Sorpresas
Martes, diciembre 16
- - - - -
“Erick…”
Un suave susurro cerca de mi oído me hizo removerme inquieto, tratando de cubrir mi cabeza con el edredón — Erick… — repitió y esta vez, la humedad en mi oreja me obligó a abrir mis ojos con lentitud, confundido — despierta…— insistió y unas manos pellizcaron insistentes mis pezones.
Me queje con debilidad y después bostecé — ya voy… — dije adormilado, mis ojos se acostumbraron lentamente, a la tenue luz de la lámpara del buró.
—Normalmente te despiertas más temprano — Alex mordió mi oreja — no entiendo por qué te molestas.
—No me molesta — me moví para quedar frente a él — pero me siento cansado.
—Imagino que lo estás — besó mis labios lentamente — pero es hora que despiertes, se nos hará tarde y hay un itinerario que seguir.
—¿Itinerario? — cerré mis ojos.
—Sí, ya está todo dispuesto para hoy — sus labios bajaron por mi cuello, arrancándome algunos gemidos — además, hay que desayunar… — atrapó uno de mis pezones en su boca y lo mordisqueó insistente.
—Alex… — arquee mi espalda — ¿qué vamos a desayunar?
—Yo… — sonrió contra mi piel y su mano atrapó mi sexo — desayunaré ‘conejo’.
Ahogué un grito al sentir su mano masajear con fuerza mi pene. Alejandro volvió a mi boca y me besó con pasión, mis manos se movieron para acariciar su cabello; disfruté su sabor, su calidez, su caricia en mi entrepierna y por sobretodo, disfruté estar entre sus brazos.
Sin tardar, Alejandro me hizo girar, colocó su almohada debajo de mí y levantó mi cadera; mordí mi almohada al sentir su lengua en mi entrada.
—No — negué — no debes… — gimotee.
—No importa — siguió pasando su lengua, humedeciendo completamente con su tibia saliva.
—¡Alex! — ahogué el grito contra la almohada.
Alejandro estaba haciendo un trabajo magnífico, logrando despertar mis sentidos a todas las sensaciones producidas por él. Sus manos me apresaron por mi cadera y colocó su miembro en mi entrada; lo introdujo lento, despacio, logrando que disfrutara cada centímetro, como si fuera la primera y última vez que lo sentiría en mi interior.
Alex se inclinó hasta morder mi hombro y gimotee. Sus manos se metieron entre el colchón y mi cuerpo; pegó su pecho a mi espalda y me hizo girar junto a él; quedamos de lado y su mano se movió diestramente para masajear mi sexo, mientras él se movía en mi interior. Me aferré a mi almohada, como un niño que tiene miedo a lo desconocido, tratando de ahogar mis gemidos en ella; pero Alejandro me la arrebató, lanzándola a un lado de la cama y volvió a masajear mi pene, de manera insistente.
—Gime Erick, gime fuerte, cómo me gusta… gime para mí…
Apreté mis puños, cerré mis ojos y permití que mi cuerpo respondiera a Alejandro. Su miembro en mi interior se movía con fuerza, entrando y saliendo con rapidez, arrancando gemidos y gritos de mi garganta; todo era placer para mí, mi cuerpo se ofrecía sin pudor, arquee mi espalda y expuse mi cadera para él.
Alejandro mordió mi cuello y esa simple acción logró que mi cuerpo se tensara; gemí entrecortado mientras liberaba mi semen en la mano de Alex. Él impregnó sus dedos con el líquido pegajoso, llevándolos a mi boca, tallándolos contra mi lengua, mientras seguía moviéndose con rapidez en mi interior; momentos después, mi lengua jugueteaba con sus dedos de manera sumisa, cuando sentí el palpitar en mi interior y la tibieza inconfundible de la semilla de Alejandro, se regó dentro de mí.
Mi respiración aún era agitada cuando Alex me abrazó con ternura, sin salir de mi interior — sería bueno hacer esto todas las mañanas — depositó besos en mi hombro y cuello — ¿no crees?
Sonreí débilmente y asentí. Ciertamente, despertar teniendo sexo era grandioso, pero suponía mucho esfuerzo, al menos para mí; mi cuerpo se relajó y quedé a merced de Alejandro nuevamente.
—¿Esto era lo que íbamos a hacer hoy? — susurré, mientras mis ojos se cerraban lentamente.
—No, esto es solo el principio — lamió mi cuello y lentamente salió de mi interior.
Sentí que escurría su semen entre mis nalgas y suspiré — es mucho… — me hice un ovillo aún dentro de las cobijas y edredones — se siente rico… — agregué, mientras mi mano se movía entre mis piernas para tocar con mis dedos el semen de Alex, que manchaba mi piel y las sabanas.
—Hora de salir de la madriguera, ‘conejo’.
Alejandro se puso de pie y con rapidez, me quitó las cobijas de encima.
—¡Alex! — grité al darme cuenta que estaba completamente desnudo y sin nada con qué cubrirme.
Me removí en la cama haciendo gestos; en medio de un bostezo, mientras estiraba mi cuerpo, él me agarró de la mano y me obligó a levantarme.
—Ya voy… — mi voz era molesta — no tienes que apresurarme.
—Sí, tengo que hacerlo — se movió hasta quedar tras de mi — te dije que tenemos un itinerario.
—Un itinerario, ¿para qué?
Besó mi cuello y susurró en mi oído — para nuestra primera cita, después de tantos años.
Me quedé helado ante la palabra ‘cita’, misma que retumbó en mi mente como si tuviera eco. Parpadee confundido; no estaba hablando en serio, ¿o sí?
—Vamos a asearte primero.
Él me sujetó de la cintura desde atrás y me llevó al baño; apenas cruzamos la puerta, una de sus manos desabrochó mi esclava para dejarla en un lugar seguro, después de eso, me guió directamente a la regadera.
Abrió la llave, esperando paciente a que saliera el agua caliente; cuando por fin, el agua empezó a evaporar por la temperatura, me besó con fuerza mientras me movía para colocarme bajo la caída del agua. Bajó mordiendo mi cuello y lamiendo mi piel mientras yo gemía lentamente, tenía que admitir que, las atenciones de Alejandro me excitaban; él se centró en mis pezones por un momento, mientras sus manos acariciaban mi entrepierna con suavidad. Estaba cediendo ante sus caricias, cuando se alejó con una gran sonrisa en los labios.
—Aunque la idea de volver a poseerte, es atrayente, no podemos hacerlo ahora — besó mis labios despacio, lamiendo la humedad que los impregnaba debido al agua — tendremos más oportunidades durante el día.
Asentí y Alex rozó mi mejilla con su nariz. Su mano se movió tomando el envase del champú e impregnó mi cabello con el mismo.
—Cierra los ojos — indicó — ¿te gusta el nuevo champú? — empezó a mover sus dedos logrando que la espuma aumentara.
—Es raro… huele a almendras…
—Ese olor me excita — susurró contra mi oído y me estremeció.
—¿En serio? — pregunté con curiosidad, a mi parecer, ese era un olor más indicado para una mujer.
—No tienes idea de cuánto, ‘conejo’…
El agua empezó a caer en mi cabeza nuevamente y sentí cómo el jabón resbalaba por mi piel. Aún con mis ojos cerrados, podía percibir cómo las manos de Alex recorrían mi cuerpo con el jabón de barra y la esponja; me hizo girar y sentí su piel pegada a mi espalda. Sus manos acariciaban mis pezones con jabón, lo que permitía que, al pellizcarlos, resbalaran y la presión fuera distinta.
—¿Te gusta?
—Sí… me gusta que juegues con ellos… — me sinceré en medio de mi excitación.
—¿De verdad? — sonrió y mordió el lóbulo de mi oreja — ¿por qué?
—No sé — mordí mi labio, mientras colocaba mis manos contra la pared fría, para sostenerme — pero… me gusta…
Alex siguió jugando un poco más con mis pezones, después, una de sus manos bajó serpenteando hasta mi sexo y lo masajeó, esparciendo sobre el mismo, algo de la espuma del jabón; mi cuerpo se estremecía solo, los escalofríos recorrían mi espalda, a la par que las caricias que Alex me prodigaba.
Mordí mis labios acallando un gemido, al sentir como su mano se perdió entre mis nalgas y finalmente su dedo entró en mí; ladee el rostro para verlo, con la sorpresa reflejada en mis ojos, él solo sonrió.
—Tengo que limpiar lo que ensucié — movió su dedo con suavidad, acariciando mi interior, rozando las paredes, logrando que contrajera mis músculos — no te tenses — indicó — tardaremos más…
Asentí con sumisión y relajé mi cuerpo. Él siguió moviendo su dedo y mis piernas temblaron; momentos después, con la regadera de mano, limpio la zona.
—Estás limpio — anunció y depositó un beso en mi hombro, cerrando la regadera — te secaré y me bañaré.
—No — sonreí, aún con mi rostro rojo — iré… iré a rasurarme, no te preocupes…
—Bien, no tardaré en bañarme.
—Alex… — mordí mi labio — creo que, debo hacer algo con…
—¿Con qué? — levantó una ceja.
—Abajo — señale con el índice mi entrepierna — ya me siento incómodo y… me da comezón — ladee el rostro, apenado.
Alejandro me observó — entonces, te ayudaré con tu problema — acarició mi cara con cariño — después de todo, es mi culpa que pases por esto.
Me tomó de la mano, obligándome a salir de la regadera, me guió hasta el borde del Jacuzzi, haciendo que me sentara en la orilla.
—Está frío — mi cuerpo se estremeció al sentir la frialdad en mi piel.
—Cierto — sonrió y me entregó una toalla — ponla abajo.
Alex caminó al lavabo, tomó un rastrillo y la crema de rasurar; mientras yo ponía la toalla para sentarme sobre ella.
Él regresó, tenía una sonrisa enorme y una mirada maliciosa — abre las piernas — indicó con tono autoritario.
Lo obedecí sin dudar; cuando estuve expuesto ante él, se relamió los labios, se hincó frente a mí y empezó a cubrir mi entrepierna con la crema de rasurar. Mi rostro ardía por la vergüenza, a pesar de que Alejandro me conocía a la perfección, me sentía extraño al recibir esa clase de atención.
—No te muevas — dejó la crema de rasurar de lado, con una mano tomó el rastrillo y con la otra, apresó mi pene para moverlo, mientras él realizaba su tarea.
No sabía si era consciente o inconscientemente, pero Alex parecía masturbarme, a la par que el rastrillo pasaba por mi piel; algunos gemidos escaparon de mis labios, mezclándose con el sonido de su risa divertida.
—Listo… — declaró momentos después, alejándose de mi — ven — volvió a ofrecerme la mano y me guió, hasta ponerme bajo el agua de la regadera, para limpiar el exceso de crema de rasurar — es mucho más sencillo ahora — lamió mi hombro — no había mucho que quitar.
—Te diviertes, ¿no es así? — interrogué con voz suave, pese a que traté de sonar molesto.
—Mucho… — su voz cínica me hizo suspirar — tus gestos tan inocentes, son un premio para mí…
Me besó demandante; sus manos recorrieron de forma efímera mi cuerpo, como si fuese un simple roce subiendo por mis costados, mientras estaba bajo el agua. Después, se alejó con lentitud, sonriendo.
—Sécate — ordenó.
Asentí débilmente; salí de la regadera agarrando otra toalla para colocarla en mi cintura.
Caminé hacia el lavamanos, me sostuve del mismo y suspiré; mis piernas temblaban y debía admitir que estaba excitado. Limpié el espejo del baño, el cual estaba empañado y pude notar mi sonrisa ilusionada, todo por los cariños que Alex me había dado con anterioridad; negué, era difícil explicar la felicidad que sentía por todo lo que Alejandro hacía en mí o para mí. Fui por la crema de rasurar, que había quedado cerca del Jacuzzi y volví al lavamanos a eliminar el poco rastro de mi barba.
—Alex… — levanté la voz para que me escuchara.
—Dime — él ya estaba tomando una toalla para salir fuera de la regadera.
—¿Qué quieres que me ponga hoy?
—¿Por qué me preguntas?
—No lo sé — levanté mis hombros — estos últimos días me he puesto lo que tú has querido.
—¿Me lo reprochas? — preguntó mientras se secaba el cabello con la toalla.
—No, claro que no.
—¡Qué bien! — sonrió — ponte lo que está en el otro closet, al fondo.
Sonreí; sabía que quería que me pusiera algo que él había preparado con antelación. Al abrir la puerta del closet, encontré un pantalón de vestir casual, en tono azul marino; una camiseta negra de cuello alto, con cierre enfrente; una camisa manga larga, en color blanco, un suéter abrigador gris; una gabardina que llegaba a media pierna, con doble botón; además, a un lado había ropa interior cómoda, un par de zapatos, tipo botas, una bufanda, un par de guantes y lo que parecía ser un gorro.
—¿Vamos de viaje? — levanté una ceja.
—No exactamente, pero hace frío — respondió — no quiero que enfermes, porque andaremos fuera todo el día.
Alex caminó hacia su armario y usó los aditamentos de aseo. Su perfume inundó el ambiente y lo aspiré, llenando mis pulmones con el olor y disfrutando de esa fragancia que me fascinaba; después fue al lavabo a lavar sus dientes con rapidez.
—Bien, no sé a dónde iremos, pero me vestiré como gustes.
Agarré la ropa interior para ir hacia mi armario y lo miré de reojo, disfrutando los movimientos de Alejandro, quien, momentos después, se alejaba del lavabo para ir a cambiarse.
—¿No te rasuras hoy? — pregunté con curiosidad.
—No — escuché una leve risa — hoy quiero pasar desapercibido, así que, aunque me reconozcan, no estarán tan seguros, ya que, Alejandro de León, nunca anda desaliñado en público.
—Entiendo… — dije en un susurro.
Usé el perfume que él me había regalado y volví a dónde estaba la ropa que debía ponerme. Empecé a colocarla con lentitud, me quedaba a la perfección; era agradable saber que Alex se esmeraba mucho en comprar ropa a mi medida. Cuando me coloqué la camisa, opté por no cerrar los botones de la parte superior, así, no tendría problemas con la camiseta que traía debajo, pues el cuello me molestaría. Dudé en colocarme el suéter en ese momento, pero si hacía tanto frío, era lo mejor. Finalmente, me senté en el banco para colocarme los zapatos y levanté la vista al ver que Alex ya estaba casi listo.
Un suspiro de asombro escapó de mis labios, al momento que mi vista se posaba en él. Alex traía un pantalón color caqui, casual y ligeramente holgado, una camiseta de cuello alto en color azul oscuro e igual que la mía, con cierre; una camisa del mismo color y algunos botones desabrochados en la parte superior, dejando el cuello abierto; además de un suéter con cuello en V casi del mismo tono que su pantalón, su cabello lo portaba al natural, pues no parecía haberlo peinado.
Tomó asiento frente a mí y se colocó unas botas en tono café; sacó del armario una gabardina larga, una bufanda oscura, lo que parecía un sombrero tipo Fedora, también oscuro y unos guantes del mismo tono que las botas.
Se encaminó al lavabo nuevamente, pasó una mano por su cabello, acomodándolo casi todo de un solo lado, se colocó unos lentes de marco delgado, logrando que mi rostro ardiera al verlo por el reflejo y al final, se colocó el sombrero. Acomodó la bufanda en su cuello mientras giraba para verme.
Yo aún no me colocaba los zapatos, estaba absorto observando a Alejandro.
—Erick — su voz era seria — ¿aún no terminas?
Parpadee y respiré profundamente — lo… lo siento… — dije nervioso y me apresuré a colocarme los zapatos.
Cuando me puse de pie, Alex estaba ya frente a mí, en su mano portaba la esclava, me sujetó la mano izquierda, colocándola por debajo de la ropa, pegada a mi piel, acarició mi muñeca con las yemas de sus dedos y sonrió — te espero abajo — anunció — daré indicaciones y saldremos en cuanto bajes.
Asentí débilmente; en ese momento, Alex era otra persona, diferente a la que conocía, quizá, porque estaba acostumbrado a verlo siempre de traje y perfectamente arreglado, pero, el impacto que me causó verlo de manera distinta y casual, había sido demasiado.
Cuando cruzó la puerta, llevando su gabardina en el brazo, me dejé caer sobre el banquillo; pase saliva y traté de controlar mi respiración. Necesitaba calmarme, sentía que mi corazón saldría de mi pecho en cualquier momento, solo para seguir a Alex.
Mordí mi labio, negué y caminé al lavabo; lave mis dientes y de nueva cuenta volví al armario por los guantes, la bufanda y la gabardina. Dudé en colocarme el gorro, así que, mejor lo llevé en la mano.
Al bajar las escaleras, Alex estaba en la sala, dando indicaciones a Agustín.
—Buenos días — saludé con una sonrisa en mis labios.
—Buenos días, señor Erick — Agustín inclinó el rostro a manera de saludó y volvió a su plática con Alejandro.
Dejé mis cosas en la mesa y me encaminé a la cocina.
—¿Qué haces?
—Alimentaré a mis hijos — respondí sin girar, entre menos viera a Alex, mejor, así me mantendría tranquilo.
—Ven — ordeno con seriedad — Agustín se hará cargo, hasta que llegue la señora Josefina.
Levanté mi vista, Alejandro parecía tener mucha prisa por salir; volví a tomar mis cosas y me acerqué a la puerta principal. Ambos nos despedimos de Agustín, pero antes de salir de casa, Alex me sujetó del brazo, me hizo girar para quedar frente a él, me arrebató el gorro y me lo colocó.
—Te dije que hacía frío — indicó arreglando mi cabello para que sólo algunos mechones salieran cerca de mi rostro.
—Lo siento — me alcé de hombros — normalmente no uso gorros.
—Pues, deberías — acarició mi rostro — te ves muy bien.
Su comentario tan dulce, me hizo sonreír embelesado. Alex me sujetó de la mano, guiándome a la salida, ya que su auto estaba en la calle, justo frente a la puerta exterior y fuera del mismo, Julián y Miguel nos esperaban. Ambos saludaron cordiales y nos abrieron las puertas; había nevado en la noche, pero la nieve ya estaba deshaciéndose, por lo que no sería mucho problema.
—¿A dónde iremos? — pregunté cuando iniciamos el trayecto.
—Vamos a desayunar — respondió con media sonrisa — arreglaremos un asunto importante y después, nos perderemos…
—¿Perdernos?
—Sí — sujetó mi mano y la llevó a sus labios, besándola — nos perderemos en algún lado.
Levanté una ceja, incrédulo; Alejandro no era de las personas que simplemente caminaban a dónde sus pies lo llevaran, eso era obvio, además, la palabra ‘perder’ no estaba dentro de su vocabulario para ninguna clase de contexto. Algo iba a hacer y no sabía si quería saberlo en realidad; podría ser algo común y corriente, como ir a comer a algún lugar, o algo ostentoso, cómo cierta joya que ya me había regalado.
Él notó mi desconcierto y acarició mi rostro — no pareces muy convencido — su voz era divertida.
—Dijiste que teníamos un itinerario — respondí — así que no creo que nos vayamos a ‘perder’.
Alex soltó una carcajada — sí, tenemos cierto itinerario, pero es más que nada para las comidas — me guiñó un ojo — todo lo demás, improvisaremos.
—¿Seguro?
—Bueno… — movió su rostro dudando — sólo un poco.
—Está bien — lo miré de soslayo — te creeré… sólo un poco.
Alex me agarró del brazo y me recostó en sus piernas — ¿de verdad? — susurró contra mis labios y después pasó su lengua por ellos.
—Sí — acaricie el marco de sus gafas con mis dedos — solo porque me encanta verte con lentes.
—¿Sólo por eso? — su mano se deslizó por encima de mi ropa, bajando con lentitud y buscando la manera de llegar a mi entrepierna.
—Por eso y… — suspiré con algo de excitación — porque mi despertar me gustó mucho — agregué entrecerrando mis ojos.
—Aun estás excitado, ‘conejo’ — sonrió — ¿quieres hacerlo aquí, en el auto?
Abrí los ojos sorprendido, mi primera reacción fue alejarme, pero Alex no me lo permitió, ejerciendo fuerza con sus brazos, para apresarme ahí; él seguía con su sonrisa depravada, observándome con una mirada que me estremecía. ¿Era capaz de hacerlo ahí? ¿Aún con sus guardaespaldas presentes?
—¡No podemos! — exclamé asustado en un susurró, sintiendo cómo mi rostro ardía.
—Sí, podemos — respondió con un tono de voz bajo, sólo para que yo lo escuchara — sólo di que sí y te haré llegar al cielo aquí mismo, antes de ir a nuestro destino.
Mordí mi labio, tenía miedo, pero la simple idea de que Alejandro se atrevería a hacer algo así, también me llenaba de un sentimiento indescriptible; emoción, excitación, lujuria, todo se mezclaba para lograr nublar mi mente con rapidez.
—No te atreverías — reté.
Una parte de mí, quería creer que Alejandro no lo haría, pero la otra, deseaba experimentar las emociones de lo que conllevaba hacer algo en ese automóvil, a pesar de tener testigos.
Alex sonrió ampliamente — Julián — levantó la voz — no vayas directo a nuestro destino, Erick y yo tenemos un asunto importante qué discutir.
—Sí, señor — respondió el aludido con seriedad.
Abrí mis ojos sorprendido y con miedo — Alex… — susurré, pero él no me dejó replicar.
Me levantó, alejándome de sus piernas y haciendo que me recargara contra la puerta del lado donde estaba sentado, así, pudo acomodarse, sujetándome las piernas, abriéndolas y sentándose en medio de ellas.
Sus manos se movieron con prisa, desabrochó mi saco con destreza y después, hizo lo mismo con mi pantalón. Moví mi rostro, un tanto asustado, para ver a nuestros acompañantes. Ambos, se colocaron con rapidez unos audífonos de chícharo en sus oídos y Julián, movió el espejo retrovisor hacia arriba, para no ver hacia atrás.
Mordí el dorso de mi mano para acallar mi grito; Alex había encontrado mi sexo y lo masajeaba mientras su mirada estaba fija en mí. El destello de deseo en sus verdes ojos me estremeció; atrapó mi sexo en su boca y en un acto reflejo, quise cerrar mis piernas, pero él no me lo permitió, iniciando su tarea, de forma suave, lenta, una tortura deliciosa. Me encogí en mi lugar y llevé mis manos a su cabeza; quité el sombrero que él aún traía puesto y enterré mis dedos en su cabello, aferrándome de él, sin imprimir mucha fuerza, pues no quería lastimarlo. Mi respiración se agitó, obligándome a jadear y Alex curvó sus labios en una tenue sonrisa.
—¿Excitado? — preguntó con tono perverso mientras se alejaba un poco — parece que sí — respondió él mismo.
Iba a quitarse los lentes y lo detuve — no… — susurré, sintiendo mi rostro arder mucho más y él me observó curioso — me… me gustas… así...
Alex sonrió más ampliamente y regresó nuevamente a su tarea, sin quitarse las gafas, succionando con avidez, masajeando mis testículos y de vez en cuando, regalarles alguna que otra lamida fugaz que me producía escalofríos. Yo no puse más resistencia, ya no me importaba si Julián y Miguel me ponían o no atención; mis gemidos aumentaron de intensidad, mi mente quedó en blanco, mis ojos se humedecieron y en instantes, llegué al orgasmo en la boca de Alejandro, liberando un gemido de placer.
Él se movió hasta quedar casi encima de mí, mis manos se movieron para abrazarlo, aferrándome a él con desespero y nos besamos, lo que me obligó a saborear mi semen en medio del beso; sin dudar, aún inundado por la lujuria, correspondí con pasión al jugueteo de la lengua de Alex con la mía.
Después de un momento se alejó y sonrió ampliamente — ¿te gustó? — preguntó en un susurro.
Asentí con debilidad, aún estaba recuperando mi aliento; Alejandro se incorporó y sus manos empezaron a abrochar mi pantalón, después de acomodar mi ropa interior. Estaba abrochando el saco cuando tocó el hombro de Miguel, quien se quitó los audífonos y sin siquiera girar el rostro habló.
—Dígame, señor…
—Vamos a nuestro destino…
Alex terminó de abrochar mi saco y se incorporó completamente, arreglando su ropa, la cual estaba ligeramente desacomodada. De igual manera, tomó el sombrero y se lo colocó.
Miguel asintió y le quitó un audífono a Julián para que este lo escuchara.
—En marcha — indicó.
Julián asintió y acomodó el retrovisor.
Cuando por fin pude calmar mi respiración me senté correctamente; Alex se quitó los lentes y del bolsillo de su gabardina, sacó un pañuelo para limpiarlos. Yo mantenía mi rostro en el piso, mi cerebro volvía a funcionar, aunque quizá, no correctamente.
—¿Siempre…? — susurré y me quedé en silencio, tenía miedo de terminar la pregunta, pues no sabía si deseaba escuchar la respuesta en realidad.
Alex volvió a colocar sus lentes y me observó — ¿siempre qué? — indagó.
Mordí mi labio, pero, ya había empezado y tenía que saber — ¿haces esto con…? ¿Con…? — sentí que las lágrimas inundaban mis ojos — ¿tus amantes? — terminé la pregunta y giré mi rostro para que no viera mi llanto.
La mano de Alex me sujetó de la barbilla y me hizo girar a verlo — ¿por qué preguntas? — sus verdes ojos me miraban con ternura y una sonrisa conciliadora adornaba sus labios
—Porque… porque… — titubee — ellos — indiqué con mi rostro a nuestros acompañantes — parecen estar preparados para… para esto…
Alex me abrazó y besó mi cabeza por encima del gorro que aún portaba, después lo acomodó correctamente y sonrió.
—No hago ‘esto’ exactamente — confesó con calma — normalmente es a mí a quien satisfacen — prosiguió sin vergüenza — te lo dije, los demás no me han importado, ni me importan — rozó mi mejilla con su nariz — esta es la primera vez que soy yo, quien da placer en un automóvil, — susurró y me guiño el ojo — pero si no me crees — hizo un ademán con el rostro hacia Julián y Miguel — pregúntales, ellos siempre me han acompañado.
Suspiré cansado, limpié mis ojos y mi semblante cambió a uno molesto — sabes que no me atrevería a preguntar — aseguré, moviendo mi rostro para alejarme de Alex — además, seguramente no dirían la verdad.
Él suspiró — Miguel, Julián — levantó la voz con seriedad.
—Señor… — dijeron al mismo tiempo.
—Tienen muchos años conmigo, así que, saben que su trabajo no peligra, respondan con la verdad y sean completamente sinceros, porque Erick desea que así sea — volvió a tomarme del mentón para que observara a nuestros acompañantes — ¿cuantas veces he tenido que ver con otras personas en este u otros automóviles, en los que ustedes han viajado conmigo?
Ninguno de los dos dijo nada, se quedaron en silencio un instante pero después respondió Julián.
—Con todo respeto señor, pero decir una cantidad es muy difícil…
—Podríamos decir que, con todas las personas que han sido su pareja, aunque sea por una noche — terminó Miguel.
—Y — Alex posó su vista en mí, sonriendo con cinismo — ¿con cuántos de ellos o ellas, he sido yo el que ha hecho algo o les ha prestado la atención adecuada?
—Ninguno… — respondieron a la vez y después Julián prosiguió — normalmente son ellos quienes se desviven por usted, señor.
—A pesar de que usted los rechaza la mayoría de las ocasiones, porque se fastidia de su insistencia— aseguró Miguel.
—Gracias… — dijo Alex y me observó fijamente.
Una leve sonrisa se apoderó de mis labios y respiré más aliviado; no estaba seguro al cien por ciento de creerles, pero algo en mi me obligaba a hacerlo, me hacía sentir especial.
—¿Lo ves, ‘conejo’? — se acercó a mi rostro y me besó con delicadeza — no tienes que pensar en tonterías.
Asentí mientras respiraba más tranquilo; me recargué en su hombro, disfrutando de ese sentimiento de importancia, al saber que para Alejandro, yo era diferente. Momentos después, Julián anunció que llegábamos a nuestro destino; el hotel de Alex. En el estacionamiento, él y yo descendimos después que Julián y Miguel nos abrieran la puerta.
Alex caminó con rapidez y después de entrar al edificio, subimos por un elevador. Llegamos a un piso superior y la puerta se abrió; entramos directamente a un piso con ventanales, de piso a techo, por donde se apreciaba gran parte de la ciudad, contaba con una alberca en un extremo, techada también con cristal; alrededor de la alberca, había adornos de flores naturales y en la superficie del agua, algunos adornos flotantes, tanto de flores, como de algunas velas; en el exterior, la lluvia empezaba a arreciar, así que el sonido era algo relajante y a pesar del frío en el exterior, en donde estábamos, el clima era perfecto.
Alex se quitó los accesorios que traía, quedándose sólo con la ropa casual y el suéter, además de los lentes; lo demás, lo dejó de lado, en una pequeña mesilla y una percha que, estaban apenas al entrar.
