Capítulo XXV
Después de que Naü se despidió de su hermano, Derok lo llevo a dónde Shaka y Asim estaban preparando el cuerpo de su gemelo para que llegara a su última morada, colocándole una túnica blanca, mientras los siervos cavaban la tumba en el cementerio de la familia guardiana. El niño, apoyado por Moriza y Wared, realizó una pequeña ceremonia para despedirse de Maë y le lloró con sentimiento, a pesar de saber que su hermano había partido en paz. Finalmente, después de las diez, todos estaban en el comedor, desayunando, aunque el ambiente era algo triste, pues Naü se mantenía ausente.
Antes de finalizar el almuerzo, una lluvia torrencial se desató.
-Qué raro… – el de lentes miró hacia los ventanales – mi señor Derok dijo que hoy irían a la ciudad imperial, ¿no es así? – preguntó para su padre.
-Sí – Shaka también tenía un gesto confundido – es extraño que empiece a llover si quiere que empecemos el viaje hoy.
-El viaje será difícil con estas condiciones – anunció el general Adhio.
-Quizá cambió de parecer – interrumpió Moriza – es lógico pensar que debido al reciente luto, esperará a mañana, ¿o no? – preguntó intrigada, pues sabía que Naü había sufrido mucho por la muerte de su hermano y seguramente Derok no quería dejarlo solo por muchos días.
-Él no me dijo nada – negó el menor y pasó la mano por su vientre, pues su pequeña semilla empezó a brillar, parecía emocionada y no entendía la razón – pero a lo mejor cambió de opinión en la mañana, después de verme – sonrió débilmente.
Un relámpago surcó el cielo y el trueno estridente hizo que los cristales vibraran, consiguiendo que Naü se pusiera nervioso; las dos puertas del comedor se abrieron poco después y Herit ingresó corriendo.
-¡Señor Zadga! – dijo con nervios – ¡los Dioses!
-¿Los Dioses? – preguntó Shaka intrigado, pues no comprendía.
-Los trece, mi señor… – dijo el hombre con un gesto de incredulidad – todos, están aquí.
-¡¿Los hermanos de Derok?! – preguntó Naü poniéndose de pie.
-Sí – asintió Herit.
Naü no esperó más y corrió hacia la salida, seguido de cerca por Lalui y Jirare; todos los presentes en el desayuno, también decidieron seguirlo, pues no sabían qué ocurría.
«Por eso estás emocionada…» pensó para su pequeña semilla «todos tus tíos están aquí…» dijo con preocupación, pues su hijo también se había puesto así en la boda de Keroh, cuando todos los hermanos de Derok lo habían ‘saludado’, pero ahora no comprendía qué hacían en su hogar y solo podía pensar que había pasado algo grave.
Naü llegó al acceso principal y no le importó que la lluvia siguiera cayendo con fuerza, salió del palacio y se quedó de pie, al principio de la escalera, empapándose, observando como Derok y sus hermanos estaban al final de la misma, hablando.
El de cabello aqua levantó el rostro, pues escuchó el llamado de su hijo y se sorprendió de ver a Naü; sus hermanos también miraron hacia las escaleras y con un ligero ademán saludaron al menor.
El niño bajó los escalones con cuidado, pues al estar húmedos, podía ocurrir un accidente, pero Derok lo alcanzó a mitad de la escalera.
-¿Por qué sales mientras llueve? – preguntó con seriedad – puedes enfermar – señaló, mientras hacía que los árboles que estaban a los costados de la escalinata se movieran y crecieran, produciendo una cubierta con sus ramas, para que su pareja no se mojara más.
-¿Qué ocurre? – indago el ojigris – ¿por qué están todos aquí? – su voz era nerviosa.
El de ojos naranjas sonrió y le besó la frente – no pasa nada, tranquilo…
Shaka llegó en ese momento, al lado de ambos – mi señor… – su voz era seria – ¿sucede algo malo?
-No, Shaka Zadga – negó Derok – mis hermanos están aquí, porque les dije que quería que me acompañaran a la ciudad imperial.
El canoso pasó saliva y sus ojos grises observaron con detenimiento al grupo variopinto que estaba al final de la escalera. Todos tenían la piel verde, aunque el color de cabello era diferente y el semblante también; algunos tenían un gesto serio, que podía provocar escalofrío, mientras que otros tenían un semblante más pacífico, incluso amistoso y uno de ellos estaba observando curioso alrededor, como si no le importara mucho lo que ocurría en realidad.
-¿Todos irán? – Naü observó a sus cuñados – pero, amor, son muchos días de viaje, Skoll y Tariq se quedarán solos también…
Derok levantó una ceja – ¿días? ¿Crees que me iré por días y te dejaré solo? – preguntó serio – por supuesto que no – negó – nuestro hijo no puede estar días sin nuestros nutrientes – anunció poniendo la mano en el vientre de su pareja – y mis hermanos no se apartarían muchos días de sus parejas tampoco – sonrió.
