Castigo
Domingo, diciembre 14
- - - - -
El celular sonó y yo estaba completamente envuelto en mis cobijas y edredones; hacía demasiado frío y no quería salir de mi cama, por lo que saqué un brazo y tomé el teléfono del buró.
—¿Bueno?…
—“… ¿Sigues dormido?...” — la voz de Alejandro sonaba fría al hablarme.
—Lo siento — me disculpe — no puse alarma…
—“…Llegaré por ti en media hora, espero que estés listo cuando llegue…”
—Si claro, pe…
No me dejó terminar, colgó y yo suspiré; miré el reloj, eran las siete con veinte de la mañana. Me puse de pie con algo de dificultad, aún me dolía el golpe en mi estómago. Caminé al baño y quedé frente al espejo; aunque ya no tenía el labio inflamado, sí tenía la herida, aunque el moretón en mi sien estaba menos oscuro y quizá podía pasar desapercibido.
—¡Demonios! — suspiré.
¿Cómo evitar que Alejandro se diera cuenta? Evité pensar en ello ya se me ocurriría algo en el momento. Me metí a bañar con rapidez, salí y me dirigí al vestidor para ponerme una camiseta gris, con manga larga y cuello alto, un pantalón azul marino de mezclilla, calcetines negros y zapatos deportivos, después, me peiné, tratando de ocultar lo más que podía el moretón en mi sien; agarré una bufanda y una chaqueta para salir a la recamara y pasar por mi celular del buró. Miré la esclava y temblé; tendría que decirle a Alex que la mandaría a arreglar, en caso de que se diera cuenta de que no la llevaba.
Bajé las escaleras, apagué las luces navideñas y fui a servirles desayuno a mis hijos; al salir con Alejandro, no sabía a qué hora iba a regresar, así que, era mejor dejarles la comida temprano.
Saludé a mis cinco hijos, los acaricié y rasqué en la cabeza, tras las orejas y la panza; estaban felices de verme pero no los pude dejar entrar a la casa.
Apenas entré de regreso, el timbre se escuchó. Caminé hasta el ventanal; el automóvil de Alejandro estaba estacionado frente a mi casa, Julián estaba de pié, en la puerta del jardín y volvió a tocar el timbre, era raro que Alex no hubiera entrado a buscarme.
—¡Voy! — levanté la voz para que me escuchara.
Salí de mi casa después de tomar mis llaves y mi cartera.
—Buenos días — saludé.
—Buenos días, señor — Julián me abrió la puerta del automóvil para que subiera al asiento trasero.
Alejandro estaba en el otro extremo del asiento, observando por la ventana, estaba vestido ligeramente informal, un pantalón de vestir, zapatos cómodos, una camiseta manga larga, con cuello alto y un saco sastre, todo en color negro. Su cabello estaba despeinado y caía hacia los lados de su rostro, el cual, estaba serio. Me sorprendió que, a pesar de estar haciendo frió, él no traía más que su saco.
—Buenos días — saludé con una sonrisa en mis labios pero no recibí respuesta de su parte; Miguel estaba en el asiento del copiloto y él, fue quien me devolvió el saludo de manera cordial.
Me quedé en silencio, observando a Alejandro, mientras Julián volvía al asiento del conductor encendiendo el automóvil; cuando salimos de la colonia dónde vivía, por fin, Alex habló.
—¿Cómo amaneciste? — su voz era grave y se notaba que no le importaba en lo más mínimo lo que le respondiera.
—Bien… — me alcé de hombros.
Giró el rostro y su cabello bailó al compás de sus movimientos — ¿qué te pasó en el labio? — indagó.
—Ah, esto… — pasé saliva y titubee — tuve… tuve un accidente… — reí nervioso — mis hijos entraron ayer a casa a jugar conmigo y… pues, mientras estaba en la cocina, me tropecé con ellos, me caí y me golpee con la barra de la cocina — no me gustaba mentir y culpar a mis hijos, pero de esa manera, Alejandro no diría nada.
El rostro de Alex se mantuvo impasible, sólo levanto una ceja ligeramente — ¿en serio? Debiste llamar a Agustín para que te llevara al doctor.
—No era necesario — negué — además, no duele.
—¿Tampoco te duele el golpe en tu cabeza?
Me sobresalté al escuchar eso y mi mano fue directamente a mi sien, ciertamente el golpe estaba del lado de Alejandro.
—Ah, bueno, es que… — desvié mi mirada — caí de lado al piso después de golpearme en la barra.
—Tu cabello no cubre del todo el golpe… — volvió a girar el rostro hacia la ventana.
—No… no quería preocuparte — susurré — lo lamento.
—No importa, ya me dijiste lo que pasó, ¿no es así?
Mordí el interior de mi labio, me sentía culpable de mentirle, pero quería evitar que peleara con Luís, además, no sabía cómo lo tomaría.
—Sí… — dije escuetamente — y, ¿a dónde iremos? — el camino no era conocido para mí, tomamos algunas calles y desviaciones hasta la salida de la ciudad.
—Tengo algo que mostrarte, estuve toda la noche y madrugada preparándolo.
—Gracias…
—No sabes de qué se trata y ¿me lo agradeces? — seguía sin dirigirme la mirada.
—Es que, siempre te esmeras en darme sorpresas y regalos…
—Lo hago porque sé que los cuidas… ¿o no?
Esa frase me heló la sangre, me limité a sonreír nervioso pero no dije ni una palabra más y él tampoco.
* * *
Varios minutos después entramos a una zona de bodegas; era un parque industrial muy reconocido en la ciudad. No comprendía porqué estábamos ahí, pero era probable que tuviera que ver con uno de los negocios de Alejandro.
El automóvil se dirigió a una de las bodegas más alejadas, se quedó enfrente de la misma y Julián habló por su intercomunicador — abran — fue una simple palabra pero suficiente; la puerta de la bodega se abrió permitiéndole el paso al automóvil.
Cuando el auto estuvo dentro, la puerta de la bodega se cerró; Julián y Miguel bajaron con rapidez, abriendo las puertas traseras del auto, permitiendo que Alejandro y yo bajáramos.
Observé con detenimiento. A simple vista, no parecía haber nada en el lugar donde estábamos, parecía más bien un estacionamiento, pues había ocho automóviles negros más; al fondo, una pared blanca con una gran puerta.
—Sígueme… — Alex caminó con rapidez, dando zancadas largas y yendo hacia la única puerta.
Yo caminé tras él, tratando de seguirle el paso, pero el resentimiento en mi abdomen no me permitía mover con facilidad; Julián y Miguel iban a unos pasos de nosotros.
Alejandro se quedó de pie ante la puerta y tocó un par de veces; alguien abrió una pequeña ventana y nos observó, cerró la ventana y abrió la puerta, me di cuenta que era otro hombre vestido de negro. El lugar era grande también, una bodega que obviamente ya había sido utilizada, pues a pesar de no haber muchas cosas, tenía aire acondicionado de tipo central, que proporcionaba un ambiente agradable.
Había algunas cortinas negras y blancas, suspendidas del techo por unos cables, éstas cortinas pendían en diferentes lugares; dos zonas de la bodega me llamaron la atención, una de ellas porque, aparte de haber cortinas negras que cubrían un área casi de piso a techo, tenía muchos hombres de negro rodeándola; la otra, era un área más grande y de ese lado las cortinas eran blancas.
Alejandro siguió caminando y me llevó hasta otra parte, también cubierta por cortinas, solo que, había una diferencia, ante ese lugar, había un sillón tipo ejecutivo. Alejandro puso las manos en el respaldo del mismo y lo hizo girar.
—Siéntate, Erick — su voz dominante me hizo temblar.
Tomé asiento en el sillón y después, él me hizo girar junto con el sillón y quedar frente a las cortinas; giré mi rostro para verlo intrigado, no entendía el porqué estaba ahí, ni mucho menos lo que Alejandro pretendía. Apenas iba a preguntar cuando Alex se movió para quedar frente a mí y habló seriamente.
—Dime, ‘conejo’ — arrastró la última palabra — ¿de verdad, los niños te tumbaron ayer?
—S… sí — apreté los descansabrazos del sillón — ¿por qué vuelves a preguntar?
—La verdad, Erick, conozco de heridas… — movió una de sus manos acercándola a mi rostro — y sin tener que indagar mucho, puedo asegurar que esa no te la hizo una caída — rozó con un dedo mi labio — o, ¿me equivoco? — acercó su rostro al mío, observándome directamente a los ojos.
Mi labio inferior tembló y me estremecí completamente.
—Responde — la voz de Alex era suave, hablaba con calma y las palabras salían cómo si las deletreara.
—Me… me caí… — repetí y desvié la vista.
Amaba a Alejandro, lo amaba más que a nadie, pero no quería que hiciera algo contra Luís. Lo conocía, Alex era muy cruel cuando estábamos en la preparatoria, todo lo quería resolver por la fuerza; no creía que hubiera cambiado esa forma de pensar, así que, lo que menos quería era que se fuera a golpes contra Luís. Después de todo, aunque Alejandro hubiera sido bueno en pleitos en la escuela, Luís practicaba box.
—Está bien… veo que insistes en eso… — acercó su rostro hasta mi oído — tendré que castigarte por mentirme… — susurró.
Me sorprendió esa frase; giré mi rostro, observando con temor su sonrisa, entendiendo que él ya sabía la verdad. Negué incrédulo; era imposible que supiera lo que había pasado.
—¿Qué quieres…?
No me dejó terminar la pregunta; chasqueó sus dedos y la cortina que estaba frente a mí se levantó. Cuando la tela dejó de cubrir el área, pude notar que había un escritorio con una computadora, sobre ella, en una instalación metálica, estaban varias televisiones que servían de monitor; pasé saliva al ver lo que en ellas se mostraba. Cada monitor mostraba una parte del interior de mi casa y algunas, distintos ángulos; la sala, la cocina, cada habitación, incluso, el sótano, la sala de cine y mi estudio se mostraban ahí.
Giré mi rostro a ver a Alejandro, mi semblante era molesto — ¡¿cómo pudiste?! — reclamé — no tienes derecho a invadir mi privacidad, ¿qué piensas que…?
—¡Silencio! — la voz autoritaria de Alejandro me obligó a hundirme en el sillón — preguntas, ¿qué fue lo que hice? — volvió a acercarse a mí — hice lo que cualquier persona haría si se preocupara por quien ama — indicó con el ceño fruncido y señalando los monitores — ¿crees que me iba a quedar tan tranquilo después de lo que pasó el lunes?
—Pero… — titubee y me armé de valor — ¡pero eso no te da derecho a llenar mi casa de cámaras! ¡A invadir mi privacidad!
Alejandro me observó con ira reflejada en su verde mirar — ¡Julián! — llamó y el hombre se acercó — pon la grabación.
Julián, caminó hacia la computadora, tecleo algunas cosas y pronto, en todos los monitores se formó una gran imagen, tenía la fecha y hora del día anterior.
—Pon el volumen — ordenó y el guarura asintió, subiendo el volumen.
—No solo pusiste cámaras en mi casa, ¡¿también micrófonos?! — reproché.
—Sí, ¡lo hice! — espetó con ira — puse cámaras y micrófonos en tu casa — confirmó — ahora, te di la oportunidad de decirme la verdad y no aceptaste — señaló las pantallas con su mano — entonces, veámosla juntos.
Pasé saliva; en los monitores estaban las imágenes del momento cuando Luís se acercó a mí en la cocina.
“—¡Ah!, Alejandro, ¿el gran señor de León vendrá a visitar a su amante esta noche?
—¿De…? ¿De qué hablas?
—¿De qué hablo? …
—No… no sé… de qué… de qué hablas.”
—¡Basta! — grité y me puse de pie, alejándome del sillón — está bien, lo admito, no me tumbaron mis hijos… — mi mandíbula inferior tembló, giré mi rostro y mis ojos se llenaron de lágrimas, mientras la grabación seguía.
—¿Crees que no lo sé? — Alejandro se escuchaba enojado — desde anoche vi esto, por eso te marqué y tú… ¡tú no me dijiste nada! — reprochó con ira — incluso hoy — continuó — preferiste culpar a tus hijos, ¡en vez de decirme la verdad! — ese reclamo me dolió, pues era obvio que no debí hacerlo.
—¡Lo siento! — levanté mi vista — pero él dijo que nos vio… durante la fiesta… y que tú te diste cuenta… yo… no supe qué decir… qué hacer…
—Por supuesto que lo vi esa noche, en la puerta del salón — aceptó sin vergüenza y me sorprendió — ¿por qué crees que te traté de esa manera? — levantó una ceja — quería demostrarle que eras mío, te lo dije, eres mío, Erick — se acercó con lentitud hasta mi — y si tengo que alejar a tus amigos para que solo pienses en mí, lo voy a hacer…
Esa frase me cimbró completamente, me la había dicho el mismo día que había sido suyo nuevamente; pasé saliva nerviosamente.
—Pero… — negué, tenía que decir algo — eso no te da derecho a hacer cosas que me pongan mal frente a los demás…
—Tienes razón — su voz bajó de intensidad y me sorprendió que aceptara eso con tanta rapidez — de haber sabido que tu estúpido amiguito sería capaz de ponerte una mano encima, hubiera hecho algo diferente.
—Alex… — negué y traté de sonreír — solo fueron unos golpes — intenté suavizar la situación — no pasó nada más… puede tomarse como un pleito de amigos…
—¡¿Un pleito de amigos?! — Alejandro volvió a verme con ira — ¿te atreves a defenderlo? — se giró y señaló la pantalla — no solo te dio un golpe en el rostro lastimando tu labio, te golpeo en el estómago, te dio un rodillazo en la sien y aparte te abofeteó, eso sin contar que quería poseerte… ¡¿eso es un pleito de amigos?!
—Alex… — iba a morder mi labio, pero la incomodidad por la herida no me lo permitió, tenía que decir algo para evitar que Alejandro tomara represalias — no pasó nada… puedes verlo tú mismo… — señalé los monitores en el momento en que estaba ya mi cuerpo en el piso y Luís estaba levantando mi camiseta.
—¡No importa! — gruñó — intentó hacer algo, puso sus manos sobre ti — me señaló con el índice — sobre tu piel, te hirió… ¡te hizo llorar! — reclamó apretando los puños — si eso para ti es no pasar nada, dime, ¡¿qué tiene que hacerte para que admitas que te lastimó?!
—¡Basta! — grité y se me quebró la voz — sí… es cierto… me lastimó… pero más que lo que me hizo físicamente, me lastimo de otra manera… — expliqué — pero, también fue mi culpa… nunca me di cuenta de que el me… — no quise decir la frase completa — incluso cuando tú mismo me lo dijiste…
Me senté nuevamente en el sillón, pasé mis manos por mi rostro, limpiando las lágrimas que recorrieron mis mejillas — pero… si no te dije, es… porque no quiero que hagas nada… — pedí.
—Lo lamento… — Alejandro se acercó a mí — pero tengo qué hacer algo.
Levanté mi rostro para verlo. Chasqueó los dedos nuevamente y apenas pude darme cuenta de lo que ocurría; Miguel y Julián se acercaron a mí, sosteniéndome de los brazos y los hombros, para evitar que me levantara del sillón.
—Discúlpenos, señor Erick — dijo uno de ellos.
—No lo lastimen — indicó Alex con suavidad, se movió hasta quedar frente a mí y se acuclilló — primero me ocuparé de tu amigo — me sujetó del mentón y me besó — después te castigaré, ‘conejo’.
Se puso de pie y caminó a un lado, hacia la cortina negra; Julián y Miguel me llevaron junto con el sillón, para que quedara más cerca del lugar.
—¡Alex! — grité — ¿qué piensas hacer?
Apenas había terminado mi frase, la cortina cayó. Había una jaula de metal con un puerta; en el extremo opuesto de la puerta, Luís estaba en una silla, amarrado y amordazado, pero no tenía un solo golpe, ni daño, además tenía los ojos abiertos, mirando con recelo y de manera desafiante, a Alejandro.
De los hombres, pude reconocer a Agustín abrir la puerta, para que Alejandro entrara; antes de que cerraran la puerta, Alex se quitó el saco y se lo dio a Agustín.
—¡Alex! — lo llamé de nuevo — no puedes hacer eso, no puedes golpearlo mientras está atado, eso es… ¡injusto!
Alejandro giró el rostro y me observó — no tienes que decirlo — su voz parecía no tener un solo ápice de emoción.
Volvió a chasquear sus dedos y algunos hombres, quienes estaban fuera de la jaula, comenzaron a desatar a Luís, de entre los barrotes.
El miedo me invadió. Luís podía golpear a Alejandro y eso me daba pánico; tal vez, si Alex hubiera mandado golpear a Luís, que alguno de sus hombres hiciera el trabajo no me tendría tan preocupado, aunque sí me hubiese molestado. Pero Luís, a pesar de no ser tan alto como Alex, yo sabía que era un buen boxeador; lastimaría a Alejandro y eso me iba a doler mucho más que los golpes que había recibido con anterioridad.
—Por favor, no se peleen, ¡por favor! — supliqué — ¡deténganlos! — pedí a Julián y Miguel.
Ellos no dijeron nada.
Luís se puso de pie y se quitó la mordaza.
—¡Vaya! — dijo con sorna — pensé que enviarías a tus orangutanes a golpearme, más, debo admirar tu valor de enfrentarte a mí, solo — levantó una ceja — ¿el ‘niño bonito’ quiere alardear ante su amante?
Alejandro no dijo nada ante la provocación, se quedó en silencio, con el rostro hacia abajo, sin moverse.
—Te advierto — Luís sonrió mientras se ponía en guardia — he practicado box desde hace años, así que, esto no va a resultar nada bien para ti.
Alex levantó el rostro por fin, su semblante era serio, cómo jamás lo había visto; Luís se acercó a Alejandro y le lanzo varios golpes, mismos que Alex esquivó con facilidad. Al responder, Alex solo hizo un movimiento, su torso se movió hacia un lado y su pierna se levantó del piso con rapidez para darle de lleno, con el pie, al rostro de Luís; eso lo tumbó al piso.
Ahogue un grito de susto. Jamás había visto algo así, excepto en algunas películas. Luís pasó el dorso de su mano por la boca, un poco de sangre quedó en su mano y levantó el rostro, viendo a Alejandro con ira.
—Eso es por el labio de Erick — sentenció Alex con seriedad.
Luís apretó los puños y se incorporó. Nuevamente intentó dar algunos golpes con sus puños pero Alejandro los esquivó sin mucho problema; hasta que por fin, Alex tomó el brazo de Luís, lo hizo girar sobre sí mismo para tumbarlo contra el piso y después, darle un golpe en el estómago con el puño cerrado.
Alejandro se levantó como si nada, dando unos pasos hacia atrás; Luís al contrario, estaba tosiendo, había escupido su saliva, mezclada con la sangre de su boca y sus manos fueron hacia su abdomen.
—Eso es por el golpe que le diste en el estómago.
—¡Alex! — grité — ya es suficiente, ¡por favor! — pero él no me respondió.
Luís se puso de pie con dificultad — eres bueno… — sonrió de lado y escupió algo más de saliva mezclada con sangre — pero no lo suficiente.
Alejandro levantó una ceja ante las palabras de mi amigo, quien, nuevamente se ponía en guardia. Luís se acercó a Alejandro cubriéndose y le lanzó un nuevo golpe; Alex lo esquivo, haciéndose a un lado y volviendo a tomar del brazo a Luís. Lo tumbó contra el piso, pero en esta ocasión, en un movimiento rápido tomó la pierna derecha de Luís con sus manos y pasó la suya entre las de mi amigo para hacer un agarre. Hizo girar la pierna atrapada hacia un lado, tan fuerte y rudo, que alcancé a escuchar un crujido.
Luís grito de dolor, llevando sus manos a su rodilla; yo apreté mis parpados y mis puños, mientras me encogía en mi lugar.
—Eso es por golpear a Erick en la sien — la voz de Alejandro me hizo volver a posar mi vista en ellos.
Luís se movió tratando de alejarse de Alex, pero seguía en el piso, parecía no poder mover su pierna.
—Alex, ¡por favor! — supliqué de nuevo — ya es suficiente… ¡detente! — mis lágrimas corrían por mis mejillas.
Había pensado que Alejandro saldría herido, pero nunca me imaginé que Luís quedaría en tan malas condiciones, mucho menos con solo tres golpes.
Alejandro le hizo una seña a Luís para que se pusiera de pie — aún falta… — siseó.
Luís lo miró retador y volvió a tratar de levantarse, apoyándose en las barras de la jaula.
—Luís, ¡ya basta! — grité — no tienes que seguir haciendo nada…
—¡Cállate! — espetó con ira y me sorprendió — esto ya no es solo por ti…
Su respuesta pareció enfurecer más a Alex, quien se acercó a Luís y no le dio tiempo de nada, lo tomó de la mano derecha — esto es por la bofetada que le diste — gruñó y le dobló la mano hacia atrás tan fuerte que crujió, logrando que Luís soltara otro grito, pero no se comparó nada al siguiente movimiento.
