Diversión
Viernes, diciembre 12
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La alarma sonó y era la primera vez que la escuchaba tan desagradable.
—Ah… — moví mi mano insistente, dando golpes en el buró, pero no encontraba el despertador — maldita sea… — murmuré.
Sin saber cómo, la alarma se apagó; me removí en la cama, entre las cobijas, sintiendo que mi cabeza me iba a explotar.
—¿Seguro que quieres levantarte ya? — la voz de Alex era suave, pero aun así, mi cabeza punzaba ante sus palabras.
Gimotee apretando mis parpados — ¿qué hora…?
—Las seis con quince — respondió, acariciando mi cabello — ¿te dejo dormir más?
Me moví hasta acomodarme mejor, buscando los brazos de Alex — me duele la cabeza — aseguré — demasiado…
—Es normal — él también se acomodó, envolviéndome en sus brazos — es la ‘resaca’.
Esperé un momento a que disminuyera un poco mi incomodidad y volví a hablar — ¿esta es la tan nombrada resaca? — pregunté en un murmullo.
—Sí — asintió y besó mi frente — no te preocupes, ya mande a alguien a conseguir algo para tu desayuno.
—¿Tan temprano?
—Sí, pequeño — me aferró con fuerza contra él — así tengan que ir al fin del mundo, te traerán algo para que te sientas mejor.
—Estoy cansado… — mi voz apenas se escuchaba.
—Lo mejor sería que te quedaras hoy en casa, pero — aspiró cerca de mi cabello — supongo que aun así quieres ir a trabajar.
—Tengo que ir… — suspiré, hundí mi rostro en el pecho de Alejandro.
—Está bien… —siguió acariciando mi cuerpo por la espalda, parecía querer consolarme.
En ocasiones, deseaba no tener responsabilidades y poder quedarme ahí, envuelto entre las mantas; pero ahora, con Alex a mi lado, la idea era más que tentadora.
—¿Qué…? — suspiré — ¿Qué pasó?
—¿De qué? — preguntó con calma.
—Anoche… — de mis labios escapó un quejido lastimero — ¿qué pasó anoche?
—Eso… — una ligera risa escapó de sus labios — pues, no pudimos pasar la noche cómo esperaba, te pusiste indispuesto por el alcohol — su mano acarició mi rostro con sumo cuidado — ¿por qué no me dijiste que nunca tomabas?
—Yo… — titubee — no pensé que fuera a pasar algo así — respondí haciendo un ligero mohín — nunca… nunca había bebido antes… mucho menos así…
—Bueno, no volveré a dejar que tomes alcohol…
—¿Por qué? — pregunté restregando mi rostro en su pecho.
—Tuve que llevarte al auto cuando perdiste el conocimiento — besó mi mejilla — estaba muy preocupado porque creí que te había ocurrido algo peor — prosiguió — después, mande avisar a tus amigos de que estabas algo afectado por el alcohol, Luís quiso verte, a pesar que le dije que estabas descansado en el automóvil, ya que debía traerte a casa a que pudieras hacerlo cómodamente — suspiró — Daniel y Víctor lo detuvieron, él también estaba algo tomado y estaba de necio, por lo mismo…
—Lo siento — me disculpé — siempre te causo muchas molestias y… — mordí mi labio inferior sin que él me viera — arruiné la velada.
—No te preocupes — habló conciliador — me lo compensarás esta noche…
—¿Esta noche…? — iba a preguntar más, cuando la alarma de las seis y media sonó; debido al sonido aguo e insistente, mi cabeza retumbó y me hice un ovillo.
Alejandro se movió para apagar el despertador — ¿prefieres dormir un poco más? — volvió a abrazarme.
—No — suspiré — voy a… voy a bañarme…
—Está bien — él se incorporó, encendió la lámpara del buró que estaba de su lado, me quitó las sabanas y edredones — te ayudaré.
Entreabrí mis ojos y me ardieron con la luz, obligándome a buscar la cobija para tapar mi rostro, pero Alex lo impidió.
—Si te cubres, te dejare ahí, me acostaré contigo y no permitiré que vayas a trabajar — dijo con seriedad.
Sabía que era capaz de hacerlo, así que me obligué a ponerme de pie, aunque él me ayudó, ofreciéndome la mano para sujetarme y levantarme sin mucho problema. Sentía mi cuerpo pesado, mis piernas me dolían y mi cabeza punzaba. Alejandro me llevó al baño.
—Cierra los ojos, yo voy a guiarte — indicó y yo le obedecí.
A pesar de tener los ojos cerrados, cuando encendió la luz, apreté más los parpados e hice un gesto de molestia.
—Está bien… — la voz de Alejandro era conciliadora — es normal que te lastime la luz, vamos a la regadera…
Él me guió con calma, después, escuché el sonido del agua caer y finalmente, me acomodó para quedar bajo el agua tibia.
—No abras los ojos — ordenó.
Pronto, sus manos empezaron a recorrer mi cuerpo, sus caricias, a pesar de no ser a propósito, me comenzaron a excitar. Los movimientos se volvieron más resbaladizos a los pocos instantes; la acción del jabón, lograba hacer que las sintiera de otra manera.
—Alex… — susurré.
Sus labios se posaron en mi hombro — me gusta bañarte — habló con lentitud — te siento completamente mío — acarició mi pecho — como si pudiera hacer contigo lo que quisiera…
—Alex… — mordí mi labio al sentir su caricia en mi entrepierna.
Pero a pesar de que yo deseaba que ahondara más en sus movimientos, no lo hizo.
—No, ‘conejo’ — susurró contra mi oído — no debes cansarte en este momento, tu condición no es muy adecuada.
Ladee mi rostro y asentí, un poco decepcionado, pero él debía saber más de estas cosas que yo. Alex terminó de asearme, quitando el jabón excedente y después, lavando mi cabello con un champú que, por el olor, me di cuenta que no era el mismo que usaba normalmente.
Nuevamente me limpió con agua y con ello, terminó de asearme. En ningún momento abrí mis parpados, pues él no me lo había ordenado. Así, aún con los ojos cerrados, sentí la suavidad de la toalla recorrer mi piel, dando ligeros toques en algunos lugares delicados, cómo mi pecho o mi entrepierna.
—Ven… — sujetó de nuevo mi mano — vamos a terminar lo demás…
Salí del área de la regadera.
—Abre los ojos — indicó — lentamente, para que la luz no te moleste tanto.
Entreabrí los parpados y los ojos me ardieron. Alex siguió moviéndome a su antojo, colocándome frente al espejo del lavabo — voy a rasurarte — añadió colocándose tras de mi — no te muevas.
—Sí… — suspiré.
Sus manos se movieron con rapidez y eficacia, haciendo una rasurada limpia y perfecta; no quedó ni un solo corte o marca en mi piel.
—Suave… — acarició mi rostro con el dorso de su mano — me gustas así — besó mis hombros — Erick… — susurró de una forma tan seductora que me hizo estremecer — ¿me dejarías hacer lo mismo en otro lado?
Talle mis ojos con mi mano — ¿de qué hablas? — pregunté confundido y él no respondió, sólo una sonrisa pícara curvo sus labios.
—Vamos… — me tomó de la mano — tienes que vestirte.
Asentí y lo seguí; Alejandro se tomó el tiempo para buscarme un traje, después me puso el perfume que me había comprado, para finalmente vestirme con calma y paciencia, acariciando mi piel mientras colocaba las prendas sobre ella.
—No entiendo… — habló antes de terminar con su trabajo — ¿por qué tienes que ir a trabajar?, es día festivo, no hay actividad, ni siquiera bancaria.
Sonreí — mi trabajo no es de bancos — moví mi mano con lentitud para acariciar su rostro — además, mi calendario es extranjero, no nacional y — llevé mi mano a masajear mis sienes — si voy me pagan el triple.
—¿Necesitas tanto el dinero?
—No — suspiré — pero es divertido decirlo.
—Está bien — después de que me colocó los zapatos, me dio la mano para que me pusiera de pie y fue al guardarropa nuevamente — toma — me entregó unos lentes oscuros — póntelos, te molestará menos la luz con ellos.
—¿Son tuyos? — se miraban finos, demasiado quizá.
—Sí — asintió — si no te gustan, te compro unos nuevos.
—Están bien para mí — me los coloqué y levanté mi vista — ciertamente, me molesta menos la luz — dije un poco feliz.
Él se acercó a mí y besó mis labios lentamente — espero que mejores durante el día — susurró — quiero que estés bien para la fiesta.
Después de otro beso delicado, me sujetó de las manos y me guió hacia la planta baja; cuando llegué, había algunas bolsas en la mesa, parecían de un súper mercado.
—Siéntate — me indicó, mientras sacaba algunas cosas de las bolsas.
—Gracias — tomé la silla que él movió para mí — ¿por qué las luces navideñas están apagadas?
—Para que no te molesten — acotó con tranquilidad — es algo incómodo cuando hay luces intermitentes, en tu estado.
—Sabes mucho de esto — descansé mi rostro en el dorso de mi mano.
—Sí, así es — me entregó un vaso con un líquido rojo — tengo mucha experiencia, bébelo.
Acerqué el vaso y lo olí — ¿tomate? — pregunté curioso y bebí un trago.
—Sí, es jugo de tomate.
—Me lo tomaré — acoté — pero, ¿puedes darme café?
—¡No! — su voz retumbó en la casa y me estremeció, además de conseguir que mi cabeza punzara de nuevo — el día de hoy no deberás tomar café, te hará daño, tampoco debes tomar medicamentos, te caerán muy mal.
—Pero, lo necesito…
—No me importa, ‘conejo’ — se acercó hasta mí, dejando su rostro tan cerca del mío que pasó su lengua por mis labios — tienes que obedecerme, yo sé lo que es mejor en estos casos… — se alejó y colocó un plato frente a mí — desayuna, tienes que comer bien.
—Está bien — susurré.
El plato que estaba frente a mí era un poco de pechuga de pollo a la plancha sobre una cama de lechugas y otras verduras, cómo brócoli y alcachofa, todo parecía estar a vapor.
—¿No crees que es demasiado?
—No — negó — tienes que comer algo y esto — señaló mi plato con su cubierto — no tiene grasa.
—Creí que la grasa era buena en estos casos — levanté mi rostro para verlo.
Alejandro rió — sí, muchos dicen que es buena para la resaca, pero no es así, créeme — él tomó un plato con otro guiso — anda, come, no tienes que preocuparte que no te voy a envenenar.
—¿Tú, que comes? — pregunté.
—Algo diferente — levantó una ceja — pero yo no tengo resaca.
Sonreí, Alejandro era muy autoritario, pero era notorio que le gustaba ver por mi bien; sentía que mi corazón se aceleraba al verlo tan solícito conmigo, me hacía sentir especial.
—Te dejaré tu traje en la cama — dijo antes de llevarse un poco de comida a la boca.
—¿Traje? ¿Para qué otro traje? — indagué — tengo muchos.
—Quiero que hoy estés perfecto — me miró de soslayo.
—Perfecto, ¿para qué?
—Para mí… sólo para mí — levantó una ceja.
Sentí que mi rostro ardía y desvié mi vista, a pesar de que traía los lentes puestos, no me sentía con fuerza para ver a Alejandro. Después de eso, me quedé en silencio, siguiendo con mi desayuno.
Terminé lo que había en el plato y también mi bebida de tomate; alejé el plato de mi — es la primera vez que desayuno tanto — suspiré.
—Y aún no terminas — acotó y se puso de pie, llevando mi plato y el de él, al lavatrastos.
Regresó de inmediato, esta vez con unos platos, ligeramente hondos y me entregó uno; tenía frutas que parecían estar algo cocidas. Llevé un poco a mi boca y estaba dulce, demasiado para mi gusto.
—¿Qué es? — pregunté masticando con algo de molestia, aunque comía cosas dulces, normalmente no lo hacía en el desayuno y el sabor mezclado con el jugo de tomate no me lo hacía fácil.
—Creo que es manzana, pera, durazno y algo más, esta cocido ligeramente con algo de azúcar, es bueno para estos casos — se sentó a mi lado, comiendo de su plato, que esta vez, contenía lo mismo que el mío — no tienes que terminártelo, con que comas sólo un poco es suficiente, te asentará el estómago y está rico — aseguró llevándose algo a la boca.
—Está bien — sonreí — pero sólo comeré un poco — sentencié con seguridad.
Después de algunas cucharadas, lo alejé — creo que ya no puedo comer más — aseguré.
—Déjalo, ve a terminar de arreglarte — indicó — yo voy a preparar algo para que te lleves a tu trabajo.
—¿Llevar? — me puse de pie pero no me moví.
—Sí, tienes que estar hidratándote todo el día, con agua y jugos, así que mejor te llevas algunos para que no tengas problemas consiguiéndolos allá.
Me moví con lentitud y lo abracé por los hombros, besando su mejilla — gracias — susurré.
Él acarició mis brazos y sonrió — ¿por qué? — preguntó curioso.
—Por cuidarme — rocé su mejilla con mi nariz.
No dijo nada más, ni yo tampoco; me alejé de él y fui al segundo piso. Me quité los lentes, me lavé los dientes, pasé algo de crema para peinar en mi cabello y lo sacudí para dejarlo natural, recordando las palabras de Alejandro el día anterior. Me volví a colocar los lentes, busqué en mi guardarropa, sacando una gabardina, una bufanda y los guantes.
Bajé las escaleras y Alex estaba jugando con mis hijos en la sala, cuando me escucharon, fueron hacia mí, especialmente los niños, ya que las niñas se quedaron buscando aún más la atención de Alejandro. Acaricié a mis tres hijos tras sus orejas.
—Lo siento… — dije con calma — no he pasado suficiente tiempo con ustedes, pero los compensaré, se los aseguro.
Alex caminó hacia mí — si quieres los llevamos al parque después… — sonrió y caminó a la mesa, tenía un paquete ya preparado — toma — me lo entregó — trata de tomártelos todos, necesitas líquidos.
—Está bien — asentí sumiso, sujetando el paquete
.
—No comas nada con grasa hoy.
—No creo que coma — ladee mi rostro — trabajaré medio día, así que llegaré temprano hoy.
—Está bien — se acercó a mí — cuídate… — susurró y terminó besándome.
—Sí… — correspondí el beso y me encaminé a la salida.
Agarré mi maletín y mis hijos me siguieron, tras ellos, Alejandro salió también.
En la puerta, estaban Miguel y Julián esperándome; uno de ellos abrió un paraguas para evitar que me mojara con la leve lluvia que caía — buenos días — saludé cordial.
—Buenos días, señor — respondieron con rapidez y casi al unísono.
Julián abrió la puerta trasera para que subiera al automóvil y lo hice con rapidez, pues seguramente ellos se molestarían si se mojaban con la lluvia.
En el camino, el tráfico era pesado; la lluvia, el frío y la neblina, habían hecho estragos en las calles. El dolor de cabeza me estaba matando, sentía que me punzaba y que me iba a estallar por el sonido del claxon de los pocos autos que nos rodeaban. A medio camino, tuve que abrir una de las botellas de jugo que Alex me dio, la bebí con rapidez y me agrado la sensación en la garganta.
Llegué a mi trabajo algo más tarde de lo normal; agradecí que no hubiera sol debido al clima, ya que de esa manera, no me arderían tanto los ojos. Subí a mi oficina con pesadez, los datos de EUA estaban a mitad de transferencia, así que terminé de recibirlos. Toda la mañana me pareció que el tiempo pasaba sumamente lento, pues estaba muriendo de sueño y además, necesitaba un café.
—No vuelvo a tomar… — susurré colocando la frente en mi escritorio y sin pensarlo más, permití que el sueño me invadiera.
* * *
“Ingeniero…”
Escuchaba a lo lejos una voz suave y delicada, pero no podía responder.
—Ingeniero… señor Salazar — el movimiento en mi hombro y la voz insistente de Lucía me hizo recobrar el conocimiento.
—¿Qué…? ¿Qué pasa? — levanté mi rostro del escritorio y tallé mis ojos.
—¿Se encuentra bien?
—Sí, creo que sí.
—Disculpe, cómo no respondía el intercomunicador vine a verlo y estaba dormido — me sonrió — lamento molestarlo pero, tiene una llamada del señor De León.
—Alejandro…
—Sí, marcó para la oficina porque dijo que no respondía en su celular, creo que está preocupado.
—La tomaré — hablé cansado, levantando el teléfono — gracias… — sonreí con debilidad y Lucía se retiró — ¿sí? — dije en el auricular.
—“… ¿Estás bien?...” — la voz de Alejandro sonaba preocupada.
—Sí — sonreí — me han servido los jugos que me diste…
—“…Me alegro…” — su voz cambió de tono a uno más calmado — “…no respondiste tu celular, así que me preocupé…”
—Sí, lo lamento, lo puse en vibrador para que no me molestara el sonido y… — ahogue una risa — me quedé dormido, así que no me di cuenta que me marcaste.
—“…Ya veo… Erick, te marco porque el licenciado Menchaca marcó a tu casa…”
—¿Es por la hora para el careo del lunes? — pregunté inquieto.
—“…No exactamente…” — su voz no parecía tener mucha emoción — “…se comunicó para avisar que la mujer que te atacó, al parecer, se suicidó anoche…”
—¿Qué…? — sentí que el aire escapaba de mis pulmones y un estremecimiento me recorrió — ¿cómo que…?
—“…Lamento tener que decírtelo por teléfono…” — se disculpó — “…pero tal vez, al salir de tu empleo, los reporteros te molesten, así que enviaré a un par de automóviles para despistarlos…”
—¿Despistarlos…? ¿Para qué? — negué — no entiendo…
—“…Erick, quiero platicar contigo sobre esto, pero por teléfono no es posible…”
—Es que… ¿qué pasó Alex? ¿Cómo…? — no lograba entender, sabía que Melissa no estaba bien, pero de eso a suicidarse, había un largo camino.
—“…Erick, en la tarde, te llevaran directo al hotel, ahí, antes de la fiesta, darás una declaración, para que los medios te dejen en paz, por lo menos para saber tu opinión, ya que, como mencioné…” — suspiró, lo notaba cansado — “…fue un suicidio… creo que esa mujer no aguanto tanta presión, pero, con esto el caso quedará cerrado y ya no te molestarán más…”
—Pero, mi ropa… y…
—“…No te preocupes por eso, ¿de acuerdo?...” — escuché una ligera risa del otro lado de la línea — “…todo estará bien, te lo aseguro…”
—Gracias…
—“…Erick…”
—¿Sí? — pregunté un tanto desconcertado.
—“…Te amo…”
—Yo también te amo, Alex…
Él cortó la comunicación y yo quedé algo ofuscado. Jamás me imaginé que Melissa podría llegar a suicidarse y me sentía mal por esa situación; tal vez porque tenía algo de culpa, pero a la vez, me sentía más tranquilo al saber que ella ya no me molestaría más.
