Regalos
Sábado, diciembre 20
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—Alex… Alex… ¡Alex!
Mis gemidos se escuchaban con más volumen cada vez; Alejandro me estaba poseyendo desde mucho antes que sonara su alarma, incluso, la alarma sonó, la ignoró y dejó que se apagara sola, pues ambos estábamos ocupados. Varias veces, estuve a punto de llegar al clímax, pero él no lo permitió, postergando el momento para su propio placer.
Mi cuerpo estaba siendo torturado por sus labios y dientes, dejando más marcas de su posesión sobre mí; tenía días que Alex no se comportaba de forma tan cruel y salvaje en la cama. Ya me había acostumbrado a que me poseyera con algo de delicadeza e incluso, que me dijera cosas románticas, pero en esta ocasión, solo se burlaba de mí, disfrutando mis gestos de dolor y suplicas para que me dejara terminar, pero, aún con eso, yo lo estaba disfrutando en demasía, después de todo, ese daño que me causaba, me hacía tocar el cielo.
Su sonrisa cruel y perversa no abandonó sus labios en ningún momento; me movía a su antojo, colocándome de frente a él para penetrarme a su gustó, con mis piernas en sus hombros mientras me besaba, después, con las piernas en alto mientras mordía la piel de mis piernas y pies; me giró boca abajo contra el colchón y disfrutó penetrarme mientras mordía mis hombros y espalda, arrancando gritos de mi garganta, por el trato tan duro que estaba recibiendo y a la vez, por el placer que me embargaba debido al mismo, a sus embestidas y el roce de mi sexo en las sabanas; luego levantó mi cadera y arremetió sin compasión, al momento que yo ahogaba mis gemidos contra la almohada.
Cuando se cansó de eso, su mano me jaló por mi cabello sin consideraciones, colocándome en cuatro, logrando que lo complaciera moviendo mi cadera, para que sus movimientos fueran más fuertes al penetrarme. Me obligó a recostarme de lado y levantó una de mis piernas para usarla de apoyo y penetrarme en esa posición; salió de mi interior y se acostó tras de mí, para penetrarme de lado por un largo rato, mientras me masturbaba para que gimiera aún más alto, pero sin permitirme terminar en ningún momento; después, volvió a colocarme boca abajo e incluso, debido a sus movimientos, mucho más salvajes, llegamos al punto en el que la mitad de mi cuerpo estaba en la alfombra y mi cadera sobre la cama, lo que aprovecho muy bien para introducirse con más profundidad. Cada que sentía la contracción de mis músculos, anunciando mi próximo orgasmo, presionaba la base de mi pene con fuerza, logrando que gritara de dolor y desesperación, pero mi cuerpo se rendía a sus deseos con suma facilidad; Alejandro sabía cómo controlarme.
Yo me estaba volviendo loco y cuando por fin, quedamos completamente sobre la alfombra de mi habitación, Alejandro me hizo girar para dejar mi espalda contra ella, saliendo de mi interior y yendo a succionar con avidez mí pene. Después de toda la faena que habíamos tenido, no tardé mucho en liberar mi semilla en su boca; él disfrutó mi semen, tragándolo con deleite y al final, se relamió los labios, me besó con pasión, mordiendo mis labios de forma cruel, mientras mi cuerpo quedaba tendido, sin fuerza, ni siquiera para quejarme por las heridas que causaba en mi boca. Momentos después, volvió a penetrarme y su cadera se movió con rapidez; su virilidad me lastimaba, pero tenía que admitir que me fascinaba sentirlo así, profundo de una manera tan dolorosa que era perfecta para mí. Instantes después, Alejandro llegaba al orgasmo, mordiendo mi cuello para ahogar un gemido ronco y liberando todo su semen en mi interior; yo gemí y me expuse más para él, deseando que no detuviera sus rudos cariños hacia mi cuerpo.
Finalmente, Alex descansó sobre mí por algunos minutos, recuperando el aliento, pero se entretuvo mordiendo y lamiendo mi piel, insistente y juguetón.
—Esta… — susurró agitado — ha sido… la mejor madrugada… que hemos tenido… ¿no lo crees?
—Alex… — mi respiración era agitada — no puedo creer… que… tengas tanto… aguante…
Alejandro inhaló profundamente, tratando de regular su respiración — es porque eres tú… — respondió y buscó mis labios — sólo contigo puedo hacer todo esto… — me dio varios besos dulces — con las demás personas, me aburría con facilidad… — aseguró mientras bajaba nuevamente a mi cuello a morder mi piel — el sexo de ocasión es tedioso… pero, hacer el amor contigo, es magnífico.
Esas palabras lograron que me sobresaltara y sentí mi rostro arder; era la primera vez que Alex decía que hacíamos el amor y debía admitir que a pesar de lo extraño que se escuchó, me sentía feliz de que lo denominara de esa manera. Alejandro salió de mi interior con sumo cuidado, pero sentí cómo su semen escurría con rapidez, llegando a caer sobre la alfombra.
—Creo que… — cerré mis ojos, cansado — tendré que cambiar la alfombra — suspiré.
—No te preocupes — Alejandro se incorporó, ya había recuperado el aliento y al parecer, las fuerzas — yo la mandaré limpiar — me agarró en brazos y me subió a la cama — ¿cansado? — besó mis labios y después, encendió la lámpara del buró.
—Un poco — apreté mis parpados ante la luz — ¿tú? — bostecé
—También — rió — pero, me siento más animado…
—¿Ya tienes que irte? — pregunté al ver que se encaminaba al baño.
—Sí — levantó la voz — ya van a ser las nueve y la junta es a las diez…
Alejandro dejó la puerta del baño abierta, por lo cual, pude escuchar el agua de la regadera cuando empezó a bañarse; encendí la televisión y busqué el canal de documentales sobre animales. Estaba volviendo a dormir cuando Alejandro salió vestido con un traje impecable, oscuro, con su cabello perfectamente peinado hacia atrás; portaba su gabardina en el brazo, junto con una bufanda, mientras iba poniéndose los guantes.
—Me voy — anunció con seriedad.
—¿No vas a desayunar? — pregunté tratando de incorporarme.
—No — se acercó hasta mí, su mano, aún sin guante, acarició mi mejilla y levantó mi rostro por la barbilla, para después besarme — me entretuve demasiado disfrutándote — aseguró con media sonrisa — así que, desayunaré en el hotel, no te preocupes…
Asentí, dibujando una sonrisa en mi rostro — está bien, te veo en la tarde — susurré.
—Recuerda que debes ir a que te inyecten, si vas en la tarde, tal vez me regrese contigo a casa, trataré de librarme de mis asuntos rápido, lo prometo.
Volvió a besarme y después salió de mi habitación. Yo me quedé un momento más en la cama; me sentía pleno, feliz, quizá cómo nunca antes me había sentido. No sólo por haber tenido relaciones momentos antes, que debía admitir, había sido delicioso, sino por el hecho de que Alejandro era más dulce y romántico conmigo, algo que lograba que mi corazón latiera acelerado y me derritiera en sus manos.
Minutos después, me puse de pie, me metí a bañar y después me puse ropa abrigadora; el pronóstico para el día era de lluvia e incluso de nevada, así que, si pensaba salir desde temprano, debía ir preparado. Casi a las nueve y media bajé las escaleras; las luces navideñas ya estaba apagadas, Agustín estaba en la sala, jugando con todos mis hijos, además, la chimenea estaba encendida. No encontré a la señora Josefina, eso era extraño. Cuando Agustín me escuchó se levantó y me saludó.
—Buenos días, señor Erick — sonrió — pensé que iba a levantarse más tarde.
—Buenos días — respondí afable, mis hijos corrieron a recibirme en el último escalón y yo, los acaricié a todos — ¿la señora Josefina, no ha llegado? — pregunté con curiosidad.
—No — negó — pero aún es temprano.
—Sí, pero está haciendo mucho frío — tomé a Rain en brazos — quizá no vaya a venir…
—¿Usted cree?
Caminé a la sala, mis hijos me siguieron; agarré el teléfono y marqué un número que me sabía de memoria. Un par de timbres se escucharon y después la voz de una persona se escuchó al otro lado de la línea, quizá un hombre, era difícil de identificar porque la voz también tenía un tinte femenino.
—“…¿Bueno?...”
—Buenos días — saludé — busco a la señora Josefina.
—“…Buenos días… un momento por favor…”
—Gracias… — miré a Agustín, quien estaba de pie sin moverse, momentos después la voz de la señora Josefina se escuchaba del otro lado de la línea, aunque un poco congestionada.
—“… ¿Sí?...”
—Señora Josefina, soy Erick.
—“…Señor Erick…” — su voz tenía un tinte de asombro — “…buenos días, perdone, pero no creo que pueda ir hoy…” — se disculpó — “…amanecí un poco enferma…”
—Está bien — sonreí — no se preocupe, sólo quería saber que estaba en su casa, el clima no es el mejor para que salga, así que me siento más tranquilo, además, hoy andaré fuera por algunos asuntos personales…
—“…Cuídese…” — indicó con seriedad — “…recuerde sus medicamentos…” — insistió.
—Sí, no se inquiete — negué — pero usted también vaya al médico.
—“…Lo haré más tarde, no se preocupe…”
—Bueno, nos vemos el lunes señora.
—“…Hasta el lunes, señor Erick…”
Colgué el teléfono y miré a Agustín — bueno, al menos ya sabemos que no va a venir y que está a salvo en su casa — dejé a Rain en el piso para que se integrara con sus hermanos y yo me dirigí a la cocina — Agustín, ¿ya desayunaste?
—No, señor — negó.
Me quedé a medio camino y puse la mano en la barra desayunadora — Agustín ¿siempre me vas a decir “señor”? — lo miré con algo de molestia.
—Pues… — titubeó — sí, es lo correcto.
—Es que… me siento viejo — hice una mueca de desagrado — pero está bien… ¿te parece si desayunamos en el centro comercial? La verdad, no soy bueno cocinando — me disculpé.
—Entonces, ¿sí saldremos?
—¡Por supuesto! Tengo muchas cosas que hacer antes de las cinco de la tarde, que es cuando vienen mis amigos — agarré los frascos de las pastillas que debía tomar y regresé mis pasos para dirigirme a la escalera.
—Señor… — Agustín me observó confundido — ¿a dónde iremos con exactitud?
—Pues a un centro comercial, tengo muchas cosas que comprar, pero no sé qué, aún — respondí.
—Es que, para ir a un centro comercial, no puedo ponerme el chaleco — movió el rostro inquieto — porque a veces detona la alarma, entonces, tendría que llamar a alguien más para que nos acompañara también.
—No es necesario, no te lo pongas y ya — me alcé de hombros.
Agustín titubeo — pero… — desvió la mirada — si no lo hago, Julián se molestará, de nuevo.
—Ni tú, ni yo, le diremos — le guiñé un ojo — además, necesito que me acompañes y si llega a enterarse, le dices que yo te lo ordené, ¿de acuerdo?
—Está bien… — sonrió — sólo porque usted lo necesita y debo acompañarlo.
—Gracias, voy por mis cosas para salir — anuncié.
Volví a subir las escaleras para agarrar una chamarra, una bufanda y mis guantes; cuando bajé, Agustín ya traía su gabardina y algunos accesorios. Salimos después de apagar la chimenea y dejar alimento a mis hijos; Rain se quedó en la habitación de abajo, para que anduviera libre, fuera de su caja, porque, a pesar de su pelaje, lo miraba muy pequeño para que se quedara en el exterior, con sus hermanos.
Nos subimos a mi automóvil, aunque yo me senté en el asiento trasero, porque fue Agustín quien me abrió esa puerta para que ingresara. Cuando iniciamos la marcha, me moví hasta recargar mi rostro, en el respaldo del asiento del copiloto; me gustaba platicar con las personas mirándolos a la cara, pero mientras él manejara, era imposible.
— Ayer… — tenía curiosidad desde el día anterior y ahora era mi oportunidad de saber, qué había sucedido — te mirabas nervioso…
—¿En…? ¿En serio? — sus labios temblaron, trató de sonreír, pero no lo consiguió.
—Sí — le sonreí amistoso — ¿era por Julián?
Guardó silencio unos momentos y después de suspirar me respondió — sí — su mirada se ensombreció — él cree que no soy apto para el empleo.
—¿Por lo que ya me habías dicho? — lo miré condescendiente, Agustín se miraba triste.
—Supongo que sí — se alzó de hombros — no me dijo, exactamente, qué era lo que no estaba bien conmigo — soltó un nuevo suspiro de resignación — quizá es porque se siente incómodo — lo justificó — siempre ha estado con Miguel, es normal, ¿no cree? — el tinte de voz que tenía al hacer la pregunta, parecía una súplica, para que yo le dijera que sí y poder dejar de sentirse mal.
—Puede ser, — traté de complacerlo, pero eso no era lo que Agustín necesitaba — aunque, creo que deberías preguntarle directamente.
—Lo hice, — aseguró — le pregunté cuál era el problema conmigo…
—Y, ¿qué te dijo? — inquirí con interés.
—Sólo me vio de pies a cabeza y me dijo que era un niño — soltó una risa triste.
Posé mi mano en su hombro — no te sientas mal, tal vez sólo necesitas comportarte un poco más maduro — traté de animarlo — no eres un mal chico, además, con todo respeto, eres atractivo, estoy seguro que podrías tener una oportunidad…
—No creo — dijo sin ánimo — hay dos formas en las cuales no tengo oportunidad.
—¿Cuáles? — levanté una ceja.
—Uno, que no le gusten los hombres, la cual es la más probable — ladeó el rostro, pero no dejó de ver hacia enfrente — y dos, que ya tenga pareja, pero para saber eso, tendría que preguntarle y la verdad, no quiero saberlo ni enterarme de esa manera…
Agustín en verdad estaba deprimido, así que preferí no hablar más de ello, tal vez, solo necesitaba dejar pasar el tiempo; cambié el tema a algo menos comprometedor, preguntándole sobre mis mascotas, pues él los cuidaba siempre y con ello, pareció animarse.
* * *
El trayecto fue largo debido al clima, pero al llegar al centro comercial, lo primero que hicimos fue ir a desayunar para que pudiera tomar mi medicamento; las tiendas acababan de abrir y a pesar de eso, había mucha gente, abarrotando casi por completo, la zona.
Visitamos tienda tras tienda; Agustín me acompañó con paciencia mientras yo las recorría de arriba abajo, incluso, pasando varias veces por el mismo lugar.
El primer regalo que compre fue para Víctor, el más sencillo de todos, un paquete de videojuegos para las consolas que tenía en su casa, con el cual podría pasar horas entretenido, después de todo, era el que más jugaba de mis amigos; aunado a eso le compre una pequeña figura para complementar uno de los juegos que compré, una que sabía le gustaría, debido a la nostalgia de uno de los primeros videojuegos que jugó. También, le compré una edición especial de un control, la cual venía con tres caratulas para personalizar los mandos.
En una tienda comercial de renombre, encontré el regalo perfecto para la señora Josefina, un bello chal en color rosa, largo, tejido a mano y muy abrigador; lo compré inmediatamente, a sabiendas que a ella le gustaban ese tipo de prendas, así como el material y el color.
En el camino, encontré un set de tres pequeñas estatuillas con forma de pingüino, exactamente lo que estaba buscando para Azucena, quien tenía toda su oficina llena de figuras y cuadros de ese animal; incluso, sus portarretratos tenían imágenes de pingüinos, en vez de su familia.
El siguiente obsequio que compré fue para Daniel. Un estuche de edición limitada, con seis libros, de su escritor favorito; a Daniel le gustaba leer y debía admitir que tenía muy buen gusto. También busqué un tablero de ajedrez, pero no encontré ninguno que fuera lo suficientemente bueno para que entrara en su colección, así que, decidí que lo buscaría en otro lugar.
No encontré nada bueno para Luís y eso me fastidió un poco, pero pude comprar una delicada pulsera de oro para regalarle a Lucía; normalmente le regalaba ese tipo de cosas y eso me facilitaba el trabajo de buscar un buen regalo para ella. Cuando Lucía empezó a trabajar para mí, la primer navidad que estuvo en el trabajo, mi esposa aún vivía y ella fue la que buscó un par de aretes para mi secretaria. Cuando recibió el obsequio de mi parte, se puso algo incómoda, especialmente por el tipo de regalo; le aclaré que las había elegido mi esposa, específicamente para ella y con ello las aceptó con gusto, incluso, las usaba casi siempre, pues con esa aclaración, dejó de sentirse tan cohibida.
Antes de salir del centro comercial encontré algo para Héctor, un maletín de piel, estilo vintage, justo el estilo de mi amigo; incluso el color era perfecto, por lo que agradecí haberlo encontrado.
Salimos de la plaza comercial y Agustín me ayudó, cargando los paquetes para ir al automóvil; él me abrió la puerta y después, introdujo las bolsas a la parte trasera del auto.
—¿Terminamos las compras, señor? — Agustín me sonrió por el retrovisor, cuando estuvo en el asiento del piloto.
—No — negué — aún me faltan cosas, iremos a otra plaza.
—Usted me dice entonces…
—Claro… ¿conoces la plaza ‘Crystal’ que se encuentra en el centro de la ciudad?
Agustín rió — la verdad, no con exactitud, — negó — no soy de esta ciudad, sólo conozco un poco, porque he andado como su chofer.
—Bueno, te voy diciendo para llegar… por cierto, ¿qué te gustaría de regalo? — pregunté directo, intentando ser casual, sin conseguirlo.
—¿A mí? — la sorpresa en su voz me dio a entender que en verdad, no esperaba nada de mi parte.
—Sí, ¿ni modo que a quién?
—Pero, es que… — titubeó — yo no necesito nada, señor…
—Bueno, si no necesitas nada, entonces algo que te guste — presioné antes de guiarlo por una de las avenidas principales, para cruzar la ciudad.
—Pues… no lo sé… casi todo lo que necesito, se me proporciona por parte del señor De León.
—Me imagino — mordí mi labio, eso era frustrante — pero, me gustaría darte algo en navidad, después de todo, somos amigos, ¿o no?
—Sí… — asintió y se quedó en silencio por unos momentos — pues, lo que más quisiera, no puede dármelo…
—¿Qué cosa?
Agustín me miró por el retrovisor y sonrió divertido — a Julián — dijo sinceramente.
—Tienes razón, eso no puedo dártelo — negué — pero que bueno que tocas el tema, también me gustaría comprarle algo a Julián y a Miguel.
—Eso si va a ser complicado — aseguró — no podría ayudarlo con eso porque, no sé mucho de ambos, bueno, de sus gustos, específicamente.
—Comprendo, pero cómo siempre visten de negro, intentar darles de regalo una corbata no me servirá — Agustín rió, por lo menos ya estaba de mejor ánimo, recargué mi rostro en el asiento del copiloto — Agustín… — lo observé con detenimiento — ¿qué te regalaba tu familia en navidad?
—Bueno, tengo mucho que no veo a mi familia — se alzó de hombros — me salí de casa antes de los dieciocho, así que, no tengo muchos recuerdos buenos, ahora mi familia son los que trabajan con el señor De León.
—¿Tan bien te llevas con ellos?
—No exactamente, pero debemos cuidarnos entre nosotros como una familia, así la posibilidad de salir heridos es menor.
—Entiendo… — suspiré — pero nos salimos del tema, ¿qué recibes normalmente en navidad?
—Una bonificación monetaria, por parte del señor De León…
Entrecerré mis ojos y suspiré cansado — en serio Agustín, no me estás ayudando en nada.
—Lo siento, señor, pero… no sé qué responderle…
—Quiero regalarte algo — insistí — ¿qué te gusta? ¿Qué te interesa? ¿Qué te hace feliz? — miré su sonrisa y el rojo que cubrió su rostro — y quiero que me digas algo más, aparte de ‘Julián’ — especifiqué.
—Pues… — carraspeó, pero la sonrisa nerviosa no desapareció del todo — soy una persona sencilla, me gusta comer cosas dulces, los animales por supuesto, creo que igual que a usted, más los perros que cualquier otro — especificó — también me gusta hacer mi trabajo y cuando tengo oportunidad, en mis días libres, distraerme…
—¿En qué te distraes?
—Veo películas — respondió — leo algún libro, pero no todos me gustan y antes jugaba en una consola portátil…
—¿Antes? ¿Por qué antes? — levanté una ceja
—Porque ahora debo estar alerta siempre, para protegerlo… — se excusó.
—Te pareces mucho a mi — aseguré, mientras mi mente me decía que, quizá, esa había sido la razón por la que Alejandro lo había elegido cómo mi chofer — aun así — proseguí con seriedad — me reúso a darte un simple ‘bono’ navideño — sentencié sin dejar lugar a duda.
* * *
Poco después llegamos a la siguiente plaza comercial, algo alejada de donde yo vivía, pero céntrica para las demás zonas conurbadas de la metrópoli; por eso mismo, desde ahí, me quedaba más cerca llegar al hotel de Alex.
La plaza era una de las más extensas y lujosas, tenía grandes y diferentes tiendas departamentales, para todos los gustos y necesidades; el área de comida era espaciosa y había una especie de foro en dónde que siempre había actividades, así mismo, contaba con un cine, área de juegos infantiles y jardines interiores, en conjunto, hacían del lugar perfecto para visitar en un día de recreación familiar.
Al estar ahí, primero nos dirigimos a una tienda de música, la más grande que había en toda la ciudad; lo primero que iba a buscar era el nuevo disco de un grupo que a Luís le gustaba, pero me encontré con el DVD de su último gira, así como el nuevo disco y material inédito, algo que acababa de llegar. No estaba mal para ser un primer regalo, especialmente cuando sabía que, por ese grupo, mi amigo había llegado a faltar a su trabajo para ir a su concierto, cuando se presentó, meses atrás, en otro estado de nuestro país.
Después de eso, fui exactamente a la tienda que quería, una tienda que vendía únicamente artículos de decoración, un tanto ostentosos y quizá muy extravagantes, pero que sabía con seguridad, llenaría mis expectativas.
Lo primero que vimos al entrar, fue un par de armaduras medievales, después, estaban artículos de películas de fantasía, también encontré artículos de distintas culturas, espadas ornamentales y muchos objetos más; ahí mismo pero en otra sección, había un área completa de novedades modernas pero que tenían que ver con películas de fantasía y ciencia ficción, un mundo para ‘geeks’ o ‘frikis’ como mucha gente llamaba a las personas que les gustaban esos detalles y mis amigos y yo, éramos de ese tipo de gente.
