Promesa
Viernes, diciembre 19
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—Erick, despierta — la voz suave de Alejandro me hizo removerme dentro de las cobijas, no quería despertar aún — vamos, ‘conejo’, tienes que desayunar — insistió, entreabrí mis ojos para verlo, Alejandro estaba sentado en la orilla de la cama, vestido con ropa informal y oscura.
—¿Qué hora…? — pregunté a media voz.
—Tienes una fijación con la hora — sonrió — son casi las diez — se recostó junto a mí — ¿cómo amaneciste, ‘conejo’? — susurró contra mis labios.
—Bien — sonreí.
—Aún no tienes voz — levantó una ceja — creo que no estás del todo bien.
—Pero me siento mejor — aseguré, aunque no era del todo cierto, suspiré y me moví para acostarme sobre su pecho — tenía que ir al trabajo hoy — me quejé — ayer fue un día muy ocupado.
—Lo sé — respondió — Lucía lo comentó en el hospital, pero, se comprometió a ir temprano para estar al pendiente por si algo sucedía… no ha llamado, así que, despreocúpate.
—Eso espero… — desvié la mirada, no quería que pasara otro incidente como el del día anterior — ¿qué vamos a desayunar?
—La señora Josefina está preparando avena y…
—¡Avena! — intenté levantar mi voz pero en vez de eso, disminuyó de tono y terminó casi en un sonido infantil.
—¡Ay, que tierno! — Alex me acercó hasta él y me besó en los labios.
—No es gracioso — dije al separarme, mi voz iba y venía, lo peor era que bajaba de tono, sin que yo pudiera evitar que se escuchara un tanto graciosa — odio la avena.
—¿En serio? — levantó una ceja — pues, tendrás que comer avena, es bueno para ti, tu cuerpo la necesita, así que no me importa si no te gusta, comerás, al menos un plato.
—No puedes obligarme — aseguré — solo tomaré café, si necesito tomar algo caliente, lo prefiero.
—¡Tú no tomarás café! — la voz de Alex me hizo estremecer — ayer tomaste suficientes tazas, cómo para sobrevivir sin él por un mes.
—No es cierto…
—Sí, lo es — sentenció molesto — Lucía me lo dijo, así que comerás avena, te guste o no.
Me crucé de brazos molesto, era la primera vez que me obligaban a comer algo que no quería, escudándose en el hecho de que estaba enfermo. La mano de Alex me sujetó por el mentón, obligándome a verlo a los ojos.
—Erick — habló con calma — me preocupas, ‘conejo’ — suspiró — sólo quiero que estés bien, ¿o a ti no te importa?
Apreté mis parpados y gruñí débilmente; Alejandro sabía cómo convencerme, sólo tenía que hablarme de esa manera y mirarme con ternura, fingida claro, pero para mí no importaba, de todas maneras me gustaba.
—Está bien… — accedí — comeré avena.
Alejandro se incorporó de la cama, se movió con rapidez, obligándome a recostarme y él quedó arriba de mí — así me gusta… — sonrió y lamio mi labio inferior — después, haremos lo que quieras — un suave gemido escapó de mis labios al escuchar esa proposición — claro, después de ir a que te inyecten, ahora vamos — me guiño el ojo, se levantó alejándose de la cama y ofreciéndome la mano — es hora que desayunes, la señora Josefina está muy preocupada por ti.
—¿Inyectarme? — lo miré con susto — ¿cómo que inyectarme?
—Te dieron medicamentos ayer y el antibiótico, es inyectado, por eso tenemos que ir a que lo hagan — se alzó de hombros como si no fuera importante — ahora, ¡vamos!, hay que desayunar.
—Pero… — dudé — ¡ah!, está bien, pero antes de bajar, quiero bañarme.
—Hace frío, te bañas más tarde — objetó.
—No — negué — de verdad, necesito asearme — aseguré — por favor…
Alejandro levantó una ceja, observándome con seriedad, pero un momento después sonrió de lado — está bien — accedió — supongo que te sientes algo sucio, ¿quieres que te acompañe?
—No — negué — no es necesario.
—Te espero abajo entonces — rozó mis labios con los suyos, en un beso delicado y salió de mi habitación.
Yo, por mi parte, fui al baño, me desvestí, me bañé y limpié muy bien mi cuerpo, el cual, desde el día anterior necesitaba aseo profundo; lavé mis dientes después de vestirme y cuando busqué mi esclava en el lugar donde siempre la dejaba, no la encontré. El susto me invadió, pero recordé que el día anterior, no recordaba haberla portado en el hospital; me coloqué las pantuflas con rapidez y bajé las escaleras corriendo.
Alejandro estaba en la barra desayunadora, platicando con la señora Josefina; mis hijos también estaban dentro de la casa e incluso, el cachorro andaba fuera de la caja, así que, cuando llegue a la planta baja, tuve que esquivarlos para ir a buscar mi maletín. Agustín me había dicho, la noche anterior, que mis cosas estaban ahí. Saqué todo con desespero, regándolo sobre un sillón, pero no había nada.
—No puede ser — susurré — ¿dónde está?
Alejandro se acercó hasta mi — ¿pasa algo? — preguntó con calma.
—Mi… mi…
Mi labio inferior tembló, me imaginé lo peor, quizá la había perdido; quizá se quedó en la cama del hospital o tal vez se me había caído en mi trabajo y debido a que estaba tan ocupado, no me había dado cuenta. Alejandro me observó sin entender, pero al ver mi desconcierto se hincó conmigo, a un lado de dónde estaba.
—¿Qué pasa? — su voz estaba llena de preocupación.
—No está… — dije sin más — no está mi esclava — terminé en un susurró a punto de romper en llanto.
Alejandro me abrazó y suspiró — ¿por eso estás así? — preguntó sin mucha emoción — debiste preguntarme antes — se movió y sacó del bolsillo de su pantalón la joya — toma — la colocó en mi muñeca izquierda, mientras yo respiraba aliviado — Agustín me la entregó ayer que llegué al hospital, dijo que no la había guardado en tu maletín, porque te la acababan de quitar cuando te desvistieron, para ponerte la bata.
Limpie mis ojos con mi mano y suspiré — lo siento… — me disculpé apenado — es que, pensé lo peor.
—¿Qué la habías perdido? — sonrió — no creo que seas tan descuidado… vamos, hora de que desayunes y después — me guiño el ojo — le pondremos nombre al ‘enano’.
El cachorro estaba buscando nuestra atención y yo asentí mientras le acariciaba la cabeza. Por fin, me di tiempo de saludar a todos mis hijos; les rasqué las orejas, la espalda e incluso el vientre cuando se acostaban a que los siguiera acariciando. Alejandro se puso de pie y me ayudó a levantarme, para ir al comedor.
—Señor Erick — la señora Josefina venía con un par de platos grandes y hondos, llenos de avena — usted solo da sustos, por eso siempre le he dicho que coma bien, ¿por qué no me hace caso?
—Ya se lo dijo Alex, ¿verdad?
—Y además, ¡está muy mal de la garganta! — exclamó con susto cuando escucho mi voz tan débil — voy por un remedio, para que se le pase un poco.
—Pero… — iba a detenerla cuando Alex acarició mi mano y negó con una sonrisa.
—Está muy preocupada por ti — aseguró — mejor, deja que te cuide.
—Está bien — suspiré resignado y observé mi plato, haciendo un gesto de desagrado al ver la avena.
—Antes de eso, a ver, abra la boca — la señora Josefina se acercó a mí con una cuchara en la mano.
—¿Qué es? — pregunté y me hice hacia atrás en mi silla.
—Usted no pregunte y cómalo — ordenó — que no voy a envenenarlo.
Alejandro estaba ahogando la risa, mientras comía la avena con gusto; abrí mi boca y la señora Josefina metió la cuchara, probé el contenido y relamí mis labios.
—Miel — susurré.
Alejandro me miró de soslayo y un destello pícaro cruzo sus ojos, mientras pasaba su lengua por su labio inferior, una clara provocación que me estremeció.
—Es miel con limón, eso le va a ayudar a ‘suavizar’ la garganta — ella dio media vuelta — ahora, desayune, le prepararé jugo de naranja para que tome sus pastillas y también, para que beba líquidos durante el día — después de esa indicación, se retiró nuevamente a la cocina.
—Está bien — asentí sumisamente y empecé mi desayuno.
Cada cucharada lograba que hiciera una mueca de desagrado, no me gustaba ni el sabor, ni la consistencia, pero tenía que comerlo. A medio desayuno, escuche el sonido de la cafetera; levanté la vista y una sonrisa curvó mis labios, por fin iba a tomar algo decente; pero esa sonrisa desapareció al ver que la señora Josefina me servía una taza pequeña.
—Ay, no… — exclamé con molestia.
Se acercó y me dejó una taza de té a un lado — ya se lo endulcé con miel — sonrió y se retiró.
—¿Por qué tengo que comer cosas que no me agradan, especialmente, cuando estoy enfermo?
—Porque si las comieras cuando estas sano, no enfermarías — Alex respondió con diversión.
Cuando al fin terminé mi desayuno, Alejandro tenía varios minutos sentado en la silla con los brazos cruzados, esperando pacientemente a que acabara el único plato de avena que me habían servido, cuando él había comido tres. La señora Josefina estaba barriendo; había sacado a mis hijos para realizar su trabajo sin interrupciones y también, dejó al cachorro en la caja.
Alex me sujetó de la mano — vamos a la sala — indicó.
—Aún no, jovencito — la voz de la señora Josefina se escuchó en el comedor, mientras caminaba a la barra de la cocina y regresaba hacia la mesa, con un vaso lleno de jugo de naranja, un vasito con dos pastillas y un frasco de jarabe — tome, son los medicamentos para el dolor, la tos, la fiebre y todo lo demás.
—Gracias… — sonreí nervioso mientras me tomaba las pastillas.
—Señor Alejandro, recuerde que el señor Erick debe inyectarse, si no lo hace, la infección no se irá y tardará más días en recuperarse — miró a Alex con seriedad, recibiendo el vaso vacío, que le devolví.
—Lo sé — asintió — ya lo tengo previsto, pero lo llevaré en un rato más — Alex se puso de pie y le palmeo el hombro — no se preocupe o le saldrán arrugas — bromeó.
La señora Josefina sonrió y volvió a sus labores, Alex me guiño el ojo y me ayudó a incorporarme de la silla; cuando me puse de pie, me di cuenta de algo, en lo cual, no había reparado cuando bajé con rapidez. El árbol navideño estaba como nuevo, una vez más estaba lleno de esferas y en la punta, una nueva estrella de cristal.
—Alex… — lo detuve junto conmigo — volviste a…
—Sí — sonrió — mandé comprar una nueva ayer, supuse que te sentirías mejor, anda — me apresuró — vamos a la sala.
Ambos nos sentamos en el sillón de tres plazas y Alex sacó al cachorro de la caja — tienes tres días sin elegir un nombre — lo puso en mis piernas — ya no podemos seguirle diciendo de maneras diferentes, así que ponle nombre, aquí y ahora.
—¿Por qué tanto interés en su nombre? — levanté la ceja.
—Porque necesita tener los documentos al día, si va a salir del país o ¿piensas dejarlo?
—Ah, eso… — mordí mi labio inferior, con lo que había pasado, no había tenido tiempo de hablar con Alejandro sobre mi trabajo.
Alex me observó con seriedad, notó que estaba nervioso, su mirada ensombreció y la clavó con frialdad, en mi — ¿pasa algo, Erick?
—No… no… — titubee — bueno… sí, creo que si… pero — miré hacia el comedor, dónde la señora Josefina estaba recogiendo los platos — me gustaría platicar contigo, a solas…
—Bien, ¿quieres hacerlo de una vez?
—Primero el nombre — sonreí nerviosamente y juguetee con el cachorro, necesitaba atrasar ese momento, no sabía cómo lo iba a tomar Alex — no sé, ¿tú qué piensas? Tiene cara de que será un perrito muy juguetón…
—Y muy peludo — a pesar de que Alex me apoyaba, su semblante me decía que no tenía mucho interés en ese preciso instante, supuse que era por lo que le había dicho.
—¿Qué tal ‘Rain’? — pregunté después de varios minutos de pensarlo.
—¿Rain? ¿Cómo lluvia?
—Sí, lo encontramos en un día lluvioso, además, es corto y me agrada — Alex hizo mueca de descontento — bueno, si no te gusta, dime un nombre tú — lo miré con sarcasmo.
—No, ‘Rain’ está bien — se puso de pie, abrió la puerta y salió sin decir una sola palabra más.
Me alcé de hombros y empecé a jugar con Rain, repitiéndole el nombre una y otra, y otra vez; el cachorro me miraba sin entender, moviendo su cabeza de un lado para el otro. Alejandro regresó momentos después.
—Bien, Agustín ira por la placa y a tramitar los documentos — estiró las manos — dame a Rain para que vaya a ponerle el chip.
—Pero, mis otros hijos no tienen chip, Rain no lo necesita — objeté.
—¿Quién dijo que los niños no tienen chip? — preguntó con media sonrisa en sus labios, dejándome boquiabierto.
Salió y cuándo volvió nuevamente, yo estaba esperándolo con los brazos cruzados — ¿cuándo les pusieron chip? — pregunté con enojo — y, ¿por qué no me lo dijiste?
—Porque hace algunos días, yo le dije a Agustín que se encargara de los documentos para nuestro próximo viaje y para que no haya problemas, necesitaban el chip — respondió sin darle importancia — te lo iba a decir, pero se me había olvidado.
—Ya veo… — entrecerré mis parpados — supongo que olvidas decirme cosas importantes, eso ya no me hace sentir tan mal…
Di media vuelta y me encaminé a las escaleras sin decir nada más, estaba notablemente molesto; Alex me siguió y llegamos momentos después a mi recamara. Me quedé de pie y Alejandro se acercó hasta mí.
—¿Por qué te molestas? — intentó abrazarme.
—Porque haces y dispones de todo lo que está a mi alrededor, sin siquiera tomarme en cuenta, eso no me agrada, Alejandro — me alejé de su abrazo.
—Tu dijiste que era tu dueño — su voz se volvió seria y me sujetó del brazo — dijiste que harías lo que quisiera y me diste total libertad para hacer con tu vida lo que me plazca.
