Emociones
Lunes, diciembre 8
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“Erick… Erick…”
A lo lejos, escuchaba una voz suave diciendo mi nombre; al parecer quería que despertara. Me removí con pereza y a pesar de mi cansancio, pude abrir los ojos con algo de lentitud; poco a poco mi vista se fue aclarando y el rostro que tenía frente a mí, después de unos segundos tomó forma definida y a pesar de seguir algo adormilado y confundido, la sonrisa que observé, me pareció perfecta.
—Erick… — habló despacio y besó mi mejilla — ya sonó tu despertador — dijo con suavidad rozando mis labios — tienes que levantarte, ¿no es así?
—¿Despertador? — pregunté confundido, no lograba pensar coherentemente.
—Sí, tu despertador, una segunda alarma — confirmó — son las seis y media, ¿no te vas a bañar?
—¿Las seis y media? — seguía sin comprender.
—Erick… — dijo con seriedad — llegarás tarde a tu trabajo, ya es lunes…
—Lunes… — repetí como si no entendiera la palabra, pero de pronto, todo tomó sentido, abrí mis ojos de golpe y me incorporé con rapidez — ¡¿lunes?!
—Sí… — Alejandro ladeó el rostro observándome divertido — creo que estás demasiado cansado — acarició mi rostro que aún mostraba una mueca confundida — ¿por qué no llamas y dices que estas enfermo?
—¡No! — negué y traté de ponerme de pie, pero mi cuerpo estaba pesado — ¡demonios!, no puedo llegar tarde, tengo un reporte importante que entregar — abusando de mi fuerza de voluntad, me puse de pie y casi corrí al baño, abrí la regadera para que el agua se templara, mientras sacaba un traje del armario de mi vestidor.
Alejandro se puso de pie y fue a observarme curioso; estaba completamente desnudo igual que yo, se recargó en el marco de la puerta y sonrió de lado.
—¿Siempre te levantas así en las mañanas? — preguntó
—¡No! — aseguré — nunca he llegado tarde a mi trabajo — entré con rapidez a la regadera y empecé a enjabonar mi cabello.
—¿A qué hora entras con exactitud?
—¿Oficialmente? — grité desde el otro lado de la puerta corrediza — a las nueve.
—Entonces, ¿de qué te preocupas? Tienes tiempo.
—Sí… — dije un poco alterado — pero siempre llego antes de las ocho, porque debo revisar los servidores y estar al pendiente de unos registros que se realizan de lunes a viernes, en un horario específico del este de EUA, no puedo dejarle ese trabajo a alguien más, porque si algo sale mal, puede ocasionar un error que perjudicaría demasiados servidores, créeme — aseguré — ya ha salido mal y he tenido que ir, incluso en días de descanso.
—Exagerado…
Alcancé a ver que se alejaba, a pesar del cristal opaco de la puerta y suspiré; tal vez sí exageraba, pero era mi trabajo y mi responsabilidad, así que no lo podía dejar de lado. Terminé de bañarme y pasé a cambiarme con rapidez; lavé mis dientes, me peiné como siempre y busqué una gabardina que combinara con mi traje.
Salí del vestidor y Alejandro estaba sobre la cama, viendo la televisión.
—Lo… lo siento — me disculpé — yo, no supe a qué hora me dormí.
Él rió con fuerza — te dormiste justo después de que dijiste que me amabas — dijo con cinismo.
Alex había vuelto a su forma de ser habitual. Bajé la vista apenado, él se puso de pie y se acercó a mí; me abrazó con lentitud y besó mi mejilla.
—No te preocupes — su voz volvió a ser suave — fue lindo volver a escucharte decirlo, a pesar de que estabas fatigado, así que, el hecho de que te quedaste dormido, tiene justificación.
—Gracias…
Alejandro buscó mis labios y me besó, al principio de manera lenta, pero rápidamente ahondó la caricia; no pude evitar corresponder con deseo, especialmente ahora, que ya no había una sola barrera que evitara dejarme disfrutar de su compañía.
Me alejé con dificultad, respirando con agitación — debo irme… — aseguré y él me besó una vez más antes de soltarme.
—Está bien — se relamió los labios y sonrió.
—Le dejaré una nota a la señora Josefina, no te preocupes — anuncié — solo es para que no se sorprenda de verte aquí…
Estaba a punto de salir de la habitación cuando él me habló — Erick… — giré mi rostro y lo observé con curiosidad — si quiero salir para volver después y si la señora esa no está aquí, ¿cómo entro? — preguntó con seriedad.
—Ah… — titubee — está bien te dejaré mis llaves por el momento — indiqué — las dejaré en la mesa ¿de acuerdo?
—Quiero unas copias para mí — ordenó.
—Alex… — gimotee nervioso.
—Tus amigos tienen copia de tus llaves, ¿no es así? — levantó una ceja y me miró con severidad — ¿por qué no puedo tener las mías?
—Está bien, vístete mientras busco unas copias en la cocina.
Iba bajando las escaleras, pero a medio camino, mi cerebro reaccionó. Subí rápidamente los escalones, entré a la habitación de visitas, frente a la mía y desarreglé la cama, jalando la cobija. Salí casi al mismo tiempo que Alex salía de mi habitación.
—¿Qué hacías? — preguntó confuso.
—Yo… es que no quiero que la señora Josefina sepa que dormimos juntos, así que, dejaré esta cama desordenada — expliqué.
—Si quieres, me quedo en esa habitación — dijo con un tinte molesto.
—No, no te preocupes — sonreí nervioso — le diré que yo dormí ahí y te dejé mi habitación, porque es la más grande y cómoda.
—¿Esa es tu excusa? — preguntó interesado — según me dijiste, todos tus amigos duermen en las habitaciones de huéspedes o… — detuvo su frase y me miró fríamente, se acercó a mí con grandes zancadas, me tomó del cuello y empujó contra la puerta de la habitación ejerciendo presión — ¿acaso alguno de tus amigos ha dormido en tu habitación?
—No — sollocé — te lo juro… — aseguré con miedo al ver el brillo de ira en su mirada — nadie más ha dormido en mi habitación… — mi voz apenas salía — créeme, Alex, por favor…
Él acercó su rostro hasta susurrar en mi oreja — eso espero, ‘conejo’… por tu bien… — me liberó lentamente del agarre mientras mordía mi oreja, después acarició mi cuello y se alejó con una sonrisa en su rostro — vamos — me apresuró — no te dejaré ir, si no me das unas llaves.
Asentí y bajé las escaleras, sintiendo el aura pesada que lo rodeaba, se había enojado, lo sabía, pero no podía intentar contentarlo en ese momento, ya iba tarde.
Busqué en la alacena unas llaves, lamentablemente no encontré ninguna; ni siquiera las copias que eran de mi esposa, «¿dónde están?» pensé con preocupación y negué.
—Alex, — dije intranquilo — no encuentro las copias, no sé dónde las dejó la señora Josefina, cuando llegue se las pides, por favor…
—Y, ¿si tampoco las encuentra? — preguntó con impaciencia.
—Yo… ¡ah!, está bien, ten — le entregué mi llavero — si sales, sácales copia — dije cansado — esta es de la puerta principal — dije mostrándole la que tenía una marca azul — esta es la de la puerta de la cocina que da al patio trasero — señalé la roja — esta es la de la terraza — le mostré la amarilla — esta es de la puerta que divide el patio trasero del delantero — sujeté una verde — esta es de la puerta de forja — separé una morada — esta es de la cochera — aparté la blanca — todas estas — indiqué las llaves que estaban en una sola argolla — son las llaves de las habitaciones, no es necesario sacar todas esas copias, ¿entendido? Sólo sácale copia a las que te indiqué, ¿de acuerdo?