Un joven se nos acercó cordial — buen día, ¿puedo ayudarles en algo?
—Buen día — saludé — sí, puedes… — sonreí — busco un regalo especial, algo diferente, único y específicamente, que sea un ajedrez.
—Claro, entiendo — dijo el joven con rapidez — acompáñeme por favor.
Mientras seguía al vendedor, repasé con mi vista todo lo que había, quizá tendría que revisar con más detenimiento en un momento más, pero cómo iba específicamente a buscar un ajedrez, era lo primero que debía asegurarme de encontrar; mientras caminábamos observé de reojo a Agustín, él parecía impresionado por la cantidad de objetos raros que había en el local.
—Aquí están — anunció el joven después de llevarme al segundo piso — estos son los que tenemos por el momento, pero tenemos un catálogo, si gusta, puedo mostrárselo, pero el envío tardaría un poco…
—Déjeme ver primero… lo necesito para navidad — expliqué.
Todos los ajedrez que había eran muy interesantes, algunos ya los había visto en la casa de Daniel. Por fin, pude encontrar uno que llenaba mis expectativas; un ajedrez tridimensional, el regalo para mi amigo estaba completo, ahora sólo faltaban los más difíciles.
Busqué en toda la tienda, tratando de encontrar algo que fuera bueno, aunque no supiera qué con exactitud. Ya iba a salir resignado, pero me encontré a Agustín, con la bolsa que contenía el ajedrez, en la mano, observando curioso unas espadas colocadas en la pared, sobre unos marcos.
Me acerqué hasta él; no pareció darse cuenta de mi presencia debido a su ensimismamiento, así que, cuando estuve a su lado, levanté la voz.
—¿Cuál te gusta?
Él se sobresaltó, era obvio que estaba en su mundo y lo había sorprendido.
—No, ninguna, sólo me llamaron la atención — respondió con rapidez.
—¡Vamos! — sonreí — sólo dime cual te gusta.
—Pues… no lo sé… — trató de evadirme.
—¿Por qué no me quieres decir?
—Es que, es un poco infantil — pasó su mano por su cuello — además, de tenerla, no tengo un lugar dónde colocarla, pues no tengo un hogar fijo — dijo con nervios.
Eso no lo sabía; quizá debí preguntarle dónde vivía, antes de pensar en comprarle algo que, tal vez, no pudiera tener en una casa.
—Pues sí — sonreí — es infantil, pero yo también lo soy, mira — señalé una espada élfica reconocida por una película, más que por los libros — esa es una réplica original de la espada ‘Orcrist’, esta — señalé otra — es ‘Glamdring’, en lo personal, me gusta más la primera… esa es una espada de los altos elfos y esta es ‘Hadhafang’, — señalé otra y proseguí casual — esa es… — me acerqué un poco a verla — sí, esa es ‘Andúril’, por la inscripción con el sol y la luna — especifiqué — esa es una espada ‘Uruk—hai’…
Mientras seguía nombrándolas y señalándolas, el joven que me atendió se acercó sorprendido — ¡increíble! — sonrió emocionado — normalmente la gente sólo las observa, algunos dicen si son de elfos u otra raza, pero usted se sabe los nombres…
Pasé saliva nerviosamente, en realidad, era algo penoso ser reconocido por algo así — sí — titubee — me imagino que no muchos saben sus nombres — notaba un brillo de emoción en sus ojos y eso me incomodó un poco.
Agustín me observo divertido — no me sorprende la primer elección de películas que vimos ayer — sonrió — ¿es fanático?
—Sí — asentí — me gusta mucho la fantasía y especialmente esas películas — respondí con rapidez — bien, vámonos — puse mi mano en el hombro de Agustín y lo hice girar, era mejor que saliéramos de ahí — con permiso — dije para el joven que seguía viéndome asombrado.
Salimos de la tienda y seguimos recorriendo el centro comercial.
—Agustín — él iba a mi lado, así que me escucho con claridad — ¿acaso no tienes una casa a dónde llegar? — pregunté recordando lo que me había dicho mientras estábamos viendo las armas ornamentales.
—En realidad… — dudó — no — dijo al fin.
—¿Dónde te quedas normalmente?
—Desde que empecé a viajar, junto con el grupo del señor De León, nos quedamos en los hoteles — habló sin mucho interés — obviamente tengo prestaciones y podría comprarme una casa, pero no sé si lo haga…
—¿Por qué? — mi curiosidad iba en aumento.
—No tengo a quien dejársela y además, mi trabajo me obliga a viajar constantemente, tal vez, cuando me retire, rente un departamento y me quede ahí — me miró de soslayo — no creo que consiga una pareja para compartir mi vida…
—Todos los que trabajan con Alejandro, ¿son así? — iba viendo los aparadores mientras preguntaba, no debía olvidar mi objetivo sobre los regalos de mis amigos.
—No, algunos tienen familia, están casados e incluso, tienen hijos — prosiguió sin dudar — ellos viajan seis meses con el señor y los otros meses, los pasan con su familia, en las ciudades donde radican y normalmente, en esos lugares hay hoteles del señor De León, así que, trabajan para él en algunos asuntos de los mismos — explicó — los que no tenemos a donde ir, siempre nos quedamos en algún hotel de nuestra elección, cuando no lo acompañamos a él — se detuvo a mi lado mientras yo observaba una tienda de aparatos electrónicos.
—¿Todos se quedan en un hotel?
—Julián y Miguel no — aseguró — ellos son los únicos que siempre se quedan en la casa del señor cuando él no anda de viaje y a veces, algunos otros los acompañan, mínimo son diez los que deben estar al pendiente del señor y nos turnamos.
—Ya veo…
Me giré y lo observé con detenimiento; a pesar de ser más joven que yo, era un poco más alto y por lo que me había dicho, era notorio que no tenía apego por ningún lugar, así que, regalarle algo grande no era una opción, debía ser algo que pudiera traer con él, podría ser ropa o algo más.
—Muéstrame tu celular — ordené.
—¿Mi celular? — ladeó el rostro confundido.
—Sí, tú celular, anda, muéstramelo — repetí.
Agustín sacó su celular con rapidez y me lo entregó sin titubear.
—¿Puedo revisarlo bien? — pregunté levantando una ceja.
—Sí — accedió — no tengo nada interesante — se alzó de hombros.
Lo inspeccioné detenidamente; era un celular de última generación, bastante nuevo, no tenía muchas aplicaciones, pero si varios juegos, sonreí de lado, estaba seguro que eso era lo que sustituía a su consola portátil.
—¿Tú compraste este celular? — indagué, mirándolo de soslayo.
—No — negó — me lo compró el señor De León, cuando me dijo que sería su chofer — me señaló con el rostro.
—Entonces, es nuevo — mordí mi labio mientras seguía revisando.
—Sí, es el más nuevo que he recibido de él.
—¿Has tenido otros celulares? — lo miré levantando la vista sin dejar de mover mis dedos en la pantalla.
—Un par.
—¿Te los compró Alex?
—No, el primero lo compré yo — rió — el segundo me lo dieron cuando entré a trabajar con el señor De León — me sorprendía la manera tan fácil y rápida, con la que Agustín me respondía, se notaba que no me podía negar nada.
—Este, ¿lo elegiste tú o simplemente te lo dieron?
—Lo elegí yo — rió nervioso — el único requisito que me puso el señor De León, era ponerle el localizador.
—Es un celular de buena marca, gama alta, su capacidad es perfecta para juegos y la pantalla está lo suficientemente grande para la comodidad del usuario — dije sin mucho interés — es obvio que lo usas sólo para jugar y recibir llamadas, ni siquiera tienes canciones en él — Agustín hizo una mueca de susto, parecía haber dado en el ‘blanco’ — dijiste que ya no tenías consola portátil, te creo — dije con una sonrisa y le devolví el celular — pero lo más probable, es que ahora te entretengas jugando con tu celular cuando estás solo, ¿o me equivoco?
Agustín agarró su celular y bajó la vista, parecía que había recibido un sermón — sí — dijo en un susurró.
—Pero, también te has dado cuenta que no es lo mismo — levanté una ceja — ya que, no todos los juegos que te gustan son aptos para celulares, ¿verdad? — no respondió, parecía nervioso — bien, ¿qué consola tenías y qué pasó con ella?
—Pues, se la entregué a Julián, la última vez que me regañó por jugar con ella en el trabajo — rió nervioso — él me prohibió usarla — cuidó mucho no decirme qué consola era.
—¿Te gustan los juegos para niños? Quizá por eso Julián piensa que eres infantil.
—No, por supuesto que no — negó con rapidez — prefiero los ‘shooters’.
—Ya está — dije con una gran sonrisa en mi rostro.
—¿Qué cosa? — preguntó con susto.
—Algo que sé, es identificar a una persona que juega mucho — lo miré de soslayo — yo soy uno de ellos — especifiqué — no me quisiste decir qué consola tenías pero, me respondiste una pregunta importante.
—¿Cómo…? — pasó saliva y titubeo — no señor, no he dicho nada.
—No te pongas así — le guiñé un ojo — creo que ya sé que voy a regalarte, sólo espérame aquí.
—Pero, no debo dejarlo solo y además, no debe gastar en mí, yo puedo comprarme cosas como esas después, cuando reciba mi bono el lunes y…
—Es un regalo, yo tengo dinero hoy y lo compraré, así Julián no te lo quitará de nuevo — dije con complicidad — espérame aquí en la entrada, no me iré lejos, entraré a esta tienda — señalé un negocio de electrónica y videojuegos — sólo espérame aquí — repetí — ¿de acuerdo? No voy a tardar.
Agustín dudó, pero finalmente accedió. Entré a la tienda y rápidamente fui al área de videojuegos y accesorios; compré una consola portátil, la cual ya traía un par de juegos descargables incluidos y pedí una bolsa navideña, para regalo. Cuando salí, Agustín seguía fuera de la tienda, caminando en círculos; cualquiera pensaría que se miraba sospechosa su actitud, porque se mordía las uñas de manera nerviosa.
—¡Feliz navidad, Agustín! — sonreí cuando le acerqué el paquete — toma — él me observó con sorpresa y miedo, sujetó el paquete y bajó la vista — me hubiera gustado dártelo hasta navidad, pero es mejor que empieces a usarlo desde ya… ábrelo — ordené al notar que él no parecía saber cómo reaccionar — si no te gustan los juegos que trae, puedo cambiarla por otra en este momento.
Agustín sacó la caja; sus ojos se abrieron con asombro y después la volvió a meter a la bolsa.
—No puedo aceptarlo — me la regresó.
—Claro que sí — asentí y me giré para no recibir el paquete — porque si no la aceptas, le diré a Alex que rechazaste mi regalo navideño y te aseguro que se enojará.
—Pero… es que, ¡es demasiado, señor!
—No importa — negué — ahora vamos, que aún me quedan cosas qué comprar y ya se me está haciendo tarde.
Agustín suspiró resignado, pero después sonrió — gracias — su voz era sincera — es la primera vez que alguien me hace un regalo así, es decir… — titubeó — algo tan caro y que no sea por mi trabajo.
—Habíamos quedado que íbamos a ser amigos, ¿o no?
—Sí, señor — su voz tenía un tinte feliz y a mí me hizo sentir mucho mejor.
Seguimos caminando y entramos a otra tienda departamental. Ahí compre un reloj de pulsera, sobrio y elegante, ese sería el segundo regalo para Luís, quien meses antes, había roto el suyo; dijo que compraría uno después, pero jamás lo hizo, ya que dependía más de su celular. Al final, solo faltaba comprar algo para Alejandro, Julián y Miguel.
Recorrimos la plaza y Agustín llevaba todas las bolsas; no me dejó ayudarle a cargar, pues dijo que era su deber. El tiempo pasó y casi las tres de la tarde, era hora de comer, así que, hicimos una parada para hacerlo. Cuando estábamos en ello, mi celular timbró; era Alex.
—Bueno… — dije con dificultad, porque tenía algo de comida en la boca.
—“… ¿Erick?...”
—Sí — reí después de pasar el bocado — lo siento, estaba comiendo.
—“…Eso me indica que estás bien… no has venido a que te inyecten…”
—No, en un momento más voy — aseguré — me falta comprar unas cosas.
—“… ¿Dónde estás?...”
—En la plaza ‘Crystal’ — bebí un poco de jugo.
—“…No está tan lejos, ¿por qué no dejas tus compras para otro día?...”
—Aún me falta tu regalo, no puedo irme sin él.
—“…Erick, está lloviendo…” — escuché un suspiro — “…está bien, espero que te apresures, cuando vengas, tal vez me haya desocupado, para ir contigo a casa…”
—¿De verdad? — saber eso me emocionó — entonces espérame, llego en una hora más, aproximadamente.
—“…De acuerdo, ¿Agustín te está cuidando bien?...”
—Sí, me está cuidando bien — entorné mis ojos — por cierto, ya le di su regalo de navidad adelantado…
—“… ¿En serio? Cuando vengas me cuentas…” — escuché una ligera risa — “…cuídate Erick, te amo…”
—Yo también te amo — el rojo cubrió mis mejillas al decirlo.
Colgamos.
Momentos después, Agustín y yo terminamos de comer, decidí que tendría que comprar pequeños detalles para Julián y Miguel; lo único que miraba que usaban fuera de sus atuendos eran algunas bufandas y guantes, así que me arriesgaría, después de todo, no los conocía muy bien. Para Alex tenía que ser algo importante, especial y único.
Me desesperé en poco tiempo; no encontraba nada que no pudiera comprar él mismo o sencillamente, algo que no fuese común.
Comprarle juegos de video no era una opción pues, Alex, no era de los que jugaban. ¿Una tableta digital? Él ya tenía una y la usaba en su trabajo. ¿Un reloj? No, ya tenía uno y estaba de más decir que era uno extremadamente caro. ¿Lentes? Alejandro era una persona que tenía muchos accesorios, me di cuenta cuando me prestó sus lentes oscuros, creo que tampoco serviría. ¿Ropa? No, muy tonto, Alex parecía tener mucha más ropa de la que yo podía imaginar. ¿Libros? ¡¿Qué demonios pensaba?! Alejandro había encontrado mucho que leer en mi estudio y seguramente, rechazaría cualquier libro, si tenía mis escritos en sus manos. ¿Música? No, seguramente Alex ya tenía todos los discos que quería. ¿Zapatos? No, era igual que la ropa. ¿Algo para su oficina? No, muy trillado, tonto y además, tendría que estarlo cambiando cada que saliera de viaje. ¿Una taza? Demasiado poco.
Todo lo que pensaba, lo descartaba con rapidez. Encontrar un regalo para Alejandro tal vez sería imposible, pero no quería rendirme, mi orgullo no me lo permitiría; mi orgullo y el deseo de darle un obsequio que pudiera usar, que tuviera valor, tal vez no monetario, porque seguramente él podría comprar algo mucho más valioso, por lo tanto, debía ser algo diferente. Algo que obviamente no iba a encontrar, quizá, ese mismo día.
Agustín iba siguiéndome, mientras yo gruñía, murmuraba y me detenía en cada tienda, viendo todo lo que tenían en exhibición; di varias vueltas por todo el centro comercial e incluso, conseguí que me dolieran los pies, en un vano intento de encontrar lo inimaginable. Me rendí, tenía que despejar mi mente y quizá, esa noche presionar un poco más a Alex, para que me dijera qué quería.
—Vamos, Agustín — sonreí cansado.
—¿Ya no va a comprar nada, señor?
—Creo que no — suspiré — no encuentro nada que…
Mis palabras se quedaron a medias al pasar por una joyería de prestigio; algo llamó mi atención y me cerqué al escaparate con rapidez.
Agustín me siguió mientras me quedaba de pié ante el cristal; mis ojos estaban fijos en lo que parecía ser, si no el regalo perfecto, al menos un buen regalo. Un par de collares gemelos, cada uno con un dije, pero lo interesante no era el collar, ni que eran gemelos, sino el dije dividido; un par de alas, de aproximadamente cinco centímetros, pero, esas alas ya me habían sorprendido antes, en la espalda de Alejandro. Un ala de ángel y un ala de demonio.
Entré con rapidez a la joyería y un hombre mayor me recibió con una amplia sonrisa.
—Buenas tardes, ¿en qué puedo servirle?
—Buenas tardes — sonreí — me gustaría ver los collares gemelos que tiene en el escaparate, por favor.
—¿Cuáles exactamente?
—Los que tienen un ala de ángel y otra de demonio.
—Claro, permítame.
Agustín ya estaba detrás de mí observando el lugar; el hombre volvió con lo que le había pedido.
—Estos dijes son muy apreciados por los jóvenes cómo usted, los compran para ellos y sus novias…
Levanté mi vista y lo observé con seriedad — gracias — dije con sarcasmo, mientras agarraba uno para inspeccionarlo, tenían gran detalle, pero algo no me gustó — son de plata, ¿cierto?
—Por supuesto, plata de la mejor calidad.
—No — negué — busco algo de mayor valor, oro blanco de preferencia.
—Lamentablemente no tenemos estos modelos en oro — se disculpó.
Mordí mi labio dudando, las piezas eran muy bellas, pero no era lo que quería, aun así había una opción — si le solicito que los realice en oro blanco, ¿en cuánto tiempo los tendría?
—Lamentablemente, nuestro Joyero no fabrica este tipo de piezas, se tendría que mandar pedir.
—¿Por qué no? — pregunté decepcionado.
—El nivel de detalle es muy difícil conseguir en oro, por eso, estos dijes son hechos en plata, misma que viene de la región platera del país — explicó — pero es una joya preciosa, le aseguro que su novia quedará encantada.
—No — suspiré — no es lo que busco, además, prefiere el oro — sonreí — gracias de todos modos, con permiso.
—Que le vaya bien.
Agustín me siguió con rapidez, yo iba un poco decepcionado, tendría que ser más directo con Alejandro, para poder comprarle un regalo, en los próximos días.
—Señor… — la voz de Agustín me sacó de mis pensamientos — ¿por qué no los compró? Estaban muy bien…
—Porque la plata no es algo le quede a Alex — sonreí cansado — vamos, en los próximos días me tendrás que acompañar a buscar su regalo en otra parte.
Salimos del centro comercial, estaba lloviendo pero nos habíamos quedado en el estacionamiento techado, así que no fue problema.
Al llegar al automóvil, Agustín me abrió la puerta para que entrara, lo hice y empecé a mandar mensajes a mis amigos, avisando lo que había comprado para los demás y así, que ellos no compraran lo mismo; obviamente, al dueño del regalo no le dije lo que había comprado para él. Agustín estaba guardando los artículos en la parte trasera del automóvil, pero cuando cerró la cajuela, tardó un poco en volver a subir al auto.
Cuando entró, estaba serio, pude notarlo a pesar de que quiso ocultarlo.
—Vamos al hotel de Alex — sonreí — tengo que ir a que me inyecten, ¿sabes por dónde ir o te guío?
—Sí sé por dónde, señor… eso sí lo sé.
Su voz era seria, no era el mismo chico que me hizo plática mientras me acompañaba a comprar, pero no le di importancia, yo seguía enviando los mensajes.
* * *
Al alejarnos del centro comercial, pude notar que Agustín iba viendo por los espejos con insistencia; la lluvia había bajado de intensidad, por lo que podía verse bien a distancia. Continuamos por varios minutos el trayecto en silencio, especialmente porque sentía a Agustín un poco extraño; hasta que hizo un giro en una calle ajena al trayecto normal y eso me sorprendió.
—¿A dónde vamos? — pregunté, no era hacia el hotel de Alex ese camino, Agustín no me respondió, seguía viendo los espejos — ¿Agustín? — lo llamé confundido.
—¡Maldita sea! — expresó molesto — señor, por favor, póngase el cinturón de seguridad.
—¿Por qué?
—Por favor, señor, póngase el cinturón.
No pregunté más, el tinte de preocupación y seriedad en su voz me dio a entender que algo no estaba bien, así que lo obedecí. Él movió con rapidez su mano sacando un pequeño aparato de la bolsa de su saco y se lo colocó en el oído, también sacó su celular y noté que encendió el programa localizador, después habló colocando su mano en su oreja.
—Dos autos de ‘cazadores’ — su voz era grave — lo acabo de confirmar, nos siguen desde el centro comercial, trataré de llegar al hotel con rapidez, pero necesito apoyo — volvió a virar en otra calle — solo el señor De León sabía dónde estábamos, debe haber un ‘topo’— su voz denotaba ira.
La velocidad aumentó, Agustín manejaba con prisa, rebasando automóviles a diestra y siniestra; no entendí a lo que se refería, pero lo notaba preocupado y además, no dejaba de ver por los espejos del automóvil. Entramos a una avenida y estuvimos a punto de chocar con varios vehículos, pero Agustín los evitó con maestría; se pasó algunos altos e incluso semáforos en rojo.
—¡Agustín! — lo reprendí, pero no pude decir más.
Un sonido que hasta hacía poco tiempo empecé a reconocer, se escuchó cerca; cuando era pequeño, estaba familiarizado con el sonido de disparos por el trabajo de mi padre, pero tenía muchos años que no los había vuelto a escuchar, hasta que Alex volvió a mi vida.
El cristal trasero de mi automóvil se rompió en pedazos y yo me hice un ovillo, recordando las enseñanzas de mi infancia; Agustín casi pierde el control del auto.
—¡Demonios! — gritó y aumentó la velocidad — faltan muchas calles — volvió a colocar su mano en su oído — voy a medio camino ¡¿dónde están mis refuerzos?! — exigió — ¡vienen por el ‘conejo’!
Esa simple frase me hizo estremecer, Alejandro era el único que me llamaba así, ¿por qué Agustín usaba esa palabra? No lograba entender y eso me ponía más inquieto; la lluvia entraba por la parte trasera de mi auto, donde el cristal se había roto y el agua conseguía mojarme fácilmente.
—¡Señor! — Agustín levantó la voz — manténgase abajo, no voy a dejar que le pase nada.
En ese momento, el sonido de sirenas se escuchó cerca; no entendía qué estaba pasando, pero algo me decía que las cosas no iban a terminar bien.
—Confirmen, tengo tres patrullas tras de mí — la voz de Agustín era grave, indicándome que estaba preocupado — los ‘cazadores’ siguen disparando.
En eso se escuchó un sonido fuerte, un chillido como de metal raspando algo, incluso, pude escuchar gritos antes de un gran estruendo, cómo si algunos automóviles hubiesen chocado; apreté mis parpados y pasé mis manos por mi cabeza.
