Los meses pasaron después de la visita de Julián y Agustín, a la familia Chávez Echeverría. Agustín se enteró que tenía un medio hermano y eso evitó que frecuentaran a la familia como Brenda deseaba, pero se daban tiempo de ir al menos un fin de semana al mes y Agustín se encargaba de platicar con ella cada dos días.
Así pasó enero y febrero inició, con Julián y Agustín preparando la boda, su madre y Margarita tejiendo la colcha, sus hermanos y cuñadas siguiendo su vida.
Las calles en la ciudad se abarrotaban de gente vendiendo detalles para San Valentín y había un chico que odiaba esa fecha; Alfredo Chávez.
El castaño salió de su empleo en la empresa dónde laboraba como ingeniero en sistemas y fue directo a casa de sus padres, ya que ese fin de semana no quería irse de fiesta.
En cada semáforo, observaba a los vendedores, con flores, peluches y otras cosas, todo adornado en rojo y rosa, con moños o globos y no podía evitar rodar los ojos, con desagrado.
—Aún faltan más de cinco días para el catorce de febrero y ¡ya están con sus estupideces! —gruñó molesto y siguió su camino, cuando la luz verde encendió.
Para Alfredo, el día del amor y la amistad, no tenía nada de atractivo. Desde antes de terminar la primaria, siempre le regalaba algo a varias niñas, solo por compromiso, mismas que siempre lo estaban persiguiendo; al darse cuenta que le atraían también los chicos, iniciando la secundaria, fue cuando pensó en festejar por primera vez ese día, pero al final se arrepintió, por lo cual, dejó de darle importancia. Al iniciar noviazgos, siguió con su tradición de regalar cosas solo por compromiso, pero nunca, jamás, lo hacía en serio.
En preparatoria, cuando inició su actividad sexual, tanto con chicos como con chicas, ese día tenía al menos tres citas distintas, para disfrutar del día y en la universidad hasta participó en tríos con otras personas. Su vida sexual era casi un libertinaje, aunque siempre se cuidaba, especialmente porque su padre lo sermoneó una vez y sabía que si se enfermaba de algo, su madre lo mataría más rápido que cualquier enfermedad.
Llegó a la casa de sus padres y abrió el portón para ingresar a la cochera. Apenas descendía, cuando observó a lo lejos a Martín, quien revisaba unas plantas que su madre tenía en el jardín, aunque aún no florecían; una sonrisa se dibujó en los labios del castaño y fue directamente a su amigo.
—¿Qué haces aquí, tan tarde, un viernes? —preguntó el recién llegado.
Martín negó y sonrió, lo miró de soslayo y alejó las manos de las hojas verdes de las plantas, ave del paraíso— vine por mi madre y aproveché a ver las flores del jardín, porque mañana no podré.
—¿No podrás? No trabajas los fines de semana, ¿qué vas a hacer mañana?
—No te importa, Fredy —dijo con diversión—, pero te lo diré de todos modos, para saciar tu estúpida curiosidad —dio un paso para salir de la zona de siembra—. Tengo una cita.
—¡¿Tienes una cita?! —Alfredo abrió los ojos con sorpresa—. ¿Cómo que tienes una cita?
—Bueno… —Martin sacudió las manos—. Creí que sabrías mejor que nadie cómo son estas cosas —señaló despectivamente al otro, porque lo conocía—. Hoy comí con una compañera del trabajo, me dijo que mañana no tenía nada que hacer, que le gustaría conocerme mejor y la invité a salir.
—¡¿La invitaste a salir, después de que ella te “insinuó” que quería conocerte mejor?! —el castaño negó—. Tiene que ser una broma, ¿Quién es esa mujer? De seguro una solterona urgida, ¡no te conviene!
—¿Tan mal prospecto soy, que solo una mujer así se puede interesar en mí?
—No, no es eso —Alfredo negó—. Pero es… extraño.
—Es una joven universitaria a punto de salir de la escuela, está haciendo sus prácticas en el jardín botánico —el pelinegro suspiró—. Es una chica hermosa y muy dulce.
—¿Universitaria? No, no deberías salir con ella —sentenció Alfredo, cruzándose de brazos.
—¡¿Por qué no?! —el moreno se sobresaltó.
—Tal vez te quiera poner una trampa —el castaño se alzó de hombros—. Ya sabes, podría estar embarazada y necesita a quién colgarle el milagrito.
Martín se cruzó de brazos y entornó los ojos— no todas las mujeres son como tus amiguitas, Fredy —dijo con molestia— y mejor que tus cuñadas y tu madre no te escuchen, o date por muerto —se burló.
—Vamos, Coctelito, hazme caso, tengo más experiencia que tu…
Martín movió la mano y le dio un puñetazo en el hombro a su amigo— no vuelvas a decirme así, Alfredito —dijo con sarcasmo, ya que detestaba que le dijera ese apodo, que resultó a causa de que, en una fiesta, una chica ebria le dijo “Martini” y de ahí le empezó a decir “Coctelito”, misma chica que, aunque le gustaba, terminó en la cama de Alfredo.
Alfredo se sobó el hombro— está bien, está bien… —dijo con voz baja.
Martín se alejó de su amigo y se acercó hasta la llave que estaba cerca, para lavarse las manos; poco después, enfiló los pasos hacia a casa, seguido del castaño.
Ambos entraron a la residencia, encontrando a Brenda y Margarita, tejiendo.
—¿Terminaste ya, mi amor? —preguntó Margarita, bajando las manos.
—Sí, mamá, ya podemos irnos si gustas.
—Oh, Martín, quédense a cenar —sonrió Brenda, sin levantar la vista.
—Sí, quédense a cenar —sonrió Alfredo.
Con esas palabras, Brenda levantó el rostro, observando a su hijo— ¿llegas y ni siquiera saludas, Fredy? —preguntó con molestia.
—Perdón… —el castaño suspiró, caminó hasta su madre y le besó la mejilla, a modo de saludo y luego fue con Margarita, haciendo lo mismo—. Pero mi madre tiene razón —miró de soslayo a Martín—, deberían quedarse a cenar.
—Gracias, Mamá Brenda —el moreno sonrió, ya que igual que todos, le decía así a la mujer—, pero mañana tengo algo importante qué hacer —miró con altivez a su amigo— y debo levantarme temprano.
—Martincito tiene un compromiso con una señorita —sonrió Margarita, a quien su hijo ya le había dicho lo que haría al día siguiente.
—¡¿Novia?! —Brenda se sobresaltó—. Espero sea algo serio y no como lo que pasa siempre con Fredy.
—Má… —el castaño miró al techo.
—No es mi novia —el moreno negó—, no lo descarto del todo, pero apenas nos estamos conociendo…
Alfredo hizo una mueca de fastidio al escuchar las palabras de su amigo.
—¡Deberías presentárnosla! —Brenda dio palmaditas, emocionada.
—¿A quién? —la voz de Julián, su esposo, se escuchó, ya que estaba llegando a la sala, después de haber trabajado en el despacho.
—La futura novia de Martin —respondió su esposa con orgullo.
—¿Novia formal? —el canoso se sorprendió—. Esas son palabras mayores.
—Apenas la está conociendo… —Alfredo se cruzó de brazos.
—Es el primer paso y se estaba tardando en darlo —Margarita suspiró—. Ya me estoy haciendo vieja, me gustaría tener nietos y disfrutarlos, justo como Brenda.
—No es que no quiera darte nietos, madre —Martín se inclinó y besó el cabello de la mujer—, es solo que no encuentro a la pareja adecuada para ello.
—A lo mejor no existe —el castaño sonrió burlón y se alzó de hombros.
—¡Cállate Fredy! —gritó Brenda.
—La persona que no existe, es alguien para ti —Julián miró a su hijo—. Tu madre y yo, ya sabemos que terminarás solo y amargado.
—Solo, tal vez —Alfredo sonrió—, pero amargado, ¡jamás!
Sus padres soltaron el aire con cansancio y negaron, pero prefirieron no hablar; ya estaban resignados con él.
—Es hora de irnos —Margarita había estado enredando el hilo mientras avanzaba la plática y dejó de lado el tejido, levantando la mano, para que su hijo le ayudara a incorporarse—, Martín debe descansar para estar fresco y perfecto mañana.
—¿Quieren que los lleve? —ofreció Alfredo con amabilidad.
—No, gracias —Martín lo miró molesto—, tomaremos un taxi.
—Además, ¿qué no ibas a cenar con nosotros? —preguntó su madre.
—Llevar a la señora Margarita y mi mejor amigo a su casa, no me toma más de diez minutos, ¿pueden esperarme diez minutos, no?
Brenda hizo un mohín y luego suspiró— está bien, es mejor que los lleves, ya está oscureciendo y puede ser peligroso —sonrió, pues no le gustaba que Margarita y Martín fueran solos a su casa.
Julián y su esposa habían querido regalarle un automóvil a Martín al graduarse, pero el moreno no aceptó, ya que esa familia le había pagado la carrera y no quería sentirse un aprovechado.
—Entonces, ¡vamos! —Alfredo se movió y fue a despedirse primero de su madre, saliendo de la casa de inmediato, para ir a encender su auto de nuevo.
—¿Estás segura? —preguntó Margarita para Brenda, al despedirse de ella—. No me molesta que Fredy nos lleve, pero…
—A ese chico “le pica estar en casa” —se burló la canosa—, por eso busca cualquier excusa para salir —rió—, tranquila, además, no tardará mucho.
—Está bien —asintió su amiga y se despidió de Julián también.
Martín se despidió de la pareja y acompañó a su madre, sujetándola del brazo; era una mujer grande, pero aunque era fuerte, su hijo siempre la cuidaba, porque era la única familia que tenía en realidad.
Alfredo ya había abierto la puerta de la cochera y estaba en el asiento del conductor. Martín llegó, abrió la puerta del copiloto y su madre se sentó ahí, le cerró la puerta y luego fue a la puerta trasera, para subir al auto también.
Alfredo encendió el automóvil y esperó a que sus acompañantes se pusieran el cinturón, luego sacó el automóvil, cerró la cochera y emprendió el camino.
—Entonces, ¿cómo se llama la chica? —preguntó Alfredo, mirando por el retrovisor a su amigo.
«¿Qué te importa?» pensó el moreno.
—Cindy —sonrió Margarita, respondiendo por su hijo.
—¡Oh! Ya sabe su nombre, señora Magui, creí que Martín la acababa de conocer.
La mujer rió— ¡claro que no! —negó—. Desde principios de año, Martin me habla de ella.
—¿Principios de año? —el castaño levantó una ceja—. ¿Cómo es que yo, tu mejor amigo, no me había enterado?
—Porque sabía que, mi mejor amigo, me diría cosas desagradables —respondió el moreno, con sarcasmo, forzando una sonrisa.
—Cómo tu mejor amigo, no te diré cosas desagradables, solo te daré mi punto de vista sincero —objetó el castaño—. Para eso son los mejores amigos.
—Por lo que Martincito me dijo, es una buena chica —sonrió Margarita—, espero conocerla en persona, pronto.
—Primero que Martin la conozca bien —la voz de Alfredo era en doble sentido— y ya que esté seguro, que se la presente.
Martín apretó los puños; tenía ganas de golpear a Alfredo, pero como el otro iba manejando, debía controlarse.
—Y ¿a dónde la llevarás? —prosiguió el castaño con el interrogatorio.
—Solo iremos a comer y a dar un paseo —respondió escuetamente.
—Hizo una reservación en el restaurante del hotel Royal —sonrió Margarita.
—¿Hotel? —la sonrisa pícara de Alfredo, aumentó.
—Sólo vamos a comer y es el más lujoso en la ciudad —replicó el moreno—. No es por una segunda intención, no pienses cosas que no son —alegó.
—Yo no dije nada —se burló el castaño, al notar que su amigo estaba a la defensiva.
Pese a que el tiempo fue corto, Martín sintió que fue eterno, debido a toda la conversación e información que su madre le dijo a Alfredo, información que no quería que el otro supiera y al final, terminó enterándose.
Cuando llegaron a la casa, Martín ayudó a bajar a su madre y Alfredo bajó un momento, para hablarle por sobre el techo del automóvil.
—¡Ey! Coctelito, ¡mucha suerte mañana! —dijo en tono burlón.
—¡Vete al diablo, Fredy! —masculló el moreno y siguió a su madre a casa.
Cuando los dos desaparecieron tras la puerta, Alfredo se subió a su automóvil y se enfiló de regreso a su hogar.
«No puedo creer que vaya a salir con una chica…» pensó y su cuerpo se tensó «¿Qué le pasa?» se preguntó, sintiéndose incómodo, cómo si tuviera un nudo en el estómago, «Él no está listo para una relación, no sabe en lo que se mete…» suspiró molesto «¡aún es virgen! ¿Cómo se le ocurre tratar algo con una chica?».
—Y seguramente ella no lo apreciará… —su voz sonó segura, mientras apretaba el volante.
Así pasó enero y febrero inició, con Julián y Agustín preparando la boda, su madre y Margarita tejiendo la colcha, sus hermanos y cuñadas siguiendo su vida.
Las calles en la ciudad se abarrotaban de gente vendiendo detalles para San Valentín y había un chico que odiaba esa fecha; Alfredo Chávez.
El castaño salió de su empleo en la empresa dónde laboraba como ingeniero en sistemas y fue directo a casa de sus padres, ya que ese fin de semana no quería irse de fiesta.
En cada semáforo, observaba a los vendedores, con flores, peluches y otras cosas, todo adornado en rojo y rosa, con moños o globos y no podía evitar rodar los ojos, con desagrado.
—Aún faltan más de cinco días para el catorce de febrero y ¡ya están con sus estupideces! —gruñó molesto y siguió su camino, cuando la luz verde encendió.
Para Alfredo, el día del amor y la amistad, no tenía nada de atractivo. Desde antes de terminar la primaria, siempre le regalaba algo a varias niñas, solo por compromiso, mismas que siempre lo estaban persiguiendo; al darse cuenta que le atraían también los chicos, iniciando la secundaria, fue cuando pensó en festejar por primera vez ese día, pero al final se arrepintió, por lo cual, dejó de darle importancia. Al iniciar noviazgos, siguió con su tradición de regalar cosas solo por compromiso, pero nunca, jamás, lo hacía en serio.
En preparatoria, cuando inició su actividad sexual, tanto con chicos como con chicas, ese día tenía al menos tres citas distintas, para disfrutar del día y en la universidad hasta participó en tríos con otras personas. Su vida sexual era casi un libertinaje, aunque siempre se cuidaba, especialmente porque su padre lo sermoneó una vez y sabía que si se enfermaba de algo, su madre lo mataría más rápido que cualquier enfermedad.
Llegó a la casa de sus padres y abrió el portón para ingresar a la cochera. Apenas descendía, cuando observó a lo lejos a Martín, quien revisaba unas plantas que su madre tenía en el jardín, aunque aún no florecían; una sonrisa se dibujó en los labios del castaño y fue directamente a su amigo.
—¿Qué haces aquí, tan tarde, un viernes? —preguntó el recién llegado.
Martín negó y sonrió, lo miró de soslayo y alejó las manos de las hojas verdes de las plantas, ave del paraíso— vine por mi madre y aproveché a ver las flores del jardín, porque mañana no podré.
—¿No podrás? No trabajas los fines de semana, ¿qué vas a hacer mañana?
—No te importa, Fredy —dijo con diversión—, pero te lo diré de todos modos, para saciar tu estúpida curiosidad —dio un paso para salir de la zona de siembra—. Tengo una cita.
—¡¿Tienes una cita?! —Alfredo abrió los ojos con sorpresa—. ¿Cómo que tienes una cita?
—Bueno… —Martin sacudió las manos—. Creí que sabrías mejor que nadie cómo son estas cosas —señaló despectivamente al otro, porque lo conocía—. Hoy comí con una compañera del trabajo, me dijo que mañana no tenía nada que hacer, que le gustaría conocerme mejor y la invité a salir.
—¡¿La invitaste a salir, después de que ella te “insinuó” que quería conocerte mejor?! —el castaño negó—. Tiene que ser una broma, ¿Quién es esa mujer? De seguro una solterona urgida, ¡no te conviene!
—¿Tan mal prospecto soy, que solo una mujer así se puede interesar en mí?
—No, no es eso —Alfredo negó—. Pero es… extraño.
—Es una joven universitaria a punto de salir de la escuela, está haciendo sus prácticas en el jardín botánico —el pelinegro suspiró—. Es una chica hermosa y muy dulce.
—¿Universitaria? No, no deberías salir con ella —sentenció Alfredo, cruzándose de brazos.
—¡¿Por qué no?! —el moreno se sobresaltó.
—Tal vez te quiera poner una trampa —el castaño se alzó de hombros—. Ya sabes, podría estar embarazada y necesita a quién colgarle el milagrito.
Martín se cruzó de brazos y entornó los ojos— no todas las mujeres son como tus amiguitas, Fredy —dijo con molestia— y mejor que tus cuñadas y tu madre no te escuchen, o date por muerto —se burló.
—Vamos, Coctelito, hazme caso, tengo más experiencia que tu…
Martín movió la mano y le dio un puñetazo en el hombro a su amigo— no vuelvas a decirme así, Alfredito —dijo con sarcasmo, ya que detestaba que le dijera ese apodo, que resultó a causa de que, en una fiesta, una chica ebria le dijo “Martini” y de ahí le empezó a decir “Coctelito”, misma chica que, aunque le gustaba, terminó en la cama de Alfredo.
Alfredo se sobó el hombro— está bien, está bien… —dijo con voz baja.
Martín se alejó de su amigo y se acercó hasta la llave que estaba cerca, para lavarse las manos; poco después, enfiló los pasos hacia a casa, seguido del castaño.
Ambos entraron a la residencia, encontrando a Brenda y Margarita, tejiendo.
—¿Terminaste ya, mi amor? —preguntó Margarita, bajando las manos.
—Sí, mamá, ya podemos irnos si gustas.
—Oh, Martín, quédense a cenar —sonrió Brenda, sin levantar la vista.
—Sí, quédense a cenar —sonrió Alfredo.
Con esas palabras, Brenda levantó el rostro, observando a su hijo— ¿llegas y ni siquiera saludas, Fredy? —preguntó con molestia.
—Perdón… —el castaño suspiró, caminó hasta su madre y le besó la mejilla, a modo de saludo y luego fue con Margarita, haciendo lo mismo—. Pero mi madre tiene razón —miró de soslayo a Martín—, deberían quedarse a cenar.
—Gracias, Mamá Brenda —el moreno sonrió, ya que igual que todos, le decía así a la mujer—, pero mañana tengo algo importante qué hacer —miró con altivez a su amigo— y debo levantarme temprano.
—Martincito tiene un compromiso con una señorita —sonrió Margarita, a quien su hijo ya le había dicho lo que haría al día siguiente.
—¡¿Novia?! —Brenda se sobresaltó—. Espero sea algo serio y no como lo que pasa siempre con Fredy.
—Má… —el castaño miró al techo.
—No es mi novia —el moreno negó—, no lo descarto del todo, pero apenas nos estamos conociendo…
Alfredo hizo una mueca de fastidio al escuchar las palabras de su amigo.
—¡Deberías presentárnosla! —Brenda dio palmaditas, emocionada.
—¿A quién? —la voz de Julián, su esposo, se escuchó, ya que estaba llegando a la sala, después de haber trabajado en el despacho.
—La futura novia de Martin —respondió su esposa con orgullo.
—¿Novia formal? —el canoso se sorprendió—. Esas son palabras mayores.
—Apenas la está conociendo… —Alfredo se cruzó de brazos.
—Es el primer paso y se estaba tardando en darlo —Margarita suspiró—. Ya me estoy haciendo vieja, me gustaría tener nietos y disfrutarlos, justo como Brenda.
—No es que no quiera darte nietos, madre —Martín se inclinó y besó el cabello de la mujer—, es solo que no encuentro a la pareja adecuada para ello.
—A lo mejor no existe —el castaño sonrió burlón y se alzó de hombros.
—¡Cállate Fredy! —gritó Brenda.
—La persona que no existe, es alguien para ti —Julián miró a su hijo—. Tu madre y yo, ya sabemos que terminarás solo y amargado.
—Solo, tal vez —Alfredo sonrió—, pero amargado, ¡jamás!
Sus padres soltaron el aire con cansancio y negaron, pero prefirieron no hablar; ya estaban resignados con él.
—Es hora de irnos —Margarita había estado enredando el hilo mientras avanzaba la plática y dejó de lado el tejido, levantando la mano, para que su hijo le ayudara a incorporarse—, Martín debe descansar para estar fresco y perfecto mañana.
—¿Quieren que los lleve? —ofreció Alfredo con amabilidad.
—No, gracias —Martín lo miró molesto—, tomaremos un taxi.
—Además, ¿qué no ibas a cenar con nosotros? —preguntó su madre.
—Llevar a la señora Margarita y mi mejor amigo a su casa, no me toma más de diez minutos, ¿pueden esperarme diez minutos, no?
Brenda hizo un mohín y luego suspiró— está bien, es mejor que los lleves, ya está oscureciendo y puede ser peligroso —sonrió, pues no le gustaba que Margarita y Martín fueran solos a su casa.
Julián y su esposa habían querido regalarle un automóvil a Martín al graduarse, pero el moreno no aceptó, ya que esa familia le había pagado la carrera y no quería sentirse un aprovechado.
—Entonces, ¡vamos! —Alfredo se movió y fue a despedirse primero de su madre, saliendo de la casa de inmediato, para ir a encender su auto de nuevo.
—¿Estás segura? —preguntó Margarita para Brenda, al despedirse de ella—. No me molesta que Fredy nos lleve, pero…
—A ese chico “le pica estar en casa” —se burló la canosa—, por eso busca cualquier excusa para salir —rió—, tranquila, además, no tardará mucho.
—Está bien —asintió su amiga y se despidió de Julián también.
Martín se despidió de la pareja y acompañó a su madre, sujetándola del brazo; era una mujer grande, pero aunque era fuerte, su hijo siempre la cuidaba, porque era la única familia que tenía en realidad.
Alfredo ya había abierto la puerta de la cochera y estaba en el asiento del conductor. Martín llegó, abrió la puerta del copiloto y su madre se sentó ahí, le cerró la puerta y luego fue a la puerta trasera, para subir al auto también.
Alfredo encendió el automóvil y esperó a que sus acompañantes se pusieran el cinturón, luego sacó el automóvil, cerró la cochera y emprendió el camino.
—Entonces, ¿cómo se llama la chica? —preguntó Alfredo, mirando por el retrovisor a su amigo.
«¿Qué te importa?» pensó el moreno.
—Cindy —sonrió Margarita, respondiendo por su hijo.
—¡Oh! Ya sabe su nombre, señora Magui, creí que Martín la acababa de conocer.
La mujer rió— ¡claro que no! —negó—. Desde principios de año, Martin me habla de ella.
—¿Principios de año? —el castaño levantó una ceja—. ¿Cómo es que yo, tu mejor amigo, no me había enterado?
—Porque sabía que, mi mejor amigo, me diría cosas desagradables —respondió el moreno, con sarcasmo, forzando una sonrisa.
—Cómo tu mejor amigo, no te diré cosas desagradables, solo te daré mi punto de vista sincero —objetó el castaño—. Para eso son los mejores amigos.
—Por lo que Martincito me dijo, es una buena chica —sonrió Margarita—, espero conocerla en persona, pronto.
—Primero que Martin la conozca bien —la voz de Alfredo era en doble sentido— y ya que esté seguro, que se la presente.
Martín apretó los puños; tenía ganas de golpear a Alfredo, pero como el otro iba manejando, debía controlarse.
—Y ¿a dónde la llevarás? —prosiguió el castaño con el interrogatorio.
—Solo iremos a comer y a dar un paseo —respondió escuetamente.
—Hizo una reservación en el restaurante del hotel Royal —sonrió Margarita.
—¿Hotel? —la sonrisa pícara de Alfredo, aumentó.
—Sólo vamos a comer y es el más lujoso en la ciudad —replicó el moreno—. No es por una segunda intención, no pienses cosas que no son —alegó.
—Yo no dije nada —se burló el castaño, al notar que su amigo estaba a la defensiva.
Pese a que el tiempo fue corto, Martín sintió que fue eterno, debido a toda la conversación e información que su madre le dijo a Alfredo, información que no quería que el otro supiera y al final, terminó enterándose.
Cuando llegaron a la casa, Martín ayudó a bajar a su madre y Alfredo bajó un momento, para hablarle por sobre el techo del automóvil.
—¡Ey! Coctelito, ¡mucha suerte mañana! —dijo en tono burlón.
—¡Vete al diablo, Fredy! —masculló el moreno y siguió a su madre a casa.
Cuando los dos desaparecieron tras la puerta, Alfredo se subió a su automóvil y se enfiló de regreso a su hogar.
«No puedo creer que vaya a salir con una chica…» pensó y su cuerpo se tensó «¿Qué le pasa?» se preguntó, sintiéndose incómodo, cómo si tuviera un nudo en el estómago, «Él no está listo para una relación, no sabe en lo que se mete…» suspiró molesto «¡aún es virgen! ¿Cómo se le ocurre tratar algo con una chica?».
—Y seguramente ella no lo apreciará… —su voz sonó segura, mientras apretaba el volante.
Eran las dos de la tarde, cuando Martín llegaba al restaurante, junto con la joven que lo acompañaba; ingresaron al lugar y los llevaron a su mesa.
—¡Es un lugar muy lujoso! —dijo la chica con interés.
Martín se sintió satisfecho, sabía que era un lugar lujoso y caro, tuvo mucha suerte en conseguir la reservación y si lo consiguió, fue porque mintió al decir que era pariente de la familia Chávez; aunque en ese momento no importaba, la reacción de Cindy era la que esperaba, deseaba impresionar a la joven, ya que realmente quería llegar a algo serio con ella.
El moreno movió la silla para su acompañante, quien de inmediato colocó los codos en la mesa y descansando el rostro en sus manos, mientras observaba todo con curiosidad.
—No imaginé que vendríamos aquí —sonrió coqueta.
—Creí que era el mejor lugar para comer, antes de ir al cine —dijo con amabilidad.
Las palabras de Martín sorprendieron a la joven y sonrió forzadamente— ¿el cine?
—Dijiste que te gustan las películas —sonrió el moreno, confiado de su decisión.
—Sí… claro —la joven asintió y se irguió, ya que el mesero llegó a entregar la carta.
Mientras ambos miraban la carta, alguien los saludó.
—¡Vaya! Qué casualidad, Martín.
El moreno apretó los parpados, antes de bajar la carta, pues identificó de inmediato la voz. Cuando lo hizo, se encontró con Alfredo, acompañado de una chica, a la cual, ni siquiera había visto y eso que conocía a todas las amiguitas sexuales del castaño.
—Alfredo, ¿qué haces aquí? —preguntó con media sonrisa fingida.
—Tenía tiempo y Silvia también —hizo un ademán, señalando a su compañera—. Así que decidimos salir a comer.
Cindy miró a los recién llegados con curiosidad— creí que una reservación aquí, era difícil —comentó.
—No es tanto, cuando tu hermano trabaja para el dueño de estos hoteles —Alfredo sonrió con orgullo, al ver como Cindy lo miraba con interés—. Soy Alfredo Chávez —se presentó con la compañera de su amigo— y mi amiga es Silvia Zapata.
—Mucho gusto —sonrió la chica, que portaba el cabello teñido de rubio y ofreció la mano a la joven de la mesa.
—Un placer, son Cindy Álvarez —Cindy aceptó el saludo.
—Martín Portillo —el moreno secundó a su acompañante, aunque no estaba muy gustoso de la situación.
—Bueno, iremos a nuestra mesa —anunció Alfredo.
—¡Podrían acompañarnos! —sonrió Cindy.
Martín apretó los puños— no creo que…
—¡Sería un placer! ¿No es así, Sil? —Alfredo le sonrió a su compañera.
—Por mí, está bien —sonrió la rubia.
Alfredo y Silvia tomaron lugares y los meseros les entregaron las cartas a los recién llegados; después de pedir la comida, la plática inició. El castaño, como siempre, llevaba el ritmo de la conversación, por lo extrovertido que era y Martín sentía que su amigo le estaba robando la atención de la joven que le gustaba, con facilidad; ambas chicas reían y se divertían con las ocurrencias de Alfredo, aun y cuando inició la comida.
—¿Qué ocurre, Martín? —preguntó el castaño con fingida inocencia.
—Nada —respondió el otro, con claro tono de molestia.
Alfredo observó el gesto de su amigo y se sintió inquieto, era obvio que le había arruinado la comida y aunque esa había sido su intención, el verlo así, le sabía mal.
—¿Estudiaste en la universidad de aquí? —preguntó Cindy a Alfredo.
—¡Ah! Sí, me gradué de ingeniería en sistemas y estoy pensando en irme a estudiar una maestría en la capital —bebió de su agua para pasar el mal sabor de boca que tenía.
—¿Qué especialidad? —Silvia también se mostraba curiosa.
—Una maestría en Seguridad Informática.
—Debes ser muy inteligente… —Cindy levantó una ceja.
—Realmente es un idiota —la voz fría de Martín interrumpió el momento.
Alfredo sonrió— sí, la verdad, mi cerebro está tan enfocado en números, que no soy tan inteligente, ni serio, para la vida cotidiana.
—Pero según sé, los ingenieros ganan mucho dinero —Silvia le sonrió coqueta.
—En mi trabajo actual, mi sueldo es medio —se alzó de hombros—, por eso necesito la maestría, para ganar más.
—Y ¿cómo la pagarás? —indagó Cindy, curiosa.
—Ya hablé con mis padres y me dijeron que por ser educación, ellos me seguirán apoyando.
Esa respuesta llamó la atención de Martín— ¿cuándo hablaste con tus padres? —preguntó sin poder ocultar su asombro.