—Ponte cómodo — me indicó el mismo lugar dónde él había dejado sus cosas — aquí vamos a desayunar.
Asentí y me quité la ropa abrigadora para quedar igual que él; seguí a Alejandro mientras mi vista repasaba el lugar, era impresionante.
—¿Tienes hambre, ‘conejo’? — preguntó con una amplia sonrisa.
—Sí, después de todo lo que hemos hecho, sí — levanté una ceja — ¿por qué?
—Espero que te guste el desayuno de hoy.
Alex había llegado a una mesa, ubicada en un pequeño paso que cruzaba una parte de la alberca, cómo un puente; estaba decorada con un mantel blanco y algunos pequeños adornos de flores.
Él movió una silla — siéntate Erick — ordenó con suavidad y me hizo una seña para que tomara asiento.
—Gracias…
Mi voz tembló emocionada y nerviosa, Alejandro no reparaba en gastos al tratar de sorprenderme. Él movió la silla para acomodarla, al momento que me sentaba y después se inclinó por detrás, acercándose a mi rostro.
—Aún no me agradezcas — susurró seductor — tendrás que compensarme después, con tu cuerpo.
Mi corazón se aceleró y el calor aumentó, obligándome a mover mi mano para bajar un poco el cierre del cuello de mi camiseta y poder recuperar el aliento; sabía que estaba tan rojo cómo un tomate, pero también, que Alex disfrutaba de la situación.
Cuando Alejandro se sentó frente a mí, por detrás de unos biombos que estaban del otro lado de la alberca aparecieron un par de mujeres, vestidas con traje de chef; caminaron con rapidez hasta llegar cerca de nosotros.
—Buenos días — dijeron las dos y se inclinaron.
—Buenos días — saludé.
—¿Está listo el desayuno? — Alex sonrió de manera tranquila.
—Sí, señor De León — contesto la mujer más joven, quien ya estaba sirviendo jugo en un vaso, el cual dejó en el lado de Alejandro.
—Sírvanlo por favor — él tomó el vaso y bebió.
La otra mujer, un par de años mayor que la primera, me estaba sirviendo café, me dejó la tasa y un recipiente con azúcar.
—Gracias… — sonreí y agarré la cuchara para agregarle azúcar.
Cuando ambas se retiraron observé a Alejandro, me sentía muy cómodo a su lado — me gusta la alberca — dije mientras revolvía mi café — especialmente este puente.
—Me alegro — Alex se inclinó y colocó sus codos en la mesa — este puente lo colocaron en la noche, no es parte de la decoración oficial — se alzó de hombros — por eso hoy, la alberca estará cerrada hasta después de mediodía, cuando quiten todo esto.
—¿En serio? — pasé saliva nerviosamente — ¿no crees que es demasiado? Es decir… — mordí mi labio — está muy bonito y aunque no me esperaba esto, pudimos desayunar en mi casa…
—Quería darte un día especial — su mano se movió alcanzando la mía — quiero que pasemos un día cómo una verdadera cita de novios, esa que no pude darte, de manera adecuada, hace años.
Mi corazón latió con emoción, mi labio tembló y sentí que el aliento se me escapaba; su voz, su mirada, su hermosa sonrisa y especialmente esos lentes que adornaban su rostro perfecto, aunado a esas palabras, todo me había cautivado por completo. Mi cerebro no reaccionó, ni siquiera para obligarme a poner los pies en la tierra y recordar que yo también era un hombre y que, no debería emocionarme por algo tan cursi… «¿Cursi? ¡Al demonio!» pensé, pues no necesitaba ser una mujer para disfrutar de esos detalles románticos, aunque tampoco los esperaría normalmente, quizá era precisamente porque no eran tan comunes, que los estaba disfrutando en demasía.
Las jóvenes volvieron trayendo un par de charolas; Alex soltó mi mano y permitió que las colocaran en la mesa. Cuando destaparon la charola que colocaron frente a mí, me sorprendió mi desayuno; consistía en un plato con un emparedado integral del cual sobresalía la lechuga, el tomate, un trozo de pechuga a la plancha y además, una rebanada de lo que parecía ser queso fresco; otro plato que contenía una pequeña porción de cereal integral con trozos de manzanas y nueces, a un lado del mismo, una porción de leche en un vaso; otro plato pequeño contenía fruta picada, a un lado del cual, había un poco de yogurt natural y algo de granola; en otro plato había un par de huevos estrellados con jamón y salchichas fritas, pero, lo que más me llamó la atención, fue el plato donde había una tostada francesa, tenían forma de trébol, pero al ponerle más atención, me di cuenta que no era una tostada francesa, sino cuatro; tenían forma de corazón y estaban unidas por la punta para darle forma de trébol, todas se encontraban bañadas en jarabe de maple y en el centro, tenía un adorno de crema batida con trozos de fresas y arándanos azules.
Levanté mi vista y observé a Alejandro, quien estaba entretenido observando su charola.
—Se ve todo muy bien — dijo para la joven que lo atendía — si necesitamos algo más les haremos saber.
Las dos se retiraron con rapidez y nos dejaron solos. Alex tomó los cubiertos y se dispuso a desayunar.
—Alex… — parpadee sorprendido — ¿en serio desayunaras eso?
Señalé con mi cubierto su charola, en la cual había un gran plato con carne preparada con champiñones y más aditamentos que, debido a la salsa oscura que la cubría, no podía identificar con facilidad, a los lados del mismo un par de huevos estrellados y un par de salchichas asadas; también tenía un plato con fruta, otro con un omelete con queso y jamón; también contaba con un plato de varios hotcakes pequeños con plátanos, fresas y crema batida; por último un plato con cereal y la porción de leche.
Alejandro repasó su charola con la vista — sí — respondió con calma — creo que está todo lo que ordené ayer.
Abrí mi boca para decir algo, pero me quede sin palabras. Ladee mi rostro volviendo a observar mi charola.
—Y, ¿tú pediste todo esto para mí?
—Sí, supuse que tendrías apetito — me guiñó el ojo.
—Aun así, no creo poder terminar todo — negué — sabes que casi no desayuno.
—Por eso te pedí algo ligero — llevó un poco de carne a su boca y lo saboreo ante mi mirada molesta, cuando pasó el bocado prosiguió — come lo que quieras, pero te advierto, si no te acabas por lo menos tres platos, voy a castigarte…
Levanté una ceja y sonreí de manera retadora para él — cómo si me molestara que me castigaras — dije con sorna, recordando el “castigo” que me había dado el domingo.
Alex bebió de su jugo y sonrió de lado — cierto, no recordaba eso, entonces, cargarás en tu conciencia el despido de las jóvenes que trajeron el desayuno.
—¡Eso no es justo! — reproché — ellas no tienen que pagar el hecho de que yo no desayune.
—Si no comes, es que no te gustó, ¿de qué me sirve tener empleadas que no satisfacen el paladar de mi pareja?
Sus frases me dejaron sin palabra para poder replicar.
—Bien… comeré — accedí desviando mi mirada y sintiendo que el sonrojo cubría mi rostro — pero sólo un poco.
—Tres platos — indicó moviendo su tenedor para señalar mi charola — si te portas bien y me haces caso en este día, te daré un premio.
—Me tratas cómo a un niño.
Alex no dijo nada más, se limitó a observarme con diversión y degustar su desayuno. Probé el emparedado y mordí mi labio para no sonreír; debía admitir que estaba delicioso, pero, estaba seguro que si lo mencionaba, Alejandro podría obligarme a desayunar eso todos los días y no era algo que quisiera, de todas maneras, tal vez me gustaba porque tenía demasiada hambre. Ignoré los huevos y las salchichas, prefería no comer algo que tuviera mucha grasa, después de todo, tenía días sin ir al gimnasio, aunque, las actividades con Alex eran mucho más demandantes; decidí comer las tostadas francesas.
Ante el primer bocado, sentí que mi boca se derretía por el sabor; me traicioné a mí mismo al soltar un suspiro — que rico… — susurré llevando un poco más de pan a mi boca, con algo de crema y fresas.
—Entonces, si te gustó — Alex tenía su vista clavada en mí, esperando mi respuesta, su sonrisa era triunfal.
Me quedé con el tenedor en la mano y baje la mirada — sí, me gustó — aseguré.
—Sabía que al ‘conejo’ le gustaría algo dulce — volvió su atención a su comida.
Alex estaba terminando todo lo salado; algo de carne, champiñones, un poco de huevo, todo era revuelto con su tenedor para probarlo de un solo bocado.
—Tus desayunos son tan extraños — llevé otro poco de tostada a mi boca y cerré mis ojos para disfrutarla.
—Tengo mucho trabajo y casi todos mis días son complementados con actividades físicas, algunas por desgracia, no puedo incluirte — bebió de su jugo y dejó el plato vació de lado — no siempre desayuno tan pesado, pero, hoy es un día libre, puedo hacerlo, además, ayer me porté bien, ¿o no?
—Sí, es cierto — terminé mis tostadas y repasé mi charola, tomando el pequeño plato de frutas y preparándolas con yogurt, granola y miel — Alex… ahora que lo mencionas, ¿qué haces durante el día?
Sabía que tenía trabajo, pero, entre revisar documentos, checar la actividad financiera y tener sexo conmigo, no podía pensar que tuviera suficiente tiempo para hacer otras cosas que no fuera su trabajo.
—Un día lo pasarás conmigo — sonrió tomando el plato con hotcakes — serás mi distracción personal — se relamió los labios — una deliciosa distracción.
—¡Alex!
El rojo cubrió mis mejillas, mientras el bocado de frutas quedó a medio camino; la vergüenza me inundó al notar que la joven que atendía a Alex había escuchado esas palabras, ya que estaba llegando para servir más jugo en el vaso.
¿Por qué tenía que provocarme de esa manera? Él sabía lo que lograba en mí y no le importaba, o quizá, simplemente le gustaba hacerlo a propósito; sí, la segunda era la aseveración indicada.
—Está bien… — rió — gracias — despidió a la joven quien se retiró con una amplia sonrisa — no todo mi trabajo es tan demandante — explicó — a veces tengo tiempo de distraerme porque sólo debo firmar documentos o revisar estados financieros… pero otras veces, tengo que ir a juntas con personas importantes, inversionistas, algunos empleados y socios… así que, en ocasiones, si no tengo suficiente tiempo, que son escasos los días que eso ocurre, me programo — bebió de su jugo y prosiguió — así, mientras hago algo de mi trabajo, puedo hacer ejercicio, pero eso provoca que mi cuerpo y cerebro trabajen más, por lo que necesito una mejor alimentación.
—¿Cómo puedes trabajar y hacer ejercicio al mismo tiempo?
—Alguien me lee los documentos importantes — aseveró y siguió comiendo sin darle mucha importancia.
—¿Alguien? — mordí la cuchara — debes tenerle mucha confianza a esa persona.
—Sí, se la tengo, sé que ella haría cualquier cosa por mí y jamás me traicionaría.
—¿Ella? — la punzada de celos no se hizo esperar en mi pecho, pero trate de sonar tranquilo para disimularlo.
—Marisela.
Alex siguió comiendo sus panqueques, yo por mi parte, me quedé observándolo con seriedad; mi primer impulso fue reclamar, pero me contuve apretando mi mandíbula. No me iba a comportar como una persona celosa, aunque, estaba dándome cuenta que los celos estaban despertando con suma rapidez desde que Alex había vuelto a mi vida. ¿Por qué antes no era así? Tal vez porque antes no me importaba, pero ahora con Alejandro, era diferente. Lo quería para mí; era un pensamiento egoísta, pero así lo sentía, pese a todo y todos, era algo imposible de evitar y saber que tenía a alguien más, en quien depositaba confianza ciega, me hacía sentir inquieto, incómodo y molesto.
—¿Pasa algo? — la voz de Alex me hizo salir de mi estupor.
—No — negué y sonreí forzadamente — Marisela… ¿es la chica que programó la entrevista con los reporteros? — tenía mi vista posada en mi plato con frutas y llevé otra cucharada a mi boca.
—Sí — prosiguió — es la encargada de las relaciones públicas y mi secretaria personal.
—Así que es la que te prepara el café… — murmuré.
—Erick… — la voz seria de Alejandro me obligó a levantar la vista para observarlo — no me dirás que estás celoso, ¿o sí?
—¿Yo? — pregunté con una sonrisa nerviosa — claro que no, pero si es tu secretaria debe preparar tu café, igual que lo hace Lucía conmigo, ¿no es así? A menos que haya algo más entre ustedes y no solo te sirva el café… — me traicioné a mí mismo con esa última frase.
Alejandro suspiro, perdió su vista en uno de los ventanales y guardó silencio por un momento, después, su voz se escuchó con seriedad.
—La verdad, Marisela y yo tuvimos algo que ver — esa simple frase me dejó helado — pero ahora solo hay cariño de amigos, además me respeta y es una de las pocas personas que tiene mi confianza completa — aseguró.
—¿Por qué me lo dices entonces? — mi voz sonaba molesta y terminé con rapidez la fruta dejando el recipiente de lado con un golpe en la mesa.
—Porque no quiero mentirte… — dudó por instantes, pude notarlo por que desvió su mirada, algo me ocultaba, era notorio — no quiero que pienses cosas que no son.
—¿Fue tu amante?
—Sí — respondió con rapidez.
—¿Por cuánto tiempo? — insistí, si había algo más, solo haciendo las preguntas correctas iba a enterarme.
—No lo sé, porque no fue, ni es una relación estable — aseguró — cuando terminaba con un amante y necesitaba desahogar mis necesidades de sexo, Marisela siempre estuvo ahí, siempre ha estado ahí, así que, en tiempo, te puedo decir que, algunos años.
«Años» la palabra me estremeció; él dijo que no duraba con sus amantes y ahora, decía que tiene una secretaria con la cual se había relacionado durante años. Mordí mi labio mientras respiraba para calmarme.
—¿Es… tu pareja…? — pregunté después de un momento.
—No — volvió a negar — solo es una relación donde obtengo sexo cuando lo necesito, ella sabe que no la quiero como pareja y jamás tendré algo serio con ella.
—Entonces, ¿cómo sigue contigo?
Alejandro suspiró, dejó los cubiertos de lado y se recargó en la silla. Me observó por encima de sus lentes con seriedad.
—Es difícil explicar — dijo al fin.
Fruncí mi seño y posé mi vista directamente en él — pues más vale que intentes explicarlo — espeté con tanta seriedad, que Alejandro se sorprendió.
Por un instante, él guardó silencio, parecía pensar cómo abordar el tema.
—Conocí a Marisela de una manera impropia — empezó a hablar después de beber de su jugo — así que, cuando me enteré de su situación, le ayudé a salir de un problema que tenía con su anterior jefe — dijo como si no le importara — ella y yo tuvimos sexo pero no fue nada serio — su voz sonaba completamente segura — cuando se quedó sin empleo, yo le di trabajo a cambio de algunos favores y de que me satisficiera cuando yo lo necesitara — se alzó de hombros restándole importancia — así ha sido, hasta que volví a encontrarte — terminó de hablar y volvió a comer, esta vez, algo de fruta.
—¿Y eso era lo difícil de explicar? — levanté una ceja, no podía creerle con tanta facilidad, algo no concordaba — me estás mintiendo, Alejandro — apreté mis puños sobre la mesa.
—No — negó — solo no te estoy dando los detalles, es muy diferente.
—¿Por qué todo lo tienes que tergiversar a tu favor?
—No lo hago — volvió a negar con el rostro, de forma lenta — pero, no quiero contarte de eso, hasta que sea el momento.
—Y, ¿cuándo va a ser momento? — insistí, me desesperaba que me tratara como un idiota que no entendía las cosas.
—Cuando te vayas conmigo.
—Y, ¿si no me voy contigo? —pregunté con recelo.
—No hay opción, Erick, te vas a ir conmigo — aseguró mientras su rostro se ensombrecía.
Crucé mis manos cerca de mi rostro, cerca de mi boca y desvié la mirada. Alex no permitiría que yo me alejara de él y eso me agradaba, era notorio que sólo me quería a mí, pero, el no saber mucho de Alejandro, era una situación algo incómoda.
—No creo que me sienta bien si esa mujer sigue a tu lado — volví a verlo a los ojos.
—¿No te basta con saber que no volveré a tocarla? — su voz era suave, trataba de seducirme para que cediera.
—Y a ti, ¿no te basta con saber que te amo? — pregunté con suavidad, intentando que entendiera mi sentir — así puedes dejarme aquí, en donde vivo y podríamos vernos cuando yo tenga vacaciones de mi trabajo.
—¡No! — respondió con gravedad.
Su actitud, consiguió que yo también me pusiera a la defensiva — entonces, ahí tienes mi respuesta a tu pregunta también.
Por primera vez, Alejandro parecía frustrado, respiró profundamente, movió su rostro nerviosamente, posó su mirada en el piso y pasó la mano por su cabello — tengo que pensar qué voy a hacer…
—Bien — sonreí de lado — dependiendo tu respuesta, sabremos si me voy contigo o no.
—Eso no está a discusión, Erick — insistió con molestia.
—Lo está desde este momento — golpee la mesa con la punta de mi índice — ahora que sé, que tienes de secretaria personal, a una mujer que te satisface sexualmente, especialmente, cuando no tienes un amante de planta, ¿piensas que voy a acceder a irme contigo con tanta facilidad? ¿Para qué? ¿Para tenerme a mí en tu cama y a ella sobre tu escritorio? — solté las palabras con algo de amargura.
—Erick — Alex entornó los ojos y apretó los puños — no tienes que verlo de esa manera, sabes muy bien que no es así.
—¡Ah!, ¿no? — levanté una ceja — entonces, ¿cómo quieres que lo mire?
—¿Por qué no la conoces primero y luego discutimos?
—¿Conocerla…? ¿Tú crees que yo voy a querer conocerla? ¿En serio? — mi voz sarcástica lo estaba sacando de sus casillas.
—Tú me dijiste que conociera a tus amigos y que quedara en buenos términos con ellos — reprochó — lo hice, ahora tú, conoce a Marisela.
—Sí, te dije que conocieras a mis amigos, no a mis amantes — reproché.
—¡Erick! — su voz resonó en el lugar, además se puso de pie golpeando la mesa con sus manos y derramo algo de jugo al caer su vaso.
Yo no dije nada, me recargué en la silla y crucé los brazos en mi pecho; lo observé desafiante, no iba a tratar a esa mujer, ni aunque me llevara a rastras. Alejandro apretó los puños, observándome con seriedad, sabía que analizaba la situación; en ese momento, una voz suave, con un ligero tinte de miedo, se escuchó.
—¿Señor…?
Alex giró el rostro, observando a la joven que le había servido a él; llevaba una servilleta de tela para limpiar el líquido que se había esparcido por la mesa. Él se contuvo, volviendo a sentarse, permitiendo que la chica se acercara; ella parecía un ratón asustando al estar a un lado de nosotros y yo me sentí culpable por la situación.
—Gracias… — dije con una sonrisa amable cuando se iba a retirar, con el vaso.
—¿Desea algo más? — preguntó para Alejandro, pero él no respondió, sólo le dirigió una mirada, con la que parecía querer fulminarla.
La joven dio media vuelta y caminó con rapidez, alejándose de nosotros.
—No tienes que ser tan agresivo — lo reprendí.
—Sabes que así soy.
—Sí, lo sé… — mi voz era cansada — pero eso no te da derecho a tratar así a una muchacha, que está haciendo su trabajo — él seguía molesto, serio, no entendía por qué su reacción, solo quería que supiera mi incomodidad por esa mujer y él no parecía querer comprenderlo — Alex… — lo llamé con suavidad — dime la verdad, ella… ¿te gusta?
—No exactamente.
Recargué mis antebrazos en la mesa, respiré profundamente y di unos golpecitos con mis dedos, en la superficie — esa no es una respuesta, Alejandro — tenía que echar mano de toda mi paciencia en este momento, si yo también me enojaba, las cosas no iban a salir bien.
—Es bonita — respondió — sexy, tienes buenas técnicas para entretener, pero no la quiero conmigo por eso, Erick.
Cada palabra me provocaba unas punzadas en el pecho y un ardor en el estómago que quizá, iba a provocar que devolviera lo que acababa de desayunar — ¿entonces? — pregunté con calma, entrelazando mis manos y apelando a toda mi fuerza de voluntad.
—La necesito porque, es la única persona en la que podría confiar para cuidar de mis cosas — respondió con toda la seriedad de la que era capaz.
—¿Acaso no tienes más empleados? — pregunté intrigado — ¿qué hay de Julián y Miguel?
—Julián y Miguel son los únicos a los que les confío mi vida al cien por ciento y de igual manera, les confiaría la tuya, pero no son personas capaces para mis negocios.
—Y, ¿Marisela sí? — el tono de mi voz ya denotaba mi molestia.
Alejandro se puso de pie y caminó hasta mí, se inclinó y colocó una de sus rodillas en el piso, sujetó mis manos y la acarició con delicadeza — si hubiera alguien más, que pudiera encargarse de mis negocios, para que yo pudiera pasar todo este tiempo contigo, te juro que ya lo habría contratado y a Marisela, la hubiera enviado a otro lugar para que no te incomodara — respiró profundamente — pero no hay nadie, no confío en nadie y ten por seguro, que no habrá nadie que tenga mi confianza para eso — aseguró — no creo que lo entiendas ahora mismo, pero, cuando nos vayamos de aquí, te explicaré todo.
Mordí mi labio inferior. ¿Por qué Alejandro me hacía eso? Esa voz, esa mirada, esas acciones, ¿cómo negarme a esa manera de tratarme? A pesar de estar lleno de celos y enojo, no podía reprocharle nada, después de todo, los últimos días había estado siempre conmigo, me había amado de formas inimaginables y me había hecho llegar al cielo.
—Pero… — suspiré — estoy celoso — me sinceré, sintiendo como toda la amargura que estaba tratando de ocultar, afloraba en mi voz y mi semblante — ya no voy a poder estar tranquilo después de saber eso.
—¿Por qué estarías celoso, mi amor?
«Mi amor», cuando escuche esa frase, sentí que mi cuerpo flotaba en un cumulo de nubes. Eso era para Alex, no era simplemente su ‘conejo’ o un amante al cual desechar con facilidad, me lo había demostrado.
—Porque… — titubee nervioso — ella es bonita, sexy, tiene buenas técnicas para ‘entretener’ — repetí lo que Alejandro había dicho con anterioridad — y tiene toda tu confianza.
Alejandro soltó una carcajada y se incorporó, se acercó a mí, besándome con delicadeza.
—Es lo que puedo decir de una mujer — susurró — pero, nada de eso vale si lo comparo contigo — sonrió conciliador — para mí, Erick, tú tienes muchas cualidades que son mejores, eres perfecto, hermoso, dulce, inocente… te falta técnica, pero eso es lo más atrayente, porque te vas adecuando a mí — se movió hasta dejar sus labios cerca de mi oído y yo cerré mis ojos dejándome llevar — a mis deseos, a mis caprichos y cuando eso pasa, te desinhibes y me muestras ese lado sensual, vibrante y apasionado, que nadie más conoce de ti — su lengua repasó mi oreja, produciéndome un escalofrío — tú eres lo que yo necesito para ser feliz, Erick.
Un ligero gemido escapó de mis labios ante esa declaración — Alex… — mi boca estaba seca, mi mente ya estaba empezando a nublarse, pero logré moverme para alejarlo — eso… — carraspee para poder hablar, porque mi voz no salió adecuadamente — eso es muy lindo, pero no me agrada la idea de que ella siga a tu lado.
—Está bien — besó mi frente y sonrió — buscaré la manera de complacerte, pero hasta que nos vayamos juntos — acotó — así puedo encargarme personalmente de mis asuntos y a ella, mandarla a uno de los hoteles en otro país, ¿de acuerdo?
—¿Puedo confiar en ti? — lo miré directamente a los ojos.
—¿Alguna vez te he fallado?
Hice un mohín, realmente, Alex se esforzaba siempre en mantenerme feliz y cumplir con lo que le pedía, así que por ese lado, no podía reprocharle nada — está bien — sonreí — pero no me pidas que la trate, sería incómodo para mí, no sé para ella.
—No tienes que tratarla — Alex seguía cerca de mí, inclinado, con su rostro a unos centímetros del mío, su respiración rozaba mi piel — haremos lo que desees.
Moví mi mano hasta colocarla en su nuca y lo acerqué a mí para besarlo con algo de fuerza, de alguna forma quería liberar el enojo y frustración que sentía, después de enterarme de lo que sucedía con su secretaria; entreabrí mis labios y le permití entrar a mi boca, Alex se aprovechó de mi ofrecimiento, su mano se posó en mi cuello, cerca de mi mandíbula y sus dedos rozaron mi piel, mientras su lengua jugueteaba con la mía.
—Así… — se relamió los labios cuando se alejó — esas actitudes me gustan de ti, ‘conejo’ — mi pecho se movía al compás de mi respiración, la mano de Alex acarició mi mejilla — ese hermoso sonrojo que cubre tu rostro, por la mezcla de vergüenza y deseo — sonrió triunfal — eso es lo que te hace especial y único.
Depositó un beso suave en mis labios y se alejó para volver a sentarse en su silla, dejándome algo perturbado en mi lugar.
—¿Deseas seguir comiendo? — la voz de Alex era tranquila, se había sosegado con rapidez, cómo siempre.
—No… — negué y traté de calmar mi respiración, algún día aprendería a hacerlo igual que él — está bien así, ya terminé los tres platillos…
Sonrió complacido — entonces, es mejor irnos — volvió a ponerse de pie ofreciéndome la mano — vamos, hay algo que hacer, antes de irnos de aquí.
Acepté su mano sumisamente y Alex se movió hasta quedar tras de mí; pasó sus manos por mis costados y me abrazó, colocando su barbilla en uno de mis hombros.
—Quisiera — habló mientras me guiaba hacia la puerta — que el próximo año estemos en otro lugar, juntos, tú, yo… los niños…
—¿Estás seguro? — cerré mis ojos y me dejé llevar por él, sin temer a que algo pudiese ocurrirme, pues en sus manos depositaba toda mi confianza.
—Claro, ¿no te gustaría?
—Y, ¿tú reputación?
—Mi reputación — soltó una ligera risa — ¿qué es lo que te preocupa de mi ‘reputación’? Además, cuando nos vayamos, te casarás conmigo.
—¡¿Casarnos?! — salí de mi ensueño automáticamente.
—Sí — asintió y ejerció más presión en el abrazo, para que no me alejara — ¿Por qué crees que te irás conmigo? Tendrás que elegir… Holanda, España, Bélgica, Noruega… — enunció con lentitud — en lo personal, Noruega me llama más la atención, pero hay muchos países dónde podríamos quedarnos.
—¿Por qué tenemos que ir para allá? — cada vez me asustaba más la idea.
Llegamos al lugar dónde habían quedado nuestras cosas. Alex se separó de mí y me colocó el gorro — porque, allá podemos casarnos y adoptar hijos legalmente, sin ningún problema — puso la bufanda en mi cuello.
—¡¿Hijos?! — moví mis manos, alejando la bufanda de mi boca para poder hablar — ¿crees que yo quiero adoptar un hijo?
—Tienes razón, deberíamos conseguir a alguna mujer para que tenga un hijo tuyo — se alzó de hombros — a mí me gustaría tener un pequeño Erick, corriendo por la casa.
—¡Alex!
—¿Prefieres un pequeño Alex?
—Alejandro, ¡¿de qué estás hablando?! — su actitud y sus palabras, me estaban alterando.
—Tienes razón, podrían ser niñas, sería bueno también, dicen que son más dulces — me entregó mis guantes y se los arrebaté en un movimiento.
—Alejandro, tú estás haciendo planes sin… sin tomarme en consideración… — intenté colocarme un guante pero mis nervios me estaban impidiendo hacer las cosas correctamente, así que metí mal los dedos sin darme cuenta.
—Lo lamento — una leve sonrisa adornaba su rostro, volvió a sujetar mi mano y me ayudó a colocar mi guante correctamente — pero es algo que he estado pensando, te quiero conmigo — sentenció — quiero que juntos formemos una familia, tener uno o dos hijos, además de tus hijos actuales.
—Alex… — titubee — yo no soy una persona con vocación de padre.
—Realmente, yo tampoco lo pensé — se sinceró con una amplia sonrisa — pero, ¿por qué dices eso?
—Pues… — pasé saliva — porque nunca pensé en tener hijos cuando estuve casado con Vicky — suspiré cansado — no era algo que me llamara la atención.
—Pero te gustan los perros, eres muy bueno con ellos.
—Los niños no son perritos — alegué molesto — ¿crees que son animalitos que se conforman con un poco de cariño? Necesitan atención, cuidados, tiempo, paciencia…
—¿Ves? — acarició mi mejilla — serías un buen padre.
