Julián y Agustín habían llegado a la ciudad, a medio día.
Aunque el castaño tenía todas las facilidades de usar el hotel de Alejandro, para quedarse toda su estancia en ese lugar, había decidido hacerlo en la casa de sus padres, a menos que algo malo ocurriera.
Así, después de descender del avión, rentó un automóvil y ambos partieron a su destino.
Julián manejaba sin el GPS, pues conocía esas calles bien, a pesar de haber salido de esa ciudad desde muchos años atrás. Agustín observaba con curiosidad; aunque no era una gran urbe, como la ciudad capital, era obvio que el lugar era mucho más grande que dónde él vivió.
—¿Por qué te fuiste de aquí? —preguntó el pelinegro, mientras recorrían una avenida.
—Me fui a estudiar a la capital, porque al ser una ciudad más grande, habría mayores oportunidades —respondió el otro con rapidez.
—Esta ciudad también se ve grande —comentó el otro con rapidez.
—Se ve, pero realmente no lo es —Julián negó—. Esta ciudad se mantiene del turismo, está rodeada de varios pueblos indígenas y hay atracciones naturales, que hace dieciocho años, eran desperdiciadas —lo miró de soslayo—. Por eso, la mejor opción para Miguel, para mí y después, para dos de mis hermanos, fue irnos a estudiar a otro lugar —señaló con seriedad—. Poco a poco, tanto el gobierno como inversionistas privados, han aprovechado lo que hay, para mejorar esta ciudad, que es la que puede proporcionar comodidad y conecta a todas las comunidades o atracciones, proporcionando recorridos turísticos.
—Y después, ¿por qué no regresaste? —Agustín lo miró con curiosidad.
—En la universidad conocí a Alejandro…
Al escuchar al castaño decir “Alejandro” con tanta familiaridad, Agustín se sobresaltó.
—Empecé a trabajar con él y tanto Miguel como yo, decidimos quedarnos en la capital —Julián le restó importancia—. Cuando él se enteró de nuestro origen, le interesó esta ciudad para expandir sus hoteles también.
—¿Por eso el señor de León tiene un hotel aquí?
—Sí, así es —Julián asintió.
—Comprendo…
El silencio volvió a reinar. Agustín observaba curioso por el vidrio de la ventana y Julián seguía las calles con seguridad, como si hubiera pasado toda su vida ahí y las conociera como la palma de su mano.
Después de un largo camino, dónde recorrieron casi por completo la ciudad de un lado a otro, llegaron a una colonia que tenía casas y terrenos grandes; aunque era obvio que las construcciones ya tenían mucho tiempo, estaban bien cuidadas.
—Esta es una de las primeras colonias que hubo en la ciudad —comentó Julián—. Tiene su historia, pero a diferencia de las nuevas, las casas de aquí, son grandes.
—Parecen mansiones —musitó Agustín al ver las casas.
Julián negó— son casas normales —dijo sin ánimo, pues para él, una mansión era la que tenía Alejandro.
—Para ti lo serán —Agustín habló con sarcasmo—, para mí, son más de lo que siquiera podría necesitar.
—Ah… ¿sí? —Julián levantó una ceja—. ¿Qué es lo que tú necesitas realmente?
—Un cuarto, una cama, mis consolas y contigo a mi lado, es más que suficiente para ser feliz el resto de mi vida —respondió el pelinegro con orgullo.
Julián contuvo la risa; esa era una de las cosas que le gustaban de Agustín, que era muy modesto y nada codicioso; «diferente a todos los demás…» pensó con tranquilidad.
Momentos después, el automóvil se estacionó frente al portón de una enorme casa; Julián apagó el motor y se quitó el cinturón.
—Llegamos —dijo con su clásica seriedad.
Desde que el automóvil se detuvo, Agustín miraba hacia la propiedad, con ojos de asombro; a comparación de la modesta casa que había sido de su abuela y a la cual, habían ido antes, ese lugar era tan gigantesco, no solo la construcción, sino por el terreno, que quizá podía albergar dos casas iguales y aun así, tendría mucho patio.
—¡¿Tu familia vive aquí?! —aun sin creerlo.
El mayor levantó una ceja— sí, por algo vinimos aquí —respondió con obviedad—, anda, de seguro nos están esperando, ya que les dije que vendría y traería compañía.
—¿Compañía?
—No quise decirles por teléfono, que traería a mi pareja, quiero decírselos de frente.
Agustín sonrió— bien, supongo que ya no me puedo arrepentir.
—Después de aceptar casarte conmigo, no, no te puedes arrepentir —el castaño sonrió con cinismo.
—¡¿Cuándo acepté eso?! —preguntó Agustín con susto.
—Anoche, antenoche, la noche anterior a esa, y la anterior… y todas las noches desde mi cumpleaños.
El color del pelinegro, se fue de su rostro— ¡eso no cuenta! —dijo con nervios y se cruzó de brazos, ladeando el rostro, evitando la mirada de su pareja—. No estaba en mis cinco sentidos —aseguró.
Julián entornó los ojos, «esa no es excusa» pensó con cansancio.
El castaño se movió, estiró el brazo y sujeto del frente de la camisa a Agustín, jalándolo con tanta rapidez que lo sorprendió; sin darle tiempo a nada, lo besó con demanda en los labios, consiguiendo que el otro correspondiera a la caricia, casi de inmediato. Fue un beso largo, profundo, con el que Agustín sintió que todo su cuerpo se relajaba tanto, al punto de imaginarse que se convertía en gelatina.
Julián se alejó momentos después de su novio y colocó la frente contra la suya— ¿te vas a casar conmigo por las buenas o tengo que obligarte, Guti? —preguntó fríamente.
Agustín respiraba agitado, pero al escuchar la voz grave de su pareja sintió que tenía mariposas en su estómago, se mordió el labio y finalmente sonrió tontamente— sí, me caso… —respondió en un murmullo.
—De acuerdo —el mayor sonrió complacido—. Ahora sí estás en tus cinco sentidos y no te podrás echar para atrás después.
La risa nerviosa del pelinegro, inundó el interior del vehículo— siendo honestos, estando a solas contigo, jamás estoy en mis cinco sentidos —suspiró—, pero… —movió su mano y acarició la mejilla del castaño, antes de besar suavemente los labios, en una caricia sutil—. Creo que así estoy muy bien… —confesó, ya que eso era verdad para él.
Julián levantó una ceja. Pocas veces Agustín se mostraba tan cariñoso en público, especialmente porque siempre se mantenía en su papel del trabajo, pero debía admitir que esas actitudes le fascinaban.
—Podría aprovecharme de eso —amenazó.
—Ya lo haces… es una de las cosas que me gustan de ti… — confesó el menor con un dejo de picardía.
Esa mirada cómplice, esa sonrisa juguetona y especialmente las palabras de Agustín, hicieron dudar a Julián; el castaño entrecerró los ojos, desvió la mirada y puso la mano en el volante, pensando seriamente.
—¿Qué pasa? —preguntó Agustín, al ver la seriedad en el rostro de su pareja.
—Estoy pensando si entrar a la casa de mis padres o llevarte al hotel —respondió con cinismo—, ellos pueden esperar, pero puede ser que yo tenga problemas para aguantar… —le hizo un ademán con el rostro.
Agustín bajó la mirada y se dio cuenta de la erección del otro, consiguiendo que sus mejillas se tiñeran de rojo; levantó el rostro y miró con susto a Julián— creo que debemos entrar a conocer a tus padres —abrió la puerta de inmediato, tratando de huir
—¿Por qué tanta prisa, Guti? —el mayor lo alcanzó a sujetar de la muñeca, antes de que saliera.
Agustín tembló— porque… Porque yo sí necesito un poco de descanso —pasó la mano por su cadera—, desde tu cumpleaños, todos los días has querido “regalo” y aunque no parezca, necesito reponer energías —se excusó con rapidez.
Julián rió— oh, vamos, solo han sido, ¿qué? ¿Cuatro o cinco veces?
—¡Por noche! —exclamó el menor con susto—. ¿Cómo tienes tanta resistencia?
El castaño sonrió complacido— experiencia y práctica, supongo —dijo con un dejo de orgullo.
Ante esas palabras, Agustín frunció el ceño y su rostro se ensombreció— ¿experiencia y práctica?
La forma de hablar de su pareja, puso en alerta a Julián, quien supo de inmediato que había dicho algo inapropiado.
—¿Cuánta experiencia y práctica tienes, Julián? —preguntó el pelinegro en un tono molesto, que denotaba que estaba completamente celoso.
Para Agustín era obvio que Julián no era un santo; sabía de los rumores entre sus compañeros, tanto de las relaciones dentro, como fuera de su grupo, pero no todos eran ciertos, excepto lo de Patricio, más no sabía que tanta experiencia tenía Julián en realidad y eso le causaba algo de conflicto y celos.
El castaño lo liberó de su agarre con suavidad, lo que menos quería era arruinar ese día— no creo que sea bueno hablar de eso en este momento…
—¿Por qué?
—Porque ya nos están esperando —Julián abrió la puerta y salió de inmediato.
Agustín se dio cuenta que su pareja estaba evitando responder, así que salió del automóvil y lo miró por encima del auto— tarde o temprano tendrás que hablarme de eso, Julián —señaló con seriedad.
El mayor se dio cuenta de la clara amenaza, pero se mantuvo sereno— sí, tarde o temprano — accedió, «pero me aseguraré de que sea más tarde de lo que deseas…» pensó y se acercó a su pareja—, ahora, quita esa carita, que no creo que quieras que mis padres y hermanos te conozcan enojado, ¿verdad? —le besó los labios con suavidad—. Podríamos causar mala impresión.
A pesar de estar molesto, ese beso espontaneo, ahí, al aire libre sin necesidad de ocultar sus sentimientos, reconfortó a Agustín por ese momento— está… Está bien —sonrió tontamente—, solo porque no quiero causar mala impresión a los suegros y los cuñados.
Julián sonrió satisfecho; lo sujetó de la mano y entrelazó los dedos con los de Agustín.
A pesar de que antes había tenido relaciones con otras personas, jamás había presentado a nadie con sus padres de manera formal y en ese momento, sentía que Agustín era la persona perfecta para ser parte de su familia, además, estaba seguro de que ellos lo aceptarían sin problemas.
La pareja caminó hasta la puerta y Julián tocó el timbre; Agustín miraba por la puerta de forja y se notaba ansioso, mientras esperaba a que fueran a abrir.
Un hombre se encaminó a la puerta, se miraba joven, para ser el padre de Julián y al no saber quién era, Agustín soltó a su pareja de inmediato, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón.
El castaño se sorprendió— ¿qué ocurre, Guti?
—Creo que, debemos preparar a tu familia, diciéndoles cuál es nuestra relación antes de que nos vean agarrados de la mano —comentó con rapidez.
Julián entrecerró los ojos— voy a presentarte como mi pareja, es normal sujetarte de la mano.
—Es mejor decirles antes y que no se lleve una sorpresa desagradable —dijo con nervios.
Julián soltó el aire, molesto, pero no quiso discutir en ese momento. Ya le había dicho a Agustín que no se preocupara por eso, pues si su familia tenía algo en contra, no le iba a importar en lo más mínimo.
El hombre desconocido llegó a la puerta— ¡Buenas tardes, Julián! —saludó amable, mientras abría el portón con unas llaves.
—Buenas tardes —saludó el castaño con seriedad—. ¿Dónde está mi familia, Martín?
—Están en el patio trasero, cerca de la alberca, esperándolos.
«¡¿Alberca?!» Agustín aguantó la respiración unos momentos.
—Gracias… —el castaño movió la cabeza y luego se dirigió a Agustín—. Guti, él es Martin, es hijo de la señora Margarita, quien ayuda a mi madre desde hace años.
—¡Buenas tardes! —sonrió el chico—. Soy Martín Portillo —se presentó y extendió la mano para el pelinegro.
—Un placer, soy Agustín Ruiz —dijo con rapidez y saludó al otro de mano.
—¡Pasen! —sonrió el chico moreno y les hizo el ademán para permitirles el paso, mientras él cerraba la puerta.
Julián y Agustín iniciaron el trayecto y poco después, el joven los alcanzó— la señora Brenda estaba ansiosa de su llegada —comentó divertido—, ella y mi madre ¡compraron comida para un festín!
Agustín guardó silencio, sabía que ‘Brenda’ era el nombre de la mamá de Julián.
—¿Ya llegaron todos? —preguntó el castaño con rapidez y poco interés.
—¡Por supuesto! Hace unos minutos llegó el que faltaba, tu hermano, Alfredo.
Julián soltó el aire con pesadez, algo que llamó la atención de su pareja, especialmente porque el ambiente se puso pesado.
—Ah… ¿usted trabaja aquí? —preguntó Agustín al joven que los guiaba, solo para decir algo y romper la tensión.
—Solo vengo los fines de semana a ver el jardín de los señores, pero no trabajo aquí en realidad.
—Martín está estudiando botánica —respondió Julián fríamente.
—De hecho, ya terminé mi carrera…
Julián lo miró con asombro— ¿tan pronto?
—Ya tengo veinticinco años —el moreno se alzó de hombros—, hace unos meses, empecé a trabajar en el jardín botánico, de la reserva ecológica.
—¿Hace cuánto tiempo que no venía de visita? —preguntó el castaño, frunciendo el ceño.
Un joven de cabello castaño, muy parecido a Julián, se puso enfrente de los recién llegados de inmediato— un año y seis meses —se escuchó la voz fría—. ¡Ni siquiera viniste a mi maldita graduación! Gracias hermano —las palabras sonaron sarcásticas.
Julián miró al otro con molestia— tenía trabajo, Alfredo, pero le mandé dinero a mi padre, para que te comprara el automóvil que querías.
—Claro, cómo si todo se arreglara con dinero —los ojos castaños del joven miraron al otro con molestia.
Julián respiró profundamente y soltó el aire lentamente, tratando de no hablarle de mala manera a su hermano— estaba fuera del país, no podía venir…
—Siempre tienes excusa de andar fuera del país —reclamó el otro—, como si un ingeniero en sistemas tuviera que salir tanto de viaje, ¡no soy idiota! Simplemente no querías venir a ver cómo me graduaba por mis capacidades intelectuales y no por una beca deportiva, como tú —sonrió triunfal.
—No voy a discutir eso contigo —señaló el mayor y giró el rostro hacia su pareja—. Guti, vamos a ver a mis padres —dijo con rapidez.
—¿Quién es él? —preguntó de inmediato su hermano.
—Es la persona que presentaré a nuestros padres —respondió el mayor molesto—, tu presentación con él, puede espe…
El castaño más joven no permitió que su hermano terminara y se acercó a Agustín— ¡Hola! Soy Alfredo Chávez —extendió la mano—, el hermano menor de este imbécil —señaló a su hermano con el pulgar, de manera despectiva.
—Agustín Ruiz… —respondió el pelinegro y aceptó el saludo de inmediato.
—¡Eres lindo! —sonrió Alfredo.
«¡¿Lindo?!» Agustín se sorprendió por esas palabras y no fue el único, ya que Julián apretó los puños de inmediato.
—Pero creo que… —los ojos castaños buscaron a su hermano—. Al decir que venias a presentar a alguien, mis padres se hicieron otra idea —rió—. Hicieron una comida especial, porque imaginaron que traerías pareja.
Julián sonrió triunfal— tal vez no se equivocaron del todo —señaló, logrando que su hermano se sobresaltara con esas palabras.
—¡¿Qué?!
—Vamos, Guti —Julián caminó hasta su pareja y lo sujetó del brazo con suavidad—, necesito presentarte a mis padres y al resto de mi familia…
Julián guió a Agustín por el camino, mientras Alfredo seguía paralizado; Martín se acercó y sonrió.
—Parece que esta vez, te dejó mudo, Fredy —se burló y siguió a los recién llegados.
Julián y Agustín llegaron al patio trasero, dónde varias personas estaban preparando un asado; dos mujeres jóvenes cuidaban de dos niños que querían meterse a la alberca, mientras una mujer canosa, traía a un bebé en brazos y otra ayudaba a los tres hombres que estaban cerca del asador, con la carne y complementos.
—Buenas tardes… —dijo Julián con voz ronca.
La mujer canosa con el bebé en brazos, sonrió y fue directamente a abrazarlo.
—¡Mi amor! —dijo emocionada—. ¡Por fin llegas!
—Hola, madre… —saludó el castaño, inclinándose a besarle la mejilla y recibir el abrazo, pero parecía un poco reacio a demostrar emociones, incluso con ella.
Agustín se quedó un par de pasos atrás, expectante, observando cómo todos los presentes, se acercaban a saludar a Julián; se miraban emocionados, pero su novio mantenía una actitud estoica.
«Creí que con su familia sería más afectuoso…» pensó el menor, pero era obvio que esa actitud no iba con Julián.
Cuando acabaron los abrazos afectuosos, besos cariñosos e incluso la mujer canosa se limpió las lágrimas, Julián se apartó un poco del pequeño grupo.
—Bueno, permítanme presentarles a Agustín Ruiz —señaló con un ademán al pelinegro y caminó hasta él.
—Oh… —la madre del mayor no pudo evitar su gesto de sorpresa y no fue la única, ya que todos tenían un gesto de completa confusión.
—¡Hola! —finalmente la canosa sonrió y se acercó al invitado—. Soy Brenda Echeverría, madre de Julián —dijo amable, ofreciéndole la mano libre, ya que aún cargaba al bebé.
Agustín pasó saliva— un placer, señora, soy Agustín Ruiz.
Después se acercó el hombre canos y le extendió la mano también— Julián Chávez, padre de Juls —dijo divertido.
—Un gusto… —Agustín se sentía nervioso.
—Disculpa nuestra actitud —rió el hombre—, pero pensábamos que mi hijo nos presentaría hoy a su pareja, porque dijo que traería a alguien importante y… bueno, fue nuestro error dar por hecho las cosas.
—Es lo que estoy haciendo —dijo Julián con su clásica seriedad, llamando la atención de todos los presentes—. Agustín es mi prometido —sentenció, sujetando al pelinegro de la mano.
Agustín sintió que el alma se le iba del cuerpo, especialmente al ver el gesto de todos los demás. Los ojos de todos se abrieron con sorpresa; el silencio reinó entre los presentes, incluso, los niños se mantuvieron en silencio, tras las piernas de las mujeres, escondiéndose.
—¿Prome…? —la madre de Julián observó a Agustín sin poder creerlo.
—¿…tido? —terminó su padre, quien parecía estar en shock.
Agustín sintió que sus piernas no le respondían y apretó la mano de Julián, porque temía que fuera a terminar en el piso. Temía la reacción de la familia de Julián y no quería que eso se convirtiera en un momento desagradable por su presencia.
Brenda respiró profundamente, se giró hacia una de las otras mujeres, le dio el bebé y caminó hacia Agustín, sin decir una sola palabra; al llegar enfrente del recién llegado, le sujetó las manos, apartándolo de su hijo y observó los dedos de manera inquisidora, luego lo miró fijamente a los ojos, como si quisiera leer su mente.
—No traes anillo de compromiso, ¿realmente eres su prometido o solo te dijo que fingieras para que yo no lo presionara para que buscara novia, porque ya tiene treinta y cinco años y podría convertirse en un solterón amargado? —preguntó fríamente.
La mirada, la voz y su actitud, lograron hacer temblar a Agustín; parecía estar viendo a Julián cuando se enojaba.
—Madre, no digas…
—¡Silencio, Julián! —ordenó la mujer y el castaño no dijo más—. Estoy hablando con Agustín —su voz se suavizó al decir el nombre del invitado.
—Ah… —el pelinegro tembló—. Es que… nos acabamos de comprometer —rió nervioso, sin atreverse a alejar las manos del agarre de esa mujer, que aunque menuda, parecía ser la que ordenaba en esa familia—. Pero tenemos cinco meses de novios —mordió su labio.
Con esas palabras, Brenda cambió su gesto a uno compasivo— ¡oh, bebé! —lo abrazó con cariño—. No sé qué le viste a mi hijo, pero lamento que tengas que conformarte con un idiota, frío e insensible.
Agustín se sorprendió por esas palabras.
—Madre, no soy…
Julián no pudo terminar de hablar, ya que su madre se apartó de Agustín y le plantó una bofetada a su hijo, silenciándolo de inmediato.
—No puedo creer que tengas novio desde hace meses y ¡ni siquiera nos hayas avisado! —reclamó molesta—. Y lo peor, ¡¿pedirle que se case contigo sin darle un anillo?! ¡¿Acaso no te dimos una buena educación, Julián Chávez Jr?!
Julián respiró profundamente— no creo que sea necesario un anillo…
—¡¿Qué no es necesario?!
Brenda estuvo a punto de abofetear de nuevo a su hijo, cuando su esposo la abrazó para calmarla—tranquila, mi amor, tranquila, ¿qué va a decir el invitado? —preguntó nervioso.
Mientras Brenda seguía sermoneando a Julián, por no hacer las cosas como las tradiciones mandaban, otro hombre se acercó a Agustín; también con cabello castaño y ojos del mismo color.
—Hola, yo soy Jorge Chávez, hermano de Julián —sonrió, ofreciéndole la mano de manera amistosa.
—Un… un placer —la voz de Agustín apenas se escuchó.
—Y ella es mi esposa Leticia Ortega.
—¡Un placer! —sonrió la chica de cabello negro, largo y ondulado—. Realmente no sé qué le viste a mi cuñado, pero si te hace feliz, está bien, solo recuerda que no es tu única opción, ¿de acuerdo? —se burló.
—Lety… —su esposo la miró de soslayo, pero no podía evitar el gesto burlón, era obvio que pensaba lo mismo que ella, pero no lo diría en voz alta—. Y estos son nuestros hijos, el pequeño Julián de seis años, la pequeña Brenda de cuatro y el bebé Ever, que ya tiene dos —presentó a sus hijos y aunque el bebé no parecía entender nada, pues mantenía la mirada en sus abuelos, los otros dos estaban a la expectativa.
Agustín sonrió y se inclinó— ¡Hola! —extendió la mano—. Soy Agustín, pero pueden decirme Agus.
—El será su tío Agus, niños —añadió Leticia—. ¿Cómo se saluda?
—Hola… tío Agus… —dijeron los dos, aunque la pequeña tenía un poco de dificultad de decir las frases bien.
Agustín sintió que se le derretía el corazón— ah.. yo, Julián no me dijo que tenía sobrinos… —«con trabajo me habló de sus padres y hermanos…» pensó nervioso—. Así que no les traje un presente, pero, les compraré algo en los próximos días, ¿sí?
Los niños sonrieron y asintieron.
—Yo soy Héctor Chávez —se presentó otro hombre castaño—, el tercer hijo de esta familia —dijo divertido— y ella es mi esposa Estefanía Solís.
—¡Un placer, Agustín! —saludó la chica de cabello corto, rojizo—. ¡Bienvenido a la familia! —le estrechó la mano de manera animosa—. En general, somos buenas personas, pero lo malo es que elegiste al ‘amarguetas’ de mi cuñado —rió.
Agustín rió por el comentario, parecía que Julián era la burla de ellos por su carácter.
—Aún no están casados —dijo otra voz que Agustín reconoció, por haberla escuchado antes—. Puede dejar a Julián por mí, ¿qué dices, Agus? —preguntó Alfredo con una sonrisa pícara y moviendo las cejas de manera insinuante.
—Si cambiara a Julián por ti, sería salir de Guatemala, para entrar a Guatepeor —se burló Estefanía.
Alfredo entrecerró los ojos, pero no le respondió nada a su cuñada.
—Mis padres siguen discutiendo con Julián —Jorge rió—, así que me tocará presentarte a la señora Margarita, quien no solo ayuda a nuestra madre, sino que es parte de la familia también, igual que su hijo.
Una mujer menuda se acercó y sonrió amable— buenas tardes, soy Margarita Cota, madre de Martín, el que les abrió la puerta.
—Un gusto conocerla, señora.
En ese momento, Brenda volvía— ven, Bebé —dijo para Agus—, vamos a platicar, seguro tienes hambre —lo guió hacia una mesa y Agustín alcanzó a ver de soslayo que Julián se sobaba la mejilla y su padre le decía algo—, ¿ya está la comida, verdad? —preguntó la canosa para Margarita.
—Solo falta sacar unos trozos de carne y estará todo listo —sonrió la aludida.
—Bien, no queremos que mi futuro yerno pase hambre —dijo emocionada—. Mientras tanto, ¿quieres algo de beber? —ofreció—. ¿Refresco? ¿Agua? ¿Jugo?
—Ah… Agua está bien, gracias señora…
—¡¿Señora?! —la canosa se asustó—. No querido, desde hoy seré mamá Brenda, ¿de acuerdo?
Agustín pasó saliva y sonrió nervioso— creo que… necesito un poco de… tiempo para acostumbrarme a llamarla así…
—Ah, es cierto, nos acabamos de conocer —dijo molesta—. ¡Es tu culpa, Julián Chávez Jr! —gritó para su hijo y el pelinegro se encogió de hombros, porque el grito le causó escalofrío—. Ahora ven, Agus, platiquemos para conocernos mejor.
—Sí, yo quiero conocerlo mejor también—Alfredo se puso del otro lado del pelinegro, sonriendo de manera amistosa.
Brenda miró fríamente a su hijo, con un movimiento rápido se puso entre Agustín y su hijo y le jaló la oreja— ve a ayudar a tu padre y hermanos, Fredy, deja de estar incordiando a la visita, que es novio de tu hermano y si él te golpea, será con justa razón.
—¡Ya, pues! —se quejó el castaño mejor y se sobó la oreja antes de ir hacia donde los demás seguían con la comida.
Brenda se sentó junto con Agustín en una mesa, mientras Estefanía y Leticia seguían cuidando de los niños; las dos mujeres ya habían pasado por esa plática, cuando sus esposos las presentaron con su suegra y sabían que Agustín debía hablar con la matriarca de esa familia, así que debían darles su espacio.
—Bien, Agustín —Brenda lo sujetó de la mano—. Cuéntame de ti, de tu familia…
Agustín pasó saliva y sonrió tristemente— no tengo familia —negó.
—¿No tienes familia? —eso confundió a la canosa.
—Mi padre me abandonó cuando era bebé, no sé dónde esté mi madre —explicó—, mi única familia era mi abuelita y ya falleció —dijo escuetamente—. Así que… estoy solo…
—Oh, Bebé… —Brenda movió la mano y acarició la mejilla de Agustín—. Pero no por estar solo, debes conformarte con Julián…
Agustín se sorprendió por esas palabras.
—No me malentiendas, cariño, es mi hijo y lo quiero —ladeó el rostro—, pero lo conozco y sé que es poco cariñoso y a veces más frío que un témpano de hielo, ya viste ahorita, que lo saludé, ¡él parecía una estatua! —acusó.
Agustín rió— lo sé, pero cuando estamos a solas, es más cariñoso…
—Oh, entonces hay más que noviazgo de “manita sudada” —la canosa sonrió triunfal—, supongo que al menos con eso te mantiene feliz.
Las mejillas del pelinegro se tiñeron de rojo—ah… bueno… yo… es que…
—¿Te ha tratado bien? —preguntó de inmediato la mujer y lo sujetó de la mano, buscando la mirada miel.
Agustín parpadeó y luego asintió— en general… sí.
—¿En general? —Brenda frunció el ceño—. ¿Qué te hizo?
—Ah… es que… hace unas semanas hubo un mal entendido, pero no fue nada… —negó.
—Vamos, Bebé, cuéntame ¿qué te hizo?
La voz de Brenda no dejaba duda de que quería saber la verdad y la obtendría de una u otra manera.
—Ah… bueno… Él no me hizo nada en realidad, solo… —Agustín mordió su labio—. Es que…
—No tengas miedo, no te diré nada, confía en mi —la canosa le sonrió para que le tuviera confianza.
Agustín ejerció un poco de presión en la mano de su suegra, por alguna razón, la calidez de la mano le daba seguridad, casi cómo cuando Julián lo abrazaba— es que… un compañero del trabajo lo besó y yo me enojé…
—¡Con justa razón! —dijo la mujer con asombro.
—Pero me enojé mucho… y lo golpee —se alzó de hombros—. Al tipo ese, no a Julián por supuesto… —especificó.
—¡Bien hecho! —dijo la mujer con orgullo—. ¡Uno debe defender lo suyo de las personas resbalosas!
Agustín sonrió nervioso— sí pero… Julián dijo que me sobrepasé y… se quedó a cuidarlo a él, en vez de hablarlo conmigo…
—¡¿Qué hizo que?! —la canosa abrió la boca, tanto que parecía que se iba a desencajar su mandíbula.
—¡Pero ya lo solucionamos! —comentó el pelinegro de inmediato—. De verdad —sonrió nervioso.
Brenda tomó aire, forzó una sonrisa y le dio palmaditas en la mano a Agustín— Bebé, tú no hiciste nada malo… ¿de acuerdo? Hiciste justo lo que cualquier persona haría si ve que alguien está besando a su pareja, yo también arrastré del cabello a una furcia en la escuela, porque le estaba coqueteando descaradamente a mi novio —contó divertida—. Tienes todo mi apoyo y si me hubieras dicho que golpeaste a mi hijo, tampoco me hubiera molestado en lo más mínimo —aseguró—. Ahora, si me permites…
Brenda se puso de pie, dejando a Agustín sentado, quien la siguió con la mirada.
Julián seguía hablando con su padre, parecía estarle explicando la situación, cuando su madre llegó, le dio otra bofetada y estiró el brazo hasta sujetarlo de la oreja y guiarlo con paso rápido hasta Agustín.
Toda la familia se acercó, ya que si Brenda Echeverría hacia eso, era por algo muy grave.
—Pídele perdón a Agustín —dijo la mujer con tono autoritario, cuando lo soltó frente al pelinegro.
—¿Perdón? ¿Por qué? —preguntó Julián, quien no sabía por qué su madre lo había vuelto a cachetear y además, lo llevó como si fuera un niño, hasta su prometido.
—Señora… ya lo solucionamos —dijo nervioso el pelinegro.
—Tranquilo, Bebé —sonrió la mujer para Agustín y luego miró con furia a su hijo—. ¿Todavía tienes el descaro de preguntar? No solo dejaste que otro te besara delante de él, sino que te quedaste con ese fulano, ¡en vez de pedirle disculpas a tu novio!
El padre de Julián se puso al lado de su hijo y lo miró molesto— ¡¿hiciste eso?!
—Fue un malentendido y ¡ya me disculpé! —se excusó el castaño con rapidez.
—Sí, ya lo hizo —asintió Agustín, pero nadie pareció escucharlo.
—¡Qué vergüenza, Julián! —Jorge lo miró molesto.
—Si sabes defenderte, ¿cómo pudiste dejar que alguien te besara? —Estefanía puso cara de asombro.
—No tienes perdón, cuñado —negó Leticia con desilusión.
—No puedo creer que lo hayas permitido —añadió Héctor.
—A menos que quisiera besarlo y por eso lo permitió —Alfredo soltó una risa burlona.
—Nadie preguntó tu opinión, Alfredo —dijo su padre con seriedad, pero el menor tembló, pues sabía que estaba furioso.
Julián entornó los ojos «por eso odio venir de visita, me tratan como niño…» pensó molesto, y miró a su familia.
—Ese sujeto me tomó desprevenido y estaba por apartarlo, cuando Guti llegó, pero si quieren que me disculpe delante de ustedes, para que el buen nombre de la familia no se manche, lo haré…
Julián colocó una rodilla en el piso, frente a Agustín y le sujetó la mano con suavidad; le besó el dorso con cariño y luego buscó su mirada.
—Guti, perdóname por lo ocurrido hace semanas, no volverá a ocurrir, te lo había prometido ya y te lo prometo delante de mi familia, pues sé que si no cumplo mi palabra, ellos serán los primeros en lincharme.
A pesar de que todas las palabras las dijo con seriedad, Agustín rió al final, pues le parecía sumamente tierno y gracioso; no imaginaba que Julián, aun con su seriedad y frialdad típica, tuviera una familia como esa y su madre especialmente, pudiera doblegarlo con facilidad.
—Sabes que ya te perdoné… —comentó el pelinegro con ilusión.
—Y si me vuelvo a enterar que le hiciste algo malo a Agustín, Julián Chávez Jr… —su madre lo miró con ira—. Ten por seguro que aun después de mi muerte ¡te atormentaré!
—No, por favor —Julián miró hacia arriba—. Suficiente tengo con los regaños que me das cada que vengo de visita.
—Pero ahora tendrás que venir más seguido —su padre le puso una mano en el hombro—, no sería bueno que mantuvieras a Agustín apartado de la familia.
—¡Es cierto! —Brenda asintió—. Tienen que venir para navidad.
—¿Navidad? —Agustín se asustó, especialmente porque esa fecha era el cumpleaños de Erick.
—No sé si podamos, madre —anunció Julián, incorporándose por fin.
—Oh, vamos, nadie trabaja en navidad, ¿por qué tu si? —Jorge se cruzó de brazos.
—Porque mi trabajo es complicado —dijo el castaño con seriedad.
—Pero Agus si quiere venir, ¿verdad, Agustín? —preguntó Estefanía con emoción.
—Yo… —las miradas estaban sobre él, así que cedió a la presión—. Supongo que podríamos venir este fin año…
Julián soltó el aire y negó; tendría que hablar con Agustín sobre acceder a todas las locuras de su familia.
—Está dicho —Brenda juntó sus manos en su pecho—. Este fin de año, tendremos una reunión familiar completa.
Aunque el castaño tenía todas las facilidades de usar el hotel de Alejandro, para quedarse toda su estancia en ese lugar, había decidido hacerlo en la casa de sus padres, a menos que algo malo ocurriera.
Así, después de descender del avión, rentó un automóvil y ambos partieron a su destino.
Julián manejaba sin el GPS, pues conocía esas calles bien, a pesar de haber salido de esa ciudad desde muchos años atrás. Agustín observaba con curiosidad; aunque no era una gran urbe, como la ciudad capital, era obvio que el lugar era mucho más grande que dónde él vivió.
—¿Por qué te fuiste de aquí? —preguntó el pelinegro, mientras recorrían una avenida.
—Me fui a estudiar a la capital, porque al ser una ciudad más grande, habría mayores oportunidades —respondió el otro con rapidez.
—Esta ciudad también se ve grande —comentó el otro con rapidez.
—Se ve, pero realmente no lo es —Julián negó—. Esta ciudad se mantiene del turismo, está rodeada de varios pueblos indígenas y hay atracciones naturales, que hace dieciocho años, eran desperdiciadas —lo miró de soslayo—. Por eso, la mejor opción para Miguel, para mí y después, para dos de mis hermanos, fue irnos a estudiar a otro lugar —señaló con seriedad—. Poco a poco, tanto el gobierno como inversionistas privados, han aprovechado lo que hay, para mejorar esta ciudad, que es la que puede proporcionar comodidad y conecta a todas las comunidades o atracciones, proporcionando recorridos turísticos.
—Y después, ¿por qué no regresaste? —Agustín lo miró con curiosidad.
—En la universidad conocí a Alejandro…
Al escuchar al castaño decir “Alejandro” con tanta familiaridad, Agustín se sobresaltó.
—Empecé a trabajar con él y tanto Miguel como yo, decidimos quedarnos en la capital —Julián le restó importancia—. Cuando él se enteró de nuestro origen, le interesó esta ciudad para expandir sus hoteles también.
—¿Por eso el señor de León tiene un hotel aquí?
—Sí, así es —Julián asintió.
—Comprendo…
El silencio volvió a reinar. Agustín observaba curioso por el vidrio de la ventana y Julián seguía las calles con seguridad, como si hubiera pasado toda su vida ahí y las conociera como la palma de su mano.
Después de un largo camino, dónde recorrieron casi por completo la ciudad de un lado a otro, llegaron a una colonia que tenía casas y terrenos grandes; aunque era obvio que las construcciones ya tenían mucho tiempo, estaban bien cuidadas.
—Esta es una de las primeras colonias que hubo en la ciudad —comentó Julián—. Tiene su historia, pero a diferencia de las nuevas, las casas de aquí, son grandes.
—Parecen mansiones —musitó Agustín al ver las casas.
Julián negó— son casas normales —dijo sin ánimo, pues para él, una mansión era la que tenía Alejandro.
—Para ti lo serán —Agustín habló con sarcasmo—, para mí, son más de lo que siquiera podría necesitar.
—Ah… ¿sí? —Julián levantó una ceja—. ¿Qué es lo que tú necesitas realmente?
—Un cuarto, una cama, mis consolas y contigo a mi lado, es más que suficiente para ser feliz el resto de mi vida —respondió el pelinegro con orgullo.
Julián contuvo la risa; esa era una de las cosas que le gustaban de Agustín, que era muy modesto y nada codicioso; «diferente a todos los demás…» pensó con tranquilidad.
Momentos después, el automóvil se estacionó frente al portón de una enorme casa; Julián apagó el motor y se quitó el cinturón.
—Llegamos —dijo con su clásica seriedad.
