Amistades
Miércoles, diciembre 17
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Me removí inquieto y abrí mis ojos. Mi cuerpo ardía debido al sueño que estaba teniendo momentos antes; pasé mi mano por mi cabello y relamí mis labios, pues los tenía secos. No había luz en la habitación, sólo aquella que se lograba colar por las orillas de la cortina; la luz intermitente de los adornos navideños en mi casa. Moví mi mano y busqué en el buró mi celular, revisé la hora, casi las cuatro de la mañana, además, noté que tenía varias llamadas perdidas del día anterior, todas de Luís; pero en ese momento no me importaba, después le llamaría. Metí mi mano por debajo de las cobijas y toqué mi erección por encima de mi pantalón; estaba completamente excitado y era obvio que la razón había sido mi sueño.
Me giré buscando el calor de Alejandro; él se encontraba plácidamente dormido boca arriba. A diferencia de mí, Alex no traía su camiseta de dormir, así que, pasé mi mano por su pecho, rozando con mis dedos su piel, disfrutando del tacto de la misma, buscando despertarlo con mi toque; incluso, llegué hasta uno de sus pezones, estimulándolo con mi índice, pero él no reaccionó.
Mordí mi labio frustrado, tenía ganas de sexo y Alejandro estaba dormido. Dudé, podría simplemente masturbarme y volver a dormir hasta que sonara la alarma de mi despertador, pero tenerlo ahí, a mi lado, era una tentación y más ahora que estaba despierto; después de todo era hombre, también me invadía la ansiedad por el sexo, como a él.
Me metí bajo las cobijas, moviéndome con lentitud, bajando por el colchón; mis manos descendieron hasta la cintura de Alejandro y encontré el inicio de su pantalón de pijama. Sonreí nerviosamente pero no me iba a echar para atrás. Cómo pude me acomodé entre sus piernas y descubrí su miembro, el cual, estaba ligeramente erecto; me relamí los labios, me acerqué hasta él y lo introduje en mi boca, lentamente, disfrutando su tibieza, su suavidad y especialmente, su sabor. Pero no pude soportar por mucho tiempo, así que empecé a degustarlo desesperado, lamiendo, chupando, tratando de albergarlo completamente en mi boca cuando empezó a erguirse aún más, haciendo más grande su volumen y por consiguiente, más difícil mi trabajo.
No supe en que momento, la mano de Alejandro se posó en mi cabello, obligándome a llevar la punta de su pene hasta mi garganta, pero debía admitir que lo disfrutaba; finalmente, me incorporé con emoción, alejando las cobijas para quedar descubierto. La luz del buró ya estaba encendida, permitiéndome ver la sonrisa divertida de Alex.
No dije nada, me quite la ropa con rapidez y también, quité su pantalón y su bóxer, alejándolos completamente de su cuerpo; después, solo me acomodé para sentarme sobre su sexo, sin decir una sola palabra, me empalé en su miembro, sintiéndome pleno. Gemí al sentirlo en mi interior; arquee mi espalda hacia atrás, sosteniéndome de sus piernas, me quedé sin moverme por unos segundos y Alex aprovechó para masajear mi pene erecto, el cual estaba expuesto ante él; inicié el movimiento de mi cadera, primero lento, tratando de disfrutarlo completamente, albergándolo hasta lo más profundo de mi. Pero mi excitación me obligó a cambiar el ritmo, a moverme desesperado, necesitado, buscando el placer que Alejandro me proporcionaba cuando me poseía, pero no lo conseguía, no lo sentía igual, me gustaba más cuando él marcaba el ritmo; me incliné hacia a Alex con mi vista nublada por las lágrimas, apoyando mis manos en su pecho.
—No puedo… — gimotee.
—¿Qué? — Alex acarició mi rostro, acercándome hasta él, besándome con fuerza — ¿qué no puedes?
—No puedo… sentirlo como… como me gusta… — mordisquee los labios de Alex con deseo — cómo lo haces tú… por favor… — supliqué — por favor, Alex…
—Pero a mí me gusta así — susurró contra mis labios — como te mueves para mí… hazlo un poco más… — su lengua limpió mis lágrimas — sólo un poco y te complaceré…
Asentí sumisamente y me alejé de él, obligándome a mover mi cadera con más fuerza, tratando de poner un ritmo adecuado para darle placer a Alex, guiándome por su rostro, por las muecas de placer que mostraba mientras lo satisfacía; sus ojos llenos de lujuria, su sonrisa perversa y sus gemidos roncos me hacían feliz, saber que Alejandro disfrutaba con mi cuerpo, igual que yo disfrutaba siendo suyo, era más que suficiente para hacerme sentir dichoso. Alejandro seguía masturbándome con una mano y la otra, acariciaba mi cuerpo, tratando de no olvidar ninguna parte sensible de mí; acariciaba mis piernas, mi abdomen, mis brazos, también pellizcaba mis pezones, rozaba mis labios e introducía sus dedos en mi boca, buscando con ellos mi lengua, para juguetear con ella de manera insistente.
El deseo y el placer me envolvieron, mis gemidos aumentaron de intensidad, las caricias que Alex me prodigaba me gustaban, me excitaban; arquee mi espalda cuando sentí que estaba a punto de correrme, pero Alejandro apresó mi sexo con fuerza, obligándome a gritar por el placer contenido. Posé mi vista en su rostro, mientras temblaba y sudaba, pero él parecía estar en perfectas condiciones.
—Es hora, ‘conejo’… te complaceré…
Alex se sentó, pasó sus manos por mi espalda y después, aún sin salir de mi interior, juntos giramos; quedé contra el colchón, él se apoderó de mi boca, su lengua jugueteó con la mía y sus manos se aferraron en mis hombros. Con ese apoyo, Alejandro me penetró con fuerza y salvajismo, haciéndome llorar, consiguiendo que mis gemidos de placer se ahogaran en su boca; enredé mis piernas en su cintura, mis dedos se enredaron en su cabello y permití que él llevara el ritmo, lastimándome por dentro y consiguiendo que mi cuerpo disfrutara ese delicioso dolor, que solo él conseguía provocar en mí.
Alex intentó alejarse y no lo dejé, quería tenerlo contra mí, con su boca unida a la mía, pero él, con sus manos, me obligó a soltarlo.
Se alejó sonriendo cínicamente — el ‘conejo’, quiere jugar… entonces, juguemos… — relamió sus labios y después se alejó, saliendo de mi interior, sin consideraciones
—Alex… — lo llamé en un susurro, al dejar de sentir su pene en mi cavidad.
Momentos después, apresó mis manos con las suyas y con las piernas del pantalón de su pijama, ató mis muñecas por encima de mi cabeza.
—No… — gimotee y traté de oponerme a que me sujetara.
—¿No? — preguntó mientras sostenía el amarre con su mano derecha e introducía los dedos de su otra mano en mi boca — ¿estás seguro?
No pude responder, me centré en que mi lengua jugueteara con sus dedos, lamiendo, humedeciéndolos, también me permití morderlos con suavidad, incitándolo a que lo hiciera conmigo. Alejandro me observaba complacido, moviendo su mano para que yo le brindara más diversión.
Retiró sus manos de las tareas que tenían y acercó su rostro al mío — no bajes tus manos — ordenó en un susurró cerca de mis labios — si pones resistencia, no voy a permitir que llegues al orgasmo, ¿entendiste? — la seriedad con la que habló y el tono molesto, me indicaron que era una amenaza que cumpliría al pie de la letra, si lo desobedecía.
—Sí… — respondí débilmente.
—Sí, ¿qué?
—Sí… amo… — un jadeo excitado escapó de mi boca después de llamarlo de esa manera, era excitante sentirme suyo completamente.
Cerré mis ojos, expuse mi cuerpo lo más que pude, permitiendo que Alex hiciera lo que quisiera conmigo; yo no iba a reprimir mi deseo tampoco, porque estaba seguro, que él me haría gozar.
Los labios de Alex bajaron por mi cuerpo, empezando desde mi cuello, recorriendo mi pecho con lentitud, entreteniéndose por algunos instantes en mis pezones para después, pasar por mi abdomen y llegar a mi sexo. Arquee mi cuerpo, grité y lloré al sentir la tibieza de la boca de Alejandro, envolviendo mi pene con delicadeza; su lengua daba un trato especial a mi erección, sus manos masajeaban mis testículos y rozaban mi entrada con sus dedos. Me removí, apreté la almohada por encima de mi cabeza, exactamente en el lugar dónde Alex había dejado mis manos y gemí cómo poseso, disfrutando las lamidas, las chupadas y especialmente, las ligeras mordidas; un par de dedos entraron en mi interior, rozando el lugar exacto que me elevaba al cielo, obligándome a suplicar por más caricias y por sobre todo, más placer.
Alex se incorporó, colocó mis piernas sobre sus hombros y la punta de su pene en mi entrada; sus manos se acomodaron sobre el colchón, para sostenerse cerca de mi rostro y después, me penetró hasta el fondo, de un solo golpe. Hice mi rostro hacia atrás, gritando su nombre y sin querer, tensando los músculos de todo mi cuerpo. Ni siquiera permitió que me relajara, inició un vaivén rápido, duro, tortuoso y a la vez, delicioso para mí; yo lloraba y gemía sin parar, estaba por llegar al orgasmo, Alejandro lo sabía, me conocía muy bien para no saberlo con antelación, pero no quise avisarle, temiendo que me fuera a detener nuevamente, además, quería terminar, quería llegar al orgasmo y que él siguiera penetrándome, quería disfrutar ese dulce dolor que me provocaba cuando me embestía, después de haber llegado al clímax, gracias a él.
Nuevamente, mi cuerpo se tensó, pero en esta ocasión, el palpitar en mi pene anunció mi orgasmo, ese mismo que había contenido con anterioridad; había terminado plenamente, gracias a todo el placer que Alejandro me había proporcionado. Mi semilla se regó en mi abdomen y logró ensuciar también el de Alex. Él sonrió y me besó; parecía complacido, a pesar de que, por el cansancio de mi reciente orgasmo, no podía corresponder a su beso apasionado.
Alejandro siguió embistiéndome después de alejarse de mi boca, esta vez con mayor fuerza; sostuvo mis piernas por mis tobillos y su cadera se movió con rapidez, permitiendo que su sexo entrara y saliera de mí, con más ímpetu. Una sonrisa de placer se dibujó en mi rostro, me gustaban esas sensaciones y sentimientos que él producía; después de llegar al clímax, sentía a Alejandro de forma distinta, quizá porque quedaba sensible o porque mi interior se contraía apresándolo con más fuerza, pero era algo que incluso, cuando llegara a incomodar, lo disfrutaba en demasía, una tortura placentera para mi cuerpo que no deseaba que terminara jamás.
Momentos después, Alejandro llegaba al orgasmo, inundando mis entrañas con la tibieza de su semen, sonriendo complacido al notar que mi interior lo apresaba con intensidad, debido a que mis músculos se contraían, en respuesta al palpitar de su pene. Se quedó ahí por unos segundos; su vista estaba fija en mí y yo le sonreí cansado, relamí mis labios para terminar mordiendo mi labio inferior. Él salió de mi interior y se movió hasta dejar su rostro cerca de mi abdomen. Su lengua recorrió mi piel, limpiando mi semen, el cual, se había esparcido, en gran medida debido al movimiento de nuestros cuerpos cuando me penetraba; cada lamida me provocaba escalofríos, arrancándome gemidos de placer, además sentía su semilla escurrir entre mis nalgas y tenía que admitir, que era una sensación extraña, pero placentera.
—¿Te gustó? — preguntó después de que terminó de limpiar y se acercó a mi rostro.
Asentí débilmente, mis ojos se entrecerraban por el cansancio y el sueño; él me besó delicadamente y sus manos desataron las mías.
—A mí, me gustó que me despertaras de esa manera — confesó en un susurro y con una sonrisa divertida — ha sido mi mejor despertar…
Cuando mis manos estuvieron libres, las moví para abrazar a Alex, pasándolas por su espalda, ofreciéndole mis labios una vez más. Él aceptó mi oferta besándome con pasión, abrazándome y llevándome junto con él, para dejarme sobre su cuerpo, pues el suyo quedó recostado completamente en la cama. Cuando nos separamos, me acomodé en su pecho, dejando mi rostro cerca de su cuello; una de mis manos jugó con uno de sus pezones y las manos de él, acariciaban mi piel con ternura.
—Alex… — susurré cansado.
—Dime…
—Ya… — respiré profundamente para poder seguir hablando — ya pensé en lo del chofer…
—Ah, ¿sí? — sentí su mano en mi cabello — ¿Qué pensaste?
—No importa… no importa quién sea… — sonreí — elige quién quieres que me cuide por ti… — pasé mi lengua por su cuello — estará bien, si es tu decisión…
—¿Estás seguro, Erick?
—Sí — restregué mi rostro contra su piel — después de lo de ayer, confiaré en las personas que tú confíes, nada más…
—Bien… entonces, ¿te parece bien si es Agustín?
—Sí, está bien… — bostecé, mis ojos me pesaban — lo que tú digas… — mi cansancio me estaba venciendo — lo que ordenes… amo…
* * *
Escuché a lo lejos el sonido de mi alarma, pero no quise hacerle caso; durante un largo rato siguió sonando, hasta que por fin, tuve la fuerza de voluntad para moverme y apagarla. Bostecé cansado; mi cuerpo me pesaba, de buena gana me hubiese quedado acostado un poco más, pero al buscar el calor del cuerpo de Alex y no encontrarlo, me incorporé con rapidez. Noté que la lámpara del buró estaba encendida y a los pies de la cama, estaba mi pijama acomodada; me puse de pie, pero en cuando estuve parado, algo húmedo se deslizó lentamente por mi pierna, logrando que me sonrojara.
—Deberías tener pañuelos desechables en tu buró.
La voz de Alejandro me hizo girar el rostro, estaba vestido con su pijama y acababa de entrar por la puerta de la habitación.
—Lo sé — sonreí — pero, se me olvida comprar — acoté divertido y agarré mi ropa de la cama, para encaminarme al baño a asearme — ¿dónde estabas?
—Fui a despertar a Agustín, para que te lleve al trabajo — se alzó de hombros — anoche le dije que durmiera en una de tus habitaciones del otro piso, espero no te moleste.
—¿Por qué me molestaría? — cuando pasé cerca de Alex me acerque y besé su mejilla — buenos días — saludé.
—El ‘conejo’ parece feliz — levantó una ceja y sonrió de lado — ¿por qué será? — iba a responderle, pero él me sujetó por la nuca con su mano, me besó en la boca de forma posesiva y por un momento su lengua jugó con la mía, después se separó de mí, relamiendo sus labios — así se saluda por la mañana… — sentenció con diversión.
—Tonto… — susurré contra sus labios, sintiendo que mi rostro ardía, después seguí mi camino hacia el baño.
Alejandro fue a recostarse en la cama, encendiendo la televisión. Yo, hice mi rutina matutina sin apresurarme; salí del baño varios minutos después, listo para ir al trabajo, aunque me sentía fatigado.
Agarré mi celular del buró — Luís me marcó ayer — dije mientras lo guardaba en el bolsillo de mi saco.
—Ayer olvidaste tu celular — respondió con una sonrisa.
—Sí, lo sé, me di cuenta en la madrugada de sus llamadas…
—¿Vas a hablar con él hoy?
—¿Te molesta? — levanté una ceja observándolo con seriedad.
—No, ya arreglamos ese asunto, pero quiero saber — se incorporó de la cama para salir de la habitación junto a mí — me interesa lo que hagas, lo sabes…
Camine delante de Alex con media sonrisa — veré qué necesita, es extraño que me marque entre semana.
Alex no dijo nada, bajamos las escaleras y fuimos a la cocina. Él descubrió un par de paquetes que estaban en la barra desayunadora, dentro de ellos había algunas tostadas francesas.
—Tu desayuno — indicó poniendo frente a mí, uno de esos platos desechables.
—¿Ahora tengo que desayunar esto? — levante una ceja — solo me tomaré un café, gracias — intenté caminar hacia la estufa para poner la cafetera, pero él me detuvo pasando sus manos por mi cintura.
—Lo siento, ‘conejo’, pero anoche no cenaste, así que tendrás que desayunar esto — acercó su rostro al mío — o no irás a trabajar, porque te llevaré a la habitación y te ataré a la cama, para obligarte a comer otras cosas — su sonrisa perversa me hizo estremecer.
—Esta… está bien — carraspee — pero, quiero café.
Alex se alejó yendo a la estufa y con la cafetera, sirvió agua en una taza. Pude notar como el vapor salía mientras iba llenando el recipiente.
—¿Ya habías puesto el agua? — indagué curioso y sujeté la taza que me dio.
—Desde hace varios minutos, cuando me levanté — aseguró con suficiencia, mientras se servía una taza con agua caliente — tú te quedaste profundamente dormido, yo no.
No dije nada, simplemente preparé ambos cafés y comencé mi desayuno.
—Hoy saldré en el día — Alex se sentó frente a mí a comer otras tostadas y un omelet — iré a ver al padre Gerardo…
—¿En serio, volverás? — un escalofrío me recorrió — y, ¿si te pasa algo?
—No te preocupes, iré preparado — se alzó de hombros restándole importancia a la situación — además, desde ayer esta la noticia de un tiroteo en ese lugar, iré a apoyar a la comunidad y a la iglesia que fue afectada… nada más…
—¿Por qué, para ti, todo es tan sencillo? — suspiré negando y comiendo una de las tostadas, ahora todo el día iba a estar inquieto.
—Porque tengo todo controlado — respondió, su mano acaricio mi rostro con suavidad — no tienes que preocuparte, te aseguro que nada va a pasar.
—Bien, trataré de no hacerlo — sonreí y moví la cabeza para profundizar la caricia — ¿a qué hora vas a regresar?
—No estoy seguro — limpió mis labios con su pulgar — espero que temprano, también tengo asuntos en el hotel — siguió con su desayuno — Agustín se quedará aquí, contigo, para lo que necesites — especificó — durante la mañana llevara al cachorro al veterinario.
—¿Cachorro? — lleve una de mis manos a cubrir mi boca, ni siquiera me había acordado del cachorro que había recogido el día anterior — ¿dónde está? — moví mi rostro buscándolo — ¡no me digas que lo dejaron fuera! — iba a ponerme de pie, pero Alex me detuvo de la mano.
—Tranquilízate, obviamente no se iba a quedar fuera, está muy pequeño, durmió en la habitación donde estuvo Agustín — me guiñó el ojo.
—¿Por qué ahí? — volví a acomodarme en la silla.
—Tu piso, en la sala, es duela, así que no sería bueno si pasaba algún accidente — soltó mi mano y siguió con su desayuno — ¿qué nombre le pondrás?
—No lo sé — negué — nunca he sido bueno con los nombres — jugué con la cuchara de mi café — tampoco pensé en quedármelo, pero ya está aquí.
—¿Quieres regalarlo?
Levanté mi vista ante la seriedad de la voz de Alex — no — respondí seguro — sería cruel abandonarlo también, después de todo, yo lo recogí, ¿no es así?
En ese momento, unos pasos se escucharon en las escaleras. Al girar mi vista, Agustín iba descendiendo, ya vestido con un impecable traje negro; traía consigo una gran caja en manos, dentro de la cual se escuchaban unos lloriqueos y rasguños.
—Buenos días, señor Erick — dijo con respeto y se acercó hasta mí, dejando la caja en el piso — aquí está el pequeño, creo que tiene hambre.
—Buenos días — respondí — sí, ya veo que está muy bien, muchas gracias.
En ese momento otros pasos me sobresaltaron, también, por las escaleras, iba bajando Julián — buenos días — dijo con seriedad.
—Buenos días — respondí levantando una ceja.
—¿Dónde está Miguel? — la voz de Alex era calmada y tenía una sonrisa ligera en su rostro.
—Está afuera, era su turno de guardia — respondió Julián sin emoción.
—Erick… — giré mi rostro a ver a Alex cuando me nombró — no te dije, pero anoche también se quedaron aquí Julián y Miguel.
—Está bien — sonreí — te dije que por mí no hay problema, hay suficientes habitaciones.
—Lo sé — aseguró — pero es tu casa y debí pedir tu permiso primero… — sonrió y después levantó la voz para dirigirse a Julián — dile a Miguel que descanse, saldremos en un par de horas.
Julián asintió y salió de la casa, mientras Agustín se quedaba de pie, aún cerca de la caja — ¿quiere que alimente al cachorro antes de irnos? — preguntó.
—No tenemos croquetas para cachorro — ladee el rostro — podría enfermar si no come adecuadamente.
—No se preocupe, ayer fuimos a comprar unas para él.
Parpadee sorprendido — ¿ayer? — pregunté desconcertado — bueno, entonces dale algo de comer, de todos modos, Alex me dijo que lo llevarías al veterinario hoy.
—Está bien, señor.
Agustín se movió por la cocina y buscó las croquetas para alimentar al cachorro y después se regresó a su lado, al parecer, a él también le gustaban los animales. En ese momento, la puerta principal se abrió y Miguel entró con rapidez.
—Buenos días — saludó seriamente y se acercó a Alejandro sin decir más.
—Ve a dormir — Alex lo miró de soslayo — más tarde saldremos y te necesito bien descansado.
El hombre asintió y subió las escaleras rápidamente. Yo terminé mi desayuno, también me dirigí a terminar mi aseo, no quería que se me hiciera más tarde. Cuando bajé, Alejandro estaba en la sala, con la caja a sus pies; mis hijos ya estaban dentro de casa, curiosos ante el nuevo integrante de la familia.
—Espero que lo acepten rápido — sonreí mientras agarraba mi maletín.
Alex se acercó hasta mí y me abrazó — lo harán, son buenos niños… y, ¿cómo se va a llamar el cachorro? — insistió.
—No lo sé, deja que lo piense por el día de hoy.
—Entonces, da las indicaciones a Agustín, para cuando vaya al veterinario — besó mis labios con lentitud — cada vez se me hace más difícil separarme de ti — sonrió.
—A mí también — susurré y relamí mis labios — pero es necesario, te veo en la noche.
Alex asintió y yo salí por la puerta. Agustín ya había sacado el automóvil de la cochera, así que me dirigí hasta él; cuando me acerqué, Agustín me abrió la puerta trasera.
—Gracias — sonreí y me subí a mi auto.
Cuando estuve dentro, cerró mi puerta, después se subió al asiento del piloto, cerró la puerta y se colocó el cinturón, pero Julián le tocó el vidrio.
Agustín abrió rápidamente — ¿qué pasa? — preguntó con algo de ansiedad.
—¿Te pusiste el chaleco? — la voz de Julián era seria, de hecho, de los hombres que más conocía, que siempre seguían a Alex, Julián se me hacía el más serio de todos.
—Más tarde me lo pongo — inquirió el otro.
—Te dije que te lo pusieras antes de salir.
—Lo olvidé, pero lo haré más tarde — repitió apurado — no puedo tardar más, después hablamos.
Cerró el vidrio y Julián se quedó en la acera, observándolo con un destello de ira en su mirar, que a pesar de que estaba ligeramente oscuro, pude notarlo con claridad.
—¿Está enojado? — pregunté levantando la voz para que Agustín me escuchara.
—¿Quién? — preguntó mirándome por el retrovisor — ¿Julián? No, no es eso, es solo que él es… — dudó y después habló con rapidez — mi superior en rango, así que tengo que hacer las cosas cómo él me dice.
—¿Superior en rango? — solté una ligera risa — eso se escucha raro.
—Es que, él tiene más años con el señor De León — explicó — él y Miguel, así que los demás, tenemos que obedecerlos, porque tienen más experiencia.
—¿Cuántos años tienes trabajando con Alex? — había despertado mi curiosidad
—Dos — respondió afable.
—¿Cuántos años tienes? — pregunté levantando una ceja.
—29 — aunque no me dio esa impresión antes, Agustín parecía ser de los que más hablaba — el próximo año, en enero, cumpliré 30.
—Y ¿los demás? — me hice hacia adelante, para poder platicar más cómodamente, me agradaba saber que, al menos, me enteraría de algunas cosas.
—Julián y Miguel tienen 34 — sonrió — se conocen desde hace mucho tiempo, empezaron a trabajar juntos con el señor De León y tienen toda su confianza, los demás, tenemos poco tiempo en comparación.
—Eres muy joven — ladee el rostro observándolo — ¿siempre lo acompañas?
—No siempre, estuve meses entrenando en otra ciudad — negó — ahora me tocó venir aquí, junto con un grupo grande y me tocó la suerte de estar a prueba.
—¿Entrenando? ¿Entrenando que cosa? — cada vez era más interesante la plática, así al menos sabía lo que hacían los trabajadores de Alejandro.
—Sobre armas y algo de clases de artes marciales, lo que uno debe saber si va a cuidar a otra persona.
—Y, ¿por qué dijiste que estás a prueba? ¿Prueba para qué? — levanté una ceja.
—Para convertirme en su guardaespaldas, señor — sonrió de lado — el señor De León quiere a alguien que se quede con usted, siempre.
—Y, ¿tú quieres ese puesto?
—Sí — respondió con rapidez.
—¿Te pagarán más?