-No entiendo – Shaka interrumpió – si dice que ellos irán a la ciudad imperial y hoy partimos, por lo menos es una semana de viaje, en la que no podrán volver a sus hogares…
El de cabello agua suspiró – Shaka Zadga… – dijo con calma – te dije que hoy iríamos a la ciudad imperial, por eso, tú, tus siervos y los demás, así como mis hermanos y yo, iremos por medio de un portal y de la misma manera, hoy mismo he de regresar al lado de Naü – dijo sin dejar lugar a dudas.
El canoso puso un gesto de sorpresa, ya que no había imaginado que ocurriría algo así.
-Ah… – Shaka pasó la mano por su cabello – entonces debo… – señaló hacia atrás – debo avisarle al general y a los demás, para que se preparen y olvidarnos de las carretas y caballos.
-No – Derok negó – necesitan sus carretas y caballos, para llegar al palacio, porque el portal se abrirá fuera de la ciudad, así que todo, así como lo has planeado, se hará, solo que acortaremos el viaje – sonrió divertido – prepárate, porque falta poco para medio día, cuando mis hermanos y yo, abriremos el portal.
-De inmediato – señaló el hombre y regresó sus pasos para movilizar a los demás.
-Amor… – Naü levantó el rostro – ¿estás…? ¿Estás seguro de esto? – preguntó con nervios, pues no sabía lo que ocurriría si iban todos los Dioses ante el emperador.
-Tranquilo… – el de ojos naranjas le acarició la mejilla – todo estará bien, mis hermanos y yo lo planeamos desde ayer, así que, no te preocupes.
El castaño se aferró a la ropa de su pareja y hundió el rostro contra su pecho – prométeme que te cuidaras… – pidió con temor – que volverás conmigo y con nuestro hijo – levantó el rostro, buscando la mirada naranja – promételo – insistió.
Derok acarició el cabello castaño y sonrió – te lo prometo – dijo con seriedad – te prometo que me cuidaré y para el atardecer, estaré de regreso contigo y nuestra semilla.
El niño asintió y luego suspiró – vamos a recibir a tus hermanos – sonrió con esfuerzo.
Derok guió a su pareja, llevándolo con los demás Dioses, quienes lo saludaron con emoción, de menor a mayor, pues Keroh fue el primero que corrió a saludar a su cuñado y sobrino. Naü, les agradeció, uno a uno, que acompañaran a Derok y al estar frente a Nyrn buscó la mirada verde con ansiedad.
-Yo sé que usted es el mayor – dijo con nervios – por favor, cuide de Derok – suplicó.
El rubio levantó una ceja y luego sonrió divertido – no tienes que preocuparte – dijo con poco interés – nada malo le pasará a Derok, incluso, es más probable que le pase algo a uno de nosotros que a él – esas palabras asustaron a Naü – estamos en sus dominios y por eso, es más difícil que tengamos poder aquí, aunque para Raky, Meryl, Elfry y para mí, es menos complicado, porque ya somos adultos, de todas maneras tenemos límites, pero todo va a estar bien – aseguró – además, yo también le prometí a Skoll que regresaría pronto y no puedo faltar a mi promesa.
-Perdón… es solo que… si algo le pasa a Derok – los ojos grises se humedecieron, pensando lo peor.
Todos los Dioses se vieron entre sí y Derok suspiró – está muy sensible por nuestra semilla – explicó abrazando al menor.
Nyrn y Keroh comprendieron eso con rapidez, aunque sus otros hermanos parecían confundidos.
-Ven… – el de cabello aqua guió a su pareja hasta una parte de los jardines, desde donde se miraba el lago; como la lluvia era fuerte, no se alcanzaba a ver mucho, por lo que la deidad no se detuvo y lo guió a la orilla, a pesar de que ambos seguían empapándose – mira – dijo con seriedad – este es el lago dónde nací – sonrió – ahora que llueve, no puedes ver las islas del centro, pero tú sabes bien, que en una de ellas, está mi árbol de vida…
-El árbol más grande y hermoso de todos – sonrió el castaño, ahogando un sollozo.
-Escucha bien, mi niño – las manos frías de Derok acariciaron las mejillas de Naü con suma delicadeza – nada malo me pasará – aseguró – mientras ese árbol siga en pie yo viviré, mientras ese árbol esté ahí, mientras ese árbol viva y mientras él esté seguro, yo también lo estaré, eso no lo dudes.
Naü no parecía comprender del todo esas palabras, pero quería creer en ellas, así que asintió y abrazó a Derok.
