Cansancio
Jueves, diciembre 18
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Cuando la alarma del despertador sonó, saqué mi mano para buscarlo en el buró y detener el insistente sonido, pero no encontré ni lo uno, ni lo otro; intenté incorporarme, sin conseguirlo, ya que el brazo de Alejandro me detuvo con firmeza.
—Yo lo apago… — susurró contra mi oreja, antes de moverse, incorporándose de la cama.
Después de todo lo que hicimos durante la noche, habíamos quedado mal acomodados; nuestra cabeza, quedó hacia la parte de los pies, de la cama.
—No quiero ir… — mi voz estaba ronca, me arrebujé contra el pecho de Alex, cuando volvió a recostarse a mi lado.
—No vayas, tu voz no se escucha muy bien — besó mi frente — podemos quedarnos todo el día, aquí…
—Pero… — bostecé — dijiste que verías al abogado…
—Cierto, pero ambos podemos dejarlo plantado — soltó una risa divertida.
—No voy a dejarlo plantado — negué — no quiero que piense que soy un miedoso, que no lo quiere enfrentar.
—Está bien, está bien… — me abrazó con fuerza — yo voy a hablar con él y tú te quedas aquí, en casa.
—Esa idea me gusta — me removí contra su pecho, atrapando uno de sus pezones con mi boca y lo mordisquee travieso — pero, lamentablemente, tengo asuntos en mi trabajo.
—El ‘conejo’ aún tiene ganas de jugar — Alejandro me obligó a levantar mi rostro y me besó — me agrada saber que no quedaste exhausto.
—Sí, estoy cansado — susurré — pero me gusta jugar contigo o más bien… — entrecerré mis ojos cuando Alex bajó a mi cuello a morder mi piel y dejar una de sus marcas de propiedad — me gusta que tú juegues conmigo — un gemido se ahogó en mi garganta.
—Pero no pareces estar del todo bien.
—Eso no importa — restregué mi cuerpo contra el suyo — aún puedo dejar, que me hagas lo que quieras…
—Eso es lindo — su lengua recorrió mi cuello — me estás excitando con esas palabras…
—¿Sí? — sonreí y moví mis manos para acariciar su espalda y cabello — y, ¿qué piensas hacer?
—Pues, obviamente — mordió mi hombro — hoy no irás temprano a tu trabajo.
Esa frase me cimbró, yo no podía llegar tarde a mi trabajo.
—No, Alex… — gimotee — tengo que llegar a… — un gemido entrecortado se escuchó en mi boca, cuando la mano de Alejandro apresó mi sexo.
Él me movió para dejar mi espalda sobre la cama y se colocó sobre mí — ¿piensas que te dejaré ir después de que me provocas? — me sujetó de una mano y la llevó a su sexo erecto — tienes que hacerte responsable, Erick — bajó a mi pezón y lo succionó insistente, mientras yo acariciaba su sexo con fuerza — y como debido a lo de anoche, no puedes hacerlo con tu boca — susurró contra mi piel — tendrás que hacerlo con tu trasero…
Apenas terminó de hablar, se alejó de mí, agarró mis tobillos, los puso en alto, colocó su pene en mi entrada y entró hasta el fondo de un solo movimiento. El gemido no salió de mi garganta; la facilidad con la que Alex me había penetrado era notoria, estaba completamente húmedo, por culpa del semen que, durante la madrugada, había inundado mi interior. Alejandro lo sabía, así que, los movimientos que hacía, eran aún más rudos y salvajes; entraba y salía completamente de mí, y yo sentía que en cada movimiento, escurría algo por mi entrada, la sensación era extraña y vergonzosa, pero, debido a ello, mi excitación era mayor.
Alejandro liberó mis piernas, acomodándolas en sus hombros y después se inclinó, aumentó los movimientos de su cadera y sus testículos chocaban contra mis nalgas cada que llegaba al fondo, arrancándome un pequeño grito ahogado de placer, por el movimiento y el roce de nuestra piel. Con las arremetidas, mi cuerpo se fue moviendo hasta que mi cabeza quedó colgando a la orilla del colchón; abrí enormemente mis ojos, la sensación era diferente, jamás había imaginado que algo tan simple lograría que sintiera el miembro de Alejandro de otra manera, incluso, más plenamente, en lo más profundo de mi.
—Más, ¡más! — mi voz, ligeramente ronca, se perdía en gimoteos débiles al terminar cada palabra, mientras encajaba mis uñas en sus hombros, arañándolo con fuerza.
No tardé mucho en llegar al orgasmo, sonriendo plácidamente y sin evitar que algunas lágrimas escaparan de mis ojos. Alejandro siguió moviéndose un poco más, después, se recostó sobre mí, mordió con fuerza mi cuello expuesto por la posición y ahogó un gemido contra mi piel; llegaba al clímax en mi interior, una vez más, llenándome con su semen.
Nos quedamos así, por un momento, mi cuerpo estaba cansado, sentía que no me respondería pronto y mis ojos se cerraban por inercia.
Alex se movió, saliendo de mí, lamió mi cuello, desde la base hasta mi barbilla — hay que acomodarte — susurró contra mi piel.
Él se incorporó, colocándose en el centro del colchón, entre mis piernas y después me jaló hacia él por mi cadera. Mi cuerpo, quedó sobre la cama completamente; mi respiración seguía agitada y aún me estremecía por los espasmos de placer, debido a mi reciente orgasmo; cada estremecimiento provocaba que mi cuerpo se tensara y por consiguiente, contrajera mis músculos, logrando que el semen de Alejandro resbalara, saliendo de mi interior.
Alex se recostó a un lado de mí y me cubrió con las cobijas y edredones — duerme, mi amor…
No quería dormir, necesitaba ponerme de pie, pero no pude poner más resistencia, al sentir la tibieza de sus brazos envolverme con cariño, así que, permití que el cansancio me invadiera completamente.
* * *
Escuché un golpeteo insistente en la puerta; me moví aún en la cama y traté de ignorarlo haciéndome un ovillo dentro de la tibieza de las cobijas. Nuevamente la puerta se escuchó, pero ahora, una voz del otro lado me obligó a entreabrir mis ojos, un tanto adormilado.
—Señor Erick… disculpe, señor…
Quité las cobijas de mi cabeza y puse mi mano sobre mis ojos — ¿quién? — traté de levantar la voz, pero mi garganta ardió cuando lo hice.
—Soy Agustín — habló con seriedad — su celular sonó hace un momento — explicó — es de su empleo, dicen que es urgente…
—¿De mi empleo? — pregunté confundido.
—Sí, dicen que hay un error con unos datos…
—Datos… — repetí — ¿qué datos? — aún no lograba entender, pero un pensamiento fugaz hizo que me sentara rápidamente, giré el rostro buscando el buró, pero debido a que aún estaba con la cabeza a los pies de mi cama, no lo ubiqué con rapidez.
Cuando por fin alcancé a ver la hora de mi despertador el susto me invadió — ¡mier…! — la palabra se ahogó en mi boca porque se me fue la voz, lancé las cobijas a un lado y me puse de pie con rapidez sin importarme que estaba desnudo.
Eran las ocho con cuarenta y cinco minutos, y yo, aún estaba en casa.
Corrí a la puerta y abrí de un golpe, arrebaté el celular de la mano de Agustín, quien me observó asombrado; el rojo cubrió su rostro y desvió la mirada, pues yo me quedé ahí, frente a él, completamente desnudo y respondiendo la llamada.
—¿Qué pasó? — pregunte con voz ronca.
—“Ingeniero, hay un error con un servidor en Boston…” — respondió la voz del otro lado de la línea —“…no nos dimos cuenta…” — se disculpó.
—¿Qué demonios pasa? — puse mi mano en mi garganta, mi voz iba y venía.