—Y esto… — Alex lo miró a los ojos — es por atreverte a tocarlo — con su brazo libre, Alejandro hizo palanca y un nuevo ruido retumbó, casi al unísono con el grito de mi amigo.
—¡Luís! — grité intentando ponerme de pie, pero Julián y Miguel me lo impidieron.
Mi amigo quedó tumbado en el piso quejándose; la manga derecha de su camisa, tenía sangre y estaba rasgada, al parecer, Alejandro le había roto el brazo y quizá la mano.
—Eres una basura… — el semblante de Alex era sombrío — si vuelves a ponerle una mano encima a Erick, no tendré más compasión de ti… — aseguró y le dio una patada en el rostro que lo dejó inconsciente.
Agustín abrió la puerta de la jaula y le entregó una toalla a Alex, para que se limpiara la sangre de las manos. Él caminó hacia mí; Julián y Miguel me soltaron, lo que me permitió ponerme de pie. Intenté ir a dónde estaba Luís, pero Alex me detuvo del brazo.
—¡No! — ordenó.
—¿Estás loco? — sollocé — ¡casi lo matas!
—Si hubiera querido matarlo, ¡lo hubiera hecho! — espetó.
—¡Necesita ayuda! — supliqué.
—¡Pero no la tuya! — ejerció más presión en mi brazo.
Algunos hombres de Alejandro, entraron a la jaula y tomaron a Luís en brazos, para sacarlo de ahí.
Alejandro me soltó — ¿quieres ir con él? — preguntó serio.
—Está herido — me excusé — necesita un médico…
—Decídete — habló entre dientes — te vas con él o te quedas conmigo… — posó su mirada en mi — pero si te vas con él, no volveré a buscarte.
Apreté mi mandíbula. No dije nada, me dolía que me obligara a decidir. Suspiré cansado, limpié mis lágrimas con la manga de mi chaqueta; di media vuelta y caminé hasta los hombres que llevaban a Luís.
—Esperen… — se detuvieron en seco, uno de ellos era Agustín — por favor… — suspiré y sujeté el brazo de Agustín, apretando el agarre en la tela — cuídenlo…
Ellos asintieron y se retiraron; yo di media vuelta y volví despacio con Alejandro. Él no se había movido de su lugar, estaba dándome la espalda, aún con la toalla en una mano; me detuve tras él y me abracé a mí mismo.
—Yo… — titubee.
Tenía que disculparme, pero él no me dejó terminar, se giró, lanzó la toalla a un lado y me abrazó; hundió su rostro en mi cuello y ejerció más presión en el abrazo. No supe que decir, moví mis manos y lo abracé también, acariciando su espalda.
—Lo siento… — dije en un murmullo, pero él no dijo nada.
Se movió hasta dejar su rostro frente al mío, me besó mordisqueando mis labios, logrando que me quejara, aún me dolía la herida. Sin decir algo más, se alejó de mí, sujetándome con fuerza de la muñeca izquierda y me guió hacia el lado contrario, al lugar que aún estaba cubierto por cortinas blancas.
Esta vez, no las quitaron, de hecho, simplemente las cruzamos. En cuanto llegamos a esa área que las cortinas cubrían, pude notar una enorme cama, con el respaldo y burós, adornados con detalles de madera y metal; el colchón estaba cubierto con edredones y cobijas, además de estar llena de almohadas de varios tamaños. Alex me llevó hasta ahí y me lanzó contra la misma.
Su semblante no había cambiado, seguía serio mientras se quitaba la camiseta que traía. Yo estaba contra la cama, boca abajo; me giré para verlo, buscando su mirada, tratando de entenderlo, pues él no me decía nada.
—Alex… — mi voz tembló, estaba nervioso.
Sin quitarse el pantalón, él se subió a la cama, colocándose sobre mí; una de sus piernas quedó entre las mías, tomó mis manos y las colocó a ambos lados de mi cabeza. Mi cuerpo se estremeció ante su rudeza, pero mis labios dejaron escapar un suspiro; él volvió a besarme y esta vez, con su cuerpo sobre el mío, inició un movimiento suave encima de mí, estimulándome.
Alex se alejó de mis labios cuando se dio cuenta que me había rendido ante él; se incorporó, desabrochó mi chaqueta y después, sólo levantó la camiseta. Besó, lamió y mordisqueó el pezón que, el día anterior, Luís se atrevió a acariciar; mi piel se erizo y arquee mi espalda, para ofrecer sin pudor mi pecho a mi dueño, disfrutando no solo las caricias rudas de su boca, también el cosquilleo que me producía su cabello, al rozar en mi piel.
—Alex… — gemí al sentir la punta de su lengua, insistente en mi otro pezón, por inercia, levanté mis brazos y me aferré a la cabecera de la cama, esperando que Alex terminara de desnudarme.
Alejandro se incorporó, yo cerré mis ojos dejándome llevar pero, un ‘clic’ y algo en mis muñecas me hizo salir de mi ensueño.
—¿Qué…? — levanté mi vista y pude observar que traía unas esposas, mismas que estaban unidas a la cabecera por un cordón, el cual, no me permitían alejar mis manos de uno de los barrotes de la cabecera — ¿qué haces? — pregunté con miedo.
Alejandro no mostró ningún sentimiento en su rostro — te dije que iba a castigarte — susurró.
Él se movió hasta un buró, sacó unas tijeras y las acercó a mí. Cerré mis ojos, pensando que me haría daño, pero solo se limitó a cortar mi ropa; la chaqueta, y mi camiseta fueron cortadas por varias partes, hasta que pudo alejarlas de mi cuerpo.
—Me juraste que no te quitarías la esclava — reprochó.
—Lo siento… no la traigo no porque no la quiera usar — me defendí — y ¡lo sabes!
Sin decir más, Alex me quitó los zapatos, el pantalón y mi ropa interior, dejándome completamente desnudo y a su merced.
—El castigo… — volvió a moverse hasta el otro buró y sacó una caja grande del compartimiento de abajo — es por mentirme, sólo por eso, pequeño ‘conejo’.
—¡Ya me disculpé! — trate de excusarme, tenía miedo de saber qué podía hacer Alex para castigarme.
—Sí, ya te disculpaste — asintió con calma abriendo la caja y sacando de ahí algo que yo conocía, el collar que me había dado la noche del ‘Table Dance’ — pero aun así, me mentiste — pasó sus manos por mi cuello y abrochó el collar, el cual, en esta ocasión, aparte de la placa, traía un cascabel — y no me gusta que me mientas…
—Alex… — moví mis manos tratando de zafarme — por favor… te juro que no lo volveré a hacer… — supliqué.
—No, no lo vas a volver a hacer… — nuevamente, sus manos se movieron sacando de la caja un pequeño frasco, el cual abrió y lo acercó a mis labios — bebe…
—No — giré mi rostro para evitar obedecer, no sabía qué era, pero si Alejandro iba a castigarme, no debía ser nada bueno.
La mano derecha de Alex se movió con rapidez sujetándome del mentón con fuerza — lo beberás, ‘conejo’, por las buenas o por las malas — siseó mientras acercaba el frasco a mi boca.
Su forma de hablar y de tratarme, me hizo temblar, así que terminé bebiendo el líquido; a pesar de todo, su sabor dulce, suave y delicioso, consiguió que terminara relamiendo mis labios.
—¿Qué era? — pregunté lentamente.
—Algo que te relajará — dijo sin más y lanzó el frasco dentro de la caja, como si no le importara.
Yo cerré mis ojos; en mi garganta sentía un hormigueo producto del líquido que, momentos antes, había bebido. No me di cuenta de lo que Alex hacía hasta que, sin miramientos, colocó algo en mi boca; una esfera llena de agujeros, la cual amarró tras mi cabeza.
Me removí inquieto, pataleando para alejarlo; quería denotar mi molestia al sentir cómo me trataba, pero no pude hacer mucho. Él me sujetó de los tobillos, inmovilizándome con unas tobilleras de velcro, unidas a unos amarres que salían de alguna parte de la cama, dejándome con las piernas abiertas.
—Te quedarás así un momento, ‘conejo’ — sonrió de lado.
Caminó, perdiéndose entre las cortinas, mientras yo me quedaba ahí, tendido sobre la cama; mi cuerpo se llenó de un hormigueo bastante inusual, mi corazón empezó a latir rápidamente y sentía un calor extraño, que cubrió mi cuerpo completamente. Cerré mis parpados tratando de concentrarme en respirar calmadamente, pero me sentía agitado.
De repente, la mano de Alex se posó sobre mi sexo y me estremecí ante el contacto; abrí mis ojos asustado y él sonrió. Había dejado algunas cosas a un lado mío y me obligó a levantar la cadera para poner debajo de mí una toalla.
—Antes de empezar — en una mano, tomó un recipiente y con la otra, impregnó mi piel de un líquido tibio que traía en el mismo — tendré que hacer mi fantasía realidad — dejó el recipiente de lado, tomó un bote metálico y presiono la punta, permitiendo que la crema de rasurar llenara casi completamente su mano — no quería hacerlo así — se alzó de hombros, iniciando un movimiento para impregnar con la espuma toda mi entrepierna — pero, debido a la situación, tendré que resignarme.
Los movimientos de su mano eran como caricias en mi piel; me removí ante las sensaciones que estaba causando, las sentía diferente, de una manera que me estaba calentando de más. Pronto, él empezó a pasar el rastrillo para afeitar toda la zona, eliminando con rapidez mi vello púbico, pero, una de sus manos, mantenía apretado mi pene por la base.
Gruesas lágrimas empezaron a brotar de mis ojos, pero no eran de dolor, simplemente estaba excitado. Antes siquiera, de que Alejandro me limpiara con agua, colocó un anillo en la base de mi pene. Gemí molesto, necesitaba otro tipo de atenciones y él, simplemente me ponía algo que no me agradaba. Después, quitó con un pañuelo y agua, el exceso de la crema de rasurar, además de algunos vellos que habían quedado.
—Mucho mejor — acarició con su índice la extensión de mi pene, logrando que me estremeciera — ¿sabes, ‘conejo’?… no me gusta castigarte — quitó todo lo que había usado en su tarea, dejándolo de lado y se recostó junto a mí — no de una manera que no disfrutes claro, pero en esta ocasión, debes admitir que lo mereces — su rostro se acercó al mío y su cabello rozo mi piel — ¿no lo crees? — preguntó con seriedad.
Asentí cansado, el sonido del cascabel se escuchó al compás de mi movimiento y gimotee ante sus caricias en mi sexo.
—Bien, me alegra saber, que entiendes que hiciste mal… — se alejó después de lamer mi mejilla, limpiando una de mis lágrimas y bajó a mis pezones — si eres bueno, yo seré bueno contigo, lo sabes, ¿cierto?
Mi cuerpo se tensó al sentir como mordisqueaba mi pezón, una tortura deliciosa; lo que más me gustaba era que, Alejandro estimulara esa parte de mi cuerpo porque me excitaba, desde que aprendí a disfrutar del sexo con él, no hubo lugar más sensible en mi cuerpo que ese.
Pero él no se detuvo ahí, bajó acariciando mi piel, dejando sus marcas de posesión en mi torso, llegando a mi sexo que estaba duro y sensible.
—Que hermoso se ve…
Su tono de voz hizo que me rindiera, si hubiese podido hablar le hubiera suplicado que me poseyera, pero me era imposible, estaba a merced de sus deseos.
Humedeció mi pene con su saliva, lamió, chupo y mordisqueó sin cesar; yo me removía lo que podía, tratando de ahondar más las caricias, pero no se detuvo mucho tiempo ahí; Alex se alejó, sin importar mis gemidos de reproche y mis lágrimas de deseo.
Volvió a hurgar en su caja y sacó algo que me sorprendió; un enorme consolador plástico, con protuberancias en toda su superficie.
—No quería usar esto contigo — ladeo el rostro mientras colocaba la punta del dildo en mi entrada — pero cómo dije, esto es un castigo y necesitas aprender algunas cosas…
Negué, quería rogarle que no lo hiciera, no me gustaba sentir ese tipo de cosas en mi interior; desde aquella primera vez que experimentamos con ciertos juguetes en su casa, jamás me gusto la sensación, no era lo mismo que sentir su pene, tibio, duro y palpitante, a sentir algo frío y que, por más profundo que llegara, no me satisfacía.
Mi grito se ahogó en la mordaza que traía, cuando él lo metió con rapidez, para después seguir con un ritmo rápido de entrada y salida; las protuberancias me raspaban por dentro y a pesar de que estaba excitado, a pesar de que podía llegar a disfrutar en ese momento lo que ese juguete me producía, yo deseaba a Alejandro dentro de mí, por lo que me negaba a rendirme ante el placer que me estaba invadiendo con suma rapidez.
Algunos minutos después mi cuerpo se tensó, estaba por llegar al orgasmo, un orgasmo que fue impedido por lo que traía en la base de mi pene; más lágrimas escaparon de mis ojos y Alejandro retiró esa cosa de mi interior.
—A pesar de que alguna vez dijiste que no te gustaba — alejó el consolador, observándolo con seriedad — parece que ahora sí lo disfrutaste — lo dejó caer en la caja y acarició mi mejilla — pero, eso es sólo una parte de lo que te haré…
Traté de reprochar, a sabiendas que mis palabras se perdían debido a lo que tenía en mi boca, además, mi cuerpo seguía con ligeros espasmos que apenas me permitían pensar claramente. Alex tomó algo pequeño de entre sus juguetes, no pude identificar qué era. Sus labios se posaron sobre uno de mis pezones y succionó con insistencia; cuando mi pezón estuvo duro, sentí una presión que logró arrancar un gemido ahogado de mi garganta.
—¿Te gusta? — preguntó con calma mientras pellizcaba el otro pezón.
Asentí débilmente, mientras mi cuerpo gozaba ese trato rudo, de una forma que lograba erizar mi piel.
—Busqué uno que no te lastimara mucho, además, la presión no es tanta, es casi, como si yo fuera quien lo pellizcara…
Mordió mi pezón libre y me removí inquieto, respirando con dificultad, me gustaba lo que Alejandro me estaba haciendo, era indiscutible. Colocó la siguiente pinza en mi pezón y lloré, disfrutando de esa suave presión que envolvía cada uno de mis puntos más sensibles; mi cuerpo respondía rápidamente ante esas caricias, algo rudas pero a la vez, lo suficientemente delicadas para que sólo sintiera placer.
Mientras perdía la cabeza, debido a las pinzas en mis pezones, una nueva caricia en mi sexo me cimbró; Alejandro había atrapado mi pene en su boca. Sus movimientos, su lengua, sus labios, todo se conjugaba para que me removiera necesitado, quería llegar al orgasmo, pero en el fondo, deseaba seguir de esa manera; esa tortura me gustaba, sólo placer, tanto que, mi mente ya sólo se centraba en sentir y dejó de lado el razonar.
Los labios de Alex bajaron más, mientras su mano se entretuvo en mi miembro, masajeando con suavidad, esparciendo la saliva que había quedado; besó y succionó por dentro de mis muslos, dejando sus ya características marcas rojizas en mi piel y produciendo escalofríos que me obligaban ondular mi cadera. Liberó uno de mis tobillos y después el otro. Instintivamente intenté cerrar las piernas pero con sus manos me obligó a mantenerlas abiertas.
—No, ‘conejo’… — sonrió, lamió mis testículos y los succionó — nada de poner resistencia.
Levantó mis piernas, separó mis nalgas, dejando mi entrada expuesta ante él y pasó su lengua con insistencia; yo cerré mis ojos, apreté mis puños, traté de gritar, liberar de alguna forma todo lo que me estaba consumiendo por dentro, ya que no podía llegar al orgasmo.
Cuando quedó satisfecho con su trabajo, se volvió a incorporar liberando mi cuerpo, el cual quedó hundido en el colchón, temblando; mis lágrimas y mi propia saliva empapaban mi rostro, mientras mi respiración era agitada. Se acercó a mí, lamió mis lágrimas y limpió con su lengua la saliva que resbalaba por la comisura de mis labios; sonrió, retirando la mordaza de mi boca y antes de que pudiera hablar, me besó con pasión, metiendo su lengua hasta el fondo.
—Alex… — sollocé cuando se alejó de mí.
—¿Qué pasa, ‘conejo’? — su voz era de burla, mientras mordisqueaba mi oreja.
—Necesito… — imploré.
—¿Qué necesitas, ‘conejo’? — lamió mi cuello y después me mordió.
—¡A ti! — grité y mi cuerpo volvió a tensarse.
—¿A mí? Eso es muy tierno de tu parte — rozó una de mis mejillas con su nariz — y aunque, lo que te estoy haciendo es un castigo, creo que podría complacerte, pero antes…
Se puso de pie a un lado de la cama — Alex… — lo llamé necesitado, mis lágrimas no parecían tener fin y mi sexo dolía de lo hinchado que estaba.
Una vez más, valiéndose de su caja, tomó un nuevo juguete; un cordón plástico, atado en un extremo a una argolla y en toda su extensión, varias esferas de diferentes tamaños.
—No, no — gimotee — no quiero…
—¿No quieres? — preguntó levantando una ceja y moviendo el cordón frente a mí — pues entonces, no seguiremos con el castigo — sonrió de lado — y si no seguimos adelante, no podrás terminar… ¿seguro que no quieres?
Mi labio inferior tembló y asentí resignado.
—Si no hablas, no sabré si aceptas — relamió sus labios — aunque admito que escuchar el cascabel en vez de tu voz es muy divertido.
—Mételas… — susurré.
—No te escucho.
—¡Mételas, por favor! — supliqué en un tono más alto.
—Muy bien…
Se acomodó entre mis piernas y colocó la primer bola en mi entrada, era la más pequeña. Cuando la metió me estremecí, no porque me doliera, sino porque estaba fría y el cambio de temperatura en mi interior me producía escalofríos.
—Te gusta — aseguró y una de sus manos volvió a acariciar mi pene.
—Sí… — suspiré al sentir la siguiente esfera dentro de mí — me gusta…
Una a una las introdujo, arrancando un suspiro por cada esfera que entraba; la última me hizo soltar un largo gemido, ya que era la más grande.
—Entró con facilidad — anunció antes de lamer mi pene, una vez más, desde la base a la punta.
Se puso de pie, se quitó el pantalón y la ropa interior, después, volvió a subir al colchón, quedó de rodillas y desató la cuerda que mantenía las esposas unidas a la cama, pero no liberó del todo mis manos. Con fuerza, me obligó a girarme e incorporarme lo suficiente, para quedar sobre mis rodillas y codos; su mano me sujetó por mi cabello y acercó mi rostro a su entrepierna.
—Es hora de desayunar, ‘conejo’…
No pensé, no reproché, no dije nada; mi mente ya no funcionaba, solo mi cuerpo estaba respondiendo a Alejandro. Abrí mis labios y metí su sexo en mi boca, tratando de que llegara hasta el fondo. Él marcó el ritmo, yo me dejé mover a su voluntad; intentaba mover mi lengua para darle placer, igual que él lo hacía conmigo, pero descubrí que no era tan sencillo, especialmente por la longitud y el grosor de su sexo que me llenaba al entrar, lo que no me daba oportunidad de moverme con libertad.
—Has mejorado — me alejó lo suficiente — lame pequeño ‘conejo’, disfruta…
Saqué mi lengua y la pasé por toda su extensión, atrapaba por un lado su erección, dejando besos y ligeras chupadas; bajé hasta la base y pasé a sus testículos, lamí humedeciendo toda su piel y también los succioné con infinita delicadeza. Alex parecía disfrutarlo, se aferraba a mi cabello evitando que me moviera de ese lugar y podía escuchar algunos gemidos roncos, escapar de su garganta; sintiéndome más seguro de mí mismo, me moví hasta tomar el glande entre mis labios y succione insistente, a la par que la punta de mi lengua se entretenía en el orificio de su uretra.
Alejandro me alejó, levanté mi vista y me cautivó su rostro, el brillo de satisfacción en su mirada apenas se distinguía por la sombra de su cabello largo a los lados; su sonrisa de placer me hizo suspirar, obligándome a ladear mi rostro para profundizar la caricia que su mano me prodigaba en ese momento.
—Lo has hecho muy bien — susurró — demasiado… — me sujetó por las esposas, acercándome a él con fuerza, jaló mi cabello hacia atrás para poder mordisquear mis labios — no creí que pudieras excitarme aún más de lo normal, Erick, pero… — lamió mi mejilla mientras yo gemía — eres increíble…
Cerré mis ojos y me ofrecí a él, pero en esta ocasión me lanzó contra el colchón; solté un grito, mitad gemido, ante el movimiento de lo que traía dentro de mí y mi pene erecto, aún atrapado por esa argolla. Alex agarró mis manos y volvió a atar las esposas a la cabecera; me hizo girar contra la cama, el roce de las almohadas y el colchón en mi sexo me obligaron a soltar un quejido.
Alejandro se colocó tras de mí, levantó mi cadera y pude sentir como tomaba el arillo que pendía de mi entrada.
—Te advierto… — una risa divertida escapo de sus labios — es probable que te duela.
