Capítulo IV
Aprovechando que el cielo estaba nublado, Naü estaba sentado en la orilla del lago, dibujando las garzas que comían peces; tenía casi toda la mañana en ese lugar, pues había ido después del desayuno a primera hora, ya que su madre estaba en su habitación, alegando que se encontraba enferma. Su padre había ido a dar un recorrido en los alrededores y se llevó a su primogénito con él, en compañía de Moriza, Yadelll y Gowe, porque el sumo sacerdote estaría ocupado, realizando meditación en el templo.
-Hola… – la tierna voz sacó de concentración al castaño y levantó el rostro, acomodando sus lentes.
-Buenos días, señorita Xalla – sonrió Naü, al ver a la chica, con su dama de compañía.
La pelinegra sonrió le hizo una reverencia, luego se acercó, mientras la joven que la acompañaba se alejaba unos pasos – ¿qué haces? – indagó llegando a su lado.
-Dibujo – dijo el mayor con simpleza – me gusta dibujar animales y aprovecho para apoyar en las investigaciones de mi padre, quien debe llevar un registro sobre su hábitat – respondió con tristeza, pues bien sabía que su padre no le daba el suficiente crédito.
La chica se inclinó y observó el trabajo del otro – ¡vaya! – sus ojos se abrieron con ilusión – es muy bonito…
-Gracias…
-¿Puedo acompañarte? – preguntó con ilusión.
-¡Claro! – Naü le sonrió y ella se sentó a su lado.
-¿Te gusta este lugar? – indagó Xalla con curiosidad, observando como el otro seguía dibujando.
-Mucho… – asintió – es tranquilo, me gusta la calma que se respira – respondió sin apartar la mirada de su trabajo.
-A mí me aburre – anunció la jovencita con frialdad – siempre lo mismo, nada cambia, por eso me gustaría ir a la ciudad imperial – confesó – mi madre dice que si me caso con un noble de allá, podré irme de aquí – sonrió coqueta.
Naü la miró de soslayo – la ciudad imperial no es tan impresionante como puede llegar a imaginar – aseguró – admito que sus palacios y mercados son muy ostentosos por lo grandes que son, pero no hay nada más que eso en realidad.
-Creo que tendría que verla con mis propios ojos para saberlo – rió la jovencita y de inmediato cambió de tema – tú y tu hermano tienen la misma edad, ¿cierto?
-Sí…
-¿Qué edad tienen?
-Catorce – respondió el castaño con seriedad.
-Yo también tengo catorce – anunció con diversión – y… ¿ustedes tienen prometida?
Naü pasó saliva y luego sonrió – mi hermano está comprometido con una condesa – especificó – aunque su compromiso aún no es formal, pues ni siquiera se conocen – comentó con poco interés – yo no tengo compromiso, pues antes de ello, debo forjar mi propio futuro…
-Ya veo… – Xalla hizo un mohín – yo tampoco tengo oportunidad de muchas cosas – se abrazó a sus piernas – pero me consuela saber que mi hermano Gowe, quien es el primogénito, tampoco puede aspirar a mucho, pues ahora todo es para Bade – su voz tenía un tinte de reproche.
-Bueno… – el castaño sonrió tristemente – no todos nacemos con buena estrella.
El silencio reinó unos momentos y luego la pelinegra miró al otro de soslayo – mi padre dice que ustedes podrían arruinar lo poco de reputación que le queda a nuestra familia y quitarnos los privilegios que aún nos quedan por ser los líderes espirituales del bosque de Derok…
Naü levantó el rostro y acomodó sus gafas – no – negó – mi padre solo viene a estudiar la situación, para ver si el emperador debe o no, enviar soldados a cuidar de estas tierras…
-Debería – la chica se puso de pie – muchos perecen en estas zonas por los animales, incluso, los sacerdotes han corrido con esa suerte y nadie puede ayudar…
-¿Qué hay del Dios Derok? Si su sumo sacerdote se lo pide, seguramente él lo evitaría, ¿o no?