Desde que el automóvil se detuvo, Agustín miraba hacia la propiedad, con ojos de asombro; a comparación de la modesta casa que había sido de su abuela y a la cual, habían ido antes, ese lugar era tan gigantesco, no solo la construcción, sino por el terreno, que quizá podía albergar dos casas iguales y aun así, tendría mucho patio.
—¡¿Tu familia vive aquí?! —aun sin creerlo.
El mayor levantó una ceja— sí, por algo vinimos aquí —respondió con obviedad—, anda, de seguro nos están esperando, ya que les dije que vendría y traería compañía.
—¿Compañía?
—No quise decirles por teléfono, que traería a mi pareja, quiero decírselos de frente.
Agustín sonrió— bien, supongo que ya no me puedo arrepentir.
—Después de aceptar casarte conmigo, no, no te puedes arrepentir —el castaño sonrió con cinismo.
—¡¿Cuándo acepté eso?! —preguntó Agustín con susto.
—Anoche, antenoche, la noche anterior a esa, y la anterior… y todas las noches desde mi cumpleaños.
El color del pelinegro, se fue de su rostro— ¡eso no cuenta! —dijo con nervios y se cruzó de brazos, ladeando el rostro, evitando la mirada de su pareja—. No estaba en mis cinco sentidos —aseguró.
Julián entornó los ojos, «esa no es excusa» pensó con cansancio.
El castaño se movió, estiró el brazo y sujeto del frente de la camisa a Agustín, jalándolo con tanta rapidez que lo sorprendió; sin darle tiempo a nada, lo besó con demanda en los labios, consiguiendo que el otro correspondiera a la caricia, casi de inmediato. Fue un beso largo, profundo, con el que Agustín sintió que todo su cuerpo se relajaba tanto, al punto de imaginarse que se convertía en gelatina.
Julián se alejó momentos después de su novio y colocó la frente contra la suya— ¿te vas a casar conmigo por las buenas o tengo que obligarte, Guti? —preguntó fríamente.
Agustín respiraba agitado, pero al escuchar la voz grave de su pareja sintió que tenía mariposas en su estómago, se mordió el labio y finalmente sonrió tontamente— sí, me caso… —respondió en un murmullo.
—De acuerdo —el mayor sonrió complacido—. Ahora sí estás en tus cinco sentidos y no te podrás echar para atrás después.
La risa nerviosa del pelinegro, inundó el interior del vehículo— siendo honestos, estando a solas contigo, jamás estoy en mis cinco sentidos —suspiró—, pero… —movió su mano y acarició la mejilla del castaño, antes de besar suavemente los labios, en una caricia sutil—. Creo que así estoy muy bien… —confesó, ya que eso era verdad para él.
Julián levantó una ceja. Pocas veces Agustín se mostraba tan cariñoso en público, especialmente porque siempre se mantenía en su papel del trabajo, pero debía admitir que esas actitudes le fascinaban.
—Podría aprovecharme de eso —amenazó.
—Ya lo haces… es una de las cosas que me gustan de ti… — confesó el menor con un dejo de picardía.
Esa mirada cómplice, esa sonrisa juguetona y especialmente las palabras de Agustín, hicieron dudar a Julián; el castaño entrecerró los ojos, desvió la mirada y puso la mano en el volante, pensando seriamente.
—¿Qué pasa? —preguntó Agustín, al ver la seriedad en el rostro de su pareja.
—Estoy pensando si entrar a la casa de mis padres o llevarte al hotel —respondió con cinismo—, ellos pueden esperar, pero puede ser que yo tenga problemas para aguantar… —le hizo un ademán con el rostro.
Agustín bajó la mirada y se dio cuenta de la erección del otro, consiguiendo que sus mejillas se tiñeran de rojo; levantó el rostro y miró con susto a Julián— creo que debemos entrar a conocer a tus padres —abrió la puerta de inmediato, tratando de huir
—¿Por qué tanta prisa, Guti? —el mayor lo alcanzó a sujetar de la muñeca, antes de que saliera.
Agustín tembló— porque… Porque yo sí necesito un poco de descanso —pasó la mano por su cadera—, desde tu cumpleaños, todos los días has querido “regalo” y aunque no parezca, necesito reponer energías —se excusó con rapidez.
Julián rió— oh, vamos, solo han sido, ¿qué? ¿Cuatro o cinco veces?
—¡Por noche! —exclamó el menor con susto—. ¿Cómo tienes tanta resistencia?
El castaño sonrió complacido— experiencia y práctica, supongo —dijo con un dejo de orgullo.
Ante esas palabras, Agustín frunció el ceño y su rostro se ensombreció— ¿experiencia y práctica?
La forma de hablar de su pareja, puso en alerta a Julián, quien supo de inmediato que había dicho algo inapropiado.
—¿Cuánta experiencia y práctica tienes, Julián? —preguntó el pelinegro en un tono molesto, que denotaba que estaba completamente celoso.
Para Agustín era obvio que Julián no era un santo; sabía de los rumores entre sus compañeros, tanto de las relaciones dentro, como fuera de su grupo, pero no todos eran ciertos, excepto lo de Patricio, más no sabía que tanta experiencia tenía Julián en realidad y eso le causaba algo de conflicto y celos.
El castaño lo liberó de su agarre con suavidad, lo que menos quería era arruinar ese día— no creo que sea bueno hablar de eso en este momento…
—¿Por qué?
—Porque ya nos están esperando —Julián abrió la puerta y salió de inmediato.
Agustín se dio cuenta que su pareja estaba evitando responder, así que salió del automóvil y lo miró por encima del auto— tarde o temprano tendrás que hablarme de eso, Julián —señaló con seriedad.
El mayor se dio cuenta de la clara amenaza, pero se mantuvo sereno— sí, tarde o temprano — accedió, «pero me aseguraré de que sea más tarde de lo que deseas…» pensó y se acercó a su pareja—, ahora, quita esa carita, que no creo que quieras que mis padres y hermanos te conozcan enojado, ¿verdad? —le besó los labios con suavidad—. Podríamos causar mala impresión.
A pesar de estar molesto, ese beso espontaneo, ahí, al aire libre sin necesidad de ocultar sus sentimientos, reconfortó a Agustín por ese momento— está… Está bien —sonrió tontamente—, solo porque no quiero causar mala impresión a los suegros y los cuñados.
Julián sonrió satisfecho; lo sujetó de la mano y entrelazó los dedos con los de Agustín.
A pesar de que antes había tenido relaciones con otras personas, jamás había presentado a nadie con sus padres de manera formal y en ese momento, sentía que Agustín era la persona perfecta para ser parte de su familia, además, estaba seguro de que ellos lo aceptarían sin problemas.
La pareja caminó hasta la puerta y Julián tocó el timbre; Agustín miraba por la puerta de forja y se notaba ansioso, mientras esperaba a que fueran a abrir.
Un hombre se encaminó a la puerta, se miraba joven, para ser el padre de Julián y al no saber quién era, Agustín soltó a su pareja de inmediato, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón.
El castaño se sorprendió— ¿qué ocurre, Guti?
—Creo que, debemos preparar a tu familia, diciéndoles cuál es nuestra relación antes de que nos vean agarrados de la mano —comentó con rapidez.
Julián entrecerró los ojos— voy a presentarte como mi pareja, es normal sujetarte de la mano.
—Es mejor decirles antes y que no se lleve una sorpresa desagradable —dijo con nervios.
Julián soltó el aire, molesto, pero no quiso discutir en ese momento. Ya le había dicho a Agustín que no se preocupara por eso, pues si su familia tenía algo en contra, no le iba a importar en lo más mínimo.
El hombre desconocido llegó a la puerta— ¡Buenas tardes, Julián! —saludó amable, mientras abría el portón con unas llaves.
—Buenas tardes —saludó el castaño con seriedad—. ¿Dónde está mi familia, Martín?
—Están en el patio trasero, cerca de la alberca, esperándolos.
«¡¿Alberca?!» Agustín aguantó la respiración unos momentos.
—Gracias… —el castaño movió la cabeza y luego se dirigió a Agustín—. Guti, él es Martin, es hijo de la señora Margarita, quien ayuda a mi madre desde hace años.
—¡Buenas tardes! —sonrió el chico—. Soy Martín Portillo —se presentó y extendió la mano para el pelinegro.
—Un placer, soy Agustín Ruiz —dijo con rapidez y saludó al otro de mano.
—¡Pasen! —sonrió el chico moreno y les hizo el ademán para permitirles el paso, mientras él cerraba la puerta.
Julián y Agustín iniciaron el trayecto y poco después, el joven los alcanzó— la señora Brenda estaba ansiosa de su llegada —comentó divertido—, ella y mi madre ¡compraron comida para un festín!
Agustín guardó silencio, sabía que ‘Brenda’ era el nombre de la mamá de Julián.
—¿Ya llegaron todos? —preguntó el castaño con rapidez y poco interés.
—¡Por supuesto! Hace unos minutos llegó el que faltaba, tu hermano, Alfredo.
Julián soltó el aire con pesadez, algo que llamó la atención de su pareja, especialmente porque el ambiente se puso pesado.
—Ah… ¿usted trabaja aquí? —preguntó Agustín al joven que los guiaba, solo para decir algo y romper la tensión.
—Solo vengo los fines de semana a ver el jardín de los señores, pero no trabajo aquí en realidad.
—Martín está estudiando botánica —respondió Julián fríamente.
—De hecho, ya terminé mi carrera…
Julián lo miró con asombro— ¿tan pronto?
—Ya tengo veinticinco años —el moreno se alzó de hombros—, hace unos meses, empecé a trabajar en el jardín botánico, de la reserva ecológica.
—¿Hace cuánto tiempo que no venía de visita? —preguntó el castaño, frunciendo el ceño.
Un joven de cabello castaño, muy parecido a Julián, se puso enfrente de los recién llegados de inmediato— un año y seis meses —se escuchó la voz fría—. ¡Ni siquiera viniste a mi maldita graduación! Gracias hermano —las palabras sonaron sarcásticas.
Julián miró al otro con molestia— tenía trabajo, Alfredo, pero le mandé dinero a mi padre, para que te comprara el automóvil que querías.
—Claro, cómo si todo se arreglara con dinero —los ojos castaños del joven miraron al otro con molestia.
Julián respiró profundamente y soltó el aire lentamente, tratando de no hablarle de mala manera a su hermano— estaba fuera del país, no podía venir…
—Siempre tienes excusa de andar fuera del país —reclamó el otro—, como si un ingeniero en sistemas tuviera que salir tanto de viaje, ¡no soy idiota! Simplemente no querías venir a ver cómo me graduaba por mis capacidades intelectuales y no por una beca deportiva, como tú —sonrió triunfal.
—No voy a discutir eso contigo —señaló el mayor y giró el rostro hacia su pareja—. Guti, vamos a ver a mis padres —dijo con rapidez.
—¿Quién es él? —preguntó de inmediato su hermano.
—Es la persona que presentaré a nuestros padres —respondió el mayor molesto—, tu presentación con él, puede espe…
El castaño más joven no permitió que su hermano terminara y se acercó a Agustín— ¡Hola! Soy Alfredo Chávez —extendió la mano—, el hermano menor de este imbécil —señaló a su hermano con el pulgar, de manera despectiva.
—Agustín Ruiz… —respondió el pelinegro y aceptó el saludo de inmediato.
—¡Eres lindo! —sonrió Alfredo.
«¡¿Lindo?!» Agustín se sorprendió por esas palabras y no fue el único, ya que Julián apretó los puños de inmediato.
—Pero creo que… —los ojos castaños buscaron a su hermano—. Al decir que venias a presentar a alguien, mis padres se hicieron otra idea —rió—. Hicieron una comida especial, porque imaginaron que traerías pareja.
Julián sonrió triunfal— tal vez no se equivocaron del todo —señaló, logrando que su hermano se sobresaltara con esas palabras.
—¡¿Qué?!
—Vamos, Guti —Julián caminó hasta su pareja y lo sujetó del brazo con suavidad—, necesito presentarte a mis padres y al resto de mi familia…
Julián guió a Agustín por el camino, mientras Alfredo seguía paralizado; Martín se acercó y sonrió.
—Parece que esta vez, te dejó mudo, Fredy —se burló y siguió a los recién llegados.
Julián y Agustín llegaron al patio trasero, dónde varias personas estaban preparando un asado; dos mujeres jóvenes cuidaban de dos niños que querían meterse a la alberca, mientras una mujer canosa, traía a un bebé en brazos y otra ayudaba a los tres hombres que estaban cerca del asador, con la carne y complementos.
—Buenas tardes… —dijo Julián con voz ronca.
La mujer canosa con el bebé en brazos, sonrió y fue directamente a abrazarlo.
—¡Mi amor! —dijo emocionada—. ¡Por fin llegas!
—Hola, madre… —saludó el castaño, inclinándose a besarle la mejilla y recibir el abrazo, pero parecía un poco reacio a demostrar emociones, incluso con ella.
Agustín se quedó un par de pasos atrás, expectante, observando cómo todos los presentes, se acercaban a saludar a Julián; se miraban emocionados, pero su novio mantenía una actitud estoica.
«Creí que con su familia sería más afectuoso…» pensó el menor, pero era obvio que esa actitud no iba con Julián.
Cuando acabaron los abrazos afectuosos, besos cariñosos e incluso la mujer canosa se limpió las lágrimas, Julián se apartó un poco del pequeño grupo.
—Bueno, permítanme presentarles a Agustín Ruiz —señaló con un ademán al pelinegro y caminó hasta él.
—Oh… —la madre del mayor no pudo evitar su gesto de sorpresa y no fue la única, ya que todos tenían un gesto de completa confusión.
—¡Hola! —finalmente la canosa sonrió y se acercó al invitado—. Soy Brenda Echeverría, madre de Julián —dijo amable, ofreciéndole la mano libre, ya que aún cargaba al bebé.
Agustín pasó saliva— un placer, señora, soy Agustín Ruiz.
Después se acercó el hombre canos y le extendió la mano también— Julián Chávez, padre de Juls —dijo divertido.
—Un gusto… —Agustín se sentía nervioso.
—Disculpa nuestra actitud —rió el hombre—, pero pensábamos que mi hijo nos presentaría hoy a su pareja, porque dijo que traería a alguien importante y… bueno, fue nuestro error dar por hecho las cosas.
—Es lo que estoy haciendo —dijo Julián con su clásica seriedad, llamando la atención de todos los presentes—. Agustín es mi prometido —sentenció, sujetando al pelinegro de la mano.
Agustín sintió que el alma se le iba del cuerpo, especialmente al ver el gesto de todos los demás. Los ojos de todos se abrieron con sorpresa; el silencio reinó entre los presentes, incluso, los niños se mantuvieron en silencio, tras las piernas de las mujeres, escondiéndose.
—¿Prome…? —la madre de Julián observó a Agustín sin poder creerlo.
—¿…tido? —terminó su padre, quien parecía estar en shock.
Agustín sintió que sus piernas no le respondían y apretó la mano de Julián, porque temía que fuera a terminar en el piso. Temía la reacción de la familia de Julián y no quería que eso se convirtiera en un momento desagradable por su presencia.
Brenda respiró profundamente, se giró hacia una de las otras mujeres, le dio el bebé y caminó hacia Agustín, sin decir una sola palabra; al llegar enfrente del recién llegado, le sujetó las manos, apartándolo de su hijo y observó los dedos de manera inquisidora, luego lo miró fijamente a los ojos, como si quisiera leer su mente.
—No traes anillo de compromiso, ¿realmente eres su prometido o solo te dijo que fingieras para que yo no lo presionara para que buscara novia, porque ya tiene treinta y cinco años y podría convertirse en un solterón amargado? —preguntó fríamente.
La mirada, la voz y su actitud, lograron hacer temblar a Agustín; parecía estar viendo a Julián cuando se enojaba.
—Madre, no digas…
—¡Silencio, Julián! —ordenó la mujer y el castaño no dijo más—. Estoy hablando con Agustín —su voz se suavizó al decir el nombre del invitado.
—Ah… —el pelinegro tembló—. Es que… nos acabamos de comprometer —rió nervioso, sin atreverse a alejar las manos del agarre de esa mujer, que aunque menuda, parecía ser la que ordenaba en esa familia—. Pero tenemos cinco meses de novios —mordió su labio.
Con esas palabras, Brenda cambió su gesto a uno compasivo— ¡oh, bebé! —lo abrazó con cariño—. No sé qué le viste a mi hijo, pero lamento que tengas que conformarte con un idiota, frío e insensible.
Agustín se sorprendió por esas palabras.
—Madre, no soy…
Julián no pudo terminar de hablar, ya que su madre se apartó de Agustín y le plantó una bofetada a su hijo, silenciándolo de inmediato.
—No puedo creer que tengas novio desde hace meses y ¡ni siquiera nos hayas avisado! —reclamó molesta—. Y lo peor, ¡¿pedirle que se case contigo sin darle un anillo?! ¡¿Acaso no te dimos una buena educación, Julián Chávez Jr?!
Julián respiró profundamente— no creo que sea necesario un anillo…
—¡¿Qué no es necesario?!
Brenda estuvo a punto de abofetear de nuevo a su hijo, cuando su esposo la abrazó para calmarla—tranquila, mi amor, tranquila, ¿qué va a decir el invitado? —preguntó nervioso.
Mientras Brenda seguía sermoneando a Julián, por no hacer las cosas como las tradiciones mandaban, otro hombre se acercó a Agustín; también con cabello castaño y ojos del mismo color.
—Hola, yo soy Jorge Chávez, hermano de Julián —sonrió, ofreciéndole la mano de manera amistosa.
—Un… un placer —la voz de Agustín apenas se escuchó.
—Y ella es mi esposa Leticia Ortega.
—¡Un placer! —sonrió la chica de cabello negro, largo y ondulado—. Realmente no sé qué le viste a mi cuñado, pero si te hace feliz, está bien, solo recuerda que no es tu única opción, ¿de acuerdo? —se burló.
—Lety… —su esposo la miró de soslayo, pero no podía evitar el gesto burlón, era obvio que pensaba lo mismo que ella, pero no lo diría en voz alta—. Y estos son nuestros hijos, el pequeño Julián de seis años, la pequeña Brenda de cuatro y el bebé Ever, que ya tiene dos —presentó a sus hijos y aunque el bebé no parecía entender nada, pues mantenía la mirada en sus abuelos, los otros dos estaban a la expectativa.
Agustín sonrió y se inclinó— ¡Hola! —extendió la mano—. Soy Agustín, pero pueden decirme Agus.
—El será su tío Agus, niños —añadió Leticia—. ¿Cómo se saluda?
—Hola… tío Agus… —dijeron los dos, aunque la pequeña tenía un poco de dificultad de decir las frases bien.
Agustín sintió que se le derretía el corazón— ah.. yo, Julián no me dijo que tenía sobrinos… —«con trabajo me habló de sus padres y hermanos…» pensó nervioso—. Así que no les traje un presente, pero, les compraré algo en los próximos días, ¿sí?
Los niños sonrieron y asintieron.
—Yo soy Héctor Chávez —se presentó otro hombre castaño—, el tercer hijo de esta familia —dijo divertido— y ella es mi esposa Estefanía Solís.
—¡Un placer, Agustín! —saludó la chica de cabello corto, rojizo—. ¡Bienvenido a la familia! —le estrechó la mano de manera animosa—. En general, somos buenas personas, pero lo malo es que elegiste al ‘amarguetas’ de mi cuñado —rió.
Agustín rió por el comentario, parecía que Julián era la burla de ellos por su carácter.
—Aún no están casados —dijo otra voz que Agustín reconoció, por haberla escuchado antes—. Puede dejar a Julián por mí, ¿qué dices, Agus? —preguntó Alfredo con una sonrisa pícara y moviendo las cejas de manera insinuante.
—Si cambiara a Julián por ti, sería salir de Guatemala, para entrar a Guatepeor —se burló Estefanía.
Alfredo entrecerró los ojos, pero no le respondió nada a su cuñada.
—Mis padres siguen discutiendo con Julián —Jorge rió—, así que me tocará presentarte a la señora Margarita, quien no solo ayuda a nuestra madre, sino que es parte de la familia también, igual que su hijo.
Una mujer menuda se acercó y sonrió amable— buenas tardes, soy Margarita Cota, madre de Martín, el que les abrió la puerta.
—Un gusto conocerla, señora.
En ese momento, Brenda volvía— ven, Bebé —dijo para Agus—, vamos a platicar, seguro tienes hambre —lo guió hacia una mesa y Agustín alcanzó a ver de soslayo que Julián se sobaba la mejilla y su padre le decía algo—, ¿ya está la comida, verdad? —preguntó la canosa para Margarita.
—Solo falta sacar unos trozos de carne y estará todo listo —sonrió la aludida.
—Bien, no queremos que mi futuro yerno pase hambre —dijo emocionada—. Mientras tanto, ¿quieres algo de beber? —ofreció—. ¿Refresco? ¿Agua? ¿Jugo?
—Ah… Agua está bien, gracias señora…
—¡¿Señora?! —la canosa se asustó—. No querido, desde hoy seré mamá Brenda, ¿de acuerdo?
Agustín pasó saliva y sonrió nervioso— creo que… necesito un poco de… tiempo para acostumbrarme a llamarla así…
—Ah, es cierto, nos acabamos de conocer —dijo molesta—. ¡Es tu culpa, Julián Chávez Jr! —gritó para su hijo y el pelinegro se encogió de hombros, porque el grito le causó escalofrío—. Ahora ven, Agus, platiquemos para conocernos mejor.
—Sí, yo quiero conocerlo mejor también—Alfredo se puso del otro lado del pelinegro, sonriendo de manera amistosa.
Brenda miró fríamente a su hijo, con un movimiento rápido se puso entre Agustín y su hijo y le jaló la oreja— ve a ayudar a tu padre y hermanos, Fredy, deja de estar incordiando a la visita, que es novio de tu hermano y si él te golpea, será con justa razón.
—¡Ya, pues! —se quejó el castaño mejor y se sobó la oreja antes de ir hacia donde los demás seguían con la comida.
Brenda se sentó junto con Agustín en una mesa, mientras Estefanía y Leticia seguían cuidando de los niños; las dos mujeres ya habían pasado por esa plática, cuando sus esposos las presentaron con su suegra y sabían que Agustín debía hablar con la matriarca de esa familia, así que debían darles su espacio.
—Bien, Agustín —Brenda lo sujetó de la mano—. Cuéntame de ti, de tu familia…
Agustín pasó saliva y sonrió tristemente— no tengo familia —negó.
—¿No tienes familia? —eso confundió a la canosa.
—Mi padre me abandonó cuando era bebé, no sé dónde esté mi madre —explicó—, mi única familia era mi abuelita y ya falleció —dijo escuetamente—. Así que… estoy solo…
—Oh, Bebé… —Brenda movió la mano y acarició la mejilla de Agustín—. Pero no por estar solo, debes conformarte con Julián…
Agustín se sorprendió por esas palabras.
—No me malentiendas, cariño, es mi hijo y lo quiero —ladeó el rostro—, pero lo conozco y sé que es poco cariñoso y a veces más frío que un témpano de hielo, ya viste ahorita, que lo saludé, ¡él parecía una estatua! —acusó.
Agustín rió— lo sé, pero cuando estamos a solas, es más cariñoso…
—Oh, entonces hay más que noviazgo de “manita sudada” —la canosa sonrió triunfal—, supongo que al menos con eso te mantiene feliz.
Las mejillas del pelinegro se tiñeron de rojo—ah… bueno… yo… es que…
—¿Te ha tratado bien? —preguntó de inmediato la mujer y lo sujetó de la mano, buscando la mirada miel.
Agustín parpadeó y luego asintió— en general… sí.
—¿En general? —Brenda frunció el ceño—. ¿Qué te hizo?
—Ah… es que… hace unas semanas hubo un mal entendido, pero no fue nada… —negó.
—Vamos, Bebé, cuéntame ¿qué te hizo?
La voz de Brenda no dejaba duda de que quería saber la verdad y la obtendría de una u otra manera.
—Ah… bueno… Él no me hizo nada en realidad, solo… —Agustín mordió su labio—. Es que…
—No tengas miedo, no te diré nada, confía en mi —la canosa le sonrió para que le tuviera confianza.
Agustín ejerció un poco de presión en la mano de su suegra, por alguna razón, la calidez de la mano le daba seguridad, casi cómo cuando Julián lo abrazaba— es que… un compañero del trabajo lo besó y yo me enojé…
—¡Con justa razón! —dijo la mujer con asombro.
—Pero me enojé mucho… y lo golpee —se alzó de hombros—. Al tipo ese, no a Julián por supuesto… —especificó.
—¡Bien hecho! —dijo la mujer con orgullo—. ¡Uno debe defender lo suyo de las personas resbalosas!
Agustín sonrió nervioso— sí pero… Julián dijo que me sobrepasé y… se quedó a cuidarlo a él, en vez de hablarlo conmigo…
—¡¿Qué hizo que?! —la canosa abrió la boca, tanto que parecía que se iba a desencajar su mandíbula.
—¡Pero ya lo solucionamos! —comentó el pelinegro de inmediato—. De verdad —sonrió nervioso.
Brenda tomó aire, forzó una sonrisa y le dio palmaditas en la mano a Agustín— Bebé, tú no hiciste nada malo… ¿de acuerdo? Hiciste justo lo que cualquier persona haría si ve que alguien está besando a su pareja, yo también arrastré del cabello a una furcia en la escuela, porque le estaba coqueteando descaradamente a mi novio —contó divertida—. Tienes todo mi apoyo y si me hubieras dicho que golpeaste a mi hijo, tampoco me hubiera molestado en lo más mínimo —aseguró—. Ahora, si me permites…
Brenda se puso de pie, dejando a Agustín sentado, quien la siguió con la mirada.
Julián seguía hablando con su padre, parecía estarle explicando la situación, cuando su madre llegó, le dio otra bofetada y estiró el brazo hasta sujetarlo de la oreja y guiarlo con paso rápido hasta Agustín.
Toda la familia se acercó, ya que si Brenda Echeverría hacia eso, era por algo muy grave.
—Pídele perdón a Agustín —dijo la mujer con tono autoritario, cuando lo soltó frente al pelinegro.
—¿Perdón? ¿Por qué? —preguntó Julián, quien no sabía por qué su madre lo había vuelto a cachetear y además, lo llevó como si fuera un niño, hasta su prometido.
—Señora… ya lo solucionamos —dijo nervioso el pelinegro.
—Tranquilo, Bebé —sonrió la mujer para Agustín y luego miró con furia a su hijo—. ¿Todavía tienes el descaro de preguntar? No solo dejaste que otro te besara delante de él, sino que te quedaste con ese fulano, ¡en vez de pedirle disculpas a tu novio!
El padre de Julián se puso al lado de su hijo y lo miró molesto— ¡¿hiciste eso?!
—Fue un malentendido y ¡ya me disculpé! —se excusó el castaño con rapidez.
—Sí, ya lo hizo —asintió Agustín, pero nadie pareció escucharlo.
—¡Qué vergüenza, Julián! —Jorge lo miró molesto.
—Si sabes defenderte, ¿cómo pudiste dejar que alguien te besara? —Estefanía puso cara de asombro.
—No tienes perdón, cuñado —negó Leticia con desilusión.
—No puedo creer que lo hayas permitido —añadió Héctor.
—A menos que quisiera besarlo y por eso lo permitió —Alfredo soltó una risa burlona.
—Nadie preguntó tu opinión, Alfredo —dijo su padre con seriedad, pero el menor tembló, pues sabía que estaba furioso.
Julián entornó los ojos «por eso odio venir de visita, me tratan como niño…» pensó molesto, y miró a su familia.
—Ese sujeto me tomó desprevenido y estaba por apartarlo, cuando Guti llegó, pero si quieren que me disculpe delante de ustedes, para que el buen nombre de la familia no se manche, lo haré…
Julián colocó una rodilla en el piso, frente a Agustín y le sujetó la mano con suavidad; le besó el dorso con cariño y luego buscó su mirada.
—Guti, perdóname por lo ocurrido hace semanas, no volverá a ocurrir, te lo había prometido ya y te lo prometo delante de mi familia, pues sé que si no cumplo mi palabra, ellos serán los primeros en lincharme.
A pesar de que todas las palabras las dijo con seriedad, Agustín rió al final, pues le parecía sumamente tierno y gracioso; no imaginaba que Julián, aun con su seriedad y frialdad típica, tuviera una familia como esa y su madre especialmente, pudiera doblegarlo con facilidad.
—Sabes que ya te perdoné… —comentó el pelinegro con ilusión.
—Y si me vuelvo a enterar que le hiciste algo malo a Agustín, Julián Chávez Jr… —su madre lo miró con ira—. Ten por seguro que aun después de mi muerte ¡te atormentaré!
—No, por favor —Julián miró hacia arriba—. Suficiente tengo con los regaños que me das cada que vengo de visita.
—Pero ahora tendrás que venir más seguido —su padre le puso una mano en el hombro—, no sería bueno que mantuvieras a Agustín apartado de la familia.
—¡Es cierto! —Brenda asintió—. Tienen que venir para navidad.
—¿Navidad? —Agustín se asustó, especialmente porque esa fecha era el cumpleaños de Erick.
—No sé si podamos, madre —anunció Julián, incorporándose por fin.
—Oh, vamos, nadie trabaja en navidad, ¿por qué tu si? —Jorge se cruzó de brazos.
—Porque mi trabajo es complicado —dijo el castaño con seriedad.
—Pero Agus si quiere venir, ¿verdad, Agustín? —preguntó Estefanía con emoción.
—Yo… —las miradas estaban sobre él, así que cedió a la presión—. Supongo que podríamos venir este fin año…
Julián soltó el aire y negó; tendría que hablar con Agustín sobre acceder a todas las locuras de su familia.
—Está dicho —Brenda juntó sus manos en su pecho—. Este fin de año, tendremos una reunión familiar completa.
Durante el resto de la comida, la familia de Julián se desvivía por atender a Agustín, quien se sentía abrumado por antas atenciones; al único que no le permitían acercarse mucho era a Alfredo y era algo que no comprendía del todo, aunque cada que ese chico halaba, era para insinuarle que sería mejor pareja que su hermano. Aunado a ello, como Julián le decía Guti, todos empezaron a llamarlo así en menos de lo que canta un gallo.
—Tío Guti, ¿quieres jugar videojuegos conmigo? —preguntó el niño de cabello castaño, con ilusión.
—Amor… —Leticia le habló con suavidad a su hijo—. No insistas, a lo mejor a tu tío Guti no le gustan los videojuegos, como a tu tío Juls.
—Pero sí me gustan —sonrió el pelinegro, llamando la atención de todos.
—¡¿Te gustan los videojuegos?! —preguntó Alfredo con emoción.
—Ah… sí —el pelinegro asintió—. Tengo varias consolas en casa.
—¿Vives solo? —preguntó el padre de Julián, después de beber un sorbo de su refresco, ya que estaba al tanto de que Agustín no tenía familia.
—Ah… —Agustín no supo qué responder.
—Vive conmigo —respondió Julián rápidamente.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de los presentes, excepto en los niños, que no entendían lo que ocurría y en Alfredo.
—¡No entiendo qué rayos le viste a Juls! —dijo el joven—. Es un amargado, frío, insensible y ¡no le gustan los videojuegos! —acusó casi con desespero.
Brenda miró a su hijo con frialdad— Fredy, come tu carne y guarda silencio —dijo con el mismo semblante que ponía Julián cuando se enojaba.
Agustín soltó una ligera risita.
—Lo siento… —dijo cuándo todos lo miraron confundido—. Es que, ahora veo de dónde sacó el carácter Julián —se alzó de hombros—. Y… ¿qué le veo? —miró hacia su lado derecho, dónde estaba sentado su prometido—. No puedo responder con exactitud, pero me siento feliz y seguro a su lado, por eso sé que no hay otra persona con la que quisiera estar…
Las mujeres en la mesa, suspiraron con emoción; el padre de Julián se irguió con orgullo, Héctor, Jorge, e inclusive Martín, quien también los acompañaba, junto con su madre, sonrieron satisfechos, pero el único que parecía algo molesto por esa respuesta fue Alfredo.
—¿Y cuándo será la boda? —preguntó Brenda ilusionada.
—Ah…
—Aun no lo hemos decidido —respondió Julián de inmediato—. Pero tal vez el otro año.
Agustín se sorprendió, ya que no habían hablado de una fecha para casarse, especialmente porque le acababa de pedir matrimonio.
—¡Maravilloso! —la canosa se emocionó.
—Si se acaban de comprometer, es lo más sensato —sonrió el padre del castaño.
—¡Dará tiempo para preparar todo! —Leticia asintió.
—Espero que no sea en invierno —Jorge hizo una mueca de incomodidad.
—Tal vez elijamos verano —respondió Julián sin mucho interés.
—Ya no comeré más —Estefanía alejó el plato—, necesito ponerme a dieta desde ya, para verme bien en el vestido.
Héctor sujetó el plato de su esposa y lo devolvió frente a ella— aún falta un año, no te malpases desde ahora —dijo con burla.
—Margarita —Brenda miró a su amiga emocionada—. Hay que comprar el hilo para empezar a tejer la colcha.
—Sí, mañana mismo voy a comprarlo —sonrió la otra mujer y se giró a ver a Agustín—. ¿Te gustaría algún color en específico? Hay que comprar todo el hilo de una vez, después podría quedar pinta, por no encontrar el mismo color —rió.
—Yo… No entiendo —comentó el pelinegro, un tanto nervioso.
—Es una tradición de Mamá Brenda y la señora Margarita —Leticia sonrió.
—Sí, cuando nosotras nos casamos, nos tejió una sobrecama ¡hermosa! —Estefanía estaba emocionada—. Tanto así, que me da pena maltratarla por usarla, pero sería un desperdicio no ponerla.
—Pero tienes que elegir el color, Bebé y decir de qué tamaño la quieren, para que le quede bien a su cama.
—King Size —respondió Julián antes de comer otro bocado de carne.
Todos se sorprendieron; Julián era de pocas palabras, pero siempre que llegaba a decir algo, podía ser demasiado directo.
El padre del castaño carraspeó al saber lo que eso significaba— será más trabajo, querida —dijo conteniendo la risa.
—Pues tendremos un año para terminarla —señaló confiada—. No me preocupa.
—También, Guti, tiene un año para arrepentirse —se burló el hermano menor del castaño.
—¡Cállate, Fredy! —dijeron todos en la mesa, casi al unísono.
Agustín sonrió, le gustaba ese ambiente; al principio pensó que no encajaría, pero sentía que por fin se encontraba en un verdadero lugar al que podía llamar casa.
—Tío Guti, ¿quieres jugar videojuegos conmigo? —preguntó el niño de cabello castaño, con ilusión.
—Amor… —Leticia le habló con suavidad a su hijo—. No insistas, a lo mejor a tu tío Guti no le gustan los videojuegos, como a tu tío Juls.
—Pero sí me gustan —sonrió el pelinegro, llamando la atención de todos.
—¡¿Te gustan los videojuegos?! —preguntó Alfredo con emoción.
—Ah… sí —el pelinegro asintió—. Tengo varias consolas en casa.
—¿Vives solo? —preguntó el padre de Julián, después de beber un sorbo de su refresco, ya que estaba al tanto de que Agustín no tenía familia.
—Ah… —Agustín no supo qué responder.
—Vive conmigo —respondió Julián rápidamente.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de los presentes, excepto en los niños, que no entendían lo que ocurría y en Alfredo.
—¡No entiendo qué rayos le viste a Juls! —dijo el joven—. Es un amargado, frío, insensible y ¡no le gustan los videojuegos! —acusó casi con desespero.
Brenda miró a su hijo con frialdad— Fredy, come tu carne y guarda silencio —dijo con el mismo semblante que ponía Julián cuando se enojaba.
Agustín soltó una ligera risita.
—Lo siento… —dijo cuándo todos lo miraron confundido—. Es que, ahora veo de dónde sacó el carácter Julián —se alzó de hombros—. Y… ¿qué le veo? —miró hacia su lado derecho, dónde estaba sentado su prometido—. No puedo responder con exactitud, pero me siento feliz y seguro a su lado, por eso sé que no hay otra persona con la que quisiera estar…
Las mujeres en la mesa, suspiraron con emoción; el padre de Julián se irguió con orgullo, Héctor, Jorge, e inclusive Martín, quien también los acompañaba, junto con su madre, sonrieron satisfechos, pero el único que parecía algo molesto por esa respuesta fue Alfredo.
—¿Y cuándo será la boda? —preguntó Brenda ilusionada.
—Ah…
—Aun no lo hemos decidido —respondió Julián de inmediato—. Pero tal vez el otro año.
Agustín se sorprendió, ya que no habían hablado de una fecha para casarse, especialmente porque le acababa de pedir matrimonio.
—¡Maravilloso! —la canosa se emocionó.
—Si se acaban de comprometer, es lo más sensato —sonrió el padre del castaño.
—¡Dará tiempo para preparar todo! —Leticia asintió.
