Pecado
Domingo, diciembre 7
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Eran las siete de la mañana cuando sonó el despertador y yo solo había podido dormir tres horas cuando mucho. La cama estaba completamente revuelta y sentía que el sueño no me iba a permitir levantarme, pero pensar que le había dado mi palabra a Alex de verlo, me obligó a incorporarme e ir a la ducha con rapidez; a él nunca le gustó que llegase tarde y mucho menos, que le quedara mal.
Habían pasado más de catorce años y yo aún recordaba cosas que creí haber olvidado de mi pasado; eso me tenía inquieto pero a la vez, eufórico.
Me asee con rapidez y salí para rasurarme concienzudamente, pues no quería ir desaliñado a su encuentro; me puse uno de mis mejores trajes, mi gabardina negra y unos guantes, porque el día parecía muy frío. Estaba listo, pero al verme al espejo, sentí que faltaba algo más. Busqué en el armario y encontré la bufanda que mi esposa me había tejido hacía algunos inviernos atrás; suspiré, no debía ponerme triste en ese momento, especialmente porque era un día especial para mí.
Bajé las escaleras, me asomé por el ventanal y estaba lloviendo; busqué por toda la sala el paraguas, no recordaba dónde lo había dejado la última vez, pero al final lo encontré tras la puerta. Mis hijos se inquietaron al verme salir y buscaron mi atención; evité que me ensuciaran la ropa, pues traían sus patas mojadas y no quería tener que volver a cambiarme. Los acaricié para tranquilizarlos y finalmente, los dejé en el patio trasero mientras sacaba el automóvil, después volví a dejarlos libres, como siempre.
Eran pasadas las ocho cuando inicié el trayecto hacia el centro de la ciudad, sabía que me había apresurado demasiado, pero era mejor llegar temprano.
Llegue a las ocho con treinta y seis minutos, al estacionamiento del centro comercial; aparqué justo en el lugar donde me había encontrado a Alejandro el día anterior y esperé. Observaba cada diez o quince segundos el reloj; estaba impaciente, nervioso, el tiempo se me hacía tan lento que me desesperaba. A las ocho con cincuenta y cinco, un gran automóvil se estacionó al lado del mío; la ventanilla trasera se abrió y pude notar el rostro de Alejandro.
—Buenos días, llegaste temprano — dijo con una sonrisa en sus labios.
—Buenos días — respondí el saludo.
—Ven, sube, iremos en mi auto.
Descendí de mi vehículo y lo cerré; uno de los hombres que iban con él, se bajó del carro y me abrió la puerta. Agradecí la atención, entré y quedé a un lado de Alejandro; por fin pude observarlo con detenimiento. Traía ropa casual, su cabello estaba algo despeinado, no lo traía impecable como el día que nos habíamos encontrado, portaba unas gafas de marco delgado y una tableta digital en su mano, donde iba escribiendo unas cosas; con todo esto, me sentía un tonto, yo iba muy formal para la ocasión, «debí preguntar…» pensé, desviando la mirada, tratando de ocultar mi vergüenza.
—Disculpa… — dijo él, rompiendo el silencio — sé que mi atuendo no es lo que esperabas — sonrió ampliamente — pero no me agrada siempre estar como ‘muñeco de aparador’, sabes que esa clase de fachada me ha desagradado siempre, además es domingo, día para relajarte…
—Sí, yo… — titubee — no te preocupes, creo que vine muy formal para la ocasión.
—Te ves muy bien — su mirada se posó en mí y la sensación que me provocó, casi me sofoca.
—Tú… tú también — respondí desviando mi mirada.
—Bueno, dile a Julián a dónde nos dirigimos — señaló al conductor.
—¡Ah!, sí, claro… — asentí.
Con rapidez, le di indicaciones al chofer para llegar al restaurante.
* * *
Alejandro y yo, bajamos cuando el conductor y el copiloto nos abrieron las puertas, la lluvia se había detenido, por lo tanto no iba a ocupar el paraguas. Alejandro dejó su tableta y lentes en el auto, tomó una gabardina que traía en la parte de atrás del asiento, se la puso y pasó la mano por su cabello, haciendo que este se moviera con suavidad, tomando un movimiento sutil, que sirvió para peinarlo; desvié la mirada para no verlo, pues realmente me parecía encantador con ese aire tan casual.
Caminamos hacia el restaurante y nos sentamos en una mesa alejada del bullicio, cerca de un ventanal que daba a uno de los jardines cuidados meticulosamente; nos llevaron la carta de los desayunos y nos ofrecieron algo para beber mientras esperábamos.
—Buenos días — él saludó primero — por el momento, jugo de naranja para mí y para mi compañero un café negro, traiga el azúcar aparte, por favor — la voz de Alejandro era muy varonil y no solo a mi percepción, pues la mesera se sonrojó notablemente al escucharlo.
—Aún recuerdas que me gusta el café — dije con algo de vergüenza, cuando la joven se retiró.
—Eras un verdadero adicto desde muy joven, no creo que lo hayas cambiado por algo más — ladeó el rostro — o, ¿me equivoco?
—No, ciertamente no te equivocas — sonreí de lado — no lo he cambiado por nada más.
Observe la carta, pero sentía su mirada penetrante sobre mí; me escudriñaba y eso me ponía más nervioso, porque no entendía qué quería lograr con esa actitud. Agradecí que la mesera nos trajera con rapidez lo que había pedido para tomar, así, rompía el ambiente extraño en el que estábamos envueltos.
—¿Desean ordenar ya? — preguntó servil.
—Sí — él respondió — para mí, el desayuno americano.
—¿Usted? — ella me sonrió dulcemente.
—Yo… — titubee, no sabía qué pedir — solo tráeme unos hotcakes con mermelada, por favor.
—En seguida, con permiso.
La chica se fue y yo tome un par de sobres de azúcar para endulzar mi café.
—¿Sólo eso comerás? — levante mi vista ante la pregunta y observé a Alejandro; su mirada fría y seria me decía que le había molestado lo que había ordenado.
—Sí — respondí — casi no desayuno.
—Entonces, ¿por qué aceptaste mi invitación a desayunar?
—Yo… — temblé ante su mirada, esa mirada tan profunda que me producía ansiedad; más de catorce años habían pasado desde la última vez que sus ojos verdes se posaron sobre mí de esa manera, nunca antes pude mentirle y ahora, tampoco iba a poder hacerlo — no pude negarme — acoté en un débil murmullo — no quería que pensaras que no quería verte o que estaba huyendo de ti…
Alejandro me siguió observando con seriedad pero instantes después, sonrió.
—Deja de temblar — negó — pareces ‘conejo’ asustado, ¿acaso me tienes miedo?
—No — dije un poco más tranquilo — es solo que, ya no sé cómo tratarte.
—Soy el mismo de hace quince años, aunque mis días se vean ocupados por diferentes actividades.
—Ya veo — sonreí — también usas lentes.
—Sí, bueno, solo cuando nadie me ve — levantó una ceja — tengo una imagen que cuidar.
—Yo creo que te ves muy bien con ellos — las palabras salieron de mi boca sin darme cuenta y con un dejo de ensoñación al recordarlo cuando nos encontramos esa misma mañana, pero cuando procesé lo que había dicho, levanté la mirada, sintiendo como la sangre subió a mi rostro de golpe, por la pena de haber dicho algo impropio.
—Gracias — él sonrió de lado, mientras me observaba inquisitivamente — si logro esa reacción en ti, tal vez deba usar los lentes siempre.
No dije nada, solo pude agradecer mentalmente que la mesera llegara con nuestros desayunos, interrumpiéndonos una vez más, era mi salvadora.
—¿Qué has hecho? — preguntó Alex, rompiendo el silencio mientras empezaba con su comida.
—¿Yo? ¡Ah!, nada, trabajar, solo eso.
—¿De verdad? El viernes dijiste otra cosa.
Suspiré. Supuse que él quería saber lo que había hecho desde que desaparecí de su vida, por lo que decidí contárselo.
—Cuando terminamos la preparatoria, tuve que cambiar de residencia, eso ya lo sabes — dije serio — pero, yo no sabía dónde iba a terminar con exactitud — tomé un poco de aire, aún me dolía hablar de eso — mi padre, después de… bueno… — dudé en decirlo.
—Después de que se enteró de nosotros — terminó él.
Pasé saliva y mordí mi labio, no quería decirlo desea manera, pero tampoco podía ocultar lo que él ya sabía — sí, después de eso — dije con tristeza — él se empeñó en alejarme de todo aquello que pertenecía a mi vida anterior…
—Especialmente de mí, ¿cierto?
Asentí con vergüenza; después de tantos años, aun me sentía mal por no haber podido hacer nada, pero, ¿qué podía hacer un muchacho ingenuo que apenas había terminado la preparatoria y que ni siquiera era mayor de edad?
—Entonces, ¿qué paso? — preguntó con interés.
—Bueno, mi padre me envió con unos tíos por unos días, después con otros y otros, hasta que al final, terminé aquí, con unos parientes lejanos, mientras él tramitaba el cambio, en su empleo — especifiqué — mi padre, junto con mis tíos, ya habían metido mi solicitud para ingresar a la facultad de ingeniería en sistemas…
—Sí, he escuchado que la universidad de aquí es muy famosa por esa carrera — acotó — pero, tu no querías ser ingeniero.
—No, pero no tuve otra opción… era la única carrera que mi padre aceptaría que llevara, para redimir mi… — guardé silencio.
—¿Pecado?
Alejandro soltó una sonora carcajada y yo, simplemente levanté la mirada, pero sin atreverme a levantar el rostro; lo observé con algo de molestia, sentí que solo se estaba burlando de mí.
—Disculpa… — trató de calmarse al observar la seriedad en mi rostro — es que, siempre fuiste tan ingenuo y tal parece que aún lo eres…
—De cualquier modo — proseguí sin ocultar mi enojo — entré a la universidad y a mitad de mis estudios, mi padre falleció, mi madre se quedó conmigo pero cuando terminé la carrera, ella se fue con uno de mis hermanos — traté de resumir todo para evitar que, nuevamente, se burlara de mi — yo por mi parte, me casé, empecé a trabajar, estudié algunas maestrías mientras trabajaba y aquí estoy, contándote todo esto — mi voz era mucho más seria, estaba molesto y era notorio.
—Perdón… — esa simple frase logró que levantara mi rostro, observándolo con sorpresa; ese tono de voz que usó, años atrás lograba desarmarme y ahora, una vez más lo conseguía — no quise burlarme de ti — siguió hablando — es solo que, han pasado casi quince años y no sé cómo expresar todos los sentimientos que he guardado por lo que pasó.
—No… no tienes que decir nada — bebí un trago de mi café para tratar de suavizar mi ánimo y semblante, aunque no necesitaba mucho después de esas palabras, Alejandro había conseguido que todo mi enojo se esfumara de inmediato — las cosas pasaron, se cometieron errores, solo eso.
—Te busqué… — dijo con seriedad y sentí que mi corazón se aceleraba ante su confesión — te busqué donde me dijiste que te iban a mandar, pero no pude dar contigo.
«Alex…» mi corazón había dado un vuelco debido a que jamás me imaginé que él se atrevería a buscarme, pero de todas maneras, no hubiese sido posible encontrarnos — supongo que mi familia no te lo puso fácil — sonreí con pesar.
—Ni la tuya, ni la mía — la ira se reflejó en su voz — mis padres también me pusieron muchas trabas, la única manera de librarme de todo lo que me imponían, era convertirme en lo que soy ahora — sentenció — soy el dueño de todo y mi familia, especialmente mi padre, ya no puede decirme nada, a pesar de que pensó que me llevarían por el ‘buen camino’ — sonrió cruelmente, como cuando se peleaba en la escuela, aún tenía un dejo de salvajismo y eso era algo que me cautivaba aún más — dependen de mí, de lo que yo les doy, tengo poder, dinero y por sobre todo, influencias… si quisiera, podría deshacerme de ellos y no habría diferencia…
Me estremecí al escucharle decir esas esas palabras, no solo por lo que implicaba, sino por el tono de voz que usó, no dejaba duda de que estaba dispuesto a hacer eso y mucho más de ser necesario.
—Ya veo… — dije con algo de inseguridad; no sabía qué decir, ni cómo reaccionar en realidad.
—Te seguí buscando después… — me observó y esta vez su verde mirar se tornó triste — pero parecía que te había tragado la tierra — suspiró — pensé que el destino me había jugado una mala pasada… — sonrió — por eso, el viernes que te encontré por casualidad, pensé que, de existir un Dios, él te había puesto en mi camino una vez más.
Lo observé fijamente; él me sostuvo la mirada y por un momento, que para mí fue eterno, ambos nos perdimos en esa sensación que nos envolvió por completo. Fui yo quien desvió la mirada primero, al sentir como mi cuerpo parecía arder bajo mi ropa y que el aire escapaba de mis pulmones ante la visión del Alex que tenía enfrente, mezclándose con mis recuerdos.
—Y, ¿qué…? ¿Qué piensas hacer ahora? — pregunté nervioso.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, Alejandro, ya no somos unos niños — sonreí con tristeza — ¿tienes alguna pareja? ¿Alguien te está esperando en tu casa?
Él me observo y cambió su semblante a uno frío y hasta indiferente.
—No tengo pareja estable — su mirada parecía retarme — nadie me espera en casa, estoy solo y con respecto a qué pienso hacer, te lo diré sin rodeos, pienso comer ‘conejo’ muy pronto.
La frase me cimbró por completo, el tenedor resbalo de mi mano y cayó al piso; mi corazón se aceleró pero no podía desviar mi vista de su rostro, esa mirada maliciosa, esa sonrisa perversa, todo en él parecía haberse convertido en una fuerza sobrenatural que me había atrapado y no parecía querer dejarme escapar.
La mesera me sacó del estupor que me había provocado las palabras de Alejandro, cuando se acercó a recoger mi tenedor y traer uno limpio.
—¿Tienes miedo? — preguntó sagaz.
—¿Por…? ¿Por qué habría de tener miedo? — sonreí tratando de evitar que notara lo alterado que me había puesto por su culpa.
—Parece que tiemblas, por temor o quizá sea por… ¿deseo? — sus labios se curvaron en una mueca sádica — ¿sabes que eso era lo que más me gustaba de ti, ‘conejo’? — la última palabra fue un susurro apenas audible para mí.
Evité verlo a los ojos, debía contar hasta diez; tenía miedo, sí, no podía negarlo, pero pese al miedo, algo en mi interior parecía despertar, una sensación extraña que había ocultado en lo más profundo de mí durante años y que debía admitir, estaba disfrutando una vez más.
—Entonces… — bebí un poco más de café antes de proseguir, tratando de disimular con una temblorosa sonrisa, mi desconcierto — ¿ahora eres como un animal? ¿Un zorro? ¿Una serpiente? ¿Algo así?
Él rió — me considero más un cazador, esperando paciente por la presa que ha decidido que se convierta en su ‘cena’, ¿quieres que te lo demuestre?
Traté de tomar una pose mucho más seria y madura, aunque me fuese casi imposible con él frente a mí.
—Alejandro, no tienes que jugar a eso conmigo — comí algo de los hotcakes intentando mantener la compostura — ya no soy un niño y no lograrás impresionarme como en antaño — mentí.
No dijo nada, manteniendo un silencio que, terminó por preocuparme; levante mi rostro para verlo y pude notarlo. Me observaba con seriedad y cuando mi mirada se cruzó con la suya, él pudo leer mi alma, haciendo que sus labios se curvaran perversamente.
—No quiero impresionarte — expresó con marcado interés — pero tal vez, logre mucho más que eso — su voz era una provocación, suave, sensual, sutil.
—Lo… lo dudo — traté de mantenerme firme.
Alejandro cambió su semblante, su voz y se mostró más amistoso.
—Está bien, no insistiré…
Agradecí que detuviera ese acoso, estaba a punto de caer perdido ante su encanto; no quería hacer nada inadecuado, aunque ciertamente mi cuerpo parecía querer rendirse ante él con demasiada rapidez.
—¿Puedo preguntar…? — su mirada denotaba la duda que sentía, parecía no estar seguro con lo que iba a decir — ¿por tu esposa?
—Vicky — respondí — su nombre era Victoria, pero le decíamos Vicky y sí, puedes preguntar.
—¿La amabas?
Me quedé en silencio, no imaginaba que la primera pregunta sería la que menos deseaba responder; debía mentirle, por la memoria de mi esposa debía mentirle, pero era imposible mentirle especialmente a él.
—La… la quise mucho, no puedes imaginar cuánto.
—Mi pregunta fue, si la amabas, no, si la quisiste — inquirió con seriedad.
—No quiero responder… — negué — no puedo, lo lamento, no insistas, por favor…
—Entiendo… — guardó silencio por un momento — ¿y ella? ¿Te amó? ¿Sabía de tu pasado?
Levanté mi rostro y pasé el bocado de panqueque que tenía en mi boca; hubiese deseado que no preguntara nada de eso, pero algo me decía que debía responder sus dudas, por muy difícil de explicar que fuera para mí o difícil de entender para él.
—Me amó — asentí — más de lo que cualquier mujer — especifiqué sexo — pudiera haberlo hecho, a pesar de saber todo sobre mi, incluyendo mi pasado — aseguré — me amó por sobre todas las cosas, hasta el día de su muerte — finalicé con tristeza.
Una vez más me quedé en silencio, me dolía, pero no por lo que Alejandro pudiese imaginar.
—Perdóname — lo dijo con sinceridad y para mi desgracia, ese tono de voz tan sencillo logró desarmarme, cómo en antaño.
—Está bien, tenías que saberlo, ¿cierto?
—Sigo siendo un idiota sin tacto — sonrió con pesar — no debí preguntarte esas cosas.
—No te preocupes, ya pasó tiempo y aunque no parezca, ya lo superé.
Ambos seguimos comiendo pero no hubo más charla y terminamos el desayuno con rapidez, en completo silencio. Yo me sentía mal por no haber podido mentir, al menos por una vez, decir que amaba a mí esposa, a pesar de no haber sido así, pero no pude; él parecía respetar mi dolor y aunque estaba completamente seguro que no lo entendía por completo, me estaba dando mi espacio.
Alejandro pidió la cuenta, pagó y se puso de pie para salir de ahí.
—Vamos — sonrió, el ambiente entre nosotros ya se había calmado, pero no parecía estar bien — te llevaré a tu automóvil.
En el vehículo de Alejandro, aún esperaban los hombres que lo llevaban. Entramos al interior del auto y nos dirigimos al centro comercial, ambos en silencio; un silencio incómodo y doloroso. Al llegar, él bajó conmigo para despedirnos.
—Fue… fue una buena mañana — aseguró.
—Sí, lo fue…
¿Era todo? ¿Nos despediríamos y ya? En mi pecho algo se arremolinaba; tenía miedo, no quería que todo quedara solo en eso, un simple desayuno y ni siquiera poder platicar más, poder disfrutar su compañía o su simple presencia.
—Te marco después, para comer antes de que me vaya de la ciudad… cuando tengas tiempo, claro — sonrió — al menos espero que sí comas.
Me ofreció la mano y yo hice lo mismo, sintiendo la tibieza de su piel contra la mía.
—Adiós, Erick.
«¿Adiós? Eso sonó a una despedida para siempre», mi corazón latió con rapidez y me mandó la primera alerta, no podía dejar que se fuera así, no quería que se alejara de mí.
—Alex… — dije sin pensar, consiguiendo que él detuviera sus pasos y girara su rostro para observarme — te… ¿te gustaría…? Bueno… si tienes tiempo, claro… — no sabía cómo decir las cosas en realidad, me debatía entre lo que quería y lo que debía hacer.
Alejandro me observó extrañado, no parecía entender qué era lo que quería decirle, pero era lógico, ni yo sabía qué quería decir.
—¿Quieres…? — apreté mis puños y me armé de valor — ¿quieres conocer mi casa?
El asombro invadió el semblante de Alex, pero segundos después sonrió tan dulcemente que me cautivó.
—¿En este momento?
—Sí — respondí sin pensar, si pensaba iba a dudar y si dudaba, podría perder la oportunidad de pasar más tiempo con él.
—Por supuesto — asintió — yo iré contigo, Julián y Miguel nos seguirán en mi auto, ¿te parece?
—¡Sí! — la alegría me inundó y no pude ocultarla, pues una enorme sonrisa se dibujó en mi rostro.
Abrí mi carro y Alejandro se subió en el asiento del copiloto, después de dar indicaciones a sus trabajadores. Puse la marcha y me dirigí hacia mi casa, me sentía feliz por haber dado ese paso, aunque no sabía a dónde quería llegar; en el camino Alejandro estuvo revisando el reproductor de MP3.
—Tienes muchas canciones antiguas — rió.
—Lo sé — asentí mientras daba una vuelta — pero, tienes que admitir que son muy buenas.
—Eso no lo niego.
* * *
Al llegar a mi hogar le dije que me esperara, mientras encerraba a mis hijos para poder meter el automóvil; pero él descendió para dar nuevas indicaciones a sus acompañantes, quienes iban llegando en ese momento. Cuando volví a salir, después de abrir la puerta de la cochera, ellos se retiraban.
—¿A dónde van? — pregunte mientras entraba al carro para estacionarlo y Alejandro se sentaba en el asiento del copiloto de nuevo.
—Van a ir al hotel, si los ocupo los llamaré y en caso de que me ocupen por allá, ellos me llamarán — me mostró su celular — o, si es urgente, vendrán por mí.
Estacioné el auto y ambos bajamos; cerré la puerta de la cochera y fui a abrir la puerta para que mis hijos salieran nuevamente. Los cuatro se abalanzaron sobre mí buscando cariño, pero al ver que teníamos visita, fueron a buscar atención del invitado; eran muy amistosos con las personas que yo permitía entrar, pero si alguien desconocido se acercaba a la casa, sin que yo estuviera presente, no permitían que se quedara mucho tiempo, armaban escandalo para alejar a cualquier intruso y dar alerta de su presencia.
—¿Y ellos?
—Perdona, te presento — dije mientras les hacía señas para que se sentaran — ellos son Black, Ponch, Rocky y Tomi
—Te siguen gustando los animales — mencionó con un dejo de nostalgia.
—Sí, aunque estos en realidad no eran míos… vamos… — le indiqué la puerta — pasa, está haciendo frío.
Entramos a la casa y Alejandro observo todo con detenimiento — tu casa es grande…
—Gracias — sonreí quitándome la gabardina para dejarla sobre un sofá — pude ampliarla antes de casarme, lo demás, como los muebles, entre mi esposa y yo lo terminamos en poco tiempo — conté con orgullo — tengo un sótano amplio, que sirve para reuniones de videojuegos con mis amigos — expliqué rápidamente — la planta baja tiene sala, cocina, comedor y una habitación con baño completo — continué con la descripción — en el primer piso está la habitación principal, también con baño completo, hay una habitación de invitados, otro baño completo y el cuarto de lavado — enuncié evitando algunos detalles — en el segundo piso hay dos habitaciones más, otro baño y… — dudé por un momento y preferí no decir que también tenía un estudio — la terraza — finalicé con una sonrisa.
—¿Por qué tantas habitaciones? — indagó mientras se quitaba la gabardina y la dejaba en un sillón, para después seguirme.
—¡Ah!, bueno… — me encaminé hacia la cocina a buscar el alimento de mis hijos — es para cuando tengo visitas, a veces mis amigos se quedan aquí por una noche o más.
Iba a agarrar el alimento cuando algo me jaló con fuerza haciéndome girar. Quedé de frente a Alejandro; su cuerpo estaba junto al mío, demasiado cerca. Sentía su respiración cerca de mi frente, aún era mucho más alto que yo y mi corazón se aceleró.
—Alex, estás… — no pude terminar mi frase, su mano derecha me sujetó con fuerza de mi mentón, levantando mi rostro con rudeza e hizo que lo mirara a los ojos.
Su mirada fría, cruel y su rostro serio, tenía un semblante sombrío que me producía escalofríos, pero a la vez, sentía una cierta atracción malsana que lograba que mi cuerpo se sometiera sin mucha resistencia; aunque quisiera alejarme, no podía hacerlo ya que tenía el mueble de cocina tras de mí y una de sus piernas se había colocado entre las mías.
—¿Tus amigos duermen aquí? ¿En tu casa? — me producía escalofríos la manera en la que hablaba — ¿Acaso han dormido contigo? ¿Han probado tu cuerpo?
Su voz era grave, su agarre en mi rostro y en mi costado eran demasiado fuertes; intenté alejarlo, pero aún y que yo estaba suficientemente en forma por ir al gimnasio, no pude moverlo en lo más mínimo.
—¡Claro que no! — respondí agitado — ellos son heterosexuales, ninguno de ellos sabe de mi pasado, ni tampoco se los diría… tienden a ser algo homofóbicos — dije con rapidez a modo de excusa — ¿cómo crees que lo tomarían?
—¿Estás seguro, ‘conejo’? — arrastró la última palabra mientras su aguda mirada escudriñaba mis ojos, tratando de averiguar si le mentía.
—Alex, me… me estás lastimando… — señalé nervioso — te lo aseguro, no he tenido nada que ver con otros hombres — insistí, no quería que él pensara lo contrario — después de la muerte de mi esposa, solo he tenido relaciones fugaces con mujeres y a ninguna la he traído a mi casa… te lo juro, nadie más me ha tocado…
Nos quedamos unos momentos sin movernos, él parecía no creerme. Finalmente, Alex disminuyó la fuerza de sus agarres, alejando con extrema lentitud sus manos de mí, pero aún tenía su cuerpo cerca del mío. Pese a ya no tener que verlo a los ojos por su imposición, mi rostro se negaba a apartar mi vista de él; mi labio inferior temblaba, me sentía como la primera vez que se acercó a mí de esa manera, también había sido así, repentino, en la casa donde vivía con mis padres.
Nuestras respiraciones estaban agitadas, ninguno de los dos nos movimos. Alejandro se inclinó, acercando su rostro a mí, sus labios rozaron los míos y sentí la tibieza de su respiración, pero aunque imaginé que me besaría y en el fondo lo deseaba, el contacto no llegó.
—Lo siento…— susurró, se alejó de mí y cambió su semblante como si nada hubiese pasado — pues, tu casa me gusta — fue hacia la sala — especialmente la chimenea… — alzó la voz para que lo escuchara desde tan lejos.
Él parecía haberse calmado con rapidez, mientras yo seguía inmóvil, pegado al despensero; mis piernas aún temblaban, tenía la certeza de que si intentaba caminar, no me responderían del todo bien. Traté de calmar mi respiración; relamí mis labios, pasé saliva e intenté recuperar la compostura con rapidez.
En ese momento, mi cerebro pensó con claridad; entendí que no debí haberlo llevado a mi casa, pues era muy posible que todo se saliera de control, como en antaño. Pero era demasiado tarde para cambiar las cosas, más, debía admitir que no tenía miedo, al contrario, sentía una excitación que no recordaba haber sentido en muchos años.
Agarré el alimento de mis hijos y salí a servirles en sus platos, aún ensimismado en mis pensamientos y recuerdos; volví a entrar a la casa mientras ellos comían. Después de dejar las cosas en su lugar, busqué a Alejandro, encontrándolo cerca de la chimenea.
—¿Quieres…? ¿Quieres que encienda la chimenea? — pregunté nervioso.
—¿Ella era tu esposa? — señaló un retrato, sin responder mi pregunta.
—Sí — asentí — ella era Vicky.
—Ya veo… — susurro con seriedad — era muy bonita — sonrió con tristeza.
—Sí, era — recalqué — te invitaría algo de comer o de beber — intenté cambiar el tema de conversación — pero acabamos de desayunar, ¿quieres hacer algo en especial?
Apenas terminé mi frase, su semblante cambió, mostrando una mueca extraña, pero mi cuerpo supo qué era lo que significaba «no debí preguntar…» pensé.
—Sí, quiero hacer algo especial… — caminó hacia mí, mi primer impulso fue retroceder y alejarme de él, pero mi cuerpo no respondía, su mirada era tan fuerte que producía un efecto hipnótico en mí — ¿por qué no me enseñas tu habitación?
—Mi… ¿mi habitación? — pregunté con un hilo de voz.
—Sí — asintió mientras lograba poner su cuerpo junto al mío, su rostro se acercó a mi oído — ¿recuerdas cuando me llevaste a tu habitación en la casa donde vivías cuando nos conocimos? — pasó su lengua húmeda por mi oreja, haciendo que mi piel se erizara — vamos a recordar viejos tiempos, ‘conejo’.
—Yo… — temblé — yo… no creo que...
Sus manos se movieron con rapidez y me hicieron girar, dejándome de espalda hacia él; Alejandro pasó su mano derecha por mi pecho y bajo hacia mi abdomen, ejerciendo presión en mi cuerpo, para pegarme contra el suyo, mientras su mano izquierda sostenía mi rostro, cerca del cuello, permitiéndole jugar con mi oreja a su voluntad.
—Vamos, ‘conejo’… — su dedo índice recorrió mi labio inferior y cerré los ojos, dejándome llevar rápidamente — muéstrame tu habitación… nada malo va a pasar… nada que tú no quieras…
Sentía su calor traspasar mi ropa, su mano en mi rostro también me quemaba, mi mente se estaba nublando y una sensación nada extraña, empezó a recorrer mi cuerpo, centrándose en mi entrepierna.
Alejandro se separó de mí lentamente, se puso enfrente, tomando mis manos y fue él quien me guió por las escaleras; al llegar a la siguiente planta, colocó la mano en el pomo de la primera puerta que encontró, pero pude detenerlo.
—No… — susurré mientras colocaba mi mano sobre la suya, evitando que abriera.
Él me observó, su mirada alcanzó a mostrar un pequeño destello de ira antes de apretar los parpados y girar el rostro, intentando sonreír sin conseguirlo.
—Está bien — dijo cansado — no insistiré…
—¡No! — respondí inquieto — es solo que… mi habitación es… la otra… — Alejandro abrió los ojos y me observó con asombro — dijiste… dijiste que te mostrara mi habitación — repetí — esta no es… — aseguré.
No sabía qué, con exactitud, estaba haciendo que respondiera de esa manera, tal vez era el deseo, la lujuria o simplemente, mi cuerpo respondía a lo que Alejandro deseaba, pero estaba siendo sincero con lo que quería y no podía arrepentirme de ello.
Su rostro se transformó a una mueca maliciosa, sabía que ya me tenía en su poder; me agarro de la mano una vez más, me guió con rapidez hasta la puerta que estaba casi enfrente de la primera, la abrió de golpe, cerrando tras él y me guió hasta la enorme cama, lanzándome hacia ella con fuerza. El movimiento y el golpe, lograron que mi mente volviera a pensar con algo de claridad.
—Alex — susurré al momento que me giraba para verlo de frente — yo…
¿Qué podía decirle ahora? Él se acercó a mí con movimientos felinos, colocando su cuerpo sobre el mío; quitó los mechones de mi cabello que habían quedado sobre mi rostro y me sonrió. Su rostro estaba muy cerca del mío, pero sin moverse, lo único que podía sentir era su respiración cerca de mis labios; ese instante me pareció eterno, mientras observaba la profundidad de las hermosas esmeraldas que, desde mucho tiempo atrás, me tenían hechizado.
—Quince… — de sus labios escapó un hilo de voz, parecía tener dificultad para hablar — casi quince años… que no tenía tu cuerpo tan cerca — su voz parecía agitada — ¿tienes idea la tortura que ha sido?
—Ah… — ¿qué podía decirle? Para mí también había sido un largo tiempo.
—Hoy, quiero disfrutarte — relamió sus labios — y te aseguro que me deleitaré contigo, hasta lograr saciar este deseo que me ha consumido por tanto tiempo…
Quise replicar pero su boca no me lo permitió. Era nuestro primer beso después de tantos años, ¿cómo definirlo? Era fuerte, posesivo, salvaje, demandante, tan típico de él; pero para mí, era el beso más dulce que podía haber recibido en ese preciso instante. Entreabrí mis labios permitiéndole el paso a su lengua, la cual hurgó el interior de mi boca un largo rato, hasta que se cansó.
Cuando se apartó de mí, tomé una bocanada de aire, sentía que no era suficiente con el que lograba respirar por la nariz. Él se movió y de un tirón, abrió completamente mi camisa; todos los botones salieron disparados por la cama y sus alrededores, pero él solo se enfocó en quitármela completamente; sentía mi rostro arder al ver como desabrochaba mi pantalón de una forma desesperada, con movimientos bruscos, quitándome todas las prendas que le estorbaban, hasta dejarme completamente desnudo ante él.
La vergüenza me invadió al sentir su mirada sobre mi cuerpo, intenté cubrir mi entrepierna con mis manos y él sujetó mis muñecas, para evitar que obstruyeran su visión, pero pudo darse cuenta de algo; ahora, sin la camisa manga larga, podía observar esas cicatrices en mis muñecas, que siempre trataba de ocultar. Su mirada se puso sombría cuando la posó directamente en mi rostro, casi como un reproche.
—Yo… — quise alejar mis manos de él pero no lo permitió, su fuerza era mucho mayor que la mía — yo… fue un error… lo siento… — me disculpé sintiendo que mis ojos se humedecían por el miedo que me causaba verlo molesto.
Él acercó su rostro a mi muñeca, pasó su lengua por la cicatriz, humedeciendo mi piel y finalmente, depositó un beso suave antes de alejarse.