Apreté mis labios y giré para no tener que verlo, mientras me colocaba la gabardina — ¿podríamos hablarlo después? — empecé a abrochar los botones — no es un asunto que quiera discutir en este momento — pensar en ello iba molestarme y necesitaría otra taza de café.
—Bien, tendremos tiempo de hablarlo más adelante.
Me quedé en silencio; mientras Alex se colocaba sus pertenencias, me observaba de reojo, sonreía y parecía divertido ante mi consternación. Ahora que conocía las verdaderas intenciones de Alejandro, me sería muy difícil estar tranquilo; él esperaría una respuesta de mi parte y conociéndolo, buscaría por todos los medios tener una satisfactoria para sí mismo.
Cuando por fin terminó, salimos del lugar, tomamos nuevamente el elevador y bajamos algunos pisos, llegamos a unas oficinas y una joven que estaba ahí se puso de pie al recibirnos.
—Buenos días — dijo nerviosamente.
—Buenos días — respondí amable.
Alejandro no contestó, su semblante era serio — ¿están el señor Elizondo y la señorita Sánchez?
—Sí, señor — asintió con rapidez.
—Avísales que estoy en la sala de juntas de este piso, que se apresuren porque quiero irme pronto.
Alejandro me agarró de la mano y me llevó hasta una puerta grande, que estaba al fondo de un pasillo. No dijo nada más, hasta que entramos.
—Te dije que no tenías que tratar a Marisela — me guió a sentarme en una silla, frente a una mesa grande, se quitó los guantes dejándolos a un lado — pero, lamentablemente, le pedí que hiciera unos arreglos para hoy… — quise replicar pero no me lo permitió — no tienes que tratarla, ni hablar con ella, pero te aseguro que será la última vez que tengan que relacionarse.
Entorne mis ojos — está bien — dije sin interés.
Alex besó mis labios y sonrió; en ese momento un golpeteo en la puerta se escuchó.
—Adelante — Alejandro levantó la voz y tomó asiento a mi lado.
Cuando la puerta se abrió, Marisela entró rápidamente, portaba un traje sastre con pantalón; en esta ocasión, su cabello estaba recogido en un peinado alto y algunos bucles descansaban en sus hombros. Portaba unos lentes de marco grueso y pude notar, cuando se acercó, unos bellos ojos color aceituna; además, debía admitir que era muy hermosa, especialmente sus labios.
—Buenos días, señor De León, señor Salazar — su voz era melodiosa y amable, supuse que debido a su trabajo, sabía cómo tratar a las personas para hacerles sentir confianza.
Tras ella, un hombre, quizá de la misma edad que nosotros, entró cerrando la puerta. Tenía el cabello negro, peinado hacia atrás, era alto, quizá casi tanto como Alejandro; sus ojos castaños recorrieron el lugar, me observó y sonrió de lado. Su mirada me hizo estremecer, había algo en él que no me agradaba.
—Buenos días — la voz de ese hombre me dio escalofríos.
Tanto Marisela, cómo él, se acercaron hasta quedar al otro lado de la mesa. Marisela puso en la mesa la carpeta que llevaba, junto con un bolígrafo y los acercó a Alex, quedándose de pie; mientras, el hombre tomó asiento con mucha confianza, dejando otro folder sobre la mesa.
—Alejandro, ¿nos presentas? — me señaló con el rostro, sin quitar su amplia sonrisa.
Alex levantó una ceja y sonrió cínicamente — ¿crees que eres tan importante como para presentarte?
—¿Acaso no me tienes confianza?
—La suficiente, nada más — Alex respondió retador — pero está bien, te presentaré — giró el rostro — Erick, ese tipo de ahí, — lo señaló con el bolígrafo que Marisela le había proporcionado — es Antonio Elizondo, trabaja en el área de recursos humanos de este hotel — la forma que lo dijo me resultó extraña, no parecía del todo feliz con esa presentación — Antonio, este — pasó su brazo por mis hombros — es Erick Salazar y te prohíbo que te acerques a él, si yo no estoy presente — el siseo en la última palabra me puso sobre aviso, jamás, con ninguna persona que Alejandro me había presentado, se había comportado de esa manera.
—Entiendo — el otro sonrió de lado — no te preocupes, — prosiguió afable — no me acercaré, tranquilo, pareces animal defendiendo su territorio.
—No es mi territorio — Alejandro alejó sus brazos de mí y colocó sus antebrazos en la mesa, mientras abría la carpeta que tenía frente a él — es mi pareja y si lo tocas… — levantó la vista y sonrió fríamente — te mato.
Pasé saliva nerviosamente; dudaba que Alex cumpliera la última frase, pero no podía negar que había tensión en el aire y no comprendía el por qué, con exactitud. El hombre frente a nosotros soltó una carcajada, aunque parecía algo nervioso.
—Muy bien, ya entendí, tranquilo…
—Marisela… — la voz de Alex sonó más calmada — ¿están aquí todos los documentos que me faltaba firmar?
—Sí, señor — asintió con rapidez — todo está ahí, lo revisé desde ayer.
—Bien, ¿tienes lo que te encargué para hoy? — Alex empezó a firmar con rapidez algunas hojas.
—Sí, señor, con respecto al automóvil, solicité cinco para que eligiera, si desea hacerlo antes de bajar al estacionamiento, tengo un archivo con las especificaciones de cada uno y una fotografía.
—Tráelo — Alejandro ni siquiera la observó — y, ¿el empleado?
—Es muy difícil conseguir una persona con suficientes referencias, de un día para otro — cruzó sus manos frente a ella — me enviaron currículos de algunas agencias pero, creo que no son lo suficientemente buenos para el trabajo que ocupa, especialmente con la rapidez que espera — acomodó sus lentes con su mano — si me permite opinar, debería pedirle a Agustín o a alguno de sus guaruras personales que se encargue.
—Eso sería lo mejor — respondió — pero, Erick no quiere a ninguno de mis guardaespaldas para que sea su chofer.
—¿Un chofer? — Antonio se inclinó hacia enfrente — si buscas un chofer personal, hay muchos disponibles en el hotel, sabes que es uno de los servicios que ofrecemos.
—Lo sé — cerró la carpeta — pero no creo que sea lo que busco, o, ¿qué piensas Marisela?
Miré a Alejandro con molestia, ¿por qué tenía que preguntarle a ella sobre esa situación? Eso era un asunto en el que yo estaba inmiscuido, especialmente porque la persona que contrataría sería mi chofer.
Ella tomó el folder en sus manos — todos los trabajadores del hotel, por ahora, están bajo las órdenes del señor Elizondo — dijo mirando de soslayo al aludido — pero en lo personal, revisando sus currículos, ninguno tiene la capacidad adecuada para realizar el trabajo, exactamente cómo usted espera.
—Ahí está tu respuesta — Alejandro tenía una amplia sonrisa — ve por las fotografías de los autos por favor — volvió a dirigirse a Marisela.
—Por supuesto… señor Salazar, ¿desea un café? — preguntó antes de retirarse.
Levanté la vista, el simple hecho de verla y de que me hablara, me molestó; ella no estaba siendo grosera, al contrario, pero yo ya traía la predisposición para no tolerarla.
—Sí — respondí sin mucha amabilidad.
Ella asintió y se retiró.
—Insisto que puedes usar uno de los trabajadores del hotel, a menos que lo quieras permanente — Antonio acercó la carpeta que llevaba a Alejandro.
—No, es solo temporal — Alex aceptó lo que el otro le ofrecía, abrió el folder para revisar los papeles que estaban en el interior y sus ojos repasaron con rapidez las letras impresas en los documentos.
—Entonces no tiene nada de malo que uses un empleado del hotel, que además, es tuyo.
—Ya dije que no — su voz era molesta.
—Alex… — interrumpí — a mí no me molestaría, además, si me iré contigo, no tiene caso que contrates a alguien más, ¿no lo crees?
Alejandro me miró de reojo y Antonio sonrió — ¿lo ves?, si a Erick no le molesta, ¿por qué a ti sí?
—En primera — Alejandro habló con ira contenida, cerrando la carpeta de un golpe — para ti, es señor Salazar, no Erick — hizo la carpeta a un lado — y en segunda, eso lo voy a hablar con él antes de decidir y tú — lo señaló con su índice — no tienes por qué meterte.
—Disculpa — ladeó el rostro sonriendo con calma para Alejandro y después me observó — no quería molestarlo, señor Salazar… bueno — volvió a dirigirse a Alex — ¿qué opinas del informe?
—Tengo que revisarlo a fondo antes de aceptarlo, ya lo sabes.
—¿Tanto desconfías? — Antonio dio unos golpecitos a la mesa con sus dedos.
—No, pero tengo que leer a detalle cada hoja.
—Bien, entonces, si necesitas algo más… — se puso de pie — llámame, aún tengo trabajo que hacer, — amplió su sonrisa — con permiso, señor Salazar.
Su mirada nuevamente me estremeció. Algo tenía ese hombre que no terminaba de convencerme; pero no dije nada, ni me despedí. Antonio se dio la vuelta alejándose; cuando abrió la puerta para salir, Marisela estaba a punto de tocar, traía una pequeña charola en una mano y bajo el brazo, una nueva carpeta.
—Nos vemos más tarde, preciosa — fue lo último que se escuchó de Antonio.
Marisela entró y cerró la puerta tras ella, sin decir una sola palabra. Se acercó con rapidez y dejó la charola en la mesa, acercándola a mí, en la cual, había una taza grande con agua caliente, a un lado, una cuchara, un frasco de café, un recipiente con azúcar y además, un pequeño plato, el cual tenía galletas.
—Espero que le guste, señor.
—Gracias — dije secamente mientras agarraba la cuchara, para preparar mi café.
—Marisela — Alejandro estaba serio — investiga a fondo los hombres que realizan el trabajo de chofer aquí, lo necesito para mañana mismo.
—Sí, señor…
—Toma — Alex le acercó la carpeta que Antonio le había dejado — revisa estos documentos, especialmente la segunda hoja.
—Claro — asintió nuevamente, agarró el folder y le entregó la que ella llevaba — aquí están los automóviles — agregó — en lo personal, le recomiendo la camioneta crossfox blanca.
—Te pedí automóviles — abrió la carpeta viendo el primer modelo — sabes que no me gustan las camionetas.
Abrí los ojos enormemente al ver de reojo la foto del auto, parecía algo ostentoso, a pesar de que el color era oscuro; debía decirle a Alejandro que mejor usáramos el automóvil en el que siempre nos movíamos.
—Lo sé, señor — la voz de ella parecía tener un tono de disculpa — pero, si lo que desea es pasar desapercibido, usar una camioneta es lo mejor, ya que usted, nunca ha usado ese tipo de vehículos, precisamente porque no le gustan y menos, en color blanco.
Levanté la vista, eso era un detalle que no conocía de Alejandro. Era notorio que Marisela lo conocía muy bien, ¿cuántos años en realidad habían estado juntos? Esos detalles solo se conocen por pasar tiempo con otra persona, el suficiente cómo el que yo pasé con Vicky de matrimonio. Parpadee varias veces tratando de alejar de mi mente todas esas ideas; no debía pensar en eso, imaginar cuanto tiempo habían estado ellos dos juntos, compartiendo tiempo, viajes, recuerdos y especialmente, cama, me producía demasiada molestia. Apreté la taza al pensar en eso específicamente, me dolía y me llenaba de celos de solo imaginarlo; bebí algo de café para calmarme.
Alejandro terminó de revisar los automóviles y suspiró — tienes razón — dijo al fin.
Mi vista se posó inmediatamente en él, saber que le daba la razón a esa mujer, aunque fuese en algo tan trivial, me molestaba; dejé el café de lado, me puse de pie sin decir nada y caminé hacia uno de los ventanales. Me sentía mal por estar ahí, por tener que soportar a la amante de Alejandro como si fuese lo más normal; porque para mí, era eso, su amante.
—Que preparen la camioneta, saldremos en un momento.
—Sí, señor, con permiso.
Poco después, escuché la puerta cerrarse, yo ni siquiera giré mi rostro para despedirme de ella; recargué mi frente en el cristal del ventanal y suspiré cansado.
—Estás molesto — la voz de Alejandro se escuchó muy cerca — ¿por qué?
—¿Por qué crees?
—Por Marisela… — sus manos se movieron por encima de mi ropa, hasta posarse en mi pecho.
—Sí, por Marisela — asentí cerrando mis ojos — y por darme cuenta de lo bien que te conoce.
—No pienses en eso… — susurró cerca de mi oído — yo soy el que debería estar enojado.
—¿Tú? ¿Por qué?
—¿Por qué? — me hizo girar para verme directamente a los ojos — no me agrada que me contradigan y menos delante de alguien cómo Antonio.
—¿Contradecirte? — levanté una ceja.
—Sí, me contradijiste, ‘conejo’ — acarició mi rostro — había dicho que no quería ponerte un chofer de este hotel y tú, diste tu permiso.
—¿Qué tiene de malo? — suspiré cansado — es tu hotel, ¿no?
—Sí, lo es, pero aunque no lo creas, necesito que algunas personas trabajen aquí, pese a que no gocen de mi confianza plenamente y uno de ellos, es Antonio.
—Entonces, ¿por qué es quien se encarga de los trabajadores de tú hotel?
—‘Conejo’ — suspiró y me guió a la mesa nuevamente — te dije que soy dueño de muchas empresas y hoteles y lo soy, pero tengo algunos negocios que me obligan a tener relación con algunas personas específicas y por ello, tengo que tener empleados que trabajen para mis asociados también… — su explicación me estaba confundiendo — además, algunas relaciones comerciales, me exigen ceder en algunos casos, en este, por ejemplo, él — hizo un gesto de desagrado — es hijo de uno de mis socios y además de su trabajo aquí, es mi contacto con su padre y otras personas.
—Antonio no es tu empleado directo, ¿eso quieres decirme?
—¿Antonio? — levantó una ceja — ¿por qué lo tuteas?
—¿Cómo quieres que lo llame?
—No lo sé, quizá, ese hombre, el imbécil que estaba con nosotros, el tipo, la ‘cosa’ — se alzó de hombros — cualquier apelativo, incluso su apellido está bien, pero no te tomes tanta confianza, Erick, por favor…
Reí y acaricié su mejilla con suavidad — ¿el señor De León está celoso?
—Sí — rozó mis labios con su pulgar — no voy a negarlo, ¿acaso no te diste cuenta cómo te comía con la mirada?
—Me vas a decir que es gay y te preocupa que se fije en mí, ¿es eso? — pregunté un tanto divertido.
—Antonio es bisexual — aseguró — y en lo personal, creo que es una persona desagradable.
—Alex — sus palabras me sorprendieron — ¿no me digas que su inclinación sexual te molesta?, después de lo que pasa entre nosotros…
—No es eso — me indicó una silla mientras él se sentaba a mi lado, pero viéndome de frente — no me importa si se mete con hombres, mujeres, animales, lo que sea — aseguró — pero hay detalles de Antonio que no son agradables para mí, su manera cínica de comportarse, la manera en que ve a las mujeres que trabajan aquí, las insinuaciones a los empleados… por eso, ya dispuse que se quedará solo un tiempo, después lo enviaré a otro lado.
—¿Por qué?
—Porque este es un hotel importante para mí y no quiero que se quede en este lugar, podría traerme problemas… — suspiró — problemas que no deseo.
No comprendía las razones de Alejandro para hacer algunas cosas, pero eran sus negocios y solo podía aceptarlo que él decía, porque seguramente era lo mejor.
—Lo lamento — acaricié su rostro — no quise contradecirte, es sólo que, tú le diste la razón a… — tomé aire para proseguir — a Marisela y eso me molestó.
—Perdón — besó mis manos aún por encima de los guantes que portaba — no quise molestarte, te lo aseguro — hice una mohín, pero sonreí ante su caricia — ¿quieres terminar tu café para irnos? — preguntó con suavidad.
—No — negué — ya se enfrió — me excusé, la verdad, no tenía ganas, después de todo, ese café me lo había llevado esa mujer — y así no me gusta, ya los sabes…
—Bueno, vámonos, es tarde.
Ambos nos pusimos de pie y Alejandro tomó sus guantes para salir. No dijimos nada más durante el trayecto hacia el estacionamiento; cuando llegamos, un hombre le indicó a Alejandro dónde estaba la camioneta y le dio las llaves.
—Vamos — caminó junto a mí y me abrió la puerta del copiloto — hay que apresurarnos o no alcanzaremos a ir a dónde tenía planeado.
—¿Iremos solos?
—Sí, sólo tú y yo, en esta camioneta, ¿por qué?
—Es extraño — me alcé de hombros — siempre nos acompañan.
Alejandro no respondió, su sonrisa era divertida; subí a mi lugar, me coloqué el cinturón, él cerró la puerta y después se subió al lugar del piloto. Encendió la camioneta y finalmente puso música; me sorprendió escuchar una canción que conocía desde hacía años.
—Espero que el repertorio de música sea de tu agrado — dijo divertido — ayer busqué entre tu colección, aquellas que escuchábamos en la preparatoria.
—¿Aun recuerdas cuáles son?
—¿Cómo olvidarlas? Con esas canciones te enamoraste de mí.
Lo mire de soslayo conteniendo la risa. Ciertamente, Alejandro me había conquistado con su manera de ser, pero su gusto musical me cautivó, diferente a lo que normalmente se escuchaba en la ciudad donde vivíamos y por sobretodo, con canciones que me envolvían, haciéndome olvidar de todo lo que había a mi alrededor y que no me gustaba, además, algunas de ellas reflejaban muy bien mi manera de pensar.
Alejandro manejó hasta salir de la ciudad, tomamos un camino para ir a un pequeño pueblo colonial que se encontraba a una hora de la ciudad, el cual era muy reconocido e incluso, denominado ‘Pueblo Mágico’.
—¿Por qué iremos ahí? — pregunté curioso — no es época de visitas, la temporada turística terminó hace meses.
—Exactamente por eso vamos a ir — sonrió — pasaremos un rato a gusto, recorriendo el lugar y con tranquilidad.
—Entonces, no iremos a los atractivos naturales… — posé la vista en el exterior y sonreí.
—Lo lamento — se disculpó — te aseguro que lo intenté, quería llevarte a algún lugar al aire libre, pero debido al mal clima, los atractivos turísticos están cerrados — explicó — pero no te preocupes, en otra ocasión iremos a esos lugares.
—¿Cuándo? — lo miré intrigado — quieres que me vaya contigo a otro país.
—Podemos volver en otra temporada — me guiñó un ojo — eso no es problema.
En acto reflejo, moví mi mano y acaricié su mejilla — gracias — sonreí.
Él movió su mano y la colocó en mi pierna, ejerciendo presión sobre la misma — de nada…
* * *
Llegamos al pintoresco poblado casi a las doce del mediodía; Alejandro descendió de la camioneta después de buscar un estacionamiento y yo lo seguí. A pesar del clima, el lugar tenía mucha vida; había varias personas recorrían las calles, entre ellos, turistas extranjeros. Alejandro abrió la puerta trasera de la camioneta y sacó una especie de mochila.
—¿Para qué quieres eso?
—Es necesario — me observó con una amplia sonrisa — tengo fotos que tomar.
—¿Fotos? — me sorprendió su respuesta — ¿desde cuándo te gusta tomar fotos?
—Desde que me di cuenta que me agrada guardar recuerdos… especialmente de ti.
—Cómo si tuvieras muchos recuerdos míos — dije con sarcasmo.
—No, tienes razón, pero al menos, tengo una foto que me fascina, mira — sacó su celular y lo puso frente a mis ojos, mi rostro ardió al ver la imagen que tenía en el mismo, la foto que me tomó una noche en mi casa, después de ensuciarme con su semen — es mi imagen favorita — aseguró y volvió a guardar su celular — por eso quiero tomarte muchas fotos… claro, no tan excitantes cómo esa, ¿te molesta?
—No… — desvié la vista y sonreí nerviosamente — si eso te satisface, yo no tengo ningún problema…
—¿Posarás para mí?
No respondí, solo empecé a caminar y él sonrió ampliamente. Caminamos por las calles empedradas, recorriendo las tiendas de recuerdos. Alejandro no reparó en comprar todo lo que yo veía con interés; las artesanías locales eran muy reconocidas y a pesar de haber vivido tan cerca por años, jamás había ido al poblado, excepto para ir los atractivos naturales que rodeaban la zona. Alex compró dulces típicos y los compartimos sin importar algunas miradas curiosas de personas que nos rodeaban, en ese momento, nada importaba; además, mientras caminábamos, él me indicaba dónde colocarme para tomar fotos con la cámara que llevaba. Algunos edificios importantes y de arquitectura colonial impecable, plazas, fuentes e incluso, las fachadas de las iglesias, fueron los lugares que Alejandro prefirió para tomarme fotos; me colocaba a su gusto y me hacía reír con sus indicaciones.
Poco después de las dos de la tarde, buscamos un lugar dónde comer; a pesar de que había desayunado bien, habíamos recorrido casi todo el pueblo de arriba para abajo, caminando y debíamos recuperar las fuerzas. Comimos en un restaurante local, la comida típica de ese lugar era reconocida, así que, Alejandro y yo disfrutamos de ella, además de tomarnos fotos en el pequeño restaurante, ya que la decoración era una verdadera joya. Al salir de ahí, seguimos caminando, estábamos por terminar de recorrer el lugar y pronto volveríamos a la ciudad.
Las campanas de la iglesia principal sonaron, su reloj marcaba las cuatro de la tarde y en ese preciso momento, noté algo extraño.
Alejandro recibió una llamada a su celular, me dejó sentado en una banca cercana al kiosco de la plaza, cuidando la mochila y la cámara; mientras él se alejaba unos pasos a contestar, revisé las fotografías que había tomado. Un ligero trueno se escuchó y levanté mi vista para observar el cielo gris, amenazaba con llover en poco tiempo y además, el viento frío arreció; a pesar de eso, aún se miraba gente caminando por las calles y la plaza. Alejandro volvió a mi lado, pero estaba distinto, empezó a comportarse de manera distante, incluso, su manera de tratarme cambió ligeramente, su semblante era serio y parecía observar con detenimiento nuestro alrededor.
—¿Quieres que nos vayamos ya? — preguntó mientras guardaba la cámara en la mochila.
—No lo sé — me alcé de hombros — se supone que tú me ibas a llevar a una cita, así que no tengo idea qué tenías pensado — él seguía sin dirigirme la mirada — ¿ya no vas a tomar más fotos?
—Quizá — sonrió de lado con crueldad — pero, creo que buscaré un mejor lugar.
—Alex… — acerqué mi mano hacia su rostro, pero él se movió evitando mi caricia, mordí mi labio y alejé mi mano de él — ¿qué te pasa?
—Nada — aseguró.
Iba a insistir, pero ante su semblante molesto, preferí quedarme en silencio; suspiré y froté mis manos, porque, a pesar de los guantes, sentía frío. Un relámpago cruzo el cielo y un gran estruendo se escuchó nuevamente, después, gruesas gotas empezaron a caer.
—Deberíamos resguardarnos de la lluvia, ¿no lo crees? — pregunté sin ver a Alejandro.
Pero él no respondió, se puso de pie con rapidez, me sujetó de la muñeca y me obligó a seguirlo sin decir una palabra.
—Alex… — lo llamé nervioso pero no me hizo caso.
La rapidez con la que Alejandro caminaba me obligaba casi a correr tras él; la lluvia arreció en poco tiempo, tan fuerte que se me dificultaba ver lo que había a algunos metros. No supe nuestra dirección, Alejandro me iba guiando en medio del aguacero, resbalé en varias ocasiones, pero la mano de Alex no me permitió caer. A pesar de lo que creí, no entramos a ninguna tienda, al contrario, recorrimos varias calles, a pesar de que apenas se miraba por la lluvia y poco después, llegamos a una de las iglesias, pero no a la principal, sino a la más modesta.
Me sorprendió notar que las puertas no estaban abiertas, pero Alex me llevó directamente a una puerta secundaria, a un costado del edificio; a pesar de que también parecía cerrada, él la abrió con facilidad, solo empujando con su mano.
—Entra — susurró y me permitió el paso antes que él.
—Pero, es la iglesia — respondí algo asustado, antes de dar el paso — y parece cerrada.
—Lo sé — rió — pero no te preocupes, no arderás sólo por entrar a este lugar, supuestamente ‘santo’.
—Pero… Alex… — quise negarme, más él me empujo y entré al recinto.
Ambos íbamos empapados; cada paso que dábamos dejaba una huella húmeda en el piso. Me quité la gabardina y el gorro, mientras repasaba con mi vista el lugar. Dudé; yo no era religioso, pero mi familia sí, por lo que había recibido todos los sacramentos de niño, aun así, tenía años que no pisaba una iglesia, desde mi boda con Vicky y eso, porque la familia de mi difunta esposa, insistió en que nos casáramos ante las leyes religiosas. Mordí mi labio, no me persigné, no quería ser irrespetuoso, pero tampoco tenía la suficiente fe cómo para hacerlo.
Al fondo, cerca del altar, pude notar que varios adornos alusivos a las fiestas decembrinas estaban colocados, había un nacimiento, un tanto sencillo y varias veladoras encendidas; un sonido cercano al altar logró que me sobresaltara. Un hombre, relativamente joven, pulcramente limpio, vestido de negro con alzacuello blanco, salió de una puerta de madera; tras él, varios hombres, vestidos informalmente, pero pude reconocer a dos de ellos, Julián y Miguel.
—Buenas tardes — saludó el sacerdote con respeto — bienvenidos a la casa del Señor.
—Buenas tardes — respondí rápidamente y bajé la vista avergonzado.
—Buenas tardes — Alex respondió afable — aunque eso de la casa del ‘Señor’, debo decir que no me convence mucho, padrecito.
—¡Alex! — lo reprendí — no seas irrespetuoso.
El hombre sonrió — no se preocupe, ya me habían dicho que el señor De León no era creyente y, ¿tú, hijo? — me preguntó con seriedad.
—Yo… bueno… — titubee — la verdad…
—La verdad — Alejandro pasó la mano por mi hombro, acercándome a él — ambos somos “pecadores” padre, pero usted sabe que no estoy aquí por eso.
El calor subió a mi rostro y posé mí vista en el piso, ¿por qué Alejandro tenía que portarse de esa manera? Y lo peor era que lo hacía ante un sacerdote, que si bien, ni Alex ni yo creíamos en la religión, debíamos tenerle respeto.
—Bueno, ¿me acompañas, hijo?
Levanté la vista, el hombre dio media vuelta; Alex me empujó ligeramente y me hizo una seña con el rostro. Entendí que quería que siguiera al sacerdote, así que, sin decir palabra, caminé tras él, pero le dirigí una última mirada a mi pareja; Alejandro le entregó la mochila a Miguel y empezó a quitarse la gabardina con rapidez, su semblante era serio, diferente a la sonrisa que tenía ante el sacerdote que nos recibió; Julián le hablaba casi en susurros y además, le hizo algunas señas hacia el frente de la iglesia.
—Adelante… — la voz tranquila del hombre, me hizo volver a ponerle atención, había abierto la puerta por dónde había salido con anterioridad, para que pasara al interior.
—Gracias — respondí pero evité verlo a los ojos.
Yo me estaba muriendo de vergüenza, por lo que solo podía mirarlo de reojo; pude notar una sonrisa tranquila en sus labios y no parecía molesto en lo más mínimo. Entramos a una habitación grande, era la sacristía; el sacerdote caminó con paso tranquilo hasta una especie de armario.
—Ven, acércate — indicó con una mano para que quedara a su lado, abrió una de las puertas y sacó una maleta del interior — toma, me dijeron que esto es para ti.
—Gracias… — repetí escuetamente, no sabía qué más podía decir, ni siquiera sabía por qué estaba ahí; agarré la maleta y estrujé la correa.
—Ahí puedes cambiarte, — señaló otra puerta — si sigues empapado puedes enfermar.
Asentí y caminé rápidamente hacia la puerta, entré y cerré tras de mí nerviosamente, me recargué en ella suspirando — Alex… ¿por qué…? — pregunté mirando al techo y después negué, no sabía qué era lo que me tenía inquieto.
Dejé la maleta en el piso y empecé a quitarme la ropa, quedando sólo con el pantalón y la camiseta manga larga. Abrí la mochila y había un cambio completo para mí, parecido al que ya traía, incluyendo ropa interior, gorro, guantes y zapatos. Me cambié con suma lentitud, no quería salir rápidamente, eso podría implicar que estuviera delante del sacerdote y no estaba muy a gusto con esa situación. Después de varios minutos, no pude alargar más mi estancia ahí, así que, guardé las cosas que me había quitado en la maleta, a pesar de que estaban mojadas y salí nuevamente a la sacristía; el sacerdote estaba sentado en una silla leyendo un libro, levantó la vista al escuchar que salía.