—Espero que no sea en invierno —Jorge hizo una mueca de incomodidad.
—Tal vez elijamos verano —respondió Julián sin mucho interés.
—Ya no comeré más —Estefanía alejó el plato—, necesito ponerme a dieta desde ya, para verme bien en el vestido.
Héctor sujetó el plato de su esposa y lo devolvió frente a ella— aún falta un año, no te malpases desde ahora —dijo con burla.
—Margarita —Brenda miró a su amiga emocionada—. Hay que comprar el hilo para empezar a tejer la colcha.
—Sí, mañana mismo voy a comprarlo —sonrió la otra mujer y se giró a ver a Agustín—. ¿Te gustaría algún color en específico? Hay que comprar todo el hilo de una vez, después podría quedar pinta, por no encontrar el mismo color —rió.
—Yo… No entiendo —comentó el pelinegro, un tanto nervioso.
—Es una tradición de Mamá Brenda y la señora Margarita —Leticia sonrió.
—Sí, cuando nosotras nos casamos, nos tejió una sobrecama ¡hermosa! —Estefanía estaba emocionada—. Tanto así, que me da pena maltratarla por usarla, pero sería un desperdicio no ponerla.
—Pero tienes que elegir el color, Bebé y decir de qué tamaño la quieren, para que le quede bien a su cama.
—King Size —respondió Julián antes de comer otro bocado de carne.
Todos se sorprendieron; Julián era de pocas palabras, pero siempre que llegaba a decir algo, podía ser demasiado directo.
El padre del castaño carraspeó al saber lo que eso significaba— será más trabajo, querida —dijo conteniendo la risa.
—Pues tendremos un año para terminarla —señaló confiada—. No me preocupa.
—También, Guti, tiene un año para arrepentirse —se burló el hermano menor del castaño.
—¡Cállate, Fredy! —dijeron todos en la mesa, casi al unísono.
Agustín sonrió, le gustaba ese ambiente; al principio pensó que no encajaría, pero sentía que por fin se encontraba en un verdadero lugar al que podía llamar casa.
Después de la comida, tanto el pequeño Julián, como su hermanita Brenda, quisieron que su nuevo tío Guti, los acompañara a jugar videojuegos, mientras la mayoría limpiaba la mesa, ya que el padre de Julián lo llevó al despacho de la casa a platicar.
—Siéntate —dijo el canoso con seriedad.
—¿Me vas a sermonear? —preguntó su hijo rápidamente y le sostuvo la mirada.
—¿Mereces un sermón, Juls? —preguntó su padre de forma suspicaz.
Julián respiró profundamente— no que yo sepa —negó.
—Entonces, no lo tendrás —sonrió su padre de lado y caminó hacia dónde tenía un coñac, sirviéndose en un vaso—. ¿Quieres? —ofreció.
Julián negó con un ademán, ya que no gustaba de beber alcohol en realidad, especialmente por su trabajo.
—Agustín se ve un buen chico… —comentó su padre, tomando asiento.
—¿Me dirás que no quieres que me case? —Julián apretó los puños.
—No, no diré eso, deja de estar a la defensiva, Juls, ¡por favor! —el canoso negó—. Admito que fue sorpresivo que, después de tantos años, llegaras con un varón como pareja —sonrió—, pero no tengo nada en contra de eso —aseguró para calmar a su hijo—. Y por lo que has visto, tu madre tampoco.
Julián soltó el aire con lentitud, sintiéndose reconfortado.
—Pero Agustín se ve un buen muchacho —repitió—. ¿Vas en serio con él? —preguntó directo—. Sería muy cruel de tu parte que solo fuera una aventura y tu madre no lo te lo perdonaría, ¿lo sabes, verdad?
—Lo sé —asintió el castaño—. Pero realmente esto es serio —dijo con toda sinceridad—. Admito que he tenido mis deslices, pero solo eran eso, por eso no había traído a nadie a casa, hasta ahora, que estoy seguro de lo que quiero hacer.
Su padre bebió un poco de coñac y se recargó en el sillón— somos una familia algo tradicional en algunos aspectos —sonrió—. Si te casas, es para siempre, recuérdalo…
Julián entornó los ojos.
—Tienes que estar seguro de esta decisión —presionó el mayor.
—Y lo estoy —confirmó el castaño, fijando la mirada en su padre.
—Quiero confiar en ti, hijo, pero hay algo que necesito saber…
—¿Qué cosa? —preguntó el castaño con curiosidad.
—Siempre me dices que no me puedes explicar de tu trabajo real —dijo su padre con seriedad—, porque dices que es peligroso y lo he aceptado porque creo en tu buen juicio cómo adulto, por lo que te he apoyado para que tu madre no indague más de lo necesario —sonrió—. Pero, ¿Guti sabe de eso?
—Sí.
—¿Todo? —presionó su padre—. No es bueno tener una relación con alguien, ocultándole cosas, eso podría ser contraproducente.
—Trabaja a mi lado, así que sabe todo lo que ustedes no saben —especificó, con una mirada fría.
El mayor soltó el aire con lentitud— de acuerdo, siendo así, espero que sepas cuidarlo, respetarlo y por sobre todo, amarlo.
—¿Crees que no lo amo? —Julián se molestó por esa clara insinuación de su padre.
—Lo amas, de lo contrario no lo habrías traído —rió el canoso, dando por hecho, esa situación.
—Siéntate —dijo el canoso con seriedad.
—¿Me vas a sermonear? —preguntó su hijo rápidamente y le sostuvo la mirada.
—¿Mereces un sermón, Juls? —preguntó su padre de forma suspicaz.
Julián respiró profundamente— no que yo sepa —negó.
—Entonces, no lo tendrás —sonrió su padre de lado y caminó hacia dónde tenía un coñac, sirviéndose en un vaso—. ¿Quieres? —ofreció.
Julián negó con un ademán, ya que no gustaba de beber alcohol en realidad, especialmente por su trabajo.
—Agustín se ve un buen chico… —comentó su padre, tomando asiento.
—¿Me dirás que no quieres que me case? —Julián apretó los puños.
—No, no diré eso, deja de estar a la defensiva, Juls, ¡por favor! —el canoso negó—. Admito que fue sorpresivo que, después de tantos años, llegaras con un varón como pareja —sonrió—, pero no tengo nada en contra de eso —aseguró para calmar a su hijo—. Y por lo que has visto, tu madre tampoco.
Julián soltó el aire con lentitud, sintiéndose reconfortado.
—Pero Agustín se ve un buen muchacho —repitió—. ¿Vas en serio con él? —preguntó directo—. Sería muy cruel de tu parte que solo fuera una aventura y tu madre no lo te lo perdonaría, ¿lo sabes, verdad?
—Lo sé —asintió el castaño—. Pero realmente esto es serio —dijo con toda sinceridad—. Admito que he tenido mis deslices, pero solo eran eso, por eso no había traído a nadie a casa, hasta ahora, que estoy seguro de lo que quiero hacer.
Su padre bebió un poco de coñac y se recargó en el sillón— somos una familia algo tradicional en algunos aspectos —sonrió—. Si te casas, es para siempre, recuérdalo…
Julián entornó los ojos.
—Tienes que estar seguro de esta decisión —presionó el mayor.
—Y lo estoy —confirmó el castaño, fijando la mirada en su padre.
—Quiero confiar en ti, hijo, pero hay algo que necesito saber…
—¿Qué cosa? —preguntó el castaño con curiosidad.
—Siempre me dices que no me puedes explicar de tu trabajo real —dijo su padre con seriedad—, porque dices que es peligroso y lo he aceptado porque creo en tu buen juicio cómo adulto, por lo que te he apoyado para que tu madre no indague más de lo necesario —sonrió—. Pero, ¿Guti sabe de eso?
—Sí.
—¿Todo? —presionó su padre—. No es bueno tener una relación con alguien, ocultándole cosas, eso podría ser contraproducente.
—Trabaja a mi lado, así que sabe todo lo que ustedes no saben —especificó, con una mirada fría.
El mayor soltó el aire con lentitud— de acuerdo, siendo así, espero que sepas cuidarlo, respetarlo y por sobre todo, amarlo.
—¿Crees que no lo amo? —Julián se molestó por esa clara insinuación de su padre.
—Lo amas, de lo contrario no lo habrías traído —rió el canoso, dando por hecho, esa situación.
Agustín seguía en la consola con los niños, quienes quisieron jugar algo de carreras; él se sentía feliz, ya que ayudaba a la pequeña Brenda a competir contra su hermano, dos años mayor y los tres se reían divertidos. Sin que el pelinegro se diera cuenta Alfredo se acercó y se sentó a su lado.
—Guti… —llamó con voz amable.
—¿Si? —respondió el aludido sin dejar de mirar la pantalla dónde participaba en el juego.
—¿Te diviertes con los niños? —preguntó el castaño.
—¡Por supuesto!
—¿Vas a jugar, tío Fredy? —preguntó el pequeño Julián, ya que era Alfredo quien se divertía con ellos normalmente.
—Tal vez más tarde, Chaparro —sonrió para su sobrino.
El niño se alzó de hombros y siguió con el juego.
—La familia está ocupada —prosiguió el castaño—, mi hermano está con papá —disimuladamente se movió y pasó la mano por el respaldo del sillón—, no te gustaría conocer la casa en vez de estar aquí sentado.
Agustín estuvo a punto de darle un codazo en el abdomen, ya que el otro estaba demasiado cerca, pero se contuvo.
«Es el hermano de Julián…» pensó con calma «debo tolerarlo…»— esperaré a Julián para eso —respondió como autómata.
—¿En serio? —Alfredo frunció el ceño—. ¿Qué le viste? ¡Es un amargado! —acusó y luego sonrió divertido—. Todos dicen que nos parecemos mucho, pero yo soy más joven y guapo —añadió con arrogancia—. Él tiene treinta y cinco, en unos años ¡ni siquiera se le va a parar! —se burló.
—¿Qué no se le va a parar? —preguntó el pequeño Julián, que estaba poniendo atención a la plática, aunque no la entendía del todo.
Agustín respiró profundamente y sonrió para el niño— no le hagas caso a tu tío, dice puras tonterías.
El niño asintió— es lo mismo que dice mi mami.
Esa frase hizo sonreír a Agustín y Alfredo entornó los ojos.
—No importa lo que digas, Guti, sabes que tengo razón —se alzó de hombros—. Julián ya está viejo, podrías conseguirte a alguien más joven.
El pelinegro negó, luego se giró a ver a su cuñado— tengo algunos años de conocer a Julián —dijo con seriedad—, te acabo de conocer a ti y aunque se parecen físicamente, porque son hermanos, obvio, tú —lo señaló—, eres tan insufrible como alguien a quien golpee hace poco, así que, por tu bien, mantente lejos de mí y deja las insinuaciones, disfrazadas de falsa cordialidad, porque no quiero tener problemas con Mamá Brenda, por tu culpa.
—¡Vaya! —Alfredo sonrió divertido—. Me gustan los gatitos con garras —relamió sus labios—. Eso lo hace más interesante.
—Créeme, no quieres ver mis garras, cuñadito… —señaló Agustín con frialdad.
—Hagamos algo —Alfredo no iba a quitar el dedo del renglón—. Juguemos una carrera —señaló el juego—, si pierdo, te dejo en paz, si gano, aceptas que te lleve un día, a conocer la ciudad.
Agustín lo miró indiferente— si gano, no solo me dejas en paz, sino que te mantendrás a no menos de dos metros de mí, ¿de acuerdo?
—Trato… —Alfredo le ofreció la mano.
Agustín titubeó pero aceptó esa manera de cerrar el trato, más no pudo prever que el otro lo sujetó de la mano con firmeza y lo acercó a él, tratando de besarle la mejilla. El pelinegro estuvo a punto de soltar un puñetazo, cuando Alfredo se quejó, porque alguien lo sujetó con fuerza de la nuca y lo levantó de un tirón del sofá.
—¡Apártate de mí prometido! —siseó Julián.
—Sólo estamos jugando —anunció el menor, encogido de hombros, porque le incomodaba el agarre de su hermano mayor.
—Te lo advierto, Alfredo, te vuelvo a ver cerca de Guti, de una manera impropia y ¡te tumbaré los dientes! —amenazó.
—¡Vendrá el ratón de los dientes por ellos, tío Fredy! —sonrió el pequeño Julián desde su lugar, emocionado.
—No creo que a su tío le guste que venga el ratón por sus dientes —se burló Agustín.
—¡¿Qué está pasando aquí?! —Brenda llegó, porque alcanzó a escuchar a Julián.
—Madre, si en los próximos días, miras a tu hijo con moretones en el rostro y menos dientes, ¡no me culpes! —Julián rechinó los dientes y soltó a su hermano, estaba fúrico.
—Má, ¡no he hecho nada! —se excusó Alfredo con rapidez.
—Tu no aprendes… —la canosa soltó el aire cansada—. Si tu hermano te golpea, no vengas a llorarme cómo cuando eras niño, ¿entendido?
—¡Yo no lloraba! —Alfredo se cruzó de brazos.
—Necesitamos cambiarnos —Julián caminó hasta Agustín y le ofreció la mano para ayudarle a levantarse del sillón—. Vamos a salir, Guti debe conocer la ciudad.
—Está bien, tu antigua habitación está lista —sonrió la canosa—, acabamos de cambiar la ropa de cama.
—Ah… y yo, ¿dónde dormiré? —preguntó Agustín intrigado.
—Con tu prometido, hijo, por supuesto —sonrió la mujer de manera cómplice.
Agustín sintió que su rostro ardía.
—Tal vez, Guti debería usar un cuarto de huéspedes —señaló Alfredo.
—No voy a dejar a Guti solo, contigo rondando —Julián lo señaló con el índice.
—No hay cuartos de huéspedes —Brenda negó y se cruzó de brazos.
—¿Cómo que no hay? —preguntó su hijo menor contrariado—. ¡Hay tres cuartos de huéspedes!
—Tienen desperfectos, así que Guti tendrá que dormir con Julián, lógico.
—¿Todos tienes desperfectos? —Alfredo la miró con sarcasmo.
—Sí, todos —dijo su madre, mirándolo molesta—. Ahora, deja de discutir y ve a ayudar a tu hermano con el equipaje —ordenó—, mientras, yo llevo a Guti a su habitación.
La canosa sujetó del brazo a Agustín y lo guió por la casa, llevándolo hacia la recamara que en antaño había sido de Julián.
—No le hagas caso a mi hijo, Alfredo —comentó la mujer con rapidez, mientras recorrían un pasillo—, es inofensivo, pero demasiado atrabancado e inmaduro —suspiró—. Creo que toda la seriedad de nuestros genes, se acabó con Julián, Jorge y Héctor —rió.
—Lo tendré en cuenta —el pelinegro asintió—, pero estoy acostumbrado a responder por instinto si me siento atacado y no quisiera golpearlo por accidente.
—¡Se lo tendría bien merecido! —rió la mujer y se recargó en el hombro de Agustín—. Estoy chapada a la antigua enseñanza, creo que ya te diste cuenta —se burló—, de cuando en cuando le doy sus jalones de oreja a mis hijos, cuando se lo merecen —explicó—. Mis tres hijos mayores entienden, pero lamentablemente, Alfredo es un alma más rebelde, por eso me he rendido con él, solo espero que encuentre una pareja que lo haga sentar cabeza, así como tu hiciste que mi Juls, sentara cabeza —dijo con ilusión.
—¿Yo? —Agustín se sorprendió por esas palabras.
—Sí —Brenda suspiró—. Desde que Julián se fue a la universidad, se volvió más frío, distante, un tanto huraño —comentó tristemente—. Él no me dijo nada, pero mi esposo me comentó que nuestro hijo había tenido algunas decepciones amorosas y por eso, no quería enamorarse de nuevo… —negó—. Tenía miedo que pasara toda su vida solo, eso no es para alguien como él —dijo con seguridad—, pero al verte, creo que mi hijo encontró por fin a alguien que lo quiere y tarde o temprano, lo hará salir de esa concha en la que se metió, para no sufrir más —le guiñó el ojo—. Confío en que lo lograrás.
El pelinegro se sorprendió y luego asintió— es una gran responsabilidad, pero me esforzaré, Mamá Brenda —dijo con ilusión.
—¡Así me gusta! —ella asintió—. Y quien sabe, quizá más adelante, adopten hijos…
—¡¿Hijos?! —esa palabra asustó a Agustín.
—Oh, esta es la habitación de Julián —Brenda abrió una puerta e hizo que Agustín ingresara a la habitación—. Espera aquí a Juls, yo tengo que ir a ver a mis nietos —se despidió de inmediato y se fue.
—Hijos… —Agustín aún estaba atónito.
Apenas se había hecho a la idea de casarse con Julián, obviamente adoptar no era algo que estuviera en sus planes.
—Guti… —llamó con voz amable.
—¿Si? —respondió el aludido sin dejar de mirar la pantalla dónde participaba en el juego.
—¿Te diviertes con los niños? —preguntó el castaño.
—¡Por supuesto!
—¿Vas a jugar, tío Fredy? —preguntó el pequeño Julián, ya que era Alfredo quien se divertía con ellos normalmente.
—Tal vez más tarde, Chaparro —sonrió para su sobrino.
El niño se alzó de hombros y siguió con el juego.
—La familia está ocupada —prosiguió el castaño—, mi hermano está con papá —disimuladamente se movió y pasó la mano por el respaldo del sillón—, no te gustaría conocer la casa en vez de estar aquí sentado.
Agustín estuvo a punto de darle un codazo en el abdomen, ya que el otro estaba demasiado cerca, pero se contuvo.
«Es el hermano de Julián…» pensó con calma «debo tolerarlo…»— esperaré a Julián para eso —respondió como autómata.
—¿En serio? —Alfredo frunció el ceño—. ¿Qué le viste? ¡Es un amargado! —acusó y luego sonrió divertido—. Todos dicen que nos parecemos mucho, pero yo soy más joven y guapo —añadió con arrogancia—. Él tiene treinta y cinco, en unos años ¡ni siquiera se le va a parar! —se burló.
—¿Qué no se le va a parar? —preguntó el pequeño Julián, que estaba poniendo atención a la plática, aunque no la entendía del todo.
Agustín respiró profundamente y sonrió para el niño— no le hagas caso a tu tío, dice puras tonterías.
El niño asintió— es lo mismo que dice mi mami.
Esa frase hizo sonreír a Agustín y Alfredo entornó los ojos.
—No importa lo que digas, Guti, sabes que tengo razón —se alzó de hombros—. Julián ya está viejo, podrías conseguirte a alguien más joven.
El pelinegro negó, luego se giró a ver a su cuñado— tengo algunos años de conocer a Julián —dijo con seriedad—, te acabo de conocer a ti y aunque se parecen físicamente, porque son hermanos, obvio, tú —lo señaló—, eres tan insufrible como alguien a quien golpee hace poco, así que, por tu bien, mantente lejos de mí y deja las insinuaciones, disfrazadas de falsa cordialidad, porque no quiero tener problemas con Mamá Brenda, por tu culpa.
—¡Vaya! —Alfredo sonrió divertido—. Me gustan los gatitos con garras —relamió sus labios—. Eso lo hace más interesante.
—Créeme, no quieres ver mis garras, cuñadito… —señaló Agustín con frialdad.
—Hagamos algo —Alfredo no iba a quitar el dedo del renglón—. Juguemos una carrera —señaló el juego—, si pierdo, te dejo en paz, si gano, aceptas que te lleve un día, a conocer la ciudad.
Agustín lo miró indiferente— si gano, no solo me dejas en paz, sino que te mantendrás a no menos de dos metros de mí, ¿de acuerdo?
—Trato… —Alfredo le ofreció la mano.
Agustín titubeó pero aceptó esa manera de cerrar el trato, más no pudo prever que el otro lo sujetó de la mano con firmeza y lo acercó a él, tratando de besarle la mejilla. El pelinegro estuvo a punto de soltar un puñetazo, cuando Alfredo se quejó, porque alguien lo sujetó con fuerza de la nuca y lo levantó de un tirón del sofá.
—¡Apártate de mí prometido! —siseó Julián.
—Sólo estamos jugando —anunció el menor, encogido de hombros, porque le incomodaba el agarre de su hermano mayor.
—Te lo advierto, Alfredo, te vuelvo a ver cerca de Guti, de una manera impropia y ¡te tumbaré los dientes! —amenazó.
—¡Vendrá el ratón de los dientes por ellos, tío Fredy! —sonrió el pequeño Julián desde su lugar, emocionado.
—No creo que a su tío le guste que venga el ratón por sus dientes —se burló Agustín.
—¡¿Qué está pasando aquí?! —Brenda llegó, porque alcanzó a escuchar a Julián.
—Madre, si en los próximos días, miras a tu hijo con moretones en el rostro y menos dientes, ¡no me culpes! —Julián rechinó los dientes y soltó a su hermano, estaba fúrico.
—Má, ¡no he hecho nada! —se excusó Alfredo con rapidez.
—Tu no aprendes… —la canosa soltó el aire cansada—. Si tu hermano te golpea, no vengas a llorarme cómo cuando eras niño, ¿entendido?
—¡Yo no lloraba! —Alfredo se cruzó de brazos.
—Necesitamos cambiarnos —Julián caminó hasta Agustín y le ofreció la mano para ayudarle a levantarse del sillón—. Vamos a salir, Guti debe conocer la ciudad.
—Está bien, tu antigua habitación está lista —sonrió la canosa—, acabamos de cambiar la ropa de cama.
—Ah… y yo, ¿dónde dormiré? —preguntó Agustín intrigado.
—Con tu prometido, hijo, por supuesto —sonrió la mujer de manera cómplice.
Agustín sintió que su rostro ardía.
—Tal vez, Guti debería usar un cuarto de huéspedes —señaló Alfredo.
—No voy a dejar a Guti solo, contigo rondando —Julián lo señaló con el índice.
—No hay cuartos de huéspedes —Brenda negó y se cruzó de brazos.
—¿Cómo que no hay? —preguntó su hijo menor contrariado—. ¡Hay tres cuartos de huéspedes!
—Tienen desperfectos, así que Guti tendrá que dormir con Julián, lógico.
—¿Todos tienes desperfectos? —Alfredo la miró con sarcasmo.
—Sí, todos —dijo su madre, mirándolo molesta—. Ahora, deja de discutir y ve a ayudar a tu hermano con el equipaje —ordenó—, mientras, yo llevo a Guti a su habitación.
La canosa sujetó del brazo a Agustín y lo guió por la casa, llevándolo hacia la recamara que en antaño había sido de Julián.
—No le hagas caso a mi hijo, Alfredo —comentó la mujer con rapidez, mientras recorrían un pasillo—, es inofensivo, pero demasiado atrabancado e inmaduro —suspiró—. Creo que toda la seriedad de nuestros genes, se acabó con Julián, Jorge y Héctor —rió.
—Lo tendré en cuenta —el pelinegro asintió—, pero estoy acostumbrado a responder por instinto si me siento atacado y no quisiera golpearlo por accidente.
—¡Se lo tendría bien merecido! —rió la mujer y se recargó en el hombro de Agustín—. Estoy chapada a la antigua enseñanza, creo que ya te diste cuenta —se burló—, de cuando en cuando le doy sus jalones de oreja a mis hijos, cuando se lo merecen —explicó—. Mis tres hijos mayores entienden, pero lamentablemente, Alfredo es un alma más rebelde, por eso me he rendido con él, solo espero que encuentre una pareja que lo haga sentar cabeza, así como tu hiciste que mi Juls, sentara cabeza —dijo con ilusión.
—¿Yo? —Agustín se sorprendió por esas palabras.
—Sí —Brenda suspiró—. Desde que Julián se fue a la universidad, se volvió más frío, distante, un tanto huraño —comentó tristemente—. Él no me dijo nada, pero mi esposo me comentó que nuestro hijo había tenido algunas decepciones amorosas y por eso, no quería enamorarse de nuevo… —negó—. Tenía miedo que pasara toda su vida solo, eso no es para alguien como él —dijo con seguridad—, pero al verte, creo que mi hijo encontró por fin a alguien que lo quiere y tarde o temprano, lo hará salir de esa concha en la que se metió, para no sufrir más —le guiñó el ojo—. Confío en que lo lograrás.
El pelinegro se sorprendió y luego asintió— es una gran responsabilidad, pero me esforzaré, Mamá Brenda —dijo con ilusión.
—¡Así me gusta! —ella asintió—. Y quien sabe, quizá más adelante, adopten hijos…
—¡¿Hijos?! —esa palabra asustó a Agustín.
—Oh, esta es la habitación de Julián —Brenda abrió una puerta e hizo que Agustín ingresara a la habitación—. Espera aquí a Juls, yo tengo que ir a ver a mis nietos —se despidió de inmediato y se fue.
—Hijos… —Agustín aún estaba atónito.
Apenas se había hecho a la idea de casarse con Julián, obviamente adoptar no era algo que estuviera en sus planes.
Alfredo caminaba tras Julián, hacia la salida.
—Abre la cochera —ordenó el mayor—, meteré el auto.
—Cómo digas.
Julián salió y Alfredo presionó el botón para que la puerta se abriera automáticamente; el mayor estacionó el auto y bajó después de abrir la cajuela. Sacó un par de maletas y se las dio a su hermano.
—Llévalas.
—¡No soy tu botones personal! —gruñó el menor y dejó caer las maletas.
Julián lo miró fríamente, luego sonrió de lado; ese gesto le dio escalofríos a su hermano y más cuando el mayor se acercó.
—Tienes razón, Fredy —Julián sujetó del hombro al otro—. No eres mi botones personal —le clavó los dedos en la clavícula, lastimándolo y sometiéndolo, tanto que las rodillas se le doblaron un poco al menor—. Eres mi hermano y ya eres un adulto, por eso te tendré consideración y te lo diré una sola vez más —se inclinó—. Te quiero lejos de mi prometido —hizo énfasis en la palabra—, porque de lo contrario, te haré llorar como bebé.
Julián soltó a su hermano; se inclinó, sujetó las maletas y volvió por el camino hacia la casa.
—Eso dolió… —se quejó el castaño, sobando su hombro.
—Habla en serio —Martín se acercó hasta él—, mejor no te metas con Agustín.
—Solo estoy bromeando —sonrió Alfredo—, es decir, Guti es indo pero no se lo bajaría a mi hermano…
—No se lo bajarías, porque no puedes —negó el moreno con una sonrisa divertida.
—Escucha —Alfredo lo señaló—, si no se tratara de Julián, ya habría apostado por ello, pero no pienso hacerle eso a mi hermano.
—No solo por eso, sino porque sabes que terminarías con tus dientes en el suelo —rió su amigo.
—También… —el castaño suspiró—. Pero mientras no tenga anillo, Guti puede cambiar de opinión por decisión propia —se alzó de hombros— y sería un desperdicio no estar cerca, ¿no lo crees?
—Para mí, sería un desperdicio no estar cerca, cuando Juls te parta la cara —Martín se carcajeó.
—No se lo voy a bajar… —repitió el castaño—. Solo… quiero conocerlo mejor… —aseguró—. Porque es obvio que somos más compatibles, ya ves, le gustan los videojuegos cómo a mí —se cruzó de brazos—. Solo quiero ser su amigo, ya sabes, lo normal, platicar, obtener su número y en caso de que termine con mi hermano, ofrecerme a consolarlo.
—Tu no aprendes… siempre te metes en problemas por intentar algo con personas que ya tienen pareja.
—No es mi culpa que las personas que me gustan, tanto hombres como mujeres, siempre tengan pareja.
—Necesito otro amigo —Martín suspiró—, porque tu no vas a durar mucho con esa mentalidad…
—Abre la cochera —ordenó el mayor—, meteré el auto.
—Cómo digas.
Julián salió y Alfredo presionó el botón para que la puerta se abriera automáticamente; el mayor estacionó el auto y bajó después de abrir la cajuela. Sacó un par de maletas y se las dio a su hermano.
—Llévalas.
—¡No soy tu botones personal! —gruñó el menor y dejó caer las maletas.
Julián lo miró fríamente, luego sonrió de lado; ese gesto le dio escalofríos a su hermano y más cuando el mayor se acercó.
—Tienes razón, Fredy —Julián sujetó del hombro al otro—. No eres mi botones personal —le clavó los dedos en la clavícula, lastimándolo y sometiéndolo, tanto que las rodillas se le doblaron un poco al menor—. Eres mi hermano y ya eres un adulto, por eso te tendré consideración y te lo diré una sola vez más —se inclinó—. Te quiero lejos de mi prometido —hizo énfasis en la palabra—, porque de lo contrario, te haré llorar como bebé.
Julián soltó a su hermano; se inclinó, sujetó las maletas y volvió por el camino hacia la casa.
—Eso dolió… —se quejó el castaño, sobando su hombro.
—Habla en serio —Martín se acercó hasta él—, mejor no te metas con Agustín.
—Solo estoy bromeando —sonrió Alfredo—, es decir, Guti es indo pero no se lo bajaría a mi hermano…
—No se lo bajarías, porque no puedes —negó el moreno con una sonrisa divertida.
—Escucha —Alfredo lo señaló—, si no se tratara de Julián, ya habría apostado por ello, pero no pienso hacerle eso a mi hermano.
—No solo por eso, sino porque sabes que terminarías con tus dientes en el suelo —rió su amigo.
—También… —el castaño suspiró—. Pero mientras no tenga anillo, Guti puede cambiar de opinión por decisión propia —se alzó de hombros— y sería un desperdicio no estar cerca, ¿no lo crees?
—Para mí, sería un desperdicio no estar cerca, cuando Juls te parta la cara —Martín se carcajeó.
—No se lo voy a bajar… —repitió el castaño—. Solo… quiero conocerlo mejor… —aseguró—. Porque es obvio que somos más compatibles, ya ves, le gustan los videojuegos cómo a mí —se cruzó de brazos—. Solo quiero ser su amigo, ya sabes, lo normal, platicar, obtener su número y en caso de que termine con mi hermano, ofrecerme a consolarlo.
—Tu no aprendes… siempre te metes en problemas por intentar algo con personas que ya tienen pareja.
—No es mi culpa que las personas que me gustan, tanto hombres como mujeres, siempre tengan pareja.
—Necesito otro amigo —Martín suspiró—, porque tu no vas a durar mucho con esa mentalidad…
Julián fue directamente a su habitación, abriendo la puerta y encontrando a Agustín observando unas fotos que estaban en unas repisas.
—¿Ocupado? —preguntó el castaño, dejando las maletas en la cama.
De inmediato, Agustín dejó el marco de la foto en su lugar— ah, yo… estaba viendo las fotos —dijo nervioso.
—Son mis fotos de la preparatoria —añadió el mayor, acercándose hasta su pareja y agarró el marco—, esta es del equipo de futbol americano.
—También hay de cuando eras más pequeño —el pelinegro se mordió el labio, ya que en una mesita estaba una foto dónde parecía estarse graduando de la primaria—. No imaginé que vería fotos tuyas… Ya que, en casa no hay —suspiró.
—Mi madre tiene cientos —Julián suspiró y devolvió la foto a su lugar—. Si le dices que quieres verlas, te aseguro que te tardarás un día completo, viendo los álbumes y te dará todas las que quieras —aseguró.
—¿Puedo hacer eso? —Agustín lo miró a los ojos.
Julián pudo notar la emoción en esos ojos color miel que tanto le fascinaban y le sonrió como pocas veces lo hacía, de forma dulce.
—Tu puedes hacer lo que desees, Guti —dijo con suavidad y le acarició la mejilla—. Te aseguro que mi madre estará más que feliz, de darte las fotos que quieras, aunque tal vez, a cambio, quiera una copia de cada foto que tomemos en nuestra boda.
El menor sonrió nervioso— si tu mamá quiere esas fotos, no se las podemos negar… —cerró los parpados y ahondó la caricia, moviendo su rostro—. ¿Sabes…? —musitó—. Tenía miedo de conocer a tu familia, pero son muy agradables… —abrió los ojos e hizo un mohín—. Excepto tu hermano Alfredo —entornó los ojos.
—No le hagas caso a Alfredo —Julián negó—, sigue siendo un niño.
Agustín levantó una ceja— también dices que yo soy un niño —reclamó.
El castaño sonrió— no eres cualquier niño, eres mi niño —dijo con total convicción y se inclinó a besarlo.
Agustín cerró los ojos y le ofreció los labios para recibir el beso, pero el sonido de la puerta los interrumpió. El pequeño sobrino de Julián entró corriendo y se abrazó a las piernas de Agustín.
—Tío Guti, ayúdame a ganarle a mi tío Fredy, ¡por favor! —suplicó.
Julián apretó los parpados— lo hizo a propósito, para no dejarnos solos —masculló.
—Está bien, creo que puedo ganarle rápido —sujetó la mano del pequeño—, vamos Juliancito, destruyamos a tu tío Fredy —dijo con complicidad—. ¿Nos acompañas? —preguntó para Julián.
—¡Por supuesto! No te dejaré cerca de Alfredo, sin supervisión.
—¿Ocupado? —preguntó el castaño, dejando las maletas en la cama.
De inmediato, Agustín dejó el marco de la foto en su lugar— ah, yo… estaba viendo las fotos —dijo nervioso.
—Son mis fotos de la preparatoria —añadió el mayor, acercándose hasta su pareja y agarró el marco—, esta es del equipo de futbol americano.
—También hay de cuando eras más pequeño —el pelinegro se mordió el labio, ya que en una mesita estaba una foto dónde parecía estarse graduando de la primaria—. No imaginé que vería fotos tuyas… Ya que, en casa no hay —suspiró.
—Mi madre tiene cientos —Julián suspiró y devolvió la foto a su lugar—. Si le dices que quieres verlas, te aseguro que te tardarás un día completo, viendo los álbumes y te dará todas las que quieras —aseguró.
—¿Puedo hacer eso? —Agustín lo miró a los ojos.
Julián pudo notar la emoción en esos ojos color miel que tanto le fascinaban y le sonrió como pocas veces lo hacía, de forma dulce.
—Tu puedes hacer lo que desees, Guti —dijo con suavidad y le acarició la mejilla—. Te aseguro que mi madre estará más que feliz, de darte las fotos que quieras, aunque tal vez, a cambio, quiera una copia de cada foto que tomemos en nuestra boda.
El menor sonrió nervioso— si tu mamá quiere esas fotos, no se las podemos negar… —cerró los parpados y ahondó la caricia, moviendo su rostro—. ¿Sabes…? —musitó—. Tenía miedo de conocer a tu familia, pero son muy agradables… —abrió los ojos e hizo un mohín—. Excepto tu hermano Alfredo —entornó los ojos.
—No le hagas caso a Alfredo —Julián negó—, sigue siendo un niño.
Agustín levantó una ceja— también dices que yo soy un niño —reclamó.
El castaño sonrió— no eres cualquier niño, eres mi niño —dijo con total convicción y se inclinó a besarlo.
Agustín cerró los ojos y le ofreció los labios para recibir el beso, pero el sonido de la puerta los interrumpió. El pequeño sobrino de Julián entró corriendo y se abrazó a las piernas de Agustín.
—Tío Guti, ayúdame a ganarle a mi tío Fredy, ¡por favor! —suplicó.
Julián apretó los parpados— lo hizo a propósito, para no dejarnos solos —masculló.
—Está bien, creo que puedo ganarle rápido —sujetó la mano del pequeño—, vamos Juliancito, destruyamos a tu tío Fredy —dijo con complicidad—. ¿Nos acompañas? —preguntó para Julián.
—¡Por supuesto! No te dejaré cerca de Alfredo, sin supervisión.
Después de cenar, la familia se fue a dormir a las habitaciones que les correspondían, pues aunque Jorge, Héctor y Alfredo, tenían sus casas, cada dos fines de semana al mes, iban a pasarlos en casa de sus padres y ocupaban sus antiguas habitaciones.
Apenas la pareja estuvo dentro de la habitación, Julián le puso seguro para que no los molestaran.
—¿Quieres bañarte, Guti? —preguntó con suavidad, abrazando al otro por la espalda.
—Sí, necesito relajarme.
—Vemos a la regadera entonces.
Julián guió a su prometido hasta su baño propio y lo desnudó con rapidez. Todo el día tuvo ganas de acariciarlo, pero Agustín siempre estuvo ocupado, tanto con sus sobrinos, como con sus cuñadas y hasta su madre, quien, junto con Margarita, lo entretuvieron largo rato, mostrándole diseños para que eligiera el tejido de la sobrecama que les harían.
Julián llevó a Agustín bajo el agua, besándolo con ansiedad; el pelinegro pasó las manos por la nuca y jugó con el cabello húmedo de su pareja, restregando su cuerpo denudo contra el otro, sintiendo como el miembro de su pareja despertaba con rapidez.
—Hay que ser silenciosos —musitó Agustín, cuando el mayor dejó libre su boca, para bajar por el cuello.
—Todos están conscientes de lo que somos —el castaño mordisqueó la piel que tenía cerca—, no creo que tengamos que cuidarnos de eso.