—Me darás una explicación — dijo siseando — pero será después…
Sin tardar más, me liberó de su agarre; se quitó la camiseta manga larga que traía y pude apreciar su torso desnudo. Quedé embelesado ante sus músculos firmes y perfectos, era obvio que hacía mucho ejercicio, incluso más que yo, aunque con la ropa que lo había visto anteriormente no lo noté; su piel blanca logró hipnotizarme como la luz a las polillas, obligándome a recordar la primera vez que lo aprecié completamente desnudo, por lo que mi mano se movió sola, tratando de tocarlo. Quería volver a disfrutar de la suavidad y calidez de su piel, pero a medio camino me detuve y desvié la mirada hacia un lado; sabía que estaba completamente rojo, pues sentía mi piel arder al saberme desnudo frente a Alejandro y me avergonzaba; después de tantos años, volvía a sentirme avergonzado ante él.
Alex se acercó hasta mí para volver a besarme, esta vez con más fuerza, mordiendo mis labios, tanto que logró hacer que protestara por el dolor. Después de Alejandro, nunca había vuelto a tener sexo salvaje con nadie y no recordaba el dolor y placer que sentía cuando recibía esa clase de trato de su parte, pero no podía sucumbir ante todo ello, no tan pronto. Intenté alejarlo, debía resistirme, pero sus manos atraparon las mías y las colocaron a los costados de mi rostro.
Poco a poco, empezó a bajar por mi mentón y su boca quedó en mi cuello. Las sensaciones que me provocaba eran variadas, sentía su lengua, sus labios… sentía, poco a poco, como succionaba mi cuello en diferentes lugares, sabía que deseaba marcarme como hacia tantos años atrás, cuando portaba esas marcas de propiedad en mi piel, que gritaban que le pertenecía solo a él. En un instante, una mordida fuerte y cruel hizo que dejara salir una queja de mis labios, pero sin poder evitar que sonara con algo de la excitación que me estaba envolviendo.
—Alex, detente… — supliqué, tratando de apelar a su compasión.
—¡No! — contestó con voz grave — No puedes pedirme que me detenga ahora Erick, ya no puedo detenerme — bajó por mi pecho y mordió uno de mis pezones con salvajismo.
—No, Alex, así no… — intenté alejarlo pero me era imposible, mis piernas estaban atrapadas entre las suyas y debía admitir que, todo él se imponía ante mí, no solo físicamente; estaba haciendo que me rindiera con suma rapidez a su toque.
—Así, Erick, llora, gime… — sonrió y se incorporó — puedes quejarte y fingir que no te agrada, pero — su mano se posó en mi sexo, el cual ya estaba duro — esto me demuestra que tú también lo deseas, como antes… como siempre…
—Alex — mi voz tembló — por favor…
Quise alejarme de él en ese momento, moviéndome hacia atrás, pero me atrapó por las piernas, las abrió lo más que pudo, me sostuvo con fuerza de los muslos y se inclinó, acercando su rostro a mi miembro. Sus labios se abrieron, permitiéndome entrar a su boca y sentí que llegaba al cielo ante la húmeda caricia.
Hacía más de quince años, Alex me había proporcionado mi primera experiencia sexual y aunque la disfruté, fue hasta la segunda vez cuando sus labios me dieron placer; yo era un adolescente inexperto, así que el sexo oral era algo impensable, pero él me guió por ese camino cómo todo un maestro, haciéndome gemir sin pudor alguno. Aún y con todas las experiencias con algunas mujeres que también trataban de satisfacerme, incluyendo a mi esposa, nunca, nadie, había logrado que yo me perdiera ante ese tipo de caricias, cómo Alex lo había logrado.
Pero ahora… ahora su boca se movía de manera diferente a lo que llegaba a recordar, parecía más experimentado; su lengua larga, envolvía mi miembro mientras sus delgados labios acariciaban de arriba a abajo; la succión que ejercía sobre mi sexo me estaba volviendo loco. Estaba perdido en mis emociones, cuando él se alejó para bajar un poco más.
Su lengua encontró un lugar más interesante.
Abrí mis ojos enormemente e intenté alejarme, pero una de sus manos aún sujetaba mi pene, masajeándolo con lentitud y firmeza; no me iba a dejar escapar, estaba seguro de ello, iba a torturarme para su propio disfrute, como antes.
Alejandro se incorporó para acomodarse con sus rodillas entre mis piernas; su mano derecha aún estaba masturbándome con eficacia, así que su mano izquierda fue a mi boca y él también se acercó a mí, con una sonrisa sádica adornando su rostro.
—Chupa — ordenó — entre mejor lo hagas, menos dolerá, ya lo sabes… a menos que quieras lo contrario…
Sus dedos se introdujeron a mi boca sin mucho problema, pues le di total libertad; moví mi lengua para empaparlos todos con mi saliva, pues sabía a lo que se refería y quería hacerlo bien, aunque, en el fondo, estaba seguro que no iba a necesitar de eso. Mis ojos estaban llorosos debido a la excitación, apenas distinguía el gesto de placer que cubría el rostro de Alejandro y eso me daba más confianza, de hacer mi trabajo.
Momentos después, Alex retiró su mano de mi boca y la posicionó en mi entrada, presionando uno de sus dedos con fuerza, para entrar a hurgar en mi interior. Gemí de placer; había extrañado esas atenciones por años que, aunque quisiera negarlo, no podía evitar demostrarlo.
—Suave, tibio, estrecho… — susurró y su rostro mostró un dejo de emoción malsana — todos estos años sin hacerlo por aquí, es casi como si fueras virgen de nuevo, ‘conejo’…
Se relamió los labios antes de volver a besarme y sin darme tiempo de reaccionar, introdujo un par de dedos más en mi interior; ahogué un nuevo gemido en su boca y me aferré a las sabanas de mi cama con desespero, pues su mano derecha no me daba tregua. Pronto caí en un remolino de emociones inexplicables que consiguieron que olvidara mis dudas y temores de inmediato; me alejé de él, arqueando mi espalda, haciendo mi rostro hacia atrás y terminé en su mano, gritando su nombre.
Después de los espasmos que me asaltaron por culpa del orgasmo, quedé tendido en la cama, respirando agitado; Alex impregnó su mano derecha con mi semen y la llevó a mis labios.
—Pruébate — introdujo sus dedos en mi boca y empecé a lamer sumisamente — eso es ‘conejo’, esta es la prueba de que también deseabas esto.
No dije nada, si lo hacía, le daría la razón, simplemente me enfoqué en lamer hasta limpiarlo; cuando terminé, él alejó su mano y me tomó por el cabello sin contemplación. Gimotee mientras me movía a su gusto, de una forma cruel, autoritaria, salvaje y para mí, completamente excitante. Llevó mi rostro hasta su entrepierna, logrando que me diera cuenta que aún portaba su pantalón; lo miré hacia arriba con algo de temor.
—¿Qué pasa? — levantó una ceja — ¿acaso no quieres? — ejerció más fuerza en el agarre de mi cabello — vamos ‘conejo’, demuestra cuanto lo deseas…
—Alex… — susurré — me lastimas… por favor… — supliqué lastimosamente.
—Lo sé — rió — te lastimo y te lastimaré más, porque eso me produce placer, Erick, y a ti también — aseguró y me levantó por el cabello, hasta dejarme hincado y con mi rostro casi a la altura del suyo, besándome una vez más — todos estos años he buscado saciar esta lujuria, este deseo que carcome mi alma desde que fuiste mío por última vez, pero nadie — pasó su lengua por mi mejilla — ninguna persona, ni hombre, ni mujer, pudo lograr calmar mis ansias, ni un poco… — se acercó a mi oreja — voy a hacerte mío de mil y un formas — susurró de forma sensual, arrancando un gemido de mis labios — haré que tu cuerpo no pueda vivir sin mí, te ataré nuevamente a mi voluntad, Erick… responderás a mis deseos más oscuros y dejaras que la lujuria se apodere de ti para complacerme, como antes… como siempre…
Un estremecimiento recorrió mi cuerpo, él hablaba en serio; debía sentir miedo, su mirada me decía que si no lo detenía, jamás podría escapar, pero a pesar de eso, sentí una extraña emoción en mi interior y supe que no podría oponerme jamás a él, porque yo también deseaba que cumpliera esas amenazas que, para mí, eran promesas de hacerme feliz.
Volvió a moverme, acercando mi rostro a su entrepierna y sin tardar más, aún con nervios, descubrí su hombría; me sorprendí al verla, era enorme, mucho más grande de lo que recordaba. Mi respiración se agitó y sentí el tirón de mi cabello cuando Alex me acercó hasta su sexo, logrando que la punta de su pene rozara mis labios y luego, mi mejilla.
—Erick…
Dijo mi nombre y no necesitaba decir más; era una orden directa y yo, no podía negarme. Puse mis manos en su miembro y abrí mis labios para recibirlo en mi boca; intenté abrir grande para que entrara, pero debía admitir que no tenía práctica para eso, habían pasado muchos años desde que lo había hecho la última vez. Lo que logró entrar, pude degustarlo y me era extraño, quizá, la falta de costumbre me hacía desconocer el sabor, pero no me desagradaba del todo.
Inicié un movimiento calmado, lentamente introducía su pene en mi boca y lo sacaba de la misma manera, tratando de acostumbrarme; mis manos acariciaban la base, justo la parte que no lograba introducir en mi boca y mis dedos rozaban con timidez sus testículos. Alejandro seguía sujetando mi cabello, por lo que empezó a marcar un ritmo más rápido, mientras yo sentía que no podía seguirlo con facilidad. De pronto, él empujó mi rostro hacia sí mismo, con fuerza, permitiendo que casi todo su miembro entrara en mi boca, llegando a mi garganta; la intrusión fue algo cruel, especialmente porque Alex me mantenía ahí, sin permitirme respirar correctamente. Cuando por fin me alejó, empecé a toser; la saliva resbaló por mi labio y mis ojos habían dejado escapar algunas lágrimas, debido a la desesperación.
La risa de Alejandro me hizo estremecer.
—Eres tan tierno, ‘conejo’ — acotó — pero tendré que entrenarte de nuevo para que lo hagas mejor — su mano acarició mi mejilla y me obligó a levantar el rostro — por ahora, fue suficiente.
Me sujetó con fuerza de un brazo y me lanzó contra la cama, para quedar boca abajo; con sus manos me obligó a levantar la cadera y él se acomodó entre mis piernas.
—Alex, espera... — no me sentía listo para eso aún, intenté incorporarme, quedando a gatas sobre la cama.
—¿Esperar? He esperado casi quince años Erick, es tiempo suficiente para mí.
Él acomodó la punta de su miembro en mi entrada, aferró sus dedos en mi cadera encajando sus uñas y de un solo movimiento, entro en mí.
Quise soltar un grito, pero el mismo dolor que provocó esa necesidad, no me permitió liberar un solo sonido; solo deje mi boca abierta y mi respiración se detuvo, había dolido, sí, pero el placer que eso me había causado, había sido sumamente delicioso, mucho más que la primera vez que estuvimos juntos.
Alejandro dejo salir un gemido ronco de placer, apenas pude escuchar el murmullo de su voz — delicioso… — sentía sus manos temblar sobre mí — mucho mejor que hace años…
Apenas terminó de hablar, inició un vaivén rudo, sin contemplaciones; las lágrimas salían de mis ojos mientras apretaba la sobrecama con mis manos. Quería gritar, quejarme, me dolía, sentía que había lacerado mi interior, pero mi cuerpo seguía el ritmo que él estaba imponiendo y en vez de ruidos lastimeros, ya me encontraba gimiendo para él; en el fondo, seguía siendo el mismo de hacía tanto tiempo, disfrutaba de su trato, gozaba ese dolor que él me causaba y por sobre todo, me sentía satisfecho de tenerlo dentro de mí, porque me gustaba que me doliera, siempre me había gustado el dolor, pero solo Alejandro sabía satisfacerme de esa manera.
Él se inclinó sobre mi espalda, alejando sus manos de mi cadera y colocándolas a mis costados para sostenerse del colchón.
—Muévete… — susurró en mi oído y después mordió mi oreja.
«¡No!», pensé en negarme, no quería ceder, no quería que pensara que seguía siendo el mismo adolescente de hacía tantos años, quien había caído rendido ante él, pero mis labios se abrieron solo para responder de forma sumisa — sí… — me recosté sobre la cama, dejando mi pecho contra el colchón, cerré mis ojos y me obligué a mover mi cadera para complacerlo. Él también seguía moviéndose, penetrando hasta lo más profundo, abriéndose paso con una fuerza que no recordaba haber sentido nunca antes; parecía desesperado, necesitado y yo, poco a poco lo deseaba aún más.
Nuestros cuerpos empezaron a sudar, mis gemidos se esparcieron por la habitación y a pesar de tener una voz varonil, no se comparaban con los gemidos roncos de Alex, más graves, más masculinos, más… sexys. Cerré mis ojos disfrutando esa exquisita melodía, las arremetidas salvajes y su piel contra la mía; tantos años de no estar así, era como si hubiese pasado una eternidad estando incompleto y en ese momento, Alejandro me proporcionaba lo que me había hecho falta todo ese tiempo.
Un ardor en mi hombro me hizo dejar de pensar y me obligó a gemir de dolor con una deliciosa mezcla de placer; él me volvía a marcar como su propiedad y a mí no me disgustaba para nada esa idea, ser suyo una vez más, había sido mi sueño durante años.
Se apartó de mí, saliendo incluso de mi interior y lo miré de reojo; él no había terminado, ¿por qué lo hacía? Alejandro jamás se alejaba hasta que quedaba satisfecho. Pero antes de que pudiera replicar, me sujetó de las piernas y me hizo girar para quedar de frente una vez más, obligándome a poner mis piernas en su cintura, mientras él se acomodaba para volver a entrar.
Lo recibí nuevamente, esta vez con más libertad. Él puso sus manos a los lados de mi cabeza, estaba moviéndose en mi interior, no decía nada, solo sonreía perversamente, mientras yo seguía gimiendo, apretando mis parpados, tratando de no ver su expresión, tan cruel y a la vez tan perfecta. Mis lágrimas no dejaban de surcar mi rostro, mi respiración agitada se descompasaba cada que él cambiaba el ritmo de sus embestidas, invadiéndome sin tregua, llegando tan profundo como nunca antes lo hizo.
—Erick… — susurró — eres el ser más hermoso… de este mundo…
Mi mirada se cruzó con la suya y pude observarlo completamente, a pesar del brillo de lujuria en ella, también estaba ese brillo que hacía años me tenía prisionero; ese brillo que mantenía aún en mi recuerdo y no quería olvidar, por eso jamás pude decirle a nadie más un ‘te amo’, porque la única persona a la que había amado, ahora estaba conmigo, reclamándome como suyo nuevamente y haciéndome feliz, como tantos años atrás lo había hecho.
—Alex… — apenas pude decir su nombre.
Pasé mis manos por sus costados y me aferre a su espalda ofreciéndome pleno, para que él tomara todo lo que quisiera de mí; porque, aunque no se lo dijera, yo no había dejado de pertenecerle.
Me besó de forma suave, lenta, tortuosa, mordisqueando mis labios, jugando con mi lengua, casi podía asegurar que lo hizo con algo de ternura. Se alejó de mí, sin salir, pasó sus manos por mi cintura, subiendo hasta mi espalda y me obligó a levantarme para quedar sentado sobre él; me marcó un ritmo rápido, lo que me obligó a aferrarme de sus hombros mientras lo complacía.
—Erick… — su voz era música para mis oídos — ¡Erick!
Mi nombre en sus labios me hizo perder la razón cómo no imaginé y mi cuerpo reaccionó solo. Comencé a moverme como una cualquiera, disfrutando de ese pedazo de carne en mi interior, que me lastimaba, pero a la vez, me daba un placer que no podía imaginar, logrando que tocara el cielo. Él mordió mi cuello y ahogó un gemido allí; sentí como su miembro palpitaba y después esa tibieza única que a pesar de los años, podía reconocer. Yo también logré llegar al orgasmo, aunque mi semen salió en menor cantidad; pero con eso, mi interior se contrajo, apresando la virilidad de Alejandro y él, encajó sus uñas en mi espalda.
Quedé contra su cuerpo, aún estaba sentado sobre él, pero dejé mi rostro contra su hombro, cerca de su cuello, respirando agitadamente; estaba exhausto y momentos después, sentí que el tiempo se detenía.
No supe más de mí, el cansancio, el infinito placer, mi cuerpo dolorido, todo se mezclaba para obligarme a cerrar mis ojos pesadamente; intente mantener mis parpados abiertos pero, no pude. Solo pude sentir como Alejandro volvía a recostarme, besándome con algo de suavidad y ternura, después, todo desaparecía a mí alrededor.
* * *
Desperté de un sobresalto, algo desconcertado y aturdido; miré mi despertador, eran casi las cuatro de la tarde. Sentía el cuerpo pesado y algo dolorido de algunas partes, pero aun así me sentía bien; pasé la mano por mi cabello, luego talle mis ojos para desperezarme y después, me incorporé lentamente para quedar sentado en el colchón. Un agudo dolor en la parte trasera de mi cuerpo me detuvo por un momento, haciendo que los recuerdos llegaran a mí, de golpe.
—Alex… — mi voz fue un murmullo débil.
Quité la cobija que me cubría y estaba completamente desnudo. Había algunas manchas en la cama, especialmente debajo de mí; manchas blanquizcas y en algunos pequeños lugares, unos tintes oscuros. Pasé las manos por mi rostro y suspiré; podía reconocer esas manchas a pesar de tanto tiempo, pero no sabía cómo reaccionar a ellas en ese momento.
Traté de ponerme de pie, con algo de dificultad, sentía un ardor en mi parte posterior y algo escurrió por mi pierna; bajé el rostro para observar detalladamente, mientras llevaba mi mano a tocar el líquido pegajoso, que descendía lentamente por mi piel.
Pasé saliva, sintiendo que mis mejillas ardían al ver esa humedad en mis dedos y sin pensar más, me encaminé hacia el baño de mi habitación, necesitaba asearme con rapidez, así que entré directamente a la regadera; abrí la llave para que el agua tibia empezara a salir y en cuanto el agua estuvo templada, entré para limpiarme con urgencia.
Estaba enjabonando mi cabello cuando la puerta corrediza se abrió de golpe; me sobresalté al ver a Alejandro parado ahí, con una sonrisa en sus labios, parecía divertirle ver mi desconcierto.
—¡Qué bien!, pudiste levantarte — acotó — llevas más de tres horas dormido profundamente, la última media hora salí a jugar con tus mascotas, son muy amistosos.
Yo seguía sin moverme, ni pronunciar una sola palabra, solo atinaba a parpadear, tratando de cerciorarme de que era real, mientras que él, parecía estar muy cómodo con la situación.
—Yo…— titubee — debo asearme.
—Sí, lo sé — se recargó en la orilla de la puerta, observándome de pies a cabeza y nuevamente un semblante malicioso se dibujó en su rostro — seguí poseyéndote un poco más mientras dormías — perdí el aliento y mi rostro ardió con esas palabras — fue mucho más sencillo, aunque poco divertido, — aseguró — me hubiera gustado que estuvieras despierto para que volvieras a gemir pero, parecías muy cansado y yo no pude controlarme… — se alzó de hombros — tendremos que hacerlo de nuevo mientras estés consciente — un sobresalto me obligó a dar un paso hacia atrás y él cambio su semblante a uno más tranquilo, como si simplemente se hubiera puesto una máscara que cubría sus intenciones — ¿quieres que te prepare café? — preguntó cerrando la puerta corrediza pero no salió del baño.
—S… sí…— respondí temeroso — gracias…
—Te espero abajo entonces, ¡ah!, por cierto — prosiguió — no sé si tus mascotas puedan entrar a la casa libremente, pero no pude evitar meterlos para conocerlos mejor… ¡vaya! No me había dado cuenta que tu jacuzzi es suficiente para dos personas, quizá… — no terminó la frase y cambió de tema — bueno, no tardes.
Alejandro salió del baño y yo tuve que poner mi brazo en la pared para sostenerme. Mi corazón palpitaba rápidamente, no sabía si era por miedo, emoción o excitación, pero, a pesar de temer ese sentimiento que me estaba llenando, debía admitir que lo estaba disfrutando. Una sonrisa bailó en mi boca, pero me mordí el labio inferior para calmar mi ansiedad.
Bajé las escaleras algunos minutos más tarde. Alejandro estaba viendo la televisión, sentado en el sofá de tres plazas, Black y Tomi estaban a sus costados, mientras que Rocky y Ponch estaban a sus pies; la chimenea estaba encendida, así que la casa estaba tibia y todos disfrutaban de la agradable temperatura, como siempre. Traté de bajar sin hacer ruido, pero mis hijos me delataron al incorporarse para ir a buscar mi atención.
—Se nota que te quieren mucho — Alex se puso de pie, apagando el televisor.
—Sí — asentí, acariciando la cabeza de mis mascotas — y es recíproco…
—Bajas justo a tiempo, ya está el agua para café — la tetera en la estufa apenas empezaba a silbar — ¿sigues sin apreciar el café de las cafeteras eléctricas? — preguntó.
—Solo… solo tomo de ese café en mi trabajo o en los restaurantes — respondí tímido.
—Ven, siéntate — indicó mientras me ofrecía una silla del comedor.
Con una seña de mi mano, mis hijos fueron a recostarse cerca de la chimenea nuevamente, permitiéndome llegar al comedor y sentarme en la silla que Alex me había señalado.
—¿Dónde están las tazas? — caminó a la cocina.
—En la primera puerta, segunda repisa — moví mi mano para señalarle el lugar exacto.
—Tienes todo pulcramente acomodado — añadió dejando un par de tazas con sus platos, sobre la barra.
—Así estaba antes de que Vicky… — no quise terminar la frase — por eso la señora Josefina las sigue manteniendo igual.
—Entonces… — sirvió el agua caliente y la llevó a la mesa — alguien viene a ayudarte, con razón todo está tan limpio y ordenado, ¿dónde está el café y el azúcar?
—En la despensa — volví a señalar el mueble — sí, la señora Josefina viene de lunes a viernes de nueve de la mañana a cuatro de la tarde; el sábado viene de nueve a dos o tres, a menos que tenga otros asuntos.
Alejandro volvió con el café, el azúcar, las cucharas y se sentó en la silla al lado mío.
—Me alegro que alguien te cuide — aseguró.
—Mjú… — asentí y empecé a preparar mi café, cuando lo dejé a mi gusto, Alejandro tomó mi taza y me pasó la de agua que él tenía; lo miré con seriedad y algo de molestia, no me gustaba que me quitaran mi café.
—Lo siento — se disculpó — pero yo no sé preparar un café.
—Me imagino, debes tener una hermosa secretaria o algunos sirvientes que te lo preparen, como antes — dije sin pensar con un ligero tinte de celos en mi voz.
Él rió — sí, tengo quien me prepara todo, pero no tienes que decirlo de esa manera — bebió un sorbo de café.
Preparé la nueva taza y me incorporé.
—¿A dónde vas? — preguntó curioso.
—Por el pan — respondí — no he comido nada desde la mañana, si tomo el café sin algo más, me puede caer pesado, así que lo acompañaré.
Él se puso de pie, me abrazo por detrás y me detuvo.
—Dime donde está, yo voy por él, debes estar aún cansado — me besó el cuello y un escalofrío recorrió mi espalda.
—En… en la barra — contesté — deben… deben estar cubiertos.
Alejandro se separó de mí, volviendo a guiarme para sentarme en la silla y fue por el pan; trajo un pequeño bol con una tapa de plástico y cubierto por un delicado mantel blanco. Lo dejó en la mesa y lo descubrió.
—Hay gran variedad — sonrió — ¿algo más?
—Eh… sí… — me daba vergüenza, pero él no iba a dejar que me pusiera de pie — un plato grande y un cuchillo por favor.
—¿Para qué?
—Pues, para partir el pan — respondí cómo si fuera lo más obvio del mundo.
—¿Partes las piezas de pan dulce? — parecía confundido por mi respuesta.
—Sí — asentí — si no, ¿cómo puedo remojarlo en mi café? Están muy grandes para que pueda hacerlo con facilidad — señale la boquilla de la taza.
—Ok… — levantó una ceja — voy a traerlos.
Volvió con dos platos y un cuchillo; me colocó uno cerca y observó curioso. Tomé una pieza de pan, tipo concha y la partí en varios pedazos delgados; cuando al fin terminé, él retiró el plato con mi pan ya partido y me dio el otro.
—Tengo que probar tu teoría — aseguró al ver una vez más, mi semblante molesto.
Suspiré y agarré otro pan del mismo tipo para hacer lo mismo, era el que más me gustaba con mi café.
—Tienes razón — giré mi rostro al escucharlo y pude verlo sumergir un pedazo de pan en el café — es mucho más sencillo — sonrió como un niño al que le han dado un obsequio y no pude evitar pensar que se miraba muy bien con ese semblante.
—Sí, lo es — asentí — y sería mucho más fácil si me hubieras permitido servir — aseguré — yo hubiera servido el agua en tazas para café.
—¿Estas no son para café? — volvió a fijar su mirada en mí, algo confundido.
—No, estas son para té — dije serio
—¿Cuál es la diferencia?
—Pues, que las tazas para café, aquí, en mi casa, son mucho más grades — lo miré de soslayo.
Él volvió a reír con fuerza — ya veo — se calmó un poco — a la próxima pregunto qué tazas usar.
Empecé a degustar mi café y el pan, tratando de evitar que él notara mi sonrisa.
—Erick… — su voz volvió a ser seria — ¿puedes contarme sobre tus cicatrices?
Me quedé con la taza a medio camino, pues no pude dar el sorbo al café ante esa pregunta; lentamente devolví la taza en la mesa y desvié la mirada. Él me observó inquisidoramente; no dijo nada más, pero su mirada penetrante estaba posada en mí y sentía la presión.
El silencio era incómodo; ese tema en particular, era algo de lo que no me gustara hablar. A pesar de eso debía responderle, no quería ocultarle nada a él; miré al techo y respiré profundamente antes de empezar.
—Fue hace… — mi voz apenas era audible, él se acercó un poco más hacia mí para escucharme — casi dos años, después de la muerte de mi esposa, en mi trabajo me dieron unos días por mi luto, así que mi madre vino a quedarse conmigo por una semana… después volví a trabajar, pero cada vez que volvía a casa, la soledad que había, a pesar de tener a mis hijos, sentía que me aplastaba… — puse mis manos en la tasa y la hice girar un poco, pero no bebí, solo jugaba con ella y sentía mis manos sudar por la inquietud — desde ese año, no puse adornos navideños, Vicky y yo, siempre los poníamos después del diez de diciembre… — traté de sonreír para restarle seriedad a mi historia, pero no lo conseguí — antes del veinte de diciembre, dos de nuestros hijos ya habían muerto de tristeza, pues Vicky nunca volvió y yo, en mi dolor, tampoco les ponía la suficiente atención, de no ser por la señora Josefina, quizá ni siquiera hubiesen comido en aquel tiempo…
Guardé silencio un momento, recordando que esas dos muertes también me habían dolido, pero no consiguieron sacarme del estado de aislamiento en el que me encontraba.
—Mis amigos… — proseguí — Luís, Víctor y Daniel, venían a visitarme casi todos los días, pues yo estaba meditabundo, ausente, distante… no siempre venían al mismo tiempo, pero todos trataban de animarme — aseguré — hubo ocasiones que vinieron otros amigos a los que casi no frecuento, como José o Hugo… incluso en mi empleo, me dijeron que debía tomarme unas vacaciones porque no parecía enfocarme — suspiré — quizá ese fue el error…
Alejandro me sujetó una mano en silencio; no me interrumpió, su mirada tranquila solo observaba cada cambio en mis expresiones.
—El veintiuno de diciembre, la jefa de recursos humanos de mi empresa me obligó a tomar mis vacaciones, para volver al siguiente año… — intenté soltar una risa, pero no pude — así que, ya no tenía algo más en qué entretenerme, ni distraerme… el veinticuatro de diciembre, no quise levantarme de la cama… pasé todo el día ahí, ni siquiera alimenté a mis hijos y por las fechas, la señora Josefina no vino… pasadas las doce, mi teléfono y celular, empezaron a sonar, pero no los respondí, no tenía ganas de escuchar a la gente decir ‘¡feliz cumpleaños!’ con tono alegre y obligarme a fingir que estaba feliz, además, tampoco quería recibir felicitaciones sólo por compromiso… pues así lo pensaba en ese momento…
Suspiré. Guardé silencio por unos momentos, mi café se estaba enfriando, si seguía así, no podría tomarlo ya, a menos que lo volviera a calentar y no me gustaba hacer eso, me disgustaba siempre su sabor si lo recalentaba.
—En ese momento — proseguí — cuando mi mente me dijo “ya tienes treinta años”, comencé a llorar como niño… — negué y tomé una bocanada de aire para no soltarme a llorar de nuevo — estaba completamente solo, en mi casa, en mi cama… lloré, lloré lo que no pude llorar cuando mi esposa murió y así me quedé dormido, despertando a la mañana siguiente, poco después de las diez de la mañana, así que decidí levantarme… bajé las escaleras, sin bañarme — sonreí tratando de poner un poco de humor a la situación y Alex curvó sus labios ligeramente para hacerme sentir bien, pero se mantuvo en silencio — tenía dos días sin bañarme y en ese momento no me importaba… mis hijos rascaron la puerta principal al escucharme bajar, pero no les permití el paso, no tenía ganas de ver a nadie…
Giré mi rostro para observar a mi acompañante y me quedé en silencio. No quería continuar, si lo hacía, seguramente me pondría a llorar y no quería que él me viera así; nadie me había visto llorar, desde que me había alejado de Alejandro, excepto mi esposa y me daba vergüenza que Alex me viera tan vulnerable, especialmente porque ya no era ese chiquillo que él había conocido, era un adulto y debía comportarme como tal.
—¿Qué pasó después? — preguntó al ver que no seguía hablando.
—Intenté… — proseguí despacio — intenté empezar mi rutina… puse a calentar agua para tomar un café… pero, al sacar una cuchara del cajón, mi vista se posó en un cuchillo… me quedé ahí, parado, sin moverme… — apreté mi mandíbula — ¿sabes todo lo que paso por mi mente? — pregunté y mis ojos se humedecieron — estaba solo de nuevo… — agregué — me sentía vacío, cómo cuando me alejaron de ti… — no pude contener más mis lágrimas — ya ni siquiera tenía a alguien que me diera apoyo, que estuviera conmigo… estaba solo, Alejandro, y…— apreté mis parpados — me sentía a la deriva… con miedo…
La mano de Alex limpió con delicadeza, las lágrimas que caían por mis mejillas.
—No supe en qué momento tomé el cuchillo y… y… — curve mis labios en una mueca amarga — sólo lo hice… lo último que recuerdo fue estar tirado en la cocina, escuchando a Ponch, Tomi, Black y Rocky ladrar con fuerza… el frío recorría mi cuerpo y… me estremecía… pero no importaba, solo… solo quería que terminara… — mi labio inferior temblaba y evitaba que hablara con suficiente claridad.
Alejandro acercó su silla hacia mí, pasó su brazo por mis hombros y me acercó a él, hasta que mi rostro quedó en su pecho. Lloré por varios minutos en ese lugar, empapando su camiseta; cuando mis sollozos se calmaron el habló.
—¿Cómo…?
—No… no lo sé con exactitud… — sonreí pesadamente limpiando mis ojos para ver mejor — desperté a los dos días en el hospital — Alejandro me pasó una servilleta para que limpiara mi nariz — Luís estaba ahí, me dijo que casi no la contaba — negué — él dijo que llegó junto con Víctor y Daniel, a felicitarme por mi cumpleaños, incluso habían traído pastel, pero… al llegar, notaron que mis hijos estaban demasiado inquietos y cuando no respondí al timbre… simplemente usaron las llaves que tienen para entrar, encontrándome en el piso, sin sentido… llamaron a la ambulancia y lo demás, solo… pasó con rapidez.
—Ya veo — añadió — parece que debo agradecerle a tus amigos por salvar tu vida.
—Mi madre vino otra semana para cuidarme, temiendo que volviera a cometer esa locura… — reí — volví al trabajo el siete de enero y a pesar de no estar en perfectas condiciones, traté de enfocarme más para no recaer… — me alcé de hombros — mis amigos me visitaban con mayor frecuencia y empezaron a venir todos los fines de semana para jugar videojuegos y que yo no pasara esos días solo — suspiré — también fui a ver a una psicóloga — desvié la mirada nerviosamente — fue… fue mi primer amante… pero solo tuvimos sexo y entendí que lo que yo quería era… no estar solo…
—Y, después de darte cuenta de eso, ¿qué hiciste?
—Nada — aseguré — me metí con algunas mujeres, pero no las tomaba en serio, jamás lo he hecho, en realidad, creo que… creo que… — apreté la servilleta en mi mano — no me interesan del todo y pues… así ha sido hasta ahora.
Nos quedamos en silencio, él pasó su mano por mi cabello y me acercó hacia él, besando mi frente con ternura.
—Creo que… — sonreí — tardé demasiado en contarte la historia, mi café se enfrió.
