Epílogo
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El hombre de cabello negro estaba terminando de envolver el pequeño paquete; el papel era de un azul reluciente y el listón era blanco, como la nieve. Sonrió emocionado, había trabajado mucho para poder terminarlo justo a tiempo; tal vez no era el mejor regalo que había, pero ese era su regalo especial. El regalo de cumpleaños para la persona que amaba
Dejó el paquete a un lado, tomó una tarjeta de felicitación que había comprado días antes y la colocó frente a él; buscó una pluma entre sus objetos de trabajo y mientras bebía su café, se decidió a escribir en la tarjeta, aunque no sabía qué con exactitud. Jugueteó con la pluma cerca de su boca, dudando; difícilmente podría escribir algo que no estuviera ya implícito en su regalo, pero tenía que encontrar las palabras adecuadas. Siguió jugando con la pluma, está vez cerca de la tarjeta; esperaba que las frases surgieran con más rapidez, gracias a esa simple acción.
Nada llegaba a su mente y suspiró; era lo último que faltaba, así que no podía darse por vencido.
Desesperado, mordió su pulgar izquierdo; cuando lo hizo, su vista se posó en sus anillos, y de inmediato alejó la mano, colocándola frente a él, contemplando ambas joyas con añoranza. Ambos anillos representaban su compromiso total con Alejandro, uno, de cuando aceptó ser su esposo y el segundo, de cuando se unieron en matrimonio. Justo ese día, veintisiete de marzo, era el cumpleaños de su pareja; también, habían pasado más dos meses, desde que se habían casado en Ámsterdam.
Cómo el ojiazul no había querido quedarse sólo en la casa dónde vivirían, prefirió acompañar a su esposo a cualquier lugar, por eso, en ese momento estaba a la espera de la llegada de Alejandro, en una mansión en Estocolmo, dónde el rubio tenía asuntos que tratar, pero aún y el empeño de no alejarse, tuvo que aceptar la separación por una semana, misma que le pareció eterna.
Mientras seguía con su vista en esos añillos, relucientes y únicos, que su esposo había mandado a hacer exclusivamente para él, la musa de la inspiración volvió, así que decidido, empezó a escribir en la tarjeta lo que sentía. Estaba terminando de colocar su nombre, cuando unos ligeros golpes se escucharon en la puerta de su estudio.
—Señor Erick… — la voz inconfundible de Agustín, se escuchó del otro lado — el señor De León está llegando.
—¡Ya voy! — sonrió al ponerse de pié; agarró el pequeño paquete y salió de la habitación, Agustín estaba en la puerta — ¿dónde viene? — preguntó con emoción.
—Acaba de entrar a la propiedad — respondió el otro con una amplia sonrisa también.
—Al menos llegó temprano — el ojiazul no podía evitar sentir emoción — ¿los preparativos? — indagó, caminando con rapidez para entrar a la habitación que usaba y compartía con su esposo en esa mansión.
No recibió respuesta, pues Agustín no se atrevió a entrar tras él.
Erick dejó el regalo de Alejandro, sobre el buró del lado de la cama que su esposo normalmente usaba y sonrió divertido, conociéndolo, la recamara sería el primer lugar que visitaría, al poner un pie dentro de la casa. Salió con rapidez, pues suponía que ya estaba cerca de llegar a la entrada.
—Está todo listo — respondió el joven de cabellos negros, cuando su jefe salió — sus amigos llegaran en un par de horas más, Irving irá por ellos al aeropuerto.
—¿Sabes si viene Lucía?
—Sí — Agustín asintió — también se preparó todo para la cena del señor Daniel y ella, mañana.
—Por fin se le va a declarar — negó con cansancio, pues después de tantos meses apenas le iba a pedir formalizar — ¿mis ‘hijos’? — miró preocupado a Agustín.
—Los niños… — el joven revisó su reloj de pulsera — aun no llegan de su paseo matutino — aseguró — apenas son las nueve con veinte, siempre los traen casi a las diez…
—Bien, espero que hoy pueda estar un poco de tiempo con ellos, no me gusta que pasen más tiempo con los entrenadores que conmigo — entrecerró los ojos.