—“…Un servidor de Boston dejó de funcionar y tenemos una pérdida de datos…”
—Me lleva la… — mordí mi labio y pasé mi mano por mi cabello — ¿hicieron el procedimiento de emergencia? — caminé hacia el baño de mi recamara sin cerrar la puerta de la misma, dónde se quedó Agustín de pie.
—“…Sí, pero no ha funcionado y al contrario, un segundo servidor está en peligro de sufrir el mismo destino, además, Toronto ya informó la caída en un sistema secundario…”
—Voy para allá — dije con seriedad mientras sacaba un conjunto deportivo y una camiseta con rapidez — traten de mantener el segundo — carraspee, mi garganta me estaba incomodando — ¿qué pasó en Chicago y Houston?
—“…Ellos…” — titubeo
—¿Ellos qué? — presioné.
—“…Ellos nos dijeron que están presentando problemas…”
—¡Demonios! — al levantar la voz una tos seca me interrumpió — y… ¿y en San Francisco?
—“…Aún no hemos podido comunicarnos con ellos…”
—¿Y en Seattle? — pregunté con molestia — ¡¿qué acaso no hay nadie de guardia?!
—“…Al parecer, aún no les ha afectado lo suficiente…”
—Y, ¿qué? ¿Quieren esperar a que se caiga el maldito sistema para que afecte a otros servidores? — pregunté mientras me colocaba mi ropa con rapidez, no iba a poder bañarme antes de salir de casa — si no hacemos algo, después de ellos seguirá Vancouver y en el peor de los casos, se extenderá a los países asiáticos.
—“…Estamos en eso ingeniero…”
—¡Voy para allá! — colgué el celular y volví a salir del baño, Agustín aún estaba en la puerta de mi habitación — tengo que llegar a mi trabajo lo más rápido posible — dije cuando pasé a su lado para bajar las escaleras.
—Sí, señor — asintió y me siguió con rapidez.
Al llegar a la planta baja, solo recogí mi maletín y salí de casa. Agustín se había adelantado a la puerta para abrirla y encender el automóvil, que, debía agradecer, ya estaba fuera.
—¿Y Alex? — pregunté cuando empezamos el trayecto mientras yo encendía mi computadora personal, volví a carraspear, sentía mi garganta seca.
—El señor De León salió poco antes de las ocho de su casa — Agustín manejaba a alta velocidad, sólo esperaba que no nos fueran a detener por ello.
—¡¿Por qué no me despertó?! — mi voz era molesta, coloqué el adaptador para conectarme a internet satelital y entré a un sistema privado, para verificar la gravedad del problema en mi trabajo.
—El señor dijo que usted necesitaba descansar, por ello prefirió no molestarlo.
—¡¿Y tú?! — lo miré con ira — ¿por qué no me hablaste cuando él se fue?
—Señor, usted no me dijo que lo despertara y…
—¡Ya no importa! — grité y tosí nuevamente.
Guardé silencio durante el trayecto, mientras revisaba algunos archivos y programas, los datos no los tenía todos a la mano, debido a la seguridad de mi empleo, sólo podía revisarlos en el edificio, pero al menos, podría tratar de evitar la caída del otro servidor y que no hubiera más problemas en las otras ciudades.
Llegué a mi trabajo y bajé del automóvil con rapidez, sin siquiera despedirme de Agustín. Subí el elevador aún con mi computadora personal en mano; tampoco pasé por mi oficina, me fui directamente al área de información. Durante la mañana, me quedé ahí, tratando de arreglar el desperfecto, marcando a las ciudades afectadas y poniéndome en contacto con los responsables, especialmente de la ciudad dónde todo empezó. Lucía me llevó café tras café, además, de una caja de pañuelos desechables, porque empecé a estornudar con insistencia; a pesar de todo eso, mi equipo estuvo ahí, trabajando sin descanso, para arreglar el problema ocasionado por un descuido humano.
Eran pasadas las dos de la tarde y yo aún estaba con el problema encima, Lucía me llevó algo de comer pero ni siquiera toqué el plato, mis subordinados se turnaron para ir a almorzar algo rápido, pues no tardaban ni diez minutos en regresar. Pasadas las cuatro de la tarde el problema se arregló, yo estaba exhausto y mi equipo también; evitamos que varios servidores cayeran, pero no pudimos evitar perdida de información relevante, que debía ser repuesta a la brevedad y aunque no era mi obligación, pues no era el responsable directo de lo que había pasado, tuve que lidiar con algunas personas incompetentes para que, ese mismo día, se arreglara esa cuestión.
Casi a las seis de la tarde pude salir de ese lugar, me sentía cansado, me dolía el cuerpo, me ardían los ojos, además de que estornudaba con frecuencia y sentía mi garganta arder, eso sin contar que no tenía mucha voz, por estar hablando casi todo el día por teléfono. Fui a mi oficina y Lucía aún estaba en su escritorio, trabajando; un arreglo de rosas estaba ahí mismo.
—Ingeniero — se puso de pie cuando me vio — ¿ya se va? — preguntó condescendiente.
—No — negué — aún me falta un informe — pero no pude más y me senté en la sala de espera, descansando un momento — tú, ¿por qué no te has ido?
—Bueno, es que faltaba un informe de los datos del último trimestre con respecto a los gastos de mantenimiento y cómo estuvo muy ocupado en el día, me quedé a hacerlo para usted — sonrió.
—Gracias… — suspiré y sonreí cansado — no recordaba eso — carraspee un par de veces — ¿algún pendiente hoy, Lucía? — pregunté a media voz.
—Aparte de ese informe, no — negó — ni siquiera vino el licenciado Páez a la cita que tenía.
—Menos mal — recargué mi cabeza en el respaldo del sillón — no hubiera podido recibirlo hoy tampoco…
—Se mira muy mal, ingeniero — se acercó hasta mi — debería ir a descansar.
—Estoy bien, solo me duele la cabeza y la garganta — cerré mis ojos cansado — ando congestionado.
—A ver… — ella se acercó y puso su mano sobre mi frente — ¡mi Dios! — levantó la voz alarmada — está ardiendo.
Sonreí — no exageres…
—No exagero — caminó hacia su escritorio para usar el teléfono — debí saber que no estaba bien, sólo vino con ese suéter al trabajo, está haciendo mucho frío.
—Estoy bien — intenté ponerme de pie — solo es cansancio y quizá — todo dio vueltas — gripe…
—¡Ingeniero! — el grito de Lucía fue lo último que escuché.
* * *
Abrí los ojos en una cama que no era mía, Lucía estaba a mi lado, sentada en una silla.
—Ingeniero… — sonrió — que bueno que despertó — se puso de pie — iré a llamar al señor De León y a sus amigos.
Parpadee confundido, cuando ella dio vuelta, intenté llamarla, pero no me salió la voz. Momentos después, Alejandro entró con rapidez, acercándose a mi cama, me tomó de la mano, depositó un beso suave en mis dedos y acarició mi cabello.
—¿Cómo te sientes? — preguntó con preocupación.
Intenté hablar pero mi voz seguía ausente, si acaso, parecía ser un intento de susurro.
—Parece que está afónico — Luís se acercó del otro lado de la cama.
—Al menos despertó antes de lo que el doctor dijo — Daniel sonrió de lado.
Víctor se quedó a los pies de la cama y me movió un pie — ¿qué pasó, ‘bro’? Nos diste un buen susto.
Lucía también estaba en la habitación pero no se acercó a la cama, solo fue a una mesita y se sentó en una silla que estaba ahí mismo.
Moví mi mano para pasar mis dedos por mi cuello, me daba comezón por dentro, en mi garganta, además me picaban los oídos; en ese momento, un hombre mayor, con una bata blanca y una enfermera tras él, entró a la habitación.
—¡Vaya!, despertó rápido — sonrió afable y mis amigos se movieron para permitirle el paso, pero Alejandro no se alejó de mí — y ya no tiene fiebre, eso está mucho mejor.
—¿Que pasó, doctor? — preguntó Alex con seriedad.