—¿Quieres que lo caliente de nuevo? — preguntó.
—No — respondí cortante y frunciendo mi seño — prefiero hacer uno nuevo.
Alejandro asintió — lo sé, nunca te ha gustado volver a calentar un café que ya está preparado — rió.
—Parece que aún recuerdas muchos detalles sobre mí — reí levemente, mientras limpiaba mis ojos con la servilleta, para eliminar la poca humedad que quedaba.
Alejandro levantó mi rostro por el mentón y me besó lentamente, recorriendo con sus labios los míos, pero sin profundizar, solo una caricia suave y sutil.
—Jamás olvidé nada de ti — susurró al separarse de mí.
Esa frase logró que mi piel se erizara y el calor subiera a mi rostro. Él se puso de pie, tomó las tazas y las llevó al lavatrastos.
—¿Dónde están las tazas para café? — preguntó mientras ponía a calentar el agua en la tetera.
—Ah… eh…— titubee — deben de estar en la misma repisa, pero no tienen plato que haga juego — añadí — tendrás que usar cualquier otro plato.
—Ya veo — escuché el sonido de las tazas cuando las estaba moviendo — ¿cuál usas generalmente?
—Una blanca por fuera y azul por dentro…
—La más grande — comentó — ¿por qué no me sorprende?
—Sí — sonreí observándolo desde la mesa — la más grande.
Sacó una taza completamente azul — ¿puedo usar esta? — indagó mostrándomela.
—Puedes usar la que quieras — asentí — estás en tu casa.
—Puedo aprovecharme si dices eso… — sonrió de lado.
—Lo sé — puse el codo en la mesa, recargando el rostro en mi mano — ya noté que no has cambiado mucho y la verdad… no me importará si te aprovechas o te adueñas de todo, como siempre…
Alejandro me observo de soslayo y levantó una ceja, sonriendo de forma cínica. Tal vez decirle eso era un grave error, pero no sabía cuánto tiempo podía estar a su lado, después de todo, él estaba solo visitando la ciudad, así que, me limitaría a disfrutar de su compañía y todas las locuras que ello implicara; igual que lo había hecho la primera vez.
Momentos después, él volvía con las tazas llenas de agua caliente. Me dio mi taza primero pero, esta vez, tomé la azul antes; él me observó interrogante.
—¿No quieres que lo prepare por ti? — pregunté.
Alex solo asintió mientras sonreía y acarició mi cabello con suavidad; preparé su café, le entregué la taza y después hice el mío.
—¿En qué trabajas con exactitud, Erick?
—¿Yo? — bebí un sorbo de mi café y después comí algo del pan — trabajo como jefe de seguridad en sistemas y servidores, en una compañía que brinda servicio de respaldo, almacenamiento y manejo de información a distintas empresas — añadí — un trabajo algo aburrido, casi nunca pasa nada — sonreí — sólo lo típico, se cae la red, alguien no conectó bien los cables de internet y cosas así… lo interesante es cuando las sucursales del extranjero nos llaman por cosas importantes, cómo perdida de información…
—Si es aburrido, ¿por qué trabajas ahí?
—Por que pagan muy bien — lo miré de reojo — llevo una vida algo lujosa como puedes ver — reí — tengo cuatro ‘hijos’ que mantener — señalé a mis mascotas con un ademán — y además, a veces doy hogar temporal a algunos perros de la calle o hago donaciones a algunas asociaciones protectoras de animales.
—¿Por qué? — preguntó curioso.
—Por mi esposa — añadí serio — cuando ella vivía, ambos lo hacíamos, así que, creo que por su memoria, debo hacerlo también.
—¿Tratas de redimirte por algo? — indagó sin observarme.
Suspiré; bebí otro poco de mi café y miré a mis hijos que se encontraban tranquilos, en la sala — tal vez… — respondí escuetamente.
—¿Qué es lo que quieres remediar con eso?
—Alex…— dejé la taza en la mesa con un pequeño golpe — ¿no crees que ya es mucho indagar por hoy, con respecto a mis decisiones y acciones? — pregunté un tanto molesto y a la defensiva, no quería decirle mis razones, mucho menos la verdad, pero si seguía presionando, terminaría haciéndolo.
Él me observó de reojo — no — respondió.
—Pues yo creo que sí — dije tajante y terminé con rapidez mi café.
Alejandro no dijo nada y siguió tomando café con lentitud. Me puse de pie y caminé hasta el lavatrastos, no me gustaba que quisiera saber tanto, a pesar de querer disfrutar su compañía, tenía miedo de quedar vulnerable, cuando él se alejara. Dejé la taza en la tarja y suspiré cansado; al girarme, Alex ya estaba frente a mí.
—Erick — en su rostro se dibujaba esa mueca perversa que me hizo temblar — indagaré sobre ti, todo lo que yo quiera, ¿sabes por qué? — tomó mi mentón con su mano y me obligó a verlo a los ojos.
—Me lastimas… — dije tratando de alejarme de su mano pero él no lo permitió, al contrario, ejerció más presión y pegó su cuerpo contra el mío, logrando que quedara con el lavatrastos detrás de mí y sin poder moverme.
—Porque tengo casi quince años sin saber de ti… — dijo con ira — todos esos malditos años imaginando cómo podrías estar con alguien más, que alguien más probaría tu cuerpo — siseó y me besó demandante mientras sus manos pasaban a mi espalda — sabiendo que alguien más podía verte, escucharte — gruño al alejarse y jaló mi cabello hacia atrás exponiendo mi cuello, bajando a morderlo — tocarte, olerte… — aspiró contra mi cuello y hombro — quince largos años, Erick — volvió a alejar su rostro y me observó con seriedad — no puedes pedirme que evite preguntar por tu vida… quiero volver a ser parte de ti, de conocer cada parte de ti, como hace tanto tiempo… incluyendo tu alma…
Mientras él me trataba de esa forma, yo sólo podía gemir; a pesar del miedo que me provocaba esa posesividad suya, me sentía como arcilla entre sus manos. Él podía hacer lo que quisiera conmigo y yo, no podía negarme a su voluntad, porque me gustaba, me fascinaba su carácter y todo lo que producía en mí.
Volvió a besarme y mis manos fueron a su cabello, enredando mis dedos en sus hermosas hebras doradas, para no permitir que se alejara; me encontraba más participativo, más sumiso, más… deseoso.
Alejandro me alejó un poco del lavatrastos y pasó sus manos por mis nalgas ejerciendo fuerza para levantarme; sin dudar, abrí mis piernas y las enredé en su cintura. Él me sentó en el mueble y empezó a desabrochar el nudo del pantalón; yo, por mi parte, liberé su cabello y fui a levantar su camiseta para quitársela, ansioso de lo que se avecinaba.
En ese momento, un ladrido se escuchó cerca y después varios más. Alex y yo nos detuvimos de golpe, girando el rostro; mis hijos estaban viendo con atención, sentados, alrededor de nosotros. Observé a Alejandro con algo de vergüenza.
—Yo…
—Vamos a la habitación — ordenó.
Asentí — pero debo darles alimento — acoté, mientras volvía a abrochar mi pantalón.
Él suspiró frustrado — está bien, aliméntalos — se alejó de mí yendo a la mesa por su taza de café.
Busqué en la alacena el alimento para perro, tomé en un gran bote y salí al patio trasero para darles de comer, los cuatro me siguieron con rapidez. Ya estaba oscuro, tal vez eran casi las siete de la tarde. El día anterior no había metido sus platos, así que, era mejor alimentarlos así para no tardar mucho; al día siguiente, la señora Josefina los lavaría y volvería a alimentarlos a su horario.
Mis hijos se quedaron comiendo fuera de casa cuando yo volví a entrar, cerrando la puerta de la cocina que daba al patio trasero. Alejandro estaba de pie, cerca de la mesa, su taza ya no estaba; sonreí temeroso ante su mirada fría; «tal vez, se enojó porque se arruinó el momento» pensé con nervios y fui a dejar el bote en la alacena de nuevo. Cuando volví al comedor, Alejandro estaba regresando de la sala, con una gran sonrisa; su mirada parecía la de un depredador.
Pasé saliva nervioso — ¿qué…? — no pude terminar, él se acercó a mí con rapidez y volvió a besarme.
Empezó a desvestirme, quitándome la camiseta que traía, guiándome a la sala; me tumbó sobre el sofá más grande, colocándose sobre mí, entre mis piernas, restregando su cuerpo contra el mío.
—Alex… — mi voz salió entrecortada, pues él ya me acariciaba con deseo, excitándome — la puerta de…
—Ya cerré — aseguró y me besó demandante.
Después de escuchar eso, nada importó. Pasé mis manos por su espalda y bajé buscando la terminación de su camiseta para quitarla; cuando él sintió mis movimientos, se alejó para que hiciera con más rapidez mi labor. Alejandro desabrocho nuevamente mi pantalón y se alejó, subió mis piernas para poder quitármelo, junto con mis boxers.
Yo por mi parte acariciaba sobre su pantalón, no podía quitarlo, así que era lo único que podía hacer. Él se puso de pie, se desvistió completamente, lanzando su ropa, sin importar dónde cayera; volvió a subirse sobre mí para entrelazarnos en besos y caricias. Sentía su miembro rozar contra el mío, logrando que mis gemidos se intensificaran; pero mientras nos movíamos desesperados, rodamos y caímos al piso. Yo caí sobre él, por lo que el golpe completo se lo llevó Alex; me incorporé de inmediato, preocupado por lo ocurrido.
—¡Lo siento! — me disculpé nervioso — ¿te lastimaste?
—No… — sonrió acariciando mi rostro con la yema de sus dedos — no te preocupes — posó su dedo índice en mis labios y lo introdujo ligeramente.
Cerré mis ojos para dejarme llevar nuevamente; lamí su dedo y lo succioné despacio, solo un momento, pues él alejó su mano y me obligó a incorporarme un poco.
—Hazlo… — no dijo más, ya sabía qué era lo que quería.
Acomodé mis piernas a los lados de las suyas; me incliné, besando primero su boca para después bajar, besando su cuello, pecho, abdomen y por último, posar mis labios en su ya despierto sexo. Abrí mi boca y le permití el paso, introduciéndolo lo más que podía y después, con lentitud, le permitía salir, rozando con mis labios toda su extensión; mis manos acariciaban sus piernas, sus testículos y su abdomen con veneración. Así, él me dejó disfrutar por varios minutos.
—Siéntate… — su voz sonaba más ronca, debido a la excitación.
Me alejé de su miembro, dejándolo completamente empapado de mi saliva y me incorporé. Puse mis manos en su abdomen para tener suficiente equilibrio, mis piernas quedaron a sus costados; acomodé la punta de su pene en mi entrada e intenté introducirla ligeramente, aún me escocía por lo que habíamos hecho en la tarde, así que quería hacerlo lento.
—‘Conejo’… — su voz me sacó de mi concentración.
Su sonrisa malévola me indicó lo que vendría después. Sin decir algo más, puso sus manos en mi cadera y me obligó a bajar de un solo golpe.
El grito se ahogó en mi garganta, pese a que mi boca se abrió al sentir el dolor recorrer mi cuerpo, como una descarga eléctrica; cuando por fin, logró salir un sonido de mi boca, fue un largo gemido de placer. Respiré agitado e incliné mi rostro mordiendo mi labio; algunas lágrimas se agolparon en mis ojos sin alcanzar a rodar por mis mejillas, pero lentamente, una ligera sonrisa se estaba apoderando de mis labios.
—¡Muévete! — ordenó — excítame… quiero verte “bailar” sobre mí, cómo antes…
—S… sí… Alex… — respondí.
Haciendo un gran esfuerzo, levante mi cadera y volví a bajar. Aún dolía, pero en realidad, ese dolor me excitaba aún más, así que empecé un ritmo algo rápido.
A los quince años había sentido algo así, la primera vez que me hizo bailar sobre él, como le decía a esa pose, le gustaba ver mi rostro de esa manera, lo sabía, especialmente porqué era yo mismo quien marcaba el ritmo que él deseaba, sólo para complacerlo; esa primera vez también me dolió, igual que en ese momento, pero sabía de antemano, que ese dolor desaparecía rápidamente y sentiría solo placer, porque lo disfrutaba y me gustaba de esa manera.
Alejandro puso su mano derecha en una de mis piernas, mientras la izquierda fue a acariciar mi miembro; la caricia me hizo temblar y por ende detener mi movimiento, contrayendo los músculos de mi cuerpo y enterrando mis uñas en su abdomen.
—Te falta practica — sonrió perversamente — tendremos que hacer esto más seguido, para que vuelvas a acostumbrarte… — siguió masajeando mi sexo — sigue moviéndote — añadió — no tienes permiso de detenerte.
Asentí mordiendo mi labio con fuerza. En verdad era cruel, mucho más cruel que hacía quince años; pero debía admitir que su tono autoritario, sus gestos retorcidos y su manera de tratarme, que variaba entre lo dulce y lo brutal, me excitaban más que antes.
Sin pensar, mi cuerpo comenzó un ritmo mucho más rápido, más fuerte. Mis nalgas golpeaban sus testículos cuando bajaba; mi cabello se movía al compás, cubriendo por momentos mi gesto de placer y mis gemidos aumentaron de volumen. Sí, disfrutaba ese trato, disfrutaba ese dolor, disfrutaba de todo lo que Alejandro podía hacerme, sin importar lo que fuera.
—Detente…
Ante esa nueva orden, detuve los movimientos de todo mi cuerpo al instante; lo único que no podía controlar era el movimiento de mi pecho debido a la respiración agitada que tenía y los latidos de mi acelerado corazón.
Él sonrió de lado, satisfecho — aún no olvidas lo que te enseñé — dijo con malicia.
Ciertamente, desde que empezamos a tener relaciones de adolescentes, me enseño a hacer lo que él ordenaba, al instante que brotaban las palabras de sus labios.
—Quisiera una foto tuya así — acarició mi rostro con sus manos de forma delicada — te vez más hermoso que hace quince años.
Moví mi rostro para permitirle seguir con su caricia, pero él desvió su mano, bajando hasta uno de mis pezones y lo pellizco con fuerza.
—Alex… — me quejé con debilidad ante la ruda caricia.
—Voltéate, contra el piso.
Asentí y me alejé de él, permitiendo que su miembro saliera de mi interior con sumo cuidado; me puse de rodillas y coloqué mis manos en la duela.
Él se puso de pie y caminó hacia la cocina, comedor y volvió a la sala, apagando todas las luces. Yo seguía sin moverme de la posición que me había indicado, estaba esperando a que dijera lo que deseaba que hiciera.
—No — indicó — quiero que veas al fuego.
Me moví lentamente, hasta quedar con mi rostro hacia la chimenea — ¿así? — pregunté dócil.
—Perfecto… — contestó mientras se acomodaba hincado, tras de mí.
Con su mano, sujetó su miembro y lo restregó contra mi entrada, acariciando por alrededor, rozando mis nalgas; no me penetraba, solo acariciaba con él mi trasero.
—Alex — susurré — por favor…
—Por favor, ¿qué?
—Alex, no seas cruel… — dije sin responder a su pregunta.
—Erick… — se alejó un poco y acarició mi espalda con las uñas de sus manos, imprimiendo fuerza en mi piel, permitiendo que sintiera un ligero ardor — si no eres claro, ¿cómo quieres que sepa qué deseas, ‘conejo’? No leo la mente.
El tono de su voz me molestaba, estaba burlándose de mí; parecía un niño y no me agradaba esa situación, o eso quería obligarme a pensar. Mordí mis labios para no hablar, no iba a dejarme dominar con tanta facilidad, pero él seguía acariciando mi espalda y yo me encontraba temblando, a punto de sucumbir. Alejandro, ciertamente no tenía mucha paciencia para algunas cosas, pero, si se proponía esperar a que yo le rogara, podría torturarme por días enteros, cómo cuando pasó casi una semana sin tocarme en la preparatoria, hasta que le supliqué que me poseyera.
—Penétrame… — susurré.
—No escuché, ‘conejo’ — acarició mi costado con rudeza, dejando la marca de sus uñas — ¿qué es lo que quieres? — preguntó nuevamente con un tinte de voz más sádico, mientras acomodaba con una de sus manos, su miembro en mi entrada, sabía de antemano lo que le pediría en ese momento, a pesar de los años que pasamos separados, me conocía mejor que nadie.
—Por favor… — hablé más alto — ¡penétrame! — imploré — te deseó dentro de mi Alejandro, ¡por favor!
—Así me gusta, ‘conejo’.
Apenas terminó su frase y entró con fuerza. Grité, en ese momento pude gritar, pero más que dolor, fue un placer infinito al sentir esa deliciosa hombría dentro de mí. Él marcó nuevamente el ritmo, penetrándome de forma salvaje, feroz; parecía querer romperme por dentro y yo deseaba que lo lograra. Mi cuerpo respondía obediente a sus caricias, llevándole el ritmo y permitiéndonos, a ambos, disfrutar de ese deseo prohibido, reprimido por tantos años.
Estaba a punto de terminar cuando Alejandro salió de mi interior una vez más; no me dio tiempo de replicar, tomó una de mis manos y me giró. Quedé tumbado contra la duela y él se acomodó nuevamente sobre mí, penetrándome con fuerza, apoderándose de mis labios con desespero; nuestras lenguas se unieron, jugueteando insistentes, reconociéndose, como cuando éramos adolescentes. Él seguía con movimientos rudos mientras yo acariciaba su espalda, costados, cuello, todo lo que alcanzaba con mis manos, necesitaba sentirlo completamente, impregnarme de su calor y de su esencia para sentirme suyo; mis ojos estaban llenos de lágrimas pero estaba seguro que mi semblante no reflejaba dolor, porque no lo sentía en lo más mínimo, lo que Alex me proporcionaba era simplemente placer.
El teléfono timbró. Ambos lo ignoramos, seguíamos perdidos en la lujuria, la pasión y las caricias que nos brindábamos mutuamente en medio de gemidos; sonó un par de veces más y la contestadora entró.
“Hola, soy Erick, por el momento no estoy o quizá estoy ocupado, pero probablemente no tengo ánimos de responder, así que deja tu mensaje y si te urge, marca a mi celular.”
Sonó el tono y escuché una voz conocida.
—“…Erick, soy Luís…”
Alex detuvo sus movimientos y yo me sobresalté ante ello.
—“…quería saber si estás bien…”
Alejandro sonrió de lado, se recostó sobre mí y me obligó a girar junto con él, hasta acercarnos a la mesita esquinera donde estaba el teléfono.
—“…ayer te notabas un poco distraído y la verdad, estoy preocupado…”
Alex quedó sobre mí de nuevo, se incorporó, hizo una seña con su dedo para que guardara silencio, mientras él seguía moviéndose en mi interior, solo que, con un ritmo más calmado.
—“…sólo quiero asegurarme que no te pasa nada… supongo que llamaré más tarde y…”
Me sobresalté al ver como Alex acercaba su mano al teléfono.
—N… — intenté hablar, pero él descolgó el auricular; cubrí mi boca con mis manos para obligarme a guardar silencio.
—¿Sí?… — la voz de Alejandro sonaba muy tranquila, a pesar de que no dejaba de moverse lentamente, para darme placer.
—“… ¿Bueno?...” — alcancé a escuchar la voz del otro lado del teléfono, Luís sonó preocupado — “… ¿quién habla?...” — preguntó con un dejo de inquietud.
—Soy Alejandro… — sonrió de forma triunfal — amigo de Erick, él está ocupado por el momento y no alcanzó a responder.
—“… ¿Ocupado?...” — interrogó Luís más interesado.
Alejandro acariciaba mi miembro con su mano libre y su mirada se posó en mi rostro. Yo estaba muriendo de vergüenza, sentía mis mejillas arder, mis ojos llorosos y se me dificultaba callar mis gemidos; tenía miedo de no poder aguantar más tiempo en silencio, pues esa situación en realidad me estaba excitando y Alex no paraba de moverse, al contrario, cambiaba de ritmo para torturarme más.
—Sí — aseguró — un poco ocupado, en una necesidad natural — dijo con un tinte de voz algo serio, pero la sonrisa seguía adornando sus labios.
—“… ¡Ah!, ya, entiendo…” — respondió Luís del otro lado — “…pero, ¿está bien?...”
—Sí — afirmó nuevamente — respondí porque te notabas preocupado, así que, pensé que te sentirías mucho mejor sabiendo que él está bien.
—“…Sí…” — escuche un sonido de parte de Luís, parecía una risa nerviosa — “…me siento más tranquilo, gracias…”
—¿Quieres que le diga que te marque cuando se desocupe? — el rostro de Alejandro tenía una mueca lasciva y yo estaba a punto de gritar.
—“…Sí, te lo agradecería… bueno, muchas gracias por responder, hasta luego…”
—Hasta luego… — Alex se despidió y colgó el teléfono.
—¿Por qué…?
Volvió a moverse con rapidez y se inclinó, besándome de forma demandante, sin permitirme terminar la pregunta. Su mano en mi sexo me estimuló con fuerza y ante sus caricias, encajé mis uñas en sus hombros, ahogando un gemido en su boca; mi interior se contraía apresando su pene y la sensación me provocaba espasmos de placer. No pude más, llegué al orgasmo humedeciendo apenas su mano, con una ínfima cantidad de semen.
Alejandro siguió penetrándome con salvajismo y momentos después, terminó en mi interior, inundando mis entrañas con su tibio y abundante semen; mordió mi cuello y gimió contra mi piel. Quedó sobre mí por unos momentos; ambos respirábamos con agitación, yo más que él en realidad. Me encontraba cansado, no podía moverme, pero me obligué a llevar mis manos a su sedoso cabello, acariciándolo con suavidad y cariño; me gustaba hacer eso, siempre me había gustado y ahora, poder disfrutar de nuevo de ese pequeño placer, me hacía sentir pleno.
—Alex… — susurré con anhelo.
—Lo hice — dijo con un tinte serio — porque sabía que te excitarías… — se incorporó con lentitud para poder ver mi rostro.
—Pero…
—Además, ¡porque eres mío! — su mirada se volvió fría — ¿crees que no tenía ganas de decirle a ese imbécil, que no tiene que preocuparse de nuevo por ti, porque yo voy a cuidarte de ahora en adelante? — su mano se colocó en mi cuello, ejerciendo algo de presión, evitando que respirara con normalidad — ¡eres mío, Erick!, haré que lo recuerdes y lo entiendas una vez más — murmuró — y si tengo que alejar a tus amigos para que solo pienses en mí, lo voy a hacer — sonrió de una forma que me inquietó — así que, tendrás que empezar a darme prioridad ante todo y todos, ¿entiendes?
—Sí… — el hilo de voz que salió de mi boca apenas se escuchó, no podía articular bien las palabras, pero a pesar de mi desespero, no traté de alejarlo.
Tenía miedo, demasiado miedo; Alejandro parecía un demente, pero no sabía si estaba más desquiciado él por tratarme así, o yo, por desear que se comportara así eternamente, sólo conmigo.
Liberó mi cuello de su agarre y acarició mi piel con sus dedos; una vez más, hizo un movimiento para que giráramos juntos. Alex no salía de mi interior y no parecía tener intenciones de hacerlo, así que yo tampoco hice el intento de apartarme, solo me quedé recostado sobre su pecho, acariciando su piel con las yemas de mis dedos. El ambiente ya se había sosegado; él acariciaba mi espalda con suavidad, mientras yo llevaba una de mis manos a juguetear con un mechón de su cabello.
—Siempre quise hacerlo frente a una chimenea, contigo — el tinte de su voz sonaba divertido — fue… delicioso, ¿no lo crees?
—Sí… — respondí dibujando una sonrisa en mis labios, me sentía tan seguro en ese momento y la forma en la que Alex habló, tan feliz, tan sencilla, tan normal, me hizo sentir tranquilo.
—Me gustaría hacerlo así, todos los días — aseguró.
—¿En serio? Yo creo que el piso es algo duro — objeté.
—Eso no importa — rió levemente — me gusta el ambiente, porque el fuego se parece a ti…
—Lo dudo…
—¡Claro que sí! — replicó — la forma en que las llamas se mueven, se parecen a ti, cuando “bailas”…
Me quedé en silencio y mordí mi labio para acallar mis palabras de queja ante esa comparación, que me parecía extremadamente degenerada.
Alejandro tomó mi rostro con sus manos y delicadamente me hizo verlo a los ojos.
—Tu mirada… — sonrió — tus ojos azules vuelven a brillar — pasó sus pulgares por mi labio inferior — temí que jamás podría volver a perderme en el mar de tu mirada — mi corazón se aceleró ante sus palabras.
Sentí mi rostro arder, cuando Alejandro se portaba tan dulce y tan romántico, aunque fuesen escasas las ocasiones, caía rendido ante él; todas las facetas de él eran perfectas para mí, no importaba nada más, jamás importó y ahora, mucho menos. Me acerqué a él y lo besé; sabía que podía morir en ese momento y habría sido el hombre más feliz sobre la tierra, pues aunque no lo dijera, Alejandro era el único al que había amado y aún amaba.
Nos quedamos recostados así, por algunos minutos; en un movimiento mío, su sexo salió de mi interior y sentí que algo escurría.
—Disculpa… — intenté alejarme, pero él se aferró a mí para no dejarme ir — Alex, te voy a ensuciar… — objeté.
—No importa — negó — no te vayas aún, por favor…
Suspiré resignado y me recosté sobre su cuerpo, restregué mi rostro en su hombro y me permití relajarme completamente. Mis ojos empezaron a cerrarse lentamente, pero mi estómago hizo un ruido algo fuerte; Alejandro lo escuchó y se giró para verme con preocupación.
—¿Estás bien?
—Sí, solo…
—¿Necesitas ir al baño? — preguntó con un dejo de inocencia.
—¡No! — grité, pero luego desvié mi mirada — bueno, aparte — murmuré — tengo algo de hambre…
—Ya veo, entonces, ¿qué podemos cenar? — acarició mi mejilla y sonrió conciliador — ¿deseas que pida algo?
—No, debe haber comida en el refrigerador… la señora Josefina debió dejar cosas preparadas para mí…
Él me miró desconcertado — ¿seguro que no quieres que pida algo? O si lo prefieres, podríamos salir a cenar…
—No — negué de nuevo — debo comer lo que ella me preparó, es la forma en que se asegura que coma, no me cree mucho cuando le digo que pedí algo de comer.
—Bueno — asintió — si la señora que te cuida, se toma tantas molestias para asegurarse que estás bien, no hay que llevarle la contraria — se puso de pie y me ofreció la mano para ayudarme a incorporarme — vamos…
Me puse de pie y Alejandro buscó nuestra ropa.
—Ve a asearte — sonrió entregándome mis prendas — yo calentaré la comida.
—No tardo — anuncié.
Fui a mi habitación y me duché con rapidez; cuando salí, pude ver mi cuerpo desnudo ante el enorme espejo del baño. Mi cuello, hombros y pecho estaban llenos de marcas; pasé mis dedos por algunas de ellas, rozándolas con las yemas — Alejandro… — susurré su nombre con vehemencia, sintiendo que un inmenso placer me inundaba completamente.
Hacía tantos años que no portaba unas marcas tan perfectas a mi propia percepción y aun así, deseaba más, muchas más. Negué ante mis pensamientos, era demasiado tonto por pensar de esa manera; caminé al vestidor y me cambié con rapidez, no quería hacer esperar a Alex.
Bajé las escaleras y la planta baja estaba impregnada con el olor de la cena.
—Ya volví.
—¡Muy bien! — dijo él y rodeó la barra — tú te encargas de lo demás — levantó una ceja — creo que sabrás donde están los platos para servir.
Asentí y me encaminé a las repisas; Alejandro me detuvo antes de llegar a mi destino y me besó suavemente, separándose al momento que pasaba su lengua por mis labios — rico — afirmó y se alejó, dejándome pasmado.
—Ah… — no supe que decir, realmente me había sorprendido su actitud y solo me apresuré a buscar los platos para servir, no entendía cómo es que Alex podía lograr tanto con tan poco.
Cuando llevé los platos servidos al comedor, Alex me acercó el teléfono; lo miré sorprendido ante su semblante reservado, no entendía qué era lo que quería.
—Márcale — dijo serio — no quieres que se preocupe, ¿o sí?
—Yo… — dudé en tomar el aparato.
—Está bien — aseguró — solo dile que me quedare aquí, para que no esté con el pendiente.
—De acuerdo… — dije resignado, ya había constatado que era el mismo Alejandro de hacía tantos años, así que, sabía que si me negaba, se enojaría.
Marqué el número de la casa de Luís y al primer timbre contestó con rapidez.
—“… ¿Bueno?…”
—Luís, soy yo…
—“… ¿Estás bien?...” — su voz sonaba preocupada.
—Claro… — reí ligeramente para que se tranquilizara — lamento la tardanza en marcarte.
—“…No importa, tu amigo me dijo que estabas ocupado…”
—¡Ah! Sí, Alejandro, es un amigo de la preparatoria — expliqué — hace unos días me lo encontré y bueno, él no es de aquí, así que se estará quedando en mi casa mientras arregla unos asuntos de su trabajo.
—“… ¿En serio?...” — la pregunta tenía un tono desconfiado — “…es que no lo mencionaste antes, por eso me pareció extraño…”
—Sabes que mi casa tiene suficientes habitaciones, así que le ofrecí una para que estuviera más a gusto en la ciudad, ¿qué te extraña? — sonaba demasiado seguro cómo para que él pudiera replicar algo.
—“…Tienes razón, disculpa, es sólo que, no parecías estar muy bien el sábado y tenía temor que intentaras… bueno, no importa…”
—No te preocupes — suspiré — estos días, Alejandro estará aquí, así que él ‘me echara un ojo’, ¿de acuerdo?
—“…Claro, eso me tranquiliza…” — se notaba más calmado por el timbre de su voz — “…por cierto ¿ya cenaste?...”
—Sí, en eso estamos.
—“...Entonces ve a cenar, nos veremos el sábado…”
—Hasta el sábado…
Colgué el teléfono y lo llevé a su lugar, después giré para ver a Alex. Él estaba recargado de espaldas a la barra para desayunar, sus brazos cruzados en su pecho, su mirada sombría estaba fija en mí y su semblante tenía una mueca de ira.
—Le gustas — soltó rápidamente, sin ocultar su molestia.
—¿Perdón?
Levantó su rostro retadoramente y caminó hasta mí — le gustas a tu amigo — repitió.
Solté una risilla — estás imaginando cosas…
—No — negó — es sólo que no te quieres dar cuenta, es todo… — levantó una ceja — te aseguró que todos tus amigos saben que le gustas al tal ‘Luís’, pero ninguno dice nada — sonrió de forma divertida — todos ellos esperan a que tú solito, te des cuenta.
—Alex, estás imaginando cosas.
—¿Quieres apostar? — preguntó con ironía.
—No tengo que apostar, él es heterosexual, todos mis amigos lo son y creen que yo también — aseguré con total convicción — ¿cómo no creerlo después de haber estado casado y de tantas aventuras con mujeres?
Alejandro soltó una carcajada — ‘conejo’ ingenuo — suspiró — pero está bien, no insistiré, tal vez pronto te des cuenta, ¿cenamos?
No quise tratar de que él entendiera mis puntos de vista; Alejandro era muy soberbio y cuando tenía la idea de algo, era muy difícil hacerlo cambiar de opinión.
Cenamos mientras él me contaba un poco de su trabajo con los hoteles y de su sociedad con otras empresas extranjeras; no tenía idea de que su trabajo fuera tan extenso.
—Cuando entré a la universidad, me empeñé en convertirme en el mejor — sonrió triunfal — saqué un promedio perfecto y eso me abrió las puertas en muchos lugares — dijo sin mucho interés — cuando terminé la universidad, me hice cargo de las empresas de mi familia y las hice crecer exponencialmente, además estudié dos maestrías a la vez y después otras dos… acabo de terminar un doctorado en economía.
Me quedé atónito ante su currículo — ¡vaya! — parpadee sorprendido — eso es… increíble.
—Sí, supongo que sí — sonrió despectivo — mi trabajo me da tiempo suficiente para hacer lo que quiera, solo hice lo que tenía que hacer para poder ser libre y actuar sin que me juzgaran o me controlaran.
—Y… ¿nunca pensaste en casarte? — él soltó una enorme carcajada — ¿qué? — pregunté molesto — es normal que muchas mujeres se interesen en ti, eres atractivo, inteligente, tienes una presencia imponente no sólo por tu dinero, sino por tu carácter, un carisma sin igual y además, eres millonario, ¿qué mujer no caería rendida a tus pies con eso?
—Cierto… — asintió aun tratando de calmar la risa que lo había invadido — pero ninguna me ha interesado en realidad — respondió sin miramientos.
—¿En serio? ¿No te ha gustado alguien? ¿Ni aunque fuera un poquito? — la verdad, quería saber si él había podido amar a alguien en todos los años que habían pasado, sin estar a mi lado.
—¡Ah, claro que sí! — asintió — tuve relaciones sexuales con más mujeres y hombres, de los que puedo recordar, pero sólo fueron juguetes de una noche.
Su respuesta me hizo sentir un poco incómodo y desviar la mirada de manera nerviosa.
—¿Y yo? — pregunté en un murmullo, temía la respuesta, pero necesitaba saberla — ¿también soy juguete de una noche?