Agustín tembló— pero… es la casa de tus padres… hay que respetarlos…
Julián sonrió divertido y sin dudar, se apartó, hizo girar a Agustín y se acomodó detrás, restregando su erección contra el trasero de su pareja; se inclinó hasta la oreja y lamió el lóbulo, consiguiendo que el menor gimiera.
—Tener sexo aquí, es excitante, ¿no lo crees?
Agustín se mordió el labio inferior y negó con la cabeza.
—Guti, no mientas —la mano de Julián serpenteó por el torso y bajó hasta la entrepierna de su prometido—, estás excitado… ¿de verdad, no quieres hacerlo?
«¿Por qué tienes que preguntarme ahora? Sólo hazlo…» pensó el menor, nervioso, pero era obvio que Julián quería escucharlo.
—Quiero hacerlo… —respondió a media voz.
—Lo sé… —Julián sonrió divertido y de inmediato lo afianzó de la cintura, para poder penetrarlo con facilidad.
Agustín apretó los puños contra la baldosa, a la par que un gemido se ahogaba en su garganta, mientras su espalda se arqueaba, exponiéndose más para el otro. Una mano del castaño sujetó la cadera de su pareja y la otra se movió hasta el pecho, acariciándolo con la yema de sus dedos, estimulando uno de los pezones.
—No te contengas, Guti —sonrió contra la nuca—. Si quieres gemir, gime, si quieres gritar, grita —se burló.
Julián sabía bien que Agustín se avergonzaba con facilidad y eso era algo que le gustaba, por eso gustaba de avergonzarlo siempre que le era posible y en casa de sus padres, eso era mucho más sencillo.
Agustín se dejó llevar por la voz de su prometido y sus gemidos empezaron a aumentar de volumen; poco a poco, hasta olvidarse del lugar dónde estaban y empezó a exigir más.
—Quiero… —su voz se ahogó—. Tocarte… —pidió con deseo, cuando una de sus manos acariciaba con dificultar, un costado de Julián.
El castaño asintió; dio una última lamida en el cuello de su pareja y salió de su interior; rápidamente lo hizo girar, lo sujetó de las nalgas y lo levantó fácilmente, consiguiendo que Agustín se afianzara de sus hombros y enredara las piernas en su cintura, permitiendo que lo volviera a penetrar, aunque el interior del pelinegro se sentía más apretado.
Agustín no se contuvo y besó a Julián con desespero, disfrutando de los labios, la lengua traviesa y la calidez; sus manos recorrieron los hombros, pasando por los omóplatos y sus uñas marcaron los músculos de la espalda con surcos profundos. El castaño mordió la base del cuello y su cadera se movió con salvajismo; por alguna razón, siempre que Agustín lo acariciaba de esa manera tan ruda, lo excitaba más de lo que podía imaginar.
—Te amo, Guti —susurró cerca de la oreja con deseo.
La simple frase consiguió que Agustín alcanzara el cielo y el orgasmo que tuvo lo cimbró por completo; su cuerpo se contrajo y el mayor sintió la presión excesiva en su sexo, tanto que no le permitía moverse, pero lo forzó, para poder terminar también.
Agustín gimió; la sensación era dolorosa pero deliciosa, a pesar de que sentía que desfallecería en cualquier momento.
Julián tardó un momento en liberar la semilla dentro del cuerpo de su pareja y mientras lo hacía, repartió besos en la piel cercana. Agustín respiraba agitado; quería volver a respirar normal, pero no podía y sentía su cuerpo sin energía.
—¿Puedes sostenerte? —preguntó el castaño con rapidez.
—No… —musitó Agustín, aunque sus manos seguían sobre el cuello con debilidad.
—Tengo que limpiarte, como siempre… —Julián sonrió divertido, pues varias veces había ocurrido eso en su hogar.
El pelinegro asintió, restregando el rostro contra el otro y relajó su cuerpo, para que el mayor lo moviera como si se tratara de un delicado títere de porcelana, que se movía por los hilos que el otro manejaba, pero a pesar de ello, le fascinaba sentirse de esa manera.
Julián se tomó su tiempo, pese a que Agustín estaba soñoliento; lo limpió concienzudamente y finalmente lo secó con una toalla, envolviéndolo con otra y cargándolo a la cama.
—¿Quieres descansar? —susurró el castaño, después de recostar a su prometido y colocarse encima de él.
—Sí… —Agustín suspiró.
—De acuerdo, Guti, te dejaré descansar esta noche, pero mañana no seré tan amable.
Agustín ni siquiera respondió, solo se arrebujó contra el pecho de Julián y de inmediato se durmió; el castaño lo acunó en brazos y repartió besos en el cabello húmedo, esperando a que lo venciera el sueño.
Apenas la pareja estuvo dentro de la habitación, Julián le puso seguro para que no los molestaran.
—¿Quieres bañarte, Guti? —preguntó con suavidad, abrazando al otro por la espalda.
—Sí, necesito relajarme.
—Vemos a la regadera entonces.
Julián guió a su prometido hasta su baño propio y lo desnudó con rapidez. Todo el día tuvo ganas de acariciarlo, pero Agustín siempre estuvo ocupado, tanto con sus sobrinos, como con sus cuñadas y hasta su madre, quien, junto con Margarita, lo entretuvieron largo rato, mostrándole diseños para que eligiera el tejido de la sobrecama que les harían.
Julián llevó a Agustín bajo el agua, besándolo con ansiedad; el pelinegro pasó las manos por la nuca y jugó con el cabello húmedo de su pareja, restregando su cuerpo denudo contra el otro, sintiendo como el miembro de su pareja despertaba con rapidez.
—Hay que ser silenciosos —musitó Agustín, cuando el mayor dejó libre su boca, para bajar por el cuello.
—Todos están conscientes de lo que somos —el castaño mordisqueó la piel que tenía cerca—, no creo que tengamos que cuidarnos de eso.
Agustín tembló— pero… es la casa de tus padres… hay que respetarlos…
Julián sonrió divertido y sin dudar, se apartó, hizo girar a Agustín y se acomodó detrás, restregando su erección contra el trasero de su pareja; se inclinó hasta la oreja y lamió el lóbulo, consiguiendo que el menor gimiera.
—Tener sexo aquí, es excitante, ¿no lo crees?
Agustín se mordió el labio inferior y negó con la cabeza.
—Guti, no mientas —la mano de Julián serpenteó por el torso y bajó hasta la entrepierna de su prometido—, estás excitado… ¿de verdad, no quieres hacerlo?
«¿Por qué tienes que preguntarme ahora? Sólo hazlo…» pensó el menor, nervioso, pero era obvio que Julián quería escucharlo.
—Quiero hacerlo… —respondió a media voz.
—Lo sé… —Julián sonrió divertido y de inmediato lo afianzó de la cintura, para poder penetrarlo con facilidad.
Agustín apretó los puños contra la baldosa, a la par que un gemido se ahogaba en su garganta, mientras su espalda se arqueaba, exponiéndose más para el otro. Una mano del castaño sujetó la cadera de su pareja y la otra se movió hasta el pecho, acariciándolo con la yema de sus dedos, estimulando uno de los pezones.
—No te contengas, Guti —sonrió contra la nuca—. Si quieres gemir, gime, si quieres gritar, grita —se burló.
Julián sabía bien que Agustín se avergonzaba con facilidad y eso era algo que le gustaba, por eso gustaba de avergonzarlo siempre que le era posible y en casa de sus padres, eso era mucho más sencillo.
Agustín se dejó llevar por la voz de su prometido y sus gemidos empezaron a aumentar de volumen; poco a poco, hasta olvidarse del lugar dónde estaban y empezó a exigir más.
—Quiero… —su voz se ahogó—. Tocarte… —pidió con deseo, cuando una de sus manos acariciaba con dificultar, un costado de Julián.
El castaño asintió; dio una última lamida en el cuello de su pareja y salió de su interior; rápidamente lo hizo girar, lo sujetó de las nalgas y lo levantó fácilmente, consiguiendo que Agustín se afianzara de sus hombros y enredara las piernas en su cintura, permitiendo que lo volviera a penetrar, aunque el interior del pelinegro se sentía más apretado.
Agustín no se contuvo y besó a Julián con desespero, disfrutando de los labios, la lengua traviesa y la calidez; sus manos recorrieron los hombros, pasando por los omóplatos y sus uñas marcaron los músculos de la espalda con surcos profundos. El castaño mordió la base del cuello y su cadera se movió con salvajismo; por alguna razón, siempre que Agustín lo acariciaba de esa manera tan ruda, lo excitaba más de lo que podía imaginar.
—Te amo, Guti —susurró cerca de la oreja con deseo.
La simple frase consiguió que Agustín alcanzara el cielo y el orgasmo que tuvo lo cimbró por completo; su cuerpo se contrajo y el mayor sintió la presión excesiva en su sexo, tanto que no le permitía moverse, pero lo forzó, para poder terminar también.
Agustín gimió; la sensación era dolorosa pero deliciosa, a pesar de que sentía que desfallecería en cualquier momento.
Julián tardó un momento en liberar la semilla dentro del cuerpo de su pareja y mientras lo hacía, repartió besos en la piel cercana. Agustín respiraba agitado; quería volver a respirar normal, pero no podía y sentía su cuerpo sin energía.
—¿Puedes sostenerte? —preguntó el castaño con rapidez.
—No… —musitó Agustín, aunque sus manos seguían sobre el cuello con debilidad.
—Tengo que limpiarte, como siempre… —Julián sonrió divertido, pues varias veces había ocurrido eso en su hogar.
El pelinegro asintió, restregando el rostro contra el otro y relajó su cuerpo, para que el mayor lo moviera como si se tratara de un delicado títere de porcelana, que se movía por los hilos que el otro manejaba, pero a pesar de ello, le fascinaba sentirse de esa manera.
Julián se tomó su tiempo, pese a que Agustín estaba soñoliento; lo limpió concienzudamente y finalmente lo secó con una toalla, envolviéndolo con otra y cargándolo a la cama.
—¿Quieres descansar? —susurró el castaño, después de recostar a su prometido y colocarse encima de él.
—Sí… —Agustín suspiró.
—De acuerdo, Guti, te dejaré descansar esta noche, pero mañana no seré tan amable.
Agustín ni siquiera respondió, solo se arrebujó contra el pecho de Julián y de inmediato se durmió; el castaño lo acunó en brazos y repartió besos en el cabello húmedo, esperando a que lo venciera el sueño.
Julián despertó temprano, como siempre y dejó a Agustín dormido, mientras él fue a desayunar algo ligero. En la enorme cocina, encontró a sus padres; su padre estaba sentado en el desayunador, mientras su madre volvía de la estufa.
—¡Buenos días! —saludó su madre, al estar sirviendo la taza de café a su esposo.
Julián respiró profundo, olvidaba que sus padres también despertaban a temprana hora— buenos días —saludó fríamente.
Brenda señaló su mejilla— saluda cómo es debido —dijo con seriedad, aunque su hijo entendió como una orden, por lo que Julián fue hasta ella y le besó la mejilla—. ¿Quieres café, cariño? —preguntó la mujer más amable.
—Si queda agua, sí, por favor —asintió y tomó asiento.
—Cómo pasaron la noche —preguntó su padre, dejando el periódico de lado, pues siempre se los llevaban antes del amanecer, especialmente la edición del domingo.
—Tranquila —respondió el castaño con seriedad.
Brenda sirvió otra taza y la acercó a su hijo, acercándole una cuchara y el bote de café; Julián se preparó el café de inmediato.
—Me pasas el azúcar, por favor —pidió para su madre, quien le estaba preparando el café a su esposo, como siempre.
—¿Azúcar? —la canosa se sorprendió y no fue la única.
Su padre se quedó a medio camino de dar el sorbo de la taza— ¿desde cuándo tomas café con azúcar? —preguntó sin poder creerlo, ya que toda la vida, su primogénito había tomado esa bebida amarga.
—Normalmente, Guti me prepara el café y le hecha una cucharada y media de azúcar —respondió sin dudar—, por eso me he acostumbrado a eso.
—¡Qué lindo! —Brenda le acercó la azucarera a su hijo—, parece que mi bebé Guti, te está haciendo más dulce —rió—, eso es bueno para alguien como tú.
Julián respiró profundo, pero no respondió, solo le puso azúcar a su café.
—¿Pan? —su madre le acercó el pan que había tostado antes—. Tiene mantequilla, pero no sé si ahora lo comas con algo de mermelada —pestañeó insistente.
El padre de Julián rió por lo bajo.
—Solo un poco —murmuró, pero su madre lo escuchó y le pasó la mermelada para que comiera con su pan.
—Parece que por fin te domaron —comentó el canoso con burla.
Brenda le dio una palmada al hombro de su esposo y luego miró a su hijo— ¿tienes planes para hoy, con Guti? —indagó, mientras bebía su café.
—Quiero llevarlo a conocer la ciudad —respondió Julián con rapidez.
—Está bien, pero quisiera que me lo prestaras mañana —señaló la canosa.
—¿Para qué?
—Quiero llevarlo a desayunar con las niñas —anunció rápidamente y Julián entendía que quería llevarlo a desayunar con sus cuñadas—, además de presentarlo con unas amigas.
—¿Amigas? —el castaño frunció el ceño; sabía que su madre era sociable, debido a que desde muy joven, participaba en apoyo a las comunidades vulnerables de los alrededores, con la solvencia del dinero de su padre.
—Sólo es una reunión pequeña —especificó la canosa—. Nos acompañará Margarita, por supuesto, también Irma, Fabiola, Consuelo y Sol.
Julián no recordaba a las mujeres que su madre mencionaba aparte de Margarita, solo a dos, Irma Ochoa, la madre de su amigo Miguel y a la última que su progenitora mencionó, por lo que levantó el rostro de inmediato— ¿Sol? —preguntó con voz fría.
—Sol Mora, la madre de tu amigo Abel Favela, ¿lo recuerdas?
Julián apretó la taza en sus manos y sus músculos se tensaron— sí, lo recuerdo —dijo fingiendo poco interés y sus padres no notaron el disgusto en su voz.
—¡Se va a morir cuando sepa que te casas! —dijo con orgullo—. Desde que supo que su hijo era gay y como tú no te habías casado, me insinuaba que Abel y tú, harían buena pareja, pero honestamente, ese chico no me agrada mucho —negó con desagrado.
—Siempre les ha dado problemas a esa familia —secundó su padre.
—Juls, ¿supiste que Abel no terminó la universidad? —el otoño de la canosa era contrariado.
«Sí, lo sé…» pensó, ya que había sido gracias a él que eso había ocurrido— no lo sabía —mintió sin remordimiento.
—Desde entonces, se volvió el dolor de cabeza de su familia —el padre de Julián negó de manera desaprobatoria y bebió más café.
—Sí… —Brenda asintió y mordió un poco de pan antes de seguir hablando—. ¿No te conté antes, todo lo que le ha ocurrido a Abel? —preguntó para su hijo.
—Sabes que no me gustan los chismes, madre… — Julián no quería saber nada de ese sujeto.
La canosa sonrió y asintió— es cierto —movió su dedo índice de arriba abajo, en una forma de afirmación—, siempre me dices eso, por eso cuando llegas a venir, no te platico nada… Pero bueno, la cuestión es que les quiero presentar a Guti a mis amigas.
Julián respiró profundamente; no le agradaba la idea de que Agustín conociera a la madre de uno de sus ex novios, pero el hecho de que lo hiciera, no significaba que conocería a Abel, al menos quería creer en eso. De todas maneras, no podía negarse, pues sus padres no sabían que él y Abel habían tenido algo que ver y no tendría una excusa para negarse.
Esa era otra de las razones por las que no iba a visitarlos con frecuencia y cuando lo hacía, no avisaba con antelación, todo para que su madre no comentara que él estaba en la ciudad y que esa noticia llegara hasta ese sujeto, porque lo que menos quería era un encuentro con él.
—De acuerdo, aunque no sé qué haré, mientras él no esté conmigo —señaló sin inmutarse.
—Creo que podremos platicar tú y yo —su padre sonrió—, tenemos más de un año que no hablamos con calma, podríamos ir a desayunar también…
—Por mi está bien —accedió de inmediato y terminó su café—. Iré a despertar a Guti para desayunar.
—¿Quieres que prepare desayuno para ustedes? —ofreció su madre con amabilidad.
—No, creo que lo llevaré a desayunar fuera hoy, así iniciamos el recorrido por la ciudad…
Julián se levantó de la mesa y regresó los pasos a su habitación, «no me agrada que Guti esté tan cerca de la madre de Abel…» pensó «pero es solo su madre, no es él…» se repitió mentalmente, para poder estar tranquilo.
—¡Buenos días! —saludó su madre, al estar sirviendo la taza de café a su esposo.
Julián respiró profundo, olvidaba que sus padres también despertaban a temprana hora— buenos días —saludó fríamente.
Brenda señaló su mejilla— saluda cómo es debido —dijo con seriedad, aunque su hijo entendió como una orden, por lo que Julián fue hasta ella y le besó la mejilla—. ¿Quieres café, cariño? —preguntó la mujer más amable.
—Si queda agua, sí, por favor —asintió y tomó asiento.
—Cómo pasaron la noche —preguntó su padre, dejando el periódico de lado, pues siempre se los llevaban antes del amanecer, especialmente la edición del domingo.
—Tranquila —respondió el castaño con seriedad.
Brenda sirvió otra taza y la acercó a su hijo, acercándole una cuchara y el bote de café; Julián se preparó el café de inmediato.
—Me pasas el azúcar, por favor —pidió para su madre, quien le estaba preparando el café a su esposo, como siempre.
—¿Azúcar? —la canosa se sorprendió y no fue la única.
Su padre se quedó a medio camino de dar el sorbo de la taza— ¿desde cuándo tomas café con azúcar? —preguntó sin poder creerlo, ya que toda la vida, su primogénito había tomado esa bebida amarga.
—Normalmente, Guti me prepara el café y le hecha una cucharada y media de azúcar —respondió sin dudar—, por eso me he acostumbrado a eso.
—¡Qué lindo! —Brenda le acercó la azucarera a su hijo—, parece que mi bebé Guti, te está haciendo más dulce —rió—, eso es bueno para alguien como tú.
Julián respiró profundo, pero no respondió, solo le puso azúcar a su café.
—¿Pan? —su madre le acercó el pan que había tostado antes—. Tiene mantequilla, pero no sé si ahora lo comas con algo de mermelada —pestañeó insistente.
El padre de Julián rió por lo bajo.
—Solo un poco —murmuró, pero su madre lo escuchó y le pasó la mermelada para que comiera con su pan.
—Parece que por fin te domaron —comentó el canoso con burla.
Brenda le dio una palmada al hombro de su esposo y luego miró a su hijo— ¿tienes planes para hoy, con Guti? —indagó, mientras bebía su café.
—Quiero llevarlo a conocer la ciudad —respondió Julián con rapidez.
—Está bien, pero quisiera que me lo prestaras mañana —señaló la canosa.
—¿Para qué?
—Quiero llevarlo a desayunar con las niñas —anunció rápidamente y Julián entendía que quería llevarlo a desayunar con sus cuñadas—, además de presentarlo con unas amigas.
—¿Amigas? —el castaño frunció el ceño; sabía que su madre era sociable, debido a que desde muy joven, participaba en apoyo a las comunidades vulnerables de los alrededores, con la solvencia del dinero de su padre.
—Sólo es una reunión pequeña —especificó la canosa—. Nos acompañará Margarita, por supuesto, también Irma, Fabiola, Consuelo y Sol.
Julián no recordaba a las mujeres que su madre mencionaba aparte de Margarita, solo a dos, Irma Ochoa, la madre de su amigo Miguel y a la última que su progenitora mencionó, por lo que levantó el rostro de inmediato— ¿Sol? —preguntó con voz fría.
—Sol Mora, la madre de tu amigo Abel Favela, ¿lo recuerdas?
Julián apretó la taza en sus manos y sus músculos se tensaron— sí, lo recuerdo —dijo fingiendo poco interés y sus padres no notaron el disgusto en su voz.
—¡Se va a morir cuando sepa que te casas! —dijo con orgullo—. Desde que supo que su hijo era gay y como tú no te habías casado, me insinuaba que Abel y tú, harían buena pareja, pero honestamente, ese chico no me agrada mucho —negó con desagrado.
—Siempre les ha dado problemas a esa familia —secundó su padre.
—Juls, ¿supiste que Abel no terminó la universidad? —el otoño de la canosa era contrariado.
«Sí, lo sé…» pensó, ya que había sido gracias a él que eso había ocurrido— no lo sabía —mintió sin remordimiento.
—Desde entonces, se volvió el dolor de cabeza de su familia —el padre de Julián negó de manera desaprobatoria y bebió más café.
—Sí… —Brenda asintió y mordió un poco de pan antes de seguir hablando—. ¿No te conté antes, todo lo que le ha ocurrido a Abel? —preguntó para su hijo.
—Sabes que no me gustan los chismes, madre… — Julián no quería saber nada de ese sujeto.
La canosa sonrió y asintió— es cierto —movió su dedo índice de arriba abajo, en una forma de afirmación—, siempre me dices eso, por eso cuando llegas a venir, no te platico nada… Pero bueno, la cuestión es que les quiero presentar a Guti a mis amigas.
Julián respiró profundamente; no le agradaba la idea de que Agustín conociera a la madre de uno de sus ex novios, pero el hecho de que lo hiciera, no significaba que conocería a Abel, al menos quería creer en eso. De todas maneras, no podía negarse, pues sus padres no sabían que él y Abel habían tenido algo que ver y no tendría una excusa para negarse.
Esa era otra de las razones por las que no iba a visitarlos con frecuencia y cuando lo hacía, no avisaba con antelación, todo para que su madre no comentara que él estaba en la ciudad y que esa noticia llegara hasta ese sujeto, porque lo que menos quería era un encuentro con él.
—De acuerdo, aunque no sé qué haré, mientras él no esté conmigo —señaló sin inmutarse.
—Creo que podremos platicar tú y yo —su padre sonrió—, tenemos más de un año que no hablamos con calma, podríamos ir a desayunar también…
—Por mi está bien —accedió de inmediato y terminó su café—. Iré a despertar a Guti para desayunar.
—¿Quieres que prepare desayuno para ustedes? —ofreció su madre con amabilidad.
—No, creo que lo llevaré a desayunar fuera hoy, así iniciamos el recorrido por la ciudad…
Julián se levantó de la mesa y regresó los pasos a su habitación, «no me agrada que Guti esté tan cerca de la madre de Abel…» pensó «pero es solo su madre, no es él…» se repitió mentalmente, para poder estar tranquilo.
Julián llevó a Agustín a recorrer la ciudad y le ofreció mostrarle lo que le interesara, por lo que el pelinegro quiso conocer todos los lugares que su prometido frecuentaba cuando era joven, pese a que el castaño pensaba que eran nimiedades.
Su escuela primaria, la secundaria y por supuesto, la preparatoria. Los parques que recorría cuando era joven y aquellas canchas dónde practicaba deporte; también lo llevó a una fuente de sodas y le compró un helado. Julián se permitió relajarse un poco, especialmente porque Agustín se comportaba de una manera tan casual y dulce, lo sujetaba del brazo y casi lo arrastraba para ver todo, que por momentos sonreía sin siquiera pensarlo.
Comieron en un restaurante de comida típica y después fueron al jardín botánico, dónde trabajaba Martín, pero al ser domingo, el moreno no estaba ahí, pues solo estaba entre semana, pero eso no evitó que Agustín disfrutara del recorrido y por supuesto, Julián le tomó fotos con su celular, sin que su novio se diera cuenta.
Estaba cayendo la tarde, cuando la pareja volvió a la casa.
—¡Fue un gran día! —Agustín sonrió—. ¡¿Qué haremos mañana?! —preguntó ansioso—. ¿Iremos a algún recorrido por los pueblos indígenas o iremos a una atracción natural?
—No haremos eso, no mañana —Julián negó y bajó del auto.
—¿Entonces qué haremos? —preguntó el otro.
—Mi madre quiere llevarte a desayunar con la señora Margarita, Lety y Estefanía.
Agustín se quedó de piedra— ¿desayunar? —preguntó intrigado.
Julián respiró profundamente, debía explicarle a su prometido lo que ocurría.
—Mi madre es muy sociable y así como presentó a Leticia y Estefanía en su círculo, cuando se comprometieron con mis hermanos, quiere hacer lo mismo contigo.
Agustín hizo un mohín— ¿serán puras mujeres? —esa simple idea le inquietaba, especialmente porque no sabía de qué podía hablar con mujeres.
—Sí —asintió el castaño y se acercó a su novio.
—No quiero desairar a tu madre, pero, sé que me sentiré incómodo con ellas —suspiró.
Julián sonrió y le acarició la mejilla, inclinándose a besar los labios suavemente— solo es un desayuno, mi madre quiere presumirte, eso es seguro —dijo confiado—, pero si lo soportas, cuando vuelvas, te compensaré.
Agustín hizo un mohín pero después del beso accedió— de acuerdo, pero espero que solo sea una vez…
«Yo también…» Pensó el mayor, ya que no quería que Agustín se acercara mucho a la madre de su ex novio.
Su escuela primaria, la secundaria y por supuesto, la preparatoria. Los parques que recorría cuando era joven y aquellas canchas dónde practicaba deporte; también lo llevó a una fuente de sodas y le compró un helado. Julián se permitió relajarse un poco, especialmente porque Agustín se comportaba de una manera tan casual y dulce, lo sujetaba del brazo y casi lo arrastraba para ver todo, que por momentos sonreía sin siquiera pensarlo.
Comieron en un restaurante de comida típica y después fueron al jardín botánico, dónde trabajaba Martín, pero al ser domingo, el moreno no estaba ahí, pues solo estaba entre semana, pero eso no evitó que Agustín disfrutara del recorrido y por supuesto, Julián le tomó fotos con su celular, sin que su novio se diera cuenta.
Estaba cayendo la tarde, cuando la pareja volvió a la casa.
—¡Fue un gran día! —Agustín sonrió—. ¡¿Qué haremos mañana?! —preguntó ansioso—. ¿Iremos a algún recorrido por los pueblos indígenas o iremos a una atracción natural?
—No haremos eso, no mañana —Julián negó y bajó del auto.
—¿Entonces qué haremos? —preguntó el otro.
—Mi madre quiere llevarte a desayunar con la señora Margarita, Lety y Estefanía.
Agustín se quedó de piedra— ¿desayunar? —preguntó intrigado.
Julián respiró profundamente, debía explicarle a su prometido lo que ocurría.
—Mi madre es muy sociable y así como presentó a Leticia y Estefanía en su círculo, cuando se comprometieron con mis hermanos, quiere hacer lo mismo contigo.
Agustín hizo un mohín— ¿serán puras mujeres? —esa simple idea le inquietaba, especialmente porque no sabía de qué podía hablar con mujeres.
—Sí —asintió el castaño y se acercó a su novio.
—No quiero desairar a tu madre, pero, sé que me sentiré incómodo con ellas —suspiró.
Julián sonrió y le acarició la mejilla, inclinándose a besar los labios suavemente— solo es un desayuno, mi madre quiere presumirte, eso es seguro —dijo confiado—, pero si lo soportas, cuando vuelvas, te compensaré.
Agustín hizo un mohín pero después del beso accedió— de acuerdo, pero espero que solo sea una vez…
«Yo también…» Pensó el mayor, ya que no quería que Agustín se acercara mucho a la madre de su ex novio.
Después de la cena, los hermanos de Julián y sus familias, se retiraron; incluso Alfredo se fue, pues vivía en un departamento en el centro de la ciudad, aunque su primera intención había sido quedarse, tomando como excusa que quería platicar con Agustín, con una mirada de su madre, el joven castaño decidió irse a su hogar y llevar a Margarita y a su hijo a su respectiva casa.
—El desayuno es a las diez de la mañana, Bebé —sonrió Brenda, al despedirse de Agustín en el pasillo—. Saldremos a las nueve y media para llegar a tiempo, así que descansen.
—Está bien, mamá Brenda, me levantaré temprano.
Después de eso, los padres de Julián se despidieron y fueron a su alcoba, la más alejada de su casa y la joven pareja se metió a la habitación que les correspondía.
—¿De qué temas debería hablar con las amigas de tu ma…?
Agustín no pudo terminar la pregunta, pues el castaño lo hizo girar y lo besó con pasión, aun estando cerca de la puerta. El pelinegro titubeó por un segundo, pero de inmediato, se dejó llevar; pasó las manos por la nuca de su pareja y correspondió el beso con deseo, jugueteando con la lengua del otro.
Las manos de Julián se movían desesperadas, casi arrancando la ropa de su prometido; quería tener sexo en su cama y debido a que el día anterior estaban cansados por el viaje y lo ocurrido en el baño, no había podido cumplir su capricho, así que no quería tardar más.
Con pasos seguros de parte del mayor y pequeños pasos del menor, debido a que caminaba hacia atrás y tenía miedo de caerse, llegaron a la orilla de la cama, donde Julián lo tumbó y se colocó encima, bajando a recorrer el cuello expuesto.
—Este día, fue una tortura, Guti —susurró el castaño entre beso y beso—. Verte con esa ropa, seduciéndome con cada acción que hacías y no poder tocar tu piel, ni siquiera cuando la nieve manchó tu pecho… ¡Demonios! Quería lamerte ahí mismo en la calle —confesó con voz ronca.
Agustín tembló. No comprendía de lo que Julián hablaba, realmente no había pensado haber estado haciendo nada extraño, ni mucho menos tenía en mente seducirlo; aun no aprendía a hacerlo, aunque Julián le decía que siempre lo seducía con la más mínima acción, incluso con sus sonrisas.
—Julián… —Agustín mordió su labio inferior—. No debemos hacer ruido… —pidió entre jadeos, porque las manos de su novio ya lo habían casi desnudado y los dedos traviesos estimulaban su hombría.
Julián mordió la oreja de su pareja, logrando que el otro soltara un gemido más audible— mis padres no escucharán —aseguró—, todas las habitaciones tienen aislante acústico, para que no se escuche nada.
—Pero… estamos sucios… Deberíamos bañarnos —pidió sin dejar de apresar las mangas de la camisa del otro, denotando que lo que decía no concordaba con lo que realmente quería.
—En casa, eso no te molesta mucho —se burló el mayor, ya que cuando él volvía de los viajes, era Agustín quien se ponía ansioso y se olvidaba de los baños—. Lo haremos una vez y luego nos asearemos —su lengua recorrió la clavícula de Agustín, logrando que la piel se erizara por completo y finalmente la mordió, succionando un poco, dejando una marquita roja.
El pelinegro expuso más su cuello y jugueteó con los mechones castaños entre sus dedos. Sus piernas se movieron, acariciando la cadera y piernas de Julián; después de un momento, lo empujó, yendo con él, hasta dejarlo sobre el colchón, sentado sobre el abdomen del mayor.
—Déjame hacerlo —pidió con agitación y lo besó demandante—. Quiero hacerlo yo, por favor… No eres el único ansioso —confeso divertido—. El día de hoy fue, como si de verdad fuéramos novios normales —sonrió con ilusión—, fue… ¡un día increíble!
Julián estiró los brazos y acercó las manos al rostro de Agustín, acariciando con sus dedos las mejillas ligeramente sonrojadas y sus pulgares rozaron los labios, estimulando hasta que la lengua traviesa, salió a humedecerlos. La mirada de Agustín era suplicante, deseosa, anhelante; le prometía complacerlo y no le fallaría.
—De acuerdo —accedió el castaño—. Pero sin atarme —dijo con voz fría.
La última vez que habían hecho eso, Agustín lo ató como castigo por lo de Patricio y aunque la situación lo excitó, realmente no le gustaba sentirse vulnerable.
—Sin ataduras… —accedió Agustín con los ojos nublados de deseo.
El pelinegro se movió con rapidez, desnudando a su prometido y bajando por el torso marcado, acariciando y arañando con emoción; Julián ya se había acostumbrado a esas caricias rudas, tanto que gustaba de presumir esas marcas de arañazos que Agustín le dejaba sin pensar y que, cuando volvía a sus cinco sentidos, se avergonzaba de ello.
Agustín relamió sus labios al ver la hombría de Julián, misma que estaba erguida por completo y sin pensar, la besó desde la punta a la base, luego subió lamiéndola y finalmente la engulló. Succionaba con deseo y ansiedad; le fascinaba, incluso podía llegar a desearlo más que el chocolate mismo, pero prefería el miembro de su prometido, cubierto de ese dulce, como lo habían probado días atrás en el hotel dónde se hospedaron.
Al sentir la punta en su garganta, supo que no podía aguantar más, así que se alejó y relamió sus labios.
—Voy a hacerlo… —dijo agitado por el trabajo que había realizado.
—Adelante, es todo tuyo —ofreció el mayor con palabras caballerosas, pero su gesto era todo lo contrario.
Agustín no lo dudó; se colocó a horcajadas sobre las piernas de su pareja, luego levantó la cadera y acomodó el miembro del otro en la punta de la entrada, sintiendo que se le dificultaría meterlo.
«¡¿Por qué siempre parece que será imposible?» pensó con desespero, ya que estaba seguro que podía albergar a Julián sin problema, pero su cuerpo siempre ponía resistencia al principio.
Julián colocó las manos en su nuca y observó cómo su pareja se movía, titubeando; parecía buscar la mejor forma de hacer su trabajo, sin dar con ella.
—¿Quieres que te ayude? —preguntó el castaño, con algo de burla.
Agustín hizo un puchero— yo puedo hacerlo solo —aseguró y colocó las manos en el vientre plano de su pareja, pasó saliva y bajó su cadera lentamente.
El pelinegro cerró los parpados, disfrutando la sensación del miembro del otro, entrar lentamente en su cuerpo; soltó un suspiro y relamió sus labios, sin dejar de moverse, quería llevarlo hasta lo más profundo, aunque por momentos, algunos escalofríos lo cimbraban y hacían que su cuerpo se contrajera, evitando que se moviera con facilidad.
Después de un momento, un gemido débil escapó de la garganta de Agustín, cuando llegvó el pene de su pareja hasta el fondo; abrió un poco los parpados y sonrió al ver la mirada de Julián, posada en su rostro.
—Te dije… que podía —dijo con agitación.
Julián sonrió divertido— apenas es el principio, Guti, deberías empezar a moverte —hizo un movimiento, levantando solo su cadera, para estimular al pelinegro.
Agustín gritó ante la sensación que el otro le causó y de inmediato, una de sus manos cubrió su boca, tratando de callar su voz; sus ojos miel se humedecieron y miró con reproche al otro.
—No te… muevas… —intentó sonar con autoridad, pero su voz fue una súplica—. Yo… puedo… solo… —señaló y terminó mordiendo su labio inferior para no volver a gritar.
—Pero te estás tardando, Guti —se burló el mayor.
—Ya voy… solo… —pasó saliva—. Sólo estoy… preparándome…
Julián sonrió más ampliamente, divertido por el gesto avergonzado de su prometido, de ese sonrojo que cubría su rostro y de la manera en que rehuía a su mirada, a pesar de intentar ser quien llevara el control de la situación.
Poco a poco, Agustín movió su cadera hacia arriba, haciendo que el enorme miembro de Julián saliera de su cuerpo y luego, volvió a bajar para meterlo una vez más; hizo esa acción un par de veces más, con lentitud, antes de empezar a dejarse llevar por el deseo. Cuando Julián sintió las uñas encajarse en su piel y el movimiento frenético del otro, supo que ya estaba envuelto en la lujuria y era momento de tomar su lugar.
Al castaño le gustaba dejar que Agustín disfrutara y se sintiera superior, pero cuando llegaba a ese punto, ya no podía poner objeción y era momento de tomarlo a su manera. Julián abrazó al menor y lo besó con demanda, llevándolo consigo hacia la cama, hasta recostarlo contra el colchón y empezar a penetrarlo con salvajismo.
Agustín no se contuvo más; su mente olvidó el lugar dónde estaban, las personas que podían llegar a escucharlo y por sobre todo, se olvidó de la realidad, dejándose llevar solo por la pasión y el deseo que lo embargaba, gracias a su novio.
Las manos del pelinegro se movieron por los hombros anchos, vejando hacia la espalda, arañando con desespero, mientras gritaba a viva voz que deseaba la hombría del otro con mayor fuerza, que lo penetrara hasta perder la razón y sus piernas se enredaban en la cintura del otro, obligándolo a quedarse junto a él en todo momento.
Julián disfrutó de esa voz que le parecía tan dulce y necesitada, parecía un niño en realidad, suplicando por algo que ya le correspondía aunque no lo supiera.
—Guti —dijo el mayor y se inclinó hasta el cuello del pelinegro, mordiendo con fuerza, succionando con deseo, dejando su marca en esa piel suave que le fascinaba.
Sabía que al día siguiente saldría con su madre, que iría a ver a otras personas y él no estaría cerca para cuidarlo y vigilarlo; por eso quería que todas esas mujeres, se dieran cuenta que ese niño, ya tenía dueño y era él.