-Él deja que los animales sean libres, realmente, los humanos no somos muy importantes, ni siquiera escucha todas las plegarias de mi hermano, especialmente si no tiene una obligación, porque no es su pareja, ¿verdad? – los ojos verdes de la chica miraron hacia donde se encontraban los islotes del centro del lago – mientras él no tenga algo importante en este lugar, no somos más que criaturas prescindibles, por eso quiero irme de aquí – frunció el ceño molesta – un Dios necesita un hombre, yo como mujer, no tengo oportunidad de conocerlo y ahora con Bade como sumo sacerdote, menos…
Naü se sorprendió por esas palabras, especialmente el tono de ira de la chica.
-Odio este lugar – musitó la pelinegra.
El jovencito quiso decir algo, pero ella dio media vuelta y se alejó con rapidez. El de lentes suspiro, las garzas ya se habían ido, así que no podía seguir con su trabajo; guardó sus cosas y se puso de pie, pero antes de irse miró hacia los islotes.
-No creo que sea de esa manera – sonrió – un Dios es justo, solo se necesita creer en él y ahora no es tan difícil, menos si sabemos que son reales y hay pruebas fehacientes de ello…
* * *
Al no tener nada más que dibujar en las orillas del lago que estaban cerca del palacio, Naü decidió recorrer los alrededores, pero con sus papiros, tintas y plumas en su pequeño morral, por si surgía la oportunidad de hacer algo interesante. Poco a poco, empezó a alejarse más y más, hasta que llego a los límites de la propiedad del palacio Quill.
Le llamó la atención ver a algunas personas que se acercaban, pero antes de llegar al camino principal del palacio, se alejaban por un sendero empedrado. Sin dudar, decidió seguir a esa gente que llevaban cargando algunas jarras, otras llevaban viandas cubiertas y algunos más, bolsas que parecían pesadas.
Escuchaba murmullos, parecían ir recitando alguna letanía, pero cuando puso atención, escuchó una canción que sus abuelos le habían enseñado a él y a su hermano, cuando eran pequeños; sin dudar, se unió a le peregrinación; cómo él también llevaba un pequeño cargamento, parecía uno más de ese grupo variopinto.
Casi media hora después, llegaron al templo, donde los sacerdotes esperaban a los visitantes.
-Buenos días – saludó un sacerdote de cabello azul pálido – soy Anud, y el día de hoy, como nuestro sumo sacerdote no puede atenderlos, porque está en su momento de meditación, ya que en una semana será la luna llena – explicó – Rhax y yo, recibiremos sus ofrendas y peticiones, para que nuestro sumo sacerdote las haga llegar a nuestro Dios en su momento…
Naü no entendía lo qué ocurría, pero se dio cuenta de cómo las personas que iban caminando, parecían decepcionadas.
“Si no nos atiende, ¿cómo el Dios Derok escuchará nuestras plegarias?” “Hicimos el camino para nada…” “Sabían que veníamos, esto es claramente una muestra de que no les importamos…”
El castaño suspiró – no es necesario ver al sumo sacerdote para hablar con nuestro Dios – dijo con voz baja, pero uno de los peregrinos lo escuchó.
-¿Qué quieres decir? – preguntó el hombre levantando la voz y llamando la atención de los demás, quienes voltearon de inmediato a verlo.
-Ah… bueno – el menor pasó saliva – mis abuelos dicen que si se ora con fervor y completa devoción, nuestro Dios nos escucha, sin necesidad de un intermediario – sonrió nervioso.
-Pero él jamás escucha a nadie, solo al sumo sacerdote – reclamó otro.
-Si no tienen respuesta, es que no creen en él – sentenció el de lentes con total convicción.
El líder de los peregrinos se acercó hasta el niño y lo miró hacia abajo – ¿acaso él ha cumplido una petición tuya?
-Ah… no, pero…
-¿Acaso lo has visto? – presionó.
-No, pero…
-Entonces, ¿cómo puedes asegurar que escuchará? – su voz grave, hizo temblar al menor – los Dioses son seres importantes y siempre están ocupados, por eso tienen a un sumo sacerdote que intercede por los demás, pero si el sumo sacerdote no muestra que le importamos, entonces, el Dios del bosque tampoco se interesará en nosotros…
“Es cierto…” “El sumo sacerdote no tiene intención de escucharnos…” las quejas volvieron y el líder de los peregrinos volvió al frente de todos.