Abrí mis ojos enormemente y mi grito se escuchó con fuerza, al instante que me sacaba las bolitas de un tirón; mi cuerpo se tensó y de no ser por la argolla en mi pene, hubiera llegado al clímax en ese preciso instante. Hundí mi rostro en una almohada, disfrutando de los espasmos que me producía el contener mi orgasmo.
—Hermoso… — la voz de Alex me obligó a ladear mi rostro para verlo, su sonrisa sádica me estremeció.
Lanzó las esferas hacia un lado, lejos de la cama y acarició mis nalgas, insistente; su dedo medio se introdujo en mi interior y lo movió sin consideración, palpando mis paredes internas. Mis gemidos aumentaron de intensidad; mi cadera se movió sola, buscando más placer.
—¿Quieres algo más, ‘conejo’? — preguntó introduciendo un segundo dedo.
—Sí… — respondí mientras me aferraba a la cuerda que me mantenía atado a la cabecera.
—¿Qué es lo que quieres? — sus labios se posaron en mi espalda haciendo un camino de besos hasta mis nalgas.
—¡A ti! — grité cuando mordió mi piel.
—Buen ‘conejo’ — retiró sus dedos y se aferró a mi cadera — te complaceré…
Un gemido, mitad grito escapó de mi garganta; Alejandro entró en mí con fuerza, con ese ímpetu salvaje que lo caracterizaba. Su extensión me llenó completamente y a pesar de la sensación de dolor en mi pene, mi cuerpo se ofreció a él sin pudor; inconscientemente, levante aún más mi cadera y empecé un movimiento rítmico, al contrario del suyo, para poder sentirlo hasta el fondo. Mis gemidos y el sonido del cascabel en mi cuello eran la música que nos acompañaba en ese momento
Alex se inclinó sobre mi espalda, sus manos se posaron en mi pecho, retiró las pinzas de un tirón, logrando que el placer doloroso me obligara a contraer mis músculos, después, pellizcó mis pezones con sus dedos.
—Eres mío — gruñó — nadie puede tocar tu cuerpo, excepto yo… nadie… ¿entiendes?
—S… sí… — gimotee.
Antes de separarse de mi espalda, mordió mi hombro con fuerza y yo gemí aún más alto; él se incorporó y siguió moviéndose dentro de mí, para después dar un golpe en mi trasero con la palma de su mano, logrando que contrajera mi interior y sintiera que me laceraba con cada movimiento de su miembro.
Un par de embestidas más y Alex se alejó completamente de mí; ladee mi rostro para poder verlo sobre mi hombro, pero él me obligó a girar. Quedé de frente a Alejandro y él colocó su sexo duro en mi entrada, pero sin profundizar la caricia.
—¿Por qué lo defendiste? — preguntó con ira — ¿deseabas hacer esto con él?
—No… — negué desesperado, logrando que el cascabel hiciera un ruido más fuerte — no quería que me tocara… no quiero que nadie me toque — posé mi vista, nublada por mis lágrimas, directamente en los ojos de Alejandro — solo tú… solo quiero ser tuyo… eres mi dueño, mi amo, mi señor — respiraba entrecortado por la excitación, además trataba de moverme para que Alex entrara en mí, pero era imposible — por favor… Alex… ¡por favor!
Él sonrió complacido, me observó fríamente — dilo ‘conejo’, suplica por mí, llora por mí… demuestra que mereces que te posea…
—Alex, Alex… ¡Alex! — mi labio inferior tembló — no quiero a nadie más en este mundo… solo a ti… por favor, no me tortures más… — pasé saliva y proseguí — me portaré bien, lo prometo, pero por favor… te necesito dentro…
Apenas terminé de responderle y me penetró; sin pensar, en mi rostro se dibujó una sonrisa de satisfacción, sintiendo el miembro de mi amante rozando el interior de mi cuerpo. Me encantaba sentir su extensión, su calidez, su dureza, cada embestida que lograba cimbrar mi cuerpo completamente, debido a esa mezcla única entre el exquisito dolor y la delicia de un placer inigualable. No sabía qué era lo que me tenía de esa manera, pero no podía recordar un momento con anterioridad, en el que sintiera de esa manera, todo lo que Alejandro hacía conmigo.
Mi cuerpo se tensó una vez más, pero como había sucedido todo ese tiempo, no pude llegar al orgasmo que necesitaba.
—Alex, necesito… terminar… — mordí mi labio.
—Pero aún no ha terminado tu castigo — su voz era de fingida compasión.
—Te lo imploro Alex, déjame terminar…
—Si lo hago — acarició mi mejilla con su nariz y su mano masajeo mi sexo — ¿qué voy a obtener yo?
—¡Lo que quieras! — respondí desesperado.
—¿Estás seguro, Erick? ¿Lo que yo quiera? — su mano no daba tregua a mi sexo y la caricia me dolía, pero a la vez, me tenía más excitado que de costumbre.
—¡Sí!, lo que quieras, pero por favor… quítamelo… — mordí mi labio — déjame terminar…
—Entonces, es un trato — sentenció.
Alejandro se incorporó una vez más, saliendo de mi interior y me movió lo suficiente para lograr que levantara mis piernas, al mismo tiempo que él se ponía de pie sobre la cama. Dobló mi torso, dejando mi cuerpo apoyado, casi exclusivamente sobre mis hombros y nuca, permitiendo que mis rodillas llegaran, a estar cerca de los lados de mi rostro y así, con mi cuerpo de esa manera, completamente expuesto a él, me penetró de nuevo. Jamás había probado esa posición, pero al tener mis músculos contraídos, sentía que el miembro de Alejandro entraba con demasiada dificultad en mí; él no se contuvo, rápidamente sus embestidas aumentaron de fuerza y velocidad.
No me di cuenta en qué momento Alex liberó mi pene del anillo, pero en el instante que llegaba al orgasmo, la libertad de mi sexo, permitió que todo el semen retenido saliera con fuerza y debido a la posición, todo cayó sobre mi rostro y mi boca, logrando que toda mi piel y parte de mi cabello, quedaran sucios.
Aún y con todo eso, no me importó, había llegado al orgasmo de manera plena; mi cuerpo se contraía ante los espasmos de placer y en poco tiempo, sentí el palpitar del miembro de Alex y la tibieza de su semen.
Estaba completamente rendido y Alejandro no parecía estar cansado en lo absoluto. Se movió, sacando su sexo de mi cavidad, dejó mis piernas sobre la cama y se acercó gateando hasta mí; sus dedos se movieron sobre mi rostro, llevando mi semen hasta mi boca y después, se introdujeron casi hasta mi garganta.
Yo, simplemente le permití hacer lo que él quería, moví mi lengua para acariciar sus dedos y él sonrió.
—¿Cómo voy a castigarte, si lo que te hago lo disfrutas? — preguntó con cinismo — además, no me atrevería a lastimarte seriamente, marcar de manera permanente tu hermosa piel, Erick, sería un pecado — acercó su rostro al mío, pasando su lengua por mi mejilla para limpiar algo de mi semen, después se relamió los labios — pero, si vuelves a dejar que otro imbécil te toque y tratas de ocultármelo, tendré que hacer algo más al respecto — su voz era amenazante, pero aun así sonreí.
—Alex… — susurré
—¿Sí? — pasó su lengua por mi otra mejilla, limpiándome también.
—¿Puedes… soltar mis… manos? — suspiré, me costaba hablar coherentemente debido a la agitación que aún me invadía.
—No, si lo hago, escaparás — sonrió.
—No… lo juro…
Alex besó mis labios con ternura — era una broma… — susurró y se alejó de mí, liberando mis manos de la cabecera y también de las esposas.
Intenté moverme pero no podía coordinar bien, así que Alejandro sujetó mis manos y las movió hasta dejarlas sobre mi pecho. Agarró unas toallas húmedas de la caja que estaba en el piso, a un lado de la cama, y con ellas limpió mi rostro con paciencia y delicadeza; después se puso de pie, tomó los edredones que estaban a los pies de la cama y me cubrió con ellos.
Mis parpados pesaban, mi cuerpo aún se estremecía pero, poco a poco, empecé a rendirme ante el cansancio. Lo último que sentí fue a Alejandro acostarse a mi lado y abrazarme de forma cariñosa, acariciando mi espalda; hundí mi rostro en su pecho y me permití descansar.
* * *
“…Erick…”
Empecé a escuchar a lo lejos la voz suave de Alejandro, también, mi piel reconoció sus caricias en mi rostro; me removí cansado, restregando mi cara contra su pecho. Sus labios se posaron en mi sien y volvió a tratar de despertarme.
—Erick, tienes que despertar…
Bostecé, moví mi cuerpo arqueando mi espalda y un ligero crujido de mi columna, me hizo suspirar complacido.
—¿Qué hora…?
—Casi las tres… — el susurro de Alex en mi oído, me erizó la piel — ¿acaso no tienes hambre?
—Un poco — suspiré — pero estoy muy cansado.
—¿Quieres ir a tu casa entonces? — movió su mano y levantó mi rostro por el mentón.
—No, creo que prefiero comer primero — entrecerré mis ojos y ofrecí mi boca para que me besara.
Alejandro lamio mis labios y después introdujo su lengua en mi boca — esto es una clara invitación para que vuelva a poseerte — susurró contra mis labios — y si lo hago, no comerás hasta mucho más tarde.
Dejé salir una ligera risilla nerviosa, ¿cómo no rendirme ante él? Tenerlo tan cerca, el calor de su piel y todas sus atenciones; mi vida, mi cuerpo y mi alma le pertenecían, aún más que hacía años.
—Comamos… — besé su mejilla — después, hazme lo que quieras.
Alex se movió, sus labios se posaron en mi oreja y le dio varias mordidas suaves — no dejaré que te eches para atrás — sentenció al separarse de mí.
Él se alejó, levantándose de la cama; agarró un pantalón holgado y una camiseta negra de una silla que estaba cerca, colocándoselos con rapidez. Su cabello aún estaba suelto y se agitaba libremente al compás de sus movimientos.
—Me gusta… — sonreí al posar mi vista en él, pero aún estaba envuelto en las cobijas.
Él acomodó el cuello alto de la camiseta y se colocó un suéter, con un cierre en la parte de enfrente.
—¿Qué te gusta? — preguntó mientras se sentaba en el colchón para colocarse los calcetines y sus zapatos deportivos.
—Tu cabello — suspiré — me encanta como te vez con el cabello suelto y al natural, cómo tú dices.
Alejandro soltó una carcajada; después de colocarse el otro zapato, se giró para besarme con fuerza — pero, tengo una imagen que cuidar — dijo alejándose de mi nuevamente — no puedo complacerte siempre en eso, Erick.
Me removí contra el colchón y me cubrí aún más con las cobijas — lo sé, pero me gusta — acoté seguro.
Alejandro caminó hacia otra silla y me trajo un cambio de ropa nuevo — ponte esto — me guiño el ojo — lo que traías ya no sirve.
—Me imagino… — recibí la ropa, la metí junto conmigo en las cobijas y me cubrí también la cabeza.
Empecé a cambiarme sin salir de la cama; no hacía tanto frío debido a la calefacción, pero preferí cambiarme acostado, para no salir de las cobijas y tener que alejarme de la tibieza de la cama. Me puse la camiseta, era cuello alto, así que no tenía que quitarme el collar que aún traía en mi cuello.
Cuando estuve listo, me incorporé quedando sentado en el colchón; Alejandro no estaba. Hice mis hombros hacia atrás y levanté mis brazos para estirar mis músculos; algunos huesos tronaron, incluyendo los de mi cuello y me hizo sentir relajado. Mis zapatos estaban a un lado de la cama, así que me incliné para poder ponérmelos; cuando estaba por terminar, Alex apareció tras una cortina.
—¿Listo? — preguntó con una sonrisa.
—Sí, creo… pero necesito lavar mi rostro y mi boca.
—Ven… — me sujetó de la mano, entrelazando sus dedos con los míos y me guió cruzando las cortinas, por detrás de la cama.
Llegamos a una habitación pequeña, era un baño; había un jabón de manos, un cepillo para el cabello, un cepillo de dientes y una pasta dental.
—Hay agua caliente — aseguró — así que, tómalo con calma…
—Gracias… — respondí.
Después, me dejó a solas y suspiré. Usé primero el sanitario y después me lavé el rostro con agua tibia; el jabón olía a almendras, con eso, recordé que la última vez que me bañé en casa, el champú también tenía ese mismo olor.
—He descubierto algo más de ti… — susurré con una sonrisa en mis labios.
Pasé el cepillo por mi cabello, lo humedecí con agua para quitarme algo de la suciedad que tenía y volví a pasar el cepillo. Por último lavé mis dientes y salí del baño.
Me sorprendió ver la rapidez con la que, los hombres de Alejandro, estaban trabajando para quitar las cortinas y todo lo demás. Alex estaba dando instrucciones a unos y sonrió al verme; me hizo una seña y caminé con lentitud, titubeando si debía acercarme o no.
Cuando llegué a su lado, agarró mi mano y besó el dorso de la misma —…terminen de limpiar todo… — siguió con sus indicaciones y yo tenía el rostro rojo de pena, pero sus trabajadores no parecían haberle dado importancia —…no quiero que dejen mal la instalación, recuerden que no es mía, aún…
Todos asintieron y se retiraron; Miguel y Julián se acercaron, entregándonos, a ambos, un par de chamarras.
—Gracias — sonreí a Miguel, quien era el que me atendía a mí.
—También esto — sonrió, entregándome mi cartera, mi celular y mis llaves para después alejarse.
—¿Qué quieres comer? — preguntó Alex mientras se colocaba la chamarra encima.
—No sé — respondí colocándome también la prenda y guardando las cosas en los bolsillos de mi pantalón y mi chamarra — cualquier cosa…
—De eso no hay, Erick… — me miró de soslayo.
—Bien… — suspiré — algo rápido, ¿qué tal, hamburguesa? — sonreí ampliamente.
—¿Hamburguesa? — preguntó incrédulo.
—Sí, es rápido y sustancioso.
—¿De qué hamburguesas estás hablando? — guardó sus manos en los bolsillos de su chamarra y dio media vuelta para dirigirse a la puerta por la que habíamos llegado.
Lo seguí con rapidez — bueno, hay una cadena de hamburguesas que si están grandes y llenadoras, esas me gustan.
Él sonrió, sacó una de las manos de la bolsa, la movió hasta posarla en mi cabello, despeinándome suavemente — iremos a dónde quieras.
Mi rostro ardió ante su sonrisa y lo seguí obediente; cruzamos la puerta, y llegamos al automóvil. Julián y Miguel se apresuraron a abrir las puertas del auto, para dejarnos pasar; entramos y nos sentamos, después, ellos tomaron sus lugares.
* * *
Al salir del parque industrial, nos dirigimos al centro de la ciudad, llovía despacio, pero eso incrementaba el frío. Di indicaciones para que nos llevaran a la cadena comercial que yo conocía; normalmente iba a un centro comercial, dónde había una sucursal, pero ese día, preferí que nos llevaran al local grande que estaba en otro lugar. Bajamos del automóvil, Alex y yo entramos al establecimiento, con rapidez, mientras nuestros acompañantes se quedaban fuera, con unas sombrillas, mismas que Alejandro rechazó al descender del auto, ya que no caminaríamos mucho.
La cajera soltó el aliento ante la sonrisa de Alejandro, incluso, su rostro se puso rojo al escuchar su voz; suspiré cansado, ya no podía enojarme por esos detalles, era como luchar contra la corriente. Pedimos hamburguesas diferentes; yo, una con piña, él, una con doble carne y extra de tocino. Alex pidió que agrandaran el paquete, así que nos dieron las papas grandes y además, compró salsa de queso para ambos. Nos servimos las bebidas, ambos tomamos té negro y después, me tocó elegir dónde nos sentaríamos; había poca gente a pesar de la hora, pero no era de sorprenderse, por el clima que había en la ciudad, las personas no salían mucho de sus casas.
—Aquí — señalé una mesa cerca de uno de los ventanales y tomé asiento con rapidez.
Alex se sentó frente a mí y dejamos el número a la vista para que nos llevaran nuestro pedido.
—Te ves feliz — dijo tranquilo y bebió algo de su té.
—Lo estoy — lo observé con vehemencia y mordí mi labio — y mucho…
Él sonrió de lado y un brillo de malicia destelló en su mirada, mi rostro ardió justo en el momento que llegaba la comida.
Un joven con el uniforme del lugar se acercó con una amplia sonrisa — su orden, ¿necesitan algo más? — dijo servicial.
—No, gracias — le sonrió Alejandro.
—Yo sí quiero algo más — añadí — ¿puedes traer pepinillos, por favor?
—Claro que sí, en un momento — dio media vuelta y se retiró rápidamente.
—Creo que le dejaré propina… — empecé a descubrir mi hamburguesa y unos segundos después el chico llegó con varios recipientes llenos de pepinillos y algunos más con chiles en vinagre — gracias.
El mesero se retiró y abrí mi hamburguesa para tapizar la piña con pepinillos; Alejandro me observó curioso y después hizo un gesto de desagrado.
—¿Piña con pepinillo?
Levanté mi vista y asentí tomando la hamburguesa en mis manos — sí, es ‘agridulce’, sabe delicioso, ¿gustas? — le acerqué la hamburguesa a la boca.
—No, gracias — negó alejándola con un movimiento de su mano — prefiero creerte.
—No sabes de lo que te pierdes — sentencié dando la primera mordida.
Él también descubrió su hamburguesa y le agregó chile. Estaba comiendo cuando mi vista se posó en unas jóvenes que estaban en una mesa cerca de nosotros; nos observaban con insistencia y hablaban en susurros. Impregné una papa con salsa de queso y la llevé a mis labios, tratando de ignorarlas, lo más probable era que hubieran reconocido a Alex, a pesar de traer su cabello suelto; Alejandro parecía haberlas notado también, pero él, simplemente soltó una risa suave y masticó con tranquilidad su comida.
—¿De qué te ríes? — pregunté curioso.
—Nada en particular — se alzó de hombros, pero una sonrisa cínica adornó su rostro.
¿Cómo creerle? Alejandro no era de los que se reían por nada, lo conocía demasiado bien cómo para creer en sus palabras. Seguí con mi hamburguesa, tenía mucha hambre, no había desayunado y además, era algo tarde para comer.
Mientras bebía de mi té, la mano de Alejandro se acercó a mi rostro y con su pulgar, limpió cerca de la comisura de mis labios, después llevó su pulgar a sus labios y lo lamió.
—Debes comer con más cuidado, ‘conejo’ — me reprendió con delicadeza.
Parpadee sorprendido y escuché un grito ahogado. Giré mi rostro y las dos jóvenes que estaban en la otra mesa estaban rojas, observándonos con más interés, incluso, se habían puesto las dos en el asiento que quedaba justo frente a nuestra mesa; pasé el trago de té y desvié la mirada, sentía mi rostro arder.
—No deberías… — tomé una servilleta y limpié mi rostro.
—¿Qué? — preguntó con tranquilidad.
—No debes hacer lo que hiciste — terminé mi frase y llevé una papa a mi boca con rapidez.
—¿Por qué no? — la voz de Alejandro era tranquila, pero se notaba divertido — ¿acaso te molesta?
—No es eso — negué — pero, si te reconocen, los noticieros amarillistas tendrían una nota para manchar tu nombre — acoté seguro.
—No me importa — sonrió de lado — muchas veces me han tratado de emparejar tanto con mujeres como con hombres, pero no logran demostrar nada — se alzó de hombros — es mi forma de ser.
Posé mi vista en él; me molestó que lo dijera así, cómo si para él no significara nada lo que hacía a mi lado. Suspiré cansado; realmente no sabía cómo Alejandro se llevaba con las demás personas, e incluso, cuando lo volví a ver, me comentó que había tenido muchas parejas.
—Está bien — traté de sonreír.
Después de un rato, terminé de comer.
—Estoy satisfecho — suspiré — no puedo comer nada más.
—¿No quieres postre? — Alex seguía comiendo sus papas.
—No — negué — es suficiente para mí — busqué en mi bolsillo mi cartera, quería dejarle algo de propina al joven que nos había llevado las cosas.
—Déjalo… — Alex se limpió las manos con una servilleta, sacó su cartera con rapidez y dejó un billete en la charola que tenía en frente — ¿nos vamos? — preguntó tranquilo.
—Sí — asentí.
Alex se puso de pie y yo lo seguí. Las jóvenes que estaban en la otra mesa, seguían observándonos detenidamente y tenían una enorme sonrisa en sus rostros; no supe por qué, pero, en el momento que Alex pasó justamente a su lado, ambas ahogaron un grito, suspiraron y se pusieron rojas. Cuando posé mi vista en Alex, él solo sonrió y me guiño el ojo.
Al salir del local ya no llovía; entramos al automóvil y Alejandro dio la indicación de que nos llevaran a mi casa.