—Calló una patrulla… — escuchar a Agustín hablar por su intercomunicador no me ayudaba en nada — no creo poder pasar las próximas calles, ¡¿dónde están mis malditos refuerzos?!
Varios disparos se escucharon nuevamente y Agustín viró con rapidez; cada que él giraba el volante, sentía que mi cuerpo se movía con fuerza, de no ser por el cinturón, hubiera terminado golpeando las puertas, cada que hacía un movimiento brusco.
—No, no, ¡no! — cuando lo escuché, abrí mis ojos y pude notar que él miraba para los lados con desespero.
Me incorporé un poco, para alcanzar a ver hacia el exterior; la lluvia seguía y Agustín apenas reaccionó, antes de llegar a un pequeño embotellamiento.
Sentí el salto, por el movimiento del automóvil, al subir los bordillos de la mediana; Agustín se cruzó a la otra calle y siguió en sentido contrario. Pero esa acción no evitó que los disparos siguieran, al contrario, empecé a escucharlos con más regularidad.
—¡Agustín! — llamé asustado y el movió su mano para atrás, tocando mi pierna.
—No se preocupe, no voy a dejar que le pase nada — aseguró con voz seria — primero muerto — eso en vez de tranquilizarme, me asustaba aún más, él alejó su mano para ir a su intercomunicador nuevamente — ¡¿qué pasa con los refuerzos?! — insistió.
Un disparo se escuchó y después, algo tronó del lado derecho de mi automóvil; Agustín hizo todo lo que pudo para no perder el control, pero terminamos chocando contra algo. La bolsa de aire funciono y Agustín quedó en el asiento contra ella. Yo estaba aturdido, seguía escuchando muchos ruidos; disparos, sirenas, gente gritando, demasiado alboroto y no sabía qué hacer, estaba tan asustado, que mi mente no sabía cómo reaccionar. Agustín parecía inconsciente y eso me dio miedo, podía haberle sucedido algo; desabroché el cinturón de seguridad y me acerqué a él.
—Agustín… — lo llamé en un susurró, mientras la bolsa de aire se desinflaba.
Él se movió, sacó de abajo del asiento un arma, levantó la vista y noté cómo disparó sin más, rompiendo el cristal de la puerta del piloto de mi automóvil. El estruendo me hizo gritar, pero alcancé a ver que alguien cayó del otro lado; alguien que se había acercado sin que yo me diera cuenta.
Agustín giró el rostro y me sonrió — lo siento, señor — se disculpó — tenemos que salir.
Él abrió la puerta, se quitó el cinturón y salió con el arma en la mano; abrió mi puerta y me ayudó a salir de mi auto. Mi vista se posó en el hombre que estaba tirado a un lado de mi auto, lleno de sangre, con un arma en la mano; el disparo que Agustín le había dado, fue directo a la cabeza, por lo que ver el resultado de ello, me provocó nausea por el asco.
—No vea, por favor — pidió con calma mi acompañante, tratando de confortarme.
La lluvia arreciaba, pero nuevamente los disparos se escucharon; Agustín me obligó a agacharme y me guió por entre los coches.
—Bajamos del auto — anunció por el intercomunicador — seguiremos a pie, necesitamos transporte, ¡ya! — su voz era grave, me sujetó de la mano para que siguiera tras él, yo iba temblando y él lo notó — no se preocupe señor, el señor De León ya viene…
Escuchar que Alejandro ya iba a buscarme me hizo sentir mejor, aunque no me quitaba del todo el miedo y desespero que sentía.
Los disparos volvieron a escucharse y Agustín respondió un par de ellos, aunque no sabía exactamente a qué o quién le disparaba, porque yo no alcanzaba a ver nada; momentos después llegamos a la acera. Agustín no me soltó en ningún momento, pero me obligó a correr, alejándonos de la zona. Las sirenas seguían escuchándose, aunque notaba como el ruido se quedaba atrás; algunos disparos se oyeron algo lejos, al parecer, las policías se quedaron en un tiroteo con los hombres que nos seguían.
Corrimos varias calles, el pavimento mojado producía que resbalara con frecuencia, pero Agustín no permitió que cayera, sosteniéndome con firmeza; durante el trayecto, sentí que me faltaba el aire y mi cuerpo estaba empapado, produciéndome escalofríos por el frío. La calle era un caos; muchos autos estaban detenidos y algunas personas también corrían, aunque no sabían hacia dónde, pues cada quien agarraba direcciones diferentes.
—¡Mierda! — Agustín se detuvo quitándose el auricular — ¿qué demonios…? — lo revisó y volvió a colocarlo — tuve interferencia, ¿dónde están? — él parecía muy tranquilo, pero yo estaba temblando — correcto, vamos para allá — volvió a tomarme de la mano — señor, ya todo estará bien, a dos cuadras está un auto — empezó a caminar llevándome tras él — no pueden pasar por el tráfico, pero ahí deben estar mis compañeros.
Esas palabras eran como una luz de esperanza; asentí y lo seguí sumisamente, él me apresaba la mano con fuerza, a cada momento volteaba a verme y trataba de sonreír para calmarme, pero yo sabía que estaba preocupado, se le notaba en la mirada. A mitad de camino, apareció un hombre con un arma en la mano también, sólo que, él se me hizo conocido.
Agustín sonrió — Ernesto — suspiró con alivio.
—Tardaste — dijo el otro hombre, cuando lo tuve cerca recordé que un día, junto con Agustín, me había llevado al trabajo — vamos, debemos llevar al señor al auto.
Agustín me observó y sonrió — todo estará bien — aseguró, siguió caminando junto a mí, sin soltar mi mano — ¿dónde está Pedro? — preguntó para nuestro nuevo acompañante.
—En un momento lo verás — respondió el otro — nos avisaron que hay un ‘topo’ dentro.
—Sí, lo sé — su rostro se ensombreció — debemos encontrar al maldito — siseó — ¿dónde están los demás?
—No pudieron llegar — el otro hombre no nos miraba, seguía caminando delante — hay mucho tráfico, pero, cuando tengamos al señor en el auto, nos encontraremos a unas calles con ellos.
El camino se me hizo eterno; momentos después, el hombre se detuvo — ahí está el automóvil — señaló.
Agustín siguió caminando para guiarme, pero a medio camino se detuvo y yo no entendí por qué su mano sobre la mía, ejerció más presión; la lluvia seguía con algo de fuerza, empapándonos.
—Ernesto — la voz de Agustín era seria — ese no es un automóvil del señor De León — aseguró, sentí cómo apretaba el agarré en mi mano — tú…
—Eres un niño — dijo el otro — pero no eres tonto.
Agustín me jaló hacia él, dejándome tras su cuerpo con rapidez; se giró e intentó disparar, pero el otro sujeto le disparó primero en el pecho.
—¡Agustín! — grité.
Agustín se derrumbó, yo traté de detenerlo y caí junto a él, evitando que se desplomara completamente al piso y se golpeara contra el asfalto.
El hombre se acercó hasta nosotros y recogió el arma de Agustín — cómo siempre, no traías el chaleco antibalas — rió — eres un idiota, pero al menos, me diste menos problemas que Pedro…
Otros hombres se acercaron mientras él hablaba.
—Eres… — Agustín tosió algo de sangre — el ‘topo’…
—Sí y te dije que pronto verías a Pedro, no te preocupes por eso… — Agustín cerró los ojos, sentí como su cuerpo se desvanecía y eso me hizo temblar, el hombre me apuntó con el arma — levántese — ordenó.
Lo miré con miedo, pero me aferré más a Agustín; no quería dejarlo solo, no quería dejarlo ahí, era mi culpa que no llevara el chaleco de protección, era mi culpa que le hubieran disparado. Al ver que no lo obedecía, el hombre hizo una seña y uno de los otros sujetos que estaba cerca, me obligó a levantarme, sujetándome del cabello, sin consideraciones.
—¡Suéltame! — grité.
El tipo que me levantó y me dio un golpe en el estómago, con fuerza; me doblé por el dolor y la falta de aire. Me agarró de los brazos, mientras otro hombre se acercó a revisarme; encontró mi celular y mi cartera y los lanzó contra Agustín, como si fuesen basura.
—Vámonos — ordenó Ernesto — no tardan en llegar, Agustín debe traer un localizador.
Me jalaron hacia el automóvil.
—¡Agustín! — grité y traté de zafarme con las pocas fuerzas que me quedaban, pero lo último que sentí, fue un fuerte dolor en mi nuca.
* * *
Frialdad, humedad, un estremecimiento en mi cuerpo me hizo volver en mí. Me sentía mareado, me dolía la nuca y mi cuello, mis brazos estaban entumidos y tampoco sentía muy bien mis piernas.
—Al fin despiertas — una voz burlona me obligó a levantar mi vista — bueno, era obvio que despertarías con el agua que te acabo de verter encima — su sonrisa era cínica, estaba vestido informal, su cabello negro un poco despeinado, pero, a pesar de no conocerlo en persona, el susto me invadió al reconocerlo y él notó mi miedo — sabes quién soy, ¿cierto? — rió — a pesar que no nos pudimos conocer de otra manera con anterioridad, pero no fue mi culpa, yo lo intenté…
Caminó por el lugar, dejó el vaso que tenía en manos sobre una mesa, agarró una silla y volvió con ella, la puso frente a mí y se sentó con el respaldo hacia el frente de él, colocó sus brazos sobre el mismo, observándome fijamente, con sus ojos miel llenos de curiosidad hacia mí.
—Soy Jair Páez, pero eso ya lo sabes, ¿cierto?
Traté de moverme, pero no pude. Por ello, pude percatarme que estaba completamente desnudo, de rodillas en el suelo, entre las cuales tenía una barra metálica que no me permitía cerrar mis piernas; levanté mi vista y observé que mis manos estaban atadas y sujetas a una cadena que pendía de un techo. Quise hablar, pero no pude hacerlo correctamente, a pesar de que portaba algo en mi cabeza, que mantenía mi boca abierta; mi saliva resbalaba por mis labios y en ese momento, me sentí vulnerable.
—Por fin te das cuenta — suspiró — ¿sabes…?, no quería llegar a este punto — se alzó de hombros — de hecho, esta no es mi idea del todo, pero tuve que ajustarme a ella, para recibir la ayuda que necesitaba — me guiñó el ojo — de todos modos, no me importa, sólo quiero darle un gran regalo de navidad a Alex.
Lo miré con irá, tratando de decir algunas palabras, que me entendiera, pero mi voz tampoco salía, había vuelto a quedarme afónico. Él se acercó hasta mí, me sujetó por el mentón, levantó mi rostro y me observó directamente a los ojos.
—Tienes unos bellos ojos — dijo con seriedad — cuando te vi en televisión, se miraban azules cómo el cielo, pero ahora que estás enojado, parecen más oscuros, quizá cómo el océano.
Moví mi rostro para alejarme de su toque y él sonrió divertido, después, su mano se estrelló contra mi mejilla, sorprendiéndome.
—¡Odio que seas tan hermoso! — espetó con ira — detesto que seas casi perfecto — levantó una ceja — no entiendo cómo Alex anda contigo, si tienes esas asquerosas marcas en tus muñecas — gruñó — el aborrece que sus juguetes tengan marcas en su piel…
Levanté mi rostro y posé mi vista en él; no entendía por qué estaba ahí, pero de algo estaba seguro, no iba a salir bien librado de la situación.
—El jueves, Alex habló conmigo — sonrió y volvió a sentarse en la silla — ¿te lo dijo? Sí, seguramente lo hizo — movió su mano como si no le importara — me dijo que no me acercara a ti o lo iba a pasar mal… — soltó una risa pasando su mano por sus ojos, después guardó silencio y su rostro mostró ira — ¡cómo si me importara! — temblé ante su mirada — yo ya no puedo sufrir más — aseguró.
Desvié la mirada, observando a mí alrededor, necesitaba saber dónde estaba, buscar una salida con rapidez; además, mi cuerpo se estremecía, temblaba insistente ante el frío y eso no era bueno, especialmente porque aún no estaba del todo recuperado de mi enfermedad.
—¿Te gusta? — preguntó con un tono de voz más amable — es un lugar que me ayudaron a adecuar para ti.
Con lo que alcancé a ver, parecía una pequeña bodega, había una cámara digital en un tripie; cerca de mí, un colchón en el piso y varias cajas cerradas. Otra mesa, alejada y diferente a la que se acercó Jair primeramente; había algunas cortinas oscuras, por lo que no sabía que había detrás de las mismas. Del lado contrario a esa cortina, una computadora con muchos monitores, me recordaba a la que Alex había usado cuando me castigó.
—Obviamente, no es el mismo lugar donde Alex te llevó hace varios días, exactamente donde lastimó a tu amigo, ¿no es así? — sonrió al notar mi sorpresa — pero, es algo parecido, aunque aquí no hay calefacción, así que tendrás que soportar el frío.
Mi mente recordó aquel día y en uno de los recuerdos, estaba Ernesto; seguramente él le había dicho todo a Jair.
—No me lo tomes a mal, la verdad, yo sólo quería alejarte de Alejandro — dijo con un tinte inocente — ¿sabes por qué? Porque, pensé que si tú no estabas cerca, yo podía recuperarlo… a pesar de todo lo que pasó… — sus palabras disminuyeron de intensidad al decir esa frase, pero alcancé a escucharlo y después, volvió a levantar la voz — pero el jueves, me di cuenta que él no te iba a dejar tan fácilmente — me miró de reojo — eres diferente — dijo con desprecio — eso dijo Alex, que eres diferente a mí y a todos los que le han pertenecido…
Guardó silencio por unos minutos y después, se acercó hasta mí, colocando sus dedos en mi barbilla, obligándome a levantar el rostro.
—Pero yo no veo que lo seas — sonrió — para mí, eres igual que todos, un idiota enamorado de alguien que no te quiere.
Lo miré con ira, si hubiera podido, le hubiese gritado que Alejandro me amaba; pero, aunque lo intenté, la falta de voz producía que sólo me quedara en silencio y algunos susurros ininteligibles, salieran de mi boca abierta.
—¿Crees que te ama? — rió — no — negó — Alex no te ama, te lo aseguro… está fascinado contigo, pero se le pasará en unos días más — se alzó de hombros — te abandonará rápidamente, en el momento que sepa que ya no le perteneces…
Sus palabras me llenaron de terror y no pude evitar reflejarlo en mi semblante; algo que él pareció notar.
—¿Sabes? Si eso sucediera, el pronóstico sería el siguiente — carraspeó e hizo una voz seria, como si estuviera dando un discurso — Alex te hará a un lado como basura y terminarás hundido en la miseria, aceptando la ayuda de alguien que te repugna, sólo para no morir de una forma cruel y desafortunada…
Negué moviendo mi rostro hasta que me cansé, nada de eso iba a pasar, estaba seguro; Jair se acuclilló frente a mí.
—No quieres, ¿cierto? — sonrió conciliador — estás acostumbrado a la manera y actuar de Alejandro — acercó su mano a mi cuerpo, rozando con sus dedos algunas marcas rojizas en mi pecho, las marcas que Alex había dejado en mí, esa mañana — es muy notorio que te ‘marca’ con frecuencia — levantó la ceja — ¿cuántas veces te lo hace al día? Apuesto que no te deja dormir bien — su rostro se acercó a mí y se inclinó hasta rozar con su aliento mi oreja — te lo ha hecho en cada rincón de tu casa, en su hotel, en su auto… — sus dedos se movieron por mi piel y bajó a mi sexo dormido — incluso te ha quitado el vello púbico, eso es uno de sus fetiches más comunes — rió al ver que me movía, tratando de alejarme de él — sí, es cierto — repitió alejándose para mirarme a los ojos — lo hizo conmigo también.
Fruncí mi ceño molesto, no podía creerle algo así; él se incorporó y volvió a su silla con lentitud.
—Todo lo que te ha hecho y dicho, me lo hizo y dijo a mí — movió la silla y esta vez se sentó correctamente, viéndome de frente — y ten por seguro, que no serás el último, ni yo tampoco fui el primero — sonrió con diversión.
A pesar de que no quería hacer caso de sus palabras, no podía evitar que me doliera lo que me decía; él lo notó, se estaba burlando de mí y disfrutaba ver mis muecas de dudas, celos y dolor, por saber eso.
—Antes que tú — prosiguió — ha habido muchos otros cómo yo, hombres, mujeres… todos hemos perdido más de lo que hemos ganado con Alejandro de León — negó, sin quitar una sonrisa cínica de sus labios — quise avisarte — se alzó de hombros — quise ponerte sobre aviso — suspiró — tu podrías haberte salvado y yo hubiera vuelto con él… pero él no quiso que fuera de esa manera.
Jair recargó los codos en sus rodillas y me sonrió condescendiente — por eso vas a sufrir, por que necesitas entender la verdad y cuando eso pase, Alejandro mostrará su verdadero rostro — sentenció — abandonándote de inmediato, cuando sepa que alguien más te ha poseído.
Negué; el pánico me invadió mientras lo observaba. Yo estaba ahí, a su merced; ese hombre podía hacerme lo que quisiera y yo no iba a poder defenderme. Jair me levantó mi ceja al ver mi reacción y soltó una carcajada.
—No — dijo después que calmó su risa — yo no voy a hacerte nada — negó — no porque no quiera, porque he de admitir que, Alejandro, tiene un excelente gusto — sonrió de lado con un poco de dolor reflejado en su semblante — sino que, no puedo…
Parpadee confundido, no entendía que quería decir.
—¿Te sorprendes? — cerró los ojos y respiró profundamente — está bien, cómo solo te quedan veinticuatro horas de vida, te lo diré… — me removí inquieto ante esa frase y el rió con mayor fuerza — cierto, eso debía decírtelo después, pero no tiene caso mantener secretos entre nosotros — se burló — así que, empezaré por explicarte sobre mí, para que sepas por qué tienes que morir.
Se puso de pie y fue a la mesa donde había dejado su vaso; caminó hasta un pequeño frigobar que había a un lado y sacó una botella de vino, sirviéndose con rapidez.
—No me trajeron copas, pero no importa — dijo divertido — tengo un par de vasos, lo importante no es el recipiente, sino beber… ¿gustas acompañarme? — ofreció con burla — supongo que no — respondió él mismo.
Guardó la botella en el frigobar y regresó a su silla con el vaso lleno de vino, sentándose con desgano, dando un sorbo a su bebida y suspiró.
—Hace más de cinco años conocí a Alejandro — movió la silla para acercarse aún más a mí, pero sin levantarse completamente de la misma — yo acababa de salir de la universidad y estaba empezando a trabajar en un despacho jurídico, mismo despacho que tenía tratos con el magnate millonario, Alejandro de León…
Bebió un poco más de vino y después, movió el vaso frente a mí; guardando silencio por unos segundos.
—Lo conocí un día que fue a hablar con mi jefe — contó con algo de añoranza — ni siquiera me habían interesado los hombres con anterioridad, pero él… él era diferente — suspiró — era el hombre perfecto, atractivo, educado, galante, millonario… su trato hacia mí me cautivó, me invitó a conocer su hotel, a comer… a cenar… a beber… — su dedo recorrió la boquilla del vaso donde estaba bebiendo — a la semana ya estaba en su cama, gimiendo bajo sus sabanas, siendo poseído por él, una y otra vez, sin descanso — mordió su labio inferior con deseo — con su virilidad dentro de mí, volviéndome loco y logrando que suplicara por más, como una puta… — me observó y rió — te has puesto rojo, significa que te sientes identificado conmigo.
Giré mi rostro con vergüenza; no me había sentido identificado con él, simplemente me sorprendió la manera en la que habló.
Rió por un largo rato, después bebió su vino casi de un solo trago — meses… — dijo mientras volvía a ponerse de pie — estuve meses así, sintiéndome único y especial a su lado… entre sus brazos… pero a pesar de todo, no sabía bien quien era él — fue a servirse nuevamente vino, mientras su voz tomaba un tinte doloroso — y lo descubrí de la peor manera — volvió con el recipiente lleno y observándome con algo de tristeza.
Yo no entendía de qué se trataba todo eso, pero no podía hacer nada más que escucharlo.
—Un día, desperté así, justo cómo tú estás — me señaló con su índice — frente a mí, había hombres que jamás había visto en mi vida y me dijeron que, cómo era el nuevo amante de Alejandro y ya tenía meses a su lado, necesitaban que yo les ayudara a hacer negocios con él…
Rió a carcajadas, rió y me hizo estremecer, porque parecían más gritos de dolor; al final suspiró y se quedó con una sonrisa amarga.
—Tres días… — prosiguió — tres días me usaron, me hicieron las cosas más viles que te puedes imaginar… Alejandro nunca llegó por mí, jamás dio muestras que le interesara lo que me estaba sucediendo… — miré como su semblante se endurecía — cuando se dieron cuenta que no servía tenerme, intentaron matarme…
Lanzó el vaso con fuerza, lejos de ambos y el cristal se hizo añicos contra el piso; se sentó en la silla y sus ojos me miraron fríamente, casi con desprecio.
—¿Sabes qué hicieron? — preguntó entre dientes — me cortaron mi pene — siseó — y me dejaron solo, para que me desangrara — no había emoción en sus últimas palabras — ¿sabes lo que se siente estar a punto de morir? ¿Cómo, lentamente, sientes que la vida se desprende de tu cuerpo, cuando el frío de la muerte casi cubre por completo tu piel?
Temblé ante sus preguntas; su mirada se posó en mis muñecas y sonrió de lado.
—Creo que sí lo sabes — se respondió a sí mismo.
Una vez más, fue a servirse vino, sacando un segundo vaso de entre sus cosas. Bebió con rapidez y volvió a verter más en el recipiente, para volver a la silla frente a mí y sentarse.
—Pero, ¡no morí! — prosiguió con algo de diversión — no morí porque alguien me ayudó — explicó — me salvó a cambio de trabajar para él — bebió un poco de su vino jugueteando con el vaso — acepté… acepté porque no quería morir, aunque ya no pudieron hacer nada con mi pene — su mirada se posó en la nada — uno de esos idiotas, se lo llevó de premio — sus labios se curvaron levemente en una sonrisa.
Guardó silencio; yo no podía moverme y él no parecía tener intenciones de hacerme nada, tampoco de decir algo más. Giró el rostro y su mirada se posó en mí, observándome con desprecio, consiguiendo que me estremeciera de miedo.