—El señor Salazar no tiene nada, sólo es fatiga — el hombre me miró levantando una ceja — y si no come bien, va a volver a pasarle — fruncí el ceño confundido y el doctor negó — no me mire así, su secretaria ya nos dijo que no comió hoy, por estar ensimismado en su trabajo y eso, es malo — con su pluma empezó a llenar unos papeles que llevaba en una pequeña tabla — debe cuidarse y no salir de su casa sin abrigarse adecuadamente.
Abrí mi boca para replicar pero mi falta de voz no me lo permitió, algo que me frustró, pues no podía defenderme.
—No puede hablar — Alex acarició mi mejilla — ¿es normal?
—Es normal — el doctor le pasó la tablilla a la enfermera — trae las amígdalas inflamadas por una leve infección en la garganta y en los oídos, pero con el medicamento se le pasara en uno o dos días — volvió a dirigirse a mí — si no se cuida, puede complicársele, los problemas con las vías respiratorias son muy comunes esta época del año, necesita descanso y buena alimentación, es todo.
—¿Está seguro? — Alejandro lo miró con seriedad.
—¡Por supuesto! — el médico se cruzó de brazos — también debería dormir mejor — entrecerró los ojos — esas ojeras me indican que no ha dormido lo suficiente, así que, a recuperar el sueño, que de seguro por andar en fiestas y parrandas, no ha descansado cómo se debe.
Desvié la mirada nerviosamente.
—¿Cuándo puede volver a casa? — Alejandro me miró con ternura.
—Hoy mismo, no es necesario que se quede aquí — el doctor miró a la enfermera — ¿cuánto le falta al suero?
—Quince minutos, doctor.
—Yo creo que no necesita quedarse más, quítaselo para que se lo lleven — miró a Alejandro — y que coma mucho, especialmente comida preparada en sopa, una rica sopa de pollo le caerá muy bien — sonrió amablemente — todo lo que vaya a comer que sea blando para que no le lastime la garganta, porque así como está, estoy seguro que le incomoda hasta pasar saliva, ¿no es así? — puso su mano en mi hombro y yo asentí — también, tome mucho jugo de naranja o mandarina, pero si eso no le satisface, entonces té de limón con miel, es un remedio casero muy eficaz — me guiño un ojo — con eso, mañana mismo estará cómo nuevo, claro, con eso y los medicamentos.
La enfermera salió de la habitación y volvió con unos aditamentos para quitarme el suero. Alejandro se movió y se acercó al médico.
—¿Podemos cruzar unas palabras, doctor?
—Por supuesto.
Ambos salieron de la habitación y la enfermera salió después de que me quitó el suero. Mis amigos volvieron a acercarse a mí.
—Bien, al menos no tienes nada — la voz de Luís parecía más tranquila.
—Pero, sí necesita descansar, ingeniero — la voz de Lucía aún tenía un tinte de preocupación — me dio un gran susto hoy.
Intenté preguntar qué había pasado, pero fue imposible, aunque ellos parecieron entender lo que quería decir.
—Pues… — Lucía estrujo sus guantes — perdió el conocimiento en la oficina, llamé a seguridad del edificio y me tomé el atrevimiento de llamar al señor De León — mordió su labio nerviosamente — él me había dado su número con anterioridad, así que, cómo no supe qué hacer, lo llamé — explicó — los de seguridad lo subieron al sofá de la oficina y estaba llamando a una ambulancia pero, en ese momento, llegó un hombre que dijo que lo había enviado el señor De León, para traerlo a un hospital y decidí acompañarlo — inclinó el rostro apenada — perdóneme.
Sonreí y negué, moví mi mano para alcanzar las de ella y cuando lo hice, ella me vio y le agradecí, moviendo mis labios solamente.
—Alejandro nos llamó después — Luís prosiguió.
—Sí, dijo que tu chofer te había traído a este hospital y vinimos de inmediato — Daniel me palmeó la pierna.
—No sabíamos que tenías y cómo Alex dijo que habías sufrido un accidente en tu trabajo — Víctor se alzó de hombros — pensamos lo peor, ‘bro’.
—Especialmente porque cuando llegamos nos dijeron que no habías despertado — terminó Luís.
Negué con una sonrisa en mis labios; eso era ser alarmista, ni siquiera había sido accidente, sólo había perdido el conocimiento por el estrés y el cansancio.
Alejandro entró nuevamente a la habitación con una maleta en la mano y un par de enfermeras tras él — hora de irnos — dijo más tranquilo — ¿necesitas ayuda para cambiarte? — preguntó cuándo se acercó a mí.
Miré mi mano derecha, donde aún traía el algodón que la enfermera me había colocado después de quitar el suero, me incomodaba, así que, difícilmente podría hacer muchos movimientos. Asentí.
—Bueno… — Alex miró a mis amigos — será mejor que salgamos, así lo pueden ayudar a cambiarse con más comodidad — señaló a las jóvenes con su rostro.
Mis amigos salieron y las enfermeras me ayudaron a cambiarme; lógicamente no era la ropa que había llevado ese mismo día al trabajo, pero era igual de cómoda. También tuve que colocarme una bufanda, guantes, un gorro y una chamarra abrigadora. Las chicas salieron de la habitación al terminar y Alejandro entró llevando una silla de ruedas con él.
—¿Estás listo? — sonrió cuando yo asentí sumisamente — vamos…
Él me ayudó a sentarme en la silla, después tomó la maleta, la colocó en su hombro y empujó la silla para salir de la habitación; mis amigos estaban fuera y Daniel estaba hablando con Lucía.
—¿Irán a casa de Erick? — preguntó Alejandro con una sonrisa en su rostro — si es así, espérenme un momento, porque necesitamos pasar por su documento de ‘alta’.
—No, creo que no — Luís miró a Víctor — Víctor me llevará a mi casa, porque, aunque puedo manejar, preferí no hacerlo hoy y él me trajo.
—Sí, además, lo que Erick necesita es descansar — Víctor metió sus manos en los bolsillos de su chaqueta — o ¿no, ‘bro’?
Asentí cansado.
—Yo… yo llevaré a la señorita Lucía a su casa — Daniel nos miró nerviosamente — ella no tiene cómo regresar y me ofrecí a llevarla.
Víctor, Luís y yo lo observamos seriamente y con eso, el rostro de nuestro amigo se tiñó de rojo, después sonreímos.
—Bueno, entonces, nos despedimos — Luís me palmeó un hombro — cuídate y descansa — asentí nuevamente — Alejandro… — le ofreció la mano a Alex — cuídalo, por favor — pidió cuando sus manos se estrecharon.
—Claro, no tienes que decirlo — respondió.
—Haz que cene bien — Víctor se despidió de Alejandro — y si no mejora, que mañana no vaya a trabajar.
—Eso tenlo por seguro — la voz de Alex no dejó duda de que no me permitiría ir al trabajo al día siguiente.
Lucía se acercó a mí — hasta luego, ingeniero — se inclinó y me dio un beso en la mejilla — cuídese y no se preocupe, yo mañana voy a hablar con Azucena para que sepa lo que ocurrió y esté al tanto, en caso de que no vaya a trabajar — le ofreció la mano a Alex y sonrió — nos vemos después, señor De León, cuide bien del ingeniero, por favor.
—No te preocupes, lo cuidaré.
Ella se alejó un poco, permitiendo que Daniel se acercara — hasta mañana, Erick — sonrió — toma las cosas con calma, ¿ok? No tienes que esforzarte tanto — nuevamente asentí, ya que no podía hacer más, Daniel le dio la mano a Alex — nos vemos después Alejandro.
—Hasta luego.
Mis amigos se retiraron y Alejandro me llevó hasta una recepción. Pude notar en ese lugar un reloj, eran las nueve con treinta minutos; mientras Alejandro hablaba con las jóvenes que estaban ahí, pude darme cuenta que tres hombres se acercaban, eran Julián, Miguel y Agustín.
—Señor — Julián se dirigió a Alejandro — estamos listos, cuando guste, podemos partir.