No respondió, solo me observó sarcástico — ¿cómo quieres que lo recuerde todo? — preguntó molesto — son demasiadas.
—Bien… — entorné mis ojos — te lo apuntaré.
Agarré un block de notas que estaba en la mesa del teléfono y escribí todas las indicaciones con rapidez, le di la nota y lo miré con seriedad.
—Recuerda, sólo a las que están marcadas.
—Sí, ya entendí.
Sonreí complacido. Volví a la pequeña libreta y escribí en otro papel con rapidez, explicando escuetamente la situación a la señora Josefina, con algunas omisiones para que no imaginara cosas que ‘no’ eran, pero que si habían sucedido en realidad. Dejé la nota en la mesa y tomé el maletín con mi computadora portátil.
—Ayúdame con mis hijos por favor — pedí — se me está haciendo muy tarde y así, cierras tú la puerta.
Alex asintió y salió junto conmigo. Mis hijos fueron a saludarme y a cada uno les acaricie las orejas antes de subir al automóvil para encenderlo. Alex los llamo y lo siguieron obedientes, cerró la puerta de atrás, fue a abrir la puerta de la cochera y empecé a mover el coche; antes de salir completamente me hizo una seña y me detuve, bajando el vidrio de la ventanilla.
—¿Qué pasa? — pregunté.
Él se agacho, sujetó mi rostro con su mano derecha y me besó con fuerza, introduciendo su lengua para recorrer el interior de mi boca con ella; mi rostro se puso rojo y él sonrió malicioso al alejarse de mí.
—Recuerda eso durante el día — ordenó y yo simplemente asentí como hipnotizado.
Alejandro se alejó para que pudiera salir completamente de la cochera, cerrando la puerta después; abrió la puerta a mis hijos y por el espejo retrovisor, vi cómo se ponía a jugar con ellos, logrando que sonriera complacido.
* * *
Llegué a mi trabajo apenas a tiempo, cuando estaban llegando los datos del extranjero; me entretuve tomando un café, mientras revisaba archivo tras archivo, hasta que tuve en mis manos la información completa y correcta. Después, imprimí mi informe y lo llevé a su destino.
A pesar de que fue una mañana algo ocupada, por la cantidad de documentos que tuve que revisar, debido a que empezaba la recta de cierre de año, todo el día pensé en el beso de despedida de Alejandro. Por momentos, lograba hacerme sonrojar en extremo y las personas que estaban cerca de mí, me preguntaban si me encontraba bien; respondía “sí” nerviosamente y trataba de controlar mi respiración, para que no notaran lo agitado que me encontraba debido a un simple recuerdo.
Ese día, también tuve otra presión que nada tenía que ver con mi empleo; Melissa empezó a marcar a mi oficina, desde las nueve de la mañana, Lucía, mi secretaria ya no sabía qué decirle para negarse a contactarla conmigo. Finalmente, tuve que responderle y decirle que no molestara o podría denunciarla por acoso; ella lloró, suplicó y rogó sin pudor, pero al ver que no accedía, empezó a maldecirme y amenazarme. Le colgué de inmediato y le di órdenes a mi secretaria para que bloquearan ese número en mi extensión; con eso, por lo menos lo que restó del día, no supe nada más de ella.
Salí casi a las siete de la tarde. Pocas veces tenía que quedarme más tiempo de lo normal, la gran mayoría lo hacía por mi gusto, pero ese día, ese preciso día que quería llegar rápido a mi casa, tuve que quedarme por verdadero trabajo.
Un servidor se cayó a medio día en la India. «¿Por qué en la India?...» me pregunte mentalmente cuando estaba frustrado y llegué a mi punto de desesperación máxima. Tardamos horas en encontrar el desperfecto, un archivo corrupto de programación que desconfiguró la red y el servidor, casi se perdía. Más no demostré que estaba ansioso; mis empleados siempre me habían visto como un jefe que tenía mucha serenidad ante ese tipo de problemas, así que debía comportarme como siempre.
Debido a que era muy tarde, no tendría tiempo de ir al gimnasio, pero no me importaba; esa actividad la llevaba a cabo solo para ocuparme en algo y no estar solo, pero sabiendo que Alex estaría en mi hogar, era más que suficiente para sentirme completo y feliz, a su lado.
* * *
Llegué a mi casa poco antes de las ocho de la noche; había luz en el interior, se notaba a pesar de que las cortinas estaban cerradas. Sonreí con emoción al pensar que Alex estaba ahí, esperándome. Mis hijos salieron de la casa por la puerta exclusiva de ellos y después, Alejandro salía para llevarlos al patio de atrás y abrir la puerta de la cochera; desde mi auto, pude notar que traía otra ropa diferente al día anterior.
Estacioné mi vehículo y bajé, tratando de no demostrar mí entusiasmo — ¿cómo supiste que llegué, si no toqué el timbre? — pregunté curioso.
—Los niños identifican mejor cuando llegas, así que, solo salí cuando ellos lo hicieron — estaba abriendo la puerta nuevamente, para que mis hijos salieran a saludarme
—¿Los ‘niños’? — pregunté mientras acariciaba las orejas de mis hijos
—Sí — asintió — la señora Josefina les dice así, por eso creo que les diré de esa manera, es mejor que decir ‘perros’ — aseguró — es un poco despectivo, ¿no lo crees? Y, como son parte de tu familia, tampoco me es muy agradable decirles “tus mascotas”.
—Supongo… — dije confundido, no entendía del todo el razonamiento de Alejandro, pero me gustaba que fuese considerado con mis hijos.
Abrí la puerta de atrás de mi auto y saqué mi maletín, caminando al interior de mi casa; Alejandro entró detrás de mí, evitando que nos siguieran mis cuatro hijos, quienes seguían buscando mi atención.
—Déjalos pasar — dije al notar eso.
—Aun no — antes que diera algunos pasos más, me sujetó del brazo, me hizo girar y me besó con ansiedad — quiero ser el primero en saludarte cuando vuelves y no puedo en la cochera — sentenció — sabes que soy algo posesivo… — volvió a besarme de forma aún más demandante, su lengua jugó con la mía y mordió mi labio inferior — tardaste… — reprochó — ¿cómo quieres que pase tantas horas sin tenerte cerca? — preguntó mientras me desabrochaba el saco, aflojaba la corbata y mordisqueaba mi oreja.
—Alex… — susurré — deja que coma algo antes.
Él se alejó de mí con seriedad — ¿comer? — preguntó incrédulo.
Asentí cansado — en verdad, hoy no he comido — suspiré — fue un largo día y solo tome café, algunas galletas y comí la mitad de un emparedado — confesé haciendo un mohín.
Acarició mi rostro con delicadeza — pobre ‘conejo’ — sonrió levemente, me tomó de la mano y me llevó a la mesa — siéntate, te calentaré la comida que dejó la señora Josefina.
—Gracias… — sonreí mientras me quitaba el saco y lo dejaba en el respaldo de la silla.
—Por cierto — prosiguió — te dejó un mensaje.
—Ah, ¿sí?
—Está en la mesa.
Observé el sobre en la mesa y sonreí, iba a tomarlo cuando mis hijos empezaron a ladrar inquietos.
—¿Qué pasa? — preguntó Alex con seriedad.
—No sé — respondí — de seguro pasó alguien por la acera.
Entonces, escuché un vidrio romperse y uno de mis ‘hijos’ lloró; me puse de pié con rapidez al escucharlo. Iba a salir a verificar lo que había ocurrido, cuando un sonido retumbó con fuerza.