—Anoche, en la cena —señaló el castaño con rapidez.
—¡¿Y ni siquiera me lo comentaste?! —reclamó el moreno, igual que el otro había hecho con lo de su cita.
—Perdón, mi amor, pero te fuiste tan pronto de casa, que no me dio tiempo de contarte —se burló Alfredo por la situación, ya que se sintió divertido y hasta feliz, de ese reclamo.
Las chicas en la mesa rieron.
—Parecen novios —Cindy los señaló.
—Sólo somos buenos amigos —aseguró Martín, sintiéndose irritado, aunque no podía diferenciar el motivo real, si era porque su amigo interrumpió su cita o en realidad era por lo que acababa de saber.
—Así es —el castaño asintió—, Martín es como otro hermano para mí.
—Gracias a Dios soy hijo único —el moreno suspiró—, tu eres el peor hermano del mundo —le dedicó una mirada furiosa—. Hasta tus verdaderos hermanos lo dicen —señaló.
—¡Que gracioso! Tu ni siquiera crees en Dios —sonrió Alfredo.
Sus acompañantes rieron y Martín respiró profundamente; deseaba que eso se terminara pronto.
—¿Y tienen algo pensado para San Valentín? —Alfredo bebió un sorbo de su vaso.
—No, no aun —Cindy negó—. ¿Y ustedes?
—Por supuesto que sí —Silvia asintió.
—Pues yo no —negó el castaño con rapidez.
Cindy parpadeó y los miró confundida— ¿tú tienes y él no? —preguntó intrigada—. ¿No son pareja?
La rubia rió— ¡por supuesto que no! —negó—. Fredy es solo un amigo y salimos a comer de cuando en cuando.
—Como sucede con muchas otras —musitó el moreno.
—No puedes culparme, ¡soy muy sociable! —se justificó Alfredo—. Además, San Valentín es una fecha para pasarla con el amor de tu vida —se alzó de hombros.
—En tu caso, el amor de la semana —señaló Martín con frialdad.
El castaño forzó una sonrisa— te equivocas, amigo mío —dijo con seguridad—, nunca he tenido una cita seria ese día, solo me divierto, como muchas otras personas lo hacen.
—Entonces… ¡¿nunca has tenido novia?! —Cindy lo miró incrédula.
—¿Oficial? No —respondió sin vergüenza.
—Fredy nunca sentará cabeza, es un caso perdido —sonrió Silvia—, pero muy divertido.
—La persona que me haga sentar cabeza, se llevará una gran sorpresa conmigo —aseguró el castaño.
—Sí, se separarán en menos de lo que canta un gallo —sentenció su amigo.
—No comprendo por qué lo dices, puedo manejar una relación de años y lo sabes bien —objetó Alfredo.
—¿Ah, sí? Dime una relación que te haya durado más de un año —retó Martín, mirándolo a los ojos.
—La nuestra —respondió el otro mirándolo a los ojos.
El moreno sintió que el aire se le iba y que su rostro ardía, pero no pudo decir nada, ya que su mente quedó en blanco.
—¿Son…? —Cindy los señaló ligeramente con el tenedor
—Amigos desde antes de entrar al jardín de niños —Alfredo volvió a sonreír divertido—. Martín es el único amigo que me ha soportado toda la vida.
—Eso es porque a todos tus amigos les has quitado la novia, excepto a Martín —Silvia rió—, parece que es al único al que respetas.
Martín bebió de su vaso con rapidez, tratando de quitarse el nudo en su garganta.
—Cómo dije, Martín es como mi hermano —Alfredo lo miró de soslayo y se alzó de hombros.
Un celular sonó y Silvia respondió la llamada— ¿sí? Oh, no, estoy comiendo… De acuerdo, iré para allá, nos vemos en veinte minutos… —colgó y miro a su acompañante—. Fredy, tengo que volver a mi empleo, ¿puedes llevarme?
—Claro, querida, solo pago la cuenta.
—¿Trabajas en fin de semana? —Cindy miró a la otra con curiosidad.
—Soy organizadora de eventos, de hecho, el fin de semana son mis días de trabajo —rió—.Iré al tocador antes de irnos —la rubia se puso de pie, con el bolso en mano.
—Yo también iré… —Cindy se puso de pie, siguiendo de inmediato a la otra.
—¿Satisfecho? —preguntó Martín al quedarse solos.
—¿De qué hablas? —Alfredo hizo una seña al mesero, para pagar el consumo de él y de Silvia.
—Arruinaste mi cita —reclamó su amigo, con molestia.
—No la arruiné, de hecho ¡creo que la amenicé!
—No vuelvas a hacerlo, Alfredo —dijo fríamente el moreno, consiguiendo que el otro se asustara, ya que cuando decía su nombre en ese tono, estaba hablando en serio—. Esperaba la oportunidad de salir con una chica linda y no quiero que me hagas lo mismo que les has hecho a otros.
El castaño guardó silencio un momento, esperó a que llegara el mesero, le dio su tarjeta y luego observó a su amigo.
—Nunca te arruinaría tu cita —dijo seguro—, solo quería asegurarme que era una buena chica y parece que lo es —sonrió tranquilo.
—¿Qué?
—Estaba preocupado —Alfredo sonrió y terminó el vaso de agua—, eres mi mejor amigo y me gustaría que la chica con la que empieces un noviazgo, te quiera —ladeó el rostro—, ella parece interesada en ti, así que, ¡tienen mi bendición! —le palmeó el hombro.
—¡Vete al infierno, Alfredo!
El castaño sonrió, aunque en el fondo no se sentía bien.
El mesero volvió y tras él, las dos chicas. Alfredo se puso de pie de inmediato y se despidió de mano de Cindy; Silvia hizo lo mismo con la joven y después le dio un beso en la mejilla a Martín, antes de acompañar al otro.
—Tu amigo es divertido, pero muy extraño —comentó la joven, cuando los otros dos se retiraron.
—Sí, es muy extraño —asintió Martín.
—Fue muy ameno platicar con él —Cindy bebió de su vaso—, es obvio que es un hombre de mundo.
Martín suspiró— es muy abierto en muchas situaciones, pero el hombre de mundo es su hermano mayor —señaló—. Su hermano Julián trabaja para el dueño de estos hoteles y viaja mucho.
—¡¿En serio?!
—Sí, en unos meses se casará —añadió con calma—, nos invitaron a mi madre y a mí a la boda.
—Comprendo…
Después de eso, el silencio reinó por un momento; Martín intentó retomar una plática, pero casi todo de lo que hablaban era de su trabajo en el jardín botánico. Después de la comida, la pareja fue al cine como el moreno había previsto, vieron un par de funciones, la llevó a cenar a otro lugar, un restaurante pequeño, con música en vivo y finalmente la llevó a su casa.
—Espero que hayas pasado un bonito día —el moreno sonrió amistoso.
—¡Por supuesto! —Cindy asintió—. Todo estuvo lindo.
Con esas palabras, Martín sintió confianza y se animó a pedirle otra cita—. ¿Te gustaría salir a comer de nuevo, mañana?
—Mañana no puedo, tengo un compromiso con mi madre —la chica hizo un mohín—, pero nos vemos el lunes en el trabajo, ¿te parece?
La respuesta sorprendió a Martín, pero se obligó a sonreír— está bien, nos vemos el lunes…
Ambos se despidieron de mano, Cindy ni siquiera le besó la mejilla y se metió a su hogar, mientras Martín caminaba hacia la acera y luego a la calle principal, parta tomar otro taxi. Se había sentido rechazado, pero aún tenía esperanza; él también antepondría un compromiso con su madre antes de otra cosa, por lo que con ese pensamiento respiró profundo y sonrió más animado.
—Está bien, no es como si me hubiera rechazado del todo.
—¡Es un lugar muy lujoso! —dijo la chica con interés.
Martín se sintió satisfecho, sabía que era un lugar lujoso y caro, tuvo mucha suerte en conseguir la reservación y si lo consiguió, fue porque mintió al decir que era pariente de la familia Chávez; aunque en ese momento no importaba, la reacción de Cindy era la que esperaba, deseaba impresionar a la joven, ya que realmente quería llegar a algo serio con ella.
El moreno movió la silla para su acompañante, quien de inmediato colocó los codos en la mesa y descansando el rostro en sus manos, mientras observaba todo con curiosidad.
—No imaginé que vendríamos aquí —sonrió coqueta.
—Creí que era el mejor lugar para comer, antes de ir al cine —dijo con amabilidad.
Las palabras de Martín sorprendieron a la joven y sonrió forzadamente— ¿el cine?
—Dijiste que te gustan las películas —sonrió el moreno, confiado de su decisión.
—Sí… claro —la joven asintió y se irguió, ya que el mesero llegó a entregar la carta.
Mientras ambos miraban la carta, alguien los saludó.
—¡Vaya! Qué casualidad, Martín.
El moreno apretó los parpados, antes de bajar la carta, pues identificó de inmediato la voz. Cuando lo hizo, se encontró con Alfredo, acompañado de una chica, a la cual, ni siquiera había visto y eso que conocía a todas las amiguitas sexuales del castaño.
—Alfredo, ¿qué haces aquí? —preguntó con media sonrisa fingida.
—Tenía tiempo y Silvia también —hizo un ademán, señalando a su compañera—. Así que decidimos salir a comer.
Cindy miró a los recién llegados con curiosidad— creí que una reservación aquí, era difícil —comentó.
—No es tanto, cuando tu hermano trabaja para el dueño de estos hoteles —Alfredo sonrió con orgullo, al ver como Cindy lo miraba con interés—. Soy Alfredo Chávez —se presentó con la compañera de su amigo— y mi amiga es Silvia Zapata.
—Mucho gusto —sonrió la chica, que portaba el cabello teñido de rubio y ofreció la mano a la joven de la mesa.
—Un placer, son Cindy Álvarez —Cindy aceptó el saludo.
—Martín Portillo —el moreno secundó a su acompañante, aunque no estaba muy gustoso de la situación.
—Bueno, iremos a nuestra mesa —anunció Alfredo.
—¡Podrían acompañarnos! —sonrió Cindy.
Martín apretó los puños— no creo que…
—¡Sería un placer! ¿No es así, Sil? —Alfredo le sonrió a su compañera.
—Por mí, está bien —sonrió la rubia.
Alfredo y Silvia tomaron lugares y los meseros les entregaron las cartas a los recién llegados; después de pedir la comida, la plática inició. El castaño, como siempre, llevaba el ritmo de la conversación, por lo extrovertido que era y Martín sentía que su amigo le estaba robando la atención de la joven que le gustaba, con facilidad; ambas chicas reían y se divertían con las ocurrencias de Alfredo, aun y cuando inició la comida.
—¿Qué ocurre, Martín? —preguntó el castaño con fingida inocencia.
—Nada —respondió el otro, con claro tono de molestia.
Alfredo observó el gesto de su amigo y se sintió inquieto, era obvio que le había arruinado la comida y aunque esa había sido su intención, el verlo así, le sabía mal.
—¿Estudiaste en la universidad de aquí? —preguntó Cindy a Alfredo.
—¡Ah! Sí, me gradué de ingeniería en sistemas y estoy pensando en irme a estudiar una maestría en la capital —bebió de su agua para pasar el mal sabor de boca que tenía.
—¿Qué especialidad? —Silvia también se mostraba curiosa.
—Una maestría en Seguridad Informática.
—Debes ser muy inteligente… —Cindy levantó una ceja.
—Realmente es un idiota —la voz fría de Martín interrumpió el momento.
Alfredo sonrió— sí, la verdad, mi cerebro está tan enfocado en números, que no soy tan inteligente, ni serio, para la vida cotidiana.
—Pero según sé, los ingenieros ganan mucho dinero —Silvia le sonrió coqueta.
—En mi trabajo actual, mi sueldo es medio —se alzó de hombros—, por eso necesito la maestría, para ganar más.
—Y ¿cómo la pagarás? —indagó Cindy, curiosa.
—Ya hablé con mis padres y me dijeron que por ser educación, ellos me seguirán apoyando.
Esa respuesta llamó la atención de Martín— ¿cuándo hablaste con tus padres? —preguntó sin poder ocultar su asombro.
—Anoche, en la cena —señaló el castaño con rapidez.
—¡¿Y ni siquiera me lo comentaste?! —reclamó el moreno, igual que el otro había hecho con lo de su cita.
—Perdón, mi amor, pero te fuiste tan pronto de casa, que no me dio tiempo de contarte —se burló Alfredo por la situación, ya que se sintió divertido y hasta feliz, de ese reclamo.
Las chicas en la mesa rieron.
—Parecen novios —Cindy los señaló.
—Sólo somos buenos amigos —aseguró Martín, sintiéndose irritado, aunque no podía diferenciar el motivo real, si era porque su amigo interrumpió su cita o en realidad era por lo que acababa de saber.
—Así es —el castaño asintió—, Martín es como otro hermano para mí.
—Gracias a Dios soy hijo único —el moreno suspiró—, tu eres el peor hermano del mundo —le dedicó una mirada furiosa—. Hasta tus verdaderos hermanos lo dicen —señaló.
—¡Que gracioso! Tu ni siquiera crees en Dios —sonrió Alfredo.
Sus acompañantes rieron y Martín respiró profundamente; deseaba que eso se terminara pronto.
—¿Y tienen algo pensado para San Valentín? —Alfredo bebió un sorbo de su vaso.
—No, no aun —Cindy negó—. ¿Y ustedes?
—Por supuesto que sí —Silvia asintió.
—Pues yo no —negó el castaño con rapidez.
Cindy parpadeó y los miró confundida— ¿tú tienes y él no? —preguntó intrigada—. ¿No son pareja?
La rubia rió— ¡por supuesto que no! —negó—. Fredy es solo un amigo y salimos a comer de cuando en cuando.
—Como sucede con muchas otras —musitó el moreno.
—No puedes culparme, ¡soy muy sociable! —se justificó Alfredo—. Además, San Valentín es una fecha para pasarla con el amor de tu vida —se alzó de hombros.
—En tu caso, el amor de la semana —señaló Martín con frialdad.
El castaño forzó una sonrisa— te equivocas, amigo mío —dijo con seguridad—, nunca he tenido una cita seria ese día, solo me divierto, como muchas otras personas lo hacen.
—Entonces… ¡¿nunca has tenido novia?! —Cindy lo miró incrédula.
—¿Oficial? No —respondió sin vergüenza.
—Fredy nunca sentará cabeza, es un caso perdido —sonrió Silvia—, pero muy divertido.
—La persona que me haga sentar cabeza, se llevará una gran sorpresa conmigo —aseguró el castaño.
—Sí, se separarán en menos de lo que canta un gallo —sentenció su amigo.
—No comprendo por qué lo dices, puedo manejar una relación de años y lo sabes bien —objetó Alfredo.
—¿Ah, sí? Dime una relación que te haya durado más de un año —retó Martín, mirándolo a los ojos.
—La nuestra —respondió el otro mirándolo a los ojos.
El moreno sintió que el aire se le iba y que su rostro ardía, pero no pudo decir nada, ya que su mente quedó en blanco.
—¿Son…? —Cindy los señaló ligeramente con el tenedor
—Amigos desde antes de entrar al jardín de niños —Alfredo volvió a sonreír divertido—. Martín es el único amigo que me ha soportado toda la vida.
—Eso es porque a todos tus amigos les has quitado la novia, excepto a Martín —Silvia rió—, parece que es al único al que respetas.
Martín bebió de su vaso con rapidez, tratando de quitarse el nudo en su garganta.
—Cómo dije, Martín es como mi hermano —Alfredo lo miró de soslayo y se alzó de hombros.
Un celular sonó y Silvia respondió la llamada— ¿sí? Oh, no, estoy comiendo… De acuerdo, iré para allá, nos vemos en veinte minutos… —colgó y miro a su acompañante—. Fredy, tengo que volver a mi empleo, ¿puedes llevarme?
—Claro, querida, solo pago la cuenta.
—¿Trabajas en fin de semana? —Cindy miró a la otra con curiosidad.
—Soy organizadora de eventos, de hecho, el fin de semana son mis días de trabajo —rió—.Iré al tocador antes de irnos —la rubia se puso de pie, con el bolso en mano.
—Yo también iré… —Cindy se puso de pie, siguiendo de inmediato a la otra.
—¿Satisfecho? —preguntó Martín al quedarse solos.
—¿De qué hablas? —Alfredo hizo una seña al mesero, para pagar el consumo de él y de Silvia.
—Arruinaste mi cita —reclamó su amigo, con molestia.
—No la arruiné, de hecho ¡creo que la amenicé!
—No vuelvas a hacerlo, Alfredo —dijo fríamente el moreno, consiguiendo que el otro se asustara, ya que cuando decía su nombre en ese tono, estaba hablando en serio—. Esperaba la oportunidad de salir con una chica linda y no quiero que me hagas lo mismo que les has hecho a otros.
El castaño guardó silencio un momento, esperó a que llegara el mesero, le dio su tarjeta y luego observó a su amigo.
—Nunca te arruinaría tu cita —dijo seguro—, solo quería asegurarme que era una buena chica y parece que lo es —sonrió tranquilo.
—¿Qué?
—Estaba preocupado —Alfredo sonrió y terminó el vaso de agua—, eres mi mejor amigo y me gustaría que la chica con la que empieces un noviazgo, te quiera —ladeó el rostro—, ella parece interesada en ti, así que, ¡tienen mi bendición! —le palmeó el hombro.
—¡Vete al infierno, Alfredo!
El castaño sonrió, aunque en el fondo no se sentía bien.
El mesero volvió y tras él, las dos chicas. Alfredo se puso de pie de inmediato y se despidió de mano de Cindy; Silvia hizo lo mismo con la joven y después le dio un beso en la mejilla a Martín, antes de acompañar al otro.
—Tu amigo es divertido, pero muy extraño —comentó la joven, cuando los otros dos se retiraron.
—Sí, es muy extraño —asintió Martín.
—Fue muy ameno platicar con él —Cindy bebió de su vaso—, es obvio que es un hombre de mundo.
Martín suspiró— es muy abierto en muchas situaciones, pero el hombre de mundo es su hermano mayor —señaló—. Su hermano Julián trabaja para el dueño de estos hoteles y viaja mucho.
—¡¿En serio?!
—Sí, en unos meses se casará —añadió con calma—, nos invitaron a mi madre y a mí a la boda.
—Comprendo…
Después de eso, el silencio reinó por un momento; Martín intentó retomar una plática, pero casi todo de lo que hablaban era de su trabajo en el jardín botánico. Después de la comida, la pareja fue al cine como el moreno había previsto, vieron un par de funciones, la llevó a cenar a otro lugar, un restaurante pequeño, con música en vivo y finalmente la llevó a su casa.
—Espero que hayas pasado un bonito día —el moreno sonrió amistoso.
—¡Por supuesto! —Cindy asintió—. Todo estuvo lindo.
Con esas palabras, Martín sintió confianza y se animó a pedirle otra cita—. ¿Te gustaría salir a comer de nuevo, mañana?
—Mañana no puedo, tengo un compromiso con mi madre —la chica hizo un mohín—, pero nos vemos el lunes en el trabajo, ¿te parece?
La respuesta sorprendió a Martín, pero se obligó a sonreír— está bien, nos vemos el lunes…
Ambos se despidieron de mano, Cindy ni siquiera le besó la mejilla y se metió a su hogar, mientras Martín caminaba hacia la acera y luego a la calle principal, parta tomar otro taxi. Se había sentido rechazado, pero aún tenía esperanza; él también antepondría un compromiso con su madre antes de otra cosa, por lo que con ese pensamiento respiró profundo y sonrió más animado.
—Está bien, no es como si me hubiera rechazado del todo.
El domingo, Martín acompañó a su madre a misa, dónde se encontraron Brenda y Julián; Margarita se fue a la casa de Brenda a seguir con su tejido y Martín regresó a su hogar, con la promesa de ir por su madre en la tarde, para comer en casa de la familia de su amigo.
A las tres, la Brenda, Julián, Margarita y Martín, estaban comiendo,
—¿Es cierto que Fredy irá a la capital, a estudiar? —preguntó Margarita con curiosidad.
Martín se sobresaltó un momento, ya que no pensó que tocarían ese tema, mismo que le había comentado en la noche a su madre, al platicarle que se había encontrado a su amigo en la comida con Cindy.
—Eso dijo —Brenda suspiró—. Anoche lo comentó en la cena.
—Sería una buena oportunidad para él —Julián asintió—. En la capital hay más especialidades y mejor empleo, incluso, habló con Juls anoche mismo y su hermano dijo que si va para allá, podía buscarle un departamento para que se quedara, ya que él vive a las orillas y le quedaría muy lejos el traslado —se alzó de hombros.
—¿Y cuándo se irá? —Margarita estaba sorprendida de lo rápido que Alfredo parecía haber tomado la decisión.
—Fredy dijo que las inscripciones para la maestría son a finales de marzo —Brenda bebió de su agua—, el estudio serían 18 meses, iniciando en agosto, porque es un sistema presencial escolarizado, para obtener doble título, uno mexicano y otro europeo.
—Tendrá suficiente tiempo para prepararse a su nueva vida —Julián sonrió satisfecho, pensando que su hijo mayor apoyaría a su hermanito y además, Agustín también le echaría un ojo, ya que confiaba en el buen criterio de su yerno—. Así, después de la boda de Juls y Guti, Alfredo se quedará allá.
—Bueno, si es para mejorar, estará bien —Margarita sonrió animada.
—Y tú, Martín —el canoso lo miró serio—, ¿no piensas tomar alguna especialidad? Te serviría mucho.
—Ah, no, señor Julián —el moreno negó—, aquí en la universidad no hay maestrías en botánica —sonrió nervioso.
—En la capital, seguro que hay —Brenda presionó.
—Tendría que ahorrar mucho dinero para costear algo así —Martin se alzó de hombros.
—Ya sabes que por eso no debes preocuparte, muchacho —Julián sonrió con suficiencia.
—Tú y Margarita son de la familia y los apoyaríamos siempre.
—Gracias, Brenda —la mujer sonrió conmovida por esas palabras.
Martín se sintió avergonzado, así que usó su arma secreta— agradezco mucho su oferta, pero no me gustaría dejar sola a mi mamá.
—¡Ay, por eso ni te deberías preocupar, mi’jo! —su madre negó—. No soy una anciana aun, puedo valerme por mi misma.
—Y si es necesario, se viene a vivir con nosotros, para que no se quede sola —Brenda sonrió divertida.
—Piénsalo —Julián lo miró amable, sabía que el muchacho necesitaba apoyo, especialmente por no contar con un padre y quería serlo para él—, aprovecharás que Fredy estará allá y te quedarías con él.
—Lo… lo pensaré.
Aún estaban en esa plática, cuando llegó Alfredo.
—¡Buenas tardes! —dijo con amabilidad.
Todos se sorprendieron por el tono, ya que era muy formal y hasta parecía preocupado.
—Buenas tardes —respondieron casi al unísono los de la mesa.
—Provecho… —el castaño caminó hacia su madre y la saludó de beso, luego hizo lo mismo con Margarita.
—No sabía que vendrías a comer y no preparé la mesa para ti —Brenda lo miró contrariada—. Normalmente avisas cuando vendrás.
—De hecho no iba a venir, pero tenía que buscar algo en la habitación, solo hago eso y me voy.
Ninguno creyó en esa excusa, ya que no quedaban muchas pertenencias en su antigua habitación; realmente, Alfredo estaba muy extraño.
El castaño fue a su habitación y tardó mucho en salir; lo hizo, justo cuando las visitas se despedían.
—¿Ya se van? —preguntó en fingido tono de inocencia—. Qué casualidad, yo también me retiro, puedo llevarlos si gustan…
—Gracias, Fredy —Margarita aceptó de manera amable, aunque su hijo se notaba algo contrariado por la actitud de su amigo.
Margarita se despidió de beso en la mejilla de su amiga, aunque las miradas entre ambas, era de complicidad y preocupación; ambas sabían que Alfredo no estaba bien, pero no entendían a dónde quería llegar.
Alfredo se despidió de sus padres y salió acompañando a Margarita y Martín, yendo a su automóvil para llevarlos a casa. El camino, por primera vez en la vida, fue silencioso, algo que a Margarita la ponía más inquieta, pero imaginaba que a ella no le diría nada el castaño, así que seguramente querría hablar con su hijo a solas, debido a que eran casi confidentes; con esa idea, al llegar a su hogar, bajaría de inmediato y les daría su espacio.
Apenas llegaron a la casa, el auto se detuvo, Martin bajó y ayudó a su madre, diciéndole que la alcanzaría en un momento, pues conocía a su amigo y sabía que quería hablar con él; Margarita fue a su hogar y el moreno se sentó en el asiento del copiloto.
—¿Qué ocurre? —pregunto directamente, apenas cerró la puerta.
Alfredo suspiró y apretó los puños; hubiera querido tener un cigarrillo en mano para quitarse esa incomodidad, pero había dejado esa adicción, ya que su madre lo había regañado, pese a que apenas si había durado fumando un mes, después de graduarse.
—No te conviene —dijo con rapidez, sin mirar a su amigo a los ojos.
—¿De qué hablas, Fredy? —Martín lo miró confundido.
Alfredo guardó silencio, sujetó el celular, quitándolo de su soporte vehicular y se lo entregó. Martín era la única persona aparte de él, que sabía el código numérico para ese teléfono y además, Alfredo había insistido en grabar una huella dactilar de su amigo, aparte de las suyas, en caso de lo peor, por lo tanto, el moreno entendió que quería que viera algo de ahí.
Martin puso el código y sonrió al ver el fondo de pantalla, era una foto de ambos, de la fiesta de fin de año.
—Mira los mensajes… —la voz de Alfredo sonó apagada.
Martín abrió la aplicación de mensajería y se encontró con un número que ni siquiera estaba guardado, pero la imagen que tenía era una foto de Cindy. Martín observó a su amigo con asombro y Alfredo suspiró.
—No digas nada hasta que leas todo.
El moreno abrió los mensajes que iniciaban con un “Hola” de ella, después de las 11 de la noche del día anterior, poco después de que la dejara en su hogar; un “¿quién eres?”, fue la respuesta de parte de su amigo, casi diez minutos después del primer mensaje.
A las tres, la Brenda, Julián, Margarita y Martín, estaban comiendo,
—¿Es cierto que Fredy irá a la capital, a estudiar? —preguntó Margarita con curiosidad.
Martín se sobresaltó un momento, ya que no pensó que tocarían ese tema, mismo que le había comentado en la noche a su madre, al platicarle que se había encontrado a su amigo en la comida con Cindy.
—Eso dijo —Brenda suspiró—. Anoche lo comentó en la cena.
—Sería una buena oportunidad para él —Julián asintió—. En la capital hay más especialidades y mejor empleo, incluso, habló con Juls anoche mismo y su hermano dijo que si va para allá, podía buscarle un departamento para que se quedara, ya que él vive a las orillas y le quedaría muy lejos el traslado —se alzó de hombros.
—¿Y cuándo se irá? —Margarita estaba sorprendida de lo rápido que Alfredo parecía haber tomado la decisión.
—Fredy dijo que las inscripciones para la maestría son a finales de marzo —Brenda bebió de su agua—, el estudio serían 18 meses, iniciando en agosto, porque es un sistema presencial escolarizado, para obtener doble título, uno mexicano y otro europeo.
—Tendrá suficiente tiempo para prepararse a su nueva vida —Julián sonrió satisfecho, pensando que su hijo mayor apoyaría a su hermanito y además, Agustín también le echaría un ojo, ya que confiaba en el buen criterio de su yerno—. Así, después de la boda de Juls y Guti, Alfredo se quedará allá.
—Bueno, si es para mejorar, estará bien —Margarita sonrió animada.
—Y tú, Martín —el canoso lo miró serio—, ¿no piensas tomar alguna especialidad? Te serviría mucho.
—Ah, no, señor Julián —el moreno negó—, aquí en la universidad no hay maestrías en botánica —sonrió nervioso.
—En la capital, seguro que hay —Brenda presionó.
—Tendría que ahorrar mucho dinero para costear algo así —Martin se alzó de hombros.
—Ya sabes que por eso no debes preocuparte, muchacho —Julián sonrió con suficiencia.
—Tú y Margarita son de la familia y los apoyaríamos siempre.
—Gracias, Brenda —la mujer sonrió conmovida por esas palabras.
Martín se sintió avergonzado, así que usó su arma secreta— agradezco mucho su oferta, pero no me gustaría dejar sola a mi mamá.
—¡Ay, por eso ni te deberías preocupar, mi’jo! —su madre negó—. No soy una anciana aun, puedo valerme por mi misma.
—Y si es necesario, se viene a vivir con nosotros, para que no se quede sola —Brenda sonrió divertida.
—Piénsalo —Julián lo miró amable, sabía que el muchacho necesitaba apoyo, especialmente por no contar con un padre y quería serlo para él—, aprovecharás que Fredy estará allá y te quedarías con él.
—Lo… lo pensaré.
Aún estaban en esa plática, cuando llegó Alfredo.
—¡Buenas tardes! —dijo con amabilidad.
Todos se sorprendieron por el tono, ya que era muy formal y hasta parecía preocupado.
—Buenas tardes —respondieron casi al unísono los de la mesa.
—Provecho… —el castaño caminó hacia su madre y la saludó de beso, luego hizo lo mismo con Margarita.
—No sabía que vendrías a comer y no preparé la mesa para ti —Brenda lo miró contrariada—. Normalmente avisas cuando vendrás.
—De hecho no iba a venir, pero tenía que buscar algo en la habitación, solo hago eso y me voy.
Ninguno creyó en esa excusa, ya que no quedaban muchas pertenencias en su antigua habitación; realmente, Alfredo estaba muy extraño.