Por primera vez lo escuché reír, se dio cuenta de mi cara de desconcierto y carraspeo para calmarse — lo siento, discúlpeme, señor… no es por la paga, aunque ciertamente es una gran suma, tengo mis razones.
—¿Son razones personales?
No respondió, pero pude notar que se puso nervioso.
—Por lo que veo, no me dirás — me recargué en el asiento — ¿cómo vamos a tener confianza entre nosotros, si no me platicas?
Agustín suspiró — bueno, quiero el empleo, por qué debido a que usted es el prometido del señor De León — mis ojos se abrieron como platos al escuchar esa aseveración, pero lo siguiente hizo que abriera mi boca sorprendido — yo podría estar cerca de Julián.
No dije nada por unos momentos, simplemente sonreí nervioso mientras mi cerebro asimilaba todo — Agustín… — dije al fin — ¿quién te dijo que era el prometido de Alex? — primero indagaría lo que me concernía, después lo de él.
—El señor De León, por supuesto — respondió con seguridad — todos lo sabemos, bueno, al menos los que trabajamos directamente para él, porque no podemos decírselo a nadie fuera de ese círculo.
—¿Cuándo se los dijo?
—Déjeme recordar… — guardó silencio por segundos y después habló — la última reunión fue el miércoles pasado, así que, ese día fue cuando nos lo dijo.
—Agustín — volví a acercarme a él — esto es importante para mí, ¿puedes repetirme, exactamente, lo que él dijo?
—Pues, que usted era su prometido, el futuro dueño y señor de todo lo que le pertenece al señor De León, además, que se va a casar con usted y algunos de nosotros, tendríamos que viajar con usted y él a su nuevo hogar.
Repasé cada palabra, eso significaba que Alejandro ya tenía planeado a dónde ir y que haríamos — entonces… — hable con calma — ¿solo unos pocos de ustedes irán con nosotros, en caso de irnos de aquí?
—Sí, de hecho, es muy probable que sólo los de confianza los acompañen.
—Y, tú quieres este trabajo, ¿por Julián?
—Pues… — titubeó, tamboreo los dedos sobre el volante, suspiró y después se sinceró — sí, así es… si me convierto en su guardaespaldas, podré ir y estar cerca de Julián.
—¿Julián y tu son…?
—No — negó — Julián no es nada mío — su voz sonaba un poco apagada cuando dijo eso.
—Pero a ti te agrada, ¿cierto?
—Sí — soltó una risa cansada — pero él siempre ha dicho que soy joven, inexperto e irresponsable.
—Y más si no te pones lo que te dice — comenté al aire.
—Es que no lo traigo — movió la cabeza hacia los lados nerviosamente — aprovecharé para ir por un chaleco al hotel.
—Pensé que eras más grande — sonreí para que se calmara — la primera vez fuiste muy formal.
—Bueno, es que, no sabía cómo tratarlo.
—Y ahora, ¿ya lo sabes?
—No — suspiró — pero al menos ya sabe más de mí.
—Bueno, pues entonces, ya somos amigos.
—Gracias — sonrió.
—Y, ¿los otros hombres que te acompañaron alguna vez a dejarme al trabajo?
—¿Ellos?, bueno, uno fue Ernesto y el otro Pedro.
—¿Ya no te acompañan?
—Desde que el señor De León, dijo que le gustaría que yo fuera su guardaespaldas, me dan otro tipo de trabajos, pero según supe, usted no quería guardaespaldas, por eso en la mañana que me fue a avisar que debía llevarlo a su empleo, no pude decirle que no estaba del todo preparado.
—¿Los otros dónde están?
—Ahora deben estar con la señorita Marisela, por lo que tengo entendido, tienen que investigar algo.
Escuchar el nombre de esa mujer hizo que se me revolviera el estómago, pero si Agustín iba a ser mi guardaespaldas y por sobre todo, debía haber confianza entre ambos, podría sacar provecho de la situación.
—Agustín… — sonreí amistosamente, pero, antes de que empezara a interrogar, me di cuenta que estábamos llegando a mi trabajo — cuando vengas por mí, me gustaría platicar contigo de otras cosas, ¿de acuerdo?
—Por supuesto, señor.
—Por favor, ve a la fundación donde adopté a mis otros hijos, dile al veterinario que vas de mi parte, para que vea al cachorro y de ser necesario, te de indicaciones para atenderlo — me apresuré porque ya estábamos entrando al estacionamiento — compra lo que necesites — saqué mi cartera y le entregué varios billetes.
—Pero, señor… — titubeo — yo tengo dinero para pagar sus cosas y…
—No me importa — negué — tómalos.
No parecía muy seguro, pero terminó aceptando — está bien — asintió.
—Hasta la tarde — sonreí y bajé del automóvil.
Subí por el elevador a mi lugar de trabajo; recibí los datos de EUA y después, revisé unos informes que había en mi escritorio, todos del día anterior. A las nueve de la mañana llegó Lucía a darme las noticias y comentarme sobre la junta que se realizaría ese día, misma a la que tenía que acudir.
Antes de que Lucía se retirara de mi oficina le pedí un café; ella salió y yo marqué al celular de Luís.
—“…Buenos días…” — su voz era normal, así que eso me tranquilizó.
—Buenos días — respondí — ¿qué pasó? Ayer no pude responder…
—“…No fuiste al trabajo, pero me enteré que habías salido con Alex…” — se apresuró a decir.
—¿Por eso me marcaste? ¿Para interrumpir?
—“…No te enojes…” — escuché su risa — “…te marqué al celular antes de marcar a tu trabajo, cuando no me respondiste, marqué a tu oficina y Lucía dijo que no habías ido…” — explicó — “…así que me preocupé y marqué a tu casa, la señora Josefina me comentó que habías salido con Alejandro y ya no te marqué…”
—Te creeré, pero bueno, ¿qué sucede? — pregunté mientras revisaba una carpeta, con datos de un servidor.
—“Daniel, Víctor y yo, necesitamos hablar contigo y con Alex…”
—¿Ahora de qué? — suspiré cansado dejando de lado el folder.
—“Erick, yo no he ido al trabajo porque estoy incapacitado, pero…”
—Espera… — interrumpí, Lucía había tocado la puerta — ¡adelante! — levanté la voz para que pasara, ella entró y dejó el café frente a mí — gracias… — asintió y se retiró — ahora sí — dije al auricular — prosigue…
—“…Bien, no he ido al trabajo y me han estado buscando allá…”
—¿Quién?
—“…El licenciado Jair Páez…” — apreté mi mandíbula y Luís prosiguió — “…si sabes quién es, ¿no es así?...”
—El licenciado de Melissa — respondí con frialdad.
—“…Sí, así es, también ha buscado a Daniel y Víctor, incluso con ambos, fue hasta su trabajo…”— la voz de Luís se hizo más grave — “…Víctor está muy molesto…”
—¿Por qué? — bebí algo de mi café para disminuir mi propia molestia — ¿qué pasó?
—“…Parece que se presenta para hablar del caso de esa mujer, pero tanto Daniel, cómo Víctor, me dijeron que sólo pregunta cosas de ti y de Alejandro…” — se escuchó un suspiro — “…yo no he hablado con él de frente, escudándome en el hecho de que no estoy en condiciones por un accidente, pero cuando se lo mencioné por teléfono, me preguntó que sí mi accidente se llamaba, Alejandro de León…”
—¿Eso te dijo?
—“…Sí, así es… Erick, ese hombre es raro y ni Daniel, ni Víctor, ni yo, sabemos qué hacer, por eso necesitamos hablar con ustedes…”
—Está bien, ¿pueden ir a mi casa hoy? O, ¿prefieren que nos veamos en otro lado?
—“… ¿Aún hay gente de Alejandro cuidando tu casa?...” — la voz de Luís era seria — “…si es así, sería mejor vernos en tu casa, a lo que Víctor dijo, ese hombre tiende a hacer cosas como quedarse en la puerta de su trabajo para esperarlo por horas, así que podría hacer cualquier cosa…”
—¿Esperó a Víctor por horas? — eso ya era preocupante y me estaba alarmando.
—“…Sí, tu sabes que Víctor no tiene tanta facilidad de recibir visitas en su trabajo, así que le dijo que no podía verlo y ese hombre, lo esperó fuera del edificio para interceptarlo al salir, es una de las cosas que más molestó a Víctor, eso y las cosas que le dijo, pero mejor que él te las cuente…”
Realmente era alarmante lo que Luís me decía, pero debíamos hablar las cosas en persona — de acuerdo, entonces, en mi casa, ¿a las siete?
—“…Sí, a las siete…”
—¿Les avisas a Víctor y a Daniel?
—“…Sí, yo les aviso, nos vemos en la tarde…”
—Nos vemos.
Ambos colgamos y me quedé en silencio, pensando y repasando las palabras de mi amigo. Miré el reloj, aún era temprano, pero Alex debía estar ocupado con el padre Gerardo, así que le hablaría en la tarde para platicar con él sobre eso y avisarle que tendríamos visita en la noche.
A las once. salí de mi oficina para ir a la junta, quería pensar más en mi trabajo y no en la situación con el licenciado de Melissa; al cruzar la puerta, noté un gran arreglo de rosas blancas en el escritorio de Lucía, ella se encontraba leyendo una nota, se notaba feliz, emocionada y por sobre todo, sonrojada.
—¡Vaya! — exclamé con una amplia sonrisa — parece que ya te reconciliaste con tu novio.
Ella levantó la vista y se sonrojó aún más — no… — negó nerviosamente — no he vuelto a verlo — aseguró.
—Entonces, ¿estas flores…? — preferí guardar silencio y no ser imprudente, pero ella se sinceró conmigo.
—¡No lo sé! — dijo nerviosa y emocionada — ayer también recibí otro arreglo, dice que es de mi admirador, pero no dice nombre — suspiró mientras sonreía ensoñada — por más que leo las notas, no logro reconocer la caligrafía… pero dice que después se presentará.
—Ah, ¿sí? — algo en mi me dijo que no estaba bien esa situación y el recuerdo de la plática que había tenido el lunes con mis amigos, cuando Víctor mencionó que podía intentar algo con Lucía, llegó a mi mente de golpe — ay, no… — dije en un susurro.
—¿Pasa algo, ingeniero?
—No nada… — negué — espero que la persona que te envía las flores sea formal, confiable… — «y que no sea Víctor…» terminé en mi mente — voy a la junta — anuncié y me dirigí a la puerta.
—Está bien — Lucía guardó la tarjeta que tenía en sus manos y siguió con una sonrisa emocionada.
Llegué a la sala de juntas, aún con todas las cosas rondando mi cabeza, pero al estar ahí, tuve que enfocarme en mi trabajo, especialmente cuando se trató específicamente de mí y del deseo de la empresa en enviarme al extranjero por un año; ellos deseaban que fuera ese tiempo a Canadá, a un trabajo de capacitación para otras personas y a pesar de que no me sentía capaz, la empresa había determinado que yo, junto con otras dos personas, las cuales estaban en EUA, éramos los indicados para ello. Se me informó que, después de ese año, era probable que mi empleo fuese, andar viajando a diferentes sucursales en todo el mundo y ya no podría quedarme de planta en un lugar por mucho tiempo; lógicamente ello conllevaba un gran aumento de sueldo y prestaciones superiores, pero aun así, no supe qué responder. Mis jefes alegaban que, el hecho de mi capacidad, mis estudios, mi empleo actual y además, el extra de no tener familia, me convertía en un candidato más que perfecto para el nuevo empleo, pero yo no podía decirles que la intención de mi pareja, era que me fuera con él al empezar el año, después de todo, aún no lo había decidido completamente; tuve que decirles que lo pensaría y me dieron, igual que Alex, hasta después de navidad para dar mi respuesta.
Al terminar la reunión, mis compañeros me felicitaron por ser el candidato al nuevo empleo, mismo que muchos deseaban, pero yo no me encontraba del todo feliz. No regresé a mi oficina, era la hora de comida, así que me fui directamente al comedor; seguía perdido en mis pensamientos, por lo que me quedé en una mesa, solo, comiendo y viendo la televisión, en la cual, estaban las noticias. En ellas, se relataba el tiroteo que había ocurrido en una comunidad cercana a la ciudad, en la cual, varios hombres, no identificados, habían muerto, incluyendo uno frente a una de las iglesias del poblado; también, se mencionaba que el empresario, Alejandro de León, al enterarse de la situación ocurrida, brindó apoyo para que se arreglaran los desperfectos, debido a que ese lugar, era un reconocido ‘Pueblo Mágico’, el cual era atractivo turístico de toda el área.
Sonreí y negué, era una excusa tonta, pero nadie negaría que fuera probable, especialmente si Alejandro quería apoyar el turismo, por ello había construido un hotel de lujo. Las noticias siguieron, casi todas hablando de Alex y el apoyo que había proporcionado al sacerdote de la iglesia afectada, así como a la comunidad de feligreses que habían presenciado el acto el día anterior, llevando cantidades de apoyo en víveres y sustento, para pasar el invierno.
—A eso se refería con callarlos… — susurré y mordí mi labio.
El día anterior había pensado lo peor cuando lo escuché decir las palabras, pero ahora me sentía culpable, compraba el silencio pero de una forma aceptable, dentro de lo que cabía.
Cuando terminé mi comida, caminé hacia la sala de descanso más alejada, la cual siempre estaba sola, así podría hablar con comodidad sin que me escucharan; con rapidez marqué el número de Alejandro y esperé a que respondiera, pero me quedé frío al escuchar la voz del otro lado de la línea.
—“…Buenas tardes…” — formal, dulce, femenina.
—Buenas tardes — dije con recelo — busco a Alex.
—“…Señor Salazar, soy Marisela…” — rechiné mis dientes, al apretar la mandíbula de manera inconsciente — “…el señor De León está, ahora mismo, cruzando unas palabras con el alcalde del poblado que visitaron ayer y…”
—Y, obviamente, por eso respondiste — traté de que mi voz fuera normal, pero no pude evitar el tono de ira contenida — ya veo, está bien, dile a Alejandro que tendré visita de mis amigos en la noche, por si quiere ir a saludarlos.
—“… ¿Algo más que necesite, señor?...”
—No, buenas tardes — colgué rápidamente y ejercí presión sobre el celular.
Respiré hondamente, quería calmar mi enojo pero, ¿cómo hacerlo? Esa mujer tenía el permiso de responder el celular de Alejandro, el celular que él usaba y — dónde tiene mi foto — susurré y el miedo me invadió — ¡¿pero qué le pasa?! — gruñí y en un arranque de ira infantil, lancé mi celular contra el piso, con toda la fuerza que pude.
Tarde me di cuenta de lo que había hecho, varios de mis compañeros de trabajo se sorprendieron al ver lo que había ocurrido; sentí mi rostro arder, a la par que sus miradas curiosas, mordí mi labio y después sonreí nervioso, agachándome para recoger las partes de mi celular.
—Creo que la chica te cortó sin mucho tacto — la voz de Héctor me hizo girar, estaba a un lado mío, con una amplia sonrisa divertida, ayudándome, porque algunas partes habían salido disparadas lejos.
Reí nerviosamente — algo así — respondí.
—Era un celular caro, así que, espero que la chica haya valido la pena — bromeó — pero bueno, después de todo, eres tú, puedes comprar uno igual o mejor, en cualquier momento.
—Sí, creo que hoy tendré que ir a comprar uno, saliendo del trabajo — mi voz se fue apagando mientras decía la frase.
—No pareces muy feliz — me pasó las partes que él había recogido — en tu lugar, todos estaríamos brincando de emoción por el nuevo empleo.
—¿Incluyéndote? — pregunté con media sonrisa.
—En este momento, sí — su voz era segura — acabo de romper con mi novio y lo que necesito, es poner tierra de por medio, pero yo no soy ingeniero — suspiró y me puso la mano en el hombro — dime, ¿no te gustaría cambiar de gustos y fijarte en tu compañero recién solterito, jefe de Marketing, para llevártelo a Canadá?
Reí. No pude evitarlo, reí con fuerza pasando mis manos por mi estómago, incluso, algunas lágrimas escaparon de mis ojos; él me observó sin entender, era obvio que había sido una broma, pero no se imaginaba mi reacción.
—No es para tanto — dijo mientras yo aún estaba riendo — está bien, entiendo que no te atraen los hombres, pero tú te lo pierdes… al menos con un hombre no romperías un celular.
Apenas estaba calmándome, cuando esa frase volvió a romperme y seguí riendo; si le dijera a Héctor que, precisamente, por un hombre había roto mi celular, no me lo hubiera creído. Pasé un momento más riéndome ante su mirada de confusión y molestia.
—Perdón… — dije al calmarme un poco — no me estoy burlando de ti, en serio — tomé aire — pero, no eres mi tipo Héctor, lo lamento… aun así, si me voy a Canadá, te invito a pasar tus vacaciones en dónde me quede viviendo.
—Eso ya está mejor — sonrió — y quien sabe, tú no tienes un mal ver Erick, podría hacer mi lucha.
—Podrías, pero no creo que funcione — mordí mi labio para no soltar otra carcajada — sería un poco complicado…
—¿Por qué? — ladeó el rostro y me guiño un ojo — si te incomoda, yo estoy dispuesto a ser la vez de mujer, por eso no hay problema.
Pasé mi mano a mi boca y carraspee, el rojo había cubierto mi rostro, no necesitaba verme a un espejo para saberlo, pues sentía mi piel arder.
—Tranquilo, sólo bromeo — me dio unas palmadas en la espalda — yo sé que tú eres un gran hombre y me imagino que buscas una gran mujer, como lo fue tu esposa, así que no te lo tomes todo tan apecho.
—Gracias… — titubee, pero no sabía si era por vergüenza o simplemente porque estaba a punto de reír nuevamente — tengo que irme — me disculpé — nos vemos después Héctor y gracias por ayudarme con los restos de mi celular.
—‘Bye’, Erick, fue un placer — sonrió y dio media vuelta para caminar en otra dirección.
Héctor me había hecho reír, pero la sonrisa en mi rostro se fue desvaneciendo conforme llegaba a mi oficina, especialmente mientras recordaba por qué estaba molesto en un principio.
Cuando estuve en mi lugar, me dejé caer pesadamente en mi sillón, tomé el teléfono, iba a marcar a mi casa para avisarle a Agustín, por si intentaba marcar a mi celular, pero si Agustín lo sabía, era seguro que Alejandro lo supiera también, así que preferí dejarlo para después. Colgué y me dispuse a trabajar.
* * *
Después de las cuatro, Lucía entró a mi oficina, su rostro estaba pálido como una hoja y parecía temblar — ingeniero… — dijo en un susurro.
—¿Qué pasa? — levanté mi vista y busqué con mi mano la taza de café que, momentos antes, ella me había preparado.
—El licenciado Páez está aquí e insiste en verlo.
Me quedé como piedra, no me imaginaba que me fuera a buscar a mi empleo, aunque sabiendo que buscó a mis amigos, no debería sorprenderme.
—Estoy ocupado — hablé con seriedad volviendo mi rostro a los papeles, pero observando de soslayo a Lucía — dile que no puedo recibirlo.
—Ya le dije, pero insiste — Lucía apretaba sus manos contra su pecho nerviosamente — ingeniero, no creo que se vaya…
Suspiré cansado y me recargué en mi sillón. Tenía que pensar; en ese momento no iba a poder contenerme en caso de verlo, estaba aún molesto por lo de la secretaria de Alejandro y ahora, ver a uno de sus ex amantes, podía ponerme de peor humor aún.
—Dile… — guardé silencio y tuve que rendirme — dile que mañana lo recibo en la mañana.
—¿Seguro, ingeniero? — Lucía puso un semblante de susto.
—Sí, dale una cita, agrégalo a mi agenda en caso de no tener nada en la mañana si no, después de la comida — agarré mi pluma, firmando el informe de unos costosos servidores que debían ser revisados técnicamente — ten, llévalo a contabilidad, por favor, necesitamos que se les realice mantenimiento preventivo, antes de que empiece el otro año.
—Sí, señor.
Lucía tomó los documentos y salió de la oficina, yo centré mi atención en algunos datos de mi computadora que debían ser revisados con premura. Varios minutos después, Lucía volvía a entrar con la agenda en su mano.
—Mañana, a las diez y media, está citado el licenciado Páez — su voz era cansada — no quería irse sin hablar con usted hoy mismo — aseguró — pero al fin, aceptó.
—Gracias, Lucía — sonreí cansadamente
Ella asintió y se retiró, momentos después el teléfono sonó; masajee mis sienes, parecía un día demasiado ocupado.
Tomé la llamada con rapidez — ¿sí? ¿Qué pasa, Lucía? — respondí sin mucho ánimo.
—Es el señor De León, quiere hablar con usted.
Ni siquiera lo pensé — dile que estoy ocupado y que no puedo hablar con él en este momento — el coraje se notó en mi voz, era notorio que no tenía ganas de hablar con Alex.
—Está bien, señor.
Colgué y me quedé observando el teléfono, mordí mi labio; tal vez Alex se enojaría por eso, pero en el fondo de mí, sentía que de todas maneras se lo merecía; yo también podía castigarlo de alguna manera, aunque posiblemente, después me arrepentiría de tratarlo así.
El día había estado pésimo; miré el reloj de la computadora de escritorio, que usaba para los programas de los servidores y suspiré, faltaban diez minutos para que pudiera salir de trabajar. Recargué mi frente en mi escritorio y cerré mis ojos cansado; el tiempo se me iba a hacer eterno.
Nuevamente el teléfono sonó, tomé la llamada sin separar mi frente de la mesa — ¿sí? — mi tono ya era molesto.
—Ingeniero, el señor De León, insiste en hablar con usted.
—Lucía, ¡dile que no quiero hablar con él! — gruñí y colgué.
Me puse de pié enojado, no iba a estar para cuando él quisiera, yo también tenía cosas qué hacer y qué pensar. Guardé unas carpetas en mi maletín, junto con mi computadora personal, la cual estaba en la mesita de la sala de mi oficina; lancé dentro de una bolsa los restos de mi celular y cerré todo con molestia.
Agarré mi gabardina, mi bufanda y mis guantes; aún faltaban algunos minutos para la hora de salida pero ya no podía quedarme más en la oficina, necesitaba aire fresco, porque sentía que me asfixiaba de tanto estrés.
—Hasta mañana — dije sin emoción al pasar frente al escritorio de Lucía.
—Hasta mañana — respondió con susto.
Bajé en el elevador y llegué al estacionamiento, en uno de los cajones estaba mi automóvil y Agustín recargado en él, cuando me vio, se acomodó el traje y abrió la puerta del auto, esperando que subiera.
—Buenas tardes — dijo cortés.
—Buenas… — respondí, aún con disgusto en mi voz, mientras me metía al interior del vehículo, después de lanzar, sin nada de cuidado, mi maletín.
Agustín cerró la puerta y tomó asiento en el lugar del conductor, mientras yo me acostaba en el asiento trasero, me punzaba la cabeza, así que masajee mis sienes.
Agustín inició el viaje de regreso a mi casa — señor Erick — su voz titubeo — el señor De León me marcó, quiere hablar con usted, dice que no le responde al celular, ¿lo trae apagado?
—No — respondí con seriedad — está muerto.
—¿Se le terminó la batería?
—No, ¡lo estrellé contra el piso, por culpa del imbécil de tu jefe y de su estúpida secretaria! — espeté con molestia y después, el silencio reinó.
Por minutos no dije nada, cerré mis ojos y conté varias veces hasta diez, mientras respiraba profundamente; estaba muy alterado y Agustín no merecía que lo tratara tan mal, después de todo, solo hacía su trabajo. Cuando por fin me calmé un poco, me incorporé.
—Lo siento… — suspiré — hoy ha sido uno de esos días, que no quieres ni recordar…
—Me imagino, señor, no se ve bien — la voz de Agustín era condescendiente.
—Hay que detenernos a comprar un nuevo celular, en algún centro de atención a clientes — indiqué — no puedo andar sin un teléfono móvil, lo necesito para mi empleo…
—¿Tiene alguna tienda de su predilección? — me vio por el retrovisor y sonrió, supuse que para que me tranquilizara.
—No — negué y me aflojé la corbata — cualquiera que quede de paso — sonreí también — tengo que llegar a casa antes de las siete, tendré visita.
—De acuerdo, entonces me apresuraré.
Agustín aumentó la velocidad y en pocos minutos llegamos a un centro comercial, en el cual había un centro de atención a clientes, de la compañía que me proveía el servicio de telefonía móvil. Agustín me acompañó; al principio, iba tras de mí, pero eso me incomodó, así que le indiqué que fuera a mi lado, cómo amigos. Él dudó por un instante, pero después aceptó y caminamos juntos, me hizo platica sobre la visita al veterinario del cachorro, lo que había comprado y las vacunas que había recibido.
Agustín era una persona bastante agradable en cuanto le tomabas confianza y parecía mucho más sociable que los demás trabajadores de Alejandro. Cuando llegamos a la tienda, analicé los equipos que tenían a la venta, el que me gustaba no lo tenían en negro, así que, tuve que comprarlo en color blanco, ya que no tenía el tiempo para esperar a que fueran por él a otra sucursal. Me ofrecieron un protector para el celular cuando comenté lo del incidente que había tenido, pero cómo nunca me habían gustado, lo rechacé.
