Cambios
Miércoles, diciembre 10
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El despertador sonó.
Moví mi mano y lo apague con rapidez. Me sentía cansado, adolorido y aún con mucho sueño, pero sabía que tenía que ir a trabajar, así que encendí la lámpara que estaba en el buró y me senté en la cama, pasando mis manos por mi rostro; bostecé y troné mi cuello con un simple movimiento de mi cabeza, para sentir alivio en mis músculos.
—No tienes que ir tan temprano… — la voz de Alejandro me sobresaltó, él pasó su mano por mi costado, acarició mi pecho y besó uno de mis hombros — ¿te asusté?
—Sí… — titubee — es que, no me acostumbro a despertar con alguien más, de nuevo…
—Tendremos que hacer algo con eso — aseguró — pero lo repito, no tienes que ir tan temprano.
—Alex… — me giré y lo besé en los labios con devoción — no quiero que discutamos mi rutina, por favor — pedí con delicadeza, ya había aceptado hacer lo que él quería, por lo menos que me permitiera seguir haciendo las cosas de mi trabajo, a mi modo.
—Está bien… — sonrió — pero, tómate un tiempo para rasurarte hoy — indicó mientras rozaba con sus dedos mi barbilla.
Asentí y me puse de pie, yendo al cuarto de baño. Me quedé frente al espejo que estaba sobre el lavamanos y después de lavar mi rostro para quitarme un poco el sueño, me rasuré con calma, no me gustaba hacerlo con prisa, porque terminaba cortándome. Después de eso, me encaminé a la regadera y tomé una ducha rápida; alcancé a escuchar la voz de una mujer en la habitación y sabía que Alejandro estaba viendo la televisión.
Salí al vestidor y me cambié, colocándome un traje gris; me peiné sin mucho esfuerzo y después salí del baño. El televisor tenía el canal del noticiero matutino, Alejandro estaba en la cama, anotando algunas cosas en una pequeña libreta; tenía sus lentes puestos y al pensar lo guapo que se miraba de esa manera, me ruboricé.
—¿Qué haces? — pregunté con una sonrisa nerviosa, tratando de no denotar ese sentimiento que me envolvió al verlo.
—Tengo que anotar algunas cosas de las finanzas — respondió con seriedad — tendré que ponerme en contacto con mi contador y algunas otras personas hoy… — levantó su vista y me observó de pies a cabeza — te ves muy bien — ladeó el rostro — espero que te vistas así para mí y no para alguien más de tu oficina.
—No estoy esforzándome — me defendí — son los trajes que siempre uso, ¿desayunarás conmigo? — indagué mientras me acercaba a la cama.
Alejandro sonrió de lado, se quitó los lentes y los dejó en el buró junto con su libreta; se puso de pie y caminó hacia mí, me abrazó y besó mis labios, mordisqueando el inferior.
—¿Ni siquiera te esfuerzas por mí? — preguntó con un tono de deseo.
—Alex… — susurré — por ti… por ti haría lo que fuera… — aseguré y pasé mis manos por su nuca buscando un beso más profundo.
Él me correspondió con pasión, consiguiendo que mi cuerpo se ondulara de manera automática, para restregarme contra él.
Alex se alejó de mis labios y fue a mordisquear mi oreja con insistencia — si seguimos… — susurró — no te dejaré ir al trabajo, ‘conejo’…
Quería decir “no me importa, tómame”, pero mi mente logró sobreponerse, obligándome a alejarlo con lentitud — vamos… — carraspee para que mi voz se escuchara — vamos a desayunar…
—Está bien — respondió y me abrazó por detrás cuando me giré para ir a la puerta — pero esta noche, serás mío — sentenció, aferrando sus manos a mi cadera, logrando que me sonrojara.
Bajamos las escaleras y tomé un desayuno ligero que consistía en cereal, pan tostado y por supuesto, mi café. Alejandro se quedó terminando su desayuno mientras yo subí a lavar mis dientes, además de recoger mi celular; al bajar, él ya estaba en la sala viendo la televisión.
—Ya me voy — anuncié mientras tomaba mi gabardina para salir.
Alejandro se puso de pie, caminó hacia mí y me besó a modo de despedida — iré por ti en la tarde — aseguró.
Asentí y abrí la puerta para salir de casa. Alex me siguió; sus guardaespaldas ya habían salido a la calle y el auto estaba afuera, encendido. Salí por la puerta de acero y Alejandro la cerró tras de mí. Los hombres de Alex abrieron la puerta del auto y me permitieron subir, después de saludarme respetuosamente.
Durante el trayecto, ninguno de ellos habló, más que para pedir indicaciones de cómo llegar a mí trabajo.
* * *
Llegué a mi destino y todo estuvo normal; recibí los datos de EUA y Lucía platicó conmigo sobre su declaración. Mis subordinados y algunas personas de diferentes departamentos, enteradas de lo sucedido, obviamente por las noticias, me buscaron para preguntar cómo me encontraba, así como para darme su apoyo moral ante la situación; agradecí que no indagaran más de lo necesario, pues no tenía ganas de dar explicaciones o ahondar en el tema. A la hora de comida, fui al comedor, ahí también, muchos se acercaron a saludarme y además, algunos altos ejecutivos me preguntaban por Alejandro.
Cuando volví de comer, sólo quería olvidarme de lo sucedido, pero para mi desgracia, una llamada telefónica me hizo recordar que, aunque quisiera, no podría hacerlo. Mi madre me marcó a mi trabajo, por qué, según ella, no podía contactarme en mi casa y yo, no tenía la más mínima decencia en marcarle para explicarle lo sucedido; también, me llevé el sermón por no informarle de mi vida y por la manera tan injusta de cómo tenía que enterarse de lo que me había ocurrido, por medio de las noticias. Traté de llevar la conversación en buenos términos, pero al momento que me pasó a mi hermano mayor para que me diera otro regaño, tuve que discutir con ambos y fue muy desagradable cómo termino el asunto; aunque debía estar acostumbrado, pues nunca quedábamos en buenos términos, era frustrante y cansado para mí, que quisieran tratarme como si fuese un chiquillo. Fue un día algo pesado a mi parecer, pero agradecí no tener que quedarme más tiempo del necesario.
A las cinco en punto, bajé a la planta baja del edifico. El elevador iba lleno de todas las personas que salíamos a esa hora; casi nunca los encontraba por lo mismo que, siempre me quedaba más tiempo. Me encaminé al estacionamiento y el automóvil de Alejandro ya estaba ahí; uno de sus hombres me abrió la puerta cuando estuve cerca y entré en el asiento trasero.
—Buenas tardes — saludé.
Alex me miró de reojo y sonrió — buenas tardes — dijo con seriedad.
No quise decir nada, pero era extraño que fuera tan seco al recibirme, así que, me quedé en silencio. El auto se puso en marcha y salimos del edificio; apenas tomamos la calle principal, sentí su mano en mi nuca, jalándome hacia él, para besarme.
—Te extrañé… — susurró al separarse con lentitud de mí.
—Yo… también… — me había sorprendido, debido a que cuando lo saludé momentos antes, incluso pensé que estaba enojado por algo — ¿por qué…?
—Bueno, pensé que te incomodaría que te besara en tu trabajo — ladeó el rostro — había mucha gente alrededor y muchos tenían su atención en el auto — golpeó con un dedo el cristal — a pesar del polarizado, pudieron notar algo con la luz encendida — aseguró, señalando el foco del automóvil que encendía al abrir una puerta.
Asentí agradecido de que tomara tantas consideraciones conmigo, especialmente porque no sabía cómo tomarían las personas, que ahora tenía una relación homosexual, después de haber estado casado y en el fondo, eso me inquietaba.
—Iremos… ¿iremos a la perrera? — pregunté nervioso.
—No exactamente — sonrió de lado — hoy hablé con una joven, Mary Pacheco, ¿te suena el nombre?
—Sí — respondí — es una persona de una sociedad protectora de animales, normalmente se comunica conmigo cuando necesita un hogar temporal urgente…
—Bueno, llegamos a un acuerdo y hoy mismo puedes elegir a 4 o 5 animalitos que estén buscando hogar…
—Pero, los papeles y el tiempo de…
—Eso no importa — negó — ella y yo hicimos un trato, así que no necesitas esperar mucho, vamos a que los escojas en este momento.
—Pero, Alex… — suspiré — no se me da elegir mascotas, siempre quiero llevármelos todos…
—Pues si eso quieres, nos los llevamos a todos — soltó una carcajada.
—No bromees — lo miré con molestia — es difícil ver los ojos de los animalitos y decir ‘no puedo’.
—Vamos, yo te ayudaré — acarició mi rostro con el dorso de su mano — y nos llevaremos todos los que quieras, así tenga que comprar una propiedad para ti y que puedas tenerlos con comodidad.
La forma tan seria en la que habló me hizo sonrojar, ¿en serio era capaz de hacer cualquier cosa por mí? No sabía cómo reaccionar ante ello.
—Gracias, pero… — tomé entre mis manos la suya — no es necesario…
Él movió su mano y la pasó por mis hombros para moverme y que me recargara contra él; percibí la fragancia varonil e inconfundible de su perfume, cerré mis ojos y me dejé llevar por el momento, sintiéndome feliz.
—Pero antes de eso — su voz tenía un tinte serio cuando habló — debemos ir a otro compromiso.
—¿Cuál? — pregunté aún en medio de mi ensueño.
—Debes firmar tu declaración… ¿no lo recuerdas?
—Mmmh — hice un mohín de disgusto, realmente quería olvidar ese asunto y dejarlo por la paz, pero ciertamente, debía ir a firmar, aunque ya era tarde — ¿no está cerrado el ministerio a esta hora? — pregunté, tratando de denotar que no quería ir.
—Debería… — sentí la mano de Alejandro en mi rostro — pero están esperando tu firma, así que mejor vamos de una vez, para que los licenciados puedan retirarse con rapidez.
—Está bien — susurré.
Ninguno de los dos siguió hablando, yo, porque quería descansar, él, no tenía idea, pero suponía que estaría pensando en sus asuntos
* * *
Llegamos al ministerio público y había más gente que el día anterior, aunque, debido a que los reporteros no estaban al tanto de mi visita, ellos no se encontraban en los alrededores. De nueva cuenta, en el lugar se encontraba otro auto con varios hombres vestidos de negro; bajamos del automóvil y caminamos al interior, rodeados de ellos. Al entrar, la joven recepcionista nos hizo pasar, sin mucho preámbulo, a un despacho diferente al que había entrado el día anterior.
Dentro del lugar, se encontraba el licenciado Menchaca; al vernos, se puso de pie con rapidez, acomodando su saco y se encaminó primero hacia Alejandro.
—Señor De León, muy buenas tardes, bienvenido.
Alejandro lo miró con fría seriedad — buenas tardes — respondió sin un ápice de emoción.
—Buenas tardes, señor Salazar — el hombre me ofreció la mano con una sonrisa nerviosa — pasen por favor, siéntense, los papeles ya están listos…
—Buenas tardes — respondí con una ligera sonrisa para que no se preocupara tanto.
Alejandro y yo nos sentamos frente al escritorio, mientras el licenciado colocaba los papeles, dentro de un folder, frente a mí.
—Tome — me entregó una pluma.
Sujeté la pluma y abrí la carpeta, iba a leer los documentos cuando Alejandro habló.
—¿Los papeles están correctos? — preguntó al hombre que no se había sentado en su sillón, al contrario, estaba de pie, casi a mi lado.
—Correctos señor De León, justo como lo solicitó.
Alejandro agarró el folder de entre mis manos, sacó de su saco sus lentes y se los colocó. Con rapidez, sus verdes y hermosos ojos repasaron las hojas; al terminar la última, sonrió de lado quitándose sus gafas y guardándolas.
—Están perfectas — añadió, entregándome el folder — fírmalas Erick, tenemos que irnos.
—Pero no… — traté de replicar, no había leído absolutamente nada de los documentos, ¿cómo podía firmar?
—Erick — su voz era autoritaria — hay cosas más importantes que hacer, los documentos están bien, sólo fírmalos.
Iba a negarme, pero no podía discutir con él frente a un hombre ajeno a nuestras vidas, ¿cómo podía decir que estaban bien, si él no sabía qué era lo que había declarado? Su verde mirar estaba posado en mí y yo le devolví la mirada, tratando de ser desafiante, pero en un instante, mi cuerpo se rindió y terminé firmando los documentos, sin siquiera atreverme a replicar.
Cerré la carpeta y se la entregué al licenciado, junto con su pluma.
—Bien, es todo por el momento, el próximo lunes será el careo con la mujer que lo atacó.
—¿Careo? — pregunte con un ligero tinte de sorpresa y susto a la vez.
—Sí — dijo el licenciado — tiene que realizarse para seguir con los trámites.
—¿Es necesario? — preguntó Alejandro.
—Sí… si lo es — titubeo el hombre — la señora Melissa Hernández solicitó a un abogado y de más está decir, que es uno de los mejores— aseguró mientras se sentaba frente a nosotros — están apelando al hecho de que estaba bajo efectos de estupefacientes y no estaba en sus cinco sentidos — explicó — es muy probable que sea liberada con orden de restricción hacia usted — me señaló levemente con su dedo — y enviada a terapia.
—Pero… — mi respiración se agito, no sabía qué decir, después de todo lo que hizo, ¿iba a ser liberada con tanta facilidad? Mis hijos habían muerto por su culpa, quizá lo que me concernía no importaba, pero había matado a seres inocentes — pero, no… — la mano de Alejandro se posó en mi brazo para calmarme y sonrió conciliador.
—¿Quién es el abogado de esa mujer? — Alejandro pasó la mano libre por su barbilla.
—Su nombre es Jair Páez — respondió con rapidez el señor Menchaca — es un abogado prominente, de los mejores en la ciudad, aunque tiene poco aquí y es muy joven.
—Ya veo… entonces, ¿el careo es el lunes? ¿A qué hora?
—Aún no está decidido — negó el hombre con lentitud — es probable que durante la mañana — cruzó sus manos sobre el escritorio — el viernes se le notificará la hora por medio telefónico.
—Muy bien — Alejandro se puso de pie, el licenciado lo imitó, pero yo me quedé sentado, aún no asimilaba el hecho de que Melissa quedaría pronto en libertad y si había sido capaz de lo que hizo, no me imaginada que otras cosas más podía llegar a hacer.
—Erick… — la voz suave de Alejandro me sacó de mis pensamientos — vamos… — sonrió conciliador tendiéndome su mano.
—S… sí — asentí, me apoyé en su mano y me puse de pie.
Estaba algo aturdido por la situación, pero seguí a Alejandro, pues él me había sujetado de la mano para guiarme.
—Nos veremos el lunes, licenciado Menchaca — se despidió con tranquilidad, pero yo no dije nada.
—Claro que sí, señor De León, tendremos todo preparado para recibirlos.
