Capítulo II
Las nubes se alzaban en el horizonte, las enormes velas del barco que recorría el gran río se miraban desde la lejanía. En cubierta, un hombre observaba los alrededores con curiosidad, especialmente las aguas que, a pesar de la corriente, se miraban claras y calmas.
-¿Seguro que han ocurrido accidentes? – preguntó el pelirrojo al capitán de la nave y caminó acercándose a él – no parece que los animales se acerquen a las embarcaciones – dijo con seriedad.
-Señor Kalzan – sonrió el hombre de piel morena – usted vive en la ciudad imperial, así que, con todo respeto, es imposible que conozca de la actividad de los animales de los ríos de Derok – dijo con seguridad.
Desde que Skoll se había convertido en la pareja del Dios del bosque de Nyrn, ahora, cada bosque llevaba el nombre del Dios regente.
-Bien – los ojos aceituna del hombre se fijaron una vez más en el agua – pero necesitaré conocer a las personas afectadas y por lo menos, presenciar una situación peligrosa para poder realizar la petición formal al emperador, de enviar milicia a estos lugares, tal y como lo solicitó el sacerdote Quill – se cruzó de brazos.
Desde un año antes, los sumos sacerdotes de casi todos los templos ya no gozaban de tantos privilegios, pues no tenían contacto directo con los Dioses; seguían siendo los dirigentes, pero después de lo ocurrido en la ciénaga de Keroh, al saber que la familia que llevaba los rituales, tendría indiscutiblemente la bendición de un Dios, por eso, al saber que no eran realmente necesarios, sus privilegios habían cambiado, especialmente en la política, donde reyes y mandatarios les habían retirado la mayoría de sus derechos.
-Padre… – la voz de un jovencito se escuchó y el pelirrojo giró el rostro para observar al niño que se acercaba – mi madre sigue indispuesta – dijo con algo de preocupación.
Lort respiró profundamente y asintió – iré a verla – anunció y caminó hacia la escalera para bajar a los camarotes.
El niño se quedó ahí y caminó hacia la orilla, dónde estaba el capitán; sus ojos grises se miraban enormes debido a sus gafas de aumento y su piel trigueña contrastaba no solo con su ropa blanca, sino con su cabello castaño, en un tono rojizo claro.
-No te acerques mucho al borde – indicó el capitán.
El niño se sobresaltó – ah, disculpe – sonrió y acomodó sus gafas – es solo que, es la primera vez que viajamos con mi padre y realmente, me gustaría ver a los hipopótamos…
-Eso será sencillo – sonrió el hombre, mostrando su dentadura blanca que contrastaba con su piel – seguramente en una hora más, nos toparemos con ellos – aseguró – la temporada de lluvia es su época de apareamiento, ¿sabías?
-Sí – asintió el menor.
-Por eso son más agresivos, especialmente los machos – sentenció el mayor – nadie se mete en su territorio, ni con sus parejas…
-Y ¿qué hay de los cocodrilos?
La carcajada del hombre se escuchó con fuerza – esos son feroces, pero nada pueden hacer contra los hipopótamos – su voz era segura – ellos son más pesados y los cocodrilos prefieren mantener la distancia o pueden resultar gravemente heridos…
-Vaya…
-Naü… – la voz de alguien se escuchó y el de lentes suspiró – ¡ven acá! – ordenó el otro, de manera autoritaria – aun no terminas el trabajo.
-Ya voy… con permiso… – dijo para el hombre que dirigía la embarcación y regresó sus pasos para ir a su camarote.
-¿Qué hacías? – preguntó su mellizo con desconfianza.
-Nada, solo quería ver hipopótamos – confesó.
-De nuevo soñando con esas bestias – Maë hizo un gesto de repulsión – deberías enfocarte en otras cosas – regañó – aun no has terminado los dibujos, así que, a trabajar…
-¿Por qué no lo haces tú? – indagó con timidez – papá siempre piensa que los haces tú, ¿o no?
-Porque yo tengo cosas más importantes que hacer, que mancharme los dedos con tinta – sonrió el mayor.
-Coquetear con el ayudante del capitán, no es tan importante… – mencionó Naü entre dientes.
