Rechazo
Miércoles, diciembre 24
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—Señor Erick… señor Erick…
La voz y el suave movimiento en mi hombro me hicieron abrir mis ojos.
—¿Sí? — pregunté adormilado.
—Señor… — la señora Josefina estaba a mi lado — tiene que despertarse a desayunar…
—Pero… — parpadee y la miré asustado — ¿qué hace aquí? — pregunté con sorpresa — hoy es, 24…
—Lo sé — sonrió — pero usted se encuentra enfermo, así que vine a asegurarme que desayune y a dejarle comida antes de irme.
Me senté en mi cama y suspiré — no tenía que molestarse — aseguré — podía comer cualquier cosa.
—No, cuando una persona está enferma, necesita comer bien — caminó a la puerta — ¿prefiere desayunar aquí o en el comedor?
—Gracias — sonreí — desayuno en el comedor, ahora bajo — indiqué — necesito tomar un baño y cambiarme.
—Está bien, lo espero abajo.
Ella se fue dejándome solo; intenté estirar mi cuerpo, para desperezarme, pero nuevamente la molestia en mi hombro me lo impidió. Era desagradable sentir esa punzada de dolor cada que intentaba estirar mis brazos; al menos no había sido tan grave como para inmovilizarlo.
Me levanté de la cama, yendo al baño para tomar una ducha, salí y busqué algo de ropa para cambiarme. Me encontré revisando mi guardarropa en busca de algo que le agradara a Alejandro, pero me detuve al darme cuenta que tenía que cambiar esos hábitos, los cuales, en tan poco tiempo había adquirido; maldije por lo bajo y negué de forma frustrada, sería difícil, pero no imposible. Agarré una camiseta manga larga azul y un pantalón deportivo gris, colocándomelos con rapidez.
—Tres semanas… — susurré.
Sólo habían pasado tres semanas y mi vida había cambiado completamente, pensando y actuando solo para complacer a Alejandro; él me había moldeado a su gusto igual que cuando era adolescente y aunque hasta unos días atrás, eso me había hecho feliz, en ese momento ya no me sentía bien pensando de esa manera.
Inconscientemente fui ir al tocador a buscar mi esclava, pero al recordar que ya no la tenía, suspiré cansado; acaricié mi muñeca izquierda por encima de la manga de mi camiseta, extrañaba esa sensación y el peso de la joya, pero, tenía que aceptar que era lo mejor.
—Ya no le pertenezco… — dije con debilidad.
Bajé con lentitud las escaleras, mis hijos estaban en la sala, recostados frente a la chimenea; excepto Rain, quien estaba jalando las orejas de Tobi. Cuando me escucharon, todos corrieron a saludarme, así que me entretuve con ellos un momento; les hice una indicación para que fueran a la sala, todos obedecieron, excepto Rain, a quien tomé en brazos por ser el más pequeño y le besé la cabeza con suavidad.
La señora Josefina estaba en la cocina y cuando me acerqué a ella, me entregó un plato con un omelete.
—Su desayuno — dijo con una gran sonrisa — debe comer, yo me iré a las doce — anunció.
—Está bien — asentí — ¿la van a llevar? — pregunté con seriedad.
—Sí, el joven Miguel me llevará, no se preocupe.
—¿Está aquí? — deje el plato en la mesa y a Rain en el piso, para poder lavar mis manos en la tarja de la cocina.
—Está afuera.
No dije más, me lavé las manos y empecé a desayunar. La cafetera silbó y la señora Josefina me llevó una taza con agua caliente, el café y el azúcar, también un plato con pan tostado cubierto con mermelada.
—Gracias…
Ella subió las escaleras, supuse que a arreglar mi habitación; yo terminé de desayunar y tomé mis medicamentos. Me quedé un momento en la sala jugando con mis hijos; tenía días que no lo hacía y era algo que no me agradaba, el tiempo que debía pasar con ellos, debía ser sagrado. Jamás, ni siquiera cuando vivía mi esposa, pasaba días sin atender a nuestros hijos, pero desde que había llegado Alejandro a mi vida, parecía algo común.
—Su habitación está lista — la voz de la señora me hizo dejar a mis hijos por un momento.
—No se hubiera molestado — suspiré — en un momento más iré a descansar, aún… aún no me siento bien — aseguré.