-Tengo que irme – dijo el mayor.
El castaño levantó el rostro y se quitó las gafas, que con tanta humedad, le dificultaban más la vista de lo que le ayudaban – recuerda lo que prometiste – pidió sin poder contener el llanto.
-Sí – asintió la deidad – lo recordaré y no faltaré a mi promesa…
* * *
Una gran tormenta se había desatado en la ciudad imperial; a pesar de que ya no era época de lluvias, el agua caía a cantaros, logrando que en poco tiempo, el agua subiera en algunas zonas.
-Emperador, quizá debamos enviar ayuda a las zonas más necesitadas – señaló el coronel Folke, quien se había quedado en lugar del general Adhio, por órdenes del mismo, al lado del emperador – en las zonas con más carencia, seguramente el agua ya empezó a subir más y la gente perderá lo poco que tiene.
Menir entornó los ojos – coronel… – dijo con voz cansada – mientras mi palacio y los alrededores estén bien, no voy a desplegar al ejército, ¿entendido? Ahora retírese.
El moreno apretó los puños y suspiró – sí, señor – asintió, hizo un saludo y salió del salón.
-El coronel Folke, tiene una manera de pensar complicada – Mashra, el canciller, levantó una ceja, viendo hacia la puerta – no creo que sea un buen elemento.
-Piensa igual que Sutk – dijo el emperador con desagrado – pero al menos, el general a aprendió que no debe molestarme con estupideces.
-Debería ordenar que les enseñen otras cosas a la milicia – Vhinet, el condestable, se cruzó de brazos – podría ser un gran problema si siguen comportándose así.
-Prohibiré que profesen la religión de Derok – dijo con rapidez el emperador – solo deben ser leales a mi…
Los otros dos sonrieron con suficiencia.
-Bien, ¿tenemos algún asunto pendiente? – preguntó Menir – me gustaría ir a ver a mi hijo – sonrió con orgullo, pues su primogénito tenía ya cinco años.
-No, majestad – Vhinet negó de inmediato.
-Puede disponer de su día, como desee – Mashra sonrió, pues Menir se había casado con su hermana y por ello, todos lo trataban a él y a su familia, con todas las consideraciones, consiguiendo que sintiera que tenía los mismos derechos que la realeza.
-Entonces, me retiro…
Cuando el emperador se puso de pie, la enorme puerta del salón se abrió, sorprendiendo a los presentes.
El general Adhio caminaba con aplomo, encabezando el grupo; tras él, sus dos oficiales junto con el coronel Folke, que los había encontrado en el pasillo. Shaka y Mazki también estaban en esa pequeña comitiva, además, tras ellos, un grupo de militares los seguía en una perfecta formación, escoltando a la vez a un prisionero de cabello rojo.
-¿Sutk? – Menir lo miró con altivez – ¿qué haces aquí tan rápido? – preguntó confundido – ¿y por qué traen a Lort de esa manera?
-Su majestad… – dijo el peliazul, tratando de tomar una actitud tranquila, aunque estaba preparado para la reacción del emperador – hemos vuelto ante usted, en nombre de Derok, Dios de la meseta, para solicitarle de la manera más atenta, que desista de su deseo de alejar al joven Naü de la misma, así como de su oposición de darle el apellido Zadga y también, para que deje de lado cualquier otro deseo que tenga para interponerse en los designios de nuestro Dios.
-¡¿Qué estás diciendo?! – Mashra puso un gesto furioso.
-¿Acaso esto es una sublevación, general? – preguntó Vhinet, apretando los puños y los guardias que se encontraban ahí, de inmediato se acercaron, colocándose entre los recién llegados y el emperador.
-No – Adhio negó – realmente esto es solo un concilio para buscar un tratado de paz – dijo con calma – nuestro señor Derok no quiere que se derrame sangre, por eso nos envió a hablar con usted, para que entre en razón.
-Pero si no acepta sus órdenes – Shaka levantó el rostro, mirándolos con frialdad – nuestro Dios está dispuesto a llegar a las últimas consecuencias.
-¿Esa es una amenaza, Shaka? – Menir entrecerró los ojos y sonrió – saben que no pueden hacer nada, soy el emperador, si lo ordeno, en cuestión de segundos mis guardias los someterán y para mañana, habrán perdido la cabeza – sentenció con seguridad.
-Menir – Sutk suspiró – por favor… – pidió con amabilidad – nuestro señor Derok está dispuesto a destruir tu imperio si no aceptas sus indicaciones – explicó – tienes que aceptar sus palabras – dijo con seriedad – hazlo por tu gente, por tu familia – insistió – no te opongas a sus designios, ni a su pareja, menos ahora, que Naü Zadga es portador de su semilla – anunció con total seriedad.