«Una bala…» apenas lo pensé, algo se estrelló contra el cristal de la ventana del comedor y algunos vidrios salieron disparados hacia adentro.
Alejandro corrió y me abrazó — ¡al suelo! — dijo con voz ronca.
Mis hijos seguían ladrando y alcancé a escuchar una voz de mujer.
—¡Sal! — gritaba— ¡sal si eres hombre, maldito marica!
«No puede ser…» reconocí su voz con rapidez, a pesar de que sonaba un tanto indispuesta. Era imposible que estuviera ahí, ella no sabía dónde vivía, «a menos que…» mi mente recordó que un automóvil parecía venir detrás del mío, siguiéndome desde que salí de mi trabajo, pero por la emoción de llegar a casa con Alejandro, no puse mucha atención.
—¡Sal o mato a tus perros…!
Me quise poner de pie y Alejandro no me lo permitió.
—¡No! — dijo autoritativo.
—Si no salgo, ¡los va a matar! — aseguré — está ebria.
—Si sales, puede dispararte a ti… — objetó y sus ojos mostraban preocupación.
—Estaré bien — intenté sonreír — llama a la policía.
—¡Te dije que salieras! — el grito femenino se escuchó casi al mismo tiempo que un disparo y después, el aullido de uno de mis hijos logró que mi corazón diera un vuelco.
—¡No! — me puse de pie con rapidez y me dirigí a la salida.
—¡Erick! — Alejandro no pudo detenerme
Abrí la puerta y salí para ver a Black, tirado en el patio, lleno de sangre. Rocky, Ponch y Tomi ladraban con más agresividad hacia la extraña que estaba del otro lado de la cerca de metal; Tomi tenía la cabeza húmeda y en el piso había una botella rota. Corrí hacia Black y me hinqué a su lado.
—Black… — susurré al ver como la sangre se esparcía por la losa y el pasto, manchando todo de rojo.
Su respiración era débil y sus ojos oscuros se posaron en mí, con un tinte de dolor y suplica.
—Te dije que los mataría… — escuché una risa nerviosa y levanté la mirada.
Melissa estaba desarreglada, ebria completamente; la pintura en su rostro estaba corrida y parecía un payaso mal pintado, mientras movía el arma para todos lados. Mis hijos seguían ladrando con fuerza, estaban alterados y posiblemente como yo, tenían miedo
—¡Cállalos! — ordenó — ¡cállalos o también se mueren! — amenazó.
—Están nerviosos — los disculpé con rapidez — baja el arma y seguramente se calmarán…
Mis vecinos salieron de sus hogares, alertados por el ruido y posiblemente el sonido de los balazos, observando la situación, algunos con celulares en la mano, asustados; el alboroto era grande y seguramente estarían llamando a la policía también.
Alejandro salió de la casa justo en ese instante — Erick — dijo con firmeza — la policía ya viene.
—Melissa — hablé para calmarla, mis hijos seguían ladrando — baja el arma, por favor — supliqué — no hagas esto más grande.
Ella vio que Alejandro caminaba, alejándose de la puerta principal para acercarse a donde yo estaba y le apunto con el arma — ¡no te muevas! — gritó — eres uno de sus amiguitos, ¿verdad? — rió y puso un gesto de ira — este no es tu asunto.
Disparó.
—¡No! — grité de nuevo, pero el disparo falló y no alcanzó a Alejandro, solo rompió el ventanal de la sala.
Él se quedó de pie, observando a la mujer, quien era sólo una caricatura de ella misma.
—¡Alex! — supliqué — no te muevas, por favor, ¡no te muevas!
La ira se reflejaba en la verde mirada de Alejandro, sabía que no quería quedarse sin hacer nada, pero ante mi súplica se quedó inmóvil. Mis hijos ladraban con más fuerza y agitación, logrando desesperar a Melissa.
—¡Cállalos!
—Melissa, por favor — insistí — baja el arma y ellos se calmarán, te lo aseguro, así podremos hablar tranquilamente.
Ella se agarró el cabello con ambas manos, sin soltar el arma.
—¡Dije que los callaras!
Movió el arma, apuntándole a otro de mis pequeños y volvió a escucharse la detonación.
—¡Ponch! — grité con dolor cuando otro aullido salía de mi siguiente hijo herido.
Al igual que Black cayó al piso desangrándose.
—¡Melissa! — rogué — por favor, ¡detente! — mis ojos se humedecieron.
Tomi y Rocky se pusieron más agresivos ante ella, mostrando sus dientes; de no haber estado la reja en medio, le hubiesen saltado encima. El sonido de las sirenas se escuchaba cerca.
—¡Párate! — Melissa sonrió mientras me apuntaba — ponte de pie Erick o ¡mato a otro de tus pulgosos!— hizo un movimiento con el arma hacia otro de mis hijos.
—Está bien, está bien — accedí — tranquila…
Solté el cuerpo inerte de Black, dejándolo con suavidad en el piso y me puse de pie. Mi camisa, mi pantalón y mis manos estaban llenos de sangre
—Ya estoy de pie, ¿ves? — intenté sonreír para que confiara en mí, pero mis ojos seguían húmedos.
Ella me miro y rió a carcajadas.
—No puedes dejarme — negó — ¡no vas a dejarme! — insistió.
—Está bien, Melissa — traté de distraerla para que escuchara mi voz y no hiciera caso de Tomi y Rocky que seguían gruñendo con fiereza, ni mucho menos de Alejandro que aún estaba de pie, tras de mi — sólo, vamos a hablarlo…
—¡No! — gritó y sacudió su cabeza con fuerza — querías dejarme, ¿no es así? — preguntó volviendo a apuntarme con el arma.
La policía había llegado, las patrullas se estacionaron en la calle lateral y del otro lado también, a varias casas de distancia; varios agentes bajaron de las mismas y rodearon el área. Uno de ellos intentó hablarle para calmarla también.
—¡Cállese! — gritó y disparó hacia las patrullas — estoy hablando con él — me señalo con el arma — ¡abre la puerta, Erick!
—Melissa… — dije tranquilo — las llaves están en la casa, necesito ir por ellas — trataba de no demostrar que tenía miedo de lo que ella podía hacer en ese estado.
—¡No! — gritó — tu no irás, Erick… — señaló a Alejandro con el arma — ¡que él vaya!
La policía insistía para que soltara el arma y se alejara, pero ella no los escuchaba.
—Melissa… — le llamé para que me observara a mí y no le pusiera atención a Alejandro — escucha, si te permito pasar, mis mascotas pueden lastimarte — aseguré — deja que los lleve al patio trasero, por favor.
—¡Tú no te mueves! Si tengo que deshacerme de ellos para que no te muevas, ¡lo haré!
Apenas terminó de hablar, jaló el gatillo; ante otro disparo, Tomi cayó también, gimoteando.
—¡Melissa! — grité — deja de lastimarlos, por favor — mi voz estaba a punto de quebrarse — deja de lastimar a mis hijos, ¡te lo suplico!
—¿Tus hijos? — rió — ¡Yo te puedo dar hijos de verdad! — gritó — yo puedo darte felicidad — aseguró — ¿por qué no te quieres casar conmigo, Erick? — preguntó en medio de un sollozo — sólo quiero casarme contigo y vivir a tu lado… es todo.
Algunos agentes de la policía iban acercándose por un costado, pero ella se dio cuenta.
—¡Dije que no se acerquen! — disparó hacia donde había visto a los policías — ¡mataré al que quiera interponerse! — gritó — ¡¿qué no ven que trato de poner fecha para mi boda?!
No parecía una borrachera normal; debía ser algo más lo que la tenía en ese estado, estaba demasiado alerta como para que fuera simple alcohol lo que la había alterado. Rocky se puso frente a mí y le mostró los dientes a Melissa, gruñendo con rabia.