—Mucho mejor, ¿no es así?
—Sí — me quedé de pié, con la maleta en mi manos y él sonrió.
—¿Pasa algo? — preguntó observándome fijamente, obligándome a desviar la mirada — no tienes que quedarte ahí, ven, siéntate, el señor De León probablemente tardará, o ¿tienes miedo? — dejó el libro al lado — nada tienes que temer en la casa de Dios.
—Gracias… — sonreí nerviosamente y me encaminé a la silla.
—Soy Gerardo Valle, el encargado de esta parroquia — sonrió ampliamente — tu nombre es Erick, ¿no es así?
—Erick Salazar — dije con rapidez — un placer, padre.
—El placer es mío… ¿por qué parece que tienes miedo?
—¿Yo? — levanté la vista pero rápidamente miré hacia un lado — no tengo miedo, es que… tenía mucho que no entraba a una iglesia, ni hablaba con un sacerdote.
—Entonces, si profesas la fe católica y eres creyente…
—No exactamente… bueno sí… pero fue hace mucho… es que… estuve casado pero… es difícil explicar.
—Antes que nada, debes calmarte — soltó una risa ligera — no voy a regañarte — levantó una ceja — estás muy nervioso, ¿crees que te diré algo inadecuado?
—No, pero, me da algo de vergüenza… es todo.
—¿Has hecho algo por lo que te avergüences delante de mí?
Esa pregunta logró que mi mente recordara algunos momentos con Alejandro; mi rostro ardió con rapidez y tomé una bocanada de aire, para después, respirar agitadamente.
—Por tu reacción, parece que sí — comentó el sacerdote curvando sus labios ligeramente.
Mordí mi labio y estruje los guantes entre mis manos.
—¿Lo que dijo el señor De León es lo que te tiene inquieto?
—Sí… — asentí — la iglesia tiene una postura un poco… — dudé para proseguir — seria, con respecto a ciertas cosas… por eso, me da vergüenza con usted.
—Yo no soy quien para juzgarlos, para eso está nuestro padre — señaló al techo con su dedo.
Mordí mi labio para no replicar; no quería decir algo que molestara al sacerdote, ni tampoco que lo tomara cómo una agresión a la religión, pero había muchas cosas con las cuales yo no estaba de acuerdo con la misma.
—Bien, te explicaré un poco por qué estás aquí, para que te tranquilices — el sacerdote se acomodó en la silla y cruzó sus manos en la mesa — los trabajadores del señor De León, vinieron hace un rato, me pidieron ‘asilo’ para ti, mientras su jefe arreglaba un asunto.
—¿Asilo? — levanté mi vista de inmediato, confundido.
—Creen que, física y moralmente, estarías aquí sin ningún riesgo, mientras tu acompañante no estuviera contigo.
—No lo entiendo — negué — ¿qué riesgo podría haber?
—No lo sé y yo tampoco lo entiendo, pero no le puedo negar la ayuda a alguien cuando me la pide, aunque dejaron claro que no debía preguntar mucho — especificó — su jefe es una persona importante, así que, cualquier cosa, él iba a hacerse responsable.
—¿Económicamente? — pregunte con un dejo de molestia.
—Si es necesario, sí.
—Entonces, estoy aquí, porque Alejandro le va a pagar para que me permita estar por un rato, sin decirme nada, ¿es eso? — pregunté con molestia, al saber que su amabilidad era fingida.
—No, él me pagará por tener la iglesia cerrada — sonrió — la iglesia no debe cerrar sus puertas hasta entrada la noche, pero él quiso que fuera de esa manera — su voz sonaba tranquila, no parecía mentirme — hay personas que vienen durante el día y algunas se refugian en la casa de Dios, cuando el clima está así, especialmente los que no tienen hogar — explicó — y, ¿qué es lo que esperabas que te dijera? ¿Qué te regañara por tu relación con él? — me observó con seriedad, pero tenía una sonrisa dulce — Dios es el único que puede juzgar, nosotros en la tierra no tenemos el derecho de hacerlo y si hay amor, mientras haya respeto, no hay nada que un ser humano cómo yo, pueda decir.
—Eso no es exactamente lo que la iglesia predica — dije entre dientes.
—La religión sabe aceptar los cambios y especialmente las nuevas generaciones de párrocos, sabemos que hay diferentes clases de amor — dijo con total convicción — como dije, mientras haya respeto, no puede hacerles mal y nosotros no podemos juzgarlos.
—Desde siempre… — titubee — he sabido que, a las personas cómo yo, casi nos mandan a la hoguera — aseveré con seriedad.
—Sí, bueno, la tolerancia es un valor que los más ancianos no tienden a practicar lo suficiente, pero no estás ante uno de esos sacerdotes — rió — tengo poco de haberme convertido en diácono, así que tranquilízate, todo estará bien.
—Entonces, ¿usted está a favor de…? — no quise terminar la pregunta, para no ofenderlo.
—Ni a favor, ni en contra — respondió seriamente — cómo dije, no está en mí juzgar, sino en Dios, pero si me piden ayuda, como un servidor de Nuestro Señor, debo brindarla sin ver a quién.
Comprendía sus razones, tal vez no apoyaba mi situación, pero al menos, era comprensivo hacia la misma y eso me hizo sentir mejor — gracias… — sonreí y respiré más tranquilo.
Un golpeteo insistente en la puerta hizo que el sacerdote se pusiera de pie — adelante — indicó con voz calmada mientras se acomodaba la ropa que traía.
—Lamento la tardanza — Alejandro entró, estaba completamente empapado, ya no traía su gabardina, ni sus lentes; tampoco portaba los guantes, ni la bufanda, pero en su mano llevaba una maleta parecida a la que el sacerdote me había dado.
—Pero si no tardaste mucho, hijo — el sacerdote sonrió — apenas estaba cruzando algunas palabras con Erick.
—¿De verdad? — Alex me observó — ¿ya te estaban sermoneando?
—¡Alex! — lo observé con enojo, no me gustaba que dijera cosas tan impertinentes delante del cura.
—No, si no lo estaba regañando — sonrió el hombre — solo quería calmarlo, parecía asustado.
—Es que Erick es cómo un conejo, se asusta con facilidad — su voz sonaba divertida — disculpe padre, ¿dónde puedo cambiarme?
—En esa habitación — volvió a señalar la puerta dónde yo me había cambiado.
—Gracias y… padre — Alejandro se detuvo un momento — ya puede abrir las puertas de la iglesia, si gusta.
—¿Terminaste tu negocio, hijo?
—Sí — sonrió cínicamente — lo finiquité.
—Bueno, entonces, abriré las puertas para los que necesitan refugiarse de la lluvia, con permiso.
—Si necesita ayuda, mis hombres están a su disposición, para cualquier cosa.
—Gracias, yo les aviso de ser necesario.
El sacerdote salió de la sacristía y Alejandro fue a la habitación para cambiarse, sin dirigirme una sola palabra. Me quedé sentado un momento, dudando en ir a buscar a Alex, pero al final, me decidí; tenía curiosidad de saber qué había sucedido, así que me acerqué a la puerta donde se cambiaba, golpeando ligeramente para llamar su atención.
—Alex… — llamé con suavidad, pero no recibí respuesta; recargué mi frente en la puerta y suspiré — Alex… — insistí.
La puerta se abrió, él sólo traía su pantalón, me observó seriamente, su sonrisa perversa me hizo estremecer. Con rapidez me agarró del brazo acercándome a él y me besó con fuerza.
—Alex… — traté de alejarme pero cerró la puerta y me apresó entre su cuerpo y la misma — Alex, aquí no…
—¿Por qué no? — preguntó con voz ronca mientras trataba de deshacerse de mi ropa.
—¡Porque estamos en una iglesia!
Alejandro se alejó, observándome un tanto consternado — y, ¿qué importa? Estoy excitado y quiero poseerte — alegó.
—Yo… — mordí mi labio — es que no podemos aquí… sería irrespetuoso.
—Erick — soltó el aire con molestia — no me digas que ahora te das ‘golpes de pecho’…
—No es eso — negué — pero, al menos hay que respetar a los demás… a mí me da vergüenza con el sacerdote.
Alejandro negó, entornó los ojos, me dio la espalda y empezó a quitarse el pantalón — la próxima vez te mando a un lugar menos ‘santo’ para que no te avergüences — estaba molesto, lo notaba en su voz.
Suspiré cansado, yo entendía lo que sucedía, ni él ni yo creíamos en la religión, pero el negarme no era por creencias, sino por respeto.
Me acerqué a él y lo abracé por detrás — lo siento… — recargué mi rostro en su espalda húmeda — pero, no puedo ser tan desinhibido como tú.
Alex acarició mi mano con la suya — está bien, pero tendrás que compensarme saliendo de aquí…
Acercó mi mano a su rostro y lamió mis dedos con insistencia, cuando un gemido escapó de mis labios él giró nuevamente y me abrazó, besándome con pasión, hurgando en mi boca con su lengua. Mi respiración se agitó, estaba por ceder ante las caricias de Alejandro; moví mis manos para jugar con su cabello empapado, pero él se alejó de mí.
—Ve a sentarte — ordenó — o no podré contenerme más… en este momento te necesito ‘conejo’, necesito tu cuerpo… y te aseguro que, no dudaré en poseerte si sigues aquí.
Asentí nerviosamente y salí de esa habitación cerrando la puerta. Volví a sentarme en la silla, recargué mi frente en la mesa, mi cuerpo ardía y sentía cierta incomodidad en mi entrepierna; incluso, tuve el impulso de tocar mi sexo para satisfacerme, pero cuando giré mi rostro, observé una imagen religiosa y preferí no hacerlo. Apreté los parpados y traté de controlar mi respiración.
Momentos después, la mano de Alejandro se posó en mi hombro y levanté la vista — ¿te sientes mal? — preguntó.
—No… — susurré con media sonrisa.
Alex se acuclilló a mi lado, dejando en el piso la maleta que llevaba — ¿quieres ir con un médico? — su mano movió mi cabello para tocar mi frente — estás rojo — aseguró con algo de preocupación.
—Estoy bien — mordí mi labio — no te preocupes — negué — Alex, ¿por qué estamos aquí? No pensé que tuvieras un asunto pendiente hoy.
Alejandro me observó con seriedad — no lo tenía — respondió — fue algo imprevisto, pero pude solucionarlo con rapidez…
—¿Era de tu trabajo?
—Sí, podemos decir que sí — levantó una ceja — pero ya quedó terminado, de los detalles se encargarán mis hombres.
—Me dijiste que vendríamos solos, ¿por qué me mentiste? — indagué con un dejo de molestia.
—Te dije que veníamos solos en la camioneta — aseguró — pero no dije que no traeríamos guardaespaldas… y no me arrepiento de la decisión — se movió y me abrazó hundiendo su rostro en mi cuello — me alegra saber que estas bien y a salvo.
—Hablas cómo si algo malo hubiese podido pasarme — sonreí sin comprender por qué estaba comportándose de esa manera tan extraña.
—Erick…
Lo observé, pude notar gran preocupación en sus ojos, había un velo de miedo que jamás me hubiera imaginado que Alejandro pudiera tener. Preferí no decir nada, solo acaricie su rostro; de alguna manera tenía que confortarlo, a pesar de no entender por qué sus acciones y mucho menos sus reacciones.
—Amor… — sonreí cuando su semblante mostró sorpresa ante mi palabra, quería que notara que estaba bien, que no tenía nada que temer — creo que es hora de irnos…
Alejandro rió débilmente y asintió — entonces, vamos, aún quiero llevarte a un lugar en la ciudad y tomarte muchas fotos — se puso de pie y me ayudó a incorporarme — también, pensé en llevarte a cenar más noche, así que la reservación ya está hecha.
—Por mí no hay problema — aseguré más tranquilo al notar que Alejandro volvía a la normalidad.
Salimos de la sacristía, Alex llevaba las maletas. La puerta principal de la iglesia estaba abierta, varios hombres estaban ahí; aunque solo reconocí a Julián y Miguel, era notorio que la gran mayoría era gente de Alejandro. Muy pocas personas habían entrado a refugiarse de la lluvia y el sacerdote estaba encendiendo otras veladoras.
—Bueno, padre — Alex alzó la voz mientras nos acercábamos — gracias por su hospitalidad — Julián se acercó a él y agarró las maletas, para alejarse con rapidez.
—De nada hijo, de nada — sonrió el hombre.
—Ya di órdenes para que una empleada se comunique con usted, así puede pedir lo que necesite.
—Pero no necesito nada — negó — quedamos en que pagarían desperfectos si algo sucedía, pero nada pasó.
—Aun así… fue muy amable en recibirnos con tanta rapidez — Alejandro metió las manos en los bolsillos de su gabardina — quiero compensarlo por su apoyo.
—Yo no necesito nada… si deseas hacer algo, hazlo por la comunidad, hay muchas personas que necesitan ayuda.
—Entonces, delo por hecho, nos veremos mañana padrecito.
Alex le ofreció la mano y se despidieron; yo me acerqué y también le extendí mi mano, para despedirme.
—Debes relajarte — dijo cuándo nuestras manos se estrecharon — si algo sucede, es por obra de Nuestro Señor y si su destino es estar juntos — señaló a Alex con un ademán y luego a mí — no importa lo que pase, ni lo que digan las personas — sonrió ampliamente — juntos van a estar, ¿de acuerdo?
Asentí — gracias — susurré.
Di media vuelta, Alejandro ya se había alejado de nosotros, estaba cruzando palabras con Julián y alguien más; apuré el paso para ir tras él.
—¿Estás listo? — preguntó cuándo me coloqué a su lado.
—Sí, vámonos.
Salimos al vestíbulo y Miguel me dio un paraguas. Al dar el paso al primer peldaño de la escalera, me llamó la atención algo que estaba a un lado de la puerta, al final de las escaleras, tratando de cubrirse de la lluvia y el frío. Alejandro se quedó tras de mí, dando las ultimas indicaciones y yo, me dirigí hacia donde estaba lo que había visto. Era un cachorro, quizá poco más del mes, un poco desnutrido, pero estaba bien; el pequeño levantó la cabeza al notar que el agua ya no caía sobre él, me observó con miedo, pero no se movió.
—¡Erick!
El grito de Alejandro me sorprendió, cuando estaba acuclillándome para acariciar la cabeza del perro. Me encogí al escuchar un estruendo y sentir que algo pasó cerca de mí; por instinto, solté el paraguas, sujeté al cachorro en mis brazos y después cubrí mi cabeza, al escuchar más disparos. Todo ocurrió rápidamente, pude darme cuenta que alguien se puso frente a mí y después de varias detonaciones, algunos sonidos agudos se escuchaban en el suelo cercano, denotando la caída de los casquillos de las balas; el cachorro gimoteaba y yo ahogaba los gritos de susto, cada que escuchaba los estruendos, pues eran varias armas las que dispararon.
El silencio volvió y solo se escuchaba la lluvia caer, la gente estaba saliendo de la iglesia, los hombres de Alejandro corrían y los feligreses se quedaban en lo alto de las escaleras asomándose; el sacerdote salió elevando plegarias al cielo al ver lo que ocurría. Alejandro me sujetó de los hombros y me puso de pie.
—¡¿Estás bien?! — Alex estaba mojado nuevamente y su rostro estaba pálido, mientras el agua resbalaba por su piel y cabello — ¡responde! — insistió.
—Sí… sí…
Alejandro me abrazó con fuerza y pude sentir contra mí, el latido de su corazón acelerado — no vuelvas a hacerlo — pidió — no te alejes de mi de esa forma, ¡¿entendiste?!
Asentí débilmente, en eso el padre Gerardo se acercó a nosotros — ¿están bien? — preguntó con preocupación.
Cuando Alejandro se alejó, pude notar que, Julián y Miguel estaban cerca también, aunque ambos traían armas en sus manos.
—Sí — Alejandro respondió.
—Mejor entren a la iglesia, puede que haya alguien más…
—No — Alex negó — es mejor que nos vayamos antes de que lleguen las autoridades y los medios de comunicación… — miró al sacerdote — padre, creo que ahora si tendré que pagar los desperfectos — sonrió sarcástico — pero antes que nada, necesitamos evitar que los testigos hablen.
—Por mí no te preocupes — respondió con rapidez — yo hablaré con la poca gente que estaba dentro y que no eran tus trabajadores.
—Gracias, mañana volveré.
Alejandro sujetó mi mano y me guió a la salida; Miguel iba cerca de nosotros, mientras que Julián se adelantó con rapidez. Al salir del terreno de la iglesia pude ver el cuerpo de un hombre en la banqueta, mojándose con la lluvia, lleno de sangre y un arma a su lado.
—No veas — ordenó Alex con seriedad, al notar que me detuve por un segundo.
Alejandro abrió la puerta del auto y me hizo subir, después me siguió; Julián ya estaba en el asiento del piloto y Miguel se subió al del copiloto.
El silencio inundó el coche cuando arrancó, pero unos ligeros gimoteos se escucharon momentos después; yo aún tenía al cachorro en mis brazos. Parpadee sorprendido y giré mi rostro para ver a Alejandro.
—Lo siento, no me di cuenta que... es que… — en ese momento mi cerebro estaba procesando lo que había ocurrido, mi respiración se agitó y algunos sollozos escaparon de mi boca — ¿qué…?
Alex se acercó a mí y besó mis labios con ternura, después, colocó su frente contra la mía — lo siento — se disculpó — fue mi culpa, pero ya pasó.
—¿Qué pasó? — pregunté con mis ojos llenos de lágrimas— ¿qué fue lo que pasó con exactitud?
—Dejé un ‘cabo suelto’ — respondió con seriedad — no volverá a ocurrir.
—Pero… pero…
—Tranquilo, ‘conejo’ — sonrió forzadamente — todo estará bien… — movió su mano y acarició la cabeza del cachorro — y parece que tenemos un nuevo miembro en la familia.
Mi labio tembló y las lágrimas recorrieron mis mejillas, Alex pasó su mano por mi espalda y me recargue en su hombro — no llores, todo está bien — su voz era conciliadora.
No quise preguntar más en ese momento, pero debía saber los detalles de lo que había ocurrido; cerré mis ojos, tratando de calmarme, Alejandro no dijo nada y de nuevo el silencio reinó. Por varios minutos me quedé sin moverme, quería dormir, pero no podía, aun así preferí intentarlo.
Al parecer, Alejandro creyó que dormía y pronto, pude escuchar la conversación con sus trabajadores.
—¿Quién se encargó de seguir a ese sujeto? — preguntó casi en un susurro.
—Isaac, señor — la voz era de Julián.
—¿Dónde está Isaac?
—Me acaban de informar por el intercomunicador, que encontraron su cuerpo a dos cuadras de la iglesia — la voz de Miguel era seria.
—Por eso ese sujeto volvió a la iglesia… pero, no iba por mí…
—¿Qué quiere decir señor?
—Quien sea que los envió, los mandó por Erick, de no ser así, me hubiera apuntado a mí desde el principio, pero ese sujeto le disparó a Erick.
—¿Alguien que sabe que el señor Erick es importante para usted?
—Sí… díganle a Marisela que investigue de inmediato, quiero saber quién más tenía conocimiento de lo que haría hoy y encuentren al culpable… también, que se encargue de todo y le mande la indemnización a la familia de Isaac — escuché un crujido y no pude identificar de que era.
—Señor, ¿le consigo un arma nueva para cuando bajemos del automóvil?
Me removí por el susto, pero pude seguir fingiendo que dormía, aun así eso pareció alertar a Alejandro, quien acarició mi brazo con suavidad y guardó silencio por un momento.
—No — respondió al fin — creo que ya no es necesario, no podré terminar lo que tenía planeado para mi cita con Erick.
—¿Vamos a la casa del señor Erick?
—Sí, por hoy, fueron demasiadas emociones para él.
El silencio volvió a reinar. Traté de comprender, de pensar, ¿qué era lo que ocurría en realidad? Ahora, con lo que había escuchado, entendía, un poco más los miedos de Alejandro. Pero, aun así, a pesar de lo importante que Alex pudiese ser, el hecho de llegar al punto de atentados con armas, era preocupante. Mientras pensaba, el tiempo pasó, permitiendo que el cansancio mental me invadiera, sin darme cuenta.
* * *
“…Erick…”
Un movimiento suave y un susurro, consiguieron que entreabriera mis ojos.
El automóvil se estaba deteniendo y Alex me sonrió al ver mis ojos abiertos — llegamos… — dijo con suavidad, exactamente cómo lo hacía cuando me despertaba por las mañanas.
Sonreí cansadamente, pero no dije nada, observé por la ventanilla y pude notar mi casa, en ese momento comprendía que, me había quedado dormido el resto del camino — ¿qué hora es?
—Casi las siete — respondió él con calma.
—Es temprano — acoté.
—Sí — asintió — pero creo que, después de lo que pasó, es mejor quedarnos en casa lo que resta de la noche.
Asentí y cuando Miguel me abrió la puerta, descendí del automóvil aún con el cachorro en brazos. Seguía nublado, pero no llovía; Agustín abrió la puerta del jardín y me permitió entrar con paso lento; mis hijos se acercaron con curiosidad, me siguieron al interior de la casa y yo me dejé caer en el sillón, a pesar de que mi ropa seguía húmeda.
El cachorro se arrebujaba contra mí, nervioso por mis hijos, quienes nos rodeaban inquietos; algunos ladridos retumbaron en el interior de mi hogar, el cual estaba tibio debido a la chimenea.
Alejandro tardó en entrar a casa y cuando lo hizo, Agustín lo siguió.
—Este es el nuevo inquilino de la casa — Alex sujetó al cachorro en brazos — encárgate de él, mientras Erick y yo vamos a tomar una ducha — le entregó al pequeño con cuidado — báñalo, límpialo, aliméntalo, en fin, lo que sea necesario.
—Sí, señor.
Agustín agarró al perrito mientras Alejandro me ayudaba a levantarme y a subir las escaleras a nuestra habitación.
Al llegar, cerró la puerta; Alex empezó a desabrochar mi ropa, mientras yo me mantenía en silencio, permitiéndole realizar su trabajo.
—Julián y Miguel traerán algo para cenar — susurró — ayer le dije a la señora Josefina que andaríamos todo el día fuera y que no era necesario que dejara algo preparado.
—Está bien — asentí sin mucho ánimo.
—¿Te sientes mal? — acarició mi rostro con sus manos.
—Me duele la cabeza — suspiré — Alex… lo que pasó…
—Quieres una explicación, lo sé, pero primero, hay que asearnos — dijo condescendiente — si te quedas mojado puedes enfermar y no quiero que eso pase.
—Está bien… — accedí con rapidez, no tenía ni ganas, ni ánimos para discutir.
Entramos al baño, Alejandro me desvistió completamente, me quitó la esclava guardándola en un lugar seguro y abrió la regadera para templar el agua — entra — sonrió — debo desvestirme.
Me coloqué bajo la regadera, el agua caliente consiguió relajar mi cuerpo completamente; cerré mis ojos, troné mi cuello porque sentía mis músculos sumamente tensos, después moví mis manos y masajee mis hombros. Las manos de Alejandro me sorprendieron poco después; alejó mis manos de mis hombros y él hizo el trabajo, mientras se acercaba a besar mi cuello.
—Alex…
—Lo sé — mordió mi piel con delicadeza — estás confundido.
—Estoy sorprendido — aseguré — no sé qué pasó, no entiendo por qué pasó y, la verdad… la verdad — dudé.
—La verdad, ¿qué? — preguntó con seriedad.
No respondí, no quería responder, no quería decirle que me sentía inseguro, que tenía miedo. Alejandro me hizo girar y fijó su vista en mis ojos; mi labio tembló, ambos estábamos en silencio pero yo ya no aguantaba, estaba por romperme. Él se dio cuenta y me abrazó con delicadeza, sus manos acariciaron mi espalda y por fin, empecé a llorar. Sin dudar, me aferré a su cuerpo con fuerza, casi encajándole mis uñas en su espalda; necesitaba sentirme seguro nuevamente, hundí mi rostro en su pecho y sollocé.
—Tranquilo — susurró — ya pasó — besó mi cabeza y después guardó silencio.
Nos quedamos bajo el agua por varios minutos, sin movernos, sin decir nada. Alejandro seguía acariciando mi espalda con suavidad, rozando mi piel, pero por primera vez, no intentó profundizar las caricias, pese a que también acariciaba por instantes mis brazos y cabello; no intentaba subir de tono, ni de seducirme conforme pasaba el tiempo, se mantenía así, tranquilo, dulce, tierno. No me presionó, al contrario, me dio el tiempo necesario para calmarme, pues a pesar de todo, yo estaba llorando nerviosamente y mis sollozos se escuchaban en el baño. Finalmente, levanté mi rostro cuando sentí que había llorado lo suficiente, aunque había pasado mucho tiempo; Alex me besó y sonrió.
—Debemos salir del baño — susurró contra mis labios.
Asentí y él cerró la llave de la regadera. Me ayudó a salir y me secó con infinita paciencia, pasando la tela de la toalla por mi piel y al final, secó mi cabello. Buscó en el armario un pijama y volvió con ella en la mano; iba a colocármela cuando lo detuve.
—Sécate también — indiqué — puedes enfermar.
—Eso no importa, Erick, primero debes quedar abrigado tú…
Sonreí, pese a todo, Alejandro solo se preocupaba por mí; me ayudó a ponerme el bóxer, el pantalón y al final una camiseta manga larga sin cuello. Después, se secó con rapidez y se colocó ropa seca. Ambos salimos del baño y me recosté en la cama; Alex me cubrió con las cobijas y edredones para después, recostarse a mi lado.
Alejandro descansó su cabeza en su mano, mientras se sostenía con el codo para verme de lado; yo, me hice un ovillo frente a él. Tenía mi vista perdida y mi mente hecha un desastre, pensando, imaginando, tratando de entender.
—Mereces una explicación — susurró y su mano acarició mi cabello — lo que sucedió fue por mi culpa.
Levanté le vista, esperaba algo más que esas simples palabras y él lo sabía.
—Mi trabajo es complicado Erick, te lo dije — suspiró — mucha gente me ve como alguien respetado e incluso, temido — sonrió de lado cansadamente — y muchos otros me ven como un estorbo o simplemente me odian… te dije que debo cuidar mis espaldas, no puedo confiar en las personas con facilidad y ahora lo has constatado.
—¿Quién quiso…?
—No lo sé — negó — no sé quién querría lastimarme — rozó mis labios con su pulgar — pero todo está bien ahora, solo tomaré más precauciones.
—Pero — lo miré sorprendido — ¡murió una persona! — exclamé con susto, con mi respiración agitada.
—Erick… — Alex respiró profundamente — cerca de mí, han muerto muchas personas, muchos de ellos, guardaespaldas míos — dijo con un dejo de tristeza — pero eso no me va a detener, no voy a tirar todo por la borda sólo por que muere un individuo, además, ese hombre te disparó.
—Pero… la policía, las noticias… ¿qué hay de todo eso?
—Siempre evito que se den a conocer las cosas.
—Acallando a los testigos, ¿cómo le dijiste al padre Gerardo? — reproché.
—Es necesario — objetó — por mucho que quiera llevar las cosas correctamente, yo no puedo seguir la ley de esa manera.
—¿Por qué? ¿Qué es lo que te lo impide?
Guardó silencio y desvió la vista.
—Alex… — insistí — ¿qué es lo que me ocultas?
—Erick — su mirada se cruzó con la mía — ¿me amas?
—¿Por qué lo preguntas?
—Responde — insistió — ¿me amas?
—Sí, te amo, siempre te he amado — respondí con sinceridad.
—Entonces, sólo confía en mí.
—¿Cómo puedo confiar en ti si me ocultas cosas importantes? — recriminé cansadamente — no me dices las cosas cómo son, te excusas en el hecho de que es tu trabajo… pero ¿qué clase de trabajo tienes cómo para que la gente te quiera matar? Y además…
Los labios de Alejandro me impidieron seguir hablando, acalló mis reproches y replicas con un beso posesivo, ante el cual, a pesar de resistirme al principio, terminé rindiéndome. Cuando él se dio cuenta que ya no luchaba, se alejó y sonrió.
—Debes tomarlo con calma — susurró —sólo puedo decirte que mi trabajo involucra no solo economía, sino, también política.
—No me explicaras aún, ¿cierto? — indagué entrecerrando mis ojos, moví mi mano para acariciar el pecho de Alex, mientras me removía en busca de su calor.
—Cuando nos vayamos juntos, te diré todo — él también se movió y me abrazó — te lo aseguro.
—Está bien — bostecé contra su pecho — te creeré, pero, estaré esperando una explicación.
—Lo sé, ‘conejo’, lo sé…
Alex, no dijo nada más, solo besó mi cabello con ternura; yo cerré mis ojos, estaba cansado, a pesar de saber que era temprano, no me sentía con la fuerza para seguir despierto.