El castaño fue a su habitación y tardó mucho en salir; lo hizo, justo cuando las visitas se despedían.
—¿Ya se van? —preguntó en fingido tono de inocencia—. Qué casualidad, yo también me retiro, puedo llevarlos si gustan…
—Gracias, Fredy —Margarita aceptó de manera amable, aunque su hijo se notaba algo contrariado por la actitud de su amigo.
Margarita se despidió de beso en la mejilla de su amiga, aunque las miradas entre ambas, era de complicidad y preocupación; ambas sabían que Alfredo no estaba bien, pero no entendían a dónde quería llegar.
Alfredo se despidió de sus padres y salió acompañando a Margarita y Martín, yendo a su automóvil para llevarlos a casa. El camino, por primera vez en la vida, fue silencioso, algo que a Margarita la ponía más inquieta, pero imaginaba que a ella no le diría nada el castaño, así que seguramente querría hablar con su hijo a solas, debido a que eran casi confidentes; con esa idea, al llegar a su hogar, bajaría de inmediato y les daría su espacio.
Apenas llegaron a la casa, el auto se detuvo, Martin bajó y ayudó a su madre, diciéndole que la alcanzaría en un momento, pues conocía a su amigo y sabía que quería hablar con él; Margarita fue a su hogar y el moreno se sentó en el asiento del copiloto.
—¿Qué ocurre? —pregunto directamente, apenas cerró la puerta.
Alfredo suspiró y apretó los puños; hubiera querido tener un cigarrillo en mano para quitarse esa incomodidad, pero había dejado esa adicción, ya que su madre lo había regañado, pese a que apenas si había durado fumando un mes, después de graduarse.
—No te conviene —dijo con rapidez, sin mirar a su amigo a los ojos.
—¿De qué hablas, Fredy? —Martín lo miró confundido.
Alfredo guardó silencio, sujetó el celular, quitándolo de su soporte vehicular y se lo entregó. Martín era la única persona aparte de él, que sabía el código numérico para ese teléfono y además, Alfredo había insistido en grabar una huella dactilar de su amigo, aparte de las suyas, en caso de lo peor, por lo tanto, el moreno entendió que quería que viera algo de ahí.
Martin puso el código y sonrió al ver el fondo de pantalla, era una foto de ambos, de la fiesta de fin de año.
—Mira los mensajes… —la voz de Alfredo sonó apagada.
Martín abrió la aplicación de mensajería y se encontró con un número que ni siquiera estaba guardado, pero la imagen que tenía era una foto de Cindy. Martín observó a su amigo con asombro y Alfredo suspiró.
—No digas nada hasta que leas todo.
El moreno abrió los mensajes que iniciaban con un “Hola” de ella, después de las 11 de la noche del día anterior, poco después de que la dejara en su hogar; un “¿quién eres?”, fue la respuesta de parte de su amigo, casi diez minutos después del primer mensaje.
XXX-XXX-XXXX 23:33
Soy, Cindy Álvarez. |
Fredy 23:34 ¿Cindy? |
XXX-XXX-XXXX 23:34
La amiga de Martín… Tonto, nos conocimos en la tarde, ¿no me recuerdas? |
Fredy 23:35 ¿Cómo conseguiste mi número? |
XXX-XXX-XXXX 23:36
Silvia me lo proporcionó cuando fuimos al tocador |
Fredy 23:40 Entiendo… ¿Qué necesitas? |
XXX-XXX-XXXX 23:41
¿Tienes tiempo? |
Fredy 23:43 ¿Para qué? |
XXX-XXX-XXXX 23:44
Para platicar |
Fredy 23:50 Es tarde, debo descansar |
XXX-XXX-XXXX 23:51
Podríamos salir mañana Tengo el día libre |
Fredy 23:55 Lo siento, ya tengo compromiso |
XXX-XXX-XXXX 23:56
Silvia me dijo que eras un chico ocupado, pero si no puedes en el día, podemos vernos en la noche, si quieres XXX-XXX-XXXX 00:10 ¿Por qué no me contestas? XXX-XXX-XXXX 00:15 ¿Te dormiste tan temprano? XXX-XXX-XXXX 08:20 Buenos días, Fredy XXX-XXX-XXXX 08:40 ¿Aún no despiertas? |
Fredy 09:37 Lo siento, pero tengo cosas que hacer hoy, no puedo responder tus mensajes |
XXX-XXX-XXXX 09:38
¿Por qué te portas así? Quiero que seamos amigos íntimos |
Fredy 09:40 Martín es mi mejor amigo y no me interesa ser tu amigo íntimo |
XXX-XXX-XXXX 09:41
Martín y yo, no somos nada, sé que le intereso, pero él a mí no |
Fredy 10:01 Si no te interesa, ¿por qué aceptaste salir con él? |
XXX-XXX-XXXX 10:03
No tenía nada mejor qué hacer. Pero me interesan más los hombres de mundo, como tú |
Fredy 10:09 ¿Hombre de mundo? ¿De qué hablas? |
XXX-XXX-XXXX 10:11
Dijiste que te irías a estudiar a la capital |
Fredy 10:15 Mis planes no deberían interesarte |
XXX-XXX-XXXX 10:16
¿Por qué? ¿Por Martín? Ya te dije que no me interesa Además es aburrido XXX-XXX-XXXX 10:18 A mí también me gustaría salir de este pueblo XXX-XXX-XXXX 10:20 Martín es de los que quieren vivir una vida aburrida |
Fredy 10:23 Martín es un gran hombre que prefiere estabilidad a diferencia de mi |
XXX-XXX-XXXX 10:25
Dejemos de hablar de él Podríamos conocernos mejor tu y yo Tal vez cuando te vayas, pueda visitarte |
Fredy 10:27 No, no quiero problemas con Martín |
XXX-XXX-XXXX 10:30
¿Seguro? Creo que puedo convencerte |
Después de eso, había una serie de imágenes; fotos de Cindy, incluyendo algunas sugestivas, aún así, no había respuesta y al final, se notaba el aviso de que Fredy había bloqueado el número.
El moreno bajó el móvil y se quedó en silencio.
—Pasé toda la mañana, pensando en cómo decirte —mencionó el castaño —. No quiero mentirte, Martín, pero…
—Lo hiciste de nuevo —la voz de Martín era molesta.
—¡¿Qué?! —su amigo lo miró sorprendido.
—De nuevo haces que la chica que me gusta, ¡se interese en ti! —reclamó—. Ese era tu plan desde el principio, por eso nos interrumpiste en la comida, ¿no es así?
—¡Claro que no! —Alfredo negó—. Realmente quería conocerla, incluso pensé que era una buena chica para ti, hasta que recibí esos mensajes.
—¡Mientes! —el moreno lanzó el celular contra el pecho de su amigo—. Siempre ha sido así, desde la escuela básica ¡me has arruinado las oportunidades con las chicas que me gustan!
—Martín, te juro que no…
—¡Cállate, Alfredo! —Martín quería golpear al otro, en ese momento, sentía que lo odiaba.
—Martín, yo no hice nada, yo jamás me atrevería a dañarte.
—¡Deja de mentir!
Alfredo sujetó el brazo de su amigo con fuerza— ¡jamás te mentiría! ¡Nunca a ti! —aseguró mirándolo a los ojos—. No tienes idea de cuánto te aprecio, como para no querer lastimarte.
El moreno se soltó de un manotazo, no quería seguir escuchando; abrió la puerta y salió de inmediato— no quiero verte en lo que me resta de vida —gruñó—, pero lamentablemente aprecio a tu familia, así que aunque te vea, ¡no quiero que me dirijas la palabra! —gritó y azotó la puerta con fuerza.
Caminó hasta su casa e ingresó con rapidez. Margarita vio a su hijo y le sorprendió su actitud, pero sabía que de cuando en cuando, Martín y Alfredo discutían; así había sido desde que estaban en la escuela elemental, incluso hasta se habían agarrado a golpes, pero después volvían a ser los mejores amigos. Por esa razón prefirió dejarlo solo, para que pensara y cundo estuviera listo, le contara.
Martín llegó a su habitación, furioso por la situación y estrujó sus mechones negros con fuerza.
—¡Imbécil! —dijo entre dientes, porque mantenía su quijada apretada.
Sabía que Alfredo tenía encanto, no solo sobre las mujeres, sino también con los hombres, pero no imaginó que la chica que le gustaba, cayera con tanta facilidad; lo que más le enfurecía era que él respetaba a Cindy y al ver ese otro lado de ella en los mensajes y las imágenes, se sintió defraudado.
Estaba consciente que Alfredo no le había dado alas a la chica, incluso la había tratado con respeto, pero aun así, no podía dejar de culparlo; le irritaba que fuera tan interesante y atractivo. Porque sí, lo era, hasta él mismo lo pensaba desde hacía mucho tiempo, pero eran amigos y nada más, siempre se lo había repetido; tal vez por eso, siempre le incomodaba saber sobre sus conquistas, amoríos y coqueteos, porque siempre terminaba con dolor de estómago y una molestia que le duraba días, misma que debía ocultar.
—¡¿Por qué con él?! —dijo después de un momento, masajeando sus sienes—. Pude haber aceptado que me rechazara por cualquier otro, pero no por Alfredo —señaló con voz débil.
Después de un momento, se dejó caer en la cama y pasó a mano por su frente.
—Es demasiado —suspiró—. Él es demasiado incluso para mí —negó—, aunque algunos tienen oportunidad pero él no aceptó, ni dio lugar a algo con Cindy, porque me aprecia —eso, a pesar de que debía reconfortarlo, le dolía—. Pero aun así, de todas las personas del mundo, el que menos oportunidad tiene con él, soy yo…
Suspiró y negó. Eso que sentía debía ocultarlo, había decidido jamás sacarlo a la luz, así que no podía flaquear en ese momento.
—Si se va a estudiar a la capital, todo estará bien…
Su voz sonó triste, pues aunque sabía que tendría oportunidad de conocer a alguien y hasta establecerse en ese lugar, con una pareja, no quería dejar de ver a Fredy.
El moreno bajó el móvil y se quedó en silencio.
—Pasé toda la mañana, pensando en cómo decirte —mencionó el castaño —. No quiero mentirte, Martín, pero…
—Lo hiciste de nuevo —la voz de Martín era molesta.
—¡¿Qué?! —su amigo lo miró sorprendido.
—De nuevo haces que la chica que me gusta, ¡se interese en ti! —reclamó—. Ese era tu plan desde el principio, por eso nos interrumpiste en la comida, ¿no es así?
—¡Claro que no! —Alfredo negó—. Realmente quería conocerla, incluso pensé que era una buena chica para ti, hasta que recibí esos mensajes.
—¡Mientes! —el moreno lanzó el celular contra el pecho de su amigo—. Siempre ha sido así, desde la escuela básica ¡me has arruinado las oportunidades con las chicas que me gustan!
—Martín, te juro que no…
—¡Cállate, Alfredo! —Martín quería golpear al otro, en ese momento, sentía que lo odiaba.
—Martín, yo no hice nada, yo jamás me atrevería a dañarte.
—¡Deja de mentir!
Alfredo sujetó el brazo de su amigo con fuerza— ¡jamás te mentiría! ¡Nunca a ti! —aseguró mirándolo a los ojos—. No tienes idea de cuánto te aprecio, como para no querer lastimarte.
El moreno se soltó de un manotazo, no quería seguir escuchando; abrió la puerta y salió de inmediato— no quiero verte en lo que me resta de vida —gruñó—, pero lamentablemente aprecio a tu familia, así que aunque te vea, ¡no quiero que me dirijas la palabra! —gritó y azotó la puerta con fuerza.
Caminó hasta su casa e ingresó con rapidez. Margarita vio a su hijo y le sorprendió su actitud, pero sabía que de cuando en cuando, Martín y Alfredo discutían; así había sido desde que estaban en la escuela elemental, incluso hasta se habían agarrado a golpes, pero después volvían a ser los mejores amigos. Por esa razón prefirió dejarlo solo, para que pensara y cundo estuviera listo, le contara.
Martín llegó a su habitación, furioso por la situación y estrujó sus mechones negros con fuerza.
—¡Imbécil! —dijo entre dientes, porque mantenía su quijada apretada.
Sabía que Alfredo tenía encanto, no solo sobre las mujeres, sino también con los hombres, pero no imaginó que la chica que le gustaba, cayera con tanta facilidad; lo que más le enfurecía era que él respetaba a Cindy y al ver ese otro lado de ella en los mensajes y las imágenes, se sintió defraudado.
Estaba consciente que Alfredo no le había dado alas a la chica, incluso la había tratado con respeto, pero aun así, no podía dejar de culparlo; le irritaba que fuera tan interesante y atractivo. Porque sí, lo era, hasta él mismo lo pensaba desde hacía mucho tiempo, pero eran amigos y nada más, siempre se lo había repetido; tal vez por eso, siempre le incomodaba saber sobre sus conquistas, amoríos y coqueteos, porque siempre terminaba con dolor de estómago y una molestia que le duraba días, misma que debía ocultar.
—¡¿Por qué con él?! —dijo después de un momento, masajeando sus sienes—. Pude haber aceptado que me rechazara por cualquier otro, pero no por Alfredo —señaló con voz débil.
Después de un momento, se dejó caer en la cama y pasó a mano por su frente.
—Es demasiado —suspiró—. Él es demasiado incluso para mí —negó—, aunque algunos tienen oportunidad pero él no aceptó, ni dio lugar a algo con Cindy, porque me aprecia —eso, a pesar de que debía reconfortarlo, le dolía—. Pero aun así, de todas las personas del mundo, el que menos oportunidad tiene con él, soy yo…
Suspiró y negó. Eso que sentía debía ocultarlo, había decidido jamás sacarlo a la luz, así que no podía flaquear en ese momento.
—Si se va a estudiar a la capital, todo estará bien…
Su voz sonó triste, pues aunque sabía que tendría oportunidad de conocer a alguien y hasta establecerse en ese lugar, con una pareja, no quería dejar de ver a Fredy.
Alfredo había ido a su departamento y se tiró en la cama, sin ganas de nada. Se había sentido mal de decirle lo ocurrido a Martín, pero no quería ocultarle cosas, especialmente algo como eso, además, él no había hecho nada malo, pero era obvio que su amigo se había enfurecido con él.
Estaba mirando el techo cuando su celular timbró; era una llamada de Silvia.
—¿Qué pasó?
—“¡Fredy!” —la voz de ella era preocupada—. “¿Cómo estás?”
—No estoy bien, Sil.
—“¿Le dijiste?” —preguntó la rubia con precaución, ya que Fredy le había contado lo ocurrido con la amiga de Martín y que estaba indeciso en contárselo o no; ella por supuesto le aconsejó que fuera sincero, más que nada porque sabía cuánto apreciaba Alfredo a Martín, e incluso sabía que le gustaba, aunque su amigo no lo aceptara.
—Sí —suspiró el castaño—. No salió bien… se enojó conmigo —masajeó sus parpados—. No quiere que vuelva a hablar con él.
—“Lo siento mucho, Fredy…”
—No importa —hizo una mueca triste.
—“Si importa, sé lo mucho que te duele cuando tu amigo se molesta contigo…” —añadió Silvia—. “Debes estar devastado…”
—Solo un poco triste —admitió.
—“Necesitas relajarte, acompáñame al evento de hoy, habrá barra libre, ¿qué dices?” —preguntó animosa.
—Gracias, pero no tengo ganas…
—“Fredy, ¡por favor! Al menos para que espabiles un poco y no te quedes deprimido todo lo que resta de este domingo, anda…” —presionó—. “Seguro te encuentras diversión, como siempre…”
Alfredo no quería salir, pero tal vez Silvia tenía razón y era mejor pensar en otras cosas, despejar su mente y pasar un buen rato, así que decidió darse la oportunidad— de acuerdo… ¿Dónde es?
Estaba mirando el techo cuando su celular timbró; era una llamada de Silvia.
—¿Qué pasó?
—“¡Fredy!” —la voz de ella era preocupada—. “¿Cómo estás?”
—No estoy bien, Sil.
—“¿Le dijiste?” —preguntó la rubia con precaución, ya que Fredy le había contado lo ocurrido con la amiga de Martín y que estaba indeciso en contárselo o no; ella por supuesto le aconsejó que fuera sincero, más que nada porque sabía cuánto apreciaba Alfredo a Martín, e incluso sabía que le gustaba, aunque su amigo no lo aceptara.
—Sí —suspiró el castaño—. No salió bien… se enojó conmigo —masajeó sus parpados—. No quiere que vuelva a hablar con él.
—“Lo siento mucho, Fredy…”
—No importa —hizo una mueca triste.
—“Si importa, sé lo mucho que te duele cuando tu amigo se molesta contigo…” —añadió Silvia—. “Debes estar devastado…”
—Solo un poco triste —admitió.
—“Necesitas relajarte, acompáñame al evento de hoy, habrá barra libre, ¿qué dices?” —preguntó animosa.
—Gracias, pero no tengo ganas…
—“Fredy, ¡por favor! Al menos para que espabiles un poco y no te quedes deprimido todo lo que resta de este domingo, anda…” —presionó—. “Seguro te encuentras diversión, como siempre…”
Alfredo no quería salir, pero tal vez Silvia tenía razón y era mejor pensar en otras cosas, despejar su mente y pasar un buen rato, así que decidió darse la oportunidad— de acuerdo… ¿Dónde es?
Martín durmió un rato, hasta la cena; durante la misma, no le dijo nada a su madre, de hecho evitó el tema y la mujer entendió que era algo en lo que no debía meterse.
Después de eso, se quedó viendo la televisión un rato y casi a las diez de la noche, ambos se prepararon para dormir. Las luces se apagaron y Martín intentó conciliar el sueño, aunque tardó para ello; apenas estaba cerrando los párpados, el sonido de música de un mariachi se escuchó.
—¡¿Qué demonios?! ¿Le trajeron serenata a la hija de la vecina?
De inmediato, la voz el cantante se escuchó, con una canción tan antigua, que ni siquiera le sonaba a Martín.
Después de eso, se quedó viendo la televisión un rato y casi a las diez de la noche, ambos se prepararon para dormir. Las luces se apagaron y Martín intentó conciliar el sueño, aunque tardó para ello; apenas estaba cerrando los párpados, el sonido de música de un mariachi se escuchó.
—¡¿Qué demonios?! ¿Le trajeron serenata a la hija de la vecina?
De inmediato, la voz el cantante se escuchó, con una canción tan antigua, que ni siquiera le sonaba a Martín.
“Perdóname
Si pido más de lo que puedo dar
Si grito cuando yo debo callar
Si huyo cuando tú me necesitas más…”
Si pido más de lo que puedo dar
Si grito cuando yo debo callar
Si huyo cuando tú me necesitas más…”
—¿No me digas que es a la señora Juanita a la que le trajeron serenata? —musitó intrigado.
—¡Perdóname, Coctelito!
La voz, aunque algo afectada por el alcohol, opacada por la música y el cantante, quien seguía interpretando la canción, fue reconocida de inmediato por el moreno.
—¡Alfredo!
De un salto, Martín se puso de pie y sin preocuparse de encender la luz, abrió la cortina de la ventana de su habitación, viendo la escena con incredulidad. Frente a su casa, justo donde daba la ventana de su habitación, había un mariachi, tocando y cantando, mientras Alfredo traía una botella de tequila en su mano.
La canción seguía y Alfredo gritaba a todo pulmón— ¡perdóname! —mientras se tambaleaba.
—¡¿Qué demonios?! —Martín se quedó con la boca abierta, sin mover un solo músculo, solo observando hacia el exterior.
La canción terminó poco después.
—Todavía no prende la luz —Alfredo bebió otro sorbo de la botella—. ¡Échele otra compadre! No nos vamos a ir, hasta que salga y ¡me perdone!
—Usted manda, señor —dijo el hombre que era el líder del mariachi, ya que Alfredo era cliente asiduo de ellos, aunque esa noche era la primera vez que lo veían tan afectado por el alcohol y además les había dado una gran suma por adelantado.
Martín no salía de su asombro y no era el único, ya que todos los vecinos empezaron a despertar por el escándalo, algunos, saliendo de sus casas, a ver lo que ocurría.
—¡Perdóname, Coctelito!
La voz, aunque algo afectada por el alcohol, opacada por la música y el cantante, quien seguía interpretando la canción, fue reconocida de inmediato por el moreno.
—¡Alfredo!
De un salto, Martín se puso de pie y sin preocuparse de encender la luz, abrió la cortina de la ventana de su habitación, viendo la escena con incredulidad. Frente a su casa, justo donde daba la ventana de su habitación, había un mariachi, tocando y cantando, mientras Alfredo traía una botella de tequila en su mano.
La canción seguía y Alfredo gritaba a todo pulmón— ¡perdóname! —mientras se tambaleaba.
—¡¿Qué demonios?! —Martín se quedó con la boca abierta, sin mover un solo músculo, solo observando hacia el exterior.
La canción terminó poco después.
—Todavía no prende la luz —Alfredo bebió otro sorbo de la botella—. ¡Échele otra compadre! No nos vamos a ir, hasta que salga y ¡me perdone!
—Usted manda, señor —dijo el hombre que era el líder del mariachi, ya que Alfredo era cliente asiduo de ellos, aunque esa noche era la primera vez que lo veían tan afectado por el alcohol y además les había dado una gran suma por adelantado.
Martín no salía de su asombro y no era el único, ya que todos los vecinos empezaron a despertar por el escándalo, algunos, saliendo de sus casas, a ver lo que ocurría.
“Te vengo a buscar
Ya no me aguanto sin verte
Viviendo sin ti
Me estoy muriendo de pena”
Ya no me aguanto sin verte
Viviendo sin ti
Me estoy muriendo de pena”
—¿El que está afuera es Alfredo? —la voz de Margarita, sobresaltó a su hijo, especialmente porque había llegado sin encender las luces.
—¡Mamá!
—¡Mamá!
“Me vengo a humillar
A ver si así te conmueves
Y olvidas que un día
Sin quererlo te ofendí.”
A ver si así te conmueves
Y olvidas que un día
Sin quererlo te ofendí.”
—¿Por qué Fredy te trae serenata? —preguntó la mujer, confundida.
—Yo… no… no sé —negó el moreno, sintiéndose avergonzado.
—Y que buen gusto, son canciones de mi época —dijo la mujer con suspicacia.
—¡Mamá!
—¿Hay algo que me quieras contar? —Margarita se cruzó de brazos.
—No, ¡nada!
La segunda canción terminó.
—¡Sal, Coctelito! —gritó el castaño—. ¡No me iré hasta que salgas, Martín! —amenazó con voz ronca—. ¡Tóquele otra, compadre! —señaló al mariachi—. Que este hombre ¡si es el amor de mi vida!
El cantante sonrió nervioso y le hizo una seña a sus acompañantes, para iniciar otra canción.
—Yo… no… no sé —negó el moreno, sintiéndose avergonzado.
—Y que buen gusto, son canciones de mi época —dijo la mujer con suspicacia.
—¡Mamá!
—¿Hay algo que me quieras contar? —Margarita se cruzó de brazos.
—No, ¡nada!
La segunda canción terminó.
—¡Sal, Coctelito! —gritó el castaño—. ¡No me iré hasta que salgas, Martín! —amenazó con voz ronca—. ¡Tóquele otra, compadre! —señaló al mariachi—. Que este hombre ¡si es el amor de mi vida!
El cantante sonrió nervioso y le hizo una seña a sus acompañantes, para iniciar otra canción.
“Donde esté hoy y siempre
Yo te quiero conmigo
Necesito cuidados
Necesito de ti.”
Yo te quiero conmigo
Necesito cuidados
Necesito de ti.”
—Creo que no se irá si no sales —Margarita ladeó el rostro.
Martín soltó el aire— llamaré a la policía para que lo callen, está molestando a los vecinos.
—Parece que los vecinos están disfrutando la música —su madre sonrió—, todos ya salieron a ver y escuchar —señaló hacia afuera—. ¡Oh, mira! Don Pancho y su mujer hasta están bailando.
—¡Mamá!
Margarita sonrió— mejor sal y habla con Fredy, yo hablaré por teléfono.
Martín entornó los ojos y fue a la puerta, encendiendo la luz.
—¡Ya prendió la luz! —Alfredo sonrió emocionado—. ¡No pare, compadre, que ya va a salir!
El cantante sonrió divertido, nunca lo había visto tan emocionado y mucho menos con un varón; de hecho, jamás les había pagado para llevarle serenata a un hombre, pero eso no les molestaba tampoco.
Martín soltó el aire— llamaré a la policía para que lo callen, está molestando a los vecinos.
—Parece que los vecinos están disfrutando la música —su madre sonrió—, todos ya salieron a ver y escuchar —señaló hacia afuera—. ¡Oh, mira! Don Pancho y su mujer hasta están bailando.
—¡Mamá!
Margarita sonrió— mejor sal y habla con Fredy, yo hablaré por teléfono.
Martín entornó los ojos y fue a la puerta, encendiendo la luz.
—¡Ya prendió la luz! —Alfredo sonrió emocionado—. ¡No pare, compadre, que ya va a salir!
El cantante sonrió divertido, nunca lo había visto tan emocionado y mucho menos con un varón; de hecho, jamás les había pagado para llevarle serenata a un hombre, pero eso no les molestaba tampoco.
“Si quieres
Puedo ayudarte, a que me quieras
A que me quieras
A que me quieras
Un poco más.”
Puedo ayudarte, a que me quieras
A que me quieras
A que me quieras
Un poco más.”
Mientras la canción seguía, Martín salió de la casa.
—¡¿Qué crees que estás haciendo, Alfredo?! —preguntó alterado.
—¡Coctelito! —el castaño soltó la botella, corrió y se hincó frente al otro—. ¡Perdóname! —pidió con desespero.
—Alfredo, ¡estás haciendo una escena! —señaló el moreno, forzando una sonrisa, al ver que sus vecinos los miraban con interés.
—¡Te juro que no me interesa esa mujer! —prosiguió Alfredo, aferrado a las piernas de su amigo—. Ni ella, ni nadie más… ¡porque solo me interesas tú! —dijo con ansiedad.
—¡Estás borracho, Alfredo!
—¡Tenía que darme valor! —confesó el castaño, levantando la vista—. Si me rechazas después de esto, ¡me mato!
—¡No exageres! —Martín estaba tratando de apartarlo, pero el otro no lo soltaba.
La canción terminó y Alfredo seguía hincado frente a Martín.
—Alfredo, dile a tus compañeros que se vayan, ¡es tarde! —el moreno quería que se lo tragara la tierra, porque los observaban.
—¡No! —gritó como un chiquillo el aludido—. ¡No quería hacerte enojar! —siguió hablando—. ¡No quería lastimarte, pero ¡Ya no sé qué hacer!
—Alfredo, ya basta, ¡esto tiene que terminar!
Los cuchicheos empezaron entre los curiosos, dando por hecho que ellos eran pareja.
—¡Perdóname! —Alfredo suplicó, giró el rostro para ordenarle a los músicos que habían guardado silencio un momento—. Sígale cantando, compadre, ¡porque no me quiere perdonar! ¡Cántele hasta que me perdone!
El mariachi inició otra canción.
—¡¿Qué crees que estás haciendo, Alfredo?! —preguntó alterado.
—¡Coctelito! —el castaño soltó la botella, corrió y se hincó frente al otro—. ¡Perdóname! —pidió con desespero.
—Alfredo, ¡estás haciendo una escena! —señaló el moreno, forzando una sonrisa, al ver que sus vecinos los miraban con interés.
—¡Te juro que no me interesa esa mujer! —prosiguió Alfredo, aferrado a las piernas de su amigo—. Ni ella, ni nadie más… ¡porque solo me interesas tú! —dijo con ansiedad.
—¡Estás borracho, Alfredo!
—¡Tenía que darme valor! —confesó el castaño, levantando la vista—. Si me rechazas después de esto, ¡me mato!
—¡No exageres! —Martín estaba tratando de apartarlo, pero el otro no lo soltaba.
La canción terminó y Alfredo seguía hincado frente a Martín.
—Alfredo, dile a tus compañeros que se vayan, ¡es tarde! —el moreno quería que se lo tragara la tierra, porque los observaban.
—¡No! —gritó como un chiquillo el aludido—. ¡No quería hacerte enojar! —siguió hablando—. ¡No quería lastimarte, pero ¡Ya no sé qué hacer!
—Alfredo, ya basta, ¡esto tiene que terminar!
Los cuchicheos empezaron entre los curiosos, dando por hecho que ellos eran pareja.
—¡Perdóname! —Alfredo suplicó, giró el rostro para ordenarle a los músicos que habían guardado silencio un momento—. Sígale cantando, compadre, ¡porque no me quiere perdonar! ¡Cántele hasta que me perdone!
El mariachi inició otra canción.
“Si piensas que te estoy haciendo daño
En este mismo instante yo me voy
Personas como yo salen sobrando
No quiero ser la causa de tu error”
En este mismo instante yo me voy
Personas como yo salen sobrando
No quiero ser la causa de tu error”
—¡Alfredo, por favor!
—Coctelito… —el castaño levantó el rostro y sorprendió al otro, porque estaba llorando—. En serio, ¡te amo!
—¡¿De qué diablos estás hablando?! —indagó el moreno con susto.
—¡Te amo! —repitió con desespero—. ¡Te amo desde hace tanto! —confesó—. Pero sé que soy un idiota y no te merezco, por eso me he metido con otros, para olvidarte, ¡¿pero qué hago si eres prohibido y no te puedo sacar de aquí?! —señaló su pecho, dándose fuertes golpes con el puño.
Martín abrió los ojos con sorpresa e intentó hablar, pero nada salió de su boca.
«Está borracho, eso es todo…» pensó el moreno, para entender por qué el otro estaba diciendo esas cosas.
