Revelaciones
Lunes, diciembre 22
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Sentí movimiento en mi mano izquierda, una especie de caricia sutil que me obligó a despertar con sobresalto. La joven que estaba a mi lado me observó con asombro y después sonrió.
—Buenos días — dijo atenta — que bueno que despierta, ¿cómo se siente?
Parpadee confundido, después repasé todo lo que me rodeaba con mi vista; estaba en una gran habitación de hospital, el movimiento que había sentido era la enfermera que me estaba cambiando el suero.
—Bien… — respondí escuetamente, mi voz aún era débil, pero se escuchaba lo suficiente.
—Iré por el doctor — acomodó mi mano bajo la sabana y cobertor — mejor mantenga el brazo cubierto, hace frío y el líquido del suero, junto con los medicamentos, puede lograr que la temperatura de su brazo descienda y le incomode.
No dijo más, dio media vuelta y empezó a caminar a la salida. No me encontraba completamente recostado; la cama estaba ligeramente levantada en ángulo y pude recorrer la habitación con mis ojos. Era ostentosa, a pesar de ser de un hospital; la cama donde me encontraba era grande, había algunas mesas a los lados y frente a la cama, empotrada a la pared, una televisión de gran tamaño. Mi vista se fijó en una mesa de cuatro sillas, que parecía más bien un desayunador, en donde había un gran arreglo de flores; rosas blancas y orquídeas, no entendía la razón de ellas, pero no tenía ánimos de pensar más sobre algo tan trivial.
Al lado contrario de esa mesa, estaba una sala de estar que se miraba bastante cómoda; en la pared, frente a la sala, una mesita con una jarra de agua, varios vasos y a una altura considerable, un gran reloj redondo que marcaba las diez con quince minutos.
Traté de inhalar profundamente y me di cuenta que mi respiración era normal; ya no tenía el silbido en mi pecho y además, no me dolía al respirar. Seguí inspeccionando la habitación con mi mirada, encontrando una segunda puerta, la cual, imaginé que era el sanitario; observe el exterior gracias a los ventanales, los cuales eran grandes y podía ver, desde la cama, los edificios de la ciudad, a pesar de que la lluvia golpeaba el cristal insistente; todo eso me indicaba, que me encontraba en algún piso alto de un gran edificio.
La puerta se abrió y un hombre con bata blanca entró, tras él, la joven que momentos antes se había retirado; al final, un hombre vestido de negro, con cabello cano, entró y se quedó cerca de la puerta.
—¿Cómo se siente después de dormir tanto? — preguntó el doctor con una gran sonrisa en el rostro.
—Bien… — traté de sonreír pero no pude — ¿Qué día es?
—No se preocupe, no se perdió de nada — dijo el médico con diversión — solo estuvo inconsciente el día de ayer, cuando lo trajeron… soy el doctor Navarro — se presentó — yo lo voy a atender hasta el cambio de guardia, veamos — sacó una pequeña lámpara de pluma y se acercó a mí — abra la boca por favor — lo obedecí con rapidez, permitiendo que revisara mi garganta — no está mal, ya no está inflamada.
Guardó la lámpara en su bolsa y tomó su estetoscopio, colocando la punta en mi pecho — respire profundo — indicó, así que respiré hondo — ahora exhale — solté el aire con lentitud.
Repetí la acción un par de veces más hasta que se alejó.
—Inclínese hacia delante, por favor — me hice hacia el frente, para que el doctor pudiera colocar la membrana en mi espalda — repitamos, inhale y exhale — hice lo que me pidió un par de veces más.
—¡Bien! — sonrió — mucho mejor, los antibióticos y los broncodilatadores funcionaron con eficacia — me ayudó a acomodarme nuevamente en la cama — ahora, a revisar su hombro.
El médico abrió mi bata y revisó con cuidado, el vendaje que traía en mi hombro derecho.
—Está bien, a pesar de que la herida fue profunda no causó daño grave — aseguró — en unos días más estará cómo nuevo, además, las puntadas se caerán solas, pero aun así, no podré dejarlo ir hasta mañana, tiene que estar en observación debido a lo delicado de la situación con la que ingresó.
—Entiendo… — susurré — disculpe… tengo… tengo un poco de hambre…
—¡Por supuesto!, en un momento más le enviaremos algo para que desayune — se giró hacia la enfermera — que preparen algo blando, no puede comer cosas que puedan raspar su garganta, aún está delicado.
—Sí, doctor.
—Bueno, por el momento todo está bien — el médico palmeo mi pierna — lo vendré a ver más tarde, tengo otros pacientes y ahora, cómo están en otro piso, tengo que subir y bajar — rió divertido — si necesita algo, solicite asistencia con el botón — señaló un pequeño cuadrito que estaba a un lado de la almohada — y recuerde no mover mucho el brazo.
—Gracias.
Ambos, doctor y enfermera, se acercaron a la puerta y el hombre que estaba ahí los despidió; cerró la puerta, pero se quedó dentro. Caminó hacia mí y me observó con seriedad.
—Soy Samuel Espinoza — se presentó con voz ronca.
—Un placer — lo observé de pies a cabeza — usted…
—Soy trabajador del joven De León — sonrió de lado.
—¿Joven? — levanté una ceja, era la primer vez que uno de los hombres de Alex le decía Joven, especialmente porque ya no era un jovencito.
—Trabajo para su familia desde que el señor, Diego de León, era el que se encargaba de todo — explicó — conozco al joven desde antes de que se convirtiera en el señor, yo ya estoy retirado — prosiguió — y supongo que no me recuerda, han pasado muchos años…
—No, no lo recuerdo…
—Me lo imagino, lo conocí muy poco y solo lo vi pocas veces, hace años…
Por más que mi mente trataba de hacer memoria, no podía recordar a ese hombre.
—Y, ¿qué hace aquí? — indagué.
—El joven se comunicó hace dos días con muchos de nosotros, necesitaba gente de confianza y algo la rompió para con sus trabajadores actuales, — suspiró — tardará mucho en recuperarla.
Me removí inquieto, tenía una leve idea de la razón.
—Ahora, ¿usted me cuidará? — pregunté débilmente.
—Solo mientras Miguel puede hacerse cargo, ahora está ocupado con el joven, atendiendo unos asuntos — bajó la mirada — pero, tengo entendido que también será temporal, hasta que Agustín se recupere.
Escuchar el nombre de mi amigo me sobresaltó.
—Agustín… ¿cómo está?
—Tranquilo — levantó una ceja — no debe exaltarse demasiado, aún debe mantenerse en reposo — indicó con seriedad y sentí que era un regaño — no se preocupe, a pesar de que su condición es delicada, mejoró desde ayer — explicó — está aquí, en este hospital también, en un piso diferente — sonrió de lado — es un chico fuerte, además, quien le disparo no parecía tener buena puntería, eso, aunado con la suerte de principiante — dijo sin emoción — estará en perfectas condiciones en unos meses, sí se cuida, claro está, pero la herida le molestará por varios años, al menos eso le enseñará a no salir sin protección adecuada.
Sus palabras me hicieron sentir culpable, después de todo, si Agustín no llevaba su equipo completo, había sido por mi culpa y obstinación.
—¿Podría…? ¿Podría verlo? — mi voz era casi una súplica.
—Lo siento, joven — me sorprendió que me llamara así a mí también — pero usted no está en condiciones de levantarse ahora mismo— sentenció — además, Agustín perdió mucha sangre y sólo despierta por momentos, así que las visitas están restringidas…
—¿Cómo…? ¿Cómo pudo decir lo que pasó si está tan mal? — levanté mi vista y la posé en ese hombre de rostro apacible.
—Fuerza de voluntad — suspiró — cuando uno quiere ayudar y proteger a alguien, hace hasta lo imposible por cumplir esa misión… es obvio que Agustín lo aprecia — dijo sin dejar duda alguna — aunado a eso, el joven De León lo encontró con rapidez y fue atendido de inmediato — su voz sonaba tranquila y orgullosa — probablemente un par de minutos después de que usted fuera raptado… el joven de León dispuso todo para que fuese atendido a la brevedad y eso le salvó la vida.
—Ya veo… ¿dónde…? — pasé saliva, dudando en preguntar — ¿Dónde está A… el señor De León? — corregí.
—¿Se refiere al joven Alejandro? — ladeó el rostro — no tenga miedo, puede decirlo cómo normalmente lo hace — sonrió débilmente — no voy a espantarme, ni tampoco criticarlo o juzgarlo… sé quién es usted, aunque usted no me recuerde — esa frase parecía más un reproche — desde hace muchos años, él hablaba de usted con frecuencia, del joven de hermosos ojos azules, por quien se distanció de su familia, al ser ellos quienes los separaron, y a quien, según sus palabras, algún día iba a recuperar… veo que lo hizo, me alegra.
El rojo cubrió mi rostro, así que tuve que desviar la mirada, mordiendo mi labio nerviosamente.
—El joven está arreglando la situación, con las personas que lo traicionaron — respondió al fin.
Giré mi rostro, lo miré con algo de susto, pasé saliva y mi respiración se agitó — ¿a qué…? ¿A qué se refiere?
—Será mejor que el joven se lo diga en persona — dijo sin más — le avisaré que usted ya despertó, para que sus amigos también estén enterados — sonrió — si necesita algo más, estaré afuera.
—Gracias…
El hombre se retiró y yo, me hundí en la cama, pero no me quedé dormido; lo que había pasado los últimos dos días me había perturbado. Minutos después, la puerta se abrió, permitiendo el paso a un joven que llevaba una charola.
—¡Buenos días! — saludó cordial — su desayuno está aquí — caminó hasta la cama, colocó una mesa frente a mí y dejó la charola en su lugar — volveré por ella en media hora, pero si quiere que me la lleve antes, solo llame — señaló el mismo botón que el doctor — ¿necesita algo más?
—Por favor — señalé una mesita que estaba al lado de mi cama — ¿puede pasarme el control de la televisión?
—Por supuesto — el chico me dio el control del televisor y luego salió de la recamara.
Encendí la pantalla y busqué un canal de noticias; cualquier cosa que no supiera, me enteraría por ahí.
Encontré la noticia del tiroteo en el boulevard y la avenida principal, pero lo denominaron un intento de secuestro hacia algún funcionario importante. Se decía que habían encontrado a varias personas muertas y aquellos sujetos que la policía había capturado, se habían suicidado antes de declarar; bajé la mirada y un estremecimiento me cimbró. No quería pensar que había sido Alejandro quien los había eliminado, me reusaba a creer que podía ser capaz de algo así.
Tuve el impulso de quitar las noticias, pero, aún tenía curiosidad de saber lo que había ocurrido o al menos, lo que los medios tenían que decir de lo sucedido. Mientras salían otros reportajes, abrí la charola de mi desayuno, había algo de fruta picada, una taza de té, un poco de pan y leche, en otro plato había huevos revueltos; lamentablemente para mí, no había café, pero tenía tanta hambre que no me importó.
Empecé a comer con tranquilidad, hasta que, otra noticia aparición en la pantalla; una bodega en las afueras de la ciudad había sido robada el día anterior. No se sabía que guardaba la misma, pero no parecía existir información de aquellos que tenían rentado el lugar; los dueños de la bodega, así como algunas personas de seguridad, declararon que habían visto gente con anterioridad, pero que ese día muchos automóviles estaban rodeando el edificio antes de encontrarla por la tarde, abierta y vacía.
Miré a la ventana, todo era tan confuso para mí. Alex había dicho que, todos los que estaban ahí se los llevarían y que, para cualquiera, ninguno había quedado vivo, era ilógico, si a mí me tenían en esa bodega y en las noticias no decía que había gente, ¿a quién se refería él con la frase ‘para cualquiera’?
Terminé mi comida y alejé la mesa de mí, me estaba dando sueño nuevamente, por lo que preferí buscar algo más para ver; dejé el canal infantil para ver las caricaturas, pero no supe cuánto tiempo tardé en dormir, porque el cansancio me venció.
* * *
“Está dormido… Sí, quizá debemos volver más tarde…”
Unas voces a lo lejos me hicieron entreabrir los ojos para ver quién era. Luís, Daniel y Víctor estaban en la habitación, cerca de la mesa y sonrieron al ver cómo trataba de enfocarlos; bostecé y traté de incorporarme.
—No — Víctor corrió hasta mi — no te esfuerces, ‘bro’, te puedes lastimar.
Sonreí con debilidad — siempre tan exagerado — negué — ayúdame a levantar más la cama — pedí.
Víctor presionó un botón y la mitad de la cama se empezó a mover, dejándome sentado nuevamente; no sabía quién había colocado la cama completamente horizontal, pero era obvio que había sido la misma persona que apagó el televisor. Daniel y Luís se acercaron también.
—¿Cómo te sientes? — Luís se sentó en la orilla de la cama, me tomó de la mano y me miró con ternura.
—Supongo que… bien — respondí con debilidad.
—¡Mira, ‘bro’! — Víctor me dio una bolsita transparente con un listón azul, dentro había galletas de mantequilla — son tus favoritas, también te traje pizza de queso, pero no me dejaron meterla.
—¡¿Cómo se te ocurre traer pizza a un hospital?! — Daniel lo reprendió.
—Íbamos a traer algo más — Luís rió divertido — pero, nos dijeron que mañana vuelves a tu casa y ahora mismo, lo que necesitas es reposo.
—¿Qué pensaban traer? — sonreí con debilidad y abrí la bolsita para comer una galleta.
—Una consola — Daniel sonrió — Alejandro dijo que podíamos quedarnos aquí en la tarde, si queríamos.
—Sí, pero ayer no pudimos hacerlo — Luís negó con la mano cuando le ofrecí una galleta — dijeron que necesitabas descansar y te iban a poner sedantes para que durmieras.
Daniel aceptó una galleta cuando le acerqué la bolsa y Víctor agarró un puño.
—Pensé que eran para Erick — Daniel entrecerró los ojos viendo a nuestro amigo.
—Sí, pero están ricas — Víctor comió sin preocupación.
—Ya veo, la verdad, de todos modos no tengo ganas de jugar — dije con tristeza.
Los videojuegos me recordaban algunas cosas del sábado, especialmente de todo lo que pasé la mañana de ese día con Agustín, quien, en ese momento, también estaba hospitalizado.
—Erick — Luís me observó y buscó mi mano para sujetarla con delicadeza — Alex nos contó ayer…
—¿Qué…? ¿Qué cosa? — desvié la mirada con vergüenza.
—Tu rapto… — dijo Víctor.
—Lo que le pasó a tu chofer y que… que te lastimaron mucho… — Daniel me observó con tristeza.
—¿Les dijo eso? — sentí que mis lágrimas se agolpaban en mis ojos, no pensé que Alejandro se atrevería a decirles que me habían violado.
—Lo siento… — Luís apretó mi mano — él no quería decirnos pero, se lo exigimos.
—De haber sabido, no lo hubiéramos presionado — Daniel puso su mano en mi pierna por encima de las sabanas y edredones — discúlpanos… pero, necesitábamos saber por qué sucedían las cosas…
—¿Qué cosas? — indagué tratando de contener mi llanto.
—Primero, ¡este hospital! — Víctor señalo la habitación con sus manos — ¿tienes idea de dónde estás?
—No — negué — pero me imagino — era obvio que estaba en el hospital más exclusivo de la ciudad.
—Además — Luís me observó con seriedad — eres el único paciente en este piso.
—¿Qué? — fruncí el ceño sin entender.
—Alejandro pagó para que nadie accediera a este piso — Daniel se alzó de hombros — nadie que no tenga esto… — me mostró una tarjeta que traía por dentro del saco — puede pasar a verte, ni siquiera pueden pasar más allá de la recepción, después del elevador.
Moví mi rostro confundido, nada de eso tenía sentido, además, Alejandro ya se había encargado de todo el día anterior.
—Pero, creo que eso es porque no quiere que lo vengan a buscar de nuevo o, ¿no? — Daniel y Luís fulminaron a Víctor con la mirada cuando dijo eso — bueno, no creo pero…
—¿A qué…? ¿A qué te refieres? — pregunté.
—Pues… que… — Víctor titubeó — yo…
—Alejandro nos dijo que, los que te hicieron eso — Luís desvió la vista al decir ‘eso’ — escaparon, así que, supongo que tiene miedo que intenten hacerte algo más.
—Sí — Daniel asintió — dijo que el licenciado de Melissa fue el autor intelectual, en este momento lo están buscando.
—Pero… es… — no supe que decir, pase mi mano por mi cabello negando.
