Pediatra
-¡Oh, mira! ¿Qué es esto? – moví mi mano con rapidez y saqué de mi manga una pequeña paleta de caramelo, disfrutando de la sonrisa de mi pequeño paciente al ver el dulce.
-Una paleta – dijo con su delicada voz.
-Sí, lo es – asentí – quieres esta, es de uva ¿o prefieres…? – un nuevo movimiento y saqué otra más – esta de fresa…
-Las dos – dijo con emoción estirando las manos.
-No, no, las dos no – su madre lo reprendió con seriedad, obligándolo a bajar las manos, pues lo tenía sentado en su regazo.
-No se preocupe, señora Brown – sonreí y le entregué ambas paletas al menor – Jack se ha portado bien hoy, además, no va a llorar cuando le pongan la inyección, ¿verdad? – levanté una ceja y el niño hizo un ligero mohín – porque si lloras, tu mami me va a decir la próxima vez y no te daré dulces…
-No, no lloraré – dijo con rapidez.
-De acuerdo – volví a mi sillón, agarré las hojas impresas, dónde estaba la receta, las firmé y se las entregué a la mujer – ya sabe, cualquier cosa, venga a verme de nuevo.
-Gracias, doctor – sonrió, recibió las recetas y salió de mi consultorio, llevando a su hijo de la mano, quien me hizo una pequeña seña con la mano, a modo de despedida.
-Que les vaya bien – dije con rapidez.
Cuando la puerta se cerró, me hundí en mi sillón, tenía unos minutos de relajación antes de que entrara mi siguiente paciente; estaba ansioso por terminar ese día, pero sabía que, al menos, después de ese día, tendría un par días de descanso y disfrute, pues gracias a la pascua, me habían dado ese fin de semana. Relamí mis labios inconscientemente, iban a ser unos días agradables, pero, no era el momento de pensar en ello; busqué en mi gaveta la bolsa de caramelos y escondí un par de ellos en los bolsillos de mi bata blanca y acomodé las gafas que usaba para leer, en su lugar; en ese momento, la voz de mi asistente se escuchó por el intercomunicador.
-“…Doctor Miller, su cita de las tres acaba de llegar…”
-Sí, Pam – respondí con rapidez – deja que pasen – anuncié y me puse de pie para recibirlos.
Trabajar medio turno en un hospital privado, requería que mantuviera siempre una manera intachable de atender a los clientes del mismo y, aunque no fuera así, yo lo disfrutaba; siendo pediatra y, a mis treinta y tres años, uno de los más conocidos en la ciudad, mis pacientes siempre eran hijos de personas influyentes o adineradas. Aunado a eso, muchas de las madres de los mismos, eran mujeres jóvenes que se mantenían en buena forma por ir al gimnasio y, siempre que iban a verme me coqueteaban; claro que, en algunas ocasiones, también las atendía a ellas y quedaban satisfechas con mis servicios.
-Buenas tardes – saludé a la mujer de mano.
Madison tenía casi mi edad, si acaso uno o dos años menos, traía un escote prominente y una falda corta; de la mano, llevaba a un pequeño niño de nueve años, Lucas, uno de mis pacientes frecuentes, y no porque se enfermara mucho, sino porque ella buscaba un pretexto para verme y citarnos en otro lugar, algo que yo complacía.
-Buenas tardes, doctor Miller – ella sonrió seductora y yo le correspondí de igual manera.
-Buenas tardes, señora Smith, ¿cómo está?
-Muy bien, aunque tal vez necesite ir al médico después – dijo en un tono juguetón.
-Ya veo, pues, debería cuidarse – sonreí y me enfoqué en Lucas – y, ¿cómo estás, pequeño?
-Me duele mi garganta – respondió con rapidez.
-¡Vaya! Siéntense, por favor, ¿has estado comiendo helados o cosas frías, Lucas? – indagué, mientras ellos tomaban asiento yo buscaba mis cosas para revisar la boca de mi paciente.
-Sí – respondió su madre – como hizo un poco de calor esta última semana, le permití comer helados fuera de casa.
-El clima no es muy confiable – aseguré mientras me acercaba al niño – abre la boca, por favor.
Él me hizo caso y coloqué mi abatelenguas en su interior, mientras apuntaba la pequeña luz del otoscopio al lugar indicado.
-Sí, tiene la garganta un poco irritada, ¿te molestan los oídos?
-Me pican – respondió.
-A ver, veamos…
Revisé el canal auditivo y me di cuenta que, igual que la garganta, estaba ligeramente rojo y algo inflamado.
-Sí, es el inicio de la infección – aseguré tirando el pequeño palito que use en la boca del niño y apagando la luz de mi pequeña herramienta – me alegro que lo haya traído antes de que fuera más tarde.
-Lo traje porque supe que no iba a trabajar hasta el lunes – señaló Madison con algo de ansiedad.
-Sí, pero urgencias está abierta siempre – sonreí – aunque yo tengo el permiso de no presentarme a guardia estos días – expliqué – y, como siempre, debe haber algún otro doctor.
-Pero no un pediatra…
-Cierto – teclee la receta en la computadora para mandarla imprimir – normalmente es un médico general y no un especialista, bueno, te daré pastillas, para la infección, para el dolor y, unas gotitas para los oídos – anuncié.
-Entonces, ¿va a salir este fin de semana? – Madison no parecía muy interesada en los medicamentos.
-Posiblemente – asentí sin borrar la sonrisa de mis labios – tengo un compromiso – la miré por encima de mis gafas y ella entendió que no podíamos mirarnos hasta después – las gotas son dos en cada oído cada seis horas, por cinco días, las pastillas…
-“…Doctor Miller…” – la voz de Pamela me interrumpió, ella sabía que no debía hacerlo mientras estaba con un paciente, a menos que fuera urgente.
-¿Sí?– respondí con seriedad.
-“…Su hermano Nicholas, está en la línea…” – su voz sonaba preocupada – “…necesita hablar con usted…”
-¿No puede esperar?
-“…No, creo que se trata de Lucien…”
Respiré profundamente y asentí – de acuerdo, tomo la llamada – dije para el auricular, pero antes de hablar con mi hermano me dirigí a Madison – solo tomará un momento…
Ella sonrió y asintió.
-¿Sí? – dije cuando entró la llamada que estaba en espera.
-“…Kyle…” – la voz de mi hermano sonaba preocupada – “…Lucien desapareció…”
Me quedé en silencio por un instante, dudé, pero antes de poder decir algo, él habló.
-“…Estamos en casa de mis padres…”
-¿Ya llamaste a la policía?
-“…Sí, desde la escuela, pero no hay ninguna pista…”
-Está bien – respiré profundo – iré en cuanto salga, sabes que no puedo dejar mis obligaciones en el hospital.
-“…Lo sé hermano, pero, estamos desesperados y, no sé qué hacer…”
-No pasará nada – negué – dile a Kathy que iré en cuanto pueda…
-“…Gracias…”
-Hasta luego – después de eso colgué.
-¿Sucede algo? – Madison me observó con algo de preocupación.
-No – negué – cuestiones familiares…
* * *
Salí de mi consulta a las seis, pasé un momento a casa de mi familia, donde me enteraron de todo. Mi sobrino, Lucien, de ocho años, había desaparecido del evento escolar al que habían ido esa mañana; a pesar de que estaban de vacaciones, el colegio hizo una noche de campamento y para ese día, viernes, se adelantarían a festejar la pascua, escondiendo huevos con premios, que los niños pudiesen reclamar al final del día.
Mi madre, mi cuñada y hermano, estaban desconsolados, pues no sabían que había ocurrido; los niños se dispersaron por el terreno de la escuela y, aunque tenían cámaras de vigilancia, no encontraron en las grabaciones qué había ocurrido con él. Algunos agentes empezaron a indagar y me hicieron varias preguntas también.
-Me tengo que ir… – anuncié a las siete, acercándome a mi hermano, quien estaba en la sala de la enorme residencia de mis padres, esperando noticias.
-Quédate… – pidió él con ansiedad.
-No – negué – sabes que, le juré a mi padre que no volvería a este lugar – sentencié con frialdad – y aunque esté en ese estado, no voy a incumplir mi palabra que, cómo él dijo, es lo único bueno que tengo – reproché.
-Mi madre no te ha dicho nada.
-No, pero a ella nunca le ha interesado lo que haga y seguramente, tampoco le ha “mencionado” que vine – levanté una ceja – si necesitas cualquier cosa, llámame – sonreí para calmarlo.
El asintió, se puso de pie y me abrazó.
-Despídeme de Kathy y de mamá – pedí y salí de la casa poco después.
Al salir, le avisé al oficial que estaba de guardia que me retiraba, pero, si necesitaba cualquier cosa, me marcaran a mi celular o a mi casa; les proporcioné mis números y me alejé, después de explicarle que, por cuestión familiar, no podía quedarme ahí, para no ocasionarle un disgusto a mi padre.
Cuando estuve en mi automóvil, aflojé el nudo de mi corbata, me había sentido asfixiado en ese lugar. Desde que tuve uso de razón, mi padre y yo no teníamos buena relación y el ambiente siempre era pesado cuando estábamos cerca, a pesar de que no nos viéramos. Mi familia directa, solo constaba de mis padres, la pequeña familia de mi hermano y yo; aunque teníamos más primos y tíos, pocas veces me relacionaba con ellos, especialmente porque algunos, estaban en otros estados. Aunque al principio, no era así, pues, cuando yo era más pequeño, era el segundo de tres hermanos.
Nicholas era mayor que yo por tres años, desde siempre, fue el consentido de mi madre; cuando estábamos en la escuela, él me trataba tan mal, que llegaba incluso a los golpes, uno de ellos, dislocó mi hombro cuando tenía diez años. A pesar de eso, cuando le conté a mi madre, ella no me creyó, porque él era su adoración y era incapaz de hacerme algo. Cuando llegamos a la mayoría de edad, él parecía algo arrepentido por su manera de tratarme, aunque yo aún le guardaba algo de rencor.
July, mi hermana, era cinco años menor que yo y, cuando yo tenía trece años y ella ocho, me pidieron que la cuidara. A esa edad, no era muy responsable; por lo mismo, cuando me di cuenta que se estaba ahogando en la alberca, ya era demasiado tarde, a pesar de que la saqué y traté de ayudarla, no conocía técnicas de resucitación por tanto, fue imposible para mí. Pero, cuando mis padres llegaron, después de la ambulancia a la que llamé, la ira de mi padre se volcó hacia mí; July era la niña de sus ojos, su princesa y, me culpó de su muerte. Yo también sufrí la perdida de mi hermana, pero ni mis padres, ni mi hermano, me brindaron apoyo o me ayudó a sobrellevar mi pena; los únicos que se compadecieron de mi y del notable rechazo de mi propia familia, fueron mis abuelos.
Después de eso, cuando iba a estudiar la universidad, aunque quería estudiar veterinaria, me metí a medicina, porque mi padre me dijo que, si quería salvar animales, mejor salvara vidas, que eran más importantes. Aunque no compartía su visión, decidí hacerlo y, después de siete años de carrera, más mi año de postgrado, había encontrado algo más que me gustaba más que los animales, los niños.
Me obsesioné con los pequeños cuando estuve en el área de pediatría, en uno de los hospitales en los que realizaba mis prácticas; eran tan pequeños, dulces e inocentes y para mí, eran como los pequeños animales que mi padre decía que no eran importantes. Sus sonrisas, sus voces tan delicadas, sus miradas llenas de ilusión, me satisfacían completamente; pero, lamentablemente, todo eso se perdía cuando tenía que ponerles una inyección o darles medicamentos desagradables. Por eso, decidí aprender algo de prestidigitación y hacerles algunos trucos baratos, para mantenerlos felices, dándoles algunos pequeños obsequios o dulces.
Desde mediados de mi carrera, yo me había salido de mi casa; después de tener una gran discusión con mi padre quien, a pesar de los años, siempre me echaba en cara la muerte de mi hermana, agarre mis pocas pertenencias y me fui. Me quedé con unos amigos un par de noches, pero después, mi hermano me dijo que, mis abuelos querían hablar conmigo.