Él se giró hacia mí y tomó mi rostro con su mano, obligándome a verlo a los ojos.
—Tú no eres para una sola noche — me miró fijamente — parece que no me has puesto atención en todo el día — dijo molesto — eres el único por el que mataría y moriría de ser necesario, así que, por favor, no me obligues a hacer ninguna de las dos…
El calor subió a mis mejillas y tuve que respirar por la boca, para poder calmar el sofoco que sus palabras causaron en mí.
—Lo… lo siento… — me disculpe porque no supe que más decir.
—No te preocupes — volvió a su plato — en poco tiempo me encargaré de que lo recuerdes, no solo por estos días, sino por el resto de tu vida.
Sentí que me ahogaba ante esa amenaza, así que bebí algo de agua y traté de cambiar la conversación, tal vez, si hablábamos de otras cosas, no me pondría tan nervioso.
—Entonces… — aclaré mi garganta después de beber — ¿te la pasas viajando siempre?
—No — negó — tengo un domicilio fijo, ahí paso aproximadamente seis meses al año, el resto del tiempo sí, lo paso viajando.
—Debe ser una casa muy grande.
—Sí, lo es — sonrió — y tiene una buena vista hacia el mar, además, tengo una playa privada.
Me quedé inmóvil, procesando sus palabras y después lo observé con molestia.
—Así que, cuando dijiste que mi casa era grande, ¿era sarcasmo?
—¡No! — aseguró — es grande, en serio — me sonrió dulcemente — jamás me burlaría de ti en ese sentido — su voz denotaba que lo decía completamente en serio — además, aparte de grande, es bonita y acogedora.
—Gracias…
—No hay de qué — inclinó su rostro en una leve reverencia — y por cierto, aún no me la muestras toda, ¿me darás un ‘tour’ después de cenar?
—Si eso quieres — asentí — con gusto lo haré…
* * *
Al terminar de cenar y dejamos los platos en el lavatrastos, al día siguiente, la señora Josefina los lavaría.
—Vamos — indique después de lavar mis manos — ¿por dónde quieres empezar?
—El sótano — dijo sin pensarlo mucho.
—Muy bien, sígueme.
Lo guie hasta una puerta semi oculta en la pared; para cualquiera que no conociera mi casa, le sería muy difícil encontrarla. Él observó intrigado cuando abrí.
—¿Pasa algo?
—No — sonrió — es solo que, cuando llegamos, me dijiste que había un sótano y cuando bajé solo, no vi ningún acceso a algún sótano — ladeó el rostro — ahora entiendo por qué.
Reí.
—Sí, la verdad, es un lugar algo “secreto” — dije un poco feliz — ni mi familia, ni la familia de mi esposa que nos llegó a visitar, sabe de esto en su totalidad — sonreí divertido — es una especie de santuario para mí y también lo fue para mi esposa, sólo los más allegados conocen de su existencia — expliqué — la única persona ajena que sabe de él, es la señora Josefina, porque ella lo limpia, pero baja sólo dos veces al mes.
—¿Seguro que sólo lo hace dos veces al mes?
—Confío en ella, de verdad, nunca ha faltado nada en esta casa y siempre ha sido muy honesta con todo, es una buena mujer — aseguré.
Alejandro no parecía muy convencido, por lo que negué mientras me sinceraba.
—Sí, está bien, también tengo algunas cámaras de seguridad.
Alex sonrió más tranquilo.
Encendí las luces, también el aire acondicionado para adecuar a una temperatura agradable y bajamos al sótano. Abajo tenía varios televisores, algunas consolas, repisas llena de videojuegos y frente a esto, había una sala minimalista bastante cómoda; detrás, varios posters de juegos y algunos instrumentos para las consolas. Debajo de la escalera se encontraba un refrigerador, repisas y una pequeña barra para servir la comida. Al fondo del sótano, estaba un escritorio con una computadora.
—Ese es un ‘mini’ servidor — dije guiándolo a la computadora que estaba al fondo, fui a encender el monitor y Alejandro se acercó a mí, mientras abría un programa.
Aparecieron cinco ventanas, la primera, mostraba el frente de mi casa, la entrada principal en realidad — aquí veo quien entra y sale — expliqué con naturalidad, la segunda mostraba la puerta exterior que daba a la terraza en el último piso y parte de la misma — esta es por si alguien quiere entrar por arriba… — la tercera mostraba la entrada al sótano — aquí puedo ver quien entra y sale de mi sótano — miré a Alejandro de soslayo — por eso sé que la señora Josefina solo entra dos veces al mes y sólo a limpiar.
Alejandro rió — eso es confianza — dijo irónico.
—¡Cállate!, no es por ella que la puse, sino por si alguien de mi familia o la de mi esposa, llegaba a querer entrar.
Él levantó una ceja, hizo un gesto sarcástico y sonrió.
Señalé la cuarta ventana — este es el cuarto de lavado y — moví mi índice a la última ventana, esa mostraba el patio trasero, dirigida hacia la puerta que daba a la cocina — y esta es la última cámara que tengo.
—¿Por qué la pusiste ahí?
—Bueno, ya la había comprado, así que tenía que ponerla en algún lado.
—¿Por qué no dentro de tu casa? Como la del sótano.
—Vicky… — suspiré — ella no me permitió poner cámaras dentro de la casa, dijo que no quería que nuestra privacidad quedara grabada en un archivo… por eso.
—Entiendo… — Alex giró el rostro y caminó hacia una puerta que estaba cerca del escritorio — ¿y esto? — preguntó curioso.
—¡Ah!, eso — sonreí — pasa… — dije abriendo la puerta y encendiendo la luz — este es el cine de la casa.
Al frente había una pantalla blanca; tenía un proyector instalado en el techo, en una pared había varias repisas llenas de películas. En el centro, había seis sillones reclinables y a un lado de cada uno una pequeña mesa.
—¿Cine?
—Sí — suspiré — Vicky y yo íbamos mucho al cine, ya que yo no iba a ningún otro tipo de lugares de diversión, así que, ambos decidimos tener un cine aquí, para disfrutar de las películas que nos gustaban.
—Interesante — sonrió tranquilizador — es un gran lugar — aseguró — me gustaría ver algunas películas contigo, después.
—¿En serio? — sonreí animado — eso estaría muy bien, podemos comer palomitas.
—Bien, tú pones las palomitas y yo las bebidas.
Reímos y después, salimos de ahí.
—Sigamos… — dije mientras apagaba nuevamente el monitor de mi computadora.
Subimos las escaleras y al salir del sótano, apague la luz.
Bueno, esta planta ya la conoces, — aseguré — cocina — indiqué del otro lado de la barra con mi dedo índice — comedor — di un paso y ladee el rostro, señalando la zona — sala — moví mis manos para señalar del otro lado — y esta puerta — caminé hasta una puerta que no era la del patio de atrás, pues esa estaba en la cocina — es la recamara que está aquí — abrí — en la planta baja, con su baño completo — entré y Alejandro me siguió.
—¿Por qué tienes una recamara aquí también?
—Para cuando mi madre me visita y también cuando venía la mamá de Vicky — dije sin mucho ánimo — mi madre está grande, así que se le dificultaba subir las escaleras, por lo que tuvimos que adecuar este lugar con todas las comodidades, cómo ves — señalé toda la habitación — tiene un área amplia, recamara matrimonial, tocador, un gran closet y su baño completo también es grande, suficiente para que quien se quede aquí, esté a gusto.
—Pues sí que tiene todas las comodidades...
—Vamos a la otra planta — salimos de la habitación y cerramos.
Caminamos subiendo las escaleras y llegamos a la puerta que no le permití abrir en la mañana.
—Esta es la primer recamara para huéspedes — entramos y era una habitación más pequeña que la principal, casi como la de la planta baja, pero tenía un closet y un pequeño tocador que hacía juego con el mueble de cama.
—Mucho más pequeña que la tuya, debo admitir — mencionó de manera cómica.
No dije nada y salí de ahí; ignorando la habitación principal, debido a que ya la conocía, lo guié hasta la puerta que estaba al fondo a la izquierda, después de la habitación secundaria.
—Este es el baño de esta planta y además, el que usan las visitas cuando vienen.
—Entonces… — se asomó al interior — ¿yo debo usarlo también?
—No, a menos que quieras — dije tímido — tú tienes toda la libertad de usar el de mi habitación.
Alex sonrió y acarició mi rostro con su mano — ten por seguro que será el que utilice — dijo con un tono de diversión.
Sonreí nervioso por la caricia y después, di media vuelta para mostrarle la sección que albergaba las escaleras que nos llevaría al siguiente piso, misma que era una zona semi abierta.
—Aquí está la estancia de ‘las cosas olvidadas’ — mencioné sin emoción.
—¿Por qué de las ‘cosas olvidadas’?
—Bueno, en ese guardarropa — señalé el enorme closet que cubría toda una la parte baja de las escaleras — guardo las adornos para las fiestas que ya no celebro, además de otros enseres y también, la ropa que no uso por la temporada — me alcé de hombros — en este momento está ahí mi ropa de verano — caminé hasta posarme debajo de la escalera, en una de las partes más bajas, abriendo una pequeña puerta — aquí están algunas cosas que eran de Vicky, como su máquina de coser, una caja llena de líquidos raros, esencias y piedras de colores.
Cerré, me alejé de ahí y abrí la puerta que daba al exterior, saliendo al patio techado, rodeado de una celosía.
—Este es… — voltee y Alejandro no me seguía, se había quedado en la estancia — ¿qué pasa? — pregunté al volver por él.
Había abierto las puertas de los armarios y observaba algunos adornos que estaban por ahí; había cosas revueltas de navidad, Halloween y otras fiestas, además, en una esquina, había una gran cantidad de lienzos de pintura, protegidos con tela.
—Estos son tuyos, ¿cierto? — preguntó después de tomar un lienzo en sus manos, había encontrado mi firma en una esquina.
—Sí… — asentí — pero son de hace mucho tiempo, yo… ya no pinto.
Alejandro lo observó por un momento — me gusta — aseguró después de examinar el paisaje — miró la fecha — este es de hace 13 años, ¿por qué dejaste de pintar?
—Porque… — apreté mis puños y desvié la mirada, tratando de evadirlo.
—¿Erick?
—Porque todos esos cuadros los pinté por ti — respondí con molestia — cuando el dolor de no poder verte me invadía y no sabía cómo sacarlo — negué — escribir ya no me liberaba como antes, así que, utilicé mis pinturas para recordarte también… cuando me casé, me prometí a mí mismo que trataría de no volver a pensar en ese dolor y ¡por eso están ahí! — señalé con desespero — pero… — me mordí el labio para no terminar de hablar.
—¿Pero…?
—¡Nada! — dije tajante, mientras giraba el rostro para que no me escudriñara más.
Alex no insistió, volvió su vista al cuadro y lo observó con más interés; yo agradecí que, por esa ocasión, no me presionara, no quería que supiera la verdad.
—Así que, los dejaste olvidados… — mencionó con algo de melancolía.
—Sí… — asentí.
—Ni siquiera los enmarcaste — sonrió con tristeza.
—No… de hecho, quería destruirlos — confesé — pero Vicky no me lo permitió, me dijo que algún día, sanarían mis heridas y los colgaría en mi casa — sonreí cansado — hasta ahora, nunca ha pasado.
—Entiendo… ¿podrías…? — levanté mi rostro para verlo con algo de vergüenza, esperando que terminara la pregunta — ¿podrías regalarme uno? — sonrió y su semblante estaba lleno de infinita ternura.
Sentí que mis mejillas ardían, bajé el rostro y me abracé a mí mismo, asintiendo con debilidad.
—Los hice por ti y para ti, así que, en realidad… son tuyos — dije un tanto apenado — puedes llevártelos si lo deseas.
—Si es así — Alejandro suspiró — te aseguro que me los llevaré todos — sonrió y parecía feliz.
Con mucho cuidado, volvió a guardar el lienzo en su lugar; después agarró algunos adornos de las fiestas — hay muchos adornos muy buenos…
—Algunos los hizo mi esposa — mi voz disminuyó de volumen — en realidad, la gran mayoría.
—¿De verdad? — sostuvo entre sus manos un mantel navideño bordado a mano — pues era muy talentosa.
—Sí, es cierto — accedí — con respecto a manualidades, era muy buena.
—¿No los pones porque te entristecen? — preguntó con seriedad.
—Algo así — sonreí de lado — muchas cosas ya no sirven, por ejemplo eso… — señalé una caja de cartón sellada con cinta — el árbol de navidad está quebrado y no lo he tirado — indiqué otras cajas — esas son esferas de cristal y la gran mayoría están rotas, no soy muy cuidadoso cuando acomodo mi ropa en este lugar, así que, no tengo muchas cosas buenas que pudieran combinar con los adornos que mi esposa hizo, como el mantel o los adornos para las ventanas… — suspiré — los adornos de Halloween también, ¿cómo ponerlos si no hago las lámparas de calabaza? — reí apenado — además, los ornamentos navideños para el techo, los tiré en un arranque de ira, junto con todos los focos y demás cosas que Vicky había llegado a comprar.
Alejandro me escudriñó con su mirada, se quedó en silencio por unos momentos, después sonrió ligeramente cerrando el armario.
—Bueno, ¿seguimos con el recorrido? — preguntó y asió mi mano.
—Sí — asentí, caminé de la mano con él, acercándome de nuevo a la puerta y lo guié al patio — este es el área de lavado.
—Ya la había visto en tu monitor — me guiño el ojo.
—Sí, lo sé, no hay mucho de interés aquí, a menos que tengas fetiches con la lavadora — me alcé de hombros.
—¿Sabes…? — Alex me abrazó por detrás — la lavadora puede ser una buena cómplice — sonrío — solo piensa en las posibilidades — me coloco contra la lavadora — si te recargas en ella y te inclinas… — acercó su rostro a mi oreja — quedas a la altura perfecta…
Pasé saliva y me alejé dando un salto — mejor… mejor subamos… — regresé al interior de la casa con prisa, tratando de evitar que Alejandro me siguiera insinuando esas cosas, pues aún estaba cansado.
Él me siguió, subimos las escaleras y en la última planta, le indiqué dos puertas, una cerca de la escalera y la otra al fondo del pasillo.
—Esas son otras habitaciones, básicamente son iguales a la de abajo — aseguré y abrí la primera puerta — como ves, tiene recamara, tocador y guardarropa — pero esta de acá… — caminé hasta la siguiente puerta, abriéndola y mostrándole el interior — además de que es ligeramente más grande, tiene algo distinto — señalé el enorme ventanal que daba al frente de la propiedad y como la otra, tenía el mismo mobiliario — en una ocasión tuve la intención de convertirla en un pequeño gimnasio, pero, hace dos años, decidí ir a uno en vez de tenerlo aquí, en casa, por ello se convirtió en otra recámara.
—¿Es una medida de seguridad para no estar solo todo el tiempo?
—Algo así… — curvé mis labios en una débil sonrisa.
Salí de la habitación y volví mis pasos a una de las puertas que había ignorado.
—Ese es el baño de este piso — abrí la puerta, era bastante amplio y contaba con tina.
—¿Una tina? — preguntó curioso.
—Era un baño muy grande, así que decidí poner una tina en vez de dejar sólo la regadera, ya que, a diferencia del mío, no tiene espacio para un jacuzzi y una regadera a la vez.
—Es algo extraño.
—¿Por qué?
—Me suena a una excusa barata…
—Bueno, digamos que no sabía qué hacer con ese dinero — miré a Alex resignado — ¿esa explicación te suena mejor?
—La verdad, sí.
—Anda, sigamos, ya casi terminamos.
Lo guié por el pasillo, ignorando una puerta que estaba en el mismo, casi enfrente de la segunda habitación; abrí una puerta corrediza más grande y salimos a la gran terraza.
—Aquí se hacen las reuniones para comer carne asada, claro, cuando no hace frío — señale el lugar con mis manos, había un asador de ladrillo, una barra que abarcaba una gran extensión y también, tenía un lavatrastos.
—¿Haces reuniones aquí muy seguido?
—No en realidad… — sonreí — las hacía más cuando Vicky vivía, ella preparaba siempre la comida, le gustaba cocinar.
—Parece que tu esposa te complacía en muchas cosas, además… creo que tienes demasiado abandonado este espacio — aseguró — es un gran lugar y tienes buena vista.
—Lo sé, pero no me dan ganas de salir a este lugar con regularidad — caminé hacia el interior, permití que Alex entrara y cerré la puerta con llave — y con eso terminamos el recorrido — dije mientras caminaba hacia las escaleras.
—Erick… — ya había bajado el primer escalón cuando escuché mi nombre; Alex estaba frente a la puerta que yo había ignorado por completo — te faltó esta puerta.
—Es sólo… el… el estudio, no… — titubee — no es importante…
—Entonces, ¿por qué no quieres mostrarme esta habitación? — preguntó serio — ¿es algo de tu esposa?
—No… — incliné mi rostro, pero no me moví.
—¿Entonces?
Suspiré, giré el rostro, no quería verlo, ni a él, ni al interior de ese recinto. Apreté mi mandíbula, quería negarme, pero ante Alejandro nunca había podido, no lo había podido hacer años atrás, mucho menos ahora; caminé hacia el umbral con pesadez, tomé las llaves y busque una que tenía un grabado diferente. Abrí la puerta y encendí la luz, pero no quise ver hacia adentro, yo sabía perfectamente lo que había en esa habitación.
Todo estaba cubierto con plástico y una capa de polvo sobre éste.
La habitación era de doble altura, en la parte de abajo, casi frente a la puerta y a un lado del ventanal, había un gran escritorio con una computadora y un gran monitor, a su lado, unas enormes bocinas conectadas a unos audífonos de cancelación de ruido; al lado del escritorio, un estante con cientos de discos de varios grupos de metal, del otro, una pequeña mesita que no tenía nada, pero en antaño, había un teléfono, frente a el escritorio, una silla enorme, tipo ejecutiva. Pegada a la pared, donde estaba la puerta había una mesa de trabajo, a un lado, un estante con muchos accesorios para dibujo y pintura, acomodados de manera casi perfecta y bajo la escalera, estantería empotrada que guardaba aún más de mis utensilios de trabajo. Cerca del ventanal estaba un caballete abandonado y un banquillo alto; en el caballete, una pintura sin terminar, pero a diferencia de las que Alejandro había visto en el otro piso, que eran de paisajes, esta era una pareja que no se distinguía del todo.
Una escalera llevaba a un segundo nivel que abarcaba una parte del techo de la casa pero no cubría la parte de abajo del estudio. Arriba, varios estantes estaban llenos de libros y carpetas; otro armario también ocupaba gran parte de una pared en ese lugar y aunque no se miraba, estaba lleno de lienzos terminados. Un reloj marcaba la una con dieciocho, pero las manecillas no se movían.
Alejandro entró y recorrió el lugar con su mirada; yo me quedé en la puerta, sin moverme.
—Dijiste que dejaste de pintar desde que te casaste — señaló el lugar donde estaban las pinturas y después el caballete y el cuadro sin terminar.
—Mentí… — susurré.
—¿Por qué?
—Porque… — respiré profundamente para tomar valor y hablar — porque a pesar de que lo prometí, no pude cumplirlo — negué.
Alejandro caminó lentamente recorriendo la parte baja de la habitación, observando con más detenimiento — esta habitación no se ha limpiado en años — aseveró, mientras pasaba su dedo por el escritorio, que también estaba protegido por un plástico, para evitar la capa de polvo.
—Dos… — mi voz apenas fue un murmullo.
—¿Qué? — Alex giró el rostro para observarme.
—Hace dos años esta habitación no se limpia — repetí — sólo yo entraba en esta habitación, nadie, ni la señora Josefina, ni mis amigos… ni siquiera mi esposa… — dije cabizbajo, mi voz se escuchaba con debilidad — sólo… yo.
—¿Por qué?
—Porque… — no quería decirlo, no deseaba hacerlo; me aferré al pomo de la puerta, para sentirme seguro, apreté mis parpados y mordí mi labio inferior con fuerza.
Sentí la mano de Alex en mi mentón y esta vez, sin ejercer presión, con delicadeza y ternura, levantó mi rostro para verme.
—Erick, ¿por qué? — pregunto con ansia.
—Porque… — mi corazón se aceleró, no podía seguir ocultándolo, menos teniéndolo ahí, frente a mí, mirándome de esa manera, por eso terminé rompiéndome — ¡porque aquí están todos mis recuerdos sobre ti!, mis anhelos, mis sueños… — comencé a llorar — a pesar de haberme casado, ¡no pude olvidarte!, y ella, mi esposa, estaba al tanto de mis emociones… — negué — yo sabía que le dolía, sabía que la lastimaba, pero nunca me juzgó, ni me criticó, solo me daba su apoyo, su amor y… yo… — respiré agitado — ¡jamás pude amarla! — grité con reproche — ni una sola vez, en los casi cuatro años de casados, o los dos de novios, pude decirle un ‘te amo’, ¡ni una sola vez pude entregarme completo a ella!
Alejé mi rostro de sus manos; él se quedó estático, sin decir una sola palabra, mientras yo pasaba las manos por mi rostro.
—No pude… ¡no pude dejar de amarte! — confesé — no pude olvidarte, a pesar de dormir con ella… en las noches me despertaba agitado, porque soñaba contigo, porque anhelaba tus caricias, tus labios, tu piel… — caí de rodillas — mi cuerpo se calcinaba cada vez que pensaba en ti… — aseguré — llené cientos de hojas con escritos para ti, compré decenas de libros que me hacían pensar en ti… — afirmé con dolor — todos los días me encerraba en esta habitación a escuchar la música que me gustaba gracias a ti y… me imaginaba que tú también estabas escuchando las canciones, en ese mismo momento… — reí con dolor — pinté tantos cuadros que… perdí la cuenta… — mi voz temblaba — dibujé mis sueños donde aparecías, donde volvía a ser tuyo, donde me poseías… ¡justo como lo has hecho este día! — guardé silencio por un momento, después miré mis manos en silencio; mis lágrimas recorrían mis mejillas y caían en mis palmas.
El silencio reinó por unos minutos, él no decía nada y yo solo lloraba.
—Culpa… — dije al fin — tenía tanta culpa en mí, que por eso quise quitarme la vida… — sollocé — el día que ella murió, lo último que dijo fue “…te amo…” y yo… — respiré con dificultad — ¡yo no pude decirle que la amaba!, no pude mentirle para que se llevara un bonito recuerdo de mi… — negué — no pude mentirle porque mi corazón ya tenía un dueño… — susurré y levanté mi rostro para observarlo — y ese, Alejandro, es el pecado que quiero redimir aun recordándola, aun haciendo lo que ella hacía cuando vivía — apreté mis puños — por eso dejé de venir a este lugar, que ya no solo me recordaba a ti, sino que era la prueba de que fui un maldito imbécil, con una mujer maravillosa… — negué — y, ¿sabes que es lo peor? — sonreí reflejando mi sufrimiento en esa risa forzada — que en el fondo, no puedo arrepentirme de mis sentimientos, porque eres al único al que he amado y aún… — bajé mi rostro, sintiendo una inmensa vergüenza — aún te amo…
Me abracé a mí mismo y grité, un sonido fuerte que retumbó en esa habitación, pues no encontraba la manera de sacar mi dolor; después, me quedé en silencio tratando de volver a normalizar mi respiración, sin conseguirlo del todo.
Alejandro se acercó, hincándose delante de mí; me abrazó con fuerza y logré sentir su calor contra mí.
—Quisiera… — susurró — quisiera poder calmar tu dolor… — hablaba en serio, se notaba en el tono que usó a pesar de que era un murmullo — pero, si lo hiciera, tendría que aceptar que es mi culpa y alejarme de ti… — hundió su rostro entre mi cuello y hombro — y no puedo hacer eso, no quiero hacerlo, Erick… menos ahora, que sé lo que sientes…
Ambos nos quedamos en silencio por un momento; moví mis manos y me aferré a su espalda, necesitaba sentirme seguro y solo podía conseguirlo de esa manera.
—Todo este día — prosiguió con una voz suave — desee con desesperación escuchar de tus labios que me amabas, pero no logré que lo dijeras… — una risa débil escapó de su boca — me dije a mí mismo que con escucharte gemir y decir mi nombre era suficiente, pero ahora sé que no era así… — aspiró profundamente — Erick, escuchar de tus labios que a pesar de todo, aún me amas, ha sido lo mejor que me ha pasado en toda mi vida… — aseguró — por favor, no me alejes de tu lado… — su voz sonaba afligida — no me alejes solo por sentir culpa… — sentía sus latidos agitados contra mi pecho — yo también he sufrido, he hecho cosas imperdonables, sólo tú puedes salvar mi alma… por favor, solo… — suplicó — dame algo en qué creer…
—Alex… — susurré y me alejé de él para poder ver su rostro; cuando nuestras miradas se cruzaron, pude darme cuenta que sus ojos estaban húmedos, un par de lágrimas habían resbalado por sus mejillas y su expresión reflejaba todo el dolor que tenía en su interior.
Limpié sus lágrimas con mis pulgares y lo besé con suavidad en los labios, queriendo aliviar su sufrimiento. Alejandro respondió con ternura mi caricia; era tan diferente a sus besos posesivos, pero a pesar de eso, no podía elegir entre ninguna de las dos formas de besar, porque ambas eran perfectas.
Sus manos se movieron por mi cuerpo, lentas, suaves; de una forma tan delicada y cariñosa que parecía temer que me fuera a desmoronar entre sus dedos. Fue empujándome hacia atrás con su cuerpo, despacio, sin precipitarse; sus manos se posaron en mi espalda e hicieron que mi descenso fuera lento, sin dañarme al llegar al piso.
Quise desvestirlo pero no me dejó.
—No — susurró — deja que yo lo haga.
Asentí sumiso; era completamente diferente, nunca había visto esa faceta de él, ni siquiera cuando éramos adolescentes.
Besó mi rostro, degustó mis labios con suavidad, no hubo caricias fuertes, sólo suaves roces y con eso, lograba que mi cuerpo se estremeciera. Me desvistió lentamente, disfrutando cada parte que quedaba desnuda, acariciando con la yema de sus dedos, rosando con sus labios y dejando una estela de humedad, gracias a su lengua; mis gemidos aumentaron de volumen cuando repartió caricias en mi sexo. Quise cubrir mis labios para no gemir con fuerza, pero él lo evitó con delicadeza.
—No, no lo hagas… — musitó de nuevo — quiero escucharte.
¿Cómo decir que no ante esa petición tan dulce? Asentí embelesado y permití que mis gemidos inundaran todo el piso, que, al encontrarse completamente sólo y sin ruido, permitía que hiciera eco con facilidad.
Cuando probó mi sexo, sentí que me derretía en su boca; la calma y paciencia con la que se movía era casi una tortura. Se alejó solo un poco, humedeciendo él mismo sus dedos; pese a que su rostro tenía un semblante tranquilo, la forma en la que él lamió sus dedos mientras me miraba, me excitó sobremanera. Jamás había imaginado ver esa expresión tan inocente y calmada en él, aunque sus ojos tenían un brillo de lujuria, casi imperceptible.
Alcancé a notar como su saliva escurría por toda su mano y después la llevó a mi entrada; se recostó sobre mí y acercó su rostro al mío, besándome nuevamente de forma sutil.
—Erick… guíame con tus gemidos — susurró en mi oreja y presionó un dedo en mi entrada.
Gemí; gemí aún más alto de lo que había gemido durante todo el día. Él lamía mi oreja mientras su dedo se movía despacio en mi interior, palpando todo lo que alcanzaba, rozando las paredes, entrando y saliendo de forma pausada; mis manos apretaron su camiseta y no pude evitar acercar mi boca a su hombro, mordiendo la tela que me impedía llegar a su piel.
—¡Alex! — grité cuando introdujo un segundo dedo en mí, siguiendo el mismo ritmo que el anterior.
Mi garganta estaba seca, mi respiración agitada, mis ojos llorosos, mi sexo estaba duro y estaba seguro que, no tardaría en terminar.
—Tranquilo — dijo mientras pasaba su nariz contra mi oreja en una caricia infantil — lo voy a hacer lento…
—Alex — sollocé — voy a…
—Hazlo — sonrió — disfrútalo, mi amor…
Esa frase me llevó al paraíso; no pude contenerme más, apreté mi agarre en su camiseta, arquee mi espalda, grité y eyaculé contra su ropa, dejando una mancha pegajosa en la tela.
Tardé un momento para que mi cuerpo dejara de estar tenso, aunque seguía estremeciéndome inconscientemente; quedé tendido en el piso, con los ojos entrecerrados y mi respiración desacompasada.
Alejandro se incorporó y pasó su mano libre por la mancha que acababa de dejarle, al llegar al orgasmo; cubrió sus dedos con mi esencia y lo llevó a su boca para lamerlo, mientras, un tercer dedo me invadía. Verlo de esa manera provocó que mi sangre ardiera, pese a la incomodidad que, después del orgasmo, me provocaban sus dedos.
—Creo que ya estás listo — indicó con una sonrisa después de limpiar mi semen de su mano.
Se alejó de mi entrada y se desvistió frente a mí; lento, tranquilo, sin prisa. Ya había visto su cuerpo, ya me había trastornado al tenerlo una vez más, desnudo ante mí, pero en ese momento, era distinto, tenía una atmosfera completamente diferente. Ese Alex que tenía frente a mí no era el mismo de siempre, era como si, en ese momento, un ángel estuviera seduciéndome, después de que siempre fuese un demonio, el que me llevara a la locura.
Quedó desnudo y volvió a recostarse sobre mí, recorriendo una vez más mi cuerpo con caricias sutiles, besos y lamidas, cubriendo casi toda mi piel con su saliva; mis gemidos no dejaban de escapar de mis labios con fuerza, a pesar de que me sentía cansado.
Se acomodó entre mis piernas y puso su miembro en mi entrada, más no me penetró; acercó su rostro de nuevo al mío y sonrió con infinita ternura.
—Déjame entrar — pidió — dame tu permiso para hacerte mío…
¿Por qué lo preguntaba? ¿Por qué quería que hablara, cuando no podía pensar con suficiente claridad?
—Alex… — respiré con dificultad — por favor… hazlo — pedí con ansiedad — quiero ser… tuyo… solo tuyo…
Él cerró sus ojos y me besó; yo cerré los míos y me dejé guiar sólo por las sensaciones que Alejandro me provocaba. Entró en mi interior con delicadeza, lento, tan despacio que se me hizo una eternidad, hasta que llegó al fondo.
No sé de donde saqué fuerza, pero mis manos fueron a sus hombros, encajando mis uñas en ellos.
—Alex… — gimotee cuando él separó sus labios de los míos — ¡Alex! — grité cuando él empezó un movimiento suave, entrando y saliendo de mí, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo.
Lo estaba gozando, toda la extensión de su miembro duro dentro de mí, esa manera de poseerme tan pacífica, que terminaba siendo una tortura más dolorosa y excitante, que cuando me tomaba con su ímpetu salvaje.
Lloré, grité, gemí, pedí y supliqué por más; me retorcí bajo su cuerpo y sentí que iba a morir en sus manos. No parecía existir ninguna forma de expresar el placer que ese ángel me estaba provocando; su cuerpo estaba sudoroso, podía sentirlo contra mí y eso me excitaba mucho más. Su cabello estaba húmedo y caía hacia el frente, rozando mi rostro y empapándome con ese líquido salado y delicioso, que degustaba cada que podía morder y lamer sus hombros, para tratar de liberar, de alguna manera, esos sentimientos que se agolpaban en mi mente.
¿Cuánto tiempo me mantuvo en ese límite entre el placer y la locura? Difícil saberlo, yo sentía que, de un instante a otro, perdería el sentido y la razón.
—Dilo — susurró — por favor, Erick, ¡dilo!…
—Alex… — traté de morder mis labios, pero ya no podía callar por más tiempo — ¡te amo! — grité y después lloré, al mismo tiempo que dibujaba una sonrisa en mis labios; una vez más llegaba al orgasmo ese día, aunque, estaba seguro que no había liberado una sola gota de semen, pero aun así, había sido intenso.
Él gimió y a pesar de tener los ojos entrecerrados, pude distinguir y disfrutar esa expresión de placer en su rostro, mientras botaba su semilla en mi interior; durante algunos segundos, sentí el palpitar de su miembro, gozándolo plena y completamente.
Momentos después, Alejandro se recostó sobre mí; estaba sudado, agitado, notablemente cansado, pero tenía una amplia sonrisa adornando sus labios. Su rostro estaba a un lado del mío y sentía su respiración cerca de mi piel, rozando mi oreja; el latido de nuestros corazones seguía casi el mismo ritmo y por instantes, parecía ser solo uno latiendo con fuerza, retumbando en nuestros cuerpos.
—Gracias… mi amor… — besó mi mejilla y sonrió.
Respiré con agitación, parecía que desfallecería pronto, pero no quería dejar de sentirme así, como hacía años que no lo hacía; dichoso.
—Te amo… — repetí con apenas un murmullo de mi voz.
—Yo también te amo, mi pequeño ‘conejo’…
Sonreí cansadamente al escuchar sus palabras; me gustaba que me dijera de esa manera, siempre me había agradado ser el único a quien Alejandro le tuviera un apodo de cariño, eso lograba hacerme sentir especial.
Después de esas palabras y otro beso de su parte, ya no supe de mí.