Ella rió — tu cachorro está enojado — dijo divertida, para después cambiar su semblante a uno molesto — querido, ese perro no puede vivir en nuestra casa.
—Melissa, ¡no! — grité.
Otro disparo y Rocky se desplomó frente a mí.
—No, no, no… — caí de rodillas y abracé a Rocky que lloraba débilmente — Rocky… — susurré mientras mi hijo daba su último aliento en mis brazos.
Un disparo más retumbó cerca, pero ya estaba perdido en mi dolor para ponerle atención; no supe con claridad lo que sucedió después. A lo lejos, un grito desesperado de una mujer, algunas sombras se movieron y apenas pude sentir los brazos de Alejandro en mis hombros, tratando de levantarme y que reaccionara.
—Erick... ¡Erick!
Su voz sonaba tan distante. Me sentía perdido…
* * *
Recobré un poco la noción de lo que ocurría a mí alrededor, cuando estaba sentado en la sala de mi casa. Había policías, peritos y ministeriales, revisando donde habían quedado las balas que Melissa había disparado al interior; tomaban fotos de donde quedaron los vidrios regados por el piso y la duela, así como de todos los daños colaterales que había ocasionado. A lo lejos, Alejandro hablaba con algunos hombres y estos solo asentían; por fuera de mi casa, algunos reporteros, tanto de periódico cómo de televisión, trataban de saber todo lo que había pasado.
Mis manos estaban aún rojas, pues estaba cubierto con sangre seca; mi pantalón y camisa también estaban manchados. Traía puesta una gabardina en los hombros, pero no lograba saber si era mía.
—Alex… — susurré.
Alguien, no supe quien, se puso de pie cerca de mí y caminó hasta donde estaba Alejandro; él se disculpó con los hombres con quienes hablaba y fue a mi lado. Se puso de cuclillas frente a mí, sujetó mis manos con infinita delicadeza y me observó con tristeza.
—¿Estás mejor?
—No… no sé…
—Lo siento — se disculpó — si estás un poco mareado o desorientado, es porque te pusieron un calmante — explicó — no querías soltar a Rocky — añadió acariciando mis manos.
—¿Dónde…?
Él suspiró y negó — lo siento, Erick… ellos…
Incliné mi rostro; no lloré, sólo me quedé en silencio. Un hombre entró, llamó a Alejandro y él se puso de pie. No escuché lo que decían y la verdad no me interesaba. Momentos después, Luís, Víctor y Daniel llegaban a mi lado.
—Erick… — Luís se puso frente de mí, de cuclillas, sujetando mis manos, como lo había hecho Alex momentos antes.
—¿Estás bien? — preguntó Daniel poniéndose a un lado mío.
—¿Qué pasó con exactitud? — exigió saber Víctor.
—No… no sé… — respondí — no lo sé…
Alejandro se acercó y los observó; era más alto que todos ellos, su rostro serio imponía ante cualquiera. Víctor y Daniel lo observaron con curiosidad e inquietud; Luís ni siquiera le puso atención.
—Una persona vino a ocasionar problemas — dijo con formalidad — ella ya fue llevada al ministerio público para hacerle unas pruebas, parece que estaba bajo efecto de estupefacientes — explicó a grandes rasgos.
—¿Ella? — preguntó Daniel desconcertado.
—Y tú, ¿quién eres? —Víctor observó a Alejandro con desconfianza.
—Alejandro de León — se presentó — disculpen que no me haya presentado con anterioridad, soy amigo de Erick, me ofreció su casa para quedarme por unos días, mientras estoy de paso por la ciudad — trató de decir lo mismo que yo le había comentado a Luís por teléfono — por eso estaba aquí cuando todo esto ocurrió.
Luís giró su rostro para verlo, después de escuchar su nombre; se puso de pie y lo observó inquisitivamente.
—Soy Luís Jiménez — se presentó ofreciéndole la mano — hablamos por teléfono ayer.
—Un placer — dijo Alex saludándolo.
—Yo soy Daniel Rocha — Daniel le extendió la mano a Alex después de Luís — amigo de Erick desde la universidad.
—Un placer — Alex curvo sus labios — Alejandro de León, amigo de Erick desde finales de secundaria.
—Víctor Rodríguez — le tendió la mano de forma más amistosa y cuando Alejandro lo saludó, Víctor se acercó a él para abrazarlo — gracias por cuidar de Erick, ¡‘bro’!, no sé qué hubiera pasado si hubiera estado solo.
El abrazo y la forma tan amistosa con que Víctor lo saludó, a diferencia de mis otros dos amigos, desconcertó a Alex por completo.
—De nada… — dijo sonriendo tranquilo — pero, lamentablemente, no pude hacer mucho.
—Estuviste a su lado — Luís suspiró — es más que suficiente.
Yo sólo escuchaba la manera en la que se presentaban, me sentía como un espectador ante una película.
—Tengo que hablar con alguien del ministerio — Alejandro se disculpó — les encargo a Erick — añadió — está un poco desorientado por un calmante que le pusieron, posiblemente no reaccione como normalmente lo haría.
Cuando Alejandro se retiró, Luís volvió a ponerse de cuclillas frente a mí.
—Alejandro de León… — Víctor habló en voz alta — no sé por qué, su nombre y cara me ‘suenan’.
—Alejandro de León, empresario hotelero que esta semana, abrirá un hotel lujoso en la mejor zona turística de la ciudad — la voz de Luís sonaba muy grave.
—¿Te ‘cae’? — preguntó Víctor.
—Sí — aseguró Daniel — el mismo, ¿acaso no ves las noticias?
—La ‘neta’, no.
—Necesito…
—¿Sí? — Luís se acercó a mí al escuchar mi débil voz.
Tardé en poner en orden mis pensamientos, pues me sentía confundido — necesito… ir a mi… habitación…
—Claro — Luís se puso de pie y me ayudó a levantarme — Daniel — llamó — ayúdame, parece muy mareado.
Daniel y Luís me ayudaron para poder caminar, sentía que todo me daba vueltas y que el piso se hundía cada que daba un paso. Un reportero se alcanzó a meter a mi casa, sin que nadie lo detuviera y se acercó a mí.
—Es usted el dueño de la casa, ¿verdad? — se puso delante de nosotros — ¿tiene algunas declaraciones? — acercó una grabadora a mi rostro.
Yo lo observé sin responder, ni siquiera podía procesar la pregunta con rapidez.
—¡Eh! — Víctor se puso entre el sujeto y yo — a usted nadie lo llamó, así que, salga de aquí — chifló y llamó a un policía — ¡oiga!, este metiche está molestando, ¡sáquelo de aquí!
El policía fue por el reportero de inmediato.
—Solo quiero algunas respuestas — pidió con rapidez.
—El señor de allá, responderá todo — Víctor señaló a Alejandro.
El hombre se fue mascullando, pues el policía lo sujetó del brazo, para que nos dejara en paz.
—Gracias… — susurré.
—De nada, ¡‘bro’! — Víctor sonrió — ¿para qué son los amigos?
Luís, Daniel y Víctor me ayudaron a subir al siguiente piso y a pesar de que a media escalera casi me desvanezco, seguí apoyándome en ellos para subir; me sentía como en un sueño, una horrible pesadilla. Al llegar a mi habitación, me recostaron en la cama, ayudándome a subir las piernas sobre el colchón, porque no tenía fuerzas, pero no hicieron nada más aparte de cubrirme con la cobija. Los tres salieron de ahí mientras yo cerraba mis ojos; necesitaba dormir, descansar.