Agustín y yo salimos de la tienda, apenas íbamos a medio centro comercial, cuando mi compañero sacó su celular, de una bolsa de su saco.
—¿Dígame, señor? — por sus palabras y seriedad supe que era Alex — sí, el señor ya viene conmigo… no, lo que sucede es que su celular tuvo un accidente, acaba de comprar un nuevo equipo… sí, claro — me ofreció el celular — el señor De León quiere hablar con usted...
Miré el celular y levanté la voz, para que Alex escuchara, aunque no tomara la llamada — yo no quiero hablar con él en este momento — di media vuelta y caminé hacia unos escaparates, dejando a Agustín con el brazo extendido y el celular en la mano.
No supe que más le dijo pero momentos después, me alcanzó en la tienda dónde me había detenido a ver las vitrinas.
—El señor De León se molestó.
—¿No me digas? — dije con sarcasmo — en este momento me importa una… — no terminé la frase, sólo apreté mi mandíbula y empecé a caminar, con Agustín siguiéndome el paso.
Agustín iba serio, desviaba la mirada y parecía incómodo con la situación, por fin, al iniciar el viaje nuevamente a mi casa, pareció armarse de valor para preguntarme.
—¿Por qué está enojado?
Miré por la ventanilla y suspiré — ¿la verdad? Es porque estoy celoso — aseguré.
Él no dijo nada por unos segundos y después volvió a preguntar — pero, ¿por qué? — se notaba confundido.
Me acerqué a él cómo en la mañana — por que no me agrada que tu jefe, tenga de secretaria, a una de sus amantes de planta — hablé con una sonrisa fingida en mis labios.
—Ah, es por eso…
Sus palabras y la forma en las que las dijo, cómo si no fuera importante me hicieron enfurecer y no pude contener mi molestia — ¡¿te parece poco?!
—Pues… — parecía dudar en responder — la verdad… — me miró por el retrovisor — sí, un poco.
—¡Estás de su lado! — me recargué en mi asiento, frustrado — no me sorprende, después de todo, es tu jefe.
—No diga eso — soltó un suspiro — no estoy de lado de nadie y si lo estuviera, lo estaría de usted, porque ahora, usted es mi jefe…
—Pero, el que te paga es Alejandro — aseveré cruzando mis brazos.
—Sí, pero si usted no quiere que yo lo cuide, el señor De León me puede despedir en cualquier momento.
Mordí mi labio, Agustín tenía razón, si era mi chofer, fue porque yo accedí a ello; en caso de que dijera lo contrario, seguramente a Alex no le supondría ningún problema despedirlo.
—Cierto… — pasé mi mano por mi cabello y respiré hondo — entonces, ¿por qué te parece poco?
—Bueno, porque desde que el señor De León anda con usted, no ha tenido nada que ver con Marisela, además, ella sabe que usted es el prometido del señor y no se atrevería a hacer nada para que usted se molestara.
—¿Tú cómo sabes que no ha tenido nada que ver con ella?
—Porque no ha dormido en el hotel — se alzó de hombros — y ella no usa la habitación que normalmente tomaría el señor De León.
—No entiendo… — volví a acercarme a Agustín — explícame.
Agustín sonrió — normalmente, cuando viajan, el señor De León la llama a su habitación, pero ahora no lo está haciendo y todas las noches se ha quedado con usted… así que, mientras ha estado con usted, no ha tenido nada que ver con ella.
Lo miré con desconfianza — pero, ¿qué hay de sus horas de trabajo juntos?
—No lo sé, pero no creo que en ese tiempo haya hecho algo con ella, usted lo notaria, ¿o no?
—Se puede asear en su hotel — recargué mi rostro en el asiento del copiloto — no puedo confiar que no hagan nada, conociendo a Alex.
—Pues, es la primera vez que se ve interesado en alguien — la voz de Agustín era seria, pero tenía una sonrisa tranquila en su rostro — en el poco tiempo que tengo, no he visto que se preocupe tanto por otra persona y a lo que he escuchado de Julián y Miguel, jamás le han importado las personas con las que comparte la cama… incluso, jamás había hablado de tener una pareja, ni mucho menos casarse, aunque eso podría implicar no vivir aquí, en el país.
Las palabras de Agustín me confortaban, pero eso no quitaba mis celos — aun así… — susurré — ella no me agrada.
—Debería decírselo al señor.
—¡Ya lo hice! — dije con molestia — pero no me convenció la solución que me dio… — cerré mis ojos cansadamente, ya quería que acabara el día — dime… — susurré — ¿te dijo si iba a llegar temprano?
—¿El señor De León? — negó — no, no mencionó cuándo volvería a su casa.
Moví mi pierna pateando el asiento del copiloto — ¡ese imbécil! — espeté molesto — de seguro está en compañía de esa mujer y cómo estoy enojado, va a ir a refugiarse en sus brazos ¡en vez de venir a hablar conmigo!
—Pero, si usted no quiere hablar con el…
—¿Estás de mi lado o no? — entrecerré mis ojos, observando a Agustín con reproche, ante sus palabras.
—De su lado, señor — soltó un suspiro cansado y guardó silencio.
Yo iba mascullando entre dientes; era imposible no pensar en las posibilidades que Alejandro tenía al lado de su secretaria, especialmente si no iba a buscarme y quería desquitarse con alguien más. Minutos después llegamos a mi casa, eran las seis y media, así que sólo llegué, saludé a mis hijos y los dejé al cuidado de Agustín, mientras yo iba a cambiarme; ciertamente, la casa estaba sola, así que no me tardé mucho en cambiar mi vestimenta. Bajé y Agustín estaba con el cachorro en brazos.
—¿Quiere que me quede dentro o fuera de su casa, mientras tiene visitas? — dejó al cachorro en una gran caja de madera para que no se saliera de ahí, la cual parecía bien equipada para que no hubiera problemas, tenía periódico en la parte de abajo, un cojín en una esquina con una manta y cerca, un plato con agua.
—Pues, no sé… — pensé un momento y recordé las palabras de Luís — tal vez, si no te molesta, afuera.
—Está bien — Agustín se alzó de hombros, tomó su saco y se dispuso a salir.
—Espera — lo detuve — ¿conoces al abogado Jair Páez?
Agustín frunció la ceja y su semblante se puso serio — sí — respondió.
—Bueno, ha habido un incidente con él y mis amigos, ellos creen que puede ser una persona que se atreva a venir a molestarnos — lo observé tratando de saber el por qué su reacción — ¿podrías encargarte, de ser necesario?
—No se preocupe — la sonrisa de Agustín había desaparecido, parecía otra persona en ese momento — siempre hay gente cerca, cuidando los alrededores, sólo les diré que vengan para quedarse aquí, frente a su casa.
—Gracias.
—Estaré fuera — anunció y salió, colocando algo en su oreja.
Al quedarme solo, puse a cargar mi nuevo celular en una de las mesitas de la sala. Mis hijos se quedaron dentro de la casa, yo encendí la chimenea y jugué con ellos, además de tratar de que se familiarizaran con el cachorro; también pensé en algunos nombres para él, pero ninguno me convencía.
A las siete con diez, el timbre sonó, mis hijos salieron rápidamente por la puerta de mascotas y empezaron a ladrar. Salí y pude notar que, aparte del automóvil de mis amigos, en el exterior había dos autos más, fuera de ellos, estaban otros hombres vestidos de negro, acompañando a Agustín. Llevé a mis hijos a la parte trasera, porque Luís aún traía la férula y no quería que lo molestaran al pasar.
Mis amigos entraron a mi casa, saludándome afables.
—¿Qué onda, ‘bro’? — Víctor me abrazó.
—Buenas noches — saludó Daniel y me tendió la mano.
—Buenas noches — dijo Luís con una sonrisa tranquila.
—Buenas noches, pasen — indiqué con mi mano y les permití el paso.
Cuando todos entraron, fui a dejar a mis hijos libres en el patio y entré a la casa; Víctor estaba cerca de la caja que estaba en la sala
—¿Y esto? — se agacho y sacó al cachorro.
—Es mi nuevo ‘hijo’ — sonreí y me dirigí a mi sillón.
—¡Está bien ‘chido’! — lo movió en el aire mientras el cachorro solo lo observaba sin entender — y peludito, obviamente no le da frío.
—Ya baja al perro — Daniel lo reprendió — no seas cruel con los animales.
—¡Uy!, ya, perdón… — lo devolvió a la caja y le siguió haciendo cariños ahí mismo.
—¿Gustan algo de beber? — pregunté mientras tomaban asiento.
—Ahora sí, me gustaría un café — Luís talló sus dedos que asomaban por el yeso.
—Yo también — pidió Daniel.
—A mí me gustaría una cervecita, para entrar en calor.
—Víctor, no tengo cerveza y lo sabes — levanté una ceja.
—Bueno, entonces café, si no queda de otra — se alzó de hombros.
Los dejé en la sala mientras iba a poner mi cafetera.
—¿Y este celular? — Luís había levantado la voz, pero yo ya iba de regreso cuando preguntó.
—Tuve que comprarlo hoy — suspiré cansado — el mío sufrió un accidente.
—¿Blanco? — Daniel me miró de soslayo — es el primer celular blanco que te conozco.
—No había negro y me urgía, no puedo andar sin celular y lo saben — sonreí.
—Y, ¿Alex? — Víctor dejó de ponerle atención a mi cachorro.
—Alex tuvo trabajo hoy — mentí — así que, no sé si pueda venir antes de que se vayan — pasé mi mano por mi frente, después por mi cabello haciéndolo hacia atrás, tratando de contener mi enojo y frustración.
—Te ves cansado — Luís me miró con preocupación — ¿pasa algo?
—Hoy no ha sido un buen día — suspiré y me recargué en el respaldo del sillón dónde me había sentado — primero, una junta un poco cansada… — no dije lo de mudarme a Canadá, no quería que lo supieran porque no sabía si iría o me iría con Alex — después mi teléfono — apreté mi mandíbula omitiendo lo de la secretaria de Alex — y al final, el licenciado Páez.
—¿Te buscó en tu trabajo también? — Luís se removió inquieto.
Asentí sin decir nada.
—Ese licenciado, está siendo un fastidio — Víctor no pudo disimular su enojo.
—Es una persona extraña — Daniel se inclinó dejando sus codos en sus piernas — a mí también me buscó ayer.
—¿Qué les dijo? — pregunté con calma.
Daniel miró a Víctor y éste suspiró — tu primero — dijo frunciendo el ceño.
—Bien… — Daniel me observó con seriedad — ayer, fue a verme al trabajo, lo recibí porque no tenía mucho que hacer, además, dijo que quería hablar sobre el caso de esa mujer, más yo pensé que se trataba de lo que había ocurrido contigo.
—Ajá… ¿pero…? — asentí y moví mis manos para que continuara.
—Pues, resultó que no era así, primero dijo que era por el asesinato de ella, cuando le dije que me habían dicho que fue suicidio, dijo que estaba seguro que no había sido así — negó — después, la plática se fue directamente sobre ti y Alejandro — tomó aire — ese hombre pregunto si eran pareja, si se conocían de hace mucho y más cosas… cuándo le hice ver que eran asuntos de los cuales no tenía por qué responderle, me amenazó, diciendo que no sabía con quién me metía y que si apoyaba a Alejandro me podía ir muy mal.
—¿De verdad? — fruncí mi ceño.
—Sí, además me dijo que Alejandro no era lo que parecía y que si yo era tu amigo, lo que debía hacer, era alejarlo de ti, por tu bien.
Mordí mi labio y miré al piso, ¿qué podía saber ese hombre de Alex? Después de todo, habían sido amantes hacía mucho tiempo.
—Le pedí que se fuera y siguió diciendo que tú podías salir herido y antes de salir de mi oficina, me dijo que podría pasarte algo peor de lo que a él le ocurrió… — mi semblante cambió y observé a Daniel con sorpresa — no quise preguntar — afirmó cuando notó que lo estaba viendo con algo de susto, esperando que me dijera si sabía a lo que se refería con esas palabras — pero, algo no está bien con ese hombre Erick… es preocupante — insistió — especialmente porque habla como si Alejandro fuera una persona peligrosa.
—Pues… — dudé, no podía decirles lo que nos había ocurrido el día anterior — no creo que sea peligroso — mentí — pero si sé que Alex tiene guardaespaldas, porque es importante e influyente — ladee mi rostro — y quizá por eso puede ser blanco de otras personas y atentados, tal vez se refería a eso…
—Tal vez — Daniel suspiró, parecía más calmado con lo que le había dicho — podría ser por eso.
—Pero a mí me dijo que podías morir… — Víctor me miró con preocupación, en ese momento la cafetera silbó, anunciando que el agua estaba lista.
—Espera — dije mientras me ponía de pie — vamos al comedor, para tomar el café.
Caminé con rapidez para servir las tazas con agua, Víctor me siguió y Daniel ayudó a Luís a ponerse de pie, para ir al comedor.
—¿Gustan pan? — pregunté con media sonrisa.
Ellos aceptaron, así que llevé el pan a la mesa también, unos platos y algunos cubiertos para el mismo; mis amigos estaban acostumbrados a mis ‘excentricidades’ así que no objetaron. Cuando nos sentamos y todos tuvimos nuestro café preparado miré a Víctor con seriedad.
—Ahora sí, ¿qué fue lo que te dijo exactamente?
—Pues, yo no lo recibí, sabes que no puedo hacerlo en mi trabajo — se alzó de hombros — pero cuando salí, me estaba esperando en el estacionamiento, cómo sabes, no está vigilado.
—Sí, lo sé — asentí antes de beber mi café.
—Me dijo algo parecido a Daniel, primero, que era para hablar del asesinato de esa mujer, cuando le dije que no tenía nada que tratar con él por ese asunto, pues según sabía, ella se había suicidado, me gritó que no era así, que era muy probable que alguien la hubiera mandado matar y estaba seguro que había sido Alejandro… — esas frases me asustaron y dejé el café en mi mesa — dijo que Alejandro era peligroso, que no era lo que mostraba y que si no le ayudaba a abrirte los ojos a ti — me señaló con su cuchara — ibas a morir.
—¿Por qué?
—No sé — miró el café — cuando me dijo que ibas a morir, quise golpearlo, pero unos compañeros me detuvieron — resopló y bebió de su café — después de eso, el ‘abogaducho’ se fue y ya no pude preguntarle nada.
—Lo interesante — Luís me observó — es cómo está seguro que tú y Alex tienen algo que ver — levantó una ceja — no ha sido noticia, así que, imagino que sólo lo sabemos nosotros o, ¿me equivoco?
—Pues, sí — respondí con un hilo de voz — sólo los más cercanos lo saben.
—Eso es cierto, todo el tiempo insistió en que tenías que alejarte de Alex — Daniel bebió su café — es cómo si no quisiera que estuvieras a su lado, pero es algo extraño.
—Erick, ¿a ti que te dijo? — Víctor estaba jugando con el cuchillo en su pan, no creía que fuera a comerlo, pues solo lo encajaba con fuerza y lo movía de un lado a otro, estaba sacando su frustración de esa manera.
—Nada — negué — no lo recibí, pero Lucía le dio cita para mañana, si no lo hubiera hecho, no se hubiera ido y no quería llamar a seguridad, no estaba de ánimos.
—Erick… — Luís hablo con calma — conmigo también insistió — suspiró — por teléfono claro, me dijo que si eras pareja de Alejandro corrías peligro, pero — negó — para mí que ese hombre lo que tiene es que está celoso… sólo quiere alejarte de Alex a cualquier costo.
Mi mirada se posó directamente en los ojos de Luís, recordando lo que había ocurrido apenas unos días antes con él; Luís pareció comprender lo que estaba pensando y sonrió.
—Sí, lo sé por experiencia propia — dijo con un dejo de pesar en su voz.
—Sí, a mí también me dio esa impresión — Daniel asintió.
—Pues yo creo que está enfermo, una cosa es celos, pero eso de asegurar que Erick puede morir… — Víctor apretó el cuchillo en su mano — no es normal, ni siquiera es excusa decir que está celoso.
Moví mi taza y guardé silencio — tienen razón — bebí un trago de café — es probable que sean celos — suspiré cansado.
—Pero, ¿por qué? — Luís me observó con seriedad — no me digas que tú y él…
—No — negué rápidamente — ni siquiera lo conocía, pero Alex sí…
—¿En serio? — Daniel se quedó con la taza a medio camino.
—¡Ahí está el ‘peine’! — Víctor lanzó el cuchillo sobre el plato y pellizcó el pan, llevando un trozo a su boca.
—Alejandro lo conoce, ¿desde cuándo? — Luís me observó con seriedad.
—Me dijo que hace cinco años, en otra ciudad, pero que tiene esa misma cantidad de tiempo sin cruzarse con él, hasta ahora — aseguré.
—Y, ¿qué te ha dicho Alex? — Daniel comió de su pan — no me creo que no sepa lo que este hombre hace, después de todo, declaró a los medios que si seguía acusándolo, lo iba a demandar por difamación, ¿no es así?
—Sí — asentí — Alex sabe lo que este sujeto está diciendo — suspiré — me dijo que era peligroso y que no quería que me acercara, además, que prefería que no tuviera tratos con él.
—Entonces, ya estabas sobre aviso — Víctor sonrió — ¡qué bien!, en verdad estaba preocupado.
—Pues sí, ya sabía que no debía tomarlo a la ligera, pero no pensé que los buscaría a ustedes…
—Creo que fue porque declaramos — Daniel se alzó de hombros — de no ser así, no creo que nos hubiera buscado.
—Sí, es posible que sea eso — Luís también le restó importancia al asunto y bebió de su café.
—Pues sí, entonces… — levanté mi vista y la posé en la pared que estaba frente a mí, recordando que alguien más había declarado también — Lucía… — susurré.
—¿Lucía, qué? — Daniel me miró de soslayo.
—Sí, ¿qué le pasa a Lucy ‘bomboncito’?
—Es que, Lucía también declaró — dejé mi taza en la mesa — ¿creen que la busque también?
—¿Ella no te ha comentado nada? — Luís habló con seriedad — después de todo, es tu secretaria, ¿no?
—No — negué — al menos hoy no me dijo nada, estaba muy feliz con las flores de su admirador — miré a Víctor levantando una ceja — pero cuando el licenciado llegó, ella parecía muy asustada.
—¿Qué admirador? — Víctor me miró sorprendido.
—¿Qué? ¿No eres tú? — indagué confundido — pensé que tú le habías enviado flores al trabajo, ayer y hoy.
—¿Yo? — negó — ¡claro que no!
—Podríamos volver al tema del licenciado — Daniel habló con rapidez y su voz se notaba nerviosa.
Luís, Víctor y yo lo observamos, su rostro estaba completamente rojo y no parecía querer vernos.
—¡Fuiste tú! — Víctor se puso de pie golpeando la mesa y derramando su café — por eso me dijiste que no tenía oportunidad, ¡tú ya le habías echado el ojo! — reclamó con molestia — ¡Pinche mal amigo! ¡Traidor!
—Víctor, ¡cálmate! — me puse de pie rápidamente a recoger la tasa e ir por algo, para limpiar el líquido derramado.
—Yo dije la verdad, es una chica seria, no te haría caso, tú eres un mujeriego — Daniel lo regañó manteniendo su calma, pero su rostro seguía sonrojado.
—¿¡Y eso a ti, qué?! — Víctor estaba furioso — ¿Acaso te da envidia que tú no tengas donde ‘remojar la brocha’ cada semana y yo sí?
—Víctor, ¡no seas vulgar! — Luís levantó la voz.
—¡Tú no te metas! — Víctor miró con enojo a nuestro amigo.
—¿Envidia de que te metas con cualquier puta? — Daniel sonrió de lado — por supuesto que no, si yo quisiera, también me gastaría mi dinero en una esquinera, pero no quiero terminar en la cama de un hospital con una enfermedad incurable en el ‘pito’.
Víctor se movió y fue a levantar a Daniel de su asiento, sujetándolo por el frente de su chaqueta.
—¡Te estás pasando, cabrón! — espetó con ira en el rostro de Daniel.
—¡Ya basta! — grité, pero ninguno de los dos me hizo caso.
—¿Qué? ¿Quieres pelearte? — Daniel lo empujo alejándolo un poco de él — adelante, no me importa ‘madrear’ tu pinche carita, al fin que no eres tan guapo cómo piensas.
—¡Por lo menos tengo más ‘pegue’ que tú, niño mimado!
—Tener que pagarle a una ‘zorra’ para que pase la noche contigo, no es tener ‘pegue’, ¡sino falta de dignidad!
—¡Tú no eres un santo! — Víctor lo empujó con sus manos — también te has metido con algunas putas.
—¡Ya cálmense! — insistí sin obtener resultado.
—Pero no ando de burdel en burdel cada fin de semana, a ver dónde consigo una vieja barata, ¡que me baje la calentura! — se burló Daniel.
—¡Hijo de puta! — Víctor lanzó el golpe y su puño se estrelló contra el rostro de Daniel.
—¡Víctor! — Luís intentó ponerse de pie para detenerlo pero, debido a su estado no pudo hacerlo.
—¡Cabrón! — Daniel se limpió la boca y le respondió dándole un golpe también en la cara.
Ambos se enlazaron en una pelea; se dieron algunos golpes, tanto en el rostro como en el cuerpo, después se agarraron de los brazos tratando de enfrentar su fuerza, por lo que terminaron tumbando mi árbol navideño y rodando en el piso.
—¡Ya basta! — grité — ¡Deténganse!
Apenas iba a meterme en el pleito, cuando entraron varios hombres que estaban afuera y los separaron; también entraron mis hijos corriendo y ladrando ante el alboroto. Víctor lanzaba patadas tratando de golpear a Daniel y Daniel quería zafarse para ir a golpearlo también.
Agustín me vio con seriedad y un tanto confundido, era obvio que estaba esperando que le dijera qué hacer.
—¡Me lleva la gran puta! — grité, tomé las tazas de café de Daniel y Luís y les lancé el líquido a Daniel y Víctor en el rostro.
Ambos gritaron molestos, ya no estaban calientes y era menos de la mitad del líquido de la taza, pero, con eso se calmaron un poco.
—Agustín, saca a mis hijos por favor — indiqué con rapidez — les hará daño si beben el café.
—Sí, señor — Agustín sacó a mis mascotas y cerró la puerta.
Mientras yo miraba a Daniel y a Víctor, cada uno era sostenido por los brazos, por dos hombres vestidos de negro, a los cuales, también les había ensuciado el traje con salpicadura de café.
—El lunes dije que no quería pleitos en mi casa — mi voz era seria — y no me refería solo a pelearse con Alex — aseguré — ¡¿qué demonios les pasa?! — pregunté con molestia.
Luís estaba sonriendo de lado divertido.
—¡No tiene gracia! — lo regañé.
—Perdón… — Luís bajó la vista y se encogió en su lugar.
—Él empezó — Daniel ladeó el rostro apenado.
—¿Yo? ¡Ahora resulta que yo! — Víctor lo miró con ira — quien es el que hace jugadas a traición con la mujer que le gusta a otro, ¡pinche mal amigo!
—¡Dije que se acabó! — levanté la voz de manera grave.
Ambos bajaron la vista y guardaron silencio.
—Víctor — proseguí con seriedad y él levantó el rostro para verme — al cuarto de aquí abajo, ve a limpiarte.
—Pero…
—¡Ve a la maldita habitación!
—Está bien… — dijo entre dientes.
Los hombres que lo tenían agarrado, lo soltaron, pero lo escoltaron hasta que cruzó la puerta de la habitación en la planta baja.
—Daniel, al baño de arriba.
—¡¿Y yo por qué?! — preguntó sorprendido.
—¡Ve al baño de arriba a limpiarte! — gruñí.
—Ya voy… — dijo en un susurró.
Igual que a Víctor, los hombres que lo sostenían lo soltaron y lo escoltaron hasta las escaleras.
Daniel subió con paso cansado, mientras yo me acercaba al pino de navidad que yacía en el piso. Varias esferas estaban quebradas, algunos adornos solo estaban desperdigados en el piso, pero, lo que más me dolía, era que la estrella de cristal se había hecho añicos. Me acuclillé hasta ella, pasé mis dedos por los pedazos más grandes con algo de tristeza; de todo lo que había de la decoración, esa estrella era lo que más me había gustado y ahora, no quedaban más que trozos que difícilmente podrían volver a unirse, aunque lo intentara. Suspiré cansado, realmente no había sido un buen día.
—Permítanos limpiar — dijo Agustín, cuando yo me incorporé nuevamente.
—Por favor… — sonreí de lado — junta todo, lo que se pueda salvar ponlo en un lugar seguro, lo que no, hay que tirarlo.
—Sí, señor.
Agustín hizo una seña y los cuatro hombres se acercaron, ayudándole a limpiar; yo suspiré y caminé hacia la mensa, después de llevar las tazas a la tarja de la cocina.
—Sabes que no lo hicieron a propósito — Luís hablo con seriedad.
—Lo sé, pero parecen niños — entorné mis ojos — vuelvo… — anuncie — voy por unas camisetas y suéteres para que los usen, su ropa está mojada.
—Deberías dejar que se queden así — sonrió — se lo merecen.
—No quiero que se enfermen — negué — además, los mandé a limpiarse para que se calmaran.
—¿Crees que se calmarán? — levantó una ceja y me observó con diversión — yo lo dudo.