* * *
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Eran las siete de la mañana cuando sonó el despertador y yo solo había podido dormir tres horas cuando mucho. La cama estaba completamente revuelta y sentía que el sueño no me iba a permitir levantarme, pero pensar que le había dado mi palabra a Alex de verlo, me obligó a incorporarme e ir a la ducha con rapidez; a él nunca le gustó que llegase tarde y mucho menos, que le quedara mal.
Habían pasado más de catorce años y yo aún recordaba cosas que creí haber olvidado de mi pasado; eso me tenía inquieto pero a la vez, eufórico.
Me asee con rapidez y salí para rasurarme concienzudamente, pues no quería ir desaliñado a su encuentro; me puse uno de mis mejores trajes, mi gabardina negra y unos guantes, porque el día parecía muy frío. Estaba listo, pero al verme al espejo, sentí que faltaba algo más. Busqué en el armario y encontré la bufanda que mi esposa me había tejido hacía algunos inviernos atrás; suspiré, no debía ponerme triste en ese momento, especialmente porque era un día especial para mí.
Bajé las escaleras, me asomé por el ventanal y estaba lloviendo; busqué por toda la sala el paraguas, no recordaba dónde lo había dejado la última vez, pero al final lo encontré tras la puerta. Mis hijos se inquietaron al verme salir y buscaron mi atención; evité que me ensuciaran la ropa, pues traían sus patas mojadas y no quería tener que volver a cambiarme. Los acaricié para tranquilizarlos y finalmente, los dejé en el patio trasero mientras sacaba el automóvil, después volví a dejarlos libres, como siempre.
Eran pasadas las ocho cuando inicié el trayecto hacia el centro de la ciudad, sabía que me había apresurado demasiado, pero era mejor llegar temprano.
Llegue a las ocho con treinta y seis minutos, al estacionamiento del centro comercial; aparqué justo en el lugar donde me había encontrado a Alejandro el día anterior y esperé. Observaba cada diez o quince segundos el reloj; estaba impaciente, nervioso, el tiempo se me hacía tan lento que me desesperaba. A las ocho con cincuenta y cinco, un gran automóvil se estacionó al lado del mío; la ventanilla trasera se abrió y pude notar el rostro de Alejandro.
—Buenos días, llegaste temprano — dijo con una sonrisa en sus labios.
—Buenos días — respondí el saludo.
—Ven, sube, iremos en mi auto.
Descendí de mi vehículo y lo cerré; uno de los hombres que iban con él, se bajó del carro y me abrió la puerta. Agradecí la atención, entré y quedé a un lado de Alejandro; por fin pude observarlo con detenimiento. Traía ropa casual, su cabello estaba algo despeinado, no lo traía impecable como el día que nos habíamos encontrado, portaba unas gafas de marco delgado y una tableta digital en su mano, donde iba escribiendo unas cosas; con todo esto, me sentía un tonto, yo iba muy formal para la ocasión, «debí preguntar…» pensé, desviando la mirada, tratando de ocultar mi vergüenza.
—Disculpa… — dijo él, rompiendo el silencio — sé que mi atuendo no es lo que esperabas — sonrió ampliamente — pero no me agrada siempre estar como ‘muñeco de aparador’, sabes que esa clase de fachada me ha desagradado siempre, además es domingo, día para relajarte…
—Sí, yo… — titubee — no te preocupes, creo que vine muy formal para la ocasión.
—Te ves muy bien — su mirada se posó en mí y la sensación que me provocó, casi me sofoca.
—Tú… tú también — respondí desviando mi mirada.
—Bueno, dile a Julián a dónde nos dirigimos — señaló al conductor.
—¡Ah!, sí, claro… — asentí.
Con rapidez, le di indicaciones al chofer para llegar al restaurante.
* * *
Alejandro y yo, bajamos cuando el conductor y el copiloto nos abrieron las puertas, la lluvia se había detenido, por lo tanto no iba a ocupar el paraguas. Alejandro dejó su tableta y lentes en el auto, tomó una gabardina que traía en la parte de atrás del asiento, se la puso y pasó la mano por su cabello, haciendo que este se moviera con suavidad, tomando un movimiento sutil, que sirvió para peinarlo; desvié la mirada para no verlo, pues realmente me parecía encantador con ese aire tan casual.
Caminamos hacia el restaurante y nos sentamos en una mesa alejada del bullicio, cerca de un ventanal que daba a uno de los jardines cuidados meticulosamente; nos llevaron la carta de los desayunos y nos ofrecieron algo para beber mientras esperábamos.
—Buenos días — él saludó primero — por el momento, jugo de naranja para mí y para mi compañero un café negro, traiga el azúcar aparte, por favor — la voz de Alejandro era muy varonil y no solo a mi percepción, pues la mesera se sonrojó notablemente al escucharlo.
—Aún recuerdas que me gusta el café — dije con algo de vergüenza, cuando la joven se retiró.
—Eras un verdadero adicto desde muy joven, no creo que lo hayas cambiado por algo más — ladeó el rostro — o, ¿me equivoco?
—No, ciertamente no te equivocas — sonreí de lado — no lo he cambiado por nada más.
Observe la carta, pero sentía su mirada penetrante sobre mí; me escudriñaba y eso me ponía más nervioso, porque no entendía qué quería lograr con esa actitud. Agradecí que la mesera nos trajera con rapidez lo que había pedido para tomar, así, rompía el ambiente extraño en el que estábamos envueltos.
—¿Desean ordenar ya? — preguntó servil.
—Sí — él respondió — para mí, el desayuno americano.
—¿Usted? — ella me sonrió dulcemente.
—Yo… — titubee, no sabía qué pedir — solo tráeme unos hotcakes con mermelada, por favor.
—En seguida, con permiso.
La chica se fue y yo tome un par de sobres de azúcar para endulzar mi café.
—¿Sólo eso comerás? — levante mi vista ante la pregunta y observé a Alejandro; su mirada fría y seria me decía que le había molestado lo que había ordenado.
—Sí — respondí — casi no desayuno.
—Entonces, ¿por qué aceptaste mi invitación a desayunar?
—Yo… — temblé ante su mirada, esa mirada tan profunda que me producía ansiedad; más de catorce años habían pasado desde la última vez que sus ojos verdes se posaron sobre mí de esa manera, nunca antes pude mentirle y ahora, tampoco iba a poder hacerlo — no pude negarme — acoté en un débil murmullo — no quería que pensaras que no quería verte o que estaba huyendo de ti…
Alejandro me siguió observando con seriedad pero instantes después, sonrió.
—Deja de temblar — negó — pareces ‘conejo’ asustado, ¿acaso me tienes miedo?
—No — dije un poco más tranquilo — es solo que, ya no sé cómo tratarte.
—Soy el mismo de hace quince años, aunque mis días se vean ocupados por diferentes actividades.
—Ya veo — sonreí — también usas lentes.
—Sí, bueno, solo cuando nadie me ve — levantó una ceja — tengo una imagen que cuidar.
—Yo creo que te ves muy bien con ellos — las palabras salieron de mi boca sin darme cuenta y con un dejo de ensoñación al recordarlo cuando nos encontramos esa misma mañana, pero cuando procesé lo que había dicho, levanté la mirada, sintiendo como la sangre subió a mi rostro de golpe, por la pena de haber dicho algo impropio.
—Gracias — él sonrió de lado, mientras me observaba inquisitivamente — si logro esa reacción en ti, tal vez deba usar los lentes siempre.
No dije nada, solo pude agradecer mentalmente que la mesera llegara con nuestros desayunos, interrumpiéndonos una vez más, era mi salvadora.
—¿Qué has hecho? — preguntó Alex, rompiendo el silencio mientras empezaba con su comida.
—¿Yo? ¡Ah!, nada, trabajar, solo eso.
—¿De verdad? El viernes dijiste otra cosa.
Suspiré. Supuse que él quería saber lo que había hecho desde que desaparecí de su vida, por lo que decidí contárselo.
—Cuando terminamos la preparatoria, tuve que cambiar de residencia, eso ya lo sabes — dije serio — pero, yo no sabía dónde iba a terminar con exactitud — tomé un poco de aire, aún me dolía hablar de eso — mi padre, después de… bueno… — dudé en decirlo.
—Después de que se enteró de nosotros — terminó él.
Pasé saliva y mordí mi labio, no quería decirlo desea manera, pero tampoco podía ocultar lo que él ya sabía — sí, después de eso — dije con tristeza — él se empeñó en alejarme de todo aquello que pertenecía a mi vida anterior…
—Especialmente de mí, ¿cierto?
Asentí con vergüenza; después de tantos años, aun me sentía mal por no haber podido hacer nada, pero, ¿qué podía hacer un muchacho ingenuo que apenas había terminado la preparatoria y que ni siquiera era mayor de edad?
—Entonces, ¿qué paso? — preguntó con interés.
—Bueno, mi padre me envió con unos tíos por unos días, después con otros y otros, hasta que al final, terminé aquí, con unos parientes lejanos, mientras él tramitaba el cambio, en su empleo — especifiqué — mi padre, junto con mis tíos, ya habían metido mi solicitud para ingresar a la facultad de ingeniería en sistemas…
—Sí, he escuchado que la universidad de aquí es muy famosa por esa carrera — acotó — pero, tu no querías ser ingeniero.
—No, pero no tuve otra opción… era la única carrera que mi padre aceptaría que llevara, para redimir mi… — guardé silencio.
—¿Pecado?
Alejandro soltó una sonora carcajada y yo, simplemente levanté la mirada, pero sin atreverme a levantar el rostro; lo observé con algo de molestia, sentí que solo se estaba burlando de mí.
—Disculpa… — trató de calmarse al observar la seriedad en mi rostro — es que, siempre fuiste tan ingenuo y tal parece que aún lo eres…
—De cualquier modo — proseguí sin ocultar mi enojo — entré a la universidad y a mitad de mis estudios, mi padre falleció, mi madre se quedó conmigo pero cuando terminé la carrera, ella se fue con uno de mis hermanos — traté de resumir todo para evitar que, nuevamente, se burlara de mi — yo por mi parte, me casé, empecé a trabajar, estudié algunas maestrías mientras trabajaba y aquí estoy, contándote todo esto — mi voz era mucho más seria, estaba molesto y era notorio.
—Perdón… — esa simple frase logró que levantara mi rostro, observándolo con sorpresa; ese tono de voz que usó, años atrás lograba desarmarme y ahora, una vez más lo conseguía — no quise burlarme de ti — siguió hablando — es solo que, han pasado casi quince años y no sé cómo expresar todos los sentimientos que he guardado por lo que pasó.
—No… no tienes que decir nada — bebí un trago de mi café para tratar de suavizar mi ánimo y semblante, aunque no necesitaba mucho después de esas palabras, Alejandro había conseguido que todo mi enojo se esfumara de inmediato — las cosas pasaron, se cometieron errores, solo eso.
—Te busqué… — dijo con seriedad y sentí que mi corazón se aceleraba ante su confesión — te busqué donde me dijiste que te iban a mandar, pero no pude dar contigo.
«Alex…» mi corazón había dado un vuelco debido a que jamás me imaginé que él se atrevería a buscarme, pero de todas maneras, no hubiese sido posible encontrarnos — supongo que mi familia no te lo puso fácil — sonreí con pesar.
—Ni la tuya, ni la mía — la ira se reflejó en su voz — mis padres también me pusieron muchas trabas, la única manera de librarme de todo lo que me imponían, era convertirme en lo que soy ahora — sentenció — soy el dueño de todo y mi familia, especialmente mi padre, ya no puede decirme nada, a pesar de que pensó que me llevarían por el ‘buen camino’ — sonrió cruelmente, como cuando se peleaba en la escuela, aún tenía un dejo de salvajismo y eso era algo que me cautivaba aún más — dependen de mí, de lo que yo les doy, tengo poder, dinero y por sobre todo, influencias… si quisiera, podría deshacerme de ellos y no habría diferencia…
Me estremecí al escucharle decir esas esas palabras, no solo por lo que implicaba, sino por el tono de voz que usó, no dejaba duda de que estaba dispuesto a hacer eso y mucho más de ser necesario.
—Ya veo… — dije con algo de inseguridad; no sabía qué decir, ni cómo reaccionar en realidad.
—Te seguí buscando después… — me observó y esta vez su verde mirar se tornó triste — pero parecía que te había tragado la tierra — suspiró — pensé que el destino me había jugado una mala pasada… — sonrió — por eso, el viernes que te encontré por casualidad, pensé que, de existir un Dios, él te había puesto en mi camino una vez más.
Lo observé fijamente; él me sostuvo la mirada y por un momento, que para mí fue eterno, ambos nos perdimos en esa sensación que nos envolvió por completo. Fui yo quien desvió la mirada primero, al sentir como mi cuerpo parecía arder bajo mi ropa y que el aire escapaba de mis pulmones ante la visión del Alex que tenía enfrente, mezclándose con mis recuerdos.
—Y, ¿qué…? ¿Qué piensas hacer ahora? — pregunté nervioso.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, Alejandro, ya no somos unos niños — sonreí con tristeza — ¿tienes alguna pareja? ¿Alguien te está esperando en tu casa?
Él me observo y cambió su semblante a uno frío y hasta indiferente.
—No tengo pareja estable — su mirada parecía retarme — nadie me espera en casa, estoy solo y con respecto a qué pienso hacer, te lo diré sin rodeos, pienso comer ‘conejo’ muy pronto.
La frase me cimbró por completo, el tenedor resbalo de mi mano y cayó al piso; mi corazón se aceleró pero no podía desviar mi vista de su rostro, esa mirada maliciosa, esa sonrisa perversa, todo en él parecía haberse convertido en una fuerza sobrenatural que me había atrapado y no parecía querer dejarme escapar.
La mesera me sacó del estupor que me había provocado las palabras de Alejandro, cuando se acercó a recoger mi tenedor y traer uno limpio.
—¿Tienes miedo? — preguntó sagaz.
—¿Por…? ¿Por qué habría de tener miedo? — sonreí tratando de evitar que notara lo alterado que me había puesto por su culpa.
—Parece que tiemblas, por temor o quizá sea por… ¿deseo? — sus labios se curvaron en una mueca sádica — ¿sabes que eso era lo que más me gustaba de ti, ‘conejo’? — la última palabra fue un susurro apenas audible para mí.
Evité verlo a los ojos, debía contar hasta diez; tenía miedo, sí, no podía negarlo, pero pese al miedo, algo en mi interior parecía despertar, una sensación extraña que había ocultado en lo más profundo de mí durante años y que debía admitir, estaba disfrutando una vez más.
—Entonces… — bebí un poco más de café antes de proseguir, tratando de disimular con una temblorosa sonrisa, mi desconcierto — ¿ahora eres como un animal? ¿Un zorro? ¿Una serpiente? ¿Algo así?
Él rió — me considero más un cazador, esperando paciente por la presa que ha decidido que se convierta en su ‘cena’, ¿quieres que te lo demuestre?
Traté de tomar una pose mucho más seria y madura, aunque me fuese casi imposible con él frente a mí.
—Alejandro, no tienes que jugar a eso conmigo — comí algo de los hotcakes intentando mantener la compostura — ya no soy un niño y no lograrás impresionarme como en antaño — mentí.
No dijo nada, manteniendo un silencio que, terminó por preocuparme; levante mi rostro para verlo y pude notarlo. Me observaba con seriedad y cuando mi mirada se cruzó con la suya, él pudo leer mi alma, haciendo que sus labios se curvaran perversamente.
—No quiero impresionarte — expresó con marcado interés — pero tal vez, logre mucho más que eso — su voz era una provocación, suave, sensual, sutil.
—Lo… lo dudo — traté de mantenerme firme.
Alejandro cambió su semblante, su voz y se mostró más amistoso.
—Está bien, no insistiré…
Agradecí que detuviera ese acoso, estaba a punto de caer perdido ante su encanto; no quería hacer nada inadecuado, aunque ciertamente mi cuerpo parecía querer rendirse ante él con demasiada rapidez.
—¿Puedo preguntar…? — su mirada denotaba la duda que sentía, parecía no estar seguro con lo que iba a decir — ¿por tu esposa?
—Vicky — respondí — su nombre era Victoria, pero le decíamos Vicky y sí, puedes preguntar.
—¿La amabas?
Me quedé en silencio, no imaginaba que la primera pregunta sería la que menos deseaba responder; debía mentirle, por la memoria de mi esposa debía mentirle, pero era imposible mentirle especialmente a él.
—La… la quise mucho, no puedes imaginar cuánto.
—Mi pregunta fue, si la amabas, no, si la quisiste — inquirió con seriedad.
—No quiero responder… — negué — no puedo, lo lamento, no insistas, por favor…
—Entiendo… — guardó silencio por un momento — ¿y ella? ¿Te amó? ¿Sabía de tu pasado?
Levanté mi rostro y pasé el bocado de panqueque que tenía en mi boca; hubiese deseado que no preguntara nada de eso, pero algo me decía que debía responder sus dudas, por muy difícil de explicar que fuera para mí o difícil de entender para él.
—Me amó — asentí — más de lo que cualquier mujer — especifiqué sexo — pudiera haberlo hecho, a pesar de saber todo sobre mi, incluyendo mi pasado — aseguré — me amó por sobre todas las cosas, hasta el día de su muerte — finalicé con tristeza.
Una vez más me quedé en silencio, me dolía, pero no por lo que Alejandro pudiese imaginar.
—Perdóname — lo dijo con sinceridad y para mi desgracia, ese tono de voz tan sencillo logró desarmarme, cómo en antaño.
—Está bien, tenías que saberlo, ¿cierto?
—Sigo siendo un idiota sin tacto — sonrió con pesar — no debí preguntarte esas cosas.
—No te preocupes, ya pasó tiempo y aunque no parezca, ya lo superé.
Ambos seguimos comiendo pero no hubo más charla y terminamos el desayuno con rapidez, en completo silencio. Yo me sentía mal por no haber podido mentir, al menos por una vez, decir que amaba a mí esposa, a pesar de no haber sido así, pero no pude; él parecía respetar mi dolor y aunque estaba completamente seguro que no lo entendía por completo, me estaba dando mi espacio.
Alejandro pidió la cuenta, pagó y se puso de pie para salir de ahí.
—Vamos — sonrió, el ambiente entre nosotros ya se había calmado, pero no parecía estar bien — te llevaré a tu automóvil.
En el vehículo de Alejandro, aún esperaban los hombres que lo llevaban. Entramos al interior del auto y nos dirigimos al centro comercial, ambos en silencio; un silencio incómodo y doloroso. Al llegar, él bajó conmigo para despedirnos.
—Fue… fue una buena mañana — aseguró.
—Sí, lo fue…
¿Era todo? ¿Nos despediríamos y ya? En mi pecho algo se arremolinaba; tenía miedo, no quería que todo quedara solo en eso, un simple desayuno y ni siquiera poder platicar más, poder disfrutar su compañía o su simple presencia.
—Te marco después, para comer antes de que me vaya de la ciudad… cuando tengas tiempo, claro — sonrió — al menos espero que sí comas.
Me ofreció la mano y yo hice lo mismo, sintiendo la tibieza de su piel contra la mía.
—Adiós, Erick.
«¿Adiós? Eso sonó a una despedida para siempre», mi corazón latió con rapidez y me mandó la primera alerta, no podía dejar que se fuera así, no quería que se alejara de mí.
—Alex… — dije sin pensar, consiguiendo que él detuviera sus pasos y girara su rostro para observarme — te… ¿te gustaría…? Bueno… si tienes tiempo, claro… — no sabía cómo decir las cosas en realidad, me debatía entre lo que quería y lo que debía hacer.
Alejandro me observó extrañado, no parecía entender qué era lo que quería decirle, pero era lógico, ni yo sabía qué quería decir.
—¿Quieres…? — apreté mis puños y me armé de valor — ¿quieres conocer mi casa?
El asombro invadió el semblante de Alex, pero segundos después sonrió tan dulcemente que me cautivó.
—¿En este momento?
—Sí — respondí sin pensar, si pensaba iba a dudar y si dudaba, podría perder la oportunidad de pasar más tiempo con él.
—Por supuesto — asintió — yo iré contigo, Julián y Miguel nos seguirán en mi auto, ¿te parece?
—¡Sí! — la alegría me inundó y no pude ocultarla, pues una enorme sonrisa se dibujó en mi rostro.
Abrí mi carro y Alejandro se subió en el asiento del copiloto, después de dar indicaciones a sus trabajadores. Puse la marcha y me dirigí hacia mi casa, me sentía feliz por haber dado ese paso, aunque no sabía a dónde quería llegar; en el camino Alejandro estuvo revisando el reproductor de MP3.
—Tienes muchas canciones antiguas — rió.
—Lo sé — asentí mientras daba una vuelta — pero, tienes que admitir que son muy buenas.
—Eso no lo niego.
* * *
Al llegar a mi hogar le dije que me esperara, mientras encerraba a mis hijos para poder meter el automóvil; pero él descendió para dar nuevas indicaciones a sus acompañantes, quienes iban llegando en ese momento. Cuando volví a salir, después de abrir la puerta de la cochera, ellos se retiraban.
—¿A dónde van? — pregunte mientras entraba al carro para estacionarlo y Alejandro se sentaba en el asiento del copiloto de nuevo.
—Van a ir al hotel, si los ocupo los llamaré y en caso de que me ocupen por allá, ellos me llamarán — me mostró su celular — o, si es urgente, vendrán por mí.
Estacioné el auto y ambos bajamos; cerré la puerta de la cochera y fui a abrir la puerta para que mis hijos salieran nuevamente. Los cuatro se abalanzaron sobre mí buscando cariño, pero al ver que teníamos visita, fueron a buscar atención del invitado; eran muy amistosos con las personas que yo permitía entrar, pero si alguien desconocido se acercaba a la casa, sin que yo estuviera presente, no permitían que se quedara mucho tiempo, armaban escandalo para alejar a cualquier intruso y dar alerta de su presencia.
—¿Y ellos?
—Perdona, te presento — dije mientras les hacía señas para que se sentaran — ellos son Black, Ponch, Rocky y Tomi
—Te siguen gustando los animales — mencionó con un dejo de nostalgia.
—Sí, aunque estos en realidad no eran míos… vamos… — le indiqué la puerta — pasa, está haciendo frío.
Entramos a la casa y Alejandro observo todo con detenimiento — tu casa es grande…
—Gracias — sonreí quitándome la gabardina para dejarla sobre un sofá — pude ampliarla antes de casarme, lo demás, como los muebles, entre mi esposa y yo lo terminamos en poco tiempo — conté con orgullo — tengo un sótano amplio, que sirve para reuniones de videojuegos con mis amigos — expliqué rápidamente — la planta baja tiene sala, cocina, comedor y una habitación con baño completo — continué con la descripción — en el primer piso está la habitación principal, también con baño completo, hay una habitación de invitados, otro baño completo y el cuarto de lavado — enuncié evitando algunos detalles — en el segundo piso hay dos habitaciones más, otro baño y… — dudé por un momento y preferí no decir que también tenía un estudio — la terraza — finalicé con una sonrisa.
—¿Por qué tantas habitaciones? — indagó mientras se quitaba la gabardina y la dejaba en un sillón, para después seguirme.
—¡Ah!, bueno… — me encaminé hacia la cocina a buscar el alimento de mis hijos — es para cuando tengo visitas, a veces mis amigos se quedan aquí por una noche o más.
Iba a agarrar el alimento cuando algo me jaló con fuerza haciéndome girar. Quedé de frente a Alejandro; su cuerpo estaba junto al mío, demasiado cerca. Sentía su respiración cerca de mi frente, aún era mucho más alto que yo y mi corazón se aceleró.
—Alex, estás… — no pude terminar mi frase, su mano derecha me sujetó con fuerza de mi mentón, levantando mi rostro con rudeza e hizo que lo mirara a los ojos.
Su mirada fría, cruel y su rostro serio, tenía un semblante sombrío que me producía escalofríos, pero a la vez, sentía una cierta atracción malsana que lograba que mi cuerpo se sometiera sin mucha resistencia; aunque quisiera alejarme, no podía hacerlo ya que tenía el mueble de cocina tras de mí y una de sus piernas se había colocado entre las mías.
—¿Tus amigos duermen aquí? ¿En tu casa? — me producía escalofríos la manera en la que hablaba — ¿Acaso han dormido contigo? ¿Han probado tu cuerpo?
Su voz era grave, su agarre en mi rostro y en mi costado eran demasiado fuertes; intenté alejarlo, pero aún y que yo estaba suficientemente en forma por ir al gimnasio, no pude moverlo en lo más mínimo.
—¡Claro que no! — respondí agitado — ellos son heterosexuales, ninguno de ellos sabe de mi pasado, ni tampoco se los diría… tienden a ser algo homofóbicos — dije con rapidez a modo de excusa — ¿cómo crees que lo tomarían?
—¿Estás seguro, ‘conejo’? — arrastró la última palabra mientras su aguda mirada escudriñaba mis ojos, tratando de averiguar si le mentía.
—Alex, me… me estás lastimando… — señalé nervioso — te lo aseguro, no he tenido nada que ver con otros hombres — insistí, no quería que él pensara lo contrario — después de la muerte de mi esposa, solo he tenido relaciones fugaces con mujeres y a ninguna la he traído a mi casa… te lo juro, nadie más me ha tocado…
Nos quedamos unos momentos sin movernos, él parecía no creerme. Finalmente, Alex disminuyó la fuerza de sus agarres, alejando con extrema lentitud sus manos de mí, pero aún tenía su cuerpo cerca del mío. Pese a ya no tener que verlo a los ojos por su imposición, mi rostro se negaba a apartar mi vista de él; mi labio inferior temblaba, me sentía como la primera vez que se acercó a mí de esa manera, también había sido así, repentino, en la casa donde vivía con mis padres.
Nuestras respiraciones estaban agitadas, ninguno de los dos nos movimos. Alejandro se inclinó, acercando su rostro a mí, sus labios rozaron los míos y sentí la tibieza de su respiración, pero aunque imaginé que me besaría y en el fondo lo deseaba, el contacto no llegó.
—Lo siento…— susurró, se alejó de mí y cambió su semblante como si nada hubiese pasado — pues, tu casa me gusta — fue hacia la sala — especialmente la chimenea… — alzó la voz para que lo escuchara desde tan lejos.
Él parecía haberse calmado con rapidez, mientras yo seguía inmóvil, pegado al despensero; mis piernas aún temblaban, tenía la certeza de que si intentaba caminar, no me responderían del todo bien. Traté de calmar mi respiración; relamí mis labios, pasé saliva e intenté recuperar la compostura con rapidez.
En ese momento, mi cerebro pensó con claridad; entendí que no debí haberlo llevado a mi casa, pues era muy posible que todo se saliera de control, como en antaño. Pero era demasiado tarde para cambiar las cosas, más, debía admitir que no tenía miedo, al contrario, sentía una excitación que no recordaba haber sentido en muchos años.
Agarré el alimento de mis hijos y salí a servirles en sus platos, aún ensimismado en mis pensamientos y recuerdos; volví a entrar a la casa mientras ellos comían. Después de dejar las cosas en su lugar, busqué a Alejandro, encontrándolo cerca de la chimenea.
—¿Quieres…? ¿Quieres que encienda la chimenea? — pregunté nervioso.
—¿Ella era tu esposa? — señaló un retrato, sin responder mi pregunta.
—Sí — asentí — ella era Vicky.
—Ya veo… — susurro con seriedad — era muy bonita — sonrió con tristeza.
—Sí, era — recalqué — te invitaría algo de comer o de beber — intenté cambiar el tema de conversación — pero acabamos de desayunar, ¿quieres hacer algo en especial?
Apenas terminé mi frase, su semblante cambió, mostrando una mueca extraña, pero mi cuerpo supo qué era lo que significaba «no debí preguntar…» pensé.
—Sí, quiero hacer algo especial… — caminó hacia mí, mi primer impulso fue retroceder y alejarme de él, pero mi cuerpo no respondía, su mirada era tan fuerte que producía un efecto hipnótico en mí — ¿por qué no me enseñas tu habitación?
—Mi… ¿mi habitación? — pregunté con un hilo de voz.
—Sí — asintió mientras lograba poner su cuerpo junto al mío, su rostro se acercó a mi oído — ¿recuerdas cuando me llevaste a tu habitación en la casa donde vivías cuando nos conocimos? — pasó su lengua húmeda por mi oreja, haciendo que mi piel se erizara — vamos a recordar viejos tiempos, ‘conejo’.
—Yo… — temblé — yo… no creo que...
Sus manos se movieron con rapidez y me hicieron girar, dejándome de espalda hacia él; Alejandro pasó su mano derecha por mi pecho y bajo hacia mi abdomen, ejerciendo presión en mi cuerpo, para pegarme contra el suyo, mientras su mano izquierda sostenía mi rostro, cerca del cuello, permitiéndole jugar con mi oreja a su voluntad.
—Vamos, ‘conejo’… — su dedo índice recorrió mi labio inferior y cerré los ojos, dejándome llevar rápidamente — muéstrame tu habitación… nada malo va a pasar… nada que tú no quieras…
Sentía su calor traspasar mi ropa, su mano en mi rostro también me quemaba, mi mente se estaba nublando y una sensación nada extraña, empezó a recorrer mi cuerpo, centrándose en mi entrepierna.
Alejandro se separó de mí lentamente, se puso enfrente, tomando mis manos y fue él quien me guió por las escaleras; al llegar a la siguiente planta, colocó la mano en el pomo de la primera puerta que encontró, pero pude detenerlo.
—No… — susurré mientras colocaba mi mano sobre la suya, evitando que abriera.
Él me observó, su mirada alcanzó a mostrar un pequeño destello de ira antes de apretar los parpados y girar el rostro, intentando sonreír sin conseguirlo.
—Está bien — dijo cansado — no insistiré…
—¡No! — respondí inquieto — es solo que… mi habitación es… la otra… — Alejandro abrió los ojos y me observó con asombro — dijiste… dijiste que te mostrara mi habitación — repetí — esta no es… — aseguré.
No sabía qué, con exactitud, estaba haciendo que respondiera de esa manera, tal vez era el deseo, la lujuria o simplemente, mi cuerpo respondía a lo que Alejandro deseaba, pero estaba siendo sincero con lo que quería y no podía arrepentirme de ello.
Su rostro se transformó a una mueca maliciosa, sabía que ya me tenía en su poder; me agarro de la mano una vez más, me guió con rapidez hasta la puerta que estaba casi enfrente de la primera, la abrió de golpe, cerrando tras él y me guió hasta la enorme cama, lanzándome hacia ella con fuerza. El movimiento y el golpe, lograron que mi mente volviera a pensar con algo de claridad.
—Alex — susurré al momento que me giraba para verlo de frente — yo…
¿Qué podía decirle ahora? Él se acercó a mí con movimientos felinos, colocando su cuerpo sobre el mío; quitó los mechones de mi cabello que habían quedado sobre mi rostro y me sonrió. Su rostro estaba muy cerca del mío, pero sin moverse, lo único que podía sentir era su respiración cerca de mis labios; ese instante me pareció eterno, mientras observaba la profundidad de las hermosas esmeraldas que, desde mucho tiempo atrás, me tenían hechizado.
—Quince… — de sus labios escapó un hilo de voz, parecía tener dificultad para hablar — casi quince años… que no tenía tu cuerpo tan cerca — su voz parecía agitada — ¿tienes idea la tortura que ha sido?
—Ah… — ¿qué podía decirle? Para mí también había sido un largo tiempo.
—Hoy, quiero disfrutarte — relamió sus labios — y te aseguro que me deleitaré contigo, hasta lograr saciar este deseo que me ha consumido por tanto tiempo…
Quise replicar pero su boca no me lo permitió. Era nuestro primer beso después de tantos años, ¿cómo definirlo? Era fuerte, posesivo, salvaje, demandante, tan típico de él; pero para mí, era el beso más dulce que podía haber recibido en ese preciso instante. Entreabrí mis labios permitiéndole el paso a su lengua, la cual hurgó el interior de mi boca un largo rato, hasta que se cansó.
Cuando se apartó de mí, tomé una bocanada de aire, sentía que no era suficiente con el que lograba respirar por la nariz. Él se movió y de un tirón, abrió completamente mi camisa; todos los botones salieron disparados por la cama y sus alrededores, pero él solo se enfocó en quitármela completamente; sentía mi rostro arder al ver como desabrochaba mi pantalón de una forma desesperada, con movimientos bruscos, quitándome todas las prendas que le estorbaban, hasta dejarme completamente desnudo ante él.
La vergüenza me invadió al sentir su mirada sobre mi cuerpo, intenté cubrir mi entrepierna con mis manos y él sujetó mis muñecas, para evitar que obstruyeran su visión, pero pudo darse cuenta de algo; ahora, sin la camisa manga larga, podía observar esas cicatrices en mis muñecas, que siempre trataba de ocultar. Su mirada se puso sombría cuando la posó directamente en mi rostro, casi como un reproche.
—Yo… — quise alejar mis manos de él pero no lo permitió, su fuerza era mucho mayor que la mía — yo… fue un error… lo siento… — me disculpé sintiendo que mis ojos se humedecían por el miedo que me causaba verlo molesto.
Él acercó su rostro a mi muñeca, pasó su lengua por la cicatriz, humedeciendo mi piel y finalmente, depositó un beso suave antes de alejarse.
