Capítulo VI
Naü no había podido dormir, a pesar de encontrarse cansado. Pasó un largo rato acomodando sus pertenencias en un par de maletas y al final, puso sus utensilios de dibujo en su morral, así los tendría cerca por si quería dibujar, aunque dudaba hacerlo por su desanimo, pero intentaba ser positivo, pensando que el camino superaría esa depresión.
Como su padre le dijo, antes del amanecer, alguien tocó a su puerta.
-Buenos días, joven Kalzan.
-Buenos días – musitó el niño, sorprendido de ver que era Ram, el siervo personal de Bade.
-Su carroza lo está esperando en la entrada principal – anunció el hombre moreno, sin mirarlo a los ojos – ¿tiene sus pertenencias listas?
-Sí, ahí están – el ojigris señaló las dos maletas que estaban cerca de la puerta.
El hombre chasqueo los dedos y dos siervos más entraron a la alcoba, tomando las maletas y saliendo con rapidez.
-Lo acompañaré a la salida – mencionó el mayor con frialdad.
-Gracias – musitó el de lentes y caminó tras él.
El palacio se mantenía a oscuras, pues aun no amanecía, solo algunas lámparas estaban encendidas, justo por los pasillos que serían utilizados.
Al cruzar las puertas, Naü suspiró, le dio un último vistazo al interior y luego subió a la carroza. Escuchó sonidos, los siervos acomodaban sus pertenencias y finalmente, Ram se asomó por la ventana.
-Aquí tiene – dijo con una débil sonrisa, entregándole una bolsa – son frutas, para que no pase hambre en el largo camino – dijo condescendiente.
Naü sujetó el paquete y sonrió tristemente – gracias…
-Que tenga un buen viaje, joven Kalzan…
Naü no dijo nada más; momentos después, el viaje iniciaba.
El niño dejó la bolsa en el piso de la carroza y su mirada se perdió en el exterior; suspiró al darse cuenta que debido a la hora, todo estaba oscuro, por lo que difícilmente podría apreciar por última vez el gran lago. Sabía que un tramo corto, era por la orilla del lago, antes de bajar por el camino hacia la ladera de la montaña; había disfrutado ese paisaje cuando llegó, pero no podría hacerlo al irse.
Se recargo en el asiento y lentamente se recostó en el mismo; llegar al embarcadero le tomaría horas, posiblemente sería mucho después de la hora de comida.
-Quizá, es mejor que duerma – musitó y se hizo un ovillo, cerrando los parpados, para poder descansar.
El castaño apenas estaba entrando a un sueño ligero, cuando sintió que el carruaje se detenía; se incorporó con pesadez y talló sus parpados, por debajo de sus gafas. Un sonido en el exterior lo sobresaltó; uno de los caballos parecía asustado.
-¿Qué pasa?
Naü se asomó por la ventanilla de la puerta y observó cómo había cuatro caballos al frente; los jinetes traían el rostro cubierto con telas, que solo les dejaban una franja libre en sus rostros, sobre los ojos. Uno de los jinetes bajó de su montura, mientras los otros les apuntaban con ballestas al conductor del carruaje y su asistente.
-No se muevan – dijo el hombre que se acercaba a la carroza.
«¿Un asalto?» el ojigris tembló, no se imaginó que lo asaltarían en el camino, especialmente tan cerca del templo y el palacio, pero suponía que esos eran los bandidos a los que se tenían que enfrentarlos peregrinos.
El hombre llegó a la puerta y abrió de golpe – baje – ordenó seriamente.
-No tengo nada de valor – anunció el niño, tratando de sonar seguro, pero su voz temblorosa delató que tenía miedo.
-Baje – repitió el sujeto.
Naü pasó saliva, pero aunque tenía miedo, decidió obedecer. Salió por la puerta y el hombre lo sujetó del brazo, guiándolo hacia los caballos y luego, más allá, al lado del camino, hacia donde estaba la orilla del enorme lago.
En esa zona, había una franja de varis árboles frondosos, la cual, apenas cruzaron, Naü distinguió una silueta; no podía saber quién era, a pesar de que es persona portaba un farolito. Al acercarse más, el sujeto que lo llevaba, le quitó el morral que cargaba al hombro y le obligó a hincarse, fue cuando la persona del farol se quitó la capucha de la capa que portaba.
El castaño se sorprendió, de ver a Gowe.
-Encárguense de la carroza, el cochero y su asistente.
El hombre que llevó a Naü con él, asintió y se alejó, llevándose las pertenencias del menor.
-¿Qué ocurre? – preguntó el de lentes, con algo de nervios.
El peliazul suspiró y se inclinó – lo siento – dijo con cansancio – pero mi hermano quiere que desaparezcas.
-¡¿Qué?! – el menor se sorprendió por esa confesión.