—Daniel sí se calmará, el que me preocupa es Víctor — solté el aire y subí las escaleras con rapidez.
Fui a mi guardarropa y saque un par de camisetas manga larga y unos suéteres, sabía que no les quedarían perfectas, pero era mejor que quedarse mojados. Al salir de la habitación, fui y toqué la puerta del baño.
—Daniel… — llamé y momentos después, abrió la puerta — toma — le entregué una camiseta y un suéter — dame tu ropa por favor.
Daniel no dijo nada, ni siquiera me miró a los ojos, solo sujetó la ropa que le ofrecí y después, me dio su ropa húmeda. Me alejé con rapidez y el cerró la puerta del baño; dejé la ropa sucia en el cuarto de lavado y bajé las escaleras.
Luís aún estaba sentado en la mesa, observando cómo los hombres levantaban el árbol, acomodaban algunos adornos que no se habían quebrado y uno de ellos, barría con rapidez, los pedazos de esfera y cristal que había en el piso.
Fui a la habitación de la planta baja, entré y me acerqué al baño — Víctor… — toqué un par de veces la puerta, él abrió y al igual que Daniel, no me miró a los ojos — ten — le di la camiseta y el suéter — dame tu ropa.
Sin decir nada, Víctor me pasó su ropa y después cerró la puerta. Suspiré resignado y salí nuevamente a la cocina; volví a subir las escaleras para ir al cuarto de lavado, dejando la ropa en el cesto, al siguiente día le diría a la señora Josefina que las lavara.
Bajé las escaleras una vez más y me senté en la silla al lado de Luís — ¿por qué este día ha sido tan largo? Solo quiero que termine de una vez… — recargué mi frente en la mesa.
—Por lo que veo, las cosas no han ido bien para ti — sonrió conciliador — pero, cálmate, ¿qué más puede salir mal?
—En eso tienes razón — suspiré — ¿tienes hambre? — pregunté más tranquilo.
—Un poco… ¿tú?
—Mucha… debería pedir algo para cenar — me incorporé y troné mi cuello, después bostecé cansado — necesito algo para sentirme mejor…
Luís sonrió al ver mi cara de fastidio — ¿pizza? La pizza de triple queso, siempre te anima — aseveró con algo de diversión.
—Sí, supongo que sí, aún es temprano — miré el reloj, apenas pasaban las ocho.
Caminé a la sala y tomé el teléfono, marqué el número de una pizzería conocida. Pedí seis pizzas grandes; mientras estaba haciendo la orden, le pregunté a Agustín para pedir tres de ellas, con ingredientes que tanto él, como sus compañeros, quisieran comer. Ellos estaban terminando de limpiar, así que, en cuanto trajeran las pizzas iban a poder cenar sin problema.
Cuando acabaron, todos los hombres volvieron a salir de la casa; le di a Agustín el dinero para que pagara las pizzas cuando llegaran. Luís y yo nos quedamos en el comedor, esperando a que Daniel y Víctor volvieran de limpiarse.
—¿Te ha pasado…? — dije lentamente mientras recargaba mi rostro en mis manos — ¿…que tu día empieza bien y mientras transcurren las horas, se vuelve un infierno? Hoy… ha sido uno de esos días, en los que deseas no haberte levantado.
—Por supuesto — sonrió — pero solo es un día Erick, mañana todo mejorará, sólo necesitas dormir.
—Ojalá…
—Te afectó lo del árbol, ¿no es así?
—Claro que no — levanté una ceja — sólo que… fue ‘la gota que derramo el vaso’.
—Más bien, el café — rió.
—No es gracioso — me hice hacia enfrente, estirando mis manos sobre la mesa y recargando mi barbilla en la misma — no supe de qué otra manera calmarlos.
—Hubiera estado mejor, si el agua hubiese estado hirviendo — ladeó el rostro viéndome con una sonrisa divertida.
—Sí, ahorita estarían en el hospital con quemaduras — dije sarcásticamente.
—Pero calmados — soltó una carcajada.
Trate de tomarlo serio, pero terminé cediendo ante la broma, riendo ligeramente. En ese instante, Daniel bajaba las escaleras con paso lento, traía una bandita pequeña en la comisura del labio y su pómulo ya estaba inflamado; llegó a la mesa y se quedó de pie — lo lamento — se disculpó.
Me incorporé en mi silla y ladee el rostro, observándolo con seriedad, pero no dije nada.
—No quería comportarme de esa manera — prosiguió — te pagaré los daños…
—Siéntate — ordené.
Daniel se asustó ante mi voz y tomó asiento con rapidez; Luís mordió su labio y desvió la vista, obviamente tratando de evitar reír. No dije nada, me quedé en silencio y ellos también; no pasaron ni cinco minutos cuando Víctor salió por la puerta de la recamara, igual que Daniel estaba herido, traía inflamado cerca del ojo y además, su labio partido. Miró a Daniel con enojo, pero al notar mi mirada fría en él, no dijo nada, se acercó a la mesa y al igual que había hecho Daniel momentos antes, se quedó de pie tras una silla.
—Erick, yo... — titubeó — te aseguro que pagare los daños, lo siento y…
—¿Pagarás los daños? — levanté una ceja.
—Sí — asintió con rapidez — y lo que sea…
—¡Cállate y siéntate, Víctor! — levanté la voz y él se estremeció; iba a tomar asiento en una silla casi al otro extremo de la mesa, lo más lejos posible de nuestro amigo — ¡ahí no! — dije con molestia — a un lado de Daniel — ordené.
—Pero…
—¡Que te sientes ahí! — repetí y golpee la mesa con la palma de mi mano.
Víctor asintió y se sentó donde le indiqué, aunque, como si fuera berrinche infantil, se alejó de Daniel lo más que pudo.
—¿Creen que me molesta lo que pasó con mi árbol? — pregunté entrecerrando mis ojos y ambos asintieron — ¡pues no es así! — negué — me molesta que se comporten como imbéciles, peleándose por Lucía, que ni siquiera les hace caso a ninguno de los dos — los señalé con mis dedos — si les gusta o si les interesa, compórtense cómo hombres y vayan a decírselo, así de simple…
—¡Pero él le mandó flores! — reclamó Víctor.
—Pues tú no hiciste nada o, ¿sí? — se defendió Daniel.
—¡Porque tú me dijiste que no tendría oportunidad!
—¡¿Y tienes que hacerme caso siempre, ‘animal’?!
—¡Cállense! — grité de nuevo, si no les ponía un alto, volverían a golpearse; ambos guardaron silencio y yo masajee mis sienes — Víctor — suspiré — ¿qué es lo que te molesta? — pregunté con voz más calmada.
—Me molesta, ¡que este cabrón! — señaló a Daniel — me haya dicho que no tendría oportunidad, para que no me atreviera a acercarme a Lucía, mientras él me apuñalaba por la espalda, enviándole flores a su trabajo, para acercarse a ella.
—Pero… — Daniel intentó hablar.
—Daniel — interrumpí — aun no te he preguntado nada, así que cállate — mi amigo guardó silencio y se cruzó de brazos, haciendo un ligero mohín — Víctor… — volví a hablarle tratando de sonreír — si te gusta Lucía, ¿por qué simplemente no intentaste acercarte? ¿Qué esperabas?, ¿qué Daniel, Luís y yo te echáramos porras?
—Pues… no… — dudó — pero al menos, que no me dijeran que no tendría oportunidad.
—Víctor… — entorné mis ojos — seamos honestos, a ti sólo te gusta Lucía, o ¿te interesa seriamente?
—Pues… está bien buena.
—Eso me indica que sólo te gusta físicamente… — respondí yo mismo la pregunta.
—Pero, es porque no la he tratado… — se alzó de hombros.
—Tú no tienes remedio — Luís sonrió de lado — es lo mismo que dices de todas las mujeres que conoces — señaló a Víctor con su índice — y cuando las tratas, una semana después, ya no quieres saber de ellas.
Víctor hizo una mueca de molestia, pero no dijo nada más.
—Daniel — miré a mi amigo con seriedad — ¿a ti te interesa Lucía?
—Sí — respondió escuetamente.
—¿Desde cuándo? — indagué.
—Desde que la conocí en tu oficina, hace años — respondió bajando la mirada y su rostro se puso rojo.
—¿Por qué no me dijiste nada? — preguntó Víctor con molestia.
—¿Para qué? — respondió — tu eres un idiota que no entiende y además, yo no soy como tú, que anda pregonando a ‘los cuatro vientos’ que le gusta una chica y a los tres días otra.
—No empiecen de nuevo — Luís habló con seriedad — ¿no fue suficiente por esta noche? O ¿qué? ¿Quieren romper algo más en la casa de Erick?
—No… — respondieron a la vez y bajaron la mirada.
—Daniel, en parte, sé que no eres de los que anda con muchas mujeres… — empecé a hablar con calma, pero Víctor me interrumpió.
—Aunque en el ‘table dance’, bien que se desquitó con una puta — dijo con burla.
—¡Es diferente! — se defendió Daniel.
—¡Es la misma chingadera! — Víctor lo retó.
—¡Ya me tienen arto! — me puse de pie golpeando la mesa con mis puños — estoy tratando de arreglar la situación ¡y ustedes parecen niños en un pleito de recreo! — los miré con ira — ¿se quieren partir la madre? ¡Pues rómpansela, pero allá afuera! — indiqué la puerta con un ademán de mis manos — porque no quiero más pleitos en mi casa — gruñí — y aun así, no van a arreglar nada, porque tú — señale a Víctor — ¡eres un mujeriego que no va a sentar cabeza nunca! y sólo quieres acercarte a Lucía porque esta buena, y tú — señalé a Daniel — no tienes los ‘huevos’ para decirle de frente que te gusta y ¡por eso le mandas flores con tarjetas sin firma!
Los tres se quedaron boquiabiertos por mi reacción; yo estaba resoplando, aún de pie, había sucumbido ante el estrés y la ira contenida durante todo el día. En ese momento en la puerta se escucharon unos golpes.
—¡Adelante! — levanté la voz, aún tenía un tinte de ira en ella.
La puerta se abrió — permiso… — Agustín entró con tres cajas de pizza en sus manos, se acercó a la mesa y las dejó en la misma, con una cantidad de dinero sobre ellas — ¿necesita algo más, señor?— preguntó.
Respiré profundamente para calmarme y sonreí — no, gracias Agustín, si necesito que saques a estos revoltosos de mi casa, te aviso — dije con algo de inocencia fingida, mientras mis amigos se sorprendían aún más.
—Con permiso… — Agustín sonrió y se retiró.
Abrí una caja de pizza, después de quitar el dinero que estaba encima, agarré un pedazo y volvía a sentarme; di una mordida ante la mirada atónita de mis amigos.
—¿Qué? — pregunté aún con algo de pizza en mi boca — ha sido un día pesado para mí — pasé el bocado y dejé la pizza de lado, para ir por algo de agua al refrigerador, mientras seguía hablando — se los dije cuando llegaron y en vez de mejorar, ustedes dos — señalé a Víctor y Daniel desde la cocina, al momento que me servía agua en un vaso — lo han empeorado, así que, por lo menos, voy a cenar a gusto, ustedes hagan lo que quieran — regresé a mi asiento con el vaso en la mano y volví a morder la pizza.
Luís me miró de reojo y sonrió — ¿me das agua? — preguntó divertido al tomar un trozo de pizza — me serviría yo mismo, pero no puedo — señaló con su rostro su pierna y su mano.
—Claro, disculpa — volví a la cocina a servir otro vaso — no llevo la jarra, porque no quiero más ‘accidentes’ — lancé la indirecta para Daniel y Víctor.
—Lo sé — Luís me seguía el juego — después de todo, no sabes lo que puede pasar con personas tan infantiles…
—Tú sí me entiendes — sonreí ampliamente al volver y colocar el vaso al lado de Luís.
Daniel y Víctor estaban con el rostro hacia abajo, obviamente apenados por su comportamiento.
—Discúlpame, Erick — Daniel habló después de un momento.
—Sí, a mí también ‘bro’, no vuelve a pasar — Víctor me miró con vergüenza.
—¿Por qué se disculpan conmigo? — pregunté como si no me importara — deben pedirse perdón entre ustedes, ¿no es así Víctor? — levanté la ceja — el lunes dijiste que éramos cómo hermanos, así que, más vale que arreglen esta situación, de lo contrario, ninguno va a tener oportunidad con Lucía, ¿a mí qué?, después de todo, Lucía sólo me interesa para que prepare mi café.
Nuevamente guardaron silencio, ambos se miraron de soslayo, pero no dijeron nada; Luís y yo sólo los observábamos, esperando que se arreglara la situación.
—Lo siento, Víctor — Daniel empezó — lo que dije el otro día, no fue solo para bajarte los ánimos, ciertamente, no me agrada como te refieres a Lucía, pero… no quería decir que me gustaba porque, de igual manera, no siento que tenga tanta oportunidad — suspiró — por eso, las flores que le he enviado no tienen mi nombre.
—No — Víctor sonrió — tú y Erick tienen razón — Víctor se alzó de hombros — a mí me gustan mucho las mujeres, pero es verdad, no veo a Lucía cómo una chica para tener una relación seria — rió — pero eso sí, está bien buena.
—¡¿Ves?! — Daniel lo miró molesto — por eso no te dije que me agradaba, luego empiezas con tus cosas.
—Perdón — Víctor se movió y le palmeó la espalda a Daniel — pero ya sabes cómo soy.
—Precisamente, porque sé cómo eres, es que no dije nada — repitió.
—Pero si no funciona contigo — Víctor levanto una ceja — yo si voy a lanzarme con ella.
—¿Cómo sabes que no va a funcionar? — Daniel lo miró con media sonrisa — Erick dijo que estaba emocionada por las flores.
—Pero por que no sabe que las mandaste tú, ‘carnal’ — Víctor se recargó en su silla — si no te atreves a decirle, puedo decir que fui yo el que se las envió.
—Eres un idiota — Daniel frunció el ceño.
—Pero al menos no tengo tanto miedo a fracasar como tú — Víctor sonrió — ya, ¡cálmate! — le ofreció la mano — quedamos empatados, ¿o no?
—Pues, sí — Daniel movió el rostro dudando — pero te pegué más fuerte — bromeó cuando estrechó la mano de Víctor.
—Bien… — dije cansado — ya pueden comer — les acerqué las cajas de pizza — y no se preocupen que mañana, Lucía se enterará de todo por mí.
—¿Qué? — Daniel me miró con cara de susto.
—No te atreverías — a Víctor le tembló la voz.
—¿Creen que no? — entrecerré mis ojos y sonreí de forma cínica — de alguna manera me tengo que cobrar lo que le hicieron a mi árbol.
—¡Ya te dije que lo pagaré! — Daniel estaba nervioso y el color se le había ido del rostro.
—¡Yo igual! — Víctor también se miraba asustado.
Entrecerré mis ojos y después sonreí — no es cierto — les guiñe un ojo — es broma, vayan por sus vasos y el agua, que ya se me acabó la bebida — moví mi vaso vacío frente a ellos, Daniel y Víctor se pusieron de pié para ir a la cocina.
—A veces puedes ser muy cruel — Luís me miró de soslayo y sonrió.
—Sí, lo sé — asentí — lo sé…
Después de eso, seguimos comiendo, ninguno volvió a tocar el tema de Lucía, ni tampoco del licenciado; solo bromeamos y al menos por un rato, olvidé que me sentía enojado con Alejandro. Pasadas las diez, mis amigos se retiraron y yo me quedé solo; Alejandro no había llegado a casa, así que preferí irme a descansar. Le dije a Agustín que alimentara a mis hijos y cuidara del cachorro, al cual, aún no le había puesto un nombre.
Subí a mi habitación, me cambié, lavé mis dientes y me recosté en la cama; minutos después, escuché la puerta de la habitación abrirse. Alejandro encendió la luz y se acercó hasta quedar al lado de mí.
—¿Te divertiste? — preguntó con seriedad.
—Es lo que yo debería preguntarte — respondí desafiante — de seguro pasaste un buen día, acompañado de tu secretaria…
—Si no trabajaras, serías tú el que me acompañara todo el tiempo — dijo con tono molesto.
—¿Ahora es mi culpa que tú pases tiempo con esa mujer? — espeté con enojo — ¿sabes qué…? — me giré en la cama — no estoy de humor de discutir contigo — me cubrí completo con las cobijas.
—¡Pues yo sí quiero discutir! — Alex jaló las mantas y me descubrió.
—¡¿Qué te pasa?! — me senté en la cama para encararlo.
—¡No quisiste responder mis llamadas en todo el día! — gruñó.
—Me quedé sin celular y además, cuando te llame ¡esa mujer me respondió! — objeté.
—Estaba ocupado, ¿acaso no te lo dijo? — preguntó conteniendo su enojo.
—Sí, por supuesto que me lo dijo, que estabas muy ocupado — cada palabra que decía estaba llena de celos — pero el problema es que, ¡ella respondió tú celular!
—Es mi secretaria — Alejandro masajeo sus sienes — ¿quién más va a responder mi celular si no ella?
—¡Claro! — me crucé de brazos — y ella puede ver las cosas que tú tienes de mí, en tú celular, ¿qué? ¡¿Acaso también mira los videos que grabas en mi casa?!
—¿Te refieres a la foto? — Alex suspiró cansado — ¿Por eso es todo el enojo y berrinche que estás armando?
—¡¿Te parece poco?! — pregunté levantando la voz.
—¿Y qué si lo mira? — preguntó confundido — si estás tan celoso, deberías estar feliz que se diera cuenta que eres muy importante para mí.
—¡Son cosas personales! — grité y mis ojos se llenaron de lágrimas — tuyas y mías — mi voz fue bajando de intensidad — son cosas íntimas, de nosotros y no quiero compartirlas con otra persona — mordí mi labio e incliné el rostro — menos con ella.
Alex se sentó en la cama, a mi lado, intentó abrazarme pero lo rechacé, así que, haciendo uso de su fuerza, me obligó a aceptar su abrazo en un segundo intento — ‘conejo’ — susurró — no tienes que ponerte así.
—¿Cómo quieres que me ponga? — pregunté mientras intentaba zafarme de su agarre pero al darme cuenta que era en vano, dejé de luchar.
Alejandro se movió, me sujetó por el mentón, obligándome a levantar el rostro y depositó un beso en mis labios; pensé en alejarme y resistirme, pero durante el día, hubiera dado mi vida por un beso así. Le necesitaba y no pude evitar rendirme ante Alejandro con rapidez, pasando mis manos por sus hombros y enredando mis dedos en su cabello; Alex profundizó el beso, al notar que yo abrí mi boca para darle paso.
Momentos después se separó — ¿mejor? — preguntó con una dulce sonrisa y acarició mi rostro.
Asentí débilmente, después me moví para hundir mi rostro en su pecho, aferrándome a su ropa.
—Todo es tu culpa… — reproché.
—¿Y ahora por qué? — preguntó cansadamente y pasó sus brazos por mi espalda.
—Si ella no hubiera respondido tú teléfono, yo no hubiera estrellado el mío…
—¿En serio? — acarició mi cabello — entonces, debiste esperar a que yo te comprara uno.
—Ya no importa — suspiré aún contra Alex — además, de haber estado calmado, hoy mismo hubiera recibido al abogado ese…
—Te dije que no te acercaras a ese tipo…
Levanté mi rostro para verlo, tenía un semblante sombrío — ¿quién te lo dijo? — pregunté nervioso.
—Tu secretaria — respondió — cuando no me quisiste responder, menciono que, probablemente, estabas enojado porque esa persona fue a verte.
—Sí, pero no hable con él — suspiré — Lucía lo citó para mañana.
—Olvida esa cita, no lo verás — aseguró.
—Alex — suspiré cansado — ¿qué sucede en realidad con él? Mis amigos vinieron y me contaron muchas cosas, él los ha buscado y les dijo cosas alarmantes, incluso, mencionó que yo podía morir.
Alejandro acarició mi rostro y colocó su frente contra la mía — no te preocupes, nada te pasará, yo no permitiré que te ocurra algo — se separó besando mi frente — y sobre qué pasa con él — suspiró — te dije que lo conocí hace cinco años, tuvimos una relación fugaz, pero yo me tuve que ir de la ciudad, obviamente, para mí no significó nada, pero… — guardó silencio.
—¿Pero…? — pregunté buscando su mirada.
—Algo le pasó — dijo con voz débil — yo no supe hasta después — aseguró — y al parecer, me culpa por ello.
—¿Tuviste algo que ver? — eso me preocupaba.
—No — negó — yo no tuve nada que ver, pero debí ayudarlo y no lo hice, no porque no quisiera, sino porque no me enteré.
—Entonces, ¿está enojado contigo?
—En resumidas cuentas, sí — asintió.
—Entiendo — acaricié su rostro y Alex sonrió — pero ya le di la cita…
Alejandro me besó y se alejó — ¿a qué hora? — preguntó poniéndose de pie y empezó a quitarse la ropa.
—A las diez y media — me recargué en la cabecera de la cama.
—No te preocupes — él caminó al vestidor y levantó la voz para que lo escuchara — mañana lo mandaré buscar para hablar con él, así tú no tendrás que verlo.
—¿Estás seguro?
—Sí.
Hice una mueca de molestia, pero si él ya lo había decidido, no iba a poder hacer nada. Alejandro salió momentos después con su ropa para dormir.
—¿No vas a cenar?
—Ya cené — sonrió.
Entrecerré mis ojos para verlo — ¿fuiste a cenar con esa mujer? — pregunté con molestia.
—No… — negó, se acercó a mi buró y encendió la lámpara — cené pizza… — fue a apagar la luz de la habitación — afuera de tu casa… — caminó hacia el otro lado de la cama — sobre el cofre de uno de los carros de mis guarda espaldas — sonrió.
—¿Pizza? — parpadee sorprendido y eso me dio a entender que ya tenía rato en casa, aunque no hubiera entrado — ¿a qué hora llegaste, Alejandro?
—Antes que tus amigos — se acostó en la cama y cruzó sus brazos tras su nuca.
—¿Y por qué no entraste?
—Porque no querías hablar conmigo — cerró sus ojos — si hubiera entrado, ellos nos hubieran encontrado discutiendo, así que, mejor me quedé dentro de uno de los automóviles, para que ni tú, ni ellos, se dieran cuenta que estaba aquí.
Incliné mi rostro apenado — pero hubieras entrado después — indiqué a media voz.
—No — rió — al menos desahogaste un poco tu enojo con ellos.
—¿Cómo sabes?
—Tus gritos se escuchaban hasta afuera — dijo divertido.
Tomé una almohada y la estrelle contra su rostro — no es para burlarse — reproché.
—Lo sé — sonrió quitando la almohada de su cara y usándola para levantar un poco su cuerpo — supe que rompieron la estrella del árbol — su mano alcanzó mi rostro — pero se pelearon entre ellos, así que, eso no me importa — me guiñó el ojo — si Agustín me hubiera dicho que te habían lastimado, hubiera entrado a ponerles un escarmiento.
—¿Te dijo todo? — pregunté con algo de vergüenza.
—Sí, incluyendo lo del café — volvió a reír — eso si me hubiera gustado verlo, pero, mañana lo veré en el video.
—¡Alex!
—¿Por qué pelearon? — preguntó con media sonrisa.
—¿Para qué preguntas, si mañana verás el video? — reproché.
—Bueno, no me digas…
—Por Lucía — respondí.
—¿Tu secretaria? — levantó una ceja.
—Sí — suspiré cansado y me recosté sobre él, con mi rostro sobre su pecho — a Daniel y a Víctor, les atrae Lucía.
—Eso es interesante — su mano acarició mi cabello — pero se fueron juntos, así que, se arregló la situación, ¿no es así?
—Sí — acaricié su pecho por encima de la tela de su camiseta — aunque, fue complicado.
—Los quieres mucho… — no era una pregunta, era una aseveración.
—Somos amigos desde hace tiempo — cerré mis ojos — en la universidad fuimos inseparables y de todos mis demás compañeros, somos los únicos que no hemos roto esos lazos, así que, sí, los quiero mucho, incluso, los siento más cómo hermanos que a mis propios hermanos de sangre.
—Eres demasiado noble — me sujetó del rostro y me obligó a moverme para poder besarme — ese es un rasgo que me encanta de ti, ‘conejo’ — murmuró contra mis labios.
—¿En serio? — susurré y lamí su labio inferior.
—Mucho — sonrió — y me gustan muchas cosas más de ti… ¿quieres que te lo demuestre?
—Mjú… — asentí cerrando mis ojos y dejándome llevar.
Alejandro me movió junto con él, dejándome contra el colchón, besándome con pasión y deseo; después me desvistió con lentitud, repasando con sus labios la piel que descubría. Cuando terminó acarició mi muñeca izquierda, dónde siempre portaba su regalo.
—Al menos sé, que aunque estés enojado, sigues manteniendo tu palabra… — sonrió complacido.
No permitió que dijera nada, volviendo a besarme y después, siguió con su labor, está vez, desvistiéndose él; al final, apagó la lámpara del buró.
Me poseyó durante la noche, en complicidad de la oscuridad; lo único que se escuchaba en mi casa eran mis gemidos y gritos de placer, gracias al trato que Alejandro me daba, como siempre.