Salimos del despacho y yo seguía aferrado de la mano de Alex, ejerciendo fuerza, estaba temblando. Él me guió por la puerta y después alejó su mano de la mía para colocarse frente a mí, posando sus manos en mis hombros; giré mi rostro para verlo y pude notar que estábamos rodeados de sus guardaespaldas.
—¿Quieres que te lleve tomado de la mano? — preguntó con seriedad — a mí no me importa, pero…
—No — negué, sabía a lo que se refería, las personas podían hablar si nos miraban de esa manera — puedo caminar solo, no te preocupes — traté de sonreír, sin conseguirlo.
Él se alejó de mí con lentitud y caminó a mi lado hasta el automóvil. Cuando entré, me quedé sentado, dubitativo, pensando en cómo debía actuar frente a Melissa el siguiente lunes. Alejandro ingresó al auto por la otra puerta y se sentó a mi lado; cuando estuvo acomodado, el auto empezó la marcha.
Suspiré. No podía calmarme después de saber eso.
No supe cómo, Alejandro me movió, dejándome sobre sus piernas y me besó apasionadamente, introduciendo su lengua en mi boca y acariciando mi cabello. Al principio me moví sorprendido, pero momentos después, correspondí necesitado a ese beso que, ayudaba a sosegarme.
—¿Mejor? — preguntó al separarse de mí, sonriendo.
—Sí — respiré profundamente — lo siento es… es solo que — dudé — no quiero volver a verla — sentencié.
Alejandro me observó, su mirar era serio, pero tenía una sonrisa conciliadora en sus labios.
—¿De verdad no quieres verla de nuevo? — preguntó con una voz suave.
—No, no quiero — suspiré cansado — pero no se puede evitar, ¿cierto?
Alejandro no respondió, simplemente volvió a besarme.
—Cálmate — susurró contra mis labios — iremos a conocer a tus nuevos hijos, no debes de estar nervioso.
—Gracias — acaricié su rostro con gratitud — no sé qué haría sin ti, en estos momentos.
—No pienses en eso — negó — ahora estoy contigo y no pienso abandonarte.
Sonreí. Sabía que no hablaba en serio, él tarde o temprano iba a tener que alejarse de mi vida, pero, mientras eso ocurría, podíamos disfrutarnos mutuamente, sin miedos, ni reservas.
* * *
Después de un corto trayecto, llegamos al pequeño edificio de la protectora de animales que yo más frecuentaba; los hombres de Alejandro bajaron primero y nos abrieron las puertas para que descendiéramos del automóvil. Mary nos esperaba en la recepción, junto con el veterinario y la encargada de la tienda de la institución, además de otra mujer y varios jóvenes que no conocía; todos parecían nerviosos.
Alejandro me indicó que caminara frente a él y al pasar la puerta principal, Mary, quien era una joven de 25 años, cabello corto pintado de rojo, ojos miel y de estatura promedio, se acercó a mí.
—Erick… — me abrazó — ¿cómo estás? — me miró con tristeza — lamento lo que le paso a los pequeños… de verdad… — aseguró.
—Estoy bien, Mary — sonreí — me sentí mal porque fue mi culpa lo que sucedió, pero ya estoy mejor…
—Me imagino, pero todos sabemos que no fue tu culpa — sonrió tristemente y después posó su mirar en mi acompañante, sin poder disimular su emoción — señor De León, un placer volver a verlo el día de hoy.
—A sus órdenes, señorita…
Alex le ofreció la mano con una sonrisa cautivadora y sentí que una punzada de celos se me clavaba en el pecho, pero era normal, él debía portarse así con las mujeres, ya que con el licenciado fue muy seco y cortante, ¿o no?
—Yo soy la que debe estar a sus órdenes… — aseguró emocionada mientras saludaba a Alejandro de mano — permítame presentarles, a ambos, a las personas que nos acompañan, anunció, guiándonos hacia los demás — ella es la señora Mildred Rosales, fundadora de esta asociación.
La mujer, ya mayor, tenía el cabello negro, largo y rizado; algunas marcas de edad se mostraban en su rostro, pero aun así, era bella — es un placer conocerlo, joven — se presentó ante Alejandro, ofreciéndole la mano — debemos agradecer lo que ha hecho por nuestros pequeños el día de hoy.
Giré mi rostro observando a Alejandro, quien seguía sonriendo con tranquilidad, no comprendía a qué se refería ella con esas palabras.
—No es nada — sonrió — Erick es un amigo muy querido desde hace muchos años — me señaló con el rostro — y saber que él apoya causas tan nobles me han hecho actuar de esta manera, también lo hice en su nombre, debido a lo que paso hace un par de días.
La mujer se giró hacia mí y su rostro denoto tristeza — le conocía por nombre señor Salazar, su esposa y usted siempre nos han apoyado dando hogar temporal y lamento lo que sucedió con los cuatro pequeños que vivían con usted — aseguró de la forma más sincera que jamás había visto en una persona.
—Gracias — respondí serio, extendí mi mano para saludarla — es un placer conocerla señora.
La mujer se hizo a un lado después de estrechar mi mano y siguió presentándonos a los demás, pues Mary se quedó detrás de ella.
—Él es Sergio Zaldívar, nuestro veterinario titular — indico con un ligero ademán de mano.
—Un placer — el joven de aproximadamente nuestra edad, quizá un poco mayor, cabello oscuro, ojos castaños y pulcramente limpio, saludó a Alejandro de la mano, se giró hacia mí y me saludó con más confianza — ya tenía el placer de conocerlo señor Salazar, lamento lo que le pasó a sus mascotas.
—Gracias — sonreí levemente.
El veterinario ya había tratado a mis hijos cuando se habían enfermado y cuando los esterilizaron al entregárnoslos, a mi esposa y a mí.
—Ella es Diana, mi hija — la mujer señalo a una joven, también de cabello negro y rizado — se encarga de nuestra tienda.
—Un placer — dijo Alejandro cuando la tomó de la mano y la jovencita se sonrojó.
—El placer es mío, señor… — su voz se notaba débil.
—Ya nos conocíamos — dije tratando de no sonar molesto por lo que había visto y estrechando su mano después de Alejandro, a manera de saludo.
—S… sí… — dijo ella, aún nerviosa — si lo recuerdo, señor Salazar, siempre viene a comprar los champús y jabones con nosotros, así como otros enseres para los cachorros.
La señora prosiguió con las presentaciones.
—Ellos son Ana, Leslie, Monserrat, Javier y Raúl — señaló a los jóvenes que estaban presentes — son voluntarios en nuestra causa y hoy les tocaba estar aquí para la guardia.
—Un placer — Alejandro lo dijo en general, pero las tres adolescentes se sonrojaron igual que lo había hecho la hija de nuestra anfitriona.
Ellos saludaron y yo solo les correspondí con un ademán de mi rostro. Me molestaba ver esas muestras de indudable atracción que sentían las mujeres hacia Alex y no podía evitar demostrar mis celos, aunque lo intentaba.
—Bien, ya que los hemos presentado — la señora Rosales prosiguió — vamos a que conozcan a nuestros pequeños inquilinos — se encaminó con rapidez hacia el pasillo.
—Por aquí… — dijo Mary emocionada, guiándonos por un pasillo hasta el área de adopción.
Alejandro me permitió pasar primero y me siguió de cerca. El veterinario caminó detrás de nosotros, pero los demás jóvenes se quedaron en la recepción; agradecí eso mentalmente, así no presenciaría las miradas de esas niñas sobre Alejandro.
—Aquí tenemos las fotos — dijo la señora llegando a un pequeño recibidor y mostrándonos un mural con fotos de todos los perritos rescatados.
—Muchos están en hogares temporales — añadió Mary — ya sabes cómo son las cosas aquí, pero varios los tenemos aquí en la fundación para cuidarlos, ¿prefieres ver las fotos o elegir de entre los que están aquí?
—Mejor elijo de los que tienes aquí — sonreí — si no tienen hogar temporal, es mejor darles uno de verdad, ¿no lo crees?
—¡Claro! — sonrió ampliamente — entonces, ven conmigo.
Abrió una segunda puerta y me hizo una seña para seguirla. Giré mi rostro para ver a Alejandro y él sonrió — te acompaño — me hizo una seña con el rostro para que siguiera caminando.
—Está bien — asentí y salí por la puerta, con Alejandro tras de mí.
La señora Rosales se quedó sentada en el escritorio del recibidor, sacando varios documentos para apresurar la adopción y el veterinario se quedó sentado en una de las sillas, ayudándola.
Al llegar, estábamos en un gran patio, muchos perritos estaban ahí, jugando; se abalanzaron sobre Mary quien los saludó emocionada. Varios de ellos se acercaron a mí y a Alejandro, buscando atención.
—Son muy cariñosos — anunció ella — y necesitan mucho amor.
—Lo sé — me puse en cuclillas y acaricié la cabeza de varios.
Alejandro se puso a acariciar a otros y jugueteó con ellos, lanzándoles algunos juguetes que algunos corrían para agarrarlos y devolvérselos, volviendo a empezar con el juego.
—Es una difícil decisión — dije con dudas — no puedo elegir…
—¿Quieres llevártelos todos? — preguntó Alex con una gran sonrisa en su rostro.
—Claro que no, son más de quince — aseguré.
—Son dieciocho — dijo Mary jugando con uno que era más pequeño que los demás — aquí podemos tener hasta veinte animalitos, nada más.
—Bien, entonces… debo elegir.
Observé el comportamiento de los perritos y jugué con ellos, por fin, elegí a cinco, tres machos y dos hembras, casi todos grandes, de año y medio a dos y medio. Alejandro estuvo de acuerdo con todas mis decisiones y al fin — traeré las correas — anunció Mary, quien me ayudó a llevarlos al recibidor.
Los cinco animalitos estaban emocionados, movían sus colas y buscaban nuestra atención.
—Me llevaré estos — sonreí a los presentes, anunciando mi decisión.
—¡Muy bien! — dijo con emoción la señora Rosales — son muy buenos animalitos.
—Todos están esterilizados — añadió el veterinario — no tienen que preocuparse por ello.
—Lo sé — añadí acariciando la cabeza de una perrita — ¿cuánto será de la cuota de recuperación? — pregunté.
Sabía que, al adoptar en esa institución, tenía que pagar la cuota de recuperación por la esterilizada de los perritos que me iba a llevar.
—No es nada — dijo la señora llenando los papeles de adopción.
—¿Por qué? — pregunté confundido
—Por qué el señor De León ya pagó por adelantado.
Giré mi rostro y observé a Alejandro con sorpresa; él sólo me guiño el ojo y sonrió.
—Bueno, entonces, les compraré plaquitas y correas, además de platos nuevos y algunas colchonetas para las casas, no creo que les agrade usar la de mis anteriores ‘hijos’, es mejor que tengan sus cosas nuevas.
—Sí, claro, es lo mejor — sonrió la señora — entonces, veamos…
—No te preocupes — la voz de Alejandro se escuchó con seguridad y tranquilidad — yo me haré responsable de todo eso — me miró de reojo — añádalo a mi cuenta, señora Rosales, por favor.
Ella asintió — por supuesto — y siguió llenando los papeles.
—¿Tu cuenta? — pregunté desconfiado.
—Hablaremos de eso luego — susurró.
—¿Con que nombres quieres que se graben las plaquitas? — preguntó Mary.
—Pues, no lo sé — sonreí — ¿qué nombres tienen?
—¡Ah!, bueno, ella — señalo a una de las perritas de color dorado — se llama ‘Nila’ y ella, señaló a la perrita de color blanco opaco — se llama ‘Luna’, fueron rescatadas al mismo tiempo y son hermanitas.
—Me gustan, esos nombres están bien para ellas, y — rasqué la oreja de uno de los perritos — estos pequeños caballeros, ¿cómo se llaman?
—Este es ‘Tobi’ — señaló a uno que tenía el pelo corto, color crema y ojos color avellana, el más grande de todos en tamaño.
—Es una cruza con labrador — habló el veterinario — por eso tiene el tamaño tan grande.
—A mí me agrada — dijo Alex acariciándolo tras las orejas, el perrito lo observó y se restregó aún más en su mano.
—Él es ‘pirata’ — Mary señaló a otro perrito — es obvio por qué el nombre — indicó con el dedo la mancha negra sobre uno de sus ojos, que contrastaba con el color blanco de todo su cuerpo, sus ojos eran azules y tenía las orejas largas.
—Es cruza de pitbull — dijo el veterinario con seguridad — pero es muy sociable, a diferencia de otros perros.
—Me imaginé por la cabeza — sonreí y me acuclille para observarlo, el perrito solo se limitó a ‘jadear’, mover la cola y recibir el cariño.
—Y finalmente — dijo Mary señalando al último — está Jack.
—¿Jack? — pregunté— ¿Por qué Jack? — el perrito era de pelo largo, tan largo que no se le notaban los ojos, era de color negro con las patitas blancas, de orejas largas y caídas.
—No lo sé — sonrió — cuando lo trajimos, una voluntaria lo cuido un par de noches y empezó a decirle Jack, así que, entendió por ese nombre y aún lo hace.
—Ya veo — sonreí — siendo así, se quedará cómo Jack.
—Entonces… — Alex me observó — ¿se quedan con sus mismos nombres?
—¡Claro que sí! — sonreí — están muy bien.
—Les grabamos las plaquitas con esos nombres, ¿quieres elegirlas? — preguntó Mary.
—Sí, tengo que ir a la tienda, ¿verdad?
—No te preocupes — aseguró — te traeré las muestras, mientras terminan de llenar los documentos.
Mary se fue por el pasillo y Alex siguió jugando los nuevos miembros de mi familia. Me senté en una silla y Pirata recargó su cabeza en mi rodilla, le seguí acariciando la cabeza mientras le ponía atención a la señora Rosales.
—Los documentos habían sido llenados un poco, cuando Mary vino en la mañana a avisarnos de sus adopciones — sonrió la mujer de cabello negro — ahora solo hay que llenar los nombres de los pequeños — pasó los documentos al veterinario para llenar datos en las hojas y cartillas que me iban a entregar.
—¿En la mañana? — pregunte intrigado, Alejandro había hecho muchas cosas ese día al parecer, giré mi rostro para hablar con él — pero…
Mary llegó con las plaquitas, interrumpiendo cualquier cosa que yo hubiese podido indagar.
—Tenemos estas, Erick — sonrió ampliamente — ¿cuáles te gustan?
Puse mi atención en las plaquitas, después hablaría con Alex. Eran varios modelos, pero me gustaron los que eran en forma de huesitos.
—Estos — señalé — para las niñas en rosa y para los niños en azul, negro y blanco — dije con emoción — el blanco para Jack, el azul para Pirata y el negro para Tobi.
Alejandro observó las placas y tomó entre sus manos una circular — ¿no te parece que éstas están mejor? — preguntó mostrándome la placa que él había agarrado.
—No — ladee mi rostro — las de huesitos son mejores — sonreí feliz — siempre me han gustado, hasta yo podría usarlas.