—Se nota — dijo con seriedad — lo que necesita es distraerse — sonrió — cuando venga el señor Alejandro, dígale que lo lleve a algún lugar, además, hoy es noche buena — caminó a la cocina nuevamente — usted debería de estar feliz…
—Lo sé — fingí una sonrisa — le aseguro que lo estaré.
—Bueno, ya sabe que yo lo veré hasta el viernes, así que, le traje su regalo de cumpleaños adelantado.
La miré con sorpresa — no se hubiera molestado — sonreí nervioso.
—No es molestia — negó — además, es sólo un detallito — se acercó a mí y me entregó un paquete.
—Gracias —dije con verdadera gratitud.
—Ábralo.
Abrí el paquete con cuidado, dentro, había una bufanda en color azul obscuro y unos guantes.
—Gracias — repetí y tomé la bufanda en mis manos, observándola con detenimiento, estaba suave, era notorio que ella la había tejido, reconocía las prendas hechas a mano, especialmente porque mi esposa me había regalado cosas así, tiempo atrás — yo, lamento no tener su regalo de navidad, pero…
—No se preocupe — dijo con voz suave y puso su mano en mi cabello — este no es por navidad, este es por su cumpleaños — aseguró — la navidad aún no pasa, así que, hasta que llegue ‘Santa’, usted recibirá mi regalo.
Solté una ligera risa — bueno, espero que santa pueda traer el suyo también, porque no sé si pueda salir — «menos ahora, sin auto…» terminé en mi mente.
—No piense en eso — ella rió — bueno, iré a darle de comer a los niños.
Asentí y ella se retiró, cuando mis hijos escucharon el sonido de las croquetas corrieron a buscar su alimento; Rain fue el único que se quedó. Dejé mi obsequio en la mesita de centro y sujeté en brazos al cachorro.
—Estás muy pequeño para estar afuera aún — dije en un murmullo.
Restregué mi mejilla contra su hocico, recibiendo ligeras lamidas de su parte y lo volví a dejar en el suelo, mientras agarraba el paquete que acababa de recibir, para subir las escaleras.
Dejé mi nueva bufanda y los guantes en el buró, a un lado de las flores y me recosté en la cama, la cual, estaba pulcramente arreglada, así que preferí no usar los edredones, sólo quería quedarme descansando, pero no quería dormir. Encendí la televisión y puse una película típica navideña; cuando se terminó, cambié de canal, buscando algo más, dejándolo en un programa de historia. Poco después, la señora Josefina tocó la puerta de mi habitación.
—Señor Erick — dijo con voz calmada — ¿está despierto?
—Sí — respondí incorporándome ligeramente de mi cama.
—Sólo quiero avisarle que ya me retiro, nos vemos pasado mañana.
—Cuídese, que pase feliz Navidad…
—Igualmente — respondió.
Después, el silencio reinó y yo, seguí viendo la televisión sin mucho interés. El aburrimiento me ganó y en poco tiempo me quedé dormido.
* * *
Entre sueños, sentí a alguien cerca de mí, además, un roce suave en mi mano izquierda me provocó un sobresalto, obligándome a abrir mis ojos. Alejandro estaba sentado en la orilla de la cama, me observaba con un semblante serio.
—Hola… — susurró.
No respondí, desvié la mirada y respiré profundamente antes de quitar mi mano; Alex alejó su mano de mí con lentitud y suspiró. Nos quedamos en silencio, un silencio incómodo, pero, después de un momento me alejé aún más de él, yendo al otro lado de la cama y sentándome en la orilla, dándole la espalda.
—¿Qué haces aquí? — pregunté con frialdad.
Alejandro tardó en responder, pero cuando lo hizo, su voz era seria.
—Te dije que hablaríamos — aseguró — he venido a hablar.
—¿Por fin? — pregunté con sarcasmo — ¿Ya terminaste tus asuntos? — mi voz era indiferente.
—Sí, ya terminé mis asuntos — respondió directo.
—Entonces… — me armé de valor — ¿qué es lo que quieres decirme hoy? ¿La verdad, más mentiras o sólo me dirás lo que te conviene?
Por un momento no hubo respuesta, pero alcancé a escuchar como respiraba profundamente y luego, liberaba el aire con lentitud.
—La verdad… — respondió — solo la verdad — el tono de su voz era distinto, parecía triste, pero no quise pensar en eso.