Mi abuela materna odiaba a mi padre, por tanto, ir en contra de sus designios, era casi como un reto; así pues, ellos me dieron dinero suficiente para comprar un pequeño departamento, no muy lujoso y mi abuela me ayudó con mis estudios. Ella murió cuando estaba a mitad de mi especialidad; siendo una mujer con una casa enorme y cierta cantidad en el banco que le había dejado mi abuelo años antes, todos esperaban recibir un poco, pero, ahí me empezaron a odiar más; ella me heredó todo a mí.
Así, tuve una casa más grande, incluso que la de mis padres, pues su propiedad abarcaba gran parte de la ladera de una montaña. Después, terminé mi especialidad, y ya trabajaba en uno de los hospitales privados más prestigiosos, gracias a William Schneider, uno de mis profesores, quien, por conducto de su padre había conocido a mi abuelo; él me recomendó al director del hospital, el cual, era su hermano y, así mismo, trabajaba como médico de uno de los orfanatos que esa familia tenía, en su fundación privada.
* * *
Llegué a mi casa después de las ocho, había pasado a comprar una pizza rápida y un pequeño pastel. Estacioné el automóvil y cerré la puerta de metal de la cochera; saqué mi maletín y entré con rapidez.
-Es tarde – dije con molestia, tomando la caja de pizza y el pastel.
Caminé con pasos rápidos a la cocina, dejando algunas luces encendidas y, con mi pie, moví el tapete que estaba en el centro, donde días antes había una mesa, descubriendo una trampilla y abriéndola con rapidez. Bajé las escaleras, cerrando la puertita y, recorrí un pasillo largo que me llevó hasta una puerta de metal.
Nadie más que yo conocía ese pequeño escondrijo; mis abuelos me lo habían mostrado, cuando yo aún estaba en la universidad. Ese lugar era un ‘bunker’, porque mi abuelo, aunque no lo parecía, estaba obsesionado con la idea de que algún día habría un apocalipsis ‘zombi’ y quería estar preparado para todo; como se consideraba que era una locura, lo mantuvieron en secreto, pero, siendo ahora el dueño de la casa, yo podría hacer con él lo que quisiera y, llevaba un par de años usándolo para algo más.
Abrí la puerta y el sonido de la televisión se escuchó con fuerza. Cerré tras de mí y caminé por el interior; era un lugar enorme, y estaba completamente aislado de la casa, de hecho, su construcción estaba en el patio y contaba con todo lo necesario para ser una casa independiente y sustentable. Tenía su propio generador aparte, en caso de contingencia, el cual debía ser revisado cada cierto tiempo, pero mientras, tomaba la energía de la casa; también, el sistema de ventilación, tenía un ducto que llegaba hasta un límite de la propiedad, cerca del bosque, mismo que podía ser una salida de emergencia, aparte de la oculta que estaba en el patio delantero de la propiedad.
Me había tomado un tiempo decorarlo como yo quería, pues tuve que sacar muchas cosas que tenía mi abuelo; entre ellas, comida enlatada, cajas de objetos para usarse como armas e incluso, algunas armas de fuego, bastante sofisticadas y caras. Pero, no tuve problema para ello, pues, yo conocía a muchos de los amigos de mi abuelo que él me presentó antes de morir; personas retiradas que también tenían obsesiones raras, al igual que sus hijos y, me compraron con suma facilidad todas esas cosas que a mí, no me servían o me ponían en contacto con más personas que podían necesitarlas, así, empecé a tener relaciones amistosas con gente de todo tipo, incluyendo otros trabajadores del director Schneider. Aunque claro que dejé muchos aparatos que podía ocupar después, como un refrigerador, y algunos electrodomésticos en la cocina que estaba bien adecuada; esa era otra área aparte del baño, que era grande también y contaba con una tina, pues mi abuelo no escatimó en pensar en la comodidad de mi abuela, junto con una gran habitación.
Cuando limpie, primeramente, decidí colocar un salón de juegos; camas elásticas, estructuras inflables, área de piscina de pelotas, un pequeño carrusel, varios toboganes, balancines, columpios, una pequeña canasta de basquetbol, puentes de red, unidos a varios conjuntos de juegos más grandes y, por supuesto, una zona para pintar y colorear. Seguí con un área de videojuegos; había varias máquinas de juegos para niños y otras para unos más grandes, además, tenía una enorme sala llena de sillones a nivel de piso, como cama y almohadones, desde donde se podía jugar cualquier consola de videojuegos que tenía en un mueble, mirando la enorme pantalla que estaba enfrente.
Llegué a la sala de televisión y pude ver a mi invitado, plácidamente dormido, sobre los cojines; su hermoso cabello castaño le cubría su carita y estaba abrazado a una almohada. Seguramente se había quedado dormido mientras me esperaba, pues le dije que llegaría a las siete y le llevaría su comida favorita, pizza.
Dejé las cosas en una pequeña mesita y me senté a su lado, inclinándome hasta rozar con mi nariz su cabello y aspirar su aroma. Disfrutaba verlo así, mi sobrino tenía muchos rasgos parecidos a mí, incluso, el color de cabello y ojos eran iguales; algunas personas que lo conocían, decían que yo parecía más su padre, por los rasgos tan similares e, inclusive, en mis fotos de pequeño, era muchísimo más parecido.
-Lucien – llamé con suavidad.
Él se removió, talló sus ojitos para desperezarse y finalmente, abrió sus hermosos y grandes ojos azules, observándome confundido; parpadeó varias veces y después sonrió.
-Tío – extendió sus brazos hacia mí y lo recibí con cariño – tardaste – reprochó.
-Lo siento, me entretuve, pero, te traje lo que te prometí y, un regalo – señalé la mesa y él se alejó de mi, gateando hasta ella.
-¡Pastel! – sonrió emocionado y me miró – ¿es para mí?
-Sí, pero es el postre, tienes que comerlo después de la cena – me recosté en los almohadones deleitándome con la vista que tenía enfrente.
Lucien traía su uniforme de la escuela aún; un conjunto de una camiseta y un pequeño pantalón corto, que dejaba sus piernas a la vista.
-Está bien – accedió y quitó el pastel, para abrir la caja de pizza – ¡mi favorita!
-Sí, así es…
Antes de agarrar un pedazo, fue hasta mí y me abrazó – gracias – dijo con inocencia y yo pasé mis manos por su espalda.
Lucien era mi máxima obsesión, desde que yo lo recibí en el parto de mi cuñada, asistiendo al ginecólogo, quien era mi colega, se había convertido en la luz de mi vida; todo lo que él decía lo llevaba a cabo, sus palabras eran órdenes para mí y él no lo sabía, pero, mi máximo sueño, era hacerlo mío.
-Tus padres están preocupados – dije cuando se alejó.
-¿Crees que está mal? – agarró un trozo de pizza pero no lo mordió, solo bajó la mirada.
-No – negué, después de todo, él había querido eso – apuesto que, cuando vuelvas, ellos van a apreciarte más – Lucien sonrió y empezó a comer – voy a traerte un jugo – anuncié poniéndome de pie, para ir a la cocina.
Días antes de la noche de campamento, sus padres habían regañado a Lucien por unas notas bajas en el colegio y, en un arranque de ira infantil, él les dijo que los odiaba; por primera vez, tanto mi hermano, como mi cuñada, lo castigaron dándole un par de nalgadas. Yo me enteré después, cuando él me lo contó llorando; me dijo que no quería estar con ellos, pues, mi hermano y su esposa, se mantenían serios con él y que quería irse conmigo. Con esas simples palabras, mi mejor oportunidad llegaba, aunque debía ser precavido y actuar con cautela, para que las cosas salieran bien.
Le dije que, sus padres no dejarían que se fuera conmigo, algo que lo entristeció; aún así, le di una esperanza, si fingía que desaparecía, ellos lo tratarían bien al volver. Él, en su inocencia, dijo que no sabía cómo hacer eso y le dije que yo lo escondería en un “mundo mágico”; aceptó, aunque le dejé muy claro que tenía que ser un secreto, cuando lo devolviera días después, ni siquiera si le preguntaban o insistían, él no debía decir nada o jamás lo volvería a llevar; Lucien aceptó y yo pensé en varias maneras de devolverlo sin implicarme, pero consiguiendo que mi familia tampoco presionara mucho en saber cómo sucedió.
Ese día, en la mañana, después de pasar la noche con la madre de uno de mis pacientes, en el departamento que ella rentaba, sabiendo del campamento de pascua, fui a la escuela, pero me estacioné mucho más lejos; Lucien se escapó de la escuela, por un agujero de los límites de la misma, un lugar al que nadie iba en realidad y, al llegar a la primera esquina, siguió la acera hacia dónde yo le había dicho.
Yo no estaba en el auto, de hecho, estaba en un local de enfrente y lo miré cuando llegó a mi vehículo, abrió la puerta de atrás y se introdujo en él; siendo un auto con vidrios polarizados, nadie lo miraría y, por la hora, había poca gente en las calles. Después de eso, salí de la tienda con unos jugos y abordé mi automóvil.
A medio camino, le dije que siguiera escondido a los pies de los asientos, pero le di los jugos que había comprado, para mantenerlo tranquilo; al llegar a casa, lo llevé a mi “mundo mágico”, cómo le había prometido.
Él se maravilló porque no conocía esa parte de mi casa, y le dije que podía hacer lo que quisiera, pero que no se bañara, porque no quería que le pasara nada, así que, cuando llegara en la noche, yo le ayudaría. Le dejé algunos emparedados preparados, para que no tuviera que usar ni fuego, ni electrodomésticos y después, me fui a mi trabajo; ya sabía que mi hermano me llamaría en cualquier momento, cuando no supieran nada de él.
-Tío… – Lucien acercó un trozo de pizza para mí – toma.
-Gracias – sonreí y le entregué el jugo, mientras me sentaba a comer la pizza a su lado.
-¿Qué hiciste hoy?
-¡Muchas cosas! – dijo con emoción, después de pasar el bocado – brinqué mucho, luego estuve en las pelotas, también en los toboganes y después me puse a jugar un juego de carreras – contó – vi muchas películas, caricaturas y dormí un poco.
-Entonces, ¿te gusta mi “mundo mágico”?
-¡Sí!
-Me alegro…
-¿Por qué no me dijiste que lo tenías? – bebió un podo de su jugo y siguió comiendo.
-Porque es un secreto – sonreí – y solo si eres un buen niño, puedes llegar a él.
-¿No era un buen niño? – su rostro se puso triste y eso me provocó un placer malsano.
-Sí, pero aun no eras suficientemente grande – con eso, logré que volviera a sonreír – anda, come, que te falta el postre y hay que bañarte.
Lucien asintió, siguió comiendo mientras yo buscaba una película infantil.
* * *
-¿Vamos a bañarte? – pregunté mucho después de acabar de cenar, eran ya casi las nueve y media.
-Puedo bañarme solo, ya estoy grande – protestó.
-Sí, pero no quiero que nada te pase – aseguré – por eso no quise que lo hicieras si no estaba yo aquí, tengo que estar al pendiente de ti.
-Está bien – asintió – pero – hizo un gesto de susto – no tengo ropa…
-No te preocupes, yo tengo algo de ropa que puede servir – le guié un ojo y me puse de pie – quieres bañarte aquí o prefieres en la casa de arriba.
-Aquí, ¡no quiero salir de aquí! – dijo con emoción.
-De acuerdo, iré por tu ropa...
Besé su frente y salí de ahí, yendo a la casa. Mientras estaba buscando algo de ropa en el ático, en uno de los baúles que tenía ahí guardados, mi celular empezó a vibrar; saqué el aparato y me di cuenta que era mi hermano.
-¿Qué sucede?
-“…Lucien fue raptado…”
Sus palabras me dejaron frío; posiblemente alguien vio a Lucien subir mi auto y, en ese momento estaban buscándome. Negué, no era posible, evité dejar cualquier pista, e incluso, le pregunté a personas que sabían de ese tipo de situaciones, para informarme.
-¿Cómo…? ¿Cómo lo sabes? – indagué.
-“…Hace un momento recibimos una llamada anónima, que nos dijo haber visto a Lucien siendo llevado por varios hombres en una camioneta…”
Esas palabras me desconcertaron.
-¿Pero…?
-“…La policía piensa que es una banda de secuestradores, desde hace años se roban a niños y los usan para todo tipo de atrocidades…” – su voz sonó desesperada
-Nicholas… – respiré profundamente – ¿salió en las noticias que Lucien está perdido?