—Lucía — marqué por el intercomunicador — ven, por favor.
—“…Sí…” — respondió solícita.
Momentos después entraba por la puerta — ¿en qué puedo servirle, ingeniero?
—Lucía — dudé — ¿la sala de juntas de este piso está ocupada?
—No señor — negó — la junta de hoy fue cambiada para la otra semana, se lo mencioné ayer…
—Sí… sí… cierto… ah… — no tenía muy clara la mente — mete el ‘memo’ en este momento, solicítala para mí en este instante.
—Claro, ¿va a dormir allá?
—¿Dormir?
Ella sonrió y su rostro se tiñó de rojo — es que, parece cansado y hace un momento estaba dormido en el escritorio, así que pensé…
—No — negué — quiero confirmar algo en las noticias y… — golpee con mis dedos el escritorio mientras me ponía de pie — no sé cuánto tardaré.
—Está bien, ¿lo pongo como ‘reunión personal’?
—Sí — tomé una de las botellas de jugo y caminé a la puerta — cualquier cosa, me buscas ahí, por favor.
—Sí, ingeniero, no se preocupe.
Salí de mi oficina y Lucía me siguió, quedándose en su escritorio, mientras yo caminaba hasta la puerta de la sala de juntas. Entré y encendí la gran pantalla que se usaba para las conferencias con el extranjero; tomé el control y busqué en el canal de las noticias locales. Apenas lo encontré, la foto de Melissa apareció en la pantalla, subí el volumen y puse atención a la nota que la reportera estaba dando.
“…Melissa Hernández, la mujer que atacó el lunes pasado al señor Erick Salazar y asesinó a sus mascotas, anoche se quitó la vida, según el informe, se ahorcó con la sabana de su celda… los guardias niegan haber visto o escuchado algo, pero su abogado, el licenciado Jair Páez, habló ante los medios dando una versión diferente…”
—¿Versión…? — mi voz salió como un murmullo, en ese momento, el rostro de un hombre bien parecido, cabello negro azabache y ojos color miel aparecía en la pantalla.
“…Es cierto que se declaró que mi clienta no estaba en sus cinco sentidos cuando atacó al señor Salazar y a sus mascotas, pero ella estaba arrepentida, quería quedar libre y se comprometía a tomar terapia. En ningún momento mencionó que estuviera preocupada por lo que dirían los demás, ya que estaba consciente de que, en ese momento, se encontraba ofuscada y aseguró también, que de no haber sido por esa droga que tomó, ella jamás habría lastimado a alguien, así que, dudo mucho que haya sido un suicidio…”
—¿Qué cosa? — pregunté al aire.
“Entonces, ¿piensa que fue un homicidio premeditado?...” la voz de la reportera también se notaba confundida ante las declaraciones.
“No tengo pruebas aún, pero las buscaré, ténganlo por seguro…” el hombre hablaba con mucha seriedad.
“¿Por qué insistir, si usted ya no tiene que ver con el caso?...” la joven que lo entrevistaba estaba curiosa.
“Porque era mi clienta y se me hace una injusticia lo que ha sucedido, ya no tengo nada más que declarar…”
Se alejó de la cámara y la joven que lo entrevistaba dio por finiquitado el reporte; dejé las noticias puestas, pero ya no puse atención. ¿Quién querría matar a Melissa? Masajee mis sienes y bebí algo más de mi jugo.
Aún traía algo de dolor de cabeza, así que mi mente no estaba muy clara para pensar, seguí bebiendo el jugo hasta terminarlo y suspiré cansado. Recargué mi cabeza en mis brazos, sobre el escritorio y bostecé.
—Debería volver a mi oficina… — dije en un murmullo, pero el cansancio me venció.
* * *
—Ingeniero… — nuevamente el movimiento en mi hombro — señor…
Me removí molesto, era incómodo que me volvieran a despertar, mi cuerpo exigía dormir aún.
—Ingeniero — la voz femenina insistió — despierte, por favor.
—Sí… sí, Lucía, disculpa… — me incorporé.
—¿Se siente mejor? — sonrió conciliadora — ya tiene mucho tiempo dormido.
—¿De verdad? — pregunté — ¿cuánto tiempo?
—Algunas horas — ladeó el rostro y puso su mano en mi hombro — ya casi son las dos de la tarde.
—¿Tan tarde? — bostecé— ¿Hay algún pendiente?
—No señor, ninguno, todo está muy bien, usted, ¿descansó?
—La verdad — pasé mi mano por mi nuca — no mucho — sonreí — estoy más dolorido que antes.
—¿Confirmó lo de las noticias?
La miré de reojo — ¿noticias? — pregunte extrañado.
—Vino a confirmar la noticia de la muerte de esa mujer, ¿no es así?
—¿Cómo lo sabes?
—Me llamaron del juzgado para avisarme — suspiró — cómo declaré en el caso, creo que, todas las personas que estábamos inmiscuidos, fuimos notificados — explicó — además, al parecer hay otra persona que quiere hablar conmigo y quizá con los demás que declararon.
—¿Quién?
—Un licenciado que se llama Jair Páez, me llamó por teléfono hace unas horas, también preguntó por usted, pero le dije que estaba en una junta — rió nerviosa — fue una mentirilla porque sé que usted necesitaba descansar, al menos por hoy.
—Ya veo — asentí — muchas gracias — me puse de pie y me estiré — tengo que prepararme para salir ya.
—Está bien…
Caminé hacia mi oficina, mis cosas ya estaban sobre mi escritorio; parpadee confundido al ver mi maletín acomodado y mi celular a un lado.
—Me atreví a acomodar sus cosas, después de darme cuenta que estaba dormido en la sala de juntas, para que no tuviera que preocuparse — aseguró.
—Gracias, Lucía.
El teléfono del escritorio de Lucía sonó, ella se apresuró a contestar — ¿sí? — escuchó atenta y sonrió — entiendo, yo le aviso al ingeniero Salazar, gracias.
Colgó y caminó hasta mí, yo ya estaba colocándome el saco y la gabardina — lo están esperando en el estacionamiento — sonrió — ¿necesita algo más?
—No, Lucía, muchas gracias, es mejor que me retire — me coloqué los lentes negros, tomé mi maletín y salí de la oficina — nos vemos el lunes.
—Hasta el lunes.
Caminé por los pasillos con rapidez, a pesar de que aún estaba indispuesto, me sentía muchísimo mejor que en la mañana; tomé el elevador y bajé hasta el estacionamiento. Cuando llegué, había muchos hombres vestidos de negro, uno de ellos se acercó a mí.
—Buenas tardes, señor, venga conmigo, por favor — me guió a un automóvil oscuro, dentro había un hombre mayor, con lentes de gran aumento.
—Buenas tardes, señor Salazar — sonrió ampliamente cuando entré al automóvil para sentarme.
El hombre que me guió al auto, cerró la puerta y se introdujo en el asiento del conductor, los demás sujetos se movilizaron con rapidez introduciéndose en otros vehículos.
—Buenas tardes, ¿señor…? — levanté la ceja para observarlo curioso.
—Soy el licenciado Mariano Romero — me ofreció la mano y yo correspondí el saludo, en sus piernas traía un maletín de piel — soy el abogado personal del señor De León.
—Ya veo... pero, ¿por qué está usted aquí?
El automóvil encendió; el licenciado se acomodó los lentes y sacó unos documentos de su maletín.
—El señor De León, me envió a hablar con usted, para ponerlo al tanto de la situación con el caso de la señora, Melissa Hernández — me entregó unas hojas — ¿puede leer esto, por favor?
—Sí, claro, pero, ¿qué sucede? — me estaba asustando.
—El licenciado Páez, abogado de la señora, que en paz descanse — suspiró — está llamando a todas las personas que declararon en contra de su difunta cliente — señaló con calma — alegando que no cree que ella se haya suicidado, debido a sus pláticas personales — ladeo el rostro — y pues, aunque todo indica que ella se quitó la vida, es probable que indagará hasta que se canse.
—¿Y eso que tiene que ver conmigo?
—En realidad — tomó aire — el alega que, usted, tenía muchos motivos para querer que ella muriera…
—¡¿Está loco?! — pregunté exaltado — ni siquiera me conoce y ¿dice eso? ¿Qué clase de abogado hace una declaración cómo esa?
—Es que, aún no lo ha declarado, lo ha insinuado.
—Esto es… es… molesto — respiré hondamente.
—Es justificada su molestia — asintió — además, ese hombre señaló que, debido a su amistad con una persona tan influyente como el señor De León, era mucho más fácil arreglar el asunto de otra manera — abrí mis ojos con sorpresa, ante esa insinuación tan descarada — claro está que, el señor De León, se comunicó conmigo para iniciar una demanda por difamación, ya que ese abogado no tiene ninguna prueba y hay testigos que afirman que, el día de ayer, él, usted y varios amigos, se encontraban en una reunión, en un club exclusivo.
—¿Alejandro lo demandará? ¿Es posible?
—Por supuesto, ese hombre no tiene pruebas, ya se hicieron averiguaciones y se demostró que la mujer se quitó la vida por voluntad propia, pero él insiste en decir que fue asesinato, así que si señala a algunas personas — sonrió de lado — el señor De León puede realizar una demanda contra el licenciado Páez por difamación, ya que no va a permitir que ensucie su reputación y buen nombre.
—Ya veo… — repasé las hojas que tenía en mis manos con rapidez, simplemente era una copia del acta de defunción de Melissa, en la cual se explicaba cómo se había encontrado el cuerpo y los detalles de la investigación — hay cosas que no entiendo — señalé unas líneas con mi dedo índice — ¿qué significa?
—Cómo puede notar, se detalla la manera en que fue encontrado el cuerpo, además, se dice que no se encontraron huellas de nadie más, incluso, la señora Hernández no compartía celda con nadie, debido a que había tenido problemas con otras mujeres — con el índice señaló unas palabras — en esas líneas se explica en términos técnicos sobre su muerte por asfixia y además, algunos cortes que se encontraron en su cuerpo, los cuales al parecer, se hizo ella misma, antes de su suicidio.
En ese momento, sentí mi celular vibrar en mi saco, al ver la pantalla, me di cuenta que era Alejandro el que me marcaba.
—Alex… — respondí con algo de necesidad.
—“… ¿Estás bien?...”
—Sí — suspiré — tu abogado me está comentando la situación.
—“…Qué bien…” — dijo sin emoción — “…le diré a mi agente de relaciones públicas, para que se haga la rueda de prensa aquí, en uno de los salones de mi hotel, sólo tienes que decir lo que sabes y nada más, cuando llegues te explicaré algunos detalles…”
—¿De verdad es necesario?
—“…Sí…” — dijo con firmeza — “…ese abogado cree que puede tratar de obtener más fama a mi costa y no se lo permitiré…” — su voz no dejaba duda que estaba enojado.
—De acuerdo, te veo en un momento — sonreí con algo de preocupación.
—“…Muy bien…” — esta vez colgó sin despedirse.
—Señor Salazar… — la voz del abogado me sacó de mis pensamientos — no tiene que preocuparse tanto, no hay nada que pueda hacer esa persona.
—Si es así, ¿por qué Alejandro lo mandó? – pregunté con algo de desconfianza.
—Por precaución — sonrió — nada más.
—Bueno, sí, supongo que tiene razón…
Me mantuve en silencio, después de terminar de leer los documentos y devolvérselos al abogado. Todo el camino perdí mí vista en el exterior, no comprendía por qué estaba en esa situación, si yo solamente quería que eso terminara.
* * *
El automóvil entró al estacionamiento del nuevo hotel, poco después me abrían la puerta y me indicaban, junto con el abogado, que entrara al edificio. No había mucha gente, tal vez, sólo los empleados que se preparaban para el evento.
Julián se acercó a mí, solicitando mi maletín, mi gabardina y mis lentes. Se los entregué con rapidez y él, se los dio a otro hombre dando indicaciones; después nos guió por un elevador, hasta un par de pisos más arriba, salimos a un pasillo y de ahí, hasta una sala de reuniones grande. Alejandro estaba de pie, ante el ventanal que daba a la calle principal; cuando me vio entrar caminó con rapidez hasta mí y me abrazó con fuerza.
Me sorprendió que lo hiciera, aún frente a su abogado; Julián ya estaba cerrando la puerta tras de nosotros.
—Me alegra que llegaras — sonrió de lado — ven, siéntate… — me indicó con la mano una silla y se dirigió al abogado — señor Mariano, gracias por ir a recoger a Erick, en mi nombre.
—Es un placer, señor De León — sonrió y le ofreció la mano en forma de saludo.
Alex lo saludó de mano también; caminaron y se sentaron, uno a cada lado mío.
—Erick, ya se citaron a los reporteros, para que, dentro de media hora hables con ellos — dijo con seriedad.
—¿Tan pronto? — pregunté asustado.
—Sí — respondió — es mejor arreglar esto pronto, además, no tienes nada que ver con esto.
—Lo sé — dije con desgano — pero me pone nervioso la situación.
—¿No te explicó el licenciado Romero? — los ojos de Alex me miraban con preocupación.
—Sí, lo hizo — trate de sonreír — pero no entiendo del todo lo que sucede.
Alejandro desvió la mirada y la posó en el abogado, parecía molesto por eso.
—Disculpe — la voz del abogado tembló — creo que es un poco repentino, especialmente por lo delicado de la situación.
—Erick… — Alex me tomó de la mano — no tienes nada que temer — sonrió con ternura — sólo tienes que decir lo que sabes, ¿comprendes?
—Sí, está bien.
—Si no sabes qué decir o contestar — prosiguió — yo voy a hacerlo por ti — sonrió de lado — voy a estar a tu lado para apoyarte.
Unos ligeros golpes sonaron en la puerta — adelante… — la voz de Alejandro retumbó con fuerza en el salón.
La puerta se abrió y una bella mujer se apareció, el cabello castaño caía por su espalda y su traje sastre era perfecto; caminó hasta acercarse lo suficiente — señor De León — su voz era suave pero hablaba con seguridad — ya están llegando los reporteros — sonrió — llegarán mucho antes de lo esperado buscando la primicia, por la cantidad de medios que vendrán, se preparó el salón ‘Condesa’ para la rueda de prensa.
—Gracias, Marisela — Alex vio a los ojos al abogado — señor Mariano, acompañe a la señorita, por favor, adelántense un momento, tengo que cruzar unas palabras con Erick.
—Por supuesto, señor De León.
El hombre se puso de pie y salió tras la joven con rapidez. Alejandro se incorporó también y caminó al ventanal, presionó un botón al lado de las ventas y las cortinas empezaron a cerrarse, evitando que pasara tanto la luz, cómo alguna mirada indiscreta del exterior, a pesar de estar a unos pisos del nivel de terreno, podía notar los edificios del otro lado de la calle con facilidad. Regresó hasta colocarse frente a mí, se puso en cuclillas y acarició mi rostro.
—Te ves cansado — su voz era calmada.
Moví mi rostro para ahondar la caricia — sólo… sólo un poco… — suspire — Alex… ¿qué pasa?
—Nada, pequeño — me tomó de la nuca y me acercó hasta él, para besarme — no pasa nada — prosiguió al alejarse de mi — solo que, hay una persona que quiere aprovecharse para obtener renombre y prestigio, a costa de los demás.
La seguridad con la que hablaba, logró calmarme; me perdí ante el olor de su perfume y me dejé llevar. Me moví hasta bajarme de la silla y quedar a su lado, hincado ante él y ofreciendo mis labios sin reparos; Alejandro me abrazó, me besó con pasión y me tumbó contra la alfombra del salón, colocándose sobre mí.
—Alex… — susurré — te necesito — imploré llevando mis manos hacia su espalda, para abrazarlo.
Las manos de Alejandro se movieron diestras sobre mi ropa, aferrándose a mi cuerpo con fuerza y posesividad; mordisqueó mis labios, besó mis mejillas y bajó a mi cuello para lamer y chupar, dejando ligeras marcas rojizas en mi piel. Mi respiración era agitada, mi sexo estaba despertando con rapidez y mis manos buscaban la manera de desnudar a Alex; él se alejó con lentitud, tomando mis manos entre las suyas y besándolas con ternura.
—No es momento — susurró — debemos salir pronto.
Aún estaba sobre mí, cuando la puerta volvió a sonar; me estremecí por la interrupción y él sonrió.
—¿Quién? — preguntó con calma.
—Marisela… — la voz femenina se escuchó tras la puerta — llegaron todos los reporteros citados, ¿desea adelantar la entrevista?
—Sí — respondió — iremos en un momento.
Alejandro se puso de pie y me dio la mano para ayudarme. Cuando estuve de pie, acomodó mi camisa, mi corbata y acarició con sus dedos mi cuello, justo dónde me había marcado momentos antes, con sus besos.
—No te preocupes — sonrió — esto terminará pronto y podrás cambiarte para la recepción.
Asentí y respiré profundamente — vamos — le dije con calma.
Alex me sujetó de la mano y me guió hacia la puerta.
Salimos del lugar y llegamos al salón preparado. Estaba lleno de personas, cámaras, fotógrafos y reporteros; al frente una mesa, ya con micrófonos de diferentes televisoras e incluso emisoras de radio. Había cuatro sillas detrás de la mesa; las dos de las orillas estaban ocupadas, en una, el abogado Romero y en la otra, la señorita Marisela. Alejandro y yo nos sentamos en las del centro; Alejandro habló con seriedad, dando su punto de vista sobre la situación y después, empezó la lluvia de preguntas hacia mí.
Todo se resumió a saber mi opinión sobre la situación que pudo orillar a Melissa a su suicidio y sobre las insinuaciones de su ex abogado, sobre una muerte provocada; sólo pude decir lo que sabía y gracias a que Alejandro estaba a mi lado, me sentí seguro y tranquilo.
—Eso es todo por ahora — Alejandro habló con una ligera sonrisa en sus labios — cómo sabrán, hoy es la recepción para la inauguración de este hotel, así que aún hay cosas que finiquitar para que todo salga a la perfección — se excusó — lamento tener que despedirlos pero, muchos de mis invitados no tienen muy buena impresión de la prensa y sus ‘chismes’ — todos rieron un poco por la forma cómica en que Alejandro dijo eso — así que, si hay alguna noticia, se les hará saber cómo siempre y en su momento… en cuanto a los comentarios del licenciado Páez, espero que comprenda que, debido a sus imprudencias, puede provocar que yo también tome acciones legales, es todo — terminó.
Esa última frase logró que los reporteros intentaran hacer más preguntas, pero Alejandro ya se había puesto de pié para retirarse y yo tras él. La joven y el abogado se quedaron a terminar por completo la entrevista y los hombres que cuidaban las puertas no permitieron que nadie nos siguiera.
Seguí a Alex por el pasillo nuevamente, ingresando al elevador y subimos hasta el último piso, en el pent-house; la habitación llamada “imperial”, la más grande del hotel, parecía más una casa completa que una simple habitación, además de ser lujosa y muy ostentosa.