Mi labio inferior tembló, eso me había molestado, moví mi brazo alejándolo de él — ¡es cierto! — respondí — lo dije — aseguré sin titubear — cada que tenemos sexo, lo digo una y otra vez… porque, a diferencia de ti, que no dices nada mientras me penetras, yo soy el único idiota que si permite que el placer y la lujuria, lo dominen, obligándome a ceder a tus caprichos, a tus deseos y ¡a tus órdenes!
Alejandro levantó una ceja — ¿qué te pasa, Erick? — se miraba consternado — me reclamas cómo si no demostrara que te amo y sólo te usara para mi placer…
—A veces, eso parece— reproché.
—¿Qué tengo que hacer para demostrarte que te amo de verdad?
Respiré hondo y me senté en la cama — lo siento — recargué mis codos en mis piernas — estoy molesto es todo…
—¿Todavía estás enojado por Marisela? — Alex se giró — ya te dije que…
—No… — lo interrumpí — es cierto, me molesta esa mujer, pero no es por eso que estoy así, es que… — Alejandro se acuclilló frente a mi buscando mi mirada — Alex… — susurré — ¿por qué les dijiste a todos tus trabajadores que soy tu prometido?
—Porque te considero de esa manera — respondió sin dudar — y quiero que ellos lo sepan, para que te cuiden y te protejan.
Miré al techo, era tan difícil seguir desde ese punto — Alex… — suspiré — yo sé que tú quieres que me vaya contigo y sé que te lo prometí, pero…
—¿Pero…? — la voz de Alejandro se hizo más grave.
—Pero… — mordí mi labio nerviosamente — yo… — no sabía cómo decirlo, así que, lo dije sin más — no sé si pueda.
—No tienes opción — aseguró.
—Alejandro… — suspiré cansado — tú tienes tu vida, tienes un trabajo, tienes cosas qué hacer y yo también… tú me pides que abandone todo esto, mi empleo, mis amigos… mi vida… ¿cómo esperas que lo haga?
Alejandro se puso de pie, escuché como liberó el aire por la nariz, en un instante, de forma molesta.
—¿Por qué estás diciéndome esto ahora? — me observó con frialdad — hasta hace unos días, estabas de acuerdo con irte conmigo.
—No estaba de acuerdo — alegué.
—¡Lo estabas! — entrecerró los ojos y me miró con molestia — te dije lo que quería, lo que anhelaba — su voz era casi un susurro, pero se notaba la ira reflejada en su tono — te dije que quería que nos casáramos, que nos fuéramos a otro país y que adoptáramos niños… te dije mis planes y ¡no los rechazaste!
—¡Pero tampoco los acepté! — aseguré — te dije que tenía que pensarlo.
Alejandro caminó en círculos y después, volvió a ponerse frente a mí — ¿me estás diciendo que no quieres irte conmigo? — su mirada, su voz, su semblante, la manera en la que hizo la pregunta me estremeció.
—No es eso… — titubee.
—Al grano, Erick.
—Es que… — respiré agitado — no lo sé…
—¿Qué es lo que no sabes? — preguntó entre dientes, parecía demasiado tenso, estaba conteniendo el enojo, era notorio.
—Alex… — cerré mis ojos, no quería decir que tenía miedo, incertidumbre, duda, así que, terminé por decir lo último que me había perturbado — me ofrecieron otro puesto en mi empleo — suspiré — quieren que me vaya a Canadá por un año, es un puesto importante y…
—¿Y tú prefieres tu empleo a estar conmigo? — Alejandro apretó los puños — ¡¿eso es lo que quieres decirme?!
—¿Acaso no es lo mismo que tú haces? — pregunté con molestia — a pesar de que dices que me quieres y que deseas estar conmigo, no hablas de dejar tu empleo o quedarte a mi lado, al contrario, esperas que yo deje todo para irme contigo.
—Es diferente, Erick… — pasó su mano por su frente.
—Diferente, ¿qué es diferente?
—¡Mi trabajo no es solo cuidar de unos tontos servidores y ya!
Me puse de pie molesto — ¿me estás diciendo que mi carrera, mi trabajo y todo lo que yo soy, no es importante, a comparación de lo que tú eres? — pregunté mientras apretaba mis puños.
Alejandro pareció darse cuenta de su error — no quise decir eso — negó — pero… no lo entiendes…
—No lo entiendo porque no me lo explicas — aseguré.
—Te dije que te explicaría todo, cuando nos fuéramos de aquí — levantó una ceja observándome con seriedad.
—¿Por qué hasta entonces? — pregunte y caminé hasta el otro lado de la cama alejándome de él — ¿por qué tiene que ser como mejor te conviene?
Alejandro movió sus manos y las pasó por su cabello en un momento de frustración — Erick… — se quedó en silencio y me observó con ansiedad, su mirada me decía que tenía miedo, algo le preocupaba — no voy a permitir que te alejes de mí — susurró — no puedo hacerlo… no quiero hacerlo… — sentenció con ansiedad.
—¿Eso es todo? — moví mis manos frustrado — ¡¿es todo lo que puedes decirme?! No vas a explicarme, no vas a decirme nada, simplemente no quieres que me aleje de ti, ¿esa es tu respuesta a todo? — guardé silencio, no podía comprenderlo — creo que… creo que falta comunicación en esta relación y así… así no puedo irme contigo.
Alejandro caminó hasta mí y su mano acarició mi rostro — ¿en serio crees que falta comunicación? — preguntó y se acercó a mis labios — nuestros cuerpos se entienden muy bien… — susurró y me estremecí ante la calidez de su aliento — cada milímetro de tu piel… — sus manos me abrazaron por la cintura mientras acercaba su rostro a mi oído — sabe todo, lo que tu mente no quiere aceptar…
—Alex… — mis manos se aferraron a su camiseta y un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando mordisqueó el lóbulo de mi oreja — no… — mordí mi labio — no puedo… — aseguré — quiero saber todo, lo necesito — supliqué y él sonrió contra mi oído.
—Lo sabrás… — aseguró — te lo diré, no te ocultaré nada, pero, sólo confía en mi unos días más, Erick… sólo unos días más… — repitió con ansiedad.
—¿Por qué…? Sólo dime el por qué… — supliqué.
—Porque… — se quedó en silencio unos momentos — porque no quiero que me odies…
—¿Por qué te odiaría? — busqué su mirada, necesitaba entender sus palabras.
—Te lo dije el primer día que estuvimos juntos… he hecho cosas… cosas horribles, cosas imperdonables y… me da miedo perderte — puso su frente contra la mía — eres lo único bueno de mi vida — dijo con sinceridad — todo lo que te rodea es digno, puro — sus manos acariciaron mi rostro — porque tu corazón y alma están limpios, son nobles, llenos de bondad y eso, Erick, es lo que te hace único, eres diferente a mí y eres la única persona que puede salvar mi alma, de todo lo que me rodea…
—Alex… — moví mi mano y acaricié su mejilla, Alejandro movió su rostro y ahondó la caricia, cerrando sus ojos — a veces me da miedo — me sinceré en un susurro — lo que dices… lo que haces… lo que sucede a tu alrededor… — mi labio tembló — pero… sé que, cualquier cosa que hayas hecho o hagas, no importa qué, sé que no será tan malo cómo lo planteas y ten por seguro que no me importará, porque mi corazón y alma te pertenecen… nada lo va a cambiar…
Sonrió, pero fue una sonrisa algo amarga — espero que no te arrepientas nunca de lo que me estás diciendo, Erick…
Negué — ¡jamás! — aseguré, busqué su mano y la llevé a mi pecho, sobre mí corazón — siempre ha sido tuyo y… pase lo que pase, será tuyo hasta mi muerte... te lo prometo…
Alejandro se acercó a mí, besó mis labios — Erick… — susurró — esto es importante para mí, sé sincero en tu respuesta, es todo lo que te pido — mientras iba hablando me empujó delicadamente contra la cama, obligándome a sentarme en el colchón, después me recostó y quedó sobre mí — ¿deseas irte conmigo? — preguntó, sus palabras y su mirada denotaban la necesidad de saber mi respuesta en ese preciso instante — responde sin miedo, sin que te nuble la pasión cómo dijiste hace un instante, sin que sea sólo por el momento… necesito saber lo que en verdad deseas…
Su mano aún se encontraba en mi pecho, justo en el lugar dónde yo la había puesto; mi mano estaba sobre la suya e incluso yo, podía notar los latidos acelerados de mi corazón. No podía mentirle, era imposible, yo ya lo había decidido, pero tenía miedo de decirlo, desde que lo volví a encontrar, ya tenía la respuesta a esa pregunta; desde el día que desayunamos juntos por primera vez, cuando el miedo me invadió al pensar que se iría de mi lado y no volvería a verlo nuevamente; cuando mi corazón quiso correr para alcanzarlo y aferrarse a él sin importar nada; desde ahí y en adelante, yo ya tenía una respuesta.
—Sí — respondí sin titubear — deseo irme contigo, deseo estar contigo, siempre…
Alejandro sonrió, besó nuevamente mis labios, solamente un roce, un beso delicado, dulce, suave, al cual me rendí lentamente cerrando mis ojos; mis manos buscaron su cuello, después juguetee con su cabello y él, empezó a profundizar el beso con suma lentitud. Su mano en mi pecho se movió, acarició mi costado, deteniéndose en mi cintura y ejerció presión sobre mi piel.
—Abre los ojos… — pidió cuando se alejó un poco — mírame.
Entreabrí mis parpados, obedeciéndolo con vehemencia; él sonrió y me observó sin decir una sola palabra, su verde mirar estaba fijo en mis ojos, tan cerca que, podía verme reflejado en esas hermosas esmeraldas; sentía que podía quedarme de esa manera por toda la eternidad y estaría en el paraíso.
—Erick… — su voz tenía un tinte distinto, el brillo en sus ojos y su semblante sereno me envolvieron en un instante de paz — quería esperar… — suspiró — quería preparar algo diferente pero… — titubeó, sentí un ligero estremecimiento en su cuerpo, parecía temblar — en realidad, quería prepararme yo…
—¿Qué pasa…? — moví mi mano hasta colocarla en su mejilla, él la sujetó y la besó.
—Erick… — sonrió de lado y sus labios temblaron — Erick… — repitió, parecía dudar.
—Alex — sonreí confundido — pareces nervioso.
—Lo estoy… — aseguró, respiró profundamente, cerró sus ojos unos segundos y después prosiguió con seriedad — Erick, cásate conmigo.
Parpadee sorprendido, sentí que el color abandonó mi rostro por un instante y después, cuando mi mente asimiló lo que me había dicho, sentí mi piel arder; mis labios se entreabrieron, desvié la mirada, y sonreí.
—Ahora, el nervioso soy yo… — respondí con un temblor notorio en mi voz y una risita alterada me asaltó.
—¿En serio? Eso me hace sentir mejor.
No dije nada, me quede en silencio, tratando de ocultar mi sonrisa nerviosa; ladee el rostro, mordí mi labio y me reí nuevamente. Alejandro estaba serio, observando mis movimientos, mis cambios.
—Erick…
—¿Sí? — pregunté sin mirarlo.
—Respóndeme…
—Dije que me quiero ir contigo — sonreí — ¿en serio necesitas que te responda?
—Sí — movió su mano colocándola en mi mentón y me obligó a verlo — necesito tu respuesta, antes de poseerte — sus palabras eran cínicas — para que no digas que sólo lo dijiste por decir.
Puse mi dedo sobre sus labios y lo miré divertido — tendrás la respuesta de mí, para que te sientas seguro — afirmé — pero, no será hoy.
—¿Por qué? — levantó una ceja.
—Porque, así, estamos a mano — le guiñé un ojo.
—‘Conejo’ — sonrió de lado con algo de maldad y besó mis labios — el problema es, que yo no puedo esperar para hacerte mío — bajó a mi cuello y mordió mi piel, logrando que soltara un grito débil.
Su mano recorrió mi pecho, descendiendo hasta encontrar el inicio de mi camiseta y buscó la manera de llegar a mi piel; gemí cuando sus dedos acariciaron insistentes, uno de mis pezones.
—No… — traté de alejarlo — la señora Josefina… — hablé con rapidez — está abajo… puede… puede oírnos… — mi voz tembló.
—¿Oírnos? — rió — normalmente tú eres el ruidoso, pero ahora no tienes suficiente voz — Alejandro no se alejó, se entretuvo en el lóbulo de mi oreja, mordiendo con delicadeza — además, no importa — susurró — no creo que diga algo, ella sabe lo que sucede… — sonrió — no es tonta… — su lengua se introdujo a mi oído, humedeciendo con su saliva y logrando que gimiera un poco más — recuerda que ella limpia tu cuarto, lava tus sabanas sucias, manchadas con las pruebas de nuestras noches de pasión, de la lujuria que se apodera de ambos y nos lleva a la locura…
—No… — la vergüenza me invadió, mordí mi labio y cerré mis ojos, me aferré a su camiseta cuando sentí que su mano bajaba, acariciando mi sexo por encima del pantalón — no digas eso… — sollocé — Alex…
—¿Qué cosa? — ladeó su rostro observándome con diversión — ¿no quieres que diga la verdad?
—No así — mi voz se perdió en un murmullo — es… es indecente…
—¿Indecente? — lamió mi mejilla — no importa, se siente bien admitirlo, ¿no es así? ¿No te agrada que todos sepan que eres mío?
—Sí — temblé — pero… pero me da pena con la señora Josefina…
—Entonces ¿no quieres que siga? — su lengua bajó nuevamente por mi cuello, lamiendo insistente — bueno… — se alejó de mí sacando su mano, incorporándose con lentitud.
Sin pensar, me aferré con rapidez a la manga de su camiseta — ¡no! — negué — no te vayas…
—Decídete, ‘conejo’ — Alex me miró de soslayo y sonrió — ¿quieres que tengamos sexo o no?
Mordí mi labio — sí — susurré.
—Creo que no te escuché… — ladeó el rostro, fingiendo demencia.
—Si quiero…
—¿Si quieres, qué? — insistió, Alex estaba jugando conmigo, era obvio, pero yo ya había caído en su telaraña y no iba a poder salir de ahí con facilidad.
—Quiero… — sentí mi rostro arder — quiero tener sexo contigo… — ladee mi rostro y cerré mis ojos, avergonzado.
Sentí a Alex moverse, acercándose nuevamente a mí — bien, tendremos sexo — aseguró — no importa que no puedas gritar, sé que habrá otra manera de que demuestres, que lo estás disfrutando.