Agustín se tensó ante la mordida, pero no se alejó, al contrario, expuso más su cuello y gimoteó cerca de la oreja de su pareja, mientras su interior se contraía, apresando el miembro del otro con ansiedad.
—Julián… —dijo el nombre con voz débil—. Te amo… —susurró con devoción.
Esas palabras parecieron detonar algo en el castaño, quien sin penar, se alejó para poder quedar hincado, apresó con fuerza la cintura de su pareja y aumentó la velocidad del vaivén. Agustín se sujetó de la almohada que estaba tras de su cabeza y empezó a gritar; no comprendía por qué, pero sentía a Julián más agresivo y eso realmente lo excitaba.
Una de las manos del menor se movió hasta su abdomen y acarició su vientre, estaba seguro que podía sentir como el otro golpeaba esa parte con la punta de su miembro y aunque le asustaba, realmente lo estaba disfrutando, consiguiendo que su mente se nublara.
Julián movió una mano y atrapó el sexo de Agustín, estimulándolo con maestría, justo como sabía que al otro lo volvía loco. Quería que legara al orgasmo, quería dejarlo exhausto para seguir poseyéndolo, como si fuera un pequeño y frágil muñequito, solo para su disfrute.
El menor sintió la caricia en su sexo y su espalda se arqueó; sus manos apresaron las mantas bajo su cuerpo y un gemido se ahogó en su garganta, justo en el momento en que su semen salía con fuerza, ensuciando su vientre y torso.
Julián sonrió satisfecho, llevando su mano sucia, con el semen de su pareja, hasta su boca, lamiendo ese fluido espeso y delicioso para él, ese deseo líquido que el otro siempre le regalaba para su deleite; pero él aun no terminaba y no pensaba hacerlo pronto.
Esperó hasta que el interior de Agustín dejó de apresarlo con fuerza y salió, inclinándose hasta besar los labios de su novio, quien aún no parecía recobrar ni el aliento, ni la cordura.
—Te voltearé —anunció, antes de mover el cuerpo del pelinegro con facilidad, poniéndolo boca abajo—. Esta noche, quiero que ensucies esta cama —se burló.
Agustín tembló— ¿estás… loco? —apenas pudo formular la pregunta, porque estaba agitado y el otro volvió a penetrarlo con fuerza.
—Sí, lo estoy —Julián mordió el hombro de Agustín—. ¡Tú me vuelves loco! —anunció—. Normalmente me contengo, pero no esta vez, Guti —pasó la lengua por la piel marcada—. Esta noche, quiero llenar no solo esta cama, sino toda la habitación, con tu esencia y presencia —dijo con orgullo—, así, cada que volvamos, solo podré pensar en ti, en lo que hicimos aquí y no habrá nada más en mi mente.
Agustín no supo por qué, pero esas palabras lo hicieron olvidarse de todo, dejando que Julián lo tomara como deseaba, exponiendo su trasero para el mayor, dejando que lo penetrara a placer, que lo marcara con sus dientes y por sobretodo, que lo llevara a la locura. Por alguna razón, le parecía diferente a lo que ocurría en su hogar y no entendía por qué, pero en ese momento, no tenía tiempo de pensar, solo de disfrutar.
Julián lo movió a su antojo, pues Agustín le dio toda libertad sobre su cuerpo; el deseo y lujuria los envolvió, haciendo que se perdieran en esa vorágine de amor y lubricidad que los consumía siempre, pero que por alguna razón, esa noche era mucho más intensa. El pelinegro gritó sin vergüenza y marcó a su pareja con las uñas, mientras que el castaño, dejó marcas rojizas de sus besos y mordidas en casi todo el cuerpo del otro; rodaron por toda la cama, misma que quedó llena de las claras señas de su pasión y al despuntar el alba ambos estaban exhaustos, sobre las mantas húmedas, disfrutando la calidez de sus cuerpos, así como el placer y la tranquilidad de su compañía.
—Debo… dormir… —musitó el pelinegro, ya que Julián seguía besándolo y acariciándolo con obscenidad.
—Lo sé —sonrió el mayor—, pero tu cuerpo desnudo es una tentación —mordió el lóbulo de la oreja que tenía cerca.
—Julián… —Agustín suspiró—. Si sigues… Estaré durmiéndome… En el desayuno…
—Ah, el dichoso desayuno —el castaño hizo una mueca, anqué el otro no lo notó—. Olvidé decirte que mis padres no saben de qué trabajo, así que no debes decirles que somos guardaespaldas.
—¿Qué? —Agustín intentó reaccionar pero no pudo hacerlo pues el cansancio era demasiado.
—No te preocupes, cuando te estés bañando, hablamos de eso —Julián le besó los labios y acarició la nariz de su pareja con la propia—, descansa, Guti…
El menor asintió y de inmediato quedó dormido en los brazos del otro, casi como si hubiese recibido la orden de un ilusionista que lo hipnotizaba. Julián lo acunó en brazos y aspiró el aroma del cabello de su pareja, le gustaba ese olor, le parecía un relajante natural para él y a la vez, un afrodisiaco poderoso, pero debía dejarlo descansar, para que acompañara a su madre en el desayuno.
—El desayuno es a las diez de la mañana, Bebé —sonrió Brenda, al despedirse de Agustín en el pasillo—. Saldremos a las nueve y media para llegar a tiempo, así que descansen.
—Está bien, mamá Brenda, me levantaré temprano.
Después de eso, los padres de Julián se despidieron y fueron a su alcoba, la más alejada de su casa y la joven pareja se metió a la habitación que les correspondía.
—¿De qué temas debería hablar con las amigas de tu ma…?
Agustín no pudo terminar la pregunta, pues el castaño lo hizo girar y lo besó con pasión, aun estando cerca de la puerta. El pelinegro titubeó por un segundo, pero de inmediato, se dejó llevar; pasó las manos por la nuca de su pareja y correspondió el beso con deseo, jugueteando con la lengua del otro.
Las manos de Julián se movían desesperadas, casi arrancando la ropa de su prometido; quería tener sexo en su cama y debido a que el día anterior estaban cansados por el viaje y lo ocurrido en el baño, no había podido cumplir su capricho, así que no quería tardar más.
Con pasos seguros de parte del mayor y pequeños pasos del menor, debido a que caminaba hacia atrás y tenía miedo de caerse, llegaron a la orilla de la cama, donde Julián lo tumbó y se colocó encima, bajando a recorrer el cuello expuesto.
—Este día, fue una tortura, Guti —susurró el castaño entre beso y beso—. Verte con esa ropa, seduciéndome con cada acción que hacías y no poder tocar tu piel, ni siquiera cuando la nieve manchó tu pecho… ¡Demonios! Quería lamerte ahí mismo en la calle —confesó con voz ronca.
Agustín tembló. No comprendía de lo que Julián hablaba, realmente no había pensado haber estado haciendo nada extraño, ni mucho menos tenía en mente seducirlo; aun no aprendía a hacerlo, aunque Julián le decía que siempre lo seducía con la más mínima acción, incluso con sus sonrisas.
—Julián… —Agustín mordió su labio inferior—. No debemos hacer ruido… —pidió entre jadeos, porque las manos de su novio ya lo habían casi desnudado y los dedos traviesos estimulaban su hombría.
Julián mordió la oreja de su pareja, logrando que el otro soltara un gemido más audible— mis padres no escucharán —aseguró—, todas las habitaciones tienen aislante acústico, para que no se escuche nada.
—Pero… estamos sucios… Deberíamos bañarnos —pidió sin dejar de apresar las mangas de la camisa del otro, denotando que lo que decía no concordaba con lo que realmente quería.
—En casa, eso no te molesta mucho —se burló el mayor, ya que cuando él volvía de los viajes, era Agustín quien se ponía ansioso y se olvidaba de los baños—. Lo haremos una vez y luego nos asearemos —su lengua recorrió la clavícula de Agustín, logrando que la piel se erizara por completo y finalmente la mordió, succionando un poco, dejando una marquita roja.
El pelinegro expuso más su cuello y jugueteó con los mechones castaños entre sus dedos. Sus piernas se movieron, acariciando la cadera y piernas de Julián; después de un momento, lo empujó, yendo con él, hasta dejarlo sobre el colchón, sentado sobre el abdomen del mayor.
—Déjame hacerlo —pidió con agitación y lo besó demandante—. Quiero hacerlo yo, por favor… No eres el único ansioso —confeso divertido—. El día de hoy fue, como si de verdad fuéramos novios normales —sonrió con ilusión—, fue… ¡un día increíble!
Julián estiró los brazos y acercó las manos al rostro de Agustín, acariciando con sus dedos las mejillas ligeramente sonrojadas y sus pulgares rozaron los labios, estimulando hasta que la lengua traviesa, salió a humedecerlos. La mirada de Agustín era suplicante, deseosa, anhelante; le prometía complacerlo y no le fallaría.
—De acuerdo —accedió el castaño—. Pero sin atarme —dijo con voz fría.
La última vez que habían hecho eso, Agustín lo ató como castigo por lo de Patricio y aunque la situación lo excitó, realmente no le gustaba sentirse vulnerable.
—Sin ataduras… —accedió Agustín con los ojos nublados de deseo.
El pelinegro se movió con rapidez, desnudando a su prometido y bajando por el torso marcado, acariciando y arañando con emoción; Julián ya se había acostumbrado a esas caricias rudas, tanto que gustaba de presumir esas marcas de arañazos que Agustín le dejaba sin pensar y que, cuando volvía a sus cinco sentidos, se avergonzaba de ello.
Agustín relamió sus labios al ver la hombría de Julián, misma que estaba erguida por completo y sin pensar, la besó desde la punta a la base, luego subió lamiéndola y finalmente la engulló. Succionaba con deseo y ansiedad; le fascinaba, incluso podía llegar a desearlo más que el chocolate mismo, pero prefería el miembro de su prometido, cubierto de ese dulce, como lo habían probado días atrás en el hotel dónde se hospedaron.
Al sentir la punta en su garganta, supo que no podía aguantar más, así que se alejó y relamió sus labios.
—Voy a hacerlo… —dijo agitado por el trabajo que había realizado.
—Adelante, es todo tuyo —ofreció el mayor con palabras caballerosas, pero su gesto era todo lo contrario.
Agustín no lo dudó; se colocó a horcajadas sobre las piernas de su pareja, luego levantó la cadera y acomodó el miembro del otro en la punta de la entrada, sintiendo que se le dificultaría meterlo.
«¡¿Por qué siempre parece que será imposible?» pensó con desespero, ya que estaba seguro que podía albergar a Julián sin problema, pero su cuerpo siempre ponía resistencia al principio.
Julián colocó las manos en su nuca y observó cómo su pareja se movía, titubeando; parecía buscar la mejor forma de hacer su trabajo, sin dar con ella.
—¿Quieres que te ayude? —preguntó el castaño, con algo de burla.
Agustín hizo un puchero— yo puedo hacerlo solo —aseguró y colocó las manos en el vientre plano de su pareja, pasó saliva y bajó su cadera lentamente.
El pelinegro cerró los parpados, disfrutando la sensación del miembro del otro, entrar lentamente en su cuerpo; soltó un suspiro y relamió sus labios, sin dejar de moverse, quería llevarlo hasta lo más profundo, aunque por momentos, algunos escalofríos lo cimbraban y hacían que su cuerpo se contrajera, evitando que se moviera con facilidad.
Después de un momento, un gemido débil escapó de la garganta de Agustín, cuando llegvó el pene de su pareja hasta el fondo; abrió un poco los parpados y sonrió al ver la mirada de Julián, posada en su rostro.
—Te dije… que podía —dijo con agitación.
Julián sonrió divertido— apenas es el principio, Guti, deberías empezar a moverte —hizo un movimiento, levantando solo su cadera, para estimular al pelinegro.
Agustín gritó ante la sensación que el otro le causó y de inmediato, una de sus manos cubrió su boca, tratando de callar su voz; sus ojos miel se humedecieron y miró con reproche al otro.
—No te… muevas… —intentó sonar con autoridad, pero su voz fue una súplica—. Yo… puedo… solo… —señaló y terminó mordiendo su labio inferior para no volver a gritar.
—Pero te estás tardando, Guti —se burló el mayor.
—Ya voy… solo… —pasó saliva—. Sólo estoy… preparándome…
Julián sonrió más ampliamente, divertido por el gesto avergonzado de su prometido, de ese sonrojo que cubría su rostro y de la manera en que rehuía a su mirada, a pesar de intentar ser quien llevara el control de la situación.
Poco a poco, Agustín movió su cadera hacia arriba, haciendo que el enorme miembro de Julián saliera de su cuerpo y luego, volvió a bajar para meterlo una vez más; hizo esa acción un par de veces más, con lentitud, antes de empezar a dejarse llevar por el deseo. Cuando Julián sintió las uñas encajarse en su piel y el movimiento frenético del otro, supo que ya estaba envuelto en la lujuria y era momento de tomar su lugar.
Al castaño le gustaba dejar que Agustín disfrutara y se sintiera superior, pero cuando llegaba a ese punto, ya no podía poner objeción y era momento de tomarlo a su manera. Julián abrazó al menor y lo besó con demanda, llevándolo consigo hacia la cama, hasta recostarlo contra el colchón y empezar a penetrarlo con salvajismo.
Agustín no se contuvo más; su mente olvidó el lugar dónde estaban, las personas que podían llegar a escucharlo y por sobre todo, se olvidó de la realidad, dejándose llevar solo por la pasión y el deseo que lo embargaba, gracias a su novio.
Las manos del pelinegro se movieron por los hombros anchos, vejando hacia la espalda, arañando con desespero, mientras gritaba a viva voz que deseaba la hombría del otro con mayor fuerza, que lo penetrara hasta perder la razón y sus piernas se enredaban en la cintura del otro, obligándolo a quedarse junto a él en todo momento.
Julián disfrutó de esa voz que le parecía tan dulce y necesitada, parecía un niño en realidad, suplicando por algo que ya le correspondía aunque no lo supiera.
—Guti —dijo el mayor y se inclinó hasta el cuello del pelinegro, mordiendo con fuerza, succionando con deseo, dejando su marca en esa piel suave que le fascinaba.
Sabía que al día siguiente saldría con su madre, que iría a ver a otras personas y él no estaría cerca para cuidarlo y vigilarlo; por eso quería que todas esas mujeres, se dieran cuenta que ese niño, ya tenía dueño y era él.
Agustín se tensó ante la mordida, pero no se alejó, al contrario, expuso más su cuello y gimoteó cerca de la oreja de su pareja, mientras su interior se contraía, apresando el miembro del otro con ansiedad.
—Julián… —dijo el nombre con voz débil—. Te amo… —susurró con devoción.
Esas palabras parecieron detonar algo en el castaño, quien sin penar, se alejó para poder quedar hincado, apresó con fuerza la cintura de su pareja y aumentó la velocidad del vaivén. Agustín se sujetó de la almohada que estaba tras de su cabeza y empezó a gritar; no comprendía por qué, pero sentía a Julián más agresivo y eso realmente lo excitaba.
Una de las manos del menor se movió hasta su abdomen y acarició su vientre, estaba seguro que podía sentir como el otro golpeaba esa parte con la punta de su miembro y aunque le asustaba, realmente lo estaba disfrutando, consiguiendo que su mente se nublara.
Julián movió una mano y atrapó el sexo de Agustín, estimulándolo con maestría, justo como sabía que al otro lo volvía loco. Quería que legara al orgasmo, quería dejarlo exhausto para seguir poseyéndolo, como si fuera un pequeño y frágil muñequito, solo para su disfrute.
El menor sintió la caricia en su sexo y su espalda se arqueó; sus manos apresaron las mantas bajo su cuerpo y un gemido se ahogó en su garganta, justo en el momento en que su semen salía con fuerza, ensuciando su vientre y torso.
Julián sonrió satisfecho, llevando su mano sucia, con el semen de su pareja, hasta su boca, lamiendo ese fluido espeso y delicioso para él, ese deseo líquido que el otro siempre le regalaba para su deleite; pero él aun no terminaba y no pensaba hacerlo pronto.
Esperó hasta que el interior de Agustín dejó de apresarlo con fuerza y salió, inclinándose hasta besar los labios de su novio, quien aún no parecía recobrar ni el aliento, ni la cordura.
—Te voltearé —anunció, antes de mover el cuerpo del pelinegro con facilidad, poniéndolo boca abajo—. Esta noche, quiero que ensucies esta cama —se burló.
Agustín tembló— ¿estás… loco? —apenas pudo formular la pregunta, porque estaba agitado y el otro volvió a penetrarlo con fuerza.
—Sí, lo estoy —Julián mordió el hombro de Agustín—. ¡Tú me vuelves loco! —anunció—. Normalmente me contengo, pero no esta vez, Guti —pasó la lengua por la piel marcada—. Esta noche, quiero llenar no solo esta cama, sino toda la habitación, con tu esencia y presencia —dijo con orgullo—, así, cada que volvamos, solo podré pensar en ti, en lo que hicimos aquí y no habrá nada más en mi mente.
Agustín no supo por qué, pero esas palabras lo hicieron olvidarse de todo, dejando que Julián lo tomara como deseaba, exponiendo su trasero para el mayor, dejando que lo penetrara a placer, que lo marcara con sus dientes y por sobretodo, que lo llevara a la locura. Por alguna razón, le parecía diferente a lo que ocurría en su hogar y no entendía por qué, pero en ese momento, no tenía tiempo de pensar, solo de disfrutar.
Julián lo movió a su antojo, pues Agustín le dio toda libertad sobre su cuerpo; el deseo y lujuria los envolvió, haciendo que se perdieran en esa vorágine de amor y lubricidad que los consumía siempre, pero que por alguna razón, esa noche era mucho más intensa. El pelinegro gritó sin vergüenza y marcó a su pareja con las uñas, mientras que el castaño, dejó marcas rojizas de sus besos y mordidas en casi todo el cuerpo del otro; rodaron por toda la cama, misma que quedó llena de las claras señas de su pasión y al despuntar el alba ambos estaban exhaustos, sobre las mantas húmedas, disfrutando la calidez de sus cuerpos, así como el placer y la tranquilidad de su compañía.
—Debo… dormir… —musitó el pelinegro, ya que Julián seguía besándolo y acariciándolo con obscenidad.
—Lo sé —sonrió el mayor—, pero tu cuerpo desnudo es una tentación —mordió el lóbulo de la oreja que tenía cerca.
—Julián… —Agustín suspiró—. Si sigues… Estaré durmiéndome… En el desayuno…
—Ah, el dichoso desayuno —el castaño hizo una mueca, anqué el otro no lo notó—. Olvidé decirte que mis padres no saben de qué trabajo, así que no debes decirles que somos guardaespaldas.
—¿Qué? —Agustín intentó reaccionar pero no pudo hacerlo pues el cansancio era demasiado.
—No te preocupes, cuando te estés bañando, hablamos de eso —Julián le besó los labios y acarició la nariz de su pareja con la propia—, descansa, Guti…
El menor asintió y de inmediato quedó dormido en los brazos del otro, casi como si hubiese recibido la orden de un ilusionista que lo hipnotizaba. Julián lo acunó en brazos y aspiró el aroma del cabello de su pareja, le gustaba ese olor, le parecía un relajante natural para él y a la vez, un afrodisiaco poderoso, pero debía dejarlo descansar, para que acompañara a su madre en el desayuno.
Agustín se despertó a las ocho, se metió a bañar y Julián lo alcanzó en la regadera; aunque el castaño quería poseerlo de nuevo, tuvo que aceptar que no era el momento, ya que debía prepararse para ir al desayuno.
Así, el pelinegro alió al vestidor y empezó a cambiarse.
—Entonces… —dijo con voz seria, mientras se ponía la camisa—. Si tus padres no saben que eres guardaespaldas, ¿qué se supone que haces con el señor De León? ¿O tampoco saben que trabajas para él?
Julián salió de la ducha, secándose el cabello— saben que trabajo para Alex —dijo con frialdad—, pero piensan que es sobre mi carrera de ingeniería en sistemas, así que tendrás que decir lo mismo.
—Pero… ¡yo no estudié la universidad! —se sobresaltó.
—Aunque mintieras sobre la carrera, no creo que te pregunten mucho de eso.
—No me siento bien de mentirle a tu mamá —suspiró el menor.
—Pero tampoco puedes decirles la verdad, Guti —Julián se acercó hasta su pareja y le acarició la mejilla—. Recuerda que nuestro trabajo es peligroso y debemos mantener a nuestras familias alejadas, para que no corran riesgo.
Agustín respiró profundamente, ahora era parte de la familia de Julián y no quería poner a nadie en riesgo.
—Puedo… puedo decir que soy asistente del señor Erick —sonrió—. Es más o menos lo que hago y no tendría que mentir del todo.
El mayor levantó una ceja y luego curvó sus labios en una tenue sonrisa— si crees que es lo mejor, está bien.
—De acuerdo, diré que soy asistente —asintió el pelinegro—, no creo que haya algo malo en eso, ¿o sí?
—En lo más mínimo —Julián se inclinó y le besó los labios —. Ahora, termina de cambiarte, antes de que me aproveche de que aun estás semidesnudo…
Un escalofrío cimbró a Agustín y dio un par de pasos para alejarse de Julián y terminar con su vestimenta, aunque la mirada castaña se mantenía observando el cuerpo de su novio, deseando volver a poseerlo, aunque sabía que debía evitarlo, al menos, esa mañana.
Así, el pelinegro alió al vestidor y empezó a cambiarse.
—Entonces… —dijo con voz seria, mientras se ponía la camisa—. Si tus padres no saben que eres guardaespaldas, ¿qué se supone que haces con el señor De León? ¿O tampoco saben que trabajas para él?
Julián salió de la ducha, secándose el cabello— saben que trabajo para Alex —dijo con frialdad—, pero piensan que es sobre mi carrera de ingeniería en sistemas, así que tendrás que decir lo mismo.
—Pero… ¡yo no estudié la universidad! —se sobresaltó.
—Aunque mintieras sobre la carrera, no creo que te pregunten mucho de eso.
—No me siento bien de mentirle a tu mamá —suspiró el menor.
—Pero tampoco puedes decirles la verdad, Guti —Julián se acercó hasta su pareja y le acarició la mejilla—. Recuerda que nuestro trabajo es peligroso y debemos mantener a nuestras familias alejadas, para que no corran riesgo.
Agustín respiró profundamente, ahora era parte de la familia de Julián y no quería poner a nadie en riesgo.
—Puedo… puedo decir que soy asistente del señor Erick —sonrió—. Es más o menos lo que hago y no tendría que mentir del todo.
El mayor levantó una ceja y luego curvó sus labios en una tenue sonrisa— si crees que es lo mejor, está bien.
—De acuerdo, diré que soy asistente —asintió el pelinegro—, no creo que haya algo malo en eso, ¿o sí?
—En lo más mínimo —Julián se inclinó y le besó los labios —. Ahora, termina de cambiarte, antes de que me aproveche de que aun estás semidesnudo…
Un escalofrío cimbró a Agustín y dio un par de pasos para alejarse de Julián y terminar con su vestimenta, aunque la mirada castaña se mantenía observando el cuerpo de su novio, deseando volver a poseerlo, aunque sabía que debía evitarlo, al menos, esa mañana.
Diez minutos antes de las diez, Brenda, Margarita y Agustín, llegaron al restaurante; en el lugar ya estaban Leticia y Estefanía, acompañadas de una mujer de cabello negro con canas, todas estaban bebiendo café y recibieron a los recién llegados.
—¡Buenos días! —Brenda llegó saludando de beso a las tres mujeres y Margarita la secundó.
—Buenos días —saludaron las cuñadas de Julián.
—¿Y quién es este muchacho tan guapo? —preguntó la canosa de la mesa.
—Irma, él es Agustín —Brenda acercó al pelinegro a la mujer extraña—, ¡es el prometido de mi Juls! —dijo con orgullo.
—Así que tú eres el famoso Agustín —rió la mujer y se puso de pie—, ¡un placer, cariño! —la pelinegra le dio un sonoro beso en la mejilla—. Soy Irma Ochoa —dijo con orgullo.
—Un… un placer, señora… Agustín Ruiz —dijo el recién llegado, un tanto cohibido.
—¡Oh vamos, no te pongas nervioso! —Irma sonrió—. Somos casi de la familia, ¿verdad, Brenda?
—Claro que sí, querida —la aludida asintió—, si nuestros hijos parecen ser siameses, siempre juntos para todos lados —rió divertida y la otra se carcajeó también.
Agustín no entendía de lo que hablaban, algo que Irma notó de inmediato— ¿conoces a Miguel Domínguez? Soy su madre —señaló sin dejar al otro responder.
—¡¿Usted es mamá de Miguel?! —Agustín no pudo evitar mostrar su sorpresa.
—Sí, ¿acaso no nos parecemos? —rió de nuevo.
«En lo más mínimo…» pensó Agustín pero forzó una sonrisa— sí, un poco, especialmente el carácter —dijo con voz divertida, pues sabía que Miguel no era tan efusivo cómo esa mujer en realidad.
—Supongo que también conoces a mi nuera, Mariselita, ¡es una mujer maravillosa!
«¿Mariselita? ¡Oh, Dios! ¿A dónde vine a caer?» se preguntó el menor con nervios— sí… sí, la conozco.
—Ya basta, Irma —Brenda le puso la mano en el hombro—. Desde hace meses hablamos mucho de tu fabulosa nuera, hoy me toca presumir a mí, a mi yerno.
—¡Que presumida eres, mujer! —su amiga la vio de soslayo—. Pero te lo concedo porque es todo un bombón —movió las cejas de manera insinuante—. Y parece que tu hijo se lo come siempre, ¡mira nada más esos chupetones en el cuello!
Todas las mujeres en la mesa rieron y Agustín sintió que su rostro ardía; de manera instintiva fue al cuello de su camisa e intentó acomodarlo para que no se notaran las marcas, pero sería imposible cubrirlas todas, pues Julián se aseguró que algunas fueran visibles.
—No lo señales —Brenda trató de aguantar la risa—. Yo no quise decir nada cuando lo vi y tú lo dices con tanta facilidad.
—¡Ay! Mamá Brenda —Lety sonrió divertida—. Es bueno saber que Juls se alimenta bien, a pesar de estar lejos de casa…
—Y por sobretodo, que mantenga satisfecho a Guti —Estefanía le guiñó un ojo al pelinegro quien tuvo que tragar saliva.
—Muchachas, lo avergüenzan —Margarita las miró con picardía—, mejor dejen que nos agarre confianza…
—Sí, así nos contará todo, solito —se burló Irma.
Mientras ellas seguían joviales y Agustín quería que ser lo tragara la tierra, un mesero se acercó para ofrecerles algo de beber y la carta, como ellas eran clientes frecuentes, ya las conocía, porque era normalmente quien las atendía.
—Buenos días, señoritas —sonrió cordial.
—Buenos días, aún estamos esperando a otras personas, Edgar —Brenda sonrió—, pero tráeme un café y crema, si no es molestia, porque en casa no puedo comer crema, que mi esposo se infarta.
—Otro igual para mí, por favor —Margarita sonrió amable.
—Dos café y crema aparte —señaló el joven mesero—. ¿Y usted, qué desea? —preguntó afable para Agustín y le sonrió amistoso, aunque todas las mujeres detectaron cierto interés en la mirada, misma que Agustín no pareció comprender.
—¡Ey, tranquilo, Edgar! —Lety lo señaló.
—Este papucho ya tiene novio, así que nada de coquetearle —Estefanía secundó a su concuña.
—Disculpe… —sonrió el mesero con nervios—. No le coqueteo, es mi trabajo… —se excusó.
—Uy, pues a mí no me diste esa miradita, mi amor —Irma rió.
—Jugo de naranja—dijo Agustín de inmediato, sin mirarlo a la cara.
—Jugo de naranja, para el ‘papucho’ —sonrió el mesero—, lo traigo en un momento.
Cuando se alejó, Brenda miró a su yerno de soslayo— ¡pero Bebé! Mira nada más como pones a los hombres y con solo una mirada —dijo con orgullo.
—Ah…—Agustín titubeó—. Ni siquiera me di cuenta…
—Hay que decirle a Juls, no se lo vayan a querer bajar —Estefanía bebió de su café.
—Espero que tu hijo ya no sea tan frío, que si no, otro con más dulzura le va a robar el novio —comentó Irma con seriedad.
—Sigue siendo un témpano de hielo —respondió Margarita con diversión.
—¡¿Y cómo se consiguió novio?! —Irma la miró incrédula.
—Tiene mucha suerte —Leticia suspiró.
—Oh, algo bueno debe tener Juls, ¿no es así, Bebé? —preguntó Brenda para Agustín.
—Ah… si… —asintió.
—Entonces, ¿qué le viste al cuñado? —Estefanía lo miró con complicidad.
—Sí, yo también quiero saber —Leticia la secundó—, porque desde que lo conozco, creí que era un robot.
Agustín pasó saliva— es… es…
Todas las mujeres lo miraron, manteniéndose expectantes de lo que iba a decir; muchas palabras cruzaron la mente de Agustín, aunque no sabía qué decir en realidad.
—Es perfecto… —dijo con ilusión y una sonrisa soñadora adornó sus labios.
—¡Eso es amor! —Anunció Brenda con emoción y todas las demás rieron.
Agustín se sintió avergonzado, pero por alguna razón, le parecía divertida la situación.
El mesero llegó entregando los pedidos y apenas se retiraba, cuando otras tres mujeres se acercaron a la mesa. Todas tenían canas, aunque unas menos que otras.
Todas las mujeres de la mesa se pusieron de pie y Agustín las imitó, aunque no sabía quiénes eran las recién llegadas. Cuando las tres saludaron a quienes conocían, se quedaron expectantes, viendo a Agustín.
—Queridas, les presento, con orgullo —especificó Brenda—, a Agustín Ruiz, novio, prometido, futuro esposo, de mi Julián —anunció.
Las recién llegadas se quedaron con la boca abierta, mientras las que estaban en la mesa, las miraban con disimulo, divertidas por su reacción.
—Vaya… —carraspeó una—. Yo… no imaginé que tu hijo fuera gay —sonrió nerviosa y le ofreció la mano—. Soy Fabiola Ibarra, un placer —dijo con voz incrédula.
—Yo soy Consuelo Nava —dijo la segunda y le sonrió débilmente, ofreciéndole la mano, igual que la primera, más que nada para constatar que era real.
Agustín aceptó el saludo de las dos mujeres, pero la tercera no se movió.
—¿Sol? —Brenda la miró con curiosidad.
—Yo… yo… necesito un momento —la mujer se sentó en la silla más cercana—. No puedo creer que… Julián tenga novio —respiró con agitación.
—Pídele un té —señaló Margarita para Leticia, quien de inmediato se puso de pie, alcanzando al mesero que ya volvía para atender a las recién llegadas.
—¡Ay! ¡No seas dramática, Sol! —Irma entornó los ojos—. No pensabas que en serio tu hijo tenía oportunidad con Juls, ¿o sí?
Esas palabras hicieron que Agustín levantara el rostro de inmediato— ¡¿Qué?! —preguntó confundido.
Estefanía se acercó a Guti y le habló en susurros— Juls es el amor platónico de Abel, el hijo de la señora Mora —explicó a grandes rasgos, señalando a la mujer que estaba sentada, respirando con agitación.
—¿Y ese quién es? —preguntó el pelinegro de inmediato, también en voz baja, aunque era obvio la molestia de enterarse de eso.
—Era compañero de Juls en la escuela elemental y hasta la preparatoria —respondió la otra con rapidez—, pero nunca tuvieron nada que ver —dijo confiada.
Con esa frase, Agustín respiró más tranquilo.
—Aquí está el té —dijo el mesero, al entregar una taza humeante.
—Gracias, Edgar —Brenda sonrió—. Anda, Solecita, bebe un poco, para que te calmes.
—Pero… no… no es posible —negó y movió su mano hasta el asa, sujetando la taza y llevándola a su boca, aunque sus manos temblaban.
—Tráenos lo de siempre, querido —pidió Consuelo al mesero.
—Café con leche para usted —señaló con un ligero ademán a Fabiola— y café cappuccino para usted —dijo para Consuelo, solo para confirmar.
Ambas asintieron y tomaron asiento, mientras el mesero se alejaba.
—Estás siendo muy exagerada, Sol —Fabiola negó—. Ni siquiera sabías que Juls era gay y querías casarlo con tu hijo.
«¡¿Casarlo?!» Agustín abrió los ojos con sorpresa.
Brenda sonrió— vamos, chicas, tranquilicémonos un poco —dijo con rapidez—. Sabemos que Sol tenía una ilusión, pero las cosas no se pueden forzar —su voz era divertida, púes en realidad, aunque su amiga le pedía que le hablara a Julián, para programar un reencuentro con Abel, nunca lo hizo, porque no quería que nada ocurriera entre ellos.
—¿Cómo pudo hacerle eso a Abelito? —preguntó la mujer con voz quebrada—. Tu hijo sabía que a mi hijo le agradaba ¡y mucho!
—¡¿Lo sabía?! —Agustín miró a su suegra con seriedad.
—No, no en realidad —la canosa negó—. Tengo que confesar que nunca le dije nada de lo que proponías —miró a su amiga—, lo siento, pero no acostumbro a meterme en la vida privada de mis hijos.
Leticia y Estefanía se mordieron el labio, evitando las ganas de reír.
Agustín volvió a sentarse, procesando la situación.
«Entonces, esta mujer quería que Julián se acercara a su hijo, se lo propuso a mamá Brenda y ella no se lo dijo a Julián…» pensó con rapidez, sintiéndose más tranquilo, «¡Bien! No hay motivo para molestarme…» bebió un poco de café y sonrió, sintiéndose reconfortado. Por primera vez, el café lo relajaba tanto, justo como Erick decía que le ocurría con una buena taza de café.
—Ya deja de llorar, Sol, no quiero que nos arruines el desayuno —Consuelo negó—. Bueno, Agustín… —miró al pelinegro con interés—. ¿Cómo te gusta que te llamen?
—Ah… Agus —sonrió amistoso.
—Pero Juls le dice Guti —Estefanía recargó el rostro en sus manos—, es muy cariñoso con él…
Sol miró con frialdad a la chica, como si quisiera matarla por decir eso delante de ella, pero a Estefanía no le podía importar menos lo que la madre de Abel pensara, especialmente porque igual que a su suegra, ese chico tampoco le caía bien.
—Guti suena muy bonito —Irma asintió—, pero quizá Juls se enoje si le decimos así, ¿o no?
—Sí —Brenda asintió y tomó su lugar—. Solo la familia cercana puede decirle Guti —especificó.
—Entonces, Agus será —Fabiola sonrió—. Y ¿cómo conociste a Julián? —indagó curiosa.
—Ah… en el trabajo —se alzó de hombros.
—¿Eres ingeniero como él? —Sol lo miró con desagrado.
—No —Agustín negó—. Soy asistente personal de Erick Salazar de León, el esposo del jefe directo de Julián, el señor Alejandro de León.
—¿Alejandro de León? —Irma lo miró de soslayo—. Mi Mariselita es su asistente personal, ¿no es así? ¿La conoces?
—Sí, la conozco —Agustín asintió—, somos compañeros y amigos —señaló.
—¡Oh! Entonces debes ser una persona muy importante para esa familia —Margarita lo miró de soslayo.
—Es cierto, la vez que hablamos con Mariselita, dijo que ese hombre de negocios es muy especial con sus trabajadores —Consuelo la secundó—. Gracias, querido… —dijo para Edgar quien le entregaba su café en ese momento.
Fabiola recibió el propio y de inmediato, el mesero les ofreció la carta. Todos en la mesa tomaron unos momentos para pedir el desayuno y en cuanto el mesero se retiró, volvieron a la charla.
—¿Y cuánto tiempo tienes de conocer a Juliancito? —preguntó Sol con frialdad.
—¿De conocerlo? Algunos años —respondió el pelinegro, forzando una sonrisa, ya que notaba que esa mujer no parecía tolerarlo.
—Pero ya tienen meses de novios y se acaban de comprometer —señaló Brenda con emoción.
—¡¿En serio?! —Fabiola lo miró con asombro.
—¡¿Cuándo se casan?! —peguntó Consuelo con emoción.
—Aun no elegimos fecha —Agustín se alzó de hombros—. Pero es tentativo en verano del próximo año —sonrió nervioso, al responder lo que Julián había dicho el día anterior en su casa.
—Ni siquiera portas un anillo, no creo que la boda sea en serio —dijo Sol con desprecio.
—Juls va a solucionar eso pronto, no es así, mamá Brenda —Estefanía sonrió.
—¡Por supuesto! —Brenda asintió—. Se comprometieron de camino para acá, así que no le dio tiempo de comprar un anillo.
Sol le sonrió con sarcasmo—Brenda, bien sabes que, “sin anillo, no hay compromiso…”
—¡Eso quisieras! —Fabiola se burló—. No importa que aún no tenga anillo, ¡mira nada más esas marcas en su cuello! —señaló con un ademán de su rostro—. Con eso no necesita anillo si todo el mundo sabe que tiene “dueño”.