Quería olvidar…
* * *
- - - - -
“Erick… Erick…”
A lo lejos, escuchaba una voz suave diciendo mi nombre; al parecer quería que despertara. Me removí con pereza y a pesar de mi cansancio, pude abrir los ojos con algo de lentitud; poco a poco mi vista se fue aclarando y el rostro que tenía frente a mí, después de unos segundos tomó forma definida y a pesar de seguir algo adormilado y confundido, la sonrisa que observé, me pareció perfecta.
—Erick… — habló despacio y besó mi mejilla — ya sonó tu despertador — dijo con suavidad rozando mis labios — tienes que levantarte, ¿no es así?
—¿Despertador? — pregunté confundido, no lograba pensar coherentemente.
—Sí, tu despertador, una segunda alarma — confirmó — son las seis y media, ¿no te vas a bañar?
—¿Las seis y media? — seguía sin comprender.
—Erick… — dijo con seriedad — llegarás tarde a tu trabajo, ya es lunes…
—Lunes… — repetí como si no entendiera la palabra, pero de pronto, todo tomó sentido, abrí mis ojos de golpe y me incorporé con rapidez — ¡¿lunes?!
—Sí… — Alejandro ladeó el rostro observándome divertido — creo que estás demasiado cansado — acarició mi rostro que aún mostraba una mueca confundida — ¿por qué no llamas y dices que estas enfermo?
—¡No! — negué y traté de ponerme de pie, pero mi cuerpo estaba pesado — ¡demonios!, no puedo llegar tarde, tengo un reporte importante que entregar — abusando de mi fuerza de voluntad, me puse de pie y casi corrí al baño, abrí la regadera para que el agua se templara, mientras sacaba un traje del armario de mi vestidor.
Alejandro se puso de pie y fue a observarme curioso; estaba completamente desnudo igual que yo, se recargó en el marco de la puerta y sonrió de lado.
—¿Siempre te levantas así en las mañanas? — preguntó
—¡No! — aseguré — nunca he llegado tarde a mi trabajo — entré con rapidez a la regadera y empecé a enjabonar mi cabello.
—¿A qué hora entras con exactitud?
—¿Oficialmente? — grité desde el otro lado de la puerta corrediza — a las nueve.
—Entonces, ¿de qué te preocupas? Tienes tiempo.
—Sí… — dije un poco alterado — pero siempre llego antes de las ocho, porque debo revisar los servidores y estar al pendiente de unos registros que se realizan de lunes a viernes, en un horario específico del este de EUA, no puedo dejarle ese trabajo a alguien más, porque si algo sale mal, puede ocasionar un error que perjudicaría demasiados servidores, créeme — aseguré — ya ha salido mal y he tenido que ir, incluso en días de descanso.
—Exagerado…
Alcancé a ver que se alejaba, a pesar del cristal opaco de la puerta y suspiré; tal vez sí exageraba, pero era mi trabajo y mi responsabilidad, así que no lo podía dejar de lado. Terminé de bañarme y pasé a cambiarme con rapidez; lavé mis dientes, me peiné como siempre y busqué una gabardina que combinara con mi traje.
Salí del vestidor y Alejandro estaba sobre la cama, viendo la televisión.
—Lo… lo siento — me disculpé — yo, no supe a qué hora me dormí.
Él rió con fuerza — te dormiste justo después de que dijiste que me amabas — dijo con cinismo.
Alex había vuelto a su forma de ser habitual. Bajé la vista apenado, él se puso de pie y se acercó a mí; me abrazó con lentitud y besó mi mejilla.
—No te preocupes — su voz volvió a ser suave — fue lindo volver a escucharte decirlo, a pesar de que estabas fatigado, así que, el hecho de que te quedaste dormido, tiene justificación.
—Gracias…
Alejandro buscó mis labios y me besó, al principio de manera lenta, pero rápidamente ahondó la caricia; no pude evitar corresponder con deseo, especialmente ahora, que ya no había una sola barrera que evitara dejarme disfrutar de su compañía.
Me alejé con dificultad, respirando con agitación — debo irme… — aseguré y él me besó una vez más antes de soltarme.
—Está bien — se relamió los labios y sonrió.
—Le dejaré una nota a la señora Josefina, no te preocupes — anuncié — solo es para que no se sorprenda de verte aquí…
Estaba a punto de salir de la habitación cuando él me habló — Erick… — giré mi rostro y lo observé con curiosidad — si quiero salir para volver después y si la señora esa no está aquí, ¿cómo entro? — preguntó con seriedad.
—Ah… — titubee — está bien te dejaré mis llaves por el momento — indiqué — las dejaré en la mesa ¿de acuerdo?
—Quiero unas copias para mí — ordenó.
—Alex… — gimotee nervioso.
—Tus amigos tienen copia de tus llaves, ¿no es así? — levantó una ceja y me miró con severidad — ¿por qué no puedo tener las mías?
—Está bien, vístete mientras busco unas copias en la cocina.
Iba bajando las escaleras, pero a medio camino, mi cerebro reaccionó. Subí rápidamente los escalones, entré a la habitación de visitas, frente a la mía y desarreglé la cama, jalando la cobija. Salí casi al mismo tiempo que Alex salía de mi habitación.
—¿Qué hacías? — preguntó confuso.
—Yo… es que no quiero que la señora Josefina sepa que dormimos juntos, así que, dejaré esta cama desordenada — expliqué.
—Si quieres, me quedo en esa habitación — dijo con un tinte molesto.
—No, no te preocupes — sonreí nervioso — le diré que yo dormí ahí y te dejé mi habitación, porque es la más grande y cómoda.
—¿Esa es tu excusa? — preguntó interesado — según me dijiste, todos tus amigos duermen en las habitaciones de huéspedes o… — detuvo su frase y me miró fríamente, se acercó a mí con grandes zancadas, me tomó del cuello y empujó contra la puerta de la habitación ejerciendo presión — ¿acaso alguno de tus amigos ha dormido en tu habitación?
—No — sollocé — te lo juro… — aseguré con miedo al ver el brillo de ira en su mirada — nadie más ha dormido en mi habitación… — mi voz apenas salía — créeme, Alex, por favor…
Él acercó su rostro hasta susurrar en mi oreja — eso espero, ‘conejo’… por tu bien… — me liberó lentamente del agarre mientras mordía mi oreja, después acarició mi cuello y se alejó con una sonrisa en su rostro — vamos — me apresuró — no te dejaré ir, si no me das unas llaves.
Asentí y bajé las escaleras, sintiendo el aura pesada que lo rodeaba, se había enojado, lo sabía, pero no podía intentar contentarlo en ese momento, ya iba tarde.
Busqué en la alacena unas llaves, lamentablemente no encontré ninguna; ni siquiera las copias que eran de mi esposa, «¿dónde están?» pensé con preocupación y negué.
—Alex, — dije intranquilo — no encuentro las copias, no sé dónde las dejó la señora Josefina, cuando llegue se las pides, por favor…
—Y, ¿si tampoco las encuentra? — preguntó con impaciencia.
—Yo… ¡ah!, está bien, ten — le entregué mi llavero — si sales, sácales copia — dije cansado — esta es de la puerta principal — dije mostrándole la que tenía una marca azul — esta es la de la puerta de la cocina que da al patio trasero — señalé la roja — esta es la de la terraza — le mostré la amarilla — esta es de la puerta que divide el patio trasero del delantero — sujeté una verde — esta es de la puerta de forja — separé una morada — esta es de la cochera — aparté la blanca — todas estas — indiqué las llaves que estaban en una sola argolla — son las llaves de las habitaciones, no es necesario sacar todas esas copias, ¿entendido? Sólo sácale copia a las que te indiqué, ¿de acuerdo?