—Cuando me recuperé, volví a mi departamento — suspiró — en la mesa de la sala, había un ramo de rosas marchitas y sobre ellas, un sobre con una carta escrita a mano — miró hacia el techo — decía “Gracias por todo este tiempo juntos, pero no podemos seguir… adiós” y al final, firmaba Alex — una lágrima rodó por su mejilla, mientras sonreía amargamente.
Bajé la mirada con pena, era obvio que Jair había sufrido, pero aun así, yo no tenía nada que ver con eso.
—Él se fue — reprochó — ¡abandonándome a mi suerte!, sin importarle lo que me pasó… esa fue la primera vez que lloré con tanto dolor — dijo con ira — lloré porque ¡yo me había enamorado como un imbécil! y él… ¡él solo me botó!
Su voz y su labio inferior temblaron; algunas lágrimas resbalaron por sus mejillas y las limpió con rapidez, parecía tratar de que yo no me diera cuenta de las mismas.
—Al día siguiente, le vendí mi alma al diablo — soltó una risa amarga — mi vida le pertenecería a mi nuevo jefe, pues era quien me había salvado…
Se inclinó, recargando sus codos en las rodillas y mirándome con tristeza.
—Mi trabajo y todas mis acciones, ahora tenían un nuevo dueño y no iba a poder hacer nada para mi propio beneficio nunca más, excepto — su mirada tomó un tinte frío — vengarme…
Levantó una ceja y sonrió de lado; una mueca sádica que no iba poder olvidar jamás.
—Y eso hice — aseguró — todos aquellos que me usaron aquella vez, fueron pagándolo con sus vidas — levantó una ceja al ver como, por instinto, intentaba alejarme de él, sin lograrlo — sí, yo mismo los maté — sentenció sin un ápice de remordimiento — jalé el gatillo — hizo un ademán hacia mí, como si disparara un arma — a pesar de que me suplicaban por sus vidas, igual como yo supliqué para que no me hicieran nada y así como ellos no me hicieron caso, yo tampoco los escuché — dijo sin vergüenza — y a aquel que se llevó una parte de mí, le quité, poco a poco, partes de su cuerpo, pero lo mantuve consciente todo el tiempo, haciéndolo sufrir, hasta que murió en un charco de sangre y sus propios desechos…
Mi respiración se agitó; apreté mis parpados tratando de no imaginar esa escena, pero mi mente tenía grabado el rostro de Jair mientras me iba diciendo todo y eso también, me producía escalofríos.
—Pero faltaba vengarme de alguien — prosiguió — quería desquitarme de aquel que me había abandonado… Alejandro de León.
Ante el nombre de Alex, abrí mis ojos con rapidez; le supliqué con la mirada que me dijera que no había hecho nada en su contra.
—Lo intenté — sonrió con tristeza — te aseguró que planee mil y un formas de hacerlo, pero no pude — negó — no podía hacerlo… — su voz disminuyó de volumen — ni siquiera podía mover un dedo en su contra porque, cada vez que lo miraba, me volvía a enamorar de él, sin importar que no me hiciera caso, sin importar que ya no significaba nada en su vida…
Un sollozo lo delató, le dolía, era obvio; guardó silencio, parecía tratar de controlar sus emociones y tardó un poco en conseguirlo.
—Por eso — su mirada se posó en mí — cuando me comentaron que tenía un nuevo ‘juguete’ y que, ese ‘juguete’, se había metido en problemas con una mujer, fue cuando me acerqué a Melissa Hernández — su sonrisa se amplió cuando lo miré asustado, al escuchar el nombre — pero, desde ese día, Alejandro ha evitado a toda costa que te conociera, que me acercara a ti, ¿sabes por qué? — su voz sonó burla — porque sabía que yo podría mostrarte su verdadero rostro.
Lo miré confuso.
—No entiendes, ¿cierto? — preguntó con algo de molestia — él mandó matar a Melissa, seguramente para que no volvieras a tener problemas con ella — se alzó de hombros — es lo que hace, sólo elimina de su camino a los que no le interesan o no le sirven para nada, él no es de las personas que se complican demasiado.
Negué «no es cierto, es mentira, Alex no mandaría matar a Melissa…» pensé y en ese momento, mi mente recordó cuando el licenciado Menchaca dijo lo del careo con Melissa.
«…no quiero volver a verla… ¿De verdad no quieres verla de nuevo?... No, no quiero, pero no se puede evitar ¿cierto?... »
Yo había dicho que no quería volver a verla y después de eso, Melissa murió.
«No…» volví a negar, tenía que estar mintiendo, si fuera así, Jair debería estar muerto y aún estaba frente a mí. Levanté mi rostro y lo miré desafiante.
—No me crees, ¿cierto? — sonrió — piensas “si fuera así, entonces, ¿por qué este imbécil delante mío no está muerto?” — bebió su vino con calma y se relamió los labios — el jueves, Alex me dijo que, aún me guardaba algo de cariño por lo que pasamos juntos, pero que, si me atrevía a acercarme a ti, no iba a contarla — rió con fuerza y amargura — por eso busqué la manera de hacer esto — dijo con cinismo — quiero ver si se atreve, pero estoy seguro que se irá, abandonándote, porque realmente no le interesas — aseguró, como si fuese la única verdad de todo eso — sólo eres novedad, un juguete de navidad que, a la semana, ya está roto por el mal uso y puede ser desechado…
Miré hacia el piso, tenía que ser una broma; debía ser una maldita broma que estuviera pasando por eso.
—Pero no te preocupes, no sufrirás tanto como yo — se alzó de hombros — mañana a estas mismas horas, ya estarás muerto — afirmó — y te aseguro que los únicos que llorarán por ti, serán tu familia y amigos, porque Alejandro estará en otro país, buscando un nuevo juguete para sustituirte.
Fruncí mi seño, mi cuerpo se movió tratando de liberarme con desespero; con gusto iría a golpear a ese tipo frente a mí. Él no sabía lo que pasaba entre Alex y yo, Alejandro me amaba desde hacía muchos años atrás, me lo había demostrado incontables ocasiones y no iba a permitir que un idiota dijera lo contrario.
—Eres extraño — ladeó el rostro — deberías estar llorando en este momento, al saber que morirás… — levantó una ceja, mordió su labio y pasó la mano por su mentón, parecía confundido — espera… — sonrió — ¿crees que él va a ayudarte? ¿En serio? — soltó una carcajada — ¿por qué te buscaría? — indagó con sarcasmo — ah, ¡ya sé! — exclamó y caminó hacia la computadora.
A un lado de la misma, en el piso, había una maleta; la subió a la mesa de la computadora y empezó a sacar cosas de ahí, lanzándolas sin cuidado alrededor, demostrándome con esas acciones que él podía hacer lo que quisiera; todo lo que quedó en el piso, era la ropa que me había puesto para ese día. Al final, sacó algo más pequeño, algo que destelló, debido a las luces que había en el lugar.
—Esto… — volvió hacia mí con mi esclava en su mano, moviéndola de un lado a otro, como si se tratara de un péndulo — quizá sí se tome su tiempo para venir por esto… — la observó curioso y después la colocó en su muñeca derecha — es una pieza de joyería exquisita y muy cara, tal vez trate de recuperarla — asintió — sería una pérdida de dinero muy grande — me miró con altivez — pero si no es así, ten por seguro que yo me quedaré con ella…
«¡Bastardo! ¡No te la pongas!» pensé con ira, apreté mis puños, desesperado por no poder hacer nada más, ¿cómo se atrevía a usar mi esclava? Esa joya representaba la propiedad de Alex sobre mí y ese hombre miserable, no tenía derecho a usarla.
Una música extraña se escuchó y Jair sacó de su saco un celular.
—¿Sí? — sonrió — sí, hace rato lo desperté — caminó hasta le mesa llevando su silla — de acuerdo, entonces lo preparo para cuando llegues… — dejó la silla en su lugar — claro, no te preocupes, serás el primero.
Jair colgó la llamada y sin prestarme atención, buscó en la maleta, sacando algunas cosas de la misma; después, se acercó a mí y sonrió.
—Lo lamento, pero tendremos que terminar nuestra charla — dijo con sarcasmo — tu primer cliente ya viene en camino — me guiñó el ojo — así que, tengo que prepararte, aunque él no quiere que lo veas esta vez, es un poco paranoico — hizo un mohín — aun así, será el primero y el último… mañana, antes de que mueras, él volverá a poseerte y el último rostro que tendrás en tu mente al morir, será el de él…
Me jaló del cabello levantando mi rostro y vertió en mi boca abierta el contenido de un frasco, sabía amargo; intenté escupirlo, pero él cubrió mi boca con su otra mano, manteniendo mi rostro hacia atrás.
—No seas maleducado — sonrió — esto es para que no te duela tanto, tu cuerpo se relajará lo suficiente para que no sientas tanto dolor — besó mi frente — es un regalo mío, algo que yo hubiera querido tener aquella vez…
Después de eso, cubrió mis ojos con una tela oscura y escuché sus pasos alejarse.
Poco a poco, sentí como mi mente daba vueltas, desorientándome con rapidez; mi cuerpo se relajó tanto que, no me podía sostener con mis piernas, sólo mis manos sujetas por la cadena, lograban mantenerme algo erguido, pero mi cabeza estaba hacia abajo, no tenía suficiente fuerza para levantarla. Mi cuerpo pesaba cada vez más; me sentía soñoliento y si trataba de moverme, tenía la impresión que terminaría contra el piso, pues mi cuerpo no coordinaba. No supe cuánto tiempo pasó, hasta que escuché las voces de dos personas teniendo una conversación; aun así, no lograba identificarlos, a pesar de que me imaginaba que uno era Jair.
—Llegas tarde…
—Lo sé, Alejandro está vuelto loco con lo que pasó — una risa estridente se escuchó — el guarura del chico murió, eso da pauta a que Ernesto vuelva sin problemas.
—Está bien, él ha hecho un buen trabajo, espero que nos siga ayudando.
—Lo hará, le interesa el dinero, es el único de los trabajadores de Alejandro que se vendió… por cierto, ¿está listo?
—Sí, lo está, pero no entiendo por qué quieres usarlo primero.
—¿Estás celoso?
—¿Porque lo estaría? A él no lo vas a salvar cómo a mí, o ¿sí?
—No, solo quiero probar al nuevo amante de Alejandro y ser el primer hombre en llenarlo con semen; seguramente jamás lo ha sentido, después de todo, Alejandro nunca tiene relaciones con nadie sin condón o ¿no? ¿No fue eso lo que me dijiste?
—Sí, es cierto, Alex jamás termina dentro de nadie, ni siquiera lo hizo conmigo.
—Por eso quiero usarlo, eso me hará sentir muy bien.
—De acuerdo, pero aún no lo puse sobre el colchón.
—Yo lo hago.
—¿Quieres que te grabe?
—No, déjame hacer esto solo, así no tienes que ver nada y no te enojarás.
—Bien, estaré en la otra habitación.
Después de eso, no escuché nada más. Aún me sentía cansado y adormilado, pero me di cuenta cuando alguien me movió con rudeza; no pude poner resistencia y terminé siendo lanzado sin consideración, contra lo que parecía ser el colchón que estaba en el piso.
—Eres muy hermoso — la voz estaba cerca, no podía identificarla a pesar de que lo intentaba, mi cerebro estaba mal, quizá algo aletargado — ahora sabrás lo que se siente ser llenado por un verdadero hombre — susurró contra mi oído — apuesto a que el marica de Alejandro nunca llenó tu culo — las manos en mi piel me producían asco, pero mi cuerpo no respondía para poder negarme — hoy sabrás lo que se siente la tibieza del semen y también de otras cosas…
La humedad en mi mejilla, se esparció lentamente por mi piel; mi cuerpo era llenado por caricias no pedidas y era como si asquerosas babosas reptaran sobre mí. Me daba asco y repulsión, pero no podía hacer nada para alejarlo; ni siquiera podía mover un solo dedo. Mordidas, dolor y caricias salvajes marcaban con fuerza mi piel, especialmente sobre las marcas que tenía, producidas por Alex los últimos días; esa persona quería estar por encima de Alejandro, era notorio.
Una mano en mi sexo intentó estimularme con insistencia, pero a pesar de todo, no conseguía excitarme; no sabía la razón, aunque estaba seguro que era por el mismo líquido que me mantenía en ese extraño sopor, entre cansado y adormilado, pero agradecía estar de esa manera en ese preciso instante, pues me hubiera sentido peor, si mi cuerpo hubiese reaccionado.
—Jair te dio esa porquería, ¿no es así? — susurró contra mi oído — pero no importa, si no llegas al orgasmo, no es mi problema, sólo tienes que recibir todo lo que tengo para ti.
La rudeza con la que me trató después, logró que me quejara con debilidad, pero nada más.
Me movió a su antojo, hasta que su mano en mi cabello me obligó a moverme, teniendo su sexo en mi boca; era extraño, sentía asco por el sabor y la sensación en mi lengua, pero no podía alejarme o intentar detenerlo. Él tallaba la punta contra mi mejilla y volvía a meterlo en mi boca, tratando de llegar a lo más profundo de mi garganta. Si hubiera podido decir algo, le hubiera espetado que, por más que lo intentara, jamás llegaría a dónde Alejandro llegaba.
Cuando se cansó, me puso contra el colchón y sin quitarme la barra que separaba mis rodillas, me penetró. Mi cuerpo parecía el de un muñeco de tela; no podía negarme, no podía oponerme, ni siquiera podía moverme a mi voluntad, y ese hombre me movía a su placer. Por varios minutos me penetró fuertemente, parecía querer lastimarme; alcancé a sentir un poco de dolor y algunos gemidos ligeros escaparon de mi boca, pero eran tan débiles que era imposible escucharlos. Mientras me penetraba, los golpes empezaron; me golpeó con algo que no podía identificar, pero el ardor en mi piel me obligaba a quejarme, dolía, a pesar de todo dolía y por primera vez, no lo estaba disfrutando.
—Vamos ‘puta’, quiero que gimas, que llores, ¡que grites!
A pesar de que me lo exigía, no podía hacer mucho; tal vez, lo que Jair me había dado, no lo había hecho por mí, sino para que ese hombre, que en ese preciso instante me estaba poseyendo, no pudiera disfrutarme en realidad.
No supe por cuanto tiempo me embistió con fuerza, moviéndome a su gusto solo para darle placer, hasta que terminó llenando mi interior con su semen; cuando sentí ese líquido dentro, no pude evitar llorar, era la primera vez que sentía el semen de otro hombre, que no fuera Alejandro.
—¡Maldita perra! — un golpe en mi rostro me hizo gemir — pensé que serías una mejor ‘puta’, pero espero que mañana, cuando te vuelva a poseer, no estés bajo el efecto de ese medicamento, para escucharte gritar — un nuevo golpe en mi rostro y un nuevo gemido de mi parte — pero al menos, puedo usarte como quiera…
Apenas terminó de decir eso, se recostó sobre mí, respirando contra cuello; un gemido de placer escapo de sus labios y sentí algo en mi interior, algo tibio y que llenaba mis entrañas completamente. Era algo distinto, algo que jamás había sentido con anterioridad.
—Qué bien se siente usarte como mingitorio — lamió mi cuello y las náuseas volvieron a mí — ¿qué tal? — preguntó — apuesto que Alejandro no te hace estas cosas — rió y mordió mi cuello con saña — seguramente las disfrutarías tanto como Jair, pero no puedo salvarte o él se enojaría y no sería el único.
Salió de mi interior y yo esperaba que hubiese sido todo, pero para mí mala suerte, me equivoqué. Instantes después, sentí su pie en mi estómago, ejerciendo presión.
—Déjalo salir… — presionó con más fuerza — digamos que, es para limpiarte, antes de que todos los hombres que trabajan para mí, te usen — soltó una carcajada.
A pesar de que no quería hacerlo, no pude evitar que mi cuerpo se rindiera ante la presión, dejando salir todo lo que ese hombre había dejado dentro de mí y más. Lloré, era la primera vez que me sentía tan sucio e impotente, pero no podía hacer nada, solo suplicar que Alex fuera por mí.
Ese sujeto se fue, dejándome ahí, tirado, sucio, avergonzado y con asco de mí mismo; no podría quitarme esa sensación con facilidad, solo podía llorar en silencio.
* * *
Pasaron varios minutos ante de que alguien más se acercara a mí, quitándome la venda de los ojos; era Jair.
—No lo gozaste, ¿verdad? — sonrió — lo lamento, es que si lo disfrutabas y le gustabas, él te rescataría y eso es algo que no puedo permitir… pero no te preocupes, el efecto no dura mucho, a diferencia de este — me mostró un botecito que llevaba en mano — éste es para que disfrutes y puedas estar excitado a pesar de que no quieras, es mi segundo regalo para ti…
Igual que lo había hecho con anterioridad, vertió el líquido en mi boca, pero, en esta ocasión, me dejó tirado sobre el suelo. Fue hacia la maleta y sacó unas cosas, volviendo conmigo rápidamente.
—Vamos a ponerte “bonito” — dijo con diversión mientras pasaba algunas cosas en mi rostro — este rímel, es para cuando llores… — sonrió — se correrá por tu mejilla y te verás como una cualquiera, a muchos hombres eso les excita — aseguró — y ¿cómo olvidar el labial? — pasó un lápiz labial por mi boca — no te preocupes, si se despinta, cada ronda te lo retocaré, hoy, seré tu maquillador personal, aunque no sepa nada de eso…
Volvió a dejarme en el piso, se alejó de mí y no supe qué hizo hasta que lo volví a ver, caminando hacia la cámara, la encendió, acercándose a mí con ella y grabando.
—Primer toma, veamos cómo el señor, Erick Salazar, está un poco sucio, después de su primer encuentro con otro hombre que no es Alejandro de León — rió — no te ves muy bien — su voz tenía un tono de preocupación fingida — pero no te preocupes, en un momento empezarás a sentirte mejor, mira, ya está funcionando…
Mi sexo estaba despertando y el horror me invadió. Negué con debilidad, no quería sentir nada, traté de cubrirme con mis manos pero era inútil; prefería volver a estar adormilado a tener que sentir ese calor que se estaba apoderando de mi cuerpo.
—Tranquilo, hay muchos hombres que te van a quitar la excitación — movió la cámara hacia otro lado — y ahí vienen tus siguientes clientes.
Giré mi rostro con torpeza, hacia donde había enfocado la cámara y tres hombres se acercaban mirándome con lujuria, mientras se quitaban la ropa; traté de moverme, alejarme, pero me fue imposible.
Uno de ellos me quitó la barra que tenía en mis piernas y pudo moverme para que me sentara sobre su sexo, arrancándome un grito ahogado.
—No imaginé que se sentiría tan bien — dijo mientras me obligaba a acostarme, casi completamente sobre él.
El segundo se acomodó cerca de mi rostro, metiendo su pene en mi boca, la cual seguía sin poder cerrar.
—Que buena boca, podré ahogarlo a mi antojo — sus embestidas lastimaban en mi garganta, la cual ardía.
El tercero se quedó de pie.
—¡Vamos! — Jair lo presionó — ¿acaso no se te antoja?
—Sí, se me antoja, pero no tiene otro agujero como una mujer.
—Puedes metérselo también por atrás — sonrió con crueldad.
—¿En verdad? — el hombre dudó.
—Créeme — aseguró Jair — le caben dos sin problema, aunque al principio tengan que forzarlo, es posible que lo rasguen, pero al final, lo disfrutará.
—Bien… — el sujeto accedió y el terror me cimbró.
El que me estaba penetrando detuvo sus movimientos y con sus manos, expuso más mi trasero. Intenté negarme, pero el sujeto que estaba metiendo su miembro en mi boca, no me lo permitió, sujetándome con fuerza del cabello; el tercer hombre se acomodó tras de mí y con mucha dificultad, se abrió paso en mi interior, obligándome a llorar. El dolor que sentí, no podía compararlo con nada, sentía que me estaban partiendo, que me habían roto por dentro; quería gritar, quería huir, pero estaba indefenso y completamente a su merced y a pesar de todo, mi maldito cuerpo disfrutaba del dolor, como siempre. Jair rió al ver cómo me tenían esos hombres, mientras él seguía grabando.
—Adelante, pueden hacer lo que quieran.
Las manos, las caricias, la forma ruda de penetrarme, todo eso me dolía; pero no era un dolor físico, lo que en verdad me lastimaba era el hecho de que, mi cuerpo no entendía que yo no quería disfrutarlo y él se estaba rindiendo rápidamente. A pesar de que mi sexo estaba duro y que lograba gemir de vez en cuando, jamás pedí que siguieran, ni supliqué caricias, ni mucho menos que me permitieran terminar; jamás le haría eso a Alejandro, no me atrevería a traicionarlo, prefería morir antes que sucumbir.
Llegué al orgasmo pese a que no quería hacerlo, pero a la vez, me sentía mejor al pensar que ya no iba a hacerlo de nuevo.
Esos sujetos no terminaron, al contrario, salieron de mi interior y después de abrir las cajas que estaban cerca, buscando cosas que usar en mí, cambiaron de posiciones. Uno de ellos, puso pinzas en mi piel y pezones, obligándome a gritar; el otro me golpeó con una fusta la espalda; el tercero, fijó a mi pene una bala vibradora y la puso a funcionar. Volvieron a penetrarme momentos después, lastimándome lo más que podían; mis lágrimas recorrían mi rostro, pero era todo lo que podía hacer.
Varios minutos después terminaron entre gemidos roncos y movimientos rudos contra mí; uno de ellos terminó en mi interior, el otro en mi boca y el tercero lo hizo sobre mi cuerpo. Cuando me dejaron tendido en el colchón, los tres siguieron estimulando mi cuerpo, a pesar de que yo ya no podía seguir.
Finalmente, cuando se cansaron, salieron de ahí, dejándome semiinconsciente; cuando nos quedamos solos, Jair se acercó a mí.
—¿Qué pasa? — preguntó, recorriendo mi cuerpo con la cámara — ¿acaso ya no puedes? No te preocupes, tú no tienes que hacer nada, ellos lo harán.
Tres sujetos más llegaron y una vez más, me usaron para su placer.
No supe cuántas veces lo hicieron, perdí la cuenta de los hombres que entraban a la habitación y se acercaban a mí, para usarme como les placía; algunos inundaron mis entrañas no solo con semen, sino también con orina, lo mismo pasó en mi boca e incluso mi cuerpo fue bañado con ambas sustancias innumerables ocasiones. Llegue a pensar que las lágrimas no me serían suficientes, pero debí agradecer, pues en medio de todo eso, la inconciencia llegó en algún punto, permitiendo que no me diera cuenta de todo lo demás que hicieron conmigo.