Mi mente estaba hecha un caos. En las noticias decían que no se sabía nada al respecto; mis amigos decían que Jair y los demás escaparon, pero Alejandro dijo que, a cualquiera, le iban a decir que todos habían muerto. ¿Por qué? ¿Por qué tantas mentiras? Nada tenía lógica.
—Erick — Luís se acercó y acarició mi rostro — ¿estás bien?
—¿Llamo al médico? — Víctor ya tenía la mano cerca del botón, para presionarlo.
—No, solo… solo… — respiré profundo, necesitaba aclarar mi mente — quiero pensar en otra cosa — pedí — por favor, ya no quiero pensar en eso… me duele…
Los tres se miraron entre sí, pero accedieron rápidamente a cumplir mi petición.
—De acuerdo — Luís asintió — ya no diremos nada al respecto.
—¿Qué pasó en mi trabajo? — pregunté preocupado — ¿Qué dijeron ahí?
—Alejandro le dijo a Lucía que te habías puesto mal de neumonía — Daniel sonrió — así que, ella vino muy temprano por la documentación, para llevarla a recursos humanos de tu empresa.
—¿Cómo sabes eso? — Víctor levantó una ceja.
—¿Qué cosa? — Daniel se asustó — Alex nos dijo ayer que eso le iba a decir.
—Creo que se refiere a, ¿cómo sabes que Lucía vino temprano? — Luís sonrió divertido.
—A eso… es que… yo… hablé con ella hace un momento — el rostro de Daniel estaba completamente rojo.
—Vas en serio con ella, ¿verdad? — Víctor le dio un golpe en el brazo, con fuerza y Daniel se quejó — más vale que no nos abandones por tener novia.
—Aún no es mi novia…
—¿Ya le dijiste que las flores eran tuyas? — Luís lo miró serio — o ¿aún no te atreves?
—Ya… ya se lo dije — titubeó mi amigo.
—Eso es bueno — sonreí y comí más galletas — ¿qué te dijo ella?
—Pues… nada…
Víctor volvió a golpearlo, pero esta vez con más fuerza — ¿cómo que nada, ‘wey’?
—No vuelvas a hacerlo — gruñó y pasó la mano por el lugar dónde recibió el golpe — pues, sólo me dijo que le gustaron mucho y empezamos a conocernos mejor — terminó en un susurro y volvió a ponerse rojo.
—¡¿Se fueron a la cama?! — las palabras de Víctor lograron que tanto Luís, cómo yo, nos sorprendiéramos.
—¡No! — Daniel lo miró con molestia — solo platicamos por teléfono y por la computadora.
—No, hombre, ¡no! — negó — tú vas muy lento — dijo con un tinte de decepción.
—Víctor, el hecho de que tú le hubieras saltado encima a Lucía, como un lobo hambriento, no significa que Daniel piense hacer lo mismo — Luís suspiró — es obvia la diferencia entre ustedes.
Solté una ligera risa ante el comentario y los tres me observaron sorprendidos — lo siento — me disculpé, pero no podía quitar mi sonrisa.
—No, está bien — Luís volvió a tomar mi mano y dejó salir un suspiro aliviado — la verdad, verte sonreír nos da gusto…
—Sí — Daniel asintió — eso nos dice que estás bien…
—¡Sí, ‘bro’! — Víctor me abrazó con fuerza moviéndome de un lado para otro — pensamos que estarías muy mal, pero sigues siendo el mismo Erick de siempre.
—Sí, pero duele… — dije en un murmullo ante la caricia de mi amigo, pues con ella me dolía el hombro.
—¡Suéltalo! ¡Lo lastimas animal! — Luís movió la mano para que Víctor me soltara.
—Perdón, pero, ¿qué quieres? ¿Que en vez de abrazarlo le dé un beso? ¡Nel! Alex me mata.
Esa frase me hizo estremecer, recordando todo lo que Alejandro le dijo a Jair el día anterior, aunado con lo que ya le había hecho a uno de mis amigos.
—No creo… — mi voz tembló — Alex… Alex no se atrevería… — aseguré, tratando de créelo yo también.
—Y si lo hace — Luís miro a Víctor con molestia — sería con justa razón, ahora, suelta a Erick, que lo sigues lastimando.
—Perdón, perdón — Víctor se alejó con cuidado de mí.
En ese momento llegó otro joven, diferente al de la mañana, con una charola de comida en sus manos.
—Con permiso — anunció — hora de comer, señor Salazar, acomodó la mesa cerca de mí y dejó la charola, saliendo con rapidez.
—¿No vas a comer, ‘bro’? — Víctor me observó con curiosidad, al notar que no abrí mi charola.
—No — bajé el rostro nervioso — me da pena que ustedes no coman, mientras yo si lo hago.
—No te preocupes, además — Daniel sacó su celular — creo que ya es hora de irnos, tengo que volver al trabajo.
—Sí, yo también — Luís se puso de pie con algo de dificultad, ya no traía la férula, pero podía darme cuenta que aún le molestaba la rodilla — Ya estuve descansando una semana y tengo muchas labores pendientes.
—Pues yo igual — Víctor se alzó de hombros — pedí permiso para salir, así que no puedo quedarme mucho tiempo.
—Gracias — sonreí — me alegra que hayan venido.
—Mañana iremos a verte a tu casa — anunció Daniel.
—Entonces nos vemos mañana.
Se despidieron y me quedé solo nuevamente. Acababa de abrir la charola para comer, cuando una enfermera entró.
—¿Apenas va a comer? — preguntó sorprendida — que extraño, hace mucho debieron traerle la comida — comentó al aire mientras me cambiaba el suero y me colocaba un medicamento intravenoso — listo — sonrió — vendré en un par de horas de nuevo, me toca atenderlo durante este turno, soy Liliana, si necesita algo, solo toque el botón.
—Gracias…
Ella se retiró y yo empecé a comer, encendí la televisión buscando el canal de películas, pero, al notar que las películas de acción me recordaban lo que había pasado, preferí buscar un documental; terminé de comer y al final, tuve que conformarme con el jugo de naranja, aunque, en ese preciso momento, hubiera dado mi vida por una taza de café.
Dejé la charola de lado y me recosté en la cama, posé mi vista en el ventanal, la fuerza de la lluvia había disminuido, paro aun así, golpeteaba el cristal produciendo un sonido relajante. Empecé a sentir sueño, cansancio, quizá el efecto del medicamento que habían colocado en mi suero, aunque, el de la mañana no me había ocasionado algo así; mi respiración se suavizó y empecé a cerrar los ojos para descansar.
* * *
Calidez, humedad, caricias posesivas, peso sobre mi cuerpo, dolor en mi interior, ese movimiento de vaivén debido a embestidas constantes; suspiré, mi cuerpo reaccionaba ante todas esas impresiones que recibía, ese dolor tan dulce que me causaba, me gustaba.
—Alex… — susurré tratando de mover mis manos para acariciarlo, pero me di cuenta que no podía y al contrario, un dolor punzante empezaba a hacerse presente en mi hombro.
Abrí mis ojos, intentando enfocar mi vista, empezando a sentir que el miedo me invadía al notar que no era Alejandro el que estaba sobre mí; la sonrisa cínica de Antonio me hizo estremecer, su rostro estaba tan cerca del mío, que podía sentir su respiración sobre mis labios.
—Vaya… — su voz era ronca — cuando participas se siente mucho mejor…
—¡No! — levanté mi voz.
Traté de moverme para empujarlo, pero mis manos estaban sujetas, enredadas con el cordón del suero y él las sostenía por encima de mi cabeza con fuerza, lastimando con ello mi hombro; mis piernas estaban a sus costados e intenté patalear para alejarlo, pero me fue imposible teniéndolo sobre mí.
—¡Eso es!, quéjate, grita, pon resistencia, eso me excita — su lengua recorrió mi mejilla — se siente mucho mejor que el sábado — susurró contra mi oreja antes de morderla con fuerza.
—¡Suéltame! — grité, intenté moverme para alcanzar el botón que estaba al lado de mi almohada pero me fue imposible y al contrario, terminé lastimándome con mis movimientos — ¡Samuel! — sollocé llamando con desespero, al hombre que debía estar afuera.
Mi agresor ni siquiera se preocupó, siguió arremetiendo fuertemente contra mí.
—¿Samuel? — preguntó — ¿te refieres al anciano? — Antonio se inclinó mordiendo mi cuello con saña arrancándome otro gemido de dolor — no te esfuerces, ya está muerto — el desconcierto me invadió, obligándome a quedar estático — ¿te sorprende? — se alejó de mi sujetándome de las piernas para ponerlas en alto y seguir penetrándome — eres tan inocente, eso es algo que me atrae de ti, pequeño ‘conejo’ — arrastró la última palabra.
Moví mi cuerpo para alejarme, logré tomar el botón que estaba a mi lado y lo presione insistente, mientras gemía sin poder evitarlo.
—Nadie vendrá — anunció — no había mucha gente en este piso y ahora ya no hay nadie — su rostro se descompuso en una mueca sádica — tu doctor, la enfermera… todos están muertos…
Me asusté por sus palabras, pero el miedo de lo que podía ocurrir me hizo reaccionar de nuevo; empecé a mover mis piernas con desespero, pero él las agarró con fuerza y las empujó para colocarlas cerca de mi rostro, lo que permitió que saliera de mi interior.
—Por favor, ¡basta! — supliqué, me dolía, ciertamente me dolía mi cuerpo, no solo mi interior, también mi hombro, pero él no se detuvo, se puso de pie y volvió a penetrarme con más rudeza.
—¡Eso es! — rió — esto quería el sábado, suplica, ¡vamos! Llora, gime…
Mi interior ardía, sentía cómo laceraba lo que estaba apenas sanando, por lo que traté de no moverme más para que no siguiera ardiendo; porque, lentamente, y poco a poco, mi cuerpo empezaba a reaccionar a ese dolor que me gustaba y eso me llenaba de pánico. Mis lágrimas escapaban de mis ojos y él parecía disfrutarlo.
Cuando se cansó de estar así, salió de mi interior, obligándome a girar. El cordón del suero le estorbó y lo alejó, arrancándolo de mi piel, permitiendo que algo de mi sangre resbalara por mi mano; al darse cuenta, me sujetó de la muñeca, acercándola a su rostro y lamió mi sangre de forma lasciva. Quise empujarlo pero me dio un golpe en el rostro y después me jaló del hombro, colocándome contra el colchón, logrando lastimarme fuertemente la herida que tenía; a pesar de ello, hice el esfuerzo de alejarme de él, pero su mano en mi cabello me obligó a detener mi intento de huida.
—Mal… mal… ‘conejito’ — jaló mi cabello obligándome a incorporar mi cuerpo y quedar con mi espalda pegada a su pecho, con su mano libre pellizcó uno de mis pezones con saña — no puedes irte — lamió mi cuello — sabes, ya perdí a mi juguete de planta y me gustaría quedarme contigo, especialmente ahora, que me doy cuenta lo divertido que eres — su mano bajó a mi sexo, que ya estaba despierto — pero, lamentablemente para ti, no puedo hacerlo — encajó sus uñas en mi glande, obligándome a gritar nuevamente.
—Suéltame… — intenté resistirme a pesar de que seguía llorando, pero cada que ejercía presión en mi sexo, al querer alejarme de él, en un acto reflejo, mis nalgas rosaban su miembro.
—Creo que, a pesar de todos los que te usaron, aún podrías servir — sus manos dejaron mi sexo para apretar con fuerza mis testículos — pero no me arriesgaré, no hay manera de que pueda dejarte vivo… — mordió mi hombro lastimado, dejando una marca roja y un grito escapó de mi garganta, de todo lo que me había hecho, eso era lo que más me había dolido hasta ese momento — aunque ten por seguro que me llevaré un premio… — susurró — tus hermosos ojos, los arrancaré de tu bella cara antes de irme de aquí… te lo aseguro.
Grité de nuevo cuando me empujó, hasta caer contra la cama; sus manos me apresaron por la cadera y me penetró una vez más. Mis gritos y gemidos se ahogaban contra la almohada, mi sexo rozaba contra el colchón y aunque no quería, estaba respondiendo completamente a esa caricia. Sin poder evitarlo, mi cuerpo se rindió; llegué al orgasmo, contrayendo mis músculos, liberando mi semen y gimiendo.
Mi cuerpo se tensaba y eso logró que Antonio se excitara más; varias veces, sus manos se estrellaron contra mis nalgas, produciendo aún más dolor y más contracción de mi cuerpo, apresando su sexo. Momentos después, él terminó llenándome de semen y la sensación me repugnó. Quedé tendido sobre la cama, boca abajo, seguía llorando; pero más que el dolor, era por el odio hacia mi cuerpo, al haber respondido a esas caricias que no había pedido, todo porque siempre me gustaba y a pesar de todo, aún disfrutaba cuando sentía dolor, lo había redescubierto cuando Alex había vuelto a mi vida.
Antonio se puso de pie y con rapidez se colocó la ropa; yo ni siquiera traté de incorporarme, si era verdad que no había nadie más en el piso, aunque intentara correr, en mis condiciones, no iba a llegar muy lejos, quizá, ya era hora de que me rindiera. De todas maneras, desde el sábado había deseado mi muerte.
Antonio me obligó a girar en la cama, colocándome cerca de la orilla para facilitarle las cosas, pues él seguía de pie; me agarró del cabello y me besó, mordiendo mi labio hasta sacar algo de sangre — eres delicioso, el mejor que he tenido, lo admito, mucho mejor que Jair, no hay duda — sonrió — tengo que admitir que Alejandro tiene muy buenos gustos, pero, es momento de que mueras.
Sacó un arma y me apuntó con ella, yo simplemente cerré los ojos; « Alex…», dije su nombre mentalmente y traté de evocar su imagen.
—¿Qué haces?
La voz femenina me hizo abrir los ojos, al momento que Antonio me incorporó con rapidez, colocándome frente a él, con su brazo en mi cuello; ahora su arma apuntaba a la figura que estaba en la puerta.
—Marisela… — sonrió de lado — ¿qué haces tú aquí?
La mujer caminó con lentitud, chocando los tacones en el piso de manera rítmica, acercándose — tengo trabajo — dijo sin inmutarse — vine a ver al señor Salazar, pero, supe que algo no andaba bien, porque no había nadie en el piso — explicó — ¿qué hiciste?
—¿No es obvio? — la voz de Antonio era divertida, pero yo lo sentía temblar, mientras me tenía apresado contra su cuerpo — no eres tonta Marisela, lo sé.
—¿Qué le hiciste al señor Espinoza? — preguntó con calma.
Antonio rió — ¿tú qué crees? Lo que hacemos siempre que alguien nos estorba.
Ella negó — Alejandro va a matarte — acomodó los lentes que portaba en el puente de su nariz, con un movimiento de su mano y lo miró con seriedad — el señor Samuel era como su padre y lo que sea que le hayas hecho al señor Salazar, ha sido tu sentencia de muerte.
—No tiene por qué enterarse, ¿o sí? — Antonio seguía apuntándole con el arma — tú no tienes que decírselo, después de todo, que este hombre muera sería benéfico para ti.
—¿En serio? — ella siguió caminando hasta la mesa dónde estaba el arreglo de flores — quieres decir que, ¿intentas hacer un trato conmigo? — sonrió con dulzura — ¿qué tienes para ofrecerme? — preguntó mientras recargaba una mano en la mesa, tamboreando sus dedos, chocando sus uñas en la superficie y colocaba la otra mano en su cintura.
—Vamos Marisela — Antonio ejerció más presión en el agarre que tenía sobre mí y yo gemí débilmente — todos saben que eres la amante de Alejandro, aquella que está por encima de cualquiera y todos creen que puedes ser la madre de sus hijos… ¿me equivoco?
Mi labio tembló, ¿acaso Alejandro había pensado en casarse con esa mujer antes de que me lo pidiera a mí? Si eso era cierto, entonces, era más que su amante.
Ella soltó una ligera risa — es cierto — admitió — Alejandro me planteó ser la madre de sus hijos alguna vez…
—¿Lo ves? — Antonio pareció calmar su ansiedad — si este hombre muere, tú tendrías el camino libre… podrías convertirte en la señora De León y con tu conocimiento del negocio, serias la más apta para heredarlo, si algo le pasa a Alejandro, ¿no lo crees?
—¿Planeas matar a Alex? — levantó una ceja — ¿no crees que aspiras demasiado? Para eso necesitas mucho apoyo y no creo que cuentes con ello.
