Capítulo I
Eran casi las tres de la tarde y a pesar de que hacía frío, la universidad de encontraba llena de vida, pues esa misma semana había iniciado el nuevo semestre; algunos estudiantes salían de la escuela y otros entraban a sus clases vespertinas, mientras otros acudían a las diferentes secciones para las clases extracurriculares.
Un joven de cuarto semestre se alejó del pequeño grupo de amigos con quien estaba platicando y regresó al salón, dónde aún estaban sus pertenencias, con el celular en mano, junto a su mejor amigo y compañero de departamento.
—¡Eh, Juls! Alex dijo que Rodríguez se lesionó, así que los entrenamientos están suspendidos por esta semana — Miguel pasó la mano por su nuca — ¿tienes algo qué hacer o nos vamos al ‘depa’?
El castaño se recargó en el pupitre — ¿solo necesita una semana para recuperarse? — preguntó con un dejo de extrañeza.
—No sé, supongo que si necesita más, se encargaran de buscar a otro,
—De acuerdo, ¿no tiene nada más que decirnos hoy? — hizo un gesto con el rostro, señalando el celular.
—Lo dudo, de lo contrario, nos habría mandado un mensaje a ambos — Miguel sonrió —, supongo que lo veremos hasta el fin de semana, a menos que necesite algo — el pelinegro se alzó de hombros.
Julián sonrió con malicia —ojalá necesite ir a “visitar” a alguien, ya necesito algo de “diversión”.
Desde el semestre pasado, habían conocido a Alejandro de León; el popular hijo de un hombre acaudalado que entró a esa universidad, andaba buscando “amigos” y se acercó a ellos, con un sequito de hombres vestidos de negro, tras él. Ellos habían sido los mejores en el equipo de futbol americano y debido no solo a su complexión y desempeño, sino a su seriedad, Alejandro habló con ellos; desconfiaron de inmediato, pues les hablaba casi de manera cifrada, más cuando les invitó, junto con otros a quienes reclutó, a ir a una de sus “visitas”, entendieron de qué iba su futuro trabajo, si se quedaban con él.
Al principio, Miguel dudó un poco, pero Julián se sintió mucho más atraído a hacer cosas prohibidas, sin muchas consecuencias; a pesar de que Alejandro estaba en otra facultad, se mantenían en contacto y en seis meses, ellos eran los más “cercanos” a él, cuando se trataba de ir a demostrar quién era en realidad.
—No eres el único — Miguel rió.
—Bien, vamos al ‘depa’, hay que avanzarle al proyecto que nos dejaron hoy…
—Ok…
Julian guardó silencio y luego sonrió por lo bajo, — pero antes, pasemos a comprar unas cosas en la papelería.
—¿Al centro? — Miguel levantó una ceja.
—No — el castaño hizo un gesto de desagrado —, no quiero ir hasta el centro de la ciudad para comprar hojas — señaló de inmediato —, vamos a la de la salida, total, solo son para empezar los esquemas de programas, no es la gran cosa.
—¡‘Sobres’!
Ambos sujetaron sus mochilas y salieron del salón; recorrieron el mismo camino de siempre hasta el estacionamiento, donde dejaron en el auto de Julián sus mochilas y luego fueron a la salida más cercana de su facultad y fueron a la papelería. Ambos eran de familia acomodada y se conocían desde pequeños, más para la universidad, habían cambiado de residencia, ya que su hogar estaba en otra ciudad de ese mismo estado; pero desde que recibían apoyo de Alejandro, rentaban juntos un departamento grande y cómodo, en un edificio de un estatus bastante alto, muy diferente a las casas de acogida universitaria o los pequeños departamentos que rentaban cerca del campus universitario, por lo que muchos los envidiaban.
Mientras caminaban, con las manos en los bolsillos de sus chaquetas, se mantenían en silencio, casi no hablaban a menos de que hubiese algo que comentar; ambos eran reservados y preferían tratar sus cosas en privado, para evitar que la gente escuchara, además, era uno de los requisitos que Alex les había pedido para que no dijeran cosas que pudieran comprometerlos. En el camino, se encontraron a otros que estaban en su misma situación, se saludaron solo con un ademan del rostro y siguieron el camino; no podían fingir del todo que no se conocían, pero tampoco se consideraban más que compañeros.