—Pero aún lo quieren por sobre cualquiera…— aseguró Agustín.
—Luna y Nila no — negó — ellas siempre han preferido a Alex — dijo con algo de reproche — bien, ¿que más me falta?— mordió su labio — ¿las habitaciones están listas verdad? Los encargados de la recepción no me han llamado, ¿o sí? Espero que no me llamen ahora que está Alex aquí…
—Todo está listo, señor — repitió Agustín con media sonrisa — no se preocupe, si lo necesitan yo me puedo encargar…
—Lo siento… — Erick estaba nervioso, ese día sería la fiesta de cumpleaños de su esposo, y él se había ofrecido a prepararla — ¿tú también estás emocionado? — preguntó con una sonrisa divertida para su compañero.
—Sí… — el otro sonrió nerviosamente mientras bajaban las escaleras — es obvio, aunque, tengo más nervios que otra cosa.
—Creí que ibas bien con Julián… — lo miró de soslayo.
—Sí, voy bien — titubeó — pero… bueno, usted sabe, aún no hemos iniciado nada, solo me trata mejor…
—Sólo dile que ya no quieres esperar a que se decida y da el paso antes que él — el ojiazul se alzó de hombros — te aseguro que Julián entenderá.
El menor sonrió nerviosamente, no estaba tan seguro de esas palabras, pero no era el momento de hablar de sus inquietudes.
En el camino se encontraron con varios sirvientes, caminando de un lado para el otro, llevando y trayendo objetos para la recepción que se llevaría a cabo en el jardín; estaban ultimando detalles, pues aunque Erick era muy paciente, se notaba que esperaba que esa, su primera fiesta al lado de su esposo, quedara perfecta.
Antes de llegar a la puerta, Erick se puso frente a un espejo, acomodando su ropa; su vestimenta era algo informal, pues aún era muy temprano y ni siquiera empezaba a arreglarse para la recepción. Después apresuró su paso hasta la puerta principal, con Agustín tras él; un par de hombres abrieron la enorme puerta para permitirle el paso.
El ojiazul sonrió y agradeció, a pesar de que todos lo trataban con respeto e incluso, muchos ni siquiera lo miraban a los ojos, él siempre había sido amable y cordial, sin importar quién fuera.
Al salir al exterior, alcanzó a ver que el rubio iba descendiendo del automóvil, con el mismo porte y arrogancia de siempre.
Erick bajó corriendo las escaleras — ¡Alex! — gritó y se lanzó a los brazos de su pareja, como si hubiera pasado una eternidad sin verlo.
El ojiverde lo recibió con una amplia sonrisa, apresándolo contra su cuerpo con fuerza; parecía no querer soltarlo jamás, pero lo hizo sólo para poder besarlo con desespero.
—¿Me extrañaste? — preguntó el rubio con cinismo, al separarse de su esposo.
—Mucho… — respondió el otro relamiendo sus labios — una semana lejos, es una tortura — suspiró.
—Sí, lo sé — el ojiverde lo sujetó de la mano y guió a su esposo para subir la escalinata — pero hoy es mi cumpleaños — lo miró con malicia — tenía que venir a reclamar mi regalo.
Tras ellos Julián iba con Carlos, el nuevo empleado directo de Alejandro.
—¿Sólo por eso? — reprochó Erick — ¿entonces volverás a dejarme otra semana después de tu fiesta?
—No, ‘conejo’ — el Alejandro lo abrazó — no voy a dejarte por mucho tiempo, Marisela se va a encargar de algunos negocios mientras, tú y yo, arreglamos otros asuntos más importantes.
—¿Qué asuntos? — Erick levantó una ceja, normalmente Alejandro no le pedía estuviera al tanto de su trabajo, pues decía que era demasiado peligroso.
—Tengo a las candidatas para que tengan a nuestros hijos — dijo con calma — pero, tú tienes que dar el visto bueno.