-No es nada personal, Naü – el moreno desvió la mirada – pero es tu culpa por poner en duda la labor de Bade – se excusó – él no quiere que nadie se acerque al lago, porque tiene miedo que el Dios Derok se interese en alguien más y le quiten sus privilegios – explicó – justo como ocurrió en la ciénaga de Keroh – pasó la mano por su cabello – tu ayudaste a que las plegarias de las personas llegaran a nuestro Dios y eso… eso lo hizo enfurecer, a pesar de que no ocurrió nada – masajeó sus cienes – y eso hay que agradecerlo, porque si una de esas plegarias hubiese llamado la atención de nuestro Dios y se hubiese conseguido pareja, entonces… – no terminó de hablar, solo volvió a fijar su mirada en Naü – esa es la razón del porque me envió, con cuatro de sus sacerdotes más fieles, a eliminarte… lo siento…
-Pero… yo no hice nada – Naü negó – de verdad solo…
Un sonido lo interrumpió, a varios metros de ahí, los cuatro hombres que había visto, guiaban a los caballos del carruaje, acerándolo a la orilla del lago. El castaño se asustó al ver como lanzaban dos cuerpos al lago, liberaban a los animales y empujaban el carruaje, para que se hundiera en el agua. El de lentes levantó el rostro y miró a Gowe con susto.
-Lo siento, Naü – dijo el mayor, con algo de pesar en su voz – pero debes entender que debo apoyar a mi familia… desde que nuestro apellido ya no vale mucho políticamente, pues se sabe que los Dioses pueden elegir a cualquiera como pareja, hemos dejado de ser importantes y si destituyen a mi hermano… si la gente se entera que nuestro Dios tampoco lo escucha… nos quedaremos sin nada – enunció como si quisiera justificar su actos.
El niño se asustó por esa confesión – no, no lo entiendo – musitó – Bade escucha al Dios Derok, él me lo dijo…
-No – el rostro de Gowe se ensombreció – Bade no puede escuchar a nuestro Dios – sonrió tristemente – es cierto que intenta conseguir su completa aceptación, le da ofrendas de vino todos los días y trata de orar siempre, pero no ha conseguido nada – dijo con pesar – es por eso que tenemos problemas económicos y además, se nos culpa de que nuestro Dios no responde a las plegarias…
En ese momento, Naü comprendió por qué evitaban que los peregrinos alcanzaran su meta; si era cierto que temían que el Dios Derok se interesara por alguno, evitarían a toda costa que alcanzaran el lago.
«Por eso no dan las balsas, por eso ponen excusas para que no sean recibidos y se marchen decepcionados, por eso es Bade quien hace las pocas ofrendas, eligiendo a su juicio cuales enviar, para evitar que conozca a alguien más o se interese en buscar a una pareja…» pensó con rapidez.
-Tu padre es un hombre importante en la ciudad imperial – las palabras de Gowe sacaron de sus pensamientos al menor – si uno de sus hijos tiene un accidente, de seguro obtendremos apoyo del emperador y habrá renovaciones, mejoraremos los caminos, empezaremos a comerciar de nuevo y aunque ya no tengamos tantas facilidades, obtendremos un capital más estable, porque ahora que el imperio no nos da dinero, como antes – su voz sonaba ansiosa – quizá, algún hijo de Bade sea digno de que nuestro Dios se interese en él y nuestra familia será respetada de nuevo…
-No es necesario el accidente – el ojigris tembló – yo puedo hablar con mi padre y…
-Tu padre no te hará caso – negó – ¿crees que no me he dado cuenta? –ladeo el rostro – al único que le pondría atención, sería a tu hermano, ¿no es así?
Naü pasó saliva.
-Por eso pensé en acercarme a Maë, pues me di cuenta de sus coqueteos desde que llegó, a pesar de que no me gusten los chicos – negó – pero es otro sacrificio que haré, si considero que es necesario.
El ojigris tembló, era obvio que el chico estaba desesperado y seguramente Bade también.
-Lo siento, Naü – repitió el mayor – pero tenemos que terminar esto, debo volver al palacio antes de que todos despierten…
El castaño quiso decir algo más pero un golpe en su cabeza lo dejó inconsciente; la sangre brotó de la herida que provocó el enorme tronco, con que uno de los sacerdotes lo golpeó y Gowe se acercó al niño, agarrando las gafas.
Otro sujeto se acercó y le apuntó con la ballesta.
-¡No! – Gowe lo detuvo – dijimos que no los mataríamos, solo les haríamos heridas, para que las bestias se los comieran – sentenció.
Anud se quitó lo que portaba en el rostro y lo encaró – mi señor Bade ordenó la muerte explicita de este niño – señaló el cuerpo de Naü – no podemos dejar nada a la deriva.