-“…Sí…” – su voz sonaba desesperada – “…mi jefe me ayudó a que lo sacaran en las noticias, por si alguien podía dar información de él…”
Pasé la mano por mi frente; no había contado con eso. Mi hermano era funcionario público y tenía varios contactos, pero no imagine que llegaría a tanto; aún así, ya no podía hacer nada para cambiar la situación.
-De acuerdo – asentí como si él estuviera frente a mí – ¿qué más te dijeron?
-“…Nada, los policías fueron a buscar a la persona que nos llamó…”
-Está bien, cuando tengas más noticias, avísame.
-“…Kyle…” – su voz sonaba bastante consternada – “…si necesito tu ayuda, tu… ¿podrías…?...”
-¿Qué necesitas? – indagué con interés.
-“…Quiero ofrecer dinero para que mi hijo vuelva sano y salvo…” – soltó con rapidez.
-Nicholas, sabes que no se puede pagar un rescate, el gobierno no lo permitirá…
-“…¡No es un rescate!...” – objeto – “…Es una medida desesperada, para tratar de recuperar a mi hijo…”
Su desesperación, de alguna manera me hizo sonreir satisfecho – está bien, no te preocupes, solo dime cuanto y te apoyaré como pueda.
-“…Gracias hermano…”
-Hasta luego – me despedí y colgué – ¡maldición! – gruñí.
Saqué la ropa con rapidez, sin siquiera fijarme qué escogí; bajé a mi habitación, dejando las cosas sobre mi cama; tendría que cambiar mis planes por ese momento y necesitaba volver con Lucien.
Cuando volví al sótano, le expliqué que debíamos estar en la casa durante la noche, así que, nos iríamos a dormir allá; la realidad, era que, en ese lugar, la recepción de mi celular no era buena y no tenía la misma línea telefónica de mi hogar. Él accedió y le dije que se adelantara, mientras yo arreglaba algo.
Cuando él se fue, abrí la puerta de la habitación, la cual, mantenía con llave; caminé a la pequeña mesita y tomé el teléfono de ese lugar. Marqué a uno de los números, a los que siempre llamaba, sólo por ahí.
-“…¿Sí?...”
La voz conocida me hizo enojar – actuaron como si ustedes hubiesen robado un menor, el día de hoy, ¿cierto?
-“…Si, lo hicimos…”
-Ese niño es mi sobrino – solté con rapidez – y no tiene nada que ver en…
-“…Disculpe doc…” – interrumpió – “…sí sabemos que es su sobrino pero, fue el jefe Schneider quien nos dijo que lo hiciéramos como si fuese uno de los robos normales…”
Pase saliva ante esa información.
-¿El jefe? – pregunté con debilidad
-“…Sí, dijo que si nos hablaba, le dijéramos que se comunicara con él, de inmediato…”
-De acuerdo, si ya recibieron órdenes de él, no puedo ir en contra – negué – pero, dejen que hable primero con él.
-“…Sabe que no podemos hacer nada, empezamos a dar pistas falsas ya y eso no se puede evitar…”
-Está… está bien…
Colgué después de eso; respiré profundamente pues me había puesto extremadamente nervioso y debía calmarme. Titubee antes de marcar otro número, pero lo hice.
-Buenas noches – saludé cuando levantaron el auricular – lamento molestarlo, pero…
-“…Sabía que llamarías…” – me interrumpió – “…me llamas por lo de tu sobrino, lo sé, mi hermano fue el que lo ordenó…”
-¿El director? – pregunté aún más consternado.
-“…Sí, al ver las noticias, supo porqué habías pedido el permiso en el hospital para estos dos días y, obviamente, no quiere perder a uno de sus mejores doctores solo porque éste, decidió cumplir un capricho…” – soltó con diversión – “…por eso decidió encargarse y no te preocupes por la policía…” – eso me indicaba que ellos solucionarían todo – “…aún así, dijo que hables con él mañana, a medio día, a esa hora puede atenderte…”
-De acuerdo…
-“…Disfruta tus días libres…”
Apenas terminó de hablar me colgó; ya no había marcha atrás y posiblemente, las cosas no iban a terminar cómo las planee.
* * *
Lucien estaba en una habitación de huéspedes; aunque nunca se había quedado a dormir en mi casa, cuando su familia me visitaba y si él tomaba una siesta, mi hermano siempre lo dejaba en la cama de ese cuarto.
-¿Qué haces aquí? – pregunté con sorpresa, al verlo sentado en la orilla de la cama.
-Esperándote – sonrió.
-Ven – extendí mi mano, pero no me moví de la puerta – te asearás en el baño principal.
Lucien se puso de pie y me alcanzó, agarrando mi mano con la suya.
Lleve a mi sobrino a la habitación principal y después al baño; me acuclillé delante de él y empecé a quitarle la ropa. Primero su camiseta, pudiendo admirar su pequeño y delicado torso; después su pantaloncito y su trusa, dejando expuesto un pequeño miembro, que ni siquiera era del tamaño de mi dedo meñique. No me pude contener y, mis dedos rozaron su pene con lentitud.
Lucien soltó un gemido y se cubrió con rapidez – no – dijo serio – mamá me dijo que nadie debe tocarlo.
-Pero, yo soy tu tío y tu doctor – sonreí – ya te he revisado antes, ¿recuerdas?
Ya antes, Kathy había llevado a Lucien a que lo revisara en casa, siendo mi sobrino, obviamente no le cobraba nada; cada vez que lo hacía, podía admirar su pequeño cuerpo sin problema, aunque tenía que controlarme, pues no quería delatar mi ansiedad de tocarlo de una forma, para nada profesional.
-Pero… es que se siente raro – arrugó la nariz.
-Lucien, ¿cuándo se siente raro? – indagué, tratando de tomar mi actitud profesional, aunque quería llegar a otro punto.
-Cuando lo toco o me roza la ropa.
-Ah, ya veo, eso es normal – sonreí.
-¿De verdad? – él levantó la mirada – pero mi mami me dijo que no debía tocarlo, porque es malo…
-Tu madre exagera – suspiré – en realidad es muy normal – aseguré con seriedad – aun eres pequeño, pero, yo podría enseñarte algunas cosas para que aprendas, qué hacer.
-¿Estoy enfermo?
-No, ya te dije que es normal – lo abracé – no lo mires como algo malo.
-Y, ¿cuando me enseñaras?
-Después de bañarte – besé su sien.
Él asintió y se dejó mover. Me tomé mi tiempo para bañarlo; cuando era bebé lo hice un par de veces, pues le enseñé a mi cuñada como hacerlo correctamente, pero ahora, podía disfrutarlo más. A pesar de que no me quité la ropa, me metí a la regadera, hincándome tras él y, mientras lo enjabonaba, mis manos recorrían su pequeño cuerpo con ansiedad y algo de deseo; sentía que Lucien temblaba, especialmente cuando pasé el jabón por su sexo y estimulé sus pequeños testículos, momentos antes de acariciar su delicada entrada.
-Tío… – su voz tembló – eso es… raro…
-¿Acaso nunca te lavas aquí? – mi dedo medio presionó un poco, conseguí que se sobresaltara un momento y un pequeño gemido escapara de sus labios.
-No… No así… – dijo con debilidad.
-Pero esto es lo correcto – susurré contra su oído – hay que limpiar a fondo, para que no enfermes… ¿entiendes?
-Bueno… – dijo con sumisión y asintió.
Con esa mentira, pude acceder a su interior; introduje mi dedo un poco más, con suma lentitud y Lucien se tensó, especialmente cuando lo moví un poco. No tardé mucho en que él disfrutara, pero alejé mi mano, debía seguir con la mentira.
-Listo – anuncié y lo miré de reojo, observando su reacción.
-¿Ya? ¿Es…? ¿Es todo? – preguntó con sorpresa y su voz sonó con algo de desilusión.
-Sí – asentí y seguí limpiando su cuerpo, bajando por sus piernas.
Nos mantuvimos en silencio, pero él se notaba algo inquieto.
-Tío – se giró y se mordió el labio – se sintió, raro…
-¿De verdad? – me hice el sorprendido.
-Sí – dijo con debilidad.
-Bueno, te dije que te enseñaré a quitarte esa sensación, pero después de bañarte, terminemos rápido para poder hacerlo – apresuré.
Lucien asintió y se dejó hacer.
* * *
Al salir del baño, lo sequé con la toalla y lo dejé sentado en el vestidor, le dije que me esperara mientras me daba una ducha rápida; él se quedó ahí, y yo me quité la ropa empapada, para asearme con rapidez. Al salir, me puse una toalla en la cintura y lo tomé en brazos, llevándolo a la cama y parándolo sobre la misma.
Agarré una pequeña prenda para ponérsela, de las que había bajado del ático.
-¿Qué es eso? – pregunto con sorpresa.
-Es tu ropa interior – señalé.
-Pero es de niña – hizo un gesto de desagrado.
Observé la prenda y sonreí, ciertamente, tenía muchos holanes, y listones, además de que era pequeña y delicada.
-Ah, lo siento, no lo había notado – me alcé de hombros – es que fue la primera que agarré.
-No me gusta – negó.
-¿Prefieres quedarte desnudo?
-¡No! – se asustó ante mi pregunta.
-Mira, mañana me acompañas al ático y buscamos una ropa que te guste, ¿de acuerdo?
-¿No vas a salir mañana?
-Solo un ratito, pero volveré para estar contigo todo el día en nuestro “mundo mágico”.
-¡Sí! – con eso, él quedó feliz y permitió que le pusiera la pequeña panty y un camisón corto, que apenas le cubría hasta sus nalgas.
-Ahora, espérame un momento, mientras yo me pongo una pijama – lo recosté en la cama y fui al vestidor.
Me puse un simple pantalón, pues, no quería ropa que me limitaran en movimientos; volví a la cama, apagando las luces de mi habitación. Me senté un momento en la orilla de la cama, serví algo de agua en un vaso y saqué una pastilla, la partí por la mitad y la disolví en el líquido.
-Bebe – se la acerqué a mi sobrino.
-No debo tomar agua antes de dormir – objetó – mi mamá dice que no quiere accidentes – escondió el rostro en la almohada.
-¿Aun te orinas en la cama? – esa confesión me sorprendió, pues, siendo un niño de ocho años era poco frecuente.
-¡No! – negó y luego su voz fue obstaculizada por la almohada, aún así, pude entenderlo – tuve un accidente el año pasado y mi mamá se enojó.
Negué – anda, no te preocupes, yo no me molestaré, pero necesitas tomar esto.
-¿Por qué? – sus grandes ojos azules me observaron con curiosidad.
-Es una vitamina – mentí – tu mamá te sigue dando vitaminas, ¿cierto? Y no te has tomado ninguna hoy…
-¡Es cierto! – dijo con sorpresa y se incorporó a tomar el agua, dejándome satisfecho.
Me entregó el vaso vació y volvió a acomodarse en la cama; cuando me recosté con él, repartí besos en sus mejillas.
- ¿Te sientes raro?
-No – sonrió.
-Así no puedo enseñarte nada – negué.
-Pero, quiero saber…
-Entonces, necesitamos hacer que te sientas “raro”…
Me moví, acomodándome sobre su pequeño cuerpo, sosteniéndome con mis manos y mis rodillas, observando su hermosa carita llena de expectación. Por eso me gustaban los pequeños, niñas y niños, eran tan simples, tan inocentes, tan dulces, me gustaba su pureza y, saber que podía disfrutar manchándolos con facilidad; el blanco virginal que los caracterizaba, yo podía cubrirlo con otro color, mi color. Pero Lucien para mí era sagrado desde que nació; incluso cuando era bebé, soñaba con tocarlo de manera inadecuada, de arrancarle su virginidad y ensuciarlo de mi, pero nunca tuve el valor. Ahora estaba por alcanzar mi máximo, mi pequeño y dulce sobrino; se lo quitaría a mi hermano por completo, porque lo haría mío.
-Voy a besarte – anuncié y me acerqué a sus labios.
Lucien apretó los parpados y cerró la boca con fuerza. Solté el airé con cansancio, necesitaba hacerlo más lentamente.
-No hagas eso – pedí – abre tu boquita.
-¿Por qué?
-Porque así se siente mejor – sonreí.