—Alex, no sé si pueda… — Erick titubeó.
Desde que se casaron, la condición del padre de Alejandro para dejarlos en paz e incluso, apoyarlos, era que Alejandro tuviera un hijo; no le importaba con quien, solo quería que tuviera un hijo que tuviera la misma sangre de su familia, pero el rubio exigió que, de tener un hijo él, también quería uno que tuviera la misma sangre de Erick. Con esa excusa, convenció a su esposo de conseguir ‘vientres de alquiler’ para que tuvieran a sus hijos, obviamente por inseminación artificial; aunque el ojiazul dudó, terminó accediendo, pero siempre encontraba una excusa y daba largas al asunto.
—Erick, mi padre quiere un nieto y tengo que dárselo a más tardar el otro año, porque no me va a dejar en paz y no quiero volver a pelear con él — su voz sonó fría — si empezamos de nuevo, ni siquiera tú vas a poder evitar que pase algo… así que, tienes que decidirte de una vez, porque te aseguro que hoy en la noche, volverá a presionarnos.
—Está bien… — Erick accedió mientras disfrutaba de la calidez del brazo de Alejandro — por cierto, tu padre, ¿vendrá a la recepción?
—Sí — el rubio entornó los ojos — por desgracia sí… aunque al menos, vendrá mi madre también.
—¿Y Marisela? — Erick lo miró de soslayo — no me dirás que la dejaste trabajando y no podrá venir…
—No te preocupes, ella y Miguel, vendrán más tarde, no se perderían mi cumpleaños y menos, si tú los invitaste…
Al entrar a la mansión, Alejandro dio indicaciones rápidas a Julián y Carlos, después, guió con rapidez a Erick hasta su habitación. No esperó, aún antes de entrar a la misma, ya había empezado a besarlo con desespero; no se separaron más que para arrancar la ropa de sus cuerpos, la cual iba quedando en el piso, como un rastro de su paso y la lujuria que los envolvía, siempre que estaban juntos.
Ambos cayeron, casi completamente desnudos sobre la cama. Alejandro seguía besando a Erick, desesperado, demostrando con caricias posesivas y rudas, el deseo y la necesidad que lo había embargado durante toda esa semana que no estuvieron juntos.
Erick no se opuso, al contrario, permitió que Alejandro tomara lo que quisiera de él; igual que el rubio, también se había consumido noche a noche al no tenerlo a su lado, sin compartir el lecho, sufriendo la falta de calidez de ese cuerpo que lo trastornaba o las excitantes caricias que siempre le prodigaba durante las madrugadas.
Alejandro recorrió el cuerpo de Erick con besos y caricias, venerando esa piel suave, perdiéndose ante los gemidos de su amante, disfrutando su sabor, sus constantes peticiones infantiles de que siguiera o se detuviera y especialmente, ese hermoso sonrojo que cubría las mejillas del ojiazul, cuando lo recibía completamente.
Las caricias de Alex eran distintas, fuertes y rudas, nunca comparadas a las que Erick le proporcionaba, más sumisas, más débiles y suaves, pero no por ello significaba que no tuviera el mismo deseo que el rubio; al contrario, el pelinegro demostraba su deseo, suplicando que no se detuviera y pidiendo más. La entrega de ambos era distinta, pero única; mientras uno era la representación del deseo egoísta y el amor pasional, el otro, era el anhelo sincero y amor abnegado.
Alejandro dejó marcas sobre la piel de Erick, demostrando su propiedad sobre él; Erick se rindió ante su amante por completo, sin negarse a nada de lo que el otro exigió con sus acciones. Ninguno de los dos se contuvo; a su manera, única y sin igual, se demostraron una y otra vez, que se pertenecían mutuamente en cuerpo, corazón y alma, pues ambos se complementaban.