Estaba absorto observando los detalles cuando Alejandro me abrazó por la espalda — hora de cambiarse, mi hermoso príncipe — me estremecí ante su susurro en mi oído.
—¿De qué hablas? — pregunté nervioso.
Aún en medio del abrazo, me guió por la habitación, hasta el cuarto de baño — hoy, serás envuelto en mi manto y te convertirás en la joya de mi fiesta.
—Alex, no soy una mujer a la que tengas que impresionar, lo sabes — algunos escalofríos recorrían mi cuerpo.
—No, no eres una mujer — me hizo girar para verlo — eres mucho mejor que una mujer… eres la persona que amo.
Su forma de decirlo, la manera en que me observó y el beso que me dio después, hizo que cayera rendido ante su hechizo, dejándome llevar por su dulzura. Pocas veces Alejandro era tan calmado cuando se acercaba a mí, pero cuando lo hacía, la atmosfera que nos rodeaba era diferente.
Sus manos me desvistieron con calma. Sus caricias, besos y especialmente su trato, hizo que me excitara nuevamente; mi sexo estaba despertando, mientras algunos suspiros y jadeos escapaban de mis labios.
—‘Conejo’… — susurró antes de mordisquear mi cuello — tienes que bañarte — indicó con una sonrisa maliciosa.
—Alex… ¡no! — reclamé — ¡no puedes hacerme esto de nuevo!
Él levantó una ceja, desconcertado por mi manera de hablarle, pero parecía divertido por mi reacción.
—¿A qué te refieres? — preguntó con fingida inocencia, alejándose de mí.
—¿A qué? — ya estaba desnudo y él, todavía traía puesta su ropa completa — en el salón también lo hiciste, me… me… — apreté mis puños — ¡me calentaste para nada! — dije con ira — y ahora, ¡haces lo mismo!
—Erick… — puso sus manos en mis hombros — tienes que bañarte y cambiarte — dijo conciliador — se está haciendo tarde para la recepción.
—¡¿Es todo lo que puedes decir?!
—Sí — su semblante y tono de voz cambiaron a uno molesto y serio — ahora, ve a bañarte y vístete con la ropa que está en el vestidor, preparada para ti.
Dio media vuelta y se encaminó a la salida de sin decir más. Yo me quedé como una piedra, ahí, de pie, desnudo, con mis puños apretados, mientras él desaparecía.
—¡Imbécil! — caminé al baño — ¡Idiota! ¡Animal! — apreté mi mandíbula sintiendo que las lágrimas se agolpaban en mis ojos — ¿cómo puede hacerme esto? — pregunté al aire haciendo un ademán de molestia — ¿qué cree que soy?
Bajé mi vista y mi erección estaba presente. Maldije entre dientes, ¿acaso quería que me masturbara para calmar mis ansias? Moví mi mano para acariciarme, pero me detuve. No le iba a dar gusto; si él podía controlarse como si nada pasara, yo también lo haría.
Me metí a la regadera de inmediato; templé el agua pero no la dejé caliente, sólo ‘quebrada’, pues a pesar del frío, necesitaba calmar mis ánimos. Cuando mi cuerpo se sosegó, abrí más el agua caliente, pues ya me encontraba tiritando por el frío.
Salí de la regadera y me sequé. Caminé hacia el guardarropa y ahí estaba mi vestimenta, era completamente nueva, desde las prendas interiores, hasta los pequeños accesorios y zapatos; cuando le puse atención, me di cuenta que no era el clásico traje, sino algo más lujoso.
—Es un… frac… — susurré con asombro, sólo había usado un traje así en mi vida y ese día, había sido mi boda.
Aunque Alejandro podía ser cruel en algunas cosas, como dejarme con la ganas, también era esplendido cuando se lo proponía. Me puse frente al espejo, observando fijamente mi cuerpo aún desnudo, en mi cuello tenía algunas marcas rojizas y en algunas otras partes de mi cuerpo, había más marcas, algo borrosas, señal inequívoca del paso de Alejandro por mi cama.
Tomé los enseres de aseo y usé el perfume que estaba también en el guardarropa, el mismo que Alex me había regalado anteriormente. Me coloqué la camisa, del blanco más puro que podía haber; después los calcetines, pantalón, chaleco, pajarita y la levita. Tomé una cajita, la cual imaginé que tenía las mancuernillas; al abrirla mi sorpresa aumentó. Pequeños gemelos dorados y brillantes, en forma cuadrada; en una sola esquina de cada uno, una pequeña piedra resplandeciente. Pasé saliva al imaginar qué piedras eran.
—No, no puedo... — susurré — Alex no puede pedirme que use algo tan caro.
No me las coloqué, las dejé de lado y decidí peinarme. Estaba pasando mis manos por mi cabello con algo de crema para peinar, cuando la puerta del baño se abrió; Alejandro apareció en el umbral y pude contemplarlo completamente, por el espejo. El color rojo cubrió mi rostro al observarlo, tan gallardo y elegante, con su frac impecable, cabello hacia atrás, con unos mechones al frente y una sonrisa de suficiencia. Me tembló el labio y sólo pude soltar un poco el aire, estaba sofocado por la impresión.
—¿Qué te parece? — preguntó con sorna.
—¿Qué…? ¿Qué cosa…? — mi voz apenas salió.
—¿Cómo me veo? — insistió.
—Pues… — desvié la vista — bien… muy bien…
Alex caminó hasta mi — ¿sigues molesto?
—No — respondí mientras pasaba el cepillo por mi cabello para dejarlo completamente hacia atrás.
—Pues yo creo que sí — se acercó y tomó en su mano la cajita con las mancuernillas — no te las has puesto — las acercó a mí.
—No creo que deba usar algo tan caro — fijé mi mirada en él — es demasiado, aún el simple traje es demasiado.
Alex se acercó hasta quedar con su rostro muy cerca de mí — las mandé a hacer para ti — sonrió — no puedes despreciarlas — sus labios rozaron los míos — ¿te atreves a rechazar un regalo mío?
—No… — respondí en un murmullo, entrecerrando mis ojos y cuando quise profundizar la caricia, en un beso, él se alejó.
—Toma entonces, póntelas.
Asentí y suspiré cansado; era obvio que él no quería tener nada que ver conmigo en ese momento, así que, debía resignarme. Sujeté la cajita y saqué las mancuernillas para colocarlas en mi camisa; Alex me observaba con una tenue sonrisa en sus labios.
—Sólo faltan mis zapatos — anuncié.
—Tu cabello — su voz autoritaria evitó que me moviera — sabes que no me gusta verlo así.
—Mmmh — volví a girar y ponerme frente al espejo.
Sacudí mi cabeza, pasé mis manos y me peiné con los dedos, logrando que quedara con una caída más natural y algunos mechones en mi rostro — ¿así está mejor?
—Sí… — caminó hacia la salida del baño después de observarme de pies a cabeza — baja cuando estés listo, Miguel te guiará al salón principal, es donde será la recepción, yo tengo asuntos pendientes.
—Claro… — mi voz se perdió en la nada, pues Alex ya estaba cerrando tras de él.
¿Por qué pasaban esas cosas? Tal vez, sencillamente, Alejandro se estaba cansando, después de todo, ya teníamos algunos días juntos y él no era una persona estable, por lo que había comentado. Los días pasaban y yo no quería darme cuenta que faltaba muy poco para despedirnos y eso, aunque fuera difícil de admitir, dolía.
Lavé mis dientes y me quedé unos momentos observando mi rostro, aún tenía unas ligeras marcas bajo mis ojos; las palpé con las yemas de mis dedos, normalmente dormía bien pero, desde la vuelta de Alejandro a mi vida, mis hábitos habían cambiado. Suspiré cansado, salí y caminé por la habitación hasta sentarme en la sala que daba a uno de los grandes ventanales; iba a esperar unos minutos más para salir, pero mi mente se perdió, observando por la ventana cuando empezó a nevar, los pequeños copos de nieve caían y el cristal se empañó lentamente.
No supe cuánto tiempo pasé pensando, imaginando, tratando de saber por qué Alex había estado tan cortante durante el día; aunado a eso, mi cansancio físico y emocional, empezaron envolverme, obligándome a caer en un sopor de sueño.
* * *
Unos golpeteos insistentes en la puerta, consiguieron que me sobresaltara y abriera los ojos rápidamente.
—¡¿Quién?! — levanté la voz
—Soy Miguel, señor Salazar, ¿se encuentra bien? — su voz notaba la preocupación por mí.
—Pase… — indiqué y me puse de pie acomodando mi traje — ¿sucede algo? — pregunte cuando la puerta se abrió y él entró a la habitación.
—Acaban de avisar que sus amigos llegaron y preguntaron por usted, en el salón — hizo una leve seña hacia la puerta — por eso vine, para avisarle y asegurarme que se encontraba bien — explicó — como ha tardado mucho en salir, pensé que algo había sucedido.
—¿Tan pronto? — interrumpí.
—Señor… — me observó con sorpresa — ya tiene casi dos horas aquí, en la habitación.
Miré nuevamente por el ventanal, dándome cuenta que estaba oscuro — y… — titubee — ¿dónde está Alejandro?
—El señor De León debe estar en una reunión en uno de los salones, con el licenciado Romero, la señorita Sánchez y otras personas.
—Entiendo — miré hacia un lado — hay… ¿hay mucha gente en el salón…?
—No lo sé, señor — respondió — no me he alejado de la puerta de su habitación, fue una orden del señor De León, pero si gusta, pregunto — colocó su mano en una de sus orejas, donde traía un pequeño intercomunicador.
—No… no… — sonreí interrumpiéndolo — gracias…
—¿Va a bajar en este momento? — indagó.
—Sí, claro — antes de que Miguel saliera lo detuve — disculpe… — él giró el rostro para observarme, esperando mis indicaciones — no había podido agradecer su intervención en… el asunto del lunes.
—No tiene que agradecer señor, era mi trabajo protegerlo, igual que protejo al señor De León y según las palabras de él, debo protegerlo a usted mucho más, porque es usted lo más valioso que tiene.
Esas palabras me hicieron sonrojar — aun… aun así — sonreí apenado — muchas gracias — repetí y caminé con rapidez, saliendo de la habitación, tratando de ocultar mi rostro.
Miguel cerró la puerta y me siguió. Bajamos en el elevador hasta el piso dónde estaba el salón principal, el cual, se encontraba lleno de gente elegantemente vestida.
Algunas mujeres jóvenes y no tan jóvenes, muy hermosas por supuesto, traían vestidos de noche muy reveladores; los caballeros portaban sus trajes impecables, todos estaban platicando en pequeños grupos y bebiendo. A lo lejos, pude ver a mis amigos, Víctor estaba cruzando palabras con una jovencita, aunque ciertamente era muy bella, a simple vista se me hizo muy falsa.
—Iré con mis amigos — anuncié a la persona que me seguía — gracias…
Caminé con calma, sintiendo las miradas de las personas, al cruzar por el salón. Tanto hombres como mujeres, me observaban; era notorio que ya me conocían, quizá por las noticias, pero seguramente, todos ya sabían que era amigo de Alejandro De León.
—Buenas noches — sonreí al llegar con mis amigos.
—Buenas… — Luís me observó sorprendido — buenas noches…
—Buenas noches — respondió Daniel con calma — ¿ya te sientes bien? Anoche no supimos más de ti, pero parece que no te pegó la cruda — dijo con una sonrisa sincera.
Reí — sí, ya me siento mucho mejor, lamento que no me pude despedir de ustedes, pero la verdad, no recuerdo bien qué me pasó.
—¡‘Bro’! — Víctor me abrazó — ¡te ves genial!
—Gracias — sonreí de lado — ustedes también.
—Buenas noches — la voz de la joven que estaba con mi amigo, nos interrumpió — Víctor… — dijo coqueta — ¿me presentas?
—Claro — mi amigo la señaló con la mano — Ana María, te presento a Erick Salazar… — ella me sonrió — Erick, te presento a Ana María García. —Mucho gusto, señorita — la saludé de mano.
—El placer es mío — acarició mi mano con suavidad — esta última semana, su nombre ha sido muy conocido.
—Sí, bueno — alejé mi mano con lentitud — espero que pronto termine esta situación.
—Ana — Víctor hablo con tranquilidad — tengo que cruzar unas palabras con mis amigos, espero que no te moleste.
—Claro que no, con permiso — giró hacia Víctor — búscame en un momento más, ¿sí?
—Por supuesto — ambos se despidieron y la joven se alejó con rapidez.
—No pierdes el tiempo — dije con burla a mi amigo.
—Bueno, ya sabes a lo que vine — Víctor me guiñó el ojo.
—Y, ¿pasarás toda la noche en su compañía? — Daniel lo observó, levantando una ceja.
—No lo sé — se alzó de hombros — es probable que sí, pero todo depende…
—¿De qué? — Daniel lo interrogó.
—De… si hay otra chica más bonita.
Daniel movió su mano dando un golpe en la cabeza de Víctor — ¡oye! Me despeinas — se quejó
—¿Dónde estuviste hoy…? — Luís me habló con seriedad — no volviste a tu casa después del trabajo… estás al tanto de las noticias, ¿no es así?
—Pues sí, pero…
—Alejandro te obligó a dar esas declaraciones hoy — aseguró.
—No me obligó — reclamé — simplemente me apoyó para enfrentarme a la situación.
—¿Apoyo? ¿Cómo puedes seguir defendiéndolo?
—Luís — Daniel lo interrumpió — ya basta con tu actitud, has estado insoportable todo el día.
Luís se quedó callado y tomó una copa de vino que uno de los meseros le acercó; el mismo mesero se acercó a mí.
—¿Señor Salazar? — preguntó.
—Sí — sonreí — soy yo.
—Aquí tiene — me entregó un vaso con un líquido rojizo — me indicaron que le trajera esto.
—Gracias — agarré el vaso y lo lleve cerca de mi boca.
Percibí el olor, no parecía tener alcohol; bebí un poco y el sabor me resultó conocido, era sumo de frambuesa, con alguna otra fruta que no podía distinguir; iba a preguntar quién me lo enviaba, pero el mesero ya se había retirado. Daniel también tenía una copa en la mano y Víctor había ido a seguir cortejando, pero esta vez, a otra joven.
—Hay mucha gente — mencioné sin emoción.
—Demasiada — Daniel señalo alrededor con su índice — pero al parecer, faltan aún más.
—Es temprano — Luís habló después de beber más vino de su copa — es muy probable que, en unos momentos lleguen más personas — me miró de soslayo — al parecer, tu amigo Alejandro tiene conocidos de mucho renombre…
—¿Por qué lo mencionas? — bebí algo más de jugo.
Luís se acercó a mí y me susurró cerca — aquel — señalo con un dedo — es el gobernador.
—¿De verdad? — lo observé con detenimiento — sí, es cierto, pero se ve ligeramente distinto que en la televisión.
—Es que no estás viendo su mejor lado — Daniel rió — siempre lo maquillan para salir a cuadro, pero al parecer, no permitieron la entrada de reporteros a este lugar, así que anda más relajado.
—Y eso no es todo… — Luís señaló a alguien más — aquel, es el señor Ariel Villarreal, renombrado ingeniero de obras civiles, quien fue acusado el año pasado de robar fondos de la construcción del tren elevado de la ciudad y aquel, es Gustavo Peña, inversionista, quien hace un par de años tuvo problemas legales debido a un asunto de dinero lavado...
—Luís… — Daniel lo llamó — no tienes que andar diciendo eso, en un lugar cómo este.
—Sólo digo lo que sé, para que Erick note la clase de amistades con las que se codea su ‘amigo’.
Iba a replicar cuando Daniel volvió a hablar — Alejandro también es nuestro amigo — esa frase me hizo sonreír más calmado — y creo que él, de igual forma, te ve cómo uno, pero tú no le permites fraternizar como deberías.
Luís se quedó en silencio y buscó mi mirada; yo le sonreí con suficiencia, sintiéndome orgulloso de lo que Daniel había dicho y mi amigo giró el rostro.
En ese momento, la música resonó y anunciaron la llegada del anfitrión. Alejandro entró al salón con dos mujeres que lo acompañaban, una de cabello corto, castaño oscuro, la otra con el cabello largo y negro, recogido en un peinado perfecto, algunos bucles enmarcaban su rostro y además, estaba adornado con cosas relucientes; ambas portaban joyas brillantes, mismas que se notaban con facilidad debido a sus vestidos escotados, sensuales y provocadores.
Alejandro, al llegar, saludó a la gente que se le acercaba, entre ellos, varios funcionarios. Sólo había un fotógrafo permitido en la recepción, un reportero conocido de Alejandro y fue quien se encargó de tomar una sola fotografía, cuando se cortó el listón.
Casi media hora después, Alejandro, junto con sus dos acompañantes, se acercó a Daniel, Luís y a mí.
—Buenas noches — saludó cordial — ¿cómo la están pasando?
—Muy bien — Daniel lo saludó de mano y un abrazo — ¿cómo estás?
—Pues… — Alejandro también lo saludó y después, señaló a las jóvenes que estaban con él — bien acompañado, como puedes ver.
Esa sencilla frase me hizo enojar.
—Luís, ¿cómo estás? — Alejandro saludo con la mano a Luís, pero él sólo le dio la mano sin decir una palabra — permítanme presentarles a Karina Montes — la joven de cabello corto sonrió y nos saludó de mano a los tres — y Virginia Aguirre — la otra joven también nos tendió la mano.
Luís, Daniel y yo nos presentamos con ellas. En ese instante, Julián llegó y le habló al oído a Alejandro. Su semblante cambió, a pesar de que trató de no demostrarlo, yo lo conocía; lo que sea que Julián le haya dicho, le había molestado en demasía.
—Karina, Virginia — sonrió forzado — tengo que retirarme un momento, ¿me harían favor de acompañar a mis amigos?
—Por supuesto — sonrió la castaña.
—Alejandro — la voz de la chica de cabello negro al decir su nombre, me molestó, casi como si me clavaran una daga en el corazón, además ella lo sujetó del brazo — ¿en qué momento quieres que…?
—Yo te aviso — dijo con seriedad — con permiso.
Alejandro dio media vuelta y siguió a Julián, perdiéndose entre la gente, yendo hacia los pasillos del hotel. Las jóvenes se quedaron con nosotros, la castaña se acercó a Daniel con algo de familiaridad y la morena se acercó a mí.
—¿Qué bebes? — preguntó cordial.
—Ah… — dudé — solo jugo, un mesero me lo trae.
—Entiendo — soltó una risita — y ¿tú? — se giró con Luís — estás muy serio, ¿pasa algo?
—No — ladeó el rostro — me impacta la cantidad de mujeres hermosas que rodean a Alejandro, es obvio que tiene un muy buen gusto — la mirada de Luís recorrió el cuerpo de la joven que estaba frente a nosotros.
—Gracias — la chica amplió su sonrisa.
—¿Bailamos? — Luís le ofreció la mano y la joven aceptó con rapidez.