—Lo tengo — Antonio rió — mi padre me apoya…
—Tu padre no es nadie, Antonio — Marisela negó haciendo una mueca sarcástica — si fuera alguien a quien temer, no estaría ahora como un subordinado de Alex, para no perder lo poco que queda de su empresa, la cual es mera fachada, debido a que ya nadie confía en él para hacer tratos…
—Pero todo estará bien — Antonio ladeo el rostro — si elimino a este hombre, tendré el respaldo de alguien más, alguien que tiene en mente algo diferente.
—Ah, ¿sí? — Marisela ladeo el rostro, observándolo con curiosidad — ¿quién? No creo que haya nadie tan estúpido, cómo para apoyarte en una cruzada contra Alex.
—Lo hay — aseguró con emoción — nada más y nada menos que la persona a la que solo le interesa algo — soltó una ligera risa — un heredero de la familia.
Marisela parpadeó confundida — ¿qué quieres decir? — preguntó con algo de sorpresa.
—Así es — Antonio asintió — el padre de Alejandro es quien pidió que se eliminara a Erick Salazar, va a pagar muy bien por su cabeza…
La presión en mi cuello aumentó pero ya no me importó, esa declaración me hizo temblar; saber que el padre de Alejandro era el que había ordenado que me eliminaran, era algo que no podía asimilar con rapidez.
—El señor Diego de León quiere que su hijo tenga descendencia — prosiguió Antonio con su explicación — y después, lo eliminará para poder reclamar a su nieto y educarlo… ¿lo ves? Hay alguien que me respalda y podría respaldarte a ti también, si me apoyas.
Marisela entrecerró los ojos y levantó el rostro altivamente.
—El señor Diego no sería capaz de hacerlo — negó — a pesar de los problemas que tiene con su hijo, no lo haría, la señora Alejandra no se lo perdonaría.
—La señora — Antonio rió — ella está enferma y lo sabes, a veces no recuerda ni quien es…
Marisela guardó silencio y después soltó el aire — entonces, ¿cuál es el plan? — preguntó — eliminamos a Erick Salazar, ¿y? — levantó una ceja — me caso con Alejandro y le doy un nieto al señor Diego, pero ¿cómo sé que no me eliminarán a mí también, después de eso?
Antonio bajó un poco el arma — yo tendré el respaldo del señor — aseguró — tú me gustas Marisela — sentenció sin vergüenza — podrías ser mi esposa y ambos, nos quedaríamos con una gran parte del negocio…
—Ya estás casado… — ella sonrió y pasó la mano por su hombro, haciendo para atrás algunos mechones de su cabello.
—Sí, lo estoy, pero eso se arregla — Antonio ladeo el rostro observándola insistente — especialmente con el poder que voy a tener — dijo con confianza — el señor Diego hará a mi familia su socia principal, y cuando mi padre muera, yo seré el único sucesor, después de todo, el trabajo lo estoy haciendo yo — gimotee ante el movimiento que hizo, jalándome para volver a acomodarme, porque ya estaba resbalando de su agarre — me quedaré con el tráfico de armas de este país y tendré preferencia para los negocios directos con el señor Diego, en los demás países.
Escuchar todo eso me dejo helado, mi cerebro procesó la información con rapidez a pesar de que me negaba a creerlo, pero al pensarlo bien, comprendí muchas cosas; sentí que el mundo se abría para mí, era imposible que pudiera asimilar todo lo que eso significaba. En el fondo de mí, aún tenía la esperanza de que fuese una broma, cruel sí, pero broma al fin, aunque sabía perfectamente que no era así; por ello todo lo que había ocurrido en los últimos días, empezaba a tener una razón y a tomar sentido.
Marisela se quedó seria y me observó fijamente, después, posó su vista en Antonio y sonrió.
—De todos modos, el señor Diego será el que mande — insistió.
—Sólo hasta que muera y hay que admitir, que ya está viejo, cualquier cosa puede sucederle, después de eso, todo pasará a su nieto y tú, cómo su legítima madre, puedes reclamarlo para educarlo… — explicó — tendremos todos los negocios en nuestro poder… el heredero será muy joven y podríamos deshacernos de él — dijo con burla — claro, no podrías tomarle cariño, pero es obvio que no eres de las mujeres que aman a alguien, o ¿sí?
Marisela rió, su risa era muy dulce — crees que me conoces muy bien, ¿verdad? — cualquiera que la viera, podría enamorarse de ese rostro angelical que tenía.
—Trabajas para Alejandro, ¿qué podría esperar de ti?
—Y entonces, ¿por qué estás interesado en mí, si me tienes en tan mal concepto? — preguntó con suavidad.
—Es obvio — Antonio ladeó el rostro observándome con diversión — los dos amantes que he tenido de Alejandro han sido deliciosos, éste especialmente — aseveró — y si tú has estado con él durante tantos años, debes ser una verdadera puta de primera calidad, debes tener algo que sea lo suficientemente bueno para que Alejandro, no te haya botado tan rápido, cómo a todos los demás que ha tenido.
—Gracias — dijo ella con algo de sarcasmo — eso es halagador… — entornó los ojos — pero, tengo una duda, si tienes el apoyo del señor Diego de León, ¿por qué tenías que matar a Samuel? Samuel había trabajado más para el señor Diego que para Alex.
—Tú lo dijiste — respondió con calma — Samuel era más padre para Alejandro que el señor Diego, incluso, los retirados aprecian más a Alex que a su padre…
—¿Sabías que el señor Samuel estaba aquí? — Marisela caminó hacia la mesa dónde estaba la jarra con agua.
—No — Antonio la siguió con el arma — fue una sorpresa, pensé que me encontraría con alguno de sus guaruras, incluso pensé en Miguel, fue extraño ver a un anciano.
—Ya veo — Marisela se sirvió agua — ¿sabes dónde está Alex? — bebió del vaso y se recargó en la mesilla.
—Lo último que supe era que iba a verse con unos reporteros — Marisela jugó con el vaso frente a ella, observando con curiosidad y Antonio la señaló con el arma — sí, lo supe por ti.
—¿Cómo? — Marisela relamió sus labios y dejó el vaso en la mesa sin apartarse de ella — ¿cómo sabes cosas por mí? Yo no sabía de tus planes.
—Alguien me hizo el favor de espiarte.
Marisela rió — lo sabía, tenía mis sospechas de que alguien lo estaba haciendo — negó — tienes muchas personas trabajando directamente para ti en el hotel, ¿verdad?
—Por supuesto, muchas de ellas las compré con dinero del padre de Alejandro y no solo en el hotel — sonrió — también conseguí a uno de los trabajadores de este hospital, el que le trajo la comida al ‘conejo’.
Ella levantó el rostro y respiró profundamente.
—Ya veo, Antonio — levantó una ceja — si querías que te ayudara, ¿por qué no viniste directamente conmigo? — Marisela se movió coqueta — si me lo hubieras planteado así desde un principio, las cosas entre ambos hubieran funcionado mejor.
—No pensé que en verdad traicionarías a Alejandro, jamás has hecho algo en su contra…
Ella soltó otra risa — sí, es cierto, pero después de todo lo que me has dicho, creo que tienes razón, aquí, el que sale sobrando, es ese hombre que tienes entre tus brazos — me señaló con el rostro.
Antonio sonrió ampliamente — entonces, ¿estás de acuerdo con el plan? — preguntó emocionado, su agarre en mi cuello disminuyó un poco.
—¡Por supuesto! — Marisela se alzó de hombros — teniendo el respaldo del padre de Alejandro, las cosas cambian — le guiño el ojo — además, yo no quiero a Alex, por lo que, no tendría inconveniente en casarme con él solo por conveniencia — negó — y ser la señora De León, es un excelente título, especialmente con el poder que se obtiene — dijo con cinismo — y cabe mencionar que… — relamió sus labios seductoramente, observando a mi captor de pies a cabeza — tú no estás tan mal Antonio, podría disfrutar una relación contigo…
—Veo que aparte de hermosa, eres muy inteligente — Antonio bajó un poco más el arma — pero, ¿qué harás cuando Alejandro se entere de la muerte de su amante?
—No te preocupes — sonrió calmada — le diré que, cuando llegué, ya estaba muerto…
—¿Te creerá?
—Soy su mano derecha, la única persona de la cual no espera una traición — lo miró con una sonrisa sarcástica dibujada en sus labios — ¿en verdad crees que dudaría de mi palabra?
Antonio soltó una risa — en verdad, eres una maldita zorra — bajó el arma completamente — pero debí saberlo, después de todo, por algo estás dónde estás — sentenció — bien, entonces acabemos con esto…
Antonio me lanzó contra el colchón, caí de lado, algo lejos del lugar donde me había tenido los últimos minutos, pero no quise voltear a verlo, tenía miedo; en ese momento tenía tanto miedo que mi cuerpo temblaba sin poder contenerme.
—Cómo dije antes, es hora de que mueras, ‘conejo’.
Apreté mis parpados y escuché una detonación.
El grito de Antonio retumbó en la habitación, sentí que algo frío cayó sobre mis piernas y después humedad; cuando abrí los ojos, giré mi rostro y noté como la sangre de Antonio estaba sobre mí, cayendo de su mano derecha. Intentó tomar su arma con la otra mano pero la voz de Marisela lo detuvo, mientras le apuntaba con un arma que tenía en su mano.
—¡No te atrevas! — su voz era distinta a la que hacía un momento escuchara, cuando platicaba con Antonio — señor Salazar — dijo con calma — podría, por favor, alejar esa arma de ahí — yo aún temblaba, pero hice lo que me indicó, tomé la pistola a pesar del miedo que me invadía, lanzándola hacia el otro lado de la cama — gracias — dijo ella, cuando el arma cayó al suelo.
Antonio quiso volver a agarrarme como escudo, pero ella volvió a disparar; ante la detonación cerré mis ojos con miedo y un nuevo grito de Antonio se escuchó. Volví a abrir mis ojos y ya no estaba al alcance de mi vista; Marisela caminó hacia mí, pero apuntaba con su arma hacia el piso.
—¿Está bien? — preguntó condescendiente al ver que estaba temblando y mis ojos estaban llorosos — cúbrase por favor — su semblante era tranquilo cuando me miraba, pero al desviar su vista y posarla a un lado de mi cama, viendo al piso, cambió a uno serio, el cual, daba miedo — ¿en serio creíste que traicionaría a Alejandro? — preguntó con media sonrisa en su rostro — no Antonio, jamás haría algo así…
—¿Por qué…? — la voz de Antonio denotaba el dolor que sentía — ibas a tener dinero… poder… ¡Todo!
—Qué poco me conoces — sonrió — yo no traicionaría al hombre que me salvo de un cerdo, igual que tú y tu padre — espetó con desprecio — primero muerta antes que hacer algo en contra de Alejandro… además, Alex no me interesa, yo ya tengo pareja — levantó una ceja — si tenía sexo con él, es porque me agrada y uno de mis trabajos es quitarle el estrés, pero no hay nada entre nosotros y jamás lo habría, porque aunque yo estuviera interesada en él seriamente, Alejandro ama al señor Salazar y eso, es algo en lo que nadie puede interferir — la seguridad con la que dijo lo último me sorprendió.
Marisela guardó silencio mientras colocaba la mano en su oreja, misma que estaba cubierta por su cabello suelto, después de un momento volvió a hablar.
—Entendido… — dijo con calma — y justo a tiempo terminamos de hablar — sonrió dirigiéndose a Antonio — Alejandro está aquí.
—No… — la voz de Antonio era un susurro, pero lo alcancé a oír.
—Sí — dijo ella con diversión — y ahora lo sabe todo — sonrió — desde que entré, todo lo que hablamos lo escuchó — su mano libre se movió hasta la bolsa de su saco — gracias a esto… — sacó un pequeño aparato de ahí y se lo lanzó — es un micrófono de alta frecuencia, antes de entrar, fue encendido — explicó — Alejandro ya venía para acá, porque alguien lo puso sobre aviso — Marisela ladeó el rostro — ¿te sorprende? ¿Pensaste que Jair había muerto en verdad? — negó — no Antonio, Alejandro no mata con tanta rapidez a quien lo traiciona y tu querido Jair le dijo todo hace rato, por eso yo vine a ver al señor Salazar, porque él temía que intentaras hacer algo de nuevo y no se equivocó.
En ese momento me incorporé, sentándome en la cama, tomando las sabanas y edredones, a pesar de que estaban manchadas de sangre; necesitaba cubrir mi cuerpo desnudo con algo.
—No… — la voz de Antonio tembló, giré mi rostro y pude verlo en el piso, el terror en sus ojos era inexplicable; él se movió tratando de tomar a Marisela con su mano izquierda, pero no pudo moverse mucho, con ello me di cuenta que estaba herido de su pierna — por favor… — su voz se quebró — mátame tú, no dejes que se acerque.
Ella levantó una ceja y se hizo para atrás, sin dejar de apuntarle — te dije que habías firmado tu sentencia de muerte, pero yo no soy quien ejecutará tu castigo — sonrió.
En ese momento la puerta se abrió de golpe.
Alejandro entró con paso firme, sus manos estaban dentro de las bolsas de su gabardina, su rostro tenía un semblante serio y su mirada, aún y que estaba fija en el hombre que estaba tirado en el suelo, me hizo estremecer; sentí algo extraño, algo indefinible que solo podía comparar al miedo, después de que un escalofrío recorriera mi cuerpo, un pavor indescriptible me inundó, logrando que mi labio inferior temblara. Tras él, Julián y Miguel, junto con otros tres hombres de cabello canoso, entraron sin decir una sola palabra; el único ruido que escuché fue el que hacían al chocar la suela de sus zapatos, contra el mármol del piso.
Alex se acercó hasta donde estábamos, pero en ningún momento me dedicó una mirada; se colocó a un lado de Marisela, ella bajó su arma y se hizo a un lado; los hombres que venían tras él, sacaron sus armas pero no apuntaron, solo las tenían en sus manos, parecían estar alerta.
El silencio reinó, yo seguía temblando, había algo que me llenaba de terror, pero no sabía qué con exactitud; intenté ver a Alejandro, pero lo penetrante de su verde mirar, me obligó a bajar la vista, a pesar de que la frialdad de su mirada no era para mí.
—Así que… — su voz era tranquila y aun así, me hizo estremecer — ¿mi padre fraguó todo esto?
—Alex… Alex… — Antonio apenas pudo hablar — perdóname… — suplicó y cómo pudo se hincó ante Alejandro — yo… yo solo obedecí porque tu padre iba a matar a mi familia… a mi esposa… a mis hijas…
Alejandro ladeó el rostro y su cabello se movió al compás; esta vez lo llevaba peinado al natural, obviamente no llevaba ni una sola gota de fijador, por lo que la sedosidad de su cabello, permitía que se acomodara y se agitara, según el movimiento de su cabeza.
—¿En serio? — sonrió de lado y me sorprendí a mí mismo al hacerme hacia atrás inconscientemente, en un acto reflejo para alejarme de él, su sonrisa me sobresaltó — Antonio, dime, ¿qué crees que le hice a Jair? — indagó con inocencia.
—Lo… ¿lo mataste? — preguntó el aludido con miedo en su voz.
—No — Alejandro negó lentamente — aún no ha muerto — aseguró — pero te aseguro que le está rogando a Dios o al Demonio, para que la muerte se lo lleve rápido… — su voz fue grave — pensé que todo acabaría ahí, pero cuando me dijo que había sido idea tuya, entendí que debía arrancar el problema de raíz — guardó silencio un momento — solo que ahora veo que la raíz no eres tú, sino mi padre…
—Sí… sí… — repitió Antonio con rapidez — te juro que no quería hacerlo, pero él me amenazó y por eso lo obedecí — se escudó.
—Y tú aceptaste dañar a Erick, a cambio de que no le hiciera nada a tu familia, ¿cierto? — Alejandro seguía con una voz tranquila, pero algo me decía que eso era mucho peor que si demostrara su ira — ¿por qué, Antonio? ¿Por qué te arriesgarías por tu familia? Que yo sepa, no te interesan…
—¡Sí me interesan! — gritó — amo a mis hijas, a mi esposa no tanto — bajó la vista por un momento — pero ¡a mis hijas, sí!
—¿De verdad? — Alejandro asintió — te entiendo, entonces, ya sé lo que voy a hacer…
—¿Qué? — preguntó el hombre, con un dejo de angustia en su voz.
Alejandro se inclinó ligeramente hacia Antonio.