-No… – el emperador abrió los ojos desmesuradamente – mientes… – dijo con nervios – ¡mientes! – gritó enojado, pues si el Dios de la meseta estaba por tener un hijo, seguramente todos acatarían más las ordenes de esa familia, que las suyas.
-No miente – Shaka negó – mi hijo Naü, porta en su vientre la semilla de nuestro Dios – confesó.
-Si es así, ¿por qué no está Derok aquí? – presionó Menir – si fuera cierto, habría venido en persona, pero extrañamente los mandó a ustedes, así que dudo que sea cierto lo que dicen – su respiración se agitó – solo quieren amedrentarme, pero no se los voy a permitir…
-Nuestro Dios, Derok, decidió venir hasta aquí – interrumpió Shaka – pero en nombre de Naü y de su semilla, le está dando una última oportunidad, emperador – suspiró – evite inmiscuirse en esto, o perderá todo.
Mashra y Vhinet observaron a Menir, quien bajó el rostro y apretó los puños, gruñendo por lo bajo.
-Soy el emperador – dijo con voz fría – nada, ni nadie, puede oponerse a mí – dijo sin un ápice de duda y luego sonrió – si es cierto que el Dios Derok está detrás de esto, entonces díganle que se prepare, porque yo, como rey ante los hombres, ¡le declararé la guerra!
Todos los cristales de ese salón se rompieron, el viento y el agua, entraron con fuerza, mojando e interior; el emperador, su canciller y condestable gritaron y trataron de cubrirse, mientras los guardias reales corrieron a proteger a su rey.
Adhio, Shaka y los demás, no se movieron, pues parecían estar en una especie de burbuja, donde el agua no les alcanzaba, aunque tenían un gesto de cansancio, a sabiendas que lo ocurrido anunciaba que Derok ya sabía que no habían conseguido su cometido.
-¿Así que me declaras la guerra?
La voz seria retumbó en el recinto y Menir levantó la vista, en busca de su dueño. Por los ventanales, así como por cada pequeña grieta entre las rocas que formaban las paredes y los pisos en ese lugar, unas enredaderas espinosas empezaron a crecer, inundando el interior del salón del trono.
Cuando cada rincón estuvo cubierto por plantas, de entre las mismas, varias figuras empezaron a tomar forma; los trece dioses aparecieron frente a esos humanos, siendo liderados por Derok, que se acercó con paso firme hasta el trono. Los guardias titubearon al verlo y más, porque el rostro del Dios parecía de pocos amigos.
-¿Quién…? ¿Quién eres? – preguntó el emperador.
-Soy Derok – respondió – Dios de la meseta, bosque, pastizales y sabana, protector de la vida y la naturaleza, guardián de lo salvaje y defensor de los humanos que creen en mí – sonrió con suficiencia – dueño de todas las tierras que dices gobernar en mi nombre, ante lo humanos…
Menir se irguió – el Dios de la meseta no se presenta ante los hombres – dijo con seriedad.
-Eso era antes… – el de ojos naranjas ladeo el rostro – una persona a la que estimo y respeto, me dijo que era momento de mostrarme y desmentir a aquellos que dicen actuar en mi nombre, aunque realmente vayan en contra de mis deseos, es por eso que estoy aquí – sentenció.
El emperador respiró profundamente y se armó de valor – señor de la mesta, hay tradiciones humanas que no se deben dejar de lado – dijo con seriedad, consiguiendo que Shaka lo mirara con desaprobación – es por ello que ordené que se destituyera a Naü Kalzan, no es por ir contra sus designios, solo que no es posible que él tome un lugar que no le corresponde por derecho de nacimiento.
Derok entornó los ojos – no voy a discutir eso contigo – dijo molesto – ya le dije a Lort Kalzan lo que pienso y te lo diré a ti también – lo señaló con un ademan despectivo – en primera, Naü es hijo de Shaka Zadga, porque él así lo decidió y yo lo ordené – anunció sin dejar lugar a duda – en segunda, no me interesa lo que tú o los demás humanos piensen, pues no hay nadie más en este mundo que sea perfecto para mí y si no te gusta, no me interesa, porque es mi decisión y no la voy a cambiar por una absurda petición como la tuya – lo señaló con el índice, prosiguiendo con frialdad – y finalmente quiero que quede muy en claro lo siguiente, Menir – dijo el nombre con un tono sarcástico – si no dejas de interponerte en mis decisiones, yo puedo quitarte tu lugar en este mismo momento y si así lo deseo, puedo destruir incluso este imperio del que tanto te jactas, la ciudad y todo lo que lo rodea, porque si esto existe, es porque yo, como Dios de la meseta, lo he permitido y también, es gracias a que yo no me inmiscuí, que tú te quedaste como emperador, lo sabes mejor que nadie.