Alejandro no me permitió pensar nada más, con destreza me desvistió dejándome desnudo ante él, sus manos y lengua recorrieron mi piel con rapidez, abarcando casi todo lo que estaba a su alcance; cerré mis ojos instantes después, al sentir sus atenciones en mi sexo. Alex logró que mi erección se presentara con suma rapidez, debido a su boca y lengua; un dedo invasor exploró mi interior con insistencia, un camino que ya había recorrido con anterioridad, pero aun así, siempre se esforzaba por reconocer una y otra vez, hasta que él quedaba satisfecho con mis reacciones.
—Alex — gemí — voy a… voy a…
Mis manos apresaron las sabanas que estaban debajo de mí y mi espalda se arqueo; eso había sido demasiado rápido, incluso para mí, pero había sido maravilloso que me permitiera llegar al orgasmo con facilidad. Alejandro recibió mi semen en su boca y tragó con deleite; relamió sus labios cuando se alejó de mi entrepierna, mirándome con un destello de lujuria. Yo quedé en la cama, con los ojos entrecerrados y algunas lágrimas amenazando con escapar de mis ojos.
—Tu sabor me agrada, ‘conejo’ — se incorporó de la cama, quitándose la ropa — pero, aún falta lo mejor…
Sentir el cuerpo de Alejandro sobre mí, me hizo suspirar; su sexo erecto rozó el mío, que se encontraba en reposo después de haber llegado al orgasmo y la sensación producida me estremeció de pies a cabeza. Alex besó mi pecho, mi cuello y hombros, mientras abría mis piernas, acomodándose entre ellas, dejando la punta de su miembro en mi entrada.
—Te amo, Erick…
Abrí mis ojos observándolo con sorpresa, pero no pude evitar cerrarlos al sentir su intrusión en mí, abriéndose paso con lentitud; Alex me besó con pasión y yo le respondí con el mismo deseo. A pesar de estar cansado y sentir ese dolor en mi interior, causado por la sensibilidad gracias a mi reciente orgasmo, me entregué a Alejandro cómo él lo merecía, completo, sin inhibiciones, ofreciendo mi cuerpo y mi alma en ese momento. Quería responder su pregunta, quería demostrarle con mi cuerpo, lo que me obligaba a callar por orgullo.
Alejandro arreció sus movimientos, llegando aún más profundo, entrando y saliendo con rapidez, obligándome a gemir contra sus labios; él se alejó y sonrió, ahora, mis gemidos se escuchaban en la habitación, no tan fuertes como siempre que lo hacíamos, pero aun así, podían escucharse en la alcoba. Alex se incorporó, levantó mis piernas, acariciándolas suavemente con las yemas de sus dedos, lamiendo mis pantorrillas y mordiendo mis talones; cada mordida, me producía una sacudida que estremecía mi cuerpo y contraía mi interior.
—¡Alex! — un grito agudo escapo de mi garganta, casi a media voz, cuando él salió de mi interior con rapidez.
No respondió, se lanzó contra mí, besando mis labios, buscando con su lengua la mía, con algo de desesperación — suenas… adorable… — susurró contra mis labios, mientras su lengua limpiaba la saliva que había quedado en ellos.
Me hizo girar contra el colchón, dejando mi cuerpo completamente boca abajo, apenas quedé listo, sus manos abrieron ligeramente mis nalgas y su miembro entró en mí una vez más; lo recibí con gusto, disfrutando su intrusión, lenta y tortuosa, llenándome completamente. Cuando estuvo completamente dentro, se inclinó hacia mí, sus manos apoyadas a los lados de mi cuerpo, contra el colchón, permitiéndole el apoyo suficiente para que, con sus piernas, se empujara hacía mí con mayor fuerza.
—Mi amor… — el aliento de Alejandro rozó mi oreja — levanta más… tú cadera…
A pesar de que era una orden, la manera de pedirlo, me hizo suspirar, obligándome a complacerlo, levantando mi cadera y ofreciéndome sin pudor; aún con mis ojos cerrados, sonreí contra la almohada y me aferré a las sábanas, tratando de mantenerme firme para recibirlo, pero me era imposible, cada arremetida de su parte, me empujaba fuertemente.
Mis gemidos se ahogaban contra la tela, ladee mi rostro y respiré con dificultad recibiendo cada embestida con infinito placer; a pesar de mi orgasmo anterior, la estimulación en mi interior, logró que volviera a excitarme con rapidez, mi sexo se tallaba contra las sabanas cada que Alex entraba y salía de mí. Un dolor delicioso que no podía evitar demostrar cuanto me fascinaba con una sonrisa en mis labios y pidiendo más, sin importar si se escuchaba o no mi voz.
Alejandro aumentó el ritmo y yo arquee mi espalda, presintiendo lo que se avecinaba, quería facilitar su trabajo y aumentar mi propio placer; Alex mordió uno de mis hombros y momentos después, su miembro palpitó, pude sentirlo completamente, liberando un chorro de su semen cada que sentía un pulso en mi interior, logrando que me sintiera satisfecho, pleno y por sobre todo, lleno de un placer indescriptible. Yo también volví a llegar al orgasmo ante todas esas emociones que me embriagaron, humedeciendo la sabana que estaba debajo de mi cuerpo.
Alejandro se recostó sobre mí, depositando besos en mi cuello y mordiendo mi oreja — delicioso — susurró — cómo siempre…
—Sí… — sonreí — me siento… — sentí mi rostro arder — completamente lleno…
La mano de Alejandro se abrió paso entre mi cuerpo y el colchón, llegando a mi abdomen, acariciando mi vientre con algo de rudeza.
—Y, ¿te gusta? — preguntó con cinismo — ¿se siente bien tener mi semen dentro de ti?
Cerré mis ojos nerviosamente — sí… — respondí en un susurro — me gusta… se siente rico…
Alejandro rió y lamió mi cuello — eso es, ‘conejo’… me gusta cuando dices lo que en verdad piensas y sientes — repartió besos por mi espalda y después intentó alejarse.
—No… — supliqué — no te salgas…
—Pero — sonrió — soy muy pesado para ti, mi amor…
—No me molesta… — aseguré — me gusta sentirte así, sobre mí… — mordí mi labio — dentro de mí… — especifiqué para complacer la vanidad y la voluntad de Alejandro, aunque seguía con mis ojos cerrados.
—Mejor te abrazo — siguió besando mi piel.
Un bostezo me hizo suspirar, estaba cansado — está… está bien… — accedí.
Alex me abrazó, haciéndome girar junto con él, quedamos ambos de lado; Alejandro seguía prodigándome cariños. Entre caricias y besos, el sueño me invadió plácidamente.
* * *
—Erick, despierta… Erick…
Me removí en la cama, buscando el calor de mi amante, sintiéndolo conmigo, pero cuando mis manos buscaron su piel, me encontré con la tela de una camiseta; entreabrí mis ojos un tanto confundido. Alejandro estaba vestido, a mi lado.
—¿Dormiste bien, ‘conejo’?
—Sí — bostecé — ¿por qué estás…?
—¿Vestido? — sonrió — por que la señora Josefina me regañó hace un rato…
—¿Te regañó? — pregunté confundido — ¿por qué?
—Porque no te he llevado a inyectar — acarició mi rostro con delicadeza — y dijo que, en tu estado, no debería cansarte mucho…
Mi rostro ardió y me hice un ovillo nervioso — ¿nos…? ¿Nos escuchó? — pregunté con vergüenza.
—Pues… — Alex sonrió de lado, divertido — no… — dijo al fin — no nos escuchó… tuvo mucho cuidado de no subir, hasta que yo bajé a tomar algo — besó mi cabello — es muy respetuosa, no te preocupes — eso me hizo suspirar un poco aliviado, pero aun así, me sentía apenado — ¿cómo te sientes?
—Bien… — sonreí.
—Entonces, ¿crees que puedas levantarte? — preguntó con delicadeza.
—Sí — asentí — pero… ¿a dónde vamos?
—Vamos a que te inyecten, necesitas el medicamento y después, iremos a comer...
—¿A comer?
—Son las dos de la tarde, ‘conejo’ — la mirada de Alex no se alejaba de mi rostro, me observaba con dulzura — además, le dije a la señora Josefina que no hiciera comida para que se fuera temprano, el tiempo no está muy bien para que ande fuera de su casa y también, porque saldríamos…
—Está bien — traté de incorporarme — debo volver a asearme…
—Te acompaño…
—No es necesario — sonreí — puedo bañarme solo…
—Sí, pero necesitas un trato especial aquí — su mano se movió y llegó a mi entrepierna, acariciando superficialmente — alguien necesita que le pase el rastrillo de nuevo — me guiño un ojo y eso me hizo sonrojar.
No pude negarme, Alex me acompañó al baño, me trató con suma delicadeza, limpiando mi cuerpo y aseándolo cómo siempre lo hacía; pero, esta vez, las atenciones las sentí aún más dulces, sutiles y cariñosas. Me besó una y otra vez de una forma tan apacible, que me hizo suspirar y rendirme a él, cada que sus labios se posaban en mi piel, de la forma más casta que podía.
Cuando salimos de la regadera, Alejandro me vistió primero, con una ropa que él eligió y después se vistió él. Bajamos varios minutos después a la planta baja, la señora Josefina ya se preparaba para irse.
—¿A dónde va? — Alejandro corrió a detenerla.
—Pues a mi casa, señor — sonrió.
—Así, ¿solita? — Alex levantó una ceja.
—Pues sí, así como vengo todos los días.
—No me refiero a eso — insistió — debe esperar a que venga Miguel y la lleve, ya se lo he dicho todos los días y especialmente hoy, que está lloviendo…
—Pero, no es necesario…
—Claro que sí… a ver, permítame.
Alejandro salió de la casa, después de tomar un paraguas para no mojarse y me dejó con la señora Josefina; ella me observó y sonrió cordial.
—No le dejé comida — dijo con calma — el señor Alejandro, dijo que lo llevaría a comer y cenar…
—Sí… sí… gracias — moví mis manos nervioso, tallando las palmas en mi pantalón.
—Por favor, señor Erick — se acercó a mí y me sujetó de la mano — cuídese, tome las medicinas, si no lo hace, puede empeorar…
—Lo haré — sonreí — no se preocupe.
—Por cierto, ya lavé la ropa de sus amigos, desde ayer, está en el primer cuarto de huéspedes.
—Muchas gracias, mañana que vengan se las daré… — en ese momento, algo cruzó mi mente, ya era viernes — por cierto, no le he pagado, discúlpeme de nuevo…
Iba a dar media vuelta para ir a buscar mi cartera, cuando la voz de ella me detuvo.
—No se preocupe, el señor Alejandro ya me pagó.
—¿Otra vez? — pregunté con susto.
—Sí, así que, tómelo con calma…
Alejandro regresó — tiene suerte — anunció — Miguel acaba de llegar, ahora sí, puede irse a casa.
—Gracias — sonrió — bueno, con permiso.
—Nosotros también nos vamos — Alex me sujetó de la mano.
Salimos los tres de la casa, después de agarrar otro paraguas; había empezado a llover con fuerza. La señora Josefina se fue en un automóvil, junto con Miguel y otra persona, mientras que Alejandro y yo, nos subimos al automóvil de él. El chofer era Julián y el copiloto, Agustín; ambos nos saludaron con mucho respeto, pero noté a Agustín un poco nervioso y pude imaginarme la razón.
En el camino, Alejandro recibió una llamada a su celular, la cual, imaginé que era de su secretaria, pero Alex le dio indicaciones para el siguiente día, también le avisó que iríamos al hotel por un momento. Me molestó saber exactamente a dónde iríamos, pero traté de controlarme, especialmente por el hecho de que él me había demostrado ese día, cuanto me amaba; así que al menos, debía intentar controlar mis celos.
* * *
La visita al hotel fue muy corta y realmente lo agradecí; solo fui a que una enfermera que trabajaba ahí me inyectara, misma que fue muy amable y por demás atenta. Al salir, a la gran estancia del hotel, nos encontramos con Antonio Elizondo.
—Alejandro — sonrió de una forma torcida — no pensé verte hoy, me acaba de decir Marisela que no quisiste que se hiciera la junta este día, ¿por qué? Yo mañana tenía algunos asuntos e incluso, ya había hablado con mi padre para…
—No tengo por qué darte explicaciones, Antonio — Alex lo miró altivamente — aún estoy en esta ciudad y mientras sea de esa manera, las cosas se hacen cuando yo quiera, no cuando tú las solicites y si se trata de tu padre, él debería saber muy bien cómo está la situación.
—Sí, ya veo — asintió, después me miró de soslayo — buenas tardes, señor Salazar — sonrió — ¿cómo le ha ido?
—Bien… — sonreí nervioso.
Alejandro me sujetó de la mano y me acercó a él, pasó una mano por mi cintura y con la mirada fulminó a Antonio — tenemos que irnos — aseguró — tú tienes trabajo, ¿no es así? Yo, tengo cosas que tratar con Erick…
Alejandro me guió a la salida y un escalofrío me recorrió la espalda, sentía la mirada de ese hombre sobre mí. Instintivamente me acerqué más a Alex, buscando su protección; él pasó su mano por mi hombro, satisfecho con mi comportamiento y además besó mi sien, sin importar si alguien nos miraba. En el estacionamiento, Julián y Agustín estaban esperándonos; Julián estaba muy serio, mientras que, Agustín, parecía tratar de hacerle plática, sin conseguirlo.
Varios minutos después llegamos a un restaurante, nos hicieron pasar a un pequeño privado ya preparado, con una mesa para dos personas; Julián y Agustín se quedaron fuera del privado, tomando una mesa para ellos.
Nos llevaron la carta y pedimos algo de comer, Alejandro, pidió para mí un café, al ver que yo no lo pedí por mi cuenta; sonreí ampliamente, él me sujetó la mano y me besó los dedos con suavidad.
—Me gusta cuando sonríes — me miró de una manera tan dulce, que un suspiro escapó de mis labios.
—Alex... — pasé saliva sintiendo el ardor en mis mejillas — ¿no crees que, estas siendo muy efusivo? — pregunté nervioso, mi mano tembló sin que él me soltara.
—¿Te molesta? — preguntó con una sonrisa tranquila y su mano libre se acercó a mi rostro — porque a mí no — aseguró acariciando mi mejilla con sutileza.
—Pero la gente podría empezar a hablar — desvié mi mirada — y… te meterías en problemas…
—¿Por qué? — levantó una ceja — estoy cortejando a mi futuro esposo, ¿por qué me metería en problemas?