* * *
- - - - -
—Alex… Alex… ¡Alex!
Mis gemidos se escuchaban con más volumen cada vez; Alejandro me estaba poseyendo desde mucho antes que sonara su alarma, incluso, la alarma sonó, la ignoró y dejó que se apagara sola, pues ambos estábamos ocupados. Varias veces, estuve a punto de llegar al clímax, pero él no lo permitió, postergando el momento para su propio placer.
Mi cuerpo estaba siendo torturado por sus labios y dientes, dejando más marcas de su posesión sobre mí; tenía días que Alex no se comportaba de forma tan cruel y salvaje en la cama. Ya me había acostumbrado a que me poseyera con algo de delicadeza e incluso, que me dijera cosas románticas, pero en esta ocasión, solo se burlaba de mí, disfrutando mis gestos de dolor y suplicas para que me dejara terminar, pero, aún con eso, yo lo estaba disfrutando en demasía, después de todo, ese daño que me causaba, me hacía tocar el cielo.
Su sonrisa cruel y perversa no abandonó sus labios en ningún momento; me movía a su antojo, colocándome de frente a él para penetrarme a su gustó, con mis piernas en sus hombros mientras me besaba, después, con las piernas en alto mientras mordía la piel de mis piernas y pies; me giró boca abajo contra el colchón y disfrutó penetrarme mientras mordía mis hombros y espalda, arrancando gritos de mi garganta, por el trato tan duro que estaba recibiendo y a la vez, por el placer que me embargaba debido al mismo, a sus embestidas y el roce de mi sexo en las sabanas; luego levantó mi cadera y arremetió sin compasión, al momento que yo ahogaba mis gemidos contra la almohada.
Cuando se cansó de eso, su mano me jaló por mi cabello sin consideraciones, colocándome en cuatro, logrando que lo complaciera moviendo mi cadera, para que sus movimientos fueran más fuertes al penetrarme. Me obligó a recostarme de lado y levantó una de mis piernas para usarla de apoyo y penetrarme en esa posición; salió de mi interior y se acostó tras de mí, para penetrarme de lado por un largo rato, mientras me masturbaba para que gimiera aún más alto, pero sin permitirme terminar en ningún momento; después, volvió a colocarme boca abajo e incluso, debido a sus movimientos, mucho más salvajes, llegamos al punto en el que la mitad de mi cuerpo estaba en la alfombra y mi cadera sobre la cama, lo que aprovecho muy bien para introducirse con más profundidad. Cada que sentía la contracción de mis músculos, anunciando mi próximo orgasmo, presionaba la base de mi pene con fuerza, logrando que gritara de dolor y desesperación, pero mi cuerpo se rendía a sus deseos con suma facilidad; Alejandro sabía cómo controlarme.
Yo me estaba volviendo loco y cuando por fin, quedamos completamente sobre la alfombra de mi habitación, Alejandro me hizo girar para dejar mi espalda contra ella, saliendo de mi interior y yendo a succionar con avidez mí pene. Después de toda la faena que habíamos tenido, no tardé mucho en liberar mi semilla en su boca; él disfrutó mi semen, tragándolo con deleite y al final, se relamió los labios, me besó con pasión, mordiendo mis labios de forma cruel, mientras mi cuerpo quedaba tendido, sin fuerza, ni siquiera para quejarme por las heridas que causaba en mi boca. Momentos después, volvió a penetrarme y su cadera se movió con rapidez; su virilidad me lastimaba, pero tenía que admitir que me fascinaba sentirlo así, profundo de una manera tan dolorosa que era perfecta para mí. Instantes después, Alejandro llegaba al orgasmo, mordiendo mi cuello para ahogar un gemido ronco y liberando todo su semen en mi interior; yo gemí y me expuse más para él, deseando que no detuviera sus rudos cariños hacia mi cuerpo.
Finalmente, Alex descansó sobre mí por algunos minutos, recuperando el aliento, pero se entretuvo mordiendo y lamiendo mi piel, insistente y juguetón.
—Esta… — susurró agitado — ha sido… la mejor madrugada… que hemos tenido… ¿no lo crees?
—Alex… — mi respiración era agitada — no puedo creer… que… tengas tanto… aguante…
Alejandro inhaló profundamente, tratando de regular su respiración — es porque eres tú… — respondió y buscó mis labios — sólo contigo puedo hacer todo esto… — me dio varios besos dulces — con las demás personas, me aburría con facilidad… — aseguró mientras bajaba nuevamente a mi cuello a morder mi piel — el sexo de ocasión es tedioso… pero, hacer el amor contigo, es magnífico.
Esas palabras lograron que me sobresaltara y sentí mi rostro arder; era la primera vez que Alex decía que hacíamos el amor y debía admitir que a pesar de lo extraño que se escuchó, me sentía feliz de que lo denominara de esa manera. Alejandro salió de mi interior con sumo cuidado, pero sentí cómo su semen escurría con rapidez, llegando a caer sobre la alfombra.
—Creo que… — cerré mis ojos, cansado — tendré que cambiar la alfombra — suspiré.
—No te preocupes — Alejandro se incorporó, ya había recuperado el aliento y al parecer, las fuerzas — yo la mandaré limpiar — me agarró en brazos y me subió a la cama — ¿cansado? — besó mis labios y después, encendió la lámpara del buró.
—Un poco — apreté mis parpados ante la luz — ¿tú? — bostecé
—También — rió — pero, me siento más animado…
—¿Ya tienes que irte? — pregunté al ver que se encaminaba al baño.
—Sí — levantó la voz — ya van a ser las nueve y la junta es a las diez…
Alejandro dejó la puerta del baño abierta, por lo cual, pude escuchar el agua de la regadera cuando empezó a bañarse; encendí la televisión y busqué el canal de documentales sobre animales. Estaba volviendo a dormir cuando Alejandro salió vestido con un traje impecable, oscuro, con su cabello perfectamente peinado hacia atrás; portaba su gabardina en el brazo, junto con una bufanda, mientras iba poniéndose los guantes.
—Me voy — anunció con seriedad.
—¿No vas a desayunar? — pregunté tratando de incorporarme.
—No — se acercó hasta mí, su mano, aún sin guante, acarició mi mejilla y levantó mi rostro por la barbilla, para después besarme — me entretuve demasiado disfrutándote — aseguró con media sonrisa — así que, desayunaré en el hotel, no te preocupes…
Asentí, dibujando una sonrisa en mi rostro — está bien, te veo en la tarde — susurré.
—Recuerda que debes ir a que te inyecten, si vas en la tarde, tal vez me regrese contigo a casa, trataré de librarme de mis asuntos rápido, lo prometo.
Volvió a besarme y después salió de mi habitación. Yo me quedé un momento más en la cama; me sentía pleno, feliz, quizá cómo nunca antes me había sentido. No sólo por haber tenido relaciones momentos antes, que debía admitir, había sido delicioso, sino por el hecho de que Alejandro era más dulce y romántico conmigo, algo que lograba que mi corazón latiera acelerado y me derritiera en sus manos.
Minutos después, me puse de pie, me metí a bañar y después me puse ropa abrigadora; el pronóstico para el día era de lluvia e incluso de nevada, así que, si pensaba salir desde temprano, debía ir preparado. Casi a las nueve y media bajé las escaleras; las luces navideñas ya estaba apagadas, Agustín estaba en la sala, jugando con todos mis hijos, además, la chimenea estaba encendida. No encontré a la señora Josefina, eso era extraño. Cuando Agustín me escuchó se levantó y me saludó.
—Buenos días, señor Erick — sonrió — pensé que iba a levantarse más tarde.
—Buenos días — respondí afable, mis hijos corrieron a recibirme en el último escalón y yo, los acaricié a todos — ¿la señora Josefina, no ha llegado? — pregunté con curiosidad.
—No — negó — pero aún es temprano.
—Sí, pero está haciendo mucho frío — tomé a Rain en brazos — quizá no vaya a venir…
—¿Usted cree?
Caminé a la sala, mis hijos me siguieron; agarré el teléfono y marqué un número que me sabía de memoria. Un par de timbres se escucharon y después la voz de una persona se escuchó al otro lado de la línea, quizá un hombre, era difícil de identificar porque la voz también tenía un tinte femenino.
—“…¿Bueno?...”
—Buenos días — saludé — busco a la señora Josefina.
—“…Buenos días… un momento por favor…”
—Gracias… — miré a Agustín, quien estaba de pie sin moverse, momentos después la voz de la señora Josefina se escuchaba del otro lado de la línea, aunque un poco congestionada.
—“… ¿Sí?...”
—Señora Josefina, soy Erick.
—“…Señor Erick…” — su voz tenía un tinte de asombro — “…buenos días, perdone, pero no creo que pueda ir hoy…” — se disculpó — “…amanecí un poco enferma…”
—Está bien — sonreí — no se preocupe, sólo quería saber que estaba en su casa, el clima no es el mejor para que salga, así que me siento más tranquilo, además, hoy andaré fuera por algunos asuntos personales…
—“…Cuídese…” — indicó con seriedad — “…recuerde sus medicamentos…” — insistió.
—Sí, no se inquiete — negué — pero usted también vaya al médico.
—“…Lo haré más tarde, no se preocupe…”
—Bueno, nos vemos el lunes señora.
—“…Hasta el lunes, señor Erick…”
Colgué el teléfono y miré a Agustín — bueno, al menos ya sabemos que no va a venir y que está a salvo en su casa — dejé a Rain en el piso para que se integrara con sus hermanos y yo me dirigí a la cocina — Agustín, ¿ya desayunaste?
—No, señor — negó.
Me quedé a medio camino y puse la mano en la barra desayunadora — Agustín ¿siempre me vas a decir “señor”? — lo miré con algo de molestia.
—Pues… — titubeó — sí, es lo correcto.
—Es que… me siento viejo — hice una mueca de desagrado — pero está bien… ¿te parece si desayunamos en el centro comercial? La verdad, no soy bueno cocinando — me disculpé.
—Entonces, ¿sí saldremos?
—¡Por supuesto! Tengo muchas cosas que hacer antes de las cinco de la tarde, que es cuando vienen mis amigos — agarré los frascos de las pastillas que debía tomar y regresé mis pasos para dirigirme a la escalera.
—Señor… — Agustín me observó confundido — ¿a dónde iremos con exactitud?
—Pues a un centro comercial, tengo muchas cosas que comprar, pero no sé qué, aún — respondí.
—Es que, para ir a un centro comercial, no puedo ponerme el chaleco — movió el rostro inquieto — porque a veces detona la alarma, entonces, tendría que llamar a alguien más para que nos acompañara también.
—No es necesario, no te lo pongas y ya — me alcé de hombros.
Agustín titubeo — pero… — desvió la mirada — si no lo hago, Julián se molestará, de nuevo.
—Ni tú, ni yo, le diremos — le guiñé un ojo — además, necesito que me acompañes y si llega a enterarse, le dices que yo te lo ordené, ¿de acuerdo?
—Está bien… — sonrió — sólo porque usted lo necesita y debo acompañarlo.
—Gracias, voy por mis cosas para salir — anuncié.
Volví a subir las escaleras para agarrar una chamarra, una bufanda y mis guantes; cuando bajé, Agustín ya traía su gabardina y algunos accesorios. Salimos después de apagar la chimenea y dejar alimento a mis hijos; Rain se quedó en la habitación de abajo, para que anduviera libre, fuera de su caja, porque, a pesar de su pelaje, lo miraba muy pequeño para que se quedara en el exterior, con sus hermanos.
Nos subimos a mi automóvil, aunque yo me senté en el asiento trasero, porque fue Agustín quien me abrió esa puerta para que ingresara. Cuando iniciamos la marcha, me moví hasta recargar mi rostro, en el respaldo del asiento del copiloto; me gustaba platicar con las personas mirándolos a la cara, pero mientras él manejara, era imposible.
— Ayer… — tenía curiosidad desde el día anterior y ahora era mi oportunidad de saber, qué había sucedido — te mirabas nervioso…
—¿En…? ¿En serio? — sus labios temblaron, trató de sonreír, pero no lo consiguió.
—Sí — le sonreí amistoso — ¿era por Julián?
Guardó silencio unos momentos y después de suspirar me respondió — sí — su mirada se ensombreció — él cree que no soy apto para el empleo.
—¿Por lo que ya me habías dicho? — lo miré condescendiente, Agustín se miraba triste.
—Supongo que sí — se alzó de hombros — no me dijo, exactamente, qué era lo que no estaba bien conmigo — soltó un nuevo suspiro de resignación — quizá es porque se siente incómodo — lo justificó — siempre ha estado con Miguel, es normal, ¿no cree? — el tinte de voz que tenía al hacer la pregunta, parecía una súplica, para que yo le dijera que sí y poder dejar de sentirse mal.
—Puede ser, — traté de complacerlo, pero eso no era lo que Agustín necesitaba — aunque, creo que deberías preguntarle directamente.
—Lo hice, — aseguró — le pregunté cuál era el problema conmigo…
—Y, ¿qué te dijo? — inquirí con interés.
—Sólo me vio de pies a cabeza y me dijo que era un niño — soltó una risa triste.
Posé mi mano en su hombro — no te sientas mal, tal vez sólo necesitas comportarte un poco más maduro — traté de animarlo — no eres un mal chico, además, con todo respeto, eres atractivo, estoy seguro que podrías tener una oportunidad…
—No creo — dijo sin ánimo — hay dos formas en las cuales no tengo oportunidad.
—¿Cuáles? — levanté una ceja.
—Uno, que no le gusten los hombres, la cual es la más probable — ladeó el rostro, pero no dejó de ver hacia enfrente — y dos, que ya tenga pareja, pero para saber eso, tendría que preguntarle y la verdad, no quiero saberlo ni enterarme de esa manera…
Agustín en verdad estaba deprimido, así que preferí no hablar más de ello, tal vez, solo necesitaba dejar pasar el tiempo; cambié el tema a algo menos comprometedor, preguntándole sobre mis mascotas, pues él los cuidaba siempre y con ello, pareció animarse.
* * *
El trayecto fue largo debido al clima, pero al llegar al centro comercial, lo primero que hicimos fue ir a desayunar para que pudiera tomar mi medicamento; las tiendas acababan de abrir y a pesar de eso, había mucha gente, abarrotando casi por completo, la zona.
Visitamos tienda tras tienda; Agustín me acompañó con paciencia mientras yo las recorría de arriba abajo, incluso, pasando varias veces por el mismo lugar.
El primer regalo que compre fue para Víctor, el más sencillo de todos, un paquete de videojuegos para las consolas que tenía en su casa, con el cual podría pasar horas entretenido, después de todo, era el que más jugaba de mis amigos; aunado a eso le compre una pequeña figura para complementar uno de los juegos que compré, una que sabía le gustaría, debido a la nostalgia de uno de los primeros videojuegos que jugó. También, le compré una edición especial de un control, la cual venía con tres caratulas para personalizar los mandos.
En una tienda comercial de renombre, encontré el regalo perfecto para la señora Josefina, un bello chal en color rosa, largo, tejido a mano y muy abrigador; lo compré inmediatamente, a sabiendas que a ella le gustaban ese tipo de prendas, así como el material y el color.
En el camino, encontré un set de tres pequeñas estatuillas con forma de pingüino, exactamente lo que estaba buscando para Azucena, quien tenía toda su oficina llena de figuras y cuadros de ese animal; incluso, sus portarretratos tenían imágenes de pingüinos, en vez de su familia.
El siguiente obsequio que compré fue para Daniel. Un estuche de edición limitada, con seis libros, de su escritor favorito; a Daniel le gustaba leer y debía admitir que tenía muy buen gusto. También busqué un tablero de ajedrez, pero no encontré ninguno que fuera lo suficientemente bueno para que entrara en su colección, así que, decidí que lo buscaría en otro lugar.
No encontré nada bueno para Luís y eso me fastidió un poco, pero pude comprar una delicada pulsera de oro para regalarle a Lucía; normalmente le regalaba ese tipo de cosas y eso me facilitaba el trabajo de buscar un buen regalo para ella. Cuando Lucía empezó a trabajar para mí, la primer navidad que estuvo en el trabajo, mi esposa aún vivía y ella fue la que buscó un par de aretes para mi secretaria. Cuando recibió el obsequio de mi parte, se puso algo incómoda, especialmente por el tipo de regalo; le aclaré que las había elegido mi esposa, específicamente para ella y con ello las aceptó con gusto, incluso, las usaba casi siempre, pues con esa aclaración, dejó de sentirse tan cohibida.
Antes de salir del centro comercial encontré algo para Héctor, un maletín de piel, estilo vintage, justo el estilo de mi amigo; incluso el color era perfecto, por lo que agradecí haberlo encontrado.
Salimos de la plaza comercial y Agustín me ayudó, cargando los paquetes para ir al automóvil; él me abrió la puerta y después, introdujo las bolsas a la parte trasera del auto.
—¿Terminamos las compras, señor? — Agustín me sonrió por el retrovisor, cuando estuvo en el asiento del piloto.
—No — negué — aún me faltan cosas, iremos a otra plaza.
—Usted me dice entonces…
—Claro… ¿conoces la plaza ‘Crystal’ que se encuentra en el centro de la ciudad?
Agustín rió — la verdad, no con exactitud, — negó — no soy de esta ciudad, sólo conozco un poco, porque he andado como su chofer.
—Bueno, te voy diciendo para llegar… por cierto, ¿qué te gustaría de regalo? — pregunté directo, intentando ser casual, sin conseguirlo.
—¿A mí? — la sorpresa en su voz me dio a entender que en verdad, no esperaba nada de mi parte.
—Sí, ¿ni modo que a quién?
—Pero, es que… — titubeó — yo no necesito nada, señor…
—Bueno, si no necesitas nada, entonces algo que te guste — presioné antes de guiarlo por una de las avenidas principales, para cruzar la ciudad.
—Pues… no lo sé… casi todo lo que necesito, se me proporciona por parte del señor De León.
—Me imagino — mordí mi labio, eso era frustrante — pero, me gustaría darte algo en navidad, después de todo, somos amigos, ¿o no?
—Sí… — asintió y se quedó en silencio por unos momentos — pues, lo que más quisiera, no puede dármelo…
—¿Qué cosa?
Agustín me miró por el retrovisor y sonrió divertido — a Julián — dijo sinceramente.
—Tienes razón, eso no puedo dártelo — negué — pero que bueno que tocas el tema, también me gustaría comprarle algo a Julián y a Miguel.
—Eso si va a ser complicado — aseguró — no podría ayudarlo con eso porque, no sé mucho de ambos, bueno, de sus gustos, específicamente.
—Comprendo, pero cómo siempre visten de negro, intentar darles de regalo una corbata no me servirá — Agustín rió, por lo menos ya estaba de mejor ánimo, recargué mi rostro en el asiento del copiloto — Agustín… — lo observé con detenimiento — ¿qué te regalaba tu familia en navidad?
—Bueno, tengo mucho que no veo a mi familia — se alzó de hombros — me salí de casa antes de los dieciocho, así que, no tengo muchos recuerdos buenos, ahora mi familia son los que trabajan con el señor De León.
—¿Tan bien te llevas con ellos?
—No exactamente, pero debemos cuidarnos entre nosotros como una familia, así la posibilidad de salir heridos es menor.
—Entiendo… — suspiré — pero nos salimos del tema, ¿qué recibes normalmente en navidad?
—Una bonificación monetaria, por parte del señor De León…
Entrecerré mis ojos y suspiré cansado — en serio Agustín, no me estás ayudando en nada.
—Lo siento, señor, pero… no sé qué responderle…
—Quiero regalarte algo — insistí — ¿qué te gusta? ¿Qué te interesa? ¿Qué te hace feliz? — miré su sonrisa y el rojo que cubrió su rostro — y quiero que me digas algo más, aparte de ‘Julián’ — especifiqué.
—Pues… — carraspeó, pero la sonrisa nerviosa no desapareció del todo — soy una persona sencilla, me gusta comer cosas dulces, los animales por supuesto, creo que igual que a usted, más los perros que cualquier otro — especificó — también me gusta hacer mi trabajo y cuando tengo oportunidad, en mis días libres, distraerme…
—¿En qué te distraes?
—Veo películas — respondió — leo algún libro, pero no todos me gustan y antes jugaba en una consola portátil…
—¿Antes? ¿Por qué antes? — levanté una ceja
—Porque ahora debo estar alerta siempre, para protegerlo… — se excusó.
—Te pareces mucho a mi — aseguré, mientras mi mente me decía que, quizá, esa había sido la razón por la que Alejandro lo había elegido cómo mi chofer — aun así — proseguí con seriedad — me reúso a darte un simple ‘bono’ navideño — sentencié sin dejar lugar a duda.
* * *
Poco después llegamos a la siguiente plaza comercial, algo alejada de donde yo vivía, pero céntrica para las demás zonas conurbadas de la metrópoli; por eso mismo, desde ahí, me quedaba más cerca llegar al hotel de Alex.
La plaza era una de las más extensas y lujosas, tenía grandes y diferentes tiendas departamentales, para todos los gustos y necesidades; el área de comida era espaciosa y había una especie de foro en dónde que siempre había actividades, así mismo, contaba con un cine, área de juegos infantiles y jardines interiores, en conjunto, hacían del lugar perfecto para visitar en un día de recreación familiar.
Al estar ahí, primero nos dirigimos a una tienda de música, la más grande que había en toda la ciudad; lo primero que iba a buscar era el nuevo disco de un grupo que a Luís le gustaba, pero me encontré con el DVD de su último gira, así como el nuevo disco y material inédito, algo que acababa de llegar. No estaba mal para ser un primer regalo, especialmente cuando sabía que, por ese grupo, mi amigo había llegado a faltar a su trabajo para ir a su concierto, cuando se presentó, meses atrás, en otro estado de nuestro país.
Después de eso, fui exactamente a la tienda que quería, una tienda que vendía únicamente artículos de decoración, un tanto ostentosos y quizá muy extravagantes, pero que sabía con seguridad, llenaría mis expectativas.
Lo primero que vimos al entrar, fue un par de armaduras medievales, después, estaban artículos de películas de fantasía, también encontré artículos de distintas culturas, espadas ornamentales y muchos objetos más; ahí mismo pero en otra sección, había un área completa de novedades modernas pero que tenían que ver con películas de fantasía y ciencia ficción, un mundo para ‘geeks’ o ‘frikis’ como mucha gente llamaba a las personas que les gustaban esos detalles y mis amigos y yo, éramos de ese tipo de gente.