No respondió, solo me observó sarcástico — ¿cómo quieres que lo recuerde todo? — preguntó molesto — son demasiadas.
—Bien… — entorné mis ojos — te lo apuntaré.
Agarré un block de notas que estaba en la mesa del teléfono y escribí todas las indicaciones con rapidez, le di la nota y lo miré con seriedad.
—Recuerda, sólo a las que están marcadas.
—Sí, ya entendí.
Sonreí complacido. Volví a la pequeña libreta y escribí en otro papel con rapidez, explicando escuetamente la situación a la señora Josefina, con algunas omisiones para que no imaginara cosas que ‘no’ eran, pero que si habían sucedido en realidad. Dejé la nota en la mesa y tomé el maletín con mi computadora portátil.
—Ayúdame con mis hijos por favor — pedí — se me está haciendo muy tarde y así, cierras tú la puerta.
Alex asintió y salió junto conmigo. Mis hijos fueron a saludarme y a cada uno les acaricie las orejas antes de subir al automóvil para encenderlo. Alex los llamo y lo siguieron obedientes, cerró la puerta de atrás, fue a abrir la puerta de la cochera y empecé a mover el coche; antes de salir completamente me hizo una seña y me detuve, bajando el vidrio de la ventanilla.
—¿Qué pasa? — pregunté.
Él se agacho, sujetó mi rostro con su mano derecha y me besó con fuerza, introduciendo su lengua para recorrer el interior de mi boca con ella; mi rostro se puso rojo y él sonrió malicioso al alejarse de mí.
—Recuerda eso durante el día — ordenó y yo simplemente asentí como hipnotizado.
Alejandro se alejó para que pudiera salir completamente de la cochera, cerrando la puerta después; abrió la puerta a mis hijos y por el espejo retrovisor, vi cómo se ponía a jugar con ellos, logrando que sonriera complacido.
* * *
Llegué a mi trabajo apenas a tiempo, cuando estaban llegando los datos del extranjero; me entretuve tomando un café, mientras revisaba archivo tras archivo, hasta que tuve en mis manos la información completa y correcta. Después, imprimí mi informe y lo llevé a su destino.
A pesar de que fue una mañana algo ocupada, por la cantidad de documentos que tuve que revisar, debido a que empezaba la recta de cierre de año, todo el día pensé en el beso de despedida de Alejandro. Por momentos, lograba hacerme sonrojar en extremo y las personas que estaban cerca de mí, me preguntaban si me encontraba bien; respondía “sí” nerviosamente y trataba de controlar mi respiración, para que no notaran lo agitado que me encontraba debido a un simple recuerdo.
Ese día, también tuve otra presión que nada tenía que ver con mi empleo; Melissa empezó a marcar a mi oficina, desde las nueve de la mañana, Lucía, mi secretaria ya no sabía qué decirle para negarse a contactarla conmigo. Finalmente, tuve que responderle y decirle que no molestara o podría denunciarla por acoso; ella lloró, suplicó y rogó sin pudor, pero al ver que no accedía, empezó a maldecirme y amenazarme. Le colgué de inmediato y le di órdenes a mi secretaria para que bloquearan ese número en mi extensión; con eso, por lo menos lo que restó del día, no supe nada más de ella.
Salí casi a las siete de la tarde. Pocas veces tenía que quedarme más tiempo de lo normal, la gran mayoría lo hacía por mi gusto, pero ese día, ese preciso día que quería llegar rápido a mi casa, tuve que quedarme por verdadero trabajo.
Un servidor se cayó a medio día en la India. «¿Por qué en la India?...» me pregunte mentalmente cuando estaba frustrado y llegué a mi punto de desesperación máxima. Tardamos horas en encontrar el desperfecto, un archivo corrupto de programación que desconfiguró la red y el servidor, casi se perdía. Más no demostré que estaba ansioso; mis empleados siempre me habían visto como un jefe que tenía mucha serenidad ante ese tipo de problemas, así que debía comportarme como siempre.
Debido a que era muy tarde, no tendría tiempo de ir al gimnasio, pero no me importaba; esa actividad la llevaba a cabo solo para ocuparme en algo y no estar solo, pero sabiendo que Alex estaría en mi hogar, era más que suficiente para sentirme completo y feliz, a su lado.
* * *
Llegué a mi casa poco antes de las ocho de la noche; había luz en el interior, se notaba a pesar de que las cortinas estaban cerradas. Sonreí con emoción al pensar que Alex estaba ahí, esperándome. Mis hijos salieron de la casa por la puerta exclusiva de ellos y después, Alejandro salía para llevarlos al patio de atrás y abrir la puerta de la cochera; desde mi auto, pude notar que traía otra ropa diferente al día anterior.
Estacioné mi vehículo y bajé, tratando de no demostrar mí entusiasmo — ¿cómo supiste que llegué, si no toqué el timbre? — pregunté curioso.
—Los niños identifican mejor cuando llegas, así que, solo salí cuando ellos lo hicieron — estaba abriendo la puerta nuevamente, para que mis hijos salieran a saludarme
—¿Los ‘niños’? — pregunté mientras acariciaba las orejas de mis hijos
—Sí — asintió — la señora Josefina les dice así, por eso creo que les diré de esa manera, es mejor que decir ‘perros’ — aseguró — es un poco despectivo, ¿no lo crees? Y, como son parte de tu familia, tampoco me es muy agradable decirles “tus mascotas”.
—Supongo… — dije confundido, no entendía del todo el razonamiento de Alejandro, pero me gustaba que fuese considerado con mis hijos.
Abrí la puerta de atrás de mi auto y saqué mi maletín, caminando al interior de mi casa; Alejandro entró detrás de mí, evitando que nos siguieran mis cuatro hijos, quienes seguían buscando mi atención.
—Déjalos pasar — dije al notar eso.
—Aun no — antes que diera algunos pasos más, me sujetó del brazo, me hizo girar y me besó con ansiedad — quiero ser el primero en saludarte cuando vuelves y no puedo en la cochera — sentenció — sabes que soy algo posesivo… — volvió a besarme de forma aún más demandante, su lengua jugó con la mía y mordió mi labio inferior — tardaste… — reprochó — ¿cómo quieres que pase tantas horas sin tenerte cerca? — preguntó mientras me desabrochaba el saco, aflojaba la corbata y mordisqueaba mi oreja.
—Alex… — susurré — deja que coma algo antes.
Él se alejó de mí con seriedad — ¿comer? — preguntó incrédulo.
Asentí cansado — en verdad, hoy no he comido — suspiré — fue un largo día y solo tome café, algunas galletas y comí la mitad de un emparedado — confesé haciendo un mohín.
Acarició mi rostro con delicadeza — pobre ‘conejo’ — sonrió levemente, me tomó de la mano y me llevó a la mesa — siéntate, te calentaré la comida que dejó la señora Josefina.
—Gracias… — sonreí mientras me quitaba el saco y lo dejaba en el respaldo de la silla.
—Por cierto — prosiguió — te dejó un mensaje.
—Ah, ¿sí?
—Está en la mesa.
Observé el sobre en la mesa y sonreí, iba a tomarlo cuando mis hijos empezaron a ladrar inquietos.
—¿Qué pasa? — preguntó Alex con seriedad.
—No sé — respondí — de seguro pasó alguien por la acera.
Entonces, escuché un vidrio romperse y uno de mis ‘hijos’ lloró; me puse de pié con rapidez al escucharlo. Iba a salir a verificar lo que había ocurrido, cuando un sonido retumbó con fuerza.