Gowe dudó – no podemos matar, nuestro señor Derok se molestaría por ello y podría castigarnos – dijo con nervios – pero los animales son libres de hacerlo, sin repercusiones.
-Pero, ¿si se salva? – Rhax también se quitó la tela que cubría la parte baja de su rostro – nuestro señor Bade se enojaría mucho y nos podría castigar.
El peliazul apretó los puños, sabía que los sacerdotes del templo le temían a su hermano – solo… solo hazle una herida – sentenció – luego lo tiran al lago, como a los otros…
Gowe dio media vuelta y fue con los otros dos sacerdotes, debían esparcir cosas en la orilla, simulando que había sido un asalto y un accidente provocado.
Rhax apuntó la ballesta a Naü y suspiró – esto es por mi Sumo Sacerdote, es por su bien y mi deber es protegerlo a él y seguir sus órdenes – dijo con nervios, pues no estaba del todo preparado para asesinar.
Accionó el arma y el dardo se clavó en el pecho, cerca del corazón de Naü, pero no alanzó a herir el órgano, aunque la sangre empezó a hacerse presente, ensuciando la túnica que el menor portaba.
Anud se acercó y trató de levantar a Naü, pensando que no le sería problema, pues el niño era pequeño y delgado, más al estar completamente lívido por la inconsciencia, no le facilitaba las cosas.
-Ayúdame, Rhax – pidió con ansiedad – hay que apresurarnos.
El otro colgó la ballesta en su hombro y le ayudó a su compañero; entre ambos, llevaron al niño al lago y lo lanzaron sin consideración, observando como el cuerpo del menor se hundía un momento y luego flotaba sobre la superficie, adentrándose en el enorme lago, gracias a las corrientes.
-Espero que sea suficiente…
-Los hipopótamos están en época de apareamiento – Anud se limpió las manos en el agua, pues estaban manchadas de sangre – cualquier cosa que se acerca a su territorio, lo atacan y en caso de que no le hagan caso, los cocodrilos, las serpientes, los peces y las aves, pueden darse un festín…
-Aun así… – Rhax se notaba inquieto – podría tener la suerte de que no le pusieran atención, más si van dos cuerpos más.
-Tranquilo – el de cabello azul pálido se alzó de hombros – aunque los animales no le hagan caso, lo más seguro es que la corriente lo lleve a la gran cascada y de una caída así, nadie se salva y si sus restos llegan al río, los cocodrilos terminarán el trabajo – sonrió con cinismo – anda, vámonos.
Anud se alejó de la orilla, yendo con sus demás compañeros, pero Rhax se quedó un momento más – lo siento… – musitó y después le dio la espalda al lago.
* * *
Derok estaba dormitando en su árbol de vida, pero no había cerrado el tronco, pues le gustaba dejar sus piernas colgando al exterior; cuando los sonidos hicieron eco, las lianas se movieron con rapidez y lo sujetaron, moviéndolo con fuerza.
-¿Qué…? – despertó con molestia – ¿qué pasa? – preguntó aún adormilado, tallando sus parpados.
El gruñido de las bestias en el lago llegó a sus oídos y de un salto se puso de pie; era una alerta. Los lagartos se preparaban para alimentarse y sus hipopótamos lo habían alertado, pues él dio órdenes de evitar “accidentes” con humanos.
El Dios se puso en marcha, llegando en unos segundos a la orilla del lago, observando como Bum y Chom trataban de mantener a los lagartos a cierta distancia de tres cuerpos que flotaban; como sus animales de compañía no comían carne, no era una tentación para ellos el ver a seres humanos en el agua, a diferencia de otras bestias. Debido al tamaño de sus hipopótamos, los cocodrilos no se acercaban, pues eran mucho más grandes y fuertes, así que si no podían enfrentarse con los normales, menos con los dos que tenían la bendición del Dios del lago.
-¡Ya basta! – la voz de Derok se escuchó y todos los animales se detuvieron, pero mantenían su estado de alerta.
El joven de cabello aqua se movió por la superficie, dando saltos sobre las bestias y acercándose a los cuerpos que seguían el movimiento de la corriente. Al revisar los primeros dos cuerpos, se dio cuenta que estaban muertos, pues ambos tenían heridas profundas, hechas por armas humanas y se habían desangrado; eso era lo que había llamado la atención de los animales. Soltó el aire por la nariz, molesto, pues él detestaba que los humanos arrebataran vidas; consideraba que eso era algo que debía llegar de manera natural o en su defecto, los únicos que podían decretar algo así, eran sus hermanos y él.
Se colocó al lado del tercer cuerpo y al acercarse al rostro del niño, se dio cuenta que aun respiraba, aunque con mucha dificultad; pero el olor de su aliento lo desconcertó, a pesar de lo débil que era, había un rastro dulce en él.