—Sí — respondió — solo necesito un documento, por favor Miguel… — le acercó la maleta y el hombre la tomó con rapidez — tú y Agustín, adelántense con Erick.
Agustín se movió para colocarse tras de mí y empujar la silla de ruedas. Miguel se puso a mi lado y me guiaron por los pasillos hasta un elevador, bajamos por el mismo y llegamos a un estacionamiento, en el cual, estaba mi automóvil y a un lado, el de Alejandro. Miguel se movió con rapidez abriendo la puerta del automóvil de Alex para que yo entrara.
—Permítame — Agustín puso los seguros a la silla y se acomodó para cargarme, intenté negarme pero, la falta de voz, no me dejó objetar, así que Agustín me tomó en brazos, me subió al automóvil y acomodó mis piernas — ¿necesita algo más, señor? — preguntó atento.
Negué y le sonreí.
—Yo iré en su automóvil — continuó — sus cosas están ahí, así que no se preocupe — se alejó, cerró la puerta y caminó llevando la silla al interior del edificio, mientras Miguel se quedaba a un lado del automóvil, después de guardar la maleta en la parte trasera del mismo.
Minutos después, Alejandro llegó y se subió al auto junto a mí; Julián y Miguel tomaron sus lugares iniciando el trayecto a mi casa. Agustín iba en mi automóvil, siguiéndonos de cerca.
A mitad de camino, Alejandro me abrazó y acarició mi rostro — me preocupaste — susurró — creo que, últimamente, no te he dejado descansar lo suficiente — su voz sonaba apagada — me disculpo por ello — restregué mi cabeza contra su hombro al negar — pero te aseguro que no te exigiré tanto de nuevo.
Me alejé de él y busqué su mirada, negué con lentitud — no es tu culpa — mi voz era muy débil pero se alcanzó a escuchar.
—No importa — sonrió — si está en mí ayudar a que estés bien, haré lo que sea — besó mis labios con ternura — entiende que eres lo más importante para mí… lo más importante.
Asentí débilmente mientras sonreía. Me recosté nuevamente en su hombro y cerré mis ojos, para descansar.
—Señor… — Miguel levantó la voz — Marisela espera sus indicaciones, ya está con una cocinera en la casa del señor Erick.
Esas palabras me obligaron a incorporarme con rapidez, fruncí el ceño viendo a Alejandro con molestia y él respiró cansado.
—Dile que prepare algo de caldo de pollo, té de limón y que espere a que llegue para decirle lo que debe hacer — respondió él sin mucho ánimo.
—Sí, señor — Miguel siguió hablando por el intercomunicador.
Yo me cruce de brazos y me moví al lado contrario de Alejandro. Él pasó su mano por su cabello, entornó los ojos y después intentó abrazarme.
—Erick, por favor, no empieces…
—¿Qué no empiece? — forcé mi voz para hacer esa pregunta — ¿qué hace ella en…? — mi voz volvió a irse completamente y eso me enfureció, ni siquiera podía reclamar.
—Le dije que llevara a alguien para que preparara algo de cenar — suspiró — necesitas comer bien y requeríamos a alguien de confianza que preparara tu cena, ¿qué querías? — preguntó cansado — ¿que fuera por la señora Josefina a su casa, a estas horas?
Entrecerré mis ojos y solté el aire con molestia. No iba a poder discutir con él aunque quisiera, pero sentía que Alejandro lo estaba haciendo a propósito, pues ya sabía, con seguridad, que esa mujer no me agradaba.
Al llegar a casa, Julián introdujo el automóvil en el que íbamos, en mi cochera; Agustín estacionó el mío al lado, después de todo, era para dos autos. Julián le abrió la puerta a Alejandro y él, fue a la otra puerta a ayudarme; apenas puse un pie abajo, se movió con rapidez, obligándome a pasar uno de mis brazos por su cuello, mientras él colocaba sus brazos por detrás de mi cuerpo, uno, en mi espalda y el otro por mis piernas; así, pudo levantarme para entrar a mi casa. Agustín se apresuró a abrir la puerta principal y permitirnos el paso; Julián se encargó de cerrar el automóvil, Miguel nos siguió llevando la maleta y Agustín con mi maletín.
Marisela estaba de pie, cerca del comedor — buenas noches — saludó.
Sólo los guardaespaldas respondieron al saludo. Pude notar que había otro hombre, vestido de negro, cerca de la cocina y en la misma, por encima de la barra, alcancé a ver a una mujer cerca de la estufa.
Alejandro no se detuvo ahí, sólo el personal que nos seguía se quedó en la planta baja; él siguió caminando, subiendo las escaleras, aún conmigo en brazos y llevándome a mi habitación. Al llegar, la luz estaba encendida y la cama arreglada para que pudiera usarla; Alejandro me dejó sobre el colchón con sumo cuidado y delicadeza. Acomodó mis piernas y puso varias almohadas y almohadones en mi espalda, para que quedara sentado; después me desvistió, dejándome sólo con una camiseta manga larga y el pantalón, para, finalmente, cubrirme con las cobijas y edredones.
—Vuelvo, iré por tu cena — anunció con dulzura, pero yo lo miré con enojo; estaba seguro que sólo quería ir a ver a esa mujer — toma — me acercó el control de la televisión — por si quieres ver algo.
Agarré el control y mi vista se perdió en las cortinas del ventanal. Alejandro salió de la habitación y yo me quedé pensando; tal vez me estaba comportando infantil, quizá intolerante, pero no podía evitar los celos que me carcomían por dentro.
Encendí la televisión y cambié, canal tras canal, buscando algo que ver, incluso, pase por los canales infantiles; encontré una película de animación a computadora, así que, la dejé ahí, aún podía disfrutar de películas para niños plenamente y me gustaban en demasía. Algunas bromas lograron arrancar de mis labios ligeras risas, pero mis ojos se cerraban con lentitud; estaba cansado.
Abrí mis ojos, sacudiendo mí cabeza con rapidez, al escuchar el ruido en la puerta; Alejandro llevaba una mesita para la cama y sonrió al verme un tanto adormilado.
—La cena — la colocó frente a mí — espero que la disfrutes — se sentó a mi lado y acarició mi cabello.
El plato estaba lleno de caldo de pollo, el cual, ya estaba desmenuzado; a un lado, una taza con té con un trocito de canela que flotaba en la superficie y al lado contrario, otro plato con algo de fruta picada.
Ladee mi rostro e hice un ligero puchero — es mucho — susurré.
—Sí, pero no has comido en todo el día — Alex tomó la cuchara y movió el caldo — si no comes, tendré que obligarte — su voz era seria, pero su rostro no mostraba enojo, al contrario, era apacible y una ligera sonrisa curvaba sus labios.
Asentí y sujeté la cuchara para comer, levanté mi rostro y miré a Alex — ¿no cenarás? — mi voz seguía sin escucharse bien, pero al menos podía articular palabras.
—Sí, pero primero, me aseguraré de que cenes correctamente.
—Acompáñame — pedí — por favor…
—Está bien, si eso quieres… iré por algo de comer, para venir a cenar contigo.
Alejandro volvió a salir de la habitación y regresó con otra charola idéntica a la mía. Ambos cenamos y aunque con la fruta tuve dificultades para pasar los bocados, terminé mi cena con rapidez; el hambre acumulada durante el día quedó satisfecha en ese momento. Alex llevó las charolas a la planta baja, mientras yo me arrebujaba en el colchón, envolviéndome con las cobijas; estaba caliente, satisfecho y somnoliento.
Cerré mis ojos por el cansancio, pero el sueño profundo no me invadió, pude escuchar a Alejandro regresar, hacer algo de ruido en el vestidor y tardar varios minutos en acostarse a mi lado, después de apagar la televisión y las luces.
