Dudas
Martes, diciembre 23
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Me removí inquieto entre las sabanas, mi cuerpo se estremecía por el miedo; entreabrí mis ojos y respiré agitado, acababa de tener una pesadilla, reviviendo todo lo que me había pasado los últimos días.
Pasé mi mano por mi frente de forma nerviosa, a pesar del frío, estaba sudoroso; limpié las gotas y traté de normalizar mi respiración.
«No era real…», pensé y mis músculos se tensaron; tal vez, en ese momento que lo había soñado, no había sido real, pero eso no quitaba que sí había sucedido.
Intenté estirar mi cuerpo pero no pude hacerlo con comodidad; pasé mi mano izquierda sobre mi hombro derecho, me molestaba.
—Buenos días — la voz de Marisela me hizo girar mi rostro, buscándola, ella estaba a mi lado, en un sillón reclinable, leyendo un libro, se quitó los lentes y me sonrió — ¿cómo se siente?
—Bien… — respondí tallando mis ojos para desperezarme.
Mi cama no estaba completamente horizontal, así que pude observar sin problemas a mí alrededor. Nuevamente, un ramo de rosas y orquídeas blancas, estaba en la mesa que había en la habitación; el reloj marcaba las nueve con veinticuatro minutos y el cristal estaba tan empañado que no podía ver al exterior.
—¿Quiere desayunar?
—Sí, gracias — asentí — tengo un poco de hambre.
Marisela se puso de pie y presionó el botón para llamar a alguien; solo pasaron unos segundos cuando una enfermera llegó a la habitación, con paso apresurado — ¿necesita algo? — preguntó con amabilidad.
—El señor desea desayunar — Marisela me señalo delicadamente — ¿podríamos pedir algo en este momento?
—Sí, por supuesto — la joven se despidió y salió de la habitación.
Cerré mis ojos y dejé que mi cuerpo se hundiera en el colchón. En el fondo, quería preguntar por Alex, pero en realidad, no quería saber lo que estaría haciendo en ese momento; seguramente estaba con sus asuntos y sus absurdas venganzas y yo, tenía miedo de corroborarlo.
La puerta se abrió, entró un hombre vestido con una bata blanca y en su mano, traía una tabla con varios papeles.
—Buenos días — saludó efusivamente — ¿cómo amaneció el paciente?
Marisela le permitió acercarse a mí después de saludarlo, mientras ella se sentaba nuevamente en el sillón.
—Buenos días — respondí al doctor — mejor, gracias.
—¡Qué bien! — repasó los documentos y sonrió ampliamente — bueno, los resultados de todos los análisis que se le realizaron, no muestran ninguna irregularidad — levanté una ceja, no sabía a qué se refería con eso — excepto que, necesita comer muy bien, está bajo en su peso — aseguró — pero, de todo lo demás, está perfecto y creo que puede retirarse a su casa en este momento, si lo desea.
—Acabamos de pedir el desayuno — la voz de Marisela lo interrumpió — creo que, debería quedarse hasta que coma, pues ayer no cenó.
—¿No cenó? — el médico frunció el ceño — ahora veo porque está así, tendrá que ir a su casa con una dieta rigurosa — anotó algo en un documento — porque si no, aquí lo veremos nuevamente, antes de año nuevo.
—Está bien — asentí — no se preocupe.
—Bueno, empezaré a realizar su hoja de alta — dio media vuelta — con permiso.
El doctor salió de la habitación sin decir más y Marisela se acercó a mí.
—¿Está cómodo? — preguntó ella con una dulce sonrisa.
—Sí — suspiré — Marisela, a que se refería el doctor con los análisis.
—El señor De León solicitó que se le practicara todos los exámenes necesarios, después de lo que le sucedió, era imprescindible asegurarse de que no tuviera… — parecía dudar en la palabra que usaría — secuelas — dijo al fin.
—¿Alguna enfermedad? — pregunté con sarcasmo.
—Sí, señor — respondió con seriedad.
Eso era incómodo; no había pensado en la posibilidad de que, debido a lo que me habían hecho, pudiera estar enfermo. Si algo hubiera salido mal en los estudios o si me hubiesen dicho que tenía alguna enfermedad incurable, no hubiera sabido qué hacer o cómo reaccionar. Mi cuerpo se estremeció, todo era tan difícil de asimilar para mí.
Cuando me repuse de ese pequeño shock, miré fijamente a Marisela, directamente a sus ojos y por fin, me atreví a preguntar — ¿dónde está Alex?
Ella desvió la mirada — el señor De León no está en la ciudad — se notaba nerviosa — salió ayer mismo, es probable que regrese en la noche o mañana, por eso Miguel y yo, lo estaremos acompañando hasta que él vuelva.
—¿A dónde…? — mordí mi labio, tenía miedo de saber, pero tampoco quería quedarme con la duda — ¿A dónde fue?
—El señor fue a visitar a su familia — respondió sin más.
Pasé saliva y giré mi rostro, viendo hacia el ventanal; Alejandro había ido a matar a su padre cómo había dicho, de eso no había duda.
—Y… — cerré mis parpados para decir las cosas, sin demostrar el miedo que tenía a la respuesta — ¿la situación con Antonio?
—Creo que, lo terminará cuando regrese — respondió ella, con calma y seriedad — es todo lo que sé por el momento… el señor pensó que, era mejor arreglar la situación con su padre, antes de finiquitar el asunto con Antonio y su familia.
—Entiendo…
En ese momento alguien tocó la puerta, un joven llegó con una charola — buenos días — saludó, pero yo no estaba de ánimos para hablar con nadie, la única que respondió fue Marisela. El muchacho dejó la charola y se retiró.
—¿Puede comer o necesita ayuda? — Marisela era muy solícita conmigo, más, no entendía si era su trabajo o era porque ella era así en realidad.
—Puedo yo solo, gracias — me senté correctamente en la cama y tomé la cuchara, al dar el primer bocado hice una mueca de desagrado. Me habían llevado avena.
—¡¿Sucede algo?! — Marisela se acababa de sentar en el sillón, pero al ver mi reacción, se incorporó de un salto, evidentemente preocupada.
—No me gusta la avena — una sonrisa nerviosa bailó en mis labios mientras removía con la cuchara, el líquido pastoso.
—Ah, ya veo — ella sonrió más tranquila — ¿quiere que le pida algo más?