* * *
- - - - -
“Erick…”
Un suave susurro cerca de mi oído me hizo removerme inquieto, tratando de cubrir mi cabeza con el edredón — Erick… — repitió y esta vez, la humedad en mi oreja me obligó a abrir mis ojos con lentitud, confundido — despierta…— insistió y unas manos pellizcaron insistentes mis pezones.
Me queje con debilidad y después bostecé — ya voy… — dije adormilado, mis ojos se acostumbraron lentamente, a la tenue luz de la lámpara del buró.
—Normalmente te despiertas más temprano — Alex mordió mi oreja — no entiendo por qué te molestas.
—No me molesta — me moví para quedar frente a él — pero me siento cansado.
—Imagino que lo estás — besó mis labios lentamente — pero es hora que despiertes, se nos hará tarde y hay un itinerario que seguir.
—¿Itinerario? — cerré mis ojos.
—Sí, ya está todo dispuesto para hoy — sus labios bajaron por mi cuello, arrancándome algunos gemidos — además, hay que desayunar… — atrapó uno de mis pezones en su boca y lo mordisqueó insistente.
—Alex… — arquee mi espalda — ¿qué vamos a desayunar?
—Yo… — sonrió contra mi piel y su mano atrapó mi sexo — desayunaré ‘conejo’.
Ahogué un grito al sentir su mano masajear con fuerza mi pene. Alejandro volvió a mi boca y me besó con pasión, mis manos se movieron para acariciar su cabello; disfruté su sabor, su calidez, su caricia en mi entrepierna y por sobretodo, disfruté estar entre sus brazos.
Sin tardar, Alejandro me hizo girar, colocó su almohada debajo de mí y levantó mi cadera; mordí mi almohada al sentir su lengua en mi entrada.
—No — negué — no debes… — gimotee.
—No importa — siguió pasando su lengua, humedeciendo completamente con su tibia saliva.
—¡Alex! — ahogué el grito contra la almohada.
Alejandro estaba haciendo un trabajo magnífico, logrando despertar mis sentidos a todas las sensaciones producidas por él. Sus manos me apresaron por mi cadera y colocó su miembro en mi entrada; lo introdujo lento, despacio, logrando que disfrutara cada centímetro, como si fuera la primera y última vez que lo sentiría en mi interior.
Alex se inclinó hasta morder mi hombro y gimotee. Sus manos se metieron entre el colchón y mi cuerpo; pegó su pecho a mi espalda y me hizo girar junto a él; quedamos de lado y su mano se movió diestramente para masajear mi sexo, mientras él se movía en mi interior. Me aferré a mi almohada, como un niño que tiene miedo a lo desconocido, tratando de ahogar mis gemidos en ella; pero Alejandro me la arrebató, lanzándola a un lado de la cama y volvió a masajear mi pene, de manera insistente.
—Gime Erick, gime fuerte, cómo me gusta… gime para mí…
Apreté mis puños, cerré mis ojos y permití que mi cuerpo respondiera a Alejandro. Su miembro en mi interior se movía con fuerza, entrando y saliendo con rapidez, arrancando gemidos y gritos de mi garganta; todo era placer para mí, mi cuerpo se ofrecía sin pudor, arquee mi espalda y expuse mi cadera para él.
Alejandro mordió mi cuello y esa simple acción logró que mi cuerpo se tensara; gemí entrecortado mientras liberaba mi semen en la mano de Alex. Él impregnó sus dedos con el líquido pegajoso, llevándolos a mi boca, tallándolos contra mi lengua, mientras seguía moviéndose con rapidez en mi interior; momentos después, mi lengua jugueteaba con sus dedos de manera sumisa, cuando sentí el palpitar en mi interior y la tibieza inconfundible de la semilla de Alejandro, se regó dentro de mí.
Mi respiración aún era agitada cuando Alex me abrazó con ternura, sin salir de mi interior — sería bueno hacer esto todas las mañanas — depositó besos en mi hombro y cuello — ¿no crees?
Sonreí débilmente y asentí. Ciertamente, despertar teniendo sexo era grandioso, pero suponía mucho esfuerzo, al menos para mí; mi cuerpo se relajó y quedé a merced de Alejandro nuevamente.
—¿Esto era lo que íbamos a hacer hoy? — susurré, mientras mis ojos se cerraban lentamente.
—No, esto es solo el principio — lamió mi cuello y lentamente salió de mi interior.
Sentí que escurría su semen entre mis nalgas y suspiré — es mucho… — me hice un ovillo aún dentro de las cobijas y edredones — se siente rico… — agregué, mientras mi mano se movía entre mis piernas para tocar con mis dedos el semen de Alex, que manchaba mi piel y las sabanas.
—Hora de salir de la madriguera, ‘conejo’.
Alejandro se puso de pie y con rapidez, me quitó las cobijas de encima.
—¡Alex! — grité al darme cuenta que estaba completamente desnudo y sin nada con qué cubrirme.
Me removí en la cama haciendo gestos; en medio de un bostezo, mientras estiraba mi cuerpo, él me agarró de la mano y me obligó a levantarme.
—Ya voy… — mi voz era molesta — no tienes que apresurarme.
—Sí, tengo que hacerlo — se movió hasta quedar tras de mi — te dije que tenemos un itinerario.
—Un itinerario, ¿para qué?
Besó mi cuello y susurró en mi oído — para nuestra primera cita, después de tantos años.
Me quedé helado ante la palabra ‘cita’, misma que retumbó en mi mente como si tuviera eco. Parpadee confundido; no estaba hablando en serio, ¿o sí?
—Vamos a asearte primero.
Él me sujetó de la cintura desde atrás y me llevó al baño; apenas cruzamos la puerta, una de sus manos desabrochó mi esclava para dejarla en un lugar seguro, después de eso, me guió directamente a la regadera.
Abrió la llave, esperando paciente a que saliera el agua caliente; cuando por fin, el agua empezó a evaporar por la temperatura, me besó con fuerza mientras me movía para colocarme bajo la caída del agua. Bajó mordiendo mi cuello y lamiendo mi piel mientras yo gemía lentamente, tenía que admitir que, las atenciones de Alejandro me excitaban; él se centró en mis pezones por un momento, mientras sus manos acariciaban mi entrepierna con suavidad. Estaba cediendo ante sus caricias, cuando se alejó con una gran sonrisa en los labios.
—Aunque la idea de volver a poseerte, es atrayente, no podemos hacerlo ahora — besó mis labios despacio, lamiendo la humedad que los impregnaba debido al agua — tendremos más oportunidades durante el día.
Asentí y Alex rozó mi mejilla con su nariz. Su mano se movió tomando el envase del champú e impregnó mi cabello con el mismo.
—Cierra los ojos — indicó — ¿te gusta el nuevo champú? — empezó a mover sus dedos logrando que la espuma aumentara.
—Es raro… huele a almendras…
—Ese olor me excita — susurró contra mi oído y me estremeció.
—¿En serio? — pregunté con curiosidad, a mi parecer, ese era un olor más indicado para una mujer.
—No tienes idea de cuánto, ‘conejo’…
El agua empezó a caer en mi cabeza nuevamente y sentí cómo el jabón resbalaba por mi piel. Aún con mis ojos cerrados, podía percibir cómo las manos de Alex recorrían mi cuerpo con el jabón de barra y la esponja; me hizo girar y sentí su piel pegada a mi espalda. Sus manos acariciaban mis pezones con jabón, lo que permitía que, al pellizcarlos, resbalaran y la presión fuera distinta.
—¿Te gusta?
—Sí… me gusta que juegues con ellos… — me sinceré en medio de mi excitación.
—¿De verdad? — sonrió y mordió el lóbulo de mi oreja — ¿por qué?
—No sé — mordí mi labio, mientras colocaba mis manos contra la pared fría, para sostenerme — pero… me gusta…
Alex siguió jugando un poco más con mis pezones, después, una de sus manos bajó serpenteando hasta mi sexo y lo masajeó, esparciendo sobre el mismo, algo de la espuma del jabón; mi cuerpo se estremecía solo, los escalofríos recorrían mi espalda, a la par que las caricias que Alex me prodigaba.
Mordí mis labios acallando un gemido, al sentir como su mano se perdió entre mis nalgas y finalmente su dedo entró en mí; ladee el rostro para verlo, con la sorpresa reflejada en mis ojos, él solo sonrió.
—Tengo que limpiar lo que ensucié — movió su dedo con suavidad, acariciando mi interior, rozando las paredes, logrando que contrajera mis músculos — no te tenses — indicó — tardaremos más…
Asentí con sumisión y relajé mi cuerpo. Él siguió moviendo su dedo y mis piernas temblaron; momentos después, con la regadera de mano, limpio la zona.
—Estás limpio — anunció y depositó un beso en mi hombro, cerrando la regadera — te secaré y me bañaré.
—No — sonreí, aún con mi rostro rojo — iré… iré a rasurarme, no te preocupes…
—Bien, no tardaré en bañarme.
—Alex… — mordí mi labio — creo que, debo hacer algo con…
—¿Con qué? — levantó una ceja.
—Abajo — señale con el índice mi entrepierna — ya me siento incómodo y… me da comezón — ladee el rostro, apenado.
Alejandro me observó — entonces, te ayudaré con tu problema — acarició mi cara con cariño — después de todo, es mi culpa que pases por esto.
Me tomó de la mano, obligándome a salir de la regadera, me guió hasta el borde del Jacuzzi, haciendo que me sentara en la orilla.
—Está frío — mi cuerpo se estremeció al sentir la frialdad en mi piel.
—Cierto — sonrió y me entregó una toalla — ponla abajo.
Alex caminó al lavabo, tomó un rastrillo y la crema de rasurar; mientras yo ponía la toalla para sentarme sobre ella.
Él regresó, tenía una sonrisa enorme y una mirada maliciosa — abre las piernas — indicó con tono autoritario.
Lo obedecí sin dudar; cuando estuve expuesto ante él, se relamió los labios, se hincó frente a mí y empezó a cubrir mi entrepierna con la crema de rasurar. Mi rostro ardía por la vergüenza, a pesar de que Alejandro me conocía a la perfección, me sentía extraño al recibir esa clase de atención.
—No te muevas — dejó la crema de rasurar de lado, con una mano tomó el rastrillo y con la otra, apresó mi pene para moverlo, mientras él realizaba su tarea.
No sabía si era consciente o inconscientemente, pero Alex parecía masturbarme, a la par que el rastrillo pasaba por mi piel; algunos gemidos escaparon de mis labios, mezclándose con el sonido de su risa divertida.
—Listo… — declaró momentos después, alejándose de mi — ven — volvió a ofrecerme la mano y me guió, hasta ponerme bajo el agua de la regadera, para limpiar el exceso de crema de rasurar — es mucho más sencillo ahora — lamió mi hombro — no había mucho que quitar.
—Te diviertes, ¿no es así? — interrogué con voz suave, pese a que traté de sonar molesto.
—Mucho… — su voz cínica me hizo suspirar — tus gestos tan inocentes, son un premio para mí…
Me besó demandante; sus manos recorrieron de forma efímera mi cuerpo, como si fuese un simple roce subiendo por mis costados, mientras estaba bajo el agua. Después, se alejó con lentitud, sonriendo.
—Sécate — ordenó.
Asentí débilmente; salí de la regadera agarrando otra toalla para colocarla en mi cintura.
Caminé hacia el lavamanos, me sostuve del mismo y suspiré; mis piernas temblaban y debía admitir que estaba excitado. Limpié el espejo del baño, el cual estaba empañado y pude notar mi sonrisa ilusionada, todo por los cariños que Alex me había dado con anterioridad; negué, era difícil explicar la felicidad que sentía por todo lo que Alejandro hacía en mí o para mí. Fui por la crema de rasurar, que había quedado cerca del Jacuzzi y volví al lavamanos a eliminar el poco rastro de mi barba.
—Alex… — levanté la voz para que me escuchara.
—Dime — él ya estaba tomando una toalla para salir fuera de la regadera.
—¿Qué quieres que me ponga hoy?
—¿Por qué me preguntas?
—No lo sé — levanté mis hombros — estos últimos días me he puesto lo que tú has querido.
—¿Me lo reprochas? — preguntó mientras se secaba el cabello con la toalla.
—No, claro que no.
—¡Qué bien! — sonrió — ponte lo que está en el otro closet, al fondo.
Sonreí; sabía que quería que me pusiera algo que él había preparado con antelación. Al abrir la puerta del closet, encontré un pantalón de vestir casual, en tono azul marino; una camiseta negra de cuello alto, con cierre enfrente; una camisa manga larga, en color blanco, un suéter abrigador gris; una gabardina que llegaba a media pierna, con doble botón; además, a un lado había ropa interior cómoda, un par de zapatos, tipo botas, una bufanda, un par de guantes y lo que parecía ser un gorro.
—¿Vamos de viaje? — levanté una ceja.
—No exactamente, pero hace frío — respondió — no quiero que enfermes, porque andaremos fuera todo el día.
Alex caminó hacia su armario y usó los aditamentos de aseo. Su perfume inundó el ambiente y lo aspiré, llenando mis pulmones con el olor y disfrutando de esa fragancia que me fascinaba; después fue al lavabo a lavar sus dientes con rapidez.
—Bien, no sé a dónde iremos, pero me vestiré como gustes.
Agarré la ropa interior para ir hacia mi armario y lo miré de reojo, disfrutando los movimientos de Alejandro, quien, momentos después, se alejaba del lavabo para ir a cambiarse.
—¿No te rasuras hoy? — pregunté con curiosidad.
—No — escuché una leve risa — hoy quiero pasar desapercibido, así que, aunque me reconozcan, no estarán tan seguros, ya que, Alejandro de León, nunca anda desaliñado en público.
—Entiendo… — dije en un susurro.
Usé el perfume que él me había regalado y volví a dónde estaba la ropa que debía ponerme. Empecé a colocarla con lentitud, me quedaba a la perfección; era agradable saber que Alex se esmeraba mucho en comprar ropa a mi medida. Cuando me coloqué la camisa, opté por no cerrar los botones de la parte superior, así, no tendría problemas con la camiseta que traía debajo, pues el cuello me molestaría. Dudé en colocarme el suéter en ese momento, pero si hacía tanto frío, era lo mejor. Finalmente, me senté en el banco para colocarme los zapatos y levanté la vista al ver que Alex ya estaba casi listo.
Un suspiro de asombro escapó de mis labios, al momento que mi vista se posaba en él. Alex traía un pantalón color caqui, casual y ligeramente holgado, una camiseta de cuello alto en color azul oscuro e igual que la mía, con cierre; una camisa del mismo color y algunos botones desabrochados en la parte superior, dejando el cuello abierto; además de un suéter con cuello en V casi del mismo tono que su pantalón, su cabello lo portaba al natural, pues no parecía haberlo peinado.
Tomó asiento frente a mí y se colocó unas botas en tono café; sacó del armario una gabardina larga, una bufanda oscura, lo que parecía un sombrero tipo Fedora, también oscuro y unos guantes del mismo tono que las botas.
Se encaminó al lavabo nuevamente, pasó una mano por su cabello, acomodándolo casi todo de un solo lado, se colocó unos lentes de marco delgado, logrando que mi rostro ardiera al verlo por el reflejo y al final, se colocó el sombrero. Acomodó la bufanda en su cuello mientras giraba para verme.
Yo aún no me colocaba los zapatos, estaba absorto observando a Alejandro.
—Erick — su voz era seria — ¿aún no terminas?
Parpadee y respiré profundamente — lo… lo siento… — dije nervioso y me apresuré a colocarme los zapatos.
Cuando me puse de pie, Alex estaba ya frente a mí, en su mano portaba la esclava, me sujetó la mano izquierda, colocándola por debajo de la ropa, pegada a mi piel, acarició mi muñeca con las yemas de sus dedos y sonrió — te espero abajo — anunció — daré indicaciones y saldremos en cuanto bajes.
Asentí débilmente; en ese momento, Alex era otra persona, diferente a la que conocía, quizá, porque estaba acostumbrado a verlo siempre de traje y perfectamente arreglado, pero, el impacto que me causó verlo de manera distinta y casual, había sido demasiado.
Cuando cruzó la puerta, llevando su gabardina en el brazo, me dejé caer sobre el banquillo; pase saliva y traté de controlar mi respiración. Necesitaba calmarme, sentía que mi corazón saldría de mi pecho en cualquier momento, solo para seguir a Alex.
Mordí mi labio, negué y caminé al lavabo; lave mis dientes y de nueva cuenta volví al armario por los guantes, la bufanda y la gabardina. Dudé en colocarme el gorro, así que, mejor lo llevé en la mano.
Al bajar las escaleras, Alex estaba en la sala, dando indicaciones a Agustín.
—Buenos días — saludé con una sonrisa en mis labios.
—Buenos días, señor Erick — Agustín inclinó el rostro a manera de saludó y volvió a su plática con Alejandro.
Dejé mis cosas en la mesa y me encaminé a la cocina.
—¿Qué haces?
—Alimentaré a mis hijos — respondí sin girar, entre menos viera a Alex, mejor, así me mantendría tranquilo.
—Ven — ordeno con seriedad — Agustín se hará cargo, hasta que llegue la señora Josefina.
Levanté mi vista, Alejandro parecía tener mucha prisa por salir; volví a tomar mis cosas y me acerqué a la puerta principal. Ambos nos despedimos de Agustín, pero antes de salir de casa, Alex me sujetó del brazo, me hizo girar para quedar frente a él, me arrebató el gorro y me lo colocó.
—Te dije que hacía frío — indicó arreglando mi cabello para que sólo algunos mechones salieran cerca de mi rostro.
—Lo siento — me alcé de hombros — normalmente no uso gorros.
—Pues, deberías — acarició mi rostro — te ves muy bien.
Su comentario tan dulce, me hizo sonreír embelesado. Alex me sujetó de la mano, guiándome a la salida, ya que su auto estaba en la calle, justo frente a la puerta exterior y fuera del mismo, Julián y Miguel nos esperaban. Ambos saludaron cordiales y nos abrieron las puertas; había nevado en la noche, pero la nieve ya estaba deshaciéndose, por lo que no sería mucho problema.
—¿A dónde iremos? — pregunté cuando iniciamos el trayecto.
—Vamos a desayunar — respondió con media sonrisa — arreglaremos un asunto importante y después, nos perderemos…
—¿Perdernos?
—Sí — sujetó mi mano y la llevó a sus labios, besándola — nos perderemos en algún lado.
Levanté una ceja, incrédulo; Alejandro no era de las personas que simplemente caminaban a dónde sus pies lo llevaran, eso era obvio, además, la palabra ‘perder’ no estaba dentro de su vocabulario para ninguna clase de contexto. Algo iba a hacer y no sabía si quería saberlo en realidad; podría ser algo común y corriente, como ir a comer a algún lugar, o algo ostentoso, cómo cierta joya que ya me había regalado.
Él notó mi desconcierto y acarició mi rostro — no pareces muy convencido — su voz era divertida.
—Dijiste que teníamos un itinerario — respondí — así que no creo que nos vayamos a ‘perder’.
Alex soltó una carcajada — sí, tenemos cierto itinerario, pero es más que nada para las comidas — me guiñó un ojo — todo lo demás, improvisaremos.
—¿Seguro?
—Bueno… — movió su rostro dudando — sólo un poco.
—Está bien — lo miré de soslayo — te creeré… sólo un poco.
Alex me agarró del brazo y me recostó en sus piernas — ¿de verdad? — susurró contra mis labios y después pasó su lengua por ellos.
—Sí — acaricie el marco de sus gafas con mis dedos — solo porque me encanta verte con lentes.
—¿Sólo por eso? — su mano se deslizó por encima de mi ropa, bajando con lentitud y buscando la manera de llegar a mi entrepierna.
—Por eso y… — suspiré con algo de excitación — porque mi despertar me gustó mucho — agregué entrecerrando mis ojos.
—Aun estás excitado, ‘conejo’ — sonrió — ¿quieres hacerlo aquí, en el auto?
Abrí los ojos sorprendido, mi primera reacción fue alejarme, pero Alex no me lo permitió, ejerciendo fuerza con sus brazos, para apresarme ahí; él seguía con su sonrisa depravada, observándome con una mirada que me estremecía. ¿Era capaz de hacerlo ahí? ¿Aún con sus guardaespaldas presentes?
—¡No podemos! — exclamé asustado en un susurró, sintiendo cómo mi rostro ardía.
—Sí, podemos — respondió con un tono de voz bajo, sólo para que yo lo escuchara — sólo di que sí y te haré llegar al cielo aquí mismo, antes de ir a nuestro destino.
Mordí mi labio, tenía miedo, pero la simple idea de que Alejandro se atrevería a hacer algo así, también me llenaba de un sentimiento indescriptible; emoción, excitación, lujuria, todo se mezclaba para lograr nublar mi mente con rapidez.
—No te atreverías — reté.
Una parte de mí, quería creer que Alejandro no lo haría, pero la otra, deseaba experimentar las emociones de lo que conllevaba hacer algo en ese automóvil, a pesar de tener testigos.
Alex sonrió ampliamente — Julián — levantó la voz — no vayas directo a nuestro destino, Erick y yo tenemos un asunto importante qué discutir.
—Sí, señor — respondió el aludido con seriedad.
Abrí mis ojos sorprendido y con miedo — Alex… — susurré, pero él no me dejó replicar.
Me levantó, alejándome de sus piernas y haciendo que me recargara contra la puerta del lado donde estaba sentado, así, pudo acomodarse, sujetándome las piernas, abriéndolas y sentándose en medio de ellas.
Sus manos se movieron con prisa, desabrochó mi saco con destreza y después, hizo lo mismo con mi pantalón. Moví mi rostro, un tanto asustado, para ver a nuestros acompañantes. Ambos, se colocaron con rapidez unos audífonos de chícharo en sus oídos y Julián, movió el espejo retrovisor hacia arriba, para no ver hacia atrás.
Mordí el dorso de mi mano para acallar mi grito; Alex había encontrado mi sexo y lo masajeaba mientras su mirada estaba fija en mí. El destello de deseo en sus verdes ojos me estremeció; atrapó mi sexo en su boca y en un acto reflejo, quise cerrar mis piernas, pero él no me lo permitió, iniciando su tarea, de forma suave, lenta, una tortura deliciosa. Me encogí en mi lugar y llevé mis manos a su cabeza; quité el sombrero que él aún traía puesto y enterré mis dedos en su cabello, aferrándome de él, sin imprimir mucha fuerza, pues no quería lastimarlo. Mi respiración se agitó, obligándome a jadear y Alex curvó sus labios en una tenue sonrisa.
—¿Excitado? — preguntó con tono perverso mientras se alejaba un poco — parece que sí — respondió él mismo.
Iba a quitarse los lentes y lo detuve — no… — susurré, sintiendo mi rostro arder mucho más y él me observó curioso — me… me gustas… así...
Alex sonrió más ampliamente y regresó nuevamente a su tarea, sin quitarse las gafas, succionando con avidez, masajeando mis testículos y de vez en cuando, regalarles alguna que otra lamida fugaz que me producía escalofríos. Yo no puse más resistencia, ya no me importaba si Julián y Miguel me ponían o no atención; mis gemidos aumentaron de intensidad, mi mente quedó en blanco, mis ojos se humedecieron y en instantes, llegué al orgasmo en la boca de Alejandro, liberando un gemido de placer.
Él se movió hasta quedar casi encima de mí, mis manos se movieron para abrazarlo, aferrándome a él con desespero y nos besamos, lo que me obligó a saborear mi semen en medio del beso; sin dudar, aún inundado por la lujuria, correspondí con pasión al jugueteo de la lengua de Alex con la mía.
Después de un momento se alejó y sonrió ampliamente — ¿te gustó? — preguntó en un susurro.
Asentí con debilidad, aún estaba recuperando mi aliento; Alejandro se incorporó y sus manos empezaron a abrochar mi pantalón, después de acomodar mi ropa interior. Estaba abrochando el saco cuando tocó el hombro de Miguel, quien se quitó los audífonos y sin siquiera girar el rostro habló.
—Dígame, señor…
—Vamos a nuestro destino…
Alex terminó de abrochar mi saco y se incorporó completamente, arreglando su ropa, la cual estaba ligeramente desacomodada. De igual manera, tomó el sombrero y se lo colocó.
Miguel asintió y le quitó un audífono a Julián para que este lo escuchara.
—En marcha — indicó.
Julián asintió y acomodó el retrovisor.
Cuando por fin pude calmar mi respiración me senté correctamente; Alex se quitó los lentes y del bolsillo de su gabardina, sacó un pañuelo para limpiarlos. Yo mantenía mi rostro en el piso, mi cerebro volvía a funcionar, aunque quizá, no correctamente.
—¿Siempre…? — susurré y me quedé en silencio, tenía miedo de terminar la pregunta, pues no sabía si deseaba escuchar la respuesta en realidad.
Alex volvió a colocar sus lentes y me observó — ¿siempre qué? — indagó.
Mordí mi labio, pero, ya había empezado y tenía que saber — ¿haces esto con…? ¿Con…? — sentí que las lágrimas inundaban mis ojos — ¿tus amantes? — terminé la pregunta y giré mi rostro para que no viera mi llanto.
La mano de Alex me sujetó de la barbilla y me hizo girar a verlo — ¿por qué preguntas? — sus verdes ojos me miraban con ternura y una sonrisa conciliadora adornaba sus labios
—Porque… porque… — titubee — ellos — indiqué con mi rostro a nuestros acompañantes — parecen estar preparados para… para esto…
Alex me abrazó y besó mi cabeza por encima del gorro que aún portaba, después lo acomodó correctamente y sonrió.
—No hago ‘esto’ exactamente — confesó con calma — normalmente es a mí a quien satisfacen — prosiguió sin vergüenza — te lo dije, los demás no me han importado, ni me importan — rozó mi mejilla con su nariz — esta es la primera vez que soy yo, quien da placer en un automóvil, — susurró y me guiño el ojo — pero si no me crees — hizo un ademán con el rostro hacia Julián y Miguel — pregúntales, ellos siempre me han acompañado.
Suspiré cansado, limpié mis ojos y mi semblante cambió a uno molesto — sabes que no me atrevería a preguntar — aseguré, moviendo mi rostro para alejarme de Alex — además, seguramente no dirían la verdad.
Él suspiró — Miguel, Julián — levantó la voz con seriedad.
—Señor… — dijeron al mismo tiempo.
—Tienen muchos años conmigo, así que, saben que su trabajo no peligra, respondan con la verdad y sean completamente sinceros, porque Erick desea que así sea — volvió a tomarme del mentón para que observara a nuestros acompañantes — ¿cuantas veces he tenido que ver con otras personas en este u otros automóviles, en los que ustedes han viajado conmigo?
Ninguno de los dos dijo nada, se quedaron en silencio un instante pero después respondió Julián.
—Con todo respeto señor, pero decir una cantidad es muy difícil…
—Podríamos decir que, con todas las personas que han sido su pareja, aunque sea por una noche — terminó Miguel.
—Y — Alex posó su vista en mí, sonriendo con cinismo — ¿con cuántos de ellos o ellas, he sido yo el que ha hecho algo o les ha prestado la atención adecuada?
—Ninguno… — respondieron a la vez y después Julián prosiguió — normalmente son ellos quienes se desviven por usted, señor.
—A pesar de que usted los rechaza la mayoría de las ocasiones, porque se fastidia de su insistencia— aseguró Miguel.
—Gracias… — dijo Alex y me observó fijamente.
Una leve sonrisa se apoderó de mis labios y respiré más aliviado; no estaba seguro al cien por ciento de creerles, pero algo en mi me obligaba a hacerlo, me hacía sentir especial.
—¿Lo ves, ‘conejo’? — se acercó a mi rostro y me besó con delicadeza — no tienes que pensar en tonterías.
Asentí mientras respiraba más tranquilo; me recargué en su hombro, disfrutando de ese sentimiento de importancia, al saber que para Alejandro, yo era diferente. Momentos después, Julián anunció que llegábamos a nuestro destino; el hotel de Alex. En el estacionamiento, él y yo descendimos después que Julián y Miguel nos abrieran la puerta.
Alex caminó con rapidez y después de entrar al edificio, subimos por un elevador. Llegamos a un piso superior y la puerta se abrió; entramos directamente a un piso con ventanales, de piso a techo, por donde se apreciaba gran parte de la ciudad, contaba con una alberca en un extremo, techada también con cristal; alrededor de la alberca, había adornos de flores naturales y en la superficie del agua, algunos adornos flotantes, tanto de flores, como de algunas velas; en el exterior, la lluvia empezaba a arreciar, así que el sonido era algo relajante y a pesar del frío en el exterior, en donde estábamos, el clima era perfecto.
Alex se quitó los accesorios que traía, quedándose sólo con la ropa casual y el suéter, además de los lentes; lo demás, lo dejó de lado, en una pequeña mesilla y una percha que, estaban apenas al entrar.