-¿Acaso…? – desvió la mirada y observó la pluma que aun traía entre su ropaje, después volvió a ver al niño.
El olor era muy tenue, sutil y casi imperceptible, aun para su olfato tan desarrollado, por eso no podía estar seguro, pero le parecía casi la misma esencia que le había cautivado cuando recibió la plegaria.
Derok negó, tenía que concentrarse en lo importante; antes de poder confirmar sus sospechas, debía ayudar al jovencito. Revisó al niño de forma superficial, dándose cuenta que tenía una herida profunda en su pecho, pero aunque sangraba, no lo hacía como los otros, pues aún tenía la flecha en su cuerpo y eso evitaba que hubiera una hemorragia tan grande; le preocupó más que sangraba abundantemente de la cabeza, pues al incorporarlo, sujetándolo de la nuca, para evitar lastimar su cuello, la sangre resbaló y ensució su brazo, además, seguía sin reaccionar.
-Debo ayudarlo – dijo con seriedad, levantando el pequeño y delicado cuerpo en brazos, con sumo cuidado – lamentablemente no puedo hacer nada por los otros dos – su rostro se ensombreció – dejen que los lagartos se alimenten…
Después de esa orden, regresó hacia los islotes, mientras Bum y Chom se alejaban de la zona, permitiendo que los cocodrilos se acercaran y empezaran su festín.
* * *
Derok llegó a su árbol de vida y colocó con cuidado el cuerpo del niño sobre las raíces; sin dudar, rasgó la túnica que portaba y escudriñó la herida. Hizo una mueca de molestia, al darse cuenta que tendría que actuar rápido; sin titubear, sacó el dardo y empezó a cerrar la herida, aunque estaba tardando, pues era profunda.
-Perdiste mucha sangre – anunció en un murmullo.
Cuando la herida del pecho cerró, se centró en la herida de la cabeza; era algo grande, pero no profunda, aun así, debía tomarlo con calma. Cuando al fin, el niño dejó de sangrar, creó un lecho de musgo para recostarlo en él y que estuviera suficientemente cómodo; no quería que las raíces lo incomodaran, pero sabía que no podía hacer nada a lo que un humano estuviera acostumbrado.
Al dejar al niño en una posición cómoda, se puso de pie, recogió barro del islote, varias hierbas, musgo, corteza, unas setas que nacían entre las raíces de su árbol y algo de agua del lago; despedazó los ingredientes vegetales y los juntó con lo demás, creando una mezcla homogénea con un olor amargo, pero que sabía funcionaría para lo que quería. Volvió con el castaño y se lo colocó en la piel, justo donde había cerrado ambas heridas; eso evitaría que quedara cicatriz.
Al terminar su labor, Derok se sentó al lado del cuerpo del chico, cruzó las piernas y lo observó con curiosidad; con su mano, quitó algunos mechones que estaban pegados al rostro, debido a la humedad y por fin le puso atención. Los rasgos del niño eran delicados y eso lo hizo sonreír.
-Eres lindo – dijo con suavidad, rozando la mejilla con sus dedos – mas no sé si seas tan especial – levanto una ceja – tu olor se parece al que me gustó, pero también parece que es cambiante – hizo un mohín – y en este momento, con el ungüento, difícilmente puedo decir que hueles bien…
Los ojos naranjas repasaron con detenimiento al menor; el color trigueño de la piel le parecía sumamente hermoso, pero le llamó la atención una delicada marca en la clavícula izquierda, muy cerca del cuello, debido a que tenía un color más oscuro. Con su dedo índice, contorneó el pequeño lunar; la figura le recordaba la forma de algunas hojas.
El Dios suspiró y siguió escrutando el cuerpo delgado que tenía enfrente, pero no encontró otro detalle llamativo. Se cruzó de brazos y ladeó el rostro.
-¿Qué haré contigo? – se preguntó en un murmullo – ni siquiera sé quién eres – entrecerró los ojos – debería ir a preguntar, seguramente algún animal sabe quién eres, de dónde vienes y lo más importante, qué te ocurrió – hizo un mohín – pero no puedo dejarte solo – negó – no, tendré que esperar hasta que despiertes…
El ruido de los animales diurnos empezó con suavidad, logrando que Derok se diera cuenta que estaba amaneciendo.
-Tampoco podré ir a la visita que había planeado – pasó la mano por su cabello – tendré que enviar a algunos espíritus etéreos por el momento.
El joven se puso de pie y se movió hasta la copa de su árbol; con una invocación, llamó a espíritus del viento y les ordenó recorrer el territorio ese día, para que le llevaran noticias de las zonas más alejadas, así podría ayudar a los humanos, aunque no fuera personalmente. Cuando los espíritus se fueron, Derok regresó al suelo y una vez más, se sentó al lado del castaño.
-Bueno, me quedaré a tu lado, hasta que reacciones…
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