—No — negué — lo comeré, de todos modos, es bueno para mí y mi cuerpo lo necesita… — dije en un susurro, repitiendo lo que hacía días, Alejandro me había dicho.
Desayuné lo más rápido que pude, no quería saborear la avena, así que, fue lo primero que comí, después, disminuí el mal sabor con la fruta y el pan. Apenas terminé, el joven regresó por la charola.
Minutos más tarde, una enfermera llegó a quitarme el suero y avisar que ya podía retirarme cuando lo deseara, pues mi alta estaba dada. Marisela se hizo cargo de todo; trajo una maleta con ropa, me ayudó a cambiarme, fue por los documentos y después, cuando ya estaba todo listo para salir, Miguel me ayudó a sentarme en la silla de ruedas. A pesar de que al principio me negué, pues me encontraba lo suficientemente bien para hacerlo yo mismo, él insistió en hacerlo.
—¿Desea que nos llevemos las flores?
Posé mi vista en Marisela y después en el ramo de flores que había en el jarrón que señaló con su mano.
—No — negué — no es necesario — forcé una sonrisa.
Ella asintió y caminó a mi lado, mientras Miguel empujaba la silla y llevaba la maleta al hombro. Al recorrer el piso, me di cuenta que, ciertamente, estaba completamente solo; en la pequeña recepción de la planta, sólo estaba la enfermera que me había quitado el suero.
—¡Que le vaya bien! — dijo a modo de despedida cuando pasé por allí.
Yo simplemente le agradecí con un gesto.
—¿Podemos…? — suspiré — ¿podemos ver a Agustín antes de irnos? — pregunté antes de entrar al elevador.
—Claro que sí, señor — Marisela me sonrió y me puso una mano en el hombro.
Bajamos solo un par de pisos. Al salir del elevador, miré que, al igual que donde yo estaba, el piso estaba casi solo, excepto porque, aparte de un par de hombres vestidos de negro, había también policías.
—¿Por qué…?
Marisela entendió mi pregunta con rapidez, aunque no me atreví a terminarla.
—Aquí está Agustín, además, en este piso, hay agentes de policía que salieron heridos el sábado — explicó — el señor De León se hizo responsable de sus gastos, por eso también hay oficiales haciendo guardia.
—Entonces, ¿por qué ayer no…?
—¿Por qué no intervinieron ayer en la situación de su habitación? — sonrió de lado — porque no se permitía el acceso a ese piso y tenían prohibido, por sus jefes, subir a ese lugar — dijo con rapidez — ese piso no estaba bajo su jurisdicción.
Me quedé con la boca abierta ante sus palabras. ¿Qué tanto poder tenía Alejandro? ¿Podía manejar a su antojo las acciones de la policía? ¿Qué más hacía aparte de comprar el silencio? Todo eso me rondaba la cabeza, jamás imaginé que él tuviera razón cuando decía que había hecho cosas horribles, pero ahora, solo podía imaginar lo peor.
Llegamos a una habitación, en la puerta había dos hombres mayores; por su vestimenta, deduje que eran trabajadores de Alejandro. Me permitieron pasar con rapidez, pero fue Marisela la que me acompañó, pues Miguel se quedó fuera, platicando con ellos.
Al llegar a la cama, Agustín estaba dormido; pude notar todos los aparatos que monitoreaban su cuerpo y el sonido contante de los mismos, indicando que todo estaba bien en ese momento.
Acaricié su mano, cuando estuve a su lado, se miraba pálido, sus labios estaban secos y su respiración apenas era perceptible; no parecía el mismo chico risueño que platicaba conmigo, ni el que me había acompañado de compras, ni siquiera el que cuidaba de mis hijos. La culpa me invadió y las lágrimas se agolparon en mis ojos; Agustín no estaría así de no haber sido por mí. Bajé la mirada y sollocé; sentí que él movía su mano y al levantar mi vista, él tenía los ojos entreabiertos.
—Señor… Erick… — su voz era débil.
—Hola… — sonreí, pero las lágrimas rodaban por mis mejillas.
—¿Por qué… llora…?
—Lo siento… — me disculpe — es mi culpa… — apreté su mano con la mía — yo no debí decirte que salieras sin tu chaleco y que no llamaras a nadie…
Agustín suspiró — es… mi culpa… — sonrió — pero… no se… preocupe… estoy bien… es sólo… mi primer… herida… en el trabajo… — se quejó un poco.
—No debes esforzarte — Marisela lo reprendió con suavidad — aún estás débil, en una semana o dos, estarás mejor.
Limpié mis lágrimas y sonreí — te compraré otra consola — aseguré — te la traeré para que te entretengas y… — un nudo en mi garganta hizo que mi voz no saliera, pero pude respirar para calmarme — te vendré a ver pronto… también en navidad, para que me felicites por mi cumpleaños…
Él sonrió — no podrá… tiene que salir… del país… con el señor… cuando yo… esté bien… volveré a cuidarlo… pero… le prometo… que no… volveré a dejar… que… le pase… nada…
—No te preocupes — negué débilmente — ya no me va a pasar nada, nunca más…
—Señor — Marisela me tocó del hombro — es mejor dejarlo descansar.
—Sí… — asentí — vendré pronto Agustín — sonreí — te lo prometo.
Agustín cerró sus ojos y respiró con calma; después de eso, Marisela me llevó a la salida mientras yo limpiaba mis lágrimas.
Había sido mi culpa que Agustín casi muriera, había sido mi culpa todo lo que había pasado y por mí, Alejandro iba a cometer locuras. Todo había sido por mí, desde la preparatoria, el problema fue porque yo me enamoré de alguien que no debía, no solo por los dilemas sociales y morales, sino por lo diferente que éramos, el uno del otro.
Quizá el error fue mío, el primer día que nos vimos al reencontrarnos, pude controlarme, alejarme de él, a pesar de que mi mundo tembló por volver a tenerlo cerca; pero, el siguiente día, sucumbí ante mis emociones reprimidas, sentimientos que debieron quedar enterrados en el pasado. Debí mantenerme firme y no dejar que mis deseos me dominaran, pero no pude; no pude porque lo amaba, porque, a pesar de todo lo que había pasado en mi vida, jamás había podido olvidarlo. Volver a verlo había sido lo mejor que podía recordar, solo que, después de lo ocurrido me daba cuenta que no debió suceder; yo no debí caer bajo el encanto de Alejandro, porque si yo me hubiera negado, si yo lo hubiera rechazado, nada habría pasado.