Eran pasadas las cinco de la tarde cuando llegamos a mi hogar; ya estaba ahí otro vehículo con otros sujetos, trabajadores de Alex. El auto se estacionó frente a mi casa, bajé con rapidez y abrí la puerta; Alex se quedó un momento fuera, mientras yo iba a encender la chimenea y la calefacción. Mis hijos entraron detrás de mí, buscando mi cariño.
—Ya, ya… — les dije con amor, mientras los acariciaba — ya estoy en casa, tranquilos…
Alejandro entró momentos después y cerró la puerta principal, dejando la puerta de mascotas abierta.
—Parece que va a nevar — se quitó la chamarra dejándola de lado, para acariciar a mis hijas con insistencia, haciéndoles cariños en sus cabezas y espalda — ¿cómo se han portado las princesas? — preguntó al aire y me hizo sonreír.
—Supongo que bien — respondí.
—Bueno, tal vez merecen un premio — caminó hasta sentarse en el sillón de tres plazas, dejando su celular en la mesita que estaba a un lado del sillón, su cartera y sus llaves — ¿qué podemos comprarles? — preguntó mientras se quitaba los zapatos para subir los pies al sillón.
Nila y Luna se subieron junto con él y se recostaron entre sus piernas.
—Pues, lo normal — me alcé de hombros quitándome la chamarra — algunas galletas o juguetes.
Dejé mis cosas sobre la mesita de centro y caminé hasta el otro sillón para sentarme, pero Alex me tendió la mano — ven… — llamó y me acercó a él, después de que dejé mi chamarra en el sillón que pensaba usar — quédate a mi lado.
—Está ocupado — señalé a mis hijas que estaban con él.
—Señoritas — dijo levantando la voz — no es que no me guste estar con ustedes, pero prefiero estar con su padre, así que… — hizo una seña con su mano, Nila y Luna bajaron del sillón y se recostaron en el piso, cerca de la chimenea, junto a sus hermanos — ya está libre — me guiño el ojo.
Suspiré cansado y me senté en el mismo sillón que Alejandro, entre sus piernas; recosté mi espalda en su pecho mientras el pasaba una de sus manos por mi costado, para abrazarme. Con la otra tomó el control de la televisión que estaba en la mesita, junto a sus cosas y encendió la televisión, buscando uno de los canales de películas; dejó una película de acción en la pantalla y colocó el control en su lugar.
—Alex… — susurré, mientras acariciaba su brazo.
—¿Sí? — preguntó y besó mi cabello.
—Lo de la mañana… — dudé, no sabía cómo preguntar — ¿cómo fue que tú...?
—¿Qué cosa? — entrelazó sus dedos con los míos sobre mi pecho.
—Alex — moví mi rostro para tratar de posar mi vista en el — tu forma de golpear a Luís…
—¿Crees que me excedí? — preguntó con seriedad.
—No… bueno sí… — titubee — pero no era eso lo que quería decir, es que… no sabía que tú pudieras defenderte así.
Su mano acarició mi rostro — sabes que siempre fui un buscapleitos — sonrió de lado — ¿recuerdas que en la secundaria y preparatoria me peleaba mucho?
—Sí, lo sé, pero nunca te vi pelear así.
—Te dije que cambié muchas cosas de mí cuando te alejaste, quería sacar mis frustraciones… antes de conocerte debía entrenar algunas cosas para defenderme, pero solo lo hice seriamente, cuando nos separamos — sonrió tristemente — aprendí algunas cosas de diferentes artes marciales — se alzó de hombros — Judo, Karate, Tae Kwon Do, algo de Kung Fu y otras más… un poco de todo, pero sin especializarme, además, quería saber defenderme por cualquier cosa que pudiera suceder.
—¿Qué tipo de cosas? — pregunté con algo de susto.
—Cosas… — sonrió y se movió para besar mis labios y callar cualquier otra pregunta.
—Está bien… — suspiré cuando se alejó de mi — pero creo que no fue ‘solo un poco’ lo que aprendiste, eres muy bueno… Luís es bueno en el box, aunque no sea su profesión, pero es la primera vez que veo que lo dejan tan mal…
—No es importante…
—Alex… ¿qué le pasó a Luís? — pregunté con algo de temor.
—Nada.
—Alex, por favor…
—¿Te importa tanto? — preguntó con molestia.
—A pesar de todo, es mi amigo — respondí bajando la vista.
Alejandro me abrazó y besó mi frente — está bien, Agustín lo llevó a un hospital, no tienes de que preocuparte.
—¿De verdad? — cerré mis ojos y me dejé llevar por sus cariños.
—Sí — respondió cansado — si le hubiera hecho algo irreparable, sé que no me lo hubieras perdonado.
—Gracias… — me moví para buscar sus labios y darle un beso, el cual, respondió con intensidad.
—Pero… — habló contra mis labios, cuando se separó de mi — eso no quita que esté enojado por lo que te hizo — paso su lengua por mi labio inferior y giró el rostro para seguir viendo la película.
—Y, ¿si te denuncia? — pregunté asustado.
—No lo hará — dijo serio — si lo hace, yo lo denunciaré por haberte atacado aquí, en tu casa, además, yo tengo pruebas, él no.
No dije nada, al menos, sabía que Alejandro no era tan cruel; después de todo, el castigo que me dio, fue, casi en su totalidad, para mi propio disfrute. Tal vez debería pensar en ir a ver a Luís, pero al menos ese día, me sería imposible y quizá, si le decía a Alex, él se molestaría, así que tendría que dar todo de mí en la noche para que, al día siguiente, me dejara ir a verlo.
Me moví para quedar completamente de frente a él, recargué mi cabeza en su pecho y él me abrazó con ambas manos. Cerré mis ojos, aún tenía sueño y estaba cansado, pero no quería dormir aún.
—Alex… — busqué la manera de meter mi mano por debajo de su camiseta, para jugar con su pezón.
—¿Sí? — acarició mi espalda.
—Ayer… recibí una llamada del licenciado de Melissa.
—Lo sé.
—¡Alex! — fruncí el ceño, me alejé de él y saqué mi mano del lugar donde la tenía — ¡quiero que retires las cámaras y los micrófonos!
—No — sonrió y me besó — no lo voy a hacer.
—No me gusta, me siento vigilado — reproché.
Me sujetó del rostro y se acercó a mi oído — eso no está a discusión, ‘conejo’ — susurró y mordió el lóbulo de mi oreja.
—¿Por qué? — mi voz apenas salió, su acción me había hecho suspirar y consiguió que mi piel se erizara.
—Porque es para cuidarte, solo por eso.
—Pero todo lo que hago y lo que hacemos, está en video.
—Mejor, podré verlo cuando quiera.
Entorné mis ojos — y ¿si alguien lo hace público? — traté de presionarlo para que cediera.
—Nadie lo hará — negó — saben lo que puede pasar si me traicionan…
Suspiré cansado, era obvio que no lo convencería, tenía que buscar la manera de deshacerme de las cámaras y micrófonos de otra manera.
—Bien, volviendo al tema — cambié la conversación — ese hombre quiere que hable con él, mañana.
—Ignóralo — dijo con seriedad.
—¿Sólo así? — levanté una ceja.
—Sí, sólo así.
Mi vista se posó en su rostro, él estaba impasible, viendo la televisión.
—Alex, él preguntó que si eras tú quien me visitaba ayer.
—¿De verdad? — preguntó con un tono sarcástico.
—¿Lo conoces? — indagué
Alejandro giró el rostro, sus verdes ojos me observaron con seriedad — sí, lo conozco — su voz me hizo estremecer — por eso no quiero que te acerques a él.
—¿Por qué no me dijiste antes? — pregunté nervioso.
—Porque no quería que te preocuparas, por eso, además — suspiró — arreglaré el asunto lo más rápido posible.
—¿Qué sucede con él? — inquirí.
—Creo que, quedó algo inconcluso — dijo entre dientes — no pensé que volvería a tener tratos con él.
—¿Inconcluso?
Alex me abrazó — no te preocupes — besó mi mejilla — no tiene nada que ver contigo, te lo aseguro.
—Pero, tiene que ver contigo — reclamé alejándome de él — ¿acaso fue tu pareja?
—Erick, no quiero hablar de eso…
—Pues yo sí quiero — me puse de pie con rapidez sin darle tiempo de que me detuviera — ¿qué tuvo que ver contigo ese hombre?
—Lo mismo que tuvo que ver Melissa contigo — respondió con rapidez.
Me sorprendió su respuesta, abrí mis labios para reprochar pero al final, no dije nada. Si era así, entonces no había significado nada para Alex.
—¿Estas…? — me moví para acercarme a él de nuevo — ¿estás seguro?
Alejandro sonrió tranquilo — sí, seguro — me ofreció su mano y al aceptarla, me acercó a él nuevamente — fue hace cinco años y fue algo pasajero, nada más.
Suspiré más tranquilo y sonreí también; volví a subirme al sillón, a su lado y me recosté frente a él.
—Pero… — añadió ya que estaba acomodado — no quiero que te acerques a él, ¿entendido?
—Está bien — restregué mi rostro en su pecho — buscaré la manera de no verlo.
No dije más, volví a meter mi mano bajo su camiseta, jugueteando con uno de sus pezones y cerré mis parpados, dejándome llevar por la caricia de Alejandro sobre mi cabello, su respiración tranquila y su extrema calidez.
* * *
El timbre sonó y sentí algo de movimiento. Me removí inquieto al sentir la falta de calor bajo mi cuerpo y abrí mis ojos; estaba solo en el sillón, Alejandro se había incorporado encendiendo las luces, tomando su chamarra y saliendo de casa. Por el ventanal pude darme cuenta que el exterior estaba oscuro. Alex regresó con rapidez y mis hijos entraron tras él.
—Lo siento — se disculpó — tenía que levantarme.
—Está bien — bostecé — no debí quedarme dormido.
—No fue mucho, casi una hora.
—Una hora… — susurré.
Un recuerdo me hizo incorporar con rapidez — ¡demonios! — exclamé agitado y me puse de pie para ir a la pequeña mesa de la sala, dónde dejaba siempre mi maletín.
—Erick, ¿pasa algo?
—Sí — respondí sacando mi computadora personal y caminando al comedor para dejarla ahí — es tarde y no he hecho los reportes de mi trabajo.
Mientras mi computadora iniciaba, caminé a la cocina a poner la cafetera y poder tomar un café; al volver a la mesa, Alex estaba tras de la silla que iba a ocupar, además, las luces navideñas ya estaban encendidas.
—¿Qué? — pregunté confundido.
—Siéntate — indicó.
Tomé asiento y el me abrazó desde atrás, colocando frente a mi rostro la esclava; la miré con sorpresa, estaba en perfectas condiciones.
—¿Cómo…?
—Cuando estábamos en la bodega, mandé a alguien por ella, para que la llevara a arreglar — susurró contra mi oído — me la acaban de traer… levanta tu mano.
Sonreí complacido y levanté mi mano izquierda con rapidez.
Alex apartó la manga de mi camiseta, colocó la joya en su lugar y besó mi mejilla — como nueva — exclamó.
—Sí — ladee mi rostro observando los brillos de las piedras, debido a las luces que titilaban.
—Te dejaré trabajar — anunció.
Antes de que se alejara, tomé su mano y lo jalé hacia mí, cuando estuvo cerca lo besé y él me correspondió. Al separarnos, un ligero hilillo de saliva aún nos unía; ambos nos relamimos los labios y sonreímos.
—Gracias… — susurré.
—Si obtengo esa clase de besos por cada detalle que tengo contigo, te llenaré de regalos — aseguró y se encaminó a la cocina.
Yo empecé mi trabajo, llenando mis reportes. Cuando la tetera empezó a sonar, Alejandro sirvió, en dos tazas, agua para café; volvió a la mesa y me dejó la taza a un lado. Mi vista se posó en la taza y sonreí, era la taza que Alex había comprado el día que adoptamos a mis hijos.
—Gracias…
—Aún no agradezcas — levantó una ceja — tienes que preparar los cafés.
Acercó el café, el azúcar, dos platos, un cuchillo y el recipiente con pan. Preparé las tazas con rapidez y partí los panes, tanto para Alex cómo para mí. Durante un largo rato, ambos nos quedamos en silencio, especialmente yo, que estaba trabajando, pero aun así, sentía la mirada penetrante de Alejandro sobre mí.
—¿Qué quieres cenar? — preguntó al terminar su café y llevar, tanto su taza cómo la mía, al lavatrastos.
Pasé mi mano por mi nuca — no sé, no he abierto el refrigerador desde ayer — me alcé de hombros — no sé qué dejó preparado la señora Josefina.
—Entonces yo me ocuparé, ¿te falta mucho?
—Sí, un poco — sonreí apenado.
—Bien, iré a bañarme primero, después bajo a ver lo de la cena.
Alex se fue a bañar, dejándome con mi trabajo; normalmente los reportes los hacía los sábados, no me gustaba dejarlos para el domingo, especialmente porque me estresaba. Aproximadamente veinte minutos después, Alex bajó las escaleras con su ropa para dormir.
—¿Aún no terminas? — caminó a la cocina sacando algunas cosas del refrigerador y colocándolas en platos para meterlos al microondas.
—Ya terminé — estaba cerrando los programas para apagar mi computadora y guardarla en mi maletín.
—¿Normalmente tardas tanto?
—Sí, aunque a veces tardo más, si me entretengo en otras cosas — llevé mi maletín a su lugar.
Volví a mi silla, mientras Alejandro estaba llevando los platos a la mesa, después se sentó a mi lado; la comida olía muy bien.
—¿Qué quieres hacer esta noche? — preguntó y yo levanté mi rostro, traía algo de comida en mi boca así que no le respondí con rapidez.
—No lo sé — dije después de pasar el bocado y bebiendo un poco de agua — ¿tú?
La sonrisa de Alejandro me hizo temblar — tengo toda la semana queriendo usar tu jacuzzi — levantó una ceja y me observó de soslayo.
—Pero… hace frío…
—Es agua caliente — aseguró — además, podemos encender la calefacción del cuarto y dejar la puerta del baño abierta.
Dudé, pero sabía que Alejandro no retrocedería en su decisión — está bien, usemos el Jacuzzi — Alex sonrió ampliamente — pero — iba a poner condiciones — si me da frío, te voy a abandonar a mitad del baño.
—¿Crees que te dejaría abandonarme? — levantó una ceja.
—No creo que te guste que esté temblando de frío.
—No tienes que pensar en eso — acarició mi mano — sé mantenerte caliente.
No dije nada más, con esa simple frase logró que me sonrojara; ambos terminamos de comer y dejamos los platos en el lavatrastos, cuando íbamos de regreso a la mesa, Alex me abrazó por detrás.
—¿Entonces? — preguntó seductor — ¿subimos ya?
—Tengo que darle de comer a mis hijos…
—Está bien, te espero en la habitación — besó mi mejilla.
Mientras yo fui a sacar la comida de mis hijos, él se despidió de ellos y subió las escaleras.
Salí al patio trasero y les serví en los platos, los cinco se apresuraron a comer; volví a entrar a la casa, cerrando la puerta con llave, también cerré la puerta de mascotas y apagué las luces, dejando encendidas solo las luces de los adornos navideños.
Subí las escaleras, entré con rapidez a mi cuarto; apenas abrí la puerta, sentí una temperatura agradable y un ligero olor dulce llegó a mi nariz. Entré con lentitud, la puerta del baño estaba abierta, así que pasé sin llamar; Alex estaba sentado en la orilla del jacuzzi, traía sólo su pantalón puesto. Había velas encendidas alrededor, el agua ya estaba llenando la bañera y algunos pétalos de rosa flotaban en el agua.
—¿Cómo preparaste todo esto? — pregunté con sorpresa.
—Alguien lo preparó por mí, durante el día… ven… — me llamó y caminé hasta quedar frente a él.
—Entonces, ¿lo del Jacuzzi ya lo tenías pensado desde antes?
Alex no respondió, solo una ligera sonrisa fue la respuesta a mi pregunta; desabrochó mi pantalón lentamente, sus manos recorrieron mi piel cuando bajó mi ropa hasta mis tobillos y sus labios se posaron en mi sexo con delicadeza. Suspiré y él sonrió aún más; se puso de pie y me quitó la camiseta.
—Sabía que no te habías quitado el collar — besó mi cuello — ¿te gustó usarlo todo el día?
—Sí… — suspiré — me gustó.
—¿Por qué? — acarició mi espalda y sus labios bajaron a entretenerse en uno de mis hombros.
—Porque… — un gemido escapó de mi garganta — porque esto demuestra que tengo dueño…
—Eso es muy tierno de tu parte — dio una ligera mordida en mi hombro — pero es momento de que te lo quites…
Alex pasó su mano por detrás de mí cuello y me quito el collar, después quitó la esclava de mi mano; caminó hasta el vestidor y dejó ambos objetos en un lugar seguro.
Regresó y cerró la llave del jacuzzi, encendió las burbujas y ajustó el termostato a 38 grados. Se quitó el pantalón, quedando desnudo y entró al agua, después, su mano se acercó a mí. Puse mi mano sobre la suya y dudé.
—Estoy sucio… — acoté — debería bañarme primero…
—No importa — sonrió de lado — esto no es para limpiarte, sino para ensuciarte más…
Mis músculos se tensaron y un escalofrío recorrió mi columna; no dije una sola palabra más, sólo entré junto con él. Alejandro se sentó e hizo que me sentara frente a él, con mi espalda en su pecho; apenas estaba acostumbrándome al calor del agua, cuando sus labios se posaron en mi cuello y sus manos recorrieron mi torso hasta bajar a mi sexo.
—Alex…
—¿Sí? — respondió contra mi hombro.
—Piensas… piensas… — el gemido que escapó de mis labios, interrumpió mis palabras.
—¿Pienso? — lamió mi piel — no pienso nada ‘conejo’ y por lo que veo, tu tampoco — se burló.
Mi brazo se movió, lo hice hacia atrás por un lado de mi cabeza y enterré mis dedos en el cabello de Alejandro; mi respiración se agitó aún más debido a las caricias en mi sexo.
—Erick, estás listo...
Apenas terminó su frase, me obligó a girar mi cuerpo. Quedamos de frente; Alex pasó una de sus manos por debajo de mis nalgas y la otra por mi espalda. No tuvo que hablar, sabía lo que deseaba, así que le ofrecí mi cuerpo para que me acomodara cómo él quería. Mi entrada quedó sobre su pene pero él no hizo nada más; su verde mirar se posó directamente en mí, su sonrisa tenía un tinte malévolo, aunque eso me gustaba.
Puse mis manos en sus hombros para tener firmeza y después, me moví para darle acceso a mi interior. Cuando estuvo completamente dentro, Alex me besó; su lengua jugueteo con la mía mientras me obligaba a moverme sobre sí mismo.
—Tócame… — pedí cuando mis labios quedaron libres.
—No — negó — ¿quieres disfrutar? Acaríciate tú solo…
Un leve gemido de frustración escapó de mi boca; Alejandro parecía seguir castigándome, pero no podía quedarme así. Alejé mis manos de su cuerpo, una fue a mi propio sexo y la otra a uno de mis pezones.
¿Cuánto tiempo estuve así? Me movía y gemía para Alejandro, pero no era desagradable, al contrario, yo disfrutaba plenamente complacerlo. No supe en qué momento las burbujas dejaron de mover el agua; estaba perdido en las sensaciones y pronto iba a terminar cuando la mano de Alex atrapó mi sexo. Entreabrí mis ojos, con su mano libre hizo que mi espalda se recargara hasta llegar a la superficie del agua; con mis manos hacia atrás, sobre mi cabeza, me sostuve de una orilla del Jacuzzi, dejando mitad de mi cuerpo dentro del agua caliente y la otra fuera.
Alejandro marcaba el ritmo, moviéndose dentro de mí. Mi cuerpo temblaba, el agua se movía por las acudidas de mi cuerpo; algunos pétalos quedaban pegados a mi pecho, el cual se encontraba por momentos fuera del agua. Él masajeaba mi sexo mientras mis gemidos llenaban la habitación completamente. Alex no evito que llegara al orgasmo en esa ocasión, al contrario, su mano parecía querer obligarme a que lo hiciera; mi semen salpicó mi abdomen y después, con el movimiento del agua se fue esparciendo por la superficie líquida, junto con los pétalos de rosa.
Mis manos no me iban a sostener más, así que agradecí cuando Alejandro volvió a moverme, para quedar sentado sobre él, una vez más; aunque ya no tenía fuerzas para nada, él mismo me obligó a moverme para complacerlo. No pasó mucho tiempo, pronto sentí el palpitar en mi interior, obligándome a cerrar mis ojos y sonreír inconscientemente.
Mi cuerpo se estremecía, no por el frío, sino por las oleadas de placer y cansancio; sentía que me pesaba todo y hubiera dado cualquier cosa por no tener que moverme de ahí.
—Hay que ir a la cama, ‘conejo’… — la suave voz de Alejandro me hizo suspirar.
Quería obedecerlo, debía hacerlo, pero ya no pude ordenarle nada a mi cuerpo; mi mente quedó en blanco y me perdí en un abismo oscuro, mientras me dormía.