—Te escucho — dije con calma, ladeando mi rostro para verlo.
Alex hizo lo mismo y me miró de soslayo.
—Erick… — empezó con lentitud — mi trabajo y mis obligaciones son diferentes — aseguró — mi trabajo o lo que yo considero mi trabajo, va más allá de ser alguien que está fuera de la ley…
—Pero lo estás, ¿no es así? — mi voz era molesta.
—Sí y no… — dijo sin más — sí, estoy fuera de la ley, porque no es algo que sea considerado un verdadero trabajo — soltó una risa forzada — no hay universidades para licenciarte en tráfico de armas, ciertamente — intentó ser sarcástico sin conseguirlo — pero no estoy fuera de la ley, porque soy el mal que necesitan los gobiernos — aseveró con seriedad — vendo armas a personas indeseables, a personas que tal vez nadie conozca, solo para que los conflictos en países que a nadie le interesan, sigan, ¿por qué? — se alzó de hombros — porque le conviene a alguien más, a gente con poder económico y político — talló las palmas de sus manos, una con otra — gente que me dará su apoyo mientras haga ese trabajo que ellos no pueden hacer directamente y obviamente, necesitan que alguien como yo, esté en la línea de guerra, mientras ellos tienen una fachada de gente correcta, cómo la que yo utilizo…
—¿Por qué? — negué — ¿por qué tienes que verlo de esa manera?
—Porque es mi obligación — explicó — mi familia tiene años con este negocio, incluso mucho antes de que mi padre se hiciera cargo — dijo con debilidad — cuando mi padre empezó con estos negocios, los hizo crecer exponencialmente y yo, cómo su único hijo, debía seguir sus pasos, pero yo no quería hacerlo… jamás pensé en hacerlo por lo que conllevaba — aseguró — matar, destruir, humillar, aunque pese a todo, me gustaba sentir el poder, así que, accedí al principio con algo de molestia, pero poco a poco, después de ciertos eventos desafortunados y algunos otros no tanto, fui cayendo en ese mundo — sonrió tristemente.
—Cuando te conocí, hace tantos años, yo obedecía a mi padre ciegamente… en ese entonces, ya había matado a gente, porque él me lo ordenaba — mi cuerpo tembló al escucharlo — no dudaba en cumplir sus órdenes al pie de la letra, no me importaba eliminar, destruir, humillar, porque, era divertido, pero… — suspiró — pero, me enamoré de ti — sentenció — eso fue algo que no pude prever, ni evitar… me enamoré y pensé, tontamente, que podía tener algo contigo, algo que podía durar… algo único y especial, porque así lo sentía — guardó silencio.
Mi labio tembló, en aquel entonces, yo también pensaba que lo nuestro era único y especial y aún lo quería creer.
—Estar a tu lado — prosiguió — era lo único bueno que tenía, estar contigo era suficiente, incluso pensé que no era necesario seguir con los pasos de mi padre… pero fue mi error, pedir a mi padre su apoyo, cuando tu familia nos descubrió…
Esa frase me hizo girar completamente para poder verlo. Alejandro tenía su cabeza agachada, sus codos estaban recargados en sus piernas y parecía triste.
—Él me dijo que, si lo que quería era poder recuperarte entonces, tenía que superarlo — intentó reír — porque él jamás permitiría que estuviéramos juntos — su voz disminuyó de volumen — cuando me dijo eso, quise matarlo — gruñó y apretó sus puños — lo hubiera hecho, pero él aún tenía a sus trabajadores — pasó la mano por su cabello con frustración — ellos me detuvieron y lo único que obtuve fue un castigo ejemplar, por revelarme a él…
Mi labio tembló, no podía imaginar qué castigo podía haberle dado su padre después de eso, pero seguramente había sufrido mucho.
—Por eso tomé una decisión — su voz volvió a ponerse seria y grave — decidí hacerme cargo de sus negocios, tenía que convertirme en alguien a quien nadie pudiera oponerse, ni siquiera mi propio padre — soltó un sonido, que pudo haber sido un intento de risa ahogada — estaba seguro que, sin importar cuánto tiempo fuera necesario invertir, yo iba a convertirme en un hombre poderoso y nadie, ni mi padre, podrían volver a manipularme… otro error…
Ahora que lo escuchaba, me daba cuenta que, Alejandro, también había pasado por mucho; los conflictos personales y familiares que yo había tenido, él también sufrió.