Pero si aceptaba esa cuestión, implicaría que debía rendirme, que tenía que admitir que lo que mi padre me dijo cuando era joven era cierto; eso que sentía por Alex era absurdo, una aberración, algo que no me iba a traer más que problemas y no solo a mí, sino a los que me rodeaban.
Ahora, al verlo a la distancia, por el trabajo de mi padre, quizá estaba enterado de lo que hacía la familia de Alejandro, por eso no quería que estuviera con él y si lo que Alex dijo de su padre era cierto, que él tampoco quería que estuviéramos juntos y nos había separado, tal vez, había algo más en las reacciones de mi padre que simple homofobia.
Toda mi vida había pensado que mi padre no quería aceptar que fuera gay, especialmente porque él era un hombre hecho y derecho, educado bajo un estricto régimen militar, pero tal vez, me había equivocado. Solo que ya no podía preguntarle, porque estaba muerto y hablar con mi madre era imposible; para ella, lo que sucedió en aquel entonces, desde el momento que me alejé de Alex, había quedado en el olvido.
Pecado, según mi familia, eso era lo que sentía por Alejandro un horrible pecado. Un error, según mi percepción, pero eso implicaría que mis decisiones siempre habían sido errores, no solo Alex; también mi carrera, obligado por mi padre; mi boda con Vicky, pensando que, lo que sentía por ella era más que simple cariño y necesidad de compañía; Luís, sin poner atención a lo que sentía por mí, dejándolo sólo cómo un amigo, a pesar de que, inconscientemente, me gustaba su forma diferente de tratarme; yo mismo, en cada acción que realizaba para tratar de no estar solo, había terminado por caer en una cadena de errores que no podía romper; todas esas mujeres que fueron mis amantes de una noche, sólo para evitar llorar por la falta de compañía en mi casa.
¿Todo había sido un error?
Tal vez no todo, pero, de algo podía estar seguro, todo era mi culpa.
Pasé todo el trayecto hasta mi casa, ensimismado en mis pensamientos; no dije nada en todo el camino y aunque escuchaba las voces de Marisela y Miguel, no supe de qué hablaban.
Al llegar, Marisela se encargó de llevar a mis hijos al patio de atrás, mientras Miguel me cargó en brazos hasta el interior; ahí estaba la señora Josefina, con su semblante preocupado, apenas cruzamos algunas palabras de saludo. Miguel no se detuvo, me llevó hasta mi habitación y me depositó en la cama con sumo cuidado, después se retiró.
Mi cabeza me dolía, pero no sabía si era por todo lo que pensaba o simplemente era por la falta de café.
Cuando puse atención a mi habitación, un pequeño arreglo de rosas blancas y orquídeas estaba en mi buró, moví mi mano para acariciar una de las flores; por eso no había querido llevarme las del hospital, estaba seguro que Alex también había mandado flores a mi casa. Momentos después, unos golpes en la puerta me sobresaltaron.
—¿Sí? — pregunté con miedo, pensando que quizá era Alejandro.
—Soy yo — la señora Josefina entró — vine a ver si necesitaba algo.
—No — negué — gracias…
—Son muy bonitas — señaló con su rostro a las flores, las cuales yo aún acariciaba con mi mano.
—Sí — asentí retirando mi mano — muy bonitas, pero, no creo que vayan conmigo.
—¿Por qué? — preguntó con voz dulce — usted siempre compró de esas para su esposa.
—Porque a ella le gustaban, además… — respiré profundamente — yo soy hombre y esas cosas no son para alguien como yo — puse un semblante serio.
—A veces, un hombre necesita más amor que una mujer — dijo con una leve sonrisa — nosotras somos mucho más fuertes de lo que ustedes los hombres piensan — aseguró — pero ustedes son como niños… descanse, vendré más tarde a traer su comida y medicamentos — dio media vuelta y salió de la habitación.
Me recosté completamente en mi cama, arropándome con las cobijas y edredones, ya no quería pensar más, las dudas me estaban volviendo loco, así que, preferí obligarme a dormir, a pesar de no tener sueño.
* * *
—Erick… Erick, despierta… — el leve susurro cerca de mi oído, me hizo estremecer — Erick, no pedí permiso en mi trabajo para verte dormir…
Me removí y entreabrí mis ojos. Sentado en la orilla de mi cama estaba Luís; él sonrió cuando me vio abrir los ojos.
—Luís… — susurré.
—Disculpa si te despierto, pero la señora Josefina dijo que estabas profundamente dormido y no pudo despertarte, además tienes que co…
Él estaba hablando pero yo me incorporé con rapidez y lo abracé; pasé mi mano izquierda por su cuello, la derecha por su costado y hundí mi rostro en su hombro. Empecé a llorar como un niño, necesitaba desahogarme, necesitaba sacar todo el dolor que estaba lastimando mi alma.
Luís no se movió, parecía haberse quedado estático ante mi reacción; momentos después, su brazo, ese que no tenía el yeso, pasó por mi espalda para abrazarme con suavidad. No dijo nada, sólo se quedó en silencio, aguardando a que yo me tranquilizara.
¿Cuántos minutos pasé así? Era la primera vez que sentía esa sensación cálida que provenía de alguien más que no era Alejandro; una sensación distinta, que no estaba llena de esos sentimientos tan fuertes y arrebatados, que terminaban llenándome de pasión y lujuria. No, eso que sentía, era un sentimiento dulce, lleno de afecto, ternura y cariño, una sensación a la que jamás le había puesto tanta atención, cómo en ese momento.
—Lo siento… — susurré mientras me alejaba con lentitud, limpié mi nariz con la manga de mi camisa — ya te ensucié…
—Está bien — sonrió — necesitabas desahogarte y supongo que en el hospital no pudiste.
—No — negué y respiré hondo — no pude — bajé la mirada y la posé en el colchón.
Luís movió su mano y acarició mi mejilla — Erick… — me levantó el rostro por mi barbilla — ¿qué te pasa?
—Creo que… todo lo que pasé, me afectó…
—No — negó con seriedad — si fuera eso, ayer que te visitamos, hubieras estado igual, pero no era así, tu mirada no estaba tan apagada cómo ahora, algo te duele, te está lastimando, ¿qué es? — insistió.
—Creo que… — mi respiración se agitó, tenía miedo de decir lo que pensaba en ese momento — creo que… estoy dudando…
—Dudando, ¿de qué? — Luís levantó una ceja.