* * *
- - - - -
El celular sonó y yo estaba completamente envuelto en mis cobijas y edredones; hacía demasiado frío y no quería salir de mi cama, por lo que saqué un brazo y tomé el teléfono del buró.
—¿Bueno?…
—“… ¿Sigues dormido?...” — la voz de Alejandro sonaba fría al hablarme.
—Lo siento — me disculpe — no puse alarma…
—“…Llegaré por ti en media hora, espero que estés listo cuando llegue…”
—Si claro, pe…
No me dejó terminar, colgó y yo suspiré; miré el reloj, eran las siete con veinte de la mañana. Me puse de pie con algo de dificultad, aún me dolía el golpe en mi estómago. Caminé al baño y quedé frente al espejo; aunque ya no tenía el labio inflamado, sí tenía la herida, aunque el moretón en mi sien estaba menos oscuro y quizá podía pasar desapercibido.
—¡Demonios! — suspiré.
¿Cómo evitar que Alejandro se diera cuenta? Evité pensar en ello ya se me ocurriría algo en el momento. Me metí a bañar con rapidez, salí y me dirigí al vestidor para ponerme una camiseta gris, con manga larga y cuello alto, un pantalón azul marino de mezclilla, calcetines negros y zapatos deportivos, después, me peiné, tratando de ocultar lo más que podía el moretón en mi sien; agarré una bufanda y una chaqueta para salir a la recamara y pasar por mi celular del buró. Miré la esclava y temblé; tendría que decirle a Alex que la mandaría a arreglar, en caso de que se diera cuenta de que no la llevaba.
Bajé las escaleras, apagué las luces navideñas y fui a servirles desayuno a mis hijos; al salir con Alejandro, no sabía a qué hora iba a regresar, así que, era mejor dejarles la comida temprano.
Saludé a mis cinco hijos, los acaricié y rasqué en la cabeza, tras las orejas y la panza; estaban felices de verme pero no los pude dejar entrar a la casa.
Apenas entré de regreso, el timbre se escuchó. Caminé hasta el ventanal; el automóvil de Alejandro estaba estacionado frente a mi casa, Julián estaba de pié, en la puerta del jardín y volvió a tocar el timbre, era raro que Alex no hubiera entrado a buscarme.
—¡Voy! — levanté la voz para que me escuchara.
Salí de mi casa después de tomar mis llaves y mi cartera.
—Buenos días — saludé.
—Buenos días, señor — Julián me abrió la puerta del automóvil para que subiera al asiento trasero.
Alejandro estaba en el otro extremo del asiento, observando por la ventana, estaba vestido ligeramente informal, un pantalón de vestir, zapatos cómodos, una camiseta manga larga, con cuello alto y un saco sastre, todo en color negro. Su cabello estaba despeinado y caía hacia los lados de su rostro, el cual, estaba serio. Me sorprendió que, a pesar de estar haciendo frió, él no traía más que su saco.
—Buenos días — saludé con una sonrisa en mis labios pero no recibí respuesta de su parte; Miguel estaba en el asiento del copiloto y él, fue quien me devolvió el saludo de manera cordial.
Me quedé en silencio, observando a Alejandro, mientras Julián volvía al asiento del conductor encendiendo el automóvil; cuando salimos de la colonia dónde vivía, por fin, Alex habló.
—¿Cómo amaneciste? — su voz era grave y se notaba que no le importaba en lo más mínimo lo que le respondiera.
—Bien… — me alcé de hombros.
Giró el rostro y su cabello bailó al compás de sus movimientos — ¿qué te pasó en el labio? — indagó.
—Ah, esto… — pasé saliva y titubee — tuve… tuve un accidente… — reí nervioso — mis hijos entraron ayer a casa a jugar conmigo y… pues, mientras estaba en la cocina, me tropecé con ellos, me caí y me golpee con la barra de la cocina — no me gustaba mentir y culpar a mis hijos, pero de esa manera, Alejandro no diría nada.
El rostro de Alex se mantuvo impasible, sólo levanto una ceja ligeramente — ¿en serio? Debiste llamar a Agustín para que te llevara al doctor.
—No era necesario — negué — además, no duele.
—¿Tampoco te duele el golpe en tu cabeza?
Me sobresalté al escuchar eso y mi mano fue directamente a mi sien, ciertamente el golpe estaba del lado de Alejandro.
—Ah, bueno, es que… — desvié mi mirada — caí de lado al piso después de golpearme en la barra.
—Tu cabello no cubre del todo el golpe… — volvió a girar el rostro hacia la ventana.
—No… no quería preocuparte — susurré — lo lamento.
—No importa, ya me dijiste lo que pasó, ¿no es así?
Mordí el interior de mi labio, me sentía culpable de mentirle, pero quería evitar que peleara con Luís, además, no sabía cómo lo tomaría.
—Sí… — dije escuetamente — y, ¿a dónde iremos? — el camino no era conocido para mí, tomamos algunas calles y desviaciones hasta la salida de la ciudad.
—Tengo algo que mostrarte, estuve toda la noche y madrugada preparándolo.
—Gracias…
—No sabes de qué se trata y ¿me lo agradeces? — seguía sin dirigirme la mirada.
—Es que, siempre te esmeras en darme sorpresas y regalos…
—Lo hago porque sé que los cuidas… ¿o no?
Esa frase me heló la sangre, me limité a sonreír nervioso pero no dije ni una palabra más y él tampoco.
* * *
Varios minutos después entramos a una zona de bodegas; era un parque industrial muy reconocido en la ciudad. No comprendía porqué estábamos ahí, pero era probable que tuviera que ver con uno de los negocios de Alejandro.
El automóvil se dirigió a una de las bodegas más alejadas, se quedó enfrente de la misma y Julián habló por su intercomunicador — abran — fue una simple palabra pero suficiente; la puerta de la bodega se abrió permitiéndole el paso al automóvil.
Cuando el auto estuvo dentro, la puerta de la bodega se cerró; Julián y Miguel bajaron con rapidez, abriendo las puertas traseras del auto, permitiendo que Alejandro y yo bajáramos.
Observé con detenimiento. A simple vista, no parecía haber nada en el lugar donde estábamos, parecía más bien un estacionamiento, pues había ocho automóviles negros más; al fondo, una pared blanca con una gran puerta.
—Sígueme… — Alex caminó con rapidez, dando zancadas largas y yendo hacia la única puerta.
Yo caminé tras él, tratando de seguirle el paso, pero el resentimiento en mi abdomen no me permitía mover con facilidad; Julián y Miguel iban a unos pasos de nosotros.
Alejandro se quedó de pie ante la puerta y tocó un par de veces; alguien abrió una pequeña ventana y nos observó, cerró la ventana y abrió la puerta, me di cuenta que era otro hombre vestido de negro. El lugar era grande también, una bodega que obviamente ya había sido utilizada, pues a pesar de no haber muchas cosas, tenía aire acondicionado de tipo central, que proporcionaba un ambiente agradable.
Había algunas cortinas negras y blancas, suspendidas del techo por unos cables, éstas cortinas pendían en diferentes lugares; dos zonas de la bodega me llamaron la atención, una de ellas porque, aparte de haber cortinas negras que cubrían un área casi de piso a techo, tenía muchos hombres de negro rodeándola; la otra, era un área más grande y de ese lado las cortinas eran blancas.
Alejandro siguió caminando y me llevó hasta otra parte, también cubierta por cortinas, solo que, había una diferencia, ante ese lugar, había un sillón tipo ejecutivo. Alejandro puso las manos en el respaldo del mismo y lo hizo girar.
—Siéntate, Erick — su voz dominante me hizo temblar.
Tomé asiento en el sillón y después, él me hizo girar junto con el sillón y quedar frente a las cortinas; giré mi rostro para verlo intrigado, no entendía el porqué estaba ahí, ni mucho menos lo que Alejandro pretendía. Apenas iba a preguntar cuando Alex se movió para quedar frente a mí y habló seriamente.
—Dime, ‘conejo’ — arrastró la última palabra — ¿de verdad, los niños te tumbaron ayer?
—S… sí — apreté los descansabrazos del sillón — ¿por qué vuelves a preguntar?
—La verdad, Erick, conozco de heridas… — movió una de sus manos acercándola a mi rostro — y sin tener que indagar mucho, puedo asegurar que esa no te la hizo una caída — rozó con un dedo mi labio — o, ¿me equivoco? — acercó su rostro al mío, observándome directamente a los ojos.
Mi labio inferior tembló y me estremecí completamente.
—Responde — la voz de Alex era suave, hablaba con calma y las palabras salían cómo si las deletreara.
—Me… me caí… — repetí y desvié la vista.
Amaba a Alejandro, lo amaba más que a nadie, pero no quería que hiciera algo contra Luís. Lo conocía, Alex era muy cruel cuando estábamos en la preparatoria, todo lo quería resolver por la fuerza; no creía que hubiera cambiado esa forma de pensar, así que, lo que menos quería era que se fuera a golpes contra Luís. Después de todo, aunque Alejandro hubiera sido bueno en pleitos en la escuela, Luís practicaba box.
—Está bien… veo que insistes en eso… — acercó su rostro hasta mi oído — tendré que castigarte por mentirme… — susurró.
Me sorprendió esa frase; giré mi rostro, observando con temor su sonrisa, entendiendo que él ya sabía la verdad. Negué incrédulo; era imposible que supiera lo que había pasado.
—¿Qué quieres…?
No me dejó terminar la pregunta; chasqueó sus dedos y la cortina que estaba frente a mí se levantó. Cuando la tela dejó de cubrir el área, pude notar que había un escritorio con una computadora, sobre ella, en una instalación metálica, estaban varias televisiones que servían de monitor; pasé saliva al ver lo que en ellas se mostraba. Cada monitor mostraba una parte del interior de mi casa y algunas, distintos ángulos; la sala, la cocina, cada habitación, incluso, el sótano, la sala de cine y mi estudio se mostraban ahí.
Giré mi rostro a ver a Alejandro, mi semblante era molesto — ¡¿cómo pudiste?! — reclamé — no tienes derecho a invadir mi privacidad, ¿qué piensas que…?
—¡Silencio! — la voz autoritaria de Alejandro me obligó a hundirme en el sillón — preguntas, ¿qué fue lo que hice? — volvió a acercarse a mí — hice lo que cualquier persona haría si se preocupara por quien ama — indicó con el ceño fruncido y señalando los monitores — ¿crees que me iba a quedar tan tranquilo después de lo que pasó el lunes?
—Pero… — titubee y me armé de valor — ¡pero eso no te da derecho a llenar mi casa de cámaras! ¡A invadir mi privacidad!
Alejandro me observó con ira reflejada en su verde mirar — ¡Julián! — llamó y el hombre se acercó — pon la grabación.
Julián, caminó hacia la computadora, tecleo algunas cosas y pronto, en todos los monitores se formó una gran imagen, tenía la fecha y hora del día anterior.
—Pon el volumen — ordenó y el guarura asintió, subiendo el volumen.
—No solo pusiste cámaras en mi casa, ¡¿también micrófonos?! — reproché.
—Sí, ¡lo hice! — espetó con ira — puse cámaras y micrófonos en tu casa — confirmó — ahora, te di la oportunidad de decirme la verdad y no aceptaste — señaló las pantallas con su mano — entonces, veámosla juntos.
Pasé saliva; en los monitores estaban las imágenes del momento cuando Luís se acercó a mí en la cocina.
“—¡Ah!, Alejandro, ¿el gran señor de León vendrá a visitar a su amante esta noche?
—¿De…? ¿De qué hablas?
—¿De qué hablo? …
—No… no sé… de qué… de qué hablas.”
—¡Basta! — grité y me puse de pie, alejándome del sillón — está bien, lo admito, no me tumbaron mis hijos… — mi mandíbula inferior tembló, giré mi rostro y mis ojos se llenaron de lágrimas, mientras la grabación seguía.
—¿Crees que no lo sé? — Alejandro se escuchaba enojado — desde anoche vi esto, por eso te marqué y tú… ¡tú no me dijiste nada! — reprochó con ira — incluso hoy — continuó — preferiste culpar a tus hijos, ¡en vez de decirme la verdad! — ese reclamo me dolió, pues era obvio que no debí hacerlo.
—¡Lo siento! — levanté mi vista — pero él dijo que nos vio… durante la fiesta… y que tú te diste cuenta… yo… no supe qué decir… qué hacer…
—Por supuesto que lo vi esa noche, en la puerta del salón — aceptó sin vergüenza y me sorprendió — ¿por qué crees que te traté de esa manera? — levantó una ceja — quería demostrarle que eras mío, te lo dije, eres mío, Erick — se acercó con lentitud hasta mi — y si tengo que alejar a tus amigos para que solo pienses en mí, lo voy a hacer…
Esa frase me cimbró completamente, me la había dicho el mismo día que había sido suyo nuevamente; pasé saliva nerviosamente.
—Pero… — negué, tenía que decir algo — eso no te da derecho a hacer cosas que me pongan mal frente a los demás…
—Tienes razón — su voz bajó de intensidad y me sorprendió que aceptara eso con tanta rapidez — de haber sabido que tu estúpido amiguito sería capaz de ponerte una mano encima, hubiera hecho algo diferente.
—Alex… — negué y traté de sonreír — solo fueron unos golpes — intenté suavizar la situación — no pasó nada más… puede tomarse como un pleito de amigos…
—¡¿Un pleito de amigos?! — Alejandro volvió a verme con ira — ¿te atreves a defenderlo? — se giró y señaló la pantalla — no solo te dio un golpe en el rostro lastimando tu labio, te golpeo en el estómago, te dio un rodillazo en la sien y aparte te abofeteó, eso sin contar que quería poseerte… ¡¿eso es un pleito de amigos?!
—Alex… — iba a morder mi labio, pero la incomodidad por la herida no me lo permitió, tenía que decir algo para evitar que Alejandro tomara represalias — no pasó nada… puedes verlo tú mismo… — señalé los monitores en el momento en que estaba ya mi cuerpo en el piso y Luís estaba levantando mi camiseta.
—¡No importa! — gruñó — intentó hacer algo, puso sus manos sobre ti — me señaló con el índice — sobre tu piel, te hirió… ¡te hizo llorar! — reclamó apretando los puños — si eso para ti es no pasar nada, dime, ¡¿qué tiene que hacerte para que admitas que te lastimó?!
—¡Basta! — grité y se me quebró la voz — sí… es cierto… me lastimó… pero más que lo que me hizo físicamente, me lastimo de otra manera… — expliqué — pero, también fue mi culpa… nunca me di cuenta de que el me… — no quise decir la frase completa — incluso cuando tú mismo me lo dijiste…
Me senté nuevamente en el sillón, pasé mis manos por mi rostro, limpiando las lágrimas que recorrieron mis mejillas — pero… si no te dije, es… porque no quiero que hagas nada… — pedí.
—Lo lamento… — Alejandro se acercó a mí — pero tengo qué hacer algo.
Levanté mi rostro para verlo. Chasqueó los dedos nuevamente y apenas pude darme cuenta de lo que ocurría; Miguel y Julián se acercaron a mí, sosteniéndome de los brazos y los hombros, para evitar que me levantara del sillón.
—Discúlpenos, señor Erick — dijo uno de ellos.
—No lo lastimen — indicó Alex con suavidad, se movió hasta quedar frente a mí y se acuclilló — primero me ocuparé de tu amigo — me sujetó del mentón y me besó — después te castigaré, ‘conejo’.
Se puso de pie y caminó a un lado, hacia la cortina negra; Julián y Miguel me llevaron junto con el sillón, para que quedara más cerca del lugar.
—¡Alex! — grité — ¿qué piensas hacer?
Apenas había terminado mi frase, la cortina cayó. Había una jaula de metal con un puerta; en el extremo opuesto de la puerta, Luís estaba en una silla, amarrado y amordazado, pero no tenía un solo golpe, ni daño, además tenía los ojos abiertos, mirando con recelo y de manera desafiante, a Alejandro.
De los hombres, pude reconocer a Agustín abrir la puerta, para que Alejandro entrara; antes de que cerraran la puerta, Alex se quitó el saco y se lo dio a Agustín.
—¡Alex! — lo llamé de nuevo — no puedes hacer eso, no puedes golpearlo mientras está atado, eso es… ¡injusto!
Alejandro giró el rostro y me observó — no tienes que decirlo — su voz parecía no tener un solo ápice de emoción.
Volvió a chasquear sus dedos y algunos hombres, quienes estaban fuera de la jaula, comenzaron a desatar a Luís, de entre los barrotes.
El miedo me invadió. Luís podía golpear a Alejandro y eso me daba pánico; tal vez, si Alex hubiera mandado golpear a Luís, que alguno de sus hombres hiciera el trabajo no me tendría tan preocupado, aunque sí me hubiese molestado. Pero Luís, a pesar de no ser tan alto como Alex, yo sabía que era un buen boxeador; lastimaría a Alejandro y eso me iba a doler mucho más que los golpes que había recibido con anterioridad.
—Por favor, no se peleen, ¡por favor! — supliqué — ¡deténganlos! — pedí a Julián y Miguel.
Ellos no dijeron nada.
Luís se puso de pie y se quitó la mordaza.
—¡Vaya! — dijo con sorna — pensé que enviarías a tus orangutanes a golpearme, más, debo admirar tu valor de enfrentarte a mí, solo — levantó una ceja — ¿el ‘niño bonito’ quiere alardear ante su amante?
Alejandro no dijo nada ante la provocación, se quedó en silencio, con el rostro hacia abajo, sin moverse.
—Te advierto — Luís sonrió mientras se ponía en guardia — he practicado box desde hace años, así que, esto no va a resultar nada bien para ti.
Alex levantó el rostro por fin, su semblante era serio, cómo jamás lo había visto; Luís se acercó a Alejandro y le lanzo varios golpes, mismos que Alex esquivó con facilidad. Al responder, Alex solo hizo un movimiento, su torso se movió hacia un lado y su pierna se levantó del piso con rapidez para darle de lleno, con el pie, al rostro de Luís; eso lo tumbó al piso.
Ahogue un grito de susto. Jamás había visto algo así, excepto en algunas películas. Luís pasó el dorso de su mano por la boca, un poco de sangre quedó en su mano y levantó el rostro, viendo a Alejandro con ira.
—Eso es por el labio de Erick — sentenció Alex con seriedad.
Luís apretó los puños y se incorporó. Nuevamente intentó dar algunos golpes con sus puños pero Alejandro los esquivó sin mucho problema; hasta que por fin, Alex tomó el brazo de Luís, lo hizo girar sobre sí mismo para tumbarlo contra el piso y después, darle un golpe en el estómago con el puño cerrado.
Alejandro se levantó como si nada, dando unos pasos hacia atrás; Luís al contrario, estaba tosiendo, había escupido su saliva, mezclada con la sangre de su boca y sus manos fueron hacia su abdomen.
—Eso es por el golpe que le diste en el estómago.
—¡Alex! — grité — ya es suficiente, ¡por favor! — pero él no me respondió.
Luís se puso de pie con dificultad — eres bueno… — sonrió de lado y escupió algo más de saliva mezclada con sangre — pero no lo suficiente.
Alejandro levantó una ceja ante las palabras de mi amigo, quien, nuevamente se ponía en guardia. Luís se acercó a Alejandro cubriéndose y le lanzó un nuevo golpe; Alex lo esquivo, haciéndose a un lado y volviendo a tomar del brazo a Luís. Lo tumbó contra el piso, pero en esta ocasión, en un movimiento rápido tomó la pierna derecha de Luís con sus manos y pasó la suya entre las de mi amigo para hacer un agarre. Hizo girar la pierna atrapada hacia un lado, tan fuerte y rudo, que alcancé a escuchar un crujido.
Luís grito de dolor, llevando sus manos a su rodilla; yo apreté mis parpados y mis puños, mientras me encogía en mi lugar.
—Eso es por golpear a Erick en la sien — la voz de Alejandro me hizo volver a posar mi vista en ellos.
Luís se movió tratando de alejarse de Alex, pero seguía en el piso, parecía no poder mover su pierna.
—Alex, ¡por favor! — supliqué de nuevo — ya es suficiente… ¡detente! — mis lágrimas corrían por mis mejillas.
Había pensado que Alejandro saldría herido, pero nunca me imaginé que Luís quedaría en tan malas condiciones, mucho menos con solo tres golpes.
Alejandro le hizo una seña a Luís para que se pusiera de pie — aún falta… — siseó.
Luís lo miró retador y volvió a tratar de levantarse, apoyándose en las barras de la jaula.
—Luís, ¡ya basta! — grité — no tienes que seguir haciendo nada…
—¡Cállate! — espetó con ira y me sorprendió — esto ya no es solo por ti…
Su respuesta pareció enfurecer más a Alex, quien se acercó a Luís y no le dio tiempo de nada, lo tomó de la mano derecha — esto es por la bofetada que le diste — gruñó y le dobló la mano hacia atrás tan fuerte que crujió, logrando que Luís soltara otro grito, pero no se comparó nada al siguiente movimiento.