Él asintió y abrió su boca; aproveché para besarlo e introduje mi lengua. Sus manos se movieron y trataron de empujarme, parecía sorprendido. Me alejé un poco, tampoco quería asustarlo.
-¿Qué pasa?
-¿Por qué? – preguntó con algo de miedo.
-¿Qué cosa?
-La lengua, eso fue…
-Es para que te sientas “raro” y poder decirte qué hacer – expliqué.
-Ah… bueno…
-Si te da miedo, haré otra cosa...
-Mejor… mejor otra cosa – asintió con rapidez.
-Bien…
Besé su mejilla y bajé con lentitud hasta su cuello, disfrutando de su piel, su frescura y sabor; eran tan excitante, especialmente porque cada caricia, beso o lamida, se erizaba con rapidez. Lucien respiraba agitado y soltaba ligeros gemidos; cuando mordí con sumo cuidado su cuello, habló.
-Ya… – anunció y yo me alejé.
-¿Ya qué?
-Ya me siento raro – su labio inferior tembló.
-Oh, bueno, entonces, observa…
Levanté la tela que lo cubría y pude notar su pequeño miembro, apenas erecto; sin pensar, relamí mis labios, ansiaba probarlo, pero tuve que contener mis impulsos. Ese día, solo le enseñaría a tocarlo, para que ganara más confianza, después de todo, aún tenía hasta el domingo para tomar todo de él.
-Primero, hacemos a un lado lo que estorbe – moví la pequeña prenda que lo apresaba, para liberar el miembro – y después, con tu mano, lo masajeas así – atrape su pequeño pene en mi mano y empecé a estimularlo.
Lucien soltó un gemido y eso me excitó; observé como su rostro se teñía de rojo y sus ojos se humedecían, mientras me mostraba un gesto de placer tan puro e inocente, que no quería olvidarlo jamás.
-¿Cómo se siente? – pregunté en un susurro, cerca de su oreja, antes de atraparla con mis labios y lamer el lóbulo.
-Ra… ro… – murmuró y arqueó la espalda, mientras sus manitas se movían con desespero.
-Mira… – sujeté su muñeca y llevé una de sus manos a acariciarse él mismo – hazlo tú, para que aprendas – sonreí.
Lucien titubeó antes de tocarse, pero empezó a hacerlo momentos después; me relamí los labios al verlo, moviendo desesperado su mano para sentirse bien.
-Si te ayudo, se sentirá mejor – anuncié, mientras abría sus piernas y mi dedo presionaba su entrada, justo como lo había hecho en el baño.
Él dio un respingo y detuvo sus movimientos.
-No pares – indiqué – así podrás sentirte mejor…
-Pero… es que…
-Confía en mí, nada malo va a pasar…
Lucien obedeció, mu mano siguió estimulándose y yo, rocé su interior con delicadeza; poco a poco su voz empezó a inundar mi habitación y, momentos después, quedó contra la cama, rendido. Había llegado al éxtasis, pues su interior se contraía con fuerza, pero, nada había salido de su pequeño sexo.
-¿Cansado? – pregunté en un susurro.
No respondió, solo asintió lentamente.
-Duerme, mañana será otro día…
Lucien cerró sus ojitos y yo, lo abracé contra mi pecho, esperando pacientemente; después de todo, la pastilla ya estaba haciendo efecto también.
Minutos después, mi sobrino estaba profundamente dormido y, con el medicamento, no despertaría, así que, me levanté, fui por la cámara y le tome varias fotos; incluso, me di el lujo de acomodarlo en la cama, en posiciones excitantes para mí. Cuando me cansé de eso, volví a la cama y lo coloqué de lado, saqué mi miembro que ya se encontraba completamente duro y lo puse entre sus pequeños muslos, disfrutando la fricción de su piel y la delicada prenda que traía puesta.
Descubrí sus hombros, y los besé, después su cuello y su oreja, mientras mis manos se movían sigilosas, introduciéndose bajo el camisón y pellizcando con suavidad sus pequeños pezones, que apenas se distinguían; moví mi cadera con más fuerza, no debía tardar mucho y por ello no me contuve. Mis músculos se tensaron cuando liberé mi semen, ensuciando la cama y, lo ultimó, manchó la piel de mi sobrino. Recogí con mi mano algo del líquido pegajoso y lo llevé a la mejilla de Lucien.
-Pronto, mi amor – susurré, ensuciando su rostro – pronto estarás cubierto de mí…
* * *
A las nueve de la mañana, el teléfono de mi habitación sonó; moví la mano y agarré el auricular de la mesita para responder.
-¿Sí?
-“…Kyle, soy yo…”
-¿Pasa algo?
-“…Sí, hay una persona que dice tener información sobre los criminales….”
Suspiré, imaginé que todo seguiría de acuerdo al plan del director – salgo para allá en un rato más, necesito asearme.
-“…Gracias…”
Colgué y me volví a recostar en la cama; Lucien estaba plácidamente dormido, pero debía despertarlo.
-Lucien, pequeño – hablé lo más suavemente posible, para no asustarlo.
Él se removió y despertó con lentitud.
-Hora de despertar – sonreí – hay que desayunar, para que te quedes jugando, mientras yo voy a ver a tus papis, para decirles que estás conmigo, que volverás con ellos el lunes y dejen de preocuparse…
-Está bien – asintió – pero, quiero ponerme otra ropa…
-¡Claro! – sonreí – vamos a que la escojas.
Después de ponerme un conjunto deportivo, llevé a Lucien al ático, entre los dos, revisamos un par de baúles y, de entre toda la ropa, sacó un pantalón corto y una camiseta cómoda, así como unos calcetines y ropa interior más adecuada para él.
-¿Por qué tienes tanta ropa? – indagó con curiosidad, colocándose las prendas, frente a mí.
-En el hospital, hacemos algunas recaudaciones de cosas para los niños de un orfanato – expliqué – así que, a veces, yo compro ropa varia y la guardo para entregarla después.
-Ah, ya veo…
Le di desayuno y finalmente, lo dejé en la zona secreta. Lucien me prometió comportarse y, mientras él estaba saltando en una cama elástica, yo hice mi primer movimiento; en el mueble de la tele, dejé una puerta abierta, con varias cajas de películas a la vista. Eran películas para adultos y, como mi sobrino era niño, todas ellas eran de temática homosexual.
-Me voy – anuncié acercándome hasta dónde él estaba – vuelvo más tarde, ¿necesitas algo?
-Sí – se acercó a la orilla de la cama, que era protegida por una red – ¿me traes el peluche con el que duermo?
-¿Cuál es?
-Es el conejo que me regalaste, dile a mi mamá y ella te lo dará…
-Bien, pero antes, ven – lo llamé y cuando se acercó, le di un beso fugaz en sus labios – pórtate bien – ordené.
-Sí, tío.
Salí de ahí y fui directamente a la casa de mis padres; cuando llegué había un par de autos patrulla, estacionados enfrente, junto con otros que parecían civiles. Inmediatamente, reconocí a varios de los sujetos, era obvio que ya se habían acomodado las fichas para que yo no fuera señalado en lo más mínimo.
Entré a la casa y mi hermano estaba con su esposa en la sala, hablando con un investigador, mismo que también había visto con anterioridad, su nombre era Frederick Jones y él también me conocía bien. Mi madre estaba en otro sillón y, al lado de ella, mi padre. Cuando mi padre me vio, pude notar cómo se alteraba; él estaba confinado a una silla de ruedas, debido a una apoplejía, la cual, había provocado parálisis en todo su cuerpo y tampoco podía hablar, pero eso no evitaba que mostrara sus estados de ánimo en sus facciones.
-Me iré en un momento – anuncié, mirándolo con frialdad – solo vine a ayudar a Nicholas.
Mi madre acarició la mano de él, tratando de calmarlo.
-Vamos… vamos al comedor… – indicó mi hermano, poniéndose de pie y llevándome a la otra habitación, Frederick nos siguió también.
-¿Cuánto ocupas? – pregunté directo.
-Ofrecí doscientos mil por información o quinientos mil al que me ayude a recuperarlo, pero están en el banco y no los puedo sacar, por las fechas y esta situación…
-Necesitas doscientos mil entonces – suspiré.
-Sí, esa persona dijo que solo podía dar información – asintió con cansancio.
-¿Usted los tiene? – nuestro acompañante me observó con seriedad.
-Lo siento, no los he presentado – mi hermano se disculpó – Kyle, él es Frederick Jones, el investigador que nos asignaron para encontrar a Lucien – explicó – Kyle es mi hermano menor.
-Un placer – dije aceptando la mano de él – y, respecto a su pregunta, sí – respondí frío, obviamente él lo sabía, pero debía seguir el juego – aunque también los tengo en el banco y seguramente, a estas horas, me congelaron las cuentas, tengo un paciente que su padre podría hacerme el favor de prestármelos, sin problemas…
-¿De verdad, puedes hacerlo? – mi hermano parecía aliviado.
-Sí – asentí.
-Es una mala idea – Frederick estaba en su papel y lo hacía muy bien – no se pueden dar rescates por secuestros…
-¡No es un rescate! – mi hermano objetó – ofrecí una recompensa por información que pudiese ser verídica, del paradero de mi hijo, ¡eso no está prohibido!
-De acuerdo, pero, aunque así sea ¿qué tal si esa persona no tiene verdadera información?, estarían regalando su dinero, por nada.
-No me importa – Nicholas gruñó – ¡haré lo que sea por recuperar a mi hijo!
-Cálmate – le puse la mano en el hombro – el agente Jones solo hace su trabajo y, todos sabemos que el gobierno está en contra de pagar rescates por personas secuestradas – expliqué con calma.
-¡No es un rescate! – gritó con desespero.
-Está bien – accedí para calmarlo – no te preocupes, ahora lo importantes es, conseguir el dinero que ofreciste, ¿cuándo lo tienen que entregar?
-Esa persona dijo que se pondría en contacto con nosotros en la tarde, para decirnos dónde se esconden, pero pidió total anonimato y protección, por su seguridad, pensamos que puede ser algún familiar o conocido de un miembro de la banda y seguramente tiene miedo – Frederick levantó una ceja, a manera escéptica – ¿puede conseguirlos?
-Podría conseguirlo, tal vez después de las dos…
-Es suficiente, ¿verdad? – Nicholas presionó a nuestro acompañante – con eso podemos encontrar a Lucien.
-Está bien – asentí – déjame hablar con esa persona y me pongo en contacto contigo.
-No – Frederick negó – debe ponerse en contacto conmigo.
-De acuerdo – entrecerré mis ojos – solo necesito intercambiar datos con usted…
-Iré a avisarle a Kathy – mi hermano se alejó del comedor y nos dejó solos.
-Esto es muy arriesgado – la voz de mi acompañante apenas se escuchó.
-Para algo estás aquí – respondí en el mismo tono, mientras fingía que anotaba su número en mi celular.
-Jamás imaginé que cubriría tu espalda – sonrió de lado – aunque, si me lo preguntas, no estaría del todo mal…
-Pierdes tu tiempo – levanté una ceja – tengo gustos muy distintos…
-Lástima, pero la oferta sigue en pie, cuando quieras…
Mi hermano regresó y ambos guardamos silencio, después de eso, me despedí, alegando que no quería importunar a mi padre y, que en cuanto tuviera el dinero, se lo comunicaría al investigador, para que él hiciera todo lo demás.
* * *
Fui al orfanato, y me dirigí primero con la costurera, quien tenía mucha ropa y disfraces, mismos que usaban ahí o eran pedidos por algunos otros clientes especiales; me facilito uno adecuado, para el siguiente día que pasaría Lucien conmigo. Antes de retirarme, pasé con mi asistente, un pediatra que tenía poco tiempo de ser mi auxiliar y, cuando yo no estaba ahí, él se encargaba; no sabía mucho, pues era un novato, además, a diferencia de mi, la familia del director no confiaba del todo en él, por tanto, seguía a prueba.
Antes de ir a casa, pasé a un centro comercial, a comprar varias cosas para el siguiente día, así como un enorme conejo de peluche; al salir de ahí y dejar el conejo en el auto, fui a tomar un café al aire libre, en una de las cafeterías más renombradas. Llevaba un segundo celular, mismo que siempre tenía escondido en mi automóvil.
Mientras esperaba, le coloqué al celular el chip, que guardaba en mi cartera. A las doce en punto, mientras tomaba un capuchino, marqué el único número que tenía.
