Caítulo III
“Lo siento, padre, no sé qué pasó, yo había terminado mis papiros, pero cuando regresé al camarote, ya no estaban completos…”
Con esa excusa, Maë se había escapado del castigo y además, consiguió que sus padres pensaran que Naü había hecho algo con el trabajo de su hermano, pues era el único que estuvo en el camarote en casi todo el viaje. El menor ni siquiera pudo defenderse y obviamente, sus padres le dijeron que lo castigarían al volver a la ciudad imperial y que si no quería un castigo más grande, debía comportarse durante su visita al castillo Quill.
El de lentes tuvo que ocultar su molestia, pues tampoco podía decir nada y se tragó sus lágrimas para no llorar delante de su hermano.
Antes de mediodía, siguieron el camino por tierra, pues el castillo y templo de Derok, se encontraba a mitad de la enorme y solitaria montaña, la más alta de todo el país, pues esta tenía una inmensa meseta, dónde nacía el gran lago que alimentaba los ríos y solo podían acceder a él, gracias a los carruajes; Naü observaba maravillado el paisaje, pues ahí todo era verde, frondoso y lleno de vida. La ciudad imperial estaba cerca del mar, pero además, era rodeada de una zona de pastizales, que buscaban más que nada la producción agrícola, por eso solo había campos de cultivo y pocos arboles grandes; pero ese lugar a dónde llegaban, al menor le parecía sumamente mágico, especialmente por la variada vegetación, que le provocó realizar dibujos en sus pergaminos.
Naü gustaba de dibujar y era mucho mejor que Maë, aunque sus padres no se lo reconocían, porque dibujaba solo para él y los dibujos que ellos miraban, eran las tareas de su mellizo y ellos pensaban que los hacía su hermano.
El sol empezaba a perderse en el horizonte, cuando los carruajes llegaron al palacio; la familia Kalzan descendió de ellos, mientras que la familia Quill se encontraba en los escalones principales de su castillo, esperándolos.
Cuando los recién llegados estuvieron frente a la escalinata, las presentaciones iniciaron.
-Buenas tardes, yo soy Moriza Quill, anterior suma sacerdotisa de nuestro señor Derok – sonrió una hermosa mujer morena, de cabello naranja que caía por su espalda; portaba una túnica en color rosa pálido y sus ojos purpura mostraban una mirada tranquila y dulce.
Naü correspondió la reverencia, pero fue el único de su familia, pues tanto sus padres como su hermano, la miraron con altivez. Al lado de la mujer, un joven de cabello naranja, portaba una túnica de un tono carmesí llamativo, pero parecía nervioso.
-Él es mi segundo hijo – señaló al menor con un ademán sutil – Bade Quill, actual sumo sacerdote, aceptado por nuestro Dios cuando cumplió quince años y en tres lunas más cumplirá diecisiete – explicó con rapidez.
-Bienvenidos a la meseta – dijo el chico de ojos verde agua con voz trémula.
Lort entrecerró los ojos y escudriñó al sacerdote, le parecía tan insignificante, que no creía que fuese cierto que el Dios de la meseta lo hubiese aceptado. Maë entornó los ojos al escuchar la voz del sacerdote y prefirió mirar a otro lado, encontrándose con un joven que llamó inmediatamente su atención, en el pequeño séquito que estaba atrás. Naü por su parte le sonrió condescendiente a Bade, quien le correspondió la sonrisa, parecía haberse calmado por esa muestra de aceptación.
-Permítanme presentarles al resto de la familia – prosiguió Moriza – él es mi esposo, Yadell Quill – señaló al hombre moreno que tenía un semblante adusto y de pocos amigos, quien solo hizo un movimiento con su rostro, a modo de saludo – mi hijo mayor, Gowe – y los ojos de Maë brillaron, pues ese joven de ojos purpura, era quien le había llamado la atención momentos antes – y finalmente, Xalla, mi pequeña hija – la jovencita se acercó e hizo una gran reverencia, levantando su vestido y sonriendo amistosa.
Solo Moriza y Bade compartían el color de cabello naranja, pues sus otros dos hijos, tenían el mismo color que el padre, negro azulado, que enfatizaba el tono moreno de su piel y producía que sus ojos llamaran más la atención, especialmente los ojos del hijo mayor, que igual que su hermanito, eran verde agua, como los de su padre.
-Y finalmente – la pelinaranja hizo un movimiento y un hombre mayor, con su cabello blanco por las canas, se acercó – él es Wared, el líder de los doce sacerdotes del templo.
