestos en él.
—Por cierto — el mayor acarició la mejilla de su pareja con delicadeza —, el señor Erick le pidió algo a su esposo, así que yo decidí traerte algo también.
—¿A mí? ¿Qué cosa?
Julián puso la pequeña caja frente a su pareja y el menor la abrió con algo de confusión, pero cuando vio el interior y el olor de los panecillos llegó a su nariz, el asco regresó; se movió con rapidez, alejando la caja, inclinándose a lado contrario de dónde estaba su novio y volvió a vomitar.
—¡Agustín!
El mayor corrió al otro lado de la cama, sujetando a su pareja de la cintura y llamando a la enfermera por medio del dispositivo que se encontraba cerca, mientras el cuerpo del pelinegro se movía involuntariamente, debido a las arcadas producidas por el vómito.
Cuando las enfermeras llegaron, Agustín ya había terminado y Julián lo estaba ayudando a recostarse de nuevo; las jóvenes llamaron a servicio de limpieza, mientras revisaban los signos del pelinegro.
Después de darse cuenta que todo estaba bien, le dieron un poco de agua y lo dejaron descansar.
Julián volvió a ponerse a su lado, esperando a que la persona de limpieza se fuera y antes de que se alejara, le entregó la caja de donas, para que también se deshiciera de ellas; al quedarse solos de nuevo, le dedicó una mirada preocupada a su prometido, mientras acariciaba los mechones de cabello oscuro que se habían desacomodado.
—No estás bien — sentenció.
—Esas cosas olían horrible — acusó el menor, haciendo un mohín —, es como si estuvieran echadas a perder desde hace mucho tiempo, ¡no debiste comprarlas!
—Guti — el mayor puso un gesto contrariado —, el pastelero las acaba de hacer hoy, es imposible que no sirvan.
Agustín pasó la mano por su garganta, sintiendo ansiedad por tener el sabor desagradable de esas cosas, que ni siquiera había probado, pero el simple olor le había hecho sentir mal.
—Solo… solo tráeme un suero para beber y así quitarme este mal sabor de boca — pidió con desespero —, el señor Erick me iba a comprar uno, pero ya no lo volví a ver.
—De acuerdo, volveré de inmediato.
Julián se inclinó para besarlo, pero Agustín desvió el rostro.
—No — negó —, acabo de vomitar, no es agradable…
El castaño sonrió — está bien — le besó la sien y se alejó —, ¿qué sabor de suero te traigo?
—Da igual, cualquiera será mejor que lo que trajiste antes…
—¿Seguro que cualquiera?
Agustín suspiró — tráeme lima-limón o naranja-mandarina, no me traigas coco — hizo un gesto de desagrado —, ni cereza, esa cosa sabe a medicina.
—Cítrico será — Julián asintió —, vuelvo — dijo encaminándose a la salida.
—¡Julián!
La llamada del pelinegro, consiguió detener al castaño antes de que saliera — ¿sí?
El menor se mordió el labio, tenía algo que decirle, pero en el último momento se arrepintió, aunque, al sentirse ansioso, terminó por decirlo — no tardes, por favor, realmente, no quiero estar solo, no hoy…
—No tardaré, Guti — sonrió —, te lo prometo.
El pelinegro asintió y Julián salió de la habitación. El castaño mantuvo su gesto serio mientras recorría el pasillo, pero por dentro, la emoción de saber que su familia crecería al lado de la persona que amaba, parecía estar a punto de desbordarse.
El cuarto capítulo! Con esto, termino de publicar lo que ya había mostrado, este corresponde a la Chibi historia 009, con su justa extensión y de aquí en adelante, todo es lo "nuevo" ajajajaja espero que lo disfruten
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