Mis labios temblaron y moví el rostro para alejarme de la mano de Luís, pero él volvió a sujetarme por el mentón y me obligó a verlo.
—Erick — insistió, pero ahora su mirada mostraba preocupación — ¿qué te pasa?
—Tenías razón — dije al fin y las lágrimas fluyeron de nuevo — es peligroso y creo que… creo que… tengo miedo… — el sollozo ya no me permitió seguir hablando.
Luís me miró desconcertado, era obvio que no entendía lo que le decía, así que optó por volverme abrazar, solo que en ese momento, con mayor fuerza — cálmate — susurró.
Varios minutos después, volví a calmarme y Luís posó su frente contra la mía — Erick — sonrió — si no te calmas y me dices las cosas bien, no voy a poder entenderte — aseguró.
—Luís… — mi respiración aún era agitada.
—Tranquilo — su mano bajó por mi mejilla hasta mi cuello — trata de imitar mi respiración, así te calmarás…
Hice lo que me pidió, cerré mis ojos y me concentré en seguir su respiración con la mía; poco a poco me normalicé y pude respirar tranquilamente, aun así, Luís no se alejó, hasta que estuvo seguro que podría hablar sin problemas.
—¿Mejor? — sonrió.
—Sí — dije calmadamente — mejor…
—Ahora sí, dime, ¿de qué tienes miedo?
—Luís… — iba a hablar pero, algo me detuvo.
Sí se lo decía, si le decía lo que sucedía en realidad, de lo que me había enterado sobre Alex, tal vez Luís estaría en peligro y si algo le pasaba a mi amigo, no me lo iba a perdonar nunca.
Apreté mis labios y desvié la mirada, necesitaba encontrar algo que decirle.
—¿Erick?
—Alex quiere que me vaya con él — dije al fin — pero tengo miedo de cometer un error…
Luís levantó una ceja y me observó intrigado — no creo que eso fuera lo que me querías decir — aseguró — dijiste que tenías miedo y que era peligroso.
—Es que — apreté las sabanas con mis puños — creo que, Alex es peligroso… su trabajo… es decir, tiene, muchos enemigos y yo… yo no sé nada y… lo que pasó… lo que pasó…yo…
Luís suspiró — Erick, es obvio que el trabajo de Alejandro es complicado — dijo con calma — tú mismo me lo explicaste hace varios días ¿o no?, es rico y obviamente, eso lo pone en la mira de muchos — sonrió — pero todo este tiempo he visto que te quiere — lo miré de soslayo — el sábado, cuando nos avisaron lo que pasó, él estaba buscándote con desesperación y el domingo… — me miró a los ojos — el domingo cuando lo vi fuera de tu habitación en el hospital, bueno… — titubeó — jamás pensé que alguien como él, podría llorar de esa manera, pero fue una sorpresa ver hasta dónde llegaba su preocupación por ti — sonrió con tristeza — no creo que él permita que te pase nada de nuevo.
Las palabras de Luís me sorprendieron, nunca imaginé que Luís lo defendería, tal vez no lo hacía cómo un gran amigo de Alejandro, pero era obvio que había algo que, lo hizo cambiar de opinión hacia Alex.
—¿Y si pasa…? — pregunté nervioso — ¿y si pasa algo que no se pueda arreglar?
Luís sonrió — ese no eres tú — aseguró — el Erick que yo conozco, no se preocuparía por eso, porque el Erick que yo conozco defiende lo que siente, ante todo y todos, y no se preocupa por lo que podría pasar, sino por lo que siente — señaló mi pecho — aquí.
Mordí mi labio, Luís tenía razón, pero yo ya no estaba seguro de lo que sentía por Alex.
—Si te sientes incómodo — prosiguió — por qué no hablas con él, así podrías arreglar la situación y encontrarían una respuesta juntos.
—Tal vez… — dije sin ánimo.
—Pero, espero que no te tengas que ir — hizo una mueca de descontento — si te vas, te extrañaré… Daniel y Víctor también — me guiño un ojo — ahora, ¡arriba esos ánimos!, iré a decirle a la señora Josefina que estás despierto, para que te traiga la comida y después, si quieres, podemos hacer algo más, cómo ver una película, mientras llegan Daniel y Víctor.
—Está bien — asentí — ¿puedes bajar las escaleras? — me preocupaba que se lastimara.
—Sí puedo, no te preocupes.
—No, espera — quité las cobijas poniéndome de pie — mejor bajo y comemos juntos.
—Bueno, está bien, la verdad, también tengo hambre.
* * *
Luís y yo, bajamos juntos; la señora Josefina nos sirvió de comer, también me comentó que Marisela se había ido al hotel pero Miguel estaba en la cochera, descansando dentro del automóvil, por si necesitaba algo. Luís y yo estuvimos un rato platicando de cosas del trabajo, y antes de que la señora Josefina se fuera, llegaron Víctor y Daniel.
Nos quedamos los cuatro solos porque Miguel llevó a su casa a la señora Josefina, así que, mientras ellos comían, yo me preparé un café, así rompí mi abstinencia y me sentí mejor. Después, bajamos al sótano y empezamos a jugar cómo si se tratara de un sábado, pero cómo Luís no podía usar bien los controles, preferimos ver películas en vez de seguir jugando.
Casi a las nueve de la noche volvimos a subir, cenamos lo que la señora Josefina nos había dejado preparado y después, mis amigos se retiraron. Miguel entró a la casa para cerciorarse que estaba bien y que no ocupara nada.
—Y… ¿Alex? — pregunté antes de subir las escaleras para volver a mi habitación, pues Miguel iba a alimentar a mis hijos.
—El señor aún no vuelve — respondió con seriedad — lo esperamos mañana temprano.
—Gracias… buenas noches…
Me despedí escuetamente y subí las escaleras; a pesar de que todo el día estuve tratando de distraerme, no pude quitar de mi cabeza lo que había ocurrido y mientras volvía a recostarme en la cama, para descansar, tuve que tomar una decisión.
Quizá era necesario poner tierra de por medio cómo días atrás, Héctor me había comentado, pero eso no significaba que me iba a ir con Alex, al contrario; lo que quería en ese momento era alejarme de él.
Así que, lo más seguro para mí y para todos, sería que el día 26, al presentarme al trabajo, aceptara mi cambio a Canadá. Pero era mejor no decir nada, no hasta que pusiera un punto final en mi relación con Alex, aunque con ello, mi corazón muriera.