—Me darás una explicación — dijo siseando — pero será después…
Sin tardar más, me liberó de su agarre; se quitó la camiseta manga larga que traía y pude apreciar su torso desnudo. Quedé embelesado ante sus músculos firmes y perfectos, era obvio que hacía mucho ejercicio, incluso más que yo, aunque con la ropa que lo había visto anteriormente no lo noté; su piel blanca logró hipnotizarme como la luz a las polillas, obligándome a recordar la primera vez que lo aprecié completamente desnudo, por lo que mi mano se movió sola, tratando de tocarlo. Quería volver a disfrutar de la suavidad y calidez de su piel, pero a medio camino me detuve y desvié la mirada hacia un lado; sabía que estaba completamente rojo, pues sentía mi piel arder al saberme desnudo frente a Alejandro y me avergonzaba; después de tantos años, volvía a sentirme avergonzado ante él.
Alex se acercó hasta mí para volver a besarme, esta vez con más fuerza, mordiendo mis labios, tanto que logró hacer que protestara por el dolor. Después de Alejandro, nunca había vuelto a tener sexo salvaje con nadie y no recordaba el dolor y placer que sentía cuando recibía esa clase de trato de su parte, pero no podía sucumbir ante todo ello, no tan pronto. Intenté alejarlo, debía resistirme, pero sus manos atraparon las mías y las colocaron a los costados de mi rostro.
Poco a poco, empezó a bajar por mi mentón y su boca quedó en mi cuello. Las sensaciones que me provocaba eran variadas, sentía su lengua, sus labios… sentía, poco a poco, como succionaba mi cuello en diferentes lugares, sabía que deseaba marcarme como hacia tantos años atrás, cuando portaba esas marcas de propiedad en mi piel, que gritaban que le pertenecía solo a él. En un instante, una mordida fuerte y cruel hizo que dejara salir una queja de mis labios, pero sin poder evitar que sonara con algo de la excitación que me estaba envolviendo.
—Alex, detente… — supliqué, tratando de apelar a su compasión.
—¡No! — contestó con voz grave — No puedes pedirme que me detenga ahora Erick, ya no puedo detenerme — bajó por mi pecho y mordió uno de mis pezones con salvajismo.
—No, Alex, así no… — intenté alejarlo pero me era imposible, mis piernas estaban atrapadas entre las suyas y debía admitir que, todo él se imponía ante mí, no solo físicamente; estaba haciendo que me rindiera con suma rapidez a su toque.
—Así, Erick, llora, gime… — sonrió y se incorporó — puedes quejarte y fingir que no te agrada, pero — su mano se posó en mi sexo, el cual ya estaba duro — esto me demuestra que tú también lo deseas, como antes… como siempre…
—Alex — mi voz tembló — por favor…
Quise alejarme de él en ese momento, moviéndome hacia atrás, pero me atrapó por las piernas, las abrió lo más que pudo, me sostuvo con fuerza de los muslos y se inclinó, acercando su rostro a mi miembro. Sus labios se abrieron, permitiéndome entrar a su boca y sentí que llegaba al cielo ante la húmeda caricia.
Hacía más de quince años, Alex me había proporcionado mi primera experiencia sexual y aunque la disfruté, fue hasta la segunda vez cuando sus labios me dieron placer; yo era un adolescente inexperto, así que el sexo oral era algo impensable, pero él me guió por ese camino cómo todo un maestro, haciéndome gemir sin pudor alguno. Aún y con todas las experiencias con algunas mujeres que también trataban de satisfacerme, incluyendo a mi esposa, nunca, nadie, había logrado que yo me perdiera ante ese tipo de caricias, cómo Alex lo había logrado.
Pero ahora… ahora su boca se movía de manera diferente a lo que llegaba a recordar, parecía más experimentado; su lengua larga, envolvía mi miembro mientras sus delgados labios acariciaban de arriba a abajo; la succión que ejercía sobre mi sexo me estaba volviendo loco. Estaba perdido en mis emociones, cuando él se alejó para bajar un poco más.
Su lengua encontró un lugar más interesante.
Abrí mis ojos enormemente e intenté alejarme, pero una de sus manos aún sujetaba mi pene, masajeándolo con lentitud y firmeza; no me iba a dejar escapar, estaba seguro de ello, iba a torturarme para su propio disfrute, como antes.
Alejandro se incorporó para acomodarse con sus rodillas entre mis piernas; su mano derecha aún estaba masturbándome con eficacia, así que su mano izquierda fue a mi boca y él también se acercó a mí, con una sonrisa sádica adornando su rostro.
—Chupa — ordenó — entre mejor lo hagas, menos dolerá, ya lo sabes… a menos que quieras lo contrario…
Sus dedos se introdujeron a mi boca sin mucho problema, pues le di total libertad; moví mi lengua para empaparlos todos con mi saliva, pues sabía a lo que se refería y quería hacerlo bien, aunque, en el fondo, estaba seguro que no iba a necesitar de eso. Mis ojos estaban llorosos debido a la excitación, apenas distinguía el gesto de placer que cubría el rostro de Alejandro y eso me daba más confianza, de hacer mi trabajo.
Momentos después, Alex retiró su mano de mi boca y la posicionó en mi entrada, presionando uno de sus dedos con fuerza, para entrar a hurgar en mi interior. Gemí de placer; había extrañado esas atenciones por años que, aunque quisiera negarlo, no podía evitar demostrarlo.
—Suave, tibio, estrecho… — susurró y su rostro mostró un dejo de emoción malsana — todos estos años sin hacerlo por aquí, es casi como si fueras virgen de nuevo, ‘conejo’…
Se relamió los labios antes de volver a besarme y sin darme tiempo de reaccionar, introdujo un par de dedos más en mi interior; ahogué un nuevo gemido en su boca y me aferré a las sabanas de mi cama con desespero, pues su mano derecha no me daba tregua. Pronto caí en un remolino de emociones inexplicables que consiguieron que olvidara mis dudas y temores de inmediato; me alejé de él, arqueando mi espalda, haciendo mi rostro hacia atrás y terminé en su mano, gritando su nombre.
Después de los espasmos que me asaltaron por culpa del orgasmo, quedé tendido en la cama, respirando agitado; Alex impregnó su mano derecha con mi semen y la llevó a mis labios.
—Pruébate — introdujo sus dedos en mi boca y empecé a lamer sumisamente — eso es ‘conejo’, esta es la prueba de que también deseabas esto.
No dije nada, si lo hacía, le daría la razón, simplemente me enfoqué en lamer hasta limpiarlo; cuando terminé, él alejó su mano y me tomó por el cabello sin contemplación. Gimotee mientras me movía a su gusto, de una forma cruel, autoritaria, salvaje y para mí, completamente excitante. Llevó mi rostro hasta su entrepierna, logrando que me diera cuenta que aún portaba su pantalón; lo miré hacia arriba con algo de temor.
—¿Qué pasa? — levantó una ceja — ¿acaso no quieres? — ejerció más fuerza en el agarre de mi cabello — vamos ‘conejo’, demuestra cuanto lo deseas…
—Alex… — susurré — me lastimas… por favor… — supliqué lastimosamente.
—Lo sé — rió — te lastimo y te lastimaré más, porque eso me produce placer, Erick, y a ti también — aseguró y me levantó por el cabello, hasta dejarme hincado y con mi rostro casi a la altura del suyo, besándome una vez más — todos estos años he buscado saciar esta lujuria, este deseo que carcome mi alma desde que fuiste mío por última vez, pero nadie — pasó su lengua por mi mejilla — ninguna persona, ni hombre, ni mujer, pudo lograr calmar mis ansias, ni un poco… — se acercó a mi oreja — voy a hacerte mío de mil y un formas — susurró de forma sensual, arrancando un gemido de mis labios — haré que tu cuerpo no pueda vivir sin mí, te ataré nuevamente a mi voluntad, Erick… responderás a mis deseos más oscuros y dejaras que la lujuria se apodere de ti para complacerme, como antes… como siempre…
Un estremecimiento recorrió mi cuerpo, él hablaba en serio; debía sentir miedo, su mirada me decía que si no lo detenía, jamás podría escapar, pero a pesar de eso, sentí una extraña emoción en mi interior y supe que no podría oponerme jamás a él, porque yo también deseaba que cumpliera esas amenazas que, para mí, eran promesas de hacerme feliz.
Volvió a moverme, acercando mi rostro a su entrepierna y sin tardar más, aún con nervios, descubrí su hombría; me sorprendí al verla, era enorme, mucho más grande de lo que recordaba. Mi respiración se agitó y sentí el tirón de mi cabello cuando Alex me acercó hasta su sexo, logrando que la punta de su pene rozara mis labios y luego, mi mejilla.
—Erick…
Dijo mi nombre y no necesitaba decir más; era una orden directa y yo, no podía negarme. Puse mis manos en su miembro y abrí mis labios para recibirlo en mi boca; intenté abrir grande para que entrara, pero debía admitir que no tenía práctica para eso, habían pasado muchos años desde que lo había hecho la última vez. Lo que logró entrar, pude degustarlo y me era extraño, quizá, la falta de costumbre me hacía desconocer el sabor, pero no me desagradaba del todo.
Inicié un movimiento calmado, lentamente introducía su pene en mi boca y lo sacaba de la misma manera, tratando de acostumbrarme; mis manos acariciaban la base, justo la parte que no lograba introducir en mi boca y mis dedos rozaban con timidez sus testículos. Alejandro seguía sujetando mi cabello, por lo que empezó a marcar un ritmo más rápido, mientras yo sentía que no podía seguirlo con facilidad. De pronto, él empujó mi rostro hacia sí mismo, con fuerza, permitiendo que casi todo su miembro entrara en mi boca, llegando a mi garganta; la intrusión fue algo cruel, especialmente porque Alex me mantenía ahí, sin permitirme respirar correctamente. Cuando por fin me alejó, empecé a toser; la saliva resbaló por mi labio y mis ojos habían dejado escapar algunas lágrimas, debido a la desesperación.
La risa de Alejandro me hizo estremecer.
—Eres tan tierno, ‘conejo’ — acotó — pero tendré que entrenarte de nuevo para que lo hagas mejor — su mano acarició mi mejilla y me obligó a levantar el rostro — por ahora, fue suficiente.
Me sujetó con fuerza de un brazo y me lanzó contra la cama, para quedar boca abajo; con sus manos me obligó a levantar la cadera y él se acomodó entre mis piernas.
—Alex, espera... — no me sentía listo para eso aún, intenté incorporarme, quedando a gatas sobre la cama.
—¿Esperar? He esperado casi quince años Erick, es tiempo suficiente para mí.
Él acomodó la punta de su miembro en mi entrada, aferró sus dedos en mi cadera encajando sus uñas y de un solo movimiento, entro en mí.
Quise soltar un grito, pero el mismo dolor que provocó esa necesidad, no me permitió liberar un solo sonido; solo deje mi boca abierta y mi respiración se detuvo, había dolido, sí, pero el placer que eso me había causado, había sido sumamente delicioso, mucho más que la primera vez que estuvimos juntos.
Alejandro dejo salir un gemido ronco de placer, apenas pude escuchar el murmullo de su voz — delicioso… — sentía sus manos temblar sobre mí — mucho mejor que hace años…
Apenas terminó de hablar, inició un vaivén rudo, sin contemplaciones; las lágrimas salían de mis ojos mientras apretaba la sobrecama con mis manos. Quería gritar, quejarme, me dolía, sentía que había lacerado mi interior, pero mi cuerpo seguía el ritmo que él estaba imponiendo y en vez de ruidos lastimeros, ya me encontraba gimiendo para él; en el fondo, seguía siendo el mismo de hacía tanto tiempo, disfrutaba de su trato, gozaba ese dolor que él me causaba y por sobre todo, me sentía satisfecho de tenerlo dentro de mí, porque me gustaba que me doliera, siempre me había gustado el dolor, pero solo Alejandro sabía satisfacerme de esa manera.
Él se inclinó sobre mi espalda, alejando sus manos de mi cadera y colocándolas a mis costados para sostenerse del colchón.
—Muévete… — susurró en mi oído y después mordió mi oreja.
«¡No!», pensé en negarme, no quería ceder, no quería que pensara que seguía siendo el mismo adolescente de hacía tantos años, quien había caído rendido ante él, pero mis labios se abrieron solo para responder de forma sumisa — sí… — me recosté sobre la cama, dejando mi pecho contra el colchón, cerré mis ojos y me obligué a mover mi cadera para complacerlo. Él también seguía moviéndose, penetrando hasta lo más profundo, abriéndose paso con una fuerza que no recordaba haber sentido nunca antes; parecía desesperado, necesitado y yo, poco a poco lo deseaba aún más.
Nuestros cuerpos empezaron a sudar, mis gemidos se esparcieron por la habitación y a pesar de tener una voz varonil, no se comparaban con los gemidos roncos de Alex, más graves, más masculinos, más… sexys. Cerré mis ojos disfrutando esa exquisita melodía, las arremetidas salvajes y su piel contra la mía; tantos años de no estar así, era como si hubiese pasado una eternidad estando incompleto y en ese momento, Alejandro me proporcionaba lo que me había hecho falta todo ese tiempo.
Un ardor en mi hombro me hizo dejar de pensar y me obligó a gemir de dolor con una deliciosa mezcla de placer; él me volvía a marcar como su propiedad y a mí no me disgustaba para nada esa idea, ser suyo una vez más, había sido mi sueño durante años.
Se apartó de mí, saliendo incluso de mi interior y lo miré de reojo; él no había terminado, ¿por qué lo hacía? Alejandro jamás se alejaba hasta que quedaba satisfecho. Pero antes de que pudiera replicar, me sujetó de las piernas y me hizo girar para quedar de frente una vez más, obligándome a poner mis piernas en su cintura, mientras él se acomodaba para volver a entrar.
Lo recibí nuevamente, esta vez con más libertad. Él puso sus manos a los lados de mi cabeza, estaba moviéndose en mi interior, no decía nada, solo sonreía perversamente, mientras yo seguía gimiendo, apretando mis parpados, tratando de no ver su expresión, tan cruel y a la vez tan perfecta. Mis lágrimas no dejaban de surcar mi rostro, mi respiración agitada se descompasaba cada que él cambiaba el ritmo de sus embestidas, invadiéndome sin tregua, llegando tan profundo como nunca antes lo hizo.
—Erick… — susurró — eres el ser más hermoso… de este mundo…
Mi mirada se cruzó con la suya y pude observarlo completamente, a pesar del brillo de lujuria en ella, también estaba ese brillo que hacía años me tenía prisionero; ese brillo que mantenía aún en mi recuerdo y no quería olvidar, por eso jamás pude decirle a nadie más un ‘te amo’, porque la única persona a la que había amado, ahora estaba conmigo, reclamándome como suyo nuevamente y haciéndome feliz, como tantos años atrás lo había hecho.
—Alex… — apenas pude decir su nombre.
Pasé mis manos por sus costados y me aferre a su espalda ofreciéndome pleno, para que él tomara todo lo que quisiera de mí; porque, aunque no se lo dijera, yo no había dejado de pertenecerle.
Me besó de forma suave, lenta, tortuosa, mordisqueando mis labios, jugando con mi lengua, casi podía asegurar que lo hizo con algo de ternura. Se alejó de mí, sin salir, pasó sus manos por mi cintura, subiendo hasta mi espalda y me obligó a levantarme para quedar sentado sobre él; me marcó un ritmo rápido, lo que me obligó a aferrarme de sus hombros mientras lo complacía.
—Erick… — su voz era música para mis oídos — ¡Erick!
Mi nombre en sus labios me hizo perder la razón cómo no imaginé y mi cuerpo reaccionó solo. Comencé a moverme como una cualquiera, disfrutando de ese pedazo de carne en mi interior, que me lastimaba, pero a la vez, me daba un placer que no podía imaginar, logrando que tocara el cielo. Él mordió mi cuello y ahogó un gemido allí; sentí como su miembro palpitaba y después esa tibieza única que a pesar de los años, podía reconocer. Yo también logré llegar al orgasmo, aunque mi semen salió en menor cantidad; pero con eso, mi interior se contrajo, apresando la virilidad de Alejandro y él, encajó sus uñas en mi espalda.
Quedé contra su cuerpo, aún estaba sentado sobre él, pero dejé mi rostro contra su hombro, cerca de su cuello, respirando agitadamente; estaba exhausto y momentos después, sentí que el tiempo se detenía.
No supe más de mí, el cansancio, el infinito placer, mi cuerpo dolorido, todo se mezclaba para obligarme a cerrar mis ojos pesadamente; intente mantener mis parpados abiertos pero, no pude. Solo pude sentir como Alejandro volvía a recostarme, besándome con algo de suavidad y ternura, después, todo desaparecía a mí alrededor.
* * *
Desperté de un sobresalto, algo desconcertado y aturdido; miré mi despertador, eran casi las cuatro de la tarde. Sentía el cuerpo pesado y algo dolorido de algunas partes, pero aun así me sentía bien; pasé la mano por mi cabello, luego talle mis ojos para desperezarme y después, me incorporé lentamente para quedar sentado en el colchón. Un agudo dolor en la parte trasera de mi cuerpo me detuvo por un momento, haciendo que los recuerdos llegaran a mí, de golpe.
—Alex… — mi voz fue un murmullo débil.
Quité la cobija que me cubría y estaba completamente desnudo. Había algunas manchas en la cama, especialmente debajo de mí; manchas blanquizcas y en algunos pequeños lugares, unos tintes oscuros. Pasé las manos por mi rostro y suspiré; podía reconocer esas manchas a pesar de tanto tiempo, pero no sabía cómo reaccionar a ellas en ese momento.
Traté de ponerme de pie, con algo de dificultad, sentía un ardor en mi parte posterior y algo escurrió por mi pierna; bajé el rostro para observar detalladamente, mientras llevaba mi mano a tocar el líquido pegajoso, que descendía lentamente por mi piel.
Pasé saliva, sintiendo que mis mejillas ardían al ver esa humedad en mis dedos y sin pensar más, me encaminé hacia el baño de mi habitación, necesitaba asearme con rapidez, así que entré directamente a la regadera; abrí la llave para que el agua tibia empezara a salir y en cuanto el agua estuvo templada, entré para limpiarme con urgencia.
Estaba enjabonando mi cabello cuando la puerta corrediza se abrió de golpe; me sobresalté al ver a Alejandro parado ahí, con una sonrisa en sus labios, parecía divertirle ver mi desconcierto.
—¡Qué bien!, pudiste levantarte — acotó — llevas más de tres horas dormido profundamente, la última media hora salí a jugar con tus mascotas, son muy amistosos.
Yo seguía sin moverme, ni pronunciar una sola palabra, solo atinaba a parpadear, tratando de cerciorarme de que era real, mientras que él, parecía estar muy cómodo con la situación.
—Yo…— titubee — debo asearme.
—Sí, lo sé — se recargó en la orilla de la puerta, observándome de pies a cabeza y nuevamente un semblante malicioso se dibujó en su rostro — seguí poseyéndote un poco más mientras dormías — perdí el aliento y mi rostro ardió con esas palabras — fue mucho más sencillo, aunque poco divertido, — aseguró — me hubiera gustado que estuvieras despierto para que volvieras a gemir pero, parecías muy cansado y yo no pude controlarme… — se alzó de hombros — tendremos que hacerlo de nuevo mientras estés consciente — un sobresalto me obligó a dar un paso hacia atrás y él cambio su semblante a uno más tranquilo, como si simplemente se hubiera puesto una máscara que cubría sus intenciones — ¿quieres que te prepare café? — preguntó cerrando la puerta corrediza pero no salió del baño.
—S… sí…— respondí temeroso — gracias…
—Te espero abajo entonces, ¡ah!, por cierto — prosiguió — no sé si tus mascotas puedan entrar a la casa libremente, pero no pude evitar meterlos para conocerlos mejor… ¡vaya! No me había dado cuenta que tu jacuzzi es suficiente para dos personas, quizá… — no terminó la frase y cambió de tema — bueno, no tardes.
Alejandro salió del baño y yo tuve que poner mi brazo en la pared para sostenerme. Mi corazón palpitaba rápidamente, no sabía si era por miedo, emoción o excitación, pero, a pesar de temer ese sentimiento que me estaba llenando, debía admitir que lo estaba disfrutando. Una sonrisa bailó en mi boca, pero me mordí el labio inferior para calmar mi ansiedad.
Bajé las escaleras algunos minutos más tarde. Alejandro estaba viendo la televisión, sentado en el sofá de tres plazas, Black y Tomi estaban a sus costados, mientras que Rocky y Ponch estaban a sus pies; la chimenea estaba encendida, así que la casa estaba tibia y todos disfrutaban de la agradable temperatura, como siempre. Traté de bajar sin hacer ruido, pero mis hijos me delataron al incorporarse para ir a buscar mi atención.
—Se nota que te quieren mucho — Alex se puso de pie, apagando el televisor.
—Sí — asentí, acariciando la cabeza de mis mascotas — y es recíproco…
—Bajas justo a tiempo, ya está el agua para café — la tetera en la estufa apenas empezaba a silbar — ¿sigues sin apreciar el café de las cafeteras eléctricas? — preguntó.
—Solo… solo tomo de ese café en mi trabajo o en los restaurantes — respondí tímido.
—Ven, siéntate — indicó mientras me ofrecía una silla del comedor.
Con una seña de mi mano, mis hijos fueron a recostarse cerca de la chimenea nuevamente, permitiéndome llegar al comedor y sentarme en la silla que Alex me había señalado.
—¿Dónde están las tazas? — caminó a la cocina.
—En la primera puerta, segunda repisa — moví mi mano para señalarle el lugar exacto.
—Tienes todo pulcramente acomodado — añadió dejando un par de tazas con sus platos, sobre la barra.
—Así estaba antes de que Vicky… — no quise terminar la frase — por eso la señora Josefina las sigue manteniendo igual.
—Entonces… — sirvió el agua caliente y la llevó a la mesa — alguien viene a ayudarte, con razón todo está tan limpio y ordenado, ¿dónde está el café y el azúcar?
—En la despensa — volví a señalar el mueble — sí, la señora Josefina viene de lunes a viernes de nueve de la mañana a cuatro de la tarde; el sábado viene de nueve a dos o tres, a menos que tenga otros asuntos.
Alejandro volvió con el café, el azúcar, las cucharas y se sentó en la silla al lado mío.
—Me alegro que alguien te cuide — aseguró.
—Mjú… — asentí y empecé a preparar mi café, cuando lo dejé a mi gusto, Alejandro tomó mi taza y me pasó la de agua que él tenía; lo miré con seriedad y algo de molestia, no me gustaba que me quitaran mi café.
—Lo siento — se disculpó — pero yo no sé preparar un café.
—Me imagino, debes tener una hermosa secretaria o algunos sirvientes que te lo preparen, como antes — dije sin pensar con un ligero tinte de celos en mi voz.
Él rió — sí, tengo quien me prepara todo, pero no tienes que decirlo de esa manera — bebió un sorbo de café.
Preparé la nueva taza y me incorporé.
—¿A dónde vas? — preguntó curioso.
—Por el pan — respondí — no he comido nada desde la mañana, si tomo el café sin algo más, me puede caer pesado, así que lo acompañaré.
Él se puso de pie, me abrazo por detrás y me detuvo.
—Dime donde está, yo voy por él, debes estar aún cansado — me besó el cuello y un escalofrío recorrió mi espalda.
—En… en la barra — contesté — deben… deben estar cubiertos.
Alejandro se separó de mí, volviendo a guiarme para sentarme en la silla y fue por el pan; trajo un pequeño bol con una tapa de plástico y cubierto por un delicado mantel blanco. Lo dejó en la mesa y lo descubrió.
—Hay gran variedad — sonrió — ¿algo más?
—Eh… sí… — me daba vergüenza, pero él no iba a dejar que me pusiera de pie — un plato grande y un cuchillo por favor.
—¿Para qué?
—Pues, para partir el pan — respondí cómo si fuera lo más obvio del mundo.
—¿Partes las piezas de pan dulce? — parecía confundido por mi respuesta.
—Sí — asentí — si no, ¿cómo puedo remojarlo en mi café? Están muy grandes para que pueda hacerlo con facilidad — señale la boquilla de la taza.
—Ok… — levantó una ceja — voy a traerlos.
Volvió con dos platos y un cuchillo; me colocó uno cerca y observó curioso. Tomé una pieza de pan, tipo concha y la partí en varios pedazos delgados; cuando al fin terminé, él retiró el plato con mi pan ya partido y me dio el otro.
—Tengo que probar tu teoría — aseguró al ver una vez más, mi semblante molesto.
Suspiré y agarré otro pan del mismo tipo para hacer lo mismo, era el que más me gustaba con mi café.
—Tienes razón — giré mi rostro al escucharlo y pude verlo sumergir un pedazo de pan en el café — es mucho más sencillo — sonrió como un niño al que le han dado un obsequio y no pude evitar pensar que se miraba muy bien con ese semblante.
—Sí, lo es — asentí — y sería mucho más fácil si me hubieras permitido servir — aseguré — yo hubiera servido el agua en tazas para café.
—¿Estas no son para café? — volvió a fijar su mirada en mí, algo confundido.
—No, estas son para té — dije serio
—¿Cuál es la diferencia?
—Pues, que las tazas para café, aquí, en mi casa, son mucho más grades — lo miré de soslayo.
Él volvió a reír con fuerza — ya veo — se calmó un poco — a la próxima pregunto qué tazas usar.
Empecé a degustar mi café y el pan, tratando de evitar que él notara mi sonrisa.
—Erick… — su voz volvió a ser seria — ¿puedes contarme sobre tus cicatrices?
Me quedé con la taza a medio camino, pues no pude dar el sorbo al café ante esa pregunta; lentamente devolví la taza en la mesa y desvié la mirada. Él me observó inquisidoramente; no dijo nada más, pero su mirada penetrante estaba posada en mí y sentía la presión.
El silencio era incómodo; ese tema en particular, era algo de lo que no me gustara hablar. A pesar de eso debía responderle, no quería ocultarle nada a él; miré al techo y respiré profundamente antes de empezar.
—Fue hace… — mi voz apenas era audible, él se acercó un poco más hacia mí para escucharme — casi dos años, después de la muerte de mi esposa, en mi trabajo me dieron unos días por mi luto, así que mi madre vino a quedarse conmigo por una semana… después volví a trabajar, pero cada vez que volvía a casa, la soledad que había, a pesar de tener a mis hijos, sentía que me aplastaba… — puse mis manos en la tasa y la hice girar un poco, pero no bebí, solo jugaba con ella y sentía mis manos sudar por la inquietud — desde ese año, no puse adornos navideños, Vicky y yo, siempre los poníamos después del diez de diciembre… — traté de sonreír para restarle seriedad a mi historia, pero no lo conseguí — antes del veinte de diciembre, dos de nuestros hijos ya habían muerto de tristeza, pues Vicky nunca volvió y yo, en mi dolor, tampoco les ponía la suficiente atención, de no ser por la señora Josefina, quizá ni siquiera hubiesen comido en aquel tiempo…
Guardé silencio un momento, recordando que esas dos muertes también me habían dolido, pero no consiguieron sacarme del estado de aislamiento en el que me encontraba.
—Mis amigos… — proseguí — Luís, Víctor y Daniel, venían a visitarme casi todos los días, pues yo estaba meditabundo, ausente, distante… no siempre venían al mismo tiempo, pero todos trataban de animarme — aseguré — hubo ocasiones que vinieron otros amigos a los que casi no frecuento, como José o Hugo… incluso en mi empleo, me dijeron que debía tomarme unas vacaciones porque no parecía enfocarme — suspiré — quizá ese fue el error…
Alejandro me sujetó una mano en silencio; no me interrumpió, su mirada tranquila solo observaba cada cambio en mis expresiones.
—El veintiuno de diciembre, la jefa de recursos humanos de mi empresa me obligó a tomar mis vacaciones, para volver al siguiente año… — intenté soltar una risa, pero no pude — así que, ya no tenía algo más en qué entretenerme, ni distraerme… el veinticuatro de diciembre, no quise levantarme de la cama… pasé todo el día ahí, ni siquiera alimenté a mis hijos y por las fechas, la señora Josefina no vino… pasadas las doce, mi teléfono y celular, empezaron a sonar, pero no los respondí, no tenía ganas de escuchar a la gente decir ‘¡feliz cumpleaños!’ con tono alegre y obligarme a fingir que estaba feliz, además, tampoco quería recibir felicitaciones sólo por compromiso… pues así lo pensaba en ese momento…
Suspiré. Guardé silencio por unos momentos, mi café se estaba enfriando, si seguía así, no podría tomarlo ya, a menos que lo volviera a calentar y no me gustaba hacer eso, me disgustaba siempre su sabor si lo recalentaba.
—En ese momento — proseguí — cuando mi mente me dijo “ya tienes treinta años”, comencé a llorar como niño… — negué y tomé una bocanada de aire para no soltarme a llorar de nuevo — estaba completamente solo, en mi casa, en mi cama… lloré, lloré lo que no pude llorar cuando mi esposa murió y así me quedé dormido, despertando a la mañana siguiente, poco después de las diez de la mañana, así que decidí levantarme… bajé las escaleras, sin bañarme — sonreí tratando de poner un poco de humor a la situación y Alex curvó sus labios ligeramente para hacerme sentir bien, pero se mantuvo en silencio — tenía dos días sin bañarme y en ese momento no me importaba… mis hijos rascaron la puerta principal al escucharme bajar, pero no les permití el paso, no tenía ganas de ver a nadie…
Giré mi rostro para observar a mi acompañante y me quedé en silencio. No quería continuar, si lo hacía, seguramente me pondría a llorar y no quería que él me viera así; nadie me había visto llorar, desde que me había alejado de Alejandro, excepto mi esposa y me daba vergüenza que Alex me viera tan vulnerable, especialmente porque ya no era ese chiquillo que él había conocido, era un adulto y debía comportarme como tal.
—¿Qué pasó después? — preguntó al ver que no seguía hablando.
—Intenté… — proseguí despacio — intenté empezar mi rutina… puse a calentar agua para tomar un café… pero, al sacar una cuchara del cajón, mi vista se posó en un cuchillo… me quedé ahí, parado, sin moverme… — apreté mi mandíbula — ¿sabes todo lo que paso por mi mente? — pregunté y mis ojos se humedecieron — estaba solo de nuevo… — agregué — me sentía vacío, cómo cuando me alejaron de ti… — no pude contener más mis lágrimas — ya ni siquiera tenía a alguien que me diera apoyo, que estuviera conmigo… estaba solo, Alejandro, y…— apreté mis parpados — me sentía a la deriva… con miedo…
La mano de Alex limpió con delicadeza, las lágrimas que caían por mis mejillas.
—No supe en qué momento tomé el cuchillo y… y… — curve mis labios en una mueca amarga — sólo lo hice… lo último que recuerdo fue estar tirado en la cocina, escuchando a Ponch, Tomi, Black y Rocky ladrar con fuerza… el frío recorría mi cuerpo y… me estremecía… pero no importaba, solo… solo quería que terminara… — mi labio inferior temblaba y evitaba que hablara con suficiente claridad.
Alejandro acercó su silla hacia mí, pasó su brazo por mis hombros y me acercó a él, hasta que mi rostro quedó en su pecho. Lloré por varios minutos en ese lugar, empapando su camiseta; cuando mis sollozos se calmaron el habló.
—¿Cómo…?
—No… no lo sé con exactitud… — sonreí pesadamente limpiando mis ojos para ver mejor — desperté a los dos días en el hospital — Alejandro me pasó una servilleta para que limpiara mi nariz — Luís estaba ahí, me dijo que casi no la contaba — negué — él dijo que llegó junto con Víctor y Daniel, a felicitarme por mi cumpleaños, incluso habían traído pastel, pero… al llegar, notaron que mis hijos estaban demasiado inquietos y cuando no respondí al timbre… simplemente usaron las llaves que tienen para entrar, encontrándome en el piso, sin sentido… llamaron a la ambulancia y lo demás, solo… pasó con rapidez.
—Ya veo — añadió — parece que debo agradecerle a tus amigos por salvar tu vida.
—Mi madre vino otra semana para cuidarme, temiendo que volviera a cometer esa locura… — reí — volví al trabajo el siete de enero y a pesar de no estar en perfectas condiciones, traté de enfocarme más para no recaer… — me alcé de hombros — mis amigos me visitaban con mayor frecuencia y empezaron a venir todos los fines de semana para jugar videojuegos y que yo no pasara esos días solo — suspiré — también fui a ver a una psicóloga — desvié la mirada nerviosamente — fue… fue mi primer amante… pero solo tuvimos sexo y entendí que lo que yo quería era… no estar solo…
—Y, después de darte cuenta de eso, ¿qué hiciste?
—Nada — aseguré — me metí con algunas mujeres, pero no las tomaba en serio, jamás lo he hecho, en realidad, creo que… creo que… — apreté la servilleta en mi mano — no me interesan del todo y pues… así ha sido hasta ahora.
Nos quedamos en silencio, él pasó su mano por mi cabello y me acercó hacia él, besando mi frente con ternura.
—Creo que… — sonreí — tardé demasiado en contarte la historia, mi café se enfrió.
—¿Quieres que lo caliente de nuevo? — preguntó.