Mi boca se abrió por la sorpresa, después me mordí el labio y traté de no reír debido a los nervios que me invadieron; mis piernas se movieron inquietas debajo de la mesa y sentí que la temperatura subió con rapidez, logrando que me sofocara, a pesar de que estaba lloviendo a cantaros en el exterior y hacía demasiado frío por la época.
—Está bien — accedí — supongo que, tienes razón… — Alejandro volvió a besar mi mano y yo traté de comportarme de manera normal.
En ese momento llegó la comida para ambos; debido a que me encontraba enfermo, lo primero que nos sirvieron fue una crema de verduras, la cual, debía admitir, tenía un buen sabor.
—Alex… — hablé con calma, era simple curiosidad, quizá no era importante, pero, quería hablar con él de algo diferente y que no tuviera que ver con nuestro futuro matrimonio — ¿por qué en esta ocasión no nos acompañó Miguel?
—Porque Agustín es tu guardaespaldas ahora — sonrió.
—Sí, pero, ¿eso que tiene que ver? — levanté una ceja confundido.
—Hoy iba a salir contigo, así que lo mejor era que Agustín nos acompañara.
—Pero, Julián y Miguel son tus guardaespaldas — bebí de mi café, el cual, a pesar de que no era de los mejores, me agradó su sabor, debido a la abstinencia matutina.
—Sí, ambos lo son — asintió — pero Julián es mi mano derecha en ese sentido y si Agustín será quien te cuide, lo lógico es que esté cerca de ti, siempre.
—¿Y Miguel?
Alejandro sonrió — Miguel está ayudando a… — guardó silencio y supe lo que no quería decirme.
—A Marisela — terminé la frase por él.
—Sí, a ella — suspiró cansado.
—¿Por qué Miguel?
—Porque confío en Miguel — me observó con seriedad — y si algo pasa alrededor de Marisela, él sabrá qué hacer… Marisela cree que alguien la está espiando, porque no sabe de qué manera alguien más se enteró de lo que hicimos, el día que salimos de la ciudad…
—Ya veo — dije desganado.
—Erick… — Alex colocó sus dedos en mi mentón, obligándome a verlo — ¿aún no confías en mí?
Lo observé con seriedad, suspiré resignado y traté de sonreír sin lograrlo — sí, confío en ti — respondí con debilidad — pero, tengo celos…
—‘Conejo’ tonto… creo que, tendré que demostrarte que no tienes por qué tener celos — el brillo tierno de sus ojos cambió a un destello cínico, pero no pude replicarle, pues en ese momento llevaban el plato principal a la mesa.
A Alejandro le sirvieron un plato con carne roja, ensalada, puré y pasta; el mío consistía en carne de pollo sin grasa, también con ensalada, puré y pasta. Repasé mi plato con mi vista y titubee.
—No sé si pueda comerlo completo — aseguré y mi mano se posó en mi garganta — aún me duele.
—Come lo que puedas…
Ambos empezamos a comer, pero en medio de la comida, recordé algo importante, al notar que pasaban unas personas con regalos, supuse que era alguna reunión de trabajo; las posadas y fiestas eran festejos normales en esas fechas. Con todo lo que había ocurrido, no había tenido tiempo de comprar los obsequios para mis amigos, ni para Alex.
—Alex…
—¿Sí? — indagó después de beber algo de jugo.
—Dime — sonreí nervioso — ¿qué te gustaría de navidad?
—¿Me quieres regalar algo? — preguntó un tanto sorprendido.
—Por supuesto — aseguré — quiero regalarte algo, después de todo — miré mi brazo izquierdo, a pesar de que no la podía ver, sentía el peso de la esclava en mi muñeca — tú me has dado muchos obsequios y… es navidad.
—Pero es tu cumpleaños — objetó — yo soy el que debería llenarte de regalos ese día.
—Alex, por favor — supliqué.
—Bien, sí quiero algo ese día…
—¡¿Qué cosa?! — pregunté con emoción.
—A ti… — respondió con cinismo.
Hice una mueca de enfado y lo miré con reproche — esto es serio Alex, quiero regalarte algo — dije con firmeza — después de todo, va a ser un día importante y no por ser mi cumpleaños…
—Y si no es por tu cumpleaños, ¿por qué sería importante?
—Porque ese día sabrás mi respuesta — llevé algo de comida a mi boca, sintiendo mis mejillas arder al responder.
—Tienes razón, te di hasta ese día para que te decidieras — Alex asintió — pero ya me respondiste y tu cuerpo respondió lo otro también — se relamió los labios al terminar su frase.
—¡Alex!
—Está bien, está bien — rió — en ese caso, yo también tengo algo importante que comprar para ese día…
—Pero quiero saber qué quieres de regalo — insistí — eres un hombre rico, puedes tener lo que quieras, eso me pone en un problema para buscar un regalo.
—Lo que tú quieras — sonrió con tranquilidad — lo que tú me des, será perfecto.
—Eso no me ayuda, Alex…
—Si me das un beso, con eso seré feliz — afirmó — porque mi mejor regalo serás tú — sonrió con ilusión — la primer navidad que pasaremos juntos, después de tantos años.
—Pero quiero obsequiarte algo — suspiré — algo que puedas usar… quizá no presumir, porque no sé si será lo suficientemente bueno, pero que te recuerde a mi…
—Regálame tus cuadros — sonrió — todos, los pondré en nuestra casa, en todas las paredes — habló con algo de emoción — sería algo que nadie más tendría…
—Ya te los regalé — negué — no puedo regalártelos de nuevo…
—Bueno, entonces… decide tú…
Suspiré resignado, estaba igual que al principio, así que tenía que tomarme el tiempo de comprarle algo; algo importante, algo bueno y que fuera un gran regalo. Durante toda la comida lo estudie, cada movimiento, cada acción, analizando sus accesorios, su ropa, lo que usaba o no, pero no podía pensar qué comprarle. Terminé mi plato aún ensimismado en mis pensamientos; me ofrecieron postre, pero lo rechacé, no me apetecía, así que Alex, pagó la cuenta y salimos de ahí.
Noté que Agustín estaba algo deprimido; Julián ni siquiera le dirigía la mirada, parecía molesto. Ambos subieron después de Alex y de mí; Julián encendió el automóvil, pero no avanzó.
—¿Quieres hacer algo especial? — Alex me abrazó.
—¿Cómo qué? — lo miré confundido.
—No sé, ir al cine, o a otro lado…
—¡El cine! — respondí con emoción — tengo mucho que no voy al cine y la semana pasada se estrenó la última parte de una trilogía de películas que me gusta mucho.
Alejandro sonrió — iremos al cine entonces.
Julián inició el trayecto, fuimos a una plaza comercial y llegamos a un cine algo exclusivo. Julián y Agustín también entraron a ver la película con nosotros, aunque se sentaron algo alejados de nosotros, pero juntos; debido al tipo de sala, Alex y yo nos sentamos muy juntos y la comodidad del sillón, así como la postura en la cual podíamos reclinarnos con comodidad, me tenía algo nervioso. También, cómo aún era algo temprano, no había mucha gente.
Un joven se acercó a nosotros ofreciéndonos algo de comer; aunque yo no pedí nada, Alex solicitó palomitas para ambos, saladas para él, caramelo para mí, también bebidas. Cuando la película empezó, me di cuenta que, no éramos los únicos en la sala; sin contar a Julián y Agustín, había otras dos parejas más y eso me puso inquieto, especialmente cuando Alejandro puso su mano sobre mi pierna, pero al notar que no hizo nada más, suspiré aliviado, o eso quise creer, ya que en el fondo, esperaba que Alejandro intentara algo más.
Casi a las siete de la tarde terminó la función; yo estaba feliz de haber visto esa película y cuando íbamos saliendo, me entretuve viendo la cartelera. Julián siguió a Alejandro, quien no se dio cuenta que me había retrasado, porque ni siquiera le avisé que me entretendría y Agustín se quedó cerca de mí, a pesar de que estaba serio, pude notar que en su mirada se notaba algo de tristeza. Momentos después, vi a Alex caminar hacia mí con algo de prisa.
—Te dije que no volvieras a alejarte de mí… — dijo con seriedad, pero al notar que Agustín estaba ahí, pareció respirar tranquilo — ¿quieres ver otra? — indagó curioso, después de recobrar la compostura.
—Sí — asentí — esta — señalé una de animación.
—Es infantil — Alex levantó una ceja desconcertado — ¿no prefieres esta, de terror?
—No — negué — la que quiero ver es infantil por lo tanto, no estará hasta tarde y además, no va a durar mucho, así que, al salir, podríamos ver esa, ¿no crees?
Alejandro accedió, volvimos a comprar boletos y nuevamente entramos a una sala especial. Al llegar, pude notar que en esta ocasión, Julián y Agustín no se sentaron juntos; Alejandro volvió a pedir palomitas, las cuales, aunque quise negarme, me trajeron momentos después, junto con un café. Era tan extraño comer palomitas de caramelo con café, pero era una experiencia nueva, así que no la desaproveché.
La función no duró mucho cómo predije, a pesar de que al inicio de la película pasaron un cortometraje extra, así que, al salir, entramos a la película de terror que Alejandro había recomendado. En la función tuvimos que cenar, debido a la hora, así que Alejandro pidió la carta y él comió pasta, mientras que yo, aproveche para cenar sushi, mismo que tenía tiempo que no comía.
Salí de ahí un tanto decepcionado; la película no estuvo tan buena cómo hubiera esperado, pero no podía quejarme, nunca quedaba satisfecho con las películas de terror. Era casi la una de la mañana, así que no había nada más que hacer por ese día y nos dirigimos a casa; Agustín dijo que se encargaría de mis hijos, por lo que no tuve que preocuparme por ellos esa noche. Él y Julián se quedarían a dormir ahí mismo, en las habitaciones de arriba.
El frío era intenso, lo que nos obligó a encender la calefacción de la habitación al llegar; antes de desvestirme, Alejandro me abrazó por detrás.
—¿Te gustó el día? — preguntó mordiendo mi oreja.
—Sí, mucho — sonreí.
—Me alegro — me hizo girar y empezó a desnudarme — mañana me iré temprano — anunció — tengo una junta que no puedo aplazar más, negocios importantes que atender y también, debo hablar con Ricardo.
—¿Ricardo? — cerré mis ojos dejándome llevar por las manos diestras de Alejandro, que me desnudaban y acariciaban a la vez — ¿quién es?
—El padre de Antonio — su voz denotó un poco de desagrado al decir su nombre.
—Si es su padre, debe ser un señor mayor, ¿por qué eres tan irrespetuoso de llamarlo por su nombre?
Alejandro sonrió de lado, mostrando una mueca de desprecio.
—El respeto se gana, ‘conejo’, y para mí, él no es nadie que merezca, ni mi respeto, ni mi consideración — aseguró — si tenemos tratos de socios es por cuestiones de conveniencia, él me necesita y por eso me buscó, pero como me interesan algunas cosas de sus empresas, decidí tenerlo a mi lado, porque aún me sirve de algo.
—Eso es algo cruel — dije con un poco de inquietud.
Alejandro me sujetó por el mentón y levantó mi rostro, viéndome directamente a los ojos — lo lamento — sonrió con tranquilidad — no quise decir las cosas así, pero las personas con las que tengo que tratar no son personas que merezcan tus consideraciones, pequeño ‘conejo’ — besó mis labios con ternura.
—¿Por qué lo dices?
—Porque no son buenas personas, nada más…
Alejandro me guió al vestidor, terminando de desvestirme y colocándome el pijama. Después, él empezó a desnudarse también.
—Alex — lo llamé antes de lavar mis dientes — mañana voy a salir…
—¿A dónde? — preguntó con interés.
—Voy a ir de compras…
—Pregunté, ¿a dónde?, no ¿a qué? — especificó con una sonrisa divertida.
—No lo sé, tal vez a un centro comercial o quien sabe, todo depende…
—¿Depende de qué? — insistió, pero al notar que ya había empezado a lavar mis dientes se limitó a terminar de cambiarse.
—Depende… — proseguía al terminar — de lo que vaya a comprar — me alcé de hombros — la próxima semana es navidad y tengo amigos a los que me gustaría darles un detalle, también compañeros de trabajo y — lo miré por el reflejo del espejo — una pareja, que no me quiso decir qué quería para navidad, ese será el regalo más difícil y puede que me lleve mucho tiempo encontrarlo.
Alex rió, se acercó a mí, me abrazó por la cintura recargando su barbilla en mi hombro y observándome, igual que yo, por el reflejo del espejo del baño — ¿por qué no esperas al domingo? Así puedo acompañarte.
—No — lo miré con enfado — se supone que debe ser sorpresa, qué caso tiene que veas lo que voy a comprarte.
—Pero mañana vienen tus amigos, ¿no es así? — insistió.
—Sí, pero puedo ir antes de que lleguen, normalmente están aquí en la tarde.
Alejandro respiró profundamente — está bien — sonrió con debilidad — pero, que te acompañe Agustín.
—No — negué — también quiero comprarle algo.
—No voy a permitir que vayas solo — aseguró — o te acompaña, o no vas…
Gruñí, mordí mi labio y cerré mis ojos para pensar — está bien — cedí — pero voy a tener problemas para que no se dé cuenta lo que compraré para él.
—Eso no importa — besó mi cuello — mientras estés seguro, lo demás, no importa…
Me giré, besándolo en los labios — te espero en la cama — dije en un susurró, pero Alejandro me abrazó con fuerza y me besó con pasión, al final, cuando se separó, había algo en su mirada que no podía describir — ¿te pasa algo, Alex?
—No… — negó con debilidad — no es nada, es solo que, me gustaría que no salieras mañana — insistió — es todo.
—¿Por qué? — sonreí y acaricié su rostro.
—No lo sé — suspiró — pero, es una sensación extraña, tal vez… sólo… no quiero que enfermes por el frío, al parecer, mañana podría nevar…
—De todos modos tengo que salir — aseguré — debo ir a que me inyecten, ¿o no?
—Está bien — accedió — pero no te entretengas mucho fuera de casa, ¿de acuerdo?
—De acuerdo…
Me despedí por el momento, para ir a la cama; Alejandro se quedó un poco más en el baño, terminando su aseo personal, momentos después, se acostó a mi lado, apagó la lámpara y me abrazó con ternura.
—Te amo, Erick — susurró.