—Alfredo, estás ebrio —dijo con lentitud, para que lo entendiera—. No estás hablando en serio, no estás en tus cinco sentido.
—En mis cinco sentidos no podría decirte nada, ¡como siempre! —se excusó.
—Alfredo… —Martín no sabía que decir—. Yo ni siquiera soy tu tipo —sonrió nervioso.
—¡Claro que sí! —asintió, aunque sintió que se mareaba—. ¡Eres todo lo que quiero! ¡Lo que necesito! ¡Lo juro!
Martín quería golpearlo, necesitaba detener esa escena, pero no sabía cómo.
—El alcohol te está haciendo decir tonterías…
—¡¿Que tengo que hacer para que entiendas que me gustas?! —preguntó desesperado—. ¡Me gustas! —repitió—. ¡Te amo!
Martín tembló, especialmente porque sentía que toda su seguridad sobre su relación amistosa con Alfredo, se empezaba a tambalear y el mariachi no ayudaba, ya que había iniciado otra canción en cuanto terminó la que estaba tocando.
—Coctelito… —el castaño levantó el rostro y sorprendió al otro, porque estaba llorando—. En serio, ¡te amo!
—¡¿De qué diablos estás hablando?! —indagó el moreno con susto.
—¡Te amo! —repitió con desespero—. ¡Te amo desde hace tanto! —confesó—. Pero sé que soy un idiota y no te merezco, por eso me he metido con otros, para olvidarte, ¡¿pero qué hago si eres prohibido y no te puedo sacar de aquí?! —señaló su pecho, dándose fuertes golpes con el puño.
Martín abrió los ojos con sorpresa e intentó hablar, pero nada salió de su boca.
«Está borracho, eso es todo…» pensó el moreno, para entender por qué el otro estaba diciendo esas cosas.
—Alfredo, estás ebrio —dijo con lentitud, para que lo entendiera—. No estás hablando en serio, no estás en tus cinco sentido.
—En mis cinco sentidos no podría decirte nada, ¡como siempre! —se excusó.
—Alfredo… —Martín no sabía que decir—. Yo ni siquiera soy tu tipo —sonrió nervioso.
—¡Claro que sí! —asintió, aunque sintió que se mareaba—. ¡Eres todo lo que quiero! ¡Lo que necesito! ¡Lo juro!
Martín quería golpearlo, necesitaba detener esa escena, pero no sabía cómo.
—El alcohol te está haciendo decir tonterías…
—¡¿Que tengo que hacer para que entiendas que me gustas?! —preguntó desesperado—. ¡Me gustas! —repitió—. ¡Te amo!
Martín tembló, especialmente porque sentía que toda su seguridad sobre su relación amistosa con Alfredo, se empezaba a tambalear y el mariachi no ayudaba, ya que había iniciado otra canción en cuanto terminó la que estaba tocando.
“Me gustan tus ojos
Me gusta tu boca
Me aloca
Me aloca el roce de tu piel
Tu presente, tu ayer
Me gusta
Me gusta todo
Todo me gusta
De ti.”
Me gusta tu boca
Me aloca
Me aloca el roce de tu piel
Tu presente, tu ayer
Me gusta
Me gusta todo
Todo me gusta
De ti.”
—Alfredo, mejor, hablamos mañana —pidió el moreno.
—¡No! —el castaño se afianzó con más fuerza a las piernas del otro—. ¡No me voy hasta que digas que me perdonas!
—Está bien, ¡te perdono!
—¡No! —hizo un puchero, levantando la mirada, buscando los ojos del otro—. ¡Perdóname de verdad!
—¡Ay, por favor, Alfredo! —Martín ya no sabía qué hacer.
—¡Alfredo! —la voz de una mujer se escuchó y ambos miraron hacia la calle.
Julián y Brenda habían llegado; la canosa bajó del automóvil, viendo incrédula la escena, acercándose a la pareja, cubriéndose con un chal tejido que llevaba en sus hombros, sobre lo que parecía su camisón de dormir.
—¡¿Qué crees que estás haciendo?! —la canosa no podía creer lo que miraba.
—¡Má! —el castaño la miró sorprendido.
—¡Mamá Brenda! —Martín tembló.
—¡Levántate! —ordenó la mujer para su hijo—. ¡Estás haciendo una escena!
—¡No! —negó el castaño y se sujetó con más fuerza a las piernas de Martín—. ¡No me moveré hasta que mi Coctelito me perdone!
Brenda levantó el rostro y miró a Martín— ¿Coctelito?
—Es una larga historia, mamá Brenda —sonrió nervioso el moreno.
—¿Ustedes dos, son…?
—¡No! —negó Martín.
—¡Él no me quiere, má! —acusó el castaño—. ¡Y yo lo amo! —confesó entre sollozos.
—¡Por favor Alfredo! —dijo su madre—. ¡Estás borracho!
—Es lo que yo digo —secundó Martín.
—¡Te amo, Martín! Te lo juro, aquí, ¡delante de mi madrecita santa! —prosiguió el castaño—. ¡¿Por qué no me crees?!
—Porque eres un libertino que se acuesta con lo que tiene enfrente —respondió el moreno sin titubear.
—Eso es cierto —Brenda asintió—. ¿Quién te creería con esos antecedentes?
—¡No me ayudes tanto, Má! —el castaño la miró con reproche.
—¡Levántate ya, Alfredo! —insistió su madre—. Pareces niño chiquito ¡montando un berrinche!
Mientras ellos discutían, el mariachi empezó otra canción.
—¡No! —el castaño se afianzó con más fuerza a las piernas del otro—. ¡No me voy hasta que digas que me perdonas!
—Está bien, ¡te perdono!
—¡No! —hizo un puchero, levantando la mirada, buscando los ojos del otro—. ¡Perdóname de verdad!
—¡Ay, por favor, Alfredo! —Martín ya no sabía qué hacer.
—¡Alfredo! —la voz de una mujer se escuchó y ambos miraron hacia la calle.
Julián y Brenda habían llegado; la canosa bajó del automóvil, viendo incrédula la escena, acercándose a la pareja, cubriéndose con un chal tejido que llevaba en sus hombros, sobre lo que parecía su camisón de dormir.
—¡¿Qué crees que estás haciendo?! —la canosa no podía creer lo que miraba.
—¡Má! —el castaño la miró sorprendido.
—¡Mamá Brenda! —Martín tembló.
—¡Levántate! —ordenó la mujer para su hijo—. ¡Estás haciendo una escena!
—¡No! —negó el castaño y se sujetó con más fuerza a las piernas de Martín—. ¡No me moveré hasta que mi Coctelito me perdone!
Brenda levantó el rostro y miró a Martín— ¿Coctelito?
—Es una larga historia, mamá Brenda —sonrió nervioso el moreno.
—¿Ustedes dos, son…?
—¡No! —negó Martín.
—¡Él no me quiere, má! —acusó el castaño—. ¡Y yo lo amo! —confesó entre sollozos.
—¡Por favor Alfredo! —dijo su madre—. ¡Estás borracho!
—Es lo que yo digo —secundó Martín.
—¡Te amo, Martín! Te lo juro, aquí, ¡delante de mi madrecita santa! —prosiguió el castaño—. ¡¿Por qué no me crees?!
—Porque eres un libertino que se acuesta con lo que tiene enfrente —respondió el moreno sin titubear.
—Eso es cierto —Brenda asintió—. ¿Quién te creería con esos antecedentes?
—¡No me ayudes tanto, Má! —el castaño la miró con reproche.
—¡Levántate ya, Alfredo! —insistió su madre—. Pareces niño chiquito ¡montando un berrinche!
Mientras ellos discutían, el mariachi empezó otra canción.
“Tú eres como el agua que bebe de la montaña
Tú eres esa lluvia con la que se baña el alma.”
Tú eres esa lluvia con la que se baña el alma.”
—¡Ya cállense! —gritó la canosa—. ¡Ni siquiera son novios!
—Esa la pedí yo, mi amor —sonrió Julián, que estaba a un lado del cantante, logrando sorprender a su esposa y se acercó a ella, abrazándola por la espalda—. ¿Recuerdas cuando te llevaba serenata?
Brenda sonrió divertida— lo recuerdo —dijo con ilusión, pero sacudió la cabeza para volver a la realidad—. ¡Pero no estamos aquí para eso! —habló con rapidez—. ¡Tenemos que hacer algo con esta situación! —señaló a su hijo, que seguía hincado, aferrado a las piernas de Martín.
Su esposo sintió que le cortaban el romanticismo, pero sabía que no había ido ahí para eso— ya sé, ya sé…
Julián suspiró, sujetó el cuello de su hijo y lo presionó, justo como su primogénito le había enseñado para someterlo; el menor encogió los hombros y la fuerza en sus brazos disminuyó, con lo que Brenda pudo ayudar a Martín a apartarse, mientras su esposo levantaba a su hijo del piso.
—Coctelito… —la voz apenas salió de la boca de Alfredo, porque seguía sintiéndose incómodo con la mano de su padre en su nuca—. Te amo… En serio ¡te amo!
—Vamos, Fredy —su padre suspiró—, tenemos que hablar en casa, cuando se te pase la borrachera —metió la mano en el bolsillo del pantalón de su hijo y sacó las llaves de su automóvil, lanzándoselas a Martín—. Toma, en el día lo llevas a casa.
—Sí, señor.
—Lo siento, hijo —se disculpó Brenda y se despidió, besándole la mejilla—. Hablamos más tarde.
—Está bien, Mamá Brenda.
Julián metió a su hijo en el asiento trasero de su auto, quien aún gritaba a todo pulmón, cuánto amaba a Martín; fue a abrir la puerta a su esposa y luego habló con los mariachis para que se fueran, antes de subirse al auto y regresar a su domicilio.
Martín suspiró, ingresó a su casa y su madre estaba en la sala, observándolo con interés.
—Creí que llamarías a la policía —reclamó su hijo.
—Llamé a alguien más efectiva —sonrió—. ¿Algo que me quieras contar? —preguntó curiosa.
El moreno miró al techo— no hay nada que contar —dijo frustrado, porque era la verdad—. En la tarde, Fredy me dijo que Cindy no me convenía, porque le mandó mensajes e imágenes suyas impropias y eso me hizo enojar.
—¿Mintió sobre ella? —Margarita no podía creer lo que escuchaba, sabía que Alfredo podía ser un inconsciente, pero no imaginaba que mintiera sobre una joven.
—No, los mensajes eran reales, yo los vi —aseguró—. Aun así me molesté y… bueno no sé qué le pasó para que hiciera esto.
—Dijo que te ama —sonrió la mujer.
—¡Estaba ebrio, madre!
—‘Los niños y los borrachos, siempre dicen la verdad’ —Margarita le guiñó un ojo a su hijo—. Vamos a dormir, fueron muchas emociones para una noche.
La mujer le dio un beso en la mejilla a su hijo y luego fue a su habitación. Martín fue a la propia y se dejó caer en su cama, suspirando, recordando lo que Alfredo le había dicho.
“¡Te amo! ¡Te amo desde hace tanto! Pero sé que soy un idiota y no te merezco, por eso me he metido con otros, para olvidarte, ¡¿pero qué hago si eres prohibido y no te puedo sacar de aquí?!”
—Tiene que ser una broma —negó—. No sabría qué hacer si fuera cierto.
—Esa la pedí yo, mi amor —sonrió Julián, que estaba a un lado del cantante, logrando sorprender a su esposa y se acercó a ella, abrazándola por la espalda—. ¿Recuerdas cuando te llevaba serenata?
Brenda sonrió divertida— lo recuerdo —dijo con ilusión, pero sacudió la cabeza para volver a la realidad—. ¡Pero no estamos aquí para eso! —habló con rapidez—. ¡Tenemos que hacer algo con esta situación! —señaló a su hijo, que seguía hincado, aferrado a las piernas de Martín.
Su esposo sintió que le cortaban el romanticismo, pero sabía que no había ido ahí para eso— ya sé, ya sé…
Julián suspiró, sujetó el cuello de su hijo y lo presionó, justo como su primogénito le había enseñado para someterlo; el menor encogió los hombros y la fuerza en sus brazos disminuyó, con lo que Brenda pudo ayudar a Martín a apartarse, mientras su esposo levantaba a su hijo del piso.
—Coctelito… —la voz apenas salió de la boca de Alfredo, porque seguía sintiéndose incómodo con la mano de su padre en su nuca—. Te amo… En serio ¡te amo!
—Vamos, Fredy —su padre suspiró—, tenemos que hablar en casa, cuando se te pase la borrachera —metió la mano en el bolsillo del pantalón de su hijo y sacó las llaves de su automóvil, lanzándoselas a Martín—. Toma, en el día lo llevas a casa.
—Sí, señor.
—Lo siento, hijo —se disculpó Brenda y se despidió, besándole la mejilla—. Hablamos más tarde.
—Está bien, Mamá Brenda.
Julián metió a su hijo en el asiento trasero de su auto, quien aún gritaba a todo pulmón, cuánto amaba a Martín; fue a abrir la puerta a su esposa y luego habló con los mariachis para que se fueran, antes de subirse al auto y regresar a su domicilio.
Martín suspiró, ingresó a su casa y su madre estaba en la sala, observándolo con interés.
—Creí que llamarías a la policía —reclamó su hijo.
—Llamé a alguien más efectiva —sonrió—. ¿Algo que me quieras contar? —preguntó curiosa.
El moreno miró al techo— no hay nada que contar —dijo frustrado, porque era la verdad—. En la tarde, Fredy me dijo que Cindy no me convenía, porque le mandó mensajes e imágenes suyas impropias y eso me hizo enojar.
—¿Mintió sobre ella? —Margarita no podía creer lo que escuchaba, sabía que Alfredo podía ser un inconsciente, pero no imaginaba que mintiera sobre una joven.
—No, los mensajes eran reales, yo los vi —aseguró—. Aun así me molesté y… bueno no sé qué le pasó para que hiciera esto.
—Dijo que te ama —sonrió la mujer.
—¡Estaba ebrio, madre!
—‘Los niños y los borrachos, siempre dicen la verdad’ —Margarita le guiñó un ojo a su hijo—. Vamos a dormir, fueron muchas emociones para una noche.
La mujer le dio un beso en la mejilla a su hijo y luego fue a su habitación. Martín fue a la propia y se dejó caer en su cama, suspirando, recordando lo que Alfredo le había dicho.
“¡Te amo! ¡Te amo desde hace tanto! Pero sé que soy un idiota y no te merezco, por eso me he metido con otros, para olvidarte, ¡¿pero qué hago si eres prohibido y no te puedo sacar de aquí?!”
—Tiene que ser una broma —negó—. No sabría qué hacer si fuera cierto.
Martín llegó al jardín botánico a temprana hora, especialmente porque ese día llevaba el automóvil de Alfredo. Ingresó al laboratorio y empezó con el trabajo que tenía pendiente, sobre una especie endémica que estaba escaseando debido a un problema con la tierra y no se había reproducido lo suficiente en los últimos años, tanto que preocupaba que fuera a desaparecer de esa zona.
Casi media hora después, empezaron a llegar sus compañeros, tanto de laboratorio, como los que se encargaban de las plantas en el exterior. A media mañana, llegaron los practicantes de la universidad, pues acudían en la mañana a algunas clases y se quedaban toda la tarde, hasta cerrar.
Ese día, a diferencia de las semanas anteriores, no estaba ansioso de ver a Cindy, ni siquiera la esperaba en realidad; su mente había estado enfocada en su trabajo y pensando en lo ocurrido la noche anterior, con Alfredo.
—¡Hola, Martín! —la voz melodiosa de la chica, lo sacó de sus pensamientos.
El moreno levantó el rostro y miró a la jovencita con poco interés— buenos días, Cindy —saludó y volvió la vista a un microscopio que estaba usando.
—¿Ocurre algo? —preguntó la joven.
—No, nada —respondió Martín, observando por el cristal—. ¿Necesitas algo?
Cindy se sorprendió de la frialdad del otro, especialmente porque se había acostumbrado a su amabilidad y suponía que al haber salido el sábado con él, estaría más encantado con ella y la trataría mucho mejor.
—¿Por qué estás portándote tan frío? —indagó con rapidez.
—¿De qué hablas? —Martín movió la mano y escribió algo en una libreta, antes de pasar a verificar los resultados al programa de la computadora.
—¿Es por que no pudimos salir ayer?
—Estabas ocupada, ¿no es así? —el moreno siguió con su trabajo.
La actitud de Martín desconcertó más a Cindy, quien de inmediato ató cabos, pues estaba plenamente consciente de lo que había hecho.
—Es por tu amigo, Alfredo, ¿cierto? —su cuerpo se tensó—. ¿Te dijo algo de mí?
Martín respiró profundamente; Cindy se había puesto a la defensiva sin que él dijera algo, por lo que era obvio para él, que la chica no era una santa.
—¿Qué podría haberme dicho Fredy de ti? —preguntó, mirándola a los ojos con seriedad.
El labio inferior de Cindy tembló y sus ojos se llenaron d lágrimas.
—¡Tu amigo es un idiota! —dijo con rapidez—. Cuando fui al tocador con Silvia, le pedí su número por su trabajo y quería ser su amiga, pero ella se lo dio a tu amigo, ¡así que me estuvo acosando ayer! —acusó—. Me dijo que era mejor que tú y que me invitaba a salir —mintió—. Me negué, ¡por supuesto! —aseguró, mientras las lágrimas caían por sus mejillas.
El moreno suspiró, la historia de Cindy sonaba tan falsa, aun sin saber la verdad, que prefirió darle por su lado— yo sé que Fredy es idiota —sonrió—, no te preocupes.
—No me crees, ¿verdad? —presionó ella, llorando amargamente.
Martín se apartó de su trabajo y aun sentado en su silla, se acercó a la chica— no tienes que explicarme nada, ¿de acuerdo?
—¡Pero lo que te digo es verdad! —aseguró—. Te mostraría los mensajes, pero los borre de mi celular de inmediato —se excusó—. ¡Tenía tanta vergüenza!
Ante el llanto de la joven, Martín se incorporó y la abrazó para consolarla.
—Está bien, ya pasó —pasó la mano por el cabello de ella—. No te preocupes…
Cindy seguía sollozando contra el pecho de él y se aferraba a su bata de laboratorio.
—Además… Fredy me mostró los mensajes ayer, así que, estoy al tanto de lo ocurrido.
Con esas palabras, Cindy lo apartó de inmediato y dejó de llorar, a la par que su cara se contorsionaba en un gesto entre furioso e incrédulo.
—¡¿Qué?!
Martín la miró indiferente— Alfredo me dio su celular, me sé su contraseña —explicó como si fuera lo más normal—, así que vi los mensajes y las fotos, por mí mismo —se giró y volvió a acercarse a la computadora—. No tienes que explicarme nada.
Cindy se quedó con la boca abierta y luego se acercó a Martin, sujetándolo de la bata, obligándolo a girar y verla a los ojos.
—Si dices algo de esto a alguien más… —habló entre dientes—. ¡Diré que me estabas acosando! Así que no te arriesgues a perder tu empleo, porque puedo ser muy convincente —amenazó.
Martín suspiró, pero no se movió— no diré nada —dijo con calma—. Olvidaré lo que pasó y también olvidaremos la salida que tuvimos el sábado —ladeó el rostro—.Ahora, con tu permiso, debo trabajar.
Martín se sentó y siguió con su reporte; Cindy por su parte, salió del laboratorio y se reportó enferma ese día, para irse temprano.
El moreno estaba consciente que así como la chica había mentido sobre Fredy, seguramente intentaría mentir sobre él, pero no era algo que le importara, en caso de tener problemas, los solucionaría en su momento; lo que él estaba pasando y lo que su mente aun recordaba, era lo que había pasado con su amigo la noche anterior y eso era mucho más importante que lo ocurrido con Cindy.
Casi media hora después, empezaron a llegar sus compañeros, tanto de laboratorio, como los que se encargaban de las plantas en el exterior. A media mañana, llegaron los practicantes de la universidad, pues acudían en la mañana a algunas clases y se quedaban toda la tarde, hasta cerrar.
Ese día, a diferencia de las semanas anteriores, no estaba ansioso de ver a Cindy, ni siquiera la esperaba en realidad; su mente había estado enfocada en su trabajo y pensando en lo ocurrido la noche anterior, con Alfredo.
—¡Hola, Martín! —la voz melodiosa de la chica, lo sacó de sus pensamientos.
El moreno levantó el rostro y miró a la jovencita con poco interés— buenos días, Cindy —saludó y volvió la vista a un microscopio que estaba usando.
—¿Ocurre algo? —preguntó la joven.
—No, nada —respondió Martín, observando por el cristal—. ¿Necesitas algo?
Cindy se sorprendió de la frialdad del otro, especialmente porque se había acostumbrado a su amabilidad y suponía que al haber salido el sábado con él, estaría más encantado con ella y la trataría mucho mejor.
—¿Por qué estás portándote tan frío? —indagó con rapidez.
—¿De qué hablas? —Martín movió la mano y escribió algo en una libreta, antes de pasar a verificar los resultados al programa de la computadora.
—¿Es por que no pudimos salir ayer?
—Estabas ocupada, ¿no es así? —el moreno siguió con su trabajo.
La actitud de Martín desconcertó más a Cindy, quien de inmediato ató cabos, pues estaba plenamente consciente de lo que había hecho.
—Es por tu amigo, Alfredo, ¿cierto? —su cuerpo se tensó—. ¿Te dijo algo de mí?
Martín respiró profundamente; Cindy se había puesto a la defensiva sin que él dijera algo, por lo que era obvio para él, que la chica no era una santa.
—¿Qué podría haberme dicho Fredy de ti? —preguntó, mirándola a los ojos con seriedad.
El labio inferior de Cindy tembló y sus ojos se llenaron d lágrimas.
—¡Tu amigo es un idiota! —dijo con rapidez—. Cuando fui al tocador con Silvia, le pedí su número por su trabajo y quería ser su amiga, pero ella se lo dio a tu amigo, ¡así que me estuvo acosando ayer! —acusó—. Me dijo que era mejor que tú y que me invitaba a salir —mintió—. Me negué, ¡por supuesto! —aseguró, mientras las lágrimas caían por sus mejillas.
El moreno suspiró, la historia de Cindy sonaba tan falsa, aun sin saber la verdad, que prefirió darle por su lado— yo sé que Fredy es idiota —sonrió—, no te preocupes.
—No me crees, ¿verdad? —presionó ella, llorando amargamente.
Martín se apartó de su trabajo y aun sentado en su silla, se acercó a la chica— no tienes que explicarme nada, ¿de acuerdo?
—¡Pero lo que te digo es verdad! —aseguró—. Te mostraría los mensajes, pero los borre de mi celular de inmediato —se excusó—. ¡Tenía tanta vergüenza!
Ante el llanto de la joven, Martín se incorporó y la abrazó para consolarla.
—Está bien, ya pasó —pasó la mano por el cabello de ella—. No te preocupes…
Cindy seguía sollozando contra el pecho de él y se aferraba a su bata de laboratorio.
—Además… Fredy me mostró los mensajes ayer, así que, estoy al tanto de lo ocurrido.
Con esas palabras, Cindy lo apartó de inmediato y dejó de llorar, a la par que su cara se contorsionaba en un gesto entre furioso e incrédulo.
—¡¿Qué?!
Martín la miró indiferente— Alfredo me dio su celular, me sé su contraseña —explicó como si fuera lo más normal—, así que vi los mensajes y las fotos, por mí mismo —se giró y volvió a acercarse a la computadora—. No tienes que explicarme nada.
Cindy se quedó con la boca abierta y luego se acercó a Martin, sujetándolo de la bata, obligándolo a girar y verla a los ojos.
—Si dices algo de esto a alguien más… —habló entre dientes—. ¡Diré que me estabas acosando! Así que no te arriesgues a perder tu empleo, porque puedo ser muy convincente —amenazó.
Martín suspiró, pero no se movió— no diré nada —dijo con calma—. Olvidaré lo que pasó y también olvidaremos la salida que tuvimos el sábado —ladeó el rostro—.Ahora, con tu permiso, debo trabajar.
Martín se sentó y siguió con su reporte; Cindy por su parte, salió del laboratorio y se reportó enferma ese día, para irse temprano.
El moreno estaba consciente que así como la chica había mentido sobre Fredy, seguramente intentaría mentir sobre él, pero no era algo que le importara, en caso de tener problemas, los solucionaría en su momento; lo que él estaba pasando y lo que su mente aun recordaba, era lo que había pasado con su amigo la noche anterior y eso era mucho más importante que lo ocurrido con Cindy.
Eran las once de la mañana, cuando la puerta de la habitación se abrió. Brenda entró y fue hasta la cama de su hijo, quien estaba envuelto en las sabanas.
—Fredy, es tarde, tienes que despertar y desayunar —dijo ella apartando las mantas de la cabeza de su hijo.
El castaño se removió, hizo un gesto molesto y manoteó— ¿qué haces en mi departamento, Má? —preguntó desorientado.
—¿Tu departamento? —la canosa rió—. Estás en tu antigua habitación, mi amor.
Alfredo pasó la mano por su cabeza y entreabrió los ojos, observando alrededor— ¿qué hago aquí?
—Tu padre no quiso dejarte solo en tu departamento, dijo que estabas muy ebrio y podías hacer una tontería —suspiró—, como intentar volver a la casa de Margarita, a molestar a Martín.
—¿Molestar a… Martín? —el joven no entendía lo que su madre quería decirle, pero pronto los recuerdos empezaron a llegar.
Se había puesto borracho en la reunión de Silvia, pero en vez de divertirse como siempre, empezó a llorar desconsolado por que no podía tener una relación con Martín; su amiga se dio cuenta que la situación no era la mejor, así que entre ella y su novio lo llevaron a su departamento. Silvia había manejado el automóvil de Alfredo y cuando lo dejaron en su hogar, ella se regresó a la fiesta con su novio.
Pero Alfredo en vez de acostarse, agarró una botella de tequila que tenía en su casa y empezó a beber, por lo que a la mitad de la misma, se armó de valor; sin pensar, fue por otra botella, salió, se subió a su automóvil y tuvo mucha suerte de llegar sano y salvo, hasta donde se reunían los mariachis a quienes conocía. El líder de los músicos platicó con él y medio entendió su situación, ya que el castaño, por su borrachera, no hablaba bien, pero se pusieron de acuerdo para ir a pedir perdón, con música, al “verdadero amor de su vida”.
El cantante le dijo a sus compañeros que se fueran en el vehículo que usaban para movilizarse, mientras él llevaba a Alfredo en su auto, porque temía que fuera a chocar por lo ebrio que estaba, esperanzado en que dejaría a su cliente y el auto, en la casa a dónde llevaran serenata, como otras ocasiones.
Así llegaron a la modesta casa de Margarita y todo empezó.
Alfredo pasó saliva al recordar lo que había hecho y dicho.
—No puede ser… —dijo con debilidad—. ¡Se lo dije! —gritó—. ¡Le dije a Martín lo que siento por él! —el terror se reflejó en su rostro.
Brenda suspiró y se sentó en la orilla de la cama— Fredy, creo que esta conversación, la debes tener con tu padre —sonrió—, porque si yo hablo contigo, estoy segura que la poca paciencia que estoy teniendo en este momento se acabará y yo misma te castraré, porque prefiero saberte eunuco a que intentes faltarle el respeto a Martincito —dijo con fingida inocencia.
Alfredo sintió un nudo en su garganta; su madre hablaba en serio— pero… —pasó saliva para poder hablar—. Debo ir a… trabajar —musitó.
—Hablamos a tu trabajo y te reportamos enfermo —la canosa se puso de pie—. En tu oficina se preocuparon, porque si fue necesario que te quedaras con tus padres, seguramente estabas muy mal —se alzó de hombros—. Ahora, antes de que desayunes y hables con tu padre, ¡báñate! —ordenó, señalando el cuarto de aseo—. ¡Apestas a teporocho esquinero! —dijo con desagrado y encaminó los pasos a la salida.
—Sí… Má…
Alfredo fue al baño y se dio una ducha; agradecía que siempre tenía unos cambios de ropa en la casa de sus padres, por algunas emergencias, por eso podía salir completamente limpio.
Salió después de su habitación, yendo al comedor, dónde su madre estaba sentada, tomando un café; le tenía un desayuno sustancioso y unas pastillas al lado de un vaso con agua.
—¿Y papá?
—Está en el despacho —comentó la canosa, dejando la taza en el platito—. Desayuna, te tomas las pastillas para la resaca y luego vas a hablar con él.
Alfredo asintió y se sentó; se sentía inquieto por la actitud de su madre.
—¿Estás…? ¿Estás enojada? —preguntó con algo de temor.
—¿Tú qué crees?
El tono sarcástico de su madre, le erizó la piel— Má, lo de anoche… Yo…
—La escena que montaste anoche, fue vergonzosa —dijo ella con frialdad—. Eres el menor de todos —dijo refiriéndose a sus hijos— y eres el que más dolores de cabeza me ha dado desde que naciste —reprochó—. Pero lo de anoche, Alfredo, ¡superó mis expectativas!
El castaño bajó la mirada— lo siento… no quería emborracharme pero…
—¿Crees que estoy molesta por la borrachera que te pusiste? —Brenda levantó una ceja—. Si te quieres morir de cirrosis, ¡es tu problema! —lo señaló con el índice—. Pero no voy a permitir que intentes jugar con Martín…
Con esa frase, Alfredo levantó el rostro de inmediato.
—Antes que nada, porque Margarita es mi amiga y tanto ella, como su hijo, son parte de esta familia —su voz empezaba a mostrar su furia—, aunado a ello, Martín es como otro hijo para mí y si tú intentas jugar con él, como con todas tus estúpidas conquistas, ¡me vas a obligar a actuar, Alfredo Chávez!