Así me quedé solo en el salón, mis amigos ya tenían pareja y yo, ni siquiera pensaba en buscar una. Alejandro no estaba en la fiesta, pero me tranquilizaba saber que no estaba con otra mujer o al menos eso creía. Terminaba el líquido de mi vaso, cuando un mesero se acercó a mí, con otro ya servido.
—Señor… — me acercó el vaso con jugo — aquí tiene.
—Disculpa — sonreí, recibiendo el nuevo vaso — ¿quién ordena que me traigas este jugo?
—Son ordenes de los señores — indicó con un dedo a los hombres de negro que rodeaban el salón, guardaespaldas de Alejandro.
—Gracias…
El mesero se retiró con mi vaso vacío. Caminé entre los invitados, acercándome a las mesas donde había algunos bocadillos y agarré algo ya servido, un pequeño panecillo con frutas encima y algo de merengue. Aún faltaba un poco de tiempo para que sirvieran la cena, así que me perdí caminando por la mesa de los aperitivos, esperando que pasara el tiempo.
—¿Por qué tan solito? — una voz femenina me sacó de mis pensamientos.
—Virginia… — sonreí nervioso — pues, no sé, no tengo compañía… aún.
—¡Qué bien! — me tomó de la mano — acompáñame entonces.
—¿A dónde?
—No preguntes y sígueme — me sujetó por el brazo y me guió hacia una puerta del salón.
—Pero, ¿y Luís? — ella me llevaba casi arrastrándome.
—Le pedí que fuera por una bebida preparada — sonrió picara — no te preocupes, no te va a pasar nada malo.
—Pero…
No pude decir nada más, llegamos a la puerta y los hombres que estaban cuidando, al vernos, nos dejaron pasar y cerraron tras nosotros. Los pasillos estaban a media luz, sólo alumbrados por unas pequeñas lámparas ornamentales.
—Virginia, creo que no deberíamos estar aquí.
—No te preocupes, yo sé lo que hago.
Seguimos caminando, llegamos a un cruce de cuatro pasillos y ella observó con detenimiento; giramos hacia donde seguían las lámparas encendidas a media luz, ya que los otros pasillos se encontraban casi a oscuras; en el camino por el que me guió, había una puerta al final, estaba entreabierta y la luz salía del interior.
Al acercarnos lo suficiente, ella me liberó del agarre en mi brazo y tocó la puerta.
—Adelante…
Pude reconocer la voz de Alejandro.
—Entra — Virginia me abrió la puerta — hasta aquí llego yo — me guiño un ojo y se hizo a un lado para que pasara.
No dije nada y entré por la puerta, cerrando tras de mí. El lugar era otro salón, grande, pero no tanto cómo el salón donde se dio la conferencia, ni mucho menos igual al de la recepción, era pequeño en comparación de los otros dos, aunque, más grande que el salón dónde Alejandro me había recibido en la tarde; aun así, contaba con enormes ventanales que cubrían una pared, pero las cortinas no me permitían ver qué había detrás de las mismas. Una mesa, tal vez para más de dieciséis personas, estaba en el centro y al fondo, una gran chimenea encendida, rodeada de algunos sillones de descanso, con mesas de centro y esquineras. Alejandro estaba en la silla principal de la mesa, con las manos cruzadas frente a su rostro; la luz era tenue pero aun así, podía ver con claridad su gesto.
Separó sus manos y con una de ellas, me hizo una seña con su dedo índice, para que me acercara a él. Me estremecí, a pesar de que no había dicho absolutamente nada; respiré profundamente y me encaminé con lentitud hacia Alejandro.
Cuando llegué a su lado, él me dio la mano y yo, simplemente respondí, depositando mi mano en la suya. Sus dedos se cerraron sobre mi piel y acercó mi mano hasta besarme el dorso, todo sin apartar su verde mirar de mi rostro.
—¿Qué…? ¿Qué hacemos aquí? — pregunté para romper el silencio.
—Aún nada — se puso de pie y quedó frente a mí — pero haremos lo que no hicimos ayer.
La forma tan seria en que lo dijo, me cimbró desde los pies hasta la punta de mi cabello. Sus manos se movieron para abrazarme por la cintura y hundió su rostro en mi cuello, aspirando con fuerza.
—Me gusta como hueles, ‘conejo’ — pasó su lengua por mi cuello y mi piel se erizó — y también, me gusta a lo que sabes.
Un gemido escapó de mis labios y mis ojos se entrecerraron. Alejandro me llevó junto con él, haciéndome hacia atrás, hasta dejar mis piernas contra la mesa; una de sus manos se movió, su movimiento hacia la mesa, logró alejarla de mi espalda pero hizo que su pecho chocara contra el mío. Puse mis manos en su torso, sintiendo por encima de su ropa los músculos fuertes de mi compañero, aunque, no pude disfrutarlo, porque rápidamente se alejó de mí; abrí mis ojos sin comprender y él colocó una cajita frente a mí.
—Ayer te di un regalo sencillo — acotó — hoy, tengo un regalo especial.
—Alex… — susurré — no tienes que darme nada.
—Lo sé, pero me gusta darte regalos que puedas usar, especialmente para mí — levantó una ceja y su vista me recorrió por completo — justo como ese traje que, en un momento, tendré que arrancar de tu piel.
Parpadee asustado y pasé saliva después de escucharlo; era una amenaza y una provocación a la vez. Él acarició mi mejilla con suavidad.
—Tranquilo, no tienes que asustarte tanto — me guiño un ojo — toma, ábrelo.
Sujeté la cajita en mis manos y la abrí lentamente; mis ojos se abrieron enormes al observar el interior y sentí que el color me abandonaba, al poder apreciar la magnífica pieza de joyería que tenía frente a mí. Parecía una pulsera, tenía varios eslabones grandes unidos con otros pequeños; cada eslabón grande tenía en el centro una piedra azul que brillaba de una forma esplendida, aún con las luces tenues y además, tenía otras pequeñas piedras blancas, casi transparentes, que brillaban tanto o más que las azules. Pasé saliva con dificultad y miré a Alejandro con miedo.
—¿Te gusta? — preguntó seductor.
—Esto… esto es…
—Es una esclava — sonrió de lado y tomó la joya con sus manos — dame tu mano izquierda.
—Alex — mi labio inferior tembló — es que…
—¿No te gusta? — frunció el ceño y observó la pieza que ya tenía en sus manos — no te gustó porque es oro blanco, ¿cierto? — suspiró — lo lamento, es que pensé que combinaría mejor con los zafiros y los diamantes.
—¡¿Diamantes?! — me asusté al escuchar eso.
—Sí — me acarició el rostro — sabes que me gustan los diamantes y los zafiros, especialmente los zafiros — especificó — porque me recuerdan tus ojos.
—Alex… — negué con lentitud — esto es… es demasiado… — titubee
Alejandro soltó una carcajada, arrebató la caja de mis manos y la tiró a un lado — no puedes negarte — me sujetó de la mano, quitó la mancuernilla de la camisa y descubrió mi mano izquierda.
—Alex… — quise replicar pero él no me dejó, besando mis labios para que no dijera nada.
—No te preocupes — susurró al separarse de mí y acarició mi muñeca, justo donde tenía una cicatriz — siempre usas manga larga, nadie la notará — sin pensarlo de nuevo, colocó la joya en mi muñeca y después de abrocharla, acaricio la piel de mi mano — te queda muy bien.
Alcé mi mano, acercándola a mis ojos, observando los destellos de las piedras; me sentía abrumado. Levante mi rostro y Alejandro se acercó a mí, besándome con ternura; correspondí el beso pero estaba nervioso, el regalo de Alex se me hacía demasiado ostentoso y lujoso para que yo lo usara.
—¿Qué pasa? — preguntó mientras rozaba mi mejilla con su nariz, en un gesto delicado — si no te gusta, puedo mandar hacer algo más para ti, lo que desees, solo pídelo…
—No… no es eso — susurré — es muy hermoso, pero… es que… es demasiado.
—En realidad, quería darte un anillo — sonrió al notar que volvía a sobresaltarme, sus manos se colocaron en mi pecho y empezó a desabrochar mi ropa — no temas, no lo haré hasta saber tu respuesta.
—Alex… yo…
—Sssh — mordisqueó el lóbulo de mi oreja — no digas nada ahora, en este momento, quiero poseerte, hacerte mío, disfrutarte…
Asentí, estaba cayendo bajo su encanto y no podía poner resistencia ante él; quise mover mis manos para desnudarlo también, pero no me lo permitió.
—Aún no — lamió mi cuello, desde mi oreja hasta dónde lo permitía la camisa — quiero disfrutarte primero.
—Está bien… — asentí sumiso y me dejé mover a su antojo.
Momentos después, estaba de pie, completamente desnudo ante él, sólo con la pulsera en mi mano, recargado contra la mesa y sosteniéndome con mis manos en ella. Alejandro estaba frente a mí, observándome con detenimiento; después de dejarme desnudo se había quedado de pie, sin hacer nada más que sólo recorrer con sus ojos verdes mi cuerpo.
Una de sus manos se movió cerca de mí, permitiendo que su dedo índice rozara uno de mis pezones; suspiré. Insistió en ese lugar y momentos después, estaba acariciando mi sexo con su mano libre. Mis piernas temblaron cuando sus movimientos arreciaron y él se acercó, hasta permitir que mi pecho desnudo se uniera al suyo, aún y cuando su ropa nos separara; sus manos me tomaron de mis nalgas, levantándome hasta sentarme sobre la mesa y él se acomodó entre mis piernas.
Me besó con pasión, hurgando el interior de mi boca y mordisqueando mis labios, hasta dejarme sin aliento. Después, se alejó, yendo hasta una de las sillas que estaban a los lados de la mesa y regresó con una tela en sus manos.
—¿Qué haces? — pregunté confuso cuando la acercó a mis ojos.
—Quiero vendar tus ojos — respondió sin titubeos — hoy, vas a disfrutar de mis caricias sin ver, te agradará la experiencia.
Sin permitir una réplica, ató la tela en la parte trasera de mi cabeza; la tela era suave y delicada, pero no me permitía ver nada. Volví a sentir las manos de Alejandro acariciando mi cuerpo y en esa ocasión, me sentía más receptivo con mis otros sentidos, así que me propuse disfrutar de lo que él me provocaba.
Los labios de Alejandro recorrieron cada centímetro de mi piel, besando, marcando con mordidas y chupetones mi cuerpo, arrancando de mi boca suspiros y gemidos deseosos; mis manos se aferraban a sus hombros, estrujando con fuerza la tela que aún potaba. Después de varios minutos así, él me recostó completamente contra la mesa y tardé unos momentos en volver a sentirlo cerca de mí; cuando volvió a besarme, colocándose sobre mí, tenía la piel de su pecho desnuda, pero aún podía sentir algo de tela en sus brazos.
—Desnúdate… — supliqué.
—No — mordisqueó uno de mis pezones — aún no.
Alejandro fue bajando entre besos y caricias, hasta llegar a mi sexo, arrancando un grito de mi garganta al sentir la tibia humedad de su boca, envolviendo toda mi erección.
—¡Alex! — grité con deseo.
Todo el día había deseado que me hiciera sentir, lo que en ese momento lograba con sus caricias. Golpee la mesa con mis manos y gimotee aún más cuando él impuso un ritmo rápido, lamiendo, succionando, mordisqueando; mis piernas no se podían mover porque él las tenía apresadas con sus manos, pero en momentos, se tensaban ante las atenciones que prodigaba en mí.
—Ya… casi… — anuncié y Alejandro se alejó de mí.
Sabía que lo haría, sabía que no me dejaría terminar tan rápido, pero en el fondo, yo quería que él me obligara a retrasar ese momento, pues deseaba que durara mucho tiempo esa deliciosa sensación.
Me obligó a levantar mis piernas y sentí algo tibio, suave y duro entre mis nalgas; sus manos se aferraron de mi cadera y de un solo movimiento me penetró. Grité y sentí que el aliento abandonaba mis pulmones, obligándome a tomar una bocanada de aire para recuperarme en ese momento; Alejandro empezó un ritmo fuerte, salvaje, una tortura deliciosa. Mientras Alex arremetía contra mí, mis manos fueron a pellizcar mis propios pezones; al no ver el rostro de Alejandro, mi pudor e inhibiciones, estaban desapareciendo con más rapidez. Mientras yo mismo me estimulaba, recorriendo mi cuerpo con mis dedos, seguía gimiendo y suplicando por más.
Pasó un tiempo considerable, que a mí se me hizo un simple suspiro y volví a estar a punto de llegar al orgasmo; Alejandro aprisionó mi sexo con su mano para evitar que llegara al clímax y yo ahogué un quejido de dolor. Disminuyó sus movimientos pero momentos después, liberó mi sexo y me sujetó por la espalda, para obligarme a incorporarme hasta quedar con mi pecho contra el suyo.
—Alex… Alex… ¡Alex! — gimotee.
Mis manos se enredaron en su sedoso cabello; el movimiento en mi interior estaba volviéndome loco, así que traté de controlarme, mordiendo la tela que aún cubría su hombro.
Escuché la ligera risa de Alejandro y después su voz.
—¿Te gusta, Erick? — su tono era cínico — responde, ¡grítalo! — ordenó — llega al orgasmo diciendo mi nombre.
—Sí… me gusta… me encanta… — respondí obediente y ante su permiso me dejé llevar, llegando al orgasmo — ¡Alex! — grité y sentí cómo mi miembro palpitaba, liberando mi semen entre nuestros cuerpos, me aferré a la tela que aún cubría su espalda y terminé haciendo mi cabeza hacia atrás.
Todo mi cuerpo se tensó por un momento, que me pareció una eternidad. Alejandro volvió a recostarme sobre la mesa, mientras yo seguía estremeciéndome por el placer; la tela en mis ojos estaba empapada por mis lágrimas.
—¿Terminaste, ‘conejo’?
—Sí… — susurré
—Más alto — pellizcó uno de mis pezones — no te escuché.
—¡Sí! — respondí con las pocas fuerzas que me quedaban.
—Bueno, pequeño, pero yo aún no he terminado — sentí su aliento cerca de mi rostro — ¿qué podemos hacer al respecto?
Mi cuerpo estaba cansado, pero en ese momento, estaba dispuesto a hacer lo que Alejandro quisiera, sólo para complacerlo, porque después de todo, me había llevado al cielo con sus atenciones.
—Úsame… — gemí.
—¿Qué te use?
—Sí — asentí con debilidad — úsame… como quieras… hasta que te satisfagas — imploré.
—Erick… — la lengua de Alex recorrió mi cuello — pero te dolerá, acabas de terminar, ‘conejo’.
—¡No importa! — mi voz era agitada — me gusta… me encanta cuando me lastimas… — mis manos se movieron tratando de encontrar el rostro de Alejandro — me gusta… el dolor que me causas… — dije con deseo y él sujetó una de mis manos, llevándola a su boca, lamiendo mis dedos.
—¿Estás seguro?
—Sí… por favor… amo…
Alex salió de mi interior y antes de que protestara, con fuerza y sin compasión me obligó a girar, dejando mi miembro flácido contra la mesa. Me quejé, pero a la vez, una descarga de placer recorrió mi espalda. Alejandro volvió a invadir mi interior con ímpetu y yo empecé a gemir de dolor contra la mesa; Alex me sujetó del cabello, obligándome a levantar el rostro.
—¿Te… duele? — preguntó con voz ronca.
—¡Sí! — grité en medio de gimoteos.
—¿Me… detengo? — gruñó.
—No… no, por favor... — mordí mi labio para acallar un grito pero no pude evitar que un gemido escapara de mi boca — mas… — pedí — ¡más, amo! ¡Por favor!
Estaba disfrutando de una forma sublime y sin igual, el dolor que Alejandro me causaba en ese momento; era algo diferente de lo normal, no entendía si era el momento o el lugar, quizá porque todo el día esperé que me tomara, pero en ese preciso instante, Alex estaba poseyéndome de una forma única y deliciosa.
—Erick… — ejerció más presión en el agarre de mi cabello — pareces una puta barata… te gusta que te dé por el culo, ¿cierto?
Esa frase tan obscena, con la voz de Alejandro, en vez de provocar molestia en mí, logró que mi excitación aumentara de una forma impensable, logrando que mi sexo despertara, aún y que estuviera aprisionado entre mi cuerpo y la mesa.
—¡Sí! — respondí mientras mi cadera seguía el movimiento de la pelvis de Alejandro — ¡me encanta! — grité.
—Si sigues así — liberó mi cabello y su mano agarró mi muñeca izquierda — voy a romperte… — su otra mano sujetó mi otra muñeca, obligándome a arquear mi espalda.
—¡Rómpeme! — dije sin pensar — no me importa… sólo, lléname… por favor… ¡lléname!
Alejandro no dijo más, aumentó el ritmo de las embestidas, apoyado con la fuerza que ejercía al empujarme contra él, gracias al agarre de mis muñecas. Yo seguí gritando, gimiendo y llorando, suplicando por más, hasta que momentos después, sentí que mi cuerpo se tensaba, llegaba al orgasmo, pero esta vez sin liberar una sola gota de semen; al contrario, Alejandro también terminó en mi interior y sentí el palpitar de su miembro, así como la tibieza de su semilla.
Alex liberó mis brazos y caí pesadamente contra la mesa; mi respiración era agitada pero me encontraba feliz, sintiéndome satisfecho. Alejandro aún no salía de mi interior cuando sentí que se recostaba en mi espalda.
—¿Te gustó? — preguntó en un susurro, mientras besaba la piel de mis hombros.
—Sí… — un hilo de voz fue lo que salió de mi boca.
—Jura… — una de sus manos fue a acariciar mi muñeca, dónde tenía el regalo que esa noche me había dado — que nunca te quitarás la esclava — ordenó con voz seria.
—Lo… lo juro… — suspiré cansado y en ese instante, escuche un sonido extraño — ¿qué…?
—No es nada — Alejandro seguía besando mi piel — solo el viento, moviendo las puertas — su voz era divertida.
—Estoy… estoy cansado… — dije más tranquilo, después de recobrar un poco el aliento.
Alejandro se alejó, saliendo de mi interior con sumo cuidado y después, con calma y delicadeza, me incorporó; quitó la venda de mis ojos, besó mi rostro en repetidas ocasiones y finalmente, me levantó en brazos y me llevo hasta recostarme en un sillón, que estaba cerca de la chimenea, con su saco me cubrió lo que pudo.
—Descansa… — susurró acariciando mi cabello — en un momento más, te llevaré a nuestra habitación, pequeño.
Mis parpados se cerraban con pesadez y le sonreí — Alex… — él se acuclillo frente a mí — te amo… — musité con ilusión, sintiéndome dichoso de poder decírselo.
—Yo también te amo, Erick, jamás lo dudes, mi hermoso ‘conejo’… — besó mi frente y fue lo último que supe esa noche.