—Eso estábamos hablando antes de que llegaran —Leticia asintió—, que mi ‘cuñis’ come muy bien —dijo en doble sentido, volviendo a avergonzar a Agustín.
—Lo que pase en una cama, no tiene por qué definir la vida cotidiana —objetó Sol con ansiedad.
—¡Ya! ¡Olvídate de tener a Brenda de consuegra! —Consuelo levantó un poco la voz—. “Ni yendo a bailar a Chalma”, vas a tener ese milagro.
Las risas estallaron en la mesa, pero los únicos que no rieron fueron Sol y Agustín; la primera, porque estaba sumamente molesta por la situación y el segundo, porque se sentía incómodo con las miradas de esa mujer.
Cuando el desayuno llegó, Fabiola, Consuelo e Irma, le preguntaban cosas a Agustín, especialmente sobre su relación con Julián, aunque sus respuestas parecían enfurecer a Sol.
—Entonces, ¿has viajado al extranjero con él? —Consuelo lo miraba incrédula.
—Sí —Agustín asintió—. Nos hicimos novios en Estocolmo.
—¡Qué hermoso! —Fabiola suspiró—. Debió ser romántico y especial.
Los recuerdos de esa noche, llegaron a la mente de Agustín, más que romántico, había sido algo repentino y Julián había sido agresivo, pero le había fascinado y aun le encantaba que fuera así; por esos pensamientos, sus mejillas se tiñeron de rojo.
—Esa reacción lo dice todo —Margarita sonrió divertida.
—Siendo asistente de un hombre importante, ¿cómo es que tienes tiempo para estar con Julián? —Sol lo miró con desdén.
—Sol, mi Mariselita también es asistente de un hombre importante —Irma sonrió triunfal—, pero aun así, tiene todo el tiempo del mundo para mi Mike.
Agustín estaba contrariado, porque no sabía que a Miguel le dijeran Mike, pero se sobrepuso—Bueno… la verdad, sí, es complicado, pero cómo vivimos juntos, compartimos todo el tiempo que podemos.
—¡¿Ya viven juntos?! —Sol lo miró con terror.
—Sí, desde que somos novios —respondió como si fuera lo más normal del mundo.
—Es obvio que mi Juls va muy en serio con Guti —Brenda miró a Sol con diversión.
—Vivir juntos es un gran paso —Margarita asintió—, ayer que lo supe, me sorprendió mucho que Julián lo haya dado.
—Le pegó duro el amor, a nuestro cuñado —Leticia sonrió.
—Se nota que Guti lo tiene bien amarrado —Estefanía secundó a su concuña.
Las mujeres reían de las bromas y comentarios, pero Agustín observaba a Sol; para el pelinegro, era notorio que la mujer estaba furiosa; apenas había probado bocado de su desayuno y apretaba los cubiertos con fuerza, haciendo que sus palmas cambiaran de color.
«Se lo está tomando demasiado personal…» pensó con frialdad «tengo un mal presentimiento…» pensó el pelinegro, pero prefirió ponerle atención a las preguntas de las otras mujeres que era notorio, lo aceptaron con rapidez.
Después de una larga charla, el desayuno terminó y Sol fue la primera en retirarse; las otras mujeres se quedaron otro rato, bebiendo más café y algo de postre, platicando un poco más y contándole a Agustín de ellas, pues se sentían satisfechas con toda la información que habían obtenido de él.
Finalmente, todos se despidieron y Agustín volvió a la casa de sus suegros, junto con Brenda y Margarita, ya que Leticia y Estefanía tenían trabajo.
Al llegar a la casa, Julián no estaba; le había dicho a Agustín que saldría con su padre y volvería a la hora de la comida, así que el pelinegro no sabía qué hacer.
—Iré a descansar, mamá Brenda —anunció con voz tranquila.
—De acuerdo, Bebé —dijo la canosa, con una sonrisa en sus labios—. Pero antes de que te vayas… —lo sujetó de las manos y lo miró a los ojos—. Olvídate de cualquier cosa que haya dicho Sol —ladeó el rostro—, no le hagas caso a las tonterías de su hijo con Juls, ¿de acuerdo? Te puedo asegurar que yo nunca hubiera propiciado nada para que ellos se acercaran —aseguró—. Abel no es el tipo para mi hijo —le guiñó un ojo.
—Ah… no, no se preocupe, no le puse mucha atención.
—No me mientas —la mujer le sonrió condescendiente—. Ella es mi amiga, pero sé que te hizo sentir incómodo con su actitud, ya hablaré con ella después, es momento de bajarla de su nube.
Agustín suspiró— está bien —asintió—, no pensaré en eso, lo prometo.
—¡Así me gusta! —Brenda le besó la mejilla—. Ve a descansar…
Después de eso, Agustín fue a la habitación y se recostó en la cama; respiró profundamente y fijó su mirada en el techo.
“Era compañero de Juls en la escuela elemental y hasta la preparatoria, pero nunca tuvieron nada que ver…”
Las palabras de su concuña llegaron a su mente y sonrió.
—Al menos no tuvo nada que ver con él, como con Pato… —dijo con más calma, sintiéndose reconfortado por sus palabras.
Por alguna razón, esa idea era reafirmada al recordar que Julián nunca le habló de ningún Abel, por lo que no tenía por qué ponerse celoso.
—¡Buenos días! —Brenda llegó saludando de beso a las tres mujeres y Margarita la secundó.
—Buenos días —saludaron las cuñadas de Julián.
—¿Y quién es este muchacho tan guapo? —preguntó la canosa de la mesa.
—Irma, él es Agustín —Brenda acercó al pelinegro a la mujer extraña—, ¡es el prometido de mi Juls! —dijo con orgullo.
—Así que tú eres el famoso Agustín —rió la mujer y se puso de pie—, ¡un placer, cariño! —la pelinegra le dio un sonoro beso en la mejilla—. Soy Irma Ochoa —dijo con orgullo.
—Un… un placer, señora… Agustín Ruiz —dijo el recién llegado, un tanto cohibido.
—¡Oh vamos, no te pongas nervioso! —Irma sonrió—. Somos casi de la familia, ¿verdad, Brenda?
—Claro que sí, querida —la aludida asintió—, si nuestros hijos parecen ser siameses, siempre juntos para todos lados —rió divertida y la otra se carcajeó también.
Agustín no entendía de lo que hablaban, algo que Irma notó de inmediato— ¿conoces a Miguel Domínguez? Soy su madre —señaló sin dejar al otro responder.
—¡¿Usted es mamá de Miguel?! —Agustín no pudo evitar mostrar su sorpresa.
—Sí, ¿acaso no nos parecemos? —rió de nuevo.
«En lo más mínimo…» pensó Agustín pero forzó una sonrisa— sí, un poco, especialmente el carácter —dijo con voz divertida, pues sabía que Miguel no era tan efusivo cómo esa mujer en realidad.
—Supongo que también conoces a mi nuera, Mariselita, ¡es una mujer maravillosa!
«¿Mariselita? ¡Oh, Dios! ¿A dónde vine a caer?» se preguntó el menor con nervios— sí… sí, la conozco.
—Ya basta, Irma —Brenda le puso la mano en el hombro—. Desde hace meses hablamos mucho de tu fabulosa nuera, hoy me toca presumir a mí, a mi yerno.
—¡Que presumida eres, mujer! —su amiga la vio de soslayo—. Pero te lo concedo porque es todo un bombón —movió las cejas de manera insinuante—. Y parece que tu hijo se lo come siempre, ¡mira nada más esos chupetones en el cuello!
Todas las mujeres en la mesa rieron y Agustín sintió que su rostro ardía; de manera instintiva fue al cuello de su camisa e intentó acomodarlo para que no se notaran las marcas, pero sería imposible cubrirlas todas, pues Julián se aseguró que algunas fueran visibles.
—No lo señales —Brenda trató de aguantar la risa—. Yo no quise decir nada cuando lo vi y tú lo dices con tanta facilidad.
—¡Ay! Mamá Brenda —Lety sonrió divertida—. Es bueno saber que Juls se alimenta bien, a pesar de estar lejos de casa…
—Y por sobretodo, que mantenga satisfecho a Guti —Estefanía le guiñó un ojo al pelinegro quien tuvo que tragar saliva.
—Muchachas, lo avergüenzan —Margarita las miró con picardía—, mejor dejen que nos agarre confianza…
—Sí, así nos contará todo, solito —se burló Irma.
Mientras ellas seguían joviales y Agustín quería que ser lo tragara la tierra, un mesero se acercó para ofrecerles algo de beber y la carta, como ellas eran clientes frecuentes, ya las conocía, porque era normalmente quien las atendía.
—Buenos días, señoritas —sonrió cordial.
—Buenos días, aún estamos esperando a otras personas, Edgar —Brenda sonrió—, pero tráeme un café y crema, si no es molestia, porque en casa no puedo comer crema, que mi esposo se infarta.
—Otro igual para mí, por favor —Margarita sonrió amable.
—Dos café y crema aparte —señaló el joven mesero—. ¿Y usted, qué desea? —preguntó afable para Agustín y le sonrió amistoso, aunque todas las mujeres detectaron cierto interés en la mirada, misma que Agustín no pareció comprender.
—¡Ey, tranquilo, Edgar! —Lety lo señaló.
—Este papucho ya tiene novio, así que nada de coquetearle —Estefanía secundó a su concuña.
—Disculpe… —sonrió el mesero con nervios—. No le coqueteo, es mi trabajo… —se excusó.
—Uy, pues a mí no me diste esa miradita, mi amor —Irma rió.
—Jugo de naranja—dijo Agustín de inmediato, sin mirarlo a la cara.
—Jugo de naranja, para el ‘papucho’ —sonrió el mesero—, lo traigo en un momento.
Cuando se alejó, Brenda miró a su yerno de soslayo— ¡pero Bebé! Mira nada más como pones a los hombres y con solo una mirada —dijo con orgullo.
—Ah…—Agustín titubeó—. Ni siquiera me di cuenta…
—Hay que decirle a Juls, no se lo vayan a querer bajar —Estefanía bebió de su café.
—Espero que tu hijo ya no sea tan frío, que si no, otro con más dulzura le va a robar el novio —comentó Irma con seriedad.
—Sigue siendo un témpano de hielo —respondió Margarita con diversión.
—¡¿Y cómo se consiguió novio?! —Irma la miró incrédula.
—Tiene mucha suerte —Leticia suspiró.
—Oh, algo bueno debe tener Juls, ¿no es así, Bebé? —preguntó Brenda para Agustín.
—Ah… si… —asintió.
—Entonces, ¿qué le viste al cuñado? —Estefanía lo miró con complicidad.
—Sí, yo también quiero saber —Leticia la secundó—, porque desde que lo conozco, creí que era un robot.
Agustín pasó saliva— es… es…
Todas las mujeres lo miraron, manteniéndose expectantes de lo que iba a decir; muchas palabras cruzaron la mente de Agustín, aunque no sabía qué decir en realidad.
—Es perfecto… —dijo con ilusión y una sonrisa soñadora adornó sus labios.
—¡Eso es amor! —Anunció Brenda con emoción y todas las demás rieron.
Agustín se sintió avergonzado, pero por alguna razón, le parecía divertida la situación.
El mesero llegó entregando los pedidos y apenas se retiraba, cuando otras tres mujeres se acercaron a la mesa. Todas tenían canas, aunque unas menos que otras.
Todas las mujeres de la mesa se pusieron de pie y Agustín las imitó, aunque no sabía quiénes eran las recién llegadas. Cuando las tres saludaron a quienes conocían, se quedaron expectantes, viendo a Agustín.
—Queridas, les presento, con orgullo —especificó Brenda—, a Agustín Ruiz, novio, prometido, futuro esposo, de mi Julián —anunció.
Las recién llegadas se quedaron con la boca abierta, mientras las que estaban en la mesa, las miraban con disimulo, divertidas por su reacción.
—Vaya… —carraspeó una—. Yo… no imaginé que tu hijo fuera gay —sonrió nerviosa y le ofreció la mano—. Soy Fabiola Ibarra, un placer —dijo con voz incrédula.
—Yo soy Consuelo Nava —dijo la segunda y le sonrió débilmente, ofreciéndole la mano, igual que la primera, más que nada para constatar que era real.
Agustín aceptó el saludo de las dos mujeres, pero la tercera no se movió.
—¿Sol? —Brenda la miró con curiosidad.
—Yo… yo… necesito un momento —la mujer se sentó en la silla más cercana—. No puedo creer que… Julián tenga novio —respiró con agitación.
—Pídele un té —señaló Margarita para Leticia, quien de inmediato se puso de pie, alcanzando al mesero que ya volvía para atender a las recién llegadas.
—¡Ay! ¡No seas dramática, Sol! —Irma entornó los ojos—. No pensabas que en serio tu hijo tenía oportunidad con Juls, ¿o sí?
Esas palabras hicieron que Agustín levantara el rostro de inmediato— ¡¿Qué?! —preguntó confundido.
Estefanía se acercó a Guti y le habló en susurros— Juls es el amor platónico de Abel, el hijo de la señora Mora —explicó a grandes rasgos, señalando a la mujer que estaba sentada, respirando con agitación.
—¿Y ese quién es? —preguntó el pelinegro de inmediato, también en voz baja, aunque era obvio la molestia de enterarse de eso.
—Era compañero de Juls en la escuela elemental y hasta la preparatoria —respondió la otra con rapidez—, pero nunca tuvieron nada que ver —dijo confiada.
Con esa frase, Agustín respiró más tranquilo.
—Aquí está el té —dijo el mesero, al entregar una taza humeante.
—Gracias, Edgar —Brenda sonrió—. Anda, Solecita, bebe un poco, para que te calmes.
—Pero… no… no es posible —negó y movió su mano hasta el asa, sujetando la taza y llevándola a su boca, aunque sus manos temblaban.
—Tráenos lo de siempre, querido —pidió Consuelo al mesero.
—Café con leche para usted —señaló con un ligero ademán a Fabiola— y café cappuccino para usted —dijo para Consuelo, solo para confirmar.
Ambas asintieron y tomaron asiento, mientras el mesero se alejaba.
—Estás siendo muy exagerada, Sol —Fabiola negó—. Ni siquiera sabías que Juls era gay y querías casarlo con tu hijo.
«¡¿Casarlo?!» Agustín abrió los ojos con sorpresa.
Brenda sonrió— vamos, chicas, tranquilicémonos un poco —dijo con rapidez—. Sabemos que Sol tenía una ilusión, pero las cosas no se pueden forzar —su voz era divertida, púes en realidad, aunque su amiga le pedía que le hablara a Julián, para programar un reencuentro con Abel, nunca lo hizo, porque no quería que nada ocurriera entre ellos.
—¿Cómo pudo hacerle eso a Abelito? —preguntó la mujer con voz quebrada—. Tu hijo sabía que a mi hijo le agradaba ¡y mucho!
—¡¿Lo sabía?! —Agustín miró a su suegra con seriedad.
—No, no en realidad —la canosa negó—. Tengo que confesar que nunca le dije nada de lo que proponías —miró a su amiga—, lo siento, pero no acostumbro a meterme en la vida privada de mis hijos.
Leticia y Estefanía se mordieron el labio, evitando las ganas de reír.
Agustín volvió a sentarse, procesando la situación.
«Entonces, esta mujer quería que Julián se acercara a su hijo, se lo propuso a mamá Brenda y ella no se lo dijo a Julián…» pensó con rapidez, sintiéndose más tranquilo, «¡Bien! No hay motivo para molestarme…» bebió un poco de café y sonrió, sintiéndose reconfortado. Por primera vez, el café lo relajaba tanto, justo como Erick decía que le ocurría con una buena taza de café.
—Ya deja de llorar, Sol, no quiero que nos arruines el desayuno —Consuelo negó—. Bueno, Agustín… —miró al pelinegro con interés—. ¿Cómo te gusta que te llamen?
—Ah… Agus —sonrió amistoso.
—Pero Juls le dice Guti —Estefanía recargó el rostro en sus manos—, es muy cariñoso con él…
Sol miró con frialdad a la chica, como si quisiera matarla por decir eso delante de ella, pero a Estefanía no le podía importar menos lo que la madre de Abel pensara, especialmente porque igual que a su suegra, ese chico tampoco le caía bien.
—Guti suena muy bonito —Irma asintió—, pero quizá Juls se enoje si le decimos así, ¿o no?
—Sí —Brenda asintió y tomó su lugar—. Solo la familia cercana puede decirle Guti —especificó.
—Entonces, Agus será —Fabiola sonrió—. Y ¿cómo conociste a Julián? —indagó curiosa.
—Ah… en el trabajo —se alzó de hombros.
—¿Eres ingeniero como él? —Sol lo miró con desagrado.
—No —Agustín negó—. Soy asistente personal de Erick Salazar de León, el esposo del jefe directo de Julián, el señor Alejandro de León.
—¿Alejandro de León? —Irma lo miró de soslayo—. Mi Mariselita es su asistente personal, ¿no es así? ¿La conoces?
—Sí, la conozco —Agustín asintió—, somos compañeros y amigos —señaló.
—¡Oh! Entonces debes ser una persona muy importante para esa familia —Margarita lo miró de soslayo.
—Es cierto, la vez que hablamos con Mariselita, dijo que ese hombre de negocios es muy especial con sus trabajadores —Consuelo la secundó—. Gracias, querido… —dijo para Edgar quien le entregaba su café en ese momento.
Fabiola recibió el propio y de inmediato, el mesero les ofreció la carta. Todos en la mesa tomaron unos momentos para pedir el desayuno y en cuanto el mesero se retiró, volvieron a la charla.
—¿Y cuánto tiempo tienes de conocer a Juliancito? —preguntó Sol con frialdad.
—¿De conocerlo? Algunos años —respondió el pelinegro, forzando una sonrisa, ya que notaba que esa mujer no parecía tolerarlo.
—Pero ya tienen meses de novios y se acaban de comprometer —señaló Brenda con emoción.
—¡¿En serio?! —Fabiola lo miró con asombro.
—¡¿Cuándo se casan?! —peguntó Consuelo con emoción.
—Aun no elegimos fecha —Agustín se alzó de hombros—. Pero es tentativo en verano del próximo año —sonrió nervioso, al responder lo que Julián había dicho el día anterior en su casa.
—Ni siquiera portas un anillo, no creo que la boda sea en serio —dijo Sol con desprecio.
—Juls va a solucionar eso pronto, no es así, mamá Brenda —Estefanía sonrió.
—¡Por supuesto! —Brenda asintió—. Se comprometieron de camino para acá, así que no le dio tiempo de comprar un anillo.
Sol le sonrió con sarcasmo—Brenda, bien sabes que, “sin anillo, no hay compromiso…”
—¡Eso quisieras! —Fabiola se burló—. No importa que aún no tenga anillo, ¡mira nada más esas marcas en su cuello! —señaló con un ademán de su rostro—. Con eso no necesita anillo si todo el mundo sabe que tiene “dueño”.
—Eso estábamos hablando antes de que llegaran —Leticia asintió—, que mi ‘cuñis’ come muy bien —dijo en doble sentido, volviendo a avergonzar a Agustín.
—Lo que pase en una cama, no tiene por qué definir la vida cotidiana —objetó Sol con ansiedad.
—¡Ya! ¡Olvídate de tener a Brenda de consuegra! —Consuelo levantó un poco la voz—. “Ni yendo a bailar a Chalma”, vas a tener ese milagro.
Las risas estallaron en la mesa, pero los únicos que no rieron fueron Sol y Agustín; la primera, porque estaba sumamente molesta por la situación y el segundo, porque se sentía incómodo con las miradas de esa mujer.
Cuando el desayuno llegó, Fabiola, Consuelo e Irma, le preguntaban cosas a Agustín, especialmente sobre su relación con Julián, aunque sus respuestas parecían enfurecer a Sol.
—Entonces, ¿has viajado al extranjero con él? —Consuelo lo miraba incrédula.
—Sí —Agustín asintió—. Nos hicimos novios en Estocolmo.
—¡Qué hermoso! —Fabiola suspiró—. Debió ser romántico y especial.
Los recuerdos de esa noche, llegaron a la mente de Agustín, más que romántico, había sido algo repentino y Julián había sido agresivo, pero le había fascinado y aun le encantaba que fuera así; por esos pensamientos, sus mejillas se tiñeron de rojo.
—Esa reacción lo dice todo —Margarita sonrió divertida.
—Siendo asistente de un hombre importante, ¿cómo es que tienes tiempo para estar con Julián? —Sol lo miró con desdén.
—Sol, mi Mariselita también es asistente de un hombre importante —Irma sonrió triunfal—, pero aun así, tiene todo el tiempo del mundo para mi Mike.
Agustín estaba contrariado, porque no sabía que a Miguel le dijeran Mike, pero se sobrepuso—Bueno… la verdad, sí, es complicado, pero cómo vivimos juntos, compartimos todo el tiempo que podemos.
—¡¿Ya viven juntos?! —Sol lo miró con terror.
—Sí, desde que somos novios —respondió como si fuera lo más normal del mundo.
—Es obvio que mi Juls va muy en serio con Guti —Brenda miró a Sol con diversión.
—Vivir juntos es un gran paso —Margarita asintió—, ayer que lo supe, me sorprendió mucho que Julián lo haya dado.
—Le pegó duro el amor, a nuestro cuñado —Leticia sonrió.
—Se nota que Guti lo tiene bien amarrado —Estefanía secundó a su concuña.
Las mujeres reían de las bromas y comentarios, pero Agustín observaba a Sol; para el pelinegro, era notorio que la mujer estaba furiosa; apenas había probado bocado de su desayuno y apretaba los cubiertos con fuerza, haciendo que sus palmas cambiaran de color.
«Se lo está tomando demasiado personal…» pensó con frialdad «tengo un mal presentimiento…» pensó el pelinegro, pero prefirió ponerle atención a las preguntas de las otras mujeres que era notorio, lo aceptaron con rapidez.
Después de una larga charla, el desayuno terminó y Sol fue la primera en retirarse; las otras mujeres se quedaron otro rato, bebiendo más café y algo de postre, platicando un poco más y contándole a Agustín de ellas, pues se sentían satisfechas con toda la información que habían obtenido de él.
Finalmente, todos se despidieron y Agustín volvió a la casa de sus suegros, junto con Brenda y Margarita, ya que Leticia y Estefanía tenían trabajo.
Al llegar a la casa, Julián no estaba; le había dicho a Agustín que saldría con su padre y volvería a la hora de la comida, así que el pelinegro no sabía qué hacer.
—Iré a descansar, mamá Brenda —anunció con voz tranquila.
—De acuerdo, Bebé —dijo la canosa, con una sonrisa en sus labios—. Pero antes de que te vayas… —lo sujetó de las manos y lo miró a los ojos—. Olvídate de cualquier cosa que haya dicho Sol —ladeó el rostro—, no le hagas caso a las tonterías de su hijo con Juls, ¿de acuerdo? Te puedo asegurar que yo nunca hubiera propiciado nada para que ellos se acercaran —aseguró—. Abel no es el tipo para mi hijo —le guiñó un ojo.
—Ah… no, no se preocupe, no le puse mucha atención.
—No me mientas —la mujer le sonrió condescendiente—. Ella es mi amiga, pero sé que te hizo sentir incómodo con su actitud, ya hablaré con ella después, es momento de bajarla de su nube.
Agustín suspiró— está bien —asintió—, no pensaré en eso, lo prometo.
—¡Así me gusta! —Brenda le besó la mejilla—. Ve a descansar…
Después de eso, Agustín fue a la habitación y se recostó en la cama; respiró profundamente y fijó su mirada en el techo.
“Era compañero de Juls en la escuela elemental y hasta la preparatoria, pero nunca tuvieron nada que ver…”
Las palabras de su concuña llegaron a su mente y sonrió.
—Al menos no tuvo nada que ver con él, como con Pato… —dijo con más calma, sintiéndose reconfortado por sus palabras.
Por alguna razón, esa idea era reafirmada al recordar que Julián nunca le habló de ningún Abel, por lo que no tenía por qué ponerse celoso.
Por su parte, Julián había ido a desayunar con su padre, al restaurante de un club campestre, dónde su familia estaba inscrita. El lugar era ostentoso, aun así, no tanto como los lugares a dónde Julián estaba acostumbrado a ir, debido a su trabajo con Alejandro.
El canoso fue a la mesa habitual, que usaba cuando iba con su esposa a desayunar y su hijo lo siguió, sentándose enfrente. Apenas estuvieron acomodados, un mesero fue a atenderlos.
—Café con crema —pidió el hombre divertido.
—Café americano para mí —pidió el castaño y en cuanto el mesero se fue, dejándoles la carta, hablo—. Creí que mi madre no te dejaba beber el café con crema.
—No lo hace, dice que me hace daño —se burló—, por eso, cuando no estoy con ella, satisfago mi antojo—se alzó de hombros.
—Entiendo —Julián observó la carta por unos segundos y la dejó de lado.
Con esa acción, el mesero se acercó después de servir los cafés en las tazas y entregárselas— ¿desea ordenar ya?
—Desayuno americano.
—Americano… ¿Cómo desea los huevos?
—Revueltos y trame un jugo de naranja —respondió el castaño con seriedad.
—Por supuesto…
—Yo quiero unos chilaquiles rojos y limonada mineral —sonrió el canoso, devolviendo la carta.
—De inmediato.
El mesero se alejó con paso rápido.
—¿Qué te parece el lugar? —preguntó el canoso
Julián sujetó un par de sobres de azúcar y los echó a su café— agradable —respondió sin interés.
El mayor respiró profundamente— Juls, ¿no te cansas de ser tan frío? —preguntó con seriedad
Julián levantó la mirada— ¿de qué hablas? —preguntó con interés.
—¿De qué hablo? ¿En serio lo preguntas? —posó la mirada en el rostro de su hijo.
Julián pensó un momento, pero no tenía una respuesta, por lo que su padre suspiró cansado y bebió otro sorbo de su café.
—Juls, quería hablar esto contigo desde ayer, pero sabía que no era el momento.
—¿Qué cosa? —el menor bebió de su café.
—Ayer me dijiste que amas a Agustín y que él sabe a lo que te dedicas, por lo cual no tienen secretos, ¿cierto?
—Así es — el castaño asintió.
—Pero tú carácter, hijo mío, me da la impresión de que puede ser un problema en la relación y tu madre también está preocupada por ti —lo señaló con un ademán.
—¿Mi carácter? —Julián frunció el ceño—. No he tenido problemas con Guti por mi carácter —señaló sin dudar.
El hombre mayor soltó el aire por la boca, parecía cansado, más le había dicho a su esposa que hablaría de eso con su hijo y no iba a dejarlo para después.
—Juls, a veces, no basta con solo amar a una persona, tienes que demostrarlo —dijo con toda sinceridad— y tú, sigues siendo tan distante y frío como siempre —ladeó el rostro—. Dime algo, ¿le dices que lo amas a menudo?
Julián bebió otro sorbo de su café— cuando estamos solos o en cama —respondió sin vergüenza.
—Estoy seguro que en la cama son muy sinceros —el mayor se carcajeó—, ¿crees que no vi las marcas en el cuello de Guti? No estoy ciego —dijo con burla—. Pero a lo que me refiero, Juls, es que eso se tiene que decir en cualquier momento, no solo en la cama.
—No creo que sea necesario —negó Julián con rapidez.
—Tal vez no sea necesario, pero a veces, es bueno reforzar esos sentimientos, para no dejar dudas de lo que se siente por alguien más —el canoso suspiró.
—Ninguno de los dos, somos dados a ser afectuoso a la vista de los demás —se excusó.
—De ti lo entiendo —su padre lo señaló con el índice—pero se nota que Guti es muy afectuoso, más parece que se tiene que contener contigo, ¿por qué?
Julián se recargó en la silla y pensó un momento— quizá es por nuestro trabajo.
—Deja el trabajo en horas laborales —su padre lo miró condescendiente—. Ahora estas con la familia, debes ser una persona normal y debes ser afectuoso con tu pareja —sonrió—. No le des motivos para dudar de ti, porque podrías perderlo…
Las últimas palabras causaron inquietud en Julián, pues con lo que había ocurrido con Patricio, se dio cuenta de ello; Agustín dudó de él y casi lo pierde, lo que menos quería era volver a pasar por esa situación, eso lo volvería loco. Aun así, tomar otra actitud le iba a tomar un poco de tiempo.
Mientras el castaño analizaba las palabras de su padre, el mesero llegó con su desayuno; después de servirlo, se retiró y Julián volvió a hablar.
—Me esforzaré en demostrarle mi amor más seguido—dijo con rapidez.
—Más vale que lo hagas, porque se nota que Fredy ya le hecho el ojo a Guti —señaló su padre con burla.
—Si se le acerca, voy a golpearlo —amenazó el castaño con molestia.
—Estás en tu derecho —su padre se alzó de hombros—, pero dudo que eso haga que tu hermano dimita en su acercamiento —se burló— y menos, porque Guti no tiene anillo de compromiso, que es lo único que Fredy respeta, gracias a las enseñanzas de tu madre.
El canoso conocía a su hijo menor y sabía que a pesar de apenas tener veinticuatro años, ya se había metido en muchos problemas por andar de picaflor, pero era su carácter y hasta su esposa, Brenda, se había rendido con él en ese sentido.
Ambos iniciaron el desayuno y después de uso bocados, el mayor volvió a hablar.
—Ahora, otra cosa que quería preguntar… —con esas palabras, su hijo levantó la mirada—. Quisiera que me expliques, ¿quién era esa otra persona que te besó y a quien pusiste por encima de tu pareja?
Julián respiró profundamente, le molestaba esa pregunta, pero seguramente no solo su padre quería saber, sino su madre.
—No hice eso —Julián limpió sus labios con la servilleta—. Fue un error, ¿sí? —aseguró—. Ahí dónde ves a Guti, no es un chico indefenso, se sabe defender muy bien…
—Imagino que igual que tu —señaló el hombre antes de beber de su limonada.
—Sí, cómo yo —aceptó su hijo—. Pero ese día, Guti estaba enojado, por lo que se sobrepasó con ese sujeto, quien era nuestro compañero de empleo y lo dejó inconsciente —añadió fríamente—. Si algo le hubiera pasado, Guti se hubiera metido en problemas y era lo que no quería, por eso quería asegurarme de que no había muerto, antes de hablar con Guti.
—¿Fue grave? —indagó su padre preocupado.
—No —Julián negó—, tal vez si no hubiera apartado a Guti del otro, si hubiera sido grave, por eso me metí, aunque eso lo enfureció más.
El canoso sonrió divertido imaginando la situación— parece que Guti tiene carácter, cómo tu madre —señaló con satisfacción, a sabiendas que su hijo tendría quien le jalara las orejas cuando lo necesitara, pero debía permitirle a Agustín tomar acción de cuando en cuanto—. Pero no debes reprimirlo tanto.
—¿Reprimir? —el castaño lo miró incrédulo—. ¡No lo reprimo! —objetó.
Su padre llevó otro bocado a su boca y negó.
—Por el carácter de Guti, es obvio que es muy afectuoso —sonrió—, ¿lo viste ayer con Juliancito y Brendita? Es un chico cariñoso y amoroso, pero cuando lo veo a tu lado, parece medir cada acción —levantó una ceja—, como si temiera equivocarse por decir o hacer algo que no te guste.
Julián bajó el rostro, pensando en lo que su padre le decía; en el fondo, Agustín parecía temer molestarlo, cómo cuando solo eran compañeros de trabajo. Sabía que muchas veces lo regañó injustificadamente, cómo cuando le decomisaba sus consolas, le decía que había cometido un error, cómo debía actuar o vestirse, pero no podía controlarse; siempre había sido así con él y aunque dejó de hacerlo cuando iniciaron su relación, de todos modos, su novio parecía seguir cuidando sus acciones delante de él.
Incluso admitía que cada que se apartaban por cuestiones laborales, al volverlo a ver, esperaba que lo recibiera justo como Erick lo hacía con Alejandro, pero solo lo miraba a los ojos y una tenue sonrisa se dibujaba en sus labios, más no hacía nada más, hasta que estaban solos. Y lo entendía, pues él le había dicho desde el principio que debían mantener su actitud durante el trabajo, aunque esperaba que ese carácter juguetón que le había descubierto a Agustín en la intimidad, saliera a flote de cuando en cuando, para disfrutarlo fuera de la habitación, pero nunca se lo había dicho, especialmente porque al andar de civil, Agustín era más normal, a diferencia de cuando portaba su uniforme.
«Tal vez, es cierto que lo reprimo…» pensó con molestia.
—No lo hago conscientemente —aseguró.
—Pues si es inconsciente, tendrás que esforzarte porque tu conciencia se active y le permitas ser cómo es, con su carácter, porque seguramente es algo que te gusta de él, ¿no es así?
Julián asintió en silencio.
—¿Sabes por qué tu madre te exigió que le pidieras perdón? —prosiguió su padre.
—Porque no lo antepuse como era debido —dijo con rapidez—, es mi pareja y debe ser lo primero en mi vida y en mi mente —aseguró con convicción— y porque lo detuve ese día, cuando golpeó al sujeto que me besó, a sabiendas que yo hubiera actuado igual o peor que él, si hubiera estado en su lugar.
El canoso sonrió complacido— parece que tuviste tiempo de pensar las cosas —se burló.
—No son los únicos que quieren que vea mi error —dijo molesto, ya que tanto Alejandro, cómo Miguel y hasta el idiota de César, se lo habían reprochado—. Pero aun así, si no hubiera detenido a Guti, estoy seguro que lo habría matado —señaló fríamente.
—Juls, no exageres —rió su padre, sin imaginar que su hijo hablaba en serio.
El castaño negó, no podía decirle a su padre que Agustín le apuntó a Patricio con un arma y seguramente habría jalado el gatillo sin dudar, si no hubiera sido detenido, no solo por él, sino por Erick Salazar.
—Seguramente solo le hubiera tumbado unos dientes o arrancado algunos mechones de cabello —se burló el canoso—. Tu madre también lo hizo cuando éramos jóvenes —se alzó de hombros—, me encantaba cuando se volvía una fierecilla.
«Sí, pero mi madre no tenía acceso a armas de fuego, ni conocimiento de técnicas para incapacitar a alguien…» pensó con rapidez, ya que conocía esa historia.
—Aun así, no sabes hasta dónde puede llegar Agustín —negó y bebió su jugo, dejando el plato de lado y llamando al mesero, para que lo retirara y le llevara los panqueques.
—¿Y tú sí? —preguntó el canoso, cuando el mesero se retiró.
—Sí —Julián asintió—. Y estoy seguro que podría llegar a hacer algo de lo que pudiera arrepentirse después, en un arranque de celos —señaló con seriedad.
—Entonces no le des motivos para tener celos —el mayor sonrió.
—¡No le doy motivos! —negó.
—Dejaste que otro te besara frente él, eso es darle motivos —objetó su padre, aun disfrutando de su desayuno.
—Yo no lo dejé, estuve a punto de apartarlo, pero Agustín se me adelantó —repitió.
—Aun así —el canoso levantó una ceja—. Alguien más te besó, en un lugar público… ¿tú permites que Guti te bese en lugares públicos? ¿Das pie a que él sea cariñoso contigo?
Ante esas preguntas, Julián titubeó y finalmente negó— no…
El mesero llegó y entregó el plato con panqueques, dejando de lado mantequilla ligeramente derretida, un botecito con mermelada y otro de miel de maple, retirándose con rapidez.
—Si no permites que tu pareja te de esas muestras de afecto delante de los demás, ¿por qué le reprochas su reacción, cuando ve que otro lo hizo? —lo señaló con el tenedor.
—Porque para mí no significó nada —respondió rápidamente, era su excusa y sabía que era patética, pero así había sido.
—Pero para Guti sí…
Julián guardo silencio. Su mano se movió, llevando algo de mantequilla al último panqueque y luego, sujetó el recipiente con miel y vertió una gran cantidad en los mismos, empezando a comer después.
—¿Ahora también te gustan los panqueques con miel? —sonrió su padre divertido.
—Sí —asintió el castaño.
—Sabe mejor, ¿no es así? —le sonrió condescendiente—. Pero no es por la miel, ni el azúcar que le echas ahora al café —ladeó el rostro, viendo la mirada desconcertada del otro, que no comprendía sus palabras—. Esa dulzura es lo que Agustín representa en tu vida y si no cuidas lo que tienes, la perderás y no vas a recuperarla, ¿lo entiendes, hijo?
Julián observó la miel resbalar por su panqueque y pensó en lo que su padre le acababa de decir. Tal vez tenía razón, tal vez la dulzura que ahora había en su vida, no era por los dulces, sino porque Agustín estaba a su lado y debía empezar a valorar lo que eso significaba.
Sonrió— lo entiendo —dijo seguro, mirando a su padre—. Voy a tratar de cambiar para tener una mejor relación con Guti, pero me tomará más de un día.