Alejandro levantó una ceja, observando las placas con forma de hueso y sonrió de lado, devolviendo la que había agarrado.
—Muy bien — anunció Mary — iré a que las graben.
—En un momento voy a elegir lo demás que me llevaré — anuncié.
Mary asintió y se retiró a la tienda; mientras, la señora Rosales y el veterinario me entregaban los documentos de adopción y las cartillas de mis hijos.
—Sólo tienes que firmar aquí — señaló las líneas al final de algunos documentos, firmé con rapidez y ellos me entregaron las copias y guardaron las demás — espero que todo salga bien con ellos — dijo ella.
—Si sucede algo, saben que estamos a sus órdenes — comentó el veterinario ofreciéndome la mano.
—Gracias — le tendí la mano también — no se preocupe, ya tengo experiencia con perritos adoptados — dije con seguridad.
Alejandro tomó a los niños y yo a las niñas, salimos por el pasillo hasta la tienda, donde estaban terminando de grabar la última placa.
—Aquí están las placas — Mary se acercó a mí — ¿se las ponemos?
—¡Claro! — respondí — y tengo que buscar lo demás.
—Ve a elegir las cosas — Alejandro tomó las plaquitas — yo les pongo sus identificaciones.
—De acuerdo.
Camine por la tienda eligiendo las colchonetas adecuadas para mis nuevos hijos y con detalles para identificarlas; también los platos para el agua y comida, así como algunos juguetes. Alejandro se acercó a mí, pero se detuvo en un estante dónde había tazas con detalles de la asociación; eligió un par y las llevó a la caja.
—Las tazas las pago por separado — sacó su billetera y entregó unos billetes — lo demás — señaló las cosas que yo estaba dejando de lado para llevarme — añádelo a mi cuenta.
—Sí, señor — la jovencita de la caja, sonrió emocionada.
Terminé de recoger las cosas que ocupaba y me dirigí al lado de Alejandro — creo que es todo — dije alzándome de hombros.
—Entonces, permíteme — anunció y salió por la puerta.
Un momento después, Julián y Miguel entraban, saludando de manera formal y tomando todo lo que había separado para llevarlos al automóvil.
—¿Cómo nos llevaremos a los niños? — pregunté contrariado.
Íbamos en un auto y ellos eran cinco, iríamos algo apretados.
—No te preocupes, ya lo había previsto — aseguró Alejandro — ¿nos vamos?
—Sí…
Sujetamos a mis hijos por sus correas, nos despedimos de las personas de la fundación y salimos por la puerta. Julián y Miguel estaban con otro hombre, a un lado de una camioneta negra; de la misma, salieron un par de sujetos más.
—Ellos llevaran a los ‘niños’ a la casa — Alejandro les entregó las puntas de las correas y los hombres subieron a los perritos a la camioneta.
—De… de acuerdo — dudé, no me agradaba que los niños se fueran en otro auto, pero ciertamente, era lo suficientemente grande para transportarlos sin problemas.
Entregué a las niñas y me despedí de ellos por ese momento, sintiéndome inquieto por la situación, a sabiendas que era lo mejor; nos subimos al otro vehículo y nos encaminamos a la casa.
—¿Cual cuenta? — por fin podía preguntar con más libertad.
—Les hice una donación grande — explicó Alejandro mientras se aflojaba la corbata — además, dejé una cuenta con fondos, para que se usaran ahora que viniéramos por tus ‘hijos’ y lo que quedara, fuera tomado como donación.
—¿Qué tan grande fue la donación? — pregunté intrigado, no me gustaba que Alejandro gastara tanto en mí, no sabía qué tanto dinero podía tener, pero yo también podía costear ese tipo de gastos.
—Eso no importa — se acercó a mí y besó mis labios.
—Es que… — suspiré — no quiero que gastes en mi — señalé mientras acariciaba su rostro — es demasiado…
—Daría cualquier cosa por verte sonreír… — me besó para acallar mi réplica — cualquier cosa — repitió.
Esas simples palabras me hicieron sonrojar, Alejandro era demasiado espléndido, siempre lo había sido; cuando estábamos en la escuela, también me compraba cosas, aunque no tan caras, pues no tenía tanto dinero a la mano, ya que dependía de sus padres igual que yo, pero ahora, parecía ser dueño del mundo.
* * *
Al acercarnos a mi hogar, el automóvil se detuvo a algunas calles de distancia.
—¿Qué pasa? — pregunté extrañado.
—Cierra los ojos — ordenó.
—¿Por qué?
—Es una sorpresa, ciérralos — insistió.
Suspiré y los cerré. Sentí una extraña suavidad en mi rostro y mis manos se movieron para saber qué era; una tela suave ahora estaba cubriendo mis ojos.
—¿Para esto querías que los cerrara? — pregunté sarcástico.
—No confío en ti — se excusó — eres muy curioso.
Sonreí. Tenía razón, hubiera abierto los ojos antes de que él me lo permitiera, aunque eso conllevara un castigo después. El automóvil se puso en marcha nuevamente y después se detuvo, a lo que supuse que habíamos llegado a mi casa. Alejandro se bajó del automóvil por una puerta y fue a la otra para sujetarme de la mano y que pudiera bajar con seguridad.
—Sígueme, cuidado con la banqueta…
—¿A dónde?
Era extraño tener caminar a ciegas, pero Alejandro me iba dando indicaciones, aunque no parecía querer llevarme a mi casa, al contrario, me estaba alejando de ella.
—¿Estás listo?
—No sé — negué — ¿listo para qué?
Retiró la venda de mis ojos — ábrelos — indicó y yo lo obedecí.
Lo que tenía frente a mí me impactó.
Mi casa estaba completamente decorada; había luces, muñecos inflables, detalles y demás cosas navideñas. Por el ventanal del comedor se observaba un árbol de navidad, en la puerta principal una enorme corona la cual reconocía, era una de las que mi esposa había hecho cuando aún estaba viva, pero había sido arreglada; tanto el jardín cómo la terraza y el techo tenían adornos gigantes, alusivos a Santa Claus, muñecos de nieve y renos.
—Pero… — me quedé sin palabras
—¿No te gusta? — el rostro de Alejandro denotó desconcierto.
—Es que… yo…
—Ven — me agarró de la mano, guiándome a la casa.
Yo aún estaba aturdido por cómo se miraba mi hogar; tenía dos años que no lo había arreglado para navidad y ahora, se miraba mucho mejor de lo que podía recordar en años anteriores.
Entramos mientras sus hombres bajaban a mis hijos para meterlos a la casa, junto con las cosas; los perritos empezaron a olisquear por todos lados, reconociendo su nuevo hogar y algunos, acercarse a la chimenea. Afuera hacía frío, había alerta de posibles nevadas los próximos días.
Al entrar, la casa estaba llena de adornos, en la chimenea colgaban botas y había muchos detalles más encima, incluyendo globos de nieve; algunos adornos los reconocía, otros eran completamente nuevos. Cortinas, cortineros, incluso la mesa de centro de la sala tenían adornos; la mesa del comedor estaba cubierta por un mantel que mi esposa había hecho y en el centro un adorno grande de nochebuenas naturales. Las escaleras también estaban adornadas, pero lo más impactante era el árbol de navidad. Ahora comprendía por que al entrar a casa me había dado olor a pino; el árbol era natural y estaba enorme, llegaba casi hasta el techo de mi casa y en la punta, una enorme estrella de cristal lo coronaba.
—¿Te gusta? — la voz de Alejandro sonaba preocupada.
—Yo… yo… — ¿qué podía decirle? No tenía palabras para ello — ¿cómo…?
—La señora Josefina me ayudó — suspiró cansado — pero tal parece que no te gustó.
Parpadee confundido, ahora entendía porque había adornos de mi esposa, pero aun así, la casa estaba mucho más y mejor adornada, que cuando ella y yo la decorábamos.
—¿Lo hiciste en toda la casa? — pregunté con asombro.
—Sí — respondió con naturalidad.
—¿Mi habitación? ¿El sótano? — seguí preguntando con susto — ¿mi estudio?
—Todo — ladeó el rostro — toda tu casa está decorada.
Iba a decir algo cuando una voz nos interrumpió.
—Señor, ¿dónde dejamos esto? — Julián estaba con algunas cosas en brazos y tras él, había otros tres hombres; mis nuevos hijos estaban aún recorriendo gran parte de la casa.
—Erick… — Alex me indicó con el rostro que les respondiera.
—Ah… en… — llevé mi mano a mi cabeza, tratando de pensar — en el patio trasero — anuncié — ahí están las casas para poner las colchonetas y — señalé el fregadero — hay que darles de comer y agua… por favor…
—Hagan lo que dice — dijo Alejandro con seriedad.
Ellos se encaminaron a la puerta trasera y yo, sin pensar, sujeté a Alejandro de la mano y lo jalé con fuerza.
—¿Qué pasa? — preguntó confundido, pero no respondí.
Lo guié de esa manera a las escaleras, subiendo con rapidez al siguiente piso y guiándolo a la habitación. Lo hice pasar y lo solté para girarme, encender la luz y cerrar la puerta.
—¿Por qué lo hiciste? — pregunté con seriedad recargando mi frente a la puerta, para no voltear a verlo.
—¿Te molestó? — su voz sonaba tranquila — pensé que…
—No tenías que hacerlo… — interrumpí aún sin alejarme de la puerta.
—Lo sé… — él se giró quitándose la gabardina — pero pensé que te gustaría, siempre me dijiste que te gustaba navidad por ser tu cumpleaños.
No dije nada, me moví con rapidez, lo sujeté del brazo y lo hice girar para que quedara frente a mí; pasé mis manos por su cuello y lo besé. Él estaba sorprendido por mi reacción, pero yo seguí besándolo, aunque no me detuve ahí; bajé mis manos con desespero desabrochando su saco y camisa.
—Gracias… — susurré contra sus labios cuando me alejé de él para tomar algo de aire.
Alejandro sonrió y sus manos se movieron diestras, empezando a quitar mi ropa — de nada… — respondió y después, él tomó el control de la situación, besándome con más fuerza.
En medio de besos y movimientos rápidos, ambos nos desnudamos y caímos sobre la cama, Alejandro encima de mí, besándome de manera posesiva; yo no puse nada de resistencia y correspondí a sus caricias completamente. Cuando él estaba acariciando mi sexo lo empujé para que quedara contra la cama.
—Yo lo haré — aseguré y él sonrió complacido.
Me coloqué sobre Alex, besándolo con pasión, para después bajar por su cuerpo, prodigando caricias, besos y lamidas en su piel, acariciando suavemente con mis manos, venerándolo con cada roce que le daba; al llegar a su sexo, lo acaricie con deseo, después lo introduje en mi boca y empecé a succionarlo de manera desesperada. Alejandro gemía roncamente y con sus manos, me obligaba a llevar su hombría hasta el fondo de mi garganta, consiguiendo que me ahogara varias veces, debido a eso algunas lágrimas escaparon de mis ojos, pero no me importó, yo estaba encantado de saber que Alejandro hacía todo por verme feliz y yo lo complacería de la misma manera.
—Erick — me llamó con voz ronca — ven…
Me alejé de su entrepierna y me acerqué a él para besarlo de nuevo — ¿qué pasa? — pregunté suavemente.
—No quiero terminar aún — respondió — y lo estás haciendo demasiado bien como para contenerme por más tiempo…
Sonreí ilusionado, eso para mí era un halago — está bien — lamí sus labios — pero voy a premiarte por todo lo que has hecho el día de hoy — volví a moverme, colocando mis manos en su abdomen y acomodándome sobre su sexo, moví mi cadera para que la punta de su miembro quedara en mi entrada — sé que esto te gusta — mordí mi labio de manera pícara y de un movimiento, lo hice entrar en mi interior.
Ambos gemimos; yo quedé completamente empalado y él encajó sus uñas en mis piernas. Yo me encontraba respirando con dificultad, tratando de controlar la emoción que me había invadido al sentirlo; a pesar de todo, me había gustado hacer eso y Alex parecía disfrutarlo también.
No tuvo que decir nada, pues yo empecé a moverme, primero lento y después con más fuerza. Él llevó una de sus manos a acariciar mi miembro erecto, rozando con fuerza y estimulando desde la punta a la base; mis gemidos aumentaron de volumen y mis movimientos se hicieron más rápidos y desesperados, tratando de imitar los movimientos salvajes, que Alex conseguía cuando me penetraba.
Alejandro alejó su mano de mí y se incorporó hasta quedar sentado; me moví para acomodar mis piernas y enredarlas en su cintura. Él colocó las manos en mis nalgas y marcó un nuevo ritmo, mientras yo ahogaba mis gemidos contra su hombro.
—Gime, Erick… — ordenó — quiero escucharte…
Me alejé de su hombro y dejé que mis gemidos salieran libres desde mi garganta. En medio de mi excitación lo nombraba, pedía más, suplicaba porque me siguiera poseyendo con fuerza y él pareció escuchar mis ruegos; pasó las manos por mi espalda y se movió hasta dejarme contra el colchón. Me aferré desesperado a su cuello y me moví, buscando sus labios; le ofrecí sin pudor mi cuerpo y dejé que me penetrara como le satisficiera. Yo solo quería que él me poseyera como me había prometido en la mañana, quería ser suyo completamente.
El tiempo para mí se detuvo, yo estaba punto de llegar al orgasmo cuando él apresó mi sexo en la base. Sentí que me dolía, pero un estremecimiento me recorrió, cimbrando mi cuerpo y obligándome a gemir con fuerza; estaba llegando al clímax sin eyacular. Varias lágrimas escaparon de mis ojos y mi grito, mitad gemido, diciendo su nombre, retumbó en la habitación.
Alejandro detuvo sus movimientos y se alejó un poco de mí.
—¿Te gustó, ‘conejo’? — preguntó cínico — aunque, aún podemos seguir mucho más — recorrió la extensión de mi sexo con su dedo medio — sigues duro — susurró cerca de mi oreja, mordisqueó mi cuello y dejó algunas marcas típicas de él.
No podía responderle, mi boca estaba seca y mi respiración era agitada; mi cuerpo aún se estremecía por la sensación, así que, Alex, solo salió de mi interior y me colocó boca abajo.
—Alex… — apenas un hilo de voz en forma de reproche, el roce de las sabanas y el colchón en mi sexo me hizo estremecer, consiguiendo que mi piel se erizara por las sensaciones.
Alejandro empezó a repartir caricias suaves y besos húmedos en mi espalda, parecía guiarse por los gemidos que dejaba escapar contra una almohada; su cuerpo masculino, desnudo y fuerte estaba sobre mí, sentía sus dientes morder mi cuello y sus manos moverse a mis costados con desespero, me estaba volviendo loco ante todas las emociones que provocaba en mí, sabía cómo tratarme.
—Alex… — susurré con ansiedad.