—Ponte cómodo — me indicó el mismo lugar dónde él había dejado sus cosas — aquí vamos a desayunar.
Asentí y me quité la ropa abrigadora para quedar igual que él; seguí a Alejandro mientras mi vista repasaba el lugar, era impresionante.
—¿Tienes hambre, ‘conejo’? — preguntó con una amplia sonrisa.
—Sí, después de todo lo que hemos hecho, sí — levanté una ceja — ¿por qué?
—Espero que te guste el desayuno de hoy.
Alex había llegado a una mesa, ubicada en un pequeño paso que cruzaba una parte de la alberca, cómo un puente; estaba decorada con un mantel blanco y algunos pequeños adornos de flores.
Él movió una silla — siéntate Erick — ordenó con suavidad y me hizo una seña para que tomara asiento.
—Gracias…
Mi voz tembló emocionada y nerviosa, Alejandro no reparaba en gastos al tratar de sorprenderme. Él movió la silla para acomodarla, al momento que me sentaba y después se inclinó por detrás, acercándose a mi rostro.
—Aún no me agradezcas — susurró seductor — tendrás que compensarme después, con tu cuerpo.
Mi corazón se aceleró y el calor aumentó, obligándome a mover mi mano para bajar un poco el cierre del cuello de mi camiseta y poder recuperar el aliento; sabía que estaba tan rojo cómo un tomate, pero también, que Alex disfrutaba de la situación.
Cuando Alejandro se sentó frente a mí, por detrás de unos biombos que estaban del otro lado de la alberca aparecieron un par de mujeres, vestidas con traje de chef; caminaron con rapidez hasta llegar cerca de nosotros.
—Buenos días — dijeron las dos y se inclinaron.
—Buenos días — saludé.
—¿Está listo el desayuno? — Alex sonrió de manera tranquila.
—Sí, señor De León — contesto la mujer más joven, quien ya estaba sirviendo jugo en un vaso, el cual dejó en el lado de Alejandro.
—Sírvanlo por favor — él tomó el vaso y bebió.
La otra mujer, un par de años mayor que la primera, me estaba sirviendo café, me dejó la tasa y un recipiente con azúcar.
—Gracias… — sonreí y agarré la cuchara para agregarle azúcar.
Cuando ambas se retiraron observé a Alejandro, me sentía muy cómodo a su lado — me gusta la alberca — dije mientras revolvía mi café — especialmente este puente.
—Me alegro — Alex se inclinó y colocó sus codos en la mesa — este puente lo colocaron en la noche, no es parte de la decoración oficial — se alzó de hombros — por eso hoy, la alberca estará cerrada hasta después de mediodía, cuando quiten todo esto.
—¿En serio? — pasé saliva nerviosamente — ¿no crees que es demasiado? Es decir… — mordí mi labio — está muy bonito y aunque no me esperaba esto, pudimos desayunar en mi casa…
—Quería darte un día especial — su mano se movió alcanzando la mía — quiero que pasemos un día cómo una verdadera cita de novios, esa que no pude darte, de manera adecuada, hace años.
Mi corazón latió con emoción, mi labio tembló y sentí que el aliento se me escapaba; su voz, su mirada, su hermosa sonrisa y especialmente esos lentes que adornaban su rostro perfecto, aunado a esas palabras, todo me había cautivado por completo. Mi cerebro no reaccionó, ni siquiera para obligarme a poner los pies en la tierra y recordar que yo también era un hombre y que, no debería emocionarme por algo tan cursi… «¿Cursi? ¡Al demonio!» pensé, pues no necesitaba ser una mujer para disfrutar de esos detalles románticos, aunque tampoco los esperaría normalmente, quizá era precisamente porque no eran tan comunes, que los estaba disfrutando en demasía.
Las jóvenes volvieron trayendo un par de charolas; Alex soltó mi mano y permitió que las colocaran en la mesa. Cuando destaparon la charola que colocaron frente a mí, me sorprendió mi desayuno; consistía en un plato con un emparedado integral del cual sobresalía la lechuga, el tomate, un trozo de pechuga a la plancha y además, una rebanada de lo que parecía ser queso fresco; otro plato que contenía una pequeña porción de cereal integral con trozos de manzanas y nueces, a un lado del mismo, una porción de leche en un vaso; otro plato pequeño contenía fruta picada, a un lado del cual, había un poco de yogurt natural y algo de granola; en otro plato había un par de huevos estrellados con jamón y salchichas fritas, pero, lo que más me llamó la atención, fue el plato donde había una tostada francesa, tenían forma de trébol, pero al ponerle más atención, me di cuenta que no era una tostada francesa, sino cuatro; tenían forma de corazón y estaban unidas por la punta para darle forma de trébol, todas se encontraban bañadas en jarabe de maple y en el centro, tenía un adorno de crema batida con trozos de fresas y arándanos azules.
Levanté mi vista y observé a Alejandro, quien estaba entretenido observando su charola.
—Se ve todo muy bien — dijo para la joven que lo atendía — si necesitamos algo más les haremos saber.
Las dos se retiraron con rapidez y nos dejaron solos. Alex tomó los cubiertos y se dispuso a desayunar.
—Alex… — parpadee sorprendido — ¿en serio desayunaras eso?
Señalé con mi cubierto su charola, en la cual había un gran plato con carne preparada con champiñones y más aditamentos que, debido a la salsa oscura que la cubría, no podía identificar con facilidad, a los lados del mismo un par de huevos estrellados y un par de salchichas asadas; también tenía un plato con fruta, otro con un omelete con queso y jamón; también contaba con un plato de varios hotcakes pequeños con plátanos, fresas y crema batida; por último un plato con cereal y la porción de leche.
Alejandro repasó su charola con la vista — sí — respondió con calma — creo que está todo lo que ordené ayer.
Abrí mi boca para decir algo, pero me quede sin palabras. Ladee mi rostro volviendo a observar mi charola.
—Y, ¿tú pediste todo esto para mí?
—Sí, supuse que tendrías apetito — me guiñó el ojo.
—Aun así, no creo poder terminar todo — negué — sabes que casi no desayuno.
—Por eso te pedí algo ligero — llevó un poco de carne a su boca y lo saboreo ante mi mirada molesta, cuando pasó el bocado prosiguió — come lo que quieras, pero te advierto, si no te acabas por lo menos tres platos, voy a castigarte…
Levanté una ceja y sonreí de manera retadora para él — cómo si me molestara que me castigaras — dije con sorna, recordando el “castigo” que me había dado el domingo.
Alex bebió de su jugo y sonrió de lado — cierto, no recordaba eso, entonces, cargarás en tu conciencia el despido de las jóvenes que trajeron el desayuno.
—¡Eso no es justo! — reproché — ellas no tienen que pagar el hecho de que yo no desayune.
—Si no comes, es que no te gustó, ¿de qué me sirve tener empleadas que no satisfacen el paladar de mi pareja?
Sus frases me dejaron sin palabra para poder replicar.
—Bien… comeré — accedí desviando mi mirada y sintiendo que el sonrojo cubría mi rostro — pero sólo un poco.
—Tres platos — indicó moviendo su tenedor para señalar mi charola — si te portas bien y me haces caso en este día, te daré un premio.
—Me tratas cómo a un niño.
Alex no dijo nada más, se limitó a observarme con diversión y degustar su desayuno. Probé el emparedado y mordí mi labio para no sonreír; debía admitir que estaba delicioso, pero, estaba seguro que si lo mencionaba, Alejandro podría obligarme a desayunar eso todos los días y no era algo que quisiera, de todas maneras, tal vez me gustaba porque tenía demasiada hambre. Ignoré los huevos y las salchichas, prefería no comer algo que tuviera mucha grasa, después de todo, tenía días sin ir al gimnasio, aunque, las actividades con Alex eran mucho más demandantes; decidí comer las tostadas francesas.
Ante el primer bocado, sentí que mi boca se derretía por el sabor; me traicioné a mí mismo al soltar un suspiro — que rico… — susurré llevando un poco más de pan a mi boca, con algo de crema y fresas.
—Entonces, si te gustó — Alex tenía su vista clavada en mí, esperando mi respuesta, su sonrisa era triunfal.
Me quedé con el tenedor en la mano y baje la mirada — sí, me gustó — aseguré.
—Sabía que al ‘conejo’ le gustaría algo dulce — volvió su atención a su comida.
Alex estaba terminando todo lo salado; algo de carne, champiñones, un poco de huevo, todo era revuelto con su tenedor para probarlo de un solo bocado.
—Tus desayunos son tan extraños — llevé otro poco de tostada a mi boca y cerré mis ojos para disfrutarla.
—Tengo mucho trabajo y casi todos mis días son complementados con actividades físicas, algunas por desgracia, no puedo incluirte — bebió de su jugo y dejó el plato vació de lado — no siempre desayuno tan pesado, pero, hoy es un día libre, puedo hacerlo, además, ayer me porté bien, ¿o no?
—Sí, es cierto — terminé mis tostadas y repasé mi charola, tomando el pequeño plato de frutas y preparándolas con yogurt, granola y miel — Alex… ahora que lo mencionas, ¿qué haces durante el día?
Sabía que tenía trabajo, pero, entre revisar documentos, checar la actividad financiera y tener sexo conmigo, no podía pensar que tuviera suficiente tiempo para hacer otras cosas que no fuera su trabajo.
—Un día lo pasarás conmigo — sonrió tomando el plato con hotcakes — serás mi distracción personal — se relamió los labios — una deliciosa distracción.
—¡Alex!
El rojo cubrió mis mejillas, mientras el bocado de frutas quedó a medio camino; la vergüenza me inundó al notar que la joven que atendía a Alex había escuchado esas palabras, ya que estaba llegando para servir más jugo en el vaso.
¿Por qué tenía que provocarme de esa manera? Él sabía lo que lograba en mí y no le importaba, o quizá, simplemente le gustaba hacerlo a propósito; sí, la segunda era la aseveración indicada.
—Está bien… — rió — gracias — despidió a la joven quien se retiró con una amplia sonrisa — no todo mi trabajo es tan demandante — explicó — a veces tengo tiempo de distraerme porque sólo debo firmar documentos o revisar estados financieros… pero otras veces, tengo que ir a juntas con personas importantes, inversionistas, algunos empleados y socios… así que, en ocasiones, si no tengo suficiente tiempo, que son escasos los días que eso ocurre, me programo — bebió de su jugo y prosiguió — así, mientras hago algo de mi trabajo, puedo hacer ejercicio, pero eso provoca que mi cuerpo y cerebro trabajen más, por lo que necesito una mejor alimentación.
—¿Cómo puedes trabajar y hacer ejercicio al mismo tiempo?
—Alguien me lee los documentos importantes — aseveró y siguió comiendo sin darle mucha importancia.
—¿Alguien? — mordí la cuchara — debes tenerle mucha confianza a esa persona.
—Sí, se la tengo, sé que ella haría cualquier cosa por mí y jamás me traicionaría.
—¿Ella? — la punzada de celos no se hizo esperar en mi pecho, pero trate de sonar tranquilo para disimularlo.
—Marisela.
Alex siguió comiendo sus panqueques, yo por mi parte, me quedé observándolo con seriedad; mi primer impulso fue reclamar, pero me contuve apretando mi mandíbula. No me iba a comportar como una persona celosa, aunque, estaba dándome cuenta que los celos estaban despertando con suma rapidez desde que Alex había vuelto a mi vida. ¿Por qué antes no era así? Tal vez porque antes no me importaba, pero ahora con Alejandro, era diferente. Lo quería para mí; era un pensamiento egoísta, pero así lo sentía, pese a todo y todos, era algo imposible de evitar y saber que tenía a alguien más, en quien depositaba confianza ciega, me hacía sentir inquieto, incómodo y molesto.
—¿Pasa algo? — la voz de Alex me hizo salir de mi estupor.
—No — negué y sonreí forzadamente — Marisela… ¿es la chica que programó la entrevista con los reporteros? — tenía mi vista posada en mi plato con frutas y llevé otra cucharada a mi boca.
—Sí — prosiguió — es la encargada de las relaciones públicas y mi secretaria personal.
—Así que es la que te prepara el café… — murmuré.
—Erick… — la voz seria de Alejandro me obligó a levantar la vista para observarlo — no me dirás que estás celoso, ¿o sí?
—¿Yo? — pregunté con una sonrisa nerviosa — claro que no, pero si es tu secretaria debe preparar tu café, igual que lo hace Lucía conmigo, ¿no es así? A menos que haya algo más entre ustedes y no solo te sirva el café… — me traicioné a mí mismo con esa última frase.
Alejandro suspiro, perdió su vista en uno de los ventanales y guardó silencio por un momento, después, su voz se escuchó con seriedad.
—La verdad, Marisela y yo tuvimos algo que ver — esa simple frase me dejó helado — pero ahora solo hay cariño de amigos, además me respeta y es una de las pocas personas que tiene mi confianza completa — aseguró.
—¿Por qué me lo dices entonces? — mi voz sonaba molesta y terminé con rapidez la fruta dejando el recipiente de lado con un golpe en la mesa.
—Porque no quiero mentirte… — dudó por instantes, pude notarlo por que desvió su mirada, algo me ocultaba, era notorio — no quiero que pienses cosas que no son.
—¿Fue tu amante?
—Sí — respondió con rapidez.
—¿Por cuánto tiempo? — insistí, si había algo más, solo haciendo las preguntas correctas iba a enterarme.
—No lo sé, porque no fue, ni es una relación estable — aseguró — cuando terminaba con un amante y necesitaba desahogar mis necesidades de sexo, Marisela siempre estuvo ahí, siempre ha estado ahí, así que, en tiempo, te puedo decir que, algunos años.
«Años» la palabra me estremeció; él dijo que no duraba con sus amantes y ahora, decía que tiene una secretaria con la cual se había relacionado durante años. Mordí mi labio mientras respiraba para calmarme.
—¿Es… tu pareja…? — pregunté después de un momento.
—No — volvió a negar — solo es una relación donde obtengo sexo cuando lo necesito, ella sabe que no la quiero como pareja y jamás tendré algo serio con ella.
—Entonces, ¿cómo sigue contigo?
Alejandro suspiró, dejó los cubiertos de lado y se recargó en la silla. Me observó por encima de sus lentes con seriedad.
—Es difícil explicar — dijo al fin.
Fruncí mi seño y posé mi vista directamente en él — pues más vale que intentes explicarlo — espeté con tanta seriedad, que Alejandro se sorprendió.
Por un instante, él guardó silencio, parecía pensar cómo abordar el tema.
—Conocí a Marisela de una manera impropia — empezó a hablar después de beber de su jugo — así que, cuando me enteré de su situación, le ayudé a salir de un problema que tenía con su anterior jefe — dijo como si no le importara — ella y yo tuvimos sexo pero no fue nada serio — su voz sonaba completamente segura — cuando se quedó sin empleo, yo le di trabajo a cambio de algunos favores y de que me satisficiera cuando yo lo necesitara — se alzó de hombros restándole importancia — así ha sido, hasta que volví a encontrarte — terminó de hablar y volvió a comer, esta vez, algo de fruta.
—¿Y eso era lo difícil de explicar? — levanté una ceja, no podía creerle con tanta facilidad, algo no concordaba — me estás mintiendo, Alejandro — apreté mis puños sobre la mesa.
—No — negó — solo no te estoy dando los detalles, es muy diferente.
—¿Por qué todo lo tienes que tergiversar a tu favor?
—No lo hago — volvió a negar con el rostro, de forma lenta — pero, no quiero contarte de eso, hasta que sea el momento.
—Y, ¿cuándo va a ser momento? — insistí, me desesperaba que me tratara como un idiota que no entendía las cosas.
—Cuando te vayas conmigo.
—Y, ¿si no me voy contigo? —pregunté con recelo.
—No hay opción, Erick, te vas a ir conmigo — aseguró mientras su rostro se ensombrecía.
Crucé mis manos cerca de mi rostro, cerca de mi boca y desvié la mirada. Alex no permitiría que yo me alejara de él y eso me agradaba, era notorio que sólo me quería a mí, pero, el no saber mucho de Alejandro, era una situación algo incómoda.
—No creo que me sienta bien si esa mujer sigue a tu lado — volví a verlo a los ojos.
—¿No te basta con saber que no volveré a tocarla? — su voz era suave, trataba de seducirme para que cediera.
—Y a ti, ¿no te basta con saber que te amo? — pregunté con suavidad, intentando que entendiera mi sentir — así puedes dejarme aquí, en donde vivo y podríamos vernos cuando yo tenga vacaciones de mi trabajo.
—¡No! — respondió con gravedad.
Su actitud, consiguió que yo también me pusiera a la defensiva — entonces, ahí tienes mi respuesta a tu pregunta también.
Por primera vez, Alejandro parecía frustrado, respiró profundamente, movió su rostro nerviosamente, posó su mirada en el piso y pasó la mano por su cabello — tengo que pensar qué voy a hacer…
—Bien — sonreí de lado — dependiendo tu respuesta, sabremos si me voy contigo o no.
—Eso no está a discusión, Erick — insistió con molestia.
—Lo está desde este momento — golpee la mesa con la punta de mi índice — ahora que sé, que tienes de secretaria personal, a una mujer que te satisface sexualmente, especialmente, cuando no tienes un amante de planta, ¿piensas que voy a acceder a irme contigo con tanta facilidad? ¿Para qué? ¿Para tenerme a mí en tu cama y a ella sobre tu escritorio? — solté las palabras con algo de amargura.
—Erick — Alex entornó los ojos y apretó los puños — no tienes que verlo de esa manera, sabes muy bien que no es así.
—¡Ah!, ¿no? — levanté una ceja — entonces, ¿cómo quieres que lo mire?
—¿Por qué no la conoces primero y luego discutimos?
—¿Conocerla…? ¿Tú crees que yo voy a querer conocerla? ¿En serio? — mi voz sarcástica lo estaba sacando de sus casillas.
—Tú me dijiste que conociera a tus amigos y que quedara en buenos términos con ellos — reprochó — lo hice, ahora tú, conoce a Marisela.
—Sí, te dije que conocieras a mis amigos, no a mis amantes — reproché.
—¡Erick! — su voz resonó en el lugar, además se puso de pie golpeando la mesa con sus manos y derramo algo de jugo al caer su vaso.
Yo no dije nada, me recargué en la silla y crucé los brazos en mi pecho; lo observé desafiante, no iba a tratar a esa mujer, ni aunque me llevara a rastras. Alejandro apretó los puños, observándome con seriedad, sabía que analizaba la situación; en ese momento, una voz suave, con un ligero tinte de miedo, se escuchó.
—¿Señor…?
Alex giró el rostro, observando a la joven que le había servido a él; llevaba una servilleta de tela para limpiar el líquido que se había esparcido por la mesa. Él se contuvo, volviendo a sentarse, permitiendo que la chica se acercara; ella parecía un ratón asustando al estar a un lado de nosotros y yo me sentí culpable por la situación.
—Gracias… — dije con una sonrisa amable cuando se iba a retirar, con el vaso.
—¿Desea algo más? — preguntó para Alejandro, pero él no respondió, sólo le dirigió una mirada, con la que parecía querer fulminarla.
La joven dio media vuelta y caminó con rapidez, alejándose de nosotros.
—No tienes que ser tan agresivo — lo reprendí.
—Sabes que así soy.
—Sí, lo sé… — mi voz era cansada — pero eso no te da derecho a tratar así a una muchacha, que está haciendo su trabajo — él seguía molesto, serio, no entendía por qué su reacción, solo quería que supiera mi incomodidad por esa mujer y él no parecía querer comprenderlo — Alex… — lo llamé con suavidad — dime la verdad, ella… ¿te gusta?
—No exactamente.
Recargué mis antebrazos en la mesa, respiré profundamente y di unos golpecitos con mis dedos, en la superficie — esa no es una respuesta, Alejandro — tenía que echar mano de toda mi paciencia en este momento, si yo también me enojaba, las cosas no iban a salir bien.
—Es bonita — respondió — sexy, tienes buenas técnicas para entretener, pero no la quiero conmigo por eso, Erick.
Cada palabra me provocaba unas punzadas en el pecho y un ardor en el estómago que quizá, iba a provocar que devolviera lo que acababa de desayunar — ¿entonces? — pregunté con calma, entrelazando mis manos y apelando a toda mi fuerza de voluntad.
—La necesito porque, es la única persona en la que podría confiar para cuidar de mis cosas — respondió con toda la seriedad de la que era capaz.
—¿Acaso no tienes más empleados? — pregunté intrigado — ¿qué hay de Julián y Miguel?
—Julián y Miguel son los únicos a los que les confío mi vida al cien por ciento y de igual manera, les confiaría la tuya, pero no son personas capaces para mis negocios.
—Y, ¿Marisela sí? — el tono de mi voz ya denotaba mi molestia.
Alejandro se puso de pie y caminó hasta mí, se inclinó y colocó una de sus rodillas en el piso, sujetó mis manos y la acarició con delicadeza — si hubiera alguien más, que pudiera encargarse de mis negocios, para que yo pudiera pasar todo este tiempo contigo, te juro que ya lo habría contratado y a Marisela, la hubiera enviado a otro lugar para que no te incomodara — respiró profundamente — pero no hay nadie, no confío en nadie y ten por seguro, que no habrá nadie que tenga mi confianza para eso — aseguró — no creo que lo entiendas ahora mismo, pero, cuando nos vayamos de aquí, te explicaré todo.
Mordí mi labio inferior. ¿Por qué Alejandro me hacía eso? Esa voz, esa mirada, esas acciones, ¿cómo negarme a esa manera de tratarme? A pesar de estar lleno de celos y enojo, no podía reprocharle nada, después de todo, los últimos días había estado siempre conmigo, me había amado de formas inimaginables y me había hecho llegar al cielo.
—Pero… — suspiré — estoy celoso — me sinceré, sintiendo como toda la amargura que estaba tratando de ocultar, afloraba en mi voz y mi semblante — ya no voy a poder estar tranquilo después de saber eso.
—¿Por qué estarías celoso, mi amor?
«Mi amor», cuando escuche esa frase, sentí que mi cuerpo flotaba en un cumulo de nubes. Eso era para Alex, no era simplemente su ‘conejo’ o un amante al cual desechar con facilidad, me lo había demostrado.
—Porque… — titubee nervioso — ella es bonita, sexy, tiene buenas técnicas para ‘entretener’ — repetí lo que Alejandro había dicho con anterioridad — y tiene toda tu confianza.
Alejandro soltó una carcajada y se incorporó, se acercó a mí, besándome con delicadeza.
—Es lo que puedo decir de una mujer — susurró — pero, nada de eso vale si lo comparo contigo — sonrió conciliador — para mí, Erick, tú tienes muchas cualidades que son mejores, eres perfecto, hermoso, dulce, inocente… te falta técnica, pero eso es lo más atrayente, porque te vas adecuando a mí — se movió hasta dejar sus labios cerca de mi oído y yo cerré mis ojos dejándome llevar — a mis deseos, a mis caprichos y cuando eso pasa, te desinhibes y me muestras ese lado sensual, vibrante y apasionado, que nadie más conoce de ti — su lengua repasó mi oreja, produciéndome un escalofrío — tú eres lo que yo necesito para ser feliz, Erick.
Un ligero gemido escapó de mis labios ante esa declaración — Alex… — mi boca estaba seca, mi mente ya estaba empezando a nublarse, pero logré moverme para alejarlo — eso… — carraspee para poder hablar, porque mi voz no salió adecuadamente — eso es muy lindo, pero no me agrada la idea de que ella siga a tu lado.
—Está bien — besó mi frente y sonrió — buscaré la manera de complacerte, pero hasta que nos vayamos juntos — acotó — así puedo encargarme personalmente de mis asuntos y a ella, mandarla a uno de los hoteles en otro país, ¿de acuerdo?
—¿Puedo confiar en ti? — lo miré directamente a los ojos.
—¿Alguna vez te he fallado?
Hice un mohín, realmente, Alex se esforzaba siempre en mantenerme feliz y cumplir con lo que le pedía, así que por ese lado, no podía reprocharle nada — está bien — sonreí — pero no me pidas que la trate, sería incómodo para mí, no sé para ella.
—No tienes que tratarla — Alex seguía cerca de mí, inclinado, con su rostro a unos centímetros del mío, su respiración rozaba mi piel — haremos lo que desees.
Moví mi mano hasta colocarla en su nuca y lo acerqué a mí para besarlo con algo de fuerza, de alguna forma quería liberar el enojo y frustración que sentía, después de enterarme de lo que sucedía con su secretaria; entreabrí mis labios y le permití entrar a mi boca, Alex se aprovechó de mi ofrecimiento, su mano se posó en mi cuello, cerca de mi mandíbula y sus dedos rozaron mi piel, mientras su lengua jugueteaba con la mía.
—Así… — se relamió los labios cuando se alejó — esas actitudes me gustan de ti, ‘conejo’ — mi pecho se movía al compás de mi respiración, la mano de Alex acarició mi mejilla — ese hermoso sonrojo que cubre tu rostro, por la mezcla de vergüenza y deseo — sonrió triunfal — eso es lo que te hace especial y único.
Depositó un beso suave en mis labios y se alejó para volver a sentarse en su silla, dejándome algo perturbado en mi lugar.
—¿Deseas seguir comiendo? — la voz de Alex era tranquila, se había sosegado con rapidez, cómo siempre.
—No… — negué y traté de calmar mi respiración, algún día aprendería a hacerlo igual que él — está bien así, ya terminé los tres platillos…
Sonrió complacido — entonces, es mejor irnos — volvió a ponerse de pie ofreciéndome la mano — vamos, hay algo que hacer, antes de irnos de aquí.
Acepté su mano sumisamente y Alex se movió hasta quedar tras de mí; pasó sus manos por mis costados y me abrazó, colocando su barbilla en uno de mis hombros.
—Quisiera — habló mientras me guiaba hacia la puerta — que el próximo año estemos en otro lugar, juntos, tú, yo… los niños…
—¿Estás seguro? — cerré mis ojos y me dejé llevar por él, sin temer a que algo pudiese ocurrirme, pues en sus manos depositaba toda mi confianza.
—Claro, ¿no te gustaría?
—Y, ¿tú reputación?
—Mi reputación — soltó una ligera risa — ¿qué es lo que te preocupa de mi ‘reputación’? Además, cuando nos vayamos, te casarás conmigo.
—¡¿Casarnos?! — salí de mi ensueño automáticamente.
—Sí — asintió y ejerció más presión en el abrazo, para que no me alejara — ¿Por qué crees que te irás conmigo? Tendrás que elegir… Holanda, España, Bélgica, Noruega… — enunció con lentitud — en lo personal, Noruega me llama más la atención, pero hay muchos países dónde podríamos quedarnos.
—¿Por qué tenemos que ir para allá? — cada vez me asustaba más la idea.
Llegamos al lugar dónde habían quedado nuestras cosas. Alex se separó de mí y me colocó el gorro — porque, allá podemos casarnos y adoptar hijos legalmente, sin ningún problema — puso la bufanda en mi cuello.
—¡¿Hijos?! — moví mis manos, alejando la bufanda de mi boca para poder hablar — ¿crees que yo quiero adoptar un hijo?
—Tienes razón, deberíamos conseguir a alguna mujer para que tenga un hijo tuyo — se alzó de hombros — a mí me gustaría tener un pequeño Erick, corriendo por la casa.
—¡Alex!
—¿Prefieres un pequeño Alex?
—Alejandro, ¡¿de qué estás hablando?! — su actitud y sus palabras, me estaban alterando.
—Tienes razón, podrían ser niñas, sería bueno también, dicen que son más dulces — me entregó mis guantes y se los arrebaté en un movimiento.
—Alejandro, tú estás haciendo planes sin… sin tomarme en consideración… — intenté colocarme un guante pero mis nervios me estaban impidiendo hacer las cosas correctamente, así que metí mal los dedos sin darme cuenta.
—Lo lamento — una leve sonrisa adornaba su rostro, volvió a sujetar mi mano y me ayudó a colocar mi guante correctamente — pero es algo que he estado pensando, te quiero conmigo — sentenció — quiero que juntos formemos una familia, tener uno o dos hijos, además de tus hijos actuales.
—Alex… — titubee — yo no soy una persona con vocación de padre.
—Realmente, yo tampoco lo pensé — se sinceró con una amplia sonrisa — pero, ¿por qué dices eso?
—Pues… — pasé saliva — porque nunca pensé en tener hijos cuando estuve casado con Vicky — suspiré cansado — no era algo que me llamara la atención.
—Pero te gustan los perros, eres muy bueno con ellos.
—Los niños no son perritos — alegué molesto — ¿crees que son animalitos que se conforman con un poco de cariño? Necesitan atención, cuidados, tiempo, paciencia…
—¿Ves? — acarició mi mejilla — serías un buen padre.