—No — respondí cortante y frunciendo mi seño — prefiero hacer uno nuevo.
Alejandro asintió — lo sé, nunca te ha gustado volver a calentar un café que ya está preparado — rió.
—Parece que aún recuerdas muchos detalles sobre mí — reí levemente, mientras limpiaba mis ojos con la servilleta, para eliminar la poca humedad que quedaba.
Alejandro levantó mi rostro por el mentón y me besó lentamente, recorriendo con sus labios los míos, pero sin profundizar, solo una caricia suave y sutil.
—Jamás olvidé nada de ti — susurró al separarse de mí.
Esa frase logró que mi piel se erizara y el calor subiera a mi rostro. Él se puso de pie, tomó las tazas y las llevó al lavatrastos.
—¿Dónde están las tazas para café? — preguntó mientras ponía a calentar el agua en la tetera.
—Ah… eh…— titubee — deben de estar en la misma repisa, pero no tienen plato que haga juego — añadí — tendrás que usar cualquier otro plato.
—Ya veo — escuché el sonido de las tazas cuando las estaba moviendo — ¿cuál usas generalmente?
—Una blanca por fuera y azul por dentro…
—La más grande — comentó — ¿por qué no me sorprende?
—Sí — sonreí observándolo desde la mesa — la más grande.
Sacó una taza completamente azul — ¿puedo usar esta? — indagó mostrándomela.
—Puedes usar la que quieras — asentí — estás en tu casa.
—Puedo aprovecharme si dices eso… — sonrió de lado.
—Lo sé — puse el codo en la mesa, recargando el rostro en mi mano — ya noté que no has cambiado mucho y la verdad… no me importará si te aprovechas o te adueñas de todo, como siempre…
Alejandro me observo de soslayo y levantó una ceja, sonriendo de forma cínica. Tal vez decirle eso era un grave error, pero no sabía cuánto tiempo podía estar a su lado, después de todo, él estaba solo visitando la ciudad, así que, me limitaría a disfrutar de su compañía y todas las locuras que ello implicara; igual que lo había hecho la primera vez.
Momentos después, él volvía con las tazas llenas de agua caliente. Me dio mi taza primero pero, esta vez, tomé la azul antes; él me observó interrogante.
—¿No quieres que lo prepare por ti? — pregunté.
Alex solo asintió mientras sonreía y acarició mi cabello con suavidad; preparé su café, le entregué la taza y después hice el mío.
—¿En qué trabajas con exactitud, Erick?
—¿Yo? — bebí un sorbo de mi café y después comí algo del pan — trabajo como jefe de seguridad en sistemas y servidores, en una compañía que brinda servicio de respaldo, almacenamiento y manejo de información a distintas empresas — añadí — un trabajo algo aburrido, casi nunca pasa nada — sonreí — sólo lo típico, se cae la red, alguien no conectó bien los cables de internet y cosas así… lo interesante es cuando las sucursales del extranjero nos llaman por cosas importantes, cómo perdida de información…
—Si es aburrido, ¿por qué trabajas ahí?
—Por que pagan muy bien — lo miré de reojo — llevo una vida algo lujosa como puedes ver — reí — tengo cuatro ‘hijos’ que mantener — señalé a mis mascotas con un ademán — y además, a veces doy hogar temporal a algunos perros de la calle o hago donaciones a algunas asociaciones protectoras de animales.
—¿Por qué? — preguntó curioso.
—Por mi esposa — añadí serio — cuando ella vivía, ambos lo hacíamos, así que, creo que por su memoria, debo hacerlo también.
—¿Tratas de redimirte por algo? — indagó sin observarme.
Suspiré; bebí otro poco de mi café y miré a mis hijos que se encontraban tranquilos, en la sala — tal vez… — respondí escuetamente.
—¿Qué es lo que quieres remediar con eso?
—Alex…— dejé la taza en la mesa con un pequeño golpe — ¿no crees que ya es mucho indagar por hoy, con respecto a mis decisiones y acciones? — pregunté un tanto molesto y a la defensiva, no quería decirle mis razones, mucho menos la verdad, pero si seguía presionando, terminaría haciéndolo.
Él me observó de reojo — no — respondió.
—Pues yo creo que sí — dije tajante y terminé con rapidez mi café.
Alejandro no dijo nada y siguió tomando café con lentitud. Me puse de pie y caminé hasta el lavatrastos, no me gustaba que quisiera saber tanto, a pesar de querer disfrutar su compañía, tenía miedo de quedar vulnerable, cuando él se alejara. Dejé la taza en la tarja y suspiré cansado; al girarme, Alex ya estaba frente a mí.
—Erick — en su rostro se dibujaba esa mueca perversa que me hizo temblar — indagaré sobre ti, todo lo que yo quiera, ¿sabes por qué? — tomó mi mentón con su mano y me obligó a verlo a los ojos.
—Me lastimas… — dije tratando de alejarme de su mano pero él no lo permitió, al contrario, ejerció más presión y pegó su cuerpo contra el mío, logrando que quedara con el lavatrastos detrás de mí y sin poder moverme.
—Porque tengo casi quince años sin saber de ti… — dijo con ira — todos esos malditos años imaginando cómo podrías estar con alguien más, que alguien más probaría tu cuerpo — siseó y me besó demandante mientras sus manos pasaban a mi espalda — sabiendo que alguien más podía verte, escucharte — gruño al alejarse y jaló mi cabello hacia atrás exponiendo mi cuello, bajando a morderlo — tocarte, olerte… — aspiró contra mi cuello y hombro — quince largos años, Erick — volvió a alejar su rostro y me observó con seriedad — no puedes pedirme que evite preguntar por tu vida… quiero volver a ser parte de ti, de conocer cada parte de ti, como hace tanto tiempo… incluyendo tu alma…
Mientras él me trataba de esa forma, yo sólo podía gemir; a pesar del miedo que me provocaba esa posesividad suya, me sentía como arcilla entre sus manos. Él podía hacer lo que quisiera conmigo y yo, no podía negarme a su voluntad, porque me gustaba, me fascinaba su carácter y todo lo que producía en mí.
Volvió a besarme y mis manos fueron a su cabello, enredando mis dedos en sus hermosas hebras doradas, para no permitir que se alejara; me encontraba más participativo, más sumiso, más… deseoso.
Alejandro me alejó un poco del lavatrastos y pasó sus manos por mis nalgas ejerciendo fuerza para levantarme; sin dudar, abrí mis piernas y las enredé en su cintura. Él me sentó en el mueble y empezó a desabrochar el nudo del pantalón; yo, por mi parte, liberé su cabello y fui a levantar su camiseta para quitársela, ansioso de lo que se avecinaba.
En ese momento, un ladrido se escuchó cerca y después varios más. Alex y yo nos detuvimos de golpe, girando el rostro; mis hijos estaban viendo con atención, sentados, alrededor de nosotros. Observé a Alejandro con algo de vergüenza.
—Yo…
—Vamos a la habitación — ordenó.
Asentí — pero debo darles alimento — acoté, mientras volvía a abrochar mi pantalón.
Él suspiró frustrado — está bien, aliméntalos — se alejó de mí yendo a la mesa por su taza de café.
Busqué en la alacena el alimento para perro, tomé en un gran bote y salí al patio trasero para darles de comer, los cuatro me siguieron con rapidez. Ya estaba oscuro, tal vez eran casi las siete de la tarde. El día anterior no había metido sus platos, así que, era mejor alimentarlos así para no tardar mucho; al día siguiente, la señora Josefina los lavaría y volvería a alimentarlos a su horario.
Mis hijos se quedaron comiendo fuera de casa cuando yo volví a entrar, cerrando la puerta de la cocina que daba al patio trasero. Alejandro estaba de pie, cerca de la mesa, su taza ya no estaba; sonreí temeroso ante su mirada fría; «tal vez, se enojó porque se arruinó el momento» pensé con nervios y fui a dejar el bote en la alacena de nuevo. Cuando volví al comedor, Alejandro estaba regresando de la sala, con una gran sonrisa; su mirada parecía la de un depredador.
Pasé saliva nervioso — ¿qué…? — no pude terminar, él se acercó a mí con rapidez y volvió a besarme.
Empezó a desvestirme, quitándome la camiseta que traía, guiándome a la sala; me tumbó sobre el sofá más grande, colocándose sobre mí, entre mis piernas, restregando su cuerpo contra el mío.
—Alex… — mi voz salió entrecortada, pues él ya me acariciaba con deseo, excitándome — la puerta de…
—Ya cerré — aseguró y me besó demandante.
Después de escuchar eso, nada importó. Pasé mis manos por su espalda y bajé buscando la terminación de su camiseta para quitarla; cuando él sintió mis movimientos, se alejó para que hiciera con más rapidez mi labor. Alejandro desabrocho nuevamente mi pantalón y se alejó, subió mis piernas para poder quitármelo, junto con mis boxers.
Yo por mi parte acariciaba sobre su pantalón, no podía quitarlo, así que era lo único que podía hacer. Él se puso de pie, se desvistió completamente, lanzando su ropa, sin importar dónde cayera; volvió a subirse sobre mí para entrelazarnos en besos y caricias. Sentía su miembro rozar contra el mío, logrando que mis gemidos se intensificaran; pero mientras nos movíamos desesperados, rodamos y caímos al piso. Yo caí sobre él, por lo que el golpe completo se lo llevó Alex; me incorporé de inmediato, preocupado por lo ocurrido.
—¡Lo siento! — me disculpé nervioso — ¿te lastimaste?
—No… — sonrió acariciando mi rostro con la yema de sus dedos — no te preocupes — posó su dedo índice en mis labios y lo introdujo ligeramente.
Cerré mis ojos para dejarme llevar nuevamente; lamí su dedo y lo succioné despacio, solo un momento, pues él alejó su mano y me obligó a incorporarme un poco.
—Hazlo… — no dijo más, ya sabía qué era lo que quería.
Acomodé mis piernas a los lados de las suyas; me incliné, besando primero su boca para después bajar, besando su cuello, pecho, abdomen y por último, posar mis labios en su ya despierto sexo. Abrí mi boca y le permití el paso, introduciéndolo lo más que podía y después, con lentitud, le permitía salir, rozando con mis labios toda su extensión; mis manos acariciaban sus piernas, sus testículos y su abdomen con veneración. Así, él me dejó disfrutar por varios minutos.
—Siéntate… — su voz sonaba más ronca, debido a la excitación.
Me alejé de su miembro, dejándolo completamente empapado de mi saliva y me incorporé. Puse mis manos en su abdomen para tener suficiente equilibrio, mis piernas quedaron a sus costados; acomodé la punta de su pene en mi entrada e intenté introducirla ligeramente, aún me escocía por lo que habíamos hecho en la tarde, así que quería hacerlo lento.
—‘Conejo’… — su voz me sacó de mi concentración.
Su sonrisa malévola me indicó lo que vendría después. Sin decir algo más, puso sus manos en mi cadera y me obligó a bajar de un solo golpe.
El grito se ahogó en mi garganta, pese a que mi boca se abrió al sentir el dolor recorrer mi cuerpo, como una descarga eléctrica; cuando por fin, logró salir un sonido de mi boca, fue un largo gemido de placer. Respiré agitado e incliné mi rostro mordiendo mi labio; algunas lágrimas se agolparon en mis ojos sin alcanzar a rodar por mis mejillas, pero lentamente, una ligera sonrisa se estaba apoderando de mis labios.
—¡Muévete! — ordenó — excítame… quiero verte “bailar” sobre mí, cómo antes…
—S… sí… Alex… — respondí.
Haciendo un gran esfuerzo, levante mi cadera y volví a bajar. Aún dolía, pero en realidad, ese dolor me excitaba aún más, así que empecé un ritmo algo rápido.
A los quince años había sentido algo así, la primera vez que me hizo bailar sobre él, como le decía a esa pose, le gustaba ver mi rostro de esa manera, lo sabía, especialmente porqué era yo mismo quien marcaba el ritmo que él deseaba, sólo para complacerlo; esa primera vez también me dolió, igual que en ese momento, pero sabía de antemano, que ese dolor desaparecía rápidamente y sentiría solo placer, porque lo disfrutaba y me gustaba de esa manera.
Alejandro puso su mano derecha en una de mis piernas, mientras la izquierda fue a acariciar mi miembro; la caricia me hizo temblar y por ende detener mi movimiento, contrayendo los músculos de mi cuerpo y enterrando mis uñas en su abdomen.
—Te falta practica — sonrió perversamente — tendremos que hacer esto más seguido, para que vuelvas a acostumbrarte… — siguió masajeando mi sexo — sigue moviéndote — añadió — no tienes permiso de detenerte.
Asentí mordiendo mi labio con fuerza. En verdad era cruel, mucho más cruel que hacía quince años; pero debía admitir que su tono autoritario, sus gestos retorcidos y su manera de tratarme, que variaba entre lo dulce y lo brutal, me excitaban más que antes.
Sin pensar, mi cuerpo comenzó un ritmo mucho más rápido, más fuerte. Mis nalgas golpeaban sus testículos cuando bajaba; mi cabello se movía al compás, cubriendo por momentos mi gesto de placer y mis gemidos aumentaron de volumen. Sí, disfrutaba ese trato, disfrutaba ese dolor, disfrutaba de todo lo que Alejandro podía hacerme, sin importar lo que fuera.
—Detente…
Ante esa nueva orden, detuve los movimientos de todo mi cuerpo al instante; lo único que no podía controlar era el movimiento de mi pecho debido a la respiración agitada que tenía y los latidos de mi acelerado corazón.
Él sonrió de lado, satisfecho — aún no olvidas lo que te enseñé — dijo con malicia.
Ciertamente, desde que empezamos a tener relaciones de adolescentes, me enseño a hacer lo que él ordenaba, al instante que brotaban las palabras de sus labios.
—Quisiera una foto tuya así — acarició mi rostro con sus manos de forma delicada — te vez más hermoso que hace quince años.
Moví mi rostro para permitirle seguir con su caricia, pero él desvió su mano, bajando hasta uno de mis pezones y lo pellizco con fuerza.
—Alex… — me quejé con debilidad ante la ruda caricia.
—Voltéate, contra el piso.
Asentí y me alejé de él, permitiendo que su miembro saliera de mi interior con sumo cuidado; me puse de rodillas y coloqué mis manos en la duela.
Él se puso de pie y caminó hacia la cocina, comedor y volvió a la sala, apagando todas las luces. Yo seguía sin moverme de la posición que me había indicado, estaba esperando a que dijera lo que deseaba que hiciera.
—No — indicó — quiero que veas al fuego.
Me moví lentamente, hasta quedar con mi rostro hacia la chimenea — ¿así? — pregunté dócil.
—Perfecto… — contestó mientras se acomodaba hincado, tras de mí.
Con su mano, sujetó su miembro y lo restregó contra mi entrada, acariciando por alrededor, rozando mis nalgas; no me penetraba, solo acariciaba con él mi trasero.
—Alex — susurré — por favor…
—Por favor, ¿qué?
—Alex, no seas cruel… — dije sin responder a su pregunta.
—Erick… — se alejó un poco y acarició mi espalda con las uñas de sus manos, imprimiendo fuerza en mi piel, permitiendo que sintiera un ligero ardor — si no eres claro, ¿cómo quieres que sepa qué deseas, ‘conejo’? No leo la mente.
El tono de su voz me molestaba, estaba burlándose de mí; parecía un niño y no me agradaba esa situación, o eso quería obligarme a pensar. Mordí mis labios para no hablar, no iba a dejarme dominar con tanta facilidad, pero él seguía acariciando mi espalda y yo me encontraba temblando, a punto de sucumbir. Alejandro, ciertamente no tenía mucha paciencia para algunas cosas, pero, si se proponía esperar a que yo le rogara, podría torturarme por días enteros, cómo cuando pasó casi una semana sin tocarme en la preparatoria, hasta que le supliqué que me poseyera.
—Penétrame… — susurré.
—No escuché, ‘conejo’ — acarició mi costado con rudeza, dejando la marca de sus uñas — ¿qué es lo que quieres? — preguntó nuevamente con un tinte de voz más sádico, mientras acomodaba con una de sus manos, su miembro en mi entrada, sabía de antemano lo que le pediría en ese momento, a pesar de los años que pasamos separados, me conocía mejor que nadie.
—Por favor… — hablé más alto — ¡penétrame! — imploré — te deseó dentro de mi Alejandro, ¡por favor!
—Así me gusta, ‘conejo’.
Apenas terminó su frase y entró con fuerza. Grité, en ese momento pude gritar, pero más que dolor, fue un placer infinito al sentir esa deliciosa hombría dentro de mí. Él marcó nuevamente el ritmo, penetrándome de forma salvaje, feroz; parecía querer romperme por dentro y yo deseaba que lo lograra. Mi cuerpo respondía obediente a sus caricias, llevándole el ritmo y permitiéndonos, a ambos, disfrutar de ese deseo prohibido, reprimido por tantos años.
Estaba a punto de terminar cuando Alejandro salió de mi interior una vez más; no me dio tiempo de replicar, tomó una de mis manos y me giró. Quedé tumbado contra la duela y él se acomodó nuevamente sobre mí, penetrándome con fuerza, apoderándose de mis labios con desespero; nuestras lenguas se unieron, jugueteando insistentes, reconociéndose, como cuando éramos adolescentes. Él seguía con movimientos rudos mientras yo acariciaba su espalda, costados, cuello, todo lo que alcanzaba con mis manos, necesitaba sentirlo completamente, impregnarme de su calor y de su esencia para sentirme suyo; mis ojos estaban llenos de lágrimas pero estaba seguro que mi semblante no reflejaba dolor, porque no lo sentía en lo más mínimo, lo que Alex me proporcionaba era simplemente placer.
El teléfono timbró. Ambos lo ignoramos, seguíamos perdidos en la lujuria, la pasión y las caricias que nos brindábamos mutuamente en medio de gemidos; sonó un par de veces más y la contestadora entró.
“Hola, soy Erick, por el momento no estoy o quizá estoy ocupado, pero probablemente no tengo ánimos de responder, así que deja tu mensaje y si te urge, marca a mi celular.”
Sonó el tono y escuché una voz conocida.
—“…Erick, soy Luís…”
Alex detuvo sus movimientos y yo me sobresalté ante ello.
—“…quería saber si estás bien…”
Alejandro sonrió de lado, se recostó sobre mí y me obligó a girar junto con él, hasta acercarnos a la mesita esquinera donde estaba el teléfono.
—“…ayer te notabas un poco distraído y la verdad, estoy preocupado…”
Alex quedó sobre mí de nuevo, se incorporó, hizo una seña con su dedo para que guardara silencio, mientras él seguía moviéndose en mi interior, solo que, con un ritmo más calmado.
—“…sólo quiero asegurarme que no te pasa nada… supongo que llamaré más tarde y…”
Me sobresalté al ver como Alex acercaba su mano al teléfono.
—N… — intenté hablar, pero él descolgó el auricular; cubrí mi boca con mis manos para obligarme a guardar silencio.
—¿Sí?… — la voz de Alejandro sonaba muy tranquila, a pesar de que no dejaba de moverse lentamente, para darme placer.
—“… ¿Bueno?...” — alcancé a escuchar la voz del otro lado del teléfono, Luís sonó preocupado — “… ¿quién habla?...” — preguntó con un dejo de inquietud.
—Soy Alejandro… — sonrió de forma triunfal — amigo de Erick, él está ocupado por el momento y no alcanzó a responder.
—“… ¿Ocupado?...” — interrogó Luís más interesado.
Alejandro acariciaba mi miembro con su mano libre y su mirada se posó en mi rostro. Yo estaba muriendo de vergüenza, sentía mis mejillas arder, mis ojos llorosos y se me dificultaba callar mis gemidos; tenía miedo de no poder aguantar más tiempo en silencio, pues esa situación en realidad me estaba excitando y Alex no paraba de moverse, al contrario, cambiaba de ritmo para torturarme más.
—Sí — aseguró — un poco ocupado, en una necesidad natural — dijo con un tinte de voz algo serio, pero la sonrisa seguía adornando sus labios.
—“… ¡Ah!, ya, entiendo…” — respondió Luís del otro lado — “…pero, ¿está bien?...”
—Sí — afirmó nuevamente — respondí porque te notabas preocupado, así que, pensé que te sentirías mucho mejor sabiendo que él está bien.
—“…Sí…” — escuche un sonido de parte de Luís, parecía una risa nerviosa — “…me siento más tranquilo, gracias…”
—¿Quieres que le diga que te marque cuando se desocupe? — el rostro de Alejandro tenía una mueca lasciva y yo estaba a punto de gritar.
—“…Sí, te lo agradecería… bueno, muchas gracias por responder, hasta luego…”
—Hasta luego… — Alex se despidió y colgó el teléfono.
—¿Por qué…?
Volvió a moverse con rapidez y se inclinó, besándome de forma demandante, sin permitirme terminar la pregunta. Su mano en mi sexo me estimuló con fuerza y ante sus caricias, encajé mis uñas en sus hombros, ahogando un gemido en su boca; mi interior se contraía apresando su pene y la sensación me provocaba espasmos de placer. No pude más, llegué al orgasmo humedeciendo apenas su mano, con una ínfima cantidad de semen.
Alejandro siguió penetrándome con salvajismo y momentos después, terminó en mi interior, inundando mis entrañas con su tibio y abundante semen; mordió mi cuello y gimió contra mi piel. Quedó sobre mí por unos momentos; ambos respirábamos con agitación, yo más que él en realidad. Me encontraba cansado, no podía moverme, pero me obligué a llevar mis manos a su sedoso cabello, acariciándolo con suavidad y cariño; me gustaba hacer eso, siempre me había gustado y ahora, poder disfrutar de nuevo de ese pequeño placer, me hacía sentir pleno.
—Alex… — susurré con anhelo.
—Lo hice — dijo con un tinte serio — porque sabía que te excitarías… — se incorporó con lentitud para poder ver mi rostro.
—Pero…
—Además, ¡porque eres mío! — su mirada se volvió fría — ¿crees que no tenía ganas de decirle a ese imbécil, que no tiene que preocuparse de nuevo por ti, porque yo voy a cuidarte de ahora en adelante? — su mano se colocó en mi cuello, ejerciendo algo de presión, evitando que respirara con normalidad — ¡eres mío, Erick!, haré que lo recuerdes y lo entiendas una vez más — murmuró — y si tengo que alejar a tus amigos para que solo pienses en mí, lo voy a hacer — sonrió de una forma que me inquietó — así que, tendrás que empezar a darme prioridad ante todo y todos, ¿entiendes?
—Sí… — el hilo de voz que salió de mi boca apenas se escuchó, no podía articular bien las palabras, pero a pesar de mi desespero, no traté de alejarlo.
Tenía miedo, demasiado miedo; Alejandro parecía un demente, pero no sabía si estaba más desquiciado él por tratarme así, o yo, por desear que se comportara así eternamente, sólo conmigo.
Liberó mi cuello de su agarre y acarició mi piel con sus dedos; una vez más, hizo un movimiento para que giráramos juntos. Alex no salía de mi interior y no parecía tener intenciones de hacerlo, así que yo tampoco hice el intento de apartarme, solo me quedé recostado sobre su pecho, acariciando su piel con las yemas de mis dedos. El ambiente ya se había sosegado; él acariciaba mi espalda con suavidad, mientras yo llevaba una de mis manos a juguetear con un mechón de su cabello.
—Siempre quise hacerlo frente a una chimenea, contigo — el tinte de su voz sonaba divertido — fue… delicioso, ¿no lo crees?
—Sí… — respondí dibujando una sonrisa en mis labios, me sentía tan seguro en ese momento y la forma en la que Alex habló, tan feliz, tan sencilla, tan normal, me hizo sentir tranquilo.
—Me gustaría hacerlo así, todos los días — aseguró.
—¿En serio? Yo creo que el piso es algo duro — objeté.
—Eso no importa — rió levemente — me gusta el ambiente, porque el fuego se parece a ti…
—Lo dudo…
—¡Claro que sí! — replicó — la forma en que las llamas se mueven, se parecen a ti, cuando “bailas”…
Me quedé en silencio y mordí mi labio para acallar mis palabras de queja ante esa comparación, que me parecía extremadamente degenerada.
Alejandro tomó mi rostro con sus manos y delicadamente me hizo verlo a los ojos.
—Tu mirada… — sonrió — tus ojos azules vuelven a brillar — pasó sus pulgares por mi labio inferior — temí que jamás podría volver a perderme en el mar de tu mirada — mi corazón se aceleró ante sus palabras.
Sentí mi rostro arder, cuando Alejandro se portaba tan dulce y tan romántico, aunque fuesen escasas las ocasiones, caía rendido ante él; todas las facetas de él eran perfectas para mí, no importaba nada más, jamás importó y ahora, mucho menos. Me acerqué a él y lo besé; sabía que podía morir en ese momento y habría sido el hombre más feliz sobre la tierra, pues aunque no lo dijera, Alejandro era el único al que había amado y aún amaba.
Nos quedamos recostados así, por algunos minutos; en un movimiento mío, su sexo salió de mi interior y sentí que algo escurría.
—Disculpa… — intenté alejarme, pero él se aferró a mí para no dejarme ir — Alex, te voy a ensuciar… — objeté.
—No importa — negó — no te vayas aún, por favor…
Suspiré resignado y me recosté sobre su cuerpo, restregué mi rostro en su hombro y me permití relajarme completamente. Mis ojos empezaron a cerrarse lentamente, pero mi estómago hizo un ruido algo fuerte; Alejandro lo escuchó y se giró para verme con preocupación.
—¿Estás bien?
—Sí, solo…
—¿Necesitas ir al baño? — preguntó con un dejo de inocencia.
—¡No! — grité, pero luego desvié mi mirada — bueno, aparte — murmuré — tengo algo de hambre…
—Ya veo, entonces, ¿qué podemos cenar? — acarició mi mejilla y sonrió conciliador — ¿deseas que pida algo?
—No, debe haber comida en el refrigerador… la señora Josefina debió dejar cosas preparadas para mí…
Él me miró desconcertado — ¿seguro que no quieres que pida algo? O si lo prefieres, podríamos salir a cenar…
—No — negué de nuevo — debo comer lo que ella me preparó, es la forma en que se asegura que coma, no me cree mucho cuando le digo que pedí algo de comer.
—Bueno — asintió — si la señora que te cuida, se toma tantas molestias para asegurarse que estás bien, no hay que llevarle la contraria — se puso de pie y me ofreció la mano para ayudarme a incorporarme — vamos…
Me puse de pie y Alejandro buscó nuestra ropa.
—Ve a asearte — sonrió entregándome mis prendas — yo calentaré la comida.
—No tardo — anuncié.
Fui a mi habitación y me duché con rapidez; cuando salí, pude ver mi cuerpo desnudo ante el enorme espejo del baño. Mi cuello, hombros y pecho estaban llenos de marcas; pasé mis dedos por algunas de ellas, rozándolas con las yemas — Alejandro… — susurré su nombre con vehemencia, sintiendo que un inmenso placer me inundaba completamente.
Hacía tantos años que no portaba unas marcas tan perfectas a mi propia percepción y aun así, deseaba más, muchas más. Negué ante mis pensamientos, era demasiado tonto por pensar de esa manera; caminé al vestidor y me cambié con rapidez, no quería hacer esperar a Alex.
Bajé las escaleras y la planta baja estaba impregnada con el olor de la cena.
—Ya volví.
—¡Muy bien! — dijo él y rodeó la barra — tú te encargas de lo demás — levantó una ceja — creo que sabrás donde están los platos para servir.
Asentí y me encaminé a las repisas; Alejandro me detuvo antes de llegar a mi destino y me besó suavemente, separándose al momento que pasaba su lengua por mis labios — rico — afirmó y se alejó, dejándome pasmado.
—Ah… — no supe que decir, realmente me había sorprendido su actitud y solo me apresuré a buscar los platos para servir, no entendía cómo es que Alex podía lograr tanto con tan poco.
Cuando llevé los platos servidos al comedor, Alex me acercó el teléfono; lo miré sorprendido ante su semblante reservado, no entendía qué era lo que quería.
—Márcale — dijo serio — no quieres que se preocupe, ¿o sí?
—Yo… — dudé en tomar el aparato.
—Está bien — aseguró — solo dile que me quedare aquí, para que no esté con el pendiente.
—De acuerdo… — dije resignado, ya había constatado que era el mismo Alejandro de hacía tantos años, así que, sabía que si me negaba, se enojaría.
Marqué el número de la casa de Luís y al primer timbre contestó con rapidez.
—“… ¿Bueno?…”
—Luís, soy yo…
—“… ¿Estás bien?...” — su voz sonaba preocupada.
—Claro… — reí ligeramente para que se tranquilizara — lamento la tardanza en marcarte.
—“…No importa, tu amigo me dijo que estabas ocupado…”
—¡Ah! Sí, Alejandro, es un amigo de la preparatoria — expliqué — hace unos días me lo encontré y bueno, él no es de aquí, así que se estará quedando en mi casa mientras arregla unos asuntos de su trabajo.
—“… ¿En serio?...” — la pregunta tenía un tono desconfiado — “…es que no lo mencionaste antes, por eso me pareció extraño…”
—Sabes que mi casa tiene suficientes habitaciones, así que le ofrecí una para que estuviera más a gusto en la ciudad, ¿qué te extraña? — sonaba demasiado seguro cómo para que él pudiera replicar algo.
—“…Tienes razón, disculpa, es sólo que, no parecías estar muy bien el sábado y tenía temor que intentaras… bueno, no importa…”
—No te preocupes — suspiré — estos días, Alejandro estará aquí, así que él ‘me echara un ojo’, ¿de acuerdo?
—“…Claro, eso me tranquiliza…” — se notaba más calmado por el timbre de su voz — “…por cierto ¿ya cenaste?...”
—Sí, en eso estamos.
—“...Entonces ve a cenar, nos veremos el sábado…”
—Hasta el sábado…
Colgué el teléfono y lo llevé a su lugar, después giré para ver a Alex. Él estaba recargado de espaldas a la barra para desayunar, sus brazos cruzados en su pecho, su mirada sombría estaba fija en mí y su semblante tenía una mueca de ira.
—Le gustas — soltó rápidamente, sin ocultar su molestia.
—¿Perdón?
Levantó su rostro retadoramente y caminó hasta mí — le gustas a tu amigo — repitió.
Solté una risilla — estás imaginando cosas…
—No — negó — es sólo que no te quieres dar cuenta, es todo… — levantó una ceja — te aseguró que todos tus amigos saben que le gustas al tal ‘Luís’, pero ninguno dice nada — sonrió de forma divertida — todos ellos esperan a que tú solito, te des cuenta.
—Alex, estás imaginando cosas.
—¿Quieres apostar? — preguntó con ironía.
—No tengo que apostar, él es heterosexual, todos mis amigos lo son y creen que yo también — aseguré con total convicción — ¿cómo no creerlo después de haber estado casado y de tantas aventuras con mujeres?
Alejandro soltó una carcajada — ‘conejo’ ingenuo — suspiró — pero está bien, no insistiré, tal vez pronto te des cuenta, ¿cenamos?
No quise tratar de que él entendiera mis puntos de vista; Alejandro era muy soberbio y cuando tenía la idea de algo, era muy difícil hacerlo cambiar de opinión.
Cenamos mientras él me contaba un poco de su trabajo con los hoteles y de su sociedad con otras empresas extranjeras; no tenía idea de que su trabajo fuera tan extenso.
—Cuando entré a la universidad, me empeñé en convertirme en el mejor — sonrió triunfal — saqué un promedio perfecto y eso me abrió las puertas en muchos lugares — dijo sin mucho interés — cuando terminé la universidad, me hice cargo de las empresas de mi familia y las hice crecer exponencialmente, además estudié dos maestrías a la vez y después otras dos… acabo de terminar un doctorado en economía.
Me quedé atónito ante su currículo — ¡vaya! — parpadee sorprendido — eso es… increíble.
—Sí, supongo que sí — sonrió despectivo — mi trabajo me da tiempo suficiente para hacer lo que quiera, solo hice lo que tenía que hacer para poder ser libre y actuar sin que me juzgaran o me controlaran.
—Y… ¿nunca pensaste en casarte? — él soltó una enorme carcajada — ¿qué? — pregunté molesto — es normal que muchas mujeres se interesen en ti, eres atractivo, inteligente, tienes una presencia imponente no sólo por tu dinero, sino por tu carácter, un carisma sin igual y además, eres millonario, ¿qué mujer no caería rendida a tus pies con eso?
—Cierto… — asintió aun tratando de calmar la risa que lo había invadido — pero ninguna me ha interesado en realidad — respondió sin miramientos.
—¿En serio? ¿No te ha gustado alguien? ¿Ni aunque fuera un poquito? — la verdad, quería saber si él había podido amar a alguien en todos los años que habían pasado, sin estar a mi lado.
—¡Ah, claro que sí! — asintió — tuve relaciones sexuales con más mujeres y hombres, de los que puedo recordar, pero sólo fueron juguetes de una noche.
Su respuesta me hizo sentir un poco incómodo y desviar la mirada de manera nerviosa.
—¿Y yo? — pregunté en un murmullo, temía la respuesta, pero necesitaba saberla — ¿también soy juguete de una noche?