«Una bala…» apenas lo pensé, algo se estrelló contra el cristal de la ventana del comedor y algunos vidrios salieron disparados hacia adentro.
Alejandro corrió y me abrazó — ¡al suelo! — dijo con voz ronca.
Mis hijos seguían ladrando y alcancé a escuchar una voz de mujer.
—¡Sal! — gritaba— ¡sal si eres hombre, maldito marica!
«No puede ser…» reconocí su voz con rapidez, a pesar de que sonaba un tanto indispuesta. Era imposible que estuviera ahí, ella no sabía dónde vivía, «a menos que…» mi mente recordó que un automóvil parecía venir detrás del mío, siguiéndome desde que salí de mi trabajo, pero por la emoción de llegar a casa con Alejandro, no puse mucha atención.
—¡Sal o mato a tus perros…!
Me quise poner de pie y Alejandro no me lo permitió.
—¡No! — dijo autoritativo.
—Si no salgo, ¡los va a matar! — aseguré — está ebria.
—Si sales, puede dispararte a ti… — objetó y sus ojos mostraban preocupación.
—Estaré bien — intenté sonreír — llama a la policía.
—¡Te dije que salieras! — el grito femenino se escuchó casi al mismo tiempo que un disparo y después, el aullido de uno de mis hijos logró que mi corazón diera un vuelco.
—¡No! — me puse de pie con rapidez y me dirigí a la salida.
—¡Erick! — Alejandro no pudo detenerme
Abrí la puerta y salí para ver a Black, tirado en el patio, lleno de sangre. Rocky, Ponch y Tomi ladraban con más agresividad hacia la extraña que estaba del otro lado de la cerca de metal; Tomi tenía la cabeza húmeda y en el piso había una botella rota. Corrí hacia Black y me hinqué a su lado.
—Black… — susurré al ver como la sangre se esparcía por la losa y el pasto, manchando todo de rojo.
Su respiración era débil y sus ojos oscuros se posaron en mí, con un tinte de dolor y suplica.
—Te dije que los mataría… — escuché una risa nerviosa y levanté la mirada.
Melissa estaba desarreglada, ebria completamente; la pintura en su rostro estaba corrida y parecía un payaso mal pintado, mientras movía el arma para todos lados. Mis hijos seguían ladrando con fuerza, estaban alterados y posiblemente como yo, tenían miedo
—¡Cállalos! — ordenó — ¡cállalos o también se mueren! — amenazó.
—Están nerviosos — los disculpé con rapidez — baja el arma y seguramente se calmarán…
Mis vecinos salieron de sus hogares, alertados por el ruido y posiblemente el sonido de los balazos, observando la situación, algunos con celulares en la mano, asustados; el alboroto era grande y seguramente estarían llamando a la policía también.
Alejandro salió de la casa justo en ese instante — Erick — dijo con firmeza — la policía ya viene.
—Melissa — hablé para calmarla, mis hijos seguían ladrando — baja el arma, por favor — supliqué — no hagas esto más grande.
Ella vio que Alejandro caminaba, alejándose de la puerta principal para acercarse a donde yo estaba y le apunto con el arma — ¡no te muevas! — gritó — eres uno de sus amiguitos, ¿verdad? — rió y puso un gesto de ira — este no es tu asunto.
Disparó.
—¡No! — grité de nuevo, pero el disparo falló y no alcanzó a Alejandro, solo rompió el ventanal de la sala.
Él se quedó de pie, observando a la mujer, quien era sólo una caricatura de ella misma.
—¡Alex! — supliqué — no te muevas, por favor, ¡no te muevas!
La ira se reflejaba en la verde mirada de Alejandro, sabía que no quería quedarse sin hacer nada, pero ante mi súplica se quedó inmóvil. Mis hijos ladraban con más fuerza y agitación, logrando desesperar a Melissa.
—¡Cállalos!
—Melissa, por favor — insistí — baja el arma y ellos se calmarán, te lo aseguro, así podremos hablar tranquilamente.
Ella se agarró el cabello con ambas manos, sin soltar el arma.
—¡Dije que los callaras!
Movió el arma, apuntándole a otro de mis pequeños y volvió a escucharse la detonación.
—¡Ponch! — grité con dolor cuando otro aullido salía de mi siguiente hijo herido.
Al igual que Black cayó al piso desangrándose.
—¡Melissa! — rogué — por favor, ¡detente! — mis ojos se humedecieron.
Tomi y Rocky se pusieron más agresivos ante ella, mostrando sus dientes; de no haber estado la reja en medio, le hubiesen saltado encima. El sonido de las sirenas se escuchaba cerca.
—¡Párate! — Melissa sonrió mientras me apuntaba — ponte de pie Erick o ¡mato a otro de tus pulgosos!— hizo un movimiento con el arma hacia otro de mis hijos.
—Está bien, está bien — accedí — tranquila…
Solté el cuerpo inerte de Black, dejándolo con suavidad en el piso y me puse de pie. Mi camisa, mi pantalón y mis manos estaban llenos de sangre
—Ya estoy de pie, ¿ves? — intenté sonreír para que confiara en mí, pero mis ojos seguían húmedos.
Ella me miro y rió a carcajadas.
—No puedes dejarme — negó — ¡no vas a dejarme! — insistió.
—Está bien, Melissa — traté de distraerla para que escuchara mi voz y no hiciera caso de Tomi y Rocky que seguían gruñendo con fiereza, ni mucho menos de Alejandro que aún estaba de pie, tras de mi — sólo, vamos a hablarlo…
—¡No! — gritó y sacudió su cabeza con fuerza — querías dejarme, ¿no es así? — preguntó volviendo a apuntarme con el arma.
La policía había llegado, las patrullas se estacionaron en la calle lateral y del otro lado también, a varias casas de distancia; varios agentes bajaron de las mismas y rodearon el área. Uno de ellos intentó hablarle para calmarla también.
—¡Cállese! — gritó y disparó hacia las patrullas — estoy hablando con él — me señalo con el arma — ¡abre la puerta, Erick!
—Melissa… — dije tranquilo — las llaves están en la casa, necesito ir por ellas — trataba de no demostrar que tenía miedo de lo que ella podía hacer en ese estado.
—¡No! — gritó — tu no irás, Erick… — señaló a Alejandro con el arma — ¡que él vaya!
La policía insistía para que soltara el arma y se alejara, pero ella no los escuchaba.
—Melissa… — le llamé para que me observara a mí y no le pusiera atención a Alejandro — escucha, si te permito pasar, mis mascotas pueden lastimarte — aseguré — deja que los lleve al patio trasero, por favor.
—¡Tú no te mueves! Si tengo que deshacerme de ellos para que no te muevas, ¡lo haré!
Apenas terminó de hablar, jaló el gatillo; ante otro disparo, Tomi cayó también, gimoteando.
—¡Melissa! — grité — deja de lastimarlos, por favor — mi voz estaba a punto de quebrarse — deja de lastimar a mis hijos, ¡te lo suplico!
—¿Tus hijos? — rió — ¡Yo te puedo dar hijos de verdad! — gritó — yo puedo darte felicidad — aseguró — ¿por qué no te quieres casar conmigo, Erick? — preguntó en medio de un sollozo — sólo quiero casarme contigo y vivir a tu lado… es todo.
Algunos agentes de la policía iban acercándose por un costado, pero ella se dio cuenta.
—¡Dije que no se acerquen! — disparó hacia donde había visto a los policías — ¡mataré al que quiera interponerse! — gritó — ¡¿qué no ven que trato de poner fecha para mi boda?!
No parecía una borrachera normal; debía ser algo más lo que la tenía en ese estado, estaba demasiado alerta como para que fuera simple alcohol lo que la había alterado. Rocky se puso frente a mí y le mostró los dientes a Melissa, gruñendo con rabia.