* * *
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Me removí inquieto entre las sabanas, mi cuerpo se estremecía por el miedo; entreabrí mis ojos y respiré agitado, acababa de tener una pesadilla, reviviendo todo lo que me había pasado los últimos días.
Pasé mi mano por mi frente de forma nerviosa, a pesar del frío, estaba sudoroso; limpié las gotas y traté de normalizar mi respiración.
«No era real…», pensé y mis músculos se tensaron; tal vez, en ese momento que lo había soñado, no había sido real, pero eso no quitaba que sí había sucedido.
Intenté estirar mi cuerpo pero no pude hacerlo con comodidad; pasé mi mano izquierda sobre mi hombro derecho, me molestaba.
—Buenos días — la voz de Marisela me hizo girar mi rostro, buscándola, ella estaba a mi lado, en un sillón reclinable, leyendo un libro, se quitó los lentes y me sonrió — ¿cómo se siente?
—Bien… — respondí tallando mis ojos para desperezarme.
Mi cama no estaba completamente horizontal, así que pude observar sin problemas a mí alrededor. Nuevamente, un ramo de rosas y orquídeas blancas, estaba en la mesa que había en la habitación; el reloj marcaba las nueve con veinticuatro minutos y el cristal estaba tan empañado que no podía ver al exterior.
—¿Quiere desayunar?
—Sí, gracias — asentí — tengo un poco de hambre.
Marisela se puso de pie y presionó el botón para llamar a alguien; solo pasaron unos segundos cuando una enfermera llegó a la habitación, con paso apresurado — ¿necesita algo? — preguntó con amabilidad.
—El señor desea desayunar — Marisela me señalo delicadamente — ¿podríamos pedir algo en este momento?
—Sí, por supuesto — la joven se despidió y salió de la habitación.
Cerré mis ojos y dejé que mi cuerpo se hundiera en el colchón. En el fondo, quería preguntar por Alex, pero en realidad, no quería saber lo que estaría haciendo en ese momento; seguramente estaba con sus asuntos y sus absurdas venganzas y yo, tenía miedo de corroborarlo.
La puerta se abrió, entró un hombre vestido con una bata blanca y en su mano, traía una tabla con varios papeles.
—Buenos días — saludó efusivamente — ¿cómo amaneció el paciente?
Marisela le permitió acercarse a mí después de saludarlo, mientras ella se sentaba nuevamente en el sillón.
—Buenos días — respondí al doctor — mejor, gracias.
—¡Qué bien! — repasó los documentos y sonrió ampliamente — bueno, los resultados de todos los análisis que se le realizaron, no muestran ninguna irregularidad — levanté una ceja, no sabía a qué se refería con eso — excepto que, necesita comer muy bien, está bajo en su peso — aseguró — pero, de todo lo demás, está perfecto y creo que puede retirarse a su casa en este momento, si lo desea.
—Acabamos de pedir el desayuno — la voz de Marisela lo interrumpió — creo que, debería quedarse hasta que coma, pues ayer no cenó.
—¿No cenó? — el médico frunció el ceño — ahora veo porque está así, tendrá que ir a su casa con una dieta rigurosa — anotó algo en un documento — porque si no, aquí lo veremos nuevamente, antes de año nuevo.
—Está bien — asentí — no se preocupe.
—Bueno, empezaré a realizar su hoja de alta — dio media vuelta — con permiso.
El doctor salió de la habitación sin decir más y Marisela se acercó a mí.
—¿Está cómodo? — preguntó ella con una dulce sonrisa.
—Sí — suspiré — Marisela, a que se refería el doctor con los análisis.
—El señor De León solicitó que se le practicara todos los exámenes necesarios, después de lo que le sucedió, era imprescindible asegurarse de que no tuviera… — parecía dudar en la palabra que usaría — secuelas — dijo al fin.
—¿Alguna enfermedad? — pregunté con sarcasmo.
—Sí, señor — respondió con seriedad.
Eso era incómodo; no había pensado en la posibilidad de que, debido a lo que me habían hecho, pudiera estar enfermo. Si algo hubiera salido mal en los estudios o si me hubiesen dicho que tenía alguna enfermedad incurable, no hubiera sabido qué hacer o cómo reaccionar. Mi cuerpo se estremeció, todo era tan difícil de asimilar para mí.
Cuando me repuse de ese pequeño shock, miré fijamente a Marisela, directamente a sus ojos y por fin, me atreví a preguntar — ¿dónde está Alex?
Ella desvió la mirada — el señor De León no está en la ciudad — se notaba nerviosa — salió ayer mismo, es probable que regrese en la noche o mañana, por eso Miguel y yo, lo estaremos acompañando hasta que él vuelva.
—¿A dónde…? — mordí mi labio, tenía miedo de saber, pero tampoco quería quedarme con la duda — ¿A dónde fue?
—El señor fue a visitar a su familia — respondió sin más.
Pasé saliva y giré mi rostro, viendo hacia el ventanal; Alejandro había ido a matar a su padre cómo había dicho, de eso no había duda.
—Y… — cerré mis parpados para decir las cosas, sin demostrar el miedo que tenía a la respuesta — ¿la situación con Antonio?
—Creo que, lo terminará cuando regrese — respondió ella, con calma y seriedad — es todo lo que sé por el momento… el señor pensó que, era mejor arreglar la situación con su padre, antes de finiquitar el asunto con Antonio y su familia.
—Entiendo…
En ese momento alguien tocó la puerta, un joven llegó con una charola — buenos días — saludó, pero yo no estaba de ánimos para hablar con nadie, la única que respondió fue Marisela. El muchacho dejó la charola y se retiró.
—¿Puede comer o necesita ayuda? — Marisela era muy solícita conmigo, más, no entendía si era su trabajo o era porque ella era así en realidad.
—Puedo yo solo, gracias — me senté correctamente en la cama y tomé la cuchara, al dar el primer bocado hice una mueca de desagrado. Me habían llevado avena.
—¡¿Sucede algo?! — Marisela se acababa de sentar en el sillón, pero al ver mi reacción, se incorporó de un salto, evidentemente preocupada.
—No me gusta la avena — una sonrisa nerviosa bailó en mis labios mientras removía con la cuchara, el líquido pastoso.
—Ah, ya veo — ella sonrió más tranquila — ¿quiere que le pida algo más?