Al llegar a la papelería, en el exterior, había un par de máquinas de videojuegos, donde algunos jovencitos de la secundaria y preparatoria que estaban cerca del campus universitario, se congregaban para jugar, ya que les quedaba más cerca que el enorme local de videojuegos que estaba algo más lejos.
Julián alcanzo a ver a un jovencito que era asiduo, junto con su pequeño grupo de compañeros; siempre estaba ahí jugando, cuando iba a esa papelería a esa hora, tanto así, que incluso se extrañaba de no verlo, ya que era algo llamativo por su ímpetu y vivacidad. A pesar de que hacía frío, los menores traían solo el uniforme deportivo de su secundaria y uno que otro portaba un gorro, orejeras o bufanda.
—¡Y viene el “especial”! — se escuchó el grito del adolescente que estaba frente a uno de los controles de la máquina, mientras el que estaba a su lado, parecía desesperado por tratar de evitar lo inminente.
Los gritos y algarabía se escuchaban con fuerza; el pequeño grupo parecía burlarse del que había perdido, justo en el momento en que la máquina anunciaba el “K.O.”
—¡Perdiste! — señaló el chico de cabello negro con algo de orgullo y extendió la mano — paga.
—¡Dos de tres!
—Esa era la “dos de tres” — el pelinegro levantó una ceja y seleccionó el turno de sus personajes para el siguiente combate —, paga — repitió con seriedad.
Su compañero gruñó por lo bajo y movió la mano hacia su bolsillo, pero aprovechó que el pelinegro se descuidó un momento y quiso golpearlo.
Nadie atinó a reaccionar, pero alguien lo sujetó de la muñeca, antes de que alcanzara su objetivo y el menor se quejó — duele, ¡duele! — dijo con rapidez.
Los que estaban alrededor se alejaron un paso, un tanto sorprendidos, mientras el pelinegro había aguantado la respiración; estaba anonadado, pero sus ojos vieron a quien había interrumpido y evitado el golpe, era un universitario.
—En mis tiempos, “deudas de juego, eran deudas de honor” — dijo Julián con seriedad.
Miguel empezó a reír — deberías pagar — sentenció, mientras los presentes los miraban con susto.
—¡No pueden obligarme! — recriminó el jovencito sometido.
—¿Ah, no? — Julián lo movió con facilidad, llevando el brazo que sujetaba hacia la espalda del chico y ejerció presión — no soy muy bueno con los niños, así que, paga…
—¡Está bien! ¡Pagaré!
Julián lo soltó y el menor sacó su cartera, extrajo un par de billetes de baja denominación y se los dio, luego agarró su mochila y se fue mascullando, seguido por un par de sus amigos.
—Ten — Julián le acercó los billetes al pelinegro que aún estaba viéndolo con asombro, tanto así que su juego había empezado y él ni siquiera le ponía atención.
—Gra… gracias — dijo en un hilo de voz y sujetó el dinero con lentitud.
—A la otra, asegúrate de jugar con alguien que si vaya a pagar.
Julián sonrió de lado y luego dio media vuelta, entrando a la papelería, seguido por Miguel; el adolescente se quedó con los billetes en la mano pero no se movió. Sentía su corazón acelerado y su rostro arder; los otros chicos que se habían quedado también, observaban a los mayores, pero no decían una sola palabra.
Los universitarios llegaron al mostrador y Julián pidió las hojas; mientras la jovencita que los atendía, iba por ellas, Miguel se cruzó de brazos.
—¿Qué fue eso, Juls? — preguntó con burla.
—¿Qué cosa?
—Normalmente no te metes en asuntos que no te conciernen, especialmente desde el semestre pasado — especifico Miguel, ya que desde entonces, Julián era mucho más serio —, ¿qué fue lo que ocurrió ahorita?
—Nada — el castaño sonrió divertido —, es solo que, como dije, “deudas de juego, son deudas de honor”.
—Fue por el niño, ¿cierto? Es el que siempre vemos cuando venimos por aquí, desde el semestre anterior.
Julián rió por lo bajo — tal vez.
—Vinimos a la papelería por el niño, no por las hojas, ¿me equivoco? — preguntó su amigo en tono cómplice.
—Y si te dijera que sí, ¿qué, Mike? — indagó el castaño, casi de manera retadora, pero con una sonrisa cínica.
—Nada — Miguel negó —, pero, deberías aprovechar…
—¿Aprovechar, qué cosa?