Menir tembló – no sé de qué habla… – su voz era débil – pero no puede venir a amenazarme, especialmente a mí, que soy quien ha gobernado en su nombre y…
-Tú has hecho lo que has querido – Derok levantó una ceja – ni siquiera crees en mí.
-¡Mi derecho de nacimiento me permite hacer lo que desee en esta ciudad! – gritó el rey – soy el emperador, soy el único que puede reinar y usted lo sabe.
-¿Quieres ver que no es así? – el de ojos naranjas movió un brazo, levantando una mano, colocándola al frente, misma que se cubrió por un ligero brillo carmesí y varias enredaderas se movieron tras la deidad, irguiéndose y moviéndose como si fuesen serpientes bajo el efecto de un encantador – puedo destruirte sin siquiera tener que moverme de aquí…
-Solo quiere asustarme – Menir lo retó con la mirada.
Ante un chasquido de la deidad, una liana se movió con una rapidez sorprendente y le hizo un rasguño en el rostro a Menir, volviendo a su lugar de inmediato; el emperador se quejó, pasó la mano por la mejilla y se dio cuenta que la sangre empezó a brotar. Levantó el rostro y observó a Derok con terror, pero sus ojos repasaron a sus guardias, quienes estaban estupefactos por lo ocurrido, sin atinar a cómo reaccionar.
-¡¿Por qué se quedan parados?! – gritó Menir con nervios a los guardias – ¡tienen que protegerme!
Los jóvenes guardias se miraron entre sí y aun con miedo, sujetaron sus lanzas, sus escudos y dieron un paso al frente, para poner una barrera.
-No se metan – dijo el de cabello aqua – no quisiera tener que lastimarlos, pero si no me dejan opción, lo haré – sentenció.
-¡Soldados! – Sutk levantó la voz – ese que está enfrente de ustedes, es nuestro Dios – dijo con seriedad – el que nos protege en la batalla, el que cuida a nuestras familias, el que ayuda a nuestro pueblo – sentenció con voz grave – sé que su trabajo es proteger al emperador, pero también, tenemos un principio y un compromiso, el cual es, ‘lucharemos y moriremos en nombre del Dios de la meseta, antes que por el imperio, porque él es el único que puede proteger a nuestro rey en todo momento y respaldar su derecho a gobernar estas tierras, que desde el principio, le pertenecen a nuestro Dios…’ – recitó una de las frases de su juramento – nuestra deidad ya no protege a nuestro rey, lo que significa, que nosotros tampoco debemos proteger a ese hombre.
Los guardias titubearon por un momento, pero finalmente bajaron las armas y se hicieron a un lado.
-¡¿Qué están haciendo?! – Menir los señaló – ¡deben luchar por mí! – gritó con furia – ¡soy su rey por derecho de nacimiento!
Derok suspiró – eso no es cierto – dijo con voz cansada y todos los presentes se sorprendieron, mientras que Menir sintió que el piso se movía.
-¿Qué? – el emperador tembló – ¿cómo es que…?
-Soy Derok – levantó una ceja – soy tu Dios – sonrió – sé más cosas de las que tú y todos los humanos creen y aunque no siempre me inmiscuyo en los asuntos de ustedes, desde que Naü me explicó algunas cosas y por indicaciones de mi hermano mayor – señaló a Nyrn con un ademán – me puse a indagar e investigar sobre ustedes, especialmente sobre la familia real – se alzó de hombros – y creo que es momento de decir tu verdadera naturaleza, ¿no lo crees?
-No… – Menir intentó pasar saliva, pero su boca estaba seca.
-Pero primero…
El Dios de cabello aqua, apretó los puños, bajó el rostro y cerró los parpados, concentrándose en hablar en su idioma primigenio; las lianas que habían cubierto todo el recinto, empezaron a moverse y un gran crujido se escuchó. Un pequeño temblor se hizo presente, desestabilizando a las personas que estaban ahí, excepto a los hermanos de Derok, quienes se mantenían atentos a lo que el otro estaba haciendo. Rápidamente, las lianas se abrieron paso por el techo de ese enorme salón, rompiendo y separando las piedras, pero sin permitir que estas cayeran, sino que las mismas plantas las movían, para dejarlas al lado de toda la construcción, con cuidado, evitando lastimar a los humanos que llegaran a acercarse por curiosidad; tardaron unos minutos, hasta que finalmente, todo el techo había sido desprendido, dejando un gran claro en el salón del trono, que permitía que la lluvia torrencial entrara.
-La ciudad imperial es enorme – Derok sonrió divertido, al levantar el rostro, mirando retador al emperador, que aun parecía temblar – necesito una cúpula muy grande, para que todos, en cada rincón de esta gran localidad, se enteren de quién eres realmente.