* * *
- - - - -
La alarma sonó y era la primera vez que la escuchaba tan desagradable.
—Ah… — moví mi mano insistente, dando golpes en el buró, pero no encontraba el despertador — maldita sea… — murmuré.
Sin saber cómo, la alarma se apagó; me removí en la cama, entre las cobijas, sintiendo que mi cabeza me iba a explotar.
—¿Seguro que quieres levantarte ya? — la voz de Alex era suave, pero aun así, mi cabeza punzaba ante sus palabras.
Gimotee apretando mis parpados — ¿qué hora…?
—Las seis con quince — respondió, acariciando mi cabello — ¿te dejo dormir más?
Me moví hasta acomodarme mejor, buscando los brazos de Alex — me duele la cabeza — aseguré — demasiado…
—Es normal — él también se acomodó, envolviéndome en sus brazos — es la ‘resaca’.
Esperé un momento a que disminuyera un poco mi incomodidad y volví a hablar — ¿esta es la tan nombrada resaca? — pregunté en un murmullo.
—Sí — asintió y besó mi frente — no te preocupes, ya mande a alguien a conseguir algo para tu desayuno.
—¿Tan temprano?
—Sí, pequeño — me aferró con fuerza contra él — así tengan que ir al fin del mundo, te traerán algo para que te sientas mejor.
—Estoy cansado… — mi voz apenas se escuchaba.
—Lo mejor sería que te quedaras hoy en casa, pero — aspiró cerca de mi cabello — supongo que aun así quieres ir a trabajar.
—Tengo que ir… — suspiré, hundí mi rostro en el pecho de Alejandro.
—Está bien… —siguió acariciando mi cuerpo por la espalda, parecía querer consolarme.
En ocasiones, deseaba no tener responsabilidades y poder quedarme ahí, envuelto entre las mantas; pero ahora, con Alex a mi lado, la idea era más que tentadora.
—¿Qué…? — suspiré — ¿Qué pasó?
—¿De qué? — preguntó con calma.
—Anoche… — de mis labios escapó un quejido lastimero — ¿qué pasó anoche?
—Eso… — una ligera risa escapó de sus labios — pues, no pudimos pasar la noche cómo esperaba, te pusiste indispuesto por el alcohol — su mano acarició mi rostro con sumo cuidado — ¿por qué no me dijiste que nunca tomabas?
—Yo… — titubee — no pensé que fuera a pasar algo así — respondí haciendo un ligero mohín — nunca… nunca había bebido antes… mucho menos así…
—Bueno, no volveré a dejar que tomes alcohol…
—¿Por qué? — pregunté restregando mi rostro en su pecho.
—Tuve que llevarte al auto cuando perdiste el conocimiento — besó mi mejilla — estaba muy preocupado porque creí que te había ocurrido algo peor — prosiguió — después, mande avisar a tus amigos de que estabas algo afectado por el alcohol, Luís quiso verte, a pesar que le dije que estabas descansado en el automóvil, ya que debía traerte a casa a que pudieras hacerlo cómodamente — suspiró — Daniel y Víctor lo detuvieron, él también estaba algo tomado y estaba de necio, por lo mismo…
—Lo siento — me disculpé — siempre te causo muchas molestias y… — mordí mi labio inferior sin que él me viera — arruiné la velada.
—No te preocupes — habló conciliador — me lo compensarás esta noche…
—¿Esta noche…? — iba a preguntar más, cuando la alarma de las seis y media sonó; debido al sonido aguo e insistente, mi cabeza retumbó y me hice un ovillo.
Alejandro se movió para apagar el despertador — ¿prefieres dormir un poco más? — volvió a abrazarme.
—No — suspiré — voy a… voy a bañarme…
—Está bien — él se incorporó, encendió la lámpara del buró que estaba de su lado, me quitó las sabanas y edredones — te ayudaré.
Entreabrí mis ojos y me ardieron con la luz, obligándome a buscar la cobija para tapar mi rostro, pero Alex lo impidió.
—Si te cubres, te dejare ahí, me acostaré contigo y no permitiré que vayas a trabajar — dijo con seriedad.
Sabía que era capaz de hacerlo, así que me obligué a ponerme de pie, aunque él me ayudó, ofreciéndome la mano para sujetarme y levantarme sin mucho problema. Sentía mi cuerpo pesado, mis piernas me dolían y mi cabeza punzaba. Alejandro me llevó al baño.
—Cierra los ojos, yo voy a guiarte — indicó y yo le obedecí.
A pesar de tener los ojos cerrados, cuando encendió la luz, apreté más los parpados e hice un gesto de molestia.
—Está bien… — la voz de Alejandro era conciliadora — es normal que te lastime la luz, vamos a la regadera…
Él me guió con calma, después, escuché el sonido del agua caer y finalmente, me acomodó para quedar bajo el agua tibia.
—No abras los ojos — ordenó.
Pronto, sus manos empezaron a recorrer mi cuerpo, sus caricias, a pesar de no ser a propósito, me comenzaron a excitar. Los movimientos se volvieron más resbaladizos a los pocos instantes; la acción del jabón, lograba hacer que las sintiera de otra manera.
—Alex… — susurré.
Sus labios se posaron en mi hombro — me gusta bañarte — habló con lentitud — te siento completamente mío — acarició mi pecho — como si pudiera hacer contigo lo que quisiera…
—Alex… — mordí mi labio al sentir su caricia en mi entrepierna.
Pero a pesar de que yo deseaba que ahondara más en sus movimientos, no lo hizo.
—No, ‘conejo’ — susurró contra mi oído — no debes cansarte en este momento, tu condición no es muy adecuada.
Ladee mi rostro y asentí, un poco decepcionado, pero él debía saber más de estas cosas que yo. Alex terminó de asearme, quitando el jabón excedente y después, lavando mi cabello con un champú que, por el olor, me di cuenta que no era el mismo que usaba normalmente.
Nuevamente me limpió con agua y con ello, terminó de asearme. En ningún momento abrí mis parpados, pues él no me lo había ordenado. Así, aún con los ojos cerrados, sentí la suavidad de la toalla recorrer mi piel, dando ligeros toques en algunos lugares delicados, cómo mi pecho o mi entrepierna.
—Ven… — sujetó de nuevo mi mano — vamos a terminar lo demás…
Salí del área de la regadera.
—Abre los ojos — indicó — lentamente, para que la luz no te moleste tanto.
Entreabrí los parpados y los ojos me ardieron. Alex siguió moviéndome a su antojo, colocándome frente al espejo del lavabo — voy a rasurarte — añadió colocándose tras de mi — no te muevas.
—Sí… — suspiré.
Sus manos se movieron con rapidez y eficacia, haciendo una rasurada limpia y perfecta; no quedó ni un solo corte o marca en mi piel.
—Suave… — acarició mi rostro con el dorso de su mano — me gustas así — besó mis hombros — Erick… — susurró de una forma tan seductora que me hizo estremecer — ¿me dejarías hacer lo mismo en otro lado?
Talle mis ojos con mi mano — ¿de qué hablas? — pregunté confundido y él no respondió, sólo una sonrisa pícara curvo sus labios.
—Vamos… — me tomó de la mano — tienes que vestirte.
Asentí y lo seguí; Alejandro se tomó el tiempo para buscarme un traje, después me puso el perfume que me había comprado, para finalmente vestirme con calma y paciencia, acariciando mi piel mientras colocaba las prendas sobre ella.
—No entiendo… — habló antes de terminar con su trabajo — ¿por qué tienes que ir a trabajar?, es día festivo, no hay actividad, ni siquiera bancaria.
Sonreí — mi trabajo no es de bancos — moví mi mano con lentitud para acariciar su rostro — además, mi calendario es extranjero, no nacional y — llevé mi mano a masajear mis sienes — si voy me pagan el triple.
—¿Necesitas tanto el dinero?
—No — suspiré — pero es divertido decirlo.
—Está bien — después de que me colocó los zapatos, me dio la mano para que me pusiera de pie y fue al guardarropa nuevamente — toma — me entregó unos lentes oscuros — póntelos, te molestará menos la luz con ellos.
—¿Son tuyos? — se miraban finos, demasiado quizá.
—Sí — asintió — si no te gustan, te compro unos nuevos.
—Están bien para mí — me los coloqué y levanté mi vista — ciertamente, me molesta menos la luz — dije un poco feliz.
Él se acercó a mí y besó mis labios lentamente — espero que mejores durante el día — susurró — quiero que estés bien para la fiesta.
Después de otro beso delicado, me sujetó de las manos y me guió hacia la planta baja; cuando llegué, había algunas bolsas en la mesa, parecían de un súper mercado.
—Siéntate — me indicó, mientras sacaba algunas cosas de las bolsas.
—Gracias — tomé la silla que él movió para mí — ¿por qué las luces navideñas están apagadas?
—Para que no te molesten — acotó con tranquilidad — es algo incómodo cuando hay luces intermitentes, en tu estado.
—Sabes mucho de esto — descansé mi rostro en el dorso de mi mano.
—Sí, así es — me entregó un vaso con un líquido rojo — tengo mucha experiencia, bébelo.
Acerqué el vaso y lo olí — ¿tomate? — pregunté curioso y bebí un trago.
—Sí, es jugo de tomate.
—Me lo tomaré — acoté — pero, ¿puedes darme café?
—¡No! — su voz retumbó en la casa y me estremeció, además de conseguir que mi cabeza punzara de nuevo — el día de hoy no deberás tomar café, te hará daño, tampoco debes tomar medicamentos, te caerán muy mal.
—Pero, lo necesito…
—No me importa, ‘conejo’ — se acercó hasta mí, dejando su rostro tan cerca del mío que pasó su lengua por mis labios — tienes que obedecerme, yo sé lo que es mejor en estos casos… — se alejó y colocó un plato frente a mí — desayuna, tienes que comer bien.
—Está bien — susurré.
El plato que estaba frente a mí era un poco de pechuga de pollo a la plancha sobre una cama de lechugas y otras verduras, cómo brócoli y alcachofa, todo parecía estar a vapor.
—¿No crees que es demasiado?
—No — negó — tienes que comer algo y esto — señaló mi plato con su cubierto — no tiene grasa.
—Creí que la grasa era buena en estos casos — levanté mi rostro para verlo.
Alejandro rió — sí, muchos dicen que es buena para la resaca, pero no es así, créeme — él tomó un plato con otro guiso — anda, come, no tienes que preocuparte que no te voy a envenenar.
—¿Tú, que comes? — pregunté.
—Algo diferente — levantó una ceja — pero yo no tengo resaca.
Sonreí, Alejandro era muy autoritario, pero era notorio que le gustaba ver por mi bien; sentía que mi corazón se aceleraba al verlo tan solícito conmigo, me hacía sentir especial.
—Te dejaré tu traje en la cama — dijo antes de llevarse un poco de comida a la boca.
—¿Traje? ¿Para qué otro traje? — indagué — tengo muchos.
—Quiero que hoy estés perfecto — me miró de soslayo.
—Perfecto, ¿para qué?
—Para mí… sólo para mí — levantó una ceja.
Sentí que mi rostro ardía y desvié mi vista, a pesar de que traía los lentes puestos, no me sentía con fuerza para ver a Alejandro. Después de eso, me quedé en silencio, siguiendo con mi desayuno.
Terminé lo que había en el plato y también mi bebida de tomate; alejé el plato de mi — es la primera vez que desayuno tanto — suspiré.
—Y aún no terminas — acotó y se puso de pie, llevando mi plato y el de él, al lavatrastos.
Regresó de inmediato, esta vez con unos platos, ligeramente hondos y me entregó uno; tenía frutas que parecían estar algo cocidas. Llevé un poco a mi boca y estaba dulce, demasiado para mi gusto.
—¿Qué es? — pregunté masticando con algo de molestia, aunque comía cosas dulces, normalmente no lo hacía en el desayuno y el sabor mezclado con el jugo de tomate no me lo hacía fácil.
—Creo que es manzana, pera, durazno y algo más, esta cocido ligeramente con algo de azúcar, es bueno para estos casos — se sentó a mi lado, comiendo de su plato, que esta vez, contenía lo mismo que el mío — no tienes que terminártelo, con que comas sólo un poco es suficiente, te asentará el estómago y está rico — aseguró llevándose algo a la boca.
—Está bien — sonreí — pero sólo comeré un poco — sentencié con seguridad.
Después de algunas cucharadas, lo alejé — creo que ya no puedo comer más — aseguré.
—Déjalo, ve a terminar de arreglarte — indicó — yo voy a preparar algo para que te lleves a tu trabajo.
—¿Llevar? — me puse de pie pero no me moví.
—Sí, tienes que estar hidratándote todo el día, con agua y jugos, así que mejor te llevas algunos para que no tengas problemas consiguiéndolos allá.
Me moví con lentitud y lo abracé por los hombros, besando su mejilla — gracias — susurré.
Él acarició mis brazos y sonrió — ¿por qué? — preguntó curioso.
—Por cuidarme — rocé su mejilla con mi nariz.
No dijo nada más, ni yo tampoco; me alejé de él y fui al segundo piso. Me quité los lentes, me lavé los dientes, pasé algo de crema para peinar en mi cabello y lo sacudí para dejarlo natural, recordando las palabras de Alejandro el día anterior. Me volví a colocar los lentes, busqué en mi guardarropa, sacando una gabardina, una bufanda y los guantes.
Bajé las escaleras y Alex estaba jugando con mis hijos en la sala, cuando me escucharon, fueron hacia mí, especialmente los niños, ya que las niñas se quedaron buscando aún más la atención de Alejandro. Acaricié a mis tres hijos tras sus orejas.
—Lo siento… — dije con calma — no he pasado suficiente tiempo con ustedes, pero los compensaré, se los aseguro.
Alex caminó hacia mí — si quieres los llevamos al parque después… — sonrió y caminó a la mesa, tenía un paquete ya preparado — toma — me lo entregó — trata de tomártelos todos, necesitas líquidos.
—Está bien — asentí sumiso, sujetando el paquete
.
—No comas nada con grasa hoy.
—No creo que coma — ladee mi rostro — trabajaré medio día, así que llegaré temprano hoy.
—Está bien — se acercó a mí — cuídate… — susurró y terminó besándome.
—Sí… — correspondí el beso y me encaminé a la salida.
Agarré mi maletín y mis hijos me siguieron, tras ellos, Alejandro salió también.
En la puerta, estaban Miguel y Julián esperándome; uno de ellos abrió un paraguas para evitar que me mojara con la leve lluvia que caía — buenos días — saludé cordial.
—Buenos días, señor — respondieron con rapidez y casi al unísono.
Julián abrió la puerta trasera para que subiera al automóvil y lo hice con rapidez, pues seguramente ellos se molestarían si se mojaban con la lluvia.
En el camino, el tráfico era pesado; la lluvia, el frío y la neblina, habían hecho estragos en las calles. El dolor de cabeza me estaba matando, sentía que me punzaba y que me iba a estallar por el sonido del claxon de los pocos autos que nos rodeaban. A medio camino, tuve que abrir una de las botellas de jugo que Alex me dio, la bebí con rapidez y me agrado la sensación en la garganta.
Llegué a mi trabajo algo más tarde de lo normal; agradecí que no hubiera sol debido al clima, ya que de esa manera, no me arderían tanto los ojos. Subí a mi oficina con pesadez, los datos de EUA estaban a mitad de transferencia, así que terminé de recibirlos. Toda la mañana me pareció que el tiempo pasaba sumamente lento, pues estaba muriendo de sueño y además, necesitaba un café.
—No vuelvo a tomar… — susurré colocando la frente en mi escritorio y sin pensarlo más, permití que el sueño me invadiera.
* * *
“Ingeniero…”
Escuchaba a lo lejos una voz suave y delicada, pero no podía responder.
—Ingeniero… señor Salazar — el movimiento en mi hombro y la voz insistente de Lucía me hizo recobrar el conocimiento.
—¿Qué…? ¿Qué pasa? — levanté mi rostro del escritorio y tallé mis ojos.
—¿Se encuentra bien?
—Sí, creo que sí.
—Disculpe, cómo no respondía el intercomunicador vine a verlo y estaba dormido — me sonrió — lamento molestarlo pero, tiene una llamada del señor De León.
—Alejandro…
—Sí, marcó para la oficina porque dijo que no respondía en su celular, creo que está preocupado.
—La tomaré — hablé cansado, levantando el teléfono — gracias… — sonreí con debilidad y Lucía se retiró — ¿sí? — dije en el auricular.
—“… ¿Estás bien?...” — la voz de Alejandro sonaba preocupada.
—Sí — sonreí — me han servido los jugos que me diste…
—“…Me alegro…” — su voz cambió de tono a uno más calmado — “…no respondiste tu celular, así que me preocupé…”
—Sí, lo lamento, lo puse en vibrador para que no me molestara el sonido y… — ahogue una risa — me quedé dormido, así que no me di cuenta que me marcaste.
—“…Ya veo… Erick, te marco porque el licenciado Menchaca marcó a tu casa…”
—¿Es por la hora para el careo del lunes? — pregunté inquieto.
—“…No exactamente…” — su voz no parecía tener mucha emoción — “…se comunicó para avisar que la mujer que te atacó, al parecer, se suicidó anoche…”
—¿Qué…? — sentí que el aire escapaba de mis pulmones y un estremecimiento me recorrió — ¿cómo que…?
—“…Lamento tener que decírtelo por teléfono…” — se disculpó — “…pero tal vez, al salir de tu empleo, los reporteros te molesten, así que enviaré a un par de automóviles para despistarlos…”
—¿Despistarlos…? ¿Para qué? — negué — no entiendo…
—“…Erick, quiero platicar contigo sobre esto, pero por teléfono no es posible…”
—Es que… ¿qué pasó Alex? ¿Cómo…? — no lograba entender, sabía que Melissa no estaba bien, pero de eso a suicidarse, había un largo camino.
—“…Erick, en la tarde, te llevaran directo al hotel, ahí, antes de la fiesta, darás una declaración, para que los medios te dejen en paz, por lo menos para saber tu opinión, ya que, como mencioné…” — suspiró, lo notaba cansado — “…fue un suicidio… creo que esa mujer no aguanto tanta presión, pero, con esto el caso quedará cerrado y ya no te molestarán más…”
—Pero, mi ropa… y…
—“…No te preocupes por eso, ¿de acuerdo?...” — escuché una ligera risa del otro lado de la línea — “…todo estará bien, te lo aseguro…”
—Gracias…
—“…Erick…”
—¿Sí? — pregunté un tanto desconcertado.
—“…Te amo…”
—Yo también te amo, Alex…
Él cortó la comunicación y yo quedé algo ofuscado. Jamás me imaginé que Melissa podría llegar a suicidarse y me sentía mal por esa situación; tal vez porque tenía algo de culpa, pero a la vez, me sentía más tranquilo al saber que ella ya no me molestaría más.
—Lucía — marqué por el intercomunicador — ven, por favor.