—Pasaron los años, poco a poco me empapé de ese mundo lleno de dolor, muerte, vacío… muchas veces intentaron matarme — rió mirando al techo — pero cada que salía ileso, cada que tenía la oportunidad de ponerme de pie, alguna familia era destruida, familia que se había puesto en mi contra, obviamente —señaló — pero, a pesar de todo, aún pensaba en ti — giró el rostro y buscó mi mirada — aún quería encontrarte y temía que, lo que me rodeaba, te hiriera… eso me hizo pensar que — frunció el ceño en un gesto de confusión y tristeza — yo tenía que ser más fuerte, tenía que ser más poderoso, porque sólo de esa manera podría protegerte de todos, de todo, incluso… de mí — colocó una mano en su pecho, señalándose — precisamente por eso, en vez de salir, me hundí más en ese agujero que era mi vida.
Alex se miraba tan triste, tan afligido, no era el Alex que yo había visto el día del incidente en el hospital; ese Alex que estaba frente a mí, era la persona que yo amaba y estaba sufriendo, pero no podía ayudarle. Él levantó la vista, fijándola en el techo.
—De todo lo que hacía, decidí que si tenía que matar, mataría sólo a quien lo merecía y trataría de redimirme de otras maneras por mis crímenes… — sonrió con tristeza — por eso, lo que dijo Antonio era cierto, yo no me ensañaba con las familias o personas inocentes, porque cada que lo hacía, me imaginaba tu rostro, tu sonrisa, tu dulzura y pensaba que, si tú te llegabas a enterar de lo que hacía, ibas a odiarme, porque tu carácter no permite las injusticias… creo que no me equivoqué — aseguró con pesar — pero, cuando tenía que matar, cuando mi vida estaba en peligro, pensaba, “tengo que hacerlo, tengo que matar antes de que me maten, porque si muero, jamás volveré a ver a Erick…” y por eso, cuando era necesario, jalaba el gatillo sin remordimiento.
Sentí que mi corazón dio un vuelco; escuchar todo eso, saber que lo único que lo motivaba a seguir viviendo era encontrarme, hizo que mi pecho se oprimiera.
—¿Por qué…? — mi voz apenas fue un murmullo — ¿Por qué no me buscaste después? — pregunté con miedo.
—Lo hice… te lo dije cuando nos encontramos — repitió — te busqué, te busqué tantas veces que… pensé lo peor al no poder dar contigo y ayer, finalmente supe por qué no pude encontrarte antes… — negó — mi padre, hasta la fecha, siguió manipulando gente, de otras formas que no tenían nada que ver con sólo comprar su silencio con dinero — sentenció con ira — todo para evitar que me dieran tu paradero — pasó su mano por su cabello — si yo lo hubiera matado en aquel entonces, hubiera podido encontrarte antes, pero no lo hice… un error más que añadir a la lista… — dijo con burla.
Bajé la mirada, no quería verlo, no quería ver su tristeza, si lo hacía, iba a sucumbir ante él nuevamente y yo ya había tomado una decisión; a pesar de que mi corazón aún quisiera ir a su lado, a pesar de que yo mismo quisiera abrazarlo en ese momento y decirle que ya no siguiera hablando, porque tenía miedo de escuchar lo demás y que olvidáramos todo lo que había pasado, tenía que mantenerme firme en mi decisión.
—Alex… — pasé saliva — ¿qué…? ¿Qué pasó con tu padre?
—Ya arreglé ese asunto — respondió tajante.
Sus palabras, su frialdad, esa manera de responder; sentí que clavaba algo en mi pecho, algo que dolió, a pesar de todo lo que había dicho y aunque quisiera justificarlo me iba a ser imposible. Si Alex, había matado a su padre por mi culpa, era algo que yo no podía aceptar con tranquilidad; no podría llevar esa culpa sobre mí, mientras estuviera a su lado.
—Y… — titubee — ¿y lo de Antonio…?
Alejandro no respondió, se mantuvo en silencio, un silencio que me produjo un escalofrío.
—Alex… — insistí.
—Lo de Antonio, Jair y todos los demás... eso también quedó terminado esta mañana — dijo con seriedad.