—Tú lastimaste a la persona que amo, lo hiciste sufrir, no solo una, sino dos veces — cada palabra que Alex decía, agravaba el tono de su voz — yo, voy a hacer lo mismo… cada miembro de tu familia, tus hijas, tu esposa, tus malditos hermanos y las putas de tus hermanas — espetó con desprecio — incluyendo al perro de tu padre, todos y cada uno de ellos van a sufrir una muerte lenta y dolorosa antes que tú… pero no te preocupes, mientras los destrozo con mis propias manos, tú — lo señaló con el índice — estarás ahí, observando en primera fila cada herida, cada corte, cada parte de su cuerpo perdida, disfrutando el concierto de sus gritos de dolor y agonía… y al final… al final voy a torturarte cómo a nadie, para que sufras en carne viva el miedo y sufrimiento, que Erick sintió, por tu culpa.
—No… — Antonio negó — no lo harías — una sonrisa nerviosa adornó su rostro — tu nunca dañas a las familias, solo dañas a quien te hace el daño… lo sé, no te atreverías…
Alejandro se irguió nuevamente, pero mantuvo su rostro hacia abajo — ¿qué no me atrevería?
Puso su mano en su rostro y empezó a reír, primero levemente, después, aumentó de volumen, volviéndose una carcajada, mientras levantaba el rostro y hacía su cabello para atrás. Su risa era distinta a lo que había escuchado antes; pasé saliva nerviosamente, ese Alex que estaba frente a mí no era el que yo conocía.
Por fin, Alejandro se calmó y volvió a ver a Antonio, aún con sus labios curvados — tienes razón — asintió — yo no lastimo a las familias, porque no me gusta meter a inocentes en mis negocios — Antonio respiró aliviado al escuchar eso — pero… — la voz y el semblante de Alex volvieron a ser fríos — tú lastimaste a Erick, así que, es justo que yo me cobre de la misma manera, lastimando lo que tú más quieres…
—¡No! — Antonio se lanzó a los pies de Alejandro mientras lloraba — mata a mi padre, a mis hermanos, a mí, pero no a mis hijas… por favor… ¡por favor, a ellas no! Por favor, Alejandro… te lo suplico…
Alejandro miró con desprecio a Antonio, después lo pateó con fuerza en el rostro alejándolo de él.
—¡Tú no tienes derecho de suplicar! — espetó con saña.
Antonio se quejó, limpió su rostro con la mano que no tenía herida y levantó la vista — pero… tu padre… tu padre lo ordenó — repitió — es su culpa… es su culpa… — terminó en un murmullo y sollozó.
—Mi padre — Alex suspiró — ese es un asunto del que me encargaré personalmente, ya una vez me alejó de Erick y no voy a perdonarle que lo haya intentado de nuevo — aseguró — yo mismo terminaré con su existencia, cómo debí haberlo hecho hace años…
Yo temblaba ante todo lo que estaba escuchando, ¿quién era Alejandro en realidad? Ese hombre que estaba frente a mí no era el que me había hecho el amor incontables veces, el que se preocupaba por mí, el que me había dicho que me amaba con tanto amor reflejado en sus ojos; ¡no!, tenía que ser un error, una broma, un mal sueño, ese no era el ser a quien yo le había entregado mi alma y corazón. El Alejandro que yo amaba, no se atrevería a lastimar a personas inocentes; me negaba a creer que sería capaz de hacer daño, pero todo lo que había sucedido, me estaba obligando a ver lo que no quería.
Antonio se incorporó con dificultad, pero esta vez puso sus manos en la cama.
—Por favor… — buscó mis piernas, que habían quedado fuera de las sabanas, ensuciándome con su sangre cuando me sujetó — por favor, Señor Salazar, ¡ayúdeme! — imploró — dígale que no dañe a mis hijas…
Me sorprendió que me hablara de esa manera, el pánico en sus ojos, el temblor en sus manos y las lágrimas recorriendo su rostro, me decían que realmente le tenía pavor a lo que Alex era capaz de hacer; mi labio tembló, apenas iba hablar cuando fue alejado de mí con brusquedad.
Alejandro lo agarró de las manos — ¡no te atrevas a tocarlo! — apenas terminó la frase lo lanzó contra el piso sin consideración y Antonio se quejó por la manera en que cayó, lastimándose aún más.
Alex caminó hasta él y pisó con fuerza la mano herida, un crujido se escuchó y el grito de Antonio se retumbó en la habitación, logrando que me encogiera en mi lugar cerrando los ojos.
—¡No eres digno de tocar su piel! — después de la voz de Alex, escuché otro crujido y un nuevo grito me hizo abrir mis parpados.
Alejandro le había roto la otra mano a Antonio y estaba a punto de golpearlo nuevamente.
—¡Basta! — grité.
Tenía miedo, mucho miedo, pero no podía seguir viendo, ni escuchando, lo que Alejandro hacía. Alex se detuvo y me observó de soslayo; sus ojos tenían un destello de furia, mantenía sus puños cerrados y sus manos también estaban manchadas de sangre.
—Basta… — supliqué a media voz — me niego… — mis ojos se llenaron de lágrimas — me niego a creer que eres así…— sollocé y levanté mi vista para verlo a los ojos — tú no eres Alex… — aseguré — no eres el hombre que me demuestra cuanto me ama con detalles, con caricias, con palabras… — las lágrimas rodaron por mis mejillas — tú no eres el hombre que yo amo…
Alejandro me observó, bajó la vista posándola sobre Antonio, quien estaba en el piso, llorando y quejándose por las heridas que tenía.
Alex se alejó de él — llévenselo — ordenó.
Los tres hombres que no conocía, caminaron hasta Antonio y lo llevaron hacia la puerta, sin ningún tipo de consideración por su estado. Julián se movió con rapidez yendo al sanitario y volviendo con una toalla húmeda, entregándosela a Alejandro; él se limpió las manos y le devolvió la toalla.
Alex caminó hacia la cama, yo seguía observándolo con miedo; incrédulo ante lo que acababa de presenciar, no podía creer lo que había visto, ni mucho menos, lo que había escuchado que Alejandro iba a hacer.
—Erick… — Alex intentó acariciar mi rostro.
—No me toques… — rechacé la caricia, tenía miedo de él, un miedo que no podía describir, casi rayando en terror.
Alejandro cerró su mano y la alejó con lentitud.
—Está bien — bajó la mirada — si no quieres que te toque, no lo haré — se incorporó y dio media vuelta.
—¿En verdad…? — mi voz apenas salió — ¿en verdad lo harás…? — Alex se detuvo y me observó por encima de su hombro — lo que dijiste… lo de la familia de Antonio… — especifiqué.
—Merece un castigo — su voz no tenía ningún sentimiento.
—¿Por qué? — estaba consternado ante la actitud de Alex.
—¿Todavía lo preguntas? — él me observó con ira — después de lo que te hizo, ¿qué piensas que voy a hacer? ¿Premiarlo?
—Pero su familia no hizo nada — bajé la vista — me duele, sí — mordí mi labio, tratando de no recordar lo ocurrido — pero sus hijas no tienen la culpa — posé mi vista en Alejandro, suplicándole con la mirada que no lo hiciera.
—Lo siento, Erick — suspiró — pero a veces, personas inocentes pagan por lo que otros hacen…
—¡¿Harás lo mismo que me hicieron a mí?! — Alejandro se sorprendió ante mi pregunta — yo también soy inocente — reproché — no sabía nada de ti, ni de tus… — dudé — negocios… — dije en un murmullo, pues no sabía cómo llamarlos — no entendía por qué me pasaban las cosas, no entendía por qué tanto misterio, ni tus miedos a que algo me sucediera — las lágrimas empezaron a caer — pero ahora si lo entiendo y no se me hace justo que quieras que personas inocentes, sufran lo que yo sufrí, ¡no es justo!
—Tú no entiendes — aseguró.
—¿No entiendo? — pregunté incrédulo — ¿qué no entiendo? ¿Que tú trabajo como empresario hotelero es una fachada para tus negocios verdaderos? ¡Negocios fuera de la ley! — aseguré — ¿eso era lo que no querías que supiera? — reproché — ¿Por qué, Alex? ¡¿Por qué no me dijiste lo que haces en realidad?!
—Erick… — él se quedó en silencio, apretó los puños y giró el rostro — no podemos hablar ahora — aseguró — Marisela — la mujer levantó el rostro, pues mientras yo hablaba con Alex ella estaba ahí, pero no interrumpió — cámbienlo de habitación, que refuercen la seguridad y la guardia — ordenó — encuentra a quienes ayudaron a Antonio tanto aquí, como en el hotel y arreglen la situación con la familia de los trabajadores del hospital que murieron, no quiero que nadie se entere de nada — ella asintió y se adelantó hacia la salida — hablaremos pronto — Alex me observó — te lo aseguro.
—¿Y tu padre? — levanté la voz — ¿también piensas cumplir lo que dijiste de él?
—Eso… — Alejandro guardó silencio y vi como apretaba su puño — eso es asunto mío…
Alex salió de la habitación junto con Julián y Miguel, yo me quedé ahí, en la cama, solo; no me moví, simplemente esperé, con mi vista aun puesta en la puerta, esperando que Alex volviera y dijera que todo había sido una broma, pero no sucedió. Momentos después, Marisela volvió.
—Señor… — dijo con suavidad — por favor, pase a la regadera, necesita una ducha antes de ir a su nueva habitación.
A pesar de escucharla, se me hacía tan ajena, pero debía obedecer; asentí y traté de ponerme de pie, pero no pude hacerlo, ella se acercó.
—¿Puedo…? — preguntó antes de tocarme.
Levanté mi vista y asentí, ella pasó su brazo por mi espalda y colocó el mío sobre sus hombros para que tuviera apoyo, después me ayudó a llegar al baño. En la regadera había una silla, por lo que no tuve que quedarme de pie, pero me dolía el cuerpo y especialmente el hombro, de hecho, me estaba sangrando la herida.
—¿Quiere que lo ayude?
—S… sí… — respondí con vergüenza.
Ella se quitó los lentes, dejándolos en una pequeña repisa del baño, después empezó a limpiar mi cuerpo, sin importar si mojaba su ropa, pero al notar que la sangre del hombro fluía constante se puso de pie.
—Iré por una enfermera — anunció, saliendo con rapidez del baño y yo me quedé ahí, bajo el chorro de agua, aun recordando las palabras de Alejandro, sin poder reconocerlo.
Momentos después, Marisela volvió con una joven, quien traía unos aditamentos de curación.
—Hay que sacarlo del baño — pidió la chica.
—Es más difícil moverlo mientras sangra — añadió Marisela — solo deja que cierre la regadera y haz una curación rápida, para que deje de hacerlo ahora mismo, en la otra habitación lo atiendes mejor.
—Está bien — accedió la enfermera.
Marisela cerró la regadera y la joven hizo su labor, después salió del baño con rapidez. Marisela tomó una toalla y me secó con delicadeza, parecía temer que me fuera a romper.
—¿Por qué…? — mi voz era apenas audible, no porque no pudiera hablar, sino por la vergüenza que sentía.
—¿Señor…? — levantó su rostro y posó su mirar aceitunado en mi rostro.
—¿Por qué eres tan… considerada…? Si yo... yo me he portado mal contigo — desvié la mirada.
Ella soltó una risa ligera — usted no se ha portado mal conmigo — aseguró — el señor De León me dijo que usted sabía de lo nuestro, era obvio que usted estuviera incómodo conmigo — se alzó de hombros — no se preocupe, — negó — el señor De León y yo no tenemos una relación seria y le aseguro que, desde que lo volvió a encontrar, no me ha vuelto a tocar…
Sonreí cansado; eso debería hacerme sentir bien, pero, en ese momento, no sentía nada.
—¿Es cierto…? — titubee — ¿es cierto que tienes a alguien más?
—Sí — respondió con seguridad — tengo una pareja, no estable, precisamente por mi condición con el señor De León, pero, espero que eso se arregle pronto.
—¿Por qué dices eso?
—Porque, cuando ustedes se casen, él no va a necesitar de nadie más — sonrió con dulzura.
No dije nada más, ella ya sabía que la intención de Alex, era que me casara con él, pero ¿de qué me sorprendía? Era muy probable que todos sus trabajadores lo supieran, tal vez, por eso, empezó todo el problema.
Sí era cierto que el padre de Alejandro, quería un heredero, yo, como su esposo, no podría dárselo; pero además de eso, en ese preciso momento, no podía pensar en estar cerca de Alex, no con esa situación, no con su comportamiento tan cruel y si en verdad lastimaba a personas inocentes, ¿cómo iba a poder aceptar sus caricias? ¿Cómo permitir que me tocara con las mismas manos que mataban a personas indefensas? Cerré mis ojos y respiré hondamente, no era el momento de pensar en ello, no me sentía nada bien y eso me perturbaba de más.
—¿Se siente bien? — la voz de Marisela me sacó de mis pensamientos.
—Sí — asentí.
—Entonces, es hora de que salgamos de aquí.
Me puse de pie y ella me ayudó a colocarme la bata que me habían llevado, muy diferente a la típica bata de hospital, más acogedora y cómoda. En ese momento tuve menos dificultades para moverme, pero aun así, Marisela me ayudó; al salir del baño Miguel me estaba esperando con una silla de ruedas frente a él.
—Por favor… — ella me indicó la silla y me ayudó a sentarme, estaba tan cansado que no quería saber nada más.
El trayecto fue corto, sólo me cambiaron de habitación, a una igual que la anterior. Miguel me ayudó a subir a la cama, porque Marisela le dijo que estaba muy mojada y no quería empaparme de nuevo; un doctor y un par de enfermeras llegaron apenas estuve acomodado.
El médico revisó mi hombro, mientras una de las mujeres me colocaba el suero nuevamente; entre el doctor y la otra enfermera volvieron a curar la herida en mi hombro, a pesar de que sangraba, no parecía haberse abierto y los puntos estaban en su lugar. Cuando terminaron, se retiraron sin decir una sola palabra.
Miguel salió de la habitación después ellos, dejando sólo a Marisela conmigo.
—¿Necesita algo más, señor? — preguntó con voz suave.
Yo estaba viendo por el ventanal, ya no llovía, pero podía ver cómo grandes copos de nieve caían y las ventanas se empañaban rápidamente; iba a hacer frío, pero eso era irrelevante para mí en ese momento.
—No — negué — solo quiero estar solo.
—Está bien — asintió — estaremos afuera, por si necesita algo.
Ella caminó a la salida con paso seguro.
Cuando escuché la puerta cerrarse, suspiré, sintiendo como mis ojos se humedecían; me coloqué de lado y me hice un ovillo en la cama.
Empecé a llorar, me dolía el pecho, me dolía como jamás había imaginado que pudiera doler; después de todo lo que había pasado y sufrido en los últimos días, me di cuenta que los golpes y las violaciones no me habían lastimado tanto, cómo el hecho de saber, quién era Alejandro en realidad.
A pesar de sus secretos, a pesar de todo aquello que parecía querer ocultar y evitar que yo me enterara, aun y con su manera de decir las cosas y lo que ocurría a su alrededor, que me llegaba a asustar, para mí Alejandro era especial; él era un hombre único, lo fue durante mucho tiempo y a pesar de todo, siempre había pensado que lo era, pero ese día, al enterarme de esa cara oculta que tenía, me había devastado.
—Alex… — sollocé.
Mordí mi labio, a pesar de que me dolía, ¿cómo dejar de sentir tanto dolor que sabía perfectamente no era físico? ¿Cómo tratar de olvidar lo que había vivido? Jair tenía razón, ya estaba roto, pero no por lo que le había sucedido a mi cuerpo, sino por la decepción que sufrí, al conocer el verdadero rostro de la persona que amaba.
Cerré mis parpados, no quería pensar, no quería saber nada de lo que había alrededor, pero, aunque tenía mis ojos cerrados, las lágrimas no dejaban de fluir y mi mente repasaba, una y otra vez, lo que había escuchado y visto los últimos tres días.
Durante un largo rato me quedé así, hecho un ovillo; cuando el doctor fue a verme tenía los ojos hinchados.
—¿Se siente mal? — preguntó con preocupación.
—Sí — asentí — necesito descansar, necesito dormir — sollocé — pero no puedo.
El doctor me miró con algo de lástima — si quiere, le pongo un sedante para que duerma hasta mañana — sonrió conciliador.
—Por favor… — supliqué — sólo quiero descansar.
El doctor asintió y salió de la habitación. Minutos después, una de las enfermeras, que me había ayudado con anterioridad llegó y colocó en mi suero un medicamento.
—Con esto se sentirá mejor — aseguró.
—Gracias… — susurré.
Ella se quedó un momento a mi lado, acariciando mi mano y, cuando mis parpados empezaron a cerrarse, ella se alejó sin hacer ruido.
Eso era lo que necesitaba, solo, descansar.