Él se giró hacia mí y tomó mi rostro con su mano, obligándome a verlo a los ojos.
—Tú no eres para una sola noche — me miró fijamente — parece que no me has puesto atención en todo el día — dijo molesto — eres el único por el que mataría y moriría de ser necesario, así que, por favor, no me obligues a hacer ninguna de las dos…
El calor subió a mis mejillas y tuve que respirar por la boca, para poder calmar el sofoco que sus palabras causaron en mí.
—Lo… lo siento… — me disculpe porque no supe que más decir.
—No te preocupes — volvió a su plato — en poco tiempo me encargaré de que lo recuerdes, no solo por estos días, sino por el resto de tu vida.
Sentí que me ahogaba ante esa amenaza, así que bebí algo de agua y traté de cambiar la conversación, tal vez, si hablábamos de otras cosas, no me pondría tan nervioso.
—Entonces… — aclaré mi garganta después de beber — ¿te la pasas viajando siempre?
—No — negó — tengo un domicilio fijo, ahí paso aproximadamente seis meses al año, el resto del tiempo sí, lo paso viajando.
—Debe ser una casa muy grande.
—Sí, lo es — sonrió — y tiene una buena vista hacia el mar, además, tengo una playa privada.
Me quedé inmóvil, procesando sus palabras y después lo observé con molestia.
—Así que, cuando dijiste que mi casa era grande, ¿era sarcasmo?
—¡No! — aseguró — es grande, en serio — me sonrió dulcemente — jamás me burlaría de ti en ese sentido — su voz denotaba que lo decía completamente en serio — además, aparte de grande, es bonita y acogedora.
—Gracias…
—No hay de qué — inclinó su rostro en una leve reverencia — y por cierto, aún no me la muestras toda, ¿me darás un ‘tour’ después de cenar?
—Si eso quieres — asentí — con gusto lo haré…
* * *
Al terminar de cenar y dejamos los platos en el lavatrastos, al día siguiente, la señora Josefina los lavaría.
—Vamos — indique después de lavar mis manos — ¿por dónde quieres empezar?
—El sótano — dijo sin pensarlo mucho.
—Muy bien, sígueme.
Lo guie hasta una puerta semi oculta en la pared; para cualquiera que no conociera mi casa, le sería muy difícil encontrarla. Él observó intrigado cuando abrí.
—¿Pasa algo?
—No — sonrió — es solo que, cuando llegamos, me dijiste que había un sótano y cuando bajé solo, no vi ningún acceso a algún sótano — ladeó el rostro — ahora entiendo por qué.
Reí.
—Sí, la verdad, es un lugar algo “secreto” — dije un poco feliz — ni mi familia, ni la familia de mi esposa que nos llegó a visitar, sabe de esto en su totalidad — sonreí divertido — es una especie de santuario para mí y también lo fue para mi esposa, sólo los más allegados conocen de su existencia — expliqué — la única persona ajena que sabe de él, es la señora Josefina, porque ella lo limpia, pero baja sólo dos veces al mes.
—¿Seguro que sólo lo hace dos veces al mes?
—Confío en ella, de verdad, nunca ha faltado nada en esta casa y siempre ha sido muy honesta con todo, es una buena mujer — aseguré.
Alejandro no parecía muy convencido, por lo que negué mientras me sinceraba.
—Sí, está bien, también tengo algunas cámaras de seguridad.
Alex sonrió más tranquilo.
Encendí las luces, también el aire acondicionado para adecuar a una temperatura agradable y bajamos al sótano. Abajo tenía varios televisores, algunas consolas, repisas llena de videojuegos y frente a esto, había una sala minimalista bastante cómoda; detrás, varios posters de juegos y algunos instrumentos para las consolas. Debajo de la escalera se encontraba un refrigerador, repisas y una pequeña barra para servir la comida. Al fondo del sótano, estaba un escritorio con una computadora.
—Ese es un ‘mini’ servidor — dije guiándolo a la computadora que estaba al fondo, fui a encender el monitor y Alejandro se acercó a mí, mientras abría un programa.
Aparecieron cinco ventanas, la primera, mostraba el frente de mi casa, la entrada principal en realidad — aquí veo quien entra y sale — expliqué con naturalidad, la segunda mostraba la puerta exterior que daba a la terraza en el último piso y parte de la misma — esta es por si alguien quiere entrar por arriba… — la tercera mostraba la entrada al sótano — aquí puedo ver quien entra y sale de mi sótano — miré a Alejandro de soslayo — por eso sé que la señora Josefina solo entra dos veces al mes y sólo a limpiar.
Alejandro rió — eso es confianza — dijo irónico.
—¡Cállate!, no es por ella que la puse, sino por si alguien de mi familia o la de mi esposa, llegaba a querer entrar.
Él levantó una ceja, hizo un gesto sarcástico y sonrió.
Señalé la cuarta ventana — este es el cuarto de lavado y — moví mi índice a la última ventana, esa mostraba el patio trasero, dirigida hacia la puerta que daba a la cocina — y esta es la última cámara que tengo.
—¿Por qué la pusiste ahí?
—Bueno, ya la había comprado, así que tenía que ponerla en algún lado.
—¿Por qué no dentro de tu casa? Como la del sótano.
—Vicky… — suspiré — ella no me permitió poner cámaras dentro de la casa, dijo que no quería que nuestra privacidad quedara grabada en un archivo… por eso.
—Entiendo… — Alex giró el rostro y caminó hacia una puerta que estaba cerca del escritorio — ¿y esto? — preguntó curioso.
—¡Ah!, eso — sonreí — pasa… — dije abriendo la puerta y encendiendo la luz — este es el cine de la casa.
Al frente había una pantalla blanca; tenía un proyector instalado en el techo, en una pared había varias repisas llenas de películas. En el centro, había seis sillones reclinables y a un lado de cada uno una pequeña mesa.
—¿Cine?
—Sí — suspiré — Vicky y yo íbamos mucho al cine, ya que yo no iba a ningún otro tipo de lugares de diversión, así que, ambos decidimos tener un cine aquí, para disfrutar de las películas que nos gustaban.
—Interesante — sonrió tranquilizador — es un gran lugar — aseguró — me gustaría ver algunas películas contigo, después.
—¿En serio? — sonreí animado — eso estaría muy bien, podemos comer palomitas.
—Bien, tú pones las palomitas y yo las bebidas.
Reímos y después, salimos de ahí.
—Sigamos… — dije mientras apagaba nuevamente el monitor de mi computadora.
Subimos las escaleras y al salir del sótano, apague la luz.
Bueno, esta planta ya la conoces, — aseguré — cocina — indiqué del otro lado de la barra con mi dedo índice — comedor — di un paso y ladee el rostro, señalando la zona — sala — moví mis manos para señalar del otro lado — y esta puerta — caminé hasta una puerta que no era la del patio de atrás, pues esa estaba en la cocina — es la recamara que está aquí — abrí — en la planta baja, con su baño completo — entré y Alejandro me siguió.
—¿Por qué tienes una recamara aquí también?
—Para cuando mi madre me visita y también cuando venía la mamá de Vicky — dije sin mucho ánimo — mi madre está grande, así que se le dificultaba subir las escaleras, por lo que tuvimos que adecuar este lugar con todas las comodidades, cómo ves — señalé toda la habitación — tiene un área amplia, recamara matrimonial, tocador, un gran closet y su baño completo también es grande, suficiente para que quien se quede aquí, esté a gusto.
—Pues sí que tiene todas las comodidades...
—Vamos a la otra planta — salimos de la habitación y cerramos.
Caminamos subiendo las escaleras y llegamos a la puerta que no le permití abrir en la mañana.
—Esta es la primer recamara para huéspedes — entramos y era una habitación más pequeña que la principal, casi como la de la planta baja, pero tenía un closet y un pequeño tocador que hacía juego con el mueble de cama.
—Mucho más pequeña que la tuya, debo admitir — mencionó de manera cómica.
No dije nada y salí de ahí; ignorando la habitación principal, debido a que ya la conocía, lo guié hasta la puerta que estaba al fondo a la izquierda, después de la habitación secundaria.
—Este es el baño de esta planta y además, el que usan las visitas cuando vienen.
—Entonces… — se asomó al interior — ¿yo debo usarlo también?
—No, a menos que quieras — dije tímido — tú tienes toda la libertad de usar el de mi habitación.
Alex sonrió y acarició mi rostro con su mano — ten por seguro que será el que utilice — dijo con un tono de diversión.
Sonreí nervioso por la caricia y después, di media vuelta para mostrarle la sección que albergaba las escaleras que nos llevaría al siguiente piso, misma que era una zona semi abierta.
—Aquí está la estancia de ‘las cosas olvidadas’ — mencioné sin emoción.
—¿Por qué de las ‘cosas olvidadas’?
—Bueno, en ese guardarropa — señalé el enorme closet que cubría toda una la parte baja de las escaleras — guardo las adornos para las fiestas que ya no celebro, además de otros enseres y también, la ropa que no uso por la temporada — me alcé de hombros — en este momento está ahí mi ropa de verano — caminé hasta posarme debajo de la escalera, en una de las partes más bajas, abriendo una pequeña puerta — aquí están algunas cosas que eran de Vicky, como su máquina de coser, una caja llena de líquidos raros, esencias y piedras de colores.
Cerré, me alejé de ahí y abrí la puerta que daba al exterior, saliendo al patio techado, rodeado de una celosía.
—Este es… — voltee y Alejandro no me seguía, se había quedado en la estancia — ¿qué pasa? — pregunté al volver por él.
Había abierto las puertas de los armarios y observaba algunos adornos que estaban por ahí; había cosas revueltas de navidad, Halloween y otras fiestas, además, en una esquina, había una gran cantidad de lienzos de pintura, protegidos con tela.
—Estos son tuyos, ¿cierto? — preguntó después de tomar un lienzo en sus manos, había encontrado mi firma en una esquina.
—Sí… — asentí — pero son de hace mucho tiempo, yo… ya no pinto.
Alejandro lo observó por un momento — me gusta — aseguró después de examinar el paisaje — miró la fecha — este es de hace 13 años, ¿por qué dejaste de pintar?
—Porque… — apreté mis puños y desvié la mirada, tratando de evadirlo.
—¿Erick?
—Porque todos esos cuadros los pinté por ti — respondí con molestia — cuando el dolor de no poder verte me invadía y no sabía cómo sacarlo — negué — escribir ya no me liberaba como antes, así que, utilicé mis pinturas para recordarte también… cuando me casé, me prometí a mí mismo que trataría de no volver a pensar en ese dolor y ¡por eso están ahí! — señalé con desespero — pero… — me mordí el labio para no terminar de hablar.
—¿Pero…?
—¡Nada! — dije tajante, mientras giraba el rostro para que no me escudriñara más.
Alex no insistió, volvió su vista al cuadro y lo observó con más interés; yo agradecí que, por esa ocasión, no me presionara, no quería que supiera la verdad.
—Así que, los dejaste olvidados… — mencionó con algo de melancolía.
—Sí… — asentí.
—Ni siquiera los enmarcaste — sonrió con tristeza.
—No… de hecho, quería destruirlos — confesé — pero Vicky no me lo permitió, me dijo que algún día, sanarían mis heridas y los colgaría en mi casa — sonreí cansado — hasta ahora, nunca ha pasado.
—Entiendo… ¿podrías…? — levanté mi rostro para verlo con algo de vergüenza, esperando que terminara la pregunta — ¿podrías regalarme uno? — sonrió y su semblante estaba lleno de infinita ternura.
Sentí que mis mejillas ardían, bajé el rostro y me abracé a mí mismo, asintiendo con debilidad.
—Los hice por ti y para ti, así que, en realidad… son tuyos — dije un tanto apenado — puedes llevártelos si lo deseas.
—Si es así — Alejandro suspiró — te aseguro que me los llevaré todos — sonrió y parecía feliz.
Con mucho cuidado, volvió a guardar el lienzo en su lugar; después agarró algunos adornos de las fiestas — hay muchos adornos muy buenos…
—Algunos los hizo mi esposa — mi voz disminuyó de volumen — en realidad, la gran mayoría.
—¿De verdad? — sostuvo entre sus manos un mantel navideño bordado a mano — pues era muy talentosa.
—Sí, es cierto — accedí — con respecto a manualidades, era muy buena.
—¿No los pones porque te entristecen? — preguntó con seriedad.
—Algo así — sonreí de lado — muchas cosas ya no sirven, por ejemplo eso… — señalé una caja de cartón sellada con cinta — el árbol de navidad está quebrado y no lo he tirado — indiqué otras cajas — esas son esferas de cristal y la gran mayoría están rotas, no soy muy cuidadoso cuando acomodo mi ropa en este lugar, así que, no tengo muchas cosas buenas que pudieran combinar con los adornos que mi esposa hizo, como el mantel o los adornos para las ventanas… — suspiré — los adornos de Halloween también, ¿cómo ponerlos si no hago las lámparas de calabaza? — reí apenado — además, los ornamentos navideños para el techo, los tiré en un arranque de ira, junto con todos los focos y demás cosas que Vicky había llegado a comprar.
Alejandro me escudriñó con su mirada, se quedó en silencio por unos momentos, después sonrió ligeramente cerrando el armario.
—Bueno, ¿seguimos con el recorrido? — preguntó y asió mi mano.
—Sí — asentí, caminé de la mano con él, acercándome de nuevo a la puerta y lo guié al patio — este es el área de lavado.
—Ya la había visto en tu monitor — me guiño el ojo.
—Sí, lo sé, no hay mucho de interés aquí, a menos que tengas fetiches con la lavadora — me alcé de hombros.
—¿Sabes…? — Alex me abrazó por detrás — la lavadora puede ser una buena cómplice — sonrío — solo piensa en las posibilidades — me coloco contra la lavadora — si te recargas en ella y te inclinas… — acercó su rostro a mi oreja — quedas a la altura perfecta…
Pasé saliva y me alejé dando un salto — mejor… mejor subamos… — regresé al interior de la casa con prisa, tratando de evitar que Alejandro me siguiera insinuando esas cosas, pues aún estaba cansado.
Él me siguió, subimos las escaleras y en la última planta, le indiqué dos puertas, una cerca de la escalera y la otra al fondo del pasillo.
—Esas son otras habitaciones, básicamente son iguales a la de abajo — aseguré y abrí la primera puerta — como ves, tiene recamara, tocador y guardarropa — pero esta de acá… — caminé hasta la siguiente puerta, abriéndola y mostrándole el interior — además de que es ligeramente más grande, tiene algo distinto — señalé el enorme ventanal que daba al frente de la propiedad y como la otra, tenía el mismo mobiliario — en una ocasión tuve la intención de convertirla en un pequeño gimnasio, pero, hace dos años, decidí ir a uno en vez de tenerlo aquí, en casa, por ello se convirtió en otra recámara.
—¿Es una medida de seguridad para no estar solo todo el tiempo?
—Algo así… — curvé mis labios en una débil sonrisa.
Salí de la habitación y volví mis pasos a una de las puertas que había ignorado.
—Ese es el baño de este piso — abrí la puerta, era bastante amplio y contaba con tina.
—¿Una tina? — preguntó curioso.
—Era un baño muy grande, así que decidí poner una tina en vez de dejar sólo la regadera, ya que, a diferencia del mío, no tiene espacio para un jacuzzi y una regadera a la vez.
—Es algo extraño.
—¿Por qué?
—Me suena a una excusa barata…
—Bueno, digamos que no sabía qué hacer con ese dinero — miré a Alex resignado — ¿esa explicación te suena mejor?
—La verdad, sí.
—Anda, sigamos, ya casi terminamos.
Lo guié por el pasillo, ignorando una puerta que estaba en el mismo, casi enfrente de la segunda habitación; abrí una puerta corrediza más grande y salimos a la gran terraza.
—Aquí se hacen las reuniones para comer carne asada, claro, cuando no hace frío — señale el lugar con mis manos, había un asador de ladrillo, una barra que abarcaba una gran extensión y también, tenía un lavatrastos.
—¿Haces reuniones aquí muy seguido?
—No en realidad… — sonreí — las hacía más cuando Vicky vivía, ella preparaba siempre la comida, le gustaba cocinar.
—Parece que tu esposa te complacía en muchas cosas, además… creo que tienes demasiado abandonado este espacio — aseguró — es un gran lugar y tienes buena vista.
—Lo sé, pero no me dan ganas de salir a este lugar con regularidad — caminé hacia el interior, permití que Alex entrara y cerré la puerta con llave — y con eso terminamos el recorrido — dije mientras caminaba hacia las escaleras.
—Erick… — ya había bajado el primer escalón cuando escuché mi nombre; Alex estaba frente a la puerta que yo había ignorado por completo — te faltó esta puerta.
—Es sólo… el… el estudio, no… — titubee — no es importante…
—Entonces, ¿por qué no quieres mostrarme esta habitación? — preguntó serio — ¿es algo de tu esposa?
—No… — incliné mi rostro, pero no me moví.
—¿Entonces?
Suspiré, giré el rostro, no quería verlo, ni a él, ni al interior de ese recinto. Apreté mi mandíbula, quería negarme, pero ante Alejandro nunca había podido, no lo había podido hacer años atrás, mucho menos ahora; caminé hacia el umbral con pesadez, tomé las llaves y busque una que tenía un grabado diferente. Abrí la puerta y encendí la luz, pero no quise ver hacia adentro, yo sabía perfectamente lo que había en esa habitación.
Todo estaba cubierto con plástico y una capa de polvo sobre éste.
La habitación era de doble altura, en la parte de abajo, casi frente a la puerta y a un lado del ventanal, había un gran escritorio con una computadora y un gran monitor, a su lado, unas enormes bocinas conectadas a unos audífonos de cancelación de ruido; al lado del escritorio, un estante con cientos de discos de varios grupos de metal, del otro, una pequeña mesita que no tenía nada, pero en antaño, había un teléfono, frente a el escritorio, una silla enorme, tipo ejecutiva. Pegada a la pared, donde estaba la puerta había una mesa de trabajo, a un lado, un estante con muchos accesorios para dibujo y pintura, acomodados de manera casi perfecta y bajo la escalera, estantería empotrada que guardaba aún más de mis utensilios de trabajo. Cerca del ventanal estaba un caballete abandonado y un banquillo alto; en el caballete, una pintura sin terminar, pero a diferencia de las que Alejandro había visto en el otro piso, que eran de paisajes, esta era una pareja que no se distinguía del todo.
Una escalera llevaba a un segundo nivel que abarcaba una parte del techo de la casa pero no cubría la parte de abajo del estudio. Arriba, varios estantes estaban llenos de libros y carpetas; otro armario también ocupaba gran parte de una pared en ese lugar y aunque no se miraba, estaba lleno de lienzos terminados. Un reloj marcaba la una con dieciocho, pero las manecillas no se movían.
Alejandro entró y recorrió el lugar con su mirada; yo me quedé en la puerta, sin moverme.
—Dijiste que dejaste de pintar desde que te casaste — señaló el lugar donde estaban las pinturas y después el caballete y el cuadro sin terminar.
—Mentí… — susurré.
—¿Por qué?
—Porque… — respiré profundamente para tomar valor y hablar — porque a pesar de que lo prometí, no pude cumplirlo — negué.
Alejandro caminó lentamente recorriendo la parte baja de la habitación, observando con más detenimiento — esta habitación no se ha limpiado en años — aseveró, mientras pasaba su dedo por el escritorio, que también estaba protegido por un plástico, para evitar la capa de polvo.
—Dos… — mi voz apenas fue un murmullo.
—¿Qué? — Alex giró el rostro para observarme.
—Hace dos años esta habitación no se limpia — repetí — sólo yo entraba en esta habitación, nadie, ni la señora Josefina, ni mis amigos… ni siquiera mi esposa… — dije cabizbajo, mi voz se escuchaba con debilidad — sólo… yo.
—¿Por qué?
—Porque… — no quería decirlo, no deseaba hacerlo; me aferré al pomo de la puerta, para sentirme seguro, apreté mis parpados y mordí mi labio inferior con fuerza.
Sentí la mano de Alex en mi mentón y esta vez, sin ejercer presión, con delicadeza y ternura, levantó mi rostro para verme.
—Erick, ¿por qué? — pregunto con ansia.
—Porque… — mi corazón se aceleró, no podía seguir ocultándolo, menos teniéndolo ahí, frente a mí, mirándome de esa manera, por eso terminé rompiéndome — ¡porque aquí están todos mis recuerdos sobre ti!, mis anhelos, mis sueños… — comencé a llorar — a pesar de haberme casado, ¡no pude olvidarte!, y ella, mi esposa, estaba al tanto de mis emociones… — negué — yo sabía que le dolía, sabía que la lastimaba, pero nunca me juzgó, ni me criticó, solo me daba su apoyo, su amor y… yo… — respiré agitado — ¡jamás pude amarla! — grité con reproche — ni una sola vez, en los casi cuatro años de casados, o los dos de novios, pude decirle un ‘te amo’, ¡ni una sola vez pude entregarme completo a ella!
Alejé mi rostro de sus manos; él se quedó estático, sin decir una sola palabra, mientras yo pasaba las manos por mi rostro.
—No pude… ¡no pude dejar de amarte! — confesé — no pude olvidarte, a pesar de dormir con ella… en las noches me despertaba agitado, porque soñaba contigo, porque anhelaba tus caricias, tus labios, tu piel… — caí de rodillas — mi cuerpo se calcinaba cada vez que pensaba en ti… — aseguré — llené cientos de hojas con escritos para ti, compré decenas de libros que me hacían pensar en ti… — afirmé con dolor — todos los días me encerraba en esta habitación a escuchar la música que me gustaba gracias a ti y… me imaginaba que tú también estabas escuchando las canciones, en ese mismo momento… — reí con dolor — pinté tantos cuadros que… perdí la cuenta… — mi voz temblaba — dibujé mis sueños donde aparecías, donde volvía a ser tuyo, donde me poseías… ¡justo como lo has hecho este día! — guardé silencio por un momento, después miré mis manos en silencio; mis lágrimas recorrían mis mejillas y caían en mis palmas.
El silencio reinó por unos minutos, él no decía nada y yo solo lloraba.
—Culpa… — dije al fin — tenía tanta culpa en mí, que por eso quise quitarme la vida… — sollocé — el día que ella murió, lo último que dijo fue “…te amo…” y yo… — respiré con dificultad — ¡yo no pude decirle que la amaba!, no pude mentirle para que se llevara un bonito recuerdo de mi… — negué — no pude mentirle porque mi corazón ya tenía un dueño… — susurré y levanté mi rostro para observarlo — y ese, Alejandro, es el pecado que quiero redimir aun recordándola, aun haciendo lo que ella hacía cuando vivía — apreté mis puños — por eso dejé de venir a este lugar, que ya no solo me recordaba a ti, sino que era la prueba de que fui un maldito imbécil, con una mujer maravillosa… — negué — y, ¿sabes que es lo peor? — sonreí reflejando mi sufrimiento en esa risa forzada — que en el fondo, no puedo arrepentirme de mis sentimientos, porque eres al único al que he amado y aún… — bajé mi rostro, sintiendo una inmensa vergüenza — aún te amo…
Me abracé a mí mismo y grité, un sonido fuerte que retumbó en esa habitación, pues no encontraba la manera de sacar mi dolor; después, me quedé en silencio tratando de volver a normalizar mi respiración, sin conseguirlo del todo.
Alejandro se acercó, hincándose delante de mí; me abrazó con fuerza y logré sentir su calor contra mí.
—Quisiera… — susurró — quisiera poder calmar tu dolor… — hablaba en serio, se notaba en el tono que usó a pesar de que era un murmullo — pero, si lo hiciera, tendría que aceptar que es mi culpa y alejarme de ti… — hundió su rostro entre mi cuello y hombro — y no puedo hacer eso, no quiero hacerlo, Erick… menos ahora, que sé lo que sientes…
Ambos nos quedamos en silencio por un momento; moví mis manos y me aferré a su espalda, necesitaba sentirme seguro y solo podía conseguirlo de esa manera.
—Todo este día — prosiguió con una voz suave — desee con desesperación escuchar de tus labios que me amabas, pero no logré que lo dijeras… — una risa débil escapó de su boca — me dije a mí mismo que con escucharte gemir y decir mi nombre era suficiente, pero ahora sé que no era así… — aspiró profundamente — Erick, escuchar de tus labios que a pesar de todo, aún me amas, ha sido lo mejor que me ha pasado en toda mi vida… — aseguró — por favor, no me alejes de tu lado… — su voz sonaba afligida — no me alejes solo por sentir culpa… — sentía sus latidos agitados contra mi pecho — yo también he sufrido, he hecho cosas imperdonables, sólo tú puedes salvar mi alma… por favor, solo… — suplicó — dame algo en qué creer…
—Alex… — susurré y me alejé de él para poder ver su rostro; cuando nuestras miradas se cruzaron, pude darme cuenta que sus ojos estaban húmedos, un par de lágrimas habían resbalado por sus mejillas y su expresión reflejaba todo el dolor que tenía en su interior.
Limpié sus lágrimas con mis pulgares y lo besé con suavidad en los labios, queriendo aliviar su sufrimiento. Alejandro respondió con ternura mi caricia; era tan diferente a sus besos posesivos, pero a pesar de eso, no podía elegir entre ninguna de las dos formas de besar, porque ambas eran perfectas.
Sus manos se movieron por mi cuerpo, lentas, suaves; de una forma tan delicada y cariñosa que parecía temer que me fuera a desmoronar entre sus dedos. Fue empujándome hacia atrás con su cuerpo, despacio, sin precipitarse; sus manos se posaron en mi espalda e hicieron que mi descenso fuera lento, sin dañarme al llegar al piso.
Quise desvestirlo pero no me dejó.
—No — susurró — deja que yo lo haga.
Asentí sumiso; era completamente diferente, nunca había visto esa faceta de él, ni siquiera cuando éramos adolescentes.
Besó mi rostro, degustó mis labios con suavidad, no hubo caricias fuertes, sólo suaves roces y con eso, lograba que mi cuerpo se estremeciera. Me desvistió lentamente, disfrutando cada parte que quedaba desnuda, acariciando con la yema de sus dedos, rosando con sus labios y dejando una estela de humedad, gracias a su lengua; mis gemidos aumentaron de volumen cuando repartió caricias en mi sexo. Quise cubrir mis labios para no gemir con fuerza, pero él lo evitó con delicadeza.
—No, no lo hagas… — musitó de nuevo — quiero escucharte.
¿Cómo decir que no ante esa petición tan dulce? Asentí embelesado y permití que mis gemidos inundaran todo el piso, que, al encontrarse completamente sólo y sin ruido, permitía que hiciera eco con facilidad.
Cuando probó mi sexo, sentí que me derretía en su boca; la calma y paciencia con la que se movía era casi una tortura. Se alejó solo un poco, humedeciendo él mismo sus dedos; pese a que su rostro tenía un semblante tranquilo, la forma en la que él lamió sus dedos mientras me miraba, me excitó sobremanera. Jamás había imaginado ver esa expresión tan inocente y calmada en él, aunque sus ojos tenían un brillo de lujuria, casi imperceptible.
Alcancé a notar como su saliva escurría por toda su mano y después la llevó a mi entrada; se recostó sobre mí y acercó su rostro al mío, besándome nuevamente de forma sutil.
—Erick… guíame con tus gemidos — susurró en mi oreja y presionó un dedo en mi entrada.
Gemí; gemí aún más alto de lo que había gemido durante todo el día. Él lamía mi oreja mientras su dedo se movía despacio en mi interior, palpando todo lo que alcanzaba, rozando las paredes, entrando y saliendo de forma pausada; mis manos apretaron su camiseta y no pude evitar acercar mi boca a su hombro, mordiendo la tela que me impedía llegar a su piel.
—¡Alex! — grité cuando introdujo un segundo dedo en mí, siguiendo el mismo ritmo que el anterior.
Mi garganta estaba seca, mi respiración agitada, mis ojos llorosos, mi sexo estaba duro y estaba seguro que, no tardaría en terminar.
—Tranquilo — dijo mientras pasaba su nariz contra mi oreja en una caricia infantil — lo voy a hacer lento…
—Alex — sollocé — voy a…
—Hazlo — sonrió — disfrútalo, mi amor…
Esa frase me llevó al paraíso; no pude contenerme más, apreté mi agarre en su camiseta, arquee mi espalda, grité y eyaculé contra su ropa, dejando una mancha pegajosa en la tela.
Tardé un momento para que mi cuerpo dejara de estar tenso, aunque seguía estremeciéndome inconscientemente; quedé tendido en el piso, con los ojos entrecerrados y mi respiración desacompasada.
Alejandro se incorporó y pasó su mano libre por la mancha que acababa de dejarle, al llegar al orgasmo; cubrió sus dedos con mi esencia y lo llevó a su boca para lamerlo, mientras, un tercer dedo me invadía. Verlo de esa manera provocó que mi sangre ardiera, pese a la incomodidad que, después del orgasmo, me provocaban sus dedos.
—Creo que ya estás listo — indicó con una sonrisa después de limpiar mi semen de su mano.
Se alejó de mi entrada y se desvistió frente a mí; lento, tranquilo, sin prisa. Ya había visto su cuerpo, ya me había trastornado al tenerlo una vez más, desnudo ante mí, pero en ese momento, era distinto, tenía una atmosfera completamente diferente. Ese Alex que tenía frente a mí no era el mismo de siempre, era como si, en ese momento, un ángel estuviera seduciéndome, después de que siempre fuese un demonio, el que me llevara a la locura.
Quedó desnudo y volvió a recostarse sobre mí, recorriendo una vez más mi cuerpo con caricias sutiles, besos y lamidas, cubriendo casi toda mi piel con su saliva; mis gemidos no dejaban de escapar de mis labios con fuerza, a pesar de que me sentía cansado.
Se acomodó entre mis piernas y puso su miembro en mi entrada, más no me penetró; acercó su rostro de nuevo al mío y sonrió con infinita ternura.
—Déjame entrar — pidió — dame tu permiso para hacerte mío…
¿Por qué lo preguntaba? ¿Por qué quería que hablara, cuando no podía pensar con suficiente claridad?
—Alex… — respiré con dificultad — por favor… hazlo — pedí con ansiedad — quiero ser… tuyo… solo tuyo…
Él cerró sus ojos y me besó; yo cerré los míos y me dejé guiar sólo por las sensaciones que Alejandro me provocaba. Entró en mi interior con delicadeza, lento, tan despacio que se me hizo una eternidad, hasta que llegó al fondo.
No sé de donde saqué fuerza, pero mis manos fueron a sus hombros, encajando mis uñas en ellos.
—Alex… — gimotee cuando él separó sus labios de los míos — ¡Alex! — grité cuando él empezó un movimiento suave, entrando y saliendo de mí, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo.
Lo estaba gozando, toda la extensión de su miembro duro dentro de mí, esa manera de poseerme tan pacífica, que terminaba siendo una tortura más dolorosa y excitante, que cuando me tomaba con su ímpetu salvaje.
Lloré, grité, gemí, pedí y supliqué por más; me retorcí bajo su cuerpo y sentí que iba a morir en sus manos. No parecía existir ninguna forma de expresar el placer que ese ángel me estaba provocando; su cuerpo estaba sudoroso, podía sentirlo contra mí y eso me excitaba mucho más. Su cabello estaba húmedo y caía hacia el frente, rozando mi rostro y empapándome con ese líquido salado y delicioso, que degustaba cada que podía morder y lamer sus hombros, para tratar de liberar, de alguna manera, esos sentimientos que se agolpaban en mi mente.
¿Cuánto tiempo me mantuvo en ese límite entre el placer y la locura? Difícil saberlo, yo sentía que, de un instante a otro, perdería el sentido y la razón.
—Dilo — susurró — por favor, Erick, ¡dilo!…
—Alex… — traté de morder mis labios, pero ya no podía callar por más tiempo — ¡te amo! — grité y después lloré, al mismo tiempo que dibujaba una sonrisa en mis labios; una vez más llegaba al orgasmo ese día, aunque, estaba seguro que no había liberado una sola gota de semen, pero aun así, había sido intenso.
Él gimió y a pesar de tener los ojos entrecerrados, pude distinguir y disfrutar esa expresión de placer en su rostro, mientras botaba su semilla en mi interior; durante algunos segundos, sentí el palpitar de su miembro, gozándolo plena y completamente.
Momentos después, Alejandro se recostó sobre mí; estaba sudado, agitado, notablemente cansado, pero tenía una amplia sonrisa adornando sus labios. Su rostro estaba a un lado del mío y sentía su respiración cerca de mi piel, rozando mi oreja; el latido de nuestros corazones seguía casi el mismo ritmo y por instantes, parecía ser solo uno latiendo con fuerza, retumbando en nuestros cuerpos.
—Gracias… mi amor… — besó mi mejilla y sonrió.
Respiré con agitación, parecía que desfallecería pronto, pero no quería dejar de sentirme así, como hacía años que no lo hacía; dichoso.
—Te amo… — repetí con apenas un murmullo de mi voz.
—Yo también te amo, mi pequeño ‘conejo’…
Sonreí cansadamente al escuchar sus palabras; me gustaba que me dijera de esa manera, siempre me había agradado ser el único a quien Alejandro le tuviera un apodo de cariño, eso lograba hacerme sentir especial.
Después de esas palabras y otro beso de su parte, ya no supe de mí.
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