Sus brazos me envolvieron con delicadeza y besó mi cabello al momento en que me movía para acurrucarme en su pecho — descansa, mi amor… — susurró — lo necesitas…
* * *
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Cuando la alarma del despertador sonó, saqué mi mano para buscarlo en el buró y detener el insistente sonido, pero no encontré ni lo uno, ni lo otro; intenté incorporarme, sin conseguirlo, ya que el brazo de Alejandro me detuvo con firmeza.
—Yo lo apago… — susurró contra mi oreja, antes de moverse, incorporándose de la cama.
Después de todo lo que hicimos durante la noche, habíamos quedado mal acomodados; nuestra cabeza, quedó hacia la parte de los pies, de la cama.
—No quiero ir… — mi voz estaba ronca, me arrebujé contra el pecho de Alex, cuando volvió a recostarse a mi lado.
—No vayas, tu voz no se escucha muy bien — besó mi frente — podemos quedarnos todo el día, aquí…
—Pero… — bostecé — dijiste que verías al abogado…
—Cierto, pero ambos podemos dejarlo plantado — soltó una risa divertida.
—No voy a dejarlo plantado — negué — no quiero que piense que soy un miedoso, que no lo quiere enfrentar.
—Está bien, está bien… — me abrazó con fuerza — yo voy a hablar con él y tú te quedas aquí, en casa.
—Esa idea me gusta — me removí contra su pecho, atrapando uno de sus pezones con mi boca y lo mordisquee travieso — pero, lamentablemente, tengo asuntos en mi trabajo.
—El ‘conejo’ aún tiene ganas de jugar — Alejandro me obligó a levantar mi rostro y me besó — me agrada saber que no quedaste exhausto.
—Sí, estoy cansado — susurré — pero me gusta jugar contigo o más bien… — entrecerré mis ojos cuando Alex bajó a mi cuello a morder mi piel y dejar una de sus marcas de propiedad — me gusta que tú juegues conmigo — un gemido se ahogó en mi garganta.
—Pero no pareces estar del todo bien.
—Eso no importa — restregué mi cuerpo contra el suyo — aún puedo dejar, que me hagas lo que quieras…
—Eso es lindo — su lengua recorrió mi cuello — me estás excitando con esas palabras…
—¿Sí? — sonreí y moví mis manos para acariciar su espalda y cabello — y, ¿qué piensas hacer?
—Pues, obviamente — mordió mi hombro — hoy no irás temprano a tu trabajo.
Esa frase me cimbró, yo no podía llegar tarde a mi trabajo.
—No, Alex… — gimotee — tengo que llegar a… — un gemido entrecortado se escuchó en mi boca, cuando la mano de Alejandro apresó mi sexo.
Él me movió para dejar mi espalda sobre la cama y se colocó sobre mí — ¿piensas que te dejaré ir después de que me provocas? — me sujetó de una mano y la llevó a su sexo erecto — tienes que hacerte responsable, Erick — bajó a mi pezón y lo succionó insistente, mientras yo acariciaba su sexo con fuerza — y como debido a lo de anoche, no puedes hacerlo con tu boca — susurró contra mi piel — tendrás que hacerlo con tu trasero…
Apenas terminó de hablar, se alejó de mí, agarró mis tobillos, los puso en alto, colocó su pene en mi entrada y entró hasta el fondo de un solo movimiento. El gemido no salió de mi garganta; la facilidad con la que Alex me había penetrado era notoria, estaba completamente húmedo, por culpa del semen que, durante la madrugada, había inundado mi interior. Alejandro lo sabía, así que, los movimientos que hacía, eran aún más rudos y salvajes; entraba y salía completamente de mí, y yo sentía que en cada movimiento, escurría algo por mi entrada, la sensación era extraña y vergonzosa, pero, debido a ello, mi excitación era mayor.
Alejandro liberó mis piernas, acomodándolas en sus hombros y después se inclinó, aumentó los movimientos de su cadera y sus testículos chocaban contra mis nalgas cada que llegaba al fondo, arrancándome un pequeño grito ahogado de placer, por el movimiento y el roce de nuestra piel. Con las arremetidas, mi cuerpo se fue moviendo hasta que mi cabeza quedó colgando a la orilla del colchón; abrí enormemente mis ojos, la sensación era diferente, jamás había imaginado que algo tan simple lograría que sintiera el miembro de Alejandro de otra manera, incluso, más plenamente, en lo más profundo de mi.
—Más, ¡más! — mi voz, ligeramente ronca, se perdía en gimoteos débiles al terminar cada palabra, mientras encajaba mis uñas en sus hombros, arañándolo con fuerza.
No tardé mucho en llegar al orgasmo, sonriendo plácidamente y sin evitar que algunas lágrimas escaparan de mis ojos. Alejandro siguió moviéndose un poco más, después, se recostó sobre mí, mordió con fuerza mi cuello expuesto por la posición y ahogó un gemido contra mi piel; llegaba al clímax en mi interior, una vez más, llenándome con su semen.
Nos quedamos así, por un momento, mi cuerpo estaba cansado, sentía que no me respondería pronto y mis ojos se cerraban por inercia.
Alex se movió, saliendo de mí, lamió mi cuello, desde la base hasta mi barbilla — hay que acomodarte — susurró contra mi piel.
Él se incorporó, colocándose en el centro del colchón, entre mis piernas y después me jaló hacia él por mi cadera. Mi cuerpo, quedó sobre la cama completamente; mi respiración seguía agitada y aún me estremecía por los espasmos de placer, debido a mi reciente orgasmo; cada estremecimiento provocaba que mi cuerpo se tensara y por consiguiente, contrajera mis músculos, logrando que el semen de Alejandro resbalara, saliendo de mi interior.
Alex se recostó a un lado de mí y me cubrió con las cobijas y edredones — duerme, mi amor…
No quería dormir, necesitaba ponerme de pie, pero no pude poner más resistencia, al sentir la tibieza de sus brazos envolverme con cariño, así que, permití que el cansancio me invadiera completamente.
* * *
Escuché un golpeteo insistente en la puerta; me moví aún en la cama y traté de ignorarlo haciéndome un ovillo dentro de la tibieza de las cobijas. Nuevamente la puerta se escuchó, pero ahora, una voz del otro lado me obligó a entreabrir mis ojos, un tanto adormilado.
—Señor Erick… disculpe, señor…
Quité las cobijas de mi cabeza y puse mi mano sobre mis ojos — ¿quién? — traté de levantar la voz, pero mi garganta ardió cuando lo hice.
—Soy Agustín — habló con seriedad — su celular sonó hace un momento — explicó — es de su empleo, dicen que es urgente…
—¿De mi empleo? — pregunté confundido.
—Sí, dicen que hay un error con unos datos…
—Datos… — repetí — ¿qué datos? — aún no lograba entender, pero un pensamiento fugaz hizo que me sentara rápidamente, giré el rostro buscando el buró, pero debido a que aún estaba con la cabeza a los pies de mi cama, no lo ubiqué con rapidez.
Cuando por fin alcancé a ver la hora de mi despertador el susto me invadió — ¡mier…! — la palabra se ahogó en mi boca porque se me fue la voz, lancé las cobijas a un lado y me puse de pie con rapidez sin importarme que estaba desnudo.
Eran las ocho con cuarenta y cinco minutos, y yo, aún estaba en casa.
Corrí a la puerta y abrí de un golpe, arrebaté el celular de la mano de Agustín, quien me observó asombrado; el rojo cubrió su rostro y desvió la mirada, pues yo me quedé ahí, frente a él, completamente desnudo y respondiendo la llamada.
—¿Qué pasó? — pregunte con voz ronca.
—“Ingeniero, hay un error con un servidor en Boston…” — respondió la voz del otro lado de la línea —“…no nos dimos cuenta…” — se disculpó.
—¿Qué demonios pasa? — puse mi mano en mi garganta, mi voz iba y venía.
—“…Un servidor de Boston dejó de funcionar y tenemos una pérdida de datos…”
—Me lleva la… — mordí mi labio y pasé mi mano por mi cabello — ¿hicieron el procedimiento de emergencia? — caminé hacia el baño de mi recamara sin cerrar la puerta de la misma, dónde se quedó Agustín de pie.