—Yo también te amo, Alex…
* * *
- - - - -
—Erick, despierta — la voz suave de Alejandro me hizo removerme dentro de las cobijas, no quería despertar aún — vamos, ‘conejo’, tienes que desayunar — insistió, entreabrí mis ojos para verlo, Alejandro estaba sentado en la orilla de la cama, vestido con ropa informal y oscura.
—¿Qué hora…? — pregunté a media voz.
—Tienes una fijación con la hora — sonrió — son casi las diez — se recostó junto a mí — ¿cómo amaneciste, ‘conejo’? — susurró contra mis labios.
—Bien — sonreí.
—Aún no tienes voz — levantó una ceja — creo que no estás del todo bien.
—Pero me siento mejor — aseguré, aunque no era del todo cierto, suspiré y me moví para acostarme sobre su pecho — tenía que ir al trabajo hoy — me quejé — ayer fue un día muy ocupado.
—Lo sé — respondió — Lucía lo comentó en el hospital, pero, se comprometió a ir temprano para estar al pendiente por si algo sucedía… no ha llamado, así que, despreocúpate.
—Eso espero… — desvié la mirada, no quería que pasara otro incidente como el del día anterior — ¿qué vamos a desayunar?
—La señora Josefina está preparando avena y…
—¡Avena! — intenté levantar mi voz pero en vez de eso, disminuyó de tono y terminó casi en un sonido infantil.
—¡Ay, que tierno! — Alex me acercó hasta él y me besó en los labios.
—No es gracioso — dije al separarme, mi voz iba y venía, lo peor era que bajaba de tono, sin que yo pudiera evitar que se escuchara un tanto graciosa — odio la avena.
—¿En serio? — levantó una ceja — pues, tendrás que comer avena, es bueno para ti, tu cuerpo la necesita, así que no me importa si no te gusta, comerás, al menos un plato.
—No puedes obligarme — aseguré — solo tomaré café, si necesito tomar algo caliente, lo prefiero.
—¡Tú no tomarás café! — la voz de Alex me hizo estremecer — ayer tomaste suficientes tazas, cómo para sobrevivir sin él por un mes.
—No es cierto…
—Sí, lo es — sentenció molesto — Lucía me lo dijo, así que comerás avena, te guste o no.
Me crucé de brazos molesto, era la primera vez que me obligaban a comer algo que no quería, escudándose en el hecho de que estaba enfermo. La mano de Alex me sujetó por el mentón, obligándome a verlo a los ojos.
—Erick — habló con calma — me preocupas, ‘conejo’ — suspiró — sólo quiero que estés bien, ¿o a ti no te importa?
Apreté mis parpados y gruñí débilmente; Alejandro sabía cómo convencerme, sólo tenía que hablarme de esa manera y mirarme con ternura, fingida claro, pero para mí no importaba, de todas maneras me gustaba.
—Está bien… — accedí — comeré avena.
Alejandro se incorporó de la cama, se movió con rapidez, obligándome a recostarme y él quedó arriba de mí — así me gusta… — sonrió y lamio mi labio inferior — después, haremos lo que quieras — un suave gemido escapó de mis labios al escuchar esa proposición — claro, después de ir a que te inyecten, ahora vamos — me guiño el ojo, se levantó alejándose de la cama y ofreciéndome la mano — es hora que desayunes, la señora Josefina está muy preocupada por ti.
—¿Inyectarme? — lo miré con susto — ¿cómo que inyectarme?
—Te dieron medicamentos ayer y el antibiótico, es inyectado, por eso tenemos que ir a que lo hagan — se alzó de hombros como si no fuera importante — ahora, ¡vamos!, hay que desayunar.
—Pero… — dudé — ¡ah!, está bien, pero antes de bajar, quiero bañarme.
—Hace frío, te bañas más tarde — objetó.
—No — negué — de verdad, necesito asearme — aseguré — por favor…
Alejandro levantó una ceja, observándome con seriedad, pero un momento después sonrió de lado — está bien — accedió — supongo que te sientes algo sucio, ¿quieres que te acompañe?
—No — negué — no es necesario.
—Te espero abajo entonces — rozó mis labios con los suyos, en un beso delicado y salió de mi habitación.
Yo, por mi parte, fui al baño, me desvestí, me bañé y limpié muy bien mi cuerpo, el cual, desde el día anterior necesitaba aseo profundo; lavé mis dientes después de vestirme y cuando busqué mi esclava en el lugar donde siempre la dejaba, no la encontré. El susto me invadió, pero recordé que el día anterior, no recordaba haberla portado en el hospital; me coloqué las pantuflas con rapidez y bajé las escaleras corriendo.
Alejandro estaba en la barra desayunadora, platicando con la señora Josefina; mis hijos también estaban dentro de la casa e incluso, el cachorro andaba fuera de la caja, así que, cuando llegue a la planta baja, tuve que esquivarlos para ir a buscar mi maletín. Agustín me había dicho, la noche anterior, que mis cosas estaban ahí. Saqué todo con desespero, regándolo sobre un sillón, pero no había nada.
—No puede ser — susurré — ¿dónde está?
Alejandro se acercó hasta mi — ¿pasa algo? — preguntó con calma.
—Mi… mi…
Mi labio inferior tembló, me imaginé lo peor, quizá la había perdido; quizá se quedó en la cama del hospital o tal vez se me había caído en mi trabajo y debido a que estaba tan ocupado, no me había dado cuenta. Alejandro me observó sin entender, pero al ver mi desconcierto se hincó conmigo, a un lado de dónde estaba.
—¿Qué pasa? — su voz estaba llena de preocupación.
—No está… — dije sin más — no está mi esclava — terminé en un susurró a punto de romper en llanto.
Alejandro me abrazó y suspiró — ¿por eso estás así? — preguntó sin mucha emoción — debiste preguntarme antes — se movió y sacó del bolsillo de su pantalón la joya — toma — la colocó en mi muñeca izquierda, mientras yo respiraba aliviado — Agustín me la entregó ayer que llegué al hospital, dijo que no la había guardado en tu maletín, porque te la acababan de quitar cuando te desvistieron, para ponerte la bata.
Limpie mis ojos con mi mano y suspiré — lo siento… — me disculpé apenado — es que, pensé lo peor.
—¿Qué la habías perdido? — sonrió — no creo que seas tan descuidado… vamos, hora de que desayunes y después — me guiño el ojo — le pondremos nombre al ‘enano’.
El cachorro estaba buscando nuestra atención y yo asentí mientras le acariciaba la cabeza. Por fin, me di tiempo de saludar a todos mis hijos; les rasqué las orejas, la espalda e incluso el vientre cuando se acostaban a que los siguiera acariciando. Alejandro se puso de pie y me ayudó a levantarme, para ir al comedor.
—Señor Erick — la señora Josefina venía con un par de platos grandes y hondos, llenos de avena — usted solo da sustos, por eso siempre le he dicho que coma bien, ¿por qué no me hace caso?
—Ya se lo dijo Alex, ¿verdad?
—Y además, ¡está muy mal de la garganta! — exclamó con susto cuando escucho mi voz tan débil — voy por un remedio, para que se le pase un poco.
—Pero… — iba a detenerla cuando Alex acarició mi mano y negó con una sonrisa.
—Está muy preocupada por ti — aseguró — mejor, deja que te cuide.
—Está bien — suspiré resignado y observé mi plato, haciendo un gesto de desagrado al ver la avena.
—Antes de eso, a ver, abra la boca — la señora Josefina se acercó a mí con una cuchara en la mano.
—¿Qué es? — pregunté y me hice hacia atrás en mi silla.
—Usted no pregunte y cómalo — ordenó — que no voy a envenenarlo.
Alejandro estaba ahogando la risa, mientras comía la avena con gusto; abrí mi boca y la señora Josefina metió la cuchara, probé el contenido y relamí mis labios.
—Miel — susurré.
Alejandro me miró de soslayo y un destello pícaro cruzo sus ojos, mientras pasaba su lengua por su labio inferior, una clara provocación que me estremeció.
—Es miel con limón, eso le va a ayudar a ‘suavizar’ la garganta — ella dio media vuelta — ahora, desayune, le prepararé jugo de naranja para que tome sus pastillas y también, para que beba líquidos durante el día — después de esa indicación, se retiró nuevamente a la cocina.
—Está bien — asentí sumisamente y empecé mi desayuno.
Cada cucharada lograba que hiciera una mueca de desagrado, no me gustaba ni el sabor, ni la consistencia, pero tenía que comerlo. A medio desayuno, escuche el sonido de la cafetera; levanté la vista y una sonrisa curvó mis labios, por fin iba a tomar algo decente; pero esa sonrisa desapareció al ver que la señora Josefina me servía una taza pequeña.
—Ay, no… — exclamé con molestia.
Se acercó y me dejó una taza de té a un lado — ya se lo endulcé con miel — sonrió y se retiró.
—¿Por qué tengo que comer cosas que no me agradan, especialmente, cuando estoy enfermo?
—Porque si las comieras cuando estas sano, no enfermarías — Alex respondió con diversión.
Cuando al fin terminé mi desayuno, Alejandro tenía varios minutos sentado en la silla con los brazos cruzados, esperando pacientemente a que acabara el único plato de avena que me habían servido, cuando él había comido tres. La señora Josefina estaba barriendo; había sacado a mis hijos para realizar su trabajo sin interrupciones y también, dejó al cachorro en la caja.
Alex me sujetó de la mano — vamos a la sala — indicó.
—Aún no, jovencito — la voz de la señora Josefina se escuchó en el comedor, mientras caminaba a la barra de la cocina y regresaba hacia la mesa, con un vaso lleno de jugo de naranja, un vasito con dos pastillas y un frasco de jarabe — tome, son los medicamentos para el dolor, la tos, la fiebre y todo lo demás.
—Gracias… — sonreí nervioso mientras me tomaba las pastillas.
—Señor Alejandro, recuerde que el señor Erick debe inyectarse, si no lo hace, la infección no se irá y tardará más días en recuperarse — miró a Alex con seriedad, recibiendo el vaso vacío, que le devolví.
—Lo sé — asintió — ya lo tengo previsto, pero lo llevaré en un rato más — Alex se puso de pie y le palmeo el hombro — no se preocupe o le saldrán arrugas — bromeó.
La señora Josefina sonrió y volvió a sus labores, Alex me guiño el ojo y me ayudó a incorporarme de la silla; cuando me puse de pie, me di cuenta de algo, en lo cual, no había reparado cuando bajé con rapidez. El árbol navideño estaba como nuevo, una vez más estaba lleno de esferas y en la punta, una nueva estrella de cristal.
—Alex… — lo detuve junto conmigo — volviste a…
—Sí — sonrió — mandé comprar una nueva ayer, supuse que te sentirías mejor, anda — me apresuró — vamos a la sala.
Ambos nos sentamos en el sillón de tres plazas y Alex sacó al cachorro de la caja — tienes tres días sin elegir un nombre — lo puso en mis piernas — ya no podemos seguirle diciendo de maneras diferentes, así que ponle nombre, aquí y ahora.
—¿Por qué tanto interés en su nombre? — levanté la ceja.
—Porque necesita tener los documentos al día, si va a salir del país o ¿piensas dejarlo?
—Ah, eso… — mordí mi labio inferior, con lo que había pasado, no había tenido tiempo de hablar con Alejandro sobre mi trabajo.
Alex me observó con seriedad, notó que estaba nervioso, su mirada ensombreció y la clavó con frialdad, en mi — ¿pasa algo, Erick?
—No… no… — titubee — bueno… sí, creo que si… pero — miré hacia el comedor, dónde la señora Josefina estaba recogiendo los platos — me gustaría platicar contigo, a solas…
—Bien, ¿quieres hacerlo de una vez?
—Primero el nombre — sonreí nerviosamente y juguetee con el cachorro, necesitaba atrasar ese momento, no sabía cómo lo iba a tomar Alex — no sé, ¿tú qué piensas? Tiene cara de que será un perrito muy juguetón…
—Y muy peludo — a pesar de que Alex me apoyaba, su semblante me decía que no tenía mucho interés en ese preciso instante, supuse que era por lo que le había dicho.
—¿Qué tal ‘Rain’? — pregunté después de varios minutos de pensarlo.
—¿Rain? ¿Cómo lluvia?
—Sí, lo encontramos en un día lluvioso, además, es corto y me agrada — Alex hizo mueca de descontento — bueno, si no te gusta, dime un nombre tú — lo miré con sarcasmo.
—No, ‘Rain’ está bien — se puso de pie, abrió la puerta y salió sin decir una sola palabra más.
Me alcé de hombros y empecé a jugar con Rain, repitiéndole el nombre una y otra, y otra vez; el cachorro me miraba sin entender, moviendo su cabeza de un lado para el otro. Alejandro regresó momentos después.
—Bien, Agustín ira por la placa y a tramitar los documentos — estiró las manos — dame a Rain para que vaya a ponerle el chip.
—Pero, mis otros hijos no tienen chip, Rain no lo necesita — objeté.
—¿Quién dijo que los niños no tienen chip? — preguntó con media sonrisa en sus labios, dejándome boquiabierto.
Salió y cuándo volvió nuevamente, yo estaba esperándolo con los brazos cruzados — ¿cuándo les pusieron chip? — pregunté con enojo — y, ¿por qué no me lo dijiste?
—Porque hace algunos días, yo le dije a Agustín que se encargara de los documentos para nuestro próximo viaje y para que no haya problemas, necesitaban el chip — respondió sin darle importancia — te lo iba a decir, pero se me había olvidado.
—Ya veo… — entrecerré mis parpados — supongo que olvidas decirme cosas importantes, eso ya no me hace sentir tan mal…
Di media vuelta y me encaminé a las escaleras sin decir nada más, estaba notablemente molesto; Alex me siguió y llegamos momentos después a mi recamara. Me quedé de pie y Alejandro se acercó hasta mí.
—¿Por qué te molestas? — intentó abrazarme.
—Porque haces y dispones de todo lo que está a mi alrededor, sin siquiera tomarme en cuenta, eso no me agrada, Alejandro — me alejé de su abrazo.
—Tu dijiste que era tu dueño — su voz se volvió seria y me sujetó del brazo — dijiste que harías lo que quisiera y me diste total libertad para hacer con tu vida lo que me plazca.