—Y esto… — Alex lo miró a los ojos — es por atreverte a tocarlo — con su brazo libre, Alejandro hizo palanca y un nuevo ruido retumbó, casi al unísono con el grito de mi amigo.
—¡Luís! — grité intentando ponerme de pie, pero Julián y Miguel me lo impidieron.
Mi amigo quedó tumbado en el piso quejándose; la manga derecha de su camisa, tenía sangre y estaba rasgada, al parecer, Alejandro le había roto el brazo y quizá la mano.
—Eres una basura… — el semblante de Alex era sombrío — si vuelves a ponerle una mano encima a Erick, no tendré más compasión de ti… — aseguró y le dio una patada en el rostro que lo dejó inconsciente.
Agustín abrió la puerta de la jaula y le entregó una toalla a Alex, para que se limpiara la sangre de las manos. Él caminó hacia mí; Julián y Miguel me soltaron, lo que me permitió ponerme de pie. Intenté ir a dónde estaba Luís, pero Alex me detuvo del brazo.
—¡No! — ordenó.
—¿Estás loco? — sollocé — ¡casi lo matas!
—Si hubiera querido matarlo, ¡lo hubiera hecho! — espetó.
—¡Necesita ayuda! — supliqué.
—¡Pero no la tuya! — ejerció más presión en mi brazo.
Algunos hombres de Alejandro, entraron a la jaula y tomaron a Luís en brazos, para sacarlo de ahí.
Alejandro me soltó — ¿quieres ir con él? — preguntó serio.
—Está herido — me excusé — necesita un médico…
—Decídete — habló entre dientes — te vas con él o te quedas conmigo… — posó su mirada en mi — pero si te vas con él, no volveré a buscarte.
Apreté mi mandíbula. No dije nada, me dolía que me obligara a decidir. Suspiré cansado, limpié mis lágrimas con la manga de mi chaqueta; di media vuelta y caminé hasta los hombres que llevaban a Luís.
—Esperen… — se detuvieron en seco, uno de ellos era Agustín — por favor… — suspiré y sujeté el brazo de Agustín, apretando el agarre en la tela — cuídenlo…
Ellos asintieron y se retiraron; yo di media vuelta y volví despacio con Alejandro. Él no se había movido de su lugar, estaba dándome la espalda, aún con la toalla en una mano; me detuve tras él y me abracé a mí mismo.
—Yo… — titubee.
Tenía que disculparme, pero él no me dejó terminar, se giró, lanzó la toalla a un lado y me abrazó; hundió su rostro en mi cuello y ejerció más presión en el abrazo. No supe que decir, moví mis manos y lo abracé también, acariciando su espalda.
—Lo siento… — dije en un murmullo, pero él no dijo nada.
Se movió hasta dejar su rostro frente al mío, me besó mordisqueando mis labios, logrando que me quejara, aún me dolía la herida. Sin decir algo más, se alejó de mí, sujetándome con fuerza de la muñeca izquierda y me guió hacia el lado contrario, al lugar que aún estaba cubierto por cortinas blancas.
Esta vez, no las quitaron, de hecho, simplemente las cruzamos. En cuanto llegamos a esa área que las cortinas cubrían, pude notar una enorme cama, con el respaldo y burós, adornados con detalles de madera y metal; el colchón estaba cubierto con edredones y cobijas, además de estar llena de almohadas de varios tamaños. Alex me llevó hasta ahí y me lanzó contra la misma.
Su semblante no había cambiado, seguía serio mientras se quitaba la camiseta que traía. Yo estaba contra la cama, boca abajo; me giré para verlo, buscando su mirada, tratando de entenderlo, pues él no me decía nada.
—Alex… — mi voz tembló, estaba nervioso.
Sin quitarse el pantalón, él se subió a la cama, colocándose sobre mí; una de sus piernas quedó entre las mías, tomó mis manos y las colocó a ambos lados de mi cabeza. Mi cuerpo se estremeció ante su rudeza, pero mis labios dejaron escapar un suspiro; él volvió a besarme y esta vez, con su cuerpo sobre el mío, inició un movimiento suave encima de mí, estimulándome.
Alex se alejó de mis labios cuando se dio cuenta que me había rendido ante él; se incorporó, desabrochó mi chaqueta y después, sólo levantó la camiseta. Besó, lamió y mordisqueó el pezón que, el día anterior, Luís se atrevió a acariciar; mi piel se erizo y arquee mi espalda, para ofrecer sin pudor mi pecho a mi dueño, disfrutando no solo las caricias rudas de su boca, también el cosquilleo que me producía su cabello, al rozar en mi piel.
—Alex… — gemí al sentir la punta de su lengua, insistente en mi otro pezón, por inercia, levanté mis brazos y me aferré a la cabecera de la cama, esperando que Alex terminara de desnudarme.
Alejandro se incorporó, yo cerré mis ojos dejándome llevar pero, un ‘clic’ y algo en mis muñecas me hizo salir de mi ensueño.
—¿Qué…? — levanté mi vista y pude observar que traía unas esposas, mismas que estaban unidas a la cabecera por un cordón, el cual, no me permitían alejar mis manos de uno de los barrotes de la cabecera — ¿qué haces? — pregunté con miedo.
Alejandro no mostró ningún sentimiento en su rostro — te dije que iba a castigarte — susurró.
Él se movió hasta un buró, sacó unas tijeras y las acercó a mí. Cerré mis ojos, pensando que me haría daño, pero solo se limitó a cortar mi ropa; la chaqueta, y mi camiseta fueron cortadas por varias partes, hasta que pudo alejarlas de mi cuerpo.
—Me juraste que no te quitarías la esclava — reprochó.
—Lo siento… no la traigo no porque no la quiera usar — me defendí — y ¡lo sabes!
Sin decir más, Alex me quitó los zapatos, el pantalón y mi ropa interior, dejándome completamente desnudo y a su merced.
—El castigo… — volvió a moverse hasta el otro buró y sacó una caja grande del compartimiento de abajo — es por mentirme, sólo por eso, pequeño ‘conejo’.
—¡Ya me disculpé! — trate de excusarme, tenía miedo de saber qué podía hacer Alex para castigarme.
—Sí, ya te disculpaste — asintió con calma abriendo la caja y sacando de ahí algo que yo conocía, el collar que me había dado la noche del ‘Table Dance’ — pero aun así, me mentiste — pasó sus manos por mi cuello y abrochó el collar, el cual, en esta ocasión, aparte de la placa, traía un cascabel — y no me gusta que me mientas…
—Alex… — moví mis manos tratando de zafarme — por favor… te juro que no lo volveré a hacer… — supliqué.
—No, no lo vas a volver a hacer… — nuevamente, sus manos se movieron sacando de la caja un pequeño frasco, el cual abrió y lo acercó a mis labios — bebe…
—No — giré mi rostro para evitar obedecer, no sabía qué era, pero si Alejandro iba a castigarme, no debía ser nada bueno.
La mano derecha de Alex se movió con rapidez sujetándome del mentón con fuerza — lo beberás, ‘conejo’, por las buenas o por las malas — siseó mientras acercaba el frasco a mi boca.
Su forma de hablar y de tratarme, me hizo temblar, así que terminé bebiendo el líquido; a pesar de todo, su sabor dulce, suave y delicioso, consiguió que terminara relamiendo mis labios.
—¿Qué era? — pregunté lentamente.
—Algo que te relajará — dijo sin más y lanzó el frasco dentro de la caja, como si no le importara.
Yo cerré mis ojos; en mi garganta sentía un hormigueo producto del líquido que, momentos antes, había bebido. No me di cuenta de lo que Alex hacía hasta que, sin miramientos, colocó algo en mi boca; una esfera llena de agujeros, la cual amarró tras mi cabeza.
Me removí inquieto, pataleando para alejarlo; quería denotar mi molestia al sentir cómo me trataba, pero no pude hacer mucho. Él me sujetó de los tobillos, inmovilizándome con unas tobilleras de velcro, unidas a unos amarres que salían de alguna parte de la cama, dejándome con las piernas abiertas.
—Te quedarás así un momento, ‘conejo’ — sonrió de lado.
Caminó, perdiéndose entre las cortinas, mientras yo me quedaba ahí, tendido sobre la cama; mi cuerpo se llenó de un hormigueo bastante inusual, mi corazón empezó a latir rápidamente y sentía un calor extraño, que cubrió mi cuerpo completamente. Cerré mis parpados tratando de concentrarme en respirar calmadamente, pero me sentía agitado.
De repente, la mano de Alex se posó sobre mi sexo y me estremecí ante el contacto; abrí mis ojos asustado y él sonrió. Había dejado algunas cosas a un lado mío y me obligó a levantar la cadera para poner debajo de mí una toalla.
—Antes de empezar — en una mano, tomó un recipiente y con la otra, impregnó mi piel de un líquido tibio que traía en el mismo — tendré que hacer mi fantasía realidad — dejó el recipiente de lado, tomó un bote metálico y presiono la punta, permitiendo que la crema de rasurar llenara casi completamente su mano — no quería hacerlo así — se alzó de hombros, iniciando un movimiento para impregnar con la espuma toda mi entrepierna — pero, debido a la situación, tendré que resignarme.
Los movimientos de su mano eran como caricias en mi piel; me removí ante las sensaciones que estaba causando, las sentía diferente, de una manera que me estaba calentando de más. Pronto, él empezó a pasar el rastrillo para afeitar toda la zona, eliminando con rapidez mi vello púbico, pero, una de sus manos, mantenía apretado mi pene por la base.
Gruesas lágrimas empezaron a brotar de mis ojos, pero no eran de dolor, simplemente estaba excitado. Antes siquiera, de que Alejandro me limpiara con agua, colocó un anillo en la base de mi pene. Gemí molesto, necesitaba otro tipo de atenciones y él, simplemente me ponía algo que no me agradaba. Después, quitó con un pañuelo y agua, el exceso de la crema de rasurar, además de algunos vellos que habían quedado.
—Mucho mejor — acarició con su índice la extensión de mi pene, logrando que me estremeciera — ¿sabes, ‘conejo’?… no me gusta castigarte — quitó todo lo que había usado en su tarea, dejándolo de lado y se recostó junto a mí — no de una manera que no disfrutes claro, pero en esta ocasión, debes admitir que lo mereces — su rostro se acercó al mío y su cabello rozo mi piel — ¿no lo crees? — preguntó con seriedad.
Asentí cansado, el sonido del cascabel se escuchó al compás de mi movimiento y gimotee ante sus caricias en mi sexo.
—Bien, me alegra saber, que entiendes que hiciste mal… — se alejó después de lamer mi mejilla, limpiando una de mis lágrimas y bajó a mis pezones — si eres bueno, yo seré bueno contigo, lo sabes, ¿cierto?
Mi cuerpo se tensó al sentir como mordisqueaba mi pezón, una tortura deliciosa; lo que más me gustaba era que, Alejandro estimulara esa parte de mi cuerpo porque me excitaba, desde que aprendí a disfrutar del sexo con él, no hubo lugar más sensible en mi cuerpo que ese.
Pero él no se detuvo ahí, bajó acariciando mi piel, dejando sus marcas de posesión en mi torso, llegando a mi sexo que estaba duro y sensible.
—Que hermoso se ve…
Su tono de voz hizo que me rindiera, si hubiese podido hablar le hubiera suplicado que me poseyera, pero me era imposible, estaba a merced de sus deseos.
Humedeció mi pene con su saliva, lamió, chupo y mordisqueó sin cesar; yo me removía lo que podía, tratando de ahondar más las caricias, pero no se detuvo mucho tiempo ahí; Alex se alejó, sin importar mis gemidos de reproche y mis lágrimas de deseo.
Volvió a hurgar en su caja y sacó algo que me sorprendió; un enorme consolador plástico, con protuberancias en toda su superficie.
—No quería usar esto contigo — ladeo el rostro mientras colocaba la punta del dildo en mi entrada — pero cómo dije, esto es un castigo y necesitas aprender algunas cosas…
Negué, quería rogarle que no lo hiciera, no me gustaba sentir ese tipo de cosas en mi interior; desde aquella primera vez que experimentamos con ciertos juguetes en su casa, jamás me gusto la sensación, no era lo mismo que sentir su pene, tibio, duro y palpitante, a sentir algo frío y que, por más profundo que llegara, no me satisfacía.
Mi grito se ahogó en la mordaza que traía, cuando él lo metió con rapidez, para después seguir con un ritmo rápido de entrada y salida; las protuberancias me raspaban por dentro y a pesar de que estaba excitado, a pesar de que podía llegar a disfrutar en ese momento lo que ese juguete me producía, yo deseaba a Alejandro dentro de mí, por lo que me negaba a rendirme ante el placer que me estaba invadiendo con suma rapidez.
Algunos minutos después mi cuerpo se tensó, estaba por llegar al orgasmo, un orgasmo que fue impedido por lo que traía en la base de mi pene; más lágrimas escaparon de mis ojos y Alejandro retiró esa cosa de mi interior.
—A pesar de que alguna vez dijiste que no te gustaba — alejó el consolador, observándolo con seriedad — parece que ahora sí lo disfrutaste — lo dejó caer en la caja y acarició mi mejilla — pero, eso es sólo una parte de lo que te haré…
Traté de reprochar, a sabiendas que mis palabras se perdían debido a lo que tenía en mi boca, además, mi cuerpo seguía con ligeros espasmos que apenas me permitían pensar claramente. Alex tomó algo pequeño de entre sus juguetes, no pude identificar qué era. Sus labios se posaron sobre uno de mis pezones y succionó con insistencia; cuando mi pezón estuvo duro, sentí una presión que logró arrancar un gemido ahogado de mi garganta.
—¿Te gusta? — preguntó con calma mientras pellizcaba el otro pezón.
Asentí débilmente, mientras mi cuerpo gozaba ese trato rudo, de una forma que lograba erizar mi piel.
—Busqué uno que no te lastimara mucho, además, la presión no es tanta, es casi, como si yo fuera quien lo pellizcara…
Mordió mi pezón libre y me removí inquieto, respirando con dificultad, me gustaba lo que Alejandro me estaba haciendo, era indiscutible. Colocó la siguiente pinza en mi pezón y lloré, disfrutando de esa suave presión que envolvía cada uno de mis puntos más sensibles; mi cuerpo respondía rápidamente ante esas caricias, algo rudas pero a la vez, lo suficientemente delicadas para que sólo sintiera placer.
Mientras perdía la cabeza, debido a las pinzas en mis pezones, una nueva caricia en mi sexo me cimbró; Alejandro había atrapado mi pene en su boca. Sus movimientos, su lengua, sus labios, todo se conjugaba para que me removiera necesitado, quería llegar al orgasmo, pero en el fondo, deseaba seguir de esa manera; esa tortura me gustaba, sólo placer, tanto que, mi mente ya sólo se centraba en sentir y dejó de lado el razonar.
Los labios de Alex bajaron más, mientras su mano se entretuvo en mi miembro, masajeando con suavidad, esparciendo la saliva que había quedado; besó y succionó por dentro de mis muslos, dejando sus ya características marcas rojizas en mi piel y produciendo escalofríos que me obligaban ondular mi cadera. Liberó uno de mis tobillos y después el otro. Instintivamente intenté cerrar las piernas pero con sus manos me obligó a mantenerlas abiertas.
—No, ‘conejo’… — sonrió, lamió mis testículos y los succionó — nada de poner resistencia.
Levantó mis piernas, separó mis nalgas, dejando mi entrada expuesta ante él y pasó su lengua con insistencia; yo cerré mis ojos, apreté mis puños, traté de gritar, liberar de alguna forma todo lo que me estaba consumiendo por dentro, ya que no podía llegar al orgasmo.
Cuando quedó satisfecho con su trabajo, se volvió a incorporar liberando mi cuerpo, el cual quedó hundido en el colchón, temblando; mis lágrimas y mi propia saliva empapaban mi rostro, mientras mi respiración era agitada. Se acercó a mí, lamió mis lágrimas y limpió con su lengua la saliva que resbalaba por la comisura de mis labios; sonrió, retirando la mordaza de mi boca y antes de que pudiera hablar, me besó con pasión, metiendo su lengua hasta el fondo.
—Alex… — sollocé cuando se alejó de mí.
—¿Qué pasa, ‘conejo’? — su voz era de burla, mientras mordisqueaba mi oreja.
—Necesito… — imploré.
—¿Qué necesitas, ‘conejo’? — lamió mi cuello y después me mordió.
—¡A ti! — grité y mi cuerpo volvió a tensarse.
—¿A mí? Eso es muy tierno de tu parte — rozó una de mis mejillas con su nariz — y aunque, lo que te estoy haciendo es un castigo, creo que podría complacerte, pero antes…
Se puso de pie a un lado de la cama — Alex… — lo llamé necesitado, mis lágrimas no parecían tener fin y mi sexo dolía de lo hinchado que estaba.
Una vez más, valiéndose de su caja, tomó un nuevo juguete; un cordón plástico, atado en un extremo a una argolla y en toda su extensión, varias esferas de diferentes tamaños.
—No, no — gimotee — no quiero…
—¿No quieres? — preguntó levantando una ceja y moviendo el cordón frente a mí — pues entonces, no seguiremos con el castigo — sonrió de lado — y si no seguimos adelante, no podrás terminar… ¿seguro que no quieres?
Mi labio inferior tembló y asentí resignado.
—Si no hablas, no sabré si aceptas — relamió sus labios — aunque admito que escuchar el cascabel en vez de tu voz es muy divertido.
—Mételas… — susurré.
—No te escucho.
—¡Mételas, por favor! — supliqué en un tono más alto.
—Muy bien…
Se acomodó entre mis piernas y colocó la primer bola en mi entrada, era la más pequeña. Cuando la metió me estremecí, no porque me doliera, sino porque estaba fría y el cambio de temperatura en mi interior me producía escalofríos.
—Te gusta — aseguró y una de sus manos volvió a acariciar mi pene.
—Sí… — suspiré al sentir la siguiente esfera dentro de mí — me gusta…
Una a una las introdujo, arrancando un suspiro por cada esfera que entraba; la última me hizo soltar un largo gemido, ya que era la más grande.
—Entró con facilidad — anunció antes de lamer mi pene, una vez más, desde la base a la punta.
Se puso de pie, se quitó el pantalón y la ropa interior, después, volvió a subir al colchón, quedó de rodillas y desató la cuerda que mantenía las esposas unidas a la cama, pero no liberó del todo mis manos. Con fuerza, me obligó a girarme e incorporarme lo suficiente, para quedar sobre mis rodillas y codos; su mano me sujetó por mi cabello y acercó mi rostro a su entrepierna.
—Es hora de desayunar, ‘conejo’…
No pensé, no reproché, no dije nada; mi mente ya no funcionaba, solo mi cuerpo estaba respondiendo a Alejandro. Abrí mis labios y metí su sexo en mi boca, tratando de que llegara hasta el fondo. Él marcó el ritmo, yo me dejé mover a su voluntad; intentaba mover mi lengua para darle placer, igual que él lo hacía conmigo, pero descubrí que no era tan sencillo, especialmente por la longitud y el grosor de su sexo que me llenaba al entrar, lo que no me daba oportunidad de moverme con libertad.
—Has mejorado — me alejó lo suficiente — lame pequeño ‘conejo’, disfruta…
Saqué mi lengua y la pasé por toda su extensión, atrapaba por un lado su erección, dejando besos y ligeras chupadas; bajé hasta la base y pasé a sus testículos, lamí humedeciendo toda su piel y también los succioné con infinita delicadeza. Alex parecía disfrutarlo, se aferraba a mi cabello evitando que me moviera de ese lugar y podía escuchar algunos gemidos roncos, escapar de su garganta; sintiéndome más seguro de mí mismo, me moví hasta tomar el glande entre mis labios y succione insistente, a la par que la punta de mi lengua se entretenía en el orificio de su uretra.
Alejandro me alejó, levanté mi vista y me cautivó su rostro, el brillo de satisfacción en su mirada apenas se distinguía por la sombra de su cabello largo a los lados; su sonrisa de placer me hizo suspirar, obligándome a ladear mi rostro para profundizar la caricia que su mano me prodigaba en ese momento.
—Lo has hecho muy bien — susurró — demasiado… — me sujetó por las esposas, acercándome a él con fuerza, jaló mi cabello hacia atrás para poder mordisquear mis labios — no creí que pudieras excitarme aún más de lo normal, Erick, pero… — lamió mi mejilla mientras yo gemía — eres increíble…
Cerré mis ojos y me ofrecí a él, pero en esta ocasión me lanzó contra el colchón; solté un grito, mitad gemido, ante el movimiento de lo que traía dentro de mí y mi pene erecto, aún atrapado por esa argolla. Alex agarró mis manos y volvió a atar las esposas a la cabecera; me hizo girar contra la cama, el roce de las almohadas y el colchón en mi sexo me obligaron a soltar un quejido.
Alejandro se colocó tras de mí, levantó mi cadera y pude sentir como tomaba el arillo que pendía de mi entrada.
—Te advierto… — una risa divertida escapo de sus labios — es probable que te duela.