Sentí cómo si me hubieran echado un balde de agua fría; lo había hecho, había cumplido su palabra. Todo lo que había escuchado el lunes en el hospital, todo lo que yo no quería creer que era capaz de hacer, lo había hecho y seguramente, sin titubear.
Sentí que las lágrimas iban a escapar de mis ojos. No me di cuenta cuando Alejandro se puso de pie y caminó hasta el otro lado de la cama, acuclillándose frente a mí.
—Erick… — susurró — tienes que entender — su voz parecía una súplica — hay cosas que no puedo cambiar, cosas que… — intentó tomar mi mano.
—¡Basta! — grité poniéndome de pie y rechazándolo — no quiero que me toques, no quiero que te acerques, ¡¿entiendes?!
—Erick… — Alex se quedó ahí, recargando su brazo en el colchón, observándome hacia arriba, confundido.
—Creí que eras diferente, incluso, hasta hace unos días, pensaba que a pesar de todo, podías ser el mismo de hace tantos años, pero… — sollocé — ahora veo que, ¡el iluso fui yo! — aseguré con desespero — tú sigues siendo el mismo, solo que era yo el que pensaba que eras una persona distinta.
¿Cómo permitir que alguien como él se me acercara? ¿Cómo aceptar sus caricias sabiendo que era alguien que, escudándose en el amor que decía tenerme, mataba a diestra y siniestra, sin importar nada más? Eso no era amor, era una obsesión malsana; pero a pesar de saber todo eso, no podía evitar que mi corazón siguiera latiendo por él, que mi cuerpo aún deseara su calor, que mi alma anhelara su cariño, aunque fuese un cariño que terminaría dañándome.
—Erick, escúchame — se puso de pie — tienes que saber…
—¡No quiero! — negué — No quiero saber más de ti, ni de tu trabajo, ni de tus asuntos… no quiero saber a cuanta gente has matado, ni tampoco quiero imaginarme todo lo demás que has llegado a hacer, ¡sólo para encubrir tus atrocidades!
—Erick… — Alex me observó, sus ojos irradiaban tristeza, su semblante tenía una mueca de dolor — tú me dijiste que no importaba qué había hecho, me prometiste que siempre serías mío…
—¿Cómo quieres que sea tuyo después de saber lo que haces? — pregunté con dolor — ¡me mentiste! — grité y sollocé — en todo… confié en ti, ¡creí en ti! — reproché — y tú… tú simplemente haces lo que tú quieres, sin importar lo que yo sienta o piense… ¿tú crees que puedo ser cómo tú? ¡¿Crees que puedo matar a personas inocentes sin dudar?! — mi cuerpo temblaba de miedo, desespero y dolor — ¡No, Alejandro!, yo no puedo, no soy así, jamás sería así — lo dije para creerlo yo también, porque si no lo hacía, incluso si tenía la más mínima duda, era capaz de intentarlo, si eso me aseguraba estar a su lado — ¿o qué? — proseguí mientras mi labio temblaba — ¿me vas a vendar los ojos para que no vea los crímenes que cometes, mientras estamos juntos?
—Erick… — negó — todo lo que hice tiene justificación, tiene un por qué, créeme.
—¿Una justificación? ¡¿Matar a tu padre tiene justificación?! Matar a personas inocentes cómo las hijas de Antonio, ¡¿tiene justificación?!
Alejandro me observó por un instante con confusión, pero su semblante cambió rápidamente y la seriedad inundó su mirada.
—Entonces… ¿no confías en mí? — preguntó con calma.
—¡¿Cómo quieres que confíe en ti?! — pregunté frustrado — ¡¿cómo quieres que te siga amando sabiendo que eres un asesino?!
Alejandro bajó la mirada y apretó los puños — ¿eso piensas de mí? — su voz era débil.
—Sí… — le mentí en un susurro.
—Erick — levantó la vista y me observó, buscando mi mirada — hace días te pregunté si querías irte conmigo… ahora, después de todo esto, ¿has cambiado de parecer? — indagó.
—¡Por supuesto! — dije sin pensar, porque si lo pensaba, iba a responder la verdad, que realmente no quería alejarme de su lado — ¡Jamás me iría contigo! Jamás podría compartir la cama contigo de nuevo, sabiendo ¡quién eres en realidad!