Apreté mis labios y giré para no tener que verlo, mientras me colocaba la gabardina — ¿podríamos hablarlo después? — empecé a abrochar los botones — no es un asunto que quiera discutir en este momento — pensar en ello iba molestarme y necesitaría otra taza de café.
—Bien, tendremos tiempo de hablarlo más adelante.
Me quedé en silencio; mientras Alex se colocaba sus pertenencias, me observaba de reojo, sonreía y parecía divertido ante mi consternación. Ahora que conocía las verdaderas intenciones de Alejandro, me sería muy difícil estar tranquilo; él esperaría una respuesta de mi parte y conociéndolo, buscaría por todos los medios tener una satisfactoria para sí mismo.
Cuando por fin terminó, salimos del lugar, tomamos nuevamente el elevador y bajamos algunos pisos, llegamos a unas oficinas y una joven que estaba ahí se puso de pie al recibirnos.
—Buenos días — dijo nerviosamente.
—Buenos días — respondí amable.
Alejandro no contestó, su semblante era serio — ¿están el señor Elizondo y la señorita Sánchez?
—Sí, señor — asintió con rapidez.
—Avísales que estoy en la sala de juntas de este piso, que se apresuren porque quiero irme pronto.
Alejandro me agarró de la mano y me llevó hasta una puerta grande, que estaba al fondo de un pasillo. No dijo nada más, hasta que entramos.
—Te dije que no tenías que tratar a Marisela — me guió a sentarme en una silla, frente a una mesa grande, se quitó los guantes dejándolos a un lado — pero, lamentablemente, le pedí que hiciera unos arreglos para hoy… — quise replicar pero no me lo permitió — no tienes que tratarla, ni hablar con ella, pero te aseguro que será la última vez que tengan que relacionarse.
Entorne mis ojos — está bien — dije sin interés.
Alex besó mis labios y sonrió; en ese momento un golpeteo en la puerta se escuchó.
—Adelante — Alejandro levantó la voz y tomó asiento a mi lado.
Cuando la puerta se abrió, Marisela entró rápidamente, portaba un traje sastre con pantalón; en esta ocasión, su cabello estaba recogido en un peinado alto y algunos bucles descansaban en sus hombros. Portaba unos lentes de marco grueso y pude notar, cuando se acercó, unos bellos ojos color aceituna; además, debía admitir que era muy hermosa, especialmente sus labios.
—Buenos días, señor De León, señor Salazar — su voz era melodiosa y amable, supuse que debido a su trabajo, sabía cómo tratar a las personas para hacerles sentir confianza.
Tras ella, un hombre, quizá de la misma edad que nosotros, entró cerrando la puerta. Tenía el cabello negro, peinado hacia atrás, era alto, quizá casi tanto como Alejandro; sus ojos castaños recorrieron el lugar, me observó y sonrió de lado. Su mirada me hizo estremecer, había algo en él que no me agradaba.
—Buenos días — la voz de ese hombre me dio escalofríos.
Tanto Marisela, cómo él, se acercaron hasta quedar al otro lado de la mesa. Marisela puso en la mesa la carpeta que llevaba, junto con un bolígrafo y los acercó a Alex, quedándose de pie; mientras, el hombre tomó asiento con mucha confianza, dejando otro folder sobre la mesa.
—Alejandro, ¿nos presentas? — me señaló con el rostro, sin quitar su amplia sonrisa.
Alex levantó una ceja y sonrió cínicamente — ¿crees que eres tan importante como para presentarte?
—¿Acaso no me tienes confianza?
—La suficiente, nada más — Alex respondió retador — pero está bien, te presentaré — giró el rostro — Erick, ese tipo de ahí, — lo señaló con el bolígrafo que Marisela le había proporcionado — es Antonio Elizondo, trabaja en el área de recursos humanos de este hotel — la forma que lo dijo me resultó extraña, no parecía del todo feliz con esa presentación — Antonio, este — pasó su brazo por mis hombros — es Erick Salazar y te prohíbo que te acerques a él, si yo no estoy presente — el siseo en la última palabra me puso sobre aviso, jamás, con ninguna persona que Alejandro me había presentado, se había comportado de esa manera.
—Entiendo — el otro sonrió de lado — no te preocupes, — prosiguió afable — no me acercaré, tranquilo, pareces animal defendiendo su territorio.
—No es mi territorio — Alejandro alejó sus brazos de mí y colocó sus antebrazos en la mesa, mientras abría la carpeta que tenía frente a él — es mi pareja y si lo tocas… — levantó la vista y sonrió fríamente — te mato.
Pasé saliva nerviosamente; dudaba que Alex cumpliera la última frase, pero no podía negar que había tensión en el aire y no comprendía el por qué, con exactitud. El hombre frente a nosotros soltó una carcajada, aunque parecía algo nervioso.
—Muy bien, ya entendí, tranquilo…
—Marisela… — la voz de Alex sonó más calmada — ¿están aquí todos los documentos que me faltaba firmar?
—Sí, señor — asintió con rapidez — todo está ahí, lo revisé desde ayer.
—Bien, ¿tienes lo que te encargué para hoy? — Alex empezó a firmar con rapidez algunas hojas.
—Sí, señor, con respecto al automóvil, solicité cinco para que eligiera, si desea hacerlo antes de bajar al estacionamiento, tengo un archivo con las especificaciones de cada uno y una fotografía.
—Tráelo — Alejandro ni siquiera la observó — y, ¿el empleado?
—Es muy difícil conseguir una persona con suficientes referencias, de un día para otro — cruzó sus manos frente a ella — me enviaron currículos de algunas agencias pero, creo que no son lo suficientemente buenos para el trabajo que ocupa, especialmente con la rapidez que espera — acomodó sus lentes con su mano — si me permite opinar, debería pedirle a Agustín o a alguno de sus guaruras personales que se encargue.
—Eso sería lo mejor — respondió — pero, Erick no quiere a ninguno de mis guardaespaldas para que sea su chofer.
—¿Un chofer? — Antonio se inclinó hacia enfrente — si buscas un chofer personal, hay muchos disponibles en el hotel, sabes que es uno de los servicios que ofrecemos.
—Lo sé — cerró la carpeta — pero no creo que sea lo que busco, o, ¿qué piensas Marisela?
Miré a Alejandro con molestia, ¿por qué tenía que preguntarle a ella sobre esa situación? Eso era un asunto en el que yo estaba inmiscuido, especialmente porque la persona que contrataría sería mi chofer.
Ella tomó el folder en sus manos — todos los trabajadores del hotel, por ahora, están bajo las órdenes del señor Elizondo — dijo mirando de soslayo al aludido — pero en lo personal, revisando sus currículos, ninguno tiene la capacidad adecuada para realizar el trabajo, exactamente cómo usted espera.
—Ahí está tu respuesta — Alejandro tenía una amplia sonrisa — ve por las fotografías de los autos por favor — volvió a dirigirse a Marisela.
—Por supuesto… señor Salazar, ¿desea un café? — preguntó antes de retirarse.
Levanté la vista, el simple hecho de verla y de que me hablara, me molestó; ella no estaba siendo grosera, al contrario, pero yo ya traía la predisposición para no tolerarla.
—Sí — respondí sin mucha amabilidad.
Ella asintió y se retiró.
—Insisto que puedes usar uno de los trabajadores del hotel, a menos que lo quieras permanente — Antonio acercó la carpeta que llevaba a Alejandro.
—No, es solo temporal — Alex aceptó lo que el otro le ofrecía, abrió el folder para revisar los papeles que estaban en el interior y sus ojos repasaron con rapidez las letras impresas en los documentos.
—Entonces no tiene nada de malo que uses un empleado del hotel, que además, es tuyo.
—Ya dije que no — su voz era molesta.
—Alex… — interrumpí — a mí no me molestaría, además, si me iré contigo, no tiene caso que contrates a alguien más, ¿no lo crees?
Alejandro me miró de reojo y Antonio sonrió — ¿lo ves?, si a Erick no le molesta, ¿por qué a ti sí?
—En primera — Alejandro habló con ira contenida, cerrando la carpeta de un golpe — para ti, es señor Salazar, no Erick — hizo la carpeta a un lado — y en segunda, eso lo voy a hablar con él antes de decidir y tú — lo señaló con su índice — no tienes por qué meterte.
—Disculpa — ladeó el rostro sonriendo con calma para Alejandro y después me observó — no quería molestarlo, señor Salazar… bueno — volvió a dirigirse a Alex — ¿qué opinas del informe?
—Tengo que revisarlo a fondo antes de aceptarlo, ya lo sabes.
—¿Tanto desconfías? — Antonio dio unos golpecitos a la mesa con sus dedos.
—No, pero tengo que leer a detalle cada hoja.
—Bien, entonces, si necesitas algo más… — se puso de pie — llámame, aún tengo trabajo que hacer, — amplió su sonrisa — con permiso, señor Salazar.
Su mirada nuevamente me estremeció. Algo tenía ese hombre que no terminaba de convencerme; pero no dije nada, ni me despedí. Antonio se dio la vuelta alejándose; cuando abrió la puerta para salir, Marisela estaba a punto de tocar, traía una pequeña charola en una mano y bajo el brazo, una nueva carpeta.
—Nos vemos más tarde, preciosa — fue lo último que se escuchó de Antonio.
Marisela entró y cerró la puerta tras ella, sin decir una sola palabra. Se acercó con rapidez y dejó la charola en la mesa, acercándola a mí, en la cual, había una taza grande con agua caliente, a un lado, una cuchara, un frasco de café, un recipiente con azúcar y además, un pequeño plato, el cual tenía galletas.
—Espero que le guste, señor.
—Gracias — dije secamente mientras agarraba la cuchara, para preparar mi café.
—Marisela — Alejandro estaba serio — investiga a fondo los hombres que realizan el trabajo de chofer aquí, lo necesito para mañana mismo.
—Sí, señor…
—Toma — Alex le acercó la carpeta que Antonio le había dejado — revisa estos documentos, especialmente la segunda hoja.
—Claro — asintió nuevamente, agarró el folder y le entregó la que ella llevaba — aquí están los automóviles — agregó — en lo personal, le recomiendo la camioneta crossfox blanca.
—Te pedí automóviles — abrió la carpeta viendo el primer modelo — sabes que no me gustan las camionetas.
Abrí los ojos enormemente al ver de reojo la foto del auto, parecía algo ostentoso, a pesar de que el color era oscuro; debía decirle a Alejandro que mejor usáramos el automóvil en el que siempre nos movíamos.
—Lo sé, señor — la voz de ella parecía tener un tono de disculpa — pero, si lo que desea es pasar desapercibido, usar una camioneta es lo mejor, ya que usted, nunca ha usado ese tipo de vehículos, precisamente porque no le gustan y menos, en color blanco.
Levanté la vista, eso era un detalle que no conocía de Alejandro. Era notorio que Marisela lo conocía muy bien, ¿cuántos años en realidad habían estado juntos? Esos detalles solo se conocen por pasar tiempo con otra persona, el suficiente cómo el que yo pasé con Vicky de matrimonio. Parpadee varias veces tratando de alejar de mi mente todas esas ideas; no debía pensar en eso, imaginar cuanto tiempo habían estado ellos dos juntos, compartiendo tiempo, viajes, recuerdos y especialmente, cama, me producía demasiada molestia. Apreté la taza al pensar en eso específicamente, me dolía y me llenaba de celos de solo imaginarlo; bebí algo de café para calmarme.
Alejandro terminó de revisar los automóviles y suspiró — tienes razón — dijo al fin.
Mi vista se posó inmediatamente en él, saber que le daba la razón a esa mujer, aunque fuese en algo tan trivial, me molestaba; dejé el café de lado, me puse de pie sin decir nada y caminé hacia uno de los ventanales. Me sentía mal por estar ahí, por tener que soportar a la amante de Alejandro como si fuese lo más normal; porque para mí, era eso, su amante.
—Que preparen la camioneta, saldremos en un momento.
—Sí, señor, con permiso.
Poco después, escuché la puerta cerrarse, yo ni siquiera giré mi rostro para despedirme de ella; recargué mi frente en el cristal del ventanal y suspiré cansado.
—Estás molesto — la voz de Alejandro se escuchó muy cerca — ¿por qué?
—¿Por qué crees?
—Por Marisela… — sus manos se movieron por encima de mi ropa, hasta posarse en mi pecho.
—Sí, por Marisela — asentí cerrando mis ojos — y por darme cuenta de lo bien que te conoce.
—No pienses en eso… — susurró cerca de mi oído — yo soy el que debería estar enojado.
—¿Tú? ¿Por qué?
—¿Por qué? — me hizo girar para verme directamente a los ojos — no me agrada que me contradigan y menos delante de alguien cómo Antonio.
—¿Contradecirte? — levanté una ceja.
—Sí, me contradijiste, ‘conejo’ — acarició mi rostro — había dicho que no quería ponerte un chofer de este hotel y tú, diste tu permiso.
—¿Qué tiene de malo? — suspiré cansado — es tu hotel, ¿no?
—Sí, lo es, pero aunque no lo creas, necesito que algunas personas trabajen aquí, pese a que no gocen de mi confianza plenamente y uno de ellos, es Antonio.
—Entonces, ¿por qué es quien se encarga de los trabajadores de tú hotel?
—‘Conejo’ — suspiró y me guió a la mesa nuevamente — te dije que soy dueño de muchas empresas y hoteles y lo soy, pero tengo algunos negocios que me obligan a tener relación con algunas personas específicas y por ello, tengo que tener empleados que trabajen para mis asociados también… — su explicación me estaba confundiendo — además, algunas relaciones comerciales, me exigen ceder en algunos casos, en este, por ejemplo, él — hizo un gesto de desagrado — es hijo de uno de mis socios y además de su trabajo aquí, es mi contacto con su padre y otras personas.
—Antonio no es tu empleado directo, ¿eso quieres decirme?
—¿Antonio? — levantó una ceja — ¿por qué lo tuteas?
—¿Cómo quieres que lo llame?
—No lo sé, quizá, ese hombre, el imbécil que estaba con nosotros, el tipo, la ‘cosa’ — se alzó de hombros — cualquier apelativo, incluso su apellido está bien, pero no te tomes tanta confianza, Erick, por favor…
Reí y acaricié su mejilla con suavidad — ¿el señor De León está celoso?
—Sí — rozó mis labios con su pulgar — no voy a negarlo, ¿acaso no te diste cuenta cómo te comía con la mirada?
—Me vas a decir que es gay y te preocupa que se fije en mí, ¿es eso? — pregunté un tanto divertido.
—Antonio es bisexual — aseguró — y en lo personal, creo que es una persona desagradable.
—Alex — sus palabras me sorprendieron — ¿no me digas que su inclinación sexual te molesta?, después de lo que pasa entre nosotros…
—No es eso — me indicó una silla mientras él se sentaba a mi lado, pero viéndome de frente — no me importa si se mete con hombres, mujeres, animales, lo que sea — aseguró — pero hay detalles de Antonio que no son agradables para mí, su manera cínica de comportarse, la manera en que ve a las mujeres que trabajan aquí, las insinuaciones a los empleados… por eso, ya dispuse que se quedará solo un tiempo, después lo enviaré a otro lado.
—¿Por qué?
—Porque este es un hotel importante para mí y no quiero que se quede en este lugar, podría traerme problemas… — suspiró — problemas que no deseo.
No comprendía las razones de Alejandro para hacer algunas cosas, pero eran sus negocios y solo podía aceptarlo que él decía, porque seguramente era lo mejor.
—Lo lamento — acaricié su rostro — no quise contradecirte, es sólo que, tú le diste la razón a… — tomé aire para proseguir — a Marisela y eso me molestó.
—Perdón — besó mis manos aún por encima de los guantes que portaba — no quise molestarte, te lo aseguro — hice una mohín, pero sonreí ante su caricia — ¿quieres terminar tu café para irnos? — preguntó con suavidad.
—No — negué — ya se enfrió — me excusé, la verdad, no tenía ganas, después de todo, ese café me lo había llevado esa mujer — y así no me gusta, ya los sabes…
—Bueno, vámonos, es tarde.
Ambos nos pusimos de pie y Alejandro tomó sus guantes para salir. No dijimos nada más durante el trayecto hacia el estacionamiento; cuando llegamos, un hombre le indicó a Alejandro dónde estaba la camioneta y le dio las llaves.
—Vamos — caminó junto a mí y me abrió la puerta del copiloto — hay que apresurarnos o no alcanzaremos a ir a dónde tenía planeado.
—¿Iremos solos?
—Sí, sólo tú y yo, en esta camioneta, ¿por qué?
—Es extraño — me alcé de hombros — siempre nos acompañan.
Alejandro no respondió, su sonrisa era divertida; subí a mi lugar, me coloqué el cinturón, él cerró la puerta y después se subió al lugar del piloto. Encendió la camioneta y finalmente puso música; me sorprendió escuchar una canción que conocía desde hacía años.
—Espero que el repertorio de música sea de tu agrado — dijo divertido — ayer busqué entre tu colección, aquellas que escuchábamos en la preparatoria.
—¿Aun recuerdas cuáles son?
—¿Cómo olvidarlas? Con esas canciones te enamoraste de mí.
Lo mire de soslayo conteniendo la risa. Ciertamente, Alejandro me había conquistado con su manera de ser, pero su gusto musical me cautivó, diferente a lo que normalmente se escuchaba en la ciudad donde vivíamos y por sobretodo, con canciones que me envolvían, haciéndome olvidar de todo lo que había a mi alrededor y que no me gustaba, además, algunas de ellas reflejaban muy bien mi manera de pensar.
Alejandro manejó hasta salir de la ciudad, tomamos un camino para ir a un pequeño pueblo colonial que se encontraba a una hora de la ciudad, el cual era muy reconocido e incluso, denominado ‘Pueblo Mágico’.
—¿Por qué iremos ahí? — pregunté curioso — no es época de visitas, la temporada turística terminó hace meses.
—Exactamente por eso vamos a ir — sonrió — pasaremos un rato a gusto, recorriendo el lugar y con tranquilidad.
—Entonces, no iremos a los atractivos naturales… — posé la vista en el exterior y sonreí.
—Lo lamento — se disculpó — te aseguro que lo intenté, quería llevarte a algún lugar al aire libre, pero debido al mal clima, los atractivos turísticos están cerrados — explicó — pero no te preocupes, en otra ocasión iremos a esos lugares.
—¿Cuándo? — lo miré intrigado — quieres que me vaya contigo a otro país.
—Podemos volver en otra temporada — me guiñó un ojo — eso no es problema.
En acto reflejo, moví mi mano y acaricié su mejilla — gracias — sonreí.
Él movió su mano y la colocó en mi pierna, ejerciendo presión sobre la misma — de nada…
* * *
Llegamos al pintoresco poblado casi a las doce del mediodía; Alejandro descendió de la camioneta después de buscar un estacionamiento y yo lo seguí. A pesar del clima, el lugar tenía mucha vida; había varias personas recorrían las calles, entre ellos, turistas extranjeros. Alejandro abrió la puerta trasera de la camioneta y sacó una especie de mochila.
—¿Para qué quieres eso?
—Es necesario — me observó con una amplia sonrisa — tengo fotos que tomar.
—¿Fotos? — me sorprendió su respuesta — ¿desde cuándo te gusta tomar fotos?
—Desde que me di cuenta que me agrada guardar recuerdos… especialmente de ti.
—Cómo si tuvieras muchos recuerdos míos — dije con sarcasmo.
—No, tienes razón, pero al menos, tengo una foto que me fascina, mira — sacó su celular y lo puso frente a mis ojos, mi rostro ardió al ver la imagen que tenía en el mismo, la foto que me tomó una noche en mi casa, después de ensuciarme con su semen — es mi imagen favorita — aseguró y volvió a guardar su celular — por eso quiero tomarte muchas fotos… claro, no tan excitantes cómo esa, ¿te molesta?
—No… — desvié la vista y sonreí nerviosamente — si eso te satisface, yo no tengo ningún problema…
—¿Posarás para mí?
No respondí, solo empecé a caminar y él sonrió ampliamente. Caminamos por las calles empedradas, recorriendo las tiendas de recuerdos. Alejandro no reparó en comprar todo lo que yo veía con interés; las artesanías locales eran muy reconocidas y a pesar de haber vivido tan cerca por años, jamás había ido al poblado, excepto para ir los atractivos naturales que rodeaban la zona. Alex compró dulces típicos y los compartimos sin importar algunas miradas curiosas de personas que nos rodeaban, en ese momento, nada importaba; además, mientras caminábamos, él me indicaba dónde colocarme para tomar fotos con la cámara que llevaba. Algunos edificios importantes y de arquitectura colonial impecable, plazas, fuentes e incluso, las fachadas de las iglesias, fueron los lugares que Alejandro prefirió para tomarme fotos; me colocaba a su gusto y me hacía reír con sus indicaciones.
Poco después de las dos de la tarde, buscamos un lugar dónde comer; a pesar de que había desayunado bien, habíamos recorrido casi todo el pueblo de arriba para abajo, caminando y debíamos recuperar las fuerzas. Comimos en un restaurante local, la comida típica de ese lugar era reconocida, así que, Alejandro y yo disfrutamos de ella, además de tomarnos fotos en el pequeño restaurante, ya que la decoración era una verdadera joya. Al salir de ahí, seguimos caminando, estábamos por terminar de recorrer el lugar y pronto volveríamos a la ciudad.
Las campanas de la iglesia principal sonaron, su reloj marcaba las cuatro de la tarde y en ese preciso momento, noté algo extraño.
Alejandro recibió una llamada a su celular, me dejó sentado en una banca cercana al kiosco de la plaza, cuidando la mochila y la cámara; mientras él se alejaba unos pasos a contestar, revisé las fotografías que había tomado. Un ligero trueno se escuchó y levanté mi vista para observar el cielo gris, amenazaba con llover en poco tiempo y además, el viento frío arreció; a pesar de eso, aún se miraba gente caminando por las calles y la plaza. Alejandro volvió a mi lado, pero estaba distinto, empezó a comportarse de manera distante, incluso, su manera de tratarme cambió ligeramente, su semblante era serio y parecía observar con detenimiento nuestro alrededor.
—¿Quieres que nos vayamos ya? — preguntó mientras guardaba la cámara en la mochila.
—No lo sé — me alcé de hombros — se supone que tú me ibas a llevar a una cita, así que no tengo idea qué tenías pensado — él seguía sin dirigirme la mirada — ¿ya no vas a tomar más fotos?
—Quizá — sonrió de lado con crueldad — pero, creo que buscaré un mejor lugar.
—Alex… — acerqué mi mano hacia su rostro, pero él se movió evitando mi caricia, mordí mi labio y alejé mi mano de él — ¿qué te pasa?
—Nada — aseguró.
Iba a insistir, pero ante su semblante molesto, preferí quedarme en silencio; suspiré y froté mis manos, porque, a pesar de los guantes, sentía frío. Un relámpago cruzo el cielo y un gran estruendo se escuchó nuevamente, después, gruesas gotas empezaron a caer.
—Deberíamos resguardarnos de la lluvia, ¿no lo crees? — pregunté sin ver a Alejandro.
Pero él no respondió, se puso de pie con rapidez, me sujetó de la muñeca y me obligó a seguirlo sin decir una palabra.
—Alex… — lo llamé nervioso pero no me hizo caso.
La rapidez con la que Alejandro caminaba me obligaba casi a correr tras él; la lluvia arreció en poco tiempo, tan fuerte que se me dificultaba ver lo que había a algunos metros. No supe nuestra dirección, Alejandro me iba guiando en medio del aguacero, resbalé en varias ocasiones, pero la mano de Alex no me permitió caer. A pesar de lo que creí, no entramos a ninguna tienda, al contrario, recorrimos varias calles, a pesar de que apenas se miraba por la lluvia y poco después, llegamos a una de las iglesias, pero no a la principal, sino a la más modesta.
Me sorprendió notar que las puertas no estaban abiertas, pero Alex me llevó directamente a una puerta secundaria, a un costado del edificio; a pesar de que también parecía cerrada, él la abrió con facilidad, solo empujando con su mano.
—Entra — susurró y me permitió el paso antes que él.
—Pero, es la iglesia — respondí algo asustado, antes de dar el paso — y parece cerrada.
—Lo sé — rió — pero no te preocupes, no arderás sólo por entrar a este lugar, supuestamente ‘santo’.
—Pero… Alex… — quise negarme, más él me empujo y entré al recinto.
Ambos íbamos empapados; cada paso que dábamos dejaba una huella húmeda en el piso. Me quité la gabardina y el gorro, mientras repasaba con mi vista el lugar. Dudé; yo no era religioso, pero mi familia sí, por lo que había recibido todos los sacramentos de niño, aun así, tenía años que no pisaba una iglesia, desde mi boda con Vicky y eso, porque la familia de mi difunta esposa, insistió en que nos casáramos ante las leyes religiosas. Mordí mi labio, no me persigné, no quería ser irrespetuoso, pero tampoco tenía la suficiente fe cómo para hacerlo.
Al fondo, cerca del altar, pude notar que varios adornos alusivos a las fiestas decembrinas estaban colocados, había un nacimiento, un tanto sencillo y varias veladoras encendidas; un sonido cercano al altar logró que me sobresaltara. Un hombre, relativamente joven, pulcramente limpio, vestido de negro con alzacuello blanco, salió de una puerta de madera; tras él, varios hombres, vestidos informalmente, pero pude reconocer a dos de ellos, Julián y Miguel.
—Buenas tardes — saludó el sacerdote con respeto — bienvenidos a la casa del Señor.
—Buenas tardes — respondí rápidamente y bajé la vista avergonzado.
—Buenas tardes — Alex respondió afable — aunque eso de la casa del ‘Señor’, debo decir que no me convence mucho, padrecito.
—¡Alex! — lo reprendí — no seas irrespetuoso.
El hombre sonrió — no se preocupe, ya me habían dicho que el señor De León no era creyente y, ¿tú, hijo? — me preguntó con seriedad.
—Yo… bueno… — titubee — la verdad…
—La verdad — Alejandro pasó la mano por mi hombro, acercándome a él — ambos somos “pecadores” padre, pero usted sabe que no estoy aquí por eso.
El calor subió a mi rostro y posé mí vista en el piso, ¿por qué Alejandro tenía que portarse de esa manera? Y lo peor era que lo hacía ante un sacerdote, que si bien, ni Alex ni yo creíamos en la religión, debíamos tenerle respeto.
—Bueno, ¿me acompañas, hijo?
Levanté la vista, el hombre dio media vuelta; Alex me empujó ligeramente y me hizo una seña con el rostro. Entendí que quería que siguiera al sacerdote, así que, sin decir palabra, caminé tras él, pero le dirigí una última mirada a mi pareja; Alejandro le entregó la mochila a Miguel y empezó a quitarse la gabardina con rapidez, su semblante era serio, diferente a la sonrisa que tenía ante el sacerdote que nos recibió; Julián le hablaba casi en susurros y además, le hizo algunas señas hacia el frente de la iglesia.
—Adelante… — la voz tranquila del hombre, me hizo volver a ponerle atención, había abierto la puerta por dónde había salido con anterioridad, para que pasara al interior.
—Gracias — respondí pero evité verlo a los ojos.
Yo me estaba muriendo de vergüenza, por lo que solo podía mirarlo de reojo; pude notar una sonrisa tranquila en sus labios y no parecía molesto en lo más mínimo. Entramos a una habitación grande, era la sacristía; el sacerdote caminó con paso tranquilo hasta una especie de armario.
—Ven, acércate — indicó con una mano para que quedara a su lado, abrió una de las puertas y sacó una maleta del interior — toma, me dijeron que esto es para ti.
—Gracias… — repetí escuetamente, no sabía qué más podía decir, ni siquiera sabía por qué estaba ahí; agarré la maleta y estrujé la correa.
—Ahí puedes cambiarte, — señaló otra puerta — si sigues empapado puedes enfermar.
Asentí y caminé rápidamente hacia la puerta, entré y cerré tras de mí nerviosamente, me recargué en ella suspirando — Alex… ¿por qué…? — pregunté mirando al techo y después negué, no sabía qué era lo que me tenía inquieto.
Dejé la maleta en el piso y empecé a quitarme la ropa, quedando sólo con el pantalón y la camiseta manga larga. Abrí la mochila y había un cambio completo para mí, parecido al que ya traía, incluyendo ropa interior, gorro, guantes y zapatos. Me cambié con suma lentitud, no quería salir rápidamente, eso podría implicar que estuviera delante del sacerdote y no estaba muy a gusto con esa situación. Después de varios minutos, no pude alargar más mi estancia ahí, así que, guardé las cosas que me había quitado en la maleta, a pesar de que estaban mojadas y salí nuevamente a la sacristía; el sacerdote estaba sentado en una silla leyendo un libro, levantó la vista al escuchar que salía.
—Mucho mejor, ¿no es así?