—No — negué — lo comeré, de todos modos, es bueno para mí y mi cuerpo lo necesita… — dije en un susurro, repitiendo lo que hacía días, Alejandro me había dicho.
Desayuné lo más rápido que pude, no quería saborear la avena, así que, fue lo primero que comí, después, disminuí el mal sabor con la fruta y el pan. Apenas terminé, el joven regresó por la charola.
Minutos más tarde, una enfermera llegó a quitarme el suero y avisar que ya podía retirarme cuando lo deseara, pues mi alta estaba dada. Marisela se hizo cargo de todo; trajo una maleta con ropa, me ayudó a cambiarme, fue por los documentos y después, cuando ya estaba todo listo para salir, Miguel me ayudó a sentarme en la silla de ruedas. A pesar de que al principio me negué, pues me encontraba lo suficientemente bien para hacerlo yo mismo, él insistió en hacerlo.
—¿Desea que nos llevemos las flores?
Posé mi vista en Marisela y después en el ramo de flores que había en el jarrón que señaló con su mano.
—No — negué — no es necesario — forcé una sonrisa.
Ella asintió y caminó a mi lado, mientras Miguel empujaba la silla y llevaba la maleta al hombro. Al recorrer el piso, me di cuenta que, ciertamente, estaba completamente solo; en la pequeña recepción de la planta, sólo estaba la enfermera que me había quitado el suero.
—¡Que le vaya bien! — dijo a modo de despedida cuando pasé por allí.
Yo simplemente le agradecí con un gesto.
—¿Podemos…? — suspiré — ¿podemos ver a Agustín antes de irnos? — pregunté antes de entrar al elevador.
—Claro que sí, señor — Marisela me sonrió y me puso una mano en el hombro.
Bajamos solo un par de pisos. Al salir del elevador, miré que, al igual que donde yo estaba, el piso estaba casi solo, excepto porque, aparte de un par de hombres vestidos de negro, había también policías.
—¿Por qué…?
Marisela entendió mi pregunta con rapidez, aunque no me atreví a terminarla.
—Aquí está Agustín, además, en este piso, hay agentes de policía que salieron heridos el sábado — explicó — el señor De León se hizo responsable de sus gastos, por eso también hay oficiales haciendo guardia.
—Entonces, ¿por qué ayer no…?
—¿Por qué no intervinieron ayer en la situación de su habitación? — sonrió de lado — porque no se permitía el acceso a ese piso y tenían prohibido, por sus jefes, subir a ese lugar — dijo con rapidez — ese piso no estaba bajo su jurisdicción.
Me quedé con la boca abierta ante sus palabras. ¿Qué tanto poder tenía Alejandro? ¿Podía manejar a su antojo las acciones de la policía? ¿Qué más hacía aparte de comprar el silencio? Todo eso me rondaba la cabeza, jamás imaginé que él tuviera razón cuando decía que había hecho cosas horribles, pero ahora, solo podía imaginar lo peor.
Llegamos a una habitación, en la puerta había dos hombres mayores; por su vestimenta, deduje que eran trabajadores de Alejandro. Me permitieron pasar con rapidez, pero fue Marisela la que me acompañó, pues Miguel se quedó fuera, platicando con ellos.
Al llegar a la cama, Agustín estaba dormido; pude notar todos los aparatos que monitoreaban su cuerpo y el sonido contante de los mismos, indicando que todo estaba bien en ese momento.
Acaricié su mano, cuando estuve a su lado, se miraba pálido, sus labios estaban secos y su respiración apenas era perceptible; no parecía el mismo chico risueño que platicaba conmigo, ni el que me había acompañado de compras, ni siquiera el que cuidaba de mis hijos. La culpa me invadió y las lágrimas se agolparon en mis ojos; Agustín no estaría así de no haber sido por mí. Bajé la mirada y sollocé; sentí que él movía su mano y al levantar mi vista, él tenía los ojos entreabiertos.
—Señor… Erick… — su voz era débil.
—Hola… — sonreí, pero las lágrimas rodaban por mis mejillas.
—¿Por qué… llora…?
—Lo siento… — me disculpe — es mi culpa… — apreté su mano con la mía — yo no debí decirte que salieras sin tu chaleco y que no llamaras a nadie…
Agustín suspiró — es… mi culpa… — sonrió — pero… no se… preocupe… estoy bien… es sólo… mi primer… herida… en el trabajo… — se quejó un poco.
—No debes esforzarte — Marisela lo reprendió con suavidad — aún estás débil, en una semana o dos, estarás mejor.
Limpié mis lágrimas y sonreí — te compraré otra consola — aseguré — te la traeré para que te entretengas y… — un nudo en mi garganta hizo que mi voz no saliera, pero pude respirar para calmarme — te vendré a ver pronto… también en navidad, para que me felicites por mi cumpleaños…
Él sonrió — no podrá… tiene que salir… del país… con el señor… cuando yo… esté bien… volveré a cuidarlo… pero… le prometo… que no… volveré a dejar… que… le pase… nada…
—No te preocupes — negué débilmente — ya no me va a pasar nada, nunca más…
—Señor — Marisela me tocó del hombro — es mejor dejarlo descansar.
—Sí… — asentí — vendré pronto Agustín — sonreí — te lo prometo.
Agustín cerró sus ojos y respiró con calma; después de eso, Marisela me llevó a la salida mientras yo limpiaba mis lágrimas.
Había sido mi culpa que Agustín casi muriera, había sido mi culpa todo lo que había pasado y por mí, Alejandro iba a cometer locuras. Todo había sido por mí, desde la preparatoria, el problema fue porque yo me enamoré de alguien que no debía, no solo por los dilemas sociales y morales, sino por lo diferente que éramos, el uno del otro.
Quizá el error fue mío, el primer día que nos vimos al reencontrarnos, pude controlarme, alejarme de él, a pesar de que mi mundo tembló por volver a tenerlo cerca; pero, el siguiente día, sucumbí ante mis emociones reprimidas, sentimientos que debieron quedar enterrados en el pasado. Debí mantenerme firme y no dejar que mis deseos me dominaran, pero no pude; no pude porque lo amaba, porque, a pesar de todo lo que había pasado en mi vida, jamás había podido olvidarlo. Volver a verlo había sido lo mejor que podía recordar, solo que, después de lo ocurrido me daba cuenta que no debió suceder; yo no debí caer bajo el encanto de Alejandro, porque si yo me hubiera negado, si yo lo hubiera rechazado, nada habría pasado.