—Aquí están las hojas — dijo la joven que los atendió —, pase a la caja a pagar, por favor — sonrió coqueta.
Julián la miró con indiferencia y caminó a la caja sin decir nada.
—Gracias — sonrió Miguel para la joven y siguió a su amigo —, si no te gustan las mujeres, al menos, sácale el nombre al niño — prosiguió con voz baja, cuando se puso a su lado.
—Es un niño — el castaño suspiró —, aunque Alex dijo que nos respaldaría ante cualquier cosa, mientras le seamos leales, es mejor mantener mi distancia.
—¿De verdad eso quieres? — el pelinegro entrecerró los parpados.
—Lo que quiero es evitar problemas innecesarios — señaló su amigo, con seriedad.
Miguel entendió a lo que se refería, ya que el otro era menor de edad y podría ser contraproducente, pero en el fondo, pensaba que Julián necesitaba algo de diversión.
Ambos salieron de la papelería, pero Miguel sujetó a su amigo por el hombro y lo llevó hasta ponerse al lado de la maquina dónde el jovencito aún jugaba.
—¿Qué haces, Mike? — preguntó el castaño.
Su amigo no respondió, al contrario se dirigió al jovencito que momentos antes ayudaron — eh, niño, ¿cómo te llamas?
—Ahí te hablan, Agus — sonrieron con picardía sus amigos.
El pelinegro desvió un momento la mirada de la pantalla y se irguió, antes de volver a fijar su vista en el juego; se puso nervioso pero trató de no demostrarlo — Agustín — respondió con rapidez.
—¿Cuántos años tienes? — preguntó el mayor.
Agustín frunció el ceño — catorce — respondió —, casi quince — corrigió con rapidez.
—Te dije que era un niño — musitó Julián, un tanto molesto.
Miguel chasqueó la lengua — ¿tienes novia?
Ante la pregunta, Agustín giró el rostro, viéndolo con susto y sus compañeros también pusieron un gesto de sorpresa, mezclada con miedo; Julián no se quedó atrás ante su asombro y frunció el ceño.
«¿A dónde quieres llegar, Mike?» se preguntó el castaño mentalmente.
—¿Por qué? — preguntó Agustín con algo de desconfianza, pero sus manos seguían moviendo la palanca y presionando los botones.
—Porque si no tienes novia, a tu edad, puede que sea porque no has tenido oportunidad o no te gustan las chicas — sonrió el mayor con suficiencia —, así que si me dices que es la segunda, ¿te gustaría salir con mi amigo? — señaló a Julián — yo pago.
Julián abrió los ojos enormemente y los amigos de Agustín se quedaron con la boca abierta; Agustín dejo de mover las manos y el sonido del juego siguió, pero nadie dijo nada, hasta que se escuchó el anuncio del “K.O.”
—Ah — Agustín pasó la mano por la bufanda tejida que portaba, acomodándola nerviosamente sobre su boca y miró hacia los lados con nervios.
«Está avergonzado…» el pensamiento de Julián fue el mismo que el de Miguel y ambos entendieron que no iba a responder, porque sus amigos estaban ahí.
—Está bien si no quieres — Miguel negó —, es solo que, Julián te ha visto muchas veces por aquí — señalo a su amigo con el pulgar —, pero, olvídalo, nos vemos.
Miguel dio media vuelta y Julián lo siguió, sin mirar atrás; los adolescentes se miraron entre sí y Agustín acomodó su bufanda, se inclinó, sujetó su mochila y se alejó del lugar, yendo hacia dónde estaba su escuela, por lo que sus compañeros lo siguieron de inmediato y empezaron a hablar sobre lo ocurrido.
—¿Qué fue eso? — preguntó el castaño cuando se alejaron unos pasos.
—El primer paso para que te diviertas un poco — respondió su amigo —, ya es hora de que olvides al “innombrable” — dijo con desprecio, refiriéndose al último ex del otro.
—¿Y piensas que con un niño lo olvidaría? ¡Estás loco! — bufó y apresuró el paso.
—Dime, si ese niño acepta, ¿saldrías con él?
—No aceptó — señaló el castaño con molestia.
—No se negó tampoco — se burló Miguel —, no dijo nada porque había presión social, pero mañana es jueves, así que, vendremos a la papelería, a esta misma hora, si está solo, será tu oportunidad — dijo con emoción.