—Lo sé —asintió su progenitor—, pero espero que para cuando se casen, ya sean una pareja más normal.
El canoso fue a la mesa habitual, que usaba cuando iba con su esposa a desayunar y su hijo lo siguió, sentándose enfrente. Apenas estuvieron acomodados, un mesero fue a atenderlos.
—Café con crema —pidió el hombre divertido.
—Café americano para mí —pidió el castaño y en cuanto el mesero se fue, dejándoles la carta, hablo—. Creí que mi madre no te dejaba beber el café con crema.
—No lo hace, dice que me hace daño —se burló—, por eso, cuando no estoy con ella, satisfago mi antojo—se alzó de hombros.
—Entiendo —Julián observó la carta por unos segundos y la dejó de lado.
Con esa acción, el mesero se acercó después de servir los cafés en las tazas y entregárselas— ¿desea ordenar ya?
—Desayuno americano.
—Americano… ¿Cómo desea los huevos?
—Revueltos y trame un jugo de naranja —respondió el castaño con seriedad.
—Por supuesto…
—Yo quiero unos chilaquiles rojos y limonada mineral —sonrió el canoso, devolviendo la carta.
—De inmediato.
El mesero se alejó con paso rápido.
—¿Qué te parece el lugar? —preguntó el canoso
Julián sujetó un par de sobres de azúcar y los echó a su café— agradable —respondió sin interés.
El mayor respiró profundamente— Juls, ¿no te cansas de ser tan frío? —preguntó con seriedad
Julián levantó la mirada— ¿de qué hablas? —preguntó con interés.
—¿De qué hablo? ¿En serio lo preguntas? —posó la mirada en el rostro de su hijo.
Julián pensó un momento, pero no tenía una respuesta, por lo que su padre suspiró cansado y bebió otro sorbo de su café.
—Juls, quería hablar esto contigo desde ayer, pero sabía que no era el momento.
—¿Qué cosa? —el menor bebió de su café.
—Ayer me dijiste que amas a Agustín y que él sabe a lo que te dedicas, por lo cual no tienen secretos, ¿cierto?
—Así es — el castaño asintió.
—Pero tú carácter, hijo mío, me da la impresión de que puede ser un problema en la relación y tu madre también está preocupada por ti —lo señaló con un ademán.
—¿Mi carácter? —Julián frunció el ceño—. No he tenido problemas con Guti por mi carácter —señaló sin dudar.
El hombre mayor soltó el aire por la boca, parecía cansado, más le había dicho a su esposa que hablaría de eso con su hijo y no iba a dejarlo para después.
—Juls, a veces, no basta con solo amar a una persona, tienes que demostrarlo —dijo con toda sinceridad— y tú, sigues siendo tan distante y frío como siempre —ladeó el rostro—. Dime algo, ¿le dices que lo amas a menudo?
Julián bebió otro sorbo de su café— cuando estamos solos o en cama —respondió sin vergüenza.
—Estoy seguro que en la cama son muy sinceros —el mayor se carcajeó—, ¿crees que no vi las marcas en el cuello de Guti? No estoy ciego —dijo con burla—. Pero a lo que me refiero, Juls, es que eso se tiene que decir en cualquier momento, no solo en la cama.
—No creo que sea necesario —negó Julián con rapidez.
—Tal vez no sea necesario, pero a veces, es bueno reforzar esos sentimientos, para no dejar dudas de lo que se siente por alguien más —el canoso suspiró.
—Ninguno de los dos, somos dados a ser afectuoso a la vista de los demás —se excusó.
—De ti lo entiendo —su padre lo señaló con el índice—pero se nota que Guti es muy afectuoso, más parece que se tiene que contener contigo, ¿por qué?
Julián se recargó en la silla y pensó un momento— quizá es por nuestro trabajo.
—Deja el trabajo en horas laborales —su padre lo miró condescendiente—. Ahora estas con la familia, debes ser una persona normal y debes ser afectuoso con tu pareja —sonrió—. No le des motivos para dudar de ti, porque podrías perderlo…
Las últimas palabras causaron inquietud en Julián, pues con lo que había ocurrido con Patricio, se dio cuenta de ello; Agustín dudó de él y casi lo pierde, lo que menos quería era volver a pasar por esa situación, eso lo volvería loco. Aun así, tomar otra actitud le iba a tomar un poco de tiempo.
Mientras el castaño analizaba las palabras de su padre, el mesero llegó con su desayuno; después de servirlo, se retiró y Julián volvió a hablar.
—Me esforzaré en demostrarle mi amor más seguido—dijo con rapidez.
—Más vale que lo hagas, porque se nota que Fredy ya le hecho el ojo a Guti —señaló su padre con burla.
—Si se le acerca, voy a golpearlo —amenazó el castaño con molestia.
—Estás en tu derecho —su padre se alzó de hombros—, pero dudo que eso haga que tu hermano dimita en su acercamiento —se burló— y menos, porque Guti no tiene anillo de compromiso, que es lo único que Fredy respeta, gracias a las enseñanzas de tu madre.
El canoso conocía a su hijo menor y sabía que a pesar de apenas tener veinticuatro años, ya se había metido en muchos problemas por andar de picaflor, pero era su carácter y hasta su esposa, Brenda, se había rendido con él en ese sentido.
Ambos iniciaron el desayuno y después de uso bocados, el mayor volvió a hablar.
—Ahora, otra cosa que quería preguntar… —con esas palabras, su hijo levantó la mirada—. Quisiera que me expliques, ¿quién era esa otra persona que te besó y a quien pusiste por encima de tu pareja?
Julián respiró profundamente, le molestaba esa pregunta, pero seguramente no solo su padre quería saber, sino su madre.
—No hice eso —Julián limpió sus labios con la servilleta—. Fue un error, ¿sí? —aseguró—. Ahí dónde ves a Guti, no es un chico indefenso, se sabe defender muy bien…
—Imagino que igual que tu —señaló el hombre antes de beber de su limonada.
—Sí, cómo yo —aceptó su hijo—. Pero ese día, Guti estaba enojado, por lo que se sobrepasó con ese sujeto, quien era nuestro compañero de empleo y lo dejó inconsciente —añadió fríamente—. Si algo le hubiera pasado, Guti se hubiera metido en problemas y era lo que no quería, por eso quería asegurarme de que no había muerto, antes de hablar con Guti.
—¿Fue grave? —indagó su padre preocupado.
—No —Julián negó—, tal vez si no hubiera apartado a Guti del otro, si hubiera sido grave, por eso me metí, aunque eso lo enfureció más.
El canoso sonrió divertido imaginando la situación— parece que Guti tiene carácter, cómo tu madre —señaló con satisfacción, a sabiendas que su hijo tendría quien le jalara las orejas cuando lo necesitara, pero debía permitirle a Agustín tomar acción de cuando en cuanto—. Pero no debes reprimirlo tanto.
—¿Reprimir? —el castaño lo miró incrédulo—. ¡No lo reprimo! —objetó.
Su padre llevó otro bocado a su boca y negó.
—Por el carácter de Guti, es obvio que es muy afectuoso —sonrió—, ¿lo viste ayer con Juliancito y Brendita? Es un chico cariñoso y amoroso, pero cuando lo veo a tu lado, parece medir cada acción —levantó una ceja—, como si temiera equivocarse por decir o hacer algo que no te guste.
Julián bajó el rostro, pensando en lo que su padre le decía; en el fondo, Agustín parecía temer molestarlo, cómo cuando solo eran compañeros de trabajo. Sabía que muchas veces lo regañó injustificadamente, cómo cuando le decomisaba sus consolas, le decía que había cometido un error, cómo debía actuar o vestirse, pero no podía controlarse; siempre había sido así con él y aunque dejó de hacerlo cuando iniciaron su relación, de todos modos, su novio parecía seguir cuidando sus acciones delante de él.
Incluso admitía que cada que se apartaban por cuestiones laborales, al volverlo a ver, esperaba que lo recibiera justo como Erick lo hacía con Alejandro, pero solo lo miraba a los ojos y una tenue sonrisa se dibujaba en sus labios, más no hacía nada más, hasta que estaban solos. Y lo entendía, pues él le había dicho desde el principio que debían mantener su actitud durante el trabajo, aunque esperaba que ese carácter juguetón que le había descubierto a Agustín en la intimidad, saliera a flote de cuando en cuando, para disfrutarlo fuera de la habitación, pero nunca se lo había dicho, especialmente porque al andar de civil, Agustín era más normal, a diferencia de cuando portaba su uniforme.
«Tal vez, es cierto que lo reprimo…» pensó con molestia.
—No lo hago conscientemente —aseguró.
—Pues si es inconsciente, tendrás que esforzarte porque tu conciencia se active y le permitas ser cómo es, con su carácter, porque seguramente es algo que te gusta de él, ¿no es así?
Julián asintió en silencio.
—¿Sabes por qué tu madre te exigió que le pidieras perdón? —prosiguió su padre.
—Porque no lo antepuse como era debido —dijo con rapidez—, es mi pareja y debe ser lo primero en mi vida y en mi mente —aseguró con convicción— y porque lo detuve ese día, cuando golpeó al sujeto que me besó, a sabiendas que yo hubiera actuado igual o peor que él, si hubiera estado en su lugar.
El canoso sonrió complacido— parece que tuviste tiempo de pensar las cosas —se burló.
—No son los únicos que quieren que vea mi error —dijo molesto, ya que tanto Alejandro, cómo Miguel y hasta el idiota de César, se lo habían reprochado—. Pero aun así, si no hubiera detenido a Guti, estoy seguro que lo habría matado —señaló fríamente.
—Juls, no exageres —rió su padre, sin imaginar que su hijo hablaba en serio.
El castaño negó, no podía decirle a su padre que Agustín le apuntó a Patricio con un arma y seguramente habría jalado el gatillo sin dudar, si no hubiera sido detenido, no solo por él, sino por Erick Salazar.
—Seguramente solo le hubiera tumbado unos dientes o arrancado algunos mechones de cabello —se burló el canoso—. Tu madre también lo hizo cuando éramos jóvenes —se alzó de hombros—, me encantaba cuando se volvía una fierecilla.
«Sí, pero mi madre no tenía acceso a armas de fuego, ni conocimiento de técnicas para incapacitar a alguien…» pensó con rapidez, ya que conocía esa historia.
—Aun así, no sabes hasta dónde puede llegar Agustín —negó y bebió su jugo, dejando el plato de lado y llamando al mesero, para que lo retirara y le llevara los panqueques.
—¿Y tú sí? —preguntó el canoso, cuando el mesero se retiró.
—Sí —Julián asintió—. Y estoy seguro que podría llegar a hacer algo de lo que pudiera arrepentirse después, en un arranque de celos —señaló con seriedad.
—Entonces no le des motivos para tener celos —el mayor sonrió.
—¡No le doy motivos! —negó.
—Dejaste que otro te besara frente él, eso es darle motivos —objetó su padre, aun disfrutando de su desayuno.
—Yo no lo dejé, estuve a punto de apartarlo, pero Agustín se me adelantó —repitió.
—Aun así —el canoso levantó una ceja—. Alguien más te besó, en un lugar público… ¿tú permites que Guti te bese en lugares públicos? ¿Das pie a que él sea cariñoso contigo?
Ante esas preguntas, Julián titubeó y finalmente negó— no…
El mesero llegó y entregó el plato con panqueques, dejando de lado mantequilla ligeramente derretida, un botecito con mermelada y otro de miel de maple, retirándose con rapidez.
—Si no permites que tu pareja te de esas muestras de afecto delante de los demás, ¿por qué le reprochas su reacción, cuando ve que otro lo hizo? —lo señaló con el tenedor.
—Porque para mí no significó nada —respondió rápidamente, era su excusa y sabía que era patética, pero así había sido.
—Pero para Guti sí…
Julián guardo silencio. Su mano se movió, llevando algo de mantequilla al último panqueque y luego, sujetó el recipiente con miel y vertió una gran cantidad en los mismos, empezando a comer después.
—¿Ahora también te gustan los panqueques con miel? —sonrió su padre divertido.
—Sí —asintió el castaño.
—Sabe mejor, ¿no es así? —le sonrió condescendiente—. Pero no es por la miel, ni el azúcar que le echas ahora al café —ladeó el rostro, viendo la mirada desconcertada del otro, que no comprendía sus palabras—. Esa dulzura es lo que Agustín representa en tu vida y si no cuidas lo que tienes, la perderás y no vas a recuperarla, ¿lo entiendes, hijo?
Julián observó la miel resbalar por su panqueque y pensó en lo que su padre le acababa de decir. Tal vez tenía razón, tal vez la dulzura que ahora había en su vida, no era por los dulces, sino porque Agustín estaba a su lado y debía empezar a valorar lo que eso significaba.
Sonrió— lo entiendo —dijo seguro, mirando a su padre—. Voy a tratar de cambiar para tener una mejor relación con Guti, pero me tomará más de un día.
—Lo sé —asintió su progenitor—, pero espero que para cuando se casen, ya sean una pareja más normal.
Después de desayunar, Julián y su padre, pasaron un largo rato platicando en el club, por lo que llegaron casi a las tres a la casa, ya que a esa hora comían, pero el castaño decidió llevar a Agustín a comer fuera y les dijo a sus padres que volverían después de la cena, para que no los esperaran, porque lo llevaría a recorrer otra parte de la ciudad.
Salieron a comer a uno de los restaurantes más emblemáticos de la ciudad y luego, recorrieron la gran plaza, rodeada por los edificios gubernamentales, donde había puestos de dulces típicos y artesanías.
Agustín intentaba mostrarse normal pero Julián sabía que había algo que lo incomodaba, ya que no estaba tan radiante, ni divertido o entusiasmado como siempre; en el fondo, quería saber que pasaba, pero no encontraba el momento adecuado para preguntárselo y obligarlo a hablar en caso de ser necesario.
Después de su recorrido, fueron a cenar a otro restaurante y después volvieron a casa; al entrar a la cochera, Julián apagó el auto, pero no descendió del mismo.
—¿Qué te pasa? —preguntó fríamente, buscando la mirada de Agustín.
El menor se sorprendió y lo miró a los ojos— ¿qué me pasa de qué? —indagó confundido, pues no tenía idea del por qué la pregunta.
—Te conozco, Guti —dijo con rapidez—. Has estado muy raro toda la tarde, aunque intentas disimularlo —señaló—, por eso quiero saber, ¿qué te pasa?
Agustín aguantó la respiración un par de segundos y luego soltó el aire con lentitud— nada —negó—. Solo… me siento un poco inquieto.
—¿Por qué? —presionó el otro.
Agustín bajó el rostro y mordió su labio. Julián estiró el brazo y le sujetó la mano con suavidad.
—Dime —suavizó su voz—, ¿qué te tiene inquieto?
El pelinegro suspiró— no sé por dónde empezar…
—Solo dilo, tal y como esté en tu mente en este momento —dijo el mayor con seriedad, porque no quería darle más vueltas al asunto.
Agustín apretó los parpados un momento y luego buscó la mirada de Julián.
—Hoy, en el desayuno, una amiga de tu madre, dijo que quería que te acercaras a su hijo…
Julián apretó la mandíbula por unos segundos, pero se obligó a abrir la boca para preguntar y asegurarse de la respuesta— ¿quién? —preguntó tratando de mantenerse sereno.
—Una mujer que se llama Sol Mora…
El castaño sintió que enfurecía con rapidez «¿Qué habrá dicho esa mujer? ¿Qué le habrá dicho Abel?» se preguntó con molestia.
—Mamá Brenda dijo que no le prestara atención —prosiguió el otro—, que tú y ese tipo, no tuvieron nada que ver, pero… me puse… celoso —confesó.
Julián pasó una mano por su cabello y dudó; podía decirle la verdad a Agustín o simplemente olvidarse de eso, pues era imposible que se encontraran con Abel.
—Escucha, Guti… —tenía que ser franco, no quería dejar nada a la deriva, pero algo lo interrumpió.
—¡Es mejor que te vayas sin hacer escándalo! —Ambos identificaron la voz de Alfredo.
—¡No me iré sin ver a Juls! —la voz de otro hombre se escuchó furiosa.
—Si quieres ver a mi hermano, ¡búscalo en otro lado! —señaló el joven castaño—. Deja de venir a molestar a mis padres ¡con tus mentiras y estupideces!
Julián y Agustín bajaron del Auto y observaron cómo Alfredo llevaba del brazo, sin poca consideración, a un sujeto de cabello castaño claro, algo largo, que se removía, tratando de zafarse del agarre. Los padres de Julián estaban en el acceso de la casa, mirando la escena y el mayor podía ver el gesto de decepción de su padre y el de incredulidad de su madre.
—¿Quién es él? —preguntó Agustín, contrariado por la situación.
—¡Un problema! —siseó Julián y fue al encuentro de su hermanito y el otro.
Agustín siguió a su prometido, pues no entendía su actitud.
En cuanto Julián se acercó a la pareja, el hombre que Agustín no conocía, sonrió al fijar su mirada en él.
—¡Juls! —Gritó emocionado y debido a que Alfredo lo soltó finalmente, corrió hasta el recién llegado, lanzándose contra su pecho y pasando las manos por su cuello—. ¡Mi amor! ¡Cuánto tiempo!
Agustín se quedó de piedra al ver cómo el otro abrazaba a Julián.
—¡¿Qué demonios estás haciendo aquí, Abel?! —preguntó el mayor, sujetándolo de sus brazos, tratando de apartarlo.
—Vine a buscarte —señaló el otro mirándolo con anhelo—. Mi madre me dijo que habías vuelto… ¡Tenía que venir a verte!
—¡Julián Chávez Jr! —la voz de Brenda se escuchó molesta y caminó hasta ellos, seguida de su esposo—. ¡¿Qué chingados está pasando aquí?!
Alfredo dio un paso hacia atrás, cuando su madre decía groserías, estaba más que furiosa.
—Mi amor, dile a tu madre lo que hay entre nosotros —pidió Abel con rapidez.
—¡No hay nada entre nosotros, Abel! —gritó Julián y lo apartó con fuerza—. ¡Ya no! Especificó.
—¡¿Cómo que ya no?! —Brenda miró a su hijo con terror.
—¡Julián! —El padre del castaño lo miró con coraje—. ¡Explícate!
—Julián y yo fuimos novios en la preparatoria y amantes desde antes de la universidad —respondió Abel con orgullo—. De hecho, juró que se casaría conmigo.
—¡¿Qué?!
Los padres y el hermano de Julián, miraron a Abel y luego posaron la mirada en el mayor.
—Eso fue mucho antes de que supiera que tenías otros amantes, ¡desde hace años que no tenemos nada que ver! —objetó Julián de inmediato.
—¡Ya te pedí perdón! —Abel lo sujetó de la mano—. ¡Te he extrañado mucho! —aseguró—. Y puedo apostar que tú también, ¡no es posible que me hayas olvidado!
Julián levantó una ceja y sonrió burlón— no eras tan bueno, Abel —dijo con frialdad y apartó la mano con desprecio—, mucho menos especial, así que sí, ¡ya te olvidé!
—¡Me estás diciendo que este idiota dijo la verdad! —Brenda estaba impactada, señalando a Abel con desdén, sin poder creer que todo lo que había escuchado de la boca de ese sujeto, sobre la relación que tenía o tuvo con su hijo, era real.
—No sé qué les haya dicho, pero lo que sea, pasó hace muchos años —señaló Julián—. Tantos, ¡que ya ni me acuerdo!
—¿Ya no te acuerdas? —Abel lo miró con altanería—. Nuestra primera vez fue aquí, ¡en tu casa! Poco antes de salir de la preparatoria, en tu habitación.
La mirada del padre de Julián era furiosa y su madre tenía la boca abierta, sin poder creer lo que escuchaba; Alfredo pasó la mano por su cabello y trató de procesar todo. Mientras que Agustín sentía que sus piernas le temblaban al escuchar todo eso; «por eso quería hacer el amor conmigo en su cama…», su labio inferior tembló «Quería olvidar esos recuerdos que tenía».
—¡¿Eras pareja de este prostituto de quinta?! —preguntó Alfredo con asco—. ¡Has perdido el poco respeto que te tenía, hermano!
—¡Fue hace más de quince años! —gritó Julián con desespero.
—Y seguimos teniendo sexo en la universidad —Abel seguía hablando.
—¡Cállate! —Julián lo encaró—. Años han pasado para que ahora vengas ¡a querer escarbar en el pasado! ¡No somos nada! ¡No significas nada! ¡¿Lo entiendes?! —preguntó iracundo.
—No te creo —Abel negó—. Si lo dices por el sujeto con el que se supone que te vas a casar, ¡sé que es mentira! —sonrió—. Mi madre dice que no le has dado anillo, por lo tanto, no es oficial —se alzó de hombros—. Si solo lo dijiste para darme celos, no tienes que hacerlo, te he esperado por años, ¡podemos formalizar ahora!
—¡¿Estás loco?! —Julián lo apartó—.Hace mucho tiempo dejaste de importarme ¡y lo sabes bien!
—Juls, mi amor, vamos a calmarnos —Abel sonrió—. Si tus padres te aceptan siendo gay, ya no tienes que ocultar lo nuestro.
Brenda se enfureció por esas palabras y trató de lanzarse contra Abel, pero su esposo la detuvo, así que solo gritó— Alfredo, ¡sácalo antes de que le arranque los ojos! —ordenó y su hijo intentó seguir las ordenes.
—¡No me toques! —Abel se apartó de Alfredo y se abrazó a Julián.
—¡Suéltame! —exigió Julián, apartándolo con fuerza.
—Si permites que me maltraten, tendré que decirles a qué te dedicas, querido —amenazó Abel y al ver el rostro de Julián sonrió ampliamente—. Sigues en eso, ¿no es así? Por supuesto, de eso no te puedes salir con facilidad.
—¡¿De qué habla?! —preguntó Brenda con desespero.
El padre de Julián buscó la mirada de su hijo y con esa simple acción, el castaño supo que tenía que acabar con eso de inmediato.
—De nada —gruñó su hijo—. Abel, vete —pidió entre dientes—. ¡No me obligues a hacerte daño!
—Si me haces algo, te meterás en problemas —Abel lo retó con la mirada—. ¿Eso quieres? ¡¿Quieres que todos se enteren a lo que te dedicas?!
—¡Tu no vas a decir nada! —gritó Julián con furia—. Y con respecto a lo que dices, ¡hace años lo nuestro terminó! —señaló con el índice al invitado no deseado—. ¡No vuelvas a buscarme! Te lo dije hace años y te lo repito ahora, ¡largo!
Abel levantó el rostro, mirándolo retador— de acuerdo, me voy —dijo con burla—. Pero antes…
Dio un salto y se aferró al cuello de Julián, tratando de besarlo a la fuerza.
Los padres de Julián miraron la escena con susto y Alfredo se quedó sin aliento; pero no fue por el beso en realidad, sino por lo que ocurrió después.
Agustín había estado todo ese rato de pie, escuchando al otro hablar y a su prometido objetar; se debatía entre intervenir o no, pero cuando escuchó la amenaza sobre el trabajo de Julián, supo que las cosas no terminarían bien, más no se imaginó ver como ese sujeto besaba a Julián o al menos lo intentaba, porque el mayor no le correspondía en lo más mínimo y solo intentaba apartarlo, más el desconocido lo tenía fuertemente agarrado de la melena.
Antes de que Julián lo apartara de un golpe, Agustín reaccionó, corriendo hasta ellos y sujetando a Abel del cabello, para apartarlo del otro sin cuidado.
Abel apenas pudo gritar, ya que al soltar a Julián para tratar de apartarse de las manos que lo sujetaban del cabello, dejó de tener equilibrio y Agustín aprovechó para tumbarlo con un movimiento de su pie, dejándolo contra el piso, aun sin soltarlo de la melena castaña.
Después del golpe contra el piso, Abel fue levantado por el cabello y Agustín le dio un puñetazo en el rostro, tumbándolo por completo, cuando estuvo en el piso se subió a su abdomen y le dio varios puñetazos en el rostro.
—¡Mierda!
Julián intentó acercarse a detener a Agustín, pues sabía lo que podía llegar a hacer, más la voz de su madre lo detuvo— ¡No te metas, Julián Chávez Jr!
El castaño buscó la mirada de su madre— ¡no tienes idea de lo que es capaz! —señaló a su novio—. ¡Agustín lo puede matar!
—Si lo mata, ¡él se lo buscó! —dijo la canosa, aun furiosa.
—¡Brenda! —el esposo de la mujer la miró con susto y luego fijó la mirada en sus hijos—. ¡Apártenlos! —ordenó.
Julián fue a sujetar a Agustín de la cintura.
—¡Suéltame! —Agustín forcejeó y aunque Julián lo apartó de su presa, le alcanzó a dar unas patadas en las costillas.
Alfredo se acercó con cautela e intentó levantar a Abel, quien ya tenía el rostro rojo por la sangre.
—Tranquilo, Guti, ¡cálmate! —pidió el mayor.
—¡¿Qué me calme?! — gritó el pelinegro de manera iracunda—. No solo permitiste que te besara, igual que Patricio —reclamó—, sino que ¡dejaste que te amenazara! —señaló al tipo que su cuñado aun intentaba levantar —. Explícame, ¡¿quién rayos es y qué tiene que ver contigo?!
Julián entornó los ojos— hablemos dentro de la casa —pidió con voz calmada.
—¡Quiero una explicación ahora! —repitió Agustín entre dientes, sintiendo que la evasión de Julián lo hacía enfurecer más—. ¡¿Quién es?!
—¡Soy su verdadero amor! —gritó Abel desde el piso.
—¡No mames, Abel! —Alfredo lo miró con desconcierto—. ¡¿Eres masoquista para suplicar que te partan la madre?!
—¡Julián me ama! —prosiguió el sujeto, ignorante al hermano de Julián—.Juró que me amaría siempre ¡y que algún día se casaría conmigo!
Agustín buscó el rostro de Julián y lo sujetó del frente de su chaqueta — ¡¿es cierto?!
—¡No! —respondió con rapidez el mayor—. Su nombre es Abel Favela y hace años terminamos, ya ni me acordaba de él, hasta que mi madre mencionó que, al desayuno que te llevaría, iría la madre de él —explicó.
—¡¿Pero fue tu novio?! —los ojos miel de Agustín lo miraban con fiereza—. ¡Respóndeme, Julián!
—Uno de tantos —el castaño le restó importancia—. Si te mencionara a cada uno de mis novios o mis amantes de una noche, no terminaría en poco tiempo y seguramente olvidaría muchos nombres —señaló.
Agustín apretó los puños— tenemos que hablar de eso… —rechinó sus dientes.
—Pero yo no te pude olvidar —la voz de Abel se escuchó dolorida, Alfredo ya lo había ayudado a ponerse de pie y quería llevarlo a la puerta, pero el otro se resistió— y sé que tú tampoco pudiste olvidarme, Julián —forzó una sonrisa—, ¡nadie puede olvidar a quien fue su primera vez!
—¡Silencio, Abel! —Julián lo miró iracundo.
—Fue… ¿el primero? —Agustín habló casi en un murmullo.
—Guti, eso no importa, ¿de acuerdo?
La respiración de Agustín se agitó.
—Guti… Eso fue cuando era un adolescente idiota —especificó Julián—, ¡ya no soy así!
—¡Pero fue tu primera vez! —reclamó el menor sintiendo que sus ojos se humedecían.
—¡¿Y eso qué?! —Julián lo sujetó de los hombros y lo miró a los ojos—. La única primera vez que cuenta para mí ahora, ¡fue la primera noche que pasé contigo! —confesó—. No hay nada, ni nadie en mi mente, ni en mi corazón, que no seas tú, ¡¿lo entiendes?! —preguntó desesperado—. Todos los demás, ¡no me interesan! ¡Ni me importan! ¡Mucho menos deseo recordarlos!
Agustín sintió que su corazón se aceleraba por esas palabras; jamás había visto ese gesto en Julián y no se imaginó que lo escucharía decir esa declaración que le parecía tan perfecta. Él lo sabía, Julián no era un santo, pero ahora estaba con él y le estaba confesando que solo quería pensar y estar con él, así que todo lo demás no importaba.
—¡Mentiras!
La voz de Abel rompió el bello momento en el que Agustín se había sumido, gracias a las palabras de Julián.
—¡Él no podría olvidarme! —señaló con poca fuerza—. ¡Nadie puede olvidarme!
Agustín apretó los parpados y respiró profundamente— voy a matarlo… —amenazó.
Julián forzó una sonrisa, él también había llegado a su límite por las tonterías que Abel había dicho y el desespero de molestar más a Agustín, por lo que decidió dejar que las cosas ocurrieran y apartó las manos de su prometido— adelante… —dijo condescendiente—. No te preocupes por las repercusiones —le hizo un ademán.
Agustín dio media vuelta y su mirada se posó en Abel, quien tembló de pies a cabeza. Intentó sujetarse de Alfredo, pero el hermano de Julián se apartó de inmediato al ver el gesto de su cuñado; de no haberlo visto, no hubiera creído que esa carita tan inocente de Agustín, pudiera mostrar ese gesto tan aterrador y estaba seguro que eso no terminaría nada bien.
El pelinegro se tronó los dedos y sonrió de lado— te mostraré que desde ahora, al que no podrás olvidar, será a mí.
Abel intentó ir a la puerta, para escapar, pero no pudo alcanzarla, ya que Agustín lo volvió a sujetar de la melena, lo hizo girar, le propinó varios puñetazos, no solo en el rostro, sino en el pecho y sin dejar que cayera, lo pateó varias veces en el abdomen y torso, hasta que quedó contra el auto que Julián había rentado.
El pelinegro lo agarró de un brazo y lo forzó hacia atrás, dislocándole el hombro, antes de estrellar la cabeza del otro contra el parabrisas, las veces necesarias hasta que lo rompió, dejando el rostro de su contrario, lleno de sangre. Lo alejó del auto, tomándolo de la mano del brazo que aún estaba bien y con un movimiento de palanca le quebró el antebrazo; Abel chilló, pero a su agresor no le importó, le dio una patada con el talón en la boca, logrando no solo aturdirlo, sino partirle los labios y tumbarle un par de dientes, antes de dejarlo contra el piso.
Agustín volvió a subirse sobre el otro, propinándole varios puñetazos más en el rostro, quebrándole la nariz, antes de incorporarse a abrir la puerta del auto y presionar el botón del llavero con el que Julián había abierto la cochera ese día. Sujetó a Abel, nuevamente del cabello, arrastrándolo hasta los límites de la propiedad.
—Tienes 5 segundos para irte —amenazó.
Abel no podía enfocarlo bien, ya que tenía un ojo morado e hinchado, y la sangre del otro escurría, empobreciendo la poca vista que tenía, pero tembló al distinguir que Agustín volvía al auto, se inclinaba y después de un momento, salía con un arma.
—Si no sales de la propiedad, ten por seguro que estás muerto —le quitó el seguro al arma—. Uno…
Abel intentó moverse para alcanzar la puerta, arrastrándose con dificultad, ya que no podía mover ni sus manos, ni brazos.
—Dos… —Agustín apuntó el arma.
—No va a disparar, ¿o sí? —Alfredo preguntó en un murmullo para su hermano y Julián solo sonrió.
—Tres…
—¡No! ¡Por favor! —suplicó lastimeramente el castaño desde el piso—. ¡Perdón! ¡Lo siento! ¡Perdón!
—Cuatro…
Abel sentía que desfallecería, pero no se detuvo, tratando de alcanzar la acera.
—Cinco… —sentenció Agustín con una sonrisa cruel en su rostro, al ver que las piernas del otro aún estaban dentro de la cochera.
Los disparos se escucharon a la par que los gritos, ya que el pelinegro le disparó al otro sin titubear; rodillas y tobillos de ambas piernas fueron perforadas por balas. Abel perdió el conocimiento casi de inmediato.
—Tuviste suerte —el pelinegro levantó una ceja y sonrió divertido—. Demasiada…
—Llama a una ambulancia… —pidió Julián para su hermano y caminó hacia Agustín.
Pero antes de que el castaño llegara hasta su prometido, quien guardaba el arma en su lugar, Brenda corrió hasta Agustín.
—¡Bebé! —gritó con desespero—. ¡¿Estás bien?! ¡¿Te lastimaste?! —preguntó desesperada al ver las manos llenas de sangre del pelinegro.
—Ah… —Agustín pasó saliva —. No, mamá Brenda, esta no es mía… Creo…
—Me alegro… —suspiró y luego lo miró molesta—. Pero ¡¿de dónde sacaste esa arma?! ¡Pudiste lastimarte con ella! ¡¿Cómo se te ocurre usar algo tan peligroso?!
—Agustín sabe usar armas —dijo Julián con seriedad, acercándose hasta su prometido y sujetándolo de las manos—. ¿Te duele? —preguntó con voz tranquila y con sus manos, revisaba las de su prometido.
—No —Agustín movió las manos, para demostrar que estaba bien.
—¡¿Cómo que sabe usar armas?! —Brenda estaba conmocionada.
—Aun así, deben revisarte —el castaño frotó con delicadeza las manos de Agustín—. Guti y yo, somos guardaespaldas —confesó con frialdad, observando a su madre.
—¡¿Son qué?! —la canosa los miró aterrada.
—Creo que debemos hablar sobre eso… —la voz seria del padre de Julián se escuchó.
La sirena de la ambulancia se escuchó, secundada por otras más.
—Será después de que revisen a Guti.
—¿Abel sigue vivo? —preguntó Alfredo, mirado el cuerpo del otro con nervios.
Julián y Agustín observaron al sujeto tendido y sangrando— sí —respondieron a la par y con indiferencia, al ver que aun respiraba, débilmente, pero lo hacía.
La ambulancia y la policía, llegaron; los paramédicos bajaron, yendo primero con el herido y los oficiales se acercaron, dirigiéndose con el padre de Julián, pero fue el mismo Julián quien los interceptó. El castaño dijo algo en voz baja y los oficiales se apartaron un poco, asegurando que no inmiscuirían a la familia en esa situación; Julián, sacó su celular y le marcó a Marisela, para pedirle que usara la influencia de Alejandro e interviniera en el asunto, así evitaría cualquier contratiempo.
Los paramédicos estaban más preocupados por Abel, así que no le pusieron mucha atención a Agustín, quien parecía estar en perfecto estado, por lo que Julián lo llevó al hospital en el automovil.
Tanto a Abel, cómo a Agustín, los atendieron en urgencias. Julián no se apartó de su prometido en ningún momento, ni siquiera cuando constató que la sangre, efectivamente, no era del pelinegro, ya que cuando le lavaron las manos, no tenía heridas, solo unas cuantas laceraciones superficiales.
El médico le dijo que necesitaba reposar y un ungüento para prevenir la hinchazón, pero además, lo dejaría unos momentos ahí, ya que los oficiales de policía, querían hablar con ambos.
Cuando el sujeto con bata se fue a ver al otro paciente, Julián se sentó al lado de la camilla, dónde Agustín estaba.
—¿Descargaste tu ira? —preguntó con sarcasmo.
—No lo suficiente —respondió el menor con total sinceridad.
El mayor sujetó las manos con delicadeza y las besó por encima de las vendas— lamento que hayas tenido que pasar por esto, por mi culpa.
El pelinegro suspiró— creo que llegó el momento de hablar sobre tu “experiencia y práctica” —dijo con desagrado; no era que en realidad quisiera saber, pero necesitaba estar consciente de la situación con su pareja.
Julián levantó el rostro y fijó la mirada en los ojos miel— ¿seguro que quieres saber?
Agustín respiró profundamente y negó— no quiero —dijo con tristeza—. Pero necesito saberlo —señaló con ansiedad—. No quiero que esto se vuelva a repetir.
El castaño asintió; entendía la razón por la cual, su prometido le pedía una explicación.
—Abel fue mi primer novio y sí, fue el primero con el que tuve sexo… —dijo con frialdad.
Agustín sintió que se le revolvía el estómago.
—Cuando me fui a estudiar la universidad, me enteré que él intimaba con otros, así que terminé con él —explicó—. Tuve otras parejas en la escuela…
—¿Novios? —Agustín lo miró con tristeza.
—Sí —el mayor asintió—. Nos denominábamos así, pero solo era para coger —aseguró.
—¿Cuántos? —la voz del menor apenas se escuchó.
—No lo recuerdo…
—No me mientas, Julián —pidió el pelinegro con cansancio.
—No te miento, Guti —negó el castaño—. Realmente, no lo recuerdo… Igual que no recuerdo cuantos de nuestros compañeros u otros amantes de ocasión, pasaron una noche en mi cama, antes de conocerte.
Esa confesión le dolió al menor.
—Guti —Julián movió la mano y le acarició la mejilla—. Por eso no quería hablar de esto —confesó—. Pero tú sabes cómo soy o al menos, te lo imaginabas, ¿no es así?
Agustín asintió. A pesar de saberlo, le dolía escucharlo de los labios de Julián; aguantó las ganas de llorar, pero el mayor se dio cuenta como la mirada miel se llenaba de lágrimas.