* * *
- - - - -
Me removí inquieto y abrí mis ojos. Mi cuerpo ardía debido al sueño que estaba teniendo momentos antes; pasé mi mano por mi cabello y relamí mis labios, pues los tenía secos. No había luz en la habitación, sólo aquella que se lograba colar por las orillas de la cortina; la luz intermitente de los adornos navideños en mi casa. Moví mi mano y busqué en el buró mi celular, revisé la hora, casi las cuatro de la mañana, además, noté que tenía varias llamadas perdidas del día anterior, todas de Luís; pero en ese momento no me importaba, después le llamaría. Metí mi mano por debajo de las cobijas y toqué mi erección por encima de mi pantalón; estaba completamente excitado y era obvio que la razón había sido mi sueño.
Me giré buscando el calor de Alejandro; él se encontraba plácidamente dormido boca arriba. A diferencia de mí, Alex no traía su camiseta de dormir, así que, pasé mi mano por su pecho, rozando con mis dedos su piel, disfrutando del tacto de la misma, buscando despertarlo con mi toque; incluso, llegué hasta uno de sus pezones, estimulándolo con mi índice, pero él no reaccionó.
Mordí mi labio frustrado, tenía ganas de sexo y Alejandro estaba dormido. Dudé, podría simplemente masturbarme y volver a dormir hasta que sonara la alarma de mi despertador, pero tenerlo ahí, a mi lado, era una tentación y más ahora que estaba despierto; después de todo era hombre, también me invadía la ansiedad por el sexo, como a él.
Me metí bajo las cobijas, moviéndome con lentitud, bajando por el colchón; mis manos descendieron hasta la cintura de Alejandro y encontré el inicio de su pantalón de pijama. Sonreí nerviosamente pero no me iba a echar para atrás. Cómo pude me acomodé entre sus piernas y descubrí su miembro, el cual, estaba ligeramente erecto; me relamí los labios, me acerqué hasta él y lo introduje en mi boca, lentamente, disfrutando su tibieza, su suavidad y especialmente, su sabor. Pero no pude soportar por mucho tiempo, así que empecé a degustarlo desesperado, lamiendo, chupando, tratando de albergarlo completamente en mi boca cuando empezó a erguirse aún más, haciendo más grande su volumen y por consiguiente, más difícil mi trabajo.
No supe en que momento, la mano de Alejandro se posó en mi cabello, obligándome a llevar la punta de su pene hasta mi garganta, pero debía admitir que lo disfrutaba; finalmente, me incorporé con emoción, alejando las cobijas para quedar descubierto. La luz del buró ya estaba encendida, permitiéndome ver la sonrisa divertida de Alex.
No dije nada, me quite la ropa con rapidez y también, quité su pantalón y su bóxer, alejándolos completamente de su cuerpo; después, solo me acomodé para sentarme sobre su sexo, sin decir una sola palabra, me empalé en su miembro, sintiéndome pleno. Gemí al sentirlo en mi interior; arquee mi espalda hacia atrás, sosteniéndome de sus piernas, me quedé sin moverme por unos segundos y Alex aprovechó para masajear mi pene erecto, el cual estaba expuesto ante él; inicié el movimiento de mi cadera, primero lento, tratando de disfrutarlo completamente, albergándolo hasta lo más profundo de mi. Pero mi excitación me obligó a cambiar el ritmo, a moverme desesperado, necesitado, buscando el placer que Alejandro me proporcionaba cuando me poseía, pero no lo conseguía, no lo sentía igual, me gustaba más cuando él marcaba el ritmo; me incliné hacia a Alex con mi vista nublada por las lágrimas, apoyando mis manos en su pecho.
—No puedo… — gimotee.
—¿Qué? — Alex acarició mi rostro, acercándome hasta él, besándome con fuerza — ¿qué no puedes?
—No puedo… sentirlo como… como me gusta… — mordisquee los labios de Alex con deseo — cómo lo haces tú… por favor… — supliqué — por favor, Alex…
—Pero a mí me gusta así — susurró contra mis labios — como te mueves para mí… hazlo un poco más… — su lengua limpió mis lágrimas — sólo un poco y te complaceré…
Asentí sumisamente y me alejé de él, obligándome a mover mi cadera con más fuerza, tratando de poner un ritmo adecuado para darle placer a Alex, guiándome por su rostro, por las muecas de placer que mostraba mientras lo satisfacía; sus ojos llenos de lujuria, su sonrisa perversa y sus gemidos roncos me hacían feliz, saber que Alejandro disfrutaba con mi cuerpo, igual que yo disfrutaba siendo suyo, era más que suficiente para hacerme sentir dichoso. Alejandro seguía masturbándome con una mano y la otra, acariciaba mi cuerpo, tratando de no olvidar ninguna parte sensible de mí; acariciaba mis piernas, mi abdomen, mis brazos, también pellizcaba mis pezones, rozaba mis labios e introducía sus dedos en mi boca, buscando con ellos mi lengua, para juguetear con ella de manera insistente.
El deseo y el placer me envolvieron, mis gemidos aumentaron de intensidad, las caricias que Alex me prodigaba me gustaban, me excitaban; arquee mi espalda cuando sentí que estaba a punto de correrme, pero Alejandro apresó mi sexo con fuerza, obligándome a gritar por el placer contenido. Posé mi vista en su rostro, mientras temblaba y sudaba, pero él parecía estar en perfectas condiciones.
—Es hora, ‘conejo’… te complaceré…
Alex se sentó, pasó sus manos por mi espalda y después, aún sin salir de mi interior, juntos giramos; quedé contra el colchón, él se apoderó de mi boca, su lengua jugueteó con la mía y sus manos se aferraron en mis hombros. Con ese apoyo, Alejandro me penetró con fuerza y salvajismo, haciéndome llorar, consiguiendo que mis gemidos de placer se ahogaran en su boca; enredé mis piernas en su cintura, mis dedos se enredaron en su cabello y permití que él llevara el ritmo, lastimándome por dentro y consiguiendo que mi cuerpo disfrutara ese delicioso dolor, que solo él conseguía provocar en mí.
Alex intentó alejarse y no lo dejé, quería tenerlo contra mí, con su boca unida a la mía, pero él, con sus manos, me obligó a soltarlo.
Se alejó sonriendo cínicamente — el ‘conejo’, quiere jugar… entonces, juguemos… — relamió sus labios y después se alejó, saliendo de mi interior, sin consideraciones
—Alex… — lo llamé en un susurro, al dejar de sentir su pene en mi cavidad.
Momentos después, apresó mis manos con las suyas y con las piernas del pantalón de su pijama, ató mis muñecas por encima de mi cabeza.
—No… — gimotee y traté de oponerme a que me sujetara.
—¿No? — preguntó mientras sostenía el amarre con su mano derecha e introducía los dedos de su otra mano en mi boca — ¿estás seguro?
No pude responder, me centré en que mi lengua jugueteara con sus dedos, lamiendo, humedeciéndolos, también me permití morderlos con suavidad, incitándolo a que lo hiciera conmigo. Alejandro me observaba complacido, moviendo su mano para que yo le brindara más diversión.
Retiró sus manos de las tareas que tenían y acercó su rostro al mío — no bajes tus manos — ordenó en un susurró cerca de mis labios — si pones resistencia, no voy a permitir que llegues al orgasmo, ¿entendiste? — la seriedad con la que habló y el tono molesto, me indicaron que era una amenaza que cumpliría al pie de la letra, si lo desobedecía.
—Sí… — respondí débilmente.
—Sí, ¿qué?
—Sí… amo… — un jadeo excitado escapó de mi boca después de llamarlo de esa manera, era excitante sentirme suyo completamente.
Cerré mis ojos, expuse mi cuerpo lo más que pude, permitiendo que Alex hiciera lo que quisiera conmigo; yo no iba a reprimir mi deseo tampoco, porque estaba seguro, que él me haría gozar.
Los labios de Alex bajaron por mi cuerpo, empezando desde mi cuello, recorriendo mi pecho con lentitud, entreteniéndose por algunos instantes en mis pezones para después, pasar por mi abdomen y llegar a mi sexo. Arquee mi cuerpo, grité y lloré al sentir la tibieza de la boca de Alejandro, envolviendo mi pene con delicadeza; su lengua daba un trato especial a mi erección, sus manos masajeaban mis testículos y rozaban mi entrada con sus dedos. Me removí, apreté la almohada por encima de mi cabeza, exactamente en el lugar dónde Alex había dejado mis manos y gemí cómo poseso, disfrutando las lamidas, las chupadas y especialmente, las ligeras mordidas; un par de dedos entraron en mi interior, rozando el lugar exacto que me elevaba al cielo, obligándome a suplicar por más caricias y por sobre todo, más placer.
Alex se incorporó, colocó mis piernas sobre sus hombros y la punta de su pene en mi entrada; sus manos se acomodaron sobre el colchón, para sostenerse cerca de mi rostro y después, me penetró hasta el fondo, de un solo golpe. Hice mi rostro hacia atrás, gritando su nombre y sin querer, tensando los músculos de todo mi cuerpo. Ni siquiera permitió que me relajara, inició un vaivén rápido, duro, tortuoso y a la vez, delicioso para mí; yo lloraba y gemía sin parar, estaba por llegar al orgasmo, Alejandro lo sabía, me conocía muy bien para no saberlo con antelación, pero no quise avisarle, temiendo que me fuera a detener nuevamente, además, quería terminar, quería llegar al orgasmo y que él siguiera penetrándome, quería disfrutar ese dulce dolor que me provocaba cuando me embestía, después de haber llegado al clímax, gracias a él.
Nuevamente, mi cuerpo se tensó, pero en esta ocasión, el palpitar en mi pene anunció mi orgasmo, ese mismo que había contenido con anterioridad; había terminado plenamente, gracias a todo el placer que Alejandro me había proporcionado. Mi semilla se regó en mi abdomen y logró ensuciar también el de Alex. Él sonrió y me besó; parecía complacido, a pesar de que, por el cansancio de mi reciente orgasmo, no podía corresponder a su beso apasionado.
Alejandro siguió embistiéndome después de alejarse de mi boca, esta vez con mayor fuerza; sostuvo mis piernas por mis tobillos y su cadera se movió con rapidez, permitiendo que su sexo entrara y saliera de mí, con más ímpetu. Una sonrisa de placer se dibujó en mi rostro, me gustaban esas sensaciones y sentimientos que él producía; después de llegar al clímax, sentía a Alejandro de forma distinta, quizá porque quedaba sensible o porque mi interior se contraía apresándolo con más fuerza, pero era algo que incluso, cuando llegara a incomodar, lo disfrutaba en demasía, una tortura placentera para mi cuerpo que no deseaba que terminara jamás.
Momentos después, Alejandro llegaba al orgasmo, inundando mis entrañas con la tibieza de su semen, sonriendo complacido al notar que mi interior lo apresaba con intensidad, debido a que mis músculos se contraían, en respuesta al palpitar de su pene. Se quedó ahí por unos segundos; su vista estaba fija en mí y yo le sonreí cansado, relamí mis labios para terminar mordiendo mi labio inferior. Él salió de mi interior y se movió hasta dejar su rostro cerca de mi abdomen. Su lengua recorrió mi piel, limpiando mi semen, el cual, se había esparcido, en gran medida debido al movimiento de nuestros cuerpos cuando me penetraba; cada lamida me provocaba escalofríos, arrancándome gemidos de placer, además sentía su semilla escurrir entre mis nalgas y tenía que admitir, que era una sensación extraña, pero placentera.
—¿Te gustó? — preguntó después de que terminó de limpiar y se acercó a mi rostro.
Asentí débilmente, mis ojos se entrecerraban por el cansancio y el sueño; él me besó delicadamente y sus manos desataron las mías.
—A mí, me gustó que me despertaras de esa manera — confesó en un susurro y con una sonrisa divertida — ha sido mi mejor despertar…
Cuando mis manos estuvieron libres, las moví para abrazar a Alex, pasándolas por su espalda, ofreciéndole mis labios una vez más. Él aceptó mi oferta besándome con pasión, abrazándome y llevándome junto con él, para dejarme sobre su cuerpo, pues el suyo quedó recostado completamente en la cama. Cuando nos separamos, me acomodé en su pecho, dejando mi rostro cerca de su cuello; una de mis manos jugó con uno de sus pezones y las manos de él, acariciaban mi piel con ternura.
—Alex… — susurré cansado.
—Dime…
—Ya… — respiré profundamente para poder seguir hablando — ya pensé en lo del chofer…
—Ah, ¿sí? — sentí su mano en mi cabello — ¿Qué pensaste?
—No importa… no importa quién sea… — sonreí — elige quién quieres que me cuide por ti… — pasé mi lengua por su cuello — estará bien, si es tu decisión…
—¿Estás seguro, Erick?
—Sí — restregué mi rostro contra su piel — después de lo de ayer, confiaré en las personas que tú confíes, nada más…
—Bien… entonces, ¿te parece bien si es Agustín?
—Sí, está bien… — bostecé, mis ojos me pesaban — lo que tú digas… — mi cansancio me estaba venciendo — lo que ordenes… amo…
* * *
Escuché a lo lejos el sonido de mi alarma, pero no quise hacerle caso; durante un largo rato siguió sonando, hasta que por fin, tuve la fuerza de voluntad para moverme y apagarla. Bostecé cansado; mi cuerpo me pesaba, de buena gana me hubiese quedado acostado un poco más, pero al buscar el calor del cuerpo de Alex y no encontrarlo, me incorporé con rapidez. Noté que la lámpara del buró estaba encendida y a los pies de la cama, estaba mi pijama acomodada; me puse de pie, pero en cuando estuve parado, algo húmedo se deslizó lentamente por mi pierna, logrando que me sonrojara.
—Deberías tener pañuelos desechables en tu buró.
La voz de Alejandro me hizo girar el rostro, estaba vestido con su pijama y acababa de entrar por la puerta de la habitación.
—Lo sé — sonreí — pero, se me olvida comprar — acoté divertido y agarré mi ropa de la cama, para encaminarme al baño a asearme — ¿dónde estabas?
—Fui a despertar a Agustín, para que te lleve al trabajo — se alzó de hombros — anoche le dije que durmiera en una de tus habitaciones del otro piso, espero no te moleste.
—¿Por qué me molestaría? — cuando pasé cerca de Alex me acerque y besé su mejilla — buenos días — saludé.
—El ‘conejo’ parece feliz — levantó una ceja y sonrió de lado — ¿por qué será? — iba a responderle, pero él me sujetó por la nuca con su mano, me besó en la boca de forma posesiva y por un momento su lengua jugó con la mía, después se separó de mí, relamiendo sus labios — así se saluda por la mañana… — sentenció con diversión.
—Tonto… — susurré contra sus labios, sintiendo que mi rostro ardía, después seguí mi camino hacia el baño.
Alejandro fue a recostarse en la cama, encendiendo la televisión. Yo, hice mi rutina matutina sin apresurarme; salí del baño varios minutos después, listo para ir al trabajo, aunque me sentía fatigado.
Agarré mi celular del buró — Luís me marcó ayer — dije mientras lo guardaba en el bolsillo de mi saco.
—Ayer olvidaste tu celular — respondió con una sonrisa.
—Sí, lo sé, me di cuenta en la madrugada de sus llamadas…
—¿Vas a hablar con él hoy?
—¿Te molesta? — levanté una ceja observándolo con seriedad.
—No, ya arreglamos ese asunto, pero quiero saber — se incorporó de la cama para salir de la habitación junto a mí — me interesa lo que hagas, lo sabes…
Camine delante de Alex con media sonrisa — veré qué necesita, es extraño que me marque entre semana.
Alex no dijo nada, bajamos las escaleras y fuimos a la cocina. Él descubrió un par de paquetes que estaban en la barra desayunadora, dentro de ellos había algunas tostadas francesas.
—Tu desayuno — indicó poniendo frente a mí, uno de esos platos desechables.
—¿Ahora tengo que desayunar esto? — levante una ceja — solo me tomaré un café, gracias — intenté caminar hacia la estufa para poner la cafetera, pero él me detuvo pasando sus manos por mi cintura.
—Lo siento, ‘conejo’, pero anoche no cenaste, así que tendrás que desayunar esto — acercó su rostro al mío — o no irás a trabajar, porque te llevaré a la habitación y te ataré a la cama, para obligarte a comer otras cosas — su sonrisa perversa me hizo estremecer.
—Esta… está bien — carraspee — pero, quiero café.
Alex se alejó yendo a la estufa y con la cafetera, sirvió agua en una taza. Pude notar como el vapor salía mientras iba llenando el recipiente.
—¿Ya habías puesto el agua? — indagué curioso y sujeté la taza que me dio.
—Desde hace varios minutos, cuando me levanté — aseguró con suficiencia, mientras se servía una taza con agua caliente — tú te quedaste profundamente dormido, yo no.
No dije nada, simplemente preparé ambos cafés y comencé mi desayuno.
—Hoy saldré en el día — Alex se sentó frente a mí a comer otras tostadas y un omelet — iré a ver al padre Gerardo…
—¿En serio, volverás? — un escalofrío me recorrió — y, ¿si te pasa algo?
—No te preocupes, iré preparado — se alzó de hombros restándole importancia a la situación — además, desde ayer esta la noticia de un tiroteo en ese lugar, iré a apoyar a la comunidad y a la iglesia que fue afectada… nada más…
—¿Por qué, para ti, todo es tan sencillo? — suspiré negando y comiendo una de las tostadas, ahora todo el día iba a estar inquieto.
—Porque tengo todo controlado — respondió, su mano acaricio mi rostro con suavidad — no tienes que preocuparte, te aseguro que nada va a pasar.
—Bien, trataré de no hacerlo — sonreí y moví la cabeza para profundizar la caricia — ¿a qué hora vas a regresar?
—No estoy seguro — limpió mis labios con su pulgar — espero que temprano, también tengo asuntos en el hotel — siguió con su desayuno — Agustín se quedará aquí, contigo, para lo que necesites — especificó — durante la mañana llevara al cachorro al veterinario.
—¿Cachorro? — lleve una de mis manos a cubrir mi boca, ni siquiera me había acordado del cachorro que había recogido el día anterior — ¿dónde está? — moví mi rostro buscándolo — ¡no me digas que lo dejaron fuera! — iba a ponerme de pie, pero Alex me detuvo de la mano.
—Tranquilízate, obviamente no se iba a quedar fuera, está muy pequeño, durmió en la habitación donde estuvo Agustín — me guiñó el ojo.
—¿Por qué ahí? — volví a acomodarme en la silla.
—Tu piso, en la sala, es duela, así que no sería bueno si pasaba algún accidente — soltó mi mano y siguió con su desayuno — ¿qué nombre le pondrás?
—No lo sé — negué — nunca he sido bueno con los nombres — jugué con la cuchara de mi café — tampoco pensé en quedármelo, pero ya está aquí.
—¿Quieres regalarlo?
Levanté mi vista ante la seriedad de la voz de Alex — no — respondí seguro — sería cruel abandonarlo también, después de todo, yo lo recogí, ¿no es así?
En ese momento, unos pasos se escucharon en las escaleras. Al girar mi vista, Agustín iba descendiendo, ya vestido con un impecable traje negro; traía consigo una gran caja en manos, dentro de la cual se escuchaban unos lloriqueos y rasguños.
—Buenos días, señor Erick — dijo con respeto y se acercó hasta mí, dejando la caja en el piso — aquí está el pequeño, creo que tiene hambre.
—Buenos días — respondí — sí, ya veo que está muy bien, muchas gracias.
En ese momento otros pasos me sobresaltaron, también, por las escaleras, iba bajando Julián — buenos días — dijo con seriedad.
—Buenos días — respondí levantando una ceja.
—¿Dónde está Miguel? — la voz de Alex era calmada y tenía una sonrisa ligera en su rostro.
—Está afuera, era su turno de guardia — respondió Julián sin emoción.
—Erick… — giré mi rostro a ver a Alex cuando me nombró — no te dije, pero anoche también se quedaron aquí Julián y Miguel.
—Está bien — sonreí — te dije que por mí no hay problema, hay suficientes habitaciones.
—Lo sé — aseguró — pero es tu casa y debí pedir tu permiso primero… — sonrió y después levantó la voz para dirigirse a Julián — dile a Miguel que descanse, saldremos en un par de horas.
Julián asintió y salió de la casa, mientras Agustín se quedaba de pie, aún cerca de la caja — ¿quiere que alimente al cachorro antes de irnos? — preguntó.
—No tenemos croquetas para cachorro — ladee el rostro — podría enfermar si no come adecuadamente.
—No se preocupe, ayer fuimos a comprar unas para él.
Parpadee sorprendido — ¿ayer? — pregunté desconcertado — bueno, entonces dale algo de comer, de todos modos, Alex me dijo que lo llevarías al veterinario hoy.
—Está bien, señor.
Agustín se movió por la cocina y buscó las croquetas para alimentar al cachorro y después se regresó a su lado, al parecer, a él también le gustaban los animales. En ese momento, la puerta principal se abrió y Miguel entró con rapidez.
—Buenos días — saludó seriamente y se acercó a Alejandro sin decir más.
—Ve a dormir — Alex lo miró de soslayo — más tarde saldremos y te necesito bien descansado.
El hombre asintió y subió las escaleras rápidamente. Yo terminé mi desayuno, también me dirigí a terminar mi aseo, no quería que se me hiciera más tarde. Cuando bajé, Alejandro estaba en la sala, con la caja a sus pies; mis hijos ya estaban dentro de casa, curiosos ante el nuevo integrante de la familia.
—Espero que lo acepten rápido — sonreí mientras agarraba mi maletín.
Alex se acercó hasta mí y me abrazó — lo harán, son buenos niños… y, ¿cómo se va a llamar el cachorro? — insistió.
—No lo sé, deja que lo piense por el día de hoy.
—Entonces, da las indicaciones a Agustín, para cuando vaya al veterinario — besó mis labios con lentitud — cada vez se me hace más difícil separarme de ti — sonrió.
—A mí también — susurré y relamí mis labios — pero es necesario, te veo en la noche.
Alex asintió y yo salí por la puerta. Agustín ya había sacado el automóvil de la cochera, así que me dirigí hasta él; cuando me acerqué, Agustín me abrió la puerta trasera.
—Gracias — sonreí y me subí a mi auto.
Cuando estuve dentro, cerró mi puerta, después se subió al asiento del piloto, cerró la puerta y se colocó el cinturón, pero Julián le tocó el vidrio.
Agustín abrió rápidamente — ¿qué pasa? — preguntó con algo de ansiedad.
—¿Te pusiste el chaleco? — la voz de Julián era seria, de hecho, de los hombres que más conocía, que siempre seguían a Alex, Julián se me hacía el más serio de todos.
—Más tarde me lo pongo — inquirió el otro.
—Te dije que te lo pusieras antes de salir.
—Lo olvidé, pero lo haré más tarde — repitió apurado — no puedo tardar más, después hablamos.
Cerró el vidrio y Julián se quedó en la acera, observándolo con un destello de ira en su mirar, que a pesar de que estaba ligeramente oscuro, pude notarlo con claridad.
—¿Está enojado? — pregunté levantando la voz para que Agustín me escuchara.
—¿Quién? — preguntó mirándome por el retrovisor — ¿Julián? No, no es eso, es solo que él es… — dudó y después habló con rapidez — mi superior en rango, así que tengo que hacer las cosas cómo él me dice.
—¿Superior en rango? — solté una ligera risa — eso se escucha raro.
—Es que, él tiene más años con el señor De León — explicó — él y Miguel, así que los demás, tenemos que obedecerlos, porque tienen más experiencia.
—¿Cuántos años tienes trabajando con Alex? — había despertado mi curiosidad
—Dos — respondió afable.
—¿Cuántos años tienes? — pregunté levantando una ceja.
—29 — aunque no me dio esa impresión antes, Agustín parecía ser de los que más hablaba — el próximo año, en enero, cumpliré 30.
—Y ¿los demás? — me hice hacia adelante, para poder platicar más cómodamente, me agradaba saber que, al menos, me enteraría de algunas cosas.
—Julián y Miguel tienen 34 — sonrió — se conocen desde hace mucho tiempo, empezaron a trabajar juntos con el señor De León y tienen toda su confianza, los demás, tenemos poco tiempo en comparación.
—Eres muy joven — ladee el rostro observándolo — ¿siempre lo acompañas?
—No siempre, estuve meses entrenando en otra ciudad — negó — ahora me tocó venir aquí, junto con un grupo grande y me tocó la suerte de estar a prueba.
—¿Entrenando? ¿Entrenando que cosa? — cada vez era más interesante la plática, así al menos sabía lo que hacían los trabajadores de Alejandro.
—Sobre armas y algo de clases de artes marciales, lo que uno debe saber si va a cuidar a otra persona.
—Y, ¿por qué dijiste que estás a prueba? ¿Prueba para qué? — levanté una ceja.
—Para convertirme en su guardaespaldas, señor — sonrió de lado — el señor De León quiere a alguien que se quede con usted, siempre.
—Y, ¿tú quieres ese puesto?
—Sí — respondió con rapidez.
—¿Te pagarán más?
Por primera vez lo escuché reír, se dio cuenta de mi cara de desconcierto y carraspeo para calmarse — lo siento, discúlpeme, señor… no es por la paga, aunque ciertamente es una gran suma, tengo mis razones.