Julián entornó los ojos y negó, pero al final, una débil sonrisa se dibujó en sus labios; en el fondo, podría ser bueno que Miguel hubiese metido su “cuchara” en el asunto.
Un joven de cuarto semestre se alejó del pequeño grupo de amigos con quien estaba platicando y regresó al salón, dónde aún estaban sus pertenencias, con el celular en mano, junto a su mejor amigo y compañero de departamento.
—¡Eh, Juls! Alex dijo que Rodríguez se lesionó, así que los entrenamientos están suspendidos por esta semana — Miguel pasó la mano por su nuca — ¿tienes algo qué hacer o nos vamos al ‘depa’?
El castaño se recargó en el pupitre — ¿solo necesita una semana para recuperarse? — preguntó con un dejo de extrañeza.
—No sé, supongo que si necesita más, se encargaran de buscar a otro,
—De acuerdo, ¿no tiene nada más que decirnos hoy? — hizo un gesto con el rostro, señalando el celular.
—Lo dudo, de lo contrario, nos habría mandado un mensaje a ambos — Miguel sonrió —, supongo que lo veremos hasta el fin de semana, a menos que necesite algo — el pelinegro se alzó de hombros.
Julián sonrió con malicia —ojalá necesite ir a “visitar” a alguien, ya necesito algo de “diversión”.
Desde el semestre pasado, habían conocido a Alejandro de León; el popular hijo de un hombre acaudalado que entró a esa universidad, andaba buscando “amigos” y se acercó a ellos, con un sequito de hombres vestidos de negro, tras él. Ellos habían sido los mejores en el equipo de futbol americano y debido no solo a su complexión y desempeño, sino a su seriedad, Alejandro habló con ellos; desconfiaron de inmediato, pues les hablaba casi de manera cifrada, más cuando les invitó, junto con otros a quienes reclutó, a ir a una de sus “visitas”, entendieron de qué iba su futuro trabajo, si se quedaban con él.
Al principio, Miguel dudó un poco, pero Julián se sintió mucho más atraído a hacer cosas prohibidas, sin muchas consecuencias; a pesar de que Alejandro estaba en otra facultad, se mantenían en contacto y en seis meses, ellos eran los más “cercanos” a él, cuando se trataba de ir a demostrar quién era en realidad.
—No eres el único — Miguel rió.
—Bien, vamos al ‘depa’, hay que avanzarle al proyecto que nos dejaron hoy…
—Ok…
Julian guardó silencio y luego sonrió por lo bajo, — pero antes, pasemos a comprar unas cosas en la papelería.
—¿Al centro? — Miguel levantó una ceja.
—No — el castaño hizo un gesto de desagrado —, no quiero ir hasta el centro de la ciudad para comprar hojas — señaló de inmediato —, vamos a la de la salida, total, solo son para empezar los esquemas de programas, no es la gran cosa.
—¡‘Sobres’!
Ambos sujetaron sus mochilas y salieron del salón; recorrieron el mismo camino de siempre hasta el estacionamiento, donde dejaron en el auto de Julián sus mochilas y luego fueron a la salida más cercana de su facultad y fueron a la papelería. Ambos eran de familia acomodada y se conocían desde pequeños, más para la universidad, habían cambiado de residencia, ya que su hogar estaba en otra ciudad de ese mismo estado; pero desde que recibían apoyo de Alejandro, rentaban juntos un departamento grande y cómodo, en un edificio de un estatus bastante alto, muy diferente a las casas de acogida universitaria o los pequeños departamentos que rentaban cerca del campus universitario, por lo que muchos los envidiaban.
Mientras caminaban, con las manos en los bolsillos de sus chaquetas, se mantenían en silencio, casi no hablaban a menos de que hubiese algo que comentar; ambos eran reservados y preferían tratar sus cosas en privado, para evitar que la gente escuchara, además, era uno de los requisitos que Alex les había pedido para que no dijeran cosas que pudieran comprometerlos. En el camino, se encontraron a otros que estaban en su misma situación, se saludaron solo con un ademan del rostro y siguieron el camino; no podían fingir del todo que no se conocían, pero tampoco se consideraban más que compañeros.
Al llegar a la papelería, en el exterior, había un par de máquinas de videojuegos, donde algunos jovencitos de la secundaria y preparatoria que estaban cerca del campus universitario, se congregaban para jugar, ya que les quedaba más cerca que el enorme local de videojuegos que estaba algo más lejos.