* * *
- - - - -
Sentí movimiento en mi mano izquierda, una especie de caricia sutil que me obligó a despertar con sobresalto. La joven que estaba a mi lado me observó con asombro y después sonrió.
—Buenos días — dijo atenta — que bueno que despierta, ¿cómo se siente?
Parpadee confundido, después repasé todo lo que me rodeaba con mi vista; estaba en una gran habitación de hospital, el movimiento que había sentido era la enfermera que me estaba cambiando el suero.
—Bien… — respondí escuetamente, mi voz aún era débil, pero se escuchaba lo suficiente.
—Iré por el doctor — acomodó mi mano bajo la sabana y cobertor — mejor mantenga el brazo cubierto, hace frío y el líquido del suero, junto con los medicamentos, puede lograr que la temperatura de su brazo descienda y le incomode.
No dijo más, dio media vuelta y empezó a caminar a la salida. No me encontraba completamente recostado; la cama estaba ligeramente levantada en ángulo y pude recorrer la habitación con mis ojos. Era ostentosa, a pesar de ser de un hospital; la cama donde me encontraba era grande, había algunas mesas a los lados y frente a la cama, empotrada a la pared, una televisión de gran tamaño. Mi vista se fijó en una mesa de cuatro sillas, que parecía más bien un desayunador, en donde había un gran arreglo de flores; rosas blancas y orquídeas, no entendía la razón de ellas, pero no tenía ánimos de pensar más sobre algo tan trivial.
Al lado contrario de esa mesa, estaba una sala de estar que se miraba bastante cómoda; en la pared, frente a la sala, una mesita con una jarra de agua, varios vasos y a una altura considerable, un gran reloj redondo que marcaba las diez con quince minutos.
Traté de inhalar profundamente y me di cuenta que mi respiración era normal; ya no tenía el silbido en mi pecho y además, no me dolía al respirar. Seguí inspeccionando la habitación con mi mirada, encontrando una segunda puerta, la cual, imaginé que era el sanitario; observe el exterior gracias a los ventanales, los cuales eran grandes y podía ver, desde la cama, los edificios de la ciudad, a pesar de que la lluvia golpeaba el cristal insistente; todo eso me indicaba, que me encontraba en algún piso alto de un gran edificio.
La puerta se abrió y un hombre con bata blanca entró, tras él, la joven que momentos antes se había retirado; al final, un hombre vestido de negro, con cabello cano, entró y se quedó cerca de la puerta.
—¿Cómo se siente después de dormir tanto? — preguntó el doctor con una gran sonrisa en el rostro.
—Bien… — traté de sonreír pero no pude — ¿Qué día es?
—No se preocupe, no se perdió de nada — dijo el médico con diversión — solo estuvo inconsciente el día de ayer, cuando lo trajeron… soy el doctor Navarro — se presentó — yo lo voy a atender hasta el cambio de guardia, veamos — sacó una pequeña lámpara de pluma y se acercó a mí — abra la boca por favor — lo obedecí con rapidez, permitiendo que revisara mi garganta — no está mal, ya no está inflamada.
Guardó la lámpara en su bolsa y tomó su estetoscopio, colocando la punta en mi pecho — respire profundo — indicó, así que respiré hondo — ahora exhale — solté el aire con lentitud.
Repetí la acción un par de veces más hasta que se alejó.
—Inclínese hacia delante, por favor — me hice hacia el frente, para que el doctor pudiera colocar la membrana en mi espalda — repitamos, inhale y exhale — hice lo que me pidió un par de veces más.
—¡Bien! — sonrió — mucho mejor, los antibióticos y los broncodilatadores funcionaron con eficacia — me ayudó a acomodarme nuevamente en la cama — ahora, a revisar su hombro.
El médico abrió mi bata y revisó con cuidado, el vendaje que traía en mi hombro derecho.
—Está bien, a pesar de que la herida fue profunda no causó daño grave — aseguró — en unos días más estará cómo nuevo, además, las puntadas se caerán solas, pero aun así, no podré dejarlo ir hasta mañana, tiene que estar en observación debido a lo delicado de la situación con la que ingresó.
—Entiendo… — susurré — disculpe… tengo… tengo un poco de hambre…
—¡Por supuesto!, en un momento más le enviaremos algo para que desayune — se giró hacia la enfermera — que preparen algo blando, no puede comer cosas que puedan raspar su garganta, aún está delicado.
—Sí, doctor.
—Bueno, por el momento todo está bien — el médico palmeo mi pierna — lo vendré a ver más tarde, tengo otros pacientes y ahora, cómo están en otro piso, tengo que subir y bajar — rió divertido — si necesita algo, solicite asistencia con el botón — señaló un pequeño cuadrito que estaba a un lado de la almohada — y recuerde no mover mucho el brazo.
—Gracias.
Ambos, doctor y enfermera, se acercaron a la puerta y el hombre que estaba ahí los despidió; cerró la puerta, pero se quedó dentro. Caminó hacia mí y me observó con seriedad.
—Soy Samuel Espinoza — se presentó con voz ronca.
—Un placer — lo observé de pies a cabeza — usted…
—Soy trabajador del joven De León — sonrió de lado.
—¿Joven? — levanté una ceja, era la primer vez que uno de los hombres de Alex le decía Joven, especialmente porque ya no era un jovencito.
—Trabajo para su familia desde que el señor, Diego de León, era el que se encargaba de todo — explicó — conozco al joven desde antes de que se convirtiera en el señor, yo ya estoy retirado — prosiguió — y supongo que no me recuerda, han pasado muchos años…
—No, no lo recuerdo…
—Me lo imagino, lo conocí muy poco y solo lo vi pocas veces, hace años…
Por más que mi mente trataba de hacer memoria, no podía recordar a ese hombre.
—Y, ¿qué hace aquí? — indagué.
—El joven se comunicó hace dos días con muchos de nosotros, necesitaba gente de confianza y algo la rompió para con sus trabajadores actuales, — suspiró — tardará mucho en recuperarla.
Me removí inquieto, tenía una leve idea de la razón.
—Ahora, ¿usted me cuidará? — pregunté débilmente.
—Solo mientras Miguel puede hacerse cargo, ahora está ocupado con el joven, atendiendo unos asuntos — bajó la mirada — pero, tengo entendido que también será temporal, hasta que Agustín se recupere.
Escuchar el nombre de mi amigo me sobresaltó.
—Agustín… ¿cómo está?
—Tranquilo — levantó una ceja — no debe exaltarse demasiado, aún debe mantenerse en reposo — indicó con seriedad y sentí que era un regaño — no se preocupe, a pesar de que su condición es delicada, mejoró desde ayer — explicó — está aquí, en este hospital también, en un piso diferente — sonrió de lado — es un chico fuerte, además, quien le disparo no parecía tener buena puntería, eso, aunado con la suerte de principiante — dijo sin emoción — estará en perfectas condiciones en unos meses, sí se cuida, claro está, pero la herida le molestará por varios años, al menos eso le enseñará a no salir sin protección adecuada.
Sus palabras me hicieron sentir culpable, después de todo, si Agustín no llevaba su equipo completo, había sido por mi culpa y obstinación.
—¿Podría…? ¿Podría verlo? — mi voz era casi una súplica.
—Lo siento, joven — me sorprendió que me llamara así a mí también — pero usted no está en condiciones de levantarse ahora mismo— sentenció — además, Agustín perdió mucha sangre y sólo despierta por momentos, así que las visitas están restringidas…
—¿Cómo…? ¿Cómo pudo decir lo que pasó si está tan mal? — levanté mi vista y la posé en ese hombre de rostro apacible.
—Fuerza de voluntad — suspiró — cuando uno quiere ayudar y proteger a alguien, hace hasta lo imposible por cumplir esa misión… es obvio que Agustín lo aprecia — dijo sin dejar duda alguna — aunado a eso, el joven De León lo encontró con rapidez y fue atendido de inmediato — su voz sonaba tranquila y orgullosa — probablemente un par de minutos después de que usted fuera raptado… el joven de León dispuso todo para que fuese atendido a la brevedad y eso le salvó la vida.
—Ya veo… ¿dónde…? — pasé saliva, dudando en preguntar — ¿Dónde está A… el señor De León? — corregí.
—¿Se refiere al joven Alejandro? — ladeó el rostro — no tenga miedo, puede decirlo cómo normalmente lo hace — sonrió débilmente — no voy a espantarme, ni tampoco criticarlo o juzgarlo… sé quién es usted, aunque usted no me recuerde — esa frase parecía más un reproche — desde hace muchos años, él hablaba de usted con frecuencia, del joven de hermosos ojos azules, por quien se distanció de su familia, al ser ellos quienes los separaron, y a quien, según sus palabras, algún día iba a recuperar… veo que lo hizo, me alegra.
El rojo cubrió mi rostro, así que tuve que desviar la mirada, mordiendo mi labio nerviosamente.
—El joven está arreglando la situación, con las personas que lo traicionaron — respondió al fin.
Giré mi rostro, lo miré con algo de susto, pasé saliva y mi respiración se agitó — ¿a qué…? ¿A qué se refiere?
—Será mejor que el joven se lo diga en persona — dijo sin más — le avisaré que usted ya despertó, para que sus amigos también estén enterados — sonrió — si necesita algo más, estaré afuera.
—Gracias…
El hombre se retiró y yo, me hundí en la cama, pero no me quedé dormido; lo que había pasado los últimos dos días me había perturbado. Minutos después, la puerta se abrió, permitiendo el paso a un joven que llevaba una charola.
—¡Buenos días! — saludó cordial — su desayuno está aquí — caminó hasta la cama, colocó una mesa frente a mí y dejó la charola en su lugar — volveré por ella en media hora, pero si quiere que me la lleve antes, solo llame — señaló el mismo botón que el doctor — ¿necesita algo más?
—Por favor — señalé una mesita que estaba al lado de mi cama — ¿puede pasarme el control de la televisión?
—Por supuesto — el chico me dio el control del televisor y luego salió de la recamara.
Encendí la pantalla y busqué un canal de noticias; cualquier cosa que no supiera, me enteraría por ahí.
Encontré la noticia del tiroteo en el boulevard y la avenida principal, pero lo denominaron un intento de secuestro hacia algún funcionario importante. Se decía que habían encontrado a varias personas muertas y aquellos sujetos que la policía había capturado, se habían suicidado antes de declarar; bajé la mirada y un estremecimiento me cimbró. No quería pensar que había sido Alejandro quien los había eliminado, me reusaba a creer que podía ser capaz de algo así.
Tuve el impulso de quitar las noticias, pero, aún tenía curiosidad de saber lo que había ocurrido o al menos, lo que los medios tenían que decir de lo sucedido. Mientras salían otros reportajes, abrí la charola de mi desayuno, había algo de fruta picada, una taza de té, un poco de pan y leche, en otro plato había huevos revueltos; lamentablemente para mí, no había café, pero tenía tanta hambre que no me importó.
Empecé a comer con tranquilidad, hasta que, otra noticia aparición en la pantalla; una bodega en las afueras de la ciudad había sido robada el día anterior. No se sabía que guardaba la misma, pero no parecía existir información de aquellos que tenían rentado el lugar; los dueños de la bodega, así como algunas personas de seguridad, declararon que habían visto gente con anterioridad, pero que ese día muchos automóviles estaban rodeando el edificio antes de encontrarla por la tarde, abierta y vacía.
Miré a la ventana, todo era tan confuso para mí. Alex había dicho que, todos los que estaban ahí se los llevarían y que, para cualquiera, ninguno había quedado vivo, era ilógico, si a mí me tenían en esa bodega y en las noticias no decía que había gente, ¿a quién se refería él con la frase ‘para cualquiera’?
Terminé mi comida y alejé la mesa de mí, me estaba dando sueño nuevamente, por lo que preferí buscar algo más para ver; dejé el canal infantil para ver las caricaturas, pero no supe cuánto tiempo tardé en dormir, porque el cansancio me venció.
* * *
“Está dormido… Sí, quizá debemos volver más tarde…”
Unas voces a lo lejos me hicieron entreabrir los ojos para ver quién era. Luís, Daniel y Víctor estaban en la habitación, cerca de la mesa y sonrieron al ver cómo trataba de enfocarlos; bostecé y traté de incorporarme.
—No — Víctor corrió hasta mi — no te esfuerces, ‘bro’, te puedes lastimar.
Sonreí con debilidad — siempre tan exagerado — negué — ayúdame a levantar más la cama — pedí.
Víctor presionó un botón y la mitad de la cama se empezó a mover, dejándome sentado nuevamente; no sabía quién había colocado la cama completamente horizontal, pero era obvio que había sido la misma persona que apagó el televisor. Daniel y Luís se acercaron también.
—¿Cómo te sientes? — Luís se sentó en la orilla de la cama, me tomó de la mano y me miró con ternura.
—Supongo que… bien — respondí con debilidad.
—¡Mira, ‘bro’! — Víctor me dio una bolsita transparente con un listón azul, dentro había galletas de mantequilla — son tus favoritas, también te traje pizza de queso, pero no me dejaron meterla.
—¡¿Cómo se te ocurre traer pizza a un hospital?! — Daniel lo reprendió.
—Íbamos a traer algo más — Luís rió divertido — pero, nos dijeron que mañana vuelves a tu casa y ahora mismo, lo que necesitas es reposo.
—¿Qué pensaban traer? — sonreí con debilidad y abrí la bolsita para comer una galleta.
—Una consola — Daniel sonrió — Alejandro dijo que podíamos quedarnos aquí en la tarde, si queríamos.
—Sí, pero ayer no pudimos hacerlo — Luís negó con la mano cuando le ofrecí una galleta — dijeron que necesitabas descansar y te iban a poner sedantes para que durmieras.
Daniel aceptó una galleta cuando le acerqué la bolsa y Víctor agarró un puño.
—Pensé que eran para Erick — Daniel entrecerró los ojos viendo a nuestro amigo.
—Sí, pero están ricas — Víctor comió sin preocupación.
—Ya veo, la verdad, de todos modos no tengo ganas de jugar — dije con tristeza.
Los videojuegos me recordaban algunas cosas del sábado, especialmente de todo lo que pasé la mañana de ese día con Agustín, quien, en ese momento, también estaba hospitalizado.
—Erick — Luís me observó y buscó mi mano para sujetarla con delicadeza — Alex nos contó ayer…
—¿Qué…? ¿Qué cosa? — desvié la mirada con vergüenza.
—Tu rapto… — dijo Víctor.
—Lo que le pasó a tu chofer y que… que te lastimaron mucho… — Daniel me observó con tristeza.
—¿Les dijo eso? — sentí que mis lágrimas se agolpaban en mis ojos, no pensé que Alejandro se atrevería a decirles que me habían violado.
—Lo siento… — Luís apretó mi mano — él no quería decirnos pero, se lo exigimos.
—De haber sabido, no lo hubiéramos presionado — Daniel puso su mano en mi pierna por encima de las sabanas y edredones — discúlpanos… pero, necesitábamos saber por qué sucedían las cosas…
—¿Qué cosas? — indagué tratando de contener mi llanto.
—Primero, ¡este hospital! — Víctor señalo la habitación con sus manos — ¿tienes idea de dónde estás?
—No — negué — pero me imagino — era obvio que estaba en el hospital más exclusivo de la ciudad.
—Además — Luís me observó con seriedad — eres el único paciente en este piso.
—¿Qué? — fruncí el ceño sin entender.
—Alejandro pagó para que nadie accediera a este piso — Daniel se alzó de hombros — nadie que no tenga esto… — me mostró una tarjeta que traía por dentro del saco — puede pasar a verte, ni siquiera pueden pasar más allá de la recepción, después del elevador.
Moví mi rostro confundido, nada de eso tenía sentido, además, Alejandro ya se había encargado de todo el día anterior.
—Pero, creo que eso es porque no quiere que lo vengan a buscar de nuevo o, ¿no? — Daniel y Luís fulminaron a Víctor con la mirada cuando dijo eso — bueno, no creo pero…
—¿A qué…? ¿A qué te refieres? — pregunté.
—Pues… que… — Víctor titubeó — yo…
—Alejandro nos dijo que, los que te hicieron eso — Luís desvió la vista al decir ‘eso’ — escaparon, así que, supongo que tiene miedo que intenten hacerte algo más.
—Sí — Daniel asintió — dijo que el licenciado de Melissa fue el autor intelectual, en este momento lo están buscando.
—Pero… es… — no supe que decir, pase mi mano por mi cabello negando.