—“…Sí…” — respondió solícita.
Momentos después entraba por la puerta — ¿en qué puedo servirle, ingeniero?
—Lucía — dudé — ¿la sala de juntas de este piso está ocupada?
—No señor — negó — la junta de hoy fue cambiada para la otra semana, se lo mencioné ayer…
—Sí… sí… cierto… ah… — no tenía muy clara la mente — mete el ‘memo’ en este momento, solicítala para mí en este instante.
—Claro, ¿va a dormir allá?
—¿Dormir?
Ella sonrió y su rostro se tiñó de rojo — es que, parece cansado y hace un momento estaba dormido en el escritorio, así que pensé…
—No — negué — quiero confirmar algo en las noticias y… — golpee con mis dedos el escritorio mientras me ponía de pie — no sé cuánto tardaré.
—Está bien, ¿lo pongo como ‘reunión personal’?
—Sí — tomé una de las botellas de jugo y caminé a la puerta — cualquier cosa, me buscas ahí, por favor.
—Sí, ingeniero, no se preocupe.
Salí de mi oficina y Lucía me siguió, quedándose en su escritorio, mientras yo caminaba hasta la puerta de la sala de juntas. Entré y encendí la gran pantalla que se usaba para las conferencias con el extranjero; tomé el control y busqué en el canal de las noticias locales. Apenas lo encontré, la foto de Melissa apareció en la pantalla, subí el volumen y puse atención a la nota que la reportera estaba dando.
“…Melissa Hernández, la mujer que atacó el lunes pasado al señor Erick Salazar y asesinó a sus mascotas, anoche se quitó la vida, según el informe, se ahorcó con la sabana de su celda… los guardias niegan haber visto o escuchado algo, pero su abogado, el licenciado Jair Páez, habló ante los medios dando una versión diferente…”
—¿Versión…? — mi voz salió como un murmullo, en ese momento, el rostro de un hombre bien parecido, cabello negro azabache y ojos color miel aparecía en la pantalla.
“…Es cierto que se declaró que mi clienta no estaba en sus cinco sentidos cuando atacó al señor Salazar y a sus mascotas, pero ella estaba arrepentida, quería quedar libre y se comprometía a tomar terapia. En ningún momento mencionó que estuviera preocupada por lo que dirían los demás, ya que estaba consciente de que, en ese momento, se encontraba ofuscada y aseguró también, que de no haber sido por esa droga que tomó, ella jamás habría lastimado a alguien, así que, dudo mucho que haya sido un suicidio…”
—¿Qué cosa? — pregunté al aire.
“Entonces, ¿piensa que fue un homicidio premeditado?...” la voz de la reportera también se notaba confundida ante las declaraciones.
“No tengo pruebas aún, pero las buscaré, ténganlo por seguro…” el hombre hablaba con mucha seriedad.
“¿Por qué insistir, si usted ya no tiene que ver con el caso?...” la joven que lo entrevistaba estaba curiosa.
“Porque era mi clienta y se me hace una injusticia lo que ha sucedido, ya no tengo nada más que declarar…”
Se alejó de la cámara y la joven que lo entrevistaba dio por finiquitado el reporte; dejé las noticias puestas, pero ya no puse atención. ¿Quién querría matar a Melissa? Masajee mis sienes y bebí algo más de mi jugo.
Aún traía algo de dolor de cabeza, así que mi mente no estaba muy clara para pensar, seguí bebiendo el jugo hasta terminarlo y suspiré cansado. Recargué mi cabeza en mis brazos, sobre el escritorio y bostecé.
—Debería volver a mi oficina… — dije en un murmullo, pero el cansancio me venció.
* * *
—Ingeniero… — nuevamente el movimiento en mi hombro — señor…
Me removí molesto, era incómodo que me volvieran a despertar, mi cuerpo exigía dormir aún.
—Ingeniero — la voz femenina insistió — despierte, por favor.
—Sí… sí, Lucía, disculpa… — me incorporé.
—¿Se siente mejor? — sonrió conciliadora — ya tiene mucho tiempo dormido.
—¿De verdad? — pregunté — ¿cuánto tiempo?
—Algunas horas — ladeó el rostro y puso su mano en mi hombro — ya casi son las dos de la tarde.
—¿Tan tarde? — bostecé— ¿Hay algún pendiente?
—No señor, ninguno, todo está muy bien, usted, ¿descansó?
—La verdad — pasé mi mano por mi nuca — no mucho — sonreí — estoy más dolorido que antes.
—¿Confirmó lo de las noticias?
La miré de reojo — ¿noticias? — pregunte extrañado.
—Vino a confirmar la noticia de la muerte de esa mujer, ¿no es así?
—¿Cómo lo sabes?
—Me llamaron del juzgado para avisarme — suspiró — cómo declaré en el caso, creo que, todas las personas que estábamos inmiscuidos, fuimos notificados — explicó — además, al parecer hay otra persona que quiere hablar conmigo y quizá con los demás que declararon.
—¿Quién?
—Un licenciado que se llama Jair Páez, me llamó por teléfono hace unas horas, también preguntó por usted, pero le dije que estaba en una junta — rió nerviosa — fue una mentirilla porque sé que usted necesitaba descansar, al menos por hoy.
—Ya veo — asentí — muchas gracias — me puse de pie y me estiré — tengo que prepararme para salir ya.
—Está bien…
Caminé hacia mi oficina, mis cosas ya estaban sobre mi escritorio; parpadee confundido al ver mi maletín acomodado y mi celular a un lado.
—Me atreví a acomodar sus cosas, después de darme cuenta que estaba dormido en la sala de juntas, para que no tuviera que preocuparse — aseguró.
—Gracias, Lucía.
El teléfono del escritorio de Lucía sonó, ella se apresuró a contestar — ¿sí? — escuchó atenta y sonrió — entiendo, yo le aviso al ingeniero Salazar, gracias.
Colgó y caminó hasta mí, yo ya estaba colocándome el saco y la gabardina — lo están esperando en el estacionamiento — sonrió — ¿necesita algo más?
—No, Lucía, muchas gracias, es mejor que me retire — me coloqué los lentes negros, tomé mi maletín y salí de la oficina — nos vemos el lunes.
—Hasta el lunes.
Caminé por los pasillos con rapidez, a pesar de que aún estaba indispuesto, me sentía muchísimo mejor que en la mañana; tomé el elevador y bajé hasta el estacionamiento. Cuando llegué, había muchos hombres vestidos de negro, uno de ellos se acercó a mí.
—Buenas tardes, señor, venga conmigo, por favor — me guió a un automóvil oscuro, dentro había un hombre mayor, con lentes de gran aumento.
—Buenas tardes, señor Salazar — sonrió ampliamente cuando entré al automóvil para sentarme.
El hombre que me guió al auto, cerró la puerta y se introdujo en el asiento del conductor, los demás sujetos se movilizaron con rapidez introduciéndose en otros vehículos.
—Buenas tardes, ¿señor…? — levanté la ceja para observarlo curioso.
—Soy el licenciado Mariano Romero — me ofreció la mano y yo correspondí el saludo, en sus piernas traía un maletín de piel — soy el abogado personal del señor De León.
—Ya veo... pero, ¿por qué está usted aquí?
El automóvil encendió; el licenciado se acomodó los lentes y sacó unos documentos de su maletín.
—El señor De León, me envió a hablar con usted, para ponerlo al tanto de la situación con el caso de la señora, Melissa Hernández — me entregó unas hojas — ¿puede leer esto, por favor?
—Sí, claro, pero, ¿qué sucede? — me estaba asustando.
—El licenciado Páez, abogado de la señora, que en paz descanse — suspiró — está llamando a todas las personas que declararon en contra de su difunta cliente — señaló con calma — alegando que no cree que ella se haya suicidado, debido a sus pláticas personales — ladeo el rostro — y pues, aunque todo indica que ella se quitó la vida, es probable que indagará hasta que se canse.
—¿Y eso que tiene que ver conmigo?
—En realidad — tomó aire — el alega que, usted, tenía muchos motivos para querer que ella muriera…
—¡¿Está loco?! — pregunté exaltado — ni siquiera me conoce y ¿dice eso? ¿Qué clase de abogado hace una declaración cómo esa?
—Es que, aún no lo ha declarado, lo ha insinuado.
—Esto es… es… molesto — respiré hondamente.
—Es justificada su molestia — asintió — además, ese hombre señaló que, debido a su amistad con una persona tan influyente como el señor De León, era mucho más fácil arreglar el asunto de otra manera — abrí mis ojos con sorpresa, ante esa insinuación tan descarada — claro está que, el señor De León, se comunicó conmigo para iniciar una demanda por difamación, ya que ese abogado no tiene ninguna prueba y hay testigos que afirman que, el día de ayer, él, usted y varios amigos, se encontraban en una reunión, en un club exclusivo.
—¿Alejandro lo demandará? ¿Es posible?
—Por supuesto, ese hombre no tiene pruebas, ya se hicieron averiguaciones y se demostró que la mujer se quitó la vida por voluntad propia, pero él insiste en decir que fue asesinato, así que si señala a algunas personas — sonrió de lado — el señor De León puede realizar una demanda contra el licenciado Páez por difamación, ya que no va a permitir que ensucie su reputación y buen nombre.
—Ya veo… — repasé las hojas que tenía en mis manos con rapidez, simplemente era una copia del acta de defunción de Melissa, en la cual se explicaba cómo se había encontrado el cuerpo y los detalles de la investigación — hay cosas que no entiendo — señalé unas líneas con mi dedo índice — ¿qué significa?
—Cómo puede notar, se detalla la manera en que fue encontrado el cuerpo, además, se dice que no se encontraron huellas de nadie más, incluso, la señora Hernández no compartía celda con nadie, debido a que había tenido problemas con otras mujeres — con el índice señaló unas palabras — en esas líneas se explica en términos técnicos sobre su muerte por asfixia y además, algunos cortes que se encontraron en su cuerpo, los cuales al parecer, se hizo ella misma, antes de su suicidio.
En ese momento, sentí mi celular vibrar en mi saco, al ver la pantalla, me di cuenta que era Alejandro el que me marcaba.
—Alex… — respondí con algo de necesidad.
—“… ¿Estás bien?...”
—Sí — suspiré — tu abogado me está comentando la situación.
—“…Qué bien…” — dijo sin emoción — “…le diré a mi agente de relaciones públicas, para que se haga la rueda de prensa aquí, en uno de los salones de mi hotel, sólo tienes que decir lo que sabes y nada más, cuando llegues te explicaré algunos detalles…”
—¿De verdad es necesario?
—“…Sí…” — dijo con firmeza — “…ese abogado cree que puede tratar de obtener más fama a mi costa y no se lo permitiré…” — su voz no dejaba duda que estaba enojado.
—De acuerdo, te veo en un momento — sonreí con algo de preocupación.
—“…Muy bien…” — esta vez colgó sin despedirse.
—Señor Salazar… — la voz del abogado me sacó de mis pensamientos — no tiene que preocuparse tanto, no hay nada que pueda hacer esa persona.
—Si es así, ¿por qué Alejandro lo mandó? – pregunté con algo de desconfianza.
—Por precaución — sonrió — nada más.
—Bueno, sí, supongo que tiene razón…
Me mantuve en silencio, después de terminar de leer los documentos y devolvérselos al abogado. Todo el camino perdí mí vista en el exterior, no comprendía por qué estaba en esa situación, si yo solamente quería que eso terminara.
* * *
El automóvil entró al estacionamiento del nuevo hotel, poco después me abrían la puerta y me indicaban, junto con el abogado, que entrara al edificio. No había mucha gente, tal vez, sólo los empleados que se preparaban para el evento.
Julián se acercó a mí, solicitando mi maletín, mi gabardina y mis lentes. Se los entregué con rapidez y él, se los dio a otro hombre dando indicaciones; después nos guió por un elevador, hasta un par de pisos más arriba, salimos a un pasillo y de ahí, hasta una sala de reuniones grande. Alejandro estaba de pie, ante el ventanal que daba a la calle principal; cuando me vio entrar caminó con rapidez hasta mí y me abrazó con fuerza.
Me sorprendió que lo hiciera, aún frente a su abogado; Julián ya estaba cerrando la puerta tras de nosotros.
—Me alegra que llegaras — sonrió de lado — ven, siéntate… — me indicó con la mano una silla y se dirigió al abogado — señor Mariano, gracias por ir a recoger a Erick, en mi nombre.
—Es un placer, señor De León — sonrió y le ofreció la mano en forma de saludo.
Alex lo saludó de mano también; caminaron y se sentaron, uno a cada lado mío.
—Erick, ya se citaron a los reporteros, para que, dentro de media hora hables con ellos — dijo con seriedad.
—¿Tan pronto? — pregunté asustado.
—Sí — respondió — es mejor arreglar esto pronto, además, no tienes nada que ver con esto.
—Lo sé — dije con desgano — pero me pone nervioso la situación.
—¿No te explicó el licenciado Romero? — los ojos de Alex me miraban con preocupación.
—Sí, lo hizo — trate de sonreír — pero no entiendo del todo lo que sucede.
Alejandro desvió la mirada y la posó en el abogado, parecía molesto por eso.
—Disculpe — la voz del abogado tembló — creo que es un poco repentino, especialmente por lo delicado de la situación.
—Erick… — Alex me tomó de la mano — no tienes nada que temer — sonrió con ternura — sólo tienes que decir lo que sabes, ¿comprendes?
—Sí, está bien.
—Si no sabes qué decir o contestar — prosiguió — yo voy a hacerlo por ti — sonrió de lado — voy a estar a tu lado para apoyarte.
Unos ligeros golpes sonaron en la puerta — adelante… — la voz de Alejandro retumbó con fuerza en el salón.
La puerta se abrió y una bella mujer se apareció, el cabello castaño caía por su espalda y su traje sastre era perfecto; caminó hasta acercarse lo suficiente — señor De León — su voz era suave pero hablaba con seguridad — ya están llegando los reporteros — sonrió — llegarán mucho antes de lo esperado buscando la primicia, por la cantidad de medios que vendrán, se preparó el salón ‘Condesa’ para la rueda de prensa.
—Gracias, Marisela — Alex vio a los ojos al abogado — señor Mariano, acompañe a la señorita, por favor, adelántense un momento, tengo que cruzar unas palabras con Erick.
—Por supuesto, señor De León.
El hombre se puso de pie y salió tras la joven con rapidez. Alejandro se incorporó también y caminó al ventanal, presionó un botón al lado de las ventas y las cortinas empezaron a cerrarse, evitando que pasara tanto la luz, cómo alguna mirada indiscreta del exterior, a pesar de estar a unos pisos del nivel de terreno, podía notar los edificios del otro lado de la calle con facilidad. Regresó hasta colocarse frente a mí, se puso en cuclillas y acarició mi rostro.
—Te ves cansado — su voz era calmada.
Moví mi rostro para ahondar la caricia — sólo… sólo un poco… — suspire — Alex… ¿qué pasa?
—Nada, pequeño — me tomó de la nuca y me acercó hasta él, para besarme — no pasa nada — prosiguió al alejarse de mi — solo que, hay una persona que quiere aprovecharse para obtener renombre y prestigio, a costa de los demás.
La seguridad con la que hablaba, logró calmarme; me perdí ante el olor de su perfume y me dejé llevar. Me moví hasta bajarme de la silla y quedar a su lado, hincado ante él y ofreciendo mis labios sin reparos; Alejandro me abrazó, me besó con pasión y me tumbó contra la alfombra del salón, colocándose sobre mí.
—Alex… — susurré — te necesito — imploré llevando mis manos hacia su espalda, para abrazarlo.
Las manos de Alejandro se movieron diestras sobre mi ropa, aferrándose a mi cuerpo con fuerza y posesividad; mordisqueó mis labios, besó mis mejillas y bajó a mi cuello para lamer y chupar, dejando ligeras marcas rojizas en mi piel. Mi respiración era agitada, mi sexo estaba despertando con rapidez y mis manos buscaban la manera de desnudar a Alex; él se alejó con lentitud, tomando mis manos entre las suyas y besándolas con ternura.
—No es momento — susurró — debemos salir pronto.
Aún estaba sobre mí, cuando la puerta volvió a sonar; me estremecí por la interrupción y él sonrió.
—¿Quién? — preguntó con calma.
—Marisela… — la voz femenina se escuchó tras la puerta — llegaron todos los reporteros citados, ¿desea adelantar la entrevista?
—Sí — respondió — iremos en un momento.
Alejandro se puso de pie y me dio la mano para ayudarme. Cuando estuve de pie, acomodó mi camisa, mi corbata y acarició con sus dedos mi cuello, justo dónde me había marcado momentos antes, con sus besos.
—No te preocupes — sonrió — esto terminará pronto y podrás cambiarte para la recepción.
Asentí y respiré profundamente — vamos — le dije con calma.
Alex me sujetó de la mano y me guió hacia la puerta.
Salimos del lugar y llegamos al salón preparado. Estaba lleno de personas, cámaras, fotógrafos y reporteros; al frente una mesa, ya con micrófonos de diferentes televisoras e incluso emisoras de radio. Había cuatro sillas detrás de la mesa; las dos de las orillas estaban ocupadas, en una, el abogado Romero y en la otra, la señorita Marisela. Alejandro y yo nos sentamos en las del centro; Alejandro habló con seriedad, dando su punto de vista sobre la situación y después, empezó la lluvia de preguntas hacia mí.
Todo se resumió a saber mi opinión sobre la situación que pudo orillar a Melissa a su suicidio y sobre las insinuaciones de su ex abogado, sobre una muerte provocada; sólo pude decir lo que sabía y gracias a que Alejandro estaba a mi lado, me sentí seguro y tranquilo.
—Eso es todo por ahora — Alejandro habló con una ligera sonrisa en sus labios — cómo sabrán, hoy es la recepción para la inauguración de este hotel, así que aún hay cosas que finiquitar para que todo salga a la perfección — se excusó — lamento tener que despedirlos pero, muchos de mis invitados no tienen muy buena impresión de la prensa y sus ‘chismes’ — todos rieron un poco por la forma cómica en que Alejandro dijo eso — así que, si hay alguna noticia, se les hará saber cómo siempre y en su momento… en cuanto a los comentarios del licenciado Páez, espero que comprenda que, debido a sus imprudencias, puede provocar que yo también tome acciones legales, es todo — terminó.
Esa última frase logró que los reporteros intentaran hacer más preguntas, pero Alejandro ya se había puesto de pié para retirarse y yo tras él. La joven y el abogado se quedaron a terminar por completo la entrevista y los hombres que cuidaban las puertas no permitieron que nadie nos siguiera.
Seguí a Alex por el pasillo nuevamente, ingresando al elevador y subimos hasta el último piso, en el pent-house; la habitación llamada “imperial”, la más grande del hotel, parecía más una casa completa que una simple habitación, además de ser lujosa y muy ostentosa.