La mano del mayor lo sujetó del largo cabello, consiguiendo que el menor se quejara y tratara de alejarlo sin conseguirlo. Maë puso contra la pared a su hermano y sus ojos verdes, escudriñaron el rostro que tenía un tinte de dolor; le molestaba que fueran idénticos físicamente, aunque los ojos grises de su hermano era la única manera que sus padres tenían para diferenciarlos a primera vista, pero él sabía bien que eran completamente opuestos en su manera de ser.
-Si te atreves a mencionárselo a mis padres, te irá peor que la última vez en casa, cuando les dijiste que besé al criado del tío Laem, ¿entendiste? – amenazó.
-Ya sé, ya sé… – se quejó el de lentes, recordando lo que había ocurrido en esa ocasión.
Maë se había escapado de sus deberes, para ir a “jugar” con un joven que había llegado junto con su tío; el chico era mayor que él y sus juegos eran algo que estaba prohibido, aun así, Naü no se atrevía a decir nada, pero su madre lo confrontó y por temor a ella, más que a su mellizo, tuvo que confesar que el otro se iba a “besar” con el criado de su tío. Obviamente Maë no fue castigado, pues no pudieron demostrar nada, pero Laem Kalzan, castigó a su criado por intentar acercarse a su sobrino favorito; aun así, el que recibió un castigo que nadie supo, fue Naü, a quien su hermano golpeó en el estómago varias veces, por andar contando cosas que no debía.
-¡Bien! – el mayor forzó una sonrisa y le dio palmaditas en las mejillas al otro – no quisiera ser ahora yo, quien le diga a nuestros padres, que te has metido con los criados…
-¡Pero eso no es cierto! – alegó el niño.
-¿Te creerán? – preguntó con inocencia fingida – después de todo, la última vez mentiste para perjudicarme – sonrió, ya que él se encargó de que sus padres pensaran que Naü solo había dicho una mentira, porque le tenía envidia – seguramente mentirías de nuevo, para tratar de salirte con la tuya.
El menor hizo un mohín y sus ojos se humedecieron; él no mentía, pero nadie le creía. Parecía que su hermano tenía a todos comiendo de la palma de su mano, porque era un chico “inocente”, dulce y muy amable, por eso se malinterpretaban sus acciones.
-Maë, Naü – la voz de su padre los sorprendió.
El mayor cambió su semblante con rapidez – ¿pasa algo, padre? – preguntó con suavidad.
-¿Qué hacen aquí? – indagó el mayor con algo de desconfianza.
-Nada… – Maë negó – solo fui por Naü a la cubierta, no es bueno que ande solo con los trabajadores del barco, ¿no lo crees? – su mirada se posó en su hermano con malicia – podrían malinterpretarse las cosas…
-Yo no hice nada malo… – se defendió el de lentes, bajando la mirada.
El pelirrojo entornó los ojos, no estaba para cuidar de sus hijos y menos de Naü, de quien desconfiaba más.
-Naü, ve al camarote y no salgas de ahí – ordenó.
-Pero… pero…
-¡Ve! – gruñó.
El niño apretó los puños y caminó hacia dónde su padre le había ordenado.
-Maë, ¿ya terminaste tus deberes?
-Sí – mintió – ¿puedo quedarme en cubierta contigo?
-Yo no estaré en cubierta – negó el mayor – tu madre sigue indispuesta, así que me quedaré con ella, deberías ir a recostarte también…
-Pero, es aburrido – suspiró haciendo un mohín – ¿me dejas quedarme arriba un rato?
-No, no es correcto, tú mismo lo dijiste – sentenció el ojiverde cruzándose de brazos.
-Pero yo no haré nada malo, padre, no soy como Naü – dijo fingiendo demencia, pues cada que podía, hacía que sus padres desconfiaran más de su hermano – además, no hablaré con nadie, lo prometo, solo quiero ver a los hipopótamos…
El pelirrojo suspiró, pero no podía negarle nada a su hijo mayor – está bien, pero, no hables con nadie, ¿entendido?
-Sí – asintió y dio media vuelta, yendo a la salida.
Lort regresó sus pasos para ir a su camarote, cuando al dar vuelta en una esquina, se encontró con Naü.