Un joven se nos acercó cordial — buen día, ¿puedo ayudarles en algo?
—Buen día — saludé — sí, puedes… — sonreí — busco un regalo especial, algo diferente, único y específicamente, que sea un ajedrez.
—Claro, entiendo — dijo el joven con rapidez — acompáñeme por favor.
Mientras seguía al vendedor, repasé con mi vista todo lo que había, quizá tendría que revisar con más detenimiento en un momento más, pero cómo iba específicamente a buscar un ajedrez, era lo primero que debía asegurarme de encontrar; mientras caminábamos observé de reojo a Agustín, él parecía impresionado por la cantidad de objetos raros que había en el local.
—Aquí están — anunció el joven después de llevarme al segundo piso — estos son los que tenemos por el momento, pero tenemos un catálogo, si gusta, puedo mostrárselo, pero el envío tardaría un poco…
—Déjeme ver primero… lo necesito para navidad — expliqué.
Todos los ajedrez que había eran muy interesantes, algunos ya los había visto en la casa de Daniel. Por fin, pude encontrar uno que llenaba mis expectativas; un ajedrez tridimensional, el regalo para mi amigo estaba completo, ahora sólo faltaban los más difíciles.
Busqué en toda la tienda, tratando de encontrar algo que fuera bueno, aunque no supiera qué con exactitud. Ya iba a salir resignado, pero me encontré a Agustín, con la bolsa que contenía el ajedrez, en la mano, observando curioso unas espadas colocadas en la pared, sobre unos marcos.
Me acerqué hasta él; no pareció darse cuenta de mi presencia debido a su ensimismamiento, así que, cuando estuve a su lado, levanté la voz.
—¿Cuál te gusta?
Él se sobresaltó, era obvio que estaba en su mundo y lo había sorprendido.
—No, ninguna, sólo me llamaron la atención — respondió con rapidez.
—¡Vamos! — sonreí — sólo dime cual te gusta.
—Pues… no lo sé… — trató de evadirme.
—¿Por qué no me quieres decir?
—Es que, es un poco infantil — pasó su mano por su cuello — además, de tenerla, no tengo un lugar dónde colocarla, pues no tengo un hogar fijo — dijo con nervios.
Eso no lo sabía; quizá debí preguntarle dónde vivía, antes de pensar en comprarle algo que, tal vez, no pudiera tener en una casa.
—Pues sí — sonreí — es infantil, pero yo también lo soy, mira — señalé una espada élfica reconocida por una película, más que por los libros — esa es una réplica original de la espada ‘Orcrist’, esta — señalé otra — es ‘Glamdring’, en lo personal, me gusta más la primera… esa es una espada de los altos elfos y esta es ‘Hadhafang’, — señalé otra y proseguí casual — esa es… — me acerqué un poco a verla — sí, esa es ‘Andúril’, por la inscripción con el sol y la luna — especifiqué — esa es una espada ‘Uruk—hai’…
Mientras seguía nombrándolas y señalándolas, el joven que me atendió se acercó sorprendido — ¡increíble! — sonrió emocionado — normalmente la gente sólo las observa, algunos dicen si son de elfos u otra raza, pero usted se sabe los nombres…
Pasé saliva nerviosamente, en realidad, era algo penoso ser reconocido por algo así — sí — titubee — me imagino que no muchos saben sus nombres — notaba un brillo de emoción en sus ojos y eso me incomodó un poco.
Agustín me observo divertido — no me sorprende la primer elección de películas que vimos ayer — sonrió — ¿es fanático?
—Sí — asentí — me gusta mucho la fantasía y especialmente esas películas — respondí con rapidez — bien, vámonos — puse mi mano en el hombro de Agustín y lo hice girar, era mejor que saliéramos de ahí — con permiso — dije para el joven que seguía viéndome asombrado.
Salimos de la tienda y seguimos recorriendo el centro comercial.
—Agustín — él iba a mi lado, así que me escucho con claridad — ¿acaso no tienes una casa a dónde llegar? — pregunté recordando lo que me había dicho mientras estábamos viendo las armas ornamentales.
—En realidad… — dudó — no — dijo al fin.
—¿Dónde te quedas normalmente?
—Desde que empecé a viajar, junto con el grupo del señor De León, nos quedamos en los hoteles — habló sin mucho interés — obviamente tengo prestaciones y podría comprarme una casa, pero no sé si lo haga…
—¿Por qué? — mi curiosidad iba en aumento.
—No tengo a quien dejársela y además, mi trabajo me obliga a viajar constantemente, tal vez, cuando me retire, rente un departamento y me quede ahí — me miró de soslayo — no creo que consiga una pareja para compartir mi vida…
—Todos los que trabajan con Alejandro, ¿son así? — iba viendo los aparadores mientras preguntaba, no debía olvidar mi objetivo sobre los regalos de mis amigos.
—No, algunos tienen familia, están casados e incluso, tienen hijos — prosiguió sin dudar — ellos viajan seis meses con el señor y los otros meses, los pasan con su familia, en las ciudades donde radican y normalmente, en esos lugares hay hoteles del señor De León, así que, trabajan para él en algunos asuntos de los mismos — explicó — los que no tenemos a donde ir, siempre nos quedamos en algún hotel de nuestra elección, cuando no lo acompañamos a él — se detuvo a mi lado mientras yo observaba una tienda de aparatos electrónicos.
—¿Todos se quedan en un hotel?
—Julián y Miguel no — aseguró — ellos son los únicos que siempre se quedan en la casa del señor cuando él no anda de viaje y a veces, algunos otros los acompañan, mínimo son diez los que deben estar al pendiente del señor y nos turnamos.
—Ya veo…
Me giré y lo observé con detenimiento; a pesar de ser más joven que yo, era un poco más alto y por lo que me había dicho, era notorio que no tenía apego por ningún lugar, así que, regalarle algo grande no era una opción, debía ser algo que pudiera traer con él, podría ser ropa o algo más.
—Muéstrame tu celular — ordené.
—¿Mi celular? — ladeó el rostro confundido.
—Sí, tú celular, anda, muéstramelo — repetí.
Agustín sacó su celular con rapidez y me lo entregó sin titubear.
—¿Puedo revisarlo bien? — pregunté levantando una ceja.
—Sí — accedió — no tengo nada interesante — se alzó de hombros.
Lo inspeccioné detenidamente; era un celular de última generación, bastante nuevo, no tenía muchas aplicaciones, pero si varios juegos, sonreí de lado, estaba seguro que eso era lo que sustituía a su consola portátil.
—¿Tú compraste este celular? — indagué, mirándolo de soslayo.
—No — negó — me lo compró el señor De León, cuando me dijo que sería su chofer — me señaló con el rostro.
—Entonces, es nuevo — mordí mi labio mientras seguía revisando.
—Sí, es el más nuevo que he recibido de él.
—¿Has tenido otros celulares? — lo miré levantando la vista sin dejar de mover mis dedos en la pantalla.
—Un par.
—¿Te los compró Alex?
—No, el primero lo compré yo — rió — el segundo me lo dieron cuando entré a trabajar con el señor De León — me sorprendía la manera tan fácil y rápida, con la que Agustín me respondía, se notaba que no me podía negar nada.
—Este, ¿lo elegiste tú o simplemente te lo dieron?
—Lo elegí yo — rió nervioso — el único requisito que me puso el señor De León, era ponerle el localizador.
—Es un celular de buena marca, gama alta, su capacidad es perfecta para juegos y la pantalla está lo suficientemente grande para la comodidad del usuario — dije sin mucho interés — es obvio que lo usas sólo para jugar y recibir llamadas, ni siquiera tienes canciones en él — Agustín hizo una mueca de susto, parecía haber dado en el ‘blanco’ — dijiste que ya no tenías consola portátil, te creo — dije con una sonrisa y le devolví el celular — pero lo más probable, es que ahora te entretengas jugando con tu celular cuando estás solo, ¿o me equivoco?
Agustín agarró su celular y bajó la vista, parecía que había recibido un sermón — sí — dijo en un susurró.
—Pero, también te has dado cuenta que no es lo mismo — levanté una ceja — ya que, no todos los juegos que te gustan son aptos para celulares, ¿verdad? — no respondió, parecía nervioso — bien, ¿qué consola tenías y qué pasó con ella?
—Pues, se la entregué a Julián, la última vez que me regañó por jugar con ella en el trabajo — rió nervioso — él me prohibió usarla — cuidó mucho no decirme qué consola era.
—¿Te gustan los juegos para niños? Quizá por eso Julián piensa que eres infantil.
—No, por supuesto que no — negó con rapidez — prefiero los ‘shooters’.
—Ya está — dije con una gran sonrisa en mi rostro.
—¿Qué cosa? — preguntó con susto.
—Algo que sé, es identificar a una persona que juega mucho — lo miré de soslayo — yo soy uno de ellos — especifiqué — no me quisiste decir qué consola tenías pero, me respondiste una pregunta importante.
—¿Cómo…? — pasó saliva y titubeo — no señor, no he dicho nada.
—No te pongas así — le guiñé un ojo — creo que ya sé que voy a regalarte, sólo espérame aquí.
—Pero, no debo dejarlo solo y además, no debe gastar en mí, yo puedo comprarme cosas como esas después, cuando reciba mi bono el lunes y…
—Es un regalo, yo tengo dinero hoy y lo compraré, así Julián no te lo quitará de nuevo — dije con complicidad — espérame aquí en la entrada, no me iré lejos, entraré a esta tienda — señalé un negocio de electrónica y videojuegos — sólo espérame aquí — repetí — ¿de acuerdo? No voy a tardar.
Agustín dudó, pero finalmente accedió. Entré a la tienda y rápidamente fui al área de videojuegos y accesorios; compré una consola portátil, la cual ya traía un par de juegos descargables incluidos y pedí una bolsa navideña, para regalo. Cuando salí, Agustín seguía fuera de la tienda, caminando en círculos; cualquiera pensaría que se miraba sospechosa su actitud, porque se mordía las uñas de manera nerviosa.
—¡Feliz navidad, Agustín! — sonreí cuando le acerqué el paquete — toma — él me observó con sorpresa y miedo, sujetó el paquete y bajó la vista — me hubiera gustado dártelo hasta navidad, pero es mejor que empieces a usarlo desde ya… ábrelo — ordené al notar que él no parecía saber cómo reaccionar — si no te gustan los juegos que trae, puedo cambiarla por otra en este momento.
Agustín sacó la caja; sus ojos se abrieron con asombro y después la volvió a meter a la bolsa.
—No puedo aceptarlo — me la regresó.
—Claro que sí — asentí y me giré para no recibir el paquete — porque si no la aceptas, le diré a Alex que rechazaste mi regalo navideño y te aseguro que se enojará.
—Pero… es que, ¡es demasiado, señor!
—No importa — negué — ahora vamos, que aún me quedan cosas qué comprar y ya se me está haciendo tarde.
Agustín suspiró resignado, pero después sonrió — gracias — su voz era sincera — es la primera vez que alguien me hace un regalo así, es decir… — titubeó — algo tan caro y que no sea por mi trabajo.
—Habíamos quedado que íbamos a ser amigos, ¿o no?
—Sí, señor — su voz tenía un tinte feliz y a mí me hizo sentir mucho mejor.
Seguimos caminando y entramos a otra tienda departamental. Ahí compre un reloj de pulsera, sobrio y elegante, ese sería el segundo regalo para Luís, quien meses antes, había roto el suyo; dijo que compraría uno después, pero jamás lo hizo, ya que dependía más de su celular. Al final, solo faltaba comprar algo para Alejandro, Julián y Miguel.
Recorrimos la plaza y Agustín llevaba todas las bolsas; no me dejó ayudarle a cargar, pues dijo que era su deber. El tiempo pasó y casi las tres de la tarde, era hora de comer, así que, hicimos una parada para hacerlo. Cuando estábamos en ello, mi celular timbró; era Alex.
—Bueno… — dije con dificultad, porque tenía algo de comida en la boca.
—“… ¿Erick?...”
—Sí — reí después de pasar el bocado — lo siento, estaba comiendo.
—“…Eso me indica que estás bien… no has venido a que te inyecten…”
—No, en un momento más voy — aseguré — me falta comprar unas cosas.
—“… ¿Dónde estás?...”
—En la plaza ‘Crystal’ — bebí un poco de jugo.
—“…No está tan lejos, ¿por qué no dejas tus compras para otro día?...”
—Aún me falta tu regalo, no puedo irme sin él.
—“…Erick, está lloviendo…” — escuché un suspiro — “…está bien, espero que te apresures, cuando vengas, tal vez me haya desocupado, para ir contigo a casa…”
—¿De verdad? — saber eso me emocionó — entonces espérame, llego en una hora más, aproximadamente.
—“…De acuerdo, ¿Agustín te está cuidando bien?...”
—Sí, me está cuidando bien — entorné mis ojos — por cierto, ya le di su regalo de navidad adelantado…
—“… ¿En serio? Cuando vengas me cuentas…” — escuché una ligera risa — “…cuídate Erick, te amo…”
—Yo también te amo — el rojo cubrió mis mejillas al decirlo.
Colgamos.
Momentos después, Agustín y yo terminamos de comer, decidí que tendría que comprar pequeños detalles para Julián y Miguel; lo único que miraba que usaban fuera de sus atuendos eran algunas bufandas y guantes, así que me arriesgaría, después de todo, no los conocía muy bien. Para Alex tenía que ser algo importante, especial y único.
Me desesperé en poco tiempo; no encontraba nada que no pudiera comprar él mismo o sencillamente, algo que no fuese común.
Comprarle juegos de video no era una opción pues, Alex, no era de los que jugaban. ¿Una tableta digital? Él ya tenía una y la usaba en su trabajo. ¿Un reloj? No, ya tenía uno y estaba de más decir que era uno extremadamente caro. ¿Lentes? Alejandro era una persona que tenía muchos accesorios, me di cuenta cuando me prestó sus lentes oscuros, creo que tampoco serviría. ¿Ropa? No, muy tonto, Alex parecía tener mucha más ropa de la que yo podía imaginar. ¿Libros? ¡¿Qué demonios pensaba?! Alejandro había encontrado mucho que leer en mi estudio y seguramente, rechazaría cualquier libro, si tenía mis escritos en sus manos. ¿Música? No, seguramente Alex ya tenía todos los discos que quería. ¿Zapatos? No, era igual que la ropa. ¿Algo para su oficina? No, muy trillado, tonto y además, tendría que estarlo cambiando cada que saliera de viaje. ¿Una taza? Demasiado poco.
Todo lo que pensaba, lo descartaba con rapidez. Encontrar un regalo para Alejandro tal vez sería imposible, pero no quería rendirme, mi orgullo no me lo permitiría; mi orgullo y el deseo de darle un obsequio que pudiera usar, que tuviera valor, tal vez no monetario, porque seguramente él podría comprar algo mucho más valioso, por lo tanto, debía ser algo diferente. Algo que obviamente no iba a encontrar, quizá, ese mismo día.
Agustín iba siguiéndome, mientras yo gruñía, murmuraba y me detenía en cada tienda, viendo todo lo que tenían en exhibición; di varias vueltas por todo el centro comercial e incluso, conseguí que me dolieran los pies, en un vano intento de encontrar lo inimaginable. Me rendí, tenía que despejar mi mente y quizá, esa noche presionar un poco más a Alex, para que me dijera qué quería.
—Vamos, Agustín — sonreí cansado.
—¿Ya no va a comprar nada, señor?
—Creo que no — suspiré — no encuentro nada que…
Mis palabras se quedaron a medias al pasar por una joyería de prestigio; algo llamó mi atención y me cerqué al escaparate con rapidez.
Agustín me siguió mientras me quedaba de pié ante el cristal; mis ojos estaban fijos en lo que parecía ser, si no el regalo perfecto, al menos un buen regalo. Un par de collares gemelos, cada uno con un dije, pero lo interesante no era el collar, ni que eran gemelos, sino el dije dividido; un par de alas, de aproximadamente cinco centímetros, pero, esas alas ya me habían sorprendido antes, en la espalda de Alejandro. Un ala de ángel y un ala de demonio.
Entré con rapidez a la joyería y un hombre mayor me recibió con una amplia sonrisa.
—Buenas tardes, ¿en qué puedo servirle?
—Buenas tardes — sonreí — me gustaría ver los collares gemelos que tiene en el escaparate, por favor.
—¿Cuáles exactamente?
—Los que tienen un ala de ángel y otra de demonio.
—Claro, permítame.
Agustín ya estaba detrás de mí observando el lugar; el hombre volvió con lo que le había pedido.
—Estos dijes son muy apreciados por los jóvenes cómo usted, los compran para ellos y sus novias…
Levanté mi vista y lo observé con seriedad — gracias — dije con sarcasmo, mientras agarraba uno para inspeccionarlo, tenían gran detalle, pero algo no me gustó — son de plata, ¿cierto?
—Por supuesto, plata de la mejor calidad.
—No — negué — busco algo de mayor valor, oro blanco de preferencia.
—Lamentablemente no tenemos estos modelos en oro — se disculpó.
Mordí mi labio dudando, las piezas eran muy bellas, pero no era lo que quería, aun así había una opción — si le solicito que los realice en oro blanco, ¿en cuánto tiempo los tendría?
—Lamentablemente, nuestro Joyero no fabrica este tipo de piezas, se tendría que mandar pedir.
—¿Por qué no? — pregunté decepcionado.
—El nivel de detalle es muy difícil conseguir en oro, por eso, estos dijes son hechos en plata, misma que viene de la región platera del país — explicó — pero es una joya preciosa, le aseguro que su novia quedará encantada.
—No — suspiré — no es lo que busco, además, prefiere el oro — sonreí — gracias de todos modos, con permiso.
—Que le vaya bien.
Agustín me siguió con rapidez, yo iba un poco decepcionado, tendría que ser más directo con Alejandro, para poder comprarle un regalo, en los próximos días.
—Señor… — la voz de Agustín me sacó de mis pensamientos — ¿por qué no los compró? Estaban muy bien…
—Porque la plata no es algo le quede a Alex — sonreí cansado — vamos, en los próximos días me tendrás que acompañar a buscar su regalo en otra parte.
Salimos del centro comercial, estaba lloviendo pero nos habíamos quedado en el estacionamiento techado, así que no fue problema.
Al llegar al automóvil, Agustín me abrió la puerta para que entrara, lo hice y empecé a mandar mensajes a mis amigos, avisando lo que había comprado para los demás y así, que ellos no compraran lo mismo; obviamente, al dueño del regalo no le dije lo que había comprado para él. Agustín estaba guardando los artículos en la parte trasera del automóvil, pero cuando cerró la cajuela, tardó un poco en volver a subir al auto.
Cuando entró, estaba serio, pude notarlo a pesar de que quiso ocultarlo.
—Vamos al hotel de Alex — sonreí — tengo que ir a que me inyecten, ¿sabes por dónde ir o te guío?
—Sí sé por dónde, señor… eso sí lo sé.
Su voz era seria, no era el mismo chico que me hizo plática mientras me acompañaba a comprar, pero no le di importancia, yo seguía enviando los mensajes.
* * *
Al alejarnos del centro comercial, pude notar que Agustín iba viendo por los espejos con insistencia; la lluvia había bajado de intensidad, por lo que podía verse bien a distancia. Continuamos por varios minutos el trayecto en silencio, especialmente porque sentía a Agustín un poco extraño; hasta que hizo un giro en una calle ajena al trayecto normal y eso me sorprendió.
—¿A dónde vamos? — pregunté, no era hacia el hotel de Alex ese camino, Agustín no me respondió, seguía viendo los espejos — ¿Agustín? — lo llamé confundido.
—¡Maldita sea! — expresó molesto — señor, por favor, póngase el cinturón de seguridad.
—¿Por qué?
—Por favor, señor, póngase el cinturón.
No pregunté más, el tinte de preocupación y seriedad en su voz me dio a entender que algo no estaba bien, así que lo obedecí. Él movió con rapidez su mano sacando un pequeño aparato de la bolsa de su saco y se lo colocó en el oído, también sacó su celular y noté que encendió el programa localizador, después habló colocando su mano en su oreja.
—Dos autos de ‘cazadores’ — su voz era grave — lo acabo de confirmar, nos siguen desde el centro comercial, trataré de llegar al hotel con rapidez, pero necesito apoyo — volvió a virar en otra calle — solo el señor De León sabía dónde estábamos, debe haber un ‘topo’— su voz denotaba ira.
La velocidad aumentó, Agustín manejaba con prisa, rebasando automóviles a diestra y siniestra; no entendí a lo que se refería, pero lo notaba preocupado y además, no dejaba de ver por los espejos del automóvil. Entramos a una avenida y estuvimos a punto de chocar con varios vehículos, pero Agustín los evitó con maestría; se pasó algunos altos e incluso semáforos en rojo.
—¡Agustín! — lo reprendí, pero no pude decir más.
Un sonido que hasta hacía poco tiempo empecé a reconocer, se escuchó cerca; cuando era pequeño, estaba familiarizado con el sonido de disparos por el trabajo de mi padre, pero tenía muchos años que no los había vuelto a escuchar, hasta que Alex volvió a mi vida.
El cristal trasero de mi automóvil se rompió en pedazos y yo me hice un ovillo, recordando las enseñanzas de mi infancia; Agustín casi pierde el control del auto.
—¡Demonios! — gritó y aumentó la velocidad — faltan muchas calles — volvió a colocar su mano en su oído — voy a medio camino ¡¿dónde están mis refuerzos?! — exigió — ¡vienen por el ‘conejo’!
Esa simple frase me hizo estremecer, Alejandro era el único que me llamaba así, ¿por qué Agustín usaba esa palabra? No lograba entender y eso me ponía más inquieto; la lluvia entraba por la parte trasera de mi auto, donde el cristal se había roto y el agua conseguía mojarme fácilmente.
—¡Señor! — Agustín levantó la voz — manténgase abajo, no voy a dejar que le pase nada.
En ese momento, el sonido de sirenas se escuchó cerca; no entendía qué estaba pasando, pero algo me decía que las cosas no iban a terminar bien.
—Confirmen, tengo tres patrullas tras de mí — la voz de Agustín era grave, indicándome que estaba preocupado — los ‘cazadores’ siguen disparando.
En eso se escuchó un sonido fuerte, un chillido como de metal raspando algo, incluso, pude escuchar gritos antes de un gran estruendo, cómo si algunos automóviles hubiesen chocado; apreté mis parpados y pasé mis manos por mi cabeza.