—Sí — me quedé de pié, con la maleta en mi manos y él sonrió.
—¿Pasa algo? — preguntó observándome fijamente, obligándome a desviar la mirada — no tienes que quedarte ahí, ven, siéntate, el señor De León probablemente tardará, o ¿tienes miedo? — dejó el libro al lado — nada tienes que temer en la casa de Dios.
—Gracias… — sonreí nerviosamente y me encaminé a la silla.
—Soy Gerardo Valle, el encargado de esta parroquia — sonrió ampliamente — tu nombre es Erick, ¿no es así?
—Erick Salazar — dije con rapidez — un placer, padre.
—El placer es mío… ¿por qué parece que tienes miedo?
—¿Yo? — levanté la vista pero rápidamente miré hacia un lado — no tengo miedo, es que… tenía mucho que no entraba a una iglesia, ni hablaba con un sacerdote.
—Entonces, si profesas la fe católica y eres creyente…
—No exactamente… bueno sí… pero fue hace mucho… es que… estuve casado pero… es difícil explicar.
—Antes que nada, debes calmarte — soltó una risa ligera — no voy a regañarte — levantó una ceja — estás muy nervioso, ¿crees que te diré algo inadecuado?
—No, pero, me da algo de vergüenza… es todo.
—¿Has hecho algo por lo que te avergüences delante de mí?
Esa pregunta logró que mi mente recordara algunos momentos con Alejandro; mi rostro ardió con rapidez y tomé una bocanada de aire, para después, respirar agitadamente.
—Por tu reacción, parece que sí — comentó el sacerdote curvando sus labios ligeramente.
Mordí mi labio y estruje los guantes entre mis manos.
—¿Lo que dijo el señor De León es lo que te tiene inquieto?
—Sí… — asentí — la iglesia tiene una postura un poco… — dudé para proseguir — seria, con respecto a ciertas cosas… por eso, me da vergüenza con usted.
—Yo no soy quien para juzgarlos, para eso está nuestro padre — señaló al techo con su dedo.
Mordí mi labio para no replicar; no quería decir algo que molestara al sacerdote, ni tampoco que lo tomara cómo una agresión a la religión, pero había muchas cosas con las cuales yo no estaba de acuerdo con la misma.
—Bien, te explicaré un poco por qué estás aquí, para que te tranquilices — el sacerdote se acomodó en la silla y cruzó sus manos en la mesa — los trabajadores del señor De León, vinieron hace un rato, me pidieron ‘asilo’ para ti, mientras su jefe arreglaba un asunto.
—¿Asilo? — levanté mi vista de inmediato, confundido.
—Creen que, física y moralmente, estarías aquí sin ningún riesgo, mientras tu acompañante no estuviera contigo.
—No lo entiendo — negué — ¿qué riesgo podría haber?
—No lo sé y yo tampoco lo entiendo, pero no le puedo negar la ayuda a alguien cuando me la pide, aunque dejaron claro que no debía preguntar mucho — especificó — su jefe es una persona importante, así que, cualquier cosa, él iba a hacerse responsable.
—¿Económicamente? — pregunte con un dejo de molestia.
—Si es necesario, sí.
—Entonces, estoy aquí, porque Alejandro le va a pagar para que me permita estar por un rato, sin decirme nada, ¿es eso? — pregunté con molestia, al saber que su amabilidad era fingida.
—No, él me pagará por tener la iglesia cerrada — sonrió — la iglesia no debe cerrar sus puertas hasta entrada la noche, pero él quiso que fuera de esa manera — su voz sonaba tranquila, no parecía mentirme — hay personas que vienen durante el día y algunas se refugian en la casa de Dios, cuando el clima está así, especialmente los que no tienen hogar — explicó — y, ¿qué es lo que esperabas que te dijera? ¿Qué te regañara por tu relación con él? — me observó con seriedad, pero tenía una sonrisa dulce — Dios es el único que puede juzgar, nosotros en la tierra no tenemos el derecho de hacerlo y si hay amor, mientras haya respeto, no hay nada que un ser humano cómo yo, pueda decir.
—Eso no es exactamente lo que la iglesia predica — dije entre dientes.
—La religión sabe aceptar los cambios y especialmente las nuevas generaciones de párrocos, sabemos que hay diferentes clases de amor — dijo con total convicción — como dije, mientras haya respeto, no puede hacerles mal y nosotros no podemos juzgarlos.
—Desde siempre… — titubee — he sabido que, a las personas cómo yo, casi nos mandan a la hoguera — aseveré con seriedad.
—Sí, bueno, la tolerancia es un valor que los más ancianos no tienden a practicar lo suficiente, pero no estás ante uno de esos sacerdotes — rió — tengo poco de haberme convertido en diácono, así que tranquilízate, todo estará bien.
—Entonces, ¿usted está a favor de…? — no quise terminar la pregunta, para no ofenderlo.
—Ni a favor, ni en contra — respondió seriamente — cómo dije, no está en mí juzgar, sino en Dios, pero si me piden ayuda, como un servidor de Nuestro Señor, debo brindarla sin ver a quién.
Comprendía sus razones, tal vez no apoyaba mi situación, pero al menos, era comprensivo hacia la misma y eso me hizo sentir mejor — gracias… — sonreí y respiré más tranquilo.
Un golpeteo insistente en la puerta hizo que el sacerdote se pusiera de pie — adelante — indicó con voz calmada mientras se acomodaba la ropa que traía.
—Lamento la tardanza — Alejandro entró, estaba completamente empapado, ya no traía su gabardina, ni sus lentes; tampoco portaba los guantes, ni la bufanda, pero en su mano llevaba una maleta parecida a la que el sacerdote me había dado.
—Pero si no tardaste mucho, hijo — el sacerdote sonrió — apenas estaba cruzando algunas palabras con Erick.
—¿De verdad? — Alex me observó — ¿ya te estaban sermoneando?
—¡Alex! — lo observé con enojo, no me gustaba que dijera cosas tan impertinentes delante del cura.
—No, si no lo estaba regañando — sonrió el hombre — solo quería calmarlo, parecía asustado.
—Es que Erick es cómo un conejo, se asusta con facilidad — su voz sonaba divertida — disculpe padre, ¿dónde puedo cambiarme?
—En esa habitación — volvió a señalar la puerta dónde yo me había cambiado.
—Gracias y… padre — Alejandro se detuvo un momento — ya puede abrir las puertas de la iglesia, si gusta.
—¿Terminaste tu negocio, hijo?
—Sí — sonrió cínicamente — lo finiquité.
—Bueno, entonces, abriré las puertas para los que necesitan refugiarse de la lluvia, con permiso.
—Si necesita ayuda, mis hombres están a su disposición, para cualquier cosa.
—Gracias, yo les aviso de ser necesario.
El sacerdote salió de la sacristía y Alejandro fue a la habitación para cambiarse, sin dirigirme una sola palabra. Me quedé sentado un momento, dudando en ir a buscar a Alex, pero al final, me decidí; tenía curiosidad de saber qué había sucedido, así que me acerqué a la puerta donde se cambiaba, golpeando ligeramente para llamar su atención.
—Alex… — llamé con suavidad, pero no recibí respuesta; recargué mi frente en la puerta y suspiré — Alex… — insistí.
La puerta se abrió, él sólo traía su pantalón, me observó seriamente, su sonrisa perversa me hizo estremecer. Con rapidez me agarró del brazo acercándome a él y me besó con fuerza.
—Alex… — traté de alejarme pero cerró la puerta y me apresó entre su cuerpo y la misma — Alex, aquí no…
—¿Por qué no? — preguntó con voz ronca mientras trataba de deshacerse de mi ropa.
—¡Porque estamos en una iglesia!
Alejandro se alejó, observándome un tanto consternado — y, ¿qué importa? Estoy excitado y quiero poseerte — alegó.
—Yo… — mordí mi labio — es que no podemos aquí… sería irrespetuoso.
—Erick — soltó el aire con molestia — no me digas que ahora te das ‘golpes de pecho’…
—No es eso — negué — pero, al menos hay que respetar a los demás… a mí me da vergüenza con el sacerdote.
Alejandro negó, entornó los ojos, me dio la espalda y empezó a quitarse el pantalón — la próxima vez te mando a un lugar menos ‘santo’ para que no te avergüences — estaba molesto, lo notaba en su voz.
Suspiré cansado, yo entendía lo que sucedía, ni él ni yo creíamos en la religión, pero el negarme no era por creencias, sino por respeto.
Me acerqué a él y lo abracé por detrás — lo siento… — recargué mi rostro en su espalda húmeda — pero, no puedo ser tan desinhibido como tú.
Alex acarició mi mano con la suya — está bien, pero tendrás que compensarme saliendo de aquí…
Acercó mi mano a su rostro y lamió mis dedos con insistencia, cuando un gemido escapó de mis labios él giró nuevamente y me abrazó, besándome con pasión, hurgando en mi boca con su lengua. Mi respiración se agitó, estaba por ceder ante las caricias de Alejandro; moví mis manos para jugar con su cabello empapado, pero él se alejó de mí.
—Ve a sentarte — ordenó — o no podré contenerme más… en este momento te necesito ‘conejo’, necesito tu cuerpo… y te aseguro que, no dudaré en poseerte si sigues aquí.
Asentí nerviosamente y salí de esa habitación cerrando la puerta. Volví a sentarme en la silla, recargué mi frente en la mesa, mi cuerpo ardía y sentía cierta incomodidad en mi entrepierna; incluso, tuve el impulso de tocar mi sexo para satisfacerme, pero cuando giré mi rostro, observé una imagen religiosa y preferí no hacerlo. Apreté los parpados y traté de controlar mi respiración.
Momentos después, la mano de Alejandro se posó en mi hombro y levanté la vista — ¿te sientes mal? — preguntó.
—No… — susurré con media sonrisa.
Alex se acuclilló a mi lado, dejando en el piso la maleta que llevaba — ¿quieres ir con un médico? — su mano movió mi cabello para tocar mi frente — estás rojo — aseguró con algo de preocupación.
—Estoy bien — mordí mi labio — no te preocupes — negué — Alex, ¿por qué estamos aquí? No pensé que tuvieras un asunto pendiente hoy.
Alejandro me observó con seriedad — no lo tenía — respondió — fue algo imprevisto, pero pude solucionarlo con rapidez…
—¿Era de tu trabajo?
—Sí, podemos decir que sí — levantó una ceja — pero ya quedó terminado, de los detalles se encargarán mis hombres.
—Me dijiste que vendríamos solos, ¿por qué me mentiste? — indagué con un dejo de molestia.
—Te dije que veníamos solos en la camioneta — aseguró — pero no dije que no traeríamos guardaespaldas… y no me arrepiento de la decisión — se movió y me abrazó hundiendo su rostro en mi cuello — me alegra saber que estas bien y a salvo.
—Hablas cómo si algo malo hubiese podido pasarme — sonreí sin comprender por qué estaba comportándose de esa manera tan extraña.
—Erick…
Lo observé, pude notar gran preocupación en sus ojos, había un velo de miedo que jamás me hubiera imaginado que Alejandro pudiera tener. Preferí no decir nada, solo acaricie su rostro; de alguna manera tenía que confortarlo, a pesar de no entender por qué sus acciones y mucho menos sus reacciones.
—Amor… — sonreí cuando su semblante mostró sorpresa ante mi palabra, quería que notara que estaba bien, que no tenía nada que temer — creo que es hora de irnos…
Alejandro rió débilmente y asintió — entonces, vamos, aún quiero llevarte a un lugar en la ciudad y tomarte muchas fotos — se puso de pie y me ayudó a incorporarme — también, pensé en llevarte a cenar más noche, así que la reservación ya está hecha.
—Por mí no hay problema — aseguré más tranquilo al notar que Alejandro volvía a la normalidad.
Salimos de la sacristía, Alex llevaba las maletas. La puerta principal de la iglesia estaba abierta, varios hombres estaban ahí; aunque solo reconocí a Julián y Miguel, era notorio que la gran mayoría era gente de Alejandro. Muy pocas personas habían entrado a refugiarse de la lluvia y el sacerdote estaba encendiendo otras veladoras.
—Bueno, padre — Alex alzó la voz mientras nos acercábamos — gracias por su hospitalidad — Julián se acercó a él y agarró las maletas, para alejarse con rapidez.
—De nada hijo, de nada — sonrió el hombre.
—Ya di órdenes para que una empleada se comunique con usted, así puede pedir lo que necesite.
—Pero no necesito nada — negó — quedamos en que pagarían desperfectos si algo sucedía, pero nada pasó.
—Aun así… fue muy amable en recibirnos con tanta rapidez — Alejandro metió las manos en los bolsillos de su gabardina — quiero compensarlo por su apoyo.
—Yo no necesito nada… si deseas hacer algo, hazlo por la comunidad, hay muchas personas que necesitan ayuda.
—Entonces, delo por hecho, nos veremos mañana padrecito.
Alex le ofreció la mano y se despidieron; yo me acerqué y también le extendí mi mano, para despedirme.
—Debes relajarte — dijo cuándo nuestras manos se estrecharon — si algo sucede, es por obra de Nuestro Señor y si su destino es estar juntos — señaló a Alex con un ademán y luego a mí — no importa lo que pase, ni lo que digan las personas — sonrió ampliamente — juntos van a estar, ¿de acuerdo?
Asentí — gracias — susurré.
Di media vuelta, Alejandro ya se había alejado de nosotros, estaba cruzando palabras con Julián y alguien más; apuré el paso para ir tras él.
—¿Estás listo? — preguntó cuándo me coloqué a su lado.
—Sí, vámonos.
Salimos al vestíbulo y Miguel me dio un paraguas. Al dar el paso al primer peldaño de la escalera, me llamó la atención algo que estaba a un lado de la puerta, al final de las escaleras, tratando de cubrirse de la lluvia y el frío. Alejandro se quedó tras de mí, dando las ultimas indicaciones y yo, me dirigí hacia donde estaba lo que había visto. Era un cachorro, quizá poco más del mes, un poco desnutrido, pero estaba bien; el pequeño levantó la cabeza al notar que el agua ya no caía sobre él, me observó con miedo, pero no se movió.
—¡Erick!
El grito de Alejandro me sorprendió, cuando estaba acuclillándome para acariciar la cabeza del perro. Me encogí al escuchar un estruendo y sentir que algo pasó cerca de mí; por instinto, solté el paraguas, sujeté al cachorro en mis brazos y después cubrí mi cabeza, al escuchar más disparos. Todo ocurrió rápidamente, pude darme cuenta que alguien se puso frente a mí y después de varias detonaciones, algunos sonidos agudos se escuchaban en el suelo cercano, denotando la caída de los casquillos de las balas; el cachorro gimoteaba y yo ahogaba los gritos de susto, cada que escuchaba los estruendos, pues eran varias armas las que dispararon.
El silencio volvió y solo se escuchaba la lluvia caer, la gente estaba saliendo de la iglesia, los hombres de Alejandro corrían y los feligreses se quedaban en lo alto de las escaleras asomándose; el sacerdote salió elevando plegarias al cielo al ver lo que ocurría. Alejandro me sujetó de los hombros y me puso de pie.
—¡¿Estás bien?! — Alex estaba mojado nuevamente y su rostro estaba pálido, mientras el agua resbalaba por su piel y cabello — ¡responde! — insistió.
—Sí… sí…
Alejandro me abrazó con fuerza y pude sentir contra mí, el latido de su corazón acelerado — no vuelvas a hacerlo — pidió — no te alejes de mi de esa forma, ¡¿entendiste?!
Asentí débilmente, en eso el padre Gerardo se acercó a nosotros — ¿están bien? — preguntó con preocupación.
Cuando Alejandro se alejó, pude notar que, Julián y Miguel estaban cerca también, aunque ambos traían armas en sus manos.
—Sí — Alejandro respondió.
—Mejor entren a la iglesia, puede que haya alguien más…
—No — Alex negó — es mejor que nos vayamos antes de que lleguen las autoridades y los medios de comunicación… — miró al sacerdote — padre, creo que ahora si tendré que pagar los desperfectos — sonrió sarcástico — pero antes que nada, necesitamos evitar que los testigos hablen.
—Por mí no te preocupes — respondió con rapidez — yo hablaré con la poca gente que estaba dentro y que no eran tus trabajadores.
—Gracias, mañana volveré.
Alejandro sujetó mi mano y me guió a la salida; Miguel iba cerca de nosotros, mientras que Julián se adelantó con rapidez. Al salir del terreno de la iglesia pude ver el cuerpo de un hombre en la banqueta, mojándose con la lluvia, lleno de sangre y un arma a su lado.
—No veas — ordenó Alex con seriedad, al notar que me detuve por un segundo.
Alejandro abrió la puerta del auto y me hizo subir, después me siguió; Julián ya estaba en el asiento del piloto y Miguel se subió al del copiloto.
El silencio inundó el coche cuando arrancó, pero unos ligeros gimoteos se escucharon momentos después; yo aún tenía al cachorro en mis brazos. Parpadee sorprendido y giré mi rostro para ver a Alejandro.
—Lo siento, no me di cuenta que... es que… — en ese momento mi cerebro estaba procesando lo que había ocurrido, mi respiración se agitó y algunos sollozos escaparon de mi boca — ¿qué…?
Alex se acercó a mí y besó mis labios con ternura, después, colocó su frente contra la mía — lo siento — se disculpó — fue mi culpa, pero ya pasó.
—¿Qué pasó? — pregunté con mis ojos llenos de lágrimas— ¿qué fue lo que pasó con exactitud?
—Dejé un ‘cabo suelto’ — respondió con seriedad — no volverá a ocurrir.
—Pero… pero…
—Tranquilo, ‘conejo’ — sonrió forzadamente — todo estará bien… — movió su mano y acarició la cabeza del cachorro — y parece que tenemos un nuevo miembro en la familia.
Mi labio tembló y las lágrimas recorrieron mis mejillas, Alex pasó su mano por mi espalda y me recargue en su hombro — no llores, todo está bien — su voz era conciliadora.
No quise preguntar más en ese momento, pero debía saber los detalles de lo que había ocurrido; cerré mis ojos, tratando de calmarme, Alejandro no dijo nada y de nuevo el silencio reinó. Por varios minutos me quedé sin moverme, quería dormir, pero no podía, aun así preferí intentarlo.
Al parecer, Alejandro creyó que dormía y pronto, pude escuchar la conversación con sus trabajadores.
—¿Quién se encargó de seguir a ese sujeto? — preguntó casi en un susurro.
—Isaac, señor — la voz era de Julián.
—¿Dónde está Isaac?
—Me acaban de informar por el intercomunicador, que encontraron su cuerpo a dos cuadras de la iglesia — la voz de Miguel era seria.
—Por eso ese sujeto volvió a la iglesia… pero, no iba por mí…
—¿Qué quiere decir señor?
—Quien sea que los envió, los mandó por Erick, de no ser así, me hubiera apuntado a mí desde el principio, pero ese sujeto le disparó a Erick.
—¿Alguien que sabe que el señor Erick es importante para usted?
—Sí… díganle a Marisela que investigue de inmediato, quiero saber quién más tenía conocimiento de lo que haría hoy y encuentren al culpable… también, que se encargue de todo y le mande la indemnización a la familia de Isaac — escuché un crujido y no pude identificar de que era.
—Señor, ¿le consigo un arma nueva para cuando bajemos del automóvil?
Me removí por el susto, pero pude seguir fingiendo que dormía, aun así eso pareció alertar a Alejandro, quien acarició mi brazo con suavidad y guardó silencio por un momento.
—No — respondió al fin — creo que ya no es necesario, no podré terminar lo que tenía planeado para mi cita con Erick.
—¿Vamos a la casa del señor Erick?
—Sí, por hoy, fueron demasiadas emociones para él.
El silencio volvió a reinar. Traté de comprender, de pensar, ¿qué era lo que ocurría en realidad? Ahora, con lo que había escuchado, entendía, un poco más los miedos de Alejandro. Pero, aun así, a pesar de lo importante que Alex pudiese ser, el hecho de llegar al punto de atentados con armas, era preocupante. Mientras pensaba, el tiempo pasó, permitiendo que el cansancio mental me invadiera, sin darme cuenta.
* * *
“…Erick…”
Un movimiento suave y un susurro, consiguieron que entreabriera mis ojos.
El automóvil se estaba deteniendo y Alex me sonrió al ver mis ojos abiertos — llegamos… — dijo con suavidad, exactamente cómo lo hacía cuando me despertaba por las mañanas.
Sonreí cansadamente, pero no dije nada, observé por la ventanilla y pude notar mi casa, en ese momento comprendía que, me había quedado dormido el resto del camino — ¿qué hora es?
—Casi las siete — respondió él con calma.
—Es temprano — acoté.
—Sí — asintió — pero creo que, después de lo que pasó, es mejor quedarnos en casa lo que resta de la noche.
Asentí y cuando Miguel me abrió la puerta, descendí del automóvil aún con el cachorro en brazos. Seguía nublado, pero no llovía; Agustín abrió la puerta del jardín y me permitió entrar con paso lento; mis hijos se acercaron con curiosidad, me siguieron al interior de la casa y yo me dejé caer en el sillón, a pesar de que mi ropa seguía húmeda.
El cachorro se arrebujaba contra mí, nervioso por mis hijos, quienes nos rodeaban inquietos; algunos ladridos retumbaron en el interior de mi hogar, el cual estaba tibio debido a la chimenea.
Alejandro tardó en entrar a casa y cuando lo hizo, Agustín lo siguió.
—Este es el nuevo inquilino de la casa — Alex sujetó al cachorro en brazos — encárgate de él, mientras Erick y yo vamos a tomar una ducha — le entregó al pequeño con cuidado — báñalo, límpialo, aliméntalo, en fin, lo que sea necesario.
—Sí, señor.
Agustín agarró al perrito mientras Alejandro me ayudaba a levantarme y a subir las escaleras a nuestra habitación.
Al llegar, cerró la puerta; Alex empezó a desabrochar mi ropa, mientras yo me mantenía en silencio, permitiéndole realizar su trabajo.
—Julián y Miguel traerán algo para cenar — susurró — ayer le dije a la señora Josefina que andaríamos todo el día fuera y que no era necesario que dejara algo preparado.
—Está bien — asentí sin mucho ánimo.
—¿Te sientes mal? — acarició mi rostro con sus manos.
—Me duele la cabeza — suspiré — Alex… lo que pasó…
—Quieres una explicación, lo sé, pero primero, hay que asearnos — dijo condescendiente — si te quedas mojado puedes enfermar y no quiero que eso pase.
—Está bien… — accedí con rapidez, no tenía ni ganas, ni ánimos para discutir.
Entramos al baño, Alejandro me desvistió completamente, me quitó la esclava guardándola en un lugar seguro y abrió la regadera para templar el agua — entra — sonrió — debo desvestirme.
Me coloqué bajo la regadera, el agua caliente consiguió relajar mi cuerpo completamente; cerré mis ojos, troné mi cuello porque sentía mis músculos sumamente tensos, después moví mis manos y masajee mis hombros. Las manos de Alejandro me sorprendieron poco después; alejó mis manos de mis hombros y él hizo el trabajo, mientras se acercaba a besar mi cuello.
—Alex…
—Lo sé — mordió mi piel con delicadeza — estás confundido.
—Estoy sorprendido — aseguré — no sé qué pasó, no entiendo por qué pasó y, la verdad… la verdad — dudé.
—La verdad, ¿qué? — preguntó con seriedad.
No respondí, no quería responder, no quería decirle que me sentía inseguro, que tenía miedo. Alejandro me hizo girar y fijó su vista en mis ojos; mi labio tembló, ambos estábamos en silencio pero yo ya no aguantaba, estaba por romperme. Él se dio cuenta y me abrazó con delicadeza, sus manos acariciaron mi espalda y por fin, empecé a llorar. Sin dudar, me aferré a su cuerpo con fuerza, casi encajándole mis uñas en su espalda; necesitaba sentirme seguro nuevamente, hundí mi rostro en su pecho y sollocé.
—Tranquilo — susurró — ya pasó — besó mi cabeza y después guardó silencio.
Nos quedamos bajo el agua por varios minutos, sin movernos, sin decir nada. Alejandro seguía acariciando mi espalda con suavidad, rozando mi piel, pero por primera vez, no intentó profundizar las caricias, pese a que también acariciaba por instantes mis brazos y cabello; no intentaba subir de tono, ni de seducirme conforme pasaba el tiempo, se mantenía así, tranquilo, dulce, tierno. No me presionó, al contrario, me dio el tiempo necesario para calmarme, pues a pesar de todo, yo estaba llorando nerviosamente y mis sollozos se escuchaban en el baño. Finalmente, levanté mi rostro cuando sentí que había llorado lo suficiente, aunque había pasado mucho tiempo; Alex me besó y sonrió.
—Debemos salir del baño — susurró contra mis labios.
Asentí y él cerró la llave de la regadera. Me ayudó a salir y me secó con infinita paciencia, pasando la tela de la toalla por mi piel y al final, secó mi cabello. Buscó en el armario un pijama y volvió con ella en la mano; iba a colocármela cuando lo detuve.
—Sécate también — indiqué — puedes enfermar.
—Eso no importa, Erick, primero debes quedar abrigado tú…
Sonreí, pese a todo, Alejandro solo se preocupaba por mí; me ayudó a ponerme el bóxer, el pantalón y al final una camiseta manga larga sin cuello. Después, se secó con rapidez y se colocó ropa seca. Ambos salimos del baño y me recosté en la cama; Alex me cubrió con las cobijas y edredones para después, recostarse a mi lado.
Alejandro descansó su cabeza en su mano, mientras se sostenía con el codo para verme de lado; yo, me hice un ovillo frente a él. Tenía mi vista perdida y mi mente hecha un desastre, pensando, imaginando, tratando de entender.
—Mereces una explicación — susurró y su mano acarició mi cabello — lo que sucedió fue por mi culpa.
Levanté le vista, esperaba algo más que esas simples palabras y él lo sabía.
—Mi trabajo es complicado Erick, te lo dije — suspiró — mucha gente me ve como alguien respetado e incluso, temido — sonrió de lado cansadamente — y muchos otros me ven como un estorbo o simplemente me odian… te dije que debo cuidar mis espaldas, no puedo confiar en las personas con facilidad y ahora lo has constatado.
—¿Quién quiso…?
—No lo sé — negó — no sé quién querría lastimarme — rozó mis labios con su pulgar — pero todo está bien ahora, solo tomaré más precauciones.
—Pero — lo miré sorprendido — ¡murió una persona! — exclamé con susto, con mi respiración agitada.
—Erick… — Alex respiró profundamente — cerca de mí, han muerto muchas personas, muchos de ellos, guardaespaldas míos — dijo con un dejo de tristeza — pero eso no me va a detener, no voy a tirar todo por la borda sólo por que muere un individuo, además, ese hombre te disparó.
—Pero… la policía, las noticias… ¿qué hay de todo eso?
—Siempre evito que se den a conocer las cosas.
—Acallando a los testigos, ¿cómo le dijiste al padre Gerardo? — reproché.
—Es necesario — objetó — por mucho que quiera llevar las cosas correctamente, yo no puedo seguir la ley de esa manera.
—¿Por qué? ¿Qué es lo que te lo impide?
Guardó silencio y desvió la vista.
—Alex… — insistí — ¿qué es lo que me ocultas?
—Erick — su mirada se cruzó con la mía — ¿me amas?
—¿Por qué lo preguntas?
—Responde — insistió — ¿me amas?
—Sí, te amo, siempre te he amado — respondí con sinceridad.
—Entonces, sólo confía en mí.
—¿Cómo puedo confiar en ti si me ocultas cosas importantes? — recriminé cansadamente — no me dices las cosas cómo son, te excusas en el hecho de que es tu trabajo… pero ¿qué clase de trabajo tienes cómo para que la gente te quiera matar? Y además…
Los labios de Alejandro me impidieron seguir hablando, acalló mis reproches y replicas con un beso posesivo, ante el cual, a pesar de resistirme al principio, terminé rindiéndome. Cuando él se dio cuenta que ya no luchaba, se alejó y sonrió.
—Debes tomarlo con calma — susurró —sólo puedo decirte que mi trabajo involucra no solo economía, sino, también política.
—No me explicaras aún, ¿cierto? — indagué entrecerrando mis ojos, moví mi mano para acariciar el pecho de Alex, mientras me removía en busca de su calor.
—Cuando nos vayamos juntos, te diré todo — él también se movió y me abrazó — te lo aseguro.
—Está bien — bostecé contra su pecho — te creeré, pero, estaré esperando una explicación.
—Lo sé, ‘conejo’, lo sé…
Alex, no dijo nada más, solo besó mi cabello con ternura; yo cerré mis ojos, estaba cansado, a pesar de saber que era temprano, no me sentía con la fuerza para seguir despierto.
* * *
Comment Form is loading comments...