Mi labio inferior tembló, eso me había molestado, moví mi brazo alejándolo de él — ¡es cierto! — respondí — lo dije — aseguré sin titubear — cada que tenemos sexo, lo digo una y otra vez… porque, a diferencia de ti, que no dices nada mientras me penetras, yo soy el único idiota que si permite que el placer y la lujuria, lo dominen, obligándome a ceder a tus caprichos, a tus deseos y ¡a tus órdenes!
Alejandro levantó una ceja — ¿qué te pasa, Erick? — se miraba consternado — me reclamas cómo si no demostrara que te amo y sólo te usara para mi placer…
—A veces, eso parece— reproché.
—¿Qué tengo que hacer para demostrarte que te amo de verdad?
Respiré hondo y me senté en la cama — lo siento — recargué mis codos en mis piernas — estoy molesto es todo…
—¿Todavía estás enojado por Marisela? — Alex se giró — ya te dije que…
—No… — lo interrumpí — es cierto, me molesta esa mujer, pero no es por eso que estoy así, es que… — Alejandro se acuclilló frente a mi buscando mi mirada — Alex… — susurré — ¿por qué les dijiste a todos tus trabajadores que soy tu prometido?
—Porque te considero de esa manera — respondió sin dudar — y quiero que ellos lo sepan, para que te cuiden y te protejan.
Miré al techo, era tan difícil seguir desde ese punto — Alex… — suspiré — yo sé que tú quieres que me vaya contigo y sé que te lo prometí, pero…
—¿Pero…? — la voz de Alejandro se hizo más grave.
—Pero… — mordí mi labio nerviosamente — yo… — no sabía cómo decirlo, así que, lo dije sin más — no sé si pueda.
—No tienes opción — aseguró.
—Alejandro… — suspiré cansado — tú tienes tu vida, tienes un trabajo, tienes cosas qué hacer y yo también… tú me pides que abandone todo esto, mi empleo, mis amigos… mi vida… ¿cómo esperas que lo haga?
Alejandro se puso de pie, escuché como liberó el aire por la nariz, en un instante, de forma molesta.
—¿Por qué estás diciéndome esto ahora? — me observó con frialdad — hasta hace unos días, estabas de acuerdo con irte conmigo.
—No estaba de acuerdo — alegué.
—¡Lo estabas! — entrecerró los ojos y me miró con molestia — te dije lo que quería, lo que anhelaba — su voz era casi un susurro, pero se notaba la ira reflejada en su tono — te dije que quería que nos casáramos, que nos fuéramos a otro país y que adoptáramos niños… te dije mis planes y ¡no los rechazaste!
—¡Pero tampoco los acepté! — aseguré — te dije que tenía que pensarlo.
Alejandro caminó en círculos y después, volvió a ponerse frente a mí — ¿me estás diciendo que no quieres irte conmigo? — su mirada, su voz, su semblante, la manera en la que hizo la pregunta me estremeció.
—No es eso… — titubee.
—Al grano, Erick.
—Es que… — respiré agitado — no lo sé…
—¿Qué es lo que no sabes? — preguntó entre dientes, parecía demasiado tenso, estaba conteniendo el enojo, era notorio.
—Alex… — cerré mis ojos, no quería decir que tenía miedo, incertidumbre, duda, así que, terminé por decir lo último que me había perturbado — me ofrecieron otro puesto en mi empleo — suspiré — quieren que me vaya a Canadá por un año, es un puesto importante y…
—¿Y tú prefieres tu empleo a estar conmigo? — Alejandro apretó los puños — ¡¿eso es lo que quieres decirme?!
—¿Acaso no es lo mismo que tú haces? — pregunté con molestia — a pesar de que dices que me quieres y que deseas estar conmigo, no hablas de dejar tu empleo o quedarte a mi lado, al contrario, esperas que yo deje todo para irme contigo.
—Es diferente, Erick… — pasó su mano por su frente.
—Diferente, ¿qué es diferente?
—¡Mi trabajo no es solo cuidar de unos tontos servidores y ya!
Me puse de pie molesto — ¿me estás diciendo que mi carrera, mi trabajo y todo lo que yo soy, no es importante, a comparación de lo que tú eres? — pregunté mientras apretaba mis puños.
Alejandro pareció darse cuenta de su error — no quise decir eso — negó — pero… no lo entiendes…
—No lo entiendo porque no me lo explicas — aseguré.
—Te dije que te explicaría todo, cuando nos fuéramos de aquí — levantó una ceja observándome con seriedad.
—¿Por qué hasta entonces? — pregunte y caminé hasta el otro lado de la cama alejándome de él — ¿por qué tiene que ser como mejor te conviene?
Alejandro movió sus manos y las pasó por su cabello en un momento de frustración — Erick… — se quedó en silencio y me observó con ansiedad, su mirada me decía que tenía miedo, algo le preocupaba — no voy a permitir que te alejes de mí — susurró — no puedo hacerlo… no quiero hacerlo… — sentenció con ansiedad.
—¿Eso es todo? — moví mis manos frustrado — ¡¿es todo lo que puedes decirme?! No vas a explicarme, no vas a decirme nada, simplemente no quieres que me aleje de ti, ¿esa es tu respuesta a todo? — guardé silencio, no podía comprenderlo — creo que… creo que falta comunicación en esta relación y así… así no puedo irme contigo.
Alejandro caminó hasta mí y su mano acarició mi rostro — ¿en serio crees que falta comunicación? — preguntó y se acercó a mis labios — nuestros cuerpos se entienden muy bien… — susurró y me estremecí ante la calidez de su aliento — cada milímetro de tu piel… — sus manos me abrazaron por la cintura mientras acercaba su rostro a mi oído — sabe todo, lo que tu mente no quiere aceptar…
—Alex… — mis manos se aferraron a su camiseta y un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando mordisqueó el lóbulo de mi oreja — no… — mordí mi labio — no puedo… — aseguré — quiero saber todo, lo necesito — supliqué y él sonrió contra mi oído.
—Lo sabrás… — aseguró — te lo diré, no te ocultaré nada, pero, sólo confía en mi unos días más, Erick… sólo unos días más… — repitió con ansiedad.
—¿Por qué…? Sólo dime el por qué… — supliqué.
—Porque… — se quedó en silencio unos momentos — porque no quiero que me odies…
—¿Por qué te odiaría? — busqué su mirada, necesitaba entender sus palabras.
—Te lo dije el primer día que estuvimos juntos… he hecho cosas… cosas horribles, cosas imperdonables y… me da miedo perderte — puso su frente contra la mía — eres lo único bueno de mi vida — dijo con sinceridad — todo lo que te rodea es digno, puro — sus manos acariciaron mi rostro — porque tu corazón y alma están limpios, son nobles, llenos de bondad y eso, Erick, es lo que te hace único, eres diferente a mí y eres la única persona que puede salvar mi alma, de todo lo que me rodea…
—Alex… — moví mi mano y acaricié su mejilla, Alejandro movió su rostro y ahondó la caricia, cerrando sus ojos — a veces me da miedo — me sinceré en un susurro — lo que dices… lo que haces… lo que sucede a tu alrededor… — mi labio tembló — pero… sé que, cualquier cosa que hayas hecho o hagas, no importa qué, sé que no será tan malo cómo lo planteas y ten por seguro que no me importará, porque mi corazón y alma te pertenecen… nada lo va a cambiar…
Sonrió, pero fue una sonrisa algo amarga — espero que no te arrepientas nunca de lo que me estás diciendo, Erick…
Negué — ¡jamás! — aseguré, busqué su mano y la llevé a mi pecho, sobre mí corazón — siempre ha sido tuyo y… pase lo que pase, será tuyo hasta mi muerte... te lo prometo…
Alejandro se acercó a mí, besó mis labios — Erick… — susurró — esto es importante para mí, sé sincero en tu respuesta, es todo lo que te pido — mientras iba hablando me empujó delicadamente contra la cama, obligándome a sentarme en el colchón, después me recostó y quedó sobre mí — ¿deseas irte conmigo? — preguntó, sus palabras y su mirada denotaban la necesidad de saber mi respuesta en ese preciso instante — responde sin miedo, sin que te nuble la pasión cómo dijiste hace un instante, sin que sea sólo por el momento… necesito saber lo que en verdad deseas…
Su mano aún se encontraba en mi pecho, justo en el lugar dónde yo la había puesto; mi mano estaba sobre la suya e incluso yo, podía notar los latidos acelerados de mi corazón. No podía mentirle, era imposible, yo ya lo había decidido, pero tenía miedo de decirlo, desde que lo volví a encontrar, ya tenía la respuesta a esa pregunta; desde el día que desayunamos juntos por primera vez, cuando el miedo me invadió al pensar que se iría de mi lado y no volvería a verlo nuevamente; cuando mi corazón quiso correr para alcanzarlo y aferrarse a él sin importar nada; desde ahí y en adelante, yo ya tenía una respuesta.
—Sí — respondí sin titubear — deseo irme contigo, deseo estar contigo, siempre…
Alejandro sonrió, besó nuevamente mis labios, solamente un roce, un beso delicado, dulce, suave, al cual me rendí lentamente cerrando mis ojos; mis manos buscaron su cuello, después juguetee con su cabello y él, empezó a profundizar el beso con suma lentitud. Su mano en mi pecho se movió, acarició mi costado, deteniéndose en mi cintura y ejerció presión sobre mi piel.
—Abre los ojos… — pidió cuando se alejó un poco — mírame.
Entreabrí mis parpados, obedeciéndolo con vehemencia; él sonrió y me observó sin decir una sola palabra, su verde mirar estaba fijo en mis ojos, tan cerca que, podía verme reflejado en esas hermosas esmeraldas; sentía que podía quedarme de esa manera por toda la eternidad y estaría en el paraíso.
—Erick… — su voz tenía un tinte distinto, el brillo en sus ojos y su semblante sereno me envolvieron en un instante de paz — quería esperar… — suspiró — quería preparar algo diferente pero… — titubeó, sentí un ligero estremecimiento en su cuerpo, parecía temblar — en realidad, quería prepararme yo…
—¿Qué pasa…? — moví mi mano hasta colocarla en su mejilla, él la sujetó y la besó.
—Erick… — sonrió de lado y sus labios temblaron — Erick… — repitió, parecía dudar.
—Alex — sonreí confundido — pareces nervioso.
—Lo estoy… — aseguró, respiró profundamente, cerró sus ojos unos segundos y después prosiguió con seriedad — Erick, cásate conmigo.
Parpadee sorprendido, sentí que el color abandonó mi rostro por un instante y después, cuando mi mente asimiló lo que me había dicho, sentí mi piel arder; mis labios se entreabrieron, desvié la mirada, y sonreí.
—Ahora, el nervioso soy yo… — respondí con un temblor notorio en mi voz y una risita alterada me asaltó.
—¿En serio? Eso me hace sentir mejor.
No dije nada, me quede en silencio, tratando de ocultar mi sonrisa nerviosa; ladee el rostro, mordí mi labio y me reí nuevamente. Alejandro estaba serio, observando mis movimientos, mis cambios.
—Erick…
—¿Sí? — pregunté sin mirarlo.
—Respóndeme…
—Dije que me quiero ir contigo — sonreí — ¿en serio necesitas que te responda?
—Sí — movió su mano colocándola en mi mentón y me obligó a verlo — necesito tu respuesta, antes de poseerte — sus palabras eran cínicas — para que no digas que sólo lo dijiste por decir.
Puse mi dedo sobre sus labios y lo miré divertido — tendrás la respuesta de mí, para que te sientas seguro — afirmé — pero, no será hoy.
—¿Por qué? — levantó una ceja.
—Porque, así, estamos a mano — le guiñé un ojo.
—‘Conejo’ — sonrió de lado con algo de maldad y besó mis labios — el problema es, que yo no puedo esperar para hacerte mío — bajó a mi cuello y mordió mi piel, logrando que soltara un grito débil.
Su mano recorrió mi pecho, descendiendo hasta encontrar el inicio de mi camiseta y buscó la manera de llegar a mi piel; gemí cuando sus dedos acariciaron insistentes, uno de mis pezones.
—No… — traté de alejarlo — la señora Josefina… — hablé con rapidez — está abajo… puede… puede oírnos… — mi voz tembló.
—¿Oírnos? — rió — normalmente tú eres el ruidoso, pero ahora no tienes suficiente voz — Alejandro no se alejó, se entretuvo en el lóbulo de mi oreja, mordiendo con delicadeza — además, no importa — susurró — no creo que diga algo, ella sabe lo que sucede… — sonrió — no es tonta… — su lengua se introdujo a mi oído, humedeciendo con su saliva y logrando que gimiera un poco más — recuerda que ella limpia tu cuarto, lava tus sabanas sucias, manchadas con las pruebas de nuestras noches de pasión, de la lujuria que se apodera de ambos y nos lleva a la locura…
—No… — la vergüenza me invadió, mordí mi labio y cerré mis ojos, me aferré a su camiseta cuando sentí que su mano bajaba, acariciando mi sexo por encima del pantalón — no digas eso… — sollocé — Alex…
—¿Qué cosa? — ladeó su rostro observándome con diversión — ¿no quieres que diga la verdad?
—No así — mi voz se perdió en un murmullo — es… es indecente…
—¿Indecente? — lamió mi mejilla — no importa, se siente bien admitirlo, ¿no es así? ¿No te agrada que todos sepan que eres mío?
—Sí — temblé — pero… pero me da pena con la señora Josefina…
—Entonces ¿no quieres que siga? — su lengua bajó nuevamente por mi cuello, lamiendo insistente — bueno… — se alejó de mí sacando su mano, incorporándose con lentitud.
Sin pensar, me aferré con rapidez a la manga de su camiseta — ¡no! — negué — no te vayas…
—Decídete, ‘conejo’ — Alex me miró de soslayo y sonrió — ¿quieres que tengamos sexo o no?
Mordí mi labio — sí — susurré.
—Creo que no te escuché… — ladeó el rostro, fingiendo demencia.
—Si quiero…
—¿Si quieres, qué? — insistió, Alex estaba jugando conmigo, era obvio, pero yo ya había caído en su telaraña y no iba a poder salir de ahí con facilidad.
—Quiero… — sentí mi rostro arder — quiero tener sexo contigo… — ladee mi rostro y cerré mis ojos, avergonzado.
Sentí a Alex moverse, acercándose nuevamente a mí — bien, tendremos sexo — aseguró — no importa que no puedas gritar, sé que habrá otra manera de que demuestres, que lo estás disfrutando.