Julián alcanzo a ver a un jovencito que era asiduo, junto con su pequeño grupo de compañeros; siempre estaba ahí jugando, cuando iba a esa papelería a esa hora, tanto así, que incluso se extrañaba de no verlo, ya que era algo llamativo por su ímpetu y vivacidad. A pesar de que hacía frío, los menores traían solo el uniforme deportivo de su secundaria y uno que otro portaba un gorro, orejeras o bufanda.
—¡Y viene el “especial”! — se escuchó el grito del adolescente que estaba frente a uno de los controles de la máquina, mientras el que estaba a su lado, parecía desesperado por tratar de evitar lo inminente.
Los gritos y algarabía se escuchaban con fuerza; el pequeño grupo parecía burlarse del que había perdido, justo en el momento en que la máquina anunciaba el “K.O.”
—¡Perdiste! — señaló el chico de cabello negro con algo de orgullo y extendió la mano — paga.
—¡Dos de tres!
—Esa era la “dos de tres” — el pelinegro levantó una ceja y seleccionó el turno de sus personajes para el siguiente combate —, paga — repitió con seriedad.
Su compañero gruñó por lo bajo y movió la mano hacia su bolsillo, pero aprovechó que el pelinegro se descuidó un momento y quiso golpearlo.
Nadie atinó a reaccionar, pero alguien lo sujetó de la muñeca, antes de que alcanzara su objetivo y el menor se quejó — duele, ¡duele! — dijo con rapidez.
Los que estaban alrededor se alejaron un paso, un tanto sorprendidos, mientras el pelinegro había aguantado la respiración; estaba anonadado, pero sus ojos vieron a quien había interrumpido y evitado el golpe, era un universitario.
—En mis tiempos, “deudas de juego, eran deudas de honor” — dijo Julián con seriedad.
Miguel empezó a reír — deberías pagar — sentenció, mientras los presentes los miraban con susto.
—¡No pueden obligarme! — recriminó el jovencito sometido.
—¿Ah, no? — Julián lo movió con facilidad, llevando el brazo que sujetaba hacia la espalda del chico y ejerció presión — no soy muy bueno con los niños, así que, paga…
—¡Está bien! ¡Pagaré!
Julián lo soltó y el menor sacó su cartera, extrajo un par de billetes de baja denominación y se los dio, luego agarró su mochila y se fue mascullando, seguido por un par de sus amigos.
—Ten — Julián le acercó los billetes al pelinegro que aún estaba viéndolo con asombro, tanto así que su juego había empezado y él ni siquiera le ponía atención.
—Gra… gracias — dijo en un hilo de voz y sujetó el dinero con lentitud.
—A la otra, asegúrate de jugar con alguien que si vaya a pagar.
Julián sonrió de lado y luego dio media vuelta, entrando a la papelería, seguido por Miguel; el adolescente se quedó con los billetes en la mano pero no se movió. Sentía su corazón acelerado y su rostro arder; los otros chicos que se habían quedado también, observaban a los mayores, pero no decían una sola palabra.
Los universitarios llegaron al mostrador y Julián pidió las hojas; mientras la jovencita que los atendía, iba por ellas, Miguel se cruzó de brazos.
—¿Qué fue eso, Juls? — preguntó con burla.
—¿Qué cosa?
—Normalmente no te metes en asuntos que no te conciernen, especialmente desde el semestre pasado — especifico Miguel, ya que desde entonces, Julián era mucho más serio —, ¿qué fue lo que ocurrió ahorita?
—Nada — el castaño sonrió divertido —, es solo que, como dije, “deudas de juego, son deudas de honor”.
—Fue por el niño, ¿cierto? Es el que siempre vemos cuando venimos por aquí, desde el semestre anterior.
Julián rió por lo bajo — tal vez.
—Vinimos a la papelería por el niño, no por las hojas, ¿me equivoco? — preguntó su amigo en tono cómplice.
—Y si te dijera que sí, ¿qué, Mike? — indagó el castaño, casi de manera retadora, pero con una sonrisa cínica.
—Nada — Miguel negó —, pero, deberías aprovechar…
—¿Aprovechar, qué cosa?
—Aquí están las hojas — dijo la joven que los atendió —, pase a la caja a pagar, por favor — sonrió coqueta.
Julián la miró con indiferencia y caminó a la caja sin decir nada.