-“…Me agradas que seas puntual…”
-Señor – dije con seriedad, ya lo conocía en persona, pero siempre me provocaba escalofríos – su hermano me dijo que lo llamara a esta hora, me encontré con Frederick en casa de mi familia y…
-“…Kyle…” – apenas dijo mi nombre y guardé silencio – “…no debiste actuar por tu propia cuenta, yo entiendo de las obsesiones, pero pudiste poner en riesgo muchas cosas, ¿acaso no es suficiente con lo que te ofrecemos?…”
-Discúlpeme, no volverá a pasar…
-“…Por supuesto que no volverá a pasar, Lucien es tu único sobrino, ¿cierto?...”
-Sí – asentí.
-“…Me imagino que lo quieres mucho, yo sé lo que es amar con locura, pero no sé si eso sientas tu por él…”
-La verdad, no estoy seguro…
-“…Kyle, no se cuales hayan sido tus planes, pero, olvídalos…”
Respiré profundamente ante sus palabras.
-“…Esto terminará como siempre, ¿de acuerdo? Si no obedeces, sabes lo que te puede pasar…”
-Sí, señor – acepté.
-“…Espero que el lunes te presentes al trabajo, aun así, si decides hacer lo contrario, solo te advierto que si no sigues mis órdenes, no habrá lugar en el que puedas esconderte, ni siquiera en ese ‘mundo mágico’ con el que mantienes felices a los niños y, de todos modos, Lucien también sufrirá…” – era una amenaza clara, y no podía hacer nada contra ella – “…disfruta tu pascua, Kyle…”
-Gracias señor, pero, si me da la opción de elegir, antes de hacerlo, tengo una petición, si me la concede…
* * *
Al llegar a mi casa, con el conejo en brazos y la bolsa con la ropa, fui directamente a dónde se encontraba Lucien.
Cuando entré, pude escuchar gemidos en volumen alto; sonreí complacido, obviamente, Lucien encontró las películas. Caminé con sigilo y me encontré a mi sobrino, recostado en los almohadones, tocándose justo como le había enseñado la noche anterior y, rozando sus pezones con insistencia, pues no traía la camiseta, mientras observaba a un hombre, más o menos de mi edad, penetrando con fuerza a un joven que parecía un adolescente, el cual, estaba amarrado de las manos y lloraba, pero pedía más con deseo.
-¿Lucien? – dije su nombre, fingiendo asombro.
Él alejó las manos de su cuerpo con rapidez y se incorporó de un salto; seguía respirando agitado, intentó decir algo, pero empezó a llorar rápidamente. Dejé el conejo de lado y me acerqué a él, abrazándolo.
-Perdón… – dijo en medio de sollozos – yo… lo encontré y… perdón…
-¿Por qué te disculpas? – indagué sin dejar de abrazarlo y besar su cabello.
-Es que – levantó su rostro empapado por las lágrimas – mi mamá dice que, esas cosas que dicen ‘solo adultos’ no debo verlas… Pero, me dio curiosidad… – explicó.
-Es normal – hablé condescendiente – solo quieres experimentar, pero ciertamente, no estás en edad de ver algunas cosas – me puse en el papel de un adulto responsable, a sabiendas que era lo mejor en ese momento – ni siquiera sé porque están esas películas aquí – mentí – debió ser un error, perdóname tu a mí, por no ser más precavido.
-Pero, es que… esos chicos – se limpió los ojos con la mano – parecían felices – suspiró – y, como les hicieron cosas parecidas a lo que me enseñaste anoche… pensé que…
-¿Qué cosas les hicieron, Lucien? – indagué con morbo, quería escucharlo de su propia voz.
-Pues… se tocaron aquí – señaló su entrepierna – y, uno de ellos le metió el dedo, como tú lo hiciste cuando me limpiaste – contó – pero, él decía que quería más y le metió otro ¡y otro! – dijo con algo de emoción – y después… le metió… su… pene – terminó la palabra en un susurró.
-Ya veo – sonreí – y, ¿el chico no hizo nada más?
-Pues, en otra, uno de ellos se metió el pene en la boca – contó con más seguridad.
-¿Cuántas viste?
-Ah, como tres o cuatro… no sé – se encogió de hombros y bajó la mirada.
Yo sonreí ampliamente; con eso había despertado por completo su curiosidad y podía aprovecharme de la situación.
-Bueno, a algunos chicos les gusta hacer esas cosas – le acaricie su mejilla – dicen que es muy rico – susurré con lentitud – y que los niños buenos lo hacen mejor…
-Yo soy niño bueno – dijo con una enorme sonrisa.
-¿De verdad? – levanté una ceja – no puedes ser un niño bueno si no has hecho eso…
-Pero soy bueno – repitió – si no lo he hecho es porque no sabía y no tengo con quien…
-Bueno, yo puedo ayudarte, ¿quieres hacerlo conmigo?
Se quedó en silencio, parecía dudar.
-¿Quieres ser un niño bueno? – presioné, estaba ansioso de probar su boca.
-Sí – asintió.
-Entonces, debes portarte bien y hacerlo…
Lucien asintió – está bien pero… tengo miedo…
-Ven, muéstrame en qué película viste eso, la ponemos mientras lo haces, para que te guíes, ¿sí?
Él buscó la película y la puso. En realidad, era una de mis favoritas, el pasivo era un chico que parecía menor de edad y era bastante ruidoso cuando el activo lo poseía; además, tenía una buena técnica con la boca y podía introducir completo un miembro enorme, en la misma.
-Lucien, desnúdate – ordené.
-¿Por qué?
-Porque el chico está desnudo, ¿no lo ves? – señalé la pantalla.
-Y, ¿tú también lo harás? – preguntó con precaución.
-Sí – asentí.
Él sonrió nerviosamente y empezó a quitarse la ropa; mientras yo lo recorría con la mirada, cuando quedó desnudo, yo también hice lo mismo, pero me quedé con el bóxer. En la película, el chico más joven, estaba contra la cama y el mayor lo estimulaba con insistencia, así que, yo iba a hacer lo mismo.
Recosté a Lucien en el lecho que ocupábamos y bajé hasta su pequeño pene, probándolo por primera vez. Mi sobrino gimió, aún más fuerte que el joven de la pantalla, pero no intentó alejarme; sabía que Lucien trataría de imitar al actor y, por eso, me dejaría hacer varias cosas.
Juguetee con el pequeño pene, era tan chiquito y delgado que parecía un pequeño dulce el cual podía moverlo con facilidad dentro de mi boca y juguetear con mi lengua; aún así, no me detuve solo con eso, ese día, iba a probar más, por tanto, bajé por sus testículos lampiños y llegué a su pequeña entrada, la cual, estimulé con mi lengua, incluso, introduciéndola un poco, claro, sin dejar de masajear su pene con mi mano. Él ya no prestaba atención a la película y, cuando volví a succionar su pene, mi dedo medio se metió a su interior, consiguiendo que Lucien llegara al climax, y solo un par de gotitas de líquido seminal, fueron liberadas en mi boca.
Aún así no me detuve, quería probar más, por tanto, era mi turno.
-Lucien – llamé cuando me acerqué a su rostro – ahora te toca a ti ser un buen niño.
-Estoy… cansado – dijo con sus ojos entrecerrados.
-Lo sé – asentí – pero yo voy a guiarte, ven…
Lo incorporé con rapidez y lo acomodé a gatas, acercando su pequeño rostro a mi entrepierna; saqué mi pene y cuando lo vio abrió los ojos enormemente.
-¿Vas…? ¿Vas a meterlo? – preguntó con algo de miedo.
-¿A dónde? – mi voz salió con un tinte de diversión.
-Pues… a… atrás…
-No si no quieres – sonreí – lo que quiero es que lo chupes, como él – señalé la pantalla, donde el jovencito se comía el miembro del otro, con gusto y placer.
Lucien respiró aliviado y yo lo moví, hasta acercar su boquita a la punta de mi sexo – solo abre la boca, te va a gustar…
Él abrió grande y yo, introduje la punta dentro de su pequeña cavidad.
“Tibia, suave, dulce y virgen…” pensé con deseo, disfrutando de la humedad; Lucien levantó la mirada y observé su hermoso rostro sonrojado.
-Viste lo que sucedió al final, ¿cierto? – pregunté con voz ronca, él intentó hablar, pero, al no entenderlo, le permití que se alejara.
-¿Qué…? ¿Qué cosa?
-Cuando el mayor termina, lo hace en la boca del otro, ¿lo viste? – acaricie su mejilla sin poder quitar la sonrisa de mis labios.
-Sí – asintió.
-¿Quieres que lo haga ahí o mejor te ensucio la carita?
-En mi boca, me hace ser un niño bueno, ¿cierto?
Sonreí con malicia – así es – mentí.
-Entonces, en mi boca…
Después de esa frase, Lucien volvió a abrir grande y yo, introduje un poco más mi miembro. Me aferré a su cabello y empecé a marcar un ritmo más fuerte, ahogándolo; él empezó a quejarse y sus ojos se humedecieron, permitiendo que algunas lagrimitas resbalaran por sus mejillas. Era tan lindo tenerlo así, a mi merced, llorando gracias a mi trato; ensuciarlo poco a poco era tan fascinante.
Mientras Lucien se quejaba ahogadamente, yo seguía observándolo con diversión, malicia y deseo, pensando en todo lo que podía hacerle, por tanto, llegué al orgasmo en su garganta, liberando mi semen con fuerza.
Sus ojitos azules se abrieron como platos, y su expresión había sido un premio para mí; se notaba asustado, consternado y, por sobretodo, desesperado por no poder respirar y, de un momento a otro, de su boca y nariz, escurrió mi semen. En ese momento lo alejé con rapidez y él empezó a toser.
Lucien lloró y gritó, le había lastimado su conducto nasal y posiblemente le quedaría irritado, pero, la verdad lo había disfrutado.
-Lo siento – dije al abrazarlo para tratar de calmar su llanto – no quise lastimarte.
-Me dolio – reclamó con su carita aún sucia.
Agarré mi camiseta y le limpié la cara con delicadeza – es que, te falta aprender algunas cosas – expliqué – un niño bueno, debe tragarlo inmediatamente, no acumularlo…
-No sabía – no paraba de llorar y eso, en vez de hacerme sentir mal, me empezó a excitar nuevamente, pero, no iba a hacerle nada más, al menos, no hasta después de comer.
-Vamos, debemos limpiarte y, después, comeremos – anuncié – tus papás te esperan el lunes – mentí – así que, como recompensa por portarte bien, haremos lo que tú quieras aquí, ¿de acuerdo?
-Sí…– dijo aún entre sollozos.
El resto del día, consentí a Lucien en todo lo que tuve a mi alcance, sin salir de ese lugar; jugamos, vimos películas, comimos lo que él quiso y, al cenar, le di una pastilla para que se relajara. Lo llevé al baño y lo asee, limpiando concienzudamente su parte intima; debido a que Lucien estaba un poco adormilado por la pastilla, no puso mucha objeción y, pude disfrutar sus gemidos contra mi pecho, mientras se sostenía para que yo pudiera introducir mi dedo en él.
-Esta noche dormiremos aquí – anuncié, dejándolo en los sillones del área de juegos – mañana, te despertaré temprano, porque, jugaremos a encontrar lo huevos de pascua y, si los encuentras todos, tendrás una recompensa.
-Pascua – susurró con debilidad, abrazándose al peluche de conejo que le había comprado y cerrando sus parpados con lentitud – chocolate…
-Habrá mucho chocolate mi niño, lo prometo…
Cuando él se quedó tranquilo, fui a la casa y agarré todo lo que había comprado para ese domingo especial.
Escondí por toda el área de juegos, tres cajas de huevos de chocolate y dos más de conejitos del mismo dulce; después, fui a la habitación cerrada y la preparé para lo que sucedería después.
* * *
A las ocho de la mañana, me desperté, fui a mi casa y le marqué a mi hermano, por compromiso, para preguntarle qué había sucedido, pues, él creía que yo ya había dado el supuesto dinero para el informante. Me explicó que el investigador Jones se iba a encargar y, esperaba que en la noche o al día siguiente, tuvieran noticias.