—¿Son razones personales?
No respondió, pero pude notar que se puso nervioso.
—Por lo que veo, no me dirás — me recargué en el asiento — ¿cómo vamos a tener confianza entre nosotros, si no me platicas?
Agustín suspiró — bueno, quiero el empleo, por qué debido a que usted es el prometido del señor De León — mis ojos se abrieron como platos al escuchar esa aseveración, pero lo siguiente hizo que abriera mi boca sorprendido — yo podría estar cerca de Julián.
No dije nada por unos momentos, simplemente sonreí nervioso mientras mi cerebro asimilaba todo — Agustín… — dije al fin — ¿quién te dijo que era el prometido de Alex? — primero indagaría lo que me concernía, después lo de él.
—El señor De León, por supuesto — respondió con seguridad — todos lo sabemos, bueno, al menos los que trabajamos directamente para él, porque no podemos decírselo a nadie fuera de ese círculo.
—¿Cuándo se los dijo?
—Déjeme recordar… — guardó silencio por segundos y después habló — la última reunión fue el miércoles pasado, así que, ese día fue cuando nos lo dijo.
—Agustín — volví a acercarme a él — esto es importante para mí, ¿puedes repetirme, exactamente, lo que él dijo?
—Pues, que usted era su prometido, el futuro dueño y señor de todo lo que le pertenece al señor De León, además, que se va a casar con usted y algunos de nosotros, tendríamos que viajar con usted y él a su nuevo hogar.
Repasé cada palabra, eso significaba que Alejandro ya tenía planeado a dónde ir y que haríamos — entonces… — hable con calma — ¿solo unos pocos de ustedes irán con nosotros, en caso de irnos de aquí?
—Sí, de hecho, es muy probable que sólo los de confianza los acompañen.
—Y, tú quieres este trabajo, ¿por Julián?
—Pues… — titubeó, tamboreo los dedos sobre el volante, suspiró y después se sinceró — sí, así es… si me convierto en su guardaespaldas, podré ir y estar cerca de Julián.
—¿Julián y tu son…?
—No — negó — Julián no es nada mío — su voz sonaba un poco apagada cuando dijo eso.
—Pero a ti te agrada, ¿cierto?
—Sí — soltó una risa cansada — pero él siempre ha dicho que soy joven, inexperto e irresponsable.
—Y más si no te pones lo que te dice — comenté al aire.
—Es que no lo traigo — movió la cabeza hacia los lados nerviosamente — aprovecharé para ir por un chaleco al hotel.
—Pensé que eras más grande — sonreí para que se calmara — la primera vez fuiste muy formal.
—Bueno, es que, no sabía cómo tratarlo.
—Y ahora, ¿ya lo sabes?
—No — suspiró — pero al menos ya sabe más de mí.
—Bueno, pues entonces, ya somos amigos.
—Gracias — sonrió.
—Y, ¿los otros hombres que te acompañaron alguna vez a dejarme al trabajo?
—¿Ellos?, bueno, uno fue Ernesto y el otro Pedro.
—¿Ya no te acompañan?
—Desde que el señor De León, dijo que le gustaría que yo fuera su guardaespaldas, me dan otro tipo de trabajos, pero según supe, usted no quería guardaespaldas, por eso en la mañana que me fue a avisar que debía llevarlo a su empleo, no pude decirle que no estaba del todo preparado.
—¿Los otros dónde están?
—Ahora deben estar con la señorita Marisela, por lo que tengo entendido, tienen que investigar algo.
Escuchar el nombre de esa mujer hizo que se me revolviera el estómago, pero si Agustín iba a ser mi guardaespaldas y por sobre todo, debía haber confianza entre ambos, podría sacar provecho de la situación.
—Agustín… — sonreí amistosamente, pero, antes de que empezara a interrogar, me di cuenta que estábamos llegando a mi trabajo — cuando vengas por mí, me gustaría platicar contigo de otras cosas, ¿de acuerdo?
—Por supuesto, señor.
—Por favor, ve a la fundación donde adopté a mis otros hijos, dile al veterinario que vas de mi parte, para que vea al cachorro y de ser necesario, te de indicaciones para atenderlo — me apresuré porque ya estábamos entrando al estacionamiento — compra lo que necesites — saqué mi cartera y le entregué varios billetes.
—Pero, señor… — titubeo — yo tengo dinero para pagar sus cosas y…
—No me importa — negué — tómalos.
No parecía muy seguro, pero terminó aceptando — está bien — asintió.
—Hasta la tarde — sonreí y bajé del automóvil.
Subí por el elevador a mi lugar de trabajo; recibí los datos de EUA y después, revisé unos informes que había en mi escritorio, todos del día anterior. A las nueve de la mañana llegó Lucía a darme las noticias y comentarme sobre la junta que se realizaría ese día, misma a la que tenía que acudir.
Antes de que Lucía se retirara de mi oficina le pedí un café; ella salió y yo marqué al celular de Luís.
—“…Buenos días…” — su voz era normal, así que eso me tranquilizó.
—Buenos días — respondí — ¿qué pasó? Ayer no pude responder…
—“…No fuiste al trabajo, pero me enteré que habías salido con Alex…” — se apresuró a decir.
—¿Por eso me marcaste? ¿Para interrumpir?
—“…No te enojes…” — escuché su risa — “…te marqué al celular antes de marcar a tu trabajo, cuando no me respondiste, marqué a tu oficina y Lucía dijo que no habías ido…” — explicó — “…así que me preocupé y marqué a tu casa, la señora Josefina me comentó que habías salido con Alejandro y ya no te marqué…”
—Te creeré, pero bueno, ¿qué sucede? — pregunté mientras revisaba una carpeta, con datos de un servidor.
—“Daniel, Víctor y yo, necesitamos hablar contigo y con Alex…”
—¿Ahora de qué? — suspiré cansado dejando de lado el folder.
—“Erick, yo no he ido al trabajo porque estoy incapacitado, pero…”
—Espera… — interrumpí, Lucía había tocado la puerta — ¡adelante! — levanté la voz para que pasara, ella entró y dejó el café frente a mí — gracias… — asintió y se retiró — ahora sí — dije al auricular — prosigue…
—“…Bien, no he ido al trabajo y me han estado buscando allá…”
—¿Quién?
—“…El licenciado Jair Páez…” — apreté mi mandíbula y Luís prosiguió — “…si sabes quién es, ¿no es así?...”
—El licenciado de Melissa — respondí con frialdad.
—“…Sí, así es, también ha buscado a Daniel y Víctor, incluso con ambos, fue hasta su trabajo…”— la voz de Luís se hizo más grave — “…Víctor está muy molesto…”
—¿Por qué? — bebí algo de mi café para disminuir mi propia molestia — ¿qué pasó?
—“…Parece que se presenta para hablar del caso de esa mujer, pero tanto Daniel, cómo Víctor, me dijeron que sólo pregunta cosas de ti y de Alejandro…” — se escuchó un suspiro — “…yo no he hablado con él de frente, escudándome en el hecho de que no estoy en condiciones por un accidente, pero cuando se lo mencioné por teléfono, me preguntó que sí mi accidente se llamaba, Alejandro de León…”
—¿Eso te dijo?
—“…Sí, así es… Erick, ese hombre es raro y ni Daniel, ni Víctor, ni yo, sabemos qué hacer, por eso necesitamos hablar con ustedes…”
—Está bien, ¿pueden ir a mi casa hoy? O, ¿prefieren que nos veamos en otro lado?
—“… ¿Aún hay gente de Alejandro cuidando tu casa?...” — la voz de Luís era seria — “…si es así, sería mejor vernos en tu casa, a lo que Víctor dijo, ese hombre tiende a hacer cosas como quedarse en la puerta de su trabajo para esperarlo por horas, así que podría hacer cualquier cosa…”
—¿Esperó a Víctor por horas? — eso ya era preocupante y me estaba alarmando.
—“…Sí, tu sabes que Víctor no tiene tanta facilidad de recibir visitas en su trabajo, así que le dijo que no podía verlo y ese hombre, lo esperó fuera del edificio para interceptarlo al salir, es una de las cosas que más molestó a Víctor, eso y las cosas que le dijo, pero mejor que él te las cuente…”
Realmente era alarmante lo que Luís me decía, pero debíamos hablar las cosas en persona — de acuerdo, entonces, en mi casa, ¿a las siete?
—“…Sí, a las siete…”
—¿Les avisas a Víctor y a Daniel?
—“…Sí, yo les aviso, nos vemos en la tarde…”
—Nos vemos.
Ambos colgamos y me quedé en silencio, pensando y repasando las palabras de mi amigo. Miré el reloj, aún era temprano, pero Alex debía estar ocupado con el padre Gerardo, así que le hablaría en la tarde para platicar con él sobre eso y avisarle que tendríamos visita en la noche.
A las once. salí de mi oficina para ir a la junta, quería pensar más en mi trabajo y no en la situación con el licenciado de Melissa; al cruzar la puerta, noté un gran arreglo de rosas blancas en el escritorio de Lucía, ella se encontraba leyendo una nota, se notaba feliz, emocionada y por sobre todo, sonrojada.
—¡Vaya! — exclamé con una amplia sonrisa — parece que ya te reconciliaste con tu novio.
Ella levantó la vista y se sonrojó aún más — no… — negó nerviosamente — no he vuelto a verlo — aseguró.
—Entonces, ¿estas flores…? — preferí guardar silencio y no ser imprudente, pero ella se sinceró conmigo.
—¡No lo sé! — dijo nerviosa y emocionada — ayer también recibí otro arreglo, dice que es de mi admirador, pero no dice nombre — suspiró mientras sonreía ensoñada — por más que leo las notas, no logro reconocer la caligrafía… pero dice que después se presentará.
—Ah, ¿sí? — algo en mi me dijo que no estaba bien esa situación y el recuerdo de la plática que había tenido el lunes con mis amigos, cuando Víctor mencionó que podía intentar algo con Lucía, llegó a mi mente de golpe — ay, no… — dije en un susurro.
—¿Pasa algo, ingeniero?
—No nada… — negué — espero que la persona que te envía las flores sea formal, confiable… — «y que no sea Víctor…» terminé en mi mente — voy a la junta — anuncié y me dirigí a la puerta.
—Está bien — Lucía guardó la tarjeta que tenía en sus manos y siguió con una sonrisa emocionada.
Llegué a la sala de juntas, aún con todas las cosas rondando mi cabeza, pero al estar ahí, tuve que enfocarme en mi trabajo, especialmente cuando se trató específicamente de mí y del deseo de la empresa en enviarme al extranjero por un año; ellos deseaban que fuera ese tiempo a Canadá, a un trabajo de capacitación para otras personas y a pesar de que no me sentía capaz, la empresa había determinado que yo, junto con otras dos personas, las cuales estaban en EUA, éramos los indicados para ello. Se me informó que, después de ese año, era probable que mi empleo fuese, andar viajando a diferentes sucursales en todo el mundo y ya no podría quedarme de planta en un lugar por mucho tiempo; lógicamente ello conllevaba un gran aumento de sueldo y prestaciones superiores, pero aun así, no supe qué responder. Mis jefes alegaban que, el hecho de mi capacidad, mis estudios, mi empleo actual y además, el extra de no tener familia, me convertía en un candidato más que perfecto para el nuevo empleo, pero yo no podía decirles que la intención de mi pareja, era que me fuera con él al empezar el año, después de todo, aún no lo había decidido completamente; tuve que decirles que lo pensaría y me dieron, igual que Alex, hasta después de navidad para dar mi respuesta.
Al terminar la reunión, mis compañeros me felicitaron por ser el candidato al nuevo empleo, mismo que muchos deseaban, pero yo no me encontraba del todo feliz. No regresé a mi oficina, era la hora de comida, así que me fui directamente al comedor; seguía perdido en mis pensamientos, por lo que me quedé en una mesa, solo, comiendo y viendo la televisión, en la cual, estaban las noticias. En ellas, se relataba el tiroteo que había ocurrido en una comunidad cercana a la ciudad, en la cual, varios hombres, no identificados, habían muerto, incluyendo uno frente a una de las iglesias del poblado; también, se mencionaba que el empresario, Alejandro de León, al enterarse de la situación ocurrida, brindó apoyo para que se arreglaran los desperfectos, debido a que ese lugar, era un reconocido ‘Pueblo Mágico’, el cual era atractivo turístico de toda el área.
Sonreí y negué, era una excusa tonta, pero nadie negaría que fuera probable, especialmente si Alejandro quería apoyar el turismo, por ello había construido un hotel de lujo. Las noticias siguieron, casi todas hablando de Alex y el apoyo que había proporcionado al sacerdote de la iglesia afectada, así como a la comunidad de feligreses que habían presenciado el acto el día anterior, llevando cantidades de apoyo en víveres y sustento, para pasar el invierno.
—A eso se refería con callarlos… — susurré y mordí mi labio.
El día anterior había pensado lo peor cuando lo escuché decir las palabras, pero ahora me sentía culpable, compraba el silencio pero de una forma aceptable, dentro de lo que cabía.
Cuando terminé mi comida, caminé hacia la sala de descanso más alejada, la cual siempre estaba sola, así podría hablar con comodidad sin que me escucharan; con rapidez marqué el número de Alejandro y esperé a que respondiera, pero me quedé frío al escuchar la voz del otro lado de la línea.
—“…Buenas tardes…” — formal, dulce, femenina.
—Buenas tardes — dije con recelo — busco a Alex.
—“…Señor Salazar, soy Marisela…” — rechiné mis dientes, al apretar la mandíbula de manera inconsciente — “…el señor De León está, ahora mismo, cruzando unas palabras con el alcalde del poblado que visitaron ayer y…”
—Y, obviamente, por eso respondiste — traté de que mi voz fuera normal, pero no pude evitar el tono de ira contenida — ya veo, está bien, dile a Alejandro que tendré visita de mis amigos en la noche, por si quiere ir a saludarlos.
—“… ¿Algo más que necesite, señor?...”
—No, buenas tardes — colgué rápidamente y ejercí presión sobre el celular.
Respiré hondamente, quería calmar mi enojo pero, ¿cómo hacerlo? Esa mujer tenía el permiso de responder el celular de Alejandro, el celular que él usaba y — dónde tiene mi foto — susurré y el miedo me invadió — ¡¿pero qué le pasa?! — gruñí y en un arranque de ira infantil, lancé mi celular contra el piso, con toda la fuerza que pude.
Tarde me di cuenta de lo que había hecho, varios de mis compañeros de trabajo se sorprendieron al ver lo que había ocurrido; sentí mi rostro arder, a la par que sus miradas curiosas, mordí mi labio y después sonreí nervioso, agachándome para recoger las partes de mi celular.
—Creo que la chica te cortó sin mucho tacto — la voz de Héctor me hizo girar, estaba a un lado mío, con una amplia sonrisa divertida, ayudándome, porque algunas partes habían salido disparadas lejos.
Reí nerviosamente — algo así — respondí.
—Era un celular caro, así que, espero que la chica haya valido la pena — bromeó — pero bueno, después de todo, eres tú, puedes comprar uno igual o mejor, en cualquier momento.
—Sí, creo que hoy tendré que ir a comprar uno, saliendo del trabajo — mi voz se fue apagando mientras decía la frase.
—No pareces muy feliz — me pasó las partes que él había recogido — en tu lugar, todos estaríamos brincando de emoción por el nuevo empleo.
—¿Incluyéndote? — pregunté con media sonrisa.
—En este momento, sí — su voz era segura — acabo de romper con mi novio y lo que necesito, es poner tierra de por medio, pero yo no soy ingeniero — suspiró y me puso la mano en el hombro — dime, ¿no te gustaría cambiar de gustos y fijarte en tu compañero recién solterito, jefe de Marketing, para llevártelo a Canadá?
Reí. No pude evitarlo, reí con fuerza pasando mis manos por mi estómago, incluso, algunas lágrimas escaparon de mis ojos; él me observó sin entender, era obvio que había sido una broma, pero no se imaginaba mi reacción.
—No es para tanto — dijo mientras yo aún estaba riendo — está bien, entiendo que no te atraen los hombres, pero tú te lo pierdes… al menos con un hombre no romperías un celular.
Apenas estaba calmándome, cuando esa frase volvió a romperme y seguí riendo; si le dijera a Héctor que, precisamente, por un hombre había roto mi celular, no me lo hubiera creído. Pasé un momento más riéndome ante su mirada de confusión y molestia.
—Perdón… — dije al calmarme un poco — no me estoy burlando de ti, en serio — tomé aire — pero, no eres mi tipo Héctor, lo lamento… aun así, si me voy a Canadá, te invito a pasar tus vacaciones en dónde me quede viviendo.
—Eso ya está mejor — sonrió — y quien sabe, tú no tienes un mal ver Erick, podría hacer mi lucha.
—Podrías, pero no creo que funcione — mordí mi labio para no soltar otra carcajada — sería un poco complicado…
—¿Por qué? — ladeó el rostro y me guiño un ojo — si te incomoda, yo estoy dispuesto a ser la vez de mujer, por eso no hay problema.
Pasé mi mano a mi boca y carraspee, el rojo había cubierto mi rostro, no necesitaba verme a un espejo para saberlo, pues sentía mi piel arder.
—Tranquilo, sólo bromeo — me dio unas palmadas en la espalda — yo sé que tú eres un gran hombre y me imagino que buscas una gran mujer, como lo fue tu esposa, así que no te lo tomes todo tan apecho.
—Gracias… — titubee, pero no sabía si era por vergüenza o simplemente porque estaba a punto de reír nuevamente — tengo que irme — me disculpé — nos vemos después Héctor y gracias por ayudarme con los restos de mi celular.
—‘Bye’, Erick, fue un placer — sonrió y dio media vuelta para caminar en otra dirección.
Héctor me había hecho reír, pero la sonrisa en mi rostro se fue desvaneciendo conforme llegaba a mi oficina, especialmente mientras recordaba por qué estaba molesto en un principio.
Cuando estuve en mi lugar, me dejé caer pesadamente en mi sillón, tomé el teléfono, iba a marcar a mi casa para avisarle a Agustín, por si intentaba marcar a mi celular, pero si Agustín lo sabía, era seguro que Alejandro lo supiera también, así que preferí dejarlo para después. Colgué y me dispuse a trabajar.
* * *
Después de las cuatro, Lucía entró a mi oficina, su rostro estaba pálido como una hoja y parecía temblar — ingeniero… — dijo en un susurro.
—¿Qué pasa? — levanté mi vista y busqué con mi mano la taza de café que, momentos antes, ella me había preparado.
—El licenciado Páez está aquí e insiste en verlo.
Me quedé como piedra, no me imaginaba que me fuera a buscar a mi empleo, aunque sabiendo que buscó a mis amigos, no debería sorprenderme.
—Estoy ocupado — hablé con seriedad volviendo mi rostro a los papeles, pero observando de soslayo a Lucía — dile que no puedo recibirlo.
—Ya le dije, pero insiste — Lucía apretaba sus manos contra su pecho nerviosamente — ingeniero, no creo que se vaya…
Suspiré cansado y me recargué en mi sillón. Tenía que pensar; en ese momento no iba a poder contenerme en caso de verlo, estaba aún molesto por lo de la secretaria de Alejandro y ahora, ver a uno de sus ex amantes, podía ponerme de peor humor aún.
—Dile… — guardé silencio y tuve que rendirme — dile que mañana lo recibo en la mañana.
—¿Seguro, ingeniero? — Lucía puso un semblante de susto.
—Sí, dale una cita, agrégalo a mi agenda en caso de no tener nada en la mañana si no, después de la comida — agarré mi pluma, firmando el informe de unos costosos servidores que debían ser revisados técnicamente — ten, llévalo a contabilidad, por favor, necesitamos que se les realice mantenimiento preventivo, antes de que empiece el otro año.
—Sí, señor.
Lucía tomó los documentos y salió de la oficina, yo centré mi atención en algunos datos de mi computadora que debían ser revisados con premura. Varios minutos después, Lucía volvía a entrar con la agenda en su mano.
—Mañana, a las diez y media, está citado el licenciado Páez — su voz era cansada — no quería irse sin hablar con usted hoy mismo — aseguró — pero al fin, aceptó.
—Gracias, Lucía — sonreí cansadamente
Ella asintió y se retiró, momentos después el teléfono sonó; masajee mis sienes, parecía un día demasiado ocupado.
Tomé la llamada con rapidez — ¿sí? ¿Qué pasa, Lucía? — respondí sin mucho ánimo.
—Es el señor De León, quiere hablar con usted.
Ni siquiera lo pensé — dile que estoy ocupado y que no puedo hablar con él en este momento — el coraje se notó en mi voz, era notorio que no tenía ganas de hablar con Alex.
—Está bien, señor.
Colgué y me quedé observando el teléfono, mordí mi labio; tal vez Alex se enojaría por eso, pero en el fondo de mí, sentía que de todas maneras se lo merecía; yo también podía castigarlo de alguna manera, aunque posiblemente, después me arrepentiría de tratarlo así.
El día había estado pésimo; miré el reloj de la computadora de escritorio, que usaba para los programas de los servidores y suspiré, faltaban diez minutos para que pudiera salir de trabajar. Recargué mi frente en mi escritorio y cerré mis ojos cansado; el tiempo se me iba a hacer eterno.
Nuevamente el teléfono sonó, tomé la llamada sin separar mi frente de la mesa — ¿sí? — mi tono ya era molesto.
—Ingeniero, el señor De León, insiste en hablar con usted.
—Lucía, ¡dile que no quiero hablar con él! — gruñí y colgué.
Me puse de pié enojado, no iba a estar para cuando él quisiera, yo también tenía cosas qué hacer y qué pensar. Guardé unas carpetas en mi maletín, junto con mi computadora personal, la cual estaba en la mesita de la sala de mi oficina; lancé dentro de una bolsa los restos de mi celular y cerré todo con molestia.
Agarré mi gabardina, mi bufanda y mis guantes; aún faltaban algunos minutos para la hora de salida pero ya no podía quedarme más en la oficina, necesitaba aire fresco, porque sentía que me asfixiaba de tanto estrés.
—Hasta mañana — dije sin emoción al pasar frente al escritorio de Lucía.
—Hasta mañana — respondió con susto.
Bajé en el elevador y llegué al estacionamiento, en uno de los cajones estaba mi automóvil y Agustín recargado en él, cuando me vio, se acomodó el traje y abrió la puerta del auto, esperando que subiera.
—Buenas tardes — dijo cortés.
—Buenas… — respondí, aún con disgusto en mi voz, mientras me metía al interior del vehículo, después de lanzar, sin nada de cuidado, mi maletín.
Agustín cerró la puerta y tomó asiento en el lugar del conductor, mientras yo me acostaba en el asiento trasero, me punzaba la cabeza, así que masajee mis sienes.
Agustín inició el viaje de regreso a mi casa — señor Erick — su voz titubeo — el señor De León me marcó, quiere hablar con usted, dice que no le responde al celular, ¿lo trae apagado?
—No — respondí con seriedad — está muerto.
—¿Se le terminó la batería?
—No, ¡lo estrellé contra el piso, por culpa del imbécil de tu jefe y de su estúpida secretaria! — espeté con molestia y después, el silencio reinó.
Por minutos no dije nada, cerré mis ojos y conté varias veces hasta diez, mientras respiraba profundamente; estaba muy alterado y Agustín no merecía que lo tratara tan mal, después de todo, solo hacía su trabajo. Cuando por fin me calmé un poco, me incorporé.
—Lo siento… — suspiré — hoy ha sido uno de esos días, que no quieres ni recordar…
—Me imagino, señor, no se ve bien — la voz de Agustín era condescendiente.
—Hay que detenernos a comprar un nuevo celular, en algún centro de atención a clientes — indiqué — no puedo andar sin un teléfono móvil, lo necesito para mi empleo…
—¿Tiene alguna tienda de su predilección? — me vio por el retrovisor y sonrió, supuse que para que me tranquilizara.
—No — negué y me aflojé la corbata — cualquiera que quede de paso — sonreí también — tengo que llegar a casa antes de las siete, tendré visita.
—De acuerdo, entonces me apresuraré.
Agustín aumentó la velocidad y en pocos minutos llegamos a un centro comercial, en el cual había un centro de atención a clientes, de la compañía que me proveía el servicio de telefonía móvil. Agustín me acompañó; al principio, iba tras de mí, pero eso me incomodó, así que le indiqué que fuera a mi lado, cómo amigos. Él dudó por un instante, pero después aceptó y caminamos juntos, me hizo platica sobre la visita al veterinario del cachorro, lo que había comprado y las vacunas que había recibido.
Agustín era una persona bastante agradable en cuanto le tomabas confianza y parecía mucho más sociable que los demás trabajadores de Alejandro. Cuando llegamos a la tienda, analicé los equipos que tenían a la venta, el que me gustaba no lo tenían en negro, así que, tuve que comprarlo en color blanco, ya que no tenía el tiempo para esperar a que fueran por él a otra sucursal. Me ofrecieron un protector para el celular cuando comenté lo del incidente que había tenido, pero cómo nunca me habían gustado, lo rechacé.
Agustín y yo salimos de la tienda, apenas íbamos a medio centro comercial, cuando mi compañero sacó su celular, de una bolsa de su saco.