-¿Por qué? – preguntó el niño mirándolo hacia arriba.
-¿Por qué, qué? – el mayor frunció el ceño.
-¿Por qué a mi hermano le das todas las libertades que a mí me niegas? – su mirada gris estaba húmeda – ¿Es solo porque es tu primogénito?
-No, es porque él tiene toda mi confianza – soltó el pelirrojo con seriedad.
-Pero yo no he hecho nada malo, y él…
-Si vas a levantar falsos contra tu hermano, voy a castigarte.
-¡Jamás he mentido! – reprochó el niño – he respetado a la familia más que él y ni tú, ni mi madre, me creen cuando digo la verdad, él hace cosas malas y ustedes…
La mano de su padre se estampó contra la mejilla con tanta fuerza, que sus lentes cayeron al piso y evitó que siguiera hablando.
-¡No calumnies a tu hermano! – gruñó, mientras el niño pasó la mano por su mejilla lastimada y sollozó – él es el futuro señor de Kalzan y más vale que dejes de ponerte en su contra o levantarle falsos, porque no voy a creerte, ¿entendido?
Naü levantó el rostro, mirando con dificultad a su padre y su labio tembló, pues quería decirle algunas cosas, pero no lo hizo, a sabiendas que no le creería; respiró profundamente y dio media vuelta, yendo a encerrarse en la pequeña habitación que compartía con su mellizo.
El ojiverde suspiró; no le gustaba castigar a Naü, pero no entendía por qué hablaba mal de Maë, si el otro parecía adorarlo. Le dolía el haberlo golpeado, pero así lo habían educado a él y creía que era la única manera de enmendar su camino, especialmente si no comprendía lo delicado de su situación, así que, no iba a ir a hablar con él, quizá, de esa manera, entendería a comportarse y que no debía hablar mal de su gemelo.
Antes de ir al lado de su esposa, se inclinó y recogió las gafas, observándolas con tristeza; Naü era inteligente, pero tenía deficiencia visual, algo que había conseguido que fuese menos independiente que el mayor. Muchas veces pensó que de ahí venía esa envidia hacia el otro, pues mientras que Maë era capaz de hacer todo por él mismo, Naü pasó muchos años dependiendo de otros, hasta que se le adaptaron gafas.
-Algún día te darás cuenta, que tu actitud no es la correcta, especialmente con tu hermano – dijo en un murmullo.
* * *
El pequeño castaño se lanzó contra la cama y ahogó un sollozo; no quería llorar, no quería darle el gusto a su hermano de verlo vulnerable, ni débil, como siempre le decía que era.
“Tú eres un buen niño, Naü, fuerte y por sobretodo, más noble que tu hermano, por eso tienes tu distinción especial, demuéstrale a tus padres que están muy equivocados contigo…” las palabras que su abuelo siempre le decía, le hicieron levantarse y limpiar sus mejillas.
-Tienes razón, abuelo – dijo con seguridad y respiró profundamente, tratando de calmarse y poner su mente en blanco.
Su abuelo materno, era el único que le creía cuando le decía lo que ocurría con su hermano, era el pilar que lo sostenía, por eso, antes de partir a ese viaje, le prometió que no permitiría que Maë le hiciera sentir mal.
Minutos después, el niño estaba más repuesto.
-Estoy mejor… – sonrió – no te preocupes abuelo – dijo cerrando los ojos y evocando el rostro sonriente de esa única persona que sentía que lo apreciaba en su familia – te prometí por nuestro Dios Derok que no dejaría que Maë me hiciese sentir mal, así que, tengo que cumplirlo – aseguró.
Naü respiró más tranquilo y pasó las manos por su cabello, haciéndolo para atrás con sus dedos; de su muñeca, agarró un listón que siempre traía y se ató una coleta, para que no le molestara mientras trabajaba, pero cuando terminó, se dio cuenta que no iba a poder hacerlo, pues no traía sus gafas.
-Bueno… – sonrió divertido – de todos modos, esa es tarea de Maë, así que, yo no tengo la culpa que no la haya hecho – se alzó de hombros y se recostó en la cama para tomar una siesta.
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