—“…Sí, pero no ha funcionado y al contrario, un segundo servidor está en peligro de sufrir el mismo destino, además, Toronto ya informó la caída en un sistema secundario…”
—Voy para allá — dije con seriedad mientras sacaba un conjunto deportivo y una camiseta con rapidez — traten de mantener el segundo — carraspee, mi garganta me estaba incomodando — ¿qué pasó en Chicago y Houston?
—“…Ellos…” — titubeo
—¿Ellos qué? — presioné.
—“…Ellos nos dijeron que están presentando problemas…”
—¡Demonios! — al levantar la voz una tos seca me interrumpió — y… ¿y en San Francisco?
—“…Aún no hemos podido comunicarnos con ellos…”
—¿Y en Seattle? — pregunté con molestia — ¡¿qué acaso no hay nadie de guardia?!
—“…Al parecer, aún no les ha afectado lo suficiente…”
—Y, ¿qué? ¿Quieren esperar a que se caiga el maldito sistema para que afecte a otros servidores? — pregunté mientras me colocaba mi ropa con rapidez, no iba a poder bañarme antes de salir de casa — si no hacemos algo, después de ellos seguirá Vancouver y en el peor de los casos, se extenderá a los países asiáticos.
—“…Estamos en eso ingeniero…”
—¡Voy para allá! — colgué el celular y volví a salir del baño, Agustín aún estaba en la puerta de mi habitación — tengo que llegar a mi trabajo lo más rápido posible — dije cuando pasé a su lado para bajar las escaleras.
—Sí, señor — asintió y me siguió con rapidez.
Al llegar a la planta baja, solo recogí mi maletín y salí de casa. Agustín se había adelantado a la puerta para abrirla y encender el automóvil, que, debía agradecer, ya estaba fuera.
—¿Y Alex? — pregunté cuando empezamos el trayecto mientras yo encendía mi computadora personal, volví a carraspear, sentía mi garganta seca.
—El señor De León salió poco antes de las ocho de su casa — Agustín manejaba a alta velocidad, sólo esperaba que no nos fueran a detener por ello.
—¡¿Por qué no me despertó?! — mi voz era molesta, coloqué el adaptador para conectarme a internet satelital y entré a un sistema privado, para verificar la gravedad del problema en mi trabajo.
—El señor dijo que usted necesitaba descansar, por ello prefirió no molestarlo.
—¡¿Y tú?! — lo miré con ira — ¿por qué no me hablaste cuando él se fue?
—Señor, usted no me dijo que lo despertara y…
—¡Ya no importa! — grité y tosí nuevamente.
Guardé silencio durante el trayecto, mientras revisaba algunos archivos y programas, los datos no los tenía todos a la mano, debido a la seguridad de mi empleo, sólo podía revisarlos en el edificio, pero al menos, podría tratar de evitar la caída del otro servidor y que no hubiera más problemas en las otras ciudades.
Llegué a mi trabajo y bajé del automóvil con rapidez, sin siquiera despedirme de Agustín. Subí el elevador aún con mi computadora personal en mano; tampoco pasé por mi oficina, me fui directamente al área de información. Durante la mañana, me quedé ahí, tratando de arreglar el desperfecto, marcando a las ciudades afectadas y poniéndome en contacto con los responsables, especialmente de la ciudad dónde todo empezó. Lucía me llevó café tras café, además, de una caja de pañuelos desechables, porque empecé a estornudar con insistencia; a pesar de todo eso, mi equipo estuvo ahí, trabajando sin descanso, para arreglar el problema ocasionado por un descuido humano.
Eran pasadas las dos de la tarde y yo aún estaba con el problema encima, Lucía me llevó algo de comer pero ni siquiera toqué el plato, mis subordinados se turnaron para ir a almorzar algo rápido, pues no tardaban ni diez minutos en regresar. Pasadas las cuatro de la tarde el problema se arregló, yo estaba exhausto y mi equipo también; evitamos que varios servidores cayeran, pero no pudimos evitar perdida de información relevante, que debía ser repuesta a la brevedad y aunque no era mi obligación, pues no era el responsable directo de lo que había pasado, tuve que lidiar con algunas personas incompetentes para que, ese mismo día, se arreglara esa cuestión.
Casi a las seis de la tarde pude salir de ese lugar, me sentía cansado, me dolía el cuerpo, me ardían los ojos, además de que estornudaba con frecuencia y sentía mi garganta arder, eso sin contar que no tenía mucha voz, por estar hablando casi todo el día por teléfono. Fui a mi oficina y Lucía aún estaba en su escritorio, trabajando; un arreglo de rosas estaba ahí mismo.
—Ingeniero — se puso de pie cuando me vio — ¿ya se va? — preguntó condescendiente.
—No — negué — aún me falta un informe — pero no pude más y me senté en la sala de espera, descansando un momento — tú, ¿por qué no te has ido?
—Bueno, es que faltaba un informe de los datos del último trimestre con respecto a los gastos de mantenimiento y cómo estuvo muy ocupado en el día, me quedé a hacerlo para usted — sonrió.
—Gracias… — suspiré y sonreí cansado — no recordaba eso — carraspee un par de veces — ¿algún pendiente hoy, Lucía? — pregunté a media voz.
—Aparte de ese informe, no — negó — ni siquiera vino el licenciado Páez a la cita que tenía.
—Menos mal — recargué mi cabeza en el respaldo del sillón — no hubiera podido recibirlo hoy tampoco…
—Se mira muy mal, ingeniero — se acercó hasta mi — debería ir a descansar.
—Estoy bien, solo me duele la cabeza y la garganta — cerré mis ojos cansado — ando congestionado.
—A ver… — ella se acercó y puso su mano sobre mi frente — ¡mi Dios! — levantó la voz alarmada — está ardiendo.
Sonreí — no exageres…
—No exagero — caminó hacia su escritorio para usar el teléfono — debí saber que no estaba bien, sólo vino con ese suéter al trabajo, está haciendo mucho frío.
—Estoy bien — intenté ponerme de pie — solo es cansancio y quizá — todo dio vueltas — gripe…
—¡Ingeniero! — el grito de Lucía fue lo último que escuché.
* * *
Abrí los ojos en una cama que no era mía, Lucía estaba a mi lado, sentada en una silla.
—Ingeniero… — sonrió — que bueno que despertó — se puso de pie — iré a llamar al señor De León y a sus amigos.
Parpadee confundido, cuando ella dio vuelta, intenté llamarla, pero no me salió la voz. Momentos después, Alejandro entró con rapidez, acercándose a mi cama, me tomó de la mano, depositó un beso suave en mis dedos y acarició mi cabello.
—¿Cómo te sientes? — preguntó con preocupación.
Intenté hablar pero mi voz seguía ausente, si acaso, parecía ser un intento de susurro.
—Parece que está afónico — Luís se acercó del otro lado de la cama.
—Al menos despertó antes de lo que el doctor dijo — Daniel sonrió de lado.
Víctor se quedó a los pies de la cama y me movió un pie — ¿qué pasó, ‘bro’? Nos diste un buen susto.
Lucía también estaba en la habitación pero no se acercó a la cama, solo fue a una mesita y se sentó en una silla que estaba ahí mismo.
Moví mi mano para pasar mis dedos por mi cuello, me daba comezón por dentro, en mi garganta, además me picaban los oídos; en ese momento, un hombre mayor, con una bata blanca y una enfermera tras él, entró a la habitación.
—¡Vaya!, despertó rápido — sonrió afable y mis amigos se movieron para permitirle el paso, pero Alejandro no se alejó de mí — y ya no tiene fiebre, eso está mucho mejor.
—¿Que pasó, doctor? — preguntó Alex con seriedad.