—¿Dígame, señor? — por sus palabras y seriedad supe que era Alex — sí, el señor ya viene conmigo… no, lo que sucede es que su celular tuvo un accidente, acaba de comprar un nuevo equipo… sí, claro — me ofreció el celular — el señor De León quiere hablar con usted...
Miré el celular y levanté la voz, para que Alex escuchara, aunque no tomara la llamada — yo no quiero hablar con él en este momento — di media vuelta y caminé hacia unos escaparates, dejando a Agustín con el brazo extendido y el celular en la mano.
No supe que más le dijo pero momentos después, me alcanzó en la tienda dónde me había detenido a ver las vitrinas.
—El señor De León se molestó.
—¿No me digas? — dije con sarcasmo — en este momento me importa una… — no terminé la frase, sólo apreté mi mandíbula y empecé a caminar, con Agustín siguiéndome el paso.
Agustín iba serio, desviaba la mirada y parecía incómodo con la situación, por fin, al iniciar el viaje nuevamente a mi casa, pareció armarse de valor para preguntarme.
—¿Por qué está enojado?
Miré por la ventanilla y suspiré — ¿la verdad? Es porque estoy celoso — aseguré.
Él no dijo nada por unos segundos y después volvió a preguntar — pero, ¿por qué? — se notaba confundido.
Me acerqué a él cómo en la mañana — por que no me agrada que tu jefe, tenga de secretaria, a una de sus amantes de planta — hablé con una sonrisa fingida en mis labios.
—Ah, es por eso…
Sus palabras y la forma en las que las dijo, cómo si no fuera importante me hicieron enfurecer y no pude contener mi molestia — ¡¿te parece poco?!
—Pues… — parecía dudar en responder — la verdad… — me miró por el retrovisor — sí, un poco.
—¡Estás de su lado! — me recargué en mi asiento, frustrado — no me sorprende, después de todo, es tu jefe.
—No diga eso — soltó un suspiro — no estoy de lado de nadie y si lo estuviera, lo estaría de usted, porque ahora, usted es mi jefe…
—Pero, el que te paga es Alejandro — aseveré cruzando mis brazos.
—Sí, pero si usted no quiere que yo lo cuide, el señor De León me puede despedir en cualquier momento.
Mordí mi labio, Agustín tenía razón, si era mi chofer, fue porque yo accedí a ello; en caso de que dijera lo contrario, seguramente a Alex no le supondría ningún problema despedirlo.
—Cierto… — pasé mi mano por mi cabello y respiré hondo — entonces, ¿por qué te parece poco?
—Bueno, porque desde que el señor De León anda con usted, no ha tenido nada que ver con Marisela, además, ella sabe que usted es el prometido del señor y no se atrevería a hacer nada para que usted se molestara.
—¿Tú cómo sabes que no ha tenido nada que ver con ella?
—Porque no ha dormido en el hotel — se alzó de hombros — y ella no usa la habitación que normalmente tomaría el señor De León.
—No entiendo… — volví a acercarme a Agustín — explícame.
Agustín sonrió — normalmente, cuando viajan, el señor De León la llama a su habitación, pero ahora no lo está haciendo y todas las noches se ha quedado con usted… así que, mientras ha estado con usted, no ha tenido nada que ver con ella.
Lo miré con desconfianza — pero, ¿qué hay de sus horas de trabajo juntos?
—No lo sé, pero no creo que en ese tiempo haya hecho algo con ella, usted lo notaria, ¿o no?
—Se puede asear en su hotel — recargué mi rostro en el asiento del copiloto — no puedo confiar que no hagan nada, conociendo a Alex.
—Pues, es la primera vez que se ve interesado en alguien — la voz de Agustín era seria, pero tenía una sonrisa tranquila en su rostro — en el poco tiempo que tengo, no he visto que se preocupe tanto por otra persona y a lo que he escuchado de Julián y Miguel, jamás le han importado las personas con las que comparte la cama… incluso, jamás había hablado de tener una pareja, ni mucho menos casarse, aunque eso podría implicar no vivir aquí, en el país.
Las palabras de Agustín me confortaban, pero eso no quitaba mis celos — aun así… — susurré — ella no me agrada.
—Debería decírselo al señor.
—¡Ya lo hice! — dije con molestia — pero no me convenció la solución que me dio… — cerré mis ojos cansadamente, ya quería que acabara el día — dime… — susurré — ¿te dijo si iba a llegar temprano?
—¿El señor De León? — negó — no, no mencionó cuándo volvería a su casa.
Moví mi pierna pateando el asiento del copiloto — ¡ese imbécil! — espeté molesto — de seguro está en compañía de esa mujer y cómo estoy enojado, va a ir a refugiarse en sus brazos ¡en vez de venir a hablar conmigo!
—Pero, si usted no quiere hablar con el…
—¿Estás de mi lado o no? — entrecerré mis ojos, observando a Agustín con reproche, ante sus palabras.
—De su lado, señor — soltó un suspiro cansado y guardó silencio.
Yo iba mascullando entre dientes; era imposible no pensar en las posibilidades que Alejandro tenía al lado de su secretaria, especialmente si no iba a buscarme y quería desquitarse con alguien más. Minutos después llegamos a mi casa, eran las seis y media, así que sólo llegué, saludé a mis hijos y los dejé al cuidado de Agustín, mientras yo iba a cambiarme; ciertamente, la casa estaba sola, así que no me tardé mucho en cambiar mi vestimenta. Bajé y Agustín estaba con el cachorro en brazos.
—¿Quiere que me quede dentro o fuera de su casa, mientras tiene visitas? — dejó al cachorro en una gran caja de madera para que no se saliera de ahí, la cual parecía bien equipada para que no hubiera problemas, tenía periódico en la parte de abajo, un cojín en una esquina con una manta y cerca, un plato con agua.
—Pues, no sé… — pensé un momento y recordé las palabras de Luís — tal vez, si no te molesta, afuera.
—Está bien — Agustín se alzó de hombros, tomó su saco y se dispuso a salir.
—Espera — lo detuve — ¿conoces al abogado Jair Páez?
Agustín frunció la ceja y su semblante se puso serio — sí — respondió.
—Bueno, ha habido un incidente con él y mis amigos, ellos creen que puede ser una persona que se atreva a venir a molestarnos — lo observé tratando de saber el por qué su reacción — ¿podrías encargarte, de ser necesario?
—No se preocupe — la sonrisa de Agustín había desaparecido, parecía otra persona en ese momento — siempre hay gente cerca, cuidando los alrededores, sólo les diré que vengan para quedarse aquí, frente a su casa.
—Gracias.
—Estaré fuera — anunció y salió, colocando algo en su oreja.
Al quedarme solo, puse a cargar mi nuevo celular en una de las mesitas de la sala. Mis hijos se quedaron dentro de la casa, yo encendí la chimenea y jugué con ellos, además de tratar de que se familiarizaran con el cachorro; también pensé en algunos nombres para él, pero ninguno me convencía.
A las siete con diez, el timbre sonó, mis hijos salieron rápidamente por la puerta de mascotas y empezaron a ladrar. Salí y pude notar que, aparte del automóvil de mis amigos, en el exterior había dos autos más, fuera de ellos, estaban otros hombres vestidos de negro, acompañando a Agustín. Llevé a mis hijos a la parte trasera, porque Luís aún traía la férula y no quería que lo molestaran al pasar.
Mis amigos entraron a mi casa, saludándome afables.
—¿Qué onda, ‘bro’? — Víctor me abrazó.
—Buenas noches — saludó Daniel y me tendió la mano.
—Buenas noches — dijo Luís con una sonrisa tranquila.
—Buenas noches, pasen — indiqué con mi mano y les permití el paso.
Cuando todos entraron, fui a dejar a mis hijos libres en el patio y entré a la casa; Víctor estaba cerca de la caja que estaba en la sala
—¿Y esto? — se agacho y sacó al cachorro.
—Es mi nuevo ‘hijo’ — sonreí y me dirigí a mi sillón.
—¡Está bien ‘chido’! — lo movió en el aire mientras el cachorro solo lo observaba sin entender — y peludito, obviamente no le da frío.
—Ya baja al perro — Daniel lo reprendió — no seas cruel con los animales.
—¡Uy!, ya, perdón… — lo devolvió a la caja y le siguió haciendo cariños ahí mismo.
—¿Gustan algo de beber? — pregunté mientras tomaban asiento.
—Ahora sí, me gustaría un café — Luís talló sus dedos que asomaban por el yeso.
—Yo también — pidió Daniel.
—A mí me gustaría una cervecita, para entrar en calor.
—Víctor, no tengo cerveza y lo sabes — levanté una ceja.
—Bueno, entonces café, si no queda de otra — se alzó de hombros.
Los dejé en la sala mientras iba a poner mi cafetera.
—¿Y este celular? — Luís había levantado la voz, pero yo ya iba de regreso cuando preguntó.
—Tuve que comprarlo hoy — suspiré cansado — el mío sufrió un accidente.
—¿Blanco? — Daniel me miró de soslayo — es el primer celular blanco que te conozco.
—No había negro y me urgía, no puedo andar sin celular y lo saben — sonreí.
—Y, ¿Alex? — Víctor dejó de ponerle atención a mi cachorro.
—Alex tuvo trabajo hoy — mentí — así que, no sé si pueda venir antes de que se vayan — pasé mi mano por mi frente, después por mi cabello haciéndolo hacia atrás, tratando de contener mi enojo y frustración.
—Te ves cansado — Luís me miró con preocupación — ¿pasa algo?
—Hoy no ha sido un buen día — suspiré y me recargué en el respaldo del sillón dónde me había sentado — primero, una junta un poco cansada… — no dije lo de mudarme a Canadá, no quería que lo supieran porque no sabía si iría o me iría con Alex — después mi teléfono — apreté mi mandíbula omitiendo lo de la secretaria de Alex — y al final, el licenciado Páez.
—¿Te buscó en tu trabajo también? — Luís se removió inquieto.
Asentí sin decir nada.
—Ese licenciado, está siendo un fastidio — Víctor no pudo disimular su enojo.
—Es una persona extraña — Daniel se inclinó dejando sus codos en sus piernas — a mí también me buscó ayer.
—¿Qué les dijo? — pregunté con calma.
Daniel miró a Víctor y éste suspiró — tu primero — dijo frunciendo el ceño.
—Bien… — Daniel me observó con seriedad — ayer, fue a verme al trabajo, lo recibí porque no tenía mucho que hacer, además, dijo que quería hablar sobre el caso de esa mujer, más yo pensé que se trataba de lo que había ocurrido contigo.
—Ajá… ¿pero…? — asentí y moví mis manos para que continuara.
—Pues, resultó que no era así, primero dijo que era por el asesinato de ella, cuando le dije que me habían dicho que fue suicidio, dijo que estaba seguro que no había sido así — negó — después, la plática se fue directamente sobre ti y Alejandro — tomó aire — ese hombre pregunto si eran pareja, si se conocían de hace mucho y más cosas… cuándo le hice ver que eran asuntos de los cuales no tenía por qué responderle, me amenazó, diciendo que no sabía con quién me metía y que si apoyaba a Alejandro me podía ir muy mal.
—¿De verdad? — fruncí mi ceño.
—Sí, además me dijo que Alejandro no era lo que parecía y que si yo era tu amigo, lo que debía hacer, era alejarlo de ti, por tu bien.
Mordí mi labio y miré al piso, ¿qué podía saber ese hombre de Alex? Después de todo, habían sido amantes hacía mucho tiempo.
—Le pedí que se fuera y siguió diciendo que tú podías salir herido y antes de salir de mi oficina, me dijo que podría pasarte algo peor de lo que a él le ocurrió… — mi semblante cambió y observé a Daniel con sorpresa — no quise preguntar — afirmó cuando notó que lo estaba viendo con algo de susto, esperando que me dijera si sabía a lo que se refería con esas palabras — pero, algo no está bien con ese hombre Erick… es preocupante — insistió — especialmente porque habla como si Alejandro fuera una persona peligrosa.
—Pues… — dudé, no podía decirles lo que nos había ocurrido el día anterior — no creo que sea peligroso — mentí — pero si sé que Alex tiene guardaespaldas, porque es importante e influyente — ladee mi rostro — y quizá por eso puede ser blanco de otras personas y atentados, tal vez se refería a eso…
—Tal vez — Daniel suspiró, parecía más calmado con lo que le había dicho — podría ser por eso.
—Pero a mí me dijo que podías morir… — Víctor me miró con preocupación, en ese momento la cafetera silbó, anunciando que el agua estaba lista.
—Espera — dije mientras me ponía de pie — vamos al comedor, para tomar el café.
Caminé con rapidez para servir las tazas con agua, Víctor me siguió y Daniel ayudó a Luís a ponerse de pie, para ir al comedor.
—¿Gustan pan? — pregunté con media sonrisa.
Ellos aceptaron, así que llevé el pan a la mesa también, unos platos y algunos cubiertos para el mismo; mis amigos estaban acostumbrados a mis ‘excentricidades’ así que no objetaron. Cuando nos sentamos y todos tuvimos nuestro café preparado miré a Víctor con seriedad.
—Ahora sí, ¿qué fue lo que te dijo exactamente?
—Pues, yo no lo recibí, sabes que no puedo hacerlo en mi trabajo — se alzó de hombros — pero cuando salí, me estaba esperando en el estacionamiento, cómo sabes, no está vigilado.
—Sí, lo sé — asentí antes de beber mi café.
—Me dijo algo parecido a Daniel, primero, que era para hablar del asesinato de esa mujer, cuando le dije que no tenía nada que tratar con él por ese asunto, pues según sabía, ella se había suicidado, me gritó que no era así, que era muy probable que alguien la hubiera mandado matar y estaba seguro que había sido Alejandro… — esas frases me asustaron y dejé el café en mi mesa — dijo que Alejandro era peligroso, que no era lo que mostraba y que si no le ayudaba a abrirte los ojos a ti — me señaló con su cuchara — ibas a morir.
—¿Por qué?
—No sé — miró el café — cuando me dijo que ibas a morir, quise golpearlo, pero unos compañeros me detuvieron — resopló y bebió de su café — después de eso, el ‘abogaducho’ se fue y ya no pude preguntarle nada.
—Lo interesante — Luís me observó — es cómo está seguro que tú y Alex tienen algo que ver — levantó una ceja — no ha sido noticia, así que, imagino que sólo lo sabemos nosotros o, ¿me equivoco?
—Pues, sí — respondí con un hilo de voz — sólo los más cercanos lo saben.
—Eso es cierto, todo el tiempo insistió en que tenías que alejarte de Alex — Daniel bebió su café — es cómo si no quisiera que estuvieras a su lado, pero es algo extraño.
—Erick, ¿a ti que te dijo? — Víctor estaba jugando con el cuchillo en su pan, no creía que fuera a comerlo, pues solo lo encajaba con fuerza y lo movía de un lado a otro, estaba sacando su frustración de esa manera.
—Nada — negué — no lo recibí, pero Lucía le dio cita para mañana, si no lo hubiera hecho, no se hubiera ido y no quería llamar a seguridad, no estaba de ánimos.
—Erick… — Luís hablo con calma — conmigo también insistió — suspiró — por teléfono claro, me dijo que si eras pareja de Alejandro corrías peligro, pero — negó — para mí que ese hombre lo que tiene es que está celoso… sólo quiere alejarte de Alex a cualquier costo.
Mi mirada se posó directamente en los ojos de Luís, recordando lo que había ocurrido apenas unos días antes con él; Luís pareció comprender lo que estaba pensando y sonrió.
—Sí, lo sé por experiencia propia — dijo con un dejo de pesar en su voz.
—Sí, a mí también me dio esa impresión — Daniel asintió.
—Pues yo creo que está enfermo, una cosa es celos, pero eso de asegurar que Erick puede morir… — Víctor apretó el cuchillo en su mano — no es normal, ni siquiera es excusa decir que está celoso.
Moví mi taza y guardé silencio — tienen razón — bebí un trago de café — es probable que sean celos — suspiré cansado.
—Pero, ¿por qué? — Luís me observó con seriedad — no me digas que tú y él…
—No — negué rápidamente — ni siquiera lo conocía, pero Alex sí…
—¿En serio? — Daniel se quedó con la taza a medio camino.
—¡Ahí está el ‘peine’! — Víctor lanzó el cuchillo sobre el plato y pellizcó el pan, llevando un trozo a su boca.
—Alejandro lo conoce, ¿desde cuándo? — Luís me observó con seriedad.
—Me dijo que hace cinco años, en otra ciudad, pero que tiene esa misma cantidad de tiempo sin cruzarse con él, hasta ahora — aseguré.
—Y, ¿qué te ha dicho Alex? — Daniel comió de su pan — no me creo que no sepa lo que este hombre hace, después de todo, declaró a los medios que si seguía acusándolo, lo iba a demandar por difamación, ¿no es así?
—Sí — asentí — Alex sabe lo que este sujeto está diciendo — suspiré — me dijo que era peligroso y que no quería que me acercara, además, que prefería que no tuviera tratos con él.
—Entonces, ya estabas sobre aviso — Víctor sonrió — ¡qué bien!, en verdad estaba preocupado.
—Pues sí, ya sabía que no debía tomarlo a la ligera, pero no pensé que los buscaría a ustedes…
—Creo que fue porque declaramos — Daniel se alzó de hombros — de no ser así, no creo que nos hubiera buscado.
—Sí, es posible que sea eso — Luís también le restó importancia al asunto y bebió de su café.
—Pues sí, entonces… — levanté mi vista y la posé en la pared que estaba frente a mí, recordando que alguien más había declarado también — Lucía… — susurré.
—¿Lucía, qué? — Daniel me miró de soslayo.
—Sí, ¿qué le pasa a Lucy ‘bomboncito’?
—Es que, Lucía también declaró — dejé mi taza en la mesa — ¿creen que la busque también?
—¿Ella no te ha comentado nada? — Luís habló con seriedad — después de todo, es tu secretaria, ¿no?
—No — negué — al menos hoy no me dijo nada, estaba muy feliz con las flores de su admirador — miré a Víctor levantando una ceja — pero cuando el licenciado llegó, ella parecía muy asustada.
—¿Qué admirador? — Víctor me miró sorprendido.
—¿Qué? ¿No eres tú? — indagué confundido — pensé que tú le habías enviado flores al trabajo, ayer y hoy.
—¿Yo? — negó — ¡claro que no!
—Podríamos volver al tema del licenciado — Daniel habló con rapidez y su voz se notaba nerviosa.
Luís, Víctor y yo lo observamos, su rostro estaba completamente rojo y no parecía querer vernos.
—¡Fuiste tú! — Víctor se puso de pie golpeando la mesa y derramando su café — por eso me dijiste que no tenía oportunidad, ¡tú ya le habías echado el ojo! — reclamó con molestia — ¡Pinche mal amigo! ¡Traidor!
—Víctor, ¡cálmate! — me puse de pie rápidamente a recoger la tasa e ir por algo, para limpiar el líquido derramado.
—Yo dije la verdad, es una chica seria, no te haría caso, tú eres un mujeriego — Daniel lo regañó manteniendo su calma, pero su rostro seguía sonrojado.
—¿¡Y eso a ti, qué?! — Víctor estaba furioso — ¿Acaso te da envidia que tú no tengas donde ‘remojar la brocha’ cada semana y yo sí?
—Víctor, ¡no seas vulgar! — Luís levantó la voz.
—¡Tú no te metas! — Víctor miró con enojo a nuestro amigo.
—¿Envidia de que te metas con cualquier puta? — Daniel sonrió de lado — por supuesto que no, si yo quisiera, también me gastaría mi dinero en una esquinera, pero no quiero terminar en la cama de un hospital con una enfermedad incurable en el ‘pito’.
Víctor se movió y fue a levantar a Daniel de su asiento, sujetándolo por el frente de su chaqueta.
—¡Te estás pasando, cabrón! — espetó con ira en el rostro de Daniel.
—¡Ya basta! — grité, pero ninguno de los dos me hizo caso.
—¿Qué? ¿Quieres pelearte? — Daniel lo empujo alejándolo un poco de él — adelante, no me importa ‘madrear’ tu pinche carita, al fin que no eres tan guapo cómo piensas.
—¡Por lo menos tengo más ‘pegue’ que tú, niño mimado!
—Tener que pagarle a una ‘zorra’ para que pase la noche contigo, no es tener ‘pegue’, ¡sino falta de dignidad!
—¡Tú no eres un santo! — Víctor lo empujó con sus manos — también te has metido con algunas putas.
—¡Ya cálmense! — insistí sin obtener resultado.
—Pero no ando de burdel en burdel cada fin de semana, a ver dónde consigo una vieja barata, ¡que me baje la calentura! — se burló Daniel.
—¡Hijo de puta! — Víctor lanzó el golpe y su puño se estrelló contra el rostro de Daniel.
—¡Víctor! — Luís intentó ponerse de pie para detenerlo pero, debido a su estado no pudo hacerlo.
—¡Cabrón! — Daniel se limpió la boca y le respondió dándole un golpe también en la cara.
Ambos se enlazaron en una pelea; se dieron algunos golpes, tanto en el rostro como en el cuerpo, después se agarraron de los brazos tratando de enfrentar su fuerza, por lo que terminaron tumbando mi árbol navideño y rodando en el piso.
—¡Ya basta! — grité — ¡Deténganse!
Apenas iba a meterme en el pleito, cuando entraron varios hombres que estaban afuera y los separaron; también entraron mis hijos corriendo y ladrando ante el alboroto. Víctor lanzaba patadas tratando de golpear a Daniel y Daniel quería zafarse para ir a golpearlo también.
Agustín me vio con seriedad y un tanto confundido, era obvio que estaba esperando que le dijera qué hacer.
—¡Me lleva la gran puta! — grité, tomé las tazas de café de Daniel y Luís y les lancé el líquido a Daniel y Víctor en el rostro.
Ambos gritaron molestos, ya no estaban calientes y era menos de la mitad del líquido de la taza, pero, con eso se calmaron un poco.
—Agustín, saca a mis hijos por favor — indiqué con rapidez — les hará daño si beben el café.
—Sí, señor — Agustín sacó a mis mascotas y cerró la puerta.
Mientras yo miraba a Daniel y a Víctor, cada uno era sostenido por los brazos, por dos hombres vestidos de negro, a los cuales, también les había ensuciado el traje con salpicadura de café.
—El lunes dije que no quería pleitos en mi casa — mi voz era seria — y no me refería solo a pelearse con Alex — aseguré — ¡¿qué demonios les pasa?! — pregunté con molestia.
Luís estaba sonriendo de lado divertido.
—¡No tiene gracia! — lo regañé.
—Perdón… — Luís bajó la vista y se encogió en su lugar.
—Él empezó — Daniel ladeó el rostro apenado.
—¿Yo? ¡Ahora resulta que yo! — Víctor lo miró con ira — quien es el que hace jugadas a traición con la mujer que le gusta a otro, ¡pinche mal amigo!
—¡Dije que se acabó! — levanté la voz de manera grave.
Ambos bajaron la vista y guardaron silencio.
—Víctor — proseguí con seriedad y él levantó el rostro para verme — al cuarto de aquí abajo, ve a limpiarte.
—Pero…
—¡Ve a la maldita habitación!
—Está bien… — dijo entre dientes.
Los hombres que lo tenían agarrado, lo soltaron, pero lo escoltaron hasta que cruzó la puerta de la habitación en la planta baja.
—Daniel, al baño de arriba.
—¡¿Y yo por qué?! — preguntó sorprendido.
—¡Ve al baño de arriba a limpiarte! — gruñí.
—Ya voy… — dijo en un susurró.
Igual que a Víctor, los hombres que lo sostenían lo soltaron y lo escoltaron hasta las escaleras.
Daniel subió con paso cansado, mientras yo me acercaba al pino de navidad que yacía en el piso. Varias esferas estaban quebradas, algunos adornos solo estaban desperdigados en el piso, pero, lo que más me dolía, era que la estrella de cristal se había hecho añicos. Me acuclillé hasta ella, pasé mis dedos por los pedazos más grandes con algo de tristeza; de todo lo que había de la decoración, esa estrella era lo que más me había gustado y ahora, no quedaban más que trozos que difícilmente podrían volver a unirse, aunque lo intentara. Suspiré cansado, realmente no había sido un buen día.
—Permítanos limpiar — dijo Agustín, cuando yo me incorporé nuevamente.
—Por favor… — sonreí de lado — junta todo, lo que se pueda salvar ponlo en un lugar seguro, lo que no, hay que tirarlo.
—Sí, señor.
Agustín hizo una seña y los cuatro hombres se acercaron, ayudándole a limpiar; yo suspiré y caminé hacia la mensa, después de llevar las tazas a la tarja de la cocina.
—Sabes que no lo hicieron a propósito — Luís hablo con seriedad.
—Lo sé, pero parecen niños — entorné mis ojos — vuelvo… — anuncie — voy por unas camisetas y suéteres para que los usen, su ropa está mojada.
—Deberías dejar que se queden así — sonrió — se lo merecen.
—No quiero que se enfermen — negué — además, los mandé a limpiarse para que se calmaran.
—¿Crees que se calmarán? — levantó una ceja y me observó con diversión — yo lo dudo.