Mi mente estaba hecha un caos. En las noticias decían que no se sabía nada al respecto; mis amigos decían que Jair y los demás escaparon, pero Alejandro dijo que, a cualquiera, le iban a decir que todos habían muerto. ¿Por qué? ¿Por qué tantas mentiras? Nada tenía lógica.
—Erick — Luís se acercó y acarició mi rostro — ¿estás bien?
—¿Llamo al médico? — Víctor ya tenía la mano cerca del botón, para presionarlo.
—No, solo… solo… — respiré profundo, necesitaba aclarar mi mente — quiero pensar en otra cosa — pedí — por favor, ya no quiero pensar en eso… me duele…
Los tres se miraron entre sí, pero accedieron rápidamente a cumplir mi petición.
—De acuerdo — Luís asintió — ya no diremos nada al respecto.
—¿Qué pasó en mi trabajo? — pregunté preocupado — ¿Qué dijeron ahí?
—Alejandro le dijo a Lucía que te habías puesto mal de neumonía — Daniel sonrió — así que, ella vino muy temprano por la documentación, para llevarla a recursos humanos de tu empresa.
—¿Cómo sabes eso? — Víctor levantó una ceja.
—¿Qué cosa? — Daniel se asustó — Alex nos dijo ayer que eso le iba a decir.
—Creo que se refiere a, ¿cómo sabes que Lucía vino temprano? — Luís sonrió divertido.
—A eso… es que… yo… hablé con ella hace un momento — el rostro de Daniel estaba completamente rojo.
—Vas en serio con ella, ¿verdad? — Víctor le dio un golpe en el brazo, con fuerza y Daniel se quejó — más vale que no nos abandones por tener novia.
—Aún no es mi novia…
—¿Ya le dijiste que las flores eran tuyas? — Luís lo miró serio — o ¿aún no te atreves?
—Ya… ya se lo dije — titubeó mi amigo.
—Eso es bueno — sonreí y comí más galletas — ¿qué te dijo ella?
—Pues… nada…
Víctor volvió a golpearlo, pero esta vez con más fuerza — ¿cómo que nada, ‘wey’?
—No vuelvas a hacerlo — gruñó y pasó la mano por el lugar dónde recibió el golpe — pues, sólo me dijo que le gustaron mucho y empezamos a conocernos mejor — terminó en un susurro y volvió a ponerse rojo.
—¡¿Se fueron a la cama?! — las palabras de Víctor lograron que tanto Luís, cómo yo, nos sorprendiéramos.
—¡No! — Daniel lo miró con molestia — solo platicamos por teléfono y por la computadora.
—No, hombre, ¡no! — negó — tú vas muy lento — dijo con un tinte de decepción.
—Víctor, el hecho de que tú le hubieras saltado encima a Lucía, como un lobo hambriento, no significa que Daniel piense hacer lo mismo — Luís suspiró — es obvia la diferencia entre ustedes.
Solté una ligera risa ante el comentario y los tres me observaron sorprendidos — lo siento — me disculpé, pero no podía quitar mi sonrisa.
—No, está bien — Luís volvió a tomar mi mano y dejó salir un suspiro aliviado — la verdad, verte sonreír nos da gusto…
—Sí — Daniel asintió — eso nos dice que estás bien…
—¡Sí, ‘bro’! — Víctor me abrazó con fuerza moviéndome de un lado para otro — pensamos que estarías muy mal, pero sigues siendo el mismo Erick de siempre.
—Sí, pero duele… — dije en un murmullo ante la caricia de mi amigo, pues con ella me dolía el hombro.
—¡Suéltalo! ¡Lo lastimas animal! — Luís movió la mano para que Víctor me soltara.
—Perdón, pero, ¿qué quieres? ¿Que en vez de abrazarlo le dé un beso? ¡Nel! Alex me mata.
Esa frase me hizo estremecer, recordando todo lo que Alejandro le dijo a Jair el día anterior, aunado con lo que ya le había hecho a uno de mis amigos.
—No creo… — mi voz tembló — Alex… Alex no se atrevería… — aseguré, tratando de créelo yo también.
—Y si lo hace — Luís miro a Víctor con molestia — sería con justa razón, ahora, suelta a Erick, que lo sigues lastimando.
—Perdón, perdón — Víctor se alejó con cuidado de mí.
En ese momento llegó otro joven, diferente al de la mañana, con una charola de comida en sus manos.
—Con permiso — anunció — hora de comer, señor Salazar, acomodó la mesa cerca de mí y dejó la charola, saliendo con rapidez.
—¿No vas a comer, ‘bro’? — Víctor me observó con curiosidad, al notar que no abrí mi charola.
—No — bajé el rostro nervioso — me da pena que ustedes no coman, mientras yo si lo hago.
—No te preocupes, además — Daniel sacó su celular — creo que ya es hora de irnos, tengo que volver al trabajo.
—Sí, yo también — Luís se puso de pie con algo de dificultad, ya no traía la férula, pero podía darme cuenta que aún le molestaba la rodilla — Ya estuve descansando una semana y tengo muchas labores pendientes.
—Pues yo igual — Víctor se alzó de hombros — pedí permiso para salir, así que no puedo quedarme mucho tiempo.
—Gracias — sonreí — me alegra que hayan venido.
—Mañana iremos a verte a tu casa — anunció Daniel.
—Entonces nos vemos mañana.
Se despidieron y me quedé solo nuevamente. Acababa de abrir la charola para comer, cuando una enfermera entró.
—¿Apenas va a comer? — preguntó sorprendida — que extraño, hace mucho debieron traerle la comida — comentó al aire mientras me cambiaba el suero y me colocaba un medicamento intravenoso — listo — sonrió — vendré en un par de horas de nuevo, me toca atenderlo durante este turno, soy Liliana, si necesita algo, solo toque el botón.
—Gracias…
Ella se retiró y yo empecé a comer, encendí la televisión buscando el canal de películas, pero, al notar que las películas de acción me recordaban lo que había pasado, preferí buscar un documental; terminé de comer y al final, tuve que conformarme con el jugo de naranja, aunque, en ese preciso momento, hubiera dado mi vida por una taza de café.
Dejé la charola de lado y me recosté en la cama, posé mi vista en el ventanal, la fuerza de la lluvia había disminuido, paro aun así, golpeteaba el cristal produciendo un sonido relajante. Empecé a sentir sueño, cansancio, quizá el efecto del medicamento que habían colocado en mi suero, aunque, el de la mañana no me había ocasionado algo así; mi respiración se suavizó y empecé a cerrar los ojos para descansar.
* * *
Calidez, humedad, caricias posesivas, peso sobre mi cuerpo, dolor en mi interior, ese movimiento de vaivén debido a embestidas constantes; suspiré, mi cuerpo reaccionaba ante todas esas impresiones que recibía, ese dolor tan dulce que me causaba, me gustaba.
—Alex… — susurré tratando de mover mis manos para acariciarlo, pero me di cuenta que no podía y al contrario, un dolor punzante empezaba a hacerse presente en mi hombro.
Abrí mis ojos, intentando enfocar mi vista, empezando a sentir que el miedo me invadía al notar que no era Alejandro el que estaba sobre mí; la sonrisa cínica de Antonio me hizo estremecer, su rostro estaba tan cerca del mío, que podía sentir su respiración sobre mis labios.
—Vaya… — su voz era ronca — cuando participas se siente mucho mejor…
—¡No! — levanté mi voz.
Traté de moverme para empujarlo, pero mis manos estaban sujetas, enredadas con el cordón del suero y él las sostenía por encima de mi cabeza con fuerza, lastimando con ello mi hombro; mis piernas estaban a sus costados e intenté patalear para alejarlo, pero me fue imposible teniéndolo sobre mí.
—¡Eso es!, quéjate, grita, pon resistencia, eso me excita — su lengua recorrió mi mejilla — se siente mucho mejor que el sábado — susurró contra mi oreja antes de morderla con fuerza.
—¡Suéltame! — grité, intenté moverme para alcanzar el botón que estaba al lado de mi almohada pero me fue imposible y al contrario, terminé lastimándome con mis movimientos — ¡Samuel! — sollocé llamando con desespero, al hombre que debía estar afuera.
Mi agresor ni siquiera se preocupó, siguió arremetiendo fuertemente contra mí.
—¿Samuel? — preguntó — ¿te refieres al anciano? — Antonio se inclinó mordiendo mi cuello con saña arrancándome otro gemido de dolor — no te esfuerces, ya está muerto — el desconcierto me invadió, obligándome a quedar estático — ¿te sorprende? — se alejó de mi sujetándome de las piernas para ponerlas en alto y seguir penetrándome — eres tan inocente, eso es algo que me atrae de ti, pequeño ‘conejo’ — arrastró la última palabra.
Moví mi cuerpo para alejarme, logré tomar el botón que estaba a mi lado y lo presione insistente, mientras gemía sin poder evitarlo.
—Nadie vendrá — anunció — no había mucha gente en este piso y ahora ya no hay nadie — su rostro se descompuso en una mueca sádica — tu doctor, la enfermera… todos están muertos…
Me asusté por sus palabras, pero el miedo de lo que podía ocurrir me hizo reaccionar de nuevo; empecé a mover mis piernas con desespero, pero él las agarró con fuerza y las empujó para colocarlas cerca de mi rostro, lo que permitió que saliera de mi interior.
—Por favor, ¡basta! — supliqué, me dolía, ciertamente me dolía mi cuerpo, no solo mi interior, también mi hombro, pero él no se detuvo, se puso de pie y volvió a penetrarme con más rudeza.
—¡Eso es! — rió — esto quería el sábado, suplica, ¡vamos! Llora, gime…
Mi interior ardía, sentía cómo laceraba lo que estaba apenas sanando, por lo que traté de no moverme más para que no siguiera ardiendo; porque, lentamente, y poco a poco, mi cuerpo empezaba a reaccionar a ese dolor que me gustaba y eso me llenaba de pánico. Mis lágrimas escapaban de mis ojos y él parecía disfrutarlo.
Cuando se cansó de estar así, salió de mi interior, obligándome a girar. El cordón del suero le estorbó y lo alejó, arrancándolo de mi piel, permitiendo que algo de mi sangre resbalara por mi mano; al darse cuenta, me sujetó de la muñeca, acercándola a su rostro y lamió mi sangre de forma lasciva. Quise empujarlo pero me dio un golpe en el rostro y después me jaló del hombro, colocándome contra el colchón, logrando lastimarme fuertemente la herida que tenía; a pesar de ello, hice el esfuerzo de alejarme de él, pero su mano en mi cabello me obligó a detener mi intento de huida.
—Mal… mal… ‘conejito’ — jaló mi cabello obligándome a incorporar mi cuerpo y quedar con mi espalda pegada a su pecho, con su mano libre pellizcó uno de mis pezones con saña — no puedes irte — lamió mi cuello — sabes, ya perdí a mi juguete de planta y me gustaría quedarme contigo, especialmente ahora, que me doy cuenta lo divertido que eres — su mano bajó a mi sexo, que ya estaba despierto — pero, lamentablemente para ti, no puedo hacerlo — encajó sus uñas en mi glande, obligándome a gritar nuevamente.
—Suéltame… — intenté resistirme a pesar de que seguía llorando, pero cada que ejercía presión en mi sexo, al querer alejarme de él, en un acto reflejo, mis nalgas rosaban su miembro.
—Creo que, a pesar de todos los que te usaron, aún podrías servir — sus manos dejaron mi sexo para apretar con fuerza mis testículos — pero no me arriesgaré, no hay manera de que pueda dejarte vivo… — mordió mi hombro lastimado, dejando una marca roja y un grito escapó de mi garganta, de todo lo que me había hecho, eso era lo que más me había dolido hasta ese momento — aunque ten por seguro que me llevaré un premio… — susurró — tus hermosos ojos, los arrancaré de tu bella cara antes de irme de aquí… te lo aseguro.
Grité de nuevo cuando me empujó, hasta caer contra la cama; sus manos me apresaron por la cadera y me penetró una vez más. Mis gritos y gemidos se ahogaban contra la almohada, mi sexo rozaba contra el colchón y aunque no quería, estaba respondiendo completamente a esa caricia. Sin poder evitarlo, mi cuerpo se rindió; llegué al orgasmo, contrayendo mis músculos, liberando mi semen y gimiendo.
Mi cuerpo se tensaba y eso logró que Antonio se excitara más; varias veces, sus manos se estrellaron contra mis nalgas, produciendo aún más dolor y más contracción de mi cuerpo, apresando su sexo. Momentos después, él terminó llenándome de semen y la sensación me repugnó. Quedé tendido sobre la cama, boca abajo, seguía llorando; pero más que el dolor, era por el odio hacia mi cuerpo, al haber respondido a esas caricias que no había pedido, todo porque siempre me gustaba y a pesar de todo, aún disfrutaba cuando sentía dolor, lo había redescubierto cuando Alex había vuelto a mi vida.
Antonio se puso de pie y con rapidez se colocó la ropa; yo ni siquiera traté de incorporarme, si era verdad que no había nadie más en el piso, aunque intentara correr, en mis condiciones, no iba a llegar muy lejos, quizá, ya era hora de que me rindiera. De todas maneras, desde el sábado había deseado mi muerte.
Antonio me obligó a girar en la cama, colocándome cerca de la orilla para facilitarle las cosas, pues él seguía de pie; me agarró del cabello y me besó, mordiendo mi labio hasta sacar algo de sangre — eres delicioso, el mejor que he tenido, lo admito, mucho mejor que Jair, no hay duda — sonrió — tengo que admitir que Alejandro tiene muy buenos gustos, pero, es momento de que mueras.
Sacó un arma y me apuntó con ella, yo simplemente cerré los ojos; « Alex…», dije su nombre mentalmente y traté de evocar su imagen.
—¿Qué haces?
La voz femenina me hizo abrir los ojos, al momento que Antonio me incorporó con rapidez, colocándome frente a él, con su brazo en mi cuello; ahora su arma apuntaba a la figura que estaba en la puerta.
—Marisela… — sonrió de lado — ¿qué haces tú aquí?
La mujer caminó con lentitud, chocando los tacones en el piso de manera rítmica, acercándose — tengo trabajo — dijo sin inmutarse — vine a ver al señor Salazar, pero, supe que algo no andaba bien, porque no había nadie en el piso — explicó — ¿qué hiciste?
—¿No es obvio? — la voz de Antonio era divertida, pero yo lo sentía temblar, mientras me tenía apresado contra su cuerpo — no eres tonta Marisela, lo sé.
—¿Qué le hiciste al señor Espinoza? — preguntó con calma.
Antonio rió — ¿tú qué crees? Lo que hacemos siempre que alguien nos estorba.
Ella negó — Alejandro va a matarte — acomodó los lentes que portaba en el puente de su nariz, con un movimiento de su mano y lo miró con seriedad — el señor Samuel era como su padre y lo que sea que le hayas hecho al señor Salazar, ha sido tu sentencia de muerte.
—No tiene por qué enterarse, ¿o sí? — Antonio seguía apuntándole con el arma — tú no tienes que decírselo, después de todo, que este hombre muera sería benéfico para ti.
—¿En serio? — ella siguió caminando hasta la mesa dónde estaba el arreglo de flores — quieres decir que, ¿intentas hacer un trato conmigo? — sonrió con dulzura — ¿qué tienes para ofrecerme? — preguntó mientras recargaba una mano en la mesa, tamboreando sus dedos, chocando sus uñas en la superficie y colocaba la otra mano en su cintura.
—Vamos Marisela — Antonio ejerció más presión en el agarre que tenía sobre mí y yo gemí débilmente — todos saben que eres la amante de Alejandro, aquella que está por encima de cualquiera y todos creen que puedes ser la madre de sus hijos… ¿me equivoco?
Mi labio tembló, ¿acaso Alejandro había pensado en casarse con esa mujer antes de que me lo pidiera a mí? Si eso era cierto, entonces, era más que su amante.
Ella soltó una ligera risa — es cierto — admitió — Alejandro me planteó ser la madre de sus hijos alguna vez…
—¿Lo ves? — Antonio pareció calmar su ansiedad — si este hombre muere, tú tendrías el camino libre… podrías convertirte en la señora De León y con tu conocimiento del negocio, serias la más apta para heredarlo, si algo le pasa a Alejandro, ¿no lo crees?
—¿Planeas matar a Alex? — levantó una ceja — ¿no crees que aspiras demasiado? Para eso necesitas mucho apoyo y no creo que cuentes con ello.