—Calló una patrulla… — escuchar a Agustín hablar por su intercomunicador no me ayudaba en nada — no creo poder pasar las próximas calles, ¡¿dónde están mis malditos refuerzos?!
Varios disparos se escucharon nuevamente y Agustín viró con rapidez; cada que él giraba el volante, sentía que mi cuerpo se movía con fuerza, de no ser por el cinturón, hubiera terminado golpeando las puertas, cada que hacía un movimiento brusco.
—No, no, ¡no! — cuando lo escuché, abrí mis ojos y pude notar que él miraba para los lados con desespero.
Me incorporé un poco, para alcanzar a ver hacia el exterior; la lluvia seguía y Agustín apenas reaccionó, antes de llegar a un pequeño embotellamiento.
Sentí el salto, por el movimiento del automóvil, al subir los bordillos de la mediana; Agustín se cruzó a la otra calle y siguió en sentido contrario. Pero esa acción no evitó que los disparos siguieran, al contrario, empecé a escucharlos con más regularidad.
—¡Agustín! — llamé asustado y el movió su mano para atrás, tocando mi pierna.
—No se preocupe, no voy a dejar que le pase nada — aseguró con voz seria — primero muerto — eso en vez de tranquilizarme, me asustaba aún más, él alejó su mano para ir a su intercomunicador nuevamente — ¡¿qué pasa con los refuerzos?! — insistió.
Un disparo se escuchó y después, algo tronó del lado derecho de mi automóvil; Agustín hizo todo lo que pudo para no perder el control, pero terminamos chocando contra algo. La bolsa de aire funciono y Agustín quedó en el asiento contra ella. Yo estaba aturdido, seguía escuchando muchos ruidos; disparos, sirenas, gente gritando, demasiado alboroto y no sabía qué hacer, estaba tan asustado, que mi mente no sabía cómo reaccionar. Agustín parecía inconsciente y eso me dio miedo, podía haberle sucedido algo; desabroché el cinturón de seguridad y me acerqué a él.
—Agustín… — lo llamé en un susurró, mientras la bolsa de aire se desinflaba.
Él se movió, sacó de abajo del asiento un arma, levantó la vista y noté cómo disparó sin más, rompiendo el cristal de la puerta del piloto de mi automóvil. El estruendo me hizo gritar, pero alcancé a ver que alguien cayó del otro lado; alguien que se había acercado sin que yo me diera cuenta.
Agustín giró el rostro y me sonrió — lo siento, señor — se disculpó — tenemos que salir.
Él abrió la puerta, se quitó el cinturón y salió con el arma en la mano; abrió mi puerta y me ayudó a salir de mi auto. Mi vista se posó en el hombre que estaba tirado a un lado de mi auto, lleno de sangre, con un arma en la mano; el disparo que Agustín le había dado, fue directo a la cabeza, por lo que ver el resultado de ello, me provocó nausea por el asco.
—No vea, por favor — pidió con calma mi acompañante, tratando de confortarme.
La lluvia arreciaba, pero nuevamente los disparos se escucharon; Agustín me obligó a agacharme y me guió por entre los coches.
—Bajamos del auto — anunció por el intercomunicador — seguiremos a pie, necesitamos transporte, ¡ya! — su voz era grave, me sujetó de la mano para que siguiera tras él, yo iba temblando y él lo notó — no se preocupe señor, el señor De León ya viene…
Escuchar que Alejandro ya iba a buscarme me hizo sentir mejor, aunque no me quitaba del todo el miedo y desespero que sentía.
Los disparos volvieron a escucharse y Agustín respondió un par de ellos, aunque no sabía exactamente a qué o quién le disparaba, porque yo no alcanzaba a ver nada; momentos después llegamos a la acera. Agustín no me soltó en ningún momento, pero me obligó a correr, alejándonos de la zona. Las sirenas seguían escuchándose, aunque notaba como el ruido se quedaba atrás; algunos disparos se oyeron algo lejos, al parecer, las policías se quedaron en un tiroteo con los hombres que nos seguían.
Corrimos varias calles, el pavimento mojado producía que resbalara con frecuencia, pero Agustín no permitió que cayera, sosteniéndome con firmeza; durante el trayecto, sentí que me faltaba el aire y mi cuerpo estaba empapado, produciéndome escalofríos por el frío. La calle era un caos; muchos autos estaban detenidos y algunas personas también corrían, aunque no sabían hacia dónde, pues cada quien agarraba direcciones diferentes.
—¡Mierda! — Agustín se detuvo quitándose el auricular — ¿qué demonios…? — lo revisó y volvió a colocarlo — tuve interferencia, ¿dónde están? — él parecía muy tranquilo, pero yo estaba temblando — correcto, vamos para allá — volvió a tomarme de la mano — señor, ya todo estará bien, a dos cuadras está un auto — empezó a caminar llevándome tras él — no pueden pasar por el tráfico, pero ahí deben estar mis compañeros.
Esas palabras eran como una luz de esperanza; asentí y lo seguí sumisamente, él me apresaba la mano con fuerza, a cada momento volteaba a verme y trataba de sonreír para calmarme, pero yo sabía que estaba preocupado, se le notaba en la mirada. A mitad de camino, apareció un hombre con un arma en la mano también, sólo que, él se me hizo conocido.
Agustín sonrió — Ernesto — suspiró con alivio.
—Tardaste — dijo el otro hombre, cuando lo tuve cerca recordé que un día, junto con Agustín, me había llevado al trabajo — vamos, debemos llevar al señor al auto.
Agustín me observó y sonrió — todo estará bien — aseguró, siguió caminando junto a mí, sin soltar mi mano — ¿dónde está Pedro? — preguntó para nuestro nuevo acompañante.
—En un momento lo verás — respondió el otro — nos avisaron que hay un ‘topo’ dentro.
—Sí, lo sé — su rostro se ensombreció — debemos encontrar al maldito — siseó — ¿dónde están los demás?
—No pudieron llegar — el otro hombre no nos miraba, seguía caminando delante — hay mucho tráfico, pero, cuando tengamos al señor en el auto, nos encontraremos a unas calles con ellos.
El camino se me hizo eterno; momentos después, el hombre se detuvo — ahí está el automóvil — señaló.
Agustín siguió caminando para guiarme, pero a medio camino se detuvo y yo no entendí por qué su mano sobre la mía, ejerció más presión; la lluvia seguía con algo de fuerza, empapándonos.
—Ernesto — la voz de Agustín era seria — ese no es un automóvil del señor De León — aseguró, sentí cómo apretaba el agarré en mi mano — tú…
—Eres un niño — dijo el otro — pero no eres tonto.
Agustín me jaló hacia él, dejándome tras su cuerpo con rapidez; se giró e intentó disparar, pero el otro sujeto le disparó primero en el pecho.
—¡Agustín! — grité.
Agustín se derrumbó, yo traté de detenerlo y caí junto a él, evitando que se desplomara completamente al piso y se golpeara contra el asfalto.
El hombre se acercó hasta nosotros y recogió el arma de Agustín — cómo siempre, no traías el chaleco antibalas — rió — eres un idiota, pero al menos, me diste menos problemas que Pedro…
Otros hombres se acercaron mientras él hablaba.
—Eres… — Agustín tosió algo de sangre — el ‘topo’…
—Sí y te dije que pronto verías a Pedro, no te preocupes por eso… — Agustín cerró los ojos, sentí como su cuerpo se desvanecía y eso me hizo temblar, el hombre me apuntó con el arma — levántese — ordenó.
Lo miré con miedo, pero me aferré más a Agustín; no quería dejarlo solo, no quería dejarlo ahí, era mi culpa que no llevara el chaleco de protección, era mi culpa que le hubieran disparado. Al ver que no lo obedecía, el hombre hizo una seña y uno de los otros sujetos que estaba cerca, me obligó a levantarme, sujetándome del cabello, sin consideraciones.
—¡Suéltame! — grité.
El tipo que me levantó y me dio un golpe en el estómago, con fuerza; me doblé por el dolor y la falta de aire. Me agarró de los brazos, mientras otro hombre se acercó a revisarme; encontró mi celular y mi cartera y los lanzó contra Agustín, como si fuesen basura.
—Vámonos — ordenó Ernesto — no tardan en llegar, Agustín debe traer un localizador.
Me jalaron hacia el automóvil.
—¡Agustín! — grité y traté de zafarme con las pocas fuerzas que me quedaban, pero lo último que sentí, fue un fuerte dolor en mi nuca.
* * *
Frialdad, humedad, un estremecimiento en mi cuerpo me hizo volver en mí. Me sentía mareado, me dolía la nuca y mi cuello, mis brazos estaban entumidos y tampoco sentía muy bien mis piernas.
—Al fin despiertas — una voz burlona me obligó a levantar mi vista — bueno, era obvio que despertarías con el agua que te acabo de verter encima — su sonrisa era cínica, estaba vestido informal, su cabello negro un poco despeinado, pero, a pesar de no conocerlo en persona, el susto me invadió al reconocerlo y él notó mi miedo — sabes quién soy, ¿cierto? — rió — a pesar que no nos pudimos conocer de otra manera con anterioridad, pero no fue mi culpa, yo lo intenté…
Caminó por el lugar, dejó el vaso que tenía en manos sobre una mesa, agarró una silla y volvió con ella, la puso frente a mí y se sentó con el respaldo hacia el frente de él, colocó sus brazos sobre el mismo, observándome fijamente, con sus ojos miel llenos de curiosidad hacia mí.
—Soy Jair Páez, pero eso ya lo sabes, ¿cierto?
Traté de moverme, pero no pude. Por ello, pude percatarme que estaba completamente desnudo, de rodillas en el suelo, entre las cuales tenía una barra metálica que no me permitía cerrar mis piernas; levanté mi vista y observé que mis manos estaban atadas y sujetas a una cadena que pendía de un techo. Quise hablar, pero no pude hacerlo correctamente, a pesar de que portaba algo en mi cabeza, que mantenía mi boca abierta; mi saliva resbalaba por mis labios y en ese momento, me sentí vulnerable.
—Por fin te das cuenta — suspiró — ¿sabes…?, no quería llegar a este punto — se alzó de hombros — de hecho, esta no es mi idea del todo, pero tuve que ajustarme a ella, para recibir la ayuda que necesitaba — me guiñó el ojo — de todos modos, no me importa, sólo quiero darle un gran regalo de navidad a Alex.
Lo miré con irá, tratando de decir algunas palabras, que me entendiera, pero mi voz tampoco salía, había vuelto a quedarme afónico. Él se acercó hasta mí, me sujetó por el mentón, levantó mi rostro y me observó directamente a los ojos.
—Tienes unos bellos ojos — dijo con seriedad — cuando te vi en televisión, se miraban azules cómo el cielo, pero ahora que estás enojado, parecen más oscuros, quizá cómo el océano.
Moví mi rostro para alejarme de su toque y él sonrió divertido, después, su mano se estrelló contra mi mejilla, sorprendiéndome.
—¡Odio que seas tan hermoso! — espetó con ira — detesto que seas casi perfecto — levantó una ceja — no entiendo cómo Alex anda contigo, si tienes esas asquerosas marcas en tus muñecas — gruñó — el aborrece que sus juguetes tengan marcas en su piel…
Levanté mi rostro y posé mi vista en él; no entendía por qué estaba ahí, pero de algo estaba seguro, no iba a salir bien librado de la situación.
—El jueves, Alex habló conmigo — sonrió y volvió a sentarse en la silla — ¿te lo dijo? Sí, seguramente lo hizo — movió su mano como si no le importara — me dijo que no me acercara a ti o lo iba a pasar mal… — soltó una risa pasando su mano por sus ojos, después guardó silencio y su rostro mostró ira — ¡cómo si me importara! — temblé ante su mirada — yo ya no puedo sufrir más — aseguró.
Desvié la mirada, observando a mí alrededor, necesitaba saber dónde estaba, buscar una salida con rapidez; además, mi cuerpo se estremecía, temblaba insistente ante el frío y eso no era bueno, especialmente porque aún no estaba del todo recuperado de mi enfermedad.
—¿Te gusta? — preguntó con un tono de voz más amable — es un lugar que me ayudaron a adecuar para ti.
Con lo que alcancé a ver, parecía una pequeña bodega, había una cámara digital en un tripie; cerca de mí, un colchón en el piso y varias cajas cerradas. Otra mesa, alejada y diferente a la que se acercó Jair primeramente; había algunas cortinas oscuras, por lo que no sabía que había detrás de las mismas. Del lado contrario a esa cortina, una computadora con muchos monitores, me recordaba a la que Alex había usado cuando me castigó.
—Obviamente, no es el mismo lugar donde Alex te llevó hace varios días, exactamente donde lastimó a tu amigo, ¿no es así? — sonrió al notar mi sorpresa — pero, es algo parecido, aunque aquí no hay calefacción, así que tendrás que soportar el frío.
Mi mente recordó aquel día y en uno de los recuerdos, estaba Ernesto; seguramente él le había dicho todo a Jair.
—No me lo tomes a mal, la verdad, yo sólo quería alejarte de Alejandro — dijo con un tinte inocente — ¿sabes por qué? Porque, pensé que si tú no estabas cerca, yo podía recuperarlo… a pesar de todo lo que pasó… — sus palabras disminuyeron de intensidad al decir esa frase, pero alcancé a escucharlo y después, volvió a levantar la voz — pero el jueves, me di cuenta que él no te iba a dejar tan fácilmente — me miró de reojo — eres diferente — dijo con desprecio — eso dijo Alex, que eres diferente a mí y a todos los que le han pertenecido…
Guardó silencio por unos minutos y después, se acercó hasta mí, colocando sus dedos en mi barbilla, obligándome a levantar el rostro.
—Pero yo no veo que lo seas — sonrió — para mí, eres igual que todos, un idiota enamorado de alguien que no te quiere.
Lo miré con ira, si hubiera podido, le hubiese gritado que Alejandro me amaba; pero, aunque lo intenté, la falta de voz producía que sólo me quedara en silencio y algunos susurros ininteligibles, salieran de mi boca abierta.
—¿Crees que te ama? — rió — no — negó — Alex no te ama, te lo aseguro… está fascinado contigo, pero se le pasará en unos días más — se alzó de hombros — te abandonará rápidamente, en el momento que sepa que ya no le perteneces…
Sus palabras me llenaron de terror y no pude evitar reflejarlo en mi semblante; algo que él pareció notar.
—¿Sabes? Si eso sucediera, el pronóstico sería el siguiente — carraspeó e hizo una voz seria, como si estuviera dando un discurso — Alex te hará a un lado como basura y terminarás hundido en la miseria, aceptando la ayuda de alguien que te repugna, sólo para no morir de una forma cruel y desafortunada…
Negué moviendo mi rostro hasta que me cansé, nada de eso iba a pasar, estaba seguro; Jair se acuclilló frente a mí.
—No quieres, ¿cierto? — sonrió conciliador — estás acostumbrado a la manera y actuar de Alejandro — acercó su mano a mi cuerpo, rozando con sus dedos algunas marcas rojizas en mi pecho, las marcas que Alex había dejado en mí, esa mañana — es muy notorio que te ‘marca’ con frecuencia — levantó la ceja — ¿cuántas veces te lo hace al día? Apuesto que no te deja dormir bien — su rostro se acercó a mí y se inclinó hasta rozar con su aliento mi oreja — te lo ha hecho en cada rincón de tu casa, en su hotel, en su auto… — sus dedos se movieron por mi piel y bajó a mi sexo dormido — incluso te ha quitado el vello púbico, eso es uno de sus fetiches más comunes — rió al ver que me movía, tratando de alejarme de él — sí, es cierto — repitió alejándose para mirarme a los ojos — lo hizo conmigo también.
Fruncí mi ceño molesto, no podía creerle algo así; él se incorporó y volvió a su silla con lentitud.
—Todo lo que te ha hecho y dicho, me lo hizo y dijo a mí — movió la silla y esta vez se sentó correctamente, viéndome de frente — y ten por seguro, que no serás el último, ni yo tampoco fui el primero — sonrió con diversión.
A pesar de que no quería hacer caso de sus palabras, no podía evitar que me doliera lo que me decía; él lo notó, se estaba burlando de mí y disfrutaba ver mis muecas de dudas, celos y dolor, por saber eso.
—Antes que tú — prosiguió — ha habido muchos otros cómo yo, hombres, mujeres… todos hemos perdido más de lo que hemos ganado con Alejandro de León — negó, sin quitar una sonrisa cínica de sus labios — quise avisarte — se alzó de hombros — quise ponerte sobre aviso — suspiró — tu podrías haberte salvado y yo hubiera vuelto con él… pero él no quiso que fuera de esa manera.
Jair recargó los codos en sus rodillas y me sonrió condescendiente — por eso vas a sufrir, por que necesitas entender la verdad y cuando eso pase, Alejandro mostrará su verdadero rostro — sentenció — abandonándote de inmediato, cuando sepa que alguien más te ha poseído.
Negué; el pánico me invadió mientras lo observaba. Yo estaba ahí, a su merced; ese hombre podía hacerme lo que quisiera y yo no iba a poder defenderme. Jair me levantó mi ceja al ver mi reacción y soltó una carcajada.
—No — dijo después que calmó su risa — yo no voy a hacerte nada — negó — no porque no quiera, porque he de admitir que, Alejandro, tiene un excelente gusto — sonrió de lado con un poco de dolor reflejado en su semblante — sino que, no puedo…
Parpadee confundido, no entendía que quería decir.
—¿Te sorprendes? — cerró los ojos y respiró profundamente — está bien, cómo solo te quedan veinticuatro horas de vida, te lo diré… — me removí inquieto ante esa frase y el rió con mayor fuerza — cierto, eso debía decírtelo después, pero no tiene caso mantener secretos entre nosotros — se burló — así que, empezaré por explicarte sobre mí, para que sepas por qué tienes que morir.
Se puso de pie y fue a la mesa donde había dejado su vaso; caminó hasta un pequeño frigobar que había a un lado y sacó una botella de vino, sirviéndose con rapidez.
—No me trajeron copas, pero no importa — dijo divertido — tengo un par de vasos, lo importante no es el recipiente, sino beber… ¿gustas acompañarme? — ofreció con burla — supongo que no — respondió él mismo.
Guardó la botella en el frigobar y regresó a su silla con el vaso lleno de vino, sentándose con desgano, dando un sorbo a su bebida y suspiró.
—Hace más de cinco años conocí a Alejandro — movió la silla para acercarse aún más a mí, pero sin levantarse completamente de la misma — yo acababa de salir de la universidad y estaba empezando a trabajar en un despacho jurídico, mismo despacho que tenía tratos con el magnate millonario, Alejandro de León…
Bebió un poco más de vino y después, movió el vaso frente a mí; guardando silencio por unos segundos.
—Lo conocí un día que fue a hablar con mi jefe — contó con algo de añoranza — ni siquiera me habían interesado los hombres con anterioridad, pero él… él era diferente — suspiró — era el hombre perfecto, atractivo, educado, galante, millonario… su trato hacia mí me cautivó, me invitó a conocer su hotel, a comer… a cenar… a beber… — su dedo recorrió la boquilla del vaso donde estaba bebiendo — a la semana ya estaba en su cama, gimiendo bajo sus sabanas, siendo poseído por él, una y otra vez, sin descanso — mordió su labio inferior con deseo — con su virilidad dentro de mí, volviéndome loco y logrando que suplicara por más, como una puta… — me observó y rió — te has puesto rojo, significa que te sientes identificado conmigo.
Giré mi rostro con vergüenza; no me había sentido identificado con él, simplemente me sorprendió la manera en la que habló.
Rió por un largo rato, después bebió su vino casi de un solo trago — meses… — dijo mientras volvía a ponerse de pie — estuve meses así, sintiéndome único y especial a su lado… entre sus brazos… pero a pesar de todo, no sabía bien quien era él — fue a servirse nuevamente vino, mientras su voz tomaba un tinte doloroso — y lo descubrí de la peor manera — volvió con el recipiente lleno y observándome con algo de tristeza.
Yo no entendía de qué se trataba todo eso, pero no podía hacer nada más que escucharlo.
—Un día, desperté así, justo cómo tú estás — me señaló con su índice — frente a mí, había hombres que jamás había visto en mi vida y me dijeron que, cómo era el nuevo amante de Alejandro y ya tenía meses a su lado, necesitaban que yo les ayudara a hacer negocios con él…
Rió a carcajadas, rió y me hizo estremecer, porque parecían más gritos de dolor; al final suspiró y se quedó con una sonrisa amarga.
—Tres días… — prosiguió — tres días me usaron, me hicieron las cosas más viles que te puedes imaginar… Alejandro nunca llegó por mí, jamás dio muestras que le interesara lo que me estaba sucediendo… — miré como su semblante se endurecía — cuando se dieron cuenta que no servía tenerme, intentaron matarme…
Lanzó el vaso con fuerza, lejos de ambos y el cristal se hizo añicos contra el piso; se sentó en la silla y sus ojos me miraron fríamente, casi con desprecio.
—¿Sabes qué hicieron? — preguntó entre dientes — me cortaron mi pene — siseó — y me dejaron solo, para que me desangrara — no había emoción en sus últimas palabras — ¿sabes lo que se siente estar a punto de morir? ¿Cómo, lentamente, sientes que la vida se desprende de tu cuerpo, cuando el frío de la muerte casi cubre por completo tu piel?
Temblé ante sus preguntas; su mirada se posó en mis muñecas y sonrió de lado.
—Creo que sí lo sabes — se respondió a sí mismo.
Una vez más, fue a servirse vino, sacando un segundo vaso de entre sus cosas. Bebió con rapidez y volvió a verter más en el recipiente, para volver a la silla frente a mí y sentarse.
—Pero, ¡no morí! — prosiguió con algo de diversión — no morí porque alguien me ayudó — explicó — me salvó a cambio de trabajar para él — bebió un poco de su vino jugueteando con el vaso — acepté… acepté porque no quería morir, aunque ya no pudieron hacer nada con mi pene — su mirada se posó en la nada — uno de esos idiotas, se lo llevó de premio — sus labios se curvaron levemente en una sonrisa.
Guardó silencio; yo no podía moverme y él no parecía tener intenciones de hacerme nada, tampoco de decir algo más. Giró el rostro y su mirada se posó en mí, observándome con desprecio, consiguiendo que me estremeciera de miedo.
—Cuando me recuperé, volví a mi departamento — suspiró — en la mesa de la sala, había un ramo de rosas marchitas y sobre ellas, un sobre con una carta escrita a mano — miró hacia el techo — decía “Gracias por todo este tiempo juntos, pero no podemos seguir… adiós” y al final, firmaba Alex — una lágrima rodó por su mejilla, mientras sonreía amargamente.