-Hemos caminado por días – gruñó – exigimos que el sumo sacerdote nos atienda, justo como nos anunciaron cuando recibimos la respuesta a nuestra petición de verlo – entregó un pergamino – y más vale que lo haga, de lo contrario, nos quejaremos a la ciudad imperial, que no hacen su trabajo.
Los sacerdotes que los habían recibido se mostraron nerviosos y uno de ellos se introdujo al templo de inmediato.
Naü suspiró, seguramente las cosas no iban a resultar bien, era bien sabido que había que rendirle culto a su Dios y darle ofrendas, pero no servía de nada dar algo que no tuviese un valor real para quien hacía la petición, aunque este fuera su sacerdote. Sabía que Bade era el sumo sacerdote, pero no podía interceder por todos, si no conocía en persona al Dios Derok y menos, si los peregrinos no parecían comprender lo que era adorar a un Dios del bosque en realidad; el castaño creía que el valor sentimental debía equivaler a lo que se solicitaba y si solo entregaban ofrendas para cumplir, seguramente el Dios Derok no escucharía, pues no era algo que equivaliera al deseo y fervor de la persona que lo deseaba.
Sin dudar, se alejó de los peregrinos, caminando por la orilla del lago, alejándose del templo, pues no quería presenciar lo que ocurriría; tampoco sabía cómo actuaban los sacerdotes o los protocolos que debían seguirse, pero suponía que si los visitantes se habían anunciado con antelación, Bade debía recibirlos.
-Seguramente algo ocurrió – lo disculpó en un murmullo, pues estaba seguro que ese chico era un buen sacerdote, pues por algo su Dios lo había aceptado y además, el chico le enviaba vino para congraciarse con él.
En el camino, se encontró con un joven de piel morena y cabello rojo como el fuego, quien estaba recogiendo unas trampas para peces, a orillas del lago.
-Buenas tardes – saludó el chico, aún con sus piernas en el agua – ¿a dónde vas? – indagó curioso, saliendo con la cesta en mano.
-Buenas tardes – Naü acomodó sus gafas – a ningún lado en realidad, solo estoy conociendo los alrededores – sonrió y movió su hombro, para subir más el morral en su hombro, con las cosas que llevaba.
-¿Eres un peregrino? – el sacerdote sacudió su túnica húmeda, tratando de quitar algo de fango que estaba pegado en la parte baja.
-No – negó – estoy de visita en el palacio, con mi familia.
Los ojos verdes se abrieron con sorpresa y pareció temblar – ah… ¿eres de la familia Kalzan? – preguntó a media voz.
-Sí, soy Naü Kalzan – el niño asintió – ¿por qué?
-No… por nada – el pelirrojo desvió la mirada – disculpe joven Kalzan – su sonrisa tembló – pero… es que ese camino está prohibido – señaló el sendero que Naü estaba siguiendo.
-¿Por qué? – indago con curiosidad.
-Es el camino a las rocas sagradas – respondió el otro – solo los sacerdotes podemos ir hacia allá… lo lamento…
-Oh… – Naü acomodó sus gafas – comprendo – sonrió – de acuerdo, entonces no iré hacia allá – se alzó de hombros.
-Pero si gusta, le puedo mostrar los alrededores del templo – anunció el mayor – solo debo dejar los peces…
-No es necesario – el ojigris suspiró – además, en el templo hay demasiada algarabía, por los peregrinos recién llegados y que no parece que vayan a atender…
-¿De nuevo? – el pelirrojo se sorprendió.
-¿Ocurre siempre?
El mayor desvió la mirada – ah, no… solo… en ocasiones…
El castaño se dio cuenta que le mentía, algo no le gustó, parecía querer ocultar algo, ¿pero qué y por qué? Quizá, si se ganaba la confianza del sacerdote, lo sabría
-¿Cómo te llamas? – preguntó el niño.
-Ah, ¿yo? – el ojiverde se sorprendió – soy Jakhit – sonrió – uno de los doce sacerdote del templo de nuestro señor Derok…
-Un placer, Jakhit – elojigris hizo una ligera reverencia – ¿puedo preguntarte algo?
-Adelante… – sonrió el otro – le responderé todo lo que me sea posible.
-¿Hay alguna manera de dejar ofrendas a nuestro Dios, sin que el sumo sacerdote tenga que recibirlas?