-Entonces, iré mañana…
-“…¿Por qué no vienes hoy? Kyle, necesito tu apoyo, no puedo mantenerme fuerte…”
-Nicholas, no puedo – suspiré – no me gusta que nuestro padre se altere, a pesar de todo, es mi padre y tú, mi hermano, así que, no quiero problemas, eso sería peor en estos momentos…
-“…Está bien… Gracias Kyle…”
Colgué el teléfono y me sentí tranquilo; tenía todo el día libre para ser feliz al lado de Lucien y era momento de empezar con mi ‘pascua’.
Regresé al lado a Lucien, quien seguía dormido, pero era momento de despertarlo.
-Lucien – llamé insistente, al sentarme a su lado – despierta, ¡es pascua! – dije con emoción.
-¿Eh? – se restregó los ojitos con su delicadas manitas y parecía estar procesando mis palabras – ¡Pascua! – dijo al fin – ¡el conejo! ¡Los chocolates! – se puso de pie con rapidez – vamos tío – me jaló la mano – ¡hay que ir al jardín!
-No, no, no – negué – esta vez, el conejo parece que me descubrió – me crucé de brazos y fingí estar enojado – me dejó una nota – le mostré una hoja impresa, que tenía un conejito que había descargado de internet – parece que encontró mi ‘mundo mágico’ y, como le gustó, escondió muchos huevos aquí, para ti…
-¡¿Aquí?! ¡¿De verdad?! – sus ojitos mostraron un gran brillo de felicidad.
-Si – asentí – así que, hay que buscarlos…
-¡Sí!
Intentó correr, pero lo sujeté de la muñeca – oh no, así no puedes, el conejo dijo que debías ponerte algo especial esta vez…
-¿Qué cosa?
-Primero, debes bañarte – le guiñé el ojo.
-¿Por qué? – hizo un mohín molesto.
-Porque el conejo blanco, te dejó un traje de los que él usa, así que, tienes que vestirlo adecuadamente…
La cara de Lucien se iluminó y me sujetó de la mano – vamos, vamos, ¡tengo que bañarme! – apremió.
-Ya voy – anuncié y lo seguí.
No tardamos mucho en su aseo, y al salir, le entregué el pequeño traje, junto con una ropa interior. Lucien se lo puso con rapidez; en un pantalón extremadamente corto y una camiseta con gorro, de la cual, en la cabeza, tenía unas largas orejas, todo en un tono blanco impoluto, con algunos detalles en azul cielo. Se puso también unos calcetines y unos zapatos grandes, que parecían patas de conejo, así como unos guantes sin dedos.
-¿Qué tal? – me preguntó – ¿me parezco al conejo de pascua?
-No – negué – para eso tienes que ponerte esto – moví mis manos y le coloqué la gorra en su lugar, pues la traía colgando en la espalda.
Él sonrió y por fin, salimos del baño.
-¿Puedo empezar?
-No, te falta algo importante…
-¿Qué cosa? – hizo un gesto de cansancio, pues ya estaba ansioso y no era el único.
Caminé a la cocina y saqué una canasta de mimbre – ¿no crees que necesitas esto?
-¡Sí!
Lucien cogió la canasta y empezó su búsqueda, mientras yo lo observaba con curiosidad, siguiéndolo de un lado a otro y dándole pistas para que encontrara todos los chocolates; además, apreciaba su pequeño cuerpo en el traje que usaba y mucho más, cuando se inclinaba a recoger los huevos.
Tardó casi dos horas en encontrarlos todos y su canasta estaba llena.
-Es la pascua dónde más uevos he conseguido y ¡todos son de chocolate! – sonrió emocionado, sentándose a comer.
-Lucien, sabes que no puedes comer chocolate hasta después de desayunar…
Él se quedó con el chocolate a medio camino y levantó su mirada, poniendo un semblante triste.
-Pero, si no le dices a tu mamá, yo tampoco lo haré – terminé guiñándole un ojo de manra complice y el sonrió, empezando a comer.
Me senté a su lado y le quité un par de chocolates; encendí la televisión y busqué una película infantil.
-¿Puedo comerlos todos?
-No creo que te los termines – sonreí mientras masticaba uno.
-¡Claro que sí! – aseguró.
-Inténtalo – reté – si te los terminas, te daré un premio extra.
Lucien comió chocolate tras chocolate, pero, después de quince huevos y un par de conejitos parecía estar soñoliento.
-¿Estás bien? – pregunté con diversión.
-Tengo… mareo…
Su voz apenas se escuchó y se dejó caer hacia atrás, contra el conejo blanco gigante; tenía los ojos entrecerrados, sus mejillas sonrojadas y respiraba agitado.
-Creo que… me cayó mal – gimió.
-Ah, ¿te sientes mal?
-Sí… – asintió y pasó las manos por su frente – todo… gira…
-¿Quieres que te revise?
-Sí…
-De acuerdo, mi hermoso conejito – me incorporé y lo levanté en brazos – voy a llevarte a la madriguera del conejo blanco, para revisarte a fondo…
* * *
Llevé a Lucien a la ultima habitación. Al entrar, esta estaba dividida en dos zonas, la primera, tenía una cama bastante cómoda, con burós, en uno de los cuales estaba el teléfono que normalmente usaba, tenía dosel y unas cortinas transparentes; a mitad del recinto, había un muro de cristal espejo, pero detrás, había otra zona que, por ese momento, no usaría.
Dejé a mi sobrino sobre el colchón y me coloqué sobre él, como la primera vez. Sonreí al ver su carita confundida y un tanto desubicada; obviamente el vino de los chocolates lo afectó en demasía. Sin contenerme, me acerqué hasta sus labios, lamiéndolos con deseo e introduciendo mi lengua en su boca, que se mantenía abierta; sus gemidos se ahogaron, parecía querer negarse, pero no tenía fuerza.
-Chocolate… – sonreí al separarme.
Los ojos de Lucien estaban húmedos y ligeros sollozos lo asaltaban.
-¿Te sientes mal? – pregunté levantando una ceja y él negó – entonces, ¿te sientes “raro”? – asintió débilmente – me lo imaginé – me acerqué a su mejilla y lamí lentamente, hasta acercarme a uno de sus oídos – yo también fui un buen ‘niño’ – me burlé – así que, el conejo de pascua me dijo que me iba a dar un regalo especial… Un bello conejito blanco, solo para mí, ¿sabes lo que significa?
-No…
-Que yo, puedo hacerte lo que quiera… – susurré contra su oído y bajé a morder su cuello, pero el gorrito que aun portaba me lo impidió.
Tuve el impulso de arrancarle la ropa pero me contuve; había decidido ensuciarlo, manchar su piel y su ropa blanca, así que, no era mi intención desvestirlo, aún. Lucien seguía algo perdido debido al alcohol pero ya no importaba nada más.
Me incorporé con rapidez y, mis manos se movieron diestras a su pequeña prenda inferior; aunque Lucien no se había dado cuenta, esta tenía una abertura especial, la cual, se abría y cerraba por medio de un ‘zipper’, justo en la parte baja. Abrí el pantaloncito y estiré mi mano al buró, sacando unas tijeras, con las cuales, hice un agujero en su ropa interior, lo suficientemente grande para que entrara mi sexo. Mi sobrino movía su cabeza, de lado a lado, parecía luchar por no quedarse dormido, pero, no iba a tener que hacerlo más, pues yo o lo iba a dejar dormir.
Sin pensar más, me abrí el pantalón y saqué mi pene; estaba completamente erecto, pues la espera me había puesto extremadamente caliente. Jalé a Lucien por las piernas, acercándolo a mí, me acomodé entre sus muslos y coloqué la punta de mi sexo en su entrada; relamí mis labios, me sostuve de su cadera con fuerza y, lo penetré de un solo golpe.
El grito que mi sobrino soltó, fue música para mis oídos.
Lucien intentó alejarse y permití que lo hiciera un poco, pero antes de que se alejara mucho, volví a jalarlo hacia mí, arrancándole otro grito de su garganta.
-¡Duele! ¡Ya no! ¡Duele!
-Lo sé – sonreí con malicia y empecé un vaivén fuerte, al darme cuenta que la sangre salía, a la par que mi miembro al moverse.
Había roto a mi pequeño sobrino y eso me llenó de un infinito placer.
-¡Mami! ¡Papi! ¡Ayúdenme!– gritó, sus lágrimas escapaban a raudales de sus hermosos ojos azules, en los que me reflejaba mientras él me miraba con terror, intentando alejarme sin conseguirlo.
-Grita… – susurré inclinándome hacia él – pide a mami y papi que vengan, pero no lo harán… – me burlé – aprenderás, como yo, que nadie puede ayudarte cuando sufres, ni siquiera mami o papi…
No me detuve, no me importaron sus suplicas ni ruegos, al contrario, me excitaba mucho más ver su hermosa carita con ese gesto de dolor y me incitaba a lastimarlo más. Levanté la prenda superior, dejando al descubierto sus pequeños pezones, me incliné hacia ellos y mordí uno con saña, estirándolo con fuerza hacia arriba y consiguiendo que de ahí también brotara sangre.
-¡Ya no! ¡Tío! ¡Ya no! ¡Me duele! – suplicó y sonreí contra su piel manchada de carmesí.
No me detuve, realicé la misma acción en el otro pezón, haciendo que llorara más y seguí penetrándolo, hasta que sentí que estaba a punto de terminar; me detuve y tomé aire, aun no quería hacerlo, aun faltaba lastimarlo más.
-¿Quieres que deje de doler? – pregunté levantando mi rostro y poniendo un gesto serio, a lo cual, él asintió con rapidez – si lo hago, tendrás que hacer lo que yo te diga… ¿De acuerdo?
-Sí… – sollozó, su rostro estaba húmedo, no solo por las lágrimas, sino por el líquido transparente que empezó a salir de su nariz.
-Entonces, Lucien, si te portas bien, te daré algo para que no sientas dolor – sonreí ante mi mentira – pero primero, tendrás que soportar algo más – relamí mis labios, me incorporé y salí de su interior, haciéndolo girar contra la cama.
Levanté su cadera para colocarlo en cuatro y lo embestí sin piedad. Gritos, solo gritos podía escuchar de la boca de mi sobrino, sus palabras de ayuda se perdían en esa misma habitación, mientras yo seguía mancillándolo a mi gusto y placer; me recosté sobre su delicada espalda, lo agarré de su abdomen con una mano, mientras que con la otra me sostenía en el colchón y, no me contuve más, llenando su interior con mi semen, por primera vez en ese día.
Respiré agitado y lamí su cuello; Lucien no parecía tener muchas energías ya, pero su cuerpo se estremecía por los sollozos.
-Tranquilo, solo tienes que acostumbrarte – sonreí y apreté su vientre – me gustan los niños, me gusta llenarlos de todo tipo de cosas y contigo Lucien, empezaré por algo sumamente sencillo.
Mi cuerpo ya se estaba relajando por haber llegado al orgasmo y, como siempre, las ganas de ir al baño se presentaban; relajé mi cuerpo solo dejé que saliera.
-¿Qué…? ¿Qué es? – la voz de Lucien apenas se escucho.
-Te estoy orinando – respondí sin un ápice de vergüenza, mientras soltaba toda mi orina en su interior; cuando terminé, acaricié con ansiedad su vientre hinchado – parece que fue mucho – levanté una ceja – tu pequeño abdomen se nota más – presioné.
-No… duele… – sollozó.
-Lo sé – asentí – ahora, voy a salir, más vale que no ensucies nada.
Lentamente me retiré de su interior, cuando estuve fuera, un poco de líquido, sangre y suciedad brotó de su pequeño orificio inflamado, pero no fue mucho; él se recostó en la cama y yo lo hice girar para verle el rostro.
-Buen niño – le acaricié el cabello, mientras apreciaba su piel y ropa manchada con sangre; su sangre.
-Quiero irme… a casa… – pidió con debilidad.
-No se puede, Lucien – negué – te dije que el conejo de pascua me premió por ser un buen ‘niño’ y, así como tu disfrutaste los chocolates, yo, voy a disfrutarte, a ti…
Miedo, solo eso reflejaba su mirada y posiblemente, eso y más iba a sentir el resto del día.