Estaba absorto observando los detalles cuando Alejandro me abrazó por la espalda — hora de cambiarse, mi hermoso príncipe — me estremecí ante su susurro en mi oído.
—¿De qué hablas? — pregunté nervioso.
Aún en medio del abrazo, me guió por la habitación, hasta el cuarto de baño — hoy, serás envuelto en mi manto y te convertirás en la joya de mi fiesta.
—Alex, no soy una mujer a la que tengas que impresionar, lo sabes — algunos escalofríos recorrían mi cuerpo.
—No, no eres una mujer — me hizo girar para verlo — eres mucho mejor que una mujer… eres la persona que amo.
Su forma de decirlo, la manera en que me observó y el beso que me dio después, hizo que cayera rendido ante su hechizo, dejándome llevar por su dulzura. Pocas veces Alejandro era tan calmado cuando se acercaba a mí, pero cuando lo hacía, la atmosfera que nos rodeaba era diferente.
Sus manos me desvistieron con calma. Sus caricias, besos y especialmente su trato, hizo que me excitara nuevamente; mi sexo estaba despertando, mientras algunos suspiros y jadeos escapaban de mis labios.
—‘Conejo’… — susurró antes de mordisquear mi cuello — tienes que bañarte — indicó con una sonrisa maliciosa.
—Alex… ¡no! — reclamé — ¡no puedes hacerme esto de nuevo!
Él levantó una ceja, desconcertado por mi manera de hablarle, pero parecía divertido por mi reacción.
—¿A qué te refieres? — preguntó con fingida inocencia, alejándose de mí.
—¿A qué? — ya estaba desnudo y él, todavía traía puesta su ropa completa — en el salón también lo hiciste, me… me… — apreté mis puños — ¡me calentaste para nada! — dije con ira — y ahora, ¡haces lo mismo!
—Erick… — puso sus manos en mis hombros — tienes que bañarte y cambiarte — dijo conciliador — se está haciendo tarde para la recepción.
—¡¿Es todo lo que puedes decir?!
—Sí — su semblante y tono de voz cambiaron a uno molesto y serio — ahora, ve a bañarte y vístete con la ropa que está en el vestidor, preparada para ti.
Dio media vuelta y se encaminó a la salida de sin decir más. Yo me quedé como una piedra, ahí, de pie, desnudo, con mis puños apretados, mientras él desaparecía.
—¡Imbécil! — caminé al baño — ¡Idiota! ¡Animal! — apreté mi mandíbula sintiendo que las lágrimas se agolpaban en mis ojos — ¿cómo puede hacerme esto? — pregunté al aire haciendo un ademán de molestia — ¿qué cree que soy?
Bajé mi vista y mi erección estaba presente. Maldije entre dientes, ¿acaso quería que me masturbara para calmar mis ansias? Moví mi mano para acariciarme, pero me detuve. No le iba a dar gusto; si él podía controlarse como si nada pasara, yo también lo haría.
Me metí a la regadera de inmediato; templé el agua pero no la dejé caliente, sólo ‘quebrada’, pues a pesar del frío, necesitaba calmar mis ánimos. Cuando mi cuerpo se sosegó, abrí más el agua caliente, pues ya me encontraba tiritando por el frío.
Salí de la regadera y me sequé. Caminé hacia el guardarropa y ahí estaba mi vestimenta, era completamente nueva, desde las prendas interiores, hasta los pequeños accesorios y zapatos; cuando le puse atención, me di cuenta que no era el clásico traje, sino algo más lujoso.
—Es un… frac… — susurré con asombro, sólo había usado un traje así en mi vida y ese día, había sido mi boda.
Aunque Alejandro podía ser cruel en algunas cosas, como dejarme con la ganas, también era esplendido cuando se lo proponía. Me puse frente al espejo, observando fijamente mi cuerpo aún desnudo, en mi cuello tenía algunas marcas rojizas y en algunas otras partes de mi cuerpo, había más marcas, algo borrosas, señal inequívoca del paso de Alejandro por mi cama.
Tomé los enseres de aseo y usé el perfume que estaba también en el guardarropa, el mismo que Alex me había regalado anteriormente. Me coloqué la camisa, del blanco más puro que podía haber; después los calcetines, pantalón, chaleco, pajarita y la levita. Tomé una cajita, la cual imaginé que tenía las mancuernillas; al abrirla mi sorpresa aumentó. Pequeños gemelos dorados y brillantes, en forma cuadrada; en una sola esquina de cada uno, una pequeña piedra resplandeciente. Pasé saliva al imaginar qué piedras eran.
—No, no puedo... — susurré — Alex no puede pedirme que use algo tan caro.
No me las coloqué, las dejé de lado y decidí peinarme. Estaba pasando mis manos por mi cabello con algo de crema para peinar, cuando la puerta del baño se abrió; Alejandro apareció en el umbral y pude contemplarlo completamente, por el espejo. El color rojo cubrió mi rostro al observarlo, tan gallardo y elegante, con su frac impecable, cabello hacia atrás, con unos mechones al frente y una sonrisa de suficiencia. Me tembló el labio y sólo pude soltar un poco el aire, estaba sofocado por la impresión.
—¿Qué te parece? — preguntó con sorna.
—¿Qué…? ¿Qué cosa…? — mi voz apenas salió.
—¿Cómo me veo? — insistió.
—Pues… — desvié la vista — bien… muy bien…
Alex caminó hasta mi — ¿sigues molesto?
—No — respondí mientras pasaba el cepillo por mi cabello para dejarlo completamente hacia atrás.
—Pues yo creo que sí — se acercó y tomó en su mano la cajita con las mancuernillas — no te las has puesto — las acercó a mí.
—No creo que deba usar algo tan caro — fijé mi mirada en él — es demasiado, aún el simple traje es demasiado.
Alex se acercó hasta quedar con su rostro muy cerca de mí — las mandé a hacer para ti — sonrió — no puedes despreciarlas — sus labios rozaron los míos — ¿te atreves a rechazar un regalo mío?
—No… — respondí en un murmullo, entrecerrando mis ojos y cuando quise profundizar la caricia, en un beso, él se alejó.
—Toma entonces, póntelas.
Asentí y suspiré cansado; era obvio que él no quería tener nada que ver conmigo en ese momento, así que, debía resignarme. Sujeté la cajita y saqué las mancuernillas para colocarlas en mi camisa; Alex me observaba con una tenue sonrisa en sus labios.
—Sólo faltan mis zapatos — anuncié.
—Tu cabello — su voz autoritaria evitó que me moviera — sabes que no me gusta verlo así.
—Mmmh — volví a girar y ponerme frente al espejo.
Sacudí mi cabeza, pasé mis manos y me peiné con los dedos, logrando que quedara con una caída más natural y algunos mechones en mi rostro — ¿así está mejor?
—Sí… — caminó hacia la salida del baño después de observarme de pies a cabeza — baja cuando estés listo, Miguel te guiará al salón principal, es donde será la recepción, yo tengo asuntos pendientes.
—Claro… — mi voz se perdió en la nada, pues Alex ya estaba cerrando tras de él.
¿Por qué pasaban esas cosas? Tal vez, sencillamente, Alejandro se estaba cansando, después de todo, ya teníamos algunos días juntos y él no era una persona estable, por lo que había comentado. Los días pasaban y yo no quería darme cuenta que faltaba muy poco para despedirnos y eso, aunque fuera difícil de admitir, dolía.
Lavé mis dientes y me quedé unos momentos observando mi rostro, aún tenía unas ligeras marcas bajo mis ojos; las palpé con las yemas de mis dedos, normalmente dormía bien pero, desde la vuelta de Alejandro a mi vida, mis hábitos habían cambiado. Suspiré cansado, salí y caminé por la habitación hasta sentarme en la sala que daba a uno de los grandes ventanales; iba a esperar unos minutos más para salir, pero mi mente se perdió, observando por la ventana cuando empezó a nevar, los pequeños copos de nieve caían y el cristal se empañó lentamente.
No supe cuánto tiempo pasé pensando, imaginando, tratando de saber por qué Alex había estado tan cortante durante el día; aunado a eso, mi cansancio físico y emocional, empezaron envolverme, obligándome a caer en un sopor de sueño.
* * *
Unos golpeteos insistentes en la puerta, consiguieron que me sobresaltara y abriera los ojos rápidamente.
—¡¿Quién?! — levanté la voz
—Soy Miguel, señor Salazar, ¿se encuentra bien? — su voz notaba la preocupación por mí.
—Pase… — indiqué y me puse de pie acomodando mi traje — ¿sucede algo? — pregunte cuando la puerta se abrió y él entró a la habitación.
—Acaban de avisar que sus amigos llegaron y preguntaron por usted, en el salón — hizo una leve seña hacia la puerta — por eso vine, para avisarle y asegurarme que se encontraba bien — explicó — como ha tardado mucho en salir, pensé que algo había sucedido.
—¿Tan pronto? — interrumpí.
—Señor… — me observó con sorpresa — ya tiene casi dos horas aquí, en la habitación.
Miré nuevamente por el ventanal, dándome cuenta que estaba oscuro — y… — titubee — ¿dónde está Alejandro?
—El señor De León debe estar en una reunión en uno de los salones, con el licenciado Romero, la señorita Sánchez y otras personas.
—Entiendo — miré hacia un lado — hay… ¿hay mucha gente en el salón…?
—No lo sé, señor — respondió — no me he alejado de la puerta de su habitación, fue una orden del señor De León, pero si gusta, pregunto — colocó su mano en una de sus orejas, donde traía un pequeño intercomunicador.
—No… no… — sonreí interrumpiéndolo — gracias…
—¿Va a bajar en este momento? — indagó.
—Sí, claro — antes de que Miguel saliera lo detuve — disculpe… — él giró el rostro para observarme, esperando mis indicaciones — no había podido agradecer su intervención en… el asunto del lunes.
—No tiene que agradecer señor, era mi trabajo protegerlo, igual que protejo al señor De León y según las palabras de él, debo protegerlo a usted mucho más, porque es usted lo más valioso que tiene.
Esas palabras me hicieron sonrojar — aun… aun así — sonreí apenado — muchas gracias — repetí y caminé con rapidez, saliendo de la habitación, tratando de ocultar mi rostro.
Miguel cerró la puerta y me siguió. Bajamos en el elevador hasta el piso dónde estaba el salón principal, el cual, se encontraba lleno de gente elegantemente vestida.
Algunas mujeres jóvenes y no tan jóvenes, muy hermosas por supuesto, traían vestidos de noche muy reveladores; los caballeros portaban sus trajes impecables, todos estaban platicando en pequeños grupos y bebiendo. A lo lejos, pude ver a mis amigos, Víctor estaba cruzando palabras con una jovencita, aunque ciertamente era muy bella, a simple vista se me hizo muy falsa.
—Iré con mis amigos — anuncié a la persona que me seguía — gracias…
Caminé con calma, sintiendo las miradas de las personas, al cruzar por el salón. Tanto hombres como mujeres, me observaban; era notorio que ya me conocían, quizá por las noticias, pero seguramente, todos ya sabían que era amigo de Alejandro De León.
—Buenas noches — sonreí al llegar con mis amigos.
—Buenas… — Luís me observó sorprendido — buenas noches…
—Buenas noches — respondió Daniel con calma — ¿ya te sientes bien? Anoche no supimos más de ti, pero parece que no te pegó la cruda — dijo con una sonrisa sincera.
Reí — sí, ya me siento mucho mejor, lamento que no me pude despedir de ustedes, pero la verdad, no recuerdo bien qué me pasó.
—¡‘Bro’! — Víctor me abrazó — ¡te ves genial!
—Gracias — sonreí de lado — ustedes también.
—Buenas noches — la voz de la joven que estaba con mi amigo, nos interrumpió — Víctor… — dijo coqueta — ¿me presentas?
—Claro — mi amigo la señaló con la mano — Ana María, te presento a Erick Salazar… — ella me sonrió — Erick, te presento a Ana María García. —Mucho gusto, señorita — la saludé de mano.
—El placer es mío — acarició mi mano con suavidad — esta última semana, su nombre ha sido muy conocido.
—Sí, bueno — alejé mi mano con lentitud — espero que pronto termine esta situación.
—Ana — Víctor hablo con tranquilidad — tengo que cruzar unas palabras con mis amigos, espero que no te moleste.
—Claro que no, con permiso — giró hacia Víctor — búscame en un momento más, ¿sí?
—Por supuesto — ambos se despidieron y la joven se alejó con rapidez.
—No pierdes el tiempo — dije con burla a mi amigo.
—Bueno, ya sabes a lo que vine — Víctor me guiñó el ojo.
—Y, ¿pasarás toda la noche en su compañía? — Daniel lo observó, levantando una ceja.
—No lo sé — se alzó de hombros — es probable que sí, pero todo depende…
—¿De qué? — Daniel lo interrogó.
—De… si hay otra chica más bonita.
Daniel movió su mano dando un golpe en la cabeza de Víctor — ¡oye! Me despeinas — se quejó
—¿Dónde estuviste hoy…? — Luís me habló con seriedad — no volviste a tu casa después del trabajo… estás al tanto de las noticias, ¿no es así?
—Pues sí, pero…
—Alejandro te obligó a dar esas declaraciones hoy — aseguró.
—No me obligó — reclamé — simplemente me apoyó para enfrentarme a la situación.
—¿Apoyo? ¿Cómo puedes seguir defendiéndolo?
—Luís — Daniel lo interrumpió — ya basta con tu actitud, has estado insoportable todo el día.
Luís se quedó callado y tomó una copa de vino que uno de los meseros le acercó; el mismo mesero se acercó a mí.
—¿Señor Salazar? — preguntó.
—Sí — sonreí — soy yo.
—Aquí tiene — me entregó un vaso con un líquido rojizo — me indicaron que le trajera esto.
—Gracias — agarré el vaso y lo lleve cerca de mi boca.
Percibí el olor, no parecía tener alcohol; bebí un poco y el sabor me resultó conocido, era sumo de frambuesa, con alguna otra fruta que no podía distinguir; iba a preguntar quién me lo enviaba, pero el mesero ya se había retirado. Daniel también tenía una copa en la mano y Víctor había ido a seguir cortejando, pero esta vez, a otra joven.
—Hay mucha gente — mencioné sin emoción.
—Demasiada — Daniel señalo alrededor con su índice — pero al parecer, faltan aún más.
—Es temprano — Luís habló después de beber más vino de su copa — es muy probable que, en unos momentos lleguen más personas — me miró de soslayo — al parecer, tu amigo Alejandro tiene conocidos de mucho renombre…
—¿Por qué lo mencionas? — bebí algo más de jugo.
Luís se acercó a mí y me susurró cerca — aquel — señalo con un dedo — es el gobernador.
—¿De verdad? — lo observé con detenimiento — sí, es cierto, pero se ve ligeramente distinto que en la televisión.
—Es que no estás viendo su mejor lado — Daniel rió — siempre lo maquillan para salir a cuadro, pero al parecer, no permitieron la entrada de reporteros a este lugar, así que anda más relajado.
—Y eso no es todo… — Luís señaló a alguien más — aquel, es el señor Ariel Villarreal, renombrado ingeniero de obras civiles, quien fue acusado el año pasado de robar fondos de la construcción del tren elevado de la ciudad y aquel, es Gustavo Peña, inversionista, quien hace un par de años tuvo problemas legales debido a un asunto de dinero lavado...
—Luís… — Daniel lo llamó — no tienes que andar diciendo eso, en un lugar cómo este.
—Sólo digo lo que sé, para que Erick note la clase de amistades con las que se codea su ‘amigo’.
Iba a replicar cuando Daniel volvió a hablar — Alejandro también es nuestro amigo — esa frase me hizo sonreír más calmado — y creo que él, de igual forma, te ve cómo uno, pero tú no le permites fraternizar como deberías.
Luís se quedó en silencio y buscó mi mirada; yo le sonreí con suficiencia, sintiéndome orgulloso de lo que Daniel había dicho y mi amigo giró el rostro.
En ese momento, la música resonó y anunciaron la llegada del anfitrión. Alejandro entró al salón con dos mujeres que lo acompañaban, una de cabello corto, castaño oscuro, la otra con el cabello largo y negro, recogido en un peinado perfecto, algunos bucles enmarcaban su rostro y además, estaba adornado con cosas relucientes; ambas portaban joyas brillantes, mismas que se notaban con facilidad debido a sus vestidos escotados, sensuales y provocadores.
Alejandro, al llegar, saludó a la gente que se le acercaba, entre ellos, varios funcionarios. Sólo había un fotógrafo permitido en la recepción, un reportero conocido de Alejandro y fue quien se encargó de tomar una sola fotografía, cuando se cortó el listón.
Casi media hora después, Alejandro, junto con sus dos acompañantes, se acercó a Daniel, Luís y a mí.
—Buenas noches — saludó cordial — ¿cómo la están pasando?
—Muy bien — Daniel lo saludó de mano y un abrazo — ¿cómo estás?
—Pues… — Alejandro también lo saludó y después, señaló a las jóvenes que estaban con él — bien acompañado, como puedes ver.
Esa sencilla frase me hizo enojar.
—Luís, ¿cómo estás? — Alejandro saludo con la mano a Luís, pero él sólo le dio la mano sin decir una palabra — permítanme presentarles a Karina Montes — la joven de cabello corto sonrió y nos saludó de mano a los tres — y Virginia Aguirre — la otra joven también nos tendió la mano.
Luís, Daniel y yo nos presentamos con ellas. En ese instante, Julián llegó y le habló al oído a Alejandro. Su semblante cambió, a pesar de que trató de no demostrarlo, yo lo conocía; lo que sea que Julián le haya dicho, le había molestado en demasía.
—Karina, Virginia — sonrió forzado — tengo que retirarme un momento, ¿me harían favor de acompañar a mis amigos?
—Por supuesto — sonrió la castaña.
—Alejandro — la voz de la chica de cabello negro al decir su nombre, me molestó, casi como si me clavaran una daga en el corazón, además ella lo sujetó del brazo — ¿en qué momento quieres que…?
—Yo te aviso — dijo con seriedad — con permiso.
Alejandro dio media vuelta y siguió a Julián, perdiéndose entre la gente, yendo hacia los pasillos del hotel. Las jóvenes se quedaron con nosotros, la castaña se acercó a Daniel con algo de familiaridad y la morena se acercó a mí.
—¿Qué bebes? — preguntó cordial.
—Ah… — dudé — solo jugo, un mesero me lo trae.
—Entiendo — soltó una risita — y ¿tú? — se giró con Luís — estás muy serio, ¿pasa algo?
—No — ladeó el rostro — me impacta la cantidad de mujeres hermosas que rodean a Alejandro, es obvio que tiene un muy buen gusto — la mirada de Luís recorrió el cuerpo de la joven que estaba frente a nosotros.
—Gracias — la chica amplió su sonrisa.
—¿Bailamos? — Luís le ofreció la mano y la joven aceptó con rapidez.