Jakhit levantó una ceja y luego pasó la mano libre por su barbilla – pues, las ofrendas normalmente se envían al lago por las balsas de papiros, pero estas, solo el sumo sacerdote las puede enviar personalmente.
-¿Por qué? – Naü frunció el ceño.
-Pues… es que… – pasó saliva – no lo sé.
El de lentes suspiró – y si yo consigo una balsa y hago una ofrenda, ¿tiene que ser revisada por el sumo sacerdote?
-No lo creo – negó – si usted trae su balsa, puede liberarla en cualquier orilla del lago, supongo – se alzó de hombros – pero nunca ha pasado – hizo un mohín – ¿quién vendría cargando su propia balsa de papiro?
Naü observó el lago y sonrió – ¿esas balsas, son tuyas? – indagó al ver pequeñas balsas flotantes en la orilla.
-¿Esas? – el pelirrojo señaló un grupo de diez – son del templo – anunció – nosotros las hacemos para cuando el sumo sacerdote las ocupe.
-Comprendo… – Naü sonrió, buscó en su morral y sacó una delicada bolsita, de la cual, obtuvo una moneda de oro – ¿me venderías una?
Jakhit se sorprendió al ver la reluciente moneda – no, señor – negó – yo no puedo aceptar dinero, ese debe dejarse en el templo – señaló – pero si quiere un balsa, puede tomarla, yo la repondré después…
-Entonces, me la llevo y dejaré la moneda en el templo…
Naü quiso caminar a la orilla por la balsa, pero el pelirrojo no se lo permitió.
-Yo lo hago… – anunció y dejó la canasta de peces, apuró el paso, yendo por la delicada balsita y volvió con ella en manos, entregándosela al menor.
Naü sujetó por las orillas la estructura delicada, era solo un poco más pequeña que él – muchas gracias – sonrió y dio media vuelta.
-Ah, ¿no piensa usarla? – preguntó el mayor, un tanto curioso.
-Sí, pero voy a hacer algo más con ella.
El mayor frunció el ceño, pero quería saber qué quería hacer el niño con eso, así que recogió su cesta de peces y lo siguió. Los dos caminaron de regreso al templo, donde algunos sacerdotes trataban de calmar a los peregrinos, pues Bade no había salido aún.
-¡Exigimos ver al sumo sacerdote! – gritó el que los guiaba a los visitantes y se notaba claramente molesto.
Jakhit tembló y apresuró el paso, yéndose por la parte trasera del templo, dejando a Naü solo; el castaño caminó hasta los visitantes y se armó de valor para poder hablar, pues se sentía sumamente nervioso.
-Disculpe… – dijo con voz temblorosa, pero al no recibir respuesta, levantó la voz – ¡disculpe!
Las voces cesaron y todos miraron al menor, quien se sintió un poco cohibido por la situación; caminó, subiendo los escalones y le entregó al sacerdote de cabello azul pálido la moneda de oro, que estaba enfrente de todos, consiguiendo que no solo los sacerdotes, sino todos los presentes, se sorprendieran por dicha acción.
-Me dijeron que la moneda debe entregarse al templo – sentenció – es por la compra de la balsa – señaló el objeto que llevaba en mano y después se giró a los peregrinos – ah… yo… quizá no sea mucho – prosiguió con nervios al ver el semblante molesto de todos – pero, acabo de comprar una balsa de papiro – repitió – es mi balsa – dijo con total seguridad – y sé que es pequeña, pero es suficiente para enviar algunas de sus ofrendas a nuestro Dios Derok.
-Pero nadie puede enviar las ofrendas al Dios, más que el Sumo Sacerdote – interrumpió un Rhax, con algo de nervios.
Naü frunció el ceño – no – dijo con seriedad – en algunos bosques, las personas que creen en los Dioses, envían sus ofrendas por los ríos o las dejan en algunas zonas boscosas, sin que el Sumo Sacerdote intervenga – explicó – está en los libros – aseguró, pues él había tenido oportunidad de leer sobre rituales de los bosques sagrados, en la ciudad imperial, gracias a su abuelo – supongo que aquí es distinto, porque están algo aislados, pero si el Sumo Sacerdote no tiene tiempo, no pueden negarle a los visitantes su derecho a hacerlo…
-¿Es eso posible? – preguntó una mujer, que llevaba un bebé en brazos y sus ojos mostraron el anhelo y la ilusión que las palabras del castaño le habían provocado.