Él levantó el rostro y sonrió satisfecho al escuchar su nombre en ese tono necesitado. Se acomodó entre mis piernas después de separar mis muslos con sus manos, colocó sus brazos a los lados de mi cabeza para apoyarse y me penetró nuevamente.
El ritmo que marcó fue rápido, con embestidas fuertes, llegando a lo más profundo; mientras yo me aferraba a las sabanas con desespero, mi cuerpo se rendía ante Alex, arqueándome y levantando mi cadera para hacerle más fácil la intrusión en mí.
— Alex… Alex… — mi respiración entrecortada seguía el compás de sus embestidas.
Notó que mi cuerpo respondía a sus caricias como él esperaba y volvió a besar mi espalda; entrelazó sus dedos con los míos y cambió el ritmo con el que se movía en mi interior. El movimiento y la forma de hacerlo eran diferentes; más lentos, pero más profundo, salía y entraba con tranquilidad, consiguiendo que sintiera toda su piel sudorosa en mi espalda y su cabello rozar mi nuca.
Entrecerré mis ojos dejándome llevar, apretando lo que podía el agarre de su mano con las mías. Mis gemidos se escuchaban entrecortados y terminaron siendo acallados por la almohada, cuando me moví, quedando completamente boca abajo; una fuerte mordida en mi hombro me hizo levantar mi rostro de nuevo y gritar.
—No te escondas, ‘conejo’ — susurró en mi oído, soltó una de mis manos y de un tirón jaló la almohada, alejándola de mí y lanzándola lejos de la cama — grita, llora, gime para mí… — ordenó divertido.
Asentí ante sus palabras y me obligué a no callar, ni siquiera ocultaba las lágrimas de placer que me producía sentirlo dentro de mí.
—Voy… voy… — estaba a punto de correrme cuando él se alejó de mi — Alex… — lo llamé con necesidad — vuelve…
Volvió a girarme, tomándome por las piernas y dejándome de frente a él — ¿vas a terminar? — preguntó con malicia — entonces, hagamos que lo disfrutes más…
Acercó su rostro a mi sexo y empezó a prodigarle caricias con su lengua.
—¡Alex! — grité con deseo su nombre, era bueno, demasiado bueno en sus atenciones.
Moví mis brazos desesperado, buscando un lugar a donde aferrarme, pues no encontraba una manera de liberar mis emociones; yo también sudaba, mi cuerpo ardía, sentía que la habitación estaba ardiendo y Alejandro no ayudaba a calmar ese calor, al contrario, avivaba las llamas sin preocuparse por nada más. No tardé mucho en llegar al orgasmo nuevamente, pero esta vez, sí eyaculé; la sensación fue mucho mayor que cualquier otro orgasmo que había tenido en mi vida.
Él se alejó de mí; alcancé a distinguirlo aún con mis ojos llorosos, se relamió los labios, pasó los dedos por su barbilla, que tenía rastros de mi semen y los lamió sensualmente.
—Delicioso… — aseguró — pero ahora, es mi turno — sonrió de lado y volvió a recostarse sobre mí, entrando de nuevo a mi interior, ahora con un poco más de dificultad — estrecho nuevamente… eso me gusta… — susurró contra mi oído.
Ese tipo de palabras, siempre lograban avergonzarme, pero en ese punto, ya no me importaba; cualquier cosa que Alejandro dijera o me hiciera, en ese momento, yo acataría sus palabras como si fuese un Dios quien las dijera.
Él aumentó la rapidez de sus embestidas, logrando llenar mi interior completamente y permitiendo que mi cuerpo le respondiera con las pocas fuerzas que me quedaban.
—¿Quieres que termine? — preguntó con burla en el tono de su voz.
Asentí pero no dije nada, no podía hablar, mi cerebro no trabajaba correctamente para lograr que articulara alguna palabra coherente, aparte de su nombre.
—¡Dilo! — ordenó y arremetió con fuerza quedándose en el fondo sin moverse.
—Alex… — mi voz se quebró — por favor… por favor… — supliqué, tratando de pensar la palabra adecuada para complacer sus peticiones sin lograr dar con ella — lléname… — dije con desespero y lágrimas en mis ojos.
—Buen ‘conejo’ — sonrió y volvió a moverse.
Unos cuantos movimientos más y yo no pude evitar que mi cuerpo se estremeciera, debido al roce en mi interior, de ese lugar exacto que me elevaba a las nubes, logrando que mi cuerpo se contrajera apresando su miembro con insistencia. En un instante él liberó su esencia en mí; las palpitaciones de su miembro dentro de mí, eran exquisitas, podía sentir toda su extensión, liberando ese líquido viscoso y caliente que rápidamente inundaba mis entrañas, llenándome de un placer inimaginable.
Al terminar, quedó recostado sobre mí, respirando agitado; acarició mi rostro y mis labios con sus manos — hermoso… — susurró en mi oído — y delicioso… — terminó mientras se incorporaba para rozar sus labios con los míos sin profundizar el beso.
—Mucho… — respondí con una sonrisa y mis manos se movieron hasta enredarse en su sedoso cabello, ahondando la caricia — Alex… — susurré, él se quedó inmóvil observando mis ojos — te amo…
Por primera vez, que yo pudiera recordar, el rostro de Alejandro se tornó con un leve color carmesí; no dijo nada, ni tampoco su expresión cambió, parecía haberlo sorprendido en ese momento. Me sentí nervioso, quizá lo había molestado o simplemente no era lo que esperaba escuchar.
—Lo sien…
Sus labios detuvieron mis palabras, me besó con exigencia, introduciendo su lengua, presionando mi cuerpo contra la cama, con pasión, con emoción, con lujuria; terminó mordiendo mi labio inferior y sentí unas ligeras punzadas en él, cuándo Alejandro se alejó.
Me observó, su rostro volvía a ser el de antes, con ese brillo de altivez y su sonrisa seductora — ya lo sé — afirmó — y yo también te amo, pequeño ‘conejo’ — terminó besando mi frente.
Mi rostro ardió, era tan natural, tan dulce, tan diferente; Alejandro se estaba convirtiendo en lo más importante en mi vida, justo cómo había sucedido años atrás.
Salió de mi interior, me abrazó y se movió, llevándome con él, quedé recostado sobre su hombro. Acaricié su pecho y suspiré cansado.
—Estuviste maravilloso… — dijo con calma y acarició mi espalda con su brazo — me sorprendió al principio — dejó escapar una risa divertida — pero he de admitir, que me gustó que tomaras la iniciativa de esa manera.
Mi rostro ardió y me moví para ocultarlo contra su piel, mi cabello siguió mi movimiento, cubriéndome aún más. No dije nada, mordí mi labio inferior; en realidad, yo también me había sorprendido de mí mismo, pero me gustaba comportarme de esa manera al lado de Alejandro.
—¿Quieres descansar? — preguntó mientras se movía para quedar de costado a la cama y frente a mí.
—Un momento nada mas — dije en un susurro.
Ciertamente estaba cansado, pero también tenía algo de hambre y quería pasar tiempo con mis nuevos hijos.
Alejandro me abrazó, besó mi cabello y me acercó aún más a él; mi rostro quedó en su pecho y me perdí en la fragancia de su perfume, disfrutando su calidez, su suave piel y escuchar los latidos de su corazón. Cerré mis ojos y no supe más de mí.
* * *
—Erick… — un susurro en mi oído me hizo removerme en medio de las cobijas — despierta, tienes que cenar…
Entreabrí mis ojos y Alejandro estaba sentado en la orilla de la cama, con su pantalón de dormir y una camiseta negra manga larga. Sonrió de lado al ver cómo me volvía a cubrir con la cobija, haciéndome un ovillo, acarició mi cabello e insistió — debes levantarte — aseguró y me quitó las cobijas de encima — si no cenas, la señora Josefina se enojará conmigo.
—Está bien — bostecé — ya voy — anuncié y estiré mi cuerpo para desperezarme — ¿cuánto dormí?
—Te dejé dormir hora y media — respondió yendo al vestidor para volver con una caja en sus manos — ahora, vístete.
—¿Qué es esto? — pregunté al ver que dejaba la caja a mi lado, en la cama.
—Tu nueva ropa para dormir — me miró de reojo — te dije que haríamos algo al respecto.
Abrí la caja y dentro había un conjunto de algodón, un pantalón holgado y una camiseta en color azul marino, manga larga también.
—¿Quieres que me ponga esto? — lo sujeté en mis manos, confundido — no se ve tan diferente a lo que uso.
Alejandro se acercó a mí, se sostuvo con su rodilla en la cama, puso su mano en mi nuca y me acercó a él para besarme — es menos infantil — dijo cuándo se alejó — y además, no quiero que te lo pongas — sonrió perversamente — solo quiero divertirme quitándotelo.
Depositó otro beso fugaz en mis labios antes de alejarse y me hizo sonreír — está bien — ladee mi rostro — te complaceré.
Me puse de pie, estaba desnudo y cuando me iba a colocar el pantalón, las manos de Alejandro se posaron en mi cadera, desde atrás — me gusta esta vista — se relamió los labios — te ves hermosamente sexy… — mi rostro ardió al sentir su pecho contra mi espalda mientras depositaba besos en mis hombros — no quiero alejarme de ti, Erick — me estremecí ante su tacto, pues sus manos empezaron a recorrer mi pecho, obligándome a dejar escapar unos suspiros — pero, — se alejó con rapidez — debes cenar — acotó caminando a la puerta de la habitación — te espero abajo — finalizó y cerró la puerta.
Yo me quedé de pie, estático como una estatua, sonrojado, agitado y con mi corazón latiendo a mil por hora; era obvio que Alejandro podía lograr que me excitara en un instante con simples caricias y palabras. Moví mi rostro para desaturdirme y me vestí con rapidez. Me coloqué mis pantuflas y me dirigí a las escaleras.
Escuché ladridos y la voz de Alex.
—Tranquilos, tranquilos, hay para todos…
Llegué hasta la planta baja y Pirata fue el primero en ir a saludarme al pie de la escalera, buscando mi cariño, los demás lo siguieron, excepto Nila y Luna, quienes se quedaron con Alejandro.
—Hasta mis hijas caen rendidas ante tus encantos — dije con un tinte de celos en mi voz, recordando lo sucedido en la tarde con las chicas en la asociación — ¿qué pasó pequeños? — pregunté a mis hijos, acariciando sus orejas y sonreí — ¿han pasado un buen día?
—¿Celoso? — preguntó Alejandro un tanto divertido — ellos han estado bien, Miguel y Julián se han encargado de cuidarlos todo este tiempo.
—Gracias — sonreí y caminé al comedor, ahora, los cinco estaban tras de mi — tengo que enseñarles trucos.
—Erick… — levanté la vista para ver a Alejandro cuando me llamó — tuvimos que bajar la casa para mascotas que tenías en el patio de lavado — dijo con calma — faltaba una y me alegro que tuvieras una guardada.
—Lo siento… — sonreí apenado.
Alejandro no dijo nada más y siguió con su trabajo en la cocina, yo me senté en una silla, acariciando a mis hijos y observando mi casa; la decoración y la alegría que denotaba, me hacían sentir bien, pues incluso en las paredes había guirnaldas colgadas, algunos muérdagos y piñas de pino.
—Quedó muy bonito… — comenté, fijando mis ojos en la estrella del árbol.
—¿Qué cosa? — Alex ya llegaba con los platos de comida.
—La decoración — dejé de acariciar a mis hijos y caminé a la cocina a lavar mis manos — me gustó en verdad…
Mientras aún estaba lavando mis manos, Alejandro me abrazó por detrás y susurró contra mi oreja — entonces estoy satisfecho — se alejó y caminó en busca de la jarra de agua.
Yo regresé a la mesa con un sonrojo en mi rostro. Me senté en la silla que había ocupado unos momentos antes y sin querer bostecé, mientras Alex llegaba a la mesa nuevamente, pero esta vez, para sentarse a mi lado.
—¿Cansado? — pregunto con seriedad.
—Un poco — me alcé de hombros — pero no pasa nada, solo necesito dormir.
—Entonces, hoy te dejaré dormir — añadió mientras comía — además, mañana tenemos un compromiso.
—¿Mañana? — levanté una ceja extrañado — pero la inauguración de tu hotel es el viernes.
—Sí lo sé, pero — sonrió de lado y me observó de reojo con picardía — iremos a un ‘Table Dance’, con tus amigos.
La cuchara se quedó a medio camino — ¡¿estás loco?! — pregunté con verdadero asombro — ¿cómo se te ocurre seguirle el juego a Víctor?
—Vamos… — rió divertido ante mi reacción — no va a pasar nada, solo iremos, rentaremos unos privados para cada uno y ya…
—¿Y eso para ti es no pasar nada? — negué molesto, imaginar siquiera que Alejandro estaría con alguna mujer me molestaba — yo no pienso ir.
—¡Irás! — sentenció — vas a ir y pondrás tu mejor cara.
—No, no voy a ir — aseguré con seriedad — yo no pienso meterme con ninguna prostituta, sólo para guardar las apariencias, frente a mis amigos.
—Ya veo — bebió de su agua y siguió comiendo, después de un rato, cuando calculó que se me había bajado un poco el enojo, volvió a hablar — pero no tienes que meterte con una prostituta, solo fingirlo — dijo con seguridad.
—Alex, ¡por favor! — dejé los cubiertos en la mesa, sus palabras me hicieron enojar más — yo puedo fingirlo, pero, ¿tú? — reproché — estoy seguro que disfrutaras a la mejor mujer del lugar.
Alejandro tenía un gesto divertido ante mis reacciones, eso me incomodaba; él se jactaba de que había estado con muchas mujeres y hombres, y aunque yo también había estado con algunas mujeres, ahora, después de los días que había estado con él, me parecía imposible siquiera pensar en pasar un rato con una mujer, especialmente porque a mí me gustaba que Alejandro me poseyera.
Apreté mi mandíbula y ladee el rostro para no verlo. Sentí una caricia suave en mi rostro, la cual, me obligó a girar, para poder verlo a los ojos; su verde mirar estaba posado directamente sobre mis ojos y habló con seriedad.
—No estaré con alguien más, tienes mi palabra, pero tenemos que ir — dijo lentamente — estando ahí, podemos fingir que entramos con alguna mujer, pero no tiene que pasar nada.
Suspiré cansado, sus palabras, su voz, su rostro tranquilo y su mirada serena me hicieron caer ante él — está bien — moví mi mano para acariciar la suya — pero, no quiero que te metas con nadie más mientras estás conmigo — pedí.
Estaba siendo egoísta, lo sabía, pero mientras Alejandro estuviera cerca de mí, no quería compartirlo con nadie, no sabía cuánto tiempo iba a durar, pero quería, al menos esos días, pensar que podíamos llevar una relación sana y segura.
Él sonrió satisfecho — sigues siendo celoso — aseguró — pero puedes estar seguro que, no estaré con nadie más, mientras tú seas mío.
Moví mi rostro para profundizar su caricia y suspiré — sólo seré tuyo, de ahora en adelante — prometí.