Alejandro no me permitió pensar nada más, con destreza me desvistió dejándome desnudo ante él, sus manos y lengua recorrieron mi piel con rapidez, abarcando casi todo lo que estaba a su alcance; cerré mis ojos instantes después, al sentir sus atenciones en mi sexo. Alex logró que mi erección se presentara con suma rapidez, debido a su boca y lengua; un dedo invasor exploró mi interior con insistencia, un camino que ya había recorrido con anterioridad, pero aun así, siempre se esforzaba por reconocer una y otra vez, hasta que él quedaba satisfecho con mis reacciones.
—Alex — gemí — voy a… voy a…
Mis manos apresaron las sabanas que estaban debajo de mí y mi espalda se arqueo; eso había sido demasiado rápido, incluso para mí, pero había sido maravilloso que me permitiera llegar al orgasmo con facilidad. Alejandro recibió mi semen en su boca y tragó con deleite; relamió sus labios cuando se alejó de mi entrepierna, mirándome con un destello de lujuria. Yo quedé en la cama, con los ojos entrecerrados y algunas lágrimas amenazando con escapar de mis ojos.
—Tu sabor me agrada, ‘conejo’ — se incorporó de la cama, quitándose la ropa — pero, aún falta lo mejor…
Sentir el cuerpo de Alejandro sobre mí, me hizo suspirar; su sexo erecto rozó el mío, que se encontraba en reposo después de haber llegado al orgasmo y la sensación producida me estremeció de pies a cabeza. Alex besó mi pecho, mi cuello y hombros, mientras abría mis piernas, acomodándose entre ellas, dejando la punta de su miembro en mi entrada.
—Te amo, Erick…
Abrí mis ojos observándolo con sorpresa, pero no pude evitar cerrarlos al sentir su intrusión en mí, abriéndose paso con lentitud; Alex me besó con pasión y yo le respondí con el mismo deseo. A pesar de estar cansado y sentir ese dolor en mi interior, causado por la sensibilidad gracias a mi reciente orgasmo, me entregué a Alejandro cómo él lo merecía, completo, sin inhibiciones, ofreciendo mi cuerpo y mi alma en ese momento. Quería responder su pregunta, quería demostrarle con mi cuerpo, lo que me obligaba a callar por orgullo.
Alejandro arreció sus movimientos, llegando aún más profundo, entrando y saliendo con rapidez, obligándome a gemir contra sus labios; él se alejó y sonrió, ahora, mis gemidos se escuchaban en la habitación, no tan fuertes como siempre que lo hacíamos, pero aun así, podían escucharse en la alcoba. Alex se incorporó, levantó mis piernas, acariciándolas suavemente con las yemas de sus dedos, lamiendo mis pantorrillas y mordiendo mis talones; cada mordida, me producía una sacudida que estremecía mi cuerpo y contraía mi interior.
—¡Alex! — un grito agudo escapo de mi garganta, casi a media voz, cuando él salió de mi interior con rapidez.
No respondió, se lanzó contra mí, besando mis labios, buscando con su lengua la mía, con algo de desesperación — suenas… adorable… — susurró contra mis labios, mientras su lengua limpiaba la saliva que había quedado en ellos.
Me hizo girar contra el colchón, dejando mi cuerpo completamente boca abajo, apenas quedé listo, sus manos abrieron ligeramente mis nalgas y su miembro entró en mí una vez más; lo recibí con gusto, disfrutando su intrusión, lenta y tortuosa, llenándome completamente. Cuando estuvo completamente dentro, se inclinó hacia mí, sus manos apoyadas a los lados de mi cuerpo, contra el colchón, permitiéndole el apoyo suficiente para que, con sus piernas, se empujara hacía mí con mayor fuerza.
—Mi amor… — el aliento de Alejandro rozó mi oreja — levanta más… tú cadera…
A pesar de que era una orden, la manera de pedirlo, me hizo suspirar, obligándome a complacerlo, levantando mi cadera y ofreciéndome sin pudor; aún con mis ojos cerrados, sonreí contra la almohada y me aferré a las sábanas, tratando de mantenerme firme para recibirlo, pero me era imposible, cada arremetida de su parte, me empujaba fuertemente.
Mis gemidos se ahogaban contra la tela, ladee mi rostro y respiré con dificultad recibiendo cada embestida con infinito placer; a pesar de mi orgasmo anterior, la estimulación en mi interior, logró que volviera a excitarme con rapidez, mi sexo se tallaba contra las sabanas cada que Alex entraba y salía de mí. Un dolor delicioso que no podía evitar demostrar cuanto me fascinaba con una sonrisa en mis labios y pidiendo más, sin importar si se escuchaba o no mi voz.
Alejandro aumentó el ritmo y yo arquee mi espalda, presintiendo lo que se avecinaba, quería facilitar su trabajo y aumentar mi propio placer; Alex mordió uno de mis hombros y momentos después, su miembro palpitó, pude sentirlo completamente, liberando un chorro de su semen cada que sentía un pulso en mi interior, logrando que me sintiera satisfecho, pleno y por sobre todo, lleno de un placer indescriptible. Yo también volví a llegar al orgasmo ante todas esas emociones que me embriagaron, humedeciendo la sabana que estaba debajo de mi cuerpo.
Alejandro se recostó sobre mí, depositando besos en mi cuello y mordiendo mi oreja — delicioso — susurró — cómo siempre…
—Sí… — sonreí — me siento… — sentí mi rostro arder — completamente lleno…
La mano de Alejandro se abrió paso entre mi cuerpo y el colchón, llegando a mi abdomen, acariciando mi vientre con algo de rudeza.
—Y, ¿te gusta? — preguntó con cinismo — ¿se siente bien tener mi semen dentro de ti?
Cerré mis ojos nerviosamente — sí… — respondí en un susurro — me gusta… se siente rico…
Alejandro rió y lamió mi cuello — eso es, ‘conejo’… me gusta cuando dices lo que en verdad piensas y sientes — repartió besos por mi espalda y después intentó alejarse.
—No… — supliqué — no te salgas…
—Pero — sonrió — soy muy pesado para ti, mi amor…
—No me molesta… — aseguré — me gusta sentirte así, sobre mí… — mordí mi labio — dentro de mí… — especifiqué para complacer la vanidad y la voluntad de Alejandro, aunque seguía con mis ojos cerrados.
—Mejor te abrazo — siguió besando mi piel.
Un bostezo me hizo suspirar, estaba cansado — está… está bien… — accedí.
Alex me abrazó, haciéndome girar junto con él, quedamos ambos de lado; Alejandro seguía prodigándome cariños. Entre caricias y besos, el sueño me invadió plácidamente.
* * *
—Erick, despierta… Erick…
Me removí en la cama, buscando el calor de mi amante, sintiéndolo conmigo, pero cuando mis manos buscaron su piel, me encontré con la tela de una camiseta; entreabrí mis ojos un tanto confundido. Alejandro estaba vestido, a mi lado.
—¿Dormiste bien, ‘conejo’?
—Sí — bostecé — ¿por qué estás…?
—¿Vestido? — sonrió — por que la señora Josefina me regañó hace un rato…
—¿Te regañó? — pregunté confundido — ¿por qué?
—Porque no te he llevado a inyectar — acarició mi rostro con delicadeza — y dijo que, en tu estado, no debería cansarte mucho…
Mi rostro ardió y me hice un ovillo nervioso — ¿nos…? ¿Nos escuchó? — pregunté con vergüenza.
—Pues… — Alex sonrió de lado, divertido — no… — dijo al fin — no nos escuchó… tuvo mucho cuidado de no subir, hasta que yo bajé a tomar algo — besó mi cabello — es muy respetuosa, no te preocupes — eso me hizo suspirar un poco aliviado, pero aun así, me sentía apenado — ¿cómo te sientes?
—Bien… — sonreí.
—Entonces, ¿crees que puedas levantarte? — preguntó con delicadeza.
—Sí — asentí — pero… ¿a dónde vamos?
—Vamos a que te inyecten, necesitas el medicamento y después, iremos a comer...
—¿A comer?
—Son las dos de la tarde, ‘conejo’ — la mirada de Alex no se alejaba de mi rostro, me observaba con dulzura — además, le dije a la señora Josefina que no hiciera comida para que se fuera temprano, el tiempo no está muy bien para que ande fuera de su casa y también, porque saldríamos…
—Está bien — traté de incorporarme — debo volver a asearme…
—Te acompaño…
—No es necesario — sonreí — puedo bañarme solo…
—Sí, pero necesitas un trato especial aquí — su mano se movió y llegó a mi entrepierna, acariciando superficialmente — alguien necesita que le pase el rastrillo de nuevo — me guiño un ojo y eso me hizo sonrojar.
No pude negarme, Alex me acompañó al baño, me trató con suma delicadeza, limpiando mi cuerpo y aseándolo cómo siempre lo hacía; pero, esta vez, las atenciones las sentí aún más dulces, sutiles y cariñosas. Me besó una y otra vez de una forma tan apacible, que me hizo suspirar y rendirme a él, cada que sus labios se posaban en mi piel, de la forma más casta que podía.
Cuando salimos de la regadera, Alejandro me vistió primero, con una ropa que él eligió y después se vistió él. Bajamos varios minutos después a la planta baja, la señora Josefina ya se preparaba para irse.
—¿A dónde va? — Alejandro corrió a detenerla.
—Pues a mi casa, señor — sonrió.
—Así, ¿solita? — Alex levantó una ceja.
—Pues sí, así como vengo todos los días.
—No me refiero a eso — insistió — debe esperar a que venga Miguel y la lleve, ya se lo he dicho todos los días y especialmente hoy, que está lloviendo…
—Pero, no es necesario…
—Claro que sí… a ver, permítame.
Alejandro salió de la casa, después de tomar un paraguas para no mojarse y me dejó con la señora Josefina; ella me observó y sonrió cordial.
—No le dejé comida — dijo con calma — el señor Alejandro, dijo que lo llevaría a comer y cenar…
—Sí… sí… gracias — moví mis manos nervioso, tallando las palmas en mi pantalón.
—Por favor, señor Erick — se acercó a mí y me sujetó de la mano — cuídese, tome las medicinas, si no lo hace, puede empeorar…
—Lo haré — sonreí — no se preocupe.
—Por cierto, ya lavé la ropa de sus amigos, desde ayer, está en el primer cuarto de huéspedes.
—Muchas gracias, mañana que vengan se las daré… — en ese momento, algo cruzó mi mente, ya era viernes — por cierto, no le he pagado, discúlpeme de nuevo…
Iba a dar media vuelta para ir a buscar mi cartera, cuando la voz de ella me detuvo.
—No se preocupe, el señor Alejandro ya me pagó.
—¿Otra vez? — pregunté con susto.
—Sí, así que, tómelo con calma…
Alejandro regresó — tiene suerte — anunció — Miguel acaba de llegar, ahora sí, puede irse a casa.
—Gracias — sonrió — bueno, con permiso.
—Nosotros también nos vamos — Alex me sujetó de la mano.
Salimos los tres de la casa, después de agarrar otro paraguas; había empezado a llover con fuerza. La señora Josefina se fue en un automóvil, junto con Miguel y otra persona, mientras que Alejandro y yo, nos subimos al automóvil de él. El chofer era Julián y el copiloto, Agustín; ambos nos saludaron con mucho respeto, pero noté a Agustín un poco nervioso y pude imaginarme la razón.
En el camino, Alejandro recibió una llamada a su celular, la cual, imaginé que era de su secretaria, pero Alex le dio indicaciones para el siguiente día, también le avisó que iríamos al hotel por un momento. Me molestó saber exactamente a dónde iríamos, pero traté de controlarme, especialmente por el hecho de que él me había demostrado ese día, cuanto me amaba; así que al menos, debía intentar controlar mis celos.
* * *
La visita al hotel fue muy corta y realmente lo agradecí; solo fui a que una enfermera que trabajaba ahí me inyectara, misma que fue muy amable y por demás atenta. Al salir, a la gran estancia del hotel, nos encontramos con Antonio Elizondo.
—Alejandro — sonrió de una forma torcida — no pensé verte hoy, me acaba de decir Marisela que no quisiste que se hiciera la junta este día, ¿por qué? Yo mañana tenía algunos asuntos e incluso, ya había hablado con mi padre para…
—No tengo por qué darte explicaciones, Antonio — Alex lo miró altivamente — aún estoy en esta ciudad y mientras sea de esa manera, las cosas se hacen cuando yo quiera, no cuando tú las solicites y si se trata de tu padre, él debería saber muy bien cómo está la situación.
—Sí, ya veo — asintió, después me miró de soslayo — buenas tardes, señor Salazar — sonrió — ¿cómo le ha ido?
—Bien… — sonreí nervioso.
Alejandro me sujetó de la mano y me acercó a él, pasó una mano por mi cintura y con la mirada fulminó a Antonio — tenemos que irnos — aseguró — tú tienes trabajo, ¿no es así? Yo, tengo cosas que tratar con Erick…
Alejandro me guió a la salida y un escalofrío me recorrió la espalda, sentía la mirada de ese hombre sobre mí. Instintivamente me acerqué más a Alex, buscando su protección; él pasó su mano por mi hombro, satisfecho con mi comportamiento y además besó mi sien, sin importar si alguien nos miraba. En el estacionamiento, Julián y Agustín estaban esperándonos; Julián estaba muy serio, mientras que, Agustín, parecía tratar de hacerle plática, sin conseguirlo.
Varios minutos después llegamos a un restaurante, nos hicieron pasar a un pequeño privado ya preparado, con una mesa para dos personas; Julián y Agustín se quedaron fuera del privado, tomando una mesa para ellos.
Nos llevaron la carta y pedimos algo de comer, Alejandro, pidió para mí un café, al ver que yo no lo pedí por mi cuenta; sonreí ampliamente, él me sujetó la mano y me besó los dedos con suavidad.
—Me gusta cuando sonríes — me miró de una manera tan dulce, que un suspiro escapó de mis labios.
—Alex... — pasé saliva sintiendo el ardor en mis mejillas — ¿no crees que, estas siendo muy efusivo? — pregunté nervioso, mi mano tembló sin que él me soltara.
—¿Te molesta? — preguntó con una sonrisa tranquila y su mano libre se acercó a mi rostro — porque a mí no — aseguró acariciando mi mejilla con sutileza.
—Pero la gente podría empezar a hablar — desvié mi mirada — y… te meterías en problemas…
—¿Por qué? — levantó una ceja — estoy cortejando a mi futuro esposo, ¿por qué me metería en problemas?