-Sí – Naü sonrió – pero como dije, no cabe todo lo que traen – señaló todos los objetos que llevaban.
-¡Podemos comprar más balsas! – dijo con emoción un peregrino.
-¿Cuánto cuestan las balsas? – indagó el líder con seriedad.
-Ah… es que, las balsas son del Sumo Sacerdote y bueno… – Anud tembló – como están hechas para él, son más especiales… así que…
-Una moneda de oro por cada una – sentenció el otro sacerdote, parecía desesperado.
“No tenemos tanto…” “¿Qué hacemos?” “No podemos gastar en balsas…”
Naü negó, los sacerdotes del templo no lo estaban poniendo fácil para los peregrinos e incluso, parecían desear que no compraran las balsas.
-Vi que eran diez balsas – prosiguió el de lentes – y compré una, por lo que quedan nueve, serían nueve monedas de oro, ¿cierto?
-Pues… sí – asintió el sacerdote de cabello azul.
-Tenga…
Naü le entregó la balsa de papiro al líder de los peregrinos y nuevamente buscó en su morral, sacando su bolsita y obteniendo nueve monedas de oro, agradeciendo mentalmente que siempre llevaba diez monedas de oro, diez de plata y diez de bronce a la mano, por cualquier eventualidad, pues tenía más dinero guardado en su equipaje, dinero que su abuelo le daba cada que salía de viaje, pero casi nunca gastaba.
-Aquí tiene, nueve monedas de oro – le entregó las relucientes monedas Anud – puedo quedarme con las balsas, ¿cierto?
Los ojos miel del sacerdote se abrieron con sorpresa – pero… es que…
En ese momento, Wared, el sacerdote más anciano salió por la puerta principal, al lado de él iba Jakhit.
-Son suyas, joven Kalzan – sentenció el hombre de barba, con una amplia sonrisa – puede disponer de ellas en el momento que desee.
-Pero, Wared… – el sacerdote de cabello guinda, miró con susto al anciano.
-¿Qué ocurre Rhax? El joven Kalzan pagó por las balsas, ¿no es así? – preguntó con seriedad.
-Sí, pero…
-Es que…
-No te preocupes, Anud – el anciano negó – todo estará bien, Jakhit y yo, las entregaremos en nombre de nuestro Sumo Sacerdote – explicó – él no puede atenderlos, pero eso no significa que los peregrinos no puedan enviar sus ofrendas a nuestro Dios, vamos – le hizo una seña al pelirrojo.
-Sí – Jakhit asintió y se acercó a Naü – vamos, joven Kalzan – sonrió con emoción.
Wared observó a los otros sacerdotes – atiendan al joven Quill, si lo necesita – pidió con seriedad – Jakhit y yo, volveremos en un rato…
Los peregrinos siguieron a los dos sacerdotes y a Naü, caminando hacia las orillas del lago, ante la mirada atónita de los otros sacerdotes que se quedaron; nadie se dio cuenta, pero sus rostros tenían un gesto de preocupación y parecían no querer entrar al templo.
* * *
Al llegar a la orilla del lago, Jakhit fue por las balsas y empezó a entregárselas a los peregrinos, quienes se agrupaban alrededor de ellas, hacían oraciones, elevaban plegarias y luego colocaban sus ofrendas, dejando las pequeñas embarcaciones en la orilla, pero sin soltarlas, pues esperaban a que les dieran la indicación.
El líder del grupo, se acercó con la primer balsa que Naü le había entregado y le sonrió al niño – joven, aquí tiene su balsa – dijo con una voz más suave.
-Ah, no – el castaño negó – la compré para ustedes…
-No, no puedo dejar que quien nos ayudó, se quede sin hacer una ofrenda a nuestro señor Derok – el hombre se inclinó ante el niño y dejó una rodilla en el piso – en mi pueblo, sabemos ser agradecidos – dijo con sinceridad – y realmente, no tengo manera de agradecer lo que ha hecho por los míos, para que este viaje no fuese en vano.