Alex se encargó de que su esposo tocara el cielo, preocupándose por complacerlo y volverlo loco, atándolo a su modo de amar, a pesar de que ya lo sabía completamente suyo. El ojiazul cayó rendido ante el cansancio y las consecuencias de llegar, plenamente, a la cúspide de la pasión, que existía en la forma que el rubio lo poseía, pero Alejandro no se detuvo. El rubio siguió disfrutando el cuerpo de su amante, no solo por dentro, sino por fuera; repasando una vez más, con sus dedos y sus labios, el cuerpo delgado y perfecto que tenía bajo el suyo, sucumbiendo ante sus sentimientos y sabiendo que, aún y sintiéndose dueño de Erick, en el fondo, sabía que él también era esclavo de ese hombre con hermosos ojos color zafiro.
Con esos pensamientos, el ojiverde se sintió con el derecho de gozar completamente del cuerpo de su esposo, inundándolo con su semilla, para que no hubiera ninguna duda, de que era al único que amaba de esa forma, tan diferente, tan extraña, pero única, a su manera.
Alejandro se recostó sobre Erick, besando con delicadeza el rostro de su amado; apenas suaves roces sutiles, adorándolo como si fuera un Dios encargado de brindarle felicidad absoluta y a quien debía rendirle tributo de una forma inigualable, venerándolo hasta la muerte.
Erick suspiró, entreabrió los ojos; parecía cansado, pero se notaba feliz, sonrió con debilidad, pero sus ojos mostraban un brillo radiante. Movió su mano, con algo de esfuerzo, para acariciar el rostro de Alejandro, éste sujetó la mano y la besó en repetidas ocasiones.
—Feliz… cumpleaños…— susurró el ojiazul.
—Gracias… — el rubio sonrió ampliamente.
—Espero… — Erick respiró profundamente — espero que te guste… tu regalo…
—Me encantó… — Alejandro lo besó en los labios.
—Yo no… — un bostezo lo interrumpió — el… del… buró…
Por fin, Alejandro reparó en el pequeño paquete que estaba en el buró, sonrió y acarició el rostro de Erick — gracias… — repitió, pero no obtuvo respuesta, su esposo estaba dormido — descansa, ‘conejo’… — besó una vez más a su pareja y se alejó con cuidado, evitando moverlo en demasía.
Alejandro acomodó a Erick sobre el colchón, cubriéndolo con las sabanas y edredones de la cama, los mismos que estaban revueltos debido lo que acababan de hacer; después, el rubio se recostó a su lado, acomodando los mechones de cabello negro cómo la noche, que cubrían el rostro apacible de su ‘conejo’. En ocasiones pensaba que podría quedarse una eternidad observándolo, disfrutando solo de su compañía y de la tranquilidad que irradiaba mientras descansaba; pero sabía que, aunque lo intentara, no podía simplemente observarlo, porque en algún punto querría poseerlo, solo para sentirlo y saber que estaba ahí, con él, que era una realidad lo que estaban viviendo. Suspiró y después estiró su brazo para tomar el regalo entre sus manos.
Acarició con la yema de sus dedos, la delicada tarjeta que estaba sobre el mismo; la abrió y la leyó.
“Alex, sé que no es mucho, pero en este regalo, están todos los sentimientos que me embargaron cuando nos volvimos a ver… encontrarás duda, dolor, aflicción, pero por sobre todo, encontraras sentimientos de emoción, esperanza y amor… este inmenso amor que siento por ti desde antes de poder estar contigo nuevamente. Espero no te sientas decepcionado, pues para mí, es difícil tratar de darte algo que no tengas y lamentablemente, ya no puedo darte más, pues mi corazón y alma son tuyos desde hace mucho tiempo…
¡Feliz cumpleaños, mi amor! Te amo…
Atte.: Erick.”
Alejandro levantó una ceja, no comprendía lo que quería decir su esposo con esa tarjeta, así que, la dejó de lado y abrió el paquete, encontrando dentro un libro, flamantemente empastado y con una sola palabra en la portada; ‘Destino’. El rubio observó el reloj, casi las doce del mediodía, todavía tenía mucho tiempo antes de empezar su aseo para la recepción, la cual, empezaría al caer la tarde. Así que, abrió el libro y empezó a leer.
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