* * *
- - - - -
El despertador sonó.
Moví mi mano y lo apague con rapidez. Me sentía cansado, adolorido y aún con mucho sueño, pero sabía que tenía que ir a trabajar, así que encendí la lámpara que estaba en el buró y me senté en la cama, pasando mis manos por mi rostro; bostecé y troné mi cuello con un simple movimiento de mi cabeza, para sentir alivio en mis músculos.
—No tienes que ir tan temprano… — la voz de Alejandro me sobresaltó, él pasó su mano por mi costado, acarició mi pecho y besó uno de mis hombros — ¿te asusté?
—Sí… — titubee — es que, no me acostumbro a despertar con alguien más, de nuevo…
—Tendremos que hacer algo con eso — aseguró — pero lo repito, no tienes que ir tan temprano.
—Alex… — me giré y lo besé en los labios con devoción — no quiero que discutamos mi rutina, por favor — pedí con delicadeza, ya había aceptado hacer lo que él quería, por lo menos que me permitiera seguir haciendo las cosas de mi trabajo, a mi modo.
—Está bien… — sonrió — pero, tómate un tiempo para rasurarte hoy — indicó mientras rozaba con sus dedos mi barbilla.
Asentí y me puse de pie, yendo al cuarto de baño. Me quedé frente al espejo que estaba sobre el lavamanos y después de lavar mi rostro para quitarme un poco el sueño, me rasuré con calma, no me gustaba hacerlo con prisa, porque terminaba cortándome. Después de eso, me encaminé a la regadera y tomé una ducha rápida; alcancé a escuchar la voz de una mujer en la habitación y sabía que Alejandro estaba viendo la televisión.
Salí al vestidor y me cambié, colocándome un traje gris; me peiné sin mucho esfuerzo y después salí del baño. El televisor tenía el canal del noticiero matutino, Alejandro estaba en la cama, anotando algunas cosas en una pequeña libreta; tenía sus lentes puestos y al pensar lo guapo que se miraba de esa manera, me ruboricé.
—¿Qué haces? — pregunté con una sonrisa nerviosa, tratando de no denotar ese sentimiento que me envolvió al verlo.
—Tengo que anotar algunas cosas de las finanzas — respondió con seriedad — tendré que ponerme en contacto con mi contador y algunas otras personas hoy… — levantó su vista y me observó de pies a cabeza — te ves muy bien — ladeó el rostro — espero que te vistas así para mí y no para alguien más de tu oficina.
—No estoy esforzándome — me defendí — son los trajes que siempre uso, ¿desayunarás conmigo? — indagué mientras me acercaba a la cama.
Alejandro sonrió de lado, se quitó los lentes y los dejó en el buró junto con su libreta; se puso de pie y caminó hacia mí, me abrazó y besó mis labios, mordisqueando el inferior.
—¿Ni siquiera te esfuerzas por mí? — preguntó con un tono de deseo.
—Alex… — susurré — por ti… por ti haría lo que fuera… — aseguré y pasé mis manos por su nuca buscando un beso más profundo.
Él me correspondió con pasión, consiguiendo que mi cuerpo se ondulara de manera automática, para restregarme contra él.
Alex se alejó de mis labios y fue a mordisquear mi oreja con insistencia — si seguimos… — susurró — no te dejaré ir al trabajo, ‘conejo’…
Quería decir “no me importa, tómame”, pero mi mente logró sobreponerse, obligándome a alejarlo con lentitud — vamos… — carraspee para que mi voz se escuchara — vamos a desayunar…
—Está bien — respondió y me abrazó por detrás cuando me giré para ir a la puerta — pero esta noche, serás mío — sentenció, aferrando sus manos a mi cadera, logrando que me sonrojara.
Bajamos las escaleras y tomé un desayuno ligero que consistía en cereal, pan tostado y por supuesto, mi café. Alejandro se quedó terminando su desayuno mientras yo subí a lavar mis dientes, además de recoger mi celular; al bajar, él ya estaba en la sala viendo la televisión.
—Ya me voy — anuncié mientras tomaba mi gabardina para salir.
Alejandro se puso de pie, caminó hacia mí y me besó a modo de despedida — iré por ti en la tarde — aseguró.
Asentí y abrí la puerta para salir de casa. Alex me siguió; sus guardaespaldas ya habían salido a la calle y el auto estaba afuera, encendido. Salí por la puerta de acero y Alejandro la cerró tras de mí. Los hombres de Alex abrieron la puerta del auto y me permitieron subir, después de saludarme respetuosamente.
Durante el trayecto, ninguno de ellos habló, más que para pedir indicaciones de cómo llegar a mí trabajo.
* * *
Llegué a mi destino y todo estuvo normal; recibí los datos de EUA y Lucía platicó conmigo sobre su declaración. Mis subordinados y algunas personas de diferentes departamentos, enteradas de lo sucedido, obviamente por las noticias, me buscaron para preguntar cómo me encontraba, así como para darme su apoyo moral ante la situación; agradecí que no indagaran más de lo necesario, pues no tenía ganas de dar explicaciones o ahondar en el tema. A la hora de comida, fui al comedor, ahí también, muchos se acercaron a saludarme y además, algunos altos ejecutivos me preguntaban por Alejandro.
Cuando volví de comer, sólo quería olvidarme de lo sucedido, pero para mi desgracia, una llamada telefónica me hizo recordar que, aunque quisiera, no podría hacerlo. Mi madre me marcó a mi trabajo, por qué, según ella, no podía contactarme en mi casa y yo, no tenía la más mínima decencia en marcarle para explicarle lo sucedido; también, me llevé el sermón por no informarle de mi vida y por la manera tan injusta de cómo tenía que enterarse de lo que me había ocurrido, por medio de las noticias. Traté de llevar la conversación en buenos términos, pero al momento que me pasó a mi hermano mayor para que me diera otro regaño, tuve que discutir con ambos y fue muy desagradable cómo termino el asunto; aunque debía estar acostumbrado, pues nunca quedábamos en buenos términos, era frustrante y cansado para mí, que quisieran tratarme como si fuese un chiquillo. Fue un día algo pesado a mi parecer, pero agradecí no tener que quedarme más tiempo del necesario.
A las cinco en punto, bajé a la planta baja del edifico. El elevador iba lleno de todas las personas que salíamos a esa hora; casi nunca los encontraba por lo mismo que, siempre me quedaba más tiempo. Me encaminé al estacionamiento y el automóvil de Alejandro ya estaba ahí; uno de sus hombres me abrió la puerta cuando estuve cerca y entré en el asiento trasero.
—Buenas tardes — saludé.
Alex me miró de reojo y sonrió — buenas tardes — dijo con seriedad.
No quise decir nada, pero era extraño que fuera tan seco al recibirme, así que, me quedé en silencio. El auto se puso en marcha y salimos del edificio; apenas tomamos la calle principal, sentí su mano en mi nuca, jalándome hacia él, para besarme.
—Te extrañé… — susurró al separarse con lentitud de mí.
—Yo… también… — me había sorprendido, debido a que cuando lo saludé momentos antes, incluso pensé que estaba enojado por algo — ¿por qué…?
—Bueno, pensé que te incomodaría que te besara en tu trabajo — ladeó el rostro — había mucha gente alrededor y muchos tenían su atención en el auto — golpeó con un dedo el cristal — a pesar del polarizado, pudieron notar algo con la luz encendida — aseguró, señalando el foco del automóvil que encendía al abrir una puerta.
Asentí agradecido de que tomara tantas consideraciones conmigo, especialmente porque no sabía cómo tomarían las personas, que ahora tenía una relación homosexual, después de haber estado casado y en el fondo, eso me inquietaba.
—Iremos… ¿iremos a la perrera? — pregunté nervioso.
—No exactamente — sonrió de lado — hoy hablé con una joven, Mary Pacheco, ¿te suena el nombre?
—Sí — respondí — es una persona de una sociedad protectora de animales, normalmente se comunica conmigo cuando necesita un hogar temporal urgente…
—Bueno, llegamos a un acuerdo y hoy mismo puedes elegir a 4 o 5 animalitos que estén buscando hogar…
—Pero, los papeles y el tiempo de…
—Eso no importa — negó — ella y yo hicimos un trato, así que no necesitas esperar mucho, vamos a que los escojas en este momento.
—Pero, Alex… — suspiré — no se me da elegir mascotas, siempre quiero llevármelos todos…
—Pues si eso quieres, nos los llevamos a todos — soltó una carcajada.
—No bromees — lo miré con molestia — es difícil ver los ojos de los animalitos y decir ‘no puedo’.
—Vamos, yo te ayudaré — acarició mi rostro con el dorso de su mano — y nos llevaremos todos los que quieras, así tenga que comprar una propiedad para ti y que puedas tenerlos con comodidad.
La forma tan seria en la que habló me hizo sonrojar, ¿en serio era capaz de hacer cualquier cosa por mí? No sabía cómo reaccionar ante ello.
—Gracias, pero… — tomé entre mis manos la suya — no es necesario…
Él movió su mano y la pasó por mis hombros para moverme y que me recargara contra él; percibí la fragancia varonil e inconfundible de su perfume, cerré mis ojos y me dejé llevar por el momento, sintiéndome feliz.
—Pero antes de eso — su voz tenía un tinte serio cuando habló — debemos ir a otro compromiso.
—¿Cuál? — pregunté aún en medio de mi ensueño.
—Debes firmar tu declaración… ¿no lo recuerdas?
—Mmmh — hice un mohín de disgusto, realmente quería olvidar ese asunto y dejarlo por la paz, pero ciertamente, debía ir a firmar, aunque ya era tarde — ¿no está cerrado el ministerio a esta hora? — pregunté, tratando de denotar que no quería ir.
—Debería… — sentí la mano de Alejandro en mi rostro — pero están esperando tu firma, así que mejor vamos de una vez, para que los licenciados puedan retirarse con rapidez.
—Está bien — susurré.
Ninguno de los dos siguió hablando, yo, porque quería descansar, él, no tenía idea, pero suponía que estaría pensando en sus asuntos
* * *
Llegamos al ministerio público y había más gente que el día anterior, aunque, debido a que los reporteros no estaban al tanto de mi visita, ellos no se encontraban en los alrededores. De nueva cuenta, en el lugar se encontraba otro auto con varios hombres vestidos de negro; bajamos del automóvil y caminamos al interior, rodeados de ellos. Al entrar, la joven recepcionista nos hizo pasar, sin mucho preámbulo, a un despacho diferente al que había entrado el día anterior.
Dentro del lugar, se encontraba el licenciado Menchaca; al vernos, se puso de pie con rapidez, acomodando su saco y se encaminó primero hacia Alejandro.
—Señor De León, muy buenas tardes, bienvenido.
Alejandro lo miró con fría seriedad — buenas tardes — respondió sin un ápice de emoción.
—Buenas tardes, señor Salazar — el hombre me ofreció la mano con una sonrisa nerviosa — pasen por favor, siéntense, los papeles ya están listos…
—Buenas tardes — respondí con una ligera sonrisa para que no se preocupara tanto.
Alejandro y yo nos sentamos frente al escritorio, mientras el licenciado colocaba los papeles, dentro de un folder, frente a mí.
—Tome — me entregó una pluma.
Sujeté la pluma y abrí la carpeta, iba a leer los documentos cuando Alejandro habló.
—¿Los papeles están correctos? — preguntó al hombre que no se había sentado en su sillón, al contrario, estaba de pie, casi a mi lado.
—Correctos señor De León, justo como lo solicitó.
Alejandro agarró el folder de entre mis manos, sacó de su saco sus lentes y se los colocó. Con rapidez, sus verdes y hermosos ojos repasaron las hojas; al terminar la última, sonrió de lado quitándose sus gafas y guardándolas.
—Están perfectas — añadió, entregándome el folder — fírmalas Erick, tenemos que irnos.
—Pero no… — traté de replicar, no había leído absolutamente nada de los documentos, ¿cómo podía firmar?
—Erick — su voz era autoritaria — hay cosas más importantes que hacer, los documentos están bien, sólo fírmalos.
Iba a negarme, pero no podía discutir con él frente a un hombre ajeno a nuestras vidas, ¿cómo podía decir que estaban bien, si él no sabía qué era lo que había declarado? Su verde mirar estaba posado en mí y yo le devolví la mirada, tratando de ser desafiante, pero en un instante, mi cuerpo se rindió y terminé firmando los documentos, sin siquiera atreverme a replicar.
Cerré la carpeta y se la entregué al licenciado, junto con su pluma.
—Bien, es todo por el momento, el próximo lunes será el careo con la mujer que lo atacó.
—¿Careo? — pregunte con un ligero tinte de sorpresa y susto a la vez.
—Sí — dijo el licenciado — tiene que realizarse para seguir con los trámites.
—¿Es necesario? — preguntó Alejandro.
—Sí… si lo es — titubeo el hombre — la señora Melissa Hernández solicitó a un abogado y de más está decir, que es uno de los mejores— aseguró mientras se sentaba frente a nosotros — están apelando al hecho de que estaba bajo efectos de estupefacientes y no estaba en sus cinco sentidos — explicó — es muy probable que sea liberada con orden de restricción hacia usted — me señaló levemente con su dedo — y enviada a terapia.
—Pero… — mi respiración se agito, no sabía qué decir, después de todo lo que hizo, ¿iba a ser liberada con tanta facilidad? Mis hijos habían muerto por su culpa, quizá lo que me concernía no importaba, pero había matado a seres inocentes — pero, no… — la mano de Alejandro se posó en mi brazo para calmarme y sonrió conciliador.
—¿Quién es el abogado de esa mujer? — Alejandro pasó la mano libre por su barbilla.
—Su nombre es Jair Páez — respondió con rapidez el señor Menchaca — es un abogado prominente, de los mejores en la ciudad, aunque tiene poco aquí y es muy joven.
—Ya veo… entonces, ¿el careo es el lunes? ¿A qué hora?
—Aún no está decidido — negó el hombre con lentitud — es probable que durante la mañana — cruzó sus manos sobre el escritorio — el viernes se le notificará la hora por medio telefónico.
—Muy bien — Alejandro se puso de pie, el licenciado lo imitó, pero yo me quedé sentado, aún no asimilaba el hecho de que Melissa quedaría pronto en libertad y si había sido capaz de lo que hizo, no me imaginada que otras cosas más podía llegar a hacer.
—Erick… — la voz suave de Alejandro me sacó de mis pensamientos — vamos… — sonrió conciliador tendiéndome su mano.
—S… sí — asentí, me apoyé en su mano y me puse de pie.
Estaba algo aturdido por la situación, pero seguí a Alejandro, pues él me había sujetado de la mano para guiarme.
—Nos veremos el lunes, licenciado Menchaca — se despidió con tranquilidad, pero yo no dije nada.
—Claro que sí, señor De León, tendremos todo preparado para recibirlos.