Naü suspiró y colocó su mano sobre la mano del hombre – no se incline ante mí – negó – yo no soy nadie importante, soy solo uno más que aún cree en sus propias convicciones y lo que sus abuelos le enseñaron…
El hombre sonrió ante el gesto de ese niño, sintiéndose mal, pues no creía merecerlo después de su forma de actuar – lamento mi manera de comportarme hace rato, pero tenemos días caminando, sufriendo el calor, luchando contra bandidos, aguantando hambre, sed y algunos otros problemas, solo para llegar aquí y pensé que solo se estaba burlando de nosotros…
-No se preocupe, yo sé lo que es el desespero…
-Por favor – el hombre le acercó una vez más la pequeña embarcación de papiro – esta balsa es suya – repitió – no sería bueno que aquel que ha defendido la importancia de nuestro señor Derok, no le haga una ofrenda también.
-Ah…
-Tómela, joven Kalzan – Wared le sonrió – seguramente nuestro señor Derok, agradecerá una ofrenda suya.
-Pero… – Naü titubeó – no tengo nada digno de ofrecer…
-Cualquier cosa, por pequeña que sea, es suficiente para nuestro Dios, si la ofrece con el corazón – sonrió el anciano.
Naü suspiró y luego asintió, recibió la balsa y caminó a la orilla, sacó de entre sus cosas el pergamino con el dibujo de una garza, el mismo que había estado dibujando esa mañana y lo colocó encima; pero al ver su pequeña ofrenda pensó que no sería suficiente, así que también, sacó una de sus plumas de dibujo, la puma de una garza real, que su abuelo le había obsequiado en su cumpleaños y la coloco al lado de su dibujo. Cerró los ojos y respiró profundamente.
-Mi señor… – musitó y colocó la mano en su pecho, mientras sus palabras apenas se escuchaban – no tengo mucho que ofrecerle, ni tampoco algo que pedirle en realidad, que usted pueda darme – sonrió con tristeza – pero si le es posible y si está en su poder lograr cualquier cosa, solo hay algo que deseo – sus ojos se humedecieron – quisiera que mis padres… algún día me amaran tanto, como aman a mi hermano…
Después de eso, se limpió los ojos con rapidez y le hizo una seña al sacerdote más anciano; con esa indicación, todos estaban listos para liberar sus ofrendas. Wared hizo un cantico sencillo y a una señal de Jakhit, todos liberaron las balsas.
Lentamente y gracias al movimiento del agua, las pequeñas embarcaciones se adentraron al lago y poco a poco, los peregrinos empezaron a retirarse, satisfechos de haber llegado y conseguido que sus ofrendas y plegarias, estuvieran en camino hacia su Dios. El único que se quedó en la orilla, esperando a que las balsas se perdieran, fue Naü, sin darse cuenta que Wared y Jakhit se quedaban tras él.
-Lo que hizo hoy, joven Kalzan… – la voz del anciano sacó de sus pensamientos al niño – fue el gesto más noble que he visto en años – sonrió.
-Solo hice lo que cualquiera haría – sonrió con tristeza – mi abuelo me dijo que todos debemos tratar a los demás, como nos gustaría que nos traten, por eso se debe ser amable y ayudar a las personas que lo necesiten, eso hace una buena persona, un gran noble y un futuro líder – suspiró – y aunque yo no vaya a ser el líder de mi familia, quizá, llegue a ser alguien importante, que marque una pauta en la vida de las personas necesitadas, no por mi apellido, sino por mis acciones…
-Seguramente, en el futuro, será un gran hombre – Jakhit sonrió triste, pero observó a Wared y su mirada verde le dijo todo al anciano, quien suspiró.
-Con la venia de nuestro señor Derok, así será – sentenció el de barba, esperando que esa petición llegara a su Dios.
* * *
Derok estaba recostado en las raíces de su árbol de vida, tomando el sol que se colaba por las frondosas ramas; la noche anterior se había bebido todo el vino de palma y decidió que no iría a ningún lado, pues tenía que tomarse un día de descanso.
El dios de cabello verde aqua, estaba semi inconsciente, no por la bebida, sino por el estado de relajación en el que se había sumido, que lo hacía dormitar por momentos, pero el sonido de los animales lo alertó, obligándolo a incorporarse de inmediato.
-¿Qué ocurre?