Cómo si se tratara de un movimiento sincronizado, los trece Dioses movieron sus manos, elevándolas, enfocándose en el cielo y de inmediato, una especie de energía invisible empezó a desplegarse, creando una forma curva que se extendía y evitaba que la lluvia pasara, pero por lo mismo, las gotas de agua al chocar, parecían hacerlo contra un ventanal; cuando la cúpula cubrió toda la ciudad, algunas imágenes aparecieron, como si fuesen reflejadas en la superficie de algo líquido.
* * *
El emperador Kinhar III aun reinaba en la ciudad imperial, pero aunque se había casado muy joven y amaba a su esposa Niara, ésta no había podido darle hijos rápidamente, por lo que la emperatriz oraba diariamente al Dios de la meseta para que le permitiera ser madre; finalmente, cuando anunció su embarazo, todo el reino se colmó de alegría, pues el emperador dijo que era una bendición de Derok.
Los meses pasaron y un mes antes del término del embarazo, la emperatriz entró en labores de parto; todos temían lo peor, pues siendo primeriza y con un bebé prematuro, las cosas podrían complicarse. Kinhar estuvo al lado de su esposa todo el tiempo, mientras que sus mejores amigos, entre ellos Shaka, se quedaron fuera del recinto, esperando por indicaciones suyas.
A media madrugada, el emperador salió de la alcoba, su cara tenía un gesto de miedo y sus manos temblaban; los que estaban ahí se acercaron de inmediato al ver que el rey tenía un aspecto tan deplorable.
-¿Qué ocurre? – preguntó Shaka después de ayudarle a sentarse.
-Son… son dos – el rey habló en voz baja y todos se asustaron.
Sabían lo que dictaba la ley, sabían que el menor de ellos debía morir, a pesar de ser el hijo del emperador, pero él se reusó, por el amor que le tenía a su esposa y por ser una bendición de su Dios, él no sacrificaría a su segundo hijo y aunque no pudiera tenerlo a su lado, sería feliz de saber que seguiría vivo.
Todos los presentes y aquellos que estuvieron durante el parto, juraron guardar silencio y el menor de los gemelos, Namir, fue llevado a otra ciudad, en el centro del país, dónde tenía educación de joven caballero, aunque nadie, ni siquiera el menor, sabía quiénes eran sus padres o de dónde obtenía dinero y ni siquiera tenía un apellido; algunas veces sus verdaderos padres lo visitaban, aunque no lo hacían como emperadores, sino como amigos lejanos de su familia y cada que lo hacían, se sorprendían de que era idéntico a Menir, los mismos gestos, los mismos rasgos, los mismos ojos, aunque no podían decirle que era su hijo también, pero la emperatriz ansiaba abrazarlo y demostrarle cuanto lo amaba, igual que a su primogénito.
Finalmente, cuando Menir cumplió diez años, sus padres le confesaron la verdad, tenía un hermano; el niño se emocionó y pidió conocerlo, pues anhelaba tener un compañero con quien jugar, alguien que se convirtiera en su mejor amigo, porque su madre no pudo tener más hijos y siendo el heredero al trono, difícilmente le permitían tener amistad con cualquier otro niño, ya que llevaba una educación muy estricta. Su padre se negó, pero por insistencia de la reina, el emperador accedió a que su primogénito fuera a ver a su hermano, aunque le advirtió que debía mantener el secreto de quién era, no solo para su gemelo, sino para todo el mundo. Esa fue la razón por la que una carroza, sin mucha gala, con Niara, Menir y cinco escoltas, partió una mañana, sin Kinhar, quien debía quedarse en el palacio, pero esa fue la última vez que el emperador vio con vida a su esposa y primogénito.
El carruaje tuvo un accidente, pues los caballos se asustaron y se desbocaron, sin que el cochero o alguien más, pudiera evitarlo, cayendo por una ladera hasta el gran río; el niño murió de inmediato, mientras que la emperatriz quedó herida de gravedad. Ella fue llevada a la ciudad dónde se encontraba Namir y fue ahí cuando el niño supo la verdad, como la última confesión de su madre.
Cuando Kinhar llegó, su hijo ya había sido cremado, alegando que era ese niño que vivía solo con siervos en una gran casona, Namir; de esa manera, nadie preguntaría ni indagaría, mientras que Namir se convirtió en Menir, el futuro emperador.
* * *
Todos los pobladores de la ciudad se habían quedado atónitos por esas imágenes, especialmente porque después de esa historia, seguían otras más, cuando Menir ordenó que eliminaran a Naü por ser el segundo gemelo y sus tradiciones se verían afectadas, también lo que acababa de ocurrir en el salón del trono, cuando Derok llegó frente a él y finalmente, miraban lo que ocurría en ese momento.