Abrí mis ojos enormemente y mi grito se escuchó con fuerza, al instante que me sacaba las bolitas de un tirón; mi cuerpo se tensó y de no ser por la argolla en mi pene, hubiera llegado al clímax en ese preciso instante. Hundí mi rostro en una almohada, disfrutando de los espasmos que me producía el contener mi orgasmo.
—Hermoso… — la voz de Alex me obligó a ladear mi rostro para verlo, su sonrisa sádica me estremeció.
Lanzó las esferas hacia un lado, lejos de la cama y acarició mis nalgas, insistente; su dedo medio se introdujo en mi interior y lo movió sin consideración, palpando mis paredes internas. Mis gemidos aumentaron de intensidad; mi cadera se movió sola, buscando más placer.
—¿Quieres algo más, ‘conejo’? — preguntó introduciendo un segundo dedo.
—Sí… — respondí mientras me aferraba a la cuerda que me mantenía atado a la cabecera.
—¿Qué es lo que quieres? — sus labios se posaron en mi espalda haciendo un camino de besos hasta mis nalgas.
—¡A ti! — grité cuando mordió mi piel.
—Buen ‘conejo’ — retiró sus dedos y se aferró a mi cadera — te complaceré…
Un gemido, mitad grito escapó de mi garganta; Alejandro entró en mí con fuerza, con ese ímpetu salvaje que lo caracterizaba. Su extensión me llenó completamente y a pesar de la sensación de dolor en mi pene, mi cuerpo se ofreció a él sin pudor; inconscientemente, levante aún más mi cadera y empecé un movimiento rítmico, al contrario del suyo, para poder sentirlo hasta el fondo. Mis gemidos y el sonido del cascabel en mi cuello eran la música que nos acompañaba en ese momento
Alex se inclinó sobre mi espalda, sus manos se posaron en mi pecho, retiró las pinzas de un tirón, logrando que el placer doloroso me obligara a contraer mis músculos, después, pellizcó mis pezones con sus dedos.
—Eres mío — gruñó — nadie puede tocar tu cuerpo, excepto yo… nadie… ¿entiendes?
—S… sí… — gimotee.
Antes de separarse de mi espalda, mordió mi hombro con fuerza y yo gemí aún más alto; él se incorporó y siguió moviéndose dentro de mí, para después dar un golpe en mi trasero con la palma de su mano, logrando que contrajera mi interior y sintiera que me laceraba con cada movimiento de su miembro.
Un par de embestidas más y Alex se alejó completamente de mí; ladee mi rostro para poder verlo sobre mi hombro, pero él me obligó a girar. Quedé de frente a Alejandro y él colocó su sexo duro en mi entrada, pero sin profundizar la caricia.
—¿Por qué lo defendiste? — preguntó con ira — ¿deseabas hacer esto con él?
—No… — negué desesperado, logrando que el cascabel hiciera un ruido más fuerte — no quería que me tocara… no quiero que nadie me toque — posé mi vista, nublada por mis lágrimas, directamente en los ojos de Alejandro — solo tú… solo quiero ser tuyo… eres mi dueño, mi amo, mi señor — respiraba entrecortado por la excitación, además trataba de moverme para que Alex entrara en mí, pero era imposible — por favor… Alex… ¡por favor!
Él sonrió complacido, me observó fríamente — dilo ‘conejo’, suplica por mí, llora por mí… demuestra que mereces que te posea…
—Alex, Alex… ¡Alex! — mi labio inferior tembló — no quiero a nadie más en este mundo… solo a ti… por favor, no me tortures más… — pasé saliva y proseguí — me portaré bien, lo prometo, pero por favor… te necesito dentro…
Apenas terminé de responderle y me penetró; sin pensar, en mi rostro se dibujó una sonrisa de satisfacción, sintiendo el miembro de mi amante rozando el interior de mi cuerpo. Me encantaba sentir su extensión, su calidez, su dureza, cada embestida que lograba cimbrar mi cuerpo completamente, debido a esa mezcla única entre el exquisito dolor y la delicia de un placer inigualable. No sabía qué era lo que me tenía de esa manera, pero no podía recordar un momento con anterioridad, en el que sintiera de esa manera, todo lo que Alejandro hacía conmigo.
Mi cuerpo se tensó una vez más, pero como había sucedido todo ese tiempo, no pude llegar al orgasmo que necesitaba.
—Alex, necesito… terminar… — mordí mi labio.
—Pero aún no ha terminado tu castigo — su voz era de fingida compasión.
—Te lo imploro Alex, déjame terminar…
—Si lo hago — acarició mi mejilla con su nariz y su mano masajeo mi sexo — ¿qué voy a obtener yo?
—¡Lo que quieras! — respondí desesperado.
—¿Estás seguro, Erick? ¿Lo que yo quiera? — su mano no daba tregua a mi sexo y la caricia me dolía, pero a la vez, me tenía más excitado que de costumbre.
—¡Sí!, lo que quieras, pero por favor… quítamelo… — mordí mi labio — déjame terminar…
—Entonces, es un trato — sentenció.
Alejandro se incorporó una vez más, saliendo de mi interior y me movió lo suficiente para lograr que levantara mis piernas, al mismo tiempo que él se ponía de pie sobre la cama. Dobló mi torso, dejando mi cuerpo apoyado, casi exclusivamente sobre mis hombros y nuca, permitiendo que mis rodillas llegaran, a estar cerca de los lados de mi rostro y así, con mi cuerpo de esa manera, completamente expuesto a él, me penetró de nuevo. Jamás había probado esa posición, pero al tener mis músculos contraídos, sentía que el miembro de Alejandro entraba con demasiada dificultad en mí; él no se contuvo, rápidamente sus embestidas aumentaron de fuerza y velocidad.
No me di cuenta en qué momento Alex liberó mi pene del anillo, pero en el instante que llegaba al orgasmo, la libertad de mi sexo, permitió que todo el semen retenido saliera con fuerza y debido a la posición, todo cayó sobre mi rostro y mi boca, logrando que toda mi piel y parte de mi cabello, quedaran sucios.
Aún y con todo eso, no me importó, había llegado al orgasmo de manera plena; mi cuerpo se contraía ante los espasmos de placer y en poco tiempo, sentí el palpitar del miembro de Alex y la tibieza de su semen.
Estaba completamente rendido y Alejandro no parecía estar cansado en lo absoluto. Se movió, sacando su sexo de mi cavidad, dejó mis piernas sobre la cama y se acercó gateando hasta mí; sus dedos se movieron sobre mi rostro, llevando mi semen hasta mi boca y después, se introdujeron casi hasta mi garganta.
Yo, simplemente le permití hacer lo que él quería, moví mi lengua para acariciar sus dedos y él sonrió.
—¿Cómo voy a castigarte, si lo que te hago lo disfrutas? — preguntó con cinismo — además, no me atrevería a lastimarte seriamente, marcar de manera permanente tu hermosa piel, Erick, sería un pecado — acercó su rostro al mío, pasando su lengua por mi mejilla para limpiar algo de mi semen, después se relamió los labios — pero, si vuelves a dejar que otro imbécil te toque y tratas de ocultármelo, tendré que hacer algo más al respecto — su voz era amenazante, pero aun así sonreí.
—Alex… — susurré
—¿Sí? — pasó su lengua por mi otra mejilla, limpiándome también.
—¿Puedes… soltar mis… manos? — suspiré, me costaba hablar coherentemente debido a la agitación que aún me invadía.
—No, si lo hago, escaparás — sonrió.
—No… lo juro…
Alex besó mis labios con ternura — era una broma… — susurró y se alejó de mí, liberando mis manos de la cabecera y también de las esposas.
Intenté moverme pero no podía coordinar bien, así que Alejandro sujetó mis manos y las movió hasta dejarlas sobre mi pecho. Agarró unas toallas húmedas de la caja que estaba en el piso, a un lado de la cama, y con ellas limpió mi rostro con paciencia y delicadeza; después se puso de pie, tomó los edredones que estaban a los pies de la cama y me cubrió con ellos.
Mis parpados pesaban, mi cuerpo aún se estremecía pero, poco a poco, empecé a rendirme ante el cansancio. Lo último que sentí fue a Alejandro acostarse a mi lado y abrazarme de forma cariñosa, acariciando mi espalda; hundí mi rostro en su pecho y me permití descansar.
* * *
“…Erick…”
Empecé a escuchar a lo lejos la voz suave de Alejandro, también, mi piel reconoció sus caricias en mi rostro; me removí cansado, restregando mi cara contra su pecho. Sus labios se posaron en mi sien y volvió a tratar de despertarme.
—Erick, tienes que despertar…
Bostecé, moví mi cuerpo arqueando mi espalda y un ligero crujido de mi columna, me hizo suspirar complacido.
—¿Qué hora…?
—Casi las tres… — el susurro de Alex en mi oído, me erizó la piel — ¿acaso no tienes hambre?
—Un poco — suspiré — pero estoy muy cansado.
—¿Quieres ir a tu casa entonces? — movió su mano y levantó mi rostro por el mentón.
—No, creo que prefiero comer primero — entrecerré mis ojos y ofrecí mi boca para que me besara.
Alejandro lamio mis labios y después introdujo su lengua en mi boca — esto es una clara invitación para que vuelva a poseerte — susurró contra mis labios — y si lo hago, no comerás hasta mucho más tarde.
Dejé salir una ligera risilla nerviosa, ¿cómo no rendirme ante él? Tenerlo tan cerca, el calor de su piel y todas sus atenciones; mi vida, mi cuerpo y mi alma le pertenecían, aún más que hacía años.
—Comamos… — besé su mejilla — después, hazme lo que quieras.
Alex se movió, sus labios se posaron en mi oreja y le dio varias mordidas suaves — no dejaré que te eches para atrás — sentenció al separarse de mí.
Él se alejó, levantándose de la cama; agarró un pantalón holgado y una camiseta negra de una silla que estaba cerca, colocándoselos con rapidez. Su cabello aún estaba suelto y se agitaba libremente al compás de sus movimientos.
—Me gusta… — sonreí al posar mi vista en él, pero aún estaba envuelto en las cobijas.
Él acomodó el cuello alto de la camiseta y se colocó un suéter, con un cierre en la parte de enfrente.
—¿Qué te gusta? — preguntó mientras se sentaba en el colchón para colocarse los calcetines y sus zapatos deportivos.
—Tu cabello — suspiré — me encanta como te vez con el cabello suelto y al natural, cómo tú dices.
Alejandro soltó una carcajada; después de colocarse el otro zapato, se giró para besarme con fuerza — pero, tengo una imagen que cuidar — dijo alejándose de mi nuevamente — no puedo complacerte siempre en eso, Erick.
Me removí contra el colchón y me cubrí aún más con las cobijas — lo sé, pero me gusta — acoté seguro.
Alejandro caminó hacia otra silla y me trajo un cambio de ropa nuevo — ponte esto — me guiño el ojo — lo que traías ya no sirve.
—Me imagino… — recibí la ropa, la metí junto conmigo en las cobijas y me cubrí también la cabeza.
Empecé a cambiarme sin salir de la cama; no hacía tanto frío debido a la calefacción, pero preferí cambiarme acostado, para no salir de las cobijas y tener que alejarme de la tibieza de la cama. Me puse la camiseta, era cuello alto, así que no tenía que quitarme el collar que aún traía en mi cuello.
Cuando estuve listo, me incorporé quedando sentado en el colchón; Alejandro no estaba. Hice mis hombros hacia atrás y levanté mis brazos para estirar mis músculos; algunos huesos tronaron, incluyendo los de mi cuello y me hizo sentir relajado. Mis zapatos estaban a un lado de la cama, así que me incliné para poder ponérmelos; cuando estaba por terminar, Alex apareció tras una cortina.
—¿Listo? — preguntó con una sonrisa.
—Sí, creo… pero necesito lavar mi rostro y mi boca.
—Ven… — me sujetó de la mano, entrelazando sus dedos con los míos y me guió cruzando las cortinas, por detrás de la cama.
Llegamos a una habitación pequeña, era un baño; había un jabón de manos, un cepillo para el cabello, un cepillo de dientes y una pasta dental.
—Hay agua caliente — aseguró — así que, tómalo con calma…
—Gracias… — respondí.
Después, me dejó a solas y suspiré. Usé primero el sanitario y después me lavé el rostro con agua tibia; el jabón olía a almendras, con eso, recordé que la última vez que me bañé en casa, el champú también tenía ese mismo olor.
—He descubierto algo más de ti… — susurré con una sonrisa en mis labios.
Pasé el cepillo por mi cabello, lo humedecí con agua para quitarme algo de la suciedad que tenía y volví a pasar el cepillo. Por último lavé mis dientes y salí del baño.
Me sorprendió ver la rapidez con la que, los hombres de Alejandro, estaban trabajando para quitar las cortinas y todo lo demás. Alex estaba dando instrucciones a unos y sonrió al verme; me hizo una seña y caminé con lentitud, titubeando si debía acercarme o no.
Cuando llegué a su lado, agarró mi mano y besó el dorso de la misma —…terminen de limpiar todo… — siguió con sus indicaciones y yo tenía el rostro rojo de pena, pero sus trabajadores no parecían haberle dado importancia —…no quiero que dejen mal la instalación, recuerden que no es mía, aún…
Todos asintieron y se retiraron; Miguel y Julián se acercaron, entregándonos, a ambos, un par de chamarras.
—Gracias — sonreí a Miguel, quien era el que me atendía a mí.
—También esto — sonrió, entregándome mi cartera, mi celular y mis llaves para después alejarse.
—¿Qué quieres comer? — preguntó Alex mientras se colocaba la chamarra encima.
—No sé — respondí colocándome también la prenda y guardando las cosas en los bolsillos de mi pantalón y mi chamarra — cualquier cosa…
—De eso no hay, Erick… — me miró de soslayo.
—Bien… — suspiré — algo rápido, ¿qué tal, hamburguesa? — sonreí ampliamente.
—¿Hamburguesa? — preguntó incrédulo.
—Sí, es rápido y sustancioso.
—¿De qué hamburguesas estás hablando? — guardó sus manos en los bolsillos de su chamarra y dio media vuelta para dirigirse a la puerta por la que habíamos llegado.
Lo seguí con rapidez — bueno, hay una cadena de hamburguesas que si están grandes y llenadoras, esas me gustan.
Él sonrió, sacó una de las manos de la bolsa, la movió hasta posarla en mi cabello, despeinándome suavemente — iremos a dónde quieras.
Mi rostro ardió ante su sonrisa y lo seguí obediente; cruzamos la puerta, y llegamos al automóvil. Julián y Miguel se apresuraron a abrir las puertas del auto, para dejarnos pasar; entramos y nos sentamos, después, ellos tomaron sus lugares.
* * *
Al salir del parque industrial, nos dirigimos al centro de la ciudad, llovía despacio, pero eso incrementaba el frío. Di indicaciones para que nos llevaran a la cadena comercial que yo conocía; normalmente iba a un centro comercial, dónde había una sucursal, pero ese día, preferí que nos llevaran al local grande que estaba en otro lugar. Bajamos del automóvil, Alex y yo entramos al establecimiento, con rapidez, mientras nuestros acompañantes se quedaban fuera, con unas sombrillas, mismas que Alejandro rechazó al descender del auto, ya que no caminaríamos mucho.
La cajera soltó el aliento ante la sonrisa de Alejandro, incluso, su rostro se puso rojo al escuchar su voz; suspiré cansado, ya no podía enojarme por esos detalles, era como luchar contra la corriente. Pedimos hamburguesas diferentes; yo, una con piña, él, una con doble carne y extra de tocino. Alex pidió que agrandaran el paquete, así que nos dieron las papas grandes y además, compró salsa de queso para ambos. Nos servimos las bebidas, ambos tomamos té negro y después, me tocó elegir dónde nos sentaríamos; había poca gente a pesar de la hora, pero no era de sorprenderse, por el clima que había en la ciudad, las personas no salían mucho de sus casas.
—Aquí — señalé una mesa cerca de uno de los ventanales y tomé asiento con rapidez.
Alex se sentó frente a mí y dejamos el número a la vista para que nos llevaran nuestro pedido.
—Te ves feliz — dijo tranquilo y bebió algo de su té.
—Lo estoy — lo observé con vehemencia y mordí mi labio — y mucho…
Él sonrió de lado y un brillo de malicia destelló en su mirada, mi rostro ardió justo en el momento que llegaba la comida.
Un joven con el uniforme del lugar se acercó con una amplia sonrisa — su orden, ¿necesitan algo más? — dijo servicial.
—No, gracias — le sonrió Alejandro.
—Yo sí quiero algo más — añadí — ¿puedes traer pepinillos, por favor?
—Claro que sí, en un momento — dio media vuelta y se retiró rápidamente.
—Creo que le dejaré propina… — empecé a descubrir mi hamburguesa y unos segundos después el chico llegó con varios recipientes llenos de pepinillos y algunos más con chiles en vinagre — gracias.
El mesero se retiró y abrí mi hamburguesa para tapizar la piña con pepinillos; Alejandro me observó curioso y después hizo un gesto de desagrado.
—¿Piña con pepinillo?
Levanté mi vista y asentí tomando la hamburguesa en mis manos — sí, es ‘agridulce’, sabe delicioso, ¿gustas? — le acerqué la hamburguesa a la boca.
—No, gracias — negó alejándola con un movimiento de su mano — prefiero creerte.
—No sabes de lo que te pierdes — sentencié dando la primera mordida.
Él también descubrió su hamburguesa y le agregó chile. Estaba comiendo cuando mi vista se posó en unas jóvenes que estaban en una mesa cerca de nosotros; nos observaban con insistencia y hablaban en susurros. Impregné una papa con salsa de queso y la llevé a mis labios, tratando de ignorarlas, lo más probable era que hubieran reconocido a Alex, a pesar de traer su cabello suelto; Alejandro parecía haberlas notado también, pero él, simplemente soltó una risa suave y masticó con tranquilidad su comida.
—¿De qué te ríes? — pregunté curioso.
—Nada en particular — se alzó de hombros, pero una sonrisa cínica adornó su rostro.
¿Cómo creerle? Alejandro no era de los que se reían por nada, lo conocía demasiado bien cómo para creer en sus palabras. Seguí con mi hamburguesa, tenía mucha hambre, no había desayunado y además, era algo tarde para comer.
Mientras bebía de mi té, la mano de Alejandro se acercó a mi rostro y con su pulgar, limpió cerca de la comisura de mis labios, después llevó su pulgar a sus labios y lo lamió.
—Debes comer con más cuidado, ‘conejo’ — me reprendió con delicadeza.
Parpadee sorprendido y escuché un grito ahogado. Giré mi rostro y las dos jóvenes que estaban en la otra mesa estaban rojas, observándonos con más interés, incluso, se habían puesto las dos en el asiento que quedaba justo frente a nuestra mesa; pasé el trago de té y desvié la mirada, sentía mi rostro arder.
—No deberías… — tomé una servilleta y limpié mi rostro.
—¿Qué? — preguntó con tranquilidad.
—No debes hacer lo que hiciste — terminé mi frase y llevé una papa a mi boca con rapidez.
—¿Por qué no? — la voz de Alejandro era tranquila, pero se notaba divertido — ¿acaso te molesta?
—No es eso — negué — pero, si te reconocen, los noticieros amarillistas tendrían una nota para manchar tu nombre — acoté seguro.
—No me importa — sonrió de lado — muchas veces me han tratado de emparejar tanto con mujeres como con hombres, pero no logran demostrar nada — se alzó de hombros — es mi forma de ser.
Posé mi vista en él; me molestó que lo dijera así, cómo si para él no significara nada lo que hacía a mi lado. Suspiré cansado; realmente no sabía cómo Alejandro se llevaba con las demás personas, e incluso, cuando lo volví a ver, me comentó que había tenido muchas parejas.
—Está bien — traté de sonreír.
Después de un rato, terminé de comer.
—Estoy satisfecho — suspiré — no puedo comer nada más.
—¿No quieres postre? — Alex seguía comiendo sus papas.
—No — negué — es suficiente para mí — busqué en mi bolsillo mi cartera, quería dejarle algo de propina al joven que nos había llevado las cosas.
—Déjalo… — Alex se limpió las manos con una servilleta, sacó su cartera con rapidez y dejó un billete en la charola que tenía en frente — ¿nos vamos? — preguntó tranquilo.
—Sí — asentí.
Alex se puso de pie y yo lo seguí. Las jóvenes que estaban en la otra mesa, seguían observándonos detenidamente y tenían una enorme sonrisa en sus rostros; no supe por qué, pero, en el momento que Alex pasó justamente a su lado, ambas ahogaron un grito, suspiraron y se pusieron rojas. Cuando posé mi vista en Alex, él solo sonrió y me guiño el ojo.
Al salir del local ya no llovía; entramos al automóvil y Alejandro dio la indicación de que nos llevaran a mi casa.