—Mi amor, tranquila… —la voz de Julián se escuchó con calma y sus manos se posaron en los hombros de su esposa, masajeándolos con delicadeza—. Creí que querías que yo hablara con él, para evitar que te alteraras.
Alfredo sintió que el alma se le iba del cuerpo al ver el gesto de su padre. Julián sonreía, sí, pero su sonrisa le daba escalofríos; era macabra, una clara amenaza que estaba por conocer el infierno.
—Lo siento —la canosa respiró profundamente y sus manos temblaron antes de sujetar de nuevo su taza—. Es que no puedo creer que esto esté pasando… Estoy tan avergonzada, ¡no tengo cara para ver a Margarita! —levantó el rostro para ver a su esposo por encima de su hombro y mostró una mirada triste.
El hombre sonrió condescendiente, se inclinó y besó la mejilla de su esposa con devoción— calma, lo solucionaremos, ¿de acuerdo?
Brenda asintió y bebió un sorbo de su café. Alfredo no se había movido ni un milímetro.
—Termina de desayunar, que tenemos que hablar —señaló su padre con frialdad.
El castaño asintió levemente y engulló la comida con rapidez, porque no quería postergar más eso, además, ya le dolía el estómago. Apenas terminó, se tomó las pastillas para el dolor de cabeza y después de llevar el plato al fregadero, siguió a su padre, hasta la oficina que tenía en su hogar.
El hombre le permitió el paso— siéntate —ordenó, antes de cerrar la puerta.
Alfredo fue hasta el sillón frente al escritorio y se sentó erguido, mirando la madera del mueble; recordaba cuantas veces había recibido sermones en ese lugar, pero nunca les había tomado importancia, ya que todo lo que sus padres le decían, era como si se le resbalara por el cuerpo, pero en ese momento, era diferente y no sabía cómo reaccionar.
—¿Comprendes que la situación es penosa para tu madre? —empezó Julián con seriedad.
—Sí —asintió su hijo con rapidez.
—¿Recuerdas todo lo que hiciste y dijiste anoche?
Alfredo pasó saliva y respiró profundamente, dándose valor para responder— para bien o para mal… sí, lo recuerdo —admitió.
El canoso tamboreó los dedos en su escritorio y se recargó en su enorme sillón— ¿qué sientes por Martín? —preguntó directamente—. Y quiero la verdad, Alfredo —señaló, antes de que su hijo siquiera abriera la boca.
—Yo… —buscó la mirada de su padre, quería que se diera cuenta que estaba siendo completamente sincero en su respuesta—. Estoy enamorado de Martín desde la secundaria —confesó.
Julián parpadeó sorprendido y ladeó el rostro; no esperaba esa respuesta. Se inclinó hacia enfrente
—¿Estás seguro? —presionó—. O mejor dicho, ¿estás seguro que es amor y no otra de tus locuras pasajeras como todas las anteriores?
Alfredo levantó una ceja; era obvio que su padre no le creía y no lo culpaba, pero le parecía que lo subestimaba un poco.
—Lo que siento por Martín, jamás lo he sentido por nadie más, por eso lo respeto y nunca le dije o insinué nada, porque… —titubeó—. Porque si por alguna estupidez mía lo perdía, no sabría qué hacer —confesó—. Así que me conformé con ser sólo su amigo y tratar de olvidarlo con otras personas pero… no puedo.
—Y… ¿Crees que lo que hiciste anoche, estuvo bien?
—Sé que no —negó—. No puedo excusarme con que estaba ebrio —se burló—, pero eso me dio el último empujón que necesitaba, para decir lo que nunca había dicho.
—¿El último empujón? —su padre no lo entendía.
—Martín quiere una relación estable —sonrió triste—. Conoció a una chica, que no era la mejor… Se lo dije y se molestó —contó con brevedad—. Creí que por mi amistad con él, debía haber confianza para decirle esas cosas, porque quiero que sea realmente feliz —hizo un mohín—. Es un gran hombre, atractivo, trabajador y obvio que ahora que está activamente buscando una pareja, no tardará en encontrarla —señaló con seriedad—. No quiero ver eso —negó—. Por eso quiero irme a estudiar una maestría, para no verlo coquetear con alguien más, porque me va a doler.
Julián negó— ¿Sabes Fredy? Cómo tu padre, te conozco, sé que tienes muchos defectos —sonrió—, pero hoy acabo de conocer uno nuevo y… me decepcionas.
Alfredo se sobresaltó.
—¡Eres un cobarde! —la mirada de su padre se ensombreció.
—¡¿Qué?!
—En vez de luchar por él, prefieres abandonar todo e irte, ¿en serio? ¿Esa es la educación que te hemos dado?
Alfredo titubeó— pero… aunque luchara, ¡él no me va a creer!
—¿Cómo lo sabes si no te esfuerzas? —el canoso levantó una ceja.
—Porque él tiene la percepción de que soy un libertino…
—No es una percepción —Julián negó—, es la verdad, hijo.
—¡Gracias! —dijo con sarcasmo el castaño.
—Alfredo —Julián respiró profundamente—. Tú mismo has forjado tu reputación, pero aun así, ni tu madre ni yo, te hemos presionado para que dejes de ser como eres, ¿sabes por qué?
—Porque ya se cansaron de regañarme —se burló.
—No —su padre negó divertido—. No lo hacemos, porque esperábamos que al madurar, encontraras a alguien por quien decidieras sentar cabeza y cambiar tu vida para bien… —miró a su hijo de manera condescendiente—. Yo le dije a tu madre que te dejara disfrutar las libertades de la juventud, algo que ella no aprobaba, pero si querías llevar esa vida, te dije que te cuidaras, precisamente porque preví que, cuando quisieras algo serio, debías estar saludable y no arriesgar a quien de verdad amaras… Pero ahoga dices que amas a Martín y… no puedo creerte, no por tu vida libertina, sino porque no te quieres esforzar por él, ¿entiendes?
—¿Qué quieres decir?
—El amor no es sencillo, pero solo encuentras el amor de verdad, si te esfuerzas —su padre lo señaló—. Pero solo dices “amo a Martín”, más no lo demuestras, ni parece que quieras luchar por él, arriesgarte por alcanzarlo, ni mucho menos hacer algo por que te crea, ¡eso es lo decepcionante! —aseguró—. Y créeme que es la misma razón por la que tu madre está tan molesta —confesó—. Parece que solo vez a Martín como a cualquier otra de tus tontas conquistas…
—¡Eso no es cierto! —Alfredo se incorporó de un salto—. ¡A él lo amo! —aseguró—. Pero también lo respeto y no quiero que se sienta obligado… por ustedes, por la relación entre mi madre y su madre… por mí… por todo…
—¡Cobarde! —repitió su padre.
—¡No soy un cobarde! —negó—. Es solo que… no quiero fallar…
—Eres un cobarde…
—No es por eso… es por lo que me dijiste —señaló.
—¿Lo que te dije? —preguntó el mayor confundido.
—Sí —asintió—. Lo que me dijiste aquella vez, me hizo entender que no quería fallar con él… No… No lo soportaría.
Martín llegó a la casa de la familia Chávez, después de las cuatro de la tarde. Iba a entregar el automóvil y por su mamá, quien seguramente estaba con Brenda y no se equivocó.
—¡Buenas tardes! —saludó, al ver a las dos mujeres, solas, en la sala, tejiendo afanosamente.
—Llegas tarde… —dijo su madre con seriedad, pues no había ido a comer como siempre.
—Lo siento —se disculpó el moreno y caminó a saludar de beso a ambas mujeres—. Trabajé tiempo extra en un estudio —sonrió tranquilo, ya que lo había hecho, pensando que esa sería la mejor manera de evitar a Alfredo en casa de sus padres—. Aquí están las llaves del automóvil de Alfredo —extendió la mano, para entregar el llavero a Brenda.
—Fredy está atrás —anunció Brenda con rapidez—. Dijo que cuando llegaras, quería hablar contigo —sonrió—. Entrégaselas a él.
Martín se quedó estático y luego forzó una sonrisa— ah… de… de acuerdo —asintió y caminó con paso lento hacia la puerta trasera.
—No se esperaba eso —sonrió Margarita.
—Lo sé —Brenda enredó más hilo en su dedo—, seguro pensó que no lo encontraría si llegaba tarde.
—Sí, es como un libro abierto —Margarita acomodó sus gafas y siguió tejiendo.
—¿Crees que lleguen a algo? —Brenda miró a su amiga de soslayo.
—¿Crees que Fredy lo tome en serio? —la mujer le dedicó una mirada fugaz.
—Más le vale…
—¡Buenas tardes! —saludó, al ver a las dos mujeres, solas, en la sala, tejiendo afanosamente.
—Llegas tarde… —dijo su madre con seriedad, pues no había ido a comer como siempre.
—Lo siento —se disculpó el moreno y caminó a saludar de beso a ambas mujeres—. Trabajé tiempo extra en un estudio —sonrió tranquilo, ya que lo había hecho, pensando que esa sería la mejor manera de evitar a Alfredo en casa de sus padres—. Aquí están las llaves del automóvil de Alfredo —extendió la mano, para entregar el llavero a Brenda.
—Fredy está atrás —anunció Brenda con rapidez—. Dijo que cuando llegaras, quería hablar contigo —sonrió—. Entrégaselas a él.
Martín se quedó estático y luego forzó una sonrisa— ah… de… de acuerdo —asintió y caminó con paso lento hacia la puerta trasera.
—No se esperaba eso —sonrió Margarita.
—Lo sé —Brenda enredó más hilo en su dedo—, seguro pensó que no lo encontraría si llegaba tarde.
—Sí, es como un libro abierto —Margarita acomodó sus gafas y siguió tejiendo.
—¿Crees que lleguen a algo? —Brenda miró a su amiga de soslayo.
—¿Crees que Fredy lo tome en serio? —la mujer le dedicó una mirada fugaz.
—Más le vale…
Martín llegó a la puerta trasera y observó a Alfredo, sentado en la banca que estaba cerca de la alberca. Respiró profundamente y caminó con toda la seguridad que podía.
—Buenas tardes —saludó casual.
Alfredo levantó el rostro, pero bajó la mirada de inmediato— buenas… —dijo sin ánimo.
—Parece que te sermonearon… —se burló el moreno y se sentó al lado de su amigo—. Ten, tus llaves.
El castaño suspiró, era obvio que Martín sabía que lo habían regañado— gracias —dijo recibiendo el llavero.
Un silencio incómodo reinó; Martín no sabía qué decir y Alfredo no sabía cómo disculparse, pero tenía qué hacerlo.
—Lo de anoche…
—Estabas ebrio —interrumpió el moreno—. Eso lo explica todo.
—No —Alfredo negó—. La embriagues no explica lo que dije, solo el por qué… —ladeó el rostro
—Es lo mismo, Fredy…
—No, no lo es… —el castaño habló con seriedad—. Lo que hice anoche, fue porque estando en ebrio, tuve el valor de decírtelo, pero el por qué lo dije, es porque es lo que realmente siento, aunque lo he ocultado durante mucho tiempo.
Martín sonrió cansado— Fredy… hemos sido amigos durante años y creí que no nos mentíamos…
—No te miento… Admito que oculté lo que sentía por una razón, ¡pero hoy no te miento! Y estoy en mis cinco sentidos, ¡no como anoche! —aseguró.
El moreno pasó las manos por su cabello y suspiró— esto no tiene sentido —dijo con seguridad—. Tú has tenido muchas parejas, no es posible que hayas estado interesado en mí y no solo no me hayas dicho nada, sino que ahora quieres que te crea, después de todo lo que se de ti.
—Lo sé —Alfredo asintió—. Sé que no me crees, pero… hay algo que quiero decirte, que explica esto —se movió y sujetó la mano de Martín con ansiedad—. Si después de saberlo, no me crees, no te presionaré más.
Martin estuvo a punto de alejar la mano, pero lo evitó; buscó la mirada de su amigo y suspiró— está bien, tienes una oportunidad, aprovéchala.
—De acuerdo…
Alfredo respiró profundamente y fijó la mirada en los ojos de su amigo, para que entendiera que hablaría con la verdad y nada más.
—Recuerdas cuando iniciamos la secundaria.
—Sí, lo recuerdo —asintió Martín.
—El primer año de secundaria, al iniciar el año, tomé un pequeño empleo de medio tiempo.
Martín se rió, ya que fue la primera vez que Fredy había trabajado, se había ido de paquetero a un supermercado.
—Sí —asintió—. Nunca entendí por qué, pero dijiste que tenías una razón y luego me la dirías —dudó—, pero ahora que recuerdo, nunca me la dijiste, ¿o sí?
—No, no lo hice —admitió—. Pero, ¿recuerdas que después de febrero del siguiente año, dejé de hacer eso?
Martín rememoró esos años de su inicio de adolescencia— sí, lo recuerdo…
—Bueno —Alfredo sonrió—, la razón fue, porque ya no lo necesitaba —sonrió—. Había trabajado y juntado la mesada que me daban mis padres, para comprar un regalo, para ese catorce de febrero.
—¿Para Estrella? —preguntó el moreno, ya que Estrella había sido la primer novia de Alfredo.
—No —Fredy negó—. Había juntado dinero para el regalo de alguien más, pero nunca se lo di, porque, al final, me dio miedo.
—¡¿Qué?!
Alfredo ejerció más presión en la mano de su amigo— ¿Martín, recuerdas que el trece de febrero, te dije que al día siguiente quería decirte algo importante?
El moreno sintió que su estómago se revolvía— si —dijo molesto—. Me dijiste que hablaríamos en la hora del receso y me contaste que le pedirías a Estrella que fuera tu novia —acusó, ya que él había pensado que le diría otra cosa.
—Fue la primer mentira que te dije —Alfredo hizo una mueca.
—¡¿Qué?! —Martín apartó la mano del otro y se puso de pie de inmediato—. ¡¿Empezaste a mentirme desde ahí?!
—Espera, Coctelito —Alfredo se incorporó también—, ¡déjame explicarte!
—¡No me llames así!
—Está bien, perdón, Martín —corrigió el castaño—. Voy a explicarte por qué lo hice.
—Más vale que sea la mejor excusa de tu vida, Alfredo Chávez —lo señaló.
Cuando Martín dijo su nombre, Fredy tembló— de acuerdo —dijo nervioso—, siéntate, por favor…
Martín volvió a sentarse y se cruzó los brazos, esperando lo que el otro quería decirle.
Alfredo se sentó también— esa vez, después de la escuela, yo hablé con mi papá —estrujó las manos con nervios—. Eso fue lo que me hizo mentirte ese catorce de febrero.
Martín sacudió la cabeza— no entiendo…
—Verás… ese día, yo… estaba nervioso —el castaño se alzó de hombros—. Así que, como le tenía confianza, le pregunté, ¿Pá, cómo sé si estoy enamorado realmente? —sonrió—. ¿Sabes que me respondió?
—Ni idea —confesó su amigo.
—Me dijo… “¿Por qué preguntas, Fredy?” —se burló—. Entonces, le dije que, creí que estaba enamorado de alguien… y él… Él me sentó en el sillón, se puso al lado de mí y me dijo, “hijo, a tu edad, no estás enamorado, solo estás ilusionado…”, eso me hizo dudar.
—Bueno, tu padre pudo tener razón —señaló Martín, ya que sabía que Julián Chávez era un hombre con mucha experiencia y lo respetaba como a un padre también.
—Déjame terminar—inquirió Alfredo.
—Lo siento…
—Yo no entendí —prosiguió el castaño— y mi padre me dijo que, el amor es difícil de identificar, que muchas veces nos ilusionamos y creemos estar enamorados, pero fracasamos, fallamos y todo se va al diablo… —cerró los parpados—. Que seguramente yo fallaría y me apartaría de esas personas cuando la ilusión pasara —su labio tembló—. Eso me dio… miedo —confesó.
Martín lo miraba con incredulidad.
—Yo decía que estaba enamorado, pero aún era pequeño y estúpido, por lo que… si mi padre tenía razón y fallaba, entonces, todo se iría al diablo y yo… no quería que eso ocurriera, porque… perdería a esa persona… —levantó el rostro—. Te perdería a ti —dijo con tristeza y una lágrima resbaló por su mejilla, pero se la limpió de inmediato.
Martin se sorprendió por esa confesión y no supo qué decir.
—Entonces, titubee —Alfredo volvió a tallar las manos—. Ese día no pude dormir, pensando en qué hacer —sonrió—. Podía intentarlo, decirte que me gustabas, darte tu regalo y tener la suerte de que todo saliera bien, pero... También estaba la duda —suspiró—. ¿Y si fallo? ¿Qué pasa si fallo? —su voz se quebró—. No quería fallar contigo —confesó—. Eso no podía soportarlo… aun no puedo soportarlo —negó—. La simple idea de alejarte… me… —puso la mano en su pecho—. Me duele.
Martín movió la mano. Sujetó una mano de su amigo y la apresó con fuerza, quería darle un poco de calma, aunque él también se sentía inquieto en ese momento
—Así que, al día siguiente, en la mañana… Yo aún no sabía qué hacer y llegó Estrella —rió—. Me dijo que le gustaba y me dio una caja de chocolates… —se alzó de hombros—. Ella me parecía bonita, pero no me gustaba, no cómo tu... Aun así me dio una salida y una respuesta —respiró profundamente—. Si para saber lo que era el amor verdadero, iba a fallar muchas veces primero, prefería fallar con otras personas… Personas que no me importaran…
—Entonces en el receso…
—Sí, por eso, cuando te vi, te dije que le pediría a Estrella que fuera mi novia —asintió—. Solo porque fue lo más fácil para mí —admitió.
El silencio reinó por unos minutos, hasta que Martín movió el brazo y golpeo a su amigo con fuerza, en el hombro; Alfredo se quejó y buscó la mirada e Martín.
—¡¿Crees que eso te justifica?! —pregunto el moreno con furia—. ¡Eres un imbécil! —su gesto era iracundo—. Tú te salvaste de no tener una mala experiencia y ¿no te importó lo que yo pudiera querer o pensar? —apretó los puños.
—¿De qué hablas?
—Ese maldito día, creí que me dirías que te gustaba y… yo también te diría eso —confesó—. Creí que iba a ser un bonito día, pero…
—¿Qué? —Alfredo lo miró incrédulo.
—¡Pero no! —gritó y se puso de pie—. Llegaste y me dijiste, “Le voy a pedir a Estrella que sea mi novia”, ¡¿Cómo demonios crees que me sentí?! ¡Maldito imbécil!
—Yo… ¿te gustaba?
—Por supuesto que me gustabas, ¡y aún me gustas, idiota! —Martin se cruzó de brazos—. Pero desde entonces, solo me has hecho sentir miserable, porque te he visto meterte con cuanta mujer y hombre tenías enfrente y ¡yo tenía que aguantarme!
—Espera… —Alfredo se puso de pie de un salto—. ¿Aún te gusto? ¿Por qué no me dijiste nada?
—¿Qué por qué no te dije nada? —el moreno habló con sarcasmo—. ¿Tú por qué crees, señor, ‘pito pronto’? —le dedicó una mirada fría—. Porque yo no quería ser un nombre más en la lista de tus amiguitos de una noche.
—¡Tu jamás estarías ahí! —negó Alfredo.
Martín levantó una ceja— ni siquiera niegas que tienes esa lista…
Alfredo no supo qué decir.
El moreno masajeó sus sienes— ya no importa… esto no tiene remedio, el tiempo de intentar algo entre nosotros, terminó —negó.
—¡No puedes decidir eso! —Alfredo lo sujetó de los hombros—. ¡Ni siquiera lo he intentado!
—No necesito que lo intentes, Fredy —Martín negó—, no creo que funcione.
—¡Funcionará! —aseguró el castaño.
—¿Por qué estás tan seguro?
—Porque haré que funcione ¡lo prometo!
—Buenas tardes —saludó casual.
Alfredo levantó el rostro, pero bajó la mirada de inmediato— buenas… —dijo sin ánimo.
—Parece que te sermonearon… —se burló el moreno y se sentó al lado de su amigo—. Ten, tus llaves.
El castaño suspiró, era obvio que Martín sabía que lo habían regañado— gracias —dijo recibiendo el llavero.
Un silencio incómodo reinó; Martín no sabía qué decir y Alfredo no sabía cómo disculparse, pero tenía qué hacerlo.
—Lo de anoche…
—Estabas ebrio —interrumpió el moreno—. Eso lo explica todo.
—No —Alfredo negó—. La embriagues no explica lo que dije, solo el por qué… —ladeó el rostro
—Es lo mismo, Fredy…
—No, no lo es… —el castaño habló con seriedad—. Lo que hice anoche, fue porque estando en ebrio, tuve el valor de decírtelo, pero el por qué lo dije, es porque es lo que realmente siento, aunque lo he ocultado durante mucho tiempo.
Martín sonrió cansado— Fredy… hemos sido amigos durante años y creí que no nos mentíamos…
—No te miento… Admito que oculté lo que sentía por una razón, ¡pero hoy no te miento! Y estoy en mis cinco sentidos, ¡no como anoche! —aseguró.
El moreno pasó las manos por su cabello y suspiró— esto no tiene sentido —dijo con seguridad—. Tú has tenido muchas parejas, no es posible que hayas estado interesado en mí y no solo no me hayas dicho nada, sino que ahora quieres que te crea, después de todo lo que se de ti.
—Lo sé —Alfredo asintió—. Sé que no me crees, pero… hay algo que quiero decirte, que explica esto —se movió y sujetó la mano de Martín con ansiedad—. Si después de saberlo, no me crees, no te presionaré más.
Martin estuvo a punto de alejar la mano, pero lo evitó; buscó la mirada de su amigo y suspiró— está bien, tienes una oportunidad, aprovéchala.
—De acuerdo…
Alfredo respiró profundamente y fijó la mirada en los ojos de su amigo, para que entendiera que hablaría con la verdad y nada más.
—Recuerdas cuando iniciamos la secundaria.
—Sí, lo recuerdo —asintió Martín.
—El primer año de secundaria, al iniciar el año, tomé un pequeño empleo de medio tiempo.
Martín se rió, ya que fue la primera vez que Fredy había trabajado, se había ido de paquetero a un supermercado.
—Sí —asintió—. Nunca entendí por qué, pero dijiste que tenías una razón y luego me la dirías —dudó—, pero ahora que recuerdo, nunca me la dijiste, ¿o sí?
—No, no lo hice —admitió—. Pero, ¿recuerdas que después de febrero del siguiente año, dejé de hacer eso?
Martín rememoró esos años de su inicio de adolescencia— sí, lo recuerdo…
—Bueno —Alfredo sonrió—, la razón fue, porque ya no lo necesitaba —sonrió—. Había trabajado y juntado la mesada que me daban mis padres, para comprar un regalo, para ese catorce de febrero.
—¿Para Estrella? —preguntó el moreno, ya que Estrella había sido la primer novia de Alfredo.
—No —Fredy negó—. Había juntado dinero para el regalo de alguien más, pero nunca se lo di, porque, al final, me dio miedo.
—¡¿Qué?!
Alfredo ejerció más presión en la mano de su amigo— ¿Martín, recuerdas que el trece de febrero, te dije que al día siguiente quería decirte algo importante?
El moreno sintió que su estómago se revolvía— si —dijo molesto—. Me dijiste que hablaríamos en la hora del receso y me contaste que le pedirías a Estrella que fuera tu novia —acusó, ya que él había pensado que le diría otra cosa.
—Fue la primer mentira que te dije —Alfredo hizo una mueca.
—¡¿Qué?! —Martín apartó la mano del otro y se puso de pie de inmediato—. ¡¿Empezaste a mentirme desde ahí?!
—Espera, Coctelito —Alfredo se incorporó también—, ¡déjame explicarte!
—¡No me llames así!
—Está bien, perdón, Martín —corrigió el castaño—. Voy a explicarte por qué lo hice.
—Más vale que sea la mejor excusa de tu vida, Alfredo Chávez —lo señaló.
Cuando Martín dijo su nombre, Fredy tembló— de acuerdo —dijo nervioso—, siéntate, por favor…
Martín volvió a sentarse y se cruzó los brazos, esperando lo que el otro quería decirle.
Alfredo se sentó también— esa vez, después de la escuela, yo hablé con mi papá —estrujó las manos con nervios—. Eso fue lo que me hizo mentirte ese catorce de febrero.
Martín sacudió la cabeza— no entiendo…
—Verás… ese día, yo… estaba nervioso —el castaño se alzó de hombros—. Así que, como le tenía confianza, le pregunté, ¿Pá, cómo sé si estoy enamorado realmente? —sonrió—. ¿Sabes que me respondió?
—Ni idea —confesó su amigo.
—Me dijo… “¿Por qué preguntas, Fredy?” —se burló—. Entonces, le dije que, creí que estaba enamorado de alguien… y él… Él me sentó en el sillón, se puso al lado de mí y me dijo, “hijo, a tu edad, no estás enamorado, solo estás ilusionado…”, eso me hizo dudar.
—Bueno, tu padre pudo tener razón —señaló Martín, ya que sabía que Julián Chávez era un hombre con mucha experiencia y lo respetaba como a un padre también.
—Déjame terminar—inquirió Alfredo.
—Lo siento…
—Yo no entendí —prosiguió el castaño— y mi padre me dijo que, el amor es difícil de identificar, que muchas veces nos ilusionamos y creemos estar enamorados, pero fracasamos, fallamos y todo se va al diablo… —cerró los parpados—. Que seguramente yo fallaría y me apartaría de esas personas cuando la ilusión pasara —su labio tembló—. Eso me dio… miedo —confesó.
Martín lo miraba con incredulidad.
—Yo decía que estaba enamorado, pero aún era pequeño y estúpido, por lo que… si mi padre tenía razón y fallaba, entonces, todo se iría al diablo y yo… no quería que eso ocurriera, porque… perdería a esa persona… —levantó el rostro—. Te perdería a ti —dijo con tristeza y una lágrima resbaló por su mejilla, pero se la limpió de inmediato.
Martin se sorprendió por esa confesión y no supo qué decir.
—Entonces, titubee —Alfredo volvió a tallar las manos—. Ese día no pude dormir, pensando en qué hacer —sonrió—. Podía intentarlo, decirte que me gustabas, darte tu regalo y tener la suerte de que todo saliera bien, pero... También estaba la duda —suspiró—. ¿Y si fallo? ¿Qué pasa si fallo? —su voz se quebró—. No quería fallar contigo —confesó—. Eso no podía soportarlo… aun no puedo soportarlo —negó—. La simple idea de alejarte… me… —puso la mano en su pecho—. Me duele.
Martín movió la mano. Sujetó una mano de su amigo y la apresó con fuerza, quería darle un poco de calma, aunque él también se sentía inquieto en ese momento
—Así que, al día siguiente, en la mañana… Yo aún no sabía qué hacer y llegó Estrella —rió—. Me dijo que le gustaba y me dio una caja de chocolates… —se alzó de hombros—. Ella me parecía bonita, pero no me gustaba, no cómo tu... Aun así me dio una salida y una respuesta —respiró profundamente—. Si para saber lo que era el amor verdadero, iba a fallar muchas veces primero, prefería fallar con otras personas… Personas que no me importaran…
—Entonces en el receso…
—Sí, por eso, cuando te vi, te dije que le pediría a Estrella que fuera mi novia —asintió—. Solo porque fue lo más fácil para mí —admitió.
El silencio reinó por unos minutos, hasta que Martín movió el brazo y golpeo a su amigo con fuerza, en el hombro; Alfredo se quejó y buscó la mirada e Martín.
—¡¿Crees que eso te justifica?! —pregunto el moreno con furia—. ¡Eres un imbécil! —su gesto era iracundo—. Tú te salvaste de no tener una mala experiencia y ¿no te importó lo que yo pudiera querer o pensar? —apretó los puños.
—¿De qué hablas?
—Ese maldito día, creí que me dirías que te gustaba y… yo también te diría eso —confesó—. Creí que iba a ser un bonito día, pero…
—¿Qué? —Alfredo lo miró incrédulo.
—¡Pero no! —gritó y se puso de pie—. Llegaste y me dijiste, “Le voy a pedir a Estrella que sea mi novia”, ¡¿Cómo demonios crees que me sentí?! ¡Maldito imbécil!
—Yo… ¿te gustaba?
—Por supuesto que me gustabas, ¡y aún me gustas, idiota! —Martin se cruzó de brazos—. Pero desde entonces, solo me has hecho sentir miserable, porque te he visto meterte con cuanta mujer y hombre tenías enfrente y ¡yo tenía que aguantarme!
—Espera… —Alfredo se puso de pie de un salto—. ¿Aún te gusto? ¿Por qué no me dijiste nada?
—¿Qué por qué no te dije nada? —el moreno habló con sarcasmo—. ¿Tú por qué crees, señor, ‘pito pronto’? —le dedicó una mirada fría—. Porque yo no quería ser un nombre más en la lista de tus amiguitos de una noche.
—¡Tu jamás estarías ahí! —negó Alfredo.
Martín levantó una ceja— ni siquiera niegas que tienes esa lista…
Alfredo no supo qué decir.
El moreno masajeó sus sienes— ya no importa… esto no tiene remedio, el tiempo de intentar algo entre nosotros, terminó —negó.
—¡No puedes decidir eso! —Alfredo lo sujetó de los hombros—. ¡Ni siquiera lo he intentado!
—No necesito que lo intentes, Fredy —Martín negó—, no creo que funcione.
—¡Funcionará! —aseguró el castaño.
—¿Por qué estás tan seguro?
—Porque haré que funcione ¡lo prometo!
Martín despertó a media mañana ese catorce de febrero, ya que no había ido al trabajo, porque lo había pedido libre. Realmente no sabía que tenía en mente Alfredo, pero le había dado su palabra de darle ese día para que le demostrara que tanto quería esforzarse.