Bajé la mirada con pena, era obvio que Jair había sufrido, pero aun así, yo no tenía nada que ver con eso.
—Él se fue — reprochó — ¡abandonándome a mi suerte!, sin importarle lo que me pasó… esa fue la primera vez que lloré con tanto dolor — dijo con ira — lloré porque ¡yo me había enamorado como un imbécil! y él… ¡él solo me botó!
Su voz y su labio inferior temblaron; algunas lágrimas resbalaron por sus mejillas y las limpió con rapidez, parecía tratar de que yo no me diera cuenta de las mismas.
—Al día siguiente, le vendí mi alma al diablo — soltó una risa amarga — mi vida le pertenecería a mi nuevo jefe, pues era quien me había salvado…
Se inclinó, recargando sus codos en las rodillas y mirándome con tristeza.
—Mi trabajo y todas mis acciones, ahora tenían un nuevo dueño y no iba a poder hacer nada para mi propio beneficio nunca más, excepto — su mirada tomó un tinte frío — vengarme…
Levantó una ceja y sonrió de lado; una mueca sádica que no iba poder olvidar jamás.
—Y eso hice — aseguró — todos aquellos que me usaron aquella vez, fueron pagándolo con sus vidas — levantó una ceja al ver como, por instinto, intentaba alejarme de él, sin lograrlo — sí, yo mismo los maté — sentenció sin un ápice de remordimiento — jalé el gatillo — hizo un ademán hacia mí, como si disparara un arma — a pesar de que me suplicaban por sus vidas, igual como yo supliqué para que no me hicieran nada y así como ellos no me hicieron caso, yo tampoco los escuché — dijo sin vergüenza — y a aquel que se llevó una parte de mí, le quité, poco a poco, partes de su cuerpo, pero lo mantuve consciente todo el tiempo, haciéndolo sufrir, hasta que murió en un charco de sangre y sus propios desechos…
Mi respiración se agitó; apreté mis parpados tratando de no imaginar esa escena, pero mi mente tenía grabado el rostro de Jair mientras me iba diciendo todo y eso también, me producía escalofríos.
—Pero faltaba vengarme de alguien — prosiguió — quería desquitarme de aquel que me había abandonado… Alejandro de León.
Ante el nombre de Alex, abrí mis ojos con rapidez; le supliqué con la mirada que me dijera que no había hecho nada en su contra.
—Lo intenté — sonrió con tristeza — te aseguró que planee mil y un formas de hacerlo, pero no pude — negó — no podía hacerlo… — su voz disminuyó de volumen — ni siquiera podía mover un dedo en su contra porque, cada vez que lo miraba, me volvía a enamorar de él, sin importar que no me hiciera caso, sin importar que ya no significaba nada en su vida…
Un sollozo lo delató, le dolía, era obvio; guardó silencio, parecía tratar de controlar sus emociones y tardó un poco en conseguirlo.
—Por eso — su mirada se posó en mí — cuando me comentaron que tenía un nuevo ‘juguete’ y que, ese ‘juguete’, se había metido en problemas con una mujer, fue cuando me acerqué a Melissa Hernández — su sonrisa se amplió cuando lo miré asustado, al escuchar el nombre — pero, desde ese día, Alejandro ha evitado a toda costa que te conociera, que me acercara a ti, ¿sabes por qué? — su voz sonó burla — porque sabía que yo podría mostrarte su verdadero rostro.
Lo miré confuso.
—No entiendes, ¿cierto? — preguntó con algo de molestia — él mandó matar a Melissa, seguramente para que no volvieras a tener problemas con ella — se alzó de hombros — es lo que hace, sólo elimina de su camino a los que no le interesan o no le sirven para nada, él no es de las personas que se complican demasiado.
Negué «no es cierto, es mentira, Alex no mandaría matar a Melissa…» pensé y en ese momento, mi mente recordó cuando el licenciado Menchaca dijo lo del careo con Melissa.
«…no quiero volver a verla… ¿De verdad no quieres verla de nuevo?... No, no quiero, pero no se puede evitar ¿cierto?... »
Yo había dicho que no quería volver a verla y después de eso, Melissa murió.
«No…» volví a negar, tenía que estar mintiendo, si fuera así, Jair debería estar muerto y aún estaba frente a mí. Levanté mi rostro y lo miré desafiante.
—No me crees, ¿cierto? — sonrió — piensas “si fuera así, entonces, ¿por qué este imbécil delante mío no está muerto?” — bebió su vino con calma y se relamió los labios — el jueves, Alex me dijo que, aún me guardaba algo de cariño por lo que pasamos juntos, pero que, si me atrevía a acercarme a ti, no iba a contarla — rió con fuerza y amargura — por eso busqué la manera de hacer esto — dijo con cinismo — quiero ver si se atreve, pero estoy seguro que se irá, abandonándote, porque realmente no le interesas — aseguró, como si fuese la única verdad de todo eso — sólo eres novedad, un juguete de navidad que, a la semana, ya está roto por el mal uso y puede ser desechado…
Miré hacia el piso, tenía que ser una broma; debía ser una maldita broma que estuviera pasando por eso.
—Pero no te preocupes, no sufrirás tanto como yo — se alzó de hombros — mañana a estas mismas horas, ya estarás muerto — afirmó — y te aseguro que los únicos que llorarán por ti, serán tu familia y amigos, porque Alejandro estará en otro país, buscando un nuevo juguete para sustituirte.
Fruncí mi seño, mi cuerpo se movió tratando de liberarme con desespero; con gusto iría a golpear a ese tipo frente a mí. Él no sabía lo que pasaba entre Alex y yo, Alejandro me amaba desde hacía muchos años atrás, me lo había demostrado incontables ocasiones y no iba a permitir que un idiota dijera lo contrario.
—Eres extraño — ladeó el rostro — deberías estar llorando en este momento, al saber que morirás… — levantó una ceja, mordió su labio y pasó la mano por su mentón, parecía confundido — espera… — sonrió — ¿crees que él va a ayudarte? ¿En serio? — soltó una carcajada — ¿por qué te buscaría? — indagó con sarcasmo — ah, ¡ya sé! — exclamó y caminó hacia la computadora.
A un lado de la misma, en el piso, había una maleta; la subió a la mesa de la computadora y empezó a sacar cosas de ahí, lanzándolas sin cuidado alrededor, demostrándome con esas acciones que él podía hacer lo que quisiera; todo lo que quedó en el piso, era la ropa que me había puesto para ese día. Al final, sacó algo más pequeño, algo que destelló, debido a las luces que había en el lugar.
—Esto… — volvió hacia mí con mi esclava en su mano, moviéndola de un lado a otro, como si se tratara de un péndulo — quizá sí se tome su tiempo para venir por esto… — la observó curioso y después la colocó en su muñeca derecha — es una pieza de joyería exquisita y muy cara, tal vez trate de recuperarla — asintió — sería una pérdida de dinero muy grande — me miró con altivez — pero si no es así, ten por seguro que yo me quedaré con ella…
«¡Bastardo! ¡No te la pongas!» pensé con ira, apreté mis puños, desesperado por no poder hacer nada más, ¿cómo se atrevía a usar mi esclava? Esa joya representaba la propiedad de Alex sobre mí y ese hombre miserable, no tenía derecho a usarla.
Una música extraña se escuchó y Jair sacó de su saco un celular.
—¿Sí? — sonrió — sí, hace rato lo desperté — caminó hasta le mesa llevando su silla — de acuerdo, entonces lo preparo para cuando llegues… — dejó la silla en su lugar — claro, no te preocupes, serás el primero.
Jair colgó la llamada y sin prestarme atención, buscó en la maleta, sacando algunas cosas de la misma; después, se acercó a mí y sonrió.
—Lo lamento, pero tendremos que terminar nuestra charla — dijo con sarcasmo — tu primer cliente ya viene en camino — me guiñó el ojo — así que, tengo que prepararte, aunque él no quiere que lo veas esta vez, es un poco paranoico — hizo un mohín — aun así, será el primero y el último… mañana, antes de que mueras, él volverá a poseerte y el último rostro que tendrás en tu mente al morir, será el de él…
Me jaló del cabello levantando mi rostro y vertió en mi boca abierta el contenido de un frasco, sabía amargo; intenté escupirlo, pero él cubrió mi boca con su otra mano, manteniendo mi rostro hacia atrás.
—No seas maleducado — sonrió — esto es para que no te duela tanto, tu cuerpo se relajará lo suficiente para que no sientas tanto dolor — besó mi frente — es un regalo mío, algo que yo hubiera querido tener aquella vez…
Después de eso, cubrió mis ojos con una tela oscura y escuché sus pasos alejarse.
Poco a poco, sentí como mi mente daba vueltas, desorientándome con rapidez; mi cuerpo se relajó tanto que, no me podía sostener con mis piernas, sólo mis manos sujetas por la cadena, lograban mantenerme algo erguido, pero mi cabeza estaba hacia abajo, no tenía suficiente fuerza para levantarla. Mi cuerpo pesaba cada vez más; me sentía soñoliento y si trataba de moverme, tenía la impresión que terminaría contra el piso, pues mi cuerpo no coordinaba. No supe cuánto tiempo pasó, hasta que escuché las voces de dos personas teniendo una conversación; aun así, no lograba identificarlos, a pesar de que me imaginaba que uno era Jair.
—Llegas tarde…
—Lo sé, Alejandro está vuelto loco con lo que pasó — una risa estridente se escuchó — el guarura del chico murió, eso da pauta a que Ernesto vuelva sin problemas.
—Está bien, él ha hecho un buen trabajo, espero que nos siga ayudando.
—Lo hará, le interesa el dinero, es el único de los trabajadores de Alejandro que se vendió… por cierto, ¿está listo?
—Sí, lo está, pero no entiendo por qué quieres usarlo primero.
—¿Estás celoso?
—¿Porque lo estaría? A él no lo vas a salvar cómo a mí, o ¿sí?
—No, solo quiero probar al nuevo amante de Alejandro y ser el primer hombre en llenarlo con semen; seguramente jamás lo ha sentido, después de todo, Alejandro nunca tiene relaciones con nadie sin condón o ¿no? ¿No fue eso lo que me dijiste?
—Sí, es cierto, Alex jamás termina dentro de nadie, ni siquiera lo hizo conmigo.
—Por eso quiero usarlo, eso me hará sentir muy bien.
—De acuerdo, pero aún no lo puse sobre el colchón.
—Yo lo hago.
—¿Quieres que te grabe?
—No, déjame hacer esto solo, así no tienes que ver nada y no te enojarás.
—Bien, estaré en la otra habitación.
Después de eso, no escuché nada más. Aún me sentía cansado y adormilado, pero me di cuenta cuando alguien me movió con rudeza; no pude poner resistencia y terminé siendo lanzado sin consideración, contra lo que parecía ser el colchón que estaba en el piso.
—Eres muy hermoso — la voz estaba cerca, no podía identificarla a pesar de que lo intentaba, mi cerebro estaba mal, quizá algo aletargado — ahora sabrás lo que se siente ser llenado por un verdadero hombre — susurró contra mi oído — apuesto a que el marica de Alejandro nunca llenó tu culo — las manos en mi piel me producían asco, pero mi cuerpo no respondía para poder negarme — hoy sabrás lo que se siente la tibieza del semen y también de otras cosas…
La humedad en mi mejilla, se esparció lentamente por mi piel; mi cuerpo era llenado por caricias no pedidas y era como si asquerosas babosas reptaran sobre mí. Me daba asco y repulsión, pero no podía hacer nada para alejarlo; ni siquiera podía mover un solo dedo. Mordidas, dolor y caricias salvajes marcaban con fuerza mi piel, especialmente sobre las marcas que tenía, producidas por Alex los últimos días; esa persona quería estar por encima de Alejandro, era notorio.
Una mano en mi sexo intentó estimularme con insistencia, pero a pesar de todo, no conseguía excitarme; no sabía la razón, aunque estaba seguro que era por el mismo líquido que me mantenía en ese extraño sopor, entre cansado y adormilado, pero agradecía estar de esa manera en ese preciso instante, pues me hubiera sentido peor, si mi cuerpo hubiese reaccionado.
—Jair te dio esa porquería, ¿no es así? — susurró contra mi oído — pero no importa, si no llegas al orgasmo, no es mi problema, sólo tienes que recibir todo lo que tengo para ti.
La rudeza con la que me trató después, logró que me quejara con debilidad, pero nada más.
Me movió a su antojo, hasta que su mano en mi cabello me obligó a moverme, teniendo su sexo en mi boca; era extraño, sentía asco por el sabor y la sensación en mi lengua, pero no podía alejarme o intentar detenerlo. Él tallaba la punta contra mi mejilla y volvía a meterlo en mi boca, tratando de llegar a lo más profundo de mi garganta. Si hubiera podido decir algo, le hubiera espetado que, por más que lo intentara, jamás llegaría a dónde Alejandro llegaba.
Cuando se cansó, me puso contra el colchón y sin quitarme la barra que separaba mis rodillas, me penetró. Mi cuerpo parecía el de un muñeco de tela; no podía negarme, no podía oponerme, ni siquiera podía moverme a mi voluntad, y ese hombre me movía a su placer. Por varios minutos me penetró fuertemente, parecía querer lastimarme; alcancé a sentir un poco de dolor y algunos gemidos ligeros escaparon de mi boca, pero eran tan débiles que era imposible escucharlos. Mientras me penetraba, los golpes empezaron; me golpeó con algo que no podía identificar, pero el ardor en mi piel me obligaba a quejarme, dolía, a pesar de todo dolía y por primera vez, no lo estaba disfrutando.
—Vamos ‘puta’, quiero que gimas, que llores, ¡que grites!
A pesar de que me lo exigía, no podía hacer mucho; tal vez, lo que Jair me había dado, no lo había hecho por mí, sino para que ese hombre, que en ese preciso instante me estaba poseyendo, no pudiera disfrutarme en realidad.
No supe por cuanto tiempo me embistió con fuerza, moviéndome a su gusto solo para darle placer, hasta que terminó llenando mi interior con su semen; cuando sentí ese líquido dentro, no pude evitar llorar, era la primera vez que sentía el semen de otro hombre, que no fuera Alejandro.
—¡Maldita perra! — un golpe en mi rostro me hizo gemir — pensé que serías una mejor ‘puta’, pero espero que mañana, cuando te vuelva a poseer, no estés bajo el efecto de ese medicamento, para escucharte gritar — un nuevo golpe en mi rostro y un nuevo gemido de mi parte — pero al menos, puedo usarte como quiera…
Apenas terminó de decir eso, se recostó sobre mí, respirando contra cuello; un gemido de placer escapo de sus labios y sentí algo en mi interior, algo tibio y que llenaba mis entrañas completamente. Era algo distinto, algo que jamás había sentido con anterioridad.
—Qué bien se siente usarte como mingitorio — lamió mi cuello y las náuseas volvieron a mí — ¿qué tal? — preguntó — apuesto que Alejandro no te hace estas cosas — rió y mordió mi cuello con saña — seguramente las disfrutarías tanto como Jair, pero no puedo salvarte o él se enojaría y no sería el único.
Salió de mi interior y yo esperaba que hubiese sido todo, pero para mí mala suerte, me equivoqué. Instantes después, sentí su pie en mi estómago, ejerciendo presión.
—Déjalo salir… — presionó con más fuerza — digamos que, es para limpiarte, antes de que todos los hombres que trabajan para mí, te usen — soltó una carcajada.
A pesar de que no quería hacerlo, no pude evitar que mi cuerpo se rindiera ante la presión, dejando salir todo lo que ese hombre había dejado dentro de mí y más. Lloré, era la primera vez que me sentía tan sucio e impotente, pero no podía hacer nada, solo suplicar que Alex fuera por mí.
Ese sujeto se fue, dejándome ahí, tirado, sucio, avergonzado y con asco de mí mismo; no podría quitarme esa sensación con facilidad, solo podía llorar en silencio.
* * *
Pasaron varios minutos ante de que alguien más se acercara a mí, quitándome la venda de los ojos; era Jair.
—No lo gozaste, ¿verdad? — sonrió — lo lamento, es que si lo disfrutabas y le gustabas, él te rescataría y eso es algo que no puedo permitir… pero no te preocupes, el efecto no dura mucho, a diferencia de este — me mostró un botecito que llevaba en mano — éste es para que disfrutes y puedas estar excitado a pesar de que no quieras, es mi segundo regalo para ti…
Igual que lo había hecho con anterioridad, vertió el líquido en mi boca, pero, en esta ocasión, me dejó tirado sobre el suelo. Fue hacia la maleta y sacó unas cosas, volviendo conmigo rápidamente.
—Vamos a ponerte “bonito” — dijo con diversión mientras pasaba algunas cosas en mi rostro — este rímel, es para cuando llores… — sonrió — se correrá por tu mejilla y te verás como una cualquiera, a muchos hombres eso les excita — aseguró — y ¿cómo olvidar el labial? — pasó un lápiz labial por mi boca — no te preocupes, si se despinta, cada ronda te lo retocaré, hoy, seré tu maquillador personal, aunque no sepa nada de eso…
Volvió a dejarme en el piso, se alejó de mí y no supe qué hizo hasta que lo volví a ver, caminando hacia la cámara, la encendió, acercándose a mí con ella y grabando.
—Primer toma, veamos cómo el señor, Erick Salazar, está un poco sucio, después de su primer encuentro con otro hombre que no es Alejandro de León — rió — no te ves muy bien — su voz tenía un tono de preocupación fingida — pero no te preocupes, en un momento empezarás a sentirte mejor, mira, ya está funcionando…
Mi sexo estaba despertando y el horror me invadió. Negué con debilidad, no quería sentir nada, traté de cubrirme con mis manos pero era inútil; prefería volver a estar adormilado a tener que sentir ese calor que se estaba apoderando de mi cuerpo.
—Tranquilo, hay muchos hombres que te van a quitar la excitación — movió la cámara hacia otro lado — y ahí vienen tus siguientes clientes.
Giré mi rostro con torpeza, hacia donde había enfocado la cámara y tres hombres se acercaban mirándome con lujuria, mientras se quitaban la ropa; traté de moverme, alejarme, pero me fue imposible.
Uno de ellos me quitó la barra que tenía en mis piernas y pudo moverme para que me sentara sobre su sexo, arrancándome un grito ahogado.
—No imaginé que se sentiría tan bien — dijo mientras me obligaba a acostarme, casi completamente sobre él.
El segundo se acomodó cerca de mi rostro, metiendo su pene en mi boca, la cual seguía sin poder cerrar.
—Que buena boca, podré ahogarlo a mi antojo — sus embestidas lastimaban en mi garganta, la cual ardía.
El tercero se quedó de pie.
—¡Vamos! — Jair lo presionó — ¿acaso no se te antoja?
—Sí, se me antoja, pero no tiene otro agujero como una mujer.
—Puedes metérselo también por atrás — sonrió con crueldad.
—¿En verdad? — el hombre dudó.
—Créeme — aseguró Jair — le caben dos sin problema, aunque al principio tengan que forzarlo, es posible que lo rasguen, pero al final, lo disfrutará.
—Bien… — el sujeto accedió y el terror me cimbró.
El que me estaba penetrando detuvo sus movimientos y con sus manos, expuso más mi trasero. Intenté negarme, pero el sujeto que estaba metiendo su miembro en mi boca, no me lo permitió, sujetándome con fuerza del cabello; el tercer hombre se acomodó tras de mí y con mucha dificultad, se abrió paso en mi interior, obligándome a llorar. El dolor que sentí, no podía compararlo con nada, sentía que me estaban partiendo, que me habían roto por dentro; quería gritar, quería huir, pero estaba indefenso y completamente a su merced y a pesar de todo, mi maldito cuerpo disfrutaba del dolor, como siempre. Jair rió al ver cómo me tenían esos hombres, mientras él seguía grabando.
—Adelante, pueden hacer lo que quieran.
Las manos, las caricias, la forma ruda de penetrarme, todo eso me dolía; pero no era un dolor físico, lo que en verdad me lastimaba era el hecho de que, mi cuerpo no entendía que yo no quería disfrutarlo y él se estaba rindiendo rápidamente. A pesar de que mi sexo estaba duro y que lograba gemir de vez en cuando, jamás pedí que siguieran, ni supliqué caricias, ni mucho menos que me permitieran terminar; jamás le haría eso a Alejandro, no me atrevería a traicionarlo, prefería morir antes que sucumbir.
Llegué al orgasmo pese a que no quería hacerlo, pero a la vez, me sentía mejor al pensar que ya no iba a hacerlo de nuevo.
Esos sujetos no terminaron, al contrario, salieron de mi interior y después de abrir las cajas que estaban cerca, buscando cosas que usar en mí, cambiaron de posiciones. Uno de ellos, puso pinzas en mi piel y pezones, obligándome a gritar; el otro me golpeó con una fusta la espalda; el tercero, fijó a mi pene una bala vibradora y la puso a funcionar. Volvieron a penetrarme momentos después, lastimándome lo más que podían; mis lágrimas recorrían mi rostro, pero era todo lo que podía hacer.
Varios minutos después terminaron entre gemidos roncos y movimientos rudos contra mí; uno de ellos terminó en mi interior, el otro en mi boca y el tercero lo hizo sobre mi cuerpo. Cuando me dejaron tendido en el colchón, los tres siguieron estimulando mi cuerpo, a pesar de que yo ya no podía seguir.
Finalmente, cuando se cansaron, salieron de ahí, dejándome semiinconsciente; cuando nos quedamos solos, Jair se acercó a mí.
—¿Qué pasa? — preguntó, recorriendo mi cuerpo con la cámara — ¿acaso ya no puedes? No te preocupes, tú no tienes que hacer nada, ellos lo harán.
Tres sujetos más llegaron y una vez más, me usaron para su placer.
No supe cuántas veces lo hicieron, perdí la cuenta de los hombres que entraban a la habitación y se acercaban a mí, para usarme como les placía; algunos inundaron mis entrañas no solo con semen, sino también con orina, lo mismo pasó en mi boca e incluso mi cuerpo fue bañado con ambas sustancias innumerables ocasiones. Llegue a pensar que las lágrimas no me serían suficientes, pero debí agradecer, pues en medio de todo eso, la inconciencia llegó en algún punto, permitiendo que no me diera cuenta de todo lo demás que hicieron conmigo.
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