El Dios de cabello aqua miró de soslayo a Shaka, quien mantenía el rostro hacia abajo, parecía avergonzado y preocupado.
-¿Ocurre algo? – preguntó el joven Dios, para el canoso.
-Yo… – suspiró – juré que nadie sabría eso, de lo contrario, pagaría con mi vida – sentenció el hombre con solemnidad – debo cumplir mi juramento ahora…
-No te preocupes, Shaka Zadga – dijo con calma – tu no fallaste a tu compromiso – negó – esto yo lo investigué, sin que tu dijeras nada – sonrió – no has cometido ninguna falta, te lo aseguro – giró el rostro – ahora, ¿qué piensas hacer, Menir? – la deidad levantó una ceja – ¿o debo decir, Namir?
El aludido no respondió, manteniéndose en completo silencio, con el rostro hacia abajo, apretando los puños.
-Te lo dije y lo repito – prosiguió el de cabello aqua – puedo destruir este imperio, puedo destruirte a ti, puedo destruir esta ciudad – sentenció sin un ápice de duda – puedo destruir, así como también puedo crear, pero no quiero que personas inocentes paguen por tus decisiones, porque si llego a lastimar a alguien que no lo merezca, mi consorte se pondrá triste y es algo que no deseo.
El silencio reinó por unos momentos.
-Yo soy Menir… – la voz de emperador se escuchó – yo soy el primogénito… – rechinó los dientes – ¡el que murió era el segundo! – gritó con furia – nadie más que los primogénitos tienen derecho de vivir, ¡usted permitió esa muerte! – señalo a Derok con el índice – y si lo hizo, ¡es porque sabía que solo yo podía reinar! Ellos se equivocaron – dijo completamente seguro – ellos dijeron que mi hermano era el mayor y no era cierto – sonrió – de ser así, usted lo hubiese protegido todo el tiempo, pero lo mató – sentenció fríamente – lo mató para que yo ocupara mi legitimo lugar, ¡esa es la verdad!
Derok pasó la mano por su cabello y suspiró – ¿quién te dijo eso? – preguntó – porque quien sea que te lo haya dicho, te mintió – rió – yo realmente no decido quien vive o muere, a menos que se metan con mi familia o conmigo – aseguró – los espíritus son quienes dictan la vida de los humanos y cuánto tiempo están en la tierra, es cierto que puedo interferir si alguien me lo pide, ayudando a alargar la vida, pero en otras ocasiones, no puedo hacerlo – negó – los espíritus dictaron que tu hermano debía morir esa ocasión y aunque tu madre rogó porque lo salvara, no podía interceder, pues de una u otra manera, tu hermano iba a morir tarde o temprano, es por ello que falleció – confesó – no porque yo quisiera favorecerte – dijo sin remordimiento alguno – realmente, quien fuera el rey de mi territorio, era algo que me tenía sin cuidado, hasta que decidiste interponerte en mi relación con Naü – lo señaló – es por eso que estoy aquí – lo miró con desaprobación – yo, como Dios, dueño y señor, legítimo heredero de estas tierras, descendiente de Darak, anterior deidad de la meseta, la última dríade del clan Thurak, de donde proviene el nombre de este país, no te deseo como mi representante ante los humanos, así que, desde hoy, dejarás de ser el emperador y ningún miembro de tu familia tendrá derecho a portar ese título.
Los presentes en el recinto se quedaron con la boca abierta, pero no fueron los únicos, pues los habitantes de la ciudad imperial también se sorprendieron por ese decreto, ya que seguían viendo todo lo que ocurría en el salón del trono.
-No… – Menir negó – no puede hacerme esto… – su respiración se agitó – ¡no! – gritó – ¡¿dejará a un país sin guía, solo por un capricho?! Tiene una responsabilidad, ¡no puede destruir este imperio!
-El hecho de que tu dejes de ser emperador, no significa que no habrá uno – Derok ladeó el rostro, buscando entre los presentes – Sutk Adhio – dijo el nombre con seriedad y el peliazul levantó el rostro, mirando al Dios con susto – tú serás el emperador que guiará a los humanos en mi nombre y tus descendientes también – sonrió el de ojos naranjas – por lo menos hasta que decida lo contrario.