—El señor Salazar no tiene nada, sólo es fatiga — el hombre me miró levantando una ceja — y si no come bien, va a volver a pasarle — fruncí el ceño confundido y el doctor negó — no me mire así, su secretaria ya nos dijo que no comió hoy, por estar ensimismado en su trabajo y eso, es malo — con su pluma empezó a llenar unos papeles que llevaba en una pequeña tabla — debe cuidarse y no salir de su casa sin abrigarse adecuadamente.
Abrí mi boca para replicar pero mi falta de voz no me lo permitió, algo que me frustró, pues no podía defenderme.
—No puede hablar — Alex acarició mi mejilla — ¿es normal?
—Es normal — el doctor le pasó la tablilla a la enfermera — trae las amígdalas inflamadas por una leve infección en la garganta y en los oídos, pero con el medicamento se le pasara en uno o dos días — volvió a dirigirse a mí — si no se cuida, puede complicársele, los problemas con las vías respiratorias son muy comunes esta época del año, necesita descanso y buena alimentación, es todo.
—¿Está seguro? — Alejandro lo miró con seriedad.
—¡Por supuesto! — el médico se cruzó de brazos — también debería dormir mejor — entrecerró los ojos — esas ojeras me indican que no ha dormido lo suficiente, así que, a recuperar el sueño, que de seguro por andar en fiestas y parrandas, no ha descansado cómo se debe.
Desvié la mirada nerviosamente.
—¿Cuándo puede volver a casa? — Alejandro me miró con ternura.
—Hoy mismo, no es necesario que se quede aquí — el doctor miró a la enfermera — ¿cuánto le falta al suero?
—Quince minutos, doctor.
—Yo creo que no necesita quedarse más, quítaselo para que se lo lleven — miró a Alejandro — y que coma mucho, especialmente comida preparada en sopa, una rica sopa de pollo le caerá muy bien — sonrió amablemente — todo lo que vaya a comer que sea blando para que no le lastime la garganta, porque así como está, estoy seguro que le incomoda hasta pasar saliva, ¿no es así? — puso su mano en mi hombro y yo asentí — también, tome mucho jugo de naranja o mandarina, pero si eso no le satisface, entonces té de limón con miel, es un remedio casero muy eficaz — me guiño un ojo — con eso, mañana mismo estará cómo nuevo, claro, con eso y los medicamentos.
La enfermera salió de la habitación y volvió con unos aditamentos para quitarme el suero. Alejandro se movió y se acercó al médico.
—¿Podemos cruzar unas palabras, doctor?
—Por supuesto.
Ambos salieron de la habitación y la enfermera salió después de que me quitó el suero. Mis amigos volvieron a acercarse a mí.
—Bien, al menos no tienes nada — la voz de Luís parecía más tranquila.
—Pero, sí necesita descansar, ingeniero — la voz de Lucía aún tenía un tinte de preocupación — me dio un gran susto hoy.
Intenté preguntar qué había pasado, pero fue imposible, aunque ellos parecieron entender lo que quería decir.
—Pues… — Lucía estrujo sus guantes — perdió el conocimiento en la oficina, llamé a seguridad del edificio y me tomé el atrevimiento de llamar al señor De León — mordió su labio nerviosamente — él me había dado su número con anterioridad, así que, cómo no supe qué hacer, lo llamé — explicó — los de seguridad lo subieron al sofá de la oficina y estaba llamando a una ambulancia pero, en ese momento, llegó un hombre que dijo que lo había enviado el señor De León, para traerlo a un hospital y decidí acompañarlo — inclinó el rostro apenada — perdóneme.
Sonreí y negué, moví mi mano para alcanzar las de ella y cuando lo hice, ella me vio y le agradecí, moviendo mis labios solamente.
—Alejandro nos llamó después — Luís prosiguió.
—Sí, dijo que tu chofer te había traído a este hospital y vinimos de inmediato — Daniel me palmeó la pierna.
—No sabíamos que tenías y cómo Alex dijo que habías sufrido un accidente en tu trabajo — Víctor se alzó de hombros — pensamos lo peor, ‘bro’.
—Especialmente porque cuando llegamos nos dijeron que no habías despertado — terminó Luís.
Negué con una sonrisa en mis labios; eso era ser alarmista, ni siquiera había sido accidente, sólo había perdido el conocimiento por el estrés y el cansancio.
Alejandro entró nuevamente a la habitación con una maleta en la mano y un par de enfermeras tras él — hora de irnos — dijo más tranquilo — ¿necesitas ayuda para cambiarte? — preguntó cuándo se acercó a mí.
Miré mi mano derecha, donde aún traía el algodón que la enfermera me había colocado después de quitar el suero, me incomodaba, así que, difícilmente podría hacer muchos movimientos. Asentí.
—Bueno… — Alex miró a mis amigos — será mejor que salgamos, así lo pueden ayudar a cambiarse con más comodidad — señaló a las jóvenes con su rostro.
Mis amigos salieron y las enfermeras me ayudaron a cambiarme; lógicamente no era la ropa que había llevado ese mismo día al trabajo, pero era igual de cómoda. También tuve que colocarme una bufanda, guantes, un gorro y una chamarra abrigadora. Las chicas salieron de la habitación al terminar y Alejandro entró llevando una silla de ruedas con él.
—¿Estás listo? — sonrió cuando yo asentí sumisamente — vamos…
Él me ayudó a sentarme en la silla, después tomó la maleta, la colocó en su hombro y empujó la silla para salir de la habitación; mis amigos estaban fuera y Daniel estaba hablando con Lucía.
—¿Irán a casa de Erick? — preguntó Alejandro con una sonrisa en su rostro — si es así, espérenme un momento, porque necesitamos pasar por su documento de ‘alta’.
—No, creo que no — Luís miró a Víctor — Víctor me llevará a mi casa, porque, aunque puedo manejar, preferí no hacerlo hoy y él me trajo.
—Sí, además, lo que Erick necesita es descansar — Víctor metió sus manos en los bolsillos de su chaqueta — o ¿no, ‘bro’?
Asentí cansado.
—Yo… yo llevaré a la señorita Lucía a su casa — Daniel nos miró nerviosamente — ella no tiene cómo regresar y me ofrecí a llevarla.
Víctor, Luís y yo lo observamos seriamente y con eso, el rostro de nuestro amigo se tiñó de rojo, después sonreímos.
—Bueno, entonces, nos despedimos — Luís me palmeó un hombro — cuídate y descansa — asentí nuevamente — Alejandro… — le ofreció la mano a Alex — cuídalo, por favor — pidió cuando sus manos se estrecharon.
—Claro, no tienes que decirlo — respondió.
—Haz que cene bien — Víctor se despidió de Alejandro — y si no mejora, que mañana no vaya a trabajar.
—Eso tenlo por seguro — la voz de Alex no dejó duda de que no me permitiría ir al trabajo al día siguiente.
Lucía se acercó a mí — hasta luego, ingeniero — se inclinó y me dio un beso en la mejilla — cuídese y no se preocupe, yo mañana voy a hablar con Azucena para que sepa lo que ocurrió y esté al tanto, en caso de que no vaya a trabajar — le ofreció la mano a Alex y sonrió — nos vemos después, señor De León, cuide bien del ingeniero, por favor.
—No te preocupes, lo cuidaré.
Ella se alejó un poco, permitiendo que Daniel se acercara — hasta mañana, Erick — sonrió — toma las cosas con calma, ¿ok? No tienes que esforzarte tanto — nuevamente asentí, ya que no podía hacer más, Daniel le dio la mano a Alex — nos vemos después Alejandro.
—Hasta luego.
Mis amigos se retiraron y Alejandro me llevó hasta una recepción. Pude notar en ese lugar un reloj, eran las nueve con treinta minutos; mientras Alejandro hablaba con las jóvenes que estaban ahí, pude darme cuenta que tres hombres se acercaban, eran Julián, Miguel y Agustín.
—Señor — Julián se dirigió a Alejandro — estamos listos, cuando guste, podemos partir.