Salimos del despacho y yo seguía aferrado de la mano de Alex, ejerciendo fuerza, estaba temblando. Él me guió por la puerta y después alejó su mano de la mía para colocarse frente a mí, posando sus manos en mis hombros; giré mi rostro para verlo y pude notar que estábamos rodeados de sus guardaespaldas.
—¿Quieres que te lleve tomado de la mano? — preguntó con seriedad — a mí no me importa, pero…
—No — negué, sabía a lo que se refería, las personas podían hablar si nos miraban de esa manera — puedo caminar solo, no te preocupes — traté de sonreír, sin conseguirlo.
Él se alejó de mí con lentitud y caminó a mi lado hasta el automóvil. Cuando entré, me quedé sentado, dubitativo, pensando en cómo debía actuar frente a Melissa el siguiente lunes. Alejandro ingresó al auto por la otra puerta y se sentó a mi lado; cuando estuvo acomodado, el auto empezó la marcha.
Suspiré. No podía calmarme después de saber eso.
No supe cómo, Alejandro me movió, dejándome sobre sus piernas y me besó apasionadamente, introduciendo su lengua en mi boca y acariciando mi cabello. Al principio me moví sorprendido, pero momentos después, correspondí necesitado a ese beso que, ayudaba a sosegarme.
—¿Mejor? — preguntó al separarse de mí, sonriendo.
—Sí — respiré profundamente — lo siento es… es solo que — dudé — no quiero volver a verla — sentencié.
Alejandro me observó, su mirar era serio, pero tenía una sonrisa conciliadora en sus labios.
—¿De verdad no quieres verla de nuevo? — preguntó con una voz suave.
—No, no quiero — suspiré cansado — pero no se puede evitar, ¿cierto?
Alejandro no respondió, simplemente volvió a besarme.
—Cálmate — susurró contra mis labios — iremos a conocer a tus nuevos hijos, no debes de estar nervioso.
—Gracias — acaricié su rostro con gratitud — no sé qué haría sin ti, en estos momentos.
—No pienses en eso — negó — ahora estoy contigo y no pienso abandonarte.
Sonreí. Sabía que no hablaba en serio, él tarde o temprano iba a tener que alejarse de mi vida, pero, mientras eso ocurría, podíamos disfrutarnos mutuamente, sin miedos, ni reservas.
* * *
Después de un corto trayecto, llegamos al pequeño edificio de la protectora de animales que yo más frecuentaba; los hombres de Alejandro bajaron primero y nos abrieron las puertas para que descendiéramos del automóvil. Mary nos esperaba en la recepción, junto con el veterinario y la encargada de la tienda de la institución, además de otra mujer y varios jóvenes que no conocía; todos parecían nerviosos.
Alejandro me indicó que caminara frente a él y al pasar la puerta principal, Mary, quien era una joven de 25 años, cabello corto pintado de rojo, ojos miel y de estatura promedio, se acercó a mí.
—Erick… — me abrazó — ¿cómo estás? — me miró con tristeza — lamento lo que le paso a los pequeños… de verdad… — aseguró.
—Estoy bien, Mary — sonreí — me sentí mal porque fue mi culpa lo que sucedió, pero ya estoy mejor…
—Me imagino, pero todos sabemos que no fue tu culpa — sonrió tristemente y después posó su mirar en mi acompañante, sin poder disimular su emoción — señor De León, un placer volver a verlo el día de hoy.
—A sus órdenes, señorita…
Alex le ofreció la mano con una sonrisa cautivadora y sentí que una punzada de celos se me clavaba en el pecho, pero era normal, él debía portarse así con las mujeres, ya que con el licenciado fue muy seco y cortante, ¿o no?
—Yo soy la que debe estar a sus órdenes… — aseguró emocionada mientras saludaba a Alejandro de mano — permítame presentarles, a ambos, a las personas que nos acompañan, anunció, guiándonos hacia los demás — ella es la señora Mildred Rosales, fundadora de esta asociación.
La mujer, ya mayor, tenía el cabello negro, largo y rizado; algunas marcas de edad se mostraban en su rostro, pero aun así, era bella — es un placer conocerlo, joven — se presentó ante Alejandro, ofreciéndole la mano — debemos agradecer lo que ha hecho por nuestros pequeños el día de hoy.
Giré mi rostro observando a Alejandro, quien seguía sonriendo con tranquilidad, no comprendía a qué se refería ella con esas palabras.
—No es nada — sonrió — Erick es un amigo muy querido desde hace muchos años — me señaló con el rostro — y saber que él apoya causas tan nobles me han hecho actuar de esta manera, también lo hice en su nombre, debido a lo que paso hace un par de días.
La mujer se giró hacia mí y su rostro denoto tristeza — le conocía por nombre señor Salazar, su esposa y usted siempre nos han apoyado dando hogar temporal y lamento lo que sucedió con los cuatro pequeños que vivían con usted — aseguró de la forma más sincera que jamás había visto en una persona.
—Gracias — respondí serio, extendí mi mano para saludarla — es un placer conocerla señora.
La mujer se hizo a un lado después de estrechar mi mano y siguió presentándonos a los demás, pues Mary se quedó detrás de ella.
—Él es Sergio Zaldívar, nuestro veterinario titular — indico con un ligero ademán de mano.
—Un placer — el joven de aproximadamente nuestra edad, quizá un poco mayor, cabello oscuro, ojos castaños y pulcramente limpio, saludó a Alejandro de la mano, se giró hacia mí y me saludó con más confianza — ya tenía el placer de conocerlo señor Salazar, lamento lo que le pasó a sus mascotas.
—Gracias — sonreí levemente.
El veterinario ya había tratado a mis hijos cuando se habían enfermado y cuando los esterilizaron al entregárnoslos, a mi esposa y a mí.
—Ella es Diana, mi hija — la mujer señalo a una joven, también de cabello negro y rizado — se encarga de nuestra tienda.
—Un placer — dijo Alejandro cuando la tomó de la mano y la jovencita se sonrojó.
—El placer es mío, señor… — su voz se notaba débil.
—Ya nos conocíamos — dije tratando de no sonar molesto por lo que había visto y estrechando su mano después de Alejandro, a manera de saludo.
—S… sí… — dijo ella, aún nerviosa — si lo recuerdo, señor Salazar, siempre viene a comprar los champús y jabones con nosotros, así como otros enseres para los cachorros.
La señora prosiguió con las presentaciones.
—Ellos son Ana, Leslie, Monserrat, Javier y Raúl — señaló a los jóvenes que estaban presentes — son voluntarios en nuestra causa y hoy les tocaba estar aquí para la guardia.
—Un placer — Alejandro lo dijo en general, pero las tres adolescentes se sonrojaron igual que lo había hecho la hija de nuestra anfitriona.
Ellos saludaron y yo solo les correspondí con un ademán de mi rostro. Me molestaba ver esas muestras de indudable atracción que sentían las mujeres hacia Alex y no podía evitar demostrar mis celos, aunque lo intentaba.
—Bien, ya que los hemos presentado — la señora Rosales prosiguió — vamos a que conozcan a nuestros pequeños inquilinos — se encaminó con rapidez hacia el pasillo.
—Por aquí… — dijo Mary emocionada, guiándonos por un pasillo hasta el área de adopción.
Alejandro me permitió pasar primero y me siguió de cerca. El veterinario caminó detrás de nosotros, pero los demás jóvenes se quedaron en la recepción; agradecí eso mentalmente, así no presenciaría las miradas de esas niñas sobre Alejandro.
—Aquí tenemos las fotos — dijo la señora llegando a un pequeño recibidor y mostrándonos un mural con fotos de todos los perritos rescatados.
—Muchos están en hogares temporales — añadió Mary — ya sabes cómo son las cosas aquí, pero varios los tenemos aquí en la fundación para cuidarlos, ¿prefieres ver las fotos o elegir de entre los que están aquí?
—Mejor elijo de los que tienes aquí — sonreí — si no tienen hogar temporal, es mejor darles uno de verdad, ¿no lo crees?
—¡Claro! — sonrió ampliamente — entonces, ven conmigo.
Abrió una segunda puerta y me hizo una seña para seguirla. Giré mi rostro para ver a Alejandro y él sonrió — te acompaño — me hizo una seña con el rostro para que siguiera caminando.
—Está bien — asentí y salí por la puerta, con Alejandro tras de mí.
La señora Rosales se quedó sentada en el escritorio del recibidor, sacando varios documentos para apresurar la adopción y el veterinario se quedó sentado en una de las sillas, ayudándola.
Al llegar, estábamos en un gran patio, muchos perritos estaban ahí, jugando; se abalanzaron sobre Mary quien los saludó emocionada. Varios de ellos se acercaron a mí y a Alejandro, buscando atención.
—Son muy cariñosos — anunció ella — y necesitan mucho amor.
—Lo sé — me puse en cuclillas y acaricié la cabeza de varios.
Alejandro se puso a acariciar a otros y jugueteó con ellos, lanzándoles algunos juguetes que algunos corrían para agarrarlos y devolvérselos, volviendo a empezar con el juego.
—Es una difícil decisión — dije con dudas — no puedo elegir…
—¿Quieres llevártelos todos? — preguntó Alex con una gran sonrisa en su rostro.
—Claro que no, son más de quince — aseguré.
—Son dieciocho — dijo Mary jugando con uno que era más pequeño que los demás — aquí podemos tener hasta veinte animalitos, nada más.
—Bien, entonces… debo elegir.
Observé el comportamiento de los perritos y jugué con ellos, por fin, elegí a cinco, tres machos y dos hembras, casi todos grandes, de año y medio a dos y medio. Alejandro estuvo de acuerdo con todas mis decisiones y al fin — traeré las correas — anunció Mary, quien me ayudó a llevarlos al recibidor.
Los cinco animalitos estaban emocionados, movían sus colas y buscaban nuestra atención.
—Me llevaré estos — sonreí a los presentes, anunciando mi decisión.
—¡Muy bien! — dijo con emoción la señora Rosales — son muy buenos animalitos.
—Todos están esterilizados — añadió el veterinario — no tienen que preocuparse por ello.
—Lo sé — añadí acariciando la cabeza de una perrita — ¿cuánto será de la cuota de recuperación? — pregunté.
Sabía que, al adoptar en esa institución, tenía que pagar la cuota de recuperación por la esterilizada de los perritos que me iba a llevar.
—No es nada — dijo la señora llenando los papeles de adopción.
—¿Por qué? — pregunté confundido
—Por qué el señor De León ya pagó por adelantado.
Giré mi rostro y observé a Alejandro con sorpresa; él sólo me guiño el ojo y sonrió.
—Bueno, entonces, les compraré plaquitas y correas, además de platos nuevos y algunas colchonetas para las casas, no creo que les agrade usar la de mis anteriores ‘hijos’, es mejor que tengan sus cosas nuevas.
—Sí, claro, es lo mejor — sonrió la señora — entonces, veamos…
—No te preocupes — la voz de Alejandro se escuchó con seguridad y tranquilidad — yo me haré responsable de todo eso — me miró de reojo — añádalo a mi cuenta, señora Rosales, por favor.
Ella asintió — por supuesto — y siguió llenando los papeles.
—¿Tu cuenta? — pregunté desconfiado.
—Hablaremos de eso luego — susurró.
—¿Con que nombres quieres que se graben las plaquitas? — preguntó Mary.
—Pues, no lo sé — sonreí — ¿qué nombres tienen?
—¡Ah!, bueno, ella — señalo a una de las perritas de color dorado — se llama ‘Nila’ y ella, señaló a la perrita de color blanco opaco — se llama ‘Luna’, fueron rescatadas al mismo tiempo y son hermanitas.
—Me gustan, esos nombres están bien para ellas, y — rasqué la oreja de uno de los perritos — estos pequeños caballeros, ¿cómo se llaman?
—Este es ‘Tobi’ — señaló a uno que tenía el pelo corto, color crema y ojos color avellana, el más grande de todos en tamaño.
—Es una cruza con labrador — habló el veterinario — por eso tiene el tamaño tan grande.
—A mí me agrada — dijo Alex acariciándolo tras las orejas, el perrito lo observó y se restregó aún más en su mano.
—Él es ‘pirata’ — Mary señaló a otro perrito — es obvio por qué el nombre — indicó con el dedo la mancha negra sobre uno de sus ojos, que contrastaba con el color blanco de todo su cuerpo, sus ojos eran azules y tenía las orejas largas.
—Es cruza de pitbull — dijo el veterinario con seguridad — pero es muy sociable, a diferencia de otros perros.
—Me imaginé por la cabeza — sonreí y me acuclille para observarlo, el perrito solo se limitó a ‘jadear’, mover la cola y recibir el cariño.
—Y finalmente — dijo Mary señalando al último — está Jack.
—¿Jack? — pregunté— ¿Por qué Jack? — el perrito era de pelo largo, tan largo que no se le notaban los ojos, era de color negro con las patitas blancas, de orejas largas y caídas.
—No lo sé — sonrió — cuando lo trajimos, una voluntaria lo cuido un par de noches y empezó a decirle Jack, así que, entendió por ese nombre y aún lo hace.
—Ya veo — sonreí — siendo así, se quedará cómo Jack.
—Entonces… — Alex me observó — ¿se quedan con sus mismos nombres?
—¡Claro que sí! — sonreí — están muy bien.
—Les grabamos las plaquitas con esos nombres, ¿quieres elegirlas? — preguntó Mary.
—Sí, tengo que ir a la tienda, ¿verdad?
—No te preocupes — aseguró — te traeré las muestras, mientras terminan de llenar los documentos.
Mary se fue por el pasillo y Alex siguió jugando los nuevos miembros de mi familia. Me senté en una silla y Pirata recargó su cabeza en mi rodilla, le seguí acariciando la cabeza mientras le ponía atención a la señora Rosales.
—Los documentos habían sido llenados un poco, cuando Mary vino en la mañana a avisarnos de sus adopciones — sonrió la mujer de cabello negro — ahora solo hay que llenar los nombres de los pequeños — pasó los documentos al veterinario para llenar datos en las hojas y cartillas que me iban a entregar.
—¿En la mañana? — pregunte intrigado, Alejandro había hecho muchas cosas ese día al parecer, giré mi rostro para hablar con él — pero…
Mary llegó con las plaquitas, interrumpiendo cualquier cosa que yo hubiese podido indagar.
—Tenemos estas, Erick — sonrió ampliamente — ¿cuáles te gustan?
Puse mi atención en las plaquitas, después hablaría con Alex. Eran varios modelos, pero me gustaron los que eran en forma de huesitos.
—Estos — señalé — para las niñas en rosa y para los niños en azul, negro y blanco — dije con emoción — el blanco para Jack, el azul para Pirata y el negro para Tobi.
Alejandro observó las placas y tomó entre sus manos una circular — ¿no te parece que éstas están mejor? — preguntó mostrándome la placa que él había agarrado.
—No — ladee mi rostro — las de huesitos son mejores — sonreí feliz — siempre me han gustado, hasta yo podría usarlas.