—Erick… — Alejandro cerró sus ojos — no puedo dejarte — dijo fríamente y su voz no demostraba sentimiento alguno — pueden lastimarte — aseveró — a esta hora, todos saben que eres importante para mi… lo que te hicieron no es nada comparado a lo que te puede pasar y…
—No tienes que preocuparte — me abracé a mí mismo — me iré a Canadá, el próximo viernes aceptaré el ofrecimiento en mi trabajo.
—En cualquier parte correrás peligro… — insistió.
—¡¿Qué no entiendes que no quiero estar contigo?! — apreté mis parpados.
Me dolía decirle eso, me dolía mentirle, pero tenía que hacerlo. Necesitaba alejarlo porque si no lo hacía, así como él estaba hundido en ese mundo sin escrúpulos, por él, yo también me hundiría, por mi propia voluntad, solo para estar a su lado y no quería llegar a eso.
El rostro de Alejandro reflejó su asombro ante mis palabras — Erick… — susurró, intento acercarse a mí pero lo rechacé, haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad.
—¡Aléjate! — pedí casi en una súplica — no quiero que me vuelvas a tocar, me das asco — dije sin mirarlo a los ojos o terminaría sucumbiendo — me arrepiento de haberme entregado a alguien cómo tu… me duele pensar que he amado a un monstruo… me repugna recordar todo lo que hemos hecho en la cama, incluso más que recordar lo que me hicieron el fin de semana…
Encajé mis uñas en mis brazos al decir eso y mordí mi labio con fuerza; «perdóname…» pensé. No quería decir eso, pero era la única manera de que él me dejara en paz; necesitaba alejarlo de mí, necesitaba que se fuera de mi casa y de mi vida, porque de otra manera, terminaría aceptando que él tenía razón y no me iba a importar nada más, que estar con él.
—Erick… — su voz era seria — ¿tanto te molesta mi persona?
—¿Molestarme? — pregunté intentando ser sarcástico.
Levanté la vista por un instante, quería abrazarlo, quería besarlo, quería decirle que no me molestaba en lo absoluto, al contrario, lo necesitaba más que nunca, quería rogarle para que no me dejara y que me negara todo lo que me había dicho, aunque fuese una mentira, solo para poder estar en paz; pero ya había empezado, ya había tomado mi decisión de alejarlo, ahora tenía que cumplirla, bajé la mirada para poder decir las palabras que no sentía, para poder engañarlo hasta el final.
—Más que molestarme, Alejandro… ahora, simplemente… te odio…
La sorpresa invadió el semblante de Alex; cerró los ojos con lentitud y se quedó ahí, frente a mí, sin decir palabra. Momentos después sonrió de lado.
—Ya veo — dijo sin abrir los ojos — entonces no eres el único que se equivocó de persona a quien amar — aseguró — porque yo creí que me amabas y confiabas en mí, pero, me equivoqué.
Dio media vuelta y se enfiló a la puerta.
—Alejandro… — levanté la voz.
Él detuvo sus pasos y me observó por encima del hombro, sin decir nada, esperando a que yo terminara de decir lo que empecé, cuando mencioné su nombre.
Apreté mi mandíbula, estuve a punto de correr hacia él y pedirle que no se fuera, pero era demasiado tarde.
—Por favor… — tomé aire para armarme de valor — quiero que quites las cámaras y los micrófonos de mi casa.
—No te preocupes — sonrió — antes de que Miguel se vaya de aquí, lo hará, después de todo, ahora sé que en verdad, ya no quieres nada más de mi… adiós, Erick…
Él salió de la habitación y yo me quedé ahí, de pie, sin decir o hacer algo. Me senté en la cama y a pesar de que sentía que mi corazón estaba hecho pedazos, me obligué a no llorar.
Minutos después, la puerta sonó.
—Adelante — dije con debilidad.
—Con permiso — Miguel entró — el señor De León me mandó a…
—Lo sé — interrumpí — por favor, apresúrese, quiero quedarme sólo.
—Sí, señor…
Miguel se movió con rapidez, quitando algo de debajo de los burós, por dentro de los cajones; también quitó algo de la televisión y de un cortinero.
—¿Cuánto tiempo se tardará en quitar las demás? — pregunté.
—Eran las últimas — respondió con rapidez — el lunes se quitaron las del piso de arriba y el sótano, pues el señor dijo que ya no iban a ser necesarias en los próximos días y hace un momento, quité todo lo de la primer planta y las que quedaban en este piso.