Apenas abrió la puerta de su cuarto, sintió golpe un olor dulce en su nariz; muchos matices que no podía distinguir, así que se fue siguiéndolo y encontró la sala de su casa, así como parte del comedor, lleno de arreglos florares.
—Buenos días, mi’jo —saludó Margarita, que estaba bebiendo un café.
—¡¿Qué es esto?! —preguntó el moreno, observando al sinnúmero de flores que llenaban su casa.
—Las trajeron hace una hora —respondió su madre—, ten —movió la mano y le ofreció un sobre—, es para ti.
Martín sujetó el sobre rojo y lo abrió, leyendo la nota.
Apenas abrió la puerta de su cuarto, sintió golpe un olor dulce en su nariz; muchos matices que no podía distinguir, así que se fue siguiéndolo y encontró la sala de su casa, así como parte del comedor, lleno de arreglos florares.
—Buenos días, mi’jo —saludó Margarita, que estaba bebiendo un café.
—¡¿Qué es esto?! —preguntó el moreno, observando al sinnúmero de flores que llenaban su casa.
—Las trajeron hace una hora —respondió su madre—, ten —movió la mano y le ofreció un sobre—, es para ti.
Martín sujetó el sobre rojo y lo abrió, leyendo la nota.
“Este es el principio, Coctelito…”
—Tiene que ser una broma —habló incrédulo, aunque una tenue sonrisa bailaba en sus labios, como si temiera mostrarse para no delatar su emoción.
—Qué bueno que te gustan las flores —Margarita sonrió—, de lo contrario, esto sería un desperdicio.
Martín la miró de soslayo y suspiró— ¿te estás divirtiendo, mamá?
—¡Mucho! —asintió la mujer—. Y Brenda también —sonrió—, ya me dice consuegra.
—Esto… —señaló las flores—. No significa que Alfredo y yo, vayamos a ser pareja.
—Todo puede suceder —sonrió su madre, antes de dar un sorbo a su bebida.
—Iré a bañarme —Martín dio media vuelta—. Ese idiota dijo que vendría por mí, antes de las doce.
—¿No crees que “idiota”, es un apodo poco afectuoso? —Margarita sonrió—. Al menos él te dice “Coctelito” —se burló—. Por cierto… No me has dicho por qué te dice así.
—No hablaremos de eso, mamá —señaló el moreno y caminó hacia su habitación, antes de ir a la ducha.
La mujer sonrió y negó— le gustó el detalle —dijo con ilusión y acarició una de las flores que tenía enfrente, un ave del paraíso, que sabía le gustaba mucho a su hijo—. No lo quiere decir, pero yo sé que le gustó más de lo que él mismo puede creer.
—Qué bueno que te gustan las flores —Margarita sonrió—, de lo contrario, esto sería un desperdicio.
Martín la miró de soslayo y suspiró— ¿te estás divirtiendo, mamá?
—¡Mucho! —asintió la mujer—. Y Brenda también —sonrió—, ya me dice consuegra.
—Esto… —señaló las flores—. No significa que Alfredo y yo, vayamos a ser pareja.
—Todo puede suceder —sonrió su madre, antes de dar un sorbo a su bebida.
—Iré a bañarme —Martín dio media vuelta—. Ese idiota dijo que vendría por mí, antes de las doce.
—¿No crees que “idiota”, es un apodo poco afectuoso? —Margarita sonrió—. Al menos él te dice “Coctelito” —se burló—. Por cierto… No me has dicho por qué te dice así.
—No hablaremos de eso, mamá —señaló el moreno y caminó hacia su habitación, antes de ir a la ducha.
La mujer sonrió y negó— le gustó el detalle —dijo con ilusión y acarició una de las flores que tenía enfrente, un ave del paraíso, que sabía le gustaba mucho a su hijo—. No lo quiere decir, pero yo sé que le gustó más de lo que él mismo puede creer.
Antes de las doce, Alfredo llegó a la casa de Martín; bajó del automóvil y acomodó el saco, ya que se había vestido formal para ese día.
—De acuerdo… —dijo mientras sujetaba el regalo que llevaba en el asiento del copiloto—. Solo tengo una oportunidad, así que, debo hacer que todo funcione —cerró la puerta de golpe.
El castaño respiró profundamente y soltó el aire con lentitud, luego caminó hacia la casa. ¿Cuántas veces había hecho ese trayecto? Innumerables ocasiones había ido a buscar a Martín y aun así, ese día, sentía que las piernas le temblaban como gelatina y su cuerpo se erizó al llegar a la puerta; su mano tembló y su dedo apenas dio un roce para tocar el timbre.
El tiempo de espera se le hizo eterno, aunque apenas pasaron unos cuantos segundos, hasta que la puerta se abrió. Martin lo miró de arriba abajo y luego rió.
—¿Y ese disfraz de pingüino? —preguntó el moreno, divertido de ver al otro tan formal, casi como lo había estado para su graduación.
—Es solo que… no quería usar cualquier cosa —sonrió el castaño; estaba nervioso y no podía evitar demostrarlo—. Toma —le entregó la caja que llevaba—, es para ti.
Martín sujetó el objeto transparente y observo el interior, era una figura de oso hecha con rosas naranjas, su color favorito— ¿más flores? —levantó una ceja—. ¿No crees que con las que ya enviaste, fue suficiente? —ladeó el rostro.
—Es un peluche —señaló Alfredo—. Las flores parecen de verdad, pero es un peluche —repitió.
El moreno notó la voz nerviosa de su amigo y prefirió no presionarlo más— gracias… —sonrió y entró a dejar el regalo en la mesa, dónde encontró lugar y luego volvió—. Bien, estoy listo…
—Sí —Alfredo asintió, pero no se movió.
—¿Nos quedaremos aquí todo el día? —preguntó Martín, al ver que el otro no se apartaba de la puerta.
—¡Lo siento!
—Nunca te había visto así, ¿por qué estás tan nervioso?
—Es que… nunca había salido contigo de esta forma —confesó el castaño, sintiéndose algo tonto y recordando cómo se había sentido años atrás y el por qué no se confesó.
Martín suspiró, sujetó por los hombros a Alfredo y lo miró a los ojos— oye, solo vamos a actuar de forma normal, como cualquier otra salida de amigos, ¿de acuerdo?
—Ese es el problema —Alfredo buscó la mirada de su amigo—, no es cualquier salida de amigos para mí.
La forma en que lo dijo y la mirada que le dio a Martín, lograron que el moreno se rindiera; él sabía que no era una cita cualquiera, pero también tenía miedo de que se arruinara, así que debía tomarlo con calma.
—Si no es una cita cualquiera —movió la mano y le dio un golpe con el dedo en la frente a su amigo—, no te arriesgues a arruinarla, por idiota.
Alfredo sobó su frente y luego levantó el rostro; sonrió complacido, ya que ese acto le había acomodado un poco las ideas. La vedad, no era una cita cualquiera, pero como Martín decía, no debía arriesgarse a arruinarla por sus nervios, así que era mejor controlar sus nervios.
—De acuerdo… —dijo mientras sujetaba el regalo que llevaba en el asiento del copiloto—. Solo tengo una oportunidad, así que, debo hacer que todo funcione —cerró la puerta de golpe.
El castaño respiró profundamente y soltó el aire con lentitud, luego caminó hacia la casa. ¿Cuántas veces había hecho ese trayecto? Innumerables ocasiones había ido a buscar a Martín y aun así, ese día, sentía que las piernas le temblaban como gelatina y su cuerpo se erizó al llegar a la puerta; su mano tembló y su dedo apenas dio un roce para tocar el timbre.
El tiempo de espera se le hizo eterno, aunque apenas pasaron unos cuantos segundos, hasta que la puerta se abrió. Martin lo miró de arriba abajo y luego rió.
—¿Y ese disfraz de pingüino? —preguntó el moreno, divertido de ver al otro tan formal, casi como lo había estado para su graduación.
—Es solo que… no quería usar cualquier cosa —sonrió el castaño; estaba nervioso y no podía evitar demostrarlo—. Toma —le entregó la caja que llevaba—, es para ti.
Martín sujetó el objeto transparente y observo el interior, era una figura de oso hecha con rosas naranjas, su color favorito— ¿más flores? —levantó una ceja—. ¿No crees que con las que ya enviaste, fue suficiente? —ladeó el rostro.
—Es un peluche —señaló Alfredo—. Las flores parecen de verdad, pero es un peluche —repitió.
El moreno notó la voz nerviosa de su amigo y prefirió no presionarlo más— gracias… —sonrió y entró a dejar el regalo en la mesa, dónde encontró lugar y luego volvió—. Bien, estoy listo…
—Sí —Alfredo asintió, pero no se movió.
—¿Nos quedaremos aquí todo el día? —preguntó Martín, al ver que el otro no se apartaba de la puerta.
—¡Lo siento!
—Nunca te había visto así, ¿por qué estás tan nervioso?
—Es que… nunca había salido contigo de esta forma —confesó el castaño, sintiéndose algo tonto y recordando cómo se había sentido años atrás y el por qué no se confesó.
Martín suspiró, sujetó por los hombros a Alfredo y lo miró a los ojos— oye, solo vamos a actuar de forma normal, como cualquier otra salida de amigos, ¿de acuerdo?
—Ese es el problema —Alfredo buscó la mirada de su amigo—, no es cualquier salida de amigos para mí.
La forma en que lo dijo y la mirada que le dio a Martín, lograron que el moreno se rindiera; él sabía que no era una cita cualquiera, pero también tenía miedo de que se arruinara, así que debía tomarlo con calma.
—Si no es una cita cualquiera —movió la mano y le dio un golpe con el dedo en la frente a su amigo—, no te arriesgues a arruinarla, por idiota.
Alfredo sobó su frente y luego levantó el rostro; sonrió complacido, ya que ese acto le había acomodado un poco las ideas. La vedad, no era una cita cualquiera, pero como Martín decía, no debía arriesgarse a arruinarla por sus nervios, así que era mejor controlar sus nervios.
La pareja salió, primero a almorzar, luego a dar un paseo, a comer y después al cine; era una cita tranquila, amena y sin contratiempos, incluso parecía a cuando salían a divertirse de adolescentes. Realmente parecían solo dos amigos, pero al menos eso los mantenía relajados y tranquilos.
Así, empezó a oscurecer y ellos habían salido del cine, para ir a la plaza de armas, a comprar algunas chucherías.
—Yo… quiero llevarte a cenar —comentó el castaño, mientras Martín masticaba un algodón de azúcar.
—De acuerdo —asintió.
—Pero… hay un problema.
El moreno hizo un mohín— ¿cuál? —preguntó después de pasar el bocado dulce.
—Pues… como esto lo planee ayer, en el último momento, no encontré un lugar que tuviera espacio para una reservación…
Martín rió— imagino que todo estaba ocupado —se burló.
—Si… —asintió Alfredo—. Pero tengo un plan B, solo que no sé si quieras aceptar…
Martín sonrió y comió un poco más del algodón— ya hemos comido tacos callejeros y no me he enfermado, no te preocupes…
—¡No! —Alfredo sonrió divertido—. No te voy a llevar a cenar a unos tacos esquineros, ¿Quién crees que soy?
—Entonces, ¿cuál es tu plan B?
—Silvia me ayudó a preparar una cena, para los dos, pero… —aguantó la respiración—. En mi departamento —terminó con rapidez.
Martín se quedó inmóvil, antes de morder de nuevo el algodón— en… ¿tu departamento? —preguntó incrédulo.
—Sé lo que piensas —señaló el castaño—, pero no es con doble intención ni nada —aseguró—. Es más, si no quieres, no vamos…
—Yo no pienso nada malo, Fredy… —respondió Martín, comió un poco más del algodón y luego levantó el rostro—. Ya he ido a tu departamento —señaló—. Ya me he quedado a cenar y a dormir en el segundo cuarto —sonrió amable—, creo que podemos hacerlo, sin pensar que habrá algo impropio entre los dos, ¿no crees? —le giñó el ojo.
Alfredo respiró aliviado y asintió— ¡por supuesto!
Así, empezó a oscurecer y ellos habían salido del cine, para ir a la plaza de armas, a comprar algunas chucherías.
—Yo… quiero llevarte a cenar —comentó el castaño, mientras Martín masticaba un algodón de azúcar.
—De acuerdo —asintió.
—Pero… hay un problema.
El moreno hizo un mohín— ¿cuál? —preguntó después de pasar el bocado dulce.
—Pues… como esto lo planee ayer, en el último momento, no encontré un lugar que tuviera espacio para una reservación…
Martín rió— imagino que todo estaba ocupado —se burló.
—Si… —asintió Alfredo—. Pero tengo un plan B, solo que no sé si quieras aceptar…
Martín sonrió y comió un poco más del algodón— ya hemos comido tacos callejeros y no me he enfermado, no te preocupes…
—¡No! —Alfredo sonrió divertido—. No te voy a llevar a cenar a unos tacos esquineros, ¿Quién crees que soy?
—Entonces, ¿cuál es tu plan B?
—Silvia me ayudó a preparar una cena, para los dos, pero… —aguantó la respiración—. En mi departamento —terminó con rapidez.
Martín se quedó inmóvil, antes de morder de nuevo el algodón— en… ¿tu departamento? —preguntó incrédulo.
—Sé lo que piensas —señaló el castaño—, pero no es con doble intención ni nada —aseguró—. Es más, si no quieres, no vamos…
—Yo no pienso nada malo, Fredy… —respondió Martín, comió un poco más del algodón y luego levantó el rostro—. Ya he ido a tu departamento —señaló—. Ya me he quedado a cenar y a dormir en el segundo cuarto —sonrió amable—, creo que podemos hacerlo, sin pensar que habrá algo impropio entre los dos, ¿no crees? —le giñó el ojo.
Alfredo respiró aliviado y asintió— ¡por supuesto!
La pareja llegó al departamento de Alfredo y el lugar estaba totalmente diferente a lo que Martín recordaba. Estaba lleno de flores, adornos y había un par de personas para atenderlos, además de la encargada de la cena.
—¿Todo esto lo preparó Silvia en un día? —Martín miró incrédulo alrededor.
—Es toda una profesional en su trabajo —sonrió el castaño.
—Me doy cuenta…
Ambos se sentaron a esperar la cena, mientras Martín observaba las plantas.
—¿Cuántas florerías vaciaste, Fredy? —preguntó con curiosidad.
—Ni idea —negó el castaño—, yo solo pagué y ordené, Silvia se encargó de conseguir las flores.
Esa respuesta decepcionó a Martín. Había esperado que todo lo hubiera preparado Alfredo, pero se daba cuenta que había hecho lo mismo que hacía con sus conquistas; ordenaba y esperaba que alguien más se encargara, pero no ponía ni un poco de su parte.
—Entiendo… —dijo con desilusión.
Alfredo notó ese tinte de voz tan diferente y sintió que algo no estaba bien, pero no comprendió el por qué.
—Espero te guste la cena —sonrió el castaño, cuando los meseros se acercaron a servir.
—Seguramente la preparó un gran cocinero… —Martín sonrió por compromiso, pero esas palabras dejaron helado a su compañero.
Martín no estaba enojado, estaba furioso y Alfredo no podía comprender la razón.
Durante la cena, ninguno pronunció palabra; solo se escuchaba el sonido de los cubiertos y al final, les llevaron el postre, el cual consistía en un pastel de lava de chocolate.
Martín observó el plato y aunque era su postre favorito, tenía un sabor agridulce en la boca, «me conoces bien, pero solo pediste que lo hicieran para mí, sin esforzarte más…» suspiró y miró a Alfredo de soslayo, «realmente no sé qué esperaba de ti…», pensó con tristeza y desilusión.
—No pareces feliz —Alfredo lo miró con temor.
Martín forzó una sonrisa— ¿esperas que esté saltando de felicidad por esto, como todas tus conquistas? —preguntó con sarcasmo.
Alfredo apretó el cubierto, eso había sido un golpe duro— no, no esperaba eso —negó—, pero hasta antes de venir aquí, parecías más… animado.
Martín alejó el plato, sin probar su postre— esto es… tan típico de ti —dijo con frialdad.
—¿Qué cosa? —preguntó el castaño con rapidez.
—Todo —señaló el moreno—. Creí que dijiste que no era una cita cualquiera, pero henos aquí, cenando en tu departamento —hizo un además, señalando alrededor—, con una cena y un ambiente preparado por otra persona —dijo con desagrado—. Ni siquiera pudiste poner un poco de ti en esto…
Alfredo bajó la mirada, entendía lo que el otro quería decirle— es que… no sabía qué hacer…
Martín sintió un cúmulo de emociones en su pecho, desde la decepción, la ira, hasta la frustración y tristeza, porque se imaginó que sería algo especial o eso quiso creer.
—No… no es tu culpa —dijo al fin—, pero creo que esto… —buscó la mirada de Alfredo—, no funcionará entre nosotros.
Esas palabras golpearon a Alfredo y sintió que se quedaba sin aire.
—Será mejor que me vaya —Martín se puso de pie—, olvidemos este día, Fredy… sigamos siendo amigos y ya…
Alfredo quería negarse, quería suplicar por otra oportunidad, quería tratar de enmendar su error, pero eso haría que su amistad también se tambaleara o en el peor de los casos, se destruyera por completo; no quería que Martín se sintiera presionado, así que debía rendirse.
—De acuerdo —asintió el castaño—, lamento haberlo arruinado —sintió que sus ojos se llenaron de lágrimas, pero evitó parpadear para no llorar—. Pero… antes de que te vayas…
Alfredo se puso de pie y sacó de su saco una cajita, acercándosela al otro.
—¿Qué es esto? —preguntó Martín, sin entender.
—Esto es lo que había comprado hace años —el castaño se mordió el labio—. Sé que no te quedará —se alzó de hombros—, pero… creí que debías tenerlo, pues desde aquella ocasión, ha estado oculto entre mis cosas…
Martín sujetó el regalo y se dio cuenta que el papel que la envolvía estaba desgastado; era obvio que había pasado mucho tiempo desde que ese pequeño obsequio había sido preparado. Con lentitud la desenvolvió y abrió la cajita del interior; sus ojos observaron el pequeño anillo que estaba ahí. El color metálico plateado, hacía que las siete pequeñas piedras que formaban un arcoíris, brillaran más.
—Esto… —Martín se quedó sin habla.
—Desde que te conozco, dices que te gustan las flores, porque tienen todos los colores, como el arcoíris, aunque lamentablemente, tienen un tempo de vida corto, igual que ese fenómeno, después de la lluvia —Alfredo sonrió—. En aquella ocasión, junté ese dinero para comprarte ese anillo arcoíris —confesó—, pero no pude dártelo…
El moreno sacó el anillo de la cajita y lo observó a detalle; era una joya hermosa, seguramente le había costado mucho a Alfredo conseguirla en aquel entonces, pues se notaba que era cara, pese a que era pequeña. La argolla no le quedaría ni siquiera en su dedo meñique, así que, no podría usarla aunque quisiera y en ese momento, deseaba ponérsela.
Sin poder evitarlo, las lágrimas cayeron de sus ojos— ¿por qué me haces esto? —preguntó a media voz.
—¿Qué cosa? —indagó el castaño, sin entender.
—Si me hubiera quedado con la idea de que solo eras un idiota, que no te importaba más que tus otras conquistas, hubiera sido más fácil rechazarte —confesó, levantando el rostro—, ¡¿cómo puedo rechazarte después de saber que has guardado esto por años?! —preguntó desesperado.
Alfredo sonrió con tristeza y luego abrazó a Martín; el moreno empezó a llorar contra el hombro del otro.
—No quiero que te sientas presionado a aceptarme —Alfredo acarició el cabello negro—, no tienes que hacerlo por compromiso —negó—. Si no puedes quererme… Yo lo entiendo.
—¡Eres un idiota! —Martín se aferró con fuerza al cuerpo de su compañero—. Te quiero… Te he querido desde hace años… ¡pero quería obligarme a rechazarte! —confesó—. Cualquier excusa iba a servir, pero ahora… ¡no puedo!
—Entonces, no me rechaces —Alfredo se apartó y le besó la nariz—. Sé que soy un idiota y todos dicen que soy poco confiable —admitió con media sonrisa—, pero no me importa lo que otros crean, porque al único que le tengo que demostrar lo serio que puedo ser, es a ti —acarició la mejilla de Martín y limpió las lágrimas—, pero como eres al único que he amado de verdad, no sé… no sé cómo comportarme contigo… —admitió—. Por eso, lo único que te puedo pedir es… paciencia.
Martín rió y negó— eres la persona a la que más paciencia le he tenido en mi vida —dijo en medio de sollozos.
—Si es así, ¿me darás otra oportunidad?
Martín suspiró— de acuerdo, te daré otra oportunidad… pero si la próxima vez, dejas que alguien más haga las cosas por ti, no volveremos a tocar este tema, ¿de acuerdo?
—Entendido…
Alfredo intentó besar a Martin y este le puso la mano en la boca— ¡no me presiones! —regañó—. No estoy listo para eso…
—¡¿Por qué?! —preguntó el castaño—. Me quieres, te quiero, ¿qué te lo impide?
—Antes de cualquier cosa, te harás exámenes para saber que no tienes ninguna enfermedad…
—¡Estoy limpio!
—¡No me consta! —Martín negó y se apartó—. Además, primero tengo que asegurarme que puedes estar sin retozar con otras personas, antes de pasar a la siguiente fase.
Alfredo suspiró— está bien —dijo derrotado, pero entendía que debía ganarse la confianza antes de pasar a otra cosa.
—¿Todo esto lo preparó Silvia en un día? —Martín miró incrédulo alrededor.
—Es toda una profesional en su trabajo —sonrió el castaño.
—Me doy cuenta…
Ambos se sentaron a esperar la cena, mientras Martín observaba las plantas.
—¿Cuántas florerías vaciaste, Fredy? —preguntó con curiosidad.
—Ni idea —negó el castaño—, yo solo pagué y ordené, Silvia se encargó de conseguir las flores.
Esa respuesta decepcionó a Martín. Había esperado que todo lo hubiera preparado Alfredo, pero se daba cuenta que había hecho lo mismo que hacía con sus conquistas; ordenaba y esperaba que alguien más se encargara, pero no ponía ni un poco de su parte.
—Entiendo… —dijo con desilusión.
Alfredo notó ese tinte de voz tan diferente y sintió que algo no estaba bien, pero no comprendió el por qué.
—Espero te guste la cena —sonrió el castaño, cuando los meseros se acercaron a servir.
—Seguramente la preparó un gran cocinero… —Martín sonrió por compromiso, pero esas palabras dejaron helado a su compañero.
Martín no estaba enojado, estaba furioso y Alfredo no podía comprender la razón.
Durante la cena, ninguno pronunció palabra; solo se escuchaba el sonido de los cubiertos y al final, les llevaron el postre, el cual consistía en un pastel de lava de chocolate.
Martín observó el plato y aunque era su postre favorito, tenía un sabor agridulce en la boca, «me conoces bien, pero solo pediste que lo hicieran para mí, sin esforzarte más…» suspiró y miró a Alfredo de soslayo, «realmente no sé qué esperaba de ti…», pensó con tristeza y desilusión.
—No pareces feliz —Alfredo lo miró con temor.
Martín forzó una sonrisa— ¿esperas que esté saltando de felicidad por esto, como todas tus conquistas? —preguntó con sarcasmo.
Alfredo apretó el cubierto, eso había sido un golpe duro— no, no esperaba eso —negó—, pero hasta antes de venir aquí, parecías más… animado.
Martín alejó el plato, sin probar su postre— esto es… tan típico de ti —dijo con frialdad.
—¿Qué cosa? —preguntó el castaño con rapidez.
—Todo —señaló el moreno—. Creí que dijiste que no era una cita cualquiera, pero henos aquí, cenando en tu departamento —hizo un además, señalando alrededor—, con una cena y un ambiente preparado por otra persona —dijo con desagrado—. Ni siquiera pudiste poner un poco de ti en esto…
Alfredo bajó la mirada, entendía lo que el otro quería decirle— es que… no sabía qué hacer…
Martín sintió un cúmulo de emociones en su pecho, desde la decepción, la ira, hasta la frustración y tristeza, porque se imaginó que sería algo especial o eso quiso creer.
—No… no es tu culpa —dijo al fin—, pero creo que esto… —buscó la mirada de Alfredo—, no funcionará entre nosotros.
Esas palabras golpearon a Alfredo y sintió que se quedaba sin aire.
—Será mejor que me vaya —Martín se puso de pie—, olvidemos este día, Fredy… sigamos siendo amigos y ya…
Alfredo quería negarse, quería suplicar por otra oportunidad, quería tratar de enmendar su error, pero eso haría que su amistad también se tambaleara o en el peor de los casos, se destruyera por completo; no quería que Martín se sintiera presionado, así que debía rendirse.
—De acuerdo —asintió el castaño—, lamento haberlo arruinado —sintió que sus ojos se llenaron de lágrimas, pero evitó parpadear para no llorar—. Pero… antes de que te vayas…
Alfredo se puso de pie y sacó de su saco una cajita, acercándosela al otro.
—¿Qué es esto? —preguntó Martín, sin entender.
—Esto es lo que había comprado hace años —el castaño se mordió el labio—. Sé que no te quedará —se alzó de hombros—, pero… creí que debías tenerlo, pues desde aquella ocasión, ha estado oculto entre mis cosas…
Martín sujetó el regalo y se dio cuenta que el papel que la envolvía estaba desgastado; era obvio que había pasado mucho tiempo desde que ese pequeño obsequio había sido preparado. Con lentitud la desenvolvió y abrió la cajita del interior; sus ojos observaron el pequeño anillo que estaba ahí. El color metálico plateado, hacía que las siete pequeñas piedras que formaban un arcoíris, brillaran más.
—Esto… —Martín se quedó sin habla.
—Desde que te conozco, dices que te gustan las flores, porque tienen todos los colores, como el arcoíris, aunque lamentablemente, tienen un tempo de vida corto, igual que ese fenómeno, después de la lluvia —Alfredo sonrió—. En aquella ocasión, junté ese dinero para comprarte ese anillo arcoíris —confesó—, pero no pude dártelo…
El moreno sacó el anillo de la cajita y lo observó a detalle; era una joya hermosa, seguramente le había costado mucho a Alfredo conseguirla en aquel entonces, pues se notaba que era cara, pese a que era pequeña. La argolla no le quedaría ni siquiera en su dedo meñique, así que, no podría usarla aunque quisiera y en ese momento, deseaba ponérsela.
Sin poder evitarlo, las lágrimas cayeron de sus ojos— ¿por qué me haces esto? —preguntó a media voz.
—¿Qué cosa? —indagó el castaño, sin entender.
—Si me hubiera quedado con la idea de que solo eras un idiota, que no te importaba más que tus otras conquistas, hubiera sido más fácil rechazarte —confesó, levantando el rostro—, ¡¿cómo puedo rechazarte después de saber que has guardado esto por años?! —preguntó desesperado.
Alfredo sonrió con tristeza y luego abrazó a Martín; el moreno empezó a llorar contra el hombro del otro.
—No quiero que te sientas presionado a aceptarme —Alfredo acarició el cabello negro—, no tienes que hacerlo por compromiso —negó—. Si no puedes quererme… Yo lo entiendo.
—¡Eres un idiota! —Martín se aferró con fuerza al cuerpo de su compañero—. Te quiero… Te he querido desde hace años… ¡pero quería obligarme a rechazarte! —confesó—. Cualquier excusa iba a servir, pero ahora… ¡no puedo!
—Entonces, no me rechaces —Alfredo se apartó y le besó la nariz—. Sé que soy un idiota y todos dicen que soy poco confiable —admitió con media sonrisa—, pero no me importa lo que otros crean, porque al único que le tengo que demostrar lo serio que puedo ser, es a ti —acarició la mejilla de Martín y limpió las lágrimas—, pero como eres al único que he amado de verdad, no sé… no sé cómo comportarme contigo… —admitió—. Por eso, lo único que te puedo pedir es… paciencia.
Martín rió y negó— eres la persona a la que más paciencia le he tenido en mi vida —dijo en medio de sollozos.
—Si es así, ¿me darás otra oportunidad?
Martín suspiró— de acuerdo, te daré otra oportunidad… pero si la próxima vez, dejas que alguien más haga las cosas por ti, no volveremos a tocar este tema, ¿de acuerdo?
—Entendido…
Alfredo intentó besar a Martin y este le puso la mano en la boca— ¡no me presiones! —regañó—. No estoy listo para eso…
—¡¿Por qué?! —preguntó el castaño—. Me quieres, te quiero, ¿qué te lo impide?
—Antes de cualquier cosa, te harás exámenes para saber que no tienes ninguna enfermedad…
—¡Estoy limpio!
—¡No me consta! —Martín negó y se apartó—. Además, primero tengo que asegurarme que puedes estar sin retozar con otras personas, antes de pasar a la siguiente fase.
Alfredo suspiró— está bien —dijo derrotado, pero entendía que debía ganarse la confianza antes de pasar a otra cosa.
El tiempo pasó, Alfredo y Martín iniciaron una relación, pero no había nada más que algunos abrazos y besos en la mejilla.
Martín y Margarita acompañaron a la familia Chávez a la boda de Julián y Agustín, además, Alfredo se quedaría en la capital por lo de su maestría, así que el moreno se despediría de su pareja allá. Cuando se vieron el ultimo día, fue la primera vez que Martín accedió a darle un beso en la boca a Alfredo; el castaño por fin pudo probarlos labios de su novio, ya que no se había atrevido a besarlo para no molestarlo, pero era a todo lo que podía aspirar ese día.