Después de volver a ponerme el pantalón en su lugar, lo sujeté de la muñeca y lo levanté con rudeza, sin nada de consideraciones; lo agarré en brazos, llevándolo sobre mi hombro como si fuese un costal, a la otra parte de la habitación. Ese lugar era especial para mí, ahí cumplía muchos caprichos con algunos ‘juguetes’.
Bajé Lucien y lo dejé de pie. Tras él, había un aparato, que constaba de una barra vertical y cuatro horizontales, con el cual lo inmovilicé completamente; lo sujete del cuello, brazos, muñecas, cintura, piernas y tobillos, dejándolo de frente hacia mí.
-Vamos a jugar un poco, Lucien…
-No tío, no quiero – sus lágrimas no paraban.
Pero antes de empezar, fui a encender la computadora que tenía en una mesa y, con ella, las cámaras de video que estaban dispersas en ese lugar, prendieron también. Después, fui a la pequeña cámara que estaba en un tripie, frente a Lucien, le quité el protector a la lente y la ajusté, para ver a mi sobrino en todo su esplendor.
-Lucien – lo llamé – di hola – sonreí.
Él no me hizo caso, solo sollozó.
Dejé la cámara encendida y me acerqué a él, después de pasar por una pequeña mesa, donde tenía un látigo con varias puntas.
-El día de hoy, vamos a jugar con un conejito blanco – le acomodé el gorrito en la cabeza – y, puedo asegurar que, al final de este domingo de pascua, va a ‘resucitar’ siendo un conejito negro – sonreí.
Con un rápido movimiento, lo golpee pcpn el látigo en las piernas, consiguiendo que Lucien gritara. No permití que pudiera recuperarse y empecé a golpearlo con fuerza; piernas, brazos, abdomen, costados, él aún traía la ropa, pero gracias a ese acto, empezó a romperse. Su piel fue marcada con rapidez, primero en rojo y, después, de algunos surcos salían pequeñas gotas de sangre. Mientras yo me divertía con ello, Lucien suplicaba cada que podía, porque me detuviera, pero no iba a complacerlo en esa ocasión; quería doblegarlo y convertirlo en mi esclavo.
-¡Por favor! – lloró – baño… ¡tengo que ir!
Con esa frase me detuve.
-Ah, ya veo, supongo que ya no puedes contenerlo – ladee mi rostro y llevé mi mano a su trasero, tocando la entrada, que estaba húmeda – pero eres fuerte, aun aprietas para que no salga, eres un buen niño – accedí.
-Tío… – me llamó en un murmullo – quiero… ir… al baño… duele… por favor…
-Ah, no te preocupes, solo, déjalo salir – y con esa frase, le di un golpe fuerte en el estómago.
El grito de Lucien fue desgarrador, mientras mi orina y la suciedad, salían de su interior; sus piernas, el piso y lo que estaba cerca, quedaron manchados y, seguramente, si él no hubiese estado atado, habría caído al piso.
-Lo malo de esto es, tener que limpiar – reí – pero vale la pena…
Fui a la mesa de dónde agarré el látigo y lo cambié por una daga filosa; con ese nuevo instrumento, terminé de romper las pendas que Lucién portaba, dejándolo desnudo y, finalmente, le quité el gorrito de conejo. Mi pequeño sobrino aún no se reponía de lo que le acababa de hacer, por tanto, ni siquiera se dio cuenta, de lo que sucedía a su alrededor, hasta que lo empecé a limpiar con una manguera.
-¡Fría! – gritó.
Obviamente el agua estaba fría, eso era lo divertido.
-Ahora que estás limpio – dije después de cerrar la llave – dime Lucien – levanté su rostro con mi mano – ¿quieres que me detenga?
-Sí… – susurró – por favor… quiero ir a casa…
El dorso de mi mano se estampó contra su mejilla – respuesta equivocada.
Lucien levantó la mirada y sollozó, era obvio que no sabía qué era lo que yo quería.
-No te vas a ir, hasta que terminemos de jugar – sonreí sujetándolo por la barbilla – dos días disfrutaste mi mundo mágico Lucien, es hora de que me pagues por ello.
Lo liberé, pero le dejé la correa en su cuello, ya que esa era muy especial, lo llevé hasta una camilla especial que tenía, recostándolo y sujetándolo de las manos con unos arneses, para mantenerlo quietecito; hice lo mismo con sus piernas, pero estas las flexioné y puse en alto, gracias a unos accesorios que tenía para eso.
-Conejito – me acerqué al rostro de Lucien y le sonreí – el día de hoy, yo te voy a dar huevitos también…
-Ya no… – negó aún llorando – no quiero…
-Pero, eres mi sobrino favorito – le guiñé un ojo – y ya tengo todo preparado, pero, primero, iré por algo a la cocina, no te muevas…
* * *
Cuando volví, Lucien seguía llorando, murmuraba llamando aún a sus padres y eso me irritaba, pero sabía que todo cambiaría, siempre sucedía.
Llegué con un cubo lleno de agua y lo dejé a un lado de la camilla.
-¿Aún llamas a tus padres? – pregunté con frialdad, mientras él se mordía el labio con fuerza – Lucien – me incliné hacia él – tus padres no van a venir – aseguré, consiguiendo que llorara con más sentimiento – nadie puede ayudarte, eso es algo que tienes que aprender – rocé su rostro con mis dedos – en este mundo, solo puedes sobrevivir de una manera, aceptando tu destino… No hay un salvador como dicen las religiones, no hay papá y mamá que te ayuden – solté con desprecio – porque papá y mamá, siempre estarán ocupados y realmente, no tienen tiempo para ti, el amor y cariño que te profesan es una simple ilusión que se puede desmoronar como un cristal, cuando menos te lo esperas… Eso lo aprendí yo, de muy mala manera – sonreí, disfrutando su carita de terror – por eso, quiero enseñártelo…
Me incorporé y dejé el cubo en una mesita; agarré una jeringa para enemas, siempre tenía, pues uno de mis colegas me lo facilitaba.
-¿sabes? – dije mientras agarraba un poco de agua tibia con ese objeto – cuando yo tenía tu edad, tu padre me trataba muy mal – conté – sus travesuras eran demasiado duras y crueles – llevé la punta de la jeringa al pequeño ojete inflamado – claro que, nada sexual – me alcé de hombros – pero los golpes, los insultos y, por sobretodo el dolor que me causó, aun lo recuerdo – dejé todo el líquido en el interior de Lucien y repetí la acción – siempre quise desquitarme, aun le guardo rencor… A él, a mi madre, a mi padre y… a tu madre – entrecerré los ojos.
Mi sobrino gemía porque yo seguía introduciendo el líquido dentro.
-Tu madre – dije con desagrado y dejé la jeringa después de que terminé de ingresar el agua por segunda vez – es una maldita perra – aseguré – es por culpa de ella que no pude tenerte desde pequeño, porque ella no quería que yo me acercara a ti… Jamás me dejó cuidarte, jamás me permitió tenerte más tiempo del necesario, a pesar de que ahora soy doctor y, todo ¿por qué? – pregunté con ira – porque mi familia le dijo que yo había sido el culpable de la muerte de mi hermana – solté con desprecio – y creía que no iba a poder cuidar de ti – introduje un dedo en su pequeño ano y mi sobrino gimió con dolor – si tu hubieses sido mío desde antes, no te estaría lastimando hoy, Lucien… Así que, es culpa de tu madre, lo que hoy te sucede.
-Mami… – un gemido se escuchó de sus labios.
-Mami – dije con sarcasmo – decir mami no va a aliviar tu dolor, Lucien… nadie puede ayudarte aquí, excepto yo…
-Tío – su mirada acuosa se posó en mi – quiero irme – suplicó.
Me crucé de brazos y negué – no, primero, vamos a jugar, ya te lo dije… Y si te portas bien, te devolveré a casa…
Su respiración se agitó, me había creído, pobre iluso; pero, era lo normal, todos los niños creían esas mentiras.
-Ahora, el juego está por empezar.
Me incliné y saqué una canasta de debajo de la camilla, esta, estaba llena de huevos en un tono variados, de distintos tamaños; coloqué la canasta justo donde antes estaba el cubo y sonreí mostrándole uno.
-Mira, según un amigo, estos huevos los usan normalmente las mujeres, para algo llamado, ejercicio ‘Kegel’, pero, hoy, los vamos a usar tu y yo…
Cada huevo estaba hecho de metal hueco, con un acabado perfecto y brillante; todos tenían un largo cordón atado con anterioridad, pero, decidí quitarlos, eso lo haría más divertido.
-Ahora mi pequeño conejito, es momento de recibir los huevos…
Luecien se retorcía cada que yo ingresaba uno de ellos; gritaba, lloraba, suplicaba. En algún punto de mi vida me podía llegar a cansar de esas reacciones, tan típicas en los niños y niñas de esa misma edad, pero, quizá, sería mucho más adelante, porque justo en ese momento, me excitaban por completo.
-Ya no… ya no – sollozó mi pequeño sobrino.
-No – posé mi mano en su vientre – aun no se sienten, quiero que se sientan, eso lo hace más placentero, te lo aseguro…
Seguí con mi tarea, forzando el interior de Lucien, haciéndolo llorar aun más. Finalmente, después de más de una docena de huevos dentro, él ya había dejado de hablar; su cuerpo se estremecía débilmente, pero sus ojos seguían derramando lágrimas.
-Vamos, puedes llegar a los quince – busqué el huevo más grande que tenía, con ese terminaría por llenarlo – he tenido juguetes que soportan más de veinte…
Después de introducir el quinceavo, me acerqué a su rostro.
-Vaya, ya parece que estás demasiado cansado – agarré un arnés que estaba colgado y se lo puse en la boca, para mantenerla abierta – hora de que me limpies – sonreí y empecé a masturbarme con su preciosa boquita.
Desde que lo había desgarrado antes, no me había limpiado, así que seguramente, estaba sucio, pero, no era tan importante. Lucien ya no parecía reaccionar, así que, me aproveche de su docilidad; arremetí contra su boca y garganta, pero, para terminar, lo hice ensuciado su hermoso rostro.
-Eso fue rápido – relamí mis labios – pero no puedes culparme – negué – jugar contigo me excita y mucho.
-Ya no… – susurró.
-¿Ya no? – fingí sorpresa – Lucien, pero si aún falta lo mejor, si eres el ayudante del conejo, debes poner los huevos, antes de que podamos seguir… De lo contrario – agarré un escalpelo que tenía en la mesa cercana – tendré que operar para sacarlos…
El terror en sus ojos fue perfecto, la mejor imagen que podía tener ese día.
Durante horas, disfruté jugando con Lucien; estimulé tanto su pequeño ano que, en un momento, conseguí meter mi mano en su interior, aunque, debido a ello, rasgué su recto, pero, había sido demasiado placentero, al menos para mí.
Lamentablemente bajé la guardia e intentó escapar cuando dormité por un momento, recuperándome del cansancio; claro que no llegó muy lejos y, tuve que hacer uso de la correa eléctrica que traía en su cuello para inmovilizarlo. En ese momento, él por fin entendió, que no podía ir contra mis deseos y que mi mundo mágico, en realidad, era una trampa, de la cual, no iba a poder escapar, jamás.
* * *
Casi a las once de la noche, salí de mi casa; me había aseado y preparado para lo que venía. Me dirigí a una bodega y, ahí, me recibieron algunas personas.
Al entrar, Frederick estaba sentado en una silla.
-Llegas tarde – dijo con molestia.
-Dije que era antes de que se acabara el día – me alcé de hombros – de todos modos, recibiste el archivo hace más de una hora, ¿o no?
-Sí, y hace un momento lo terminaron de ver…
-¿Puedo pasar?
-¿No me darás un premio? – levantó una ceja.
-Te dije que tengo otros gustos – repetí.
-Solo un beso – levantó un dedo – cada que veo tus labios se me antojan…
-Deberías controlar tus instintos…
Me acerqué a él, lo sujete de la corbata y me incliné a besarlo; su lengua y la mía se enredaron, debía admitir que no era del todo desagradable, pero, no era mi tipo.
-Espero – susurré cuando nos alejamos – que lo hayas hecho bien…
-Sí – respiró con agitación y se relamió los labios.
-Gracias – sonreí.
Caminé hacia la siguiente habitación y, al entrar, mi hermano levantó el rostro; estaba llorando, al igual que su esposa y mi madre. Intentó decir algo, pero, debido a que estaba atado a una silla y amordazado, no pude entenderle, más sus ojos, reflejaban casi el mismo odio que mi padre cuando me miraba.