Así me quedé solo en el salón, mis amigos ya tenían pareja y yo, ni siquiera pensaba en buscar una. Alejandro no estaba en la fiesta, pero me tranquilizaba saber que no estaba con otra mujer o al menos eso creía. Terminaba el líquido de mi vaso, cuando un mesero se acercó a mí, con otro ya servido.
—Señor… — me acercó el vaso con jugo — aquí tiene.
—Disculpa — sonreí, recibiendo el nuevo vaso — ¿quién ordena que me traigas este jugo?
—Son ordenes de los señores — indicó con un dedo a los hombres de negro que rodeaban el salón, guardaespaldas de Alejandro.
—Gracias…
El mesero se retiró con mi vaso vacío. Caminé entre los invitados, acercándome a las mesas donde había algunos bocadillos y agarré algo ya servido, un pequeño panecillo con frutas encima y algo de merengue. Aún faltaba un poco de tiempo para que sirvieran la cena, así que me perdí caminando por la mesa de los aperitivos, esperando que pasara el tiempo.
—¿Por qué tan solito? — una voz femenina me sacó de mis pensamientos.
—Virginia… — sonreí nervioso — pues, no sé, no tengo compañía… aún.
—¡Qué bien! — me tomó de la mano — acompáñame entonces.
—¿A dónde?
—No preguntes y sígueme — me sujetó por el brazo y me guió hacia una puerta del salón.
—Pero, ¿y Luís? — ella me llevaba casi arrastrándome.
—Le pedí que fuera por una bebida preparada — sonrió picara — no te preocupes, no te va a pasar nada malo.
—Pero…
No pude decir nada más, llegamos a la puerta y los hombres que estaban cuidando, al vernos, nos dejaron pasar y cerraron tras nosotros. Los pasillos estaban a media luz, sólo alumbrados por unas pequeñas lámparas ornamentales.
—Virginia, creo que no deberíamos estar aquí.
—No te preocupes, yo sé lo que hago.
Seguimos caminando, llegamos a un cruce de cuatro pasillos y ella observó con detenimiento; giramos hacia donde seguían las lámparas encendidas a media luz, ya que los otros pasillos se encontraban casi a oscuras; en el camino por el que me guió, había una puerta al final, estaba entreabierta y la luz salía del interior.
Al acercarnos lo suficiente, ella me liberó del agarre en mi brazo y tocó la puerta.
—Adelante…
Pude reconocer la voz de Alejandro.
—Entra — Virginia me abrió la puerta — hasta aquí llego yo — me guiño un ojo y se hizo a un lado para que pasara.
No dije nada y entré por la puerta, cerrando tras de mí. El lugar era otro salón, grande, pero no tanto cómo el salón donde se dio la conferencia, ni mucho menos igual al de la recepción, era pequeño en comparación de los otros dos, aunque, más grande que el salón dónde Alejandro me había recibido en la tarde; aun así, contaba con enormes ventanales que cubrían una pared, pero las cortinas no me permitían ver qué había detrás de las mismas. Una mesa, tal vez para más de dieciséis personas, estaba en el centro y al fondo, una gran chimenea encendida, rodeada de algunos sillones de descanso, con mesas de centro y esquineras. Alejandro estaba en la silla principal de la mesa, con las manos cruzadas frente a su rostro; la luz era tenue pero aun así, podía ver con claridad su gesto.
Separó sus manos y con una de ellas, me hizo una seña con su dedo índice, para que me acercara a él. Me estremecí, a pesar de que no había dicho absolutamente nada; respiré profundamente y me encaminé con lentitud hacia Alejandro.
Cuando llegué a su lado, él me dio la mano y yo, simplemente respondí, depositando mi mano en la suya. Sus dedos se cerraron sobre mi piel y acercó mi mano hasta besarme el dorso, todo sin apartar su verde mirar de mi rostro.
—¿Qué…? ¿Qué hacemos aquí? — pregunté para romper el silencio.
—Aún nada — se puso de pie y quedó frente a mí — pero haremos lo que no hicimos ayer.
La forma tan seria en que lo dijo, me cimbró desde los pies hasta la punta de mi cabello. Sus manos se movieron para abrazarme por la cintura y hundió su rostro en mi cuello, aspirando con fuerza.
—Me gusta como hueles, ‘conejo’ — pasó su lengua por mi cuello y mi piel se erizó — y también, me gusta a lo que sabes.
Un gemido escapó de mis labios y mis ojos se entrecerraron. Alejandro me llevó junto con él, haciéndome hacia atrás, hasta dejar mis piernas contra la mesa; una de sus manos se movió, su movimiento hacia la mesa, logró alejarla de mi espalda pero hizo que su pecho chocara contra el mío. Puse mis manos en su torso, sintiendo por encima de su ropa los músculos fuertes de mi compañero, aunque, no pude disfrutarlo, porque rápidamente se alejó de mí; abrí mis ojos sin comprender y él colocó una cajita frente a mí.
—Ayer te di un regalo sencillo — acotó — hoy, tengo un regalo especial.
—Alex… — susurré — no tienes que darme nada.
—Lo sé, pero me gusta darte regalos que puedas usar, especialmente para mí — levantó una ceja y su vista me recorrió por completo — justo como ese traje que, en un momento, tendré que arrancar de tu piel.
Parpadee asustado y pasé saliva después de escucharlo; era una amenaza y una provocación a la vez. Él acarició mi mejilla con suavidad.
—Tranquilo, no tienes que asustarte tanto — me guiño un ojo — toma, ábrelo.
Sujeté la cajita en mis manos y la abrí lentamente; mis ojos se abrieron enormes al observar el interior y sentí que el color me abandonaba, al poder apreciar la magnífica pieza de joyería que tenía frente a mí. Parecía una pulsera, tenía varios eslabones grandes unidos con otros pequeños; cada eslabón grande tenía en el centro una piedra azul que brillaba de una forma esplendida, aún con las luces tenues y además, tenía otras pequeñas piedras blancas, casi transparentes, que brillaban tanto o más que las azules. Pasé saliva con dificultad y miré a Alejandro con miedo.
—¿Te gusta? — preguntó seductor.
—Esto… esto es…
—Es una esclava — sonrió de lado y tomó la joya con sus manos — dame tu mano izquierda.
—Alex — mi labio inferior tembló — es que…
—¿No te gusta? — frunció el ceño y observó la pieza que ya tenía en sus manos — no te gustó porque es oro blanco, ¿cierto? — suspiró — lo lamento, es que pensé que combinaría mejor con los zafiros y los diamantes.
—¡¿Diamantes?! — me asusté al escuchar eso.
—Sí — me acarició el rostro — sabes que me gustan los diamantes y los zafiros, especialmente los zafiros — especificó — porque me recuerdan tus ojos.
—Alex… — negué con lentitud — esto es… es demasiado… — titubee
Alejandro soltó una carcajada, arrebató la caja de mis manos y la tiró a un lado — no puedes negarte — me sujetó de la mano, quitó la mancuernilla de la camisa y descubrió mi mano izquierda.
—Alex… — quise replicar pero él no me dejó, besando mis labios para que no dijera nada.
—No te preocupes — susurró al separarse de mí y acarició mi muñeca, justo donde tenía una cicatriz — siempre usas manga larga, nadie la notará — sin pensarlo de nuevo, colocó la joya en mi muñeca y después de abrocharla, acaricio la piel de mi mano — te queda muy bien.
Alcé mi mano, acercándola a mis ojos, observando los destellos de las piedras; me sentía abrumado. Levante mi rostro y Alejandro se acercó a mí, besándome con ternura; correspondí el beso pero estaba nervioso, el regalo de Alex se me hacía demasiado ostentoso y lujoso para que yo lo usara.
—¿Qué pasa? — preguntó mientras rozaba mi mejilla con su nariz, en un gesto delicado — si no te gusta, puedo mandar hacer algo más para ti, lo que desees, solo pídelo…
—No… no es eso — susurré — es muy hermoso, pero… es que… es demasiado.
—En realidad, quería darte un anillo — sonrió al notar que volvía a sobresaltarme, sus manos se colocaron en mi pecho y empezó a desabrochar mi ropa — no temas, no lo haré hasta saber tu respuesta.
—Alex… yo…
—Sssh — mordisqueó el lóbulo de mi oreja — no digas nada ahora, en este momento, quiero poseerte, hacerte mío, disfrutarte…
Asentí, estaba cayendo bajo su encanto y no podía poner resistencia ante él; quise mover mis manos para desnudarlo también, pero no me lo permitió.
—Aún no — lamió mi cuello, desde mi oreja hasta dónde lo permitía la camisa — quiero disfrutarte primero.
—Está bien… — asentí sumiso y me dejé mover a su antojo.
Momentos después, estaba de pie, completamente desnudo ante él, sólo con la pulsera en mi mano, recargado contra la mesa y sosteniéndome con mis manos en ella. Alejandro estaba frente a mí, observándome con detenimiento; después de dejarme desnudo se había quedado de pie, sin hacer nada más que sólo recorrer con sus ojos verdes mi cuerpo.
Una de sus manos se movió cerca de mí, permitiendo que su dedo índice rozara uno de mis pezones; suspiré. Insistió en ese lugar y momentos después, estaba acariciando mi sexo con su mano libre. Mis piernas temblaron cuando sus movimientos arreciaron y él se acercó, hasta permitir que mi pecho desnudo se uniera al suyo, aún y cuando su ropa nos separara; sus manos me tomaron de mis nalgas, levantándome hasta sentarme sobre la mesa y él se acomodó entre mis piernas.
Me besó con pasión, hurgando el interior de mi boca y mordisqueando mis labios, hasta dejarme sin aliento. Después, se alejó, yendo hasta una de las sillas que estaban a los lados de la mesa y regresó con una tela en sus manos.
—¿Qué haces? — pregunté confuso cuando la acercó a mis ojos.
—Quiero vendar tus ojos — respondió sin titubeos — hoy, vas a disfrutar de mis caricias sin ver, te agradará la experiencia.
Sin permitir una réplica, ató la tela en la parte trasera de mi cabeza; la tela era suave y delicada, pero no me permitía ver nada. Volví a sentir las manos de Alejandro acariciando mi cuerpo y en esa ocasión, me sentía más receptivo con mis otros sentidos, así que me propuse disfrutar de lo que él me provocaba.
Los labios de Alejandro recorrieron cada centímetro de mi piel, besando, marcando con mordidas y chupetones mi cuerpo, arrancando de mi boca suspiros y gemidos deseosos; mis manos se aferraban a sus hombros, estrujando con fuerza la tela que aún potaba. Después de varios minutos así, él me recostó completamente contra la mesa y tardé unos momentos en volver a sentirlo cerca de mí; cuando volvió a besarme, colocándose sobre mí, tenía la piel de su pecho desnuda, pero aún podía sentir algo de tela en sus brazos.
—Desnúdate… — supliqué.
—No — mordisqueó uno de mis pezones — aún no.
Alejandro fue bajando entre besos y caricias, hasta llegar a mi sexo, arrancando un grito de mi garganta al sentir la tibia humedad de su boca, envolviendo toda mi erección.
—¡Alex! — grité con deseo.
Todo el día había deseado que me hiciera sentir, lo que en ese momento lograba con sus caricias. Golpee la mesa con mis manos y gimotee aún más cuando él impuso un ritmo rápido, lamiendo, succionando, mordisqueando; mis piernas no se podían mover porque él las tenía apresadas con sus manos, pero en momentos, se tensaban ante las atenciones que prodigaba en mí.
—Ya… casi… — anuncié y Alejandro se alejó de mí.
Sabía que lo haría, sabía que no me dejaría terminar tan rápido, pero en el fondo, yo quería que él me obligara a retrasar ese momento, pues deseaba que durara mucho tiempo esa deliciosa sensación.
Me obligó a levantar mis piernas y sentí algo tibio, suave y duro entre mis nalgas; sus manos se aferraron de mi cadera y de un solo movimiento me penetró. Grité y sentí que el aliento abandonaba mis pulmones, obligándome a tomar una bocanada de aire para recuperarme en ese momento; Alejandro empezó un ritmo fuerte, salvaje, una tortura deliciosa. Mientras Alex arremetía contra mí, mis manos fueron a pellizcar mis propios pezones; al no ver el rostro de Alejandro, mi pudor e inhibiciones, estaban desapareciendo con más rapidez. Mientras yo mismo me estimulaba, recorriendo mi cuerpo con mis dedos, seguía gimiendo y suplicando por más.
Pasó un tiempo considerable, que a mí se me hizo un simple suspiro y volví a estar a punto de llegar al orgasmo; Alejandro aprisionó mi sexo con su mano para evitar que llegara al clímax y yo ahogué un quejido de dolor. Disminuyó sus movimientos pero momentos después, liberó mi sexo y me sujetó por la espalda, para obligarme a incorporarme hasta quedar con mi pecho contra el suyo.
—Alex… Alex… ¡Alex! — gimotee.
Mis manos se enredaron en su sedoso cabello; el movimiento en mi interior estaba volviéndome loco, así que traté de controlarme, mordiendo la tela que aún cubría su hombro.
Escuché la ligera risa de Alejandro y después su voz.
—¿Te gusta, Erick? — su tono era cínico — responde, ¡grítalo! — ordenó — llega al orgasmo diciendo mi nombre.
—Sí… me gusta… me encanta… — respondí obediente y ante su permiso me dejé llevar, llegando al orgasmo — ¡Alex! — grité y sentí cómo mi miembro palpitaba, liberando mi semen entre nuestros cuerpos, me aferré a la tela que aún cubría su espalda y terminé haciendo mi cabeza hacia atrás.
Todo mi cuerpo se tensó por un momento, que me pareció una eternidad. Alejandro volvió a recostarme sobre la mesa, mientras yo seguía estremeciéndome por el placer; la tela en mis ojos estaba empapada por mis lágrimas.
—¿Terminaste, ‘conejo’?
—Sí… — susurré
—Más alto — pellizcó uno de mis pezones — no te escuché.
—¡Sí! — respondí con las pocas fuerzas que me quedaban.
—Bueno, pequeño, pero yo aún no he terminado — sentí su aliento cerca de mi rostro — ¿qué podemos hacer al respecto?
Mi cuerpo estaba cansado, pero en ese momento, estaba dispuesto a hacer lo que Alejandro quisiera, sólo para complacerlo, porque después de todo, me había llevado al cielo con sus atenciones.
—Úsame… — gemí.
—¿Qué te use?
—Sí — asentí con debilidad — úsame… como quieras… hasta que te satisfagas — imploré.
—Erick… — la lengua de Alex recorrió mi cuello — pero te dolerá, acabas de terminar, ‘conejo’.
—¡No importa! — mi voz era agitada — me gusta… me encanta cuando me lastimas… — mis manos se movieron tratando de encontrar el rostro de Alejandro — me gusta… el dolor que me causas… — dije con deseo y él sujetó una de mis manos, llevándola a su boca, lamiendo mis dedos.
—¿Estás seguro?
—Sí… por favor… amo…
Alex salió de mi interior y antes de que protestara, con fuerza y sin compasión me obligó a girar, dejando mi miembro flácido contra la mesa. Me quejé, pero a la vez, una descarga de placer recorrió mi espalda. Alejandro volvió a invadir mi interior con ímpetu y yo empecé a gemir de dolor contra la mesa; Alex me sujetó del cabello, obligándome a levantar el rostro.
—¿Te… duele? — preguntó con voz ronca.
—¡Sí! — grité en medio de gimoteos.
—¿Me… detengo? — gruñó.
—No… no, por favor... — mordí mi labio para acallar un grito pero no pude evitar que un gemido escapara de mi boca — mas… — pedí — ¡más, amo! ¡Por favor!
Estaba disfrutando de una forma sublime y sin igual, el dolor que Alejandro me causaba en ese momento; era algo diferente de lo normal, no entendía si era el momento o el lugar, quizá porque todo el día esperé que me tomara, pero en ese preciso instante, Alex estaba poseyéndome de una forma única y deliciosa.
—Erick… — ejerció más presión en el agarre de mi cabello — pareces una puta barata… te gusta que te dé por el culo, ¿cierto?
Esa frase tan obscena, con la voz de Alejandro, en vez de provocar molestia en mí, logró que mi excitación aumentara de una forma impensable, logrando que mi sexo despertara, aún y que estuviera aprisionado entre mi cuerpo y la mesa.
—¡Sí! — respondí mientras mi cadera seguía el movimiento de la pelvis de Alejandro — ¡me encanta! — grité.
—Si sigues así — liberó mi cabello y su mano agarró mi muñeca izquierda — voy a romperte… — su otra mano sujetó mi otra muñeca, obligándome a arquear mi espalda.
—¡Rómpeme! — dije sin pensar — no me importa… sólo, lléname… por favor… ¡lléname!
Alejandro no dijo más, aumentó el ritmo de las embestidas, apoyado con la fuerza que ejercía al empujarme contra él, gracias al agarre de mis muñecas. Yo seguí gritando, gimiendo y llorando, suplicando por más, hasta que momentos después, sentí que mi cuerpo se tensaba, llegaba al orgasmo, pero esta vez sin liberar una sola gota de semen; al contrario, Alejandro también terminó en mi interior y sentí el palpitar de su miembro, así como la tibieza de su semilla.
Alex liberó mis brazos y caí pesadamente contra la mesa; mi respiración era agitada pero me encontraba feliz, sintiéndome satisfecho. Alejandro aún no salía de mi interior cuando sentí que se recostaba en mi espalda.
—¿Te gustó? — preguntó en un susurro, mientras besaba la piel de mis hombros.
—Sí… — un hilo de voz fue lo que salió de mi boca.
—Jura… — una de sus manos fue a acariciar mi muñeca, dónde tenía el regalo que esa noche me había dado — que nunca te quitarás la esclava — ordenó con voz seria.
—Lo… lo juro… — suspiré cansado y en ese instante, escuche un sonido extraño — ¿qué…?
—No es nada — Alejandro seguía besando mi piel — solo el viento, moviendo las puertas — su voz era divertida.
—Estoy… estoy cansado… — dije más tranquilo, después de recobrar un poco el aliento.
Alejandro se alejó, saliendo de mi interior con sumo cuidado y después, con calma y delicadeza, me incorporó; quitó la venda de mis ojos, besó mi rostro en repetidas ocasiones y finalmente, me levantó en brazos y me llevo hasta recostarme en un sillón, que estaba cerca de la chimenea, con su saco me cubrió lo que pudo.
—Descansa… — susurró acariciando mi cabello — en un momento más, te llevaré a nuestra habitación, pequeño.
Mis parpados se cerraban con pesadez y le sonreí — Alex… — él se acuclillo frente a mí — te amo… — musité con ilusión, sintiéndome dichoso de poder decírselo.
—Yo también te amo, Erick, jamás lo dudes, mi hermoso ‘conejo’… — besó mi frente y fue lo último que supe esa noche.
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