Mientras Alfredo hacía su maestría, Martín seguía en el jardín botánico; se hablaban todos los días, hacían video llamadas en la noche y Alfredo estuvo a punto de devolverse varias veces, porque decía que lo extrañaba, pero era el moreno quien lo calmaba, diciéndole que el tiempo iba a pasar.
Nuevamente, el catorce de febrero llegó.
Alfredo estaba molesto ese día, ya que, aunque quiso volver a su hogar, para estar con Martín, no podía dejar sus estudios, así que le había propuesto festejarlo un fin de semana después; Martín aceptó aunque no parecía muy feliz.
—¡Fredy! —Ramiro llegó hasta él—. ¡Hermano, necesito un favor!
—No —negó el castaño.
—¡Todavía no sabes ni qué es!
Alfredo tomó el maletín de su laptop— tú y los demás, se quedaron sin lugar dónde hacer su fiesta de San Valentín y no pienso prestarles mi departamento, para que lleven a sus conquistas a coger.
—¡¿Cómo te enteraste?!
—Andan tan desesperados buscando, que ya me han preguntado varias veces —levantó una ceja—. Y no, no pienso prestárselos, porque ya sabes que no voy a participar, porque tengo novio —deletreó.
—¡Pero es una emergencia!
—Nein —negó en alemán con frialdad, ya que era un idioma extranjero extra que aprendía por su escuela y dio media vuelta.
—Podría morir mañana, aplastado por un camión, ¡¿no me cumplirías mi último deseo?! —presionó su amigo.
—Los últimos deseos se piden cuando estás desahuciado, no con la supuesta hipótesis de morir por un accidente —Alfredo lo miró molesto por encima de su hombro—, así que, no.
—¡Tu novio no se enterará! —Ramiro se hincó frente al castaño—. ¡Por favor! ¡Solo esta vez! ¡Amigo! ¡Compadre! ¡Hermano!
Alfredo se cruzó de brazos y sonrió— me encanta que me rueguen, pero lee mis labios, no —repitió y rodeó a su amigo.
—¡¿Cuántas veces puedes disfrutar una fiesta con chicas hermosas?! —preguntó con desespero—.¡Te vas a arrepentir de no disfrutar esta oportunidad!
—Lo dudo —Alfredo negó—. Me arrepentiría más si te apoyo con esto, créeme… Bis bald!
Alfredo salió del recinto donde tenía sus clases de maestría y fue a su automóvil.
«Está loco si piensa que arriesgaré mi relación por una calentura… ya suficiente diversión tuve hace años…» pensó divertido, mientras encendía el automóvil para ir a su casa.
Después de diez minutos de trayecto, Alfredo llegó al edificio dónde vivía; saludó a los guardias y tomó el elevador. Llegó al piso dónde vivía y fue directamente a su departamento; al abrir la puerta, le llamó la atención la música que había.
—¡¿Qué demonios…?! —entró de inmediato y se encontró con el lugar lleno de flores, la mesa estaba puesta para una comida y el ambiente tenía un olor dulce.
—Buenas tardes, Fredy —la voz lo sorprendió, ya que no esperaba ver a esa persona ahí.
—¡Martín! —una enorme sonrisa se dibujó en su rostro y corrió hasta abrazarlo—. ¡¿Qué haces aquí?! —preguntó emocionado, sin soltarlo.
—Quería darte una sorpresa —el moreno lo abrazó—. Aunque Juls y Guti, tuvieron que ayudarme con los guardias del edificio, porque no me querían dejar pasar sin antes avisarte —rió.
—¡¿Por qué no me dijiste que vendrías?! —el castaño se apartó y lo miró a los ojos—. Hubiera faltado a clases para esperarte.
—Contaba con ese tiempo para preparar este lugar —Martín se alzó de hombros—. Me tocaba preparar este día.
Alfredo recargó la frente contra el otro— no tenías que hacerlo —negó.
Las manos de Martín se movieron y lo sujetaron de las mejillas, se acercó y lo besó en los labios con suavidad, después bajó por el cuello, aferrándose a los hombros, esperando que el otro tomara el control de ese beso. Alfredo se dio cuenta de la situación y bajó las manos hasta la cintura de su novio, mientras aumentaba la intensidad del beso, tratando de satisfacer toda esa necesidad del otro, que lo tenía al borde de la locura. Cuando se separaron, Alfredo estaba emocionado y Martín se sentía un poco inquieto, casi asustado, porque no había pensado en esa situación.
—Ah… ¿quieres comer? —preguntó con nervios.
—Por supuesto —asintió el castaño con rapidez.
—Espero no te moleste, pero me instalé en el otro cuarto, porque me quedaré unos días.
—Está bien —asintió Alfredo, sin soltarlo.
—¿No preguntas por qué? —Martín levantó una ceja.
—No importa —el castaño negó—, te quedarás aquí, conmigo, eso es lo importante.
El moreno sonrió— sí, es importante, porque vine a inscribirme en una maestría en botánica —anunció—, así que, tal vez, necesite asilo por un tiempo.
Alfredo sonrió más ampliamente— ¡eres más que bienvenido! —señaló, besando los labios una vez más, solo que con suavidad.
Martín tembló ante ese nuevo toque y lo apartó— ve… ve a lavarte las manos… Yo voy sirviendo la comida.
Alfredo le besó la nariz— voy a cambiarme y vuelvo…
El castaño se apartó y fue de inmediato a su habitación, ya que quería ponerse cómodo; Martín por su parte, respiró profundamente, tratando de calmar su acelerado corazón. No quería admitirlo, pero esos meses lejos de Alfredo, le habían ocasionado muchos nervios; lo extrañaba mucho y en ocasiones se arrepentía de no haber avanzado más en la relación, tenía miedo de que Alfredo se encontrara con alguien más y lo olvidara, por eso se sentía inseguro, pero con ese recibimiento, las dudas desaparecieron.
Mientras llevaba los platos a la mesa, escuchó el sonido del celular, proveniente del maletín que su novio había dejado en el sillón. Fue hasta él y observó que se había perdido una llamada.
—¿Ramiro? —su voz fue un murmullo al leer el nombre.
Tembló; el miedo de descubrir algo impropio lo invadió, así que decidió dejar el celular de lado y fingir que no había visto nada, pero los mensajes empezaron a llegar. Las manos del moreno temblaron y titubeó, pero su curiosidad pudo más, así que, intentó desbloquear el celular de su pareja, dándose cuenta que tenía la misma contraseña.
«Aun puedo dejarlo de lado y olvidarlo… si no es nada malo, me lo contará»
Pero la duda lo llevó a abrir los mensajes y leerlos.
Martín y Margarita acompañaron a la familia Chávez a la boda de Julián y Agustín, además, Alfredo se quedaría en la capital por lo de su maestría, así que el moreno se despediría de su pareja allá. Cuando se vieron el ultimo día, fue la primera vez que Martín accedió a darle un beso en la boca a Alfredo; el castaño por fin pudo probarlos labios de su novio, ya que no se había atrevido a besarlo para no molestarlo, pero era a todo lo que podía aspirar ese día.
Mientras Alfredo hacía su maestría, Martín seguía en el jardín botánico; se hablaban todos los días, hacían video llamadas en la noche y Alfredo estuvo a punto de devolverse varias veces, porque decía que lo extrañaba, pero era el moreno quien lo calmaba, diciéndole que el tiempo iba a pasar.
Nuevamente, el catorce de febrero llegó.
Alfredo estaba molesto ese día, ya que, aunque quiso volver a su hogar, para estar con Martín, no podía dejar sus estudios, así que le había propuesto festejarlo un fin de semana después; Martín aceptó aunque no parecía muy feliz.
—¡Fredy! —Ramiro llegó hasta él—. ¡Hermano, necesito un favor!
—No —negó el castaño.
—¡Todavía no sabes ni qué es!
Alfredo tomó el maletín de su laptop— tú y los demás, se quedaron sin lugar dónde hacer su fiesta de San Valentín y no pienso prestarles mi departamento, para que lleven a sus conquistas a coger.
—¡¿Cómo te enteraste?!
—Andan tan desesperados buscando, que ya me han preguntado varias veces —levantó una ceja—. Y no, no pienso prestárselos, porque ya sabes que no voy a participar, porque tengo novio —deletreó.
—¡Pero es una emergencia!
—Nein —negó en alemán con frialdad, ya que era un idioma extranjero extra que aprendía por su escuela y dio media vuelta.
—Podría morir mañana, aplastado por un camión, ¡¿no me cumplirías mi último deseo?! —presionó su amigo.
—Los últimos deseos se piden cuando estás desahuciado, no con la supuesta hipótesis de morir por un accidente —Alfredo lo miró molesto por encima de su hombro—, así que, no.
—¡Tu novio no se enterará! —Ramiro se hincó frente al castaño—. ¡Por favor! ¡Solo esta vez! ¡Amigo! ¡Compadre! ¡Hermano!
Alfredo se cruzó de brazos y sonrió— me encanta que me rueguen, pero lee mis labios, no —repitió y rodeó a su amigo.
—¡¿Cuántas veces puedes disfrutar una fiesta con chicas hermosas?! —preguntó con desespero—.¡Te vas a arrepentir de no disfrutar esta oportunidad!
—Lo dudo —Alfredo negó—. Me arrepentiría más si te apoyo con esto, créeme… Bis bald!
Alfredo salió del recinto donde tenía sus clases de maestría y fue a su automóvil.
«Está loco si piensa que arriesgaré mi relación por una calentura… ya suficiente diversión tuve hace años…» pensó divertido, mientras encendía el automóvil para ir a su casa.
Después de diez minutos de trayecto, Alfredo llegó al edificio dónde vivía; saludó a los guardias y tomó el elevador. Llegó al piso dónde vivía y fue directamente a su departamento; al abrir la puerta, le llamó la atención la música que había.
—¡¿Qué demonios…?! —entró de inmediato y se encontró con el lugar lleno de flores, la mesa estaba puesta para una comida y el ambiente tenía un olor dulce.
—Buenas tardes, Fredy —la voz lo sorprendió, ya que no esperaba ver a esa persona ahí.
—¡Martín! —una enorme sonrisa se dibujó en su rostro y corrió hasta abrazarlo—. ¡¿Qué haces aquí?! —preguntó emocionado, sin soltarlo.
—Quería darte una sorpresa —el moreno lo abrazó—. Aunque Juls y Guti, tuvieron que ayudarme con los guardias del edificio, porque no me querían dejar pasar sin antes avisarte —rió.
—¡¿Por qué no me dijiste que vendrías?! —el castaño se apartó y lo miró a los ojos—. Hubiera faltado a clases para esperarte.
—Contaba con ese tiempo para preparar este lugar —Martín se alzó de hombros—. Me tocaba preparar este día.
Alfredo recargó la frente contra el otro— no tenías que hacerlo —negó.
Las manos de Martín se movieron y lo sujetaron de las mejillas, se acercó y lo besó en los labios con suavidad, después bajó por el cuello, aferrándose a los hombros, esperando que el otro tomara el control de ese beso. Alfredo se dio cuenta de la situación y bajó las manos hasta la cintura de su novio, mientras aumentaba la intensidad del beso, tratando de satisfacer toda esa necesidad del otro, que lo tenía al borde de la locura. Cuando se separaron, Alfredo estaba emocionado y Martín se sentía un poco inquieto, casi asustado, porque no había pensado en esa situación.
—Ah… ¿quieres comer? —preguntó con nervios.
—Por supuesto —asintió el castaño con rapidez.
—Espero no te moleste, pero me instalé en el otro cuarto, porque me quedaré unos días.
—Está bien —asintió Alfredo, sin soltarlo.
—¿No preguntas por qué? —Martín levantó una ceja.
—No importa —el castaño negó—, te quedarás aquí, conmigo, eso es lo importante.
El moreno sonrió— sí, es importante, porque vine a inscribirme en una maestría en botánica —anunció—, así que, tal vez, necesite asilo por un tiempo.
Alfredo sonrió más ampliamente— ¡eres más que bienvenido! —señaló, besando los labios una vez más, solo que con suavidad.
Martín tembló ante ese nuevo toque y lo apartó— ve… ve a lavarte las manos… Yo voy sirviendo la comida.
Alfredo le besó la nariz— voy a cambiarme y vuelvo…
El castaño se apartó y fue de inmediato a su habitación, ya que quería ponerse cómodo; Martín por su parte, respiró profundamente, tratando de calmar su acelerado corazón. No quería admitirlo, pero esos meses lejos de Alfredo, le habían ocasionado muchos nervios; lo extrañaba mucho y en ocasiones se arrepentía de no haber avanzado más en la relación, tenía miedo de que Alfredo se encontrara con alguien más y lo olvidara, por eso se sentía inseguro, pero con ese recibimiento, las dudas desaparecieron.
Mientras llevaba los platos a la mesa, escuchó el sonido del celular, proveniente del maletín que su novio había dejado en el sillón. Fue hasta él y observó que se había perdido una llamada.
—¿Ramiro? —su voz fue un murmullo al leer el nombre.
Tembló; el miedo de descubrir algo impropio lo invadió, así que decidió dejar el celular de lado y fingir que no había visto nada, pero los mensajes empezaron a llegar. Las manos del moreno temblaron y titubeó, pero su curiosidad pudo más, así que, intentó desbloquear el celular de su pareja, dándose cuenta que tenía la misma contraseña.
«Aun puedo dejarlo de lado y olvidarlo… si no es nada malo, me lo contará»
Pero la duda lo llevó a abrir los mensajes y leerlos.
Ramiro 15:22
Fredy, por favor, respóndeme! en serio, te necesito! no seas malo, conmigo! ya me hinqué delante de ti qué más tengo qué hacer? |
Los mensajes hicieron que Martín temblara y una infinidad de tonterías llegaron a su mente, pensando que Alfredo tenía a alguien más; su novio ya le había hablado de un tal Ramiro, pero esos mensajes le sonaban muy extraños.
Ramiro 15:24
Wey, sé que tienes novio sé que eres más fiel que un perro a veces pienso que eres cura y decidiste vivir en celibato, pero otros no somos así |
—¿De qué diablos habla? —se preguntó el moreno.
Ramiro 15:26
Por favor Fredy, préstanos tu depa prometo que lo limpiaremos necesitamos dónde hacer la fiesta y tú necesitas diversión |
—¿Una fiesta? ¿Rechazó una fiesta? —se preguntó con debilidad.
—¿Qué haces?
La voz de Alfredo en su espalda, consiguió sobresaltar a Martin, quien soltó el celular y cayó al piso.
—Lo siento… yo… es que…
Alfredo caminó hasta él y agarró su celular, mismo que no había sufrido daño, porque tenía su protector, pero en la pantalla estaban los mensajes de su amigo.
—¿Estabas leyendo mis mensajes? —preguntó el castaño.
—Lo siento, Fredy yo…
—Es Ramiro —anunció el castaño—, el compañero de la maestría de quien te hablé —sonrió—. Estaban preparando una fiesta para este día, pero no sé qué pasó, que se quedaron sin la casa dónde la iban a hacer —explicó—. Me estuvo suplicando para que los dejara usar mi depa, que bueno que les dije que no, si no, hubieran arruinado tu sorpresa…
Alfredo empezó a teclear, para responder el mensaje.
—¿Qué haces?
La voz de Alfredo en su espalda, consiguió sobresaltar a Martin, quien soltó el celular y cayó al piso.
—Lo siento… yo… es que…
Alfredo caminó hasta él y agarró su celular, mismo que no había sufrido daño, porque tenía su protector, pero en la pantalla estaban los mensajes de su amigo.
—¿Estabas leyendo mis mensajes? —preguntó el castaño.
—Lo siento, Fredy yo…
—Es Ramiro —anunció el castaño—, el compañero de la maestría de quien te hablé —sonrió—. Estaban preparando una fiesta para este día, pero no sé qué pasó, que se quedaron sin la casa dónde la iban a hacer —explicó—. Me estuvo suplicando para que los dejara usar mi depa, que bueno que les dije que no, si no, hubieran arruinado tu sorpresa…
Alfredo empezó a teclear, para responder el mensaje.
Ramiro 15:26
Por favor Fredy, préstanos tu depa prometo que lo limpiaremos necesitamos dónde hacer la fiesta y tú necesitas diversión |
Fredy 15:30 Lo siento, Ramiro, pero mi novio llegó de visita, ahora menos que nunca, puedo prestarles mi depa Ah y no molestes! |
Después de enviar el mensaje, silenció el teléfono y lo lanzó al sillón.
—¡Ya está! —dijo divertido.
Martín se mordió el labio— lo siento —se disculpó—, no debí…
Alfredo movió la mano y puso el dedo en los labios del otro— no digas nada —negó—. Está bien, ¿sí?
Martín se sentía mal; quería confiar en Alfredo, pero los celos, el miedo y la duda lo habían atormentado todo ese tiempo y no pudo evitar caer en ese error, de leer sus cosas.
—No debí leer tus mensajes…
Alfredo sonrió y lo abrazó— puedes leerlos, puedes usar mi teléfono, no tengo nada que ocultarte.
—¿Y esa fiesta? —el moreno lo miró de soslayo.
—Desde el principio dije que no iría —Alfredo negó y se puso enfrente de su pareja—. No quiero arriesgarme a que dudes de mi —lo miró a los ojos—. Sé que ahorita, no solo ante ti, sino ante mis padres y hermanos, estoy en un periodo de prueba, como los drogadictos cuando están en rehabilitación —se burló—, por eso no voy a cometer estupideces, porque quiero demostrarte que soy digno de confianza, ¿de acuerdo?
Martín se sintió culpable, ya que él había dudado del otro, pero se daba cuenta que sus pensamientos eran por él mismo, debido a que se reprimió desde un principio.
—Así que… ¿tu amigo piensa que eres un sacerdote que vive en el celibato?
Alfredo rió— no he tenido nada que ver, con nadie, desde que somos novios —se alzó de hombros—. Mis compañeros salen a divertirse casi todos los días y tienen aventuras, a pesar de que algunos tienen pareja —confesó—. Yo siempre rechazo esas salidas, por eso en ocasiones se burlan de mí, pero no me importa.
Martín lo observó; a pesar de que seguían en contacto, no se había dado cuenta de que Alfredo había madurado tanto y eso le gustaba. Le gustaba esa nueva faceta que había despertado y que lo cautivaba como nunca antes pensó; ya no le parecía un idiota, ahora le parecía encantador.
—Fredy… —musitó y se acercó a pasar las manos por el cuello del otro, ofreciéndole sus labios.
Alfredo lo recibió y besó los labios con delicadeza, pero se apartó un poco— ¿no vamos a comer?
Martín negó y buscó un nuevo beso— hoy vas a romper con el celibato… —susurró ansioso.
Esas palabras sorprendieron al otro— ¡¿qué?! —preguntó sin poder creerlo.
—Ya escuchaste, no me hagas repetirlo…
—¿Estás seguro?
—Solo hagámoslo —señaló Martín—, porque si dudo, te quedaras otro año sin sexo…
Alfredo no volvió a preguntar, besó a su novio y luego lo llevó a la habitación principal; por fin, ambos estaban listos para pasar al siguiente nivel de su relación y el castaño no se iba a reprimir, después de todo, había estado deseando eso desde mucho tiempo atrás.
—¡Ya está! —dijo divertido.
Martín se mordió el labio— lo siento —se disculpó—, no debí…
Alfredo movió la mano y puso el dedo en los labios del otro— no digas nada —negó—. Está bien, ¿sí?
Martín se sentía mal; quería confiar en Alfredo, pero los celos, el miedo y la duda lo habían atormentado todo ese tiempo y no pudo evitar caer en ese error, de leer sus cosas.
—No debí leer tus mensajes…
Alfredo sonrió y lo abrazó— puedes leerlos, puedes usar mi teléfono, no tengo nada que ocultarte.
—¿Y esa fiesta? —el moreno lo miró de soslayo.
—Desde el principio dije que no iría —Alfredo negó y se puso enfrente de su pareja—. No quiero arriesgarme a que dudes de mi —lo miró a los ojos—. Sé que ahorita, no solo ante ti, sino ante mis padres y hermanos, estoy en un periodo de prueba, como los drogadictos cuando están en rehabilitación —se burló—, por eso no voy a cometer estupideces, porque quiero demostrarte que soy digno de confianza, ¿de acuerdo?
Martín se sintió culpable, ya que él había dudado del otro, pero se daba cuenta que sus pensamientos eran por él mismo, debido a que se reprimió desde un principio.
—Así que… ¿tu amigo piensa que eres un sacerdote que vive en el celibato?
Alfredo rió— no he tenido nada que ver, con nadie, desde que somos novios —se alzó de hombros—. Mis compañeros salen a divertirse casi todos los días y tienen aventuras, a pesar de que algunos tienen pareja —confesó—. Yo siempre rechazo esas salidas, por eso en ocasiones se burlan de mí, pero no me importa.
Martín lo observó; a pesar de que seguían en contacto, no se había dado cuenta de que Alfredo había madurado tanto y eso le gustaba. Le gustaba esa nueva faceta que había despertado y que lo cautivaba como nunca antes pensó; ya no le parecía un idiota, ahora le parecía encantador.
—Fredy… —musitó y se acercó a pasar las manos por el cuello del otro, ofreciéndole sus labios.
Alfredo lo recibió y besó los labios con delicadeza, pero se apartó un poco— ¿no vamos a comer?
Martín negó y buscó un nuevo beso— hoy vas a romper con el celibato… —susurró ansioso.
Esas palabras sorprendieron al otro— ¡¿qué?! —preguntó sin poder creerlo.
—Ya escuchaste, no me hagas repetirlo…
—¿Estás seguro?
—Solo hagámoslo —señaló Martín—, porque si dudo, te quedaras otro año sin sexo…
Alfredo no volvió a preguntar, besó a su novio y luego lo llevó a la habitación principal; por fin, ambos estaban listos para pasar al siguiente nivel de su relación y el castaño no se iba a reprimir, después de todo, había estado deseando eso desde mucho tiempo atrás.
Martín temblaba, sabía que al irse a vivir con Alfredo, llegaría el día en que darían ese paso, pero aunque se había hecho a esa idea, él nunca había estado con nadie antes y no sabía qué hacer con exactitud, solo esperaba que el otro lo guiara. Por su parte, el castaño abrazó a su pareja, apenas cruzaron el umbral de la habitación y lo besó en los labios con lentitud, disfrutando la caricia con calma, disfrutando el sabor de la boca del otro, un sabor dulce para él.
Entre besos y caricias sutiles por encima de la ropa, llegaron a la cama y Alfredo recostó a Martín sobre ella, colocándose encima, sin dejar de besarlo. Una mano del castaño se movía por el costado del otro y fue por eso que sintió como se estremecía., así que se apartó para verlo a los ojos.
—¿Tienes miedo? —preguntó en un susurro, buscando la mirada de su pareja.
—Sí —admitió Martín con nervios.
Alfredo sonrió y besó la punta de la nariz de Martín— si no estás listo, podemos esperar.
El moreno se aferró a la camisa con fuerza y negó— no quiero esperar —confesó—, pero no quiero mentirte… estoy nervioso porque nunca… bueno… ya sabes —rió tímidamente.
—Te entiendo —el castaño acarició la mejilla del otro y luego le dio un beso suave, antes de moverse hasta el oído del otro—. Entonces, ¿quieres hacerlo o prefieres que yo lo haga?
Martín frunció el ceño— ¿a qué…? ¿A qué te refieres?
La risa de Alfredo se escuchó— pregunto que si quieres ser pasivo o activo, Coctelito.
Las mejillas del moreno ardieron ante esas palabras y mordió su labio inferios; sabía lo que el otro quería decir, porque se había informado de esas relaciones, pero aún le era vergonzoso hablar de ello, aun así, se dio ánimo.
—Creí que… tú eras activo en tus otras relaciones…
—Lo era —asintió Alfredo con seguridad—, pero contigo, seré lo que desees…
Martín sintió que el aire escapaba de sus pulmones a la par que un gemido salía de su boca; esa declaración le había hecho estremecer.
Alfredo bajó al cuello y besó la piel— en esta relación, tu tomarás las decisiones, Coctelito… —sentenció sin dejar lugar a dudas de que estaba dispuesto a hacer lo que el otro quisiera, así como esperó pacientemente para ese momento.
Martin expuso su cuello para el otro y se hundió en el colchón, cerrando los parpados y dejándose llevar por el momento— yo… yo… —suspiró—. Seré el… pasivo —señaló arqueando la espalda, al recibir una ligera mordida cerca de su clavícula, después de que su pareja apartara un poco la tela que cubría esa parte.
—Cómo desees…
Alfredo movió con destreza sus manos y empezó a quitar toda la ropa que le estorbaba, repartiendo besos en el cuerpo de Martín, sintiendo como la piel se erizaba ante sus roces, besos, lamidas y chupetones.
Martín cerró sus ojos y dejó que Alfredo lo guiara; sentía que estaba flotando y cada caricia que recibía, lo hacía suspirar. No se imaginó que el otro sería tan delicado, pues ya había visto videos de sexo gay y todos los activos eran agresivos normalmente, así que era otra de las razones por las que tenía miedo, más ese temor, lentamente estaba desapareciendo.
En cuanto el cuerpo quedó completamente desnudo contra el colchón, Alfredo se quitó la camisa y el pantalón, antes de seguir con sus atenciones. Acarició las piernas con las yemas de sus dedos y acercó el rostro al vientre de su pareja, sonriendo divertido al ver la erección despierta por lo que había hecho con anterioridad; repartió besos hasta llegar al miembro erecto y lo lamió juguetonamente, logrando que Martín gritara y se aferrara fuertemente a la almohada que estaba bajo su cabeza-
—¡Fredy!
Las piernas del moreno se movieron inquietas, pero Alfredo las sujetó con firmeza, para poder seguir estimulándolo con la boca, sin problema.
Martín arqueaba la espalda y gemía con fuerza. Ya se había masturbado, pero la sensación de la boca tibia, la lengua juguetona y la saliva sobre la sensible piel de su pene, le estaban haciendo perder la cordura con suma facilidad y no comprendía el por qué.
Alfredo succiono con presteza y aprovechó para acumular una cantidad considerable de saliva en su boca, liberándola lentamente, para que resbalara por las ingles y testículos, bajando hacia el lugar que quería preparar para invadir en poco tiempo.
Martin sintió el líquido tibio escurriendo por su piel, causándole algo de inquietud, pero al sentir que Alfredo alejaba una mano de su muslo y luego un dedo travieso en su entrada, los nervios volvieron.
—Fredy… Fredy… —llamó sintiendo que perdía el aliento—. Tengo miedo —musitó sintiendo que sus ojos se humedecían.
Alfredo se apartó del miembro y levantó el rostro— todo estará bien, Coctelito —sonrió—, lo haremos despacio, si te dele me detengo, lo prometo, ¿de acuerdo?
El moreno tembló, pero asintió rápidamente; quería confiar en el otro así que, si le dolía, o si al menos le incomodaba un poco, le diría para que se detuviera. Al menos eso quería creer, pero cuando su pareja volvió a chupar su pene, su mente volvió a ponerse en blanco.
Alfredo palpó la virginal abertura con lentitud, dándose cuenta que efectivamente, estaba estrecha, quizá ese día no podría llegar a penetrar a Martín, pero quería que el moreno disfrutara, así que al menos lo haría llegar al orgasmo. Con sumo cuidado, su dedo medio se avió paso, ingresando al cuerpo, tratando de no forzar a su pareja. Martin sintió al intruso y se tensó, pero se dio cuenta que el dígito lo acariciaba lenta y delicadamente, así que trató de relajarse, si imaginar que al hacerlo, le permitiría llegar a un lugar que no sabía podía darle tanto placer.
El grito y gemido de Martin, le indicaron a Alfredo que había llegado al punto exacto para que el moreno disfrutara de ese momento; su dedo presionó y acarició la protuberancia, a la par que su boca seguía succionando el miembro con deseo.
Martin no aguantó más y llegó al orgasmo; arqueó la espalda, apretó la almohada entre sus manos y todos sus músculos se contrajeron. Dejó de razonar, parecía haber tocado el cielo y aun estaba en las nubes; jamás había tenido un orgasmo tan intenso, ni se imaginaba que eso podía sentirse con la estimulación adecuada.
Alfredo tragó el semen del otro y apartó lentamente la mano, cuando sintió que el cuerpo se relajaba un poco; relamió sus labios y se incorporó, yendo al rostro de Martín, besándolo en los labios con amor.
—¿Cómo se sintió?
El moreno aun no recuperaba el aliento, tenía la comisura de su boca húmeda por la saliva, su rostro empapado por algunas lágrimas de placer y una sonrisa ilusionada en sus labios.
—Deli… cioso —confesó entre suspiros.
—Te dejaré descansar —el castaño besó los labios.
—No —negó lentamente—. Sigue… —pidió casi en una súplica.
—¿Seguro, Coctelito? —preguntó dubitativo—. Te ves cansado —le acarició la mejilla—, seguro el viaje fue pesado, si es por mí, no te preocupes, yo puedo esperar…
—No… —Martín negó—. Estoy bien… —sonrió débilmente—. En… En realidad… Estoy siendo egoísta… —confesó—. Quiero disfrutar todo… —movió las manos con pesadez y las pasó por la nuca del otro—. Por favor, Fredy…
La mirada deseosa hizo que el castaño pasara saliva; realmente se estaba aguantando las ganas de saltarle encima a Martín, porque quería respetarlo, pero el otro se le estaba ofreciendo de una forma tan dulce que estaba por perder la razón también, pero no quería arruinar ese momento ni la primera experiencia para su pareja, así que debía tomarlo con calma.
—De acuerdo —sonrió—. Solo déjame tomar la loción que uso para masturbarme, servirá como lubricante.