—Gracias — sonrió Miguel para la joven y siguió a su amigo —, si no te gustan las mujeres, al menos, sácale el nombre al niño — prosiguió con voz baja, cuando se puso a su lado.
—Es un niño — el castaño suspiró —, aunque Alex dijo que nos respaldaría ante cualquier cosa, mientras le seamos leales, es mejor mantener mi distancia.
—¿De verdad eso quieres? — el pelinegro entrecerró los parpados.
—Lo que quiero es evitar problemas innecesarios — señaló su amigo, con seriedad.
Miguel entendió a lo que se refería, ya que el otro era menor de edad y podría ser contraproducente, pero en el fondo, pensaba que Julián necesitaba algo de diversión.
Ambos salieron de la papelería, pero Miguel sujetó a su amigo por el hombro y lo llevó hasta ponerse al lado de la maquina dónde el jovencito aún jugaba.
—¿Qué haces, Mike? — preguntó el castaño.
Su amigo no respondió, al contrario se dirigió al jovencito que momentos antes ayudaron — eh, niño, ¿cómo te llamas?
—Ahí te hablan, Agus — sonrieron con picardía sus amigos.
El pelinegro desvió un momento la mirada de la pantalla y se irguió, antes de volver a fijar su vista en el juego; se puso nervioso pero trató de no demostrarlo — Agustín — respondió con rapidez.
—¿Cuántos años tienes? — preguntó el mayor.
Agustín frunció el ceño — catorce — respondió —, casi quince — corrigió con rapidez.
—Te dije que era un niño — musitó Julián, un tanto molesto.
Miguel chasqueó la lengua — ¿tienes novia?
Ante la pregunta, Agustín giró el rostro, viéndolo con susto y sus compañeros también pusieron un gesto de sorpresa, mezclada con miedo; Julián no se quedó atrás ante su asombro y frunció el ceño.
«¿A dónde quieres llegar, Mike?» se preguntó el castaño mentalmente.
—¿Por qué? — preguntó Agustín con algo de desconfianza, pero sus manos seguían moviendo la palanca y presionando los botones.
—Porque si no tienes novia, a tu edad, puede que sea porque no has tenido oportunidad o no te gustan las chicas — sonrió el mayor con suficiencia —, así que si me dices que es la segunda, ¿te gustaría salir con mi amigo? — señaló a Julián — yo pago.
Julián abrió los ojos enormemente y los amigos de Agustín se quedaron con la boca abierta; Agustín dejo de mover las manos y el sonido del juego siguió, pero nadie dijo nada, hasta que se escuchó el anuncio del “K.O.”
—Ah — Agustín pasó la mano por la bufanda tejida que portaba, acomodándola nerviosamente sobre su boca y miró hacia los lados con nervios.
«Está avergonzado…» el pensamiento de Julián fue el mismo que el de Miguel y ambos entendieron que no iba a responder, porque sus amigos estaban ahí.
—Está bien si no quieres — Miguel negó —, es solo que, Julián te ha visto muchas veces por aquí — señalo a su amigo con el pulgar —, pero, olvídalo, nos vemos.
Miguel dio media vuelta y Julián lo siguió, sin mirar atrás; los adolescentes se miraron entre sí y Agustín acomodó su bufanda, se inclinó, sujetó su mochila y se alejó del lugar, yendo hacia dónde estaba su escuela, por lo que sus compañeros lo siguieron de inmediato y empezaron a hablar sobre lo ocurrido.
—¿Qué fue eso? — preguntó el castaño cuando se alejaron unos pasos.
—El primer paso para que te diviertas un poco — respondió su amigo —, ya es hora de que olvides al “innombrable” — dijo con desprecio, refiriéndose al último ex del otro.
—¿Y piensas que con un niño lo olvidaría? ¡Estás loco! — bufó y apresuró el paso.
—Dime, si ese niño acepta, ¿saldrías con él?
—No aceptó — señaló el castaño con molestia.
—No se negó tampoco — se burló Miguel —, no dijo nada porque había presión social, pero mañana es jueves, así que, vendremos a la papelería, a esta misma hora, si está solo, será tu oportunidad — dijo con emoción.
Julián entornó los ojos y negó, pero al final, una débil sonrisa se dibujó en sus labios; en el fondo, podría ser bueno que Miguel hubiese metido su “cuchara” en el asunto.
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