-¿Yo? – el ojirrojo parpadeó sorprendido – mi señor… – pasó saliva – me siento honrado pero… soy militar – dijo con nervios – no sé… no creo que…
-Lo harás bien – Derok suspiró – ahora, lo primordial es saber… ¿quién se opondrá a mi decreto? – fijó su mirada naranja en Menir y los dos hombre que estaban tras él, Mashra y Vhinet – pero deben tener en cuenta que aquel que lo haga, sea en este momento o piense hacerlo más adelante – su rostro se puso sombrío – morirá – su voz fría puso a temblar a todos – tú me declaraste la guerra – señaló al anterior emperador – y estoy dispuesto a responder esa amenaza con hostilidad, pero créeme cuando te digo que no seré piadoso, pues si mis hermanos me acompañaron para respaldarme, es porque estoy dispuesto a destruir desde la raíz todos mis problemas, aunque hunda a esta ciudad y cada uno de los edificios que la conformen, junto con los humanos que quieran ponerse en mi contra – aseguró – pero si lo hago, será para crear desde cero a un nuevo imperio, que realmente tenga mi respaldo.
Menir miró con terror a Derok, sabía que el Dios cumpliría su amenaza y sabía que aunque lo deseara, no podría oponerse más.
* * *
Naü estaba en su habitación, mirando hacia el lago, hincado en el reclinatorio que le habían llevado ese día, pues Moriza lo había visto hincado en el piso y se sobresaltó, pensando que era mejor buscar la comodidad del niño, así que ordenó que le llevaran el suyo, mientras le mandaban a hacer uno propio. El ojigris no había dejado de rezar desde que Derok y todos los demás habían partido; sabía que la deidad estaría bien, pero no podía dejar de preocuparse, temiendo que las cosas pudieran complicarse. La lluvia no había cesado, por lo que no podía alanzar a ver los islotes y eso lo tenía aún más nervioso, recordando lo que Derok le había dicho, “mientras ese árbol siga en pie yo viviré…”; pero si no podía ver el árbol de la deidad, no podía sentirse completamente seguro.
El castaño levantó el rostro al escuchar el sonido del reloj de péndulo, que anunciaba las seis de la tarde, debido a que ya era otoño, oscurecía más temprano y faltaba muy poco para que el sol se ocultara, pero en ese día específicamente, se miraba más oscuro por estar lloviendo.
-Mi señor… – musitó en medio de un sollozo – recuerde su promesa – dijo con nervios, temiendo que Derok no volviera para el atardecer.
Una punzada en su vientre, consiguió que se quejara débilmente.
-Tranquila… – susurró – papá vendrá pronto… – dijo con debilidad – recuerda que lo prometió… – sus ojos se humedecieron – y él no rompe sus promesas.
-No está así por mí, sino por ti…
La voz de Derok sobresaltó al niño, quien levantó el rostro, viendo al ventanal, observando como la deidad ingresaba con paso tranquilo.
-¡Derok! – Naü se puso de pie de inmediato y corrió hasta el Dios, abrazándose a él y empezando a llorar con sentimiento – ¡mi amor! – sollozó – estaba tan preocupado…
El de ojos naranjas sonrió, abrazando al niño con delicadeza – te dije que nada malo pasaría – murmuró y se inclinó a besar el cabello rojizo – todo salió bien – dijo con orgullo – incluso mis hermanos se fueron decepcionados, pues pensaron que tendrían que actuar y no fue necesario.
Naü levantó el rostro y limpió sus ojos, bajo sus gafas – que bueno… – dijo con una dulce sonrisa – ¿mi padre también está bien? – preguntó con más calma.
-Sí – asintió – pero él vendrá pasado mañana con toda su mudanza – anunció el mayor – por ahora se quedó a terminar los trámites para que seas oficialmente su hijo – dijo con orgullo – y también arreglar todo para que la familia de Moriza tome posesión de sus nuevos bienes…
-¡Gracias! – dio el castaño con emoción.
-¿Por qué? – preguntó el de ojos naranjas, acariciando el rostro de su pareja.
-Por cumplir tú promesa…
-Yo no rompo mis promesas – sentenció el mayor y besó la frente del menor – ¿no se lo dijiste tú mismo a nuestra semilla?
Naü rió débilmente, debía saber que Derok siempre lo escuchaba, así que no debía sorprenderse de que supiera lo que le había dicho a su hijo.
-Sí – asintió, suspiró y levantó el rostro – lo dije – admitió.
-Entonces, quiero hacerte otra promesa – Derok rozó la nariz de Naü con la suya – te prometo que estaremos juntos por siempre y tendremos muchos retoños – dijo con ilusión – porque te desposaré justo después de que nuestro primogénito sea sembrado.
Las mejillas de Naü ardieron por esas palabras, se mordió el labio y se movió, pasando las manos por el cuello del mayor – y yo te prometo que te amaré toda la vida – sonrió – y día a día, te amaré más – dijo con vehemencia.
-Esa promesa me gusta – Derok depositó un beso suave en los labios del niño – y tendrás que cumplirla…
-Por supuesto, mi amor – dijo con anhelo y Derok entendió lo que deseaba, así que lo besó con más intensidad, disfrutando los labios dulces del menor, asegurándole con esa caricia, que él también lo amaría eternamente.
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