Prólogo
En un reino muy lejano, donde la nieve cubría todo el país durante la mitad del año, su ciudad capital se encontraba en la montaña más alta y el enorme castillo de los soberanos, era como la corona cercana a la cúspide, que centellaba como hielo perpetuo con la luz del sol en verano y las auroras en invierno.
Durante generaciones, el reino fue próspero, pues aunque su capital casi siempre era helada, en otras partes de sus tierras había grandes cultivos, una buena pesca en los ríos y mares, además de una excelente caza de bestias salvajes, de las cuales, sus pieles se vendían a grandes sumas en otros países, por ello la vida seguía su marcha sin contratiempos, hasta que el rey y la reina regentes, tuvieron un heredero.
La historia dice que una hermosa mujer llegó al castillo, reclamando al niño que apenas tenía siete años, como su futuro esposo. Debido a que la petición era completamente ridícula, los reyes se negaron, entonces, ella mostró su verdadera forma; era una hechicera que al ver que los reyes se negaban a su petición, decidió maldecir a la familia real y a todos sus súbditos, convirtiéndolos en estatuas de hielo y de esa manera, quedarse con el reino por la fuerza, sumiéndolo en un invierno eterno.
La mayoría de los súbditos que quedaron congelados de inmediato o no murieron por el frío en otras partes del reino, empezaron a abandonar esas tierras, pero se dice que algunos trabajadores de la familia real, siguen viviendo cerca del castillo, a la espera de que alguien vaya a destruir a la hechicera y según la leyenda, ellos son los encargados de guiar a los viajeros hasta la cúspide, esperando que una vez más, sus antiguos señores vuelvan a reinar y el invierno acabe.
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