Alejandro levantó una ceja, observando las placas con forma de hueso y sonrió de lado, devolviendo la que había agarrado.
—Muy bien — anunció Mary — iré a que las graben.
—En un momento voy a elegir lo demás que me llevaré — anuncié.
Mary asintió y se retiró a la tienda; mientras, la señora Rosales y el veterinario me entregaban los documentos de adopción y las cartillas de mis hijos.
—Sólo tienes que firmar aquí — señaló las líneas al final de algunos documentos, firmé con rapidez y ellos me entregaron las copias y guardaron las demás — espero que todo salga bien con ellos — dijo ella.
—Si sucede algo, saben que estamos a sus órdenes — comentó el veterinario ofreciéndome la mano.
—Gracias — le tendí la mano también — no se preocupe, ya tengo experiencia con perritos adoptados — dije con seguridad.
Alejandro tomó a los niños y yo a las niñas, salimos por el pasillo hasta la tienda, donde estaban terminando de grabar la última placa.
—Aquí están las placas — Mary se acercó a mí — ¿se las ponemos?
—¡Claro! — respondí — y tengo que buscar lo demás.
—Ve a elegir las cosas — Alejandro tomó las plaquitas — yo les pongo sus identificaciones.
—De acuerdo.
Camine por la tienda eligiendo las colchonetas adecuadas para mis nuevos hijos y con detalles para identificarlas; también los platos para el agua y comida, así como algunos juguetes. Alejandro se acercó a mí, pero se detuvo en un estante dónde había tazas con detalles de la asociación; eligió un par y las llevó a la caja.
—Las tazas las pago por separado — sacó su billetera y entregó unos billetes — lo demás — señaló las cosas que yo estaba dejando de lado para llevarme — añádelo a mi cuenta.
—Sí, señor — la jovencita de la caja, sonrió emocionada.
Terminé de recoger las cosas que ocupaba y me dirigí al lado de Alejandro — creo que es todo — dije alzándome de hombros.
—Entonces, permíteme — anunció y salió por la puerta.
Un momento después, Julián y Miguel entraban, saludando de manera formal y tomando todo lo que había separado para llevarlos al automóvil.
—¿Cómo nos llevaremos a los niños? — pregunté contrariado.
Íbamos en un auto y ellos eran cinco, iríamos algo apretados.
—No te preocupes, ya lo había previsto — aseguró Alejandro — ¿nos vamos?
—Sí…
Sujetamos a mis hijos por sus correas, nos despedimos de las personas de la fundación y salimos por la puerta. Julián y Miguel estaban con otro hombre, a un lado de una camioneta negra; de la misma, salieron un par de sujetos más.
—Ellos llevaran a los ‘niños’ a la casa — Alejandro les entregó las puntas de las correas y los hombres subieron a los perritos a la camioneta.
—De… de acuerdo — dudé, no me agradaba que los niños se fueran en otro auto, pero ciertamente, era lo suficientemente grande para transportarlos sin problemas.
Entregué a las niñas y me despedí de ellos por ese momento, sintiéndome inquieto por la situación, a sabiendas que era lo mejor; nos subimos al otro vehículo y nos encaminamos a la casa.
—¿Cual cuenta? — por fin podía preguntar con más libertad.
—Les hice una donación grande — explicó Alejandro mientras se aflojaba la corbata — además, dejé una cuenta con fondos, para que se usaran ahora que viniéramos por tus ‘hijos’ y lo que quedara, fuera tomado como donación.
—¿Qué tan grande fue la donación? — pregunté intrigado, no me gustaba que Alejandro gastara tanto en mí, no sabía qué tanto dinero podía tener, pero yo también podía costear ese tipo de gastos.
—Eso no importa — se acercó a mí y besó mis labios.
—Es que… — suspiré — no quiero que gastes en mi — señalé mientras acariciaba su rostro — es demasiado…
—Daría cualquier cosa por verte sonreír… — me besó para acallar mi réplica — cualquier cosa — repitió.
Esas simples palabras me hicieron sonrojar, Alejandro era demasiado espléndido, siempre lo había sido; cuando estábamos en la escuela, también me compraba cosas, aunque no tan caras, pues no tenía tanto dinero a la mano, ya que dependía de sus padres igual que yo, pero ahora, parecía ser dueño del mundo.
* * *
Al acercarnos a mi hogar, el automóvil se detuvo a algunas calles de distancia.
—¿Qué pasa? — pregunté extrañado.
—Cierra los ojos — ordenó.
—¿Por qué?
—Es una sorpresa, ciérralos — insistió.
Suspiré y los cerré. Sentí una extraña suavidad en mi rostro y mis manos se movieron para saber qué era; una tela suave ahora estaba cubriendo mis ojos.
—¿Para esto querías que los cerrara? — pregunté sarcástico.
—No confío en ti — se excusó — eres muy curioso.
Sonreí. Tenía razón, hubiera abierto los ojos antes de que él me lo permitiera, aunque eso conllevara un castigo después. El automóvil se puso en marcha nuevamente y después se detuvo, a lo que supuse que habíamos llegado a mi casa. Alejandro se bajó del automóvil por una puerta y fue a la otra para sujetarme de la mano y que pudiera bajar con seguridad.
—Sígueme, cuidado con la banqueta…
—¿A dónde?
Era extraño tener caminar a ciegas, pero Alejandro me iba dando indicaciones, aunque no parecía querer llevarme a mi casa, al contrario, me estaba alejando de ella.
—¿Estás listo?
—No sé — negué — ¿listo para qué?
Retiró la venda de mis ojos — ábrelos — indicó y yo lo obedecí.
Lo que tenía frente a mí me impactó.
Mi casa estaba completamente decorada; había luces, muñecos inflables, detalles y demás cosas navideñas. Por el ventanal del comedor se observaba un árbol de navidad, en la puerta principal una enorme corona la cual reconocía, era una de las que mi esposa había hecho cuando aún estaba viva, pero había sido arreglada; tanto el jardín cómo la terraza y el techo tenían adornos gigantes, alusivos a Santa Claus, muñecos de nieve y renos.
—Pero… — me quedé sin palabras
—¿No te gusta? — el rostro de Alejandro denotó desconcierto.
—Es que… yo…
—Ven — me agarró de la mano, guiándome a la casa.
Yo aún estaba aturdido por cómo se miraba mi hogar; tenía dos años que no lo había arreglado para navidad y ahora, se miraba mucho mejor de lo que podía recordar en años anteriores.
Entramos mientras sus hombres bajaban a mis hijos para meterlos a la casa, junto con las cosas; los perritos empezaron a olisquear por todos lados, reconociendo su nuevo hogar y algunos, acercarse a la chimenea. Afuera hacía frío, había alerta de posibles nevadas los próximos días.
Al entrar, la casa estaba llena de adornos, en la chimenea colgaban botas y había muchos detalles más encima, incluyendo globos de nieve; algunos adornos los reconocía, otros eran completamente nuevos. Cortinas, cortineros, incluso la mesa de centro de la sala tenían adornos; la mesa del comedor estaba cubierta por un mantel que mi esposa había hecho y en el centro un adorno grande de nochebuenas naturales. Las escaleras también estaban adornadas, pero lo más impactante era el árbol de navidad. Ahora comprendía por que al entrar a casa me había dado olor a pino; el árbol era natural y estaba enorme, llegaba casi hasta el techo de mi casa y en la punta, una enorme estrella de cristal lo coronaba.
—¿Te gusta? — la voz de Alejandro sonaba preocupada.
—Yo… yo… — ¿qué podía decirle? No tenía palabras para ello — ¿cómo…?
—La señora Josefina me ayudó — suspiró cansado — pero tal parece que no te gustó.
Parpadee confundido, ahora entendía porque había adornos de mi esposa, pero aun así, la casa estaba mucho más y mejor adornada, que cuando ella y yo la decorábamos.
—¿Lo hiciste en toda la casa? — pregunté con asombro.
—Sí — respondió con naturalidad.
—¿Mi habitación? ¿El sótano? — seguí preguntando con susto — ¿mi estudio?
—Todo — ladeó el rostro — toda tu casa está decorada.
Iba a decir algo cuando una voz nos interrumpió.
—Señor, ¿dónde dejamos esto? — Julián estaba con algunas cosas en brazos y tras él, había otros tres hombres; mis nuevos hijos estaban aún recorriendo gran parte de la casa.
—Erick… — Alex me indicó con el rostro que les respondiera.
—Ah… en… — llevé mi mano a mi cabeza, tratando de pensar — en el patio trasero — anuncié — ahí están las casas para poner las colchonetas y — señalé el fregadero — hay que darles de comer y agua… por favor…
—Hagan lo que dice — dijo Alejandro con seriedad.
Ellos se encaminaron a la puerta trasera y yo, sin pensar, sujeté a Alejandro de la mano y lo jalé con fuerza.
—¿Qué pasa? — preguntó confundido, pero no respondí.
Lo guié de esa manera a las escaleras, subiendo con rapidez al siguiente piso y guiándolo a la habitación. Lo hice pasar y lo solté para girarme, encender la luz y cerrar la puerta.
—¿Por qué lo hiciste? — pregunté con seriedad recargando mi frente a la puerta, para no voltear a verlo.
—¿Te molestó? — su voz sonaba tranquila — pensé que…
—No tenías que hacerlo… — interrumpí aún sin alejarme de la puerta.
—Lo sé… — él se giró quitándose la gabardina — pero pensé que te gustaría, siempre me dijiste que te gustaba navidad por ser tu cumpleaños.
No dije nada, me moví con rapidez, lo sujeté del brazo y lo hice girar para que quedara frente a mí; pasé mis manos por su cuello y lo besé. Él estaba sorprendido por mi reacción, pero yo seguí besándolo, aunque no me detuve ahí; bajé mis manos con desespero desabrochando su saco y camisa.
—Gracias… — susurré contra sus labios cuando me alejé de él para tomar algo de aire.
Alejandro sonrió y sus manos se movieron diestras, empezando a quitar mi ropa — de nada… — respondió y después, él tomó el control de la situación, besándome con más fuerza.
En medio de besos y movimientos rápidos, ambos nos desnudamos y caímos sobre la cama, Alejandro encima de mí, besándome de manera posesiva; yo no puse nada de resistencia y correspondí a sus caricias completamente. Cuando él estaba acariciando mi sexo lo empujé para que quedara contra la cama.
—Yo lo haré — aseguré y él sonrió complacido.
Me coloqué sobre Alex, besándolo con pasión, para después bajar por su cuerpo, prodigando caricias, besos y lamidas en su piel, acariciando suavemente con mis manos, venerándolo con cada roce que le daba; al llegar a su sexo, lo acaricie con deseo, después lo introduje en mi boca y empecé a succionarlo de manera desesperada. Alejandro gemía roncamente y con sus manos, me obligaba a llevar su hombría hasta el fondo de mi garganta, consiguiendo que me ahogara varias veces, debido a eso algunas lágrimas escaparon de mis ojos, pero no me importó, yo estaba encantado de saber que Alejandro hacía todo por verme feliz y yo lo complacería de la misma manera.
—Erick — me llamó con voz ronca — ven…
Me alejé de su entrepierna y me acerqué a él para besarlo de nuevo — ¿qué pasa? — pregunté suavemente.
—No quiero terminar aún — respondió — y lo estás haciendo demasiado bien como para contenerme por más tiempo…
Sonreí ilusionado, eso para mí era un halago — está bien — lamí sus labios — pero voy a premiarte por todo lo que has hecho el día de hoy — volví a moverme, colocando mis manos en su abdomen y acomodándome sobre su sexo, moví mi cadera para que la punta de su miembro quedara en mi entrada — sé que esto te gusta — mordí mi labio de manera pícara y de un movimiento, lo hice entrar en mi interior.
Ambos gemimos; yo quedé completamente empalado y él encajó sus uñas en mis piernas. Yo me encontraba respirando con dificultad, tratando de controlar la emoción que me había invadido al sentirlo; a pesar de todo, me había gustado hacer eso y Alex parecía disfrutarlo también.
No tuvo que decir nada, pues yo empecé a moverme, primero lento y después con más fuerza. Él llevó una de sus manos a acariciar mi miembro erecto, rozando con fuerza y estimulando desde la punta a la base; mis gemidos aumentaron de volumen y mis movimientos se hicieron más rápidos y desesperados, tratando de imitar los movimientos salvajes, que Alex conseguía cuando me penetraba.
Alejandro alejó su mano de mí y se incorporó hasta quedar sentado; me moví para acomodar mis piernas y enredarlas en su cintura. Él colocó las manos en mis nalgas y marcó un nuevo ritmo, mientras yo ahogaba mis gemidos contra su hombro.
—Gime, Erick… — ordenó — quiero escucharte…
Me alejé de su hombro y dejé que mis gemidos salieran libres desde mi garganta. En medio de mi excitación lo nombraba, pedía más, suplicaba porque me siguiera poseyendo con fuerza y él pareció escuchar mis ruegos; pasó las manos por mi espalda y se movió hasta dejarme contra el colchón. Me aferré desesperado a su cuello y me moví, buscando sus labios; le ofrecí sin pudor mi cuerpo y dejé que me penetrara como le satisficiera. Yo solo quería que él me poseyera como me había prometido en la mañana, quería ser suyo completamente.
El tiempo para mí se detuvo, yo estaba punto de llegar al orgasmo cuando él apresó mi sexo en la base. Sentí que me dolía, pero un estremecimiento me recorrió, cimbrando mi cuerpo y obligándome a gemir con fuerza; estaba llegando al clímax sin eyacular. Varias lágrimas escaparon de mis ojos y mi grito, mitad gemido, diciendo su nombre, retumbó en la habitación.
Alejandro detuvo sus movimientos y se alejó un poco de mí.
—¿Te gustó, ‘conejo’? — preguntó cínico — aunque, aún podemos seguir mucho más — recorrió la extensión de mi sexo con su dedo medio — sigues duro — susurró cerca de mi oreja, mordisqueó mi cuello y dejó algunas marcas típicas de él.
No podía responderle, mi boca estaba seca y mi respiración era agitada; mi cuerpo aún se estremecía por la sensación, así que, Alex, solo salió de mi interior y me colocó boca abajo.
—Alex… — apenas un hilo de voz en forma de reproche, el roce de las sabanas y el colchón en mi sexo me hizo estremecer, consiguiendo que mi piel se erizara por las sensaciones.
Alejandro empezó a repartir caricias suaves y besos húmedos en mi espalda, parecía guiarse por los gemidos que dejaba escapar contra una almohada; su cuerpo masculino, desnudo y fuerte estaba sobre mí, sentía sus dientes morder mi cuello y sus manos moverse a mis costados con desespero, me estaba volviendo loco ante todas las emociones que provocaba en mí, sabía cómo tratarme.
—Alex… — susurré con ansiedad.