El anciano hizo una gran reverencia, pues sabía que los visitantes venían de la ciudad imperial y ahora, debían de rendir pleitesía a las familias reales también.
El pelirrojo lo ignoró, pues si ni siquiera tenía interés en los guardianes de Derok, menos en un simple sacerdote, aunque fuera el líder de los otros en el templo.
-Yo soy Lort Kalzan – dijo con superioridad – escriba y uno de los cinco consejeros de su majestad, el emperador de Wassäll – dijo con orgullo – y ellos son mi familia, mi esposa Asim – señaló a la mujer de cabello castaño – mi primogénito y futuro señor de las tierras de Kalzan, Maë – dijo con orgullo señalando a su hijo mayor – y su gemelo, Naü.
El de lentes suspiró, siempre hacía notar que él no recibiría herencia, pues todo iba a ser para su hermano; en ocasiones, parecía que su padre disfrutaba de hacerlo sentir menos, aunque sabía que eso era un comportamiento normal en las familias nobles, pero aunque debía acostumbrarse, no podía.
-Espero que su viaje haya sido agradable – sonrió Moriza.
-Fue horrible – la voz de Asim se escuchó con dramatismo – la pasé muy mal, solo quiero descansar…
-Las habitaciones ya están dispuestas para su uso y en un momento más se servirá la cena, adelante, por favor…
La familia Quill se hizo a un lado, dejando pasar a sus visitantes, pero Naü notó algo que nadie más hizo; su hermano Maë le hizo un gesto coqueto a Gowe, quien se sorprendió por esa actitud.
«No debes hacer eso…» pensó el menor contrariado. Sabía que su hermano gustaba de coquetear, pero una cosa era hacerlo con siervos y otra, con jóvenes de familia respetada, pues eso podría ser considerado un compromiso formal y bien sabía que su padre ya había pensado en la esposa perfecta para su primogénito, pues quería que Maë, se llenara de descendencia legítima, que siguiera con el apellido Kalzan.
* * *
Después de la cena, todos fueron a sus habitaciones; Naü agradeció no tener que compartir alcoba con su hermano, por lo que se sintió más libre de hacer lo que siempre deseaba y normalmente evitaba. Tomó un largo y relajante baño de tina, se colocó una túnica ligera para dormir, pero en vez de ir a la cama, decidió despejarse un poco.
Sin dudar, salió al enorme balcón de su habitación y aspiró el aroma de la brisa fresca. A lo lejos, alcanzaba a ver la orilla del gran lago, con un pequeño atracadero para las balsas de papiro; más allá, pudo notar a los animales, tanto en la orilla, como dentro del agua.
-Es hermoso… – suspiró con ilusión y acomodó sus lentes para observar con más claridad – mañana haré algunos dibujos mientras mi padre y mi hermano se ocupan – sonrió – no creo que a mi madre le moleste – dijo con tristeza, pues desde hacía mucho tiempo, a su progenitora parecía importarle poco lo que le ocurriera.
Estaba enfrascado en sus pensamientos, cuando vio a alguien recorrer los jardines con un farolito, yendo hacia el lago.
-¿Quién será? – se mordió el labio, no quería meterse en los asuntos de otros, pero una idea llegó a su mente – ¿Maë…? – dijo con susto, si era su hermano, seguro no iba a hacer nada bueno.
Corrió hacia la cama, agarró una bata gruesa y se la colocó sobre los hombros, para salir corriendo tras la persona que había visto; bajó las escalinatas que daban a los jardines y siguió la pequeña luz, llegando hasta el atracadero. Con sigilo se acercó, tenía nervios, pues si era su hermano, seguro se molestaría con él por interrumpir cualquier cosa que hiciera.
-¿Maë? – preguntó con debilidad al ver la silueta cerca del piso de madera.
La persona giró el rostro y se asustó al verlo, pero a diferencia de lo que Naü pensó, no era su hermano, sino Bade; los ojos agua del joven, mostraban el asombro de verlo ahí y el otro suspiró, aliviado de que no fuese su gemelo.
-Ah, yo… lo siento – el de lentes sonrió nervioso – pensé que era mi hermano.
Bade suspiró también – yo pensé lo mismo… – dijo con nervios – no quisiera que me encontraran aquí – aseguró con rapidez, mientras colocaba una botella en una pequeña balsa de papiro.
-¿Por qué? – indagó el castaño, observando curioso, lo que el otro hacía.