Eran pasadas las cinco de la tarde cuando llegamos a mi hogar; ya estaba ahí otro vehículo con otros sujetos, trabajadores de Alex. El auto se estacionó frente a mi casa, bajé con rapidez y abrí la puerta; Alex se quedó un momento fuera, mientras yo iba a encender la chimenea y la calefacción. Mis hijos entraron detrás de mí, buscando mi cariño.
—Ya, ya… — les dije con amor, mientras los acariciaba — ya estoy en casa, tranquilos…
Alejandro entró momentos después y cerró la puerta principal, dejando la puerta de mascotas abierta.
—Parece que va a nevar — se quitó la chamarra dejándola de lado, para acariciar a mis hijas con insistencia, haciéndoles cariños en sus cabezas y espalda — ¿cómo se han portado las princesas? — preguntó al aire y me hizo sonreír.
—Supongo que bien — respondí.
—Bueno, tal vez merecen un premio — caminó hasta sentarse en el sillón de tres plazas, dejando su celular en la mesita que estaba a un lado del sillón, su cartera y sus llaves — ¿qué podemos comprarles? — preguntó mientras se quitaba los zapatos para subir los pies al sillón.
Nila y Luna se subieron junto con él y se recostaron entre sus piernas.
—Pues, lo normal — me alcé de hombros quitándome la chamarra — algunas galletas o juguetes.
Dejé mis cosas sobre la mesita de centro y caminé hasta el otro sillón para sentarme, pero Alex me tendió la mano — ven… — llamó y me acercó a él, después de que dejé mi chamarra en el sillón que pensaba usar — quédate a mi lado.
—Está ocupado — señalé a mis hijas que estaban con él.
—Señoritas — dijo levantando la voz — no es que no me guste estar con ustedes, pero prefiero estar con su padre, así que… — hizo una seña con su mano, Nila y Luna bajaron del sillón y se recostaron en el piso, cerca de la chimenea, junto a sus hermanos — ya está libre — me guiño el ojo.
Suspiré cansado y me senté en el mismo sillón que Alejandro, entre sus piernas; recosté mi espalda en su pecho mientras el pasaba una de sus manos por mi costado, para abrazarme. Con la otra tomó el control de la televisión que estaba en la mesita, junto a sus cosas y encendió la televisión, buscando uno de los canales de películas; dejó una película de acción en la pantalla y colocó el control en su lugar.
—Alex… — susurré, mientras acariciaba su brazo.
—¿Sí? — preguntó y besó mi cabello.
—Lo de la mañana… — dudé, no sabía cómo preguntar — ¿cómo fue que tú...?
—¿Qué cosa? — entrelazó sus dedos con los míos sobre mi pecho.
—Alex — moví mi rostro para tratar de posar mi vista en el — tu forma de golpear a Luís…
—¿Crees que me excedí? — preguntó con seriedad.
—No… bueno sí… — titubee — pero no era eso lo que quería decir, es que… no sabía que tú pudieras defenderte así.
Su mano acarició mi rostro — sabes que siempre fui un buscapleitos — sonrió de lado — ¿recuerdas que en la secundaria y preparatoria me peleaba mucho?
—Sí, lo sé, pero nunca te vi pelear así.
—Te dije que cambié muchas cosas de mí cuando te alejaste, quería sacar mis frustraciones… antes de conocerte debía entrenar algunas cosas para defenderme, pero solo lo hice seriamente, cuando nos separamos — sonrió tristemente — aprendí algunas cosas de diferentes artes marciales — se alzó de hombros — Judo, Karate, Tae Kwon Do, algo de Kung Fu y otras más… un poco de todo, pero sin especializarme, además, quería saber defenderme por cualquier cosa que pudiera suceder.
—¿Qué tipo de cosas? — pregunté con algo de susto.
—Cosas… — sonrió y se movió para besar mis labios y callar cualquier otra pregunta.
—Está bien… — suspiré cuando se alejó de mi — pero creo que no fue ‘solo un poco’ lo que aprendiste, eres muy bueno… Luís es bueno en el box, aunque no sea su profesión, pero es la primera vez que veo que lo dejan tan mal…
—No es importante…
—Alex… ¿qué le pasó a Luís? — pregunté con algo de temor.
—Nada.
—Alex, por favor…
—¿Te importa tanto? — preguntó con molestia.
—A pesar de todo, es mi amigo — respondí bajando la vista.
Alejandro me abrazó y besó mi frente — está bien, Agustín lo llevó a un hospital, no tienes de que preocuparte.
—¿De verdad? — cerré mis ojos y me dejé llevar por sus cariños.
—Sí — respondió cansado — si le hubiera hecho algo irreparable, sé que no me lo hubieras perdonado.
—Gracias… — me moví para buscar sus labios y darle un beso, el cual, respondió con intensidad.
—Pero… — habló contra mis labios, cuando se separó de mi — eso no quita que esté enojado por lo que te hizo — paso su lengua por mi labio inferior y giró el rostro para seguir viendo la película.
—Y, ¿si te denuncia? — pregunté asustado.
—No lo hará — dijo serio — si lo hace, yo lo denunciaré por haberte atacado aquí, en tu casa, además, yo tengo pruebas, él no.
No dije nada, al menos, sabía que Alejandro no era tan cruel; después de todo, el castigo que me dio, fue, casi en su totalidad, para mi propio disfrute. Tal vez debería pensar en ir a ver a Luís, pero al menos ese día, me sería imposible y quizá, si le decía a Alex, él se molestaría, así que tendría que dar todo de mí en la noche para que, al día siguiente, me dejara ir a verlo.
Me moví para quedar completamente de frente a él, recargué mi cabeza en su pecho y él me abrazó con ambas manos. Cerré mis ojos, aún tenía sueño y estaba cansado, pero no quería dormir aún.
—Alex… — busqué la manera de meter mi mano por debajo de su camiseta, para jugar con su pezón.
—¿Sí? — acarició mi espalda.
—Ayer… recibí una llamada del licenciado de Melissa.
—Lo sé.
—¡Alex! — fruncí el ceño, me alejé de él y saqué mi mano del lugar donde la tenía — ¡quiero que retires las cámaras y los micrófonos!
—No — sonrió y me besó — no lo voy a hacer.
—No me gusta, me siento vigilado — reproché.
Me sujetó del rostro y se acercó a mi oído — eso no está a discusión, ‘conejo’ — susurró y mordió el lóbulo de mi oreja.
—¿Por qué? — mi voz apenas salió, su acción me había hecho suspirar y consiguió que mi piel se erizara.
—Porque es para cuidarte, solo por eso.
—Pero todo lo que hago y lo que hacemos, está en video.
—Mejor, podré verlo cuando quiera.
Entorné mis ojos — y ¿si alguien lo hace público? — traté de presionarlo para que cediera.
—Nadie lo hará — negó — saben lo que puede pasar si me traicionan…
Suspiré cansado, era obvio que no lo convencería, tenía que buscar la manera de deshacerme de las cámaras y micrófonos de otra manera.
—Bien, volviendo al tema — cambié la conversación — ese hombre quiere que hable con él, mañana.
—Ignóralo — dijo con seriedad.
—¿Sólo así? — levanté una ceja.
—Sí, sólo así.
Mi vista se posó en su rostro, él estaba impasible, viendo la televisión.
—Alex, él preguntó que si eras tú quien me visitaba ayer.
—¿De verdad? — preguntó con un tono sarcástico.
—¿Lo conoces? — indagué
Alejandro giró el rostro, sus verdes ojos me observaron con seriedad — sí, lo conozco — su voz me hizo estremecer — por eso no quiero que te acerques a él.
—¿Por qué no me dijiste antes? — pregunté nervioso.
—Porque no quería que te preocuparas, por eso, además — suspiró — arreglaré el asunto lo más rápido posible.
—¿Qué sucede con él? — inquirí.
—Creo que, quedó algo inconcluso — dijo entre dientes — no pensé que volvería a tener tratos con él.
—¿Inconcluso?
Alex me abrazó — no te preocupes — besó mi mejilla — no tiene nada que ver contigo, te lo aseguro.
—Pero, tiene que ver contigo — reclamé alejándome de él — ¿acaso fue tu pareja?
—Erick, no quiero hablar de eso…
—Pues yo sí quiero — me puse de pie con rapidez sin darle tiempo de que me detuviera — ¿qué tuvo que ver contigo ese hombre?
—Lo mismo que tuvo que ver Melissa contigo — respondió con rapidez.
Me sorprendió su respuesta, abrí mis labios para reprochar pero al final, no dije nada. Si era así, entonces no había significado nada para Alex.
—¿Estas…? — me moví para acercarme a él de nuevo — ¿estás seguro?
Alejandro sonrió tranquilo — sí, seguro — me ofreció su mano y al aceptarla, me acercó a él nuevamente — fue hace cinco años y fue algo pasajero, nada más.
Suspiré más tranquilo y sonreí también; volví a subirme al sillón, a su lado y me recosté frente a él.
—Pero… — añadió ya que estaba acomodado — no quiero que te acerques a él, ¿entendido?
—Está bien — restregué mi rostro en su pecho — buscaré la manera de no verlo.
No dije más, volví a meter mi mano bajo su camiseta, jugueteando con uno de sus pezones y cerré mis parpados, dejándome llevar por la caricia de Alejandro sobre mi cabello, su respiración tranquila y su extrema calidez.
* * *
El timbre sonó y sentí algo de movimiento. Me removí inquieto al sentir la falta de calor bajo mi cuerpo y abrí mis ojos; estaba solo en el sillón, Alejandro se había incorporado encendiendo las luces, tomando su chamarra y saliendo de casa. Por el ventanal pude darme cuenta que el exterior estaba oscuro. Alex regresó con rapidez y mis hijos entraron tras él.
—Lo siento — se disculpó — tenía que levantarme.
—Está bien — bostecé — no debí quedarme dormido.
—No fue mucho, casi una hora.
—Una hora… — susurré.
Un recuerdo me hizo incorporar con rapidez — ¡demonios! — exclamé agitado y me puse de pie para ir a la pequeña mesa de la sala, dónde dejaba siempre mi maletín.
—Erick, ¿pasa algo?
—Sí — respondí sacando mi computadora personal y caminando al comedor para dejarla ahí — es tarde y no he hecho los reportes de mi trabajo.
Mientras mi computadora iniciaba, caminé a la cocina a poner la cafetera y poder tomar un café; al volver a la mesa, Alex estaba tras de la silla que iba a ocupar, además, las luces navideñas ya estaban encendidas.
—¿Qué? — pregunté confundido.
—Siéntate — indicó.
Tomé asiento y el me abrazó desde atrás, colocando frente a mi rostro la esclava; la miré con sorpresa, estaba en perfectas condiciones.
—¿Cómo…?
—Cuando estábamos en la bodega, mandé a alguien por ella, para que la llevara a arreglar — susurró contra mi oído — me la acaban de traer… levanta tu mano.
Sonreí complacido y levanté mi mano izquierda con rapidez.
Alex apartó la manga de mi camiseta, colocó la joya en su lugar y besó mi mejilla — como nueva — exclamó.
—Sí — ladee mi rostro observando los brillos de las piedras, debido a las luces que titilaban.
—Te dejaré trabajar — anunció.
Antes de que se alejara, tomé su mano y lo jalé hacia mí, cuando estuvo cerca lo besé y él me correspondió. Al separarnos, un ligero hilillo de saliva aún nos unía; ambos nos relamimos los labios y sonreímos.
—Gracias… — susurré.
—Si obtengo esa clase de besos por cada detalle que tengo contigo, te llenaré de regalos — aseguró y se encaminó a la cocina.
Yo empecé mi trabajo, llenando mis reportes. Cuando la tetera empezó a sonar, Alejandro sirvió, en dos tazas, agua para café; volvió a la mesa y me dejó la taza a un lado. Mi vista se posó en la taza y sonreí, era la taza que Alex había comprado el día que adoptamos a mis hijos.
—Gracias…
—Aún no agradezcas — levantó una ceja — tienes que preparar los cafés.
Acercó el café, el azúcar, dos platos, un cuchillo y el recipiente con pan. Preparé las tazas con rapidez y partí los panes, tanto para Alex cómo para mí. Durante un largo rato, ambos nos quedamos en silencio, especialmente yo, que estaba trabajando, pero aun así, sentía la mirada penetrante de Alejandro sobre mí.
—¿Qué quieres cenar? — preguntó al terminar su café y llevar, tanto su taza cómo la mía, al lavatrastos.
Pasé mi mano por mi nuca — no sé, no he abierto el refrigerador desde ayer — me alcé de hombros — no sé qué dejó preparado la señora Josefina.
—Entonces yo me ocuparé, ¿te falta mucho?
—Sí, un poco — sonreí apenado.
—Bien, iré a bañarme primero, después bajo a ver lo de la cena.
Alex se fue a bañar, dejándome con mi trabajo; normalmente los reportes los hacía los sábados, no me gustaba dejarlos para el domingo, especialmente porque me estresaba. Aproximadamente veinte minutos después, Alex bajó las escaleras con su ropa para dormir.
—¿Aún no terminas? — caminó a la cocina sacando algunas cosas del refrigerador y colocándolas en platos para meterlos al microondas.
—Ya terminé — estaba cerrando los programas para apagar mi computadora y guardarla en mi maletín.
—¿Normalmente tardas tanto?
—Sí, aunque a veces tardo más, si me entretengo en otras cosas — llevé mi maletín a su lugar.
Volví a mi silla, mientras Alejandro estaba llevando los platos a la mesa, después se sentó a mi lado; la comida olía muy bien.
—¿Qué quieres hacer esta noche? — preguntó y yo levanté mi rostro, traía algo de comida en mi boca así que no le respondí con rapidez.
—No lo sé — dije después de pasar el bocado y bebiendo un poco de agua — ¿tú?
La sonrisa de Alejandro me hizo temblar — tengo toda la semana queriendo usar tu jacuzzi — levantó una ceja y me observó de soslayo.
—Pero… hace frío…
—Es agua caliente — aseguró — además, podemos encender la calefacción del cuarto y dejar la puerta del baño abierta.
Dudé, pero sabía que Alejandro no retrocedería en su decisión — está bien, usemos el Jacuzzi — Alex sonrió ampliamente — pero — iba a poner condiciones — si me da frío, te voy a abandonar a mitad del baño.
—¿Crees que te dejaría abandonarme? — levantó una ceja.
—No creo que te guste que esté temblando de frío.
—No tienes que pensar en eso — acarició mi mano — sé mantenerte caliente.
No dije nada más, con esa simple frase logró que me sonrojara; ambos terminamos de comer y dejamos los platos en el lavatrastos, cuando íbamos de regreso a la mesa, Alex me abrazó por detrás.
—¿Entonces? — preguntó seductor — ¿subimos ya?
—Tengo que darle de comer a mis hijos…
—Está bien, te espero en la habitación — besó mi mejilla.
Mientras yo fui a sacar la comida de mis hijos, él se despidió de ellos y subió las escaleras.
Salí al patio trasero y les serví en los platos, los cinco se apresuraron a comer; volví a entrar a la casa, cerrando la puerta con llave, también cerré la puerta de mascotas y apagué las luces, dejando encendidas solo las luces de los adornos navideños.
Subí las escaleras, entré con rapidez a mi cuarto; apenas abrí la puerta, sentí una temperatura agradable y un ligero olor dulce llegó a mi nariz. Entré con lentitud, la puerta del baño estaba abierta, así que pasé sin llamar; Alex estaba sentado en la orilla del jacuzzi, traía sólo su pantalón puesto. Había velas encendidas alrededor, el agua ya estaba llenando la bañera y algunos pétalos de rosa flotaban en el agua.
—¿Cómo preparaste todo esto? — pregunté con sorpresa.
—Alguien lo preparó por mí, durante el día… ven… — me llamó y caminé hasta quedar frente a él.
—Entonces, ¿lo del Jacuzzi ya lo tenías pensado desde antes?
Alex no respondió, solo una ligera sonrisa fue la respuesta a mi pregunta; desabrochó mi pantalón lentamente, sus manos recorrieron mi piel cuando bajó mi ropa hasta mis tobillos y sus labios se posaron en mi sexo con delicadeza. Suspiré y él sonrió aún más; se puso de pie y me quitó la camiseta.
—Sabía que no te habías quitado el collar — besó mi cuello — ¿te gustó usarlo todo el día?
—Sí… — suspiré — me gustó.
—¿Por qué? — acarició mi espalda y sus labios bajaron a entretenerse en uno de mis hombros.
—Porque… — un gemido escapó de mi garganta — porque esto demuestra que tengo dueño…
—Eso es muy tierno de tu parte — dio una ligera mordida en mi hombro — pero es momento de que te lo quites…
Alex pasó su mano por detrás de mí cuello y me quito el collar, después quitó la esclava de mi mano; caminó hasta el vestidor y dejó ambos objetos en un lugar seguro.
Regresó y cerró la llave del jacuzzi, encendió las burbujas y ajustó el termostato a 38 grados. Se quitó el pantalón, quedando desnudo y entró al agua, después, su mano se acercó a mí. Puse mi mano sobre la suya y dudé.
—Estoy sucio… — acoté — debería bañarme primero…
—No importa — sonrió de lado — esto no es para limpiarte, sino para ensuciarte más…
Mis músculos se tensaron y un escalofrío recorrió mi columna; no dije una sola palabra más, sólo entré junto con él. Alejandro se sentó e hizo que me sentara frente a él, con mi espalda en su pecho; apenas estaba acostumbrándome al calor del agua, cuando sus labios se posaron en mi cuello y sus manos recorrieron mi torso hasta bajar a mi sexo.
—Alex…
—¿Sí? — respondió contra mi hombro.
—Piensas… piensas… — el gemido que escapó de mis labios, interrumpió mis palabras.
—¿Pienso? — lamió mi piel — no pienso nada ‘conejo’ y por lo que veo, tu tampoco — se burló.
Mi brazo se movió, lo hice hacia atrás por un lado de mi cabeza y enterré mis dedos en el cabello de Alejandro; mi respiración se agitó aún más debido a las caricias en mi sexo.
—Erick, estás listo...
Apenas terminó su frase, me obligó a girar mi cuerpo. Quedamos de frente; Alex pasó una de sus manos por debajo de mis nalgas y la otra por mi espalda. No tuvo que hablar, sabía lo que deseaba, así que le ofrecí mi cuerpo para que me acomodara cómo él quería. Mi entrada quedó sobre su pene pero él no hizo nada más; su verde mirar se posó directamente en mí, su sonrisa tenía un tinte malévolo, aunque eso me gustaba.
Puse mis manos en sus hombros para tener firmeza y después, me moví para darle acceso a mi interior. Cuando estuvo completamente dentro, Alex me besó; su lengua jugueteo con la mía mientras me obligaba a moverme sobre sí mismo.
—Tócame… — pedí cuando mis labios quedaron libres.
—No — negó — ¿quieres disfrutar? Acaríciate tú solo…
Un leve gemido de frustración escapó de mi boca; Alejandro parecía seguir castigándome, pero no podía quedarme así. Alejé mis manos de su cuerpo, una fue a mi propio sexo y la otra a uno de mis pezones.
¿Cuánto tiempo estuve así? Me movía y gemía para Alejandro, pero no era desagradable, al contrario, yo disfrutaba plenamente complacerlo. No supe en qué momento las burbujas dejaron de mover el agua; estaba perdido en las sensaciones y pronto iba a terminar cuando la mano de Alex atrapó mi sexo. Entreabrí mis ojos, con su mano libre hizo que mi espalda se recargara hasta llegar a la superficie del agua; con mis manos hacia atrás, sobre mi cabeza, me sostuve de una orilla del Jacuzzi, dejando mitad de mi cuerpo dentro del agua caliente y la otra fuera.
Alejandro marcaba el ritmo, moviéndose dentro de mí. Mi cuerpo temblaba, el agua se movía por las acudidas de mi cuerpo; algunos pétalos quedaban pegados a mi pecho, el cual se encontraba por momentos fuera del agua. Él masajeaba mi sexo mientras mis gemidos llenaban la habitación completamente. Alex no evito que llegara al orgasmo en esa ocasión, al contrario, su mano parecía querer obligarme a que lo hiciera; mi semen salpicó mi abdomen y después, con el movimiento del agua se fue esparciendo por la superficie líquida, junto con los pétalos de rosa.
Mis manos no me iban a sostener más, así que agradecí cuando Alejandro volvió a moverme, para quedar sentado sobre él, una vez más; aunque ya no tenía fuerzas para nada, él mismo me obligó a moverme para complacerlo. No pasó mucho tiempo, pronto sentí el palpitar en mi interior, obligándome a cerrar mis ojos y sonreír inconscientemente.
Mi cuerpo se estremecía, no por el frío, sino por las oleadas de placer y cansancio; sentía que me pesaba todo y hubiera dado cualquier cosa por no tener que moverme de ahí.
—Hay que ir a la cama, ‘conejo’… — la suave voz de Alejandro me hizo suspirar.
Quería obedecerlo, debía hacerlo, pero ya no pude ordenarle nada a mi cuerpo; mi mente quedó en blanco y me perdí en un abismo oscuro, mientras me dormía.
* * *
Comment Form is loading comments...