—Guti… —el castaño movió la mano y recogió con el pulgar, una lágrima que escapó de los parpados del otro—. Sé que es posible que no me creas —prosiguió—, pero lo que siento por ti, no lo sentí por ningún otro —dijo con total seguridad—. No importa qué o quién haya estado en mi pasado, tú eres mi presente y futuro, ¿lo entiendes? —su mirada castaña estaba fija en los ojos miel, tratando de que se diera cuenta de que hablaba totalmente en serio—. Voy a casarme contigo —señaló sin dejar lugar a dudas—, porque te amo —casi deletreó la frase consiguiendo que Agustín se sobresaltara—, mucho más de lo que puedo siquiera expresar y sé que no te merezco, porque a diferencia de tu calidez, yo soy un sujeto frío, idiota e insensible —repitió las palabras con las que la gente lo describía—, pero aun así te amo cómo ningún otro te amará —confesó sin un ápice de duda—. Te elegí a ti, porque eres distinto a cualquiera y te aseguro que si el destino o lo que sea que dirija nuestra existencia, me diera mil vidas, en cada una de ellas te buscaría para estar contigo, porque estoy seguro que no hay nadie más en el universo, que sea perfecto y me complemente, tanto como tú lo haces —anunció—, por eso, de ahora y en adelante, no quiero que te reprimas, quiero que seas como eres, sin importar si intentas matar a otro —se burló—, porque todas tus facetas, desde la más dulce e ingenua como el niño que eres, hasta la fría calculadora y seductora como hombre, aunque no te des cuenta, me fascinan, ¿quedó claro?
Agustín se había quedado estupefacto por esa declaración; su boca se abrió lentamente y las lágrimas cayeron sin que pudiera evitarlo, ni siquiera reaccionó para limpiarlas. Sentía su corazón acelerado, su estómago lleno de mariposas y su mente casi en blanco; jamás imaginó que Julián le diría esas palabras tan maravillosas.
—¿Guti? —lo llamó Julián, al ver que la mirada miel, parecía perdida.
—¡Ah! —el menor se movió sin dudar y sacó de su pantalón el celular, poniéndolo frente al otro y poniendo la grabadora—. ¡Repítelo!
—¿Qué? —el castaño frunció el ceño ante esa petición.
—Repítelo, porque quiero estar seguro que lo que escuché es real y ¡no sé si lo volverás a decir algún otro día!
Julián apretó los parpados— no sé si pueda repetir, exactamente lo que acabo de decir —forzó una sonrisa—. Sabes que es difícil para mí, expresarme de esa manera.
—¡Inténtalo! —pidió el menor con ilusión.
Julián miró el gesto de su prometido y se rindió completamente, cerrando los parpados, recordando cada palabra que dijo segundos antes, solo para complacer a su novio; porque quería demostrar que lo merecía y se esforzaría por hacerlo feliz.
Salieron a comer a uno de los restaurantes más emblemáticos de la ciudad y luego, recorrieron la gran plaza, rodeada por los edificios gubernamentales, donde había puestos de dulces típicos y artesanías.
Agustín intentaba mostrarse normal pero Julián sabía que había algo que lo incomodaba, ya que no estaba tan radiante, ni divertido o entusiasmado como siempre; en el fondo, quería saber que pasaba, pero no encontraba el momento adecuado para preguntárselo y obligarlo a hablar en caso de ser necesario.
Después de su recorrido, fueron a cenar a otro restaurante y después volvieron a casa; al entrar a la cochera, Julián apagó el auto, pero no descendió del mismo.
—¿Qué te pasa? —preguntó fríamente, buscando la mirada de Agustín.
El menor se sorprendió y lo miró a los ojos— ¿qué me pasa de qué? —indagó confundido, pues no tenía idea del por qué la pregunta.
—Te conozco, Guti —dijo con rapidez—. Has estado muy raro toda la tarde, aunque intentas disimularlo —señaló—, por eso quiero saber, ¿qué te pasa?
Agustín aguantó la respiración un par de segundos y luego soltó el aire con lentitud— nada —negó—. Solo… me siento un poco inquieto.
—¿Por qué? —presionó el otro.
Agustín bajó el rostro y mordió su labio. Julián estiró el brazo y le sujetó la mano con suavidad.
—Dime —suavizó su voz—, ¿qué te tiene inquieto?
El pelinegro suspiró— no sé por dónde empezar…
—Solo dilo, tal y como esté en tu mente en este momento —dijo el mayor con seriedad, porque no quería darle más vueltas al asunto.
Agustín apretó los parpados un momento y luego buscó la mirada de Julián.
—Hoy, en el desayuno, una amiga de tu madre, dijo que quería que te acercaras a su hijo…
Julián apretó la mandíbula por unos segundos, pero se obligó a abrir la boca para preguntar y asegurarse de la respuesta— ¿quién? —preguntó tratando de mantenerse sereno.
—Una mujer que se llama Sol Mora…
El castaño sintió que enfurecía con rapidez «¿Qué habrá dicho esa mujer? ¿Qué le habrá dicho Abel?» se preguntó con molestia.
—Mamá Brenda dijo que no le prestara atención —prosiguió el otro—, que tú y ese tipo, no tuvieron nada que ver, pero… me puse… celoso —confesó.
Julián pasó una mano por su cabello y dudó; podía decirle la verdad a Agustín o simplemente olvidarse de eso, pues era imposible que se encontraran con Abel.
—Escucha, Guti… —tenía que ser franco, no quería dejar nada a la deriva, pero algo lo interrumpió.
—¡Es mejor que te vayas sin hacer escándalo! —Ambos identificaron la voz de Alfredo.
—¡No me iré sin ver a Juls! —la voz de otro hombre se escuchó furiosa.
—Si quieres ver a mi hermano, ¡búscalo en otro lado! —señaló el joven castaño—. Deja de venir a molestar a mis padres ¡con tus mentiras y estupideces!
Julián y Agustín bajaron del Auto y observaron cómo Alfredo llevaba del brazo, sin poca consideración, a un sujeto de cabello castaño claro, algo largo, que se removía, tratando de zafarse del agarre. Los padres de Julián estaban en el acceso de la casa, mirando la escena y el mayor podía ver el gesto de decepción de su padre y el de incredulidad de su madre.
—¿Quién es él? —preguntó Agustín, contrariado por la situación.
—¡Un problema! —siseó Julián y fue al encuentro de su hermanito y el otro.
Agustín siguió a su prometido, pues no entendía su actitud.
En cuanto Julián se acercó a la pareja, el hombre que Agustín no conocía, sonrió al fijar su mirada en él.
—¡Juls! —Gritó emocionado y debido a que Alfredo lo soltó finalmente, corrió hasta el recién llegado, lanzándose contra su pecho y pasando las manos por su cuello—. ¡Mi amor! ¡Cuánto tiempo!
Agustín se quedó de piedra al ver cómo el otro abrazaba a Julián.
—¡¿Qué demonios estás haciendo aquí, Abel?! —preguntó el mayor, sujetándolo de sus brazos, tratando de apartarlo.
—Vine a buscarte —señaló el otro mirándolo con anhelo—. Mi madre me dijo que habías vuelto… ¡Tenía que venir a verte!
—¡Julián Chávez Jr! —la voz de Brenda se escuchó molesta y caminó hasta ellos, seguida de su esposo—. ¡¿Qué chingados está pasando aquí?!
Alfredo dio un paso hacia atrás, cuando su madre decía groserías, estaba más que furiosa.
—Mi amor, dile a tu madre lo que hay entre nosotros —pidió Abel con rapidez.
—¡No hay nada entre nosotros, Abel! —gritó Julián y lo apartó con fuerza—. ¡Ya no! Especificó.
—¡¿Cómo que ya no?! —Brenda miró a su hijo con terror.
—¡Julián! —El padre del castaño lo miró con coraje—. ¡Explícate!
—Julián y yo fuimos novios en la preparatoria y amantes desde antes de la universidad —respondió Abel con orgullo—. De hecho, juró que se casaría conmigo.
—¡¿Qué?!
Los padres y el hermano de Julián, miraron a Abel y luego posaron la mirada en el mayor.
—Eso fue mucho antes de que supiera que tenías otros amantes, ¡desde hace años que no tenemos nada que ver! —objetó Julián de inmediato.
—¡Ya te pedí perdón! —Abel lo sujetó de la mano—. ¡Te he extrañado mucho! —aseguró—. Y puedo apostar que tú también, ¡no es posible que me hayas olvidado!
Julián levantó una ceja y sonrió burlón— no eras tan bueno, Abel —dijo con frialdad y apartó la mano con desprecio—, mucho menos especial, así que sí, ¡ya te olvidé!
—¡Me estás diciendo que este idiota dijo la verdad! —Brenda estaba impactada, señalando a Abel con desdén, sin poder creer que todo lo que había escuchado de la boca de ese sujeto, sobre la relación que tenía o tuvo con su hijo, era real.
—No sé qué les haya dicho, pero lo que sea, pasó hace muchos años —señaló Julián—. Tantos, ¡que ya ni me acuerdo!
—¿Ya no te acuerdas? —Abel lo miró con altanería—. Nuestra primera vez fue aquí, ¡en tu casa! Poco antes de salir de la preparatoria, en tu habitación.
La mirada del padre de Julián era furiosa y su madre tenía la boca abierta, sin poder creer lo que escuchaba; Alfredo pasó la mano por su cabello y trató de procesar todo. Mientras que Agustín sentía que sus piernas le temblaban al escuchar todo eso; «por eso quería hacer el amor conmigo en su cama…», su labio inferior tembló «Quería olvidar esos recuerdos que tenía».
—¡¿Eras pareja de este prostituto de quinta?! —preguntó Alfredo con asco—. ¡Has perdido el poco respeto que te tenía, hermano!
—¡Fue hace más de quince años! —gritó Julián con desespero.
—Y seguimos teniendo sexo en la universidad —Abel seguía hablando.
—¡Cállate! —Julián lo encaró—. Años han pasado para que ahora vengas ¡a querer escarbar en el pasado! ¡No somos nada! ¡No significas nada! ¡¿Lo entiendes?! —preguntó iracundo.
—No te creo —Abel negó—. Si lo dices por el sujeto con el que se supone que te vas a casar, ¡sé que es mentira! —sonrió—. Mi madre dice que no le has dado anillo, por lo tanto, no es oficial —se alzó de hombros—. Si solo lo dijiste para darme celos, no tienes que hacerlo, te he esperado por años, ¡podemos formalizar ahora!
—¡¿Estás loco?! —Julián lo apartó—.Hace mucho tiempo dejaste de importarme ¡y lo sabes bien!
—Juls, mi amor, vamos a calmarnos —Abel sonrió—. Si tus padres te aceptan siendo gay, ya no tienes que ocultar lo nuestro.
Brenda se enfureció por esas palabras y trató de lanzarse contra Abel, pero su esposo la detuvo, así que solo gritó— Alfredo, ¡sácalo antes de que le arranque los ojos! —ordenó y su hijo intentó seguir las ordenes.
—¡No me toques! —Abel se apartó de Alfredo y se abrazó a Julián.
—¡Suéltame! —exigió Julián, apartándolo con fuerza.
—Si permites que me maltraten, tendré que decirles a qué te dedicas, querido —amenazó Abel y al ver el rostro de Julián sonrió ampliamente—. Sigues en eso, ¿no es así? Por supuesto, de eso no te puedes salir con facilidad.
—¡¿De qué habla?! —preguntó Brenda con desespero.
El padre de Julián buscó la mirada de su hijo y con esa simple acción, el castaño supo que tenía que acabar con eso de inmediato.
—De nada —gruñó su hijo—. Abel, vete —pidió entre dientes—. ¡No me obligues a hacerte daño!
—Si me haces algo, te meterás en problemas —Abel lo retó con la mirada—. ¿Eso quieres? ¡¿Quieres que todos se enteren a lo que te dedicas?!
—¡Tu no vas a decir nada! —gritó Julián con furia—. Y con respecto a lo que dices, ¡hace años lo nuestro terminó! —señaló con el índice al invitado no deseado—. ¡No vuelvas a buscarme! Te lo dije hace años y te lo repito ahora, ¡largo!
Abel levantó el rostro, mirándolo retador— de acuerdo, me voy —dijo con burla—. Pero antes…
Dio un salto y se aferró al cuello de Julián, tratando de besarlo a la fuerza.
Los padres de Julián miraron la escena con susto y Alfredo se quedó sin aliento; pero no fue por el beso en realidad, sino por lo que ocurrió después.
Agustín había estado todo ese rato de pie, escuchando al otro hablar y a su prometido objetar; se debatía entre intervenir o no, pero cuando escuchó la amenaza sobre el trabajo de Julián, supo que las cosas no terminarían bien, más no se imaginó ver como ese sujeto besaba a Julián o al menos lo intentaba, porque el mayor no le correspondía en lo más mínimo y solo intentaba apartarlo, más el desconocido lo tenía fuertemente agarrado de la melena.
Antes de que Julián lo apartara de un golpe, Agustín reaccionó, corriendo hasta ellos y sujetando a Abel del cabello, para apartarlo del otro sin cuidado.
Abel apenas pudo gritar, ya que al soltar a Julián para tratar de apartarse de las manos que lo sujetaban del cabello, dejó de tener equilibrio y Agustín aprovechó para tumbarlo con un movimiento de su pie, dejándolo contra el piso, aun sin soltarlo de la melena castaña.
Después del golpe contra el piso, Abel fue levantado por el cabello y Agustín le dio un puñetazo en el rostro, tumbándolo por completo, cuando estuvo en el piso se subió a su abdomen y le dio varios puñetazos en el rostro.
—¡Mierda!
Julián intentó acercarse a detener a Agustín, pues sabía lo que podía llegar a hacer, más la voz de su madre lo detuvo— ¡No te metas, Julián Chávez Jr!
El castaño buscó la mirada de su madre— ¡no tienes idea de lo que es capaz! —señaló a su novio—. ¡Agustín lo puede matar!
—Si lo mata, ¡él se lo buscó! —dijo la canosa, aun furiosa.
—¡Brenda! —el esposo de la mujer la miró con susto y luego fijó la mirada en sus hijos—. ¡Apártenlos! —ordenó.
Julián fue a sujetar a Agustín de la cintura.
—¡Suéltame! —Agustín forcejeó y aunque Julián lo apartó de su presa, le alcanzó a dar unas patadas en las costillas.
Alfredo se acercó con cautela e intentó levantar a Abel, quien ya tenía el rostro rojo por la sangre.
—Tranquilo, Guti, ¡cálmate! —pidió el mayor.
—¡¿Qué me calme?! — gritó el pelinegro de manera iracunda—. No solo permitiste que te besara, igual que Patricio —reclamó—, sino que ¡dejaste que te amenazara! —señaló al tipo que su cuñado aun intentaba levantar —. Explícame, ¡¿quién rayos es y qué tiene que ver contigo?!
Julián entornó los ojos— hablemos dentro de la casa —pidió con voz calmada.
—¡Quiero una explicación ahora! —repitió Agustín entre dientes, sintiendo que la evasión de Julián lo hacía enfurecer más—. ¡¿Quién es?!
—¡Soy su verdadero amor! —gritó Abel desde el piso.
—¡No mames, Abel! —Alfredo lo miró con desconcierto—. ¡¿Eres masoquista para suplicar que te partan la madre?!
—¡Julián me ama! —prosiguió el sujeto, ignorante al hermano de Julián—.Juró que me amaría siempre ¡y que algún día se casaría conmigo!
Agustín buscó el rostro de Julián y lo sujetó del frente de su chaqueta — ¡¿es cierto?!
—¡No! —respondió con rapidez el mayor—. Su nombre es Abel Favela y hace años terminamos, ya ni me acordaba de él, hasta que mi madre mencionó que, al desayuno que te llevaría, iría la madre de él —explicó.
—¡¿Pero fue tu novio?! —los ojos miel de Agustín lo miraban con fiereza—. ¡Respóndeme, Julián!
—Uno de tantos —el castaño le restó importancia—. Si te mencionara a cada uno de mis novios o mis amantes de una noche, no terminaría en poco tiempo y seguramente olvidaría muchos nombres —señaló.
Agustín apretó los puños— tenemos que hablar de eso… —rechinó sus dientes.
—Pero yo no te pude olvidar —la voz de Abel se escuchó dolorida, Alfredo ya lo había ayudado a ponerse de pie y quería llevarlo a la puerta, pero el otro se resistió— y sé que tú tampoco pudiste olvidarme, Julián —forzó una sonrisa—, ¡nadie puede olvidar a quien fue su primera vez!
—¡Silencio, Abel! —Julián lo miró iracundo.
—Fue… ¿el primero? —Agustín habló casi en un murmullo.
—Guti, eso no importa, ¿de acuerdo?
La respiración de Agustín se agitó.
—Guti… Eso fue cuando era un adolescente idiota —especificó Julián—, ¡ya no soy así!
—¡Pero fue tu primera vez! —reclamó el menor sintiendo que sus ojos se humedecían.
—¡¿Y eso qué?! —Julián lo sujetó de los hombros y lo miró a los ojos—. La única primera vez que cuenta para mí ahora, ¡fue la primera noche que pasé contigo! —confesó—. No hay nada, ni nadie en mi mente, ni en mi corazón, que no seas tú, ¡¿lo entiendes?! —preguntó desesperado—. Todos los demás, ¡no me interesan! ¡Ni me importan! ¡Mucho menos deseo recordarlos!
Agustín sintió que su corazón se aceleraba por esas palabras; jamás había visto ese gesto en Julián y no se imaginó que lo escucharía decir esa declaración que le parecía tan perfecta. Él lo sabía, Julián no era un santo, pero ahora estaba con él y le estaba confesando que solo quería pensar y estar con él, así que todo lo demás no importaba.
—¡Mentiras!
La voz de Abel rompió el bello momento en el que Agustín se había sumido, gracias a las palabras de Julián.
—¡Él no podría olvidarme! —señaló con poca fuerza—. ¡Nadie puede olvidarme!
Agustín apretó los parpados y respiró profundamente— voy a matarlo… —amenazó.
Julián forzó una sonrisa, él también había llegado a su límite por las tonterías que Abel había dicho y el desespero de molestar más a Agustín, por lo que decidió dejar que las cosas ocurrieran y apartó las manos de su prometido— adelante… —dijo condescendiente—. No te preocupes por las repercusiones —le hizo un ademán.
Agustín dio media vuelta y su mirada se posó en Abel, quien tembló de pies a cabeza. Intentó sujetarse de Alfredo, pero el hermano de Julián se apartó de inmediato al ver el gesto de su cuñado; de no haberlo visto, no hubiera creído que esa carita tan inocente de Agustín, pudiera mostrar ese gesto tan aterrador y estaba seguro que eso no terminaría nada bien.
El pelinegro se tronó los dedos y sonrió de lado— te mostraré que desde ahora, al que no podrás olvidar, será a mí.
Abel intentó ir a la puerta, para escapar, pero no pudo alcanzarla, ya que Agustín lo volvió a sujetar de la melena, lo hizo girar, le propinó varios puñetazos, no solo en el rostro, sino en el pecho y sin dejar que cayera, lo pateó varias veces en el abdomen y torso, hasta que quedó contra el auto que Julián había rentado.
El pelinegro lo agarró de un brazo y lo forzó hacia atrás, dislocándole el hombro, antes de estrellar la cabeza del otro contra el parabrisas, las veces necesarias hasta que lo rompió, dejando el rostro de su contrario, lleno de sangre. Lo alejó del auto, tomándolo de la mano del brazo que aún estaba bien y con un movimiento de palanca le quebró el antebrazo; Abel chilló, pero a su agresor no le importó, le dio una patada con el talón en la boca, logrando no solo aturdirlo, sino partirle los labios y tumbarle un par de dientes, antes de dejarlo contra el piso.
Agustín volvió a subirse sobre el otro, propinándole varios puñetazos más en el rostro, quebrándole la nariz, antes de incorporarse a abrir la puerta del auto y presionar el botón del llavero con el que Julián había abierto la cochera ese día. Sujetó a Abel, nuevamente del cabello, arrastrándolo hasta los límites de la propiedad.
—Tienes 5 segundos para irte —amenazó.
Abel no podía enfocarlo bien, ya que tenía un ojo morado e hinchado, y la sangre del otro escurría, empobreciendo la poca vista que tenía, pero tembló al distinguir que Agustín volvía al auto, se inclinaba y después de un momento, salía con un arma.
—Si no sales de la propiedad, ten por seguro que estás muerto —le quitó el seguro al arma—. Uno…
Abel intentó moverse para alcanzar la puerta, arrastrándose con dificultad, ya que no podía mover ni sus manos, ni brazos.
—Dos… —Agustín apuntó el arma.
—No va a disparar, ¿o sí? —Alfredo preguntó en un murmullo para su hermano y Julián solo sonrió.
—Tres…
—¡No! ¡Por favor! —suplicó lastimeramente el castaño desde el piso—. ¡Perdón! ¡Lo siento! ¡Perdón!
—Cuatro…
Abel sentía que desfallecería, pero no se detuvo, tratando de alcanzar la acera.
—Cinco… —sentenció Agustín con una sonrisa cruel en su rostro, al ver que las piernas del otro aún estaban dentro de la cochera.
Los disparos se escucharon a la par que los gritos, ya que el pelinegro le disparó al otro sin titubear; rodillas y tobillos de ambas piernas fueron perforadas por balas. Abel perdió el conocimiento casi de inmediato.
—Tuviste suerte —el pelinegro levantó una ceja y sonrió divertido—. Demasiada…
—Llama a una ambulancia… —pidió Julián para su hermano y caminó hacia Agustín.
Pero antes de que el castaño llegara hasta su prometido, quien guardaba el arma en su lugar, Brenda corrió hasta Agustín.
—¡Bebé! —gritó con desespero—. ¡¿Estás bien?! ¡¿Te lastimaste?! —preguntó desesperada al ver las manos llenas de sangre del pelinegro.
—Ah… —Agustín pasó saliva —. No, mamá Brenda, esta no es mía… Creo…
—Me alegro… —suspiró y luego lo miró molesta—. Pero ¡¿de dónde sacaste esa arma?! ¡Pudiste lastimarte con ella! ¡¿Cómo se te ocurre usar algo tan peligroso?!
—Agustín sabe usar armas —dijo Julián con seriedad, acercándose hasta su prometido y sujetándolo de las manos—. ¿Te duele? —preguntó con voz tranquila y con sus manos, revisaba las de su prometido.
—No —Agustín movió las manos, para demostrar que estaba bien.
—¡¿Cómo que sabe usar armas?! —Brenda estaba conmocionada.
—Aun así, deben revisarte —el castaño frotó con delicadeza las manos de Agustín—. Guti y yo, somos guardaespaldas —confesó con frialdad, observando a su madre.
—¡¿Son qué?! —la canosa los miró aterrada.
—Creo que debemos hablar sobre eso… —la voz seria del padre de Julián se escuchó.
La sirena de la ambulancia se escuchó, secundada por otras más.
—Será después de que revisen a Guti.
—¿Abel sigue vivo? —preguntó Alfredo, mirado el cuerpo del otro con nervios.
Julián y Agustín observaron al sujeto tendido y sangrando— sí —respondieron a la par y con indiferencia, al ver que aun respiraba, débilmente, pero lo hacía.
La ambulancia y la policía, llegaron; los paramédicos bajaron, yendo primero con el herido y los oficiales se acercaron, dirigiéndose con el padre de Julián, pero fue el mismo Julián quien los interceptó. El castaño dijo algo en voz baja y los oficiales se apartaron un poco, asegurando que no inmiscuirían a la familia en esa situación; Julián, sacó su celular y le marcó a Marisela, para pedirle que usara la influencia de Alejandro e interviniera en el asunto, así evitaría cualquier contratiempo.
Los paramédicos estaban más preocupados por Abel, así que no le pusieron mucha atención a Agustín, quien parecía estar en perfecto estado, por lo que Julián lo llevó al hospital en el automovil.
Tanto a Abel, cómo a Agustín, los atendieron en urgencias. Julián no se apartó de su prometido en ningún momento, ni siquiera cuando constató que la sangre, efectivamente, no era del pelinegro, ya que cuando le lavaron las manos, no tenía heridas, solo unas cuantas laceraciones superficiales.
El médico le dijo que necesitaba reposar y un ungüento para prevenir la hinchazón, pero además, lo dejaría unos momentos ahí, ya que los oficiales de policía, querían hablar con ambos.
Cuando el sujeto con bata se fue a ver al otro paciente, Julián se sentó al lado de la camilla, dónde Agustín estaba.
—¿Descargaste tu ira? —preguntó con sarcasmo.
—No lo suficiente —respondió el menor con total sinceridad.
El mayor sujetó las manos con delicadeza y las besó por encima de las vendas— lamento que hayas tenido que pasar por esto, por mi culpa.
El pelinegro suspiró— creo que llegó el momento de hablar sobre tu “experiencia y práctica” —dijo con desagrado; no era que en realidad quisiera saber, pero necesitaba estar consciente de la situación con su pareja.
Julián levantó el rostro y fijó la mirada en los ojos miel— ¿seguro que quieres saber?
Agustín respiró profundamente y negó— no quiero —dijo con tristeza—. Pero necesito saberlo —señaló con ansiedad—. No quiero que esto se vuelva a repetir.
El castaño asintió; entendía la razón por la cual, su prometido le pedía una explicación.
—Abel fue mi primer novio y sí, fue el primero con el que tuve sexo… —dijo con frialdad.
Agustín sintió que se le revolvía el estómago.
—Cuando me fui a estudiar la universidad, me enteré que él intimaba con otros, así que terminé con él —explicó—. Tuve otras parejas en la escuela…
—¿Novios? —Agustín lo miró con tristeza.
—Sí —el mayor asintió—. Nos denominábamos así, pero solo era para coger —aseguró.
—¿Cuántos? —la voz del menor apenas se escuchó.
—No lo recuerdo…
—No me mientas, Julián —pidió el pelinegro con cansancio.
—No te miento, Guti —negó el castaño—. Realmente, no lo recuerdo… Igual que no recuerdo cuantos de nuestros compañeros u otros amantes de ocasión, pasaron una noche en mi cama, antes de conocerte.
Esa confesión le dolió al menor.
—Guti —Julián movió la mano y le acarició la mejilla—. Por eso no quería hablar de esto —confesó—. Pero tú sabes cómo soy o al menos, te lo imaginabas, ¿no es así?
Agustín asintió. A pesar de saberlo, le dolía escucharlo de los labios de Julián; aguantó las ganas de llorar, pero el mayor se dio cuenta como la mirada miel se llenaba de lágrimas.
—Guti… —el castaño movió la mano y recogió con el pulgar, una lágrima que escapó de los parpados del otro—. Sé que es posible que no me creas —prosiguió—, pero lo que siento por ti, no lo sentí por ningún otro —dijo con total seguridad—. No importa qué o quién haya estado en mi pasado, tú eres mi presente y futuro, ¿lo entiendes? —su mirada castaña estaba fija en los ojos miel, tratando de que se diera cuenta de que hablaba totalmente en serio—. Voy a casarme contigo —señaló sin dejar lugar a dudas—, porque te amo —casi deletreó la frase consiguiendo que Agustín se sobresaltara—, mucho más de lo que puedo siquiera expresar y sé que no te merezco, porque a diferencia de tu calidez, yo soy un sujeto frío, idiota e insensible —repitió las palabras con las que la gente lo describía—, pero aun así te amo cómo ningún otro te amará —confesó sin un ápice de duda—. Te elegí a ti, porque eres distinto a cualquiera y te aseguro que si el destino o lo que sea que dirija nuestra existencia, me diera mil vidas, en cada una de ellas te buscaría para estar contigo, porque estoy seguro que no hay nadie más en el universo, que sea perfecto y me complemente, tanto como tú lo haces —anunció—, por eso, de ahora y en adelante, no quiero que te reprimas, quiero que seas como eres, sin importar si intentas matar a otro —se burló—, porque todas tus facetas, desde la más dulce e ingenua como el niño que eres, hasta la fría calculadora y seductora como hombre, aunque no te des cuenta, me fascinan, ¿quedó claro?
Agustín se había quedado estupefacto por esa declaración; su boca se abrió lentamente y las lágrimas cayeron sin que pudiera evitarlo, ni siquiera reaccionó para limpiarlas. Sentía su corazón acelerado, su estómago lleno de mariposas y su mente casi en blanco; jamás imaginó que Julián le diría esas palabras tan maravillosas.
—¿Guti? —lo llamó Julián, al ver que la mirada miel, parecía perdida.
—¡Ah! —el menor se movió sin dudar y sacó de su pantalón el celular, poniéndolo frente al otro y poniendo la grabadora—. ¡Repítelo!
—¿Qué? —el castaño frunció el ceño ante esa petición.
—Repítelo, porque quiero estar seguro que lo que escuché es real y ¡no sé si lo volverás a decir algún otro día!
Julián apretó los parpados— no sé si pueda repetir, exactamente lo que acabo de decir —forzó una sonrisa—. Sabes que es difícil para mí, expresarme de esa manera.
—¡Inténtalo! —pidió el menor con ilusión.
Julián miró el gesto de su prometido y se rindió completamente, cerrando los parpados, recordando cada palabra que dijo segundos antes, solo para complacer a su novio; porque quería demostrar que lo merecía y se esforzaría por hacerlo feliz.
Abel quiso demandar a Agustín, pero debido a las influencias de Alejandro, dicha demanda no procedió, aun así, Julián lo visitó en el hospital y debido a su plática “amistosa”, Abel aceptó no volver a meterse en su vida, ni con su familia.
Al volver a casa de sus padres, Julián tuvo que decirles sobre su trabajo de guardaespaldas y el de Agustín, claro que no le dijo los verdaderos negocios de Alejandro; aun así, su madre se preocupó y le suplicó que lo dejara, especialmente que no permitiera que Agustín estuviera inmiscuido en esa clase de situaciones peligrosas, ya que, aunque Brenda Echeverría vio cómo el pelinegro casi mata a Abel, ella seguía diciendo que era un bebé indefenso que necesitaba mucho cuidado.
El padre de Julián tuvo que calmar a su esposa, para que dejara que su hijo y prometido, tomaran las decisiones por sí mismos, aunque la canosa sabía que tenía algunos días más, para intentar convencer a Agustín.
Al finalizar esa semana, la pareja se despidió de la familia, ya que debían volver a su empleo. Agustín llevaba una caja con fotos de Julián, que su suegra le dio y le prometió estar en contacto con ella por teléfono, así que le proporcionó el teléfono de su casa, algo que Julián no había hecho con anterioridad.
—¡Cuídate mucho, Bebé! —pidió la mujer, sujetando las manos de Agustín.
—Lo haré, mamá Brenda, no se preocupe.
—Voy a rezar todas las noches por ustedes, ¿de acuerdo?
El pelinegro sonrió nervioso.
—Y una cosa más…
Brenda lo hizo inclinarse y le habló al oído; Agustín la escuchó atentó y su sonrisa aumentó, a la par que sus mejillas se teñían de rojo.
—Debes tomar la iniciativa —la mujer le guiñó un ojo y se apartó.
—Lo haré —asintió Agustín.
Después de la despedida, ambos subieron al automóvil y salieron hacia el aeropuerto.
—¿Qué te dijo mi madre? —preguntó Julián, pues había notado que Guti y ella se habían secreteado.
Agustín lo miró con picardía— me dijo que, si tú no me das un anillo de compromiso, tal vez yo deba comprarte uno a ti, para que todos sepan que tienes “dueño” — confesó con burla.
—Le dije que te compraré un anillo en cuanto volvamos a casa —el castaño entornó los ojos.
—No comprendo por qué no lo compraste aquí —Agustín levantó una ceja.
—En dónde vivimos, hay mejores joyerías —respondió fríamente el mayor «y necesito ayuda para elegirlo…» pensó inquieto.
—Aun así, creo que debo hacerle caso a mamá Brenda y comprarte uno también.
—No es necesario.
—Y si lo compro, ¿lo usarías? —Agustín lo miró retador.
—Tendrás que convencerme, Guti.
Agustín hizo un mohín y guardó silencio, después le hizo una seña— ahí delante hay un hotel, para ahí —ordenó.
—¿Para qué? —preguntó Julián con curiosidad.
—Voy a convencerte antes de irnos de aquí.
—¿Quieres jugar con fuego, Guti? —se burló el mayor.
—Estos días dijiste que no querías que me reprimiera, al menos, no mientras estuviera de civil —sonrió divertido—. Sigo estando de civil, ¿quieres que me reprima ahora?
Julián sonrió divertido, pero no dijo nada más y dirigió el automóvil hacia el hotel; tal vez perderían el vuelo, debía llamar a Marisela y decirle que llegarían después, también a su madre para que no se preocupara, pero nada de eso importaba en realidad; Julián quería disfrutar esa faceta de Agustín y por sobre todo, quería complacerlo.
Al volver a casa de sus padres, Julián tuvo que decirles sobre su trabajo de guardaespaldas y el de Agustín, claro que no le dijo los verdaderos negocios de Alejandro; aun así, su madre se preocupó y le suplicó que lo dejara, especialmente que no permitiera que Agustín estuviera inmiscuido en esa clase de situaciones peligrosas, ya que, aunque Brenda Echeverría vio cómo el pelinegro casi mata a Abel, ella seguía diciendo que era un bebé indefenso que necesitaba mucho cuidado.
El padre de Julián tuvo que calmar a su esposa, para que dejara que su hijo y prometido, tomaran las decisiones por sí mismos, aunque la canosa sabía que tenía algunos días más, para intentar convencer a Agustín.
Al finalizar esa semana, la pareja se despidió de la familia, ya que debían volver a su empleo. Agustín llevaba una caja con fotos de Julián, que su suegra le dio y le prometió estar en contacto con ella por teléfono, así que le proporcionó el teléfono de su casa, algo que Julián no había hecho con anterioridad.
—¡Cuídate mucho, Bebé! —pidió la mujer, sujetando las manos de Agustín.
—Lo haré, mamá Brenda, no se preocupe.
—Voy a rezar todas las noches por ustedes, ¿de acuerdo?
El pelinegro sonrió nervioso.
—Y una cosa más…
Brenda lo hizo inclinarse y le habló al oído; Agustín la escuchó atentó y su sonrisa aumentó, a la par que sus mejillas se teñían de rojo.
—Debes tomar la iniciativa —la mujer le guiñó un ojo y se apartó.
—Lo haré —asintió Agustín.
Después de la despedida, ambos subieron al automóvil y salieron hacia el aeropuerto.
—¿Qué te dijo mi madre? —preguntó Julián, pues había notado que Guti y ella se habían secreteado.
Agustín lo miró con picardía— me dijo que, si tú no me das un anillo de compromiso, tal vez yo deba comprarte uno a ti, para que todos sepan que tienes “dueño” — confesó con burla.
—Le dije que te compraré un anillo en cuanto volvamos a casa —el castaño entornó los ojos.
—No comprendo por qué no lo compraste aquí —Agustín levantó una ceja.
—En dónde vivimos, hay mejores joyerías —respondió fríamente el mayor «y necesito ayuda para elegirlo…» pensó inquieto.
—Aun así, creo que debo hacerle caso a mamá Brenda y comprarte uno también.
—No es necesario.
—Y si lo compro, ¿lo usarías? —Agustín lo miró retador.
—Tendrás que convencerme, Guti.
Agustín hizo un mohín y guardó silencio, después le hizo una seña— ahí delante hay un hotel, para ahí —ordenó.
—¿Para qué? —preguntó Julián con curiosidad.
—Voy a convencerte antes de irnos de aquí.
—¿Quieres jugar con fuego, Guti? —se burló el mayor.
—Estos días dijiste que no querías que me reprimiera, al menos, no mientras estuviera de civil —sonrió divertido—. Sigo estando de civil, ¿quieres que me reprima ahora?
Julián sonrió divertido, pero no dijo nada más y dirigió el automóvil hacia el hotel; tal vez perderían el vuelo, debía llamar a Marisela y decirle que llegarían después, también a su madre para que no se preocupara, pero nada de eso importaba en realidad; Julián quería disfrutar esa faceta de Agustín y por sobre todo, quería complacerlo.
En memoria de una Fujoshi, que dejó de serlo… Luisa Paz
¿Y qué dijeron? ¿Ojou ya no escribirá de Julti? ¡Claro que no!
Habrá Julti más adelante, de hecho quería anexarle algo pero al final decidí que lo haría aparte, porque ya no tendría que ver con la visita familiar, por lo que le haré un anexo donde haré canon que Agus es medio hermano de Erick.
Así es, señoras y señores, ya lo decidí y no me echaré para atrás.
Nos vemos pronto!!!!
Habrá Julti más adelante, de hecho quería anexarle algo pero al final decidí que lo haría aparte, porque ya no tendría que ver con la visita familiar, por lo que le haré un anexo donde haré canon que Agus es medio hermano de Erick.
Así es, señoras y señores, ya lo decidí y no me echaré para atrás.
Nos vemos pronto!!!!
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