—Daniel sí se calmará, el que me preocupa es Víctor — solté el aire y subí las escaleras con rapidez.
Fui a mi guardarropa y saque un par de camisetas manga larga y unos suéteres, sabía que no les quedarían perfectas, pero era mejor que quedarse mojados. Al salir de la habitación, fui y toqué la puerta del baño.
—Daniel… — llamé y momentos después, abrió la puerta — toma — le entregué una camiseta y un suéter — dame tu ropa por favor.
Daniel no dijo nada, ni siquiera me miró a los ojos, solo sujetó la ropa que le ofrecí y después, me dio su ropa húmeda. Me alejé con rapidez y el cerró la puerta del baño; dejé la ropa sucia en el cuarto de lavado y bajé las escaleras.
Luís aún estaba sentado en la mesa, observando cómo los hombres levantaban el árbol, acomodaban algunos adornos que no se habían quebrado y uno de ellos, barría con rapidez, los pedazos de esfera y cristal que había en el piso.
Fui a la habitación de la planta baja, entré y me acerqué al baño — Víctor… — toqué un par de veces la puerta, él abrió y al igual que Daniel, no me miró a los ojos — ten — le di la camiseta y el suéter — dame tu ropa.
Sin decir nada, Víctor me pasó su ropa y después cerró la puerta. Suspiré resignado y salí nuevamente a la cocina; volví a subir las escaleras para ir al cuarto de lavado, dejando la ropa en el cesto, al siguiente día le diría a la señora Josefina que las lavara.
Bajé las escaleras una vez más y me senté en la silla al lado de Luís — ¿por qué este día ha sido tan largo? Solo quiero que termine de una vez… — recargué mi frente en la mesa.
—Por lo que veo, las cosas no han ido bien para ti — sonrió conciliador — pero, cálmate, ¿qué más puede salir mal?
—En eso tienes razón — suspiré — ¿tienes hambre? — pregunté más tranquilo.
—Un poco… ¿tú?
—Mucha… debería pedir algo para cenar — me incorporé y troné mi cuello, después bostecé cansado — necesito algo para sentirme mejor…
Luís sonrió al ver mi cara de fastidio — ¿pizza? La pizza de triple queso, siempre te anima — aseveró con algo de diversión.
—Sí, supongo que sí, aún es temprano — miré el reloj, apenas pasaban las ocho.
Caminé a la sala y tomé el teléfono, marqué el número de una pizzería conocida. Pedí seis pizzas grandes; mientras estaba haciendo la orden, le pregunté a Agustín para pedir tres de ellas, con ingredientes que tanto él, como sus compañeros, quisieran comer. Ellos estaban terminando de limpiar, así que, en cuanto trajeran las pizzas iban a poder cenar sin problema.
Cuando acabaron, todos los hombres volvieron a salir de la casa; le di a Agustín el dinero para que pagara las pizzas cuando llegaran. Luís y yo nos quedamos en el comedor, esperando a que Daniel y Víctor volvieran de limpiarse.
—¿Te ha pasado…? — dije lentamente mientras recargaba mi rostro en mis manos — ¿…que tu día empieza bien y mientras transcurren las horas, se vuelve un infierno? Hoy… ha sido uno de esos días, en los que deseas no haberte levantado.
—Por supuesto — sonrió — pero solo es un día Erick, mañana todo mejorará, sólo necesitas dormir.
—Ojalá…
—Te afectó lo del árbol, ¿no es así?
—Claro que no — levanté una ceja — sólo que… fue ‘la gota que derramo el vaso’.
—Más bien, el café — rió.
—No es gracioso — me hice hacia enfrente, estirando mis manos sobre la mesa y recargando mi barbilla en la misma — no supe de qué otra manera calmarlos.
—Hubiera estado mejor, si el agua hubiese estado hirviendo — ladeó el rostro viéndome con una sonrisa divertida.
—Sí, ahorita estarían en el hospital con quemaduras — dije sarcásticamente.
—Pero calmados — soltó una carcajada.
Trate de tomarlo serio, pero terminé cediendo ante la broma, riendo ligeramente. En ese instante, Daniel bajaba las escaleras con paso lento, traía una bandita pequeña en la comisura del labio y su pómulo ya estaba inflamado; llegó a la mesa y se quedó de pie — lo lamento — se disculpó.
Me incorporé en mi silla y ladee el rostro, observándolo con seriedad, pero no dije nada.
—No quería comportarme de esa manera — prosiguió — te pagaré los daños…
—Siéntate — ordené.
Daniel se asustó ante mi voz y tomó asiento con rapidez; Luís mordió su labio y desvió la vista, obviamente tratando de evitar reír. No dije nada, me quedé en silencio y ellos también; no pasaron ni cinco minutos cuando Víctor salió por la puerta de la recamara, igual que Daniel estaba herido, traía inflamado cerca del ojo y además, su labio partido. Miró a Daniel con enojo, pero al notar mi mirada fría en él, no dijo nada, se acercó a la mesa y al igual que había hecho Daniel momentos antes, se quedó de pie tras una silla.
—Erick, yo... — titubeó — te aseguro que pagare los daños, lo siento y…
—¿Pagarás los daños? — levanté una ceja.
—Sí — asintió con rapidez — y lo que sea…
—¡Cállate y siéntate, Víctor! — levanté la voz y él se estremeció; iba a tomar asiento en una silla casi al otro extremo de la mesa, lo más lejos posible de nuestro amigo — ¡ahí no! — dije con molestia — a un lado de Daniel — ordené.
—Pero…
—¡Que te sientes ahí! — repetí y golpee la mesa con la palma de mi mano.
Víctor asintió y se sentó donde le indiqué, aunque, como si fuera berrinche infantil, se alejó de Daniel lo más que pudo.
—¿Creen que me molesta lo que pasó con mi árbol? — pregunté entrecerrando mis ojos y ambos asintieron — ¡pues no es así! — negué — me molesta que se comporten como imbéciles, peleándose por Lucía, que ni siquiera les hace caso a ninguno de los dos — los señalé con mis dedos — si les gusta o si les interesa, compórtense cómo hombres y vayan a decírselo, así de simple…
—¡Pero él le mandó flores! — reclamó Víctor.
—Pues tú no hiciste nada o, ¿sí? — se defendió Daniel.
—¡Porque tú me dijiste que no tendría oportunidad!
—¡¿Y tienes que hacerme caso siempre, ‘animal’?!
—¡Cállense! — grité de nuevo, si no les ponía un alto, volverían a golpearse; ambos guardaron silencio y yo masajee mis sienes — Víctor — suspiré — ¿qué es lo que te molesta? — pregunté con voz más calmada.
—Me molesta, ¡que este cabrón! — señaló a Daniel — me haya dicho que no tendría oportunidad, para que no me atreviera a acercarme a Lucía, mientras él me apuñalaba por la espalda, enviándole flores a su trabajo, para acercarse a ella.
—Pero… — Daniel intentó hablar.
—Daniel — interrumpí — aun no te he preguntado nada, así que cállate — mi amigo guardó silencio y se cruzó de brazos, haciendo un ligero mohín — Víctor… — volví a hablarle tratando de sonreír — si te gusta Lucía, ¿por qué simplemente no intentaste acercarte? ¿Qué esperabas?, ¿qué Daniel, Luís y yo te echáramos porras?
—Pues… no… — dudó — pero al menos, que no me dijeran que no tendría oportunidad.
—Víctor… — entorné mis ojos — seamos honestos, a ti sólo te gusta Lucía, o ¿te interesa seriamente?
—Pues… está bien buena.
—Eso me indica que sólo te gusta físicamente… — respondí yo mismo la pregunta.
—Pero, es porque no la he tratado… — se alzó de hombros.
—Tú no tienes remedio — Luís sonrió de lado — es lo mismo que dices de todas las mujeres que conoces — señaló a Víctor con su índice — y cuando las tratas, una semana después, ya no quieres saber de ellas.
Víctor hizo una mueca de molestia, pero no dijo nada más.
—Daniel — miré a mi amigo con seriedad — ¿a ti te interesa Lucía?
—Sí — respondió escuetamente.
—¿Desde cuándo? — indagué.
—Desde que la conocí en tu oficina, hace años — respondió bajando la mirada y su rostro se puso rojo.
—¿Por qué no me dijiste nada? — preguntó Víctor con molestia.
—¿Para qué? — respondió — tu eres un idiota que no entiende y además, yo no soy como tú, que anda pregonando a ‘los cuatro vientos’ que le gusta una chica y a los tres días otra.
—No empiecen de nuevo — Luís habló con seriedad — ¿no fue suficiente por esta noche? O ¿qué? ¿Quieren romper algo más en la casa de Erick?
—No… — respondieron a la vez y bajaron la mirada.
—Daniel, en parte, sé que no eres de los que anda con muchas mujeres… — empecé a hablar con calma, pero Víctor me interrumpió.
—Aunque en el ‘table dance’, bien que se desquitó con una puta — dijo con burla.
—¡Es diferente! — se defendió Daniel.
—¡Es la misma chingadera! — Víctor lo retó.
—¡Ya me tienen arto! — me puse de pie golpeando la mesa con mis puños — estoy tratando de arreglar la situación ¡y ustedes parecen niños en un pleito de recreo! — los miré con ira — ¿se quieren partir la madre? ¡Pues rómpansela, pero allá afuera! — indiqué la puerta con un ademán de mis manos — porque no quiero más pleitos en mi casa — gruñí — y aun así, no van a arreglar nada, porque tú — señale a Víctor — ¡eres un mujeriego que no va a sentar cabeza nunca! y sólo quieres acercarte a Lucía porque esta buena, y tú — señalé a Daniel — no tienes los ‘huevos’ para decirle de frente que te gusta y ¡por eso le mandas flores con tarjetas sin firma!
Los tres se quedaron boquiabiertos por mi reacción; yo estaba resoplando, aún de pie, había sucumbido ante el estrés y la ira contenida durante todo el día. En ese momento en la puerta se escucharon unos golpes.
—¡Adelante! — levanté la voz, aún tenía un tinte de ira en ella.
La puerta se abrió — permiso… — Agustín entró con tres cajas de pizza en sus manos, se acercó a la mesa y las dejó en la misma, con una cantidad de dinero sobre ellas — ¿necesita algo más, señor?— preguntó.
Respiré profundamente para calmarme y sonreí — no, gracias Agustín, si necesito que saques a estos revoltosos de mi casa, te aviso — dije con algo de inocencia fingida, mientras mis amigos se sorprendían aún más.
—Con permiso… — Agustín sonrió y se retiró.
Abrí una caja de pizza, después de quitar el dinero que estaba encima, agarré un pedazo y volvía a sentarme; di una mordida ante la mirada atónita de mis amigos.
—¿Qué? — pregunté aún con algo de pizza en mi boca — ha sido un día pesado para mí — pasé el bocado y dejé la pizza de lado, para ir por algo de agua al refrigerador, mientras seguía hablando — se los dije cuando llegaron y en vez de mejorar, ustedes dos — señalé a Víctor y Daniel desde la cocina, al momento que me servía agua en un vaso — lo han empeorado, así que, por lo menos, voy a cenar a gusto, ustedes hagan lo que quieran — regresé a mi asiento con el vaso en la mano y volví a morder la pizza.
Luís me miró de reojo y sonrió — ¿me das agua? — preguntó divertido al tomar un trozo de pizza — me serviría yo mismo, pero no puedo — señaló con su rostro su pierna y su mano.
—Claro, disculpa — volví a la cocina a servir otro vaso — no llevo la jarra, porque no quiero más ‘accidentes’ — lancé la indirecta para Daniel y Víctor.
—Lo sé — Luís me seguía el juego — después de todo, no sabes lo que puede pasar con personas tan infantiles…
—Tú sí me entiendes — sonreí ampliamente al volver y colocar el vaso al lado de Luís.
Daniel y Víctor estaban con el rostro hacia abajo, obviamente apenados por su comportamiento.
—Discúlpame, Erick — Daniel habló después de un momento.
—Sí, a mí también ‘bro’, no vuelve a pasar — Víctor me miró con vergüenza.
—¿Por qué se disculpan conmigo? — pregunté como si no me importara — deben pedirse perdón entre ustedes, ¿no es así Víctor? — levanté la ceja — el lunes dijiste que éramos cómo hermanos, así que, más vale que arreglen esta situación, de lo contrario, ninguno va a tener oportunidad con Lucía, ¿a mí qué?, después de todo, Lucía sólo me interesa para que prepare mi café.
Nuevamente guardaron silencio, ambos se miraron de soslayo, pero no dijeron nada; Luís y yo sólo los observábamos, esperando que se arreglara la situación.
—Lo siento, Víctor — Daniel empezó — lo que dije el otro día, no fue solo para bajarte los ánimos, ciertamente, no me agrada como te refieres a Lucía, pero… no quería decir que me gustaba porque, de igual manera, no siento que tenga tanta oportunidad — suspiró — por eso, las flores que le he enviado no tienen mi nombre.
—No — Víctor sonrió — tú y Erick tienen razón — Víctor se alzó de hombros — a mí me gustan mucho las mujeres, pero es verdad, no veo a Lucía cómo una chica para tener una relación seria — rió — pero eso sí, está bien buena.
—¡¿Ves?! — Daniel lo miró molesto — por eso no te dije que me agradaba, luego empiezas con tus cosas.
—Perdón — Víctor se movió y le palmeó la espalda a Daniel — pero ya sabes cómo soy.
—Precisamente, porque sé cómo eres, es que no dije nada — repitió.
—Pero si no funciona contigo — Víctor levanto una ceja — yo si voy a lanzarme con ella.
—¿Cómo sabes que no va a funcionar? — Daniel lo miró con media sonrisa — Erick dijo que estaba emocionada por las flores.
—Pero por que no sabe que las mandaste tú, ‘carnal’ — Víctor se recargó en su silla — si no te atreves a decirle, puedo decir que fui yo el que se las envió.
—Eres un idiota — Daniel frunció el ceño.
—Pero al menos no tengo tanto miedo a fracasar como tú — Víctor sonrió — ya, ¡cálmate! — le ofreció la mano — quedamos empatados, ¿o no?
—Pues, sí — Daniel movió el rostro dudando — pero te pegué más fuerte — bromeó cuando estrechó la mano de Víctor.
—Bien… — dije cansado — ya pueden comer — les acerqué las cajas de pizza — y no se preocupen que mañana, Lucía se enterará de todo por mí.
—¿Qué? — Daniel me miró con cara de susto.
—No te atreverías — a Víctor le tembló la voz.
—¿Creen que no? — entrecerré mis ojos y sonreí de forma cínica — de alguna manera me tengo que cobrar lo que le hicieron a mi árbol.
—¡Ya te dije que lo pagaré! — Daniel estaba nervioso y el color se le había ido del rostro.
—¡Yo igual! — Víctor también se miraba asustado.
Entrecerré mis ojos y después sonreí — no es cierto — les guiñe un ojo — es broma, vayan por sus vasos y el agua, que ya se me acabó la bebida — moví mi vaso vacío frente a ellos, Daniel y Víctor se pusieron de pié para ir a la cocina.
—A veces puedes ser muy cruel — Luís me miró de soslayo y sonrió.
—Sí, lo sé — asentí — lo sé…
Después de eso, seguimos comiendo, ninguno volvió a tocar el tema de Lucía, ni tampoco del licenciado; solo bromeamos y al menos por un rato, olvidé que me sentía enojado con Alejandro. Pasadas las diez, mis amigos se retiraron y yo me quedé solo; Alejandro no había llegado a casa, así que preferí irme a descansar. Le dije a Agustín que alimentara a mis hijos y cuidara del cachorro, al cual, aún no le había puesto un nombre.
Subí a mi habitación, me cambié, lavé mis dientes y me recosté en la cama; minutos después, escuché la puerta de la habitación abrirse. Alejandro encendió la luz y se acercó hasta quedar al lado de mí.
—¿Te divertiste? — preguntó con seriedad.
—Es lo que yo debería preguntarte — respondí desafiante — de seguro pasaste un buen día, acompañado de tu secretaria…
—Si no trabajaras, serías tú el que me acompañara todo el tiempo — dijo con tono molesto.
—¿Ahora es mi culpa que tú pases tiempo con esa mujer? — espeté con enojo — ¿sabes qué…? — me giré en la cama — no estoy de humor de discutir contigo — me cubrí completo con las cobijas.
—¡Pues yo sí quiero discutir! — Alex jaló las mantas y me descubrió.
—¡¿Qué te pasa?! — me senté en la cama para encararlo.
—¡No quisiste responder mis llamadas en todo el día! — gruñó.
—Me quedé sin celular y además, cuando te llame ¡esa mujer me respondió! — objeté.
—Estaba ocupado, ¿acaso no te lo dijo? — preguntó conteniendo su enojo.
—Sí, por supuesto que me lo dijo, que estabas muy ocupado — cada palabra que decía estaba llena de celos — pero el problema es que, ¡ella respondió tú celular!
—Es mi secretaria — Alejandro masajeo sus sienes — ¿quién más va a responder mi celular si no ella?
—¡Claro! — me crucé de brazos — y ella puede ver las cosas que tú tienes de mí, en tú celular, ¿qué? ¡¿Acaso también mira los videos que grabas en mi casa?!
—¿Te refieres a la foto? — Alex suspiró cansado — ¿Por eso es todo el enojo y berrinche que estás armando?
—¡¿Te parece poco?! — pregunté levantando la voz.
—¿Y qué si lo mira? — preguntó confundido — si estás tan celoso, deberías estar feliz que se diera cuenta que eres muy importante para mí.
—¡Son cosas personales! — grité y mis ojos se llenaron de lágrimas — tuyas y mías — mi voz fue bajando de intensidad — son cosas íntimas, de nosotros y no quiero compartirlas con otra persona — mordí mi labio e incliné el rostro — menos con ella.
Alex se sentó en la cama, a mi lado, intentó abrazarme pero lo rechacé, así que, haciendo uso de su fuerza, me obligó a aceptar su abrazo en un segundo intento — ‘conejo’ — susurró — no tienes que ponerte así.
—¿Cómo quieres que me ponga? — pregunté mientras intentaba zafarme de su agarre pero al darme cuenta que era en vano, dejé de luchar.
Alejandro se movió, me sujetó por el mentón, obligándome a levantar el rostro y depositó un beso en mis labios; pensé en alejarme y resistirme, pero durante el día, hubiera dado mi vida por un beso así. Le necesitaba y no pude evitar rendirme ante Alejandro con rapidez, pasando mis manos por sus hombros y enredando mis dedos en su cabello; Alex profundizó el beso, al notar que yo abrí mi boca para darle paso.
Momentos después se separó — ¿mejor? — preguntó con una dulce sonrisa y acarició mi rostro.
Asentí débilmente, después me moví para hundir mi rostro en su pecho, aferrándome a su ropa.
—Todo es tu culpa… — reproché.
—¿Y ahora por qué? — preguntó cansadamente y pasó sus brazos por mi espalda.
—Si ella no hubiera respondido tú teléfono, yo no hubiera estrellado el mío…
—¿En serio? — acarició mi cabello — entonces, debiste esperar a que yo te comprara uno.
—Ya no importa — suspiré aún contra Alex — además, de haber estado calmado, hoy mismo hubiera recibido al abogado ese…
—Te dije que no te acercaras a ese tipo…
Levanté mi rostro para verlo, tenía un semblante sombrío — ¿quién te lo dijo? — pregunté nervioso.
—Tu secretaria — respondió — cuando no me quisiste responder, menciono que, probablemente, estabas enojado porque esa persona fue a verte.
—Sí, pero no hable con él — suspiré — Lucía lo citó para mañana.
—Olvida esa cita, no lo verás — aseguró.
—Alex — suspiré cansado — ¿qué sucede en realidad con él? Mis amigos vinieron y me contaron muchas cosas, él los ha buscado y les dijo cosas alarmantes, incluso, mencionó que yo podía morir.
Alejandro acarició mi rostro y colocó su frente contra la mía — no te preocupes, nada te pasará, yo no permitiré que te ocurra algo — se separó besando mi frente — y sobre qué pasa con él — suspiró — te dije que lo conocí hace cinco años, tuvimos una relación fugaz, pero yo me tuve que ir de la ciudad, obviamente, para mí no significó nada, pero… — guardó silencio.
—¿Pero…? — pregunté buscando su mirada.
—Algo le pasó — dijo con voz débil — yo no supe hasta después — aseguró — y al parecer, me culpa por ello.
—¿Tuviste algo que ver? — eso me preocupaba.
—No — negó — yo no tuve nada que ver, pero debí ayudarlo y no lo hice, no porque no quisiera, sino porque no me enteré.
—Entonces, ¿está enojado contigo?
—En resumidas cuentas, sí — asintió.
—Entiendo — acaricié su rostro y Alex sonrió — pero ya le di la cita…
Alejandro me besó y se alejó — ¿a qué hora? — preguntó poniéndose de pie y empezó a quitarse la ropa.
—A las diez y media — me recargué en la cabecera de la cama.
—No te preocupes — él caminó al vestidor y levantó la voz para que lo escuchara — mañana lo mandaré buscar para hablar con él, así tú no tendrás que verlo.
—¿Estás seguro?
—Sí.
Hice una mueca de molestia, pero si él ya lo había decidido, no iba a poder hacer nada. Alejandro salió momentos después con su ropa para dormir.
—¿No vas a cenar?
—Ya cené — sonrió.
Entrecerré mis ojos para verlo — ¿fuiste a cenar con esa mujer? — pregunté con molestia.
—No… — negó, se acercó a mi buró y encendió la lámpara — cené pizza… — fue a apagar la luz de la habitación — afuera de tu casa… — caminó hacia el otro lado de la cama — sobre el cofre de uno de los carros de mis guarda espaldas — sonrió.
—¿Pizza? — parpadee sorprendido y eso me dio a entender que ya tenía rato en casa, aunque no hubiera entrado — ¿a qué hora llegaste, Alejandro?
—Antes que tus amigos — se acostó en la cama y cruzó sus brazos tras su nuca.
—¿Y por qué no entraste?
—Porque no querías hablar conmigo — cerró sus ojos — si hubiera entrado, ellos nos hubieran encontrado discutiendo, así que, mejor me quedé dentro de uno de los automóviles, para que ni tú, ni ellos, se dieran cuenta que estaba aquí.
Incliné mi rostro apenado — pero hubieras entrado después — indiqué a media voz.
—No — rió — al menos desahogaste un poco tu enojo con ellos.
—¿Cómo sabes?
—Tus gritos se escuchaban hasta afuera — dijo divertido.
Tomé una almohada y la estrelle contra su rostro — no es para burlarse — reproché.
—Lo sé — sonrió quitando la almohada de su cara y usándola para levantar un poco su cuerpo — supe que rompieron la estrella del árbol — su mano alcanzó mi rostro — pero se pelearon entre ellos, así que, eso no me importa — me guiñó el ojo — si Agustín me hubiera dicho que te habían lastimado, hubiera entrado a ponerles un escarmiento.
—¿Te dijo todo? — pregunté con algo de vergüenza.
—Sí, incluyendo lo del café — volvió a reír — eso si me hubiera gustado verlo, pero, mañana lo veré en el video.
—¡Alex!
—¿Por qué pelearon? — preguntó con media sonrisa.
—¿Para qué preguntas, si mañana verás el video? — reproché.
—Bueno, no me digas…
—Por Lucía — respondí.
—¿Tu secretaria? — levantó una ceja.
—Sí — suspiré cansado y me recosté sobre él, con mi rostro sobre su pecho — a Daniel y a Víctor, les atrae Lucía.
—Eso es interesante — su mano acarició mi cabello — pero se fueron juntos, así que, se arregló la situación, ¿no es así?
—Sí — acaricié su pecho por encima de la tela de su camiseta — aunque, fue complicado.
—Los quieres mucho… — no era una pregunta, era una aseveración.
—Somos amigos desde hace tiempo — cerré mis ojos — en la universidad fuimos inseparables y de todos mis demás compañeros, somos los únicos que no hemos roto esos lazos, así que, sí, los quiero mucho, incluso, los siento más cómo hermanos que a mis propios hermanos de sangre.
—Eres demasiado noble — me sujetó del rostro y me obligó a moverme para poder besarme — ese es un rasgo que me encanta de ti, ‘conejo’ — murmuró contra mis labios.
—¿En serio? — susurré y lamí su labio inferior.
—Mucho — sonrió — y me gustan muchas cosas más de ti… ¿quieres que te lo demuestre?
—Mjú… — asentí cerrando mis ojos y dejándome llevar.
Alejandro me movió junto con él, dejándome contra el colchón, besándome con pasión y deseo; después me desvistió con lentitud, repasando con sus labios la piel que descubría. Cuando terminó acarició mi muñeca izquierda, dónde siempre portaba su regalo.
—Al menos sé, que aunque estés enojado, sigues manteniendo tu palabra… — sonrió complacido.
No permitió que dijera nada, volviendo a besarme y después, siguió con su labor, está vez, desvistiéndose él; al final, apagó la lámpara del buró.
Me poseyó durante la noche, en complicidad de la oscuridad; lo único que se escuchaba en mi casa eran mis gemidos y gritos de placer, gracias al trato que Alejandro me daba, como siempre.
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