Ella rió — tu cachorro está enojado — dijo divertida, para después cambiar su semblante a uno molesto — querido, ese perro no puede vivir en nuestra casa.
—Melissa, ¡no! — grité.
Otro disparo y Rocky se desplomó frente a mí.
—No, no, no… — caí de rodillas y abracé a Rocky que lloraba débilmente — Rocky… — susurré mientras mi hijo daba su último aliento en mis brazos.
Un disparo más retumbó cerca, pero ya estaba perdido en mi dolor para ponerle atención; no supe con claridad lo que sucedió después. A lo lejos, un grito desesperado de una mujer, algunas sombras se movieron y apenas pude sentir los brazos de Alejandro en mis hombros, tratando de levantarme y que reaccionara.
—Erick... ¡Erick!
Su voz sonaba tan distante. Me sentía perdido…
* * *
Recobré un poco la noción de lo que ocurría a mí alrededor, cuando estaba sentado en la sala de mi casa. Había policías, peritos y ministeriales, revisando donde habían quedado las balas que Melissa había disparado al interior; tomaban fotos de donde quedaron los vidrios regados por el piso y la duela, así como de todos los daños colaterales que había ocasionado. A lo lejos, Alejandro hablaba con algunos hombres y estos solo asentían; por fuera de mi casa, algunos reporteros, tanto de periódico cómo de televisión, trataban de saber todo lo que había pasado.
Mis manos estaban aún rojas, pues estaba cubierto con sangre seca; mi pantalón y camisa también estaban manchados. Traía puesta una gabardina en los hombros, pero no lograba saber si era mía.
—Alex… — susurré.
Alguien, no supe quien, se puso de pie cerca de mí y caminó hasta donde estaba Alejandro; él se disculpó con los hombres con quienes hablaba y fue a mi lado. Se puso de cuclillas frente a mí, sujetó mis manos con infinita delicadeza y me observó con tristeza.
—¿Estás mejor?
—No… no sé…
—Lo siento — se disculpó — si estás un poco mareado o desorientado, es porque te pusieron un calmante — explicó — no querías soltar a Rocky — añadió acariciando mis manos.
—¿Dónde…?
Él suspiró y negó — lo siento, Erick… ellos…
Incliné mi rostro; no lloré, sólo me quedé en silencio. Un hombre entró, llamó a Alejandro y él se puso de pie. No escuché lo que decían y la verdad no me interesaba. Momentos después, Luís, Víctor y Daniel llegaban a mi lado.
—Erick… — Luís se puso frente de mí, de cuclillas, sujetando mis manos, como lo había hecho Alex momentos antes.
—¿Estás bien? — preguntó Daniel poniéndose a un lado mío.
—¿Qué pasó con exactitud? — exigió saber Víctor.
—No… no sé… — respondí — no lo sé…
Alejandro se acercó y los observó; era más alto que todos ellos, su rostro serio imponía ante cualquiera. Víctor y Daniel lo observaron con curiosidad e inquietud; Luís ni siquiera le puso atención.
—Una persona vino a ocasionar problemas — dijo con formalidad — ella ya fue llevada al ministerio público para hacerle unas pruebas, parece que estaba bajo efecto de estupefacientes — explicó a grandes rasgos.
—¿Ella? — preguntó Daniel desconcertado.
—Y tú, ¿quién eres? —Víctor observó a Alejandro con desconfianza.
—Alejandro de León — se presentó — disculpen que no me haya presentado con anterioridad, soy amigo de Erick, me ofreció su casa para quedarme por unos días, mientras estoy de paso por la ciudad — trató de decir lo mismo que yo le había comentado a Luís por teléfono — por eso estaba aquí cuando todo esto ocurrió.
Luís giró su rostro para verlo, después de escuchar su nombre; se puso de pie y lo observó inquisitivamente.
—Soy Luís Jiménez — se presentó ofreciéndole la mano — hablamos por teléfono ayer.
—Un placer — dijo Alex saludándolo.
—Yo soy Daniel Rocha — Daniel le extendió la mano a Alex después de Luís — amigo de Erick desde la universidad.
—Un placer — Alex curvo sus labios — Alejandro de León, amigo de Erick desde finales de secundaria.
—Víctor Rodríguez — le tendió la mano de forma más amistosa y cuando Alejandro lo saludó, Víctor se acercó a él para abrazarlo — gracias por cuidar de Erick, ¡‘bro’!, no sé qué hubiera pasado si hubiera estado solo.
El abrazo y la forma tan amistosa con que Víctor lo saludó, a diferencia de mis otros dos amigos, desconcertó a Alex por completo.
—De nada… — dijo sonriendo tranquilo — pero, lamentablemente, no pude hacer mucho.
—Estuviste a su lado — Luís suspiró — es más que suficiente.
Yo sólo escuchaba la manera en la que se presentaban, me sentía como un espectador ante una película.
—Tengo que hablar con alguien del ministerio — Alejandro se disculpó — les encargo a Erick — añadió — está un poco desorientado por un calmante que le pusieron, posiblemente no reaccione como normalmente lo haría.
Cuando Alejandro se retiró, Luís volvió a ponerse de cuclillas frente a mí.
—Alejandro de León… — Víctor habló en voz alta — no sé por qué, su nombre y cara me ‘suenan’.
—Alejandro de León, empresario hotelero que esta semana, abrirá un hotel lujoso en la mejor zona turística de la ciudad — la voz de Luís sonaba muy grave.
—¿Te ‘cae’? — preguntó Víctor.
—Sí — aseguró Daniel — el mismo, ¿acaso no ves las noticias?
—La ‘neta’, no.
—Necesito…
—¿Sí? — Luís se acercó a mí al escuchar mi débil voz.
Tardé en poner en orden mis pensamientos, pues me sentía confundido — necesito… ir a mi… habitación…
—Claro — Luís se puso de pie y me ayudó a levantarme — Daniel — llamó — ayúdame, parece muy mareado.
Daniel y Luís me ayudaron para poder caminar, sentía que todo me daba vueltas y que el piso se hundía cada que daba un paso. Un reportero se alcanzó a meter a mi casa, sin que nadie lo detuviera y se acercó a mí.
—Es usted el dueño de la casa, ¿verdad? — se puso delante de nosotros — ¿tiene algunas declaraciones? — acercó una grabadora a mi rostro.
Yo lo observé sin responder, ni siquiera podía procesar la pregunta con rapidez.
—¡Eh! — Víctor se puso entre el sujeto y yo — a usted nadie lo llamó, así que, salga de aquí — chifló y llamó a un policía — ¡oiga!, este metiche está molestando, ¡sáquelo de aquí!
El policía fue por el reportero de inmediato.
—Solo quiero algunas respuestas — pidió con rapidez.
—El señor de allá, responderá todo — Víctor señaló a Alejandro.
El hombre se fue mascullando, pues el policía lo sujetó del brazo, para que nos dejara en paz.
—Gracias… — susurré.
—De nada, ¡‘bro’! — Víctor sonrió — ¿para qué son los amigos?
Luís, Daniel y Víctor me ayudaron a subir al siguiente piso y a pesar de que a media escalera casi me desvanezco, seguí apoyándome en ellos para subir; me sentía como en un sueño, una horrible pesadilla. Al llegar a mi habitación, me recostaron en la cama, ayudándome a subir las piernas sobre el colchón, porque no tenía fuerzas, pero no hicieron nada más aparte de cubrirme con la cobija. Los tres salieron de ahí mientras yo cerraba mis ojos; necesitaba dormir, descansar.
Quería olvidar…
* * *
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