-Ah, parece que ya lo vieron – dije fingiendo sorpresa, pues sabía que habían visto escenas de lo que le había hecho a Lucien, especialmente, cuando le pedí que me besara los pies, suplicando perdón por todo lo que había hecho su padre.
Ante mis palabras, mi madre y mi cuñada levantaron la mirada; una me vio con terror, la otra con el mismo odio que mi hermano.
-Bueno, esta es la cuestión – agarré una silla y me puse frente a ellos – yo no quería que esto terminara así, de hecho, iba a devolver a Lucien pero, como tu llamaste a la policía – señalé a mi hermano – las cosas se complicaron, así que, técnicamente, esto es tu culpa.
Sus palabras se ahogaban en la tela que cubría su boca.
-¿Sabes, hermanito…? – sonreí – aquella vez, cuando cumpliste diecinueve años, cuando me abrazaste y me pediste perdón por todo lo que me habías hecho, me quedé en silencio por un largo rato, ¿lo recuerdas?
Su mirada estaba directa en mi rostro.
-Pensé, tengo años de sufrir tus constantes abusos, un hombro dislocado, una herida en mi pierna a causa de un corte con un cuchillo, el golpe en mi cabeza con la piedra, tantas caídas porque me metías el pie, tantos puñetazos en el estómago y muchas cosas más que, nunca nadie me creyó… – mi mirada se posó directamente en mi madre a manera de reproche – y tú, querías que te perdonara todo, absolutamente todo, con un simple abrazo y un ‘discúlpame por ser tan idiota…’, no creías que en serio iba a perdonártelo, ¿o sí?
En ese momento, sus ojos ya no tenían solo ira, sino culpa y algo de temor.
-Pero, en realidad, yo no quería hacerle tanto daño a Lucien – negué – si tu – señalé a mi cuñada – me hubieses permitido tenerlo desde pequeño, llevarlo a mi casa algún fin de semana como quería, cuidarlo como soñaba, él no se hubiera vuelto mi obsesión – reproché – pero temías que le pasara algo malo, porque según mis padres, fue mi culpa que July muriera, pero no fue así – ella bajó la mirada – no fue mi culpa – negué – pero, no voy a negar que si puedo ser el causante de mucho dolor – sonreí – aunque, quizá, si lo hubiese tenido desde antes, no lo hubiera lastimado, me hubiera armado de paciencia y lo hubiera tratado con más gentileza… Lamentablemente, el “hubiera” no existe y, ya hemos visto las consecuencias…
Kathy lloraba desconsolada, ¿cuánto dolor podía sentir una madre, después de ver como su amado hijo era ultrajado y lastimado, de la forma que yo lo hice? Quizá, mi cuñada estaba rota y, en el fondo, eso me hacía sentir muy bien.
-¿Lo ves, madre? – señalé a mi cuñada – ella sufre por su hijo, ¿no es así, Kathy? – mi cuñada seguía con el rostro hacia abajo – apuesto a que Kathy daría su vida porque esto no fuese más que un sueño, porque Lucien no hubiese pasado por todo lo que le hice, solo porque es su hijo y lo ama – suspiré – pero tu –la miré con tristeza – tu jamás pensaste en mi, para ti, todo tu mundo era Nicholas y, no importaba si yo enfermaba o salía herido, mientras Nicholas estuviera bien, para ti era perfecto… ¿Qué es lo que te duele hoy, madre? – sonreí con tristeza – ¿ver lo que le pasó a Lucien? ¿Ver sufrir a Nicholas? O ¿ver en lo que me he convertido?
Guardé silencio un momento y después suspiré; miré el reloj de pulsera que traía en mi muñeca – ya casi se acaba este día – dije con seriedad – algunas religiones, celebran hoy la resurrección de su ‘salvador’, celebran la derrota del pecado y la muerte… Pero, yo no creo en Dios – negué – aunque, si ustedes creen en eso, espero que resuciten y sean felices en su nueva vida.
Los tres me observaron con miedo.
-Creo que sus anfitriones no les dijeron, pero, mi jefe me dio la opción, de elegir entre mi vida o la de Lucien… más, yo encontré otra… su vida – los señalé – a cambio de la nuestra – los tres empezaron a removerse con desespero mientras yo daba media vuelta – ¡ah!, mamá – me devolví – no te preocupes por papá, te alcanzará muy pronto…
Salí de ahí, permitiendo que Frederick y sus ayudantes se encargaran de finiquitar el asunto, después de todo, era su trabajo.
* * *
Llegué a la casa de mi familia a las doce, ahí también había otras personas; entré y fui directamente a la cama; mi padre estaba despierto y su sorpresa aumentó cuando me miró. Sus gestos desesperados trataban de decirme algo, cuando me acerqué.
-Lo sé – asentí – escuchaste ruidos en la casa desde la tarde – dije condescendiente – no te preocupes, todo se arregló.
Él pareció aliviado por un momento.
-Sabes padre – respiré profundamente – aún no entiendo por qué, siendo el hijo al que nunca quisiste, me pusieron tu mismo nombre – sonreí con tristeza – ha sido algo desagradable tener que llevarlo toda mi vida, porque las personas dicen “ah, eres el junior, debes ser el consentido”, y yo no puedo decirles que es todo lo contrario…
Su mirada fría seguía fija en mí.
-Crees que July murió por mi culpa y, no puedo cambiar esa idea de ti – negué – pero te aseguro que no fue así, yo hice lo posible por salvarla, así que, soy inocente de su muerte – aseguré con seriedad, después, me incorporé y me acerqué a su oído – pero, soy culpable de la muerte de Nicholas, Kathy y mamá – susurré.
La respiración de mi padre se agitó, su rostro empezó a contorsionarse de nuevo.
-Y no me arrepiento – sentencié con frialdad – así, como tampoco me arrepentiré de la tuya…
Agarré la almohada y le cubrí la cabeza, ejerciendo presión en la nariz y la boca; me quedé ahí, más tiempo del necesario solo porque quería estar seguro de que todo acabara y, finalmente, volví a acomodar la almohada en su lugar.
El teatro estaba puesto y era momento de actuar.
- - - - -
Debido a la situación de la familia Miller, en la que el anciano Kyle Miller murió por asfixia en su habitación y toda su familia estaba desaparecida, el doctor Kyle Miller no se presentó al trabajo los siguientes tres días, pues debía ayudar a las investigaciones policiacas.
El jueves, el castaño se presentó al orfanato en la mañana, realizando sus actividades diarias y atendiendo a los niños con dedicación, arrancándoles sonrisas, como siempre; por eso, era uno de los doctores más queridos en ese lugar y los niños confiaban ciegamente en él.
A medio día, Kyle llegó al hospital y fue directamente a la sala de juntas, pues había recibido una llamada, citándolo ahí.
* * *
-¡Vaya! – un hombre de cabello negro y ojos grises se sorprendió al verlo ahí – Creí que tus vacaciones durarían hasta la otra semana.
-Gracias por el apoyo, doctor Walker – sonrió el castaño para el neumólogo.
-Sinceramente, es extraño que todo acabara tan rápido – el doctor O’Connell, el cardiólogo, levantó la vista y lo miró a través de sus gafas – tuviste suerte.
-Si – Kyle tomó asiento, al lado de ellos – el director Schneider tuvo compasión – dijo un poco cansado.
-No deberías tentar a la suerte – el cirujano plástico, lo miró con indiferencia con sus ojos verdes – podrías salir perdiendo la próxima vez…
-No volverá a pasar, doctor Wayne – sonrió el ojiazul.
-Supe que desde la próxima semana, cambiarás horarios – el rubio lo miró con sorpresa.
-Sí, así es, doctor Amstrong – respondió para el ortopedista – me asignaron la mañana en el hospital y las tardes en el orfanato…
-Debieron enviarte al orfanato donde yo estoy – una mujer pelirroja se acercó y lo abrazó por detrás – lo pasarías muy bien – besó la mejilla dejando la marca de su lápiz labial.
-Gracias, doctora Collins – el castaño la miró de soslayo – pero me gusta el segundo orfanato, los niños aun son inocentes porque no han sido preparados…
La pelirroja caminó alrededor de la mesa, contoneándose y saludando a los demás, con un sonoro beso.
-Eso sin contar que no te pueden psicoterapear – el doctor Henderson se burló, pues la doctora Collins era psiquiatra.
Todos rieron ante la broma del urólogo, pero guardaron silencio y se pusieron de pie, cuando la puerta se abrió. William Schneider entró y tras él, su asistente, así como los demás miembros de ese “equipo especial”, quienes tomaron asientos en sus lugares.
-Buenas tardes – saludó el hombre canoso con una sonrisa afable, aún sin sentarse – mi hermano no pudo venir hoy – dijo con seriedad – tiene asuntos que atender, por eso estoy aquí – explicó – menos mal que estoy de vacaciones en la universidad, si no, tendrían que haber soportado a la histérica de mi hermana – bromeó.
Los presentes esbozaron una sonrisa ante esas palabras.
-Bien, tenemos cambios para la otra semana – se sentó en el lugar principal – primero que nada, el doctor Miller se hará responsable del área de pediatría en el turno matutino – sonrió.
Kyle le hizo un ligero ademán con el rostro, pues era agradecido con su profesor por el apoyo.
-Y, aquí están – el joven asistente del médico se acercó a entregar varias carpetas – los documentos con la información de las especificaciones de los clientes especiales…
Los médicos recibieron las carpetas y abrieron con rapidez, revisando los papeles.
-En tres meses hay que entregar los pedidos, así que, hay mucho que hacer, tanto en los orfanatos, como en el hospital, así que, no debemos retrasarnos más, ya todos saben qué deben hacer.
Todos asintieron.
-¿Alguna pregunta? – William los observó con curiosidad, pero, todos eran profesionales, y tenían años en ese negocio, por tanto, no había mucho que explicar – de acuerdo, solo les informo que, ahora, con el doctor Miller en el turno matutino, mi hermano cambiará estas reuniones a la mañana, por lo mismo, la próxima, se efectuará el lunes a las diez de la mañana.
El joven pelinegro se inclinó y le habló al oído.
-No, perdón, cierto, a las nueve de la mañana – negó – quiere que desayunen con nosotros, así que, no pongan nada en su agenda para los lunes, de nueve a diez, hasta nuevo aviso, es todo.
Los doctores se pusieron de pie y se empezaron a retirar, excepto Kyle. Cuando solo quedaron William, su asistente y el castaño ahí, el canoso le habló al menor.
-Espérame en la oficina – dijo con seriedad y el jovencito se alejó con rapidez.
-¿Qué necesitas, Kyle? – preguntó sin quitar su sonrisa tranquila.
-Quiero agradecerle por el apoyo…
El mayor negó, se puso de pie y lo abrazó, dando palmaditas en su espalda – nunca te voy a dejar, tú y todos los demás, son como mis hijos – dijo cuando se alejó – tal vez trabajen para mi hermano, pero yo los recluté y les di clases a cada uno de ustedes en la universidad, así que sé mejor que nadie cual es su potencial… Pero a la próxima, mejor confía en mí – regañó.
-Profesor, no habrá próxima – aseguró.
-Ah, siempre dicen eso… – negó y guió a su pupilo a la salida – y siempre, terminan cediendo – aseguró – por cierto, si te quedaste con el "conejo de pascua", ¿dónde lo vas a tener?
-Ah, no se preocupe, tiene su casita especial…
-Pero, tu “mundo mágico” lo utilizas con los niños del orfanato, si lo ven, se asustarán…
-No, negó con una amplia sonrisa – él tiene su propia madriguera, lo conocerán al final, nada más…
* * *
Al otro lado de la ciudad, en una habitación secreta, un niño de ocho años estaba dentro de una jaula; desnudo, con un gorro de conejo y una cola esponjosa, que se sostenía en su lugar, gracias al dildo que tenía introducido en su ano. Había gateado hasta el traste de agua y sacó su lengua para beber de ella, después, volvió a recostarse sobre el conejo de felpa gigante.
-Tío… – susurró mientras se tocaba su pequeño sexo – vuelve pronto… – gimió y agarró su cola, moviéndola con insistencia – tengo hambre… necesito que llenes mi pancita…
* * *
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