—Gracias… — dije sin verlo.
—¿Necesita algo más antes de que me vaya al hotel?
—No, gracias.
—Con permiso, señor.
—Adiós… — me despedí y Miguel se fue.
Escuché cuando la puerta de la casa se cerró y al escuchar ese sonido, no pude más. El llanto me inundó y me tumbé contra la cama abrazando la almohada.
—Alex… ¡Alex! — lo llamé necesitado, desesperado, sintiéndome miserable por todas las mentiras que tuve que decir.
¿Por qué mi corazón no entendía que no podíamos estar juntos? ¿Por qué mi alma tampoco quería renunciar y me decía que no importaba si ese mundo tan oscuro me envolvía, si sólo era para estar con él? Tenía que estar loco, tenía que estar enfermo, pero cualquiera de las dos, ya no importaba, porque por mucho que quisiera volver a estar con él, ya no iba a ser posible.
Seguramente lo había lastimado; las cosas que le dije habían sido tan horribles, tan dañinas y destructivas que jamás me lo iba a perdonar, pues ni yo mismo lo haría. Pero, a pesar de que lo amaba y a pesar de que no quería renunciar a él, la sola idea de estar con alguien que mataba sin dudar, me hacía temblar.
Ya no había vuelta atrás, mi decisión estaba tomada y por mucho que me doliera, tenía que aceptar que, desde el principio, nuestro destino no era estar juntos.
Me quede por largo rato llorando, sentía que el dolor que me embargaba era el más amargo de todos; yo mismo había alejado a la única persona que había amado en toda mi vida y me arrepentía de ello. Pero no podía echarme para atrás porque, de ser así, entonces, tendría que admitir que lo que creía correcto, ahora ya no tenía valor, sólo porque Alejandro hacía lo contrario.
La oscuridad inundó mi habitación, sorprendiéndome aún en medio de un llanto débil y sollozos ligeros; entendí que ya era tarde y seguramente, había pasado horas así. Me puse de pie y encendí la luz de mi habitación, después bajé las escaleras. No prendí las luces navideñas, ni tampoco me preparé comida, lo único a lo que bajé, era a alimentar a mis hijos.
Les serví comida a todos y a Rain lo dejé en la habitación de la planta baja. Iba a volver a subir cuando me di cuenta que había un mensaje en la contestadora.
Caminé a la mesita en la sala y presioné el botón; después de la clásica grabación mía, empezó a escucharse la voz de Luís.
—“…Erick, solo quería avisarte que mañana iremos a verte Daniel, Víctor y yo, no te preocupes, dile a Alex que iremos tarde, para que no tengan que levantarse temprano, porque me imagino que festejaran noche buena, navidad y tu cumpleaños, así que, nos vemos mañana, cómo a las doce del mediodía… pasa una buena noche y saludos a Alex…”
—Saludos a Alex… — repetí y sonreí cansado.
¿Qué pensarían mis amigos cuando les dijera que todo había terminado? ¿Qué pensaría Luís? No, no quería decirles, no quería que supieran, ni siquiera quería aceptarlo yo.
Miré hacia la puerta; aún podía ir, podía tomar un taxi en ese momento e ir tras Alex, buscarlo y disculparme, pedirle que me hiciera el amor y olvidar entre sus brazos todo lo que había ocurrido, así tuviera que pasar la noche despierto, no me importaría en lo más mínimo, si era gimiendo para él.
Negué y me obligué a no pensar en ello.
Regresé mis pasos y subí las escaleras; en mi habitación, entré al vestidor a ponerme el pijama y cuando terminé de cambiarme, antes de salir de ahí, caminé hacia la parte que había estado usando Alex.
Todas sus cosas aún estaban ahí.
Agarré una camisa y le agregué un poco de su perfume, la apresé contra mi pecho y aspiré su aroma con vehemencia; con ese tesoro en mis brazos caminé a la cama y me hice un ovillo después de cubrirme con los edredones.
—Alex… — un susurro, un sollozo, una lágrima — vuelve… — supliqué — oblígame a ir contigo… por favor…
Volví a llorar, apresando su camisa contra mi pecho, tratando de sentir un poco de alivio para mi dolor, pero era imposible; sabía perfectamente que jamás podría sentirme bien sin la compañía de Alejandro.
En medio de mi llanto, el sueño me invadió sin que me diera cuenta.
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