Mi boca se abrió por la sorpresa, después me mordí el labio y traté de no reír debido a los nervios que me invadieron; mis piernas se movieron inquietas debajo de la mesa y sentí que la temperatura subió con rapidez, logrando que me sofocara, a pesar de que estaba lloviendo a cantaros en el exterior y hacía demasiado frío por la época.
—Está bien — accedí — supongo que, tienes razón… — Alejandro volvió a besar mi mano y yo traté de comportarme de manera normal.
En ese momento llegó la comida para ambos; debido a que me encontraba enfermo, lo primero que nos sirvieron fue una crema de verduras, la cual, debía admitir, tenía un buen sabor.
—Alex… — hablé con calma, era simple curiosidad, quizá no era importante, pero, quería hablar con él de algo diferente y que no tuviera que ver con nuestro futuro matrimonio — ¿por qué en esta ocasión no nos acompañó Miguel?
—Porque Agustín es tu guardaespaldas ahora — sonrió.
—Sí, pero, ¿eso que tiene que ver? — levanté una ceja confundido.
—Hoy iba a salir contigo, así que lo mejor era que Agustín nos acompañara.
—Pero, Julián y Miguel son tus guardaespaldas — bebí de mi café, el cual, a pesar de que no era de los mejores, me agradó su sabor, debido a la abstinencia matutina.
—Sí, ambos lo son — asintió — pero Julián es mi mano derecha en ese sentido y si Agustín será quien te cuide, lo lógico es que esté cerca de ti, siempre.
—¿Y Miguel?
Alejandro sonrió — Miguel está ayudando a… — guardó silencio y supe lo que no quería decirme.
—A Marisela — terminé la frase por él.
—Sí, a ella — suspiró cansado.
—¿Por qué Miguel?
—Porque confío en Miguel — me observó con seriedad — y si algo pasa alrededor de Marisela, él sabrá qué hacer… Marisela cree que alguien la está espiando, porque no sabe de qué manera alguien más se enteró de lo que hicimos, el día que salimos de la ciudad…
—Ya veo — dije desganado.
—Erick… — Alex colocó sus dedos en mi mentón, obligándome a verlo — ¿aún no confías en mí?
Lo observé con seriedad, suspiré resignado y traté de sonreír sin lograrlo — sí, confío en ti — respondí con debilidad — pero, tengo celos…
—‘Conejo’ tonto… creo que, tendré que demostrarte que no tienes por qué tener celos — el brillo tierno de sus ojos cambió a un destello cínico, pero no pude replicarle, pues en ese momento llevaban el plato principal a la mesa.
A Alejandro le sirvieron un plato con carne roja, ensalada, puré y pasta; el mío consistía en carne de pollo sin grasa, también con ensalada, puré y pasta. Repasé mi plato con mi vista y titubee.
—No sé si pueda comerlo completo — aseguré y mi mano se posó en mi garganta — aún me duele.
—Come lo que puedas…
Ambos empezamos a comer, pero en medio de la comida, recordé algo importante, al notar que pasaban unas personas con regalos, supuse que era alguna reunión de trabajo; las posadas y fiestas eran festejos normales en esas fechas. Con todo lo que había ocurrido, no había tenido tiempo de comprar los obsequios para mis amigos, ni para Alex.
—Alex…
—¿Sí? — indagó después de beber algo de jugo.
—Dime — sonreí nervioso — ¿qué te gustaría de navidad?
—¿Me quieres regalar algo? — preguntó un tanto sorprendido.
—Por supuesto — aseguré — quiero regalarte algo, después de todo — miré mi brazo izquierdo, a pesar de que no la podía ver, sentía el peso de la esclava en mi muñeca — tú me has dado muchos obsequios y… es navidad.
—Pero es tu cumpleaños — objetó — yo soy el que debería llenarte de regalos ese día.
—Alex, por favor — supliqué.
—Bien, sí quiero algo ese día…
—¡¿Qué cosa?! — pregunté con emoción.
—A ti… — respondió con cinismo.
Hice una mueca de enfado y lo miré con reproche — esto es serio Alex, quiero regalarte algo — dije con firmeza — después de todo, va a ser un día importante y no por ser mi cumpleaños…
—Y si no es por tu cumpleaños, ¿por qué sería importante?
—Porque ese día sabrás mi respuesta — llevé algo de comida a mi boca, sintiendo mis mejillas arder al responder.
—Tienes razón, te di hasta ese día para que te decidieras — Alex asintió — pero ya me respondiste y tu cuerpo respondió lo otro también — se relamió los labios al terminar su frase.
—¡Alex!
—Está bien, está bien — rió — en ese caso, yo también tengo algo importante que comprar para ese día…
—Pero quiero saber qué quieres de regalo — insistí — eres un hombre rico, puedes tener lo que quieras, eso me pone en un problema para buscar un regalo.
—Lo que tú quieras — sonrió con tranquilidad — lo que tú me des, será perfecto.
—Eso no me ayuda, Alex…
—Si me das un beso, con eso seré feliz — afirmó — porque mi mejor regalo serás tú — sonrió con ilusión — la primer navidad que pasaremos juntos, después de tantos años.
—Pero quiero obsequiarte algo — suspiré — algo que puedas usar… quizá no presumir, porque no sé si será lo suficientemente bueno, pero que te recuerde a mi…
—Regálame tus cuadros — sonrió — todos, los pondré en nuestra casa, en todas las paredes — habló con algo de emoción — sería algo que nadie más tendría…
—Ya te los regalé — negué — no puedo regalártelos de nuevo…
—Bueno, entonces… decide tú…
Suspiré resignado, estaba igual que al principio, así que tenía que tomarme el tiempo de comprarle algo; algo importante, algo bueno y que fuera un gran regalo. Durante toda la comida lo estudie, cada movimiento, cada acción, analizando sus accesorios, su ropa, lo que usaba o no, pero no podía pensar qué comprarle. Terminé mi plato aún ensimismado en mis pensamientos; me ofrecieron postre, pero lo rechacé, no me apetecía, así que Alex, pagó la cuenta y salimos de ahí.
Noté que Agustín estaba algo deprimido; Julián ni siquiera le dirigía la mirada, parecía molesto. Ambos subieron después de Alex y de mí; Julián encendió el automóvil, pero no avanzó.
—¿Quieres hacer algo especial? — Alex me abrazó.
—¿Cómo qué? — lo miré confundido.
—No sé, ir al cine, o a otro lado…
—¡El cine! — respondí con emoción — tengo mucho que no voy al cine y la semana pasada se estrenó la última parte de una trilogía de películas que me gusta mucho.
Alejandro sonrió — iremos al cine entonces.
Julián inició el trayecto, fuimos a una plaza comercial y llegamos a un cine algo exclusivo. Julián y Agustín también entraron a ver la película con nosotros, aunque se sentaron algo alejados de nosotros, pero juntos; debido al tipo de sala, Alex y yo nos sentamos muy juntos y la comodidad del sillón, así como la postura en la cual podíamos reclinarnos con comodidad, me tenía algo nervioso. También, cómo aún era algo temprano, no había mucha gente.
Un joven se acercó a nosotros ofreciéndonos algo de comer; aunque yo no pedí nada, Alex solicitó palomitas para ambos, saladas para él, caramelo para mí, también bebidas. Cuando la película empezó, me di cuenta que, no éramos los únicos en la sala; sin contar a Julián y Agustín, había otras dos parejas más y eso me puso inquieto, especialmente cuando Alejandro puso su mano sobre mi pierna, pero al notar que no hizo nada más, suspiré aliviado, o eso quise creer, ya que en el fondo, esperaba que Alejandro intentara algo más.
Casi a las siete de la tarde terminó la función; yo estaba feliz de haber visto esa película y cuando íbamos saliendo, me entretuve viendo la cartelera. Julián siguió a Alejandro, quien no se dio cuenta que me había retrasado, porque ni siquiera le avisé que me entretendría y Agustín se quedó cerca de mí, a pesar de que estaba serio, pude notar que en su mirada se notaba algo de tristeza. Momentos después, vi a Alex caminar hacia mí con algo de prisa.
—Te dije que no volvieras a alejarte de mí… — dijo con seriedad, pero al notar que Agustín estaba ahí, pareció respirar tranquilo — ¿quieres ver otra? — indagó curioso, después de recobrar la compostura.
—Sí — asentí — esta — señalé una de animación.
—Es infantil — Alex levantó una ceja desconcertado — ¿no prefieres esta, de terror?
—No — negué — la que quiero ver es infantil por lo tanto, no estará hasta tarde y además, no va a durar mucho, así que, al salir, podríamos ver esa, ¿no crees?
Alejandro accedió, volvimos a comprar boletos y nuevamente entramos a una sala especial. Al llegar, pude notar que en esta ocasión, Julián y Agustín no se sentaron juntos; Alejandro volvió a pedir palomitas, las cuales, aunque quise negarme, me trajeron momentos después, junto con un café. Era tan extraño comer palomitas de caramelo con café, pero era una experiencia nueva, así que no la desaproveché.
La función no duró mucho cómo predije, a pesar de que al inicio de la película pasaron un cortometraje extra, así que, al salir, entramos a la película de terror que Alejandro había recomendado. En la función tuvimos que cenar, debido a la hora, así que Alejandro pidió la carta y él comió pasta, mientras que yo, aproveche para cenar sushi, mismo que tenía tiempo que no comía.
Salí de ahí un tanto decepcionado; la película no estuvo tan buena cómo hubiera esperado, pero no podía quejarme, nunca quedaba satisfecho con las películas de terror. Era casi la una de la mañana, así que no había nada más que hacer por ese día y nos dirigimos a casa; Agustín dijo que se encargaría de mis hijos, por lo que no tuve que preocuparme por ellos esa noche. Él y Julián se quedarían a dormir ahí mismo, en las habitaciones de arriba.
El frío era intenso, lo que nos obligó a encender la calefacción de la habitación al llegar; antes de desvestirme, Alejandro me abrazó por detrás.
—¿Te gustó el día? — preguntó mordiendo mi oreja.
—Sí, mucho — sonreí.
—Me alegro — me hizo girar y empezó a desnudarme — mañana me iré temprano — anunció — tengo una junta que no puedo aplazar más, negocios importantes que atender y también, debo hablar con Ricardo.
—¿Ricardo? — cerré mis ojos dejándome llevar por las manos diestras de Alejandro, que me desnudaban y acariciaban a la vez — ¿quién es?
—El padre de Antonio — su voz denotó un poco de desagrado al decir su nombre.
—Si es su padre, debe ser un señor mayor, ¿por qué eres tan irrespetuoso de llamarlo por su nombre?
Alejandro sonrió de lado, mostrando una mueca de desprecio.
—El respeto se gana, ‘conejo’, y para mí, él no es nadie que merezca, ni mi respeto, ni mi consideración — aseguró — si tenemos tratos de socios es por cuestiones de conveniencia, él me necesita y por eso me buscó, pero como me interesan algunas cosas de sus empresas, decidí tenerlo a mi lado, porque aún me sirve de algo.
—Eso es algo cruel — dije con un poco de inquietud.
Alejandro me sujetó por el mentón y levantó mi rostro, viéndome directamente a los ojos — lo lamento — sonrió con tranquilidad — no quise decir las cosas así, pero las personas con las que tengo que tratar no son personas que merezcan tus consideraciones, pequeño ‘conejo’ — besó mis labios con ternura.
—¿Por qué lo dices?
—Porque no son buenas personas, nada más…
Alejandro me guió al vestidor, terminando de desvestirme y colocándome el pijama. Después, él empezó a desnudarse también.
—Alex — lo llamé antes de lavar mis dientes — mañana voy a salir…
—¿A dónde? — preguntó con interés.
—Voy a ir de compras…
—Pregunté, ¿a dónde?, no ¿a qué? — especificó con una sonrisa divertida.
—No lo sé, tal vez a un centro comercial o quien sabe, todo depende…
—¿Depende de qué? — insistió, pero al notar que ya había empezado a lavar mis dientes se limitó a terminar de cambiarse.
—Depende… — proseguía al terminar — de lo que vaya a comprar — me alcé de hombros — la próxima semana es navidad y tengo amigos a los que me gustaría darles un detalle, también compañeros de trabajo y — lo miré por el reflejo del espejo — una pareja, que no me quiso decir qué quería para navidad, ese será el regalo más difícil y puede que me lleve mucho tiempo encontrarlo.
Alex rió, se acercó a mí, me abrazó por la cintura recargando su barbilla en mi hombro y observándome, igual que yo, por el reflejo del espejo del baño — ¿por qué no esperas al domingo? Así puedo acompañarte.
—No — lo miré con enfado — se supone que debe ser sorpresa, qué caso tiene que veas lo que voy a comprarte.
—Pero mañana vienen tus amigos, ¿no es así? — insistió.
—Sí, pero puedo ir antes de que lleguen, normalmente están aquí en la tarde.
Alejandro respiró profundamente — está bien — sonrió con debilidad — pero, que te acompañe Agustín.
—No — negué — también quiero comprarle algo.
—No voy a permitir que vayas solo — aseguró — o te acompaña, o no vas…
Gruñí, mordí mi labio y cerré mis ojos para pensar — está bien — cedí — pero voy a tener problemas para que no se dé cuenta lo que compraré para él.
—Eso no importa — besó mi cuello — mientras estés seguro, lo demás, no importa…
Me giré, besándolo en los labios — te espero en la cama — dije en un susurró, pero Alejandro me abrazó con fuerza y me besó con pasión, al final, cuando se separó, había algo en su mirada que no podía describir — ¿te pasa algo, Alex?
—No… — negó con debilidad — no es nada, es solo que, me gustaría que no salieras mañana — insistió — es todo.
—¿Por qué? — sonreí y acaricié su rostro.
—No lo sé — suspiró — pero, es una sensación extraña, tal vez… sólo… no quiero que enfermes por el frío, al parecer, mañana podría nevar…
—De todos modos tengo que salir — aseguré — debo ir a que me inyecten, ¿o no?
—Está bien — accedió — pero no te entretengas mucho fuera de casa, ¿de acuerdo?
—De acuerdo…
Me despedí por el momento, para ir a la cama; Alejandro se quedó un poco más en el baño, terminando su aseo personal, momentos después, se acostó a mi lado, apagó la lámpara y me abrazó con ternura.
—Te amo, Erick — susurró.
—Yo también te amo, Alex…
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