—Lo tengo — Antonio rió — mi padre me apoya…
—Tu padre no es nadie, Antonio — Marisela negó haciendo una mueca sarcástica — si fuera alguien a quien temer, no estaría ahora como un subordinado de Alex, para no perder lo poco que queda de su empresa, la cual es mera fachada, debido a que ya nadie confía en él para hacer tratos…
—Pero todo estará bien — Antonio ladeo el rostro — si elimino a este hombre, tendré el respaldo de alguien más, alguien que tiene en mente algo diferente.
—Ah, ¿sí? — Marisela ladeo el rostro, observándolo con curiosidad — ¿quién? No creo que haya nadie tan estúpido, cómo para apoyarte en una cruzada contra Alex.
—Lo hay — aseguró con emoción — nada más y nada menos que la persona a la que solo le interesa algo — soltó una ligera risa — un heredero de la familia.
Marisela parpadeó confundida — ¿qué quieres decir? — preguntó con algo de sorpresa.
—Así es — Antonio asintió — el padre de Alejandro es quien pidió que se eliminara a Erick Salazar, va a pagar muy bien por su cabeza…
La presión en mi cuello aumentó pero ya no me importó, esa declaración me hizo temblar; saber que el padre de Alejandro era el que había ordenado que me eliminaran, era algo que no podía asimilar con rapidez.
—El señor Diego de León quiere que su hijo tenga descendencia — prosiguió Antonio con su explicación — y después, lo eliminará para poder reclamar a su nieto y educarlo… ¿lo ves? Hay alguien que me respalda y podría respaldarte a ti también, si me apoyas.
Marisela entrecerró los ojos y levantó el rostro altivamente.
—El señor Diego no sería capaz de hacerlo — negó — a pesar de los problemas que tiene con su hijo, no lo haría, la señora Alejandra no se lo perdonaría.
—La señora — Antonio rió — ella está enferma y lo sabes, a veces no recuerda ni quien es…
Marisela guardó silencio y después soltó el aire — entonces, ¿cuál es el plan? — preguntó — eliminamos a Erick Salazar, ¿y? — levantó una ceja — me caso con Alejandro y le doy un nieto al señor Diego, pero ¿cómo sé que no me eliminarán a mí también, después de eso?
Antonio bajó un poco el arma — yo tendré el respaldo del señor — aseguró — tú me gustas Marisela — sentenció sin vergüenza — podrías ser mi esposa y ambos, nos quedaríamos con una gran parte del negocio…
—Ya estás casado… — ella sonrió y pasó la mano por su hombro, haciendo para atrás algunos mechones de su cabello.
—Sí, lo estoy, pero eso se arregla — Antonio ladeo el rostro observándola insistente — especialmente con el poder que voy a tener — dijo con confianza — el señor Diego hará a mi familia su socia principal, y cuando mi padre muera, yo seré el único sucesor, después de todo, el trabajo lo estoy haciendo yo — gimotee ante el movimiento que hizo, jalándome para volver a acomodarme, porque ya estaba resbalando de su agarre — me quedaré con el tráfico de armas de este país y tendré preferencia para los negocios directos con el señor Diego, en los demás países.
Escuchar todo eso me dejo helado, mi cerebro procesó la información con rapidez a pesar de que me negaba a creerlo, pero al pensarlo bien, comprendí muchas cosas; sentí que el mundo se abría para mí, era imposible que pudiera asimilar todo lo que eso significaba. En el fondo de mí, aún tenía la esperanza de que fuese una broma, cruel sí, pero broma al fin, aunque sabía perfectamente que no era así; por ello todo lo que había ocurrido en los últimos días, empezaba a tener una razón y a tomar sentido.
Marisela se quedó seria y me observó fijamente, después, posó su vista en Antonio y sonrió.
—De todos modos, el señor Diego será el que mande — insistió.
—Sólo hasta que muera y hay que admitir, que ya está viejo, cualquier cosa puede sucederle, después de eso, todo pasará a su nieto y tú, cómo su legítima madre, puedes reclamarlo para educarlo… — explicó — tendremos todos los negocios en nuestro poder… el heredero será muy joven y podríamos deshacernos de él — dijo con burla — claro, no podrías tomarle cariño, pero es obvio que no eres de las mujeres que aman a alguien, o ¿sí?
Marisela rió, su risa era muy dulce — crees que me conoces muy bien, ¿verdad? — cualquiera que la viera, podría enamorarse de ese rostro angelical que tenía.
—Trabajas para Alejandro, ¿qué podría esperar de ti?
—Y entonces, ¿por qué estás interesado en mí, si me tienes en tan mal concepto? — preguntó con suavidad.
—Es obvio — Antonio ladeó el rostro observándome con diversión — los dos amantes que he tenido de Alejandro han sido deliciosos, éste especialmente — aseveró — y si tú has estado con él durante tantos años, debes ser una verdadera puta de primera calidad, debes tener algo que sea lo suficientemente bueno para que Alejandro, no te haya botado tan rápido, cómo a todos los demás que ha tenido.
—Gracias — dijo ella con algo de sarcasmo — eso es halagador… — entornó los ojos — pero, tengo una duda, si tienes el apoyo del señor Diego de León, ¿por qué tenías que matar a Samuel? Samuel había trabajado más para el señor Diego que para Alex.
—Tú lo dijiste — respondió con calma — Samuel era más padre para Alejandro que el señor Diego, incluso, los retirados aprecian más a Alex que a su padre…
—¿Sabías que el señor Samuel estaba aquí? — Marisela caminó hacia la mesa dónde estaba la jarra con agua.
—No — Antonio la siguió con el arma — fue una sorpresa, pensé que me encontraría con alguno de sus guaruras, incluso pensé en Miguel, fue extraño ver a un anciano.
—Ya veo — Marisela se sirvió agua — ¿sabes dónde está Alex? — bebió del vaso y se recargó en la mesilla.
—Lo último que supe era que iba a verse con unos reporteros — Marisela jugó con el vaso frente a ella, observando con curiosidad y Antonio la señaló con el arma — sí, lo supe por ti.
—¿Cómo? — Marisela relamió sus labios y dejó el vaso en la mesa sin apartarse de ella — ¿cómo sabes cosas por mí? Yo no sabía de tus planes.
—Alguien me hizo el favor de espiarte.
Marisela rió — lo sabía, tenía mis sospechas de que alguien lo estaba haciendo — negó — tienes muchas personas trabajando directamente para ti en el hotel, ¿verdad?
—Por supuesto, muchas de ellas las compré con dinero del padre de Alejandro y no solo en el hotel — sonrió — también conseguí a uno de los trabajadores de este hospital, el que le trajo la comida al ‘conejo’.
Ella levantó el rostro y respiró profundamente.
—Ya veo, Antonio — levantó una ceja — si querías que te ayudara, ¿por qué no viniste directamente conmigo? — Marisela se movió coqueta — si me lo hubieras planteado así desde un principio, las cosas entre ambos hubieran funcionado mejor.
—No pensé que en verdad traicionarías a Alejandro, jamás has hecho algo en su contra…
Ella soltó otra risa — sí, es cierto, pero después de todo lo que me has dicho, creo que tienes razón, aquí, el que sale sobrando, es ese hombre que tienes entre tus brazos — me señaló con el rostro.
Antonio sonrió ampliamente — entonces, ¿estás de acuerdo con el plan? — preguntó emocionado, su agarre en mi cuello disminuyó un poco.
—¡Por supuesto! — Marisela se alzó de hombros — teniendo el respaldo del padre de Alejandro, las cosas cambian — le guiño el ojo — además, yo no quiero a Alex, por lo que, no tendría inconveniente en casarme con él solo por conveniencia — negó — y ser la señora De León, es un excelente título, especialmente con el poder que se obtiene — dijo con cinismo — y cabe mencionar que… — relamió sus labios seductoramente, observando a mi captor de pies a cabeza — tú no estás tan mal Antonio, podría disfrutar una relación contigo…
—Veo que aparte de hermosa, eres muy inteligente — Antonio bajó un poco más el arma — pero, ¿qué harás cuando Alejandro se entere de la muerte de su amante?
—No te preocupes — sonrió calmada — le diré que, cuando llegué, ya estaba muerto…
—¿Te creerá?
—Soy su mano derecha, la única persona de la cual no espera una traición — lo miró con una sonrisa sarcástica dibujada en sus labios — ¿en verdad crees que dudaría de mi palabra?
Antonio soltó una risa — en verdad, eres una maldita zorra — bajó el arma completamente — pero debí saberlo, después de todo, por algo estás dónde estás — sentenció — bien, entonces acabemos con esto…
Antonio me lanzó contra el colchón, caí de lado, algo lejos del lugar donde me había tenido los últimos minutos, pero no quise voltear a verlo, tenía miedo; en ese momento tenía tanto miedo que mi cuerpo temblaba sin poder contenerme.
—Cómo dije antes, es hora de que mueras, ‘conejo’.
Apreté mis parpados y escuché una detonación.
El grito de Antonio retumbó en la habitación, sentí que algo frío cayó sobre mis piernas y después humedad; cuando abrí los ojos, giré mi rostro y noté como la sangre de Antonio estaba sobre mí, cayendo de su mano derecha. Intentó tomar su arma con la otra mano pero la voz de Marisela lo detuvo, mientras le apuntaba con un arma que tenía en su mano.
—¡No te atrevas! — su voz era distinta a la que hacía un momento escuchara, cuando platicaba con Antonio — señor Salazar — dijo con calma — podría, por favor, alejar esa arma de ahí — yo aún temblaba, pero hice lo que me indicó, tomé la pistola a pesar del miedo que me invadía, lanzándola hacia el otro lado de la cama — gracias — dijo ella, cuando el arma cayó al suelo.
Antonio quiso volver a agarrarme como escudo, pero ella volvió a disparar; ante la detonación cerré mis ojos con miedo y un nuevo grito de Antonio se escuchó. Volví a abrir mis ojos y ya no estaba al alcance de mi vista; Marisela caminó hacia mí, pero apuntaba con su arma hacia el piso.
—¿Está bien? — preguntó condescendiente al ver que estaba temblando y mis ojos estaban llorosos — cúbrase por favor — su semblante era tranquilo cuando me miraba, pero al desviar su vista y posarla a un lado de mi cama, viendo al piso, cambió a uno serio, el cual, daba miedo — ¿en serio creíste que traicionaría a Alejandro? — preguntó con media sonrisa en su rostro — no Antonio, jamás haría algo así…
—¿Por qué…? — la voz de Antonio denotaba el dolor que sentía — ibas a tener dinero… poder… ¡Todo!
—Qué poco me conoces — sonrió — yo no traicionaría al hombre que me salvo de un cerdo, igual que tú y tu padre — espetó con desprecio — primero muerta antes que hacer algo en contra de Alejandro… además, Alex no me interesa, yo ya tengo pareja — levantó una ceja — si tenía sexo con él, es porque me agrada y uno de mis trabajos es quitarle el estrés, pero no hay nada entre nosotros y jamás lo habría, porque aunque yo estuviera interesada en él seriamente, Alejandro ama al señor Salazar y eso, es algo en lo que nadie puede interferir — la seguridad con la que dijo lo último me sorprendió.
Marisela guardó silencio mientras colocaba la mano en su oreja, misma que estaba cubierta por su cabello suelto, después de un momento volvió a hablar.
—Entendido… — dijo con calma — y justo a tiempo terminamos de hablar — sonrió dirigiéndose a Antonio — Alejandro está aquí.
—No… — la voz de Antonio era un susurro, pero lo alcancé a oír.
—Sí — dijo ella con diversión — y ahora lo sabe todo — sonrió — desde que entré, todo lo que hablamos lo escuchó — su mano libre se movió hasta la bolsa de su saco — gracias a esto… — sacó un pequeño aparato de ahí y se lo lanzó — es un micrófono de alta frecuencia, antes de entrar, fue encendido — explicó — Alejandro ya venía para acá, porque alguien lo puso sobre aviso — Marisela ladeó el rostro — ¿te sorprende? ¿Pensaste que Jair había muerto en verdad? — negó — no Antonio, Alejandro no mata con tanta rapidez a quien lo traiciona y tu querido Jair le dijo todo hace rato, por eso yo vine a ver al señor Salazar, porque él temía que intentaras hacer algo de nuevo y no se equivocó.
En ese momento me incorporé, sentándome en la cama, tomando las sabanas y edredones, a pesar de que estaban manchadas de sangre; necesitaba cubrir mi cuerpo desnudo con algo.
—No… — la voz de Antonio tembló, giré mi rostro y pude verlo en el piso, el terror en sus ojos era inexplicable; él se movió tratando de tomar a Marisela con su mano izquierda, pero no pudo moverse mucho, con ello me di cuenta que estaba herido de su pierna — por favor… — su voz se quebró — mátame tú, no dejes que se acerque.
Ella levantó una ceja y se hizo para atrás, sin dejar de apuntarle — te dije que habías firmado tu sentencia de muerte, pero yo no soy quien ejecutará tu castigo — sonrió.
En ese momento la puerta se abrió de golpe.
Alejandro entró con paso firme, sus manos estaban dentro de las bolsas de su gabardina, su rostro tenía un semblante serio y su mirada, aún y que estaba fija en el hombre que estaba tirado en el suelo, me hizo estremecer; sentí algo extraño, algo indefinible que solo podía comparar al miedo, después de que un escalofrío recorriera mi cuerpo, un pavor indescriptible me inundó, logrando que mi labio inferior temblara. Tras él, Julián y Miguel, junto con otros tres hombres de cabello canoso, entraron sin decir una sola palabra; el único ruido que escuché fue el que hacían al chocar la suela de sus zapatos, contra el mármol del piso.
Alex se acercó hasta donde estábamos, pero en ningún momento me dedicó una mirada; se colocó a un lado de Marisela, ella bajó su arma y se hizo a un lado; los hombres que venían tras él, sacaron sus armas pero no apuntaron, solo las tenían en sus manos, parecían estar alerta.
El silencio reinó, yo seguía temblando, había algo que me llenaba de terror, pero no sabía qué con exactitud; intenté ver a Alejandro, pero lo penetrante de su verde mirar, me obligó a bajar la vista, a pesar de que la frialdad de su mirada no era para mí.
—Así que… — su voz era tranquila y aun así, me hizo estremecer — ¿mi padre fraguó todo esto?
—Alex… Alex… — Antonio apenas pudo hablar — perdóname… — suplicó y cómo pudo se hincó ante Alejandro — yo… yo solo obedecí porque tu padre iba a matar a mi familia… a mi esposa… a mis hijas…
Alejandro ladeó el rostro y su cabello se movió al compás; esta vez lo llevaba peinado al natural, obviamente no llevaba ni una sola gota de fijador, por lo que la sedosidad de su cabello, permitía que se acomodara y se agitara, según el movimiento de su cabeza.
—¿En serio? — sonrió de lado y me sorprendí a mí mismo al hacerme hacia atrás inconscientemente, en un acto reflejo para alejarme de él, su sonrisa me sobresaltó — Antonio, dime, ¿qué crees que le hice a Jair? — indagó con inocencia.
—Lo… ¿lo mataste? — preguntó el aludido con miedo en su voz.
—No — Alejandro negó lentamente — aún no ha muerto — aseguró — pero te aseguro que le está rogando a Dios o al Demonio, para que la muerte se lo lleve rápido… — su voz fue grave — pensé que todo acabaría ahí, pero cuando me dijo que había sido idea tuya, entendí que debía arrancar el problema de raíz — guardó silencio un momento — solo que ahora veo que la raíz no eres tú, sino mi padre…
—Sí… sí… — repitió Antonio con rapidez — te juro que no quería hacerlo, pero él me amenazó y por eso lo obedecí — se escudó.
—Y tú aceptaste dañar a Erick, a cambio de que no le hiciera nada a tu familia, ¿cierto? — Alejandro seguía con una voz tranquila, pero algo me decía que eso era mucho peor que si demostrara su ira — ¿por qué, Antonio? ¿Por qué te arriesgarías por tu familia? Que yo sepa, no te interesan…
—¡Sí me interesan! — gritó — amo a mis hijas, a mi esposa no tanto — bajó la vista por un momento — pero ¡a mis hijas, sí!
—¿De verdad? — Alejandro asintió — te entiendo, entonces, ya sé lo que voy a hacer…
—¿Qué? — preguntó el hombre, con un dejo de angustia en su voz.
Alejandro se inclinó ligeramente hacia Antonio.