-Porque… – titubeó – si te lo digo, posiblemente como todos los demás, no me lo vas a creer.
-Si no me lo dices, ¿cómo vas a saberlo?
El pelinaranja levantó el rostro – está bien, lo que sucede es que… hace mucho, escuché la voz de mi señor Derok – dijo en un murmullo.
-¡¿Lo conoces?! – preguntó sorprendido el otro y luego se palmeó la frente – ¡que tonto! – dijo para sí – obvio que lo haces, eres su sacerdote.
-No lo conozco – negó Bade – realmente, jamás lo he visto – empujó la pequeña balsa para que el movimiento del agua la aleara de la orilla – yo solo… lo escuché la noche de mi aceptación – confesó – no soy completamente digno de verlo, al parecer – una risa triste lo asaltó.
-Pero… te aceptó, ¿cierto?
El pelinaranja desvió la mirada – s… sí – asintió con rapidez – eso sí – repitió – obtuve una flor de sangre – suspiró – la flor más hermosa que existe en el mundo – sonrió, aunque su gesto tenía un tinte melancólico – pero, a él no lo conozco…
-Entiendo – Naü asintió – y, ¿qué es lo que haces exactamente? – indagó observando la pequeña barca.
-A nuestro señor Derok le gusta el vino de palma – explicó – así que, siempre que puedo, vengo a dejarle una botella al lago, intentando congraciarme con él…
-Y no quieres que nadie se entere… ¿porque…?
-Porque nadie me lo creería – suspiró – sólo recibí una flor de sangre en mi aceptación, pero nada más – su mirada aqua se posó en la pequeña balsa que ya se alejaba – es un poco decepcionante – sonrió tristemente – yo esperaba convertirme en su…
Naü pasó saliva y se abrazó a sí mismo – ya… ya entiendo –dijo nervioso, interrumpiendo al otro, pues conocía sobre los bosques sagrados, especialmente lo ocurrido en el bosque de Nyrn y de Keroh, así que sabía a lo que se refería, aunque a él le avergonzaba hablar de eso – pero, si te aceptó, a lo mejor más adelante…
-No creo – negó – los señores Eroim de Nyrn y Dourent de Keroh, conocieron a sus dioses el mismo día de su aceptación, así que, si no conocí a mi señor Derok en ese momento, ahora ya es imposible.
Naü acomodó sus gafas y observó la balsa, que apenas se distinguía en el lago, gracias a los rayos de luna; era obvio que para el sacerdote de Derok, era importante y se sentía menos por no haber conseguido conocer a su Dios, quizá era una sensación parecida a lo que él sentía, aunque era con su familia.
-No te preocupes – entrelazó sus dedos tras su espalda – seguramente nuestro señor tiene pensado algo más para ti, en el futuro…
Bade bajó el rostro – eso espero…
* * *
Derok estaba sentado, a la orilla de uno de los tantos islotes que estaban en el centro del gran lago de la meseta; el lago era tan grande que no importaba si una cuarta parte era inaccesible para los humanos, ellos disfrutaban las ventajas de los alrededores, dónde los peces eran abundantes, a pesar de no poder entrar al centro, donde la vegetación era más exuberante. Estaban conscientes de la razón, en algún punto, en el centro, estaba el árbol de vida de su Dios y debían respetarlo.
Un sonido llamó la atención de Derok, levantó la mirada y observó cómo Bum y Chom, sus hipopótamos, se apartaban, dejando pasar la pequeña balsa.
-Justo lo que esperaba – sonrió y movió la mano, produciendo que la brisa moviera el agua y la balsa llegara hasta él, pero no fue lo único.
Antes de sujetar la botella, un olor extraño llegó a su nariz; aspiró profundamente y frunció el ceño.
-Este no es el olor de mi sacerdote solamente – dijo con curiosidad y volvió a inhalar, era un olor tenue, suave – dulce… – musitó, pero inmediatamente negó, aunque lo fuese, no le parecía algo tan llamativo, pues estaba mezclado con algo más, así que prefirió restarle importancia – parece que hay visitas en el palacio – hizo un mohín – Bum, Chom – las enormes bestias levantaron la cabeza y le pusieron atención – que nadie se acerque al palacio, si hay visitas, pueden no estar familiarizadas con los animales y ocasionarían accidentes si los ven cerca…
Recogió la botella y caminó hacia su árbol de vida, había pasado un día muy ocupado, acababa de regresar a su hogar, así que deseaba descansar y dormir.
* * *
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