—Sí — respondió — solo necesito un documento, por favor Miguel… — le acercó la maleta y el hombre la tomó con rapidez — tú y Agustín, adelántense con Erick.
Agustín se movió para colocarse tras de mí y empujar la silla de ruedas. Miguel se puso a mi lado y me guiaron por los pasillos hasta un elevador, bajamos por el mismo y llegamos a un estacionamiento, en el cual, estaba mi automóvil y a un lado, el de Alejandro. Miguel se movió con rapidez abriendo la puerta del automóvil de Alex para que yo entrara.
—Permítame — Agustín puso los seguros a la silla y se acomodó para cargarme, intenté negarme pero, la falta de voz, no me dejó objetar, así que Agustín me tomó en brazos, me subió al automóvil y acomodó mis piernas — ¿necesita algo más, señor? — preguntó atento.
Negué y le sonreí.
—Yo iré en su automóvil — continuó — sus cosas están ahí, así que no se preocupe — se alejó, cerró la puerta y caminó llevando la silla al interior del edificio, mientras Miguel se quedaba a un lado del automóvil, después de guardar la maleta en la parte trasera del mismo.
Minutos después, Alejandro llegó y se subió al auto junto a mí; Julián y Miguel tomaron sus lugares iniciando el trayecto a mi casa. Agustín iba en mi automóvil, siguiéndonos de cerca.
A mitad de camino, Alejandro me abrazó y acarició mi rostro — me preocupaste — susurró — creo que, últimamente, no te he dejado descansar lo suficiente — su voz sonaba apagada — me disculpo por ello — restregué mi cabeza contra su hombro al negar — pero te aseguro que no te exigiré tanto de nuevo.
Me alejé de él y busqué su mirada, negué con lentitud — no es tu culpa — mi voz era muy débil pero se alcanzó a escuchar.
—No importa — sonrió — si está en mí ayudar a que estés bien, haré lo que sea — besó mis labios con ternura — entiende que eres lo más importante para mí… lo más importante.
Asentí débilmente mientras sonreía. Me recosté nuevamente en su hombro y cerré mis ojos, para descansar.
—Señor… — Miguel levantó la voz — Marisela espera sus indicaciones, ya está con una cocinera en la casa del señor Erick.
Esas palabras me obligaron a incorporarme con rapidez, fruncí el ceño viendo a Alejandro con molestia y él respiró cansado.
—Dile que prepare algo de caldo de pollo, té de limón y que espere a que llegue para decirle lo que debe hacer — respondió él sin mucho ánimo.
—Sí, señor — Miguel siguió hablando por el intercomunicador.
Yo me cruce de brazos y me moví al lado contrario de Alejandro. Él pasó su mano por su cabello, entornó los ojos y después intentó abrazarme.
—Erick, por favor, no empieces…
—¿Qué no empiece? — forcé mi voz para hacer esa pregunta — ¿qué hace ella en…? — mi voz volvió a irse completamente y eso me enfureció, ni siquiera podía reclamar.
—Le dije que llevara a alguien para que preparara algo de cenar — suspiró — necesitas comer bien y requeríamos a alguien de confianza que preparara tu cena, ¿qué querías? — preguntó cansado — ¿que fuera por la señora Josefina a su casa, a estas horas?
Entrecerré mis ojos y solté el aire con molestia. No iba a poder discutir con él aunque quisiera, pero sentía que Alejandro lo estaba haciendo a propósito, pues ya sabía, con seguridad, que esa mujer no me agradaba.
Al llegar a casa, Julián introdujo el automóvil en el que íbamos, en mi cochera; Agustín estacionó el mío al lado, después de todo, era para dos autos. Julián le abrió la puerta a Alejandro y él, fue a la otra puerta a ayudarme; apenas puse un pie abajo, se movió con rapidez, obligándome a pasar uno de mis brazos por su cuello, mientras él colocaba sus brazos por detrás de mi cuerpo, uno, en mi espalda y el otro por mis piernas; así, pudo levantarme para entrar a mi casa. Agustín se apresuró a abrir la puerta principal y permitirnos el paso; Julián se encargó de cerrar el automóvil, Miguel nos siguió llevando la maleta y Agustín con mi maletín.
Marisela estaba de pie, cerca del comedor — buenas noches — saludó.
Sólo los guardaespaldas respondieron al saludo. Pude notar que había otro hombre, vestido de negro, cerca de la cocina y en la misma, por encima de la barra, alcancé a ver a una mujer cerca de la estufa.
Alejandro no se detuvo ahí, sólo el personal que nos seguía se quedó en la planta baja; él siguió caminando, subiendo las escaleras, aún conmigo en brazos y llevándome a mi habitación. Al llegar, la luz estaba encendida y la cama arreglada para que pudiera usarla; Alejandro me dejó sobre el colchón con sumo cuidado y delicadeza. Acomodó mis piernas y puso varias almohadas y almohadones en mi espalda, para que quedara sentado; después me desvistió, dejándome sólo con una camiseta manga larga y el pantalón, para, finalmente, cubrirme con las cobijas y edredones.
—Vuelvo, iré por tu cena — anunció con dulzura, pero yo lo miré con enojo; estaba seguro que sólo quería ir a ver a esa mujer — toma — me acercó el control de la televisión — por si quieres ver algo.
Agarré el control y mi vista se perdió en las cortinas del ventanal. Alejandro salió de la habitación y yo me quedé pensando; tal vez me estaba comportando infantil, quizá intolerante, pero no podía evitar los celos que me carcomían por dentro.
Encendí la televisión y cambié, canal tras canal, buscando algo que ver, incluso, pase por los canales infantiles; encontré una película de animación a computadora, así que, la dejé ahí, aún podía disfrutar de películas para niños plenamente y me gustaban en demasía. Algunas bromas lograron arrancar de mis labios ligeras risas, pero mis ojos se cerraban con lentitud; estaba cansado.
Abrí mis ojos, sacudiendo mí cabeza con rapidez, al escuchar el ruido en la puerta; Alejandro llevaba una mesita para la cama y sonrió al verme un tanto adormilado.
—La cena — la colocó frente a mí — espero que la disfrutes — se sentó a mi lado y acarició mi cabello.
El plato estaba lleno de caldo de pollo, el cual, ya estaba desmenuzado; a un lado, una taza con té con un trocito de canela que flotaba en la superficie y al lado contrario, otro plato con algo de fruta picada.
Ladee mi rostro e hice un ligero puchero — es mucho — susurré.
—Sí, pero no has comido en todo el día — Alex tomó la cuchara y movió el caldo — si no comes, tendré que obligarte — su voz era seria, pero su rostro no mostraba enojo, al contrario, era apacible y una ligera sonrisa curvaba sus labios.
Asentí y sujeté la cuchara para comer, levanté mi rostro y miré a Alex — ¿no cenarás? — mi voz seguía sin escucharse bien, pero al menos podía articular palabras.
—Sí, pero primero, me aseguraré de que cenes correctamente.
—Acompáñame — pedí — por favor…
—Está bien, si eso quieres… iré por algo de comer, para venir a cenar contigo.
Alejandro volvió a salir de la habitación y regresó con otra charola idéntica a la mía. Ambos cenamos y aunque con la fruta tuve dificultades para pasar los bocados, terminé mi cena con rapidez; el hambre acumulada durante el día quedó satisfecha en ese momento. Alex llevó las charolas a la planta baja, mientras yo me arrebujaba en el colchón, envolviéndome con las cobijas; estaba caliente, satisfecho y somnoliento.
Cerré mis ojos por el cansancio, pero el sueño profundo no me invadió, pude escuchar a Alejandro regresar, hacer algo de ruido en el vestidor y tardar varios minutos en acostarse a mi lado, después de apagar la televisión y las luces.
Sus brazos me envolvieron con delicadeza y besó mi cabello al momento en que me movía para acurrucarme en su pecho — descansa, mi amor… — susurró — lo necesitas…
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