—Tú lastimaste a la persona que amo, lo hiciste sufrir, no solo una, sino dos veces — cada palabra que Alex decía, agravaba el tono de su voz — yo, voy a hacer lo mismo… cada miembro de tu familia, tus hijas, tu esposa, tus malditos hermanos y las putas de tus hermanas — espetó con desprecio — incluyendo al perro de tu padre, todos y cada uno de ellos van a sufrir una muerte lenta y dolorosa antes que tú… pero no te preocupes, mientras los destrozo con mis propias manos, tú — lo señaló con el índice — estarás ahí, observando en primera fila cada herida, cada corte, cada parte de su cuerpo perdida, disfrutando el concierto de sus gritos de dolor y agonía… y al final… al final voy a torturarte cómo a nadie, para que sufras en carne viva el miedo y sufrimiento, que Erick sintió, por tu culpa.
—No… — Antonio negó — no lo harías — una sonrisa nerviosa adornó su rostro — tu nunca dañas a las familias, solo dañas a quien te hace el daño… lo sé, no te atreverías…
Alejandro se irguió nuevamente, pero mantuvo su rostro hacia abajo — ¿qué no me atrevería?
Puso su mano en su rostro y empezó a reír, primero levemente, después, aumentó de volumen, volviéndose una carcajada, mientras levantaba el rostro y hacía su cabello para atrás. Su risa era distinta a lo que había escuchado antes; pasé saliva nerviosamente, ese Alex que estaba frente a mí no era el que yo conocía.
Por fin, Alejandro se calmó y volvió a ver a Antonio, aún con sus labios curvados — tienes razón — asintió — yo no lastimo a las familias, porque no me gusta meter a inocentes en mis negocios — Antonio respiró aliviado al escuchar eso — pero… — la voz y el semblante de Alex volvieron a ser fríos — tú lastimaste a Erick, así que, es justo que yo me cobre de la misma manera, lastimando lo que tú más quieres…
—¡No! — Antonio se lanzó a los pies de Alejandro mientras lloraba — mata a mi padre, a mis hermanos, a mí, pero no a mis hijas… por favor… ¡por favor, a ellas no! Por favor, Alejandro… te lo suplico…
Alejandro miró con desprecio a Antonio, después lo pateó con fuerza en el rostro alejándolo de él.
—¡Tú no tienes derecho de suplicar! — espetó con saña.
Antonio se quejó, limpió su rostro con la mano que no tenía herida y levantó la vista — pero… tu padre… tu padre lo ordenó — repitió — es su culpa… es su culpa… — terminó en un murmullo y sollozó.
—Mi padre — Alex suspiró — ese es un asunto del que me encargaré personalmente, ya una vez me alejó de Erick y no voy a perdonarle que lo haya intentado de nuevo — aseguró — yo mismo terminaré con su existencia, cómo debí haberlo hecho hace años…
Yo temblaba ante todo lo que estaba escuchando, ¿quién era Alejandro en realidad? Ese hombre que estaba frente a mí no era el que me había hecho el amor incontables veces, el que se preocupaba por mí, el que me había dicho que me amaba con tanto amor reflejado en sus ojos; ¡no!, tenía que ser un error, una broma, un mal sueño, ese no era el ser a quien yo le había entregado mi alma y corazón. El Alejandro que yo amaba, no se atrevería a lastimar a personas inocentes; me negaba a creer que sería capaz de hacer daño, pero todo lo que había sucedido, me estaba obligando a ver lo que no quería.
Antonio se incorporó con dificultad, pero esta vez puso sus manos en la cama.
—Por favor… — buscó mis piernas, que habían quedado fuera de las sabanas, ensuciándome con su sangre cuando me sujetó — por favor, Señor Salazar, ¡ayúdeme! — imploró — dígale que no dañe a mis hijas…
Me sorprendió que me hablara de esa manera, el pánico en sus ojos, el temblor en sus manos y las lágrimas recorriendo su rostro, me decían que realmente le tenía pavor a lo que Alex era capaz de hacer; mi labio tembló, apenas iba hablar cuando fue alejado de mí con brusquedad.
Alejandro lo agarró de las manos — ¡no te atrevas a tocarlo! — apenas terminó la frase lo lanzó contra el piso sin consideración y Antonio se quejó por la manera en que cayó, lastimándose aún más.
Alex caminó hasta él y pisó con fuerza la mano herida, un crujido se escuchó y el grito de Antonio se retumbó en la habitación, logrando que me encogiera en mi lugar cerrando los ojos.
—¡No eres digno de tocar su piel! — después de la voz de Alex, escuché otro crujido y un nuevo grito me hizo abrir mis parpados.
Alejandro le había roto la otra mano a Antonio y estaba a punto de golpearlo nuevamente.
—¡Basta! — grité.
Tenía miedo, mucho miedo, pero no podía seguir viendo, ni escuchando, lo que Alejandro hacía. Alex se detuvo y me observó de soslayo; sus ojos tenían un destello de furia, mantenía sus puños cerrados y sus manos también estaban manchadas de sangre.
—Basta… — supliqué a media voz — me niego… — mis ojos se llenaron de lágrimas — me niego a creer que eres así…— sollocé y levanté mi vista para verlo a los ojos — tú no eres Alex… — aseguré — no eres el hombre que me demuestra cuanto me ama con detalles, con caricias, con palabras… — las lágrimas rodaron por mis mejillas — tú no eres el hombre que yo amo…
Alejandro me observó, bajó la vista posándola sobre Antonio, quien estaba en el piso, llorando y quejándose por las heridas que tenía.
Alex se alejó de él — llévenselo — ordenó.
Los tres hombres que no conocía, caminaron hasta Antonio y lo llevaron hacia la puerta, sin ningún tipo de consideración por su estado. Julián se movió con rapidez yendo al sanitario y volviendo con una toalla húmeda, entregándosela a Alejandro; él se limpió las manos y le devolvió la toalla.
Alex caminó hacia la cama, yo seguía observándolo con miedo; incrédulo ante lo que acababa de presenciar, no podía creer lo que había visto, ni mucho menos, lo que había escuchado que Alejandro iba a hacer.
—Erick… — Alex intentó acariciar mi rostro.
—No me toques… — rechacé la caricia, tenía miedo de él, un miedo que no podía describir, casi rayando en terror.
Alejandro cerró su mano y la alejó con lentitud.
—Está bien — bajó la mirada — si no quieres que te toque, no lo haré — se incorporó y dio media vuelta.
—¿En verdad…? — mi voz apenas salió — ¿en verdad lo harás…? — Alex se detuvo y me observó por encima de su hombro — lo que dijiste… lo de la familia de Antonio… — especifiqué.
—Merece un castigo — su voz no tenía ningún sentimiento.
—¿Por qué? — estaba consternado ante la actitud de Alex.
—¿Todavía lo preguntas? — él me observó con ira — después de lo que te hizo, ¿qué piensas que voy a hacer? ¿Premiarlo?
—Pero su familia no hizo nada — bajé la vista — me duele, sí — mordí mi labio, tratando de no recordar lo ocurrido — pero sus hijas no tienen la culpa — posé mi vista en Alejandro, suplicándole con la mirada que no lo hiciera.
—Lo siento, Erick — suspiró — pero a veces, personas inocentes pagan por lo que otros hacen…
—¡¿Harás lo mismo que me hicieron a mí?! — Alejandro se sorprendió ante mi pregunta — yo también soy inocente — reproché — no sabía nada de ti, ni de tus… — dudé — negocios… — dije en un murmullo, pues no sabía cómo llamarlos — no entendía por qué me pasaban las cosas, no entendía por qué tanto misterio, ni tus miedos a que algo me sucediera — las lágrimas empezaron a caer — pero ahora si lo entiendo y no se me hace justo que quieras que personas inocentes, sufran lo que yo sufrí, ¡no es justo!
—Tú no entiendes — aseguró.
—¿No entiendo? — pregunté incrédulo — ¿qué no entiendo? ¿Que tú trabajo como empresario hotelero es una fachada para tus negocios verdaderos? ¡Negocios fuera de la ley! — aseguré — ¿eso era lo que no querías que supiera? — reproché — ¿Por qué, Alex? ¡¿Por qué no me dijiste lo que haces en realidad?!
—Erick… — él se quedó en silencio, apretó los puños y giró el rostro — no podemos hablar ahora — aseguró — Marisela — la mujer levantó el rostro, pues mientras yo hablaba con Alex ella estaba ahí, pero no interrumpió — cámbienlo de habitación, que refuercen la seguridad y la guardia — ordenó — encuentra a quienes ayudaron a Antonio tanto aquí, como en el hotel y arreglen la situación con la familia de los trabajadores del hospital que murieron, no quiero que nadie se entere de nada — ella asintió y se adelantó hacia la salida — hablaremos pronto — Alex me observó — te lo aseguro.
—¿Y tu padre? — levanté la voz — ¿también piensas cumplir lo que dijiste de él?
—Eso… — Alejandro guardó silencio y vi como apretaba su puño — eso es asunto mío…
Alex salió de la habitación junto con Julián y Miguel, yo me quedé ahí, en la cama, solo; no me moví, simplemente esperé, con mi vista aun puesta en la puerta, esperando que Alex volviera y dijera que todo había sido una broma, pero no sucedió. Momentos después, Marisela volvió.
—Señor… — dijo con suavidad — por favor, pase a la regadera, necesita una ducha antes de ir a su nueva habitación.
A pesar de escucharla, se me hacía tan ajena, pero debía obedecer; asentí y traté de ponerme de pie, pero no pude hacerlo, ella se acercó.
—¿Puedo…? — preguntó antes de tocarme.
Levanté mi vista y asentí, ella pasó su brazo por mi espalda y colocó el mío sobre sus hombros para que tuviera apoyo, después me ayudó a llegar al baño. En la regadera había una silla, por lo que no tuve que quedarme de pie, pero me dolía el cuerpo y especialmente el hombro, de hecho, me estaba sangrando la herida.
—¿Quiere que lo ayude?
—S… sí… — respondí con vergüenza.
Ella se quitó los lentes, dejándolos en una pequeña repisa del baño, después empezó a limpiar mi cuerpo, sin importar si mojaba su ropa, pero al notar que la sangre del hombro fluía constante se puso de pie.
—Iré por una enfermera — anunció, saliendo con rapidez del baño y yo me quedé ahí, bajo el chorro de agua, aun recordando las palabras de Alejandro, sin poder reconocerlo.
Momentos después, Marisela volvió con una joven, quien traía unos aditamentos de curación.
—Hay que sacarlo del baño — pidió la chica.
—Es más difícil moverlo mientras sangra — añadió Marisela — solo deja que cierre la regadera y haz una curación rápida, para que deje de hacerlo ahora mismo, en la otra habitación lo atiendes mejor.
—Está bien — accedió la enfermera.
Marisela cerró la regadera y la joven hizo su labor, después salió del baño con rapidez. Marisela tomó una toalla y me secó con delicadeza, parecía temer que me fuera a romper.
—¿Por qué…? — mi voz era apenas audible, no porque no pudiera hablar, sino por la vergüenza que sentía.
—¿Señor…? — levantó su rostro y posó su mirar aceitunado en mi rostro.
—¿Por qué eres tan… considerada…? Si yo... yo me he portado mal contigo — desvié la mirada.
Ella soltó una risa ligera — usted no se ha portado mal conmigo — aseguró — el señor De León me dijo que usted sabía de lo nuestro, era obvio que usted estuviera incómodo conmigo — se alzó de hombros — no se preocupe, — negó — el señor De León y yo no tenemos una relación seria y le aseguro que, desde que lo volvió a encontrar, no me ha vuelto a tocar…
Sonreí cansado; eso debería hacerme sentir bien, pero, en ese momento, no sentía nada.
—¿Es cierto…? — titubee — ¿es cierto que tienes a alguien más?
—Sí — respondió con seguridad — tengo una pareja, no estable, precisamente por mi condición con el señor De León, pero, espero que eso se arregle pronto.
—¿Por qué dices eso?
—Porque, cuando ustedes se casen, él no va a necesitar de nadie más — sonrió con dulzura.
No dije nada más, ella ya sabía que la intención de Alex, era que me casara con él, pero ¿de qué me sorprendía? Era muy probable que todos sus trabajadores lo supieran, tal vez, por eso, empezó todo el problema.
Sí era cierto que el padre de Alejandro, quería un heredero, yo, como su esposo, no podría dárselo; pero además de eso, en ese preciso momento, no podía pensar en estar cerca de Alex, no con esa situación, no con su comportamiento tan cruel y si en verdad lastimaba a personas inocentes, ¿cómo iba a poder aceptar sus caricias? ¿Cómo permitir que me tocara con las mismas manos que mataban a personas indefensas? Cerré mis ojos y respiré hondamente, no era el momento de pensar en ello, no me sentía nada bien y eso me perturbaba de más.
—¿Se siente bien? — la voz de Marisela me sacó de mis pensamientos.
—Sí — asentí.
—Entonces, es hora de que salgamos de aquí.
Me puse de pie y ella me ayudó a colocarme la bata que me habían llevado, muy diferente a la típica bata de hospital, más acogedora y cómoda. En ese momento tuve menos dificultades para moverme, pero aun así, Marisela me ayudó; al salir del baño Miguel me estaba esperando con una silla de ruedas frente a él.
—Por favor… — ella me indicó la silla y me ayudó a sentarme, estaba tan cansado que no quería saber nada más.
El trayecto fue corto, sólo me cambiaron de habitación, a una igual que la anterior. Miguel me ayudó a subir a la cama, porque Marisela le dijo que estaba muy mojada y no quería empaparme de nuevo; un doctor y un par de enfermeras llegaron apenas estuve acomodado.
El médico revisó mi hombro, mientras una de las mujeres me colocaba el suero nuevamente; entre el doctor y la otra enfermera volvieron a curar la herida en mi hombro, a pesar de que sangraba, no parecía haberse abierto y los puntos estaban en su lugar. Cuando terminaron, se retiraron sin decir una sola palabra.
Miguel salió de la habitación después ellos, dejando sólo a Marisela conmigo.
—¿Necesita algo más, señor? — preguntó con voz suave.
Yo estaba viendo por el ventanal, ya no llovía, pero podía ver cómo grandes copos de nieve caían y las ventanas se empañaban rápidamente; iba a hacer frío, pero eso era irrelevante para mí en ese momento.
—No — negué — solo quiero estar solo.
—Está bien — asintió — estaremos afuera, por si necesita algo.
Ella caminó a la salida con paso seguro.
Cuando escuché la puerta cerrarse, suspiré, sintiendo como mis ojos se humedecían; me coloqué de lado y me hice un ovillo en la cama.
Empecé a llorar, me dolía el pecho, me dolía como jamás había imaginado que pudiera doler; después de todo lo que había pasado y sufrido en los últimos días, me di cuenta que los golpes y las violaciones no me habían lastimado tanto, cómo el hecho de saber, quién era Alejandro en realidad.
A pesar de sus secretos, a pesar de todo aquello que parecía querer ocultar y evitar que yo me enterara, aun y con su manera de decir las cosas y lo que ocurría a su alrededor, que me llegaba a asustar, para mí Alejandro era especial; él era un hombre único, lo fue durante mucho tiempo y a pesar de todo, siempre había pensado que lo era, pero ese día, al enterarme de esa cara oculta que tenía, me había devastado.
—Alex… — sollocé.
Mordí mi labio, a pesar de que me dolía, ¿cómo dejar de sentir tanto dolor que sabía perfectamente no era físico? ¿Cómo tratar de olvidar lo que había vivido? Jair tenía razón, ya estaba roto, pero no por lo que le había sucedido a mi cuerpo, sino por la decepción que sufrí, al conocer el verdadero rostro de la persona que amaba.
Cerré mis parpados, no quería pensar, no quería saber nada de lo que había alrededor, pero, aunque tenía mis ojos cerrados, las lágrimas no dejaban de fluir y mi mente repasaba, una y otra vez, lo que había escuchado y visto los últimos tres días.
Durante un largo rato me quedé así, hecho un ovillo; cuando el doctor fue a verme tenía los ojos hinchados.
—¿Se siente mal? — preguntó con preocupación.
—Sí — asentí — necesito descansar, necesito dormir — sollocé — pero no puedo.
El doctor me miró con algo de lástima — si quiere, le pongo un sedante para que duerma hasta mañana — sonrió conciliador.
—Por favor… — supliqué — sólo quiero descansar.
El doctor asintió y salió de la habitación. Minutos después, una de las enfermeras, que me había ayudado con anterioridad llegó y colocó en mi suero un medicamento.
—Con esto se sentirá mejor — aseguró.
—Gracias… — susurré.
Ella se quedó un momento a mi lado, acariciando mi mano y, cuando mis parpados empezaron a cerrarse, ella se alejó sin hacer ruido.
Eso era lo que necesitaba, solo, descansar.
* * *
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