Martín dejó caer las manos a los costados de su rostro; estaba cansado, pero quería llegar al final. Alfredo se movió hasta la orilla de la cama y sacó el botecito, luego volvió hasta su pareja, lo hizo girar, puso una almohada bajo la cadera y vertió una gran cantidad del líquido viscoso entre las nalgas. El moreno suspiró y cerró los parpados al sentir las manos acariciarlo y nuevamente un dedo intruso se abrió paso con mayor facilidad, ya que estaba húmedo, impregnado por esa loción y no solo eso, sino que cada que salía por completo y volvía a entrar, parecía que introducía más y más humedad.
Los gemidos de Martin empezaron a escucharse más audiblemente, ya que primero estaba mordiendo la tela de la funda de la almohada, pero después se apartó y empezó a gemir y respirar agitadamente, a la par que su cintura se arqueaba y sus manos apretaban las sabanas.
—Coctelito —Alfredo se recostó sobre la espalda del otro—. Los siento, pero no tengo condones, no he tenido relaciones, así que no he comprado —explicó—, lo meteré, pero no terminaré dentro, de acuerdo.
—No —Martín negó.
—¿No quieres que lo meta sin condón? —preguntó el castaño.
—No, tonto —Martín volvió a n que lo metas, pero no lo saques, ¿entiendes?
Alfredo pasó saliva— quieres que… ¿termine dentro? —preguntó aun sin creerlo.
El moreno asintió— sí —dijo en un murmullo—. Quiero saber… que se siente —señaló, mirando al otro por encima de su hombro.
El castaño se sorprendió por esa indicación y asintió de manera automática; dejó de pensar y su cuerpo se limitó a actuar por instinto. Apartó inmediatamente los dedos del interior del cuerpo del otro y le abrió las nalgas, observando el delicado anillo ya dilatado; relamió sus labios y acercó su erección despierta a ese lugar.
Había soñado muchas veces con ese momento, aunque durante años le había parecido una fantasía irrealizable, pero ahora estaba ahí, al alcance de sus manos y no solo quería disfrutarla, sino que deseaba que Martín quedara completamente satisfecho por él, así que, iba a demostrarle cuanto lo amaba y deseaba en ese momento.
El moreno sintió cuando el otro iba entrando en su cuerpo y abrió los ojos con sorpresa; solo había visto el miembro de Alfredo por encima de su ropa interior o traje de baño, pero sabía que era enorme, aun así, aunque sentía la incomodidad y dificultad del otro al entrar, no había dolor, al contrario.
Las manos de Alfredo se colocaron encima de las de Martín y entrelazaron los dedos.
—Relájate, Coctelito —susurró Alfredo cerca de la nuca de su pareja—, apenas entró la punta…
—Es… difícil —admitió el moreno, pero respiró profundamente y soltó el aire, tratando de relajar su cuerpo por completo.
El castaño pudo ingresar con mayor facilidad, no solo porque Martin se relajó, sino por el líquido viscoso que había empapado las paredes internas de su pareja, aun así, lo hizo lentamente, tratando de acostumbrarlo; tardó un poco en entrar por completo, pero cuando lo hizo, se quedó un momento quieto, esperando a que su novio recobrara el aliento.
Martin respiraba agitado y por momentos su cuerpo se estremecía y su interior se contraía, apresando el miembro de Alfredo, algo que lo hacía gemir de placer al sentirse completamente lleno por el otro; no había imaginado que se sintiera tan bien, pues solo había pensado en que sería doloroso y difícil de disfrutar al menos la primera vez, pero era todo lo contrario.
Alfredo besó los hombros y nuca de Martín, moviendo la cadera lentamente en círculos, esperando pacientemente hasta que se adecuara tanto a la longitud, como al grosor de su sexo. Momentos después, se sintió más confiado.
—Me moveré —anunció—, si te duele, dime y me detengo —pasó la lengua por el cuello—. Si te gusta, dime si lo quieres más fuerte o más lento…
—Mjú —asintió Martín, perdido en el momento.
Por fin, Alfredo se apartó un poco de la espalda, alejó sus manos de las de Martín y se afianzó en el colchón. Movió su cadera, saliendo de la tibia cavidad que lo envolvía y escuchó el gemido del otro, largo y placentero; entró con lentitud y Martin gimió ahogadamente, pero expuso más su cuerpo, levantando ligeramente su trasero, para darle más libertad de movimiento al otro.
Poco a poco, Alfredo tomó un ritmo más rápido, entrando y saliendo; Martin lo disfrutó, tanto, que empezó a pedir más, poco a poco, lo exigía como si su vida dependiera de ello, por lo que Alfredo tuvo el deseo de complacerlo, pero también quería cumplir su fantasía y debía aprovechar ese momento.
El castaño se detuvo, salió del cuerpo de su amante sin dejarlo reaccionar y lo hizo girar, dejándolo con la espalda contra el colchón. Martin lo miró confundido y apenas pudo reaccionar, cuando Alfredo le abrió las piernas, se acomodó entre ellas y lo penetró de nuevo. El grito escapó de la garganta del moreno y de inmediato, empezó a gemir con desespero; se sentía vulnerable al ser observado en ese momento por el otro, porque, aunque no podía verse, sabía que su rostro no podía ocultar el placer que sentía.
Alfredo disfrutaba de la vista que tenía. El gesto que el rostro de Martín tenía, no se lo había imaginado ni en sus más locos sueños; su carita húmeda por las lágrimas de placer, sus labios con una sonrisa soñadora y su mirada perdida, le daban un aire completamente erótico, aunado a los movimientos involuntarios de su cuerpo, en reacción a las embestidas que recibía, lo hacían parecer un delicado muñequito que se rompería en cualquier momento.
—Mi amor… —Alfredo besó los labios de Martín y el moreno le correspondió con desespero.
Cuando se apartaron, el moreno gritó— ¡Ya! ¡Voy a…!
Pasó la mano por su boca y mordió sus nudillos, al momento en que todo su cuerpo se contraía, apresando a Alfredo con tanta fuerza que evitó que se moviera y su sexo palpitó, liberando el semen en su vientre. Tembló de pies a cabeza, sus piernas se extendieron y su espalda se arqueó; el tiempo pareció detenerse para él y sintió que estaba en el paraíso.
Alfredo observó el gesto de infinito placer de Martín y sonrió complacido, pero él aun no terminaba, así que, volvió a moverse, logrando hacer que el otro volviera a gemir, aunque débilmente.
—Sé que estás cansado —señaló el castaño—, pero no te preocupes, no me falta mucho —anuncio y lo sujetó de la cadera, mientras se inclinaba a besar el cuello del otro.
Martín no pudo responder, solo cerró los parpados y disfrutó de la situación; aunque su cuerpo no respondía, podía sentir cómo su pareja lo llenaba y le parecía una sensación exquisita. Hubiera querido abrazarlo, besarlo y corresponder las caricias que recibía, mientras era poseído pero en ese momento, le era imposible.
Alfredo no quiso postergar más su orgasmo, realmente quería llenar a Martín de su esencia, justo como había soñado durante tanto tiempo, así que aumentó el ritmo de sus embestidas y poco después, ahogó un gemido, contra el cuello de su amante. Martin sintió como el miembro del castaño palpitaba en su interior y finalmente algo caliente se vertía en sus entrañas; suspiró y relajó su cuerpo, recibiéndolo con placer.
Ambos se quedaron en silencio un momento, aunque Martin se quedó completamente inmóvil y Alfredo empezó a repartir besos y caricias en la piel que tenía cerca de sus labios y manos.
—Te amo, Martín —dijo el castaño en un susurro y se movió hasta los labios del otro, para besarlo con devoción.
Martín intentó corresponder el beso, pero estaba cansado, soñoliento y lo hizo con torpeza— te amo… Fredy —musitó.
Alfredo se emocionó; Martín le había dicho que lo quería, que también se sentía atraído por él desde hacía mucho tiempo y que obviamente, le gustaba, pero aunque él le decía que lo amaba, jamás había tenido un “te amo” como respuesta a uno suyo.
—Coctelito… —susurró y lo besó una vez más—. Descansa, debes estar exhausto —movió la mano y quitó unos mechones negros del rostro.
—Un poco —Martín sonrió y bostezó—. Pero quiero más…
—Yo también —admitió el castaño—, pero primero descansamos y luego disfrutamos, para que estés en tus cinco sentidos.
El moreno rió débilmente— y… si en mis cinco sentidos… ¿quiero ser el activo? —preguntó divertido.
—Te complaceré —Alfredo besó el hombro que tenía cerca—, todo lo que quieras, haré…
Esa respuesta dejó satisfecho al otro, por lo que sonrió débilmente— lo pensaré —bostezó una vez más—, por ahora… solo quiero… dormir.
Alfredo asintió, depositó un beso fugaz en los labios del moreno y se apartó lentamente, para no lastimarlo, ni incomodarlo. Martín se dio cuenta cuando su novio se apartó y sintió la falta de calidez, pero cuando Alfredo lo cubrió con las mantas y lo abrazó, acurrucándose con él, por lo que el moreno se dejó llevar por esa nueva tibieza. Le gustaba que el otro lo consintiera, le gustaba que lo tratara de esa manera y que fuera tan atento, pero no lo decía por vergüenza, pero podría acostumbrarse a ello en poco tiempo, aunque tardaría más en demostrarlo abiertamente.
Había dudado que lo que Alfredo sentía por él era amor, pero desde la primera cita, el castaño se esforzó por demostrarle que sus sentimientos eran reales y ese día pudo darse cuenta que era sincero, así que debía admitir los suyos también, aunque para eso, tendría que esperar a despertar, pues el sueño lo estaba invadiendo con rapidez.
Por su parte, Alfredo acariciaba la espalda de su pareja y besaba de cuando en cuando los mechones negros; no quería dormir, porque temía despertar y que el otro no estuviera, pero debía confiar en que por fin, podían estar juntos ya que estaba seguro que lo que sentía por Martin, desde mucho tiempo antes de iniciar su relación, era amor, aunque tardó en darse valor para confesarlo.
Entre besos y caricias sutiles por encima de la ropa, llegaron a la cama y Alfredo recostó a Martín sobre ella, colocándose encima, sin dejar de besarlo. Una mano del castaño se movía por el costado del otro y fue por eso que sintió como se estremecía., así que se apartó para verlo a los ojos.
—¿Tienes miedo? —preguntó en un susurro, buscando la mirada de su pareja.
—Sí —admitió Martín con nervios.
Alfredo sonrió y besó la punta de la nariz de Martín— si no estás listo, podemos esperar.
El moreno se aferró a la camisa con fuerza y negó— no quiero esperar —confesó—, pero no quiero mentirte… estoy nervioso porque nunca… bueno… ya sabes —rió tímidamente.
—Te entiendo —el castaño acarició la mejilla del otro y luego le dio un beso suave, antes de moverse hasta el oído del otro—. Entonces, ¿quieres hacerlo o prefieres que yo lo haga?
Martín frunció el ceño— ¿a qué…? ¿A qué te refieres?
La risa de Alfredo se escuchó— pregunto que si quieres ser pasivo o activo, Coctelito.
Las mejillas del moreno ardieron ante esas palabras y mordió su labio inferios; sabía lo que el otro quería decir, porque se había informado de esas relaciones, pero aún le era vergonzoso hablar de ello, aun así, se dio ánimo.
—Creí que… tú eras activo en tus otras relaciones…
—Lo era —asintió Alfredo con seguridad—, pero contigo, seré lo que desees…
Martín sintió que el aire escapaba de sus pulmones a la par que un gemido salía de su boca; esa declaración le había hecho estremecer.
Alfredo bajó al cuello y besó la piel— en esta relación, tu tomarás las decisiones, Coctelito… —sentenció sin dejar lugar a dudas de que estaba dispuesto a hacer lo que el otro quisiera, así como esperó pacientemente para ese momento.
Martin expuso su cuello para el otro y se hundió en el colchón, cerrando los parpados y dejándose llevar por el momento— yo… yo… —suspiró—. Seré el… pasivo —señaló arqueando la espalda, al recibir una ligera mordida cerca de su clavícula, después de que su pareja apartara un poco la tela que cubría esa parte.
—Cómo desees…
Alfredo movió con destreza sus manos y empezó a quitar toda la ropa que le estorbaba, repartiendo besos en el cuerpo de Martín, sintiendo como la piel se erizaba ante sus roces, besos, lamidas y chupetones.
Martín cerró sus ojos y dejó que Alfredo lo guiara; sentía que estaba flotando y cada caricia que recibía, lo hacía suspirar. No se imaginó que el otro sería tan delicado, pues ya había visto videos de sexo gay y todos los activos eran agresivos normalmente, así que era otra de las razones por las que tenía miedo, más ese temor, lentamente estaba desapareciendo.
En cuanto el cuerpo quedó completamente desnudo contra el colchón, Alfredo se quitó la camisa y el pantalón, antes de seguir con sus atenciones. Acarició las piernas con las yemas de sus dedos y acercó el rostro al vientre de su pareja, sonriendo divertido al ver la erección despierta por lo que había hecho con anterioridad; repartió besos hasta llegar al miembro erecto y lo lamió juguetonamente, logrando que Martín gritara y se aferrara fuertemente a la almohada que estaba bajo su cabeza-
—¡Fredy!
Las piernas del moreno se movieron inquietas, pero Alfredo las sujetó con firmeza, para poder seguir estimulándolo con la boca, sin problema.
Martín arqueaba la espalda y gemía con fuerza. Ya se había masturbado, pero la sensación de la boca tibia, la lengua juguetona y la saliva sobre la sensible piel de su pene, le estaban haciendo perder la cordura con suma facilidad y no comprendía el por qué.
Alfredo succiono con presteza y aprovechó para acumular una cantidad considerable de saliva en su boca, liberándola lentamente, para que resbalara por las ingles y testículos, bajando hacia el lugar que quería preparar para invadir en poco tiempo.
Martin sintió el líquido tibio escurriendo por su piel, causándole algo de inquietud, pero al sentir que Alfredo alejaba una mano de su muslo y luego un dedo travieso en su entrada, los nervios volvieron.
—Fredy… Fredy… —llamó sintiendo que perdía el aliento—. Tengo miedo —musitó sintiendo que sus ojos se humedecían.
Alfredo se apartó del miembro y levantó el rostro— todo estará bien, Coctelito —sonrió—, lo haremos despacio, si te dele me detengo, lo prometo, ¿de acuerdo?
El moreno tembló, pero asintió rápidamente; quería confiar en el otro así que, si le dolía, o si al menos le incomodaba un poco, le diría para que se detuviera. Al menos eso quería creer, pero cuando su pareja volvió a chupar su pene, su mente volvió a ponerse en blanco.
Alfredo palpó la virginal abertura con lentitud, dándose cuenta que efectivamente, estaba estrecha, quizá ese día no podría llegar a penetrar a Martín, pero quería que el moreno disfrutara, así que al menos lo haría llegar al orgasmo. Con sumo cuidado, su dedo medio se avió paso, ingresando al cuerpo, tratando de no forzar a su pareja. Martin sintió al intruso y se tensó, pero se dio cuenta que el dígito lo acariciaba lenta y delicadamente, así que trató de relajarse, si imaginar que al hacerlo, le permitiría llegar a un lugar que no sabía podía darle tanto placer.
El grito y gemido de Martin, le indicaron a Alfredo que había llegado al punto exacto para que el moreno disfrutara de ese momento; su dedo presionó y acarició la protuberancia, a la par que su boca seguía succionando el miembro con deseo.
Martin no aguantó más y llegó al orgasmo; arqueó la espalda, apretó la almohada entre sus manos y todos sus músculos se contrajeron. Dejó de razonar, parecía haber tocado el cielo y aun estaba en las nubes; jamás había tenido un orgasmo tan intenso, ni se imaginaba que eso podía sentirse con la estimulación adecuada.
Alfredo tragó el semen del otro y apartó lentamente la mano, cuando sintió que el cuerpo se relajaba un poco; relamió sus labios y se incorporó, yendo al rostro de Martín, besándolo en los labios con amor.
—¿Cómo se sintió?
El moreno aun no recuperaba el aliento, tenía la comisura de su boca húmeda por la saliva, su rostro empapado por algunas lágrimas de placer y una sonrisa ilusionada en sus labios.
—Deli… cioso —confesó entre suspiros.
—Te dejaré descansar —el castaño besó los labios.
—No —negó lentamente—. Sigue… —pidió casi en una súplica.
—¿Seguro, Coctelito? —preguntó dubitativo—. Te ves cansado —le acarició la mejilla—, seguro el viaje fue pesado, si es por mí, no te preocupes, yo puedo esperar…
—No… —Martín negó—. Estoy bien… —sonrió débilmente—. En… En realidad… Estoy siendo egoísta… —confesó—. Quiero disfrutar todo… —movió las manos con pesadez y las pasó por la nuca del otro—. Por favor, Fredy…
La mirada deseosa hizo que el castaño pasara saliva; realmente se estaba aguantando las ganas de saltarle encima a Martín, porque quería respetarlo, pero el otro se le estaba ofreciendo de una forma tan dulce que estaba por perder la razón también, pero no quería arruinar ese momento ni la primera experiencia para su pareja, así que debía tomarlo con calma.
—De acuerdo —sonrió—. Solo déjame tomar la loción que uso para masturbarme, servirá como lubricante.
Martín dejó caer las manos a los costados de su rostro; estaba cansado, pero quería llegar al final. Alfredo se movió hasta la orilla de la cama y sacó el botecito, luego volvió hasta su pareja, lo hizo girar, puso una almohada bajo la cadera y vertió una gran cantidad del líquido viscoso entre las nalgas. El moreno suspiró y cerró los parpados al sentir las manos acariciarlo y nuevamente un dedo intruso se abrió paso con mayor facilidad, ya que estaba húmedo, impregnado por esa loción y no solo eso, sino que cada que salía por completo y volvía a entrar, parecía que introducía más y más humedad.
Los gemidos de Martin empezaron a escucharse más audiblemente, ya que primero estaba mordiendo la tela de la funda de la almohada, pero después se apartó y empezó a gemir y respirar agitadamente, a la par que su cintura se arqueaba y sus manos apretaban las sabanas.
—Coctelito —Alfredo se recostó sobre la espalda del otro—. Los siento, pero no tengo condones, no he tenido relaciones, así que no he comprado —explicó—, lo meteré, pero no terminaré dentro, de acuerdo.
—No —Martín negó.
—¿No quieres que lo meta sin condón? —preguntó el castaño.
—No, tonto —Martín volvió a n que lo metas, pero no lo saques, ¿entiendes?
Alfredo pasó saliva— quieres que… ¿termine dentro? —preguntó aun sin creerlo.
El moreno asintió— sí —dijo en un murmullo—. Quiero saber… que se siente —señaló, mirando al otro por encima de su hombro.
El castaño se sorprendió por esa indicación y asintió de manera automática; dejó de pensar y su cuerpo se limitó a actuar por instinto. Apartó inmediatamente los dedos del interior del cuerpo del otro y le abrió las nalgas, observando el delicado anillo ya dilatado; relamió sus labios y acercó su erección despierta a ese lugar.
Había soñado muchas veces con ese momento, aunque durante años le había parecido una fantasía irrealizable, pero ahora estaba ahí, al alcance de sus manos y no solo quería disfrutarla, sino que deseaba que Martín quedara completamente satisfecho por él, así que, iba a demostrarle cuanto lo amaba y deseaba en ese momento.
El moreno sintió cuando el otro iba entrando en su cuerpo y abrió los ojos con sorpresa; solo había visto el miembro de Alfredo por encima de su ropa interior o traje de baño, pero sabía que era enorme, aun así, aunque sentía la incomodidad y dificultad del otro al entrar, no había dolor, al contrario.
Las manos de Alfredo se colocaron encima de las de Martín y entrelazaron los dedos.
—Relájate, Coctelito —susurró Alfredo cerca de la nuca de su pareja—, apenas entró la punta…
—Es… difícil —admitió el moreno, pero respiró profundamente y soltó el aire, tratando de relajar su cuerpo por completo.
El castaño pudo ingresar con mayor facilidad, no solo porque Martin se relajó, sino por el líquido viscoso que había empapado las paredes internas de su pareja, aun así, lo hizo lentamente, tratando de acostumbrarlo; tardó un poco en entrar por completo, pero cuando lo hizo, se quedó un momento quieto, esperando a que su novio recobrara el aliento.
Martin respiraba agitado y por momentos su cuerpo se estremecía y su interior se contraía, apresando el miembro de Alfredo, algo que lo hacía gemir de placer al sentirse completamente lleno por el otro; no había imaginado que se sintiera tan bien, pues solo había pensado en que sería doloroso y difícil de disfrutar al menos la primera vez, pero era todo lo contrario.
Alfredo besó los hombros y nuca de Martín, moviendo la cadera lentamente en círculos, esperando pacientemente hasta que se adecuara tanto a la longitud, como al grosor de su sexo. Momentos después, se sintió más confiado.
—Me moveré —anunció—, si te duele, dime y me detengo —pasó la lengua por el cuello—. Si te gusta, dime si lo quieres más fuerte o más lento…
—Mjú —asintió Martín, perdido en el momento.
Por fin, Alfredo se apartó un poco de la espalda, alejó sus manos de las de Martín y se afianzó en el colchón. Movió su cadera, saliendo de la tibia cavidad que lo envolvía y escuchó el gemido del otro, largo y placentero; entró con lentitud y Martin gimió ahogadamente, pero expuso más su cuerpo, levantando ligeramente su trasero, para darle más libertad de movimiento al otro.
Poco a poco, Alfredo tomó un ritmo más rápido, entrando y saliendo; Martin lo disfrutó, tanto, que empezó a pedir más, poco a poco, lo exigía como si su vida dependiera de ello, por lo que Alfredo tuvo el deseo de complacerlo, pero también quería cumplir su fantasía y debía aprovechar ese momento.
El castaño se detuvo, salió del cuerpo de su amante sin dejarlo reaccionar y lo hizo girar, dejándolo con la espalda contra el colchón. Martin lo miró confundido y apenas pudo reaccionar, cuando Alfredo le abrió las piernas, se acomodó entre ellas y lo penetró de nuevo. El grito escapó de la garganta del moreno y de inmediato, empezó a gemir con desespero; se sentía vulnerable al ser observado en ese momento por el otro, porque, aunque no podía verse, sabía que su rostro no podía ocultar el placer que sentía.
Alfredo disfrutaba de la vista que tenía. El gesto que el rostro de Martín tenía, no se lo había imaginado ni en sus más locos sueños; su carita húmeda por las lágrimas de placer, sus labios con una sonrisa soñadora y su mirada perdida, le daban un aire completamente erótico, aunado a los movimientos involuntarios de su cuerpo, en reacción a las embestidas que recibía, lo hacían parecer un delicado muñequito que se rompería en cualquier momento.
—Mi amor… —Alfredo besó los labios de Martín y el moreno le correspondió con desespero.
Cuando se apartaron, el moreno gritó— ¡Ya! ¡Voy a…!
Pasó la mano por su boca y mordió sus nudillos, al momento en que todo su cuerpo se contraía, apresando a Alfredo con tanta fuerza que evitó que se moviera y su sexo palpitó, liberando el semen en su vientre. Tembló de pies a cabeza, sus piernas se extendieron y su espalda se arqueó; el tiempo pareció detenerse para él y sintió que estaba en el paraíso.
Alfredo observó el gesto de infinito placer de Martín y sonrió complacido, pero él aun no terminaba, así que, volvió a moverse, logrando hacer que el otro volviera a gemir, aunque débilmente.
—Sé que estás cansado —señaló el castaño—, pero no te preocupes, no me falta mucho —anuncio y lo sujetó de la cadera, mientras se inclinaba a besar el cuello del otro.
Martín no pudo responder, solo cerró los parpados y disfrutó de la situación; aunque su cuerpo no respondía, podía sentir cómo su pareja lo llenaba y le parecía una sensación exquisita. Hubiera querido abrazarlo, besarlo y corresponder las caricias que recibía, mientras era poseído pero en ese momento, le era imposible.
Alfredo no quiso postergar más su orgasmo, realmente quería llenar a Martín de su esencia, justo como había soñado durante tanto tiempo, así que aumentó el ritmo de sus embestidas y poco después, ahogó un gemido, contra el cuello de su amante. Martin sintió como el miembro del castaño palpitaba en su interior y finalmente algo caliente se vertía en sus entrañas; suspiró y relajó su cuerpo, recibiéndolo con placer.
Ambos se quedaron en silencio un momento, aunque Martin se quedó completamente inmóvil y Alfredo empezó a repartir besos y caricias en la piel que tenía cerca de sus labios y manos.
—Te amo, Martín —dijo el castaño en un susurro y se movió hasta los labios del otro, para besarlo con devoción.
Martín intentó corresponder el beso, pero estaba cansado, soñoliento y lo hizo con torpeza— te amo… Fredy —musitó.
Alfredo se emocionó; Martín le había dicho que lo quería, que también se sentía atraído por él desde hacía mucho tiempo y que obviamente, le gustaba, pero aunque él le decía que lo amaba, jamás había tenido un “te amo” como respuesta a uno suyo.
—Coctelito… —susurró y lo besó una vez más—. Descansa, debes estar exhausto —movió la mano y quitó unos mechones negros del rostro.
—Un poco —Martín sonrió y bostezó—. Pero quiero más…
—Yo también —admitió el castaño—, pero primero descansamos y luego disfrutamos, para que estés en tus cinco sentidos.
El moreno rió débilmente— y… si en mis cinco sentidos… ¿quiero ser el activo? —preguntó divertido.
—Te complaceré —Alfredo besó el hombro que tenía cerca—, todo lo que quieras, haré…
Esa respuesta dejó satisfecho al otro, por lo que sonrió débilmente— lo pensaré —bostezó una vez más—, por ahora… solo quiero… dormir.
Alfredo asintió, depositó un beso fugaz en los labios del moreno y se apartó lentamente, para no lastimarlo, ni incomodarlo. Martín se dio cuenta cuando su novio se apartó y sintió la falta de calidez, pero cuando Alfredo lo cubrió con las mantas y lo abrazó, acurrucándose con él, por lo que el moreno se dejó llevar por esa nueva tibieza. Le gustaba que el otro lo consintiera, le gustaba que lo tratara de esa manera y que fuera tan atento, pero no lo decía por vergüenza, pero podría acostumbrarse a ello en poco tiempo, aunque tardaría más en demostrarlo abiertamente.
Había dudado que lo que Alfredo sentía por él era amor, pero desde la primera cita, el castaño se esforzó por demostrarle que sus sentimientos eran reales y ese día pudo darse cuenta que era sincero, así que debía admitir los suyos también, aunque para eso, tendría que esperar a despertar, pues el sueño lo estaba invadiendo con rapidez.
Por su parte, Alfredo acariciaba la espalda de su pareja y besaba de cuando en cuando los mechones negros; no quería dormir, porque temía despertar y que el otro no estuviera, pero debía confiar en que por fin, podían estar juntos ya que estaba seguro que lo que sentía por Martin, desde mucho tiempo antes de iniciar su relación, era amor, aunque tardó en darse valor para confesarlo.
Y al final, si tuvo lemon!
Lo siento, chicos de Patreon, no se los anexé porque esto fue a última hora (literal, estaba por publicar cuando lo escribí XD)
Esta historia es complicada, ya que es un Spin off, de otro Spin off (el señor Osito puso cara de WTF! cuando le dije) pero muchos querían saber si Fredy y Martín eran algo más y la verdad, yo también me emocioné con ellos XD
Ahora si, por ahora, espero que con esto se satisfaga su curiosidad con Fredy y Martín,
espero que hayan disfrutado la lectura y no leemos pronto!
Lo siento, chicos de Patreon, no se los anexé porque esto fue a última hora (literal, estaba por publicar cuando lo escribí XD)
Esta historia es complicada, ya que es un Spin off, de otro Spin off (el señor Osito puso cara de WTF! cuando le dije) pero muchos querían saber si Fredy y Martín eran algo más y la verdad, yo también me emocioné con ellos XD
Ahora si, por ahora, espero que con esto se satisfaga su curiosidad con Fredy y Martín,
espero que hayan disfrutado la lectura y no leemos pronto!
Nota 1: desde el sellito de Kesito, es un anexo de último momento XD (si, todo el lemon lo escribí la misma madrugada de la publicación aquí, en el blog)
Nota 2: les dejo los links de las canciones que cantó el mariachi y sus títulos, por si les interesan, aunque como son canciones viejas, pues tal vez no les gusten mucho, pero bueno, ahi está, por cultura general.
Perdóname: https://www.youtube.com/watch?v=S-zeKuEO4iE
Te vengo a buscar: https://www.youtube.com/watch?v=5Fh_oKYDWxc
Te lo pido por favor: https://www.youtube.com/watch?v=i46n5Gz0df4
Si quieres: https://www.youtube.com/watch?v=fPfwLhDwjVs
Perdóname: https://www.youtube.com/watch?v=U174Q4OFvgI
Me gustas: https://www.youtube.com/watch?v=csa-Y8d7ZWk
La mitad que me faltaba: https://www.youtube.com/watch?v=8Eaquhm0fCs
Nota 2: les dejo los links de las canciones que cantó el mariachi y sus títulos, por si les interesan, aunque como son canciones viejas, pues tal vez no les gusten mucho, pero bueno, ahi está, por cultura general.
Perdóname: https://www.youtube.com/watch?v=S-zeKuEO4iE
Te vengo a buscar: https://www.youtube.com/watch?v=5Fh_oKYDWxc
Te lo pido por favor: https://www.youtube.com/watch?v=i46n5Gz0df4
Si quieres: https://www.youtube.com/watch?v=fPfwLhDwjVs
Perdóname: https://www.youtube.com/watch?v=U174Q4OFvgI
Me gustas: https://www.youtube.com/watch?v=csa-Y8d7ZWk
La mitad que me faltaba: https://www.youtube.com/watch?v=8Eaquhm0fCs
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