Sin dudar, de varios saltos, subió a la copa de su árbol, buscando con su mirada en los alrededores; los animales parecían ansiosos e inquietos, así que algo importante estaba ocurriendo. Momentos después, captó el sonido de sus hipopótamos, a la par que alcanzaba a ver como algo se movía por la superficie del lago, yendo directamente al centro de los islotes. Con rapidez, se movió entre los árboles, llegando a la orilla en solo unos segundos, observando como Bum y Chom guiaban diez balsas hacia él.
-¿Ofrendas? – su rostro mostró confusión – tengo mucho tiempo que no recibía tantas ofrendas.
Entre los hipopótamos, lagartos pequeños, peces y algunas serpientes acuáticas, acercaron todas las balsas a la orilla.
-¡Vaya! – los ojos naranjas repasaron las balsas – ¡¿pero qué tenemos aquí?! – su voz sonaba emocionada, mientras revisaba todo lo que le había llegado.
Comida, objetos relucientes, pieles de animales y por sobre todo, vino, era lo que más abundaba en las balsas; cada que sujetaba algo, el viento le entregaba la plegaria de la persona que le había enviado eso.
-Peregrinos… – sonrió – creí que ya no había peregrinaciones – suspiró, mientras escuchaba cada plegaria – han estado sufriendo… – su voz sonó pesarosa – me he enfrascado en cuidar las riveras que he abandonado un poco el interior de mi territorio – negó – tengo que hacer mejor mi trabajo, si Nyrn se entera, me regañará…
Finalmente, llegó una balsa que parecía sola, algo que llamó la atención del Dios. Al acercarse, encontró un pergamino y una pluma, al sujetarlas, un ligero olor llegó a su nariz; acercó los objetos y el olor se volvió más intenso, pero le era sumamente agradable, como si de algo extremadamente dulce se tratara, así que aspiró con ansiedad e inclusive, relamió sus labios.
-¿Será comida? – preguntó en un murmullo y abrió el pergamino, observando el dibujo de la garza, alimentándose – que extraño…
“quisiera que mis padres… algún día me amaran tanto, como aman a mi hermano…”
Derok ladeó el rostro y observó el dibujo, sonrió de lado y bajó el rostro – es la pegaría más sincera que he tenido y lamentablemente, no la puedo cumplir – negó – no puedo obligar a las personas a cambiar sus sentimientos – levantó el rostro y observó hacia el lugar dónde se erigía el templo – lo siento… – se disculpó al viento – pero si la persona que hizo esta plegaria es tan dulce como su olor, logrará que sus padres se den cuenta de lo mucho que vale…
Con mucho cuidado, enrolló el pergamino y lo sujetó en su mano, también coloco la pluma entre su ropaje, como un pequeño accesorio que se distinguía en medio de las hojas y ramas.
-Bien, ¡tengo plegarias que cumplir! – anunció con emoción – pero primero… la comida, repártanla – hizo una seña a sus hipopótamos – solo déjenme un poco de carne y todo el vino – estaba ansioso por probar todos los cantaros que le habían llegado – las pieles de animales, no las necesito, pero seguramente puede servir para que otras bestias hagan sus nidos, así que, llévenlas a la zona de apareamiento – ordenó con seriedad – las cosas brillantes… ah… no sé… llévenlas a la cueva, me da igual lo que pase con eso, a mí no me sirven…
Los animales empezaron a moverse para hacer su trabajo y Derok volvió a su árbol de vida. Con un movimiento, hizo que una de las ramas del árbol, creara en un pequeño hueco; iba a meter el pergamino ahí, pero antes de hacerlo le dio una última olfateada, le gustaba el olor, parecía un dulce perfume de flores. Negó y dejó el pergamino en el lugar que había creado, exclusivamente para él, después, sujetó la pluma y estuvo a punto de dejarla también, pero al final, la volvió a colocar en su ropaje, así podría traer el olor cerca.
-Ahora sí, a alcanzar a los peregrinos para ayudarles con lo que los aqueja físicamente – sonrió divertido – y quizá, conocer al dueño de este olor tan interesante…
Sin dudar, empezó a correr, de esa manera, haría todo con rapidez y nadie lo notaría, pues su velocidad era tal, que para el ojo humano era imposible verlo.
* * *
Comment Form is loading comments...