Pero si aceptaba esa cuestión, implicaría que debía rendirme, que tenía que admitir que lo que mi padre me dijo cuando era joven era cierto; eso que sentía por Alex era absurdo, una aberración, algo que no me iba a traer más que problemas y no solo a mí, sino a los que me rodeaban.
Ahora, al verlo a la distancia, por el trabajo de mi padre, quizá estaba enterado de lo que hacía la familia de Alejandro, por eso no quería que estuviera con él y si lo que Alex dijo de su padre era cierto, que él tampoco quería que estuviéramos juntos y nos había separado, tal vez, había algo más en las reacciones de mi padre que simple homofobia.
Toda mi vida había pensado que mi padre no quería aceptar que fuera gay, especialmente porque él era un hombre hecho y derecho, educado bajo un estricto régimen militar, pero tal vez, me había equivocado. Solo que ya no podía preguntarle, porque estaba muerto y hablar con mi madre era imposible; para ella, lo que sucedió en aquel entonces, desde el momento que me alejé de Alex, había quedado en el olvido.
Pecado, según mi familia, eso era lo que sentía por Alejandro un horrible pecado. Un error, según mi percepción, pero eso implicaría que mis decisiones siempre habían sido errores, no solo Alex; también mi carrera, obligado por mi padre; mi boda con Vicky, pensando que, lo que sentía por ella era más que simple cariño y necesidad de compañía; Luís, sin poner atención a lo que sentía por mí, dejándolo sólo cómo un amigo, a pesar de que, inconscientemente, me gustaba su forma diferente de tratarme; yo mismo, en cada acción que realizaba para tratar de no estar solo, había terminado por caer en una cadena de errores que no podía romper; todas esas mujeres que fueron mis amantes de una noche, sólo para evitar llorar por la falta de compañía en mi casa.
¿Todo había sido un error?
Tal vez no todo, pero, de algo podía estar seguro, todo era mi culpa.
Pasé todo el trayecto hasta mi casa, ensimismado en mis pensamientos; no dije nada en todo el camino y aunque escuchaba las voces de Marisela y Miguel, no supe de qué hablaban.
Al llegar, Marisela se encargó de llevar a mis hijos al patio de atrás, mientras Miguel me cargó en brazos hasta el interior; ahí estaba la señora Josefina, con su semblante preocupado, apenas cruzamos algunas palabras de saludo. Miguel no se detuvo, me llevó hasta mi habitación y me depositó en la cama con sumo cuidado, después se retiró.
Mi cabeza me dolía, pero no sabía si era por todo lo que pensaba o simplemente era por la falta de café.
Cuando puse atención a mi habitación, un pequeño arreglo de rosas blancas y orquídeas estaba en mi buró, moví mi mano para acariciar una de las flores; por eso no había querido llevarme las del hospital, estaba seguro que Alex también había mandado flores a mi casa. Momentos después, unos golpes en la puerta me sobresaltaron.
—¿Sí? — pregunté con miedo, pensando que quizá era Alejandro.
—Soy yo — la señora Josefina entró — vine a ver si necesitaba algo.
—No — negué — gracias…
—Son muy bonitas — señaló con su rostro a las flores, las cuales yo aún acariciaba con mi mano.
—Sí — asentí retirando mi mano — muy bonitas, pero, no creo que vayan conmigo.
—¿Por qué? — preguntó con voz dulce — usted siempre compró de esas para su esposa.
—Porque a ella le gustaban, además… — respiré profundamente — yo soy hombre y esas cosas no son para alguien como yo — puse un semblante serio.
—A veces, un hombre necesita más amor que una mujer — dijo con una leve sonrisa — nosotras somos mucho más fuertes de lo que ustedes los hombres piensan — aseguró — pero ustedes son como niños… descanse, vendré más tarde a traer su comida y medicamentos — dio media vuelta y salió de la habitación.
Me recosté completamente en mi cama, arropándome con las cobijas y edredones, ya no quería pensar más, las dudas me estaban volviendo loco, así que, preferí obligarme a dormir, a pesar de no tener sueño.
* * *
—Erick… Erick, despierta… — el leve susurro cerca de mi oído, me hizo estremecer — Erick, no pedí permiso en mi trabajo para verte dormir…
Me removí y entreabrí mis ojos. Sentado en la orilla de mi cama estaba Luís; él sonrió cuando me vio abrir los ojos.
—Luís… — susurré.
—Disculpa si te despierto, pero la señora Josefina dijo que estabas profundamente dormido y no pudo despertarte, además tienes que co…
Él estaba hablando pero yo me incorporé con rapidez y lo abracé; pasé mi mano izquierda por su cuello, la derecha por su costado y hundí mi rostro en su hombro. Empecé a llorar como un niño, necesitaba desahogarme, necesitaba sacar todo el dolor que estaba lastimando mi alma.
Luís no se movió, parecía haberse quedado estático ante mi reacción; momentos después, su brazo, ese que no tenía el yeso, pasó por mi espalda para abrazarme con suavidad. No dijo nada, sólo se quedó en silencio, aguardando a que yo me tranquilizara.
¿Cuántos minutos pasé así? Era la primera vez que sentía esa sensación cálida que provenía de alguien más que no era Alejandro; una sensación distinta, que no estaba llena de esos sentimientos tan fuertes y arrebatados, que terminaban llenándome de pasión y lujuria. No, eso que sentía, era un sentimiento dulce, lleno de afecto, ternura y cariño, una sensación a la que jamás le había puesto tanta atención, cómo en ese momento.
—Lo siento… — susurré mientras me alejaba con lentitud, limpié mi nariz con la manga de mi camisa — ya te ensucié…
—Está bien — sonrió — necesitabas desahogarte y supongo que en el hospital no pudiste.
—No — negué y respiré hondo — no pude — bajé la mirada y la posé en el colchón.
Luís movió su mano y acarició mi mejilla — Erick… — me levantó el rostro por mi barbilla — ¿qué te pasa?
—Creo que… todo lo que pasé, me afectó…
—No — negó con seriedad — si fuera eso, ayer que te visitamos, hubieras estado igual, pero no era así, tu mirada no estaba tan apagada cómo ahora, algo te duele, te está lastimando, ¿qué es? — insistió.
—Creo que… — mi respiración se agitó, tenía miedo de decir lo que pensaba en ese momento — creo que… estoy dudando…
—Dudando, ¿de qué? — Luís levantó una ceja.