Él levantó el rostro y sonrió satisfecho al escuchar su nombre en ese tono necesitado. Se acomodó entre mis piernas después de separar mis muslos con sus manos, colocó sus brazos a los lados de mi cabeza para apoyarse y me penetró nuevamente.
El ritmo que marcó fue rápido, con embestidas fuertes, llegando a lo más profundo; mientras yo me aferraba a las sabanas con desespero, mi cuerpo se rendía ante Alex, arqueándome y levantando mi cadera para hacerle más fácil la intrusión en mí.
— Alex… Alex… — mi respiración entrecortada seguía el compás de sus embestidas.
Notó que mi cuerpo respondía a sus caricias como él esperaba y volvió a besar mi espalda; entrelazó sus dedos con los míos y cambió el ritmo con el que se movía en mi interior. El movimiento y la forma de hacerlo eran diferentes; más lentos, pero más profundo, salía y entraba con tranquilidad, consiguiendo que sintiera toda su piel sudorosa en mi espalda y su cabello rozar mi nuca.
Entrecerré mis ojos dejándome llevar, apretando lo que podía el agarre de su mano con las mías. Mis gemidos se escuchaban entrecortados y terminaron siendo acallados por la almohada, cuando me moví, quedando completamente boca abajo; una fuerte mordida en mi hombro me hizo levantar mi rostro de nuevo y gritar.
—No te escondas, ‘conejo’ — susurró en mi oído, soltó una de mis manos y de un tirón jaló la almohada, alejándola de mí y lanzándola lejos de la cama — grita, llora, gime para mí… — ordenó divertido.
Asentí ante sus palabras y me obligué a no callar, ni siquiera ocultaba las lágrimas de placer que me producía sentirlo dentro de mí.
—Voy… voy… — estaba a punto de correrme cuando él se alejó de mi — Alex… — lo llamé con necesidad — vuelve…
Volvió a girarme, tomándome por las piernas y dejándome de frente a él — ¿vas a terminar? — preguntó con malicia — entonces, hagamos que lo disfrutes más…
Acercó su rostro a mi sexo y empezó a prodigarle caricias con su lengua.
—¡Alex! — grité con deseo su nombre, era bueno, demasiado bueno en sus atenciones.
Moví mis brazos desesperado, buscando un lugar a donde aferrarme, pues no encontraba una manera de liberar mis emociones; yo también sudaba, mi cuerpo ardía, sentía que la habitación estaba ardiendo y Alejandro no ayudaba a calmar ese calor, al contrario, avivaba las llamas sin preocuparse por nada más. No tardé mucho en llegar al orgasmo nuevamente, pero esta vez, sí eyaculé; la sensación fue mucho mayor que cualquier otro orgasmo que había tenido en mi vida.
Él se alejó de mí; alcancé a distinguirlo aún con mis ojos llorosos, se relamió los labios, pasó los dedos por su barbilla, que tenía rastros de mi semen y los lamió sensualmente.
—Delicioso… — aseguró — pero ahora, es mi turno — sonrió de lado y volvió a recostarse sobre mí, entrando de nuevo a mi interior, ahora con un poco más de dificultad — estrecho nuevamente… eso me gusta… — susurró contra mi oído.
Ese tipo de palabras, siempre lograban avergonzarme, pero en ese punto, ya no me importaba; cualquier cosa que Alejandro dijera o me hiciera, en ese momento, yo acataría sus palabras como si fuese un Dios quien las dijera.
Él aumentó la rapidez de sus embestidas, logrando llenar mi interior completamente y permitiendo que mi cuerpo le respondiera con las pocas fuerzas que me quedaban.
—¿Quieres que termine? — preguntó con burla en el tono de su voz.
Asentí pero no dije nada, no podía hablar, mi cerebro no trabajaba correctamente para lograr que articulara alguna palabra coherente, aparte de su nombre.
—¡Dilo! — ordenó y arremetió con fuerza quedándose en el fondo sin moverse.
—Alex… — mi voz se quebró — por favor… por favor… — supliqué, tratando de pensar la palabra adecuada para complacer sus peticiones sin lograr dar con ella — lléname… — dije con desespero y lágrimas en mis ojos.
—Buen ‘conejo’ — sonrió y volvió a moverse.
Unos cuantos movimientos más y yo no pude evitar que mi cuerpo se estremeciera, debido al roce en mi interior, de ese lugar exacto que me elevaba a las nubes, logrando que mi cuerpo se contrajera apresando su miembro con insistencia. En un instante él liberó su esencia en mí; las palpitaciones de su miembro dentro de mí, eran exquisitas, podía sentir toda su extensión, liberando ese líquido viscoso y caliente que rápidamente inundaba mis entrañas, llenándome de un placer inimaginable.
Al terminar, quedó recostado sobre mí, respirando agitado; acarició mi rostro y mis labios con sus manos — hermoso… — susurró en mi oído — y delicioso… — terminó mientras se incorporaba para rozar sus labios con los míos sin profundizar el beso.
—Mucho… — respondí con una sonrisa y mis manos se movieron hasta enredarse en su sedoso cabello, ahondando la caricia — Alex… — susurré, él se quedó inmóvil observando mis ojos — te amo…
Por primera vez, que yo pudiera recordar, el rostro de Alejandro se tornó con un leve color carmesí; no dijo nada, ni tampoco su expresión cambió, parecía haberlo sorprendido en ese momento. Me sentí nervioso, quizá lo había molestado o simplemente no era lo que esperaba escuchar.
—Lo sien…
Sus labios detuvieron mis palabras, me besó con exigencia, introduciendo su lengua, presionando mi cuerpo contra la cama, con pasión, con emoción, con lujuria; terminó mordiendo mi labio inferior y sentí unas ligeras punzadas en él, cuándo Alejandro se alejó.
Me observó, su rostro volvía a ser el de antes, con ese brillo de altivez y su sonrisa seductora — ya lo sé — afirmó — y yo también te amo, pequeño ‘conejo’ — terminó besando mi frente.
Mi rostro ardió, era tan natural, tan dulce, tan diferente; Alejandro se estaba convirtiendo en lo más importante en mi vida, justo cómo había sucedido años atrás.
Salió de mi interior, me abrazó y se movió, llevándome con él, quedé recostado sobre su hombro. Acaricié su pecho y suspiré cansado.
—Estuviste maravilloso… — dijo con calma y acarició mi espalda con su brazo — me sorprendió al principio — dejó escapar una risa divertida — pero he de admitir, que me gustó que tomaras la iniciativa de esa manera.
Mi rostro ardió y me moví para ocultarlo contra su piel, mi cabello siguió mi movimiento, cubriéndome aún más. No dije nada, mordí mi labio inferior; en realidad, yo también me había sorprendido de mí mismo, pero me gustaba comportarme de esa manera al lado de Alejandro.
—¿Quieres descansar? — preguntó mientras se movía para quedar de costado a la cama y frente a mí.
—Un momento nada mas — dije en un susurro.
Ciertamente estaba cansado, pero también tenía algo de hambre y quería pasar tiempo con mis nuevos hijos.
Alejandro me abrazó, besó mi cabello y me acercó aún más a él; mi rostro quedó en su pecho y me perdí en la fragancia de su perfume, disfrutando su calidez, su suave piel y escuchar los latidos de su corazón. Cerré mis ojos y no supe más de mí.
* * *
—Erick… — un susurro en mi oído me hizo removerme en medio de las cobijas — despierta, tienes que cenar…
Entreabrí mis ojos y Alejandro estaba sentado en la orilla de la cama, con su pantalón de dormir y una camiseta negra manga larga. Sonrió de lado al ver cómo me volvía a cubrir con la cobija, haciéndome un ovillo, acarició mi cabello e insistió — debes levantarte — aseguró y me quitó las cobijas de encima — si no cenas, la señora Josefina se enojará conmigo.
—Está bien — bostecé — ya voy — anuncié y estiré mi cuerpo para desperezarme — ¿cuánto dormí?
—Te dejé dormir hora y media — respondió yendo al vestidor para volver con una caja en sus manos — ahora, vístete.
—¿Qué es esto? — pregunté al ver que dejaba la caja a mi lado, en la cama.
—Tu nueva ropa para dormir — me miró de reojo — te dije que haríamos algo al respecto.
Abrí la caja y dentro había un conjunto de algodón, un pantalón holgado y una camiseta en color azul marino, manga larga también.
—¿Quieres que me ponga esto? — lo sujeté en mis manos, confundido — no se ve tan diferente a lo que uso.
Alejandro se acercó a mí, se sostuvo con su rodilla en la cama, puso su mano en mi nuca y me acercó a él para besarme — es menos infantil — dijo cuándo se alejó — y además, no quiero que te lo pongas — sonrió perversamente — solo quiero divertirme quitándotelo.
Depositó otro beso fugaz en mis labios antes de alejarse y me hizo sonreír — está bien — ladee mi rostro — te complaceré.
Me puse de pie, estaba desnudo y cuando me iba a colocar el pantalón, las manos de Alejandro se posaron en mi cadera, desde atrás — me gusta esta vista — se relamió los labios — te ves hermosamente sexy… — mi rostro ardió al sentir su pecho contra mi espalda mientras depositaba besos en mis hombros — no quiero alejarme de ti, Erick — me estremecí ante su tacto, pues sus manos empezaron a recorrer mi pecho, obligándome a dejar escapar unos suspiros — pero, — se alejó con rapidez — debes cenar — acotó caminando a la puerta de la habitación — te espero abajo — finalizó y cerró la puerta.
Yo me quedé de pie, estático como una estatua, sonrojado, agitado y con mi corazón latiendo a mil por hora; era obvio que Alejandro podía lograr que me excitara en un instante con simples caricias y palabras. Moví mi rostro para desaturdirme y me vestí con rapidez. Me coloqué mis pantuflas y me dirigí a las escaleras.
Escuché ladridos y la voz de Alex.
—Tranquilos, tranquilos, hay para todos…
Llegué hasta la planta baja y Pirata fue el primero en ir a saludarme al pie de la escalera, buscando mi cariño, los demás lo siguieron, excepto Nila y Luna, quienes se quedaron con Alejandro.
—Hasta mis hijas caen rendidas ante tus encantos — dije con un tinte de celos en mi voz, recordando lo sucedido en la tarde con las chicas en la asociación — ¿qué pasó pequeños? — pregunté a mis hijos, acariciando sus orejas y sonreí — ¿han pasado un buen día?
—¿Celoso? — preguntó Alejandro un tanto divertido — ellos han estado bien, Miguel y Julián se han encargado de cuidarlos todo este tiempo.
—Gracias — sonreí y caminé al comedor, ahora, los cinco estaban tras de mi — tengo que enseñarles trucos.
—Erick… — levanté la vista para ver a Alejandro cuando me llamó — tuvimos que bajar la casa para mascotas que tenías en el patio de lavado — dijo con calma — faltaba una y me alegro que tuvieras una guardada.
—Lo siento… — sonreí apenado.
Alejandro no dijo nada más y siguió con su trabajo en la cocina, yo me senté en una silla, acariciando a mis hijos y observando mi casa; la decoración y la alegría que denotaba, me hacían sentir bien, pues incluso en las paredes había guirnaldas colgadas, algunos muérdagos y piñas de pino.
—Quedó muy bonito… — comenté, fijando mis ojos en la estrella del árbol.
—¿Qué cosa? — Alex ya llegaba con los platos de comida.
—La decoración — dejé de acariciar a mis hijos y caminé a la cocina a lavar mis manos — me gustó en verdad…
Mientras aún estaba lavando mis manos, Alejandro me abrazó por detrás y susurró contra mi oreja — entonces estoy satisfecho — se alejó y caminó en busca de la jarra de agua.
Yo regresé a la mesa con un sonrojo en mi rostro. Me senté en la silla que había ocupado unos momentos antes y sin querer bostecé, mientras Alex llegaba a la mesa nuevamente, pero esta vez, para sentarse a mi lado.
—¿Cansado? — pregunto con seriedad.
—Un poco — me alcé de hombros — pero no pasa nada, solo necesito dormir.
—Entonces, hoy te dejaré dormir — añadió mientras comía — además, mañana tenemos un compromiso.
—¿Mañana? — levanté una ceja extrañado — pero la inauguración de tu hotel es el viernes.
—Sí lo sé, pero — sonrió de lado y me observó de reojo con picardía — iremos a un ‘Table Dance’, con tus amigos.
La cuchara se quedó a medio camino — ¡¿estás loco?! — pregunté con verdadero asombro — ¿cómo se te ocurre seguirle el juego a Víctor?
—Vamos… — rió divertido ante mi reacción — no va a pasar nada, solo iremos, rentaremos unos privados para cada uno y ya…
—¿Y eso para ti es no pasar nada? — negué molesto, imaginar siquiera que Alejandro estaría con alguna mujer me molestaba — yo no pienso ir.
—¡Irás! — sentenció — vas a ir y pondrás tu mejor cara.
—No, no voy a ir — aseguré con seriedad — yo no pienso meterme con ninguna prostituta, sólo para guardar las apariencias, frente a mis amigos.
—Ya veo — bebió de su agua y siguió comiendo, después de un rato, cuando calculó que se me había bajado un poco el enojo, volvió a hablar — pero no tienes que meterte con una prostituta, solo fingirlo — dijo con seguridad.
—Alex, ¡por favor! — dejé los cubiertos en la mesa, sus palabras me hicieron enojar más — yo puedo fingirlo, pero, ¿tú? — reproché — estoy seguro que disfrutaras a la mejor mujer del lugar.
Alejandro tenía un gesto divertido ante mis reacciones, eso me incomodaba; él se jactaba de que había estado con muchas mujeres y hombres, y aunque yo también había estado con algunas mujeres, ahora, después de los días que había estado con él, me parecía imposible siquiera pensar en pasar un rato con una mujer, especialmente porque a mí me gustaba que Alejandro me poseyera.
Apreté mi mandíbula y ladee el rostro para no verlo. Sentí una caricia suave en mi rostro, la cual, me obligó a girar, para poder verlo a los ojos; su verde mirar estaba posado directamente sobre mis ojos y habló con seriedad.
—No estaré con alguien más, tienes mi palabra, pero tenemos que ir — dijo lentamente — estando ahí, podemos fingir que entramos con alguna mujer, pero no tiene que pasar nada.
Suspiré cansado, sus palabras, su voz, su rostro tranquilo y su mirada serena me hicieron caer ante él — está bien — moví mi mano para acariciar la suya — pero, no quiero que te metas con nadie más mientras estás conmigo — pedí.
Estaba siendo egoísta, lo sabía, pero mientras Alejandro estuviera cerca de mí, no quería compartirlo con nadie, no sabía cuánto tiempo iba a durar, pero quería, al menos esos días, pensar que podíamos llevar una relación sana y segura.
Él sonrió satisfecho — sigues siendo celoso — aseguró — pero puedes estar seguro que, no estaré con nadie más, mientras tú seas mío.
Moví mi rostro para profundizar su caricia y suspiré — sólo seré tuyo, de ahora en adelante — prometí.
* * *
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