Mis labios temblaron y moví el rostro para alejarme de la mano de Luís, pero él volvió a sujetarme por el mentón y me obligó a verlo.
—Erick — insistió, pero ahora su mirada mostraba preocupación — ¿qué te pasa?
—Tenías razón — dije al fin y las lágrimas fluyeron de nuevo — es peligroso y creo que… creo que… tengo miedo… — el sollozo ya no me permitió seguir hablando.
Luís me miró desconcertado, era obvio que no entendía lo que le decía, así que optó por volverme abrazar, solo que en ese momento, con mayor fuerza — cálmate — susurró.
Varios minutos después, volví a calmarme y Luís posó su frente contra la mía — Erick — sonrió — si no te calmas y me dices las cosas bien, no voy a poder entenderte — aseguró.
—Luís… — mi respiración aún era agitada.
—Tranquilo — su mano bajó por mi mejilla hasta mi cuello — trata de imitar mi respiración, así te calmarás…
Hice lo que me pidió, cerré mis ojos y me concentré en seguir su respiración con la mía; poco a poco me normalicé y pude respirar tranquilamente, aun así, Luís no se alejó, hasta que estuvo seguro que podría hablar sin problemas.
—¿Mejor? — sonrió.
—Sí — dije calmadamente — mejor…
—Ahora sí, dime, ¿de qué tienes miedo?
—Luís… — iba a hablar pero, algo me detuvo.
Sí se lo decía, si le decía lo que sucedía en realidad, de lo que me había enterado sobre Alex, tal vez Luís estaría en peligro y si algo le pasaba a mi amigo, no me lo iba a perdonar nunca.
Apreté mis labios y desvié la mirada, necesitaba encontrar algo que decirle.
—¿Erick?
—Alex quiere que me vaya con él — dije al fin — pero tengo miedo de cometer un error…
Luís levantó una ceja y me observó intrigado — no creo que eso fuera lo que me querías decir — aseguró — dijiste que tenías miedo y que era peligroso.
—Es que — apreté las sabanas con mis puños — creo que, Alex es peligroso… su trabajo… es decir, tiene, muchos enemigos y yo… yo no sé nada y… lo que pasó… lo que pasó…yo…
Luís suspiró — Erick, es obvio que el trabajo de Alejandro es complicado — dijo con calma — tú mismo me lo explicaste hace varios días ¿o no?, es rico y obviamente, eso lo pone en la mira de muchos — sonrió — pero todo este tiempo he visto que te quiere — lo miré de soslayo — el sábado, cuando nos avisaron lo que pasó, él estaba buscándote con desesperación y el domingo… — me miró a los ojos — el domingo cuando lo vi fuera de tu habitación en el hospital, bueno… — titubeó — jamás pensé que alguien como él, podría llorar de esa manera, pero fue una sorpresa ver hasta dónde llegaba su preocupación por ti — sonrió con tristeza — no creo que él permita que te pase nada de nuevo.
Las palabras de Luís me sorprendieron, nunca imaginé que Luís lo defendería, tal vez no lo hacía cómo un gran amigo de Alejandro, pero era obvio que había algo que, lo hizo cambiar de opinión hacia Alex.
—¿Y si pasa…? — pregunté nervioso — ¿y si pasa algo que no se pueda arreglar?
Luís sonrió — ese no eres tú — aseguró — el Erick que yo conozco, no se preocuparía por eso, porque el Erick que yo conozco defiende lo que siente, ante todo y todos, y no se preocupa por lo que podría pasar, sino por lo que siente — señaló mi pecho — aquí.
Mordí mi labio, Luís tenía razón, pero yo ya no estaba seguro de lo que sentía por Alex.
—Si te sientes incómodo — prosiguió — por qué no hablas con él, así podrías arreglar la situación y encontrarían una respuesta juntos.
—Tal vez… — dije sin ánimo.
—Pero, espero que no te tengas que ir — hizo una mueca de descontento — si te vas, te extrañaré… Daniel y Víctor también — me guiño un ojo — ahora, ¡arriba esos ánimos!, iré a decirle a la señora Josefina que estás despierto, para que te traiga la comida y después, si quieres, podemos hacer algo más, cómo ver una película, mientras llegan Daniel y Víctor.
—Está bien — asentí — ¿puedes bajar las escaleras? — me preocupaba que se lastimara.
—Sí puedo, no te preocupes.
—No, espera — quité las cobijas poniéndome de pie — mejor bajo y comemos juntos.
—Bueno, está bien, la verdad, también tengo hambre.
* * *
Luís y yo, bajamos juntos; la señora Josefina nos sirvió de comer, también me comentó que Marisela se había ido al hotel pero Miguel estaba en la cochera, descansando dentro del automóvil, por si necesitaba algo. Luís y yo estuvimos un rato platicando de cosas del trabajo, y antes de que la señora Josefina se fuera, llegaron Víctor y Daniel.
Nos quedamos los cuatro solos porque Miguel llevó a su casa a la señora Josefina, así que, mientras ellos comían, yo me preparé un café, así rompí mi abstinencia y me sentí mejor. Después, bajamos al sótano y empezamos a jugar cómo si se tratara de un sábado, pero cómo Luís no podía usar bien los controles, preferimos ver películas en vez de seguir jugando.
Casi a las nueve de la noche volvimos a subir, cenamos lo que la señora Josefina nos había dejado preparado y después, mis amigos se retiraron. Miguel entró a la casa para cerciorarse que estaba bien y que no ocupara nada.
—Y… ¿Alex? — pregunté antes de subir las escaleras para volver a mi habitación, pues Miguel iba a alimentar a mis hijos.
—El señor aún no vuelve — respondió con seriedad — lo esperamos mañana temprano.
—Gracias… buenas noches…
Me despedí escuetamente y subí las escaleras; a pesar de que todo el día estuve tratando de distraerme, no pude quitar de mi cabeza lo que había ocurrido y mientras volvía a recostarme en la cama, para descansar, tuve que tomar una decisión.
Quizá era necesario poner tierra de por medio cómo días atrás, Héctor me había comentado, pero eso no significaba que me iba a ir con Alex, al contrario; lo que quería en ese momento era alejarme de él.
Así que, lo más seguro para mí y para todos, sería que el día 26, al presentarme al trabajo, aceptara mi cambio a Canadá. Pero era mejor no decir nada, no hasta que pusiera un punto final en mi relación con Alex, aunque con ello, mi corazón muriera.
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