Dicen que traer reloj de pulsera en la actualidad es obsoleto, después de todo, ¿para qué lo necesitas si traes un celular, el cual, no solo te da la hora, sino la fecha y además, sirve para mucho más? Es cierto, tienen razón, pero, en clase no puedes sacar el celular o corres el riesgo de que un profesor te lo ‘confisque’; a mí nunca me ha sucedido algo así. Tengo con mi reloj seis años, aunque solo pude usarlo sin que se me cayera los últimos dos, pues es grande para mí y, al bajar el brazo, se resbalaba por mi mano y no quería perderlo.
Mientras escribo en mi libreta, observo mi reloj, sonrío al pensar en lo que significa, pero es solo un pensamiento fugaz; faltan cinco minutos para salir de clases y estoy emocionado; es día de ir por mi pedido a la librería.
El timbre suena cuando el profesor acaba de terminar las últimas palabras del dictado; tomo mis cosas y salgo como rayo del salón.
-¡Nos vemos el lunes! – digo para mis compañeros que aún se quedan en el interior del aula, no les doy tiempo de responder.
Corro hacia la salida, sé que Mary Carmen quería hablar conmigo hoy y también estaba enterado de la razón de su insistencia; pero, no quiero rechazarla como lo he hecho con las últimas tres chicas de mi clase. En los últimos meses, desde que entré a la preparatoria, las chicas revolotean a mí alrededor, como moscas a la miel, porque soy ‘interesante’ según ellas. Al parecer, no haber tenido novia y ser un chico con buenas calificaciones, logra que las mujeres te metan en su radar, hostigándote con insinuaciones.
Solo hay un problema para ellas, a mí no me gustan las chicas.
Pero no soy gay, o eso creo. En realidad, a mí no me gustan los chicos, los veo como amigos, compañeros, camaradas; el problema es que, desde hace mucho tiempo, solo pienso en una sola persona, a pesar de que tengo algunos años sin verlo.
No soy muy atlético, pero tengo la suficiente condición para correr la distancia de casi seis calles para llegar al local del señor José, a quien conozco desde que tengo uso de razón; él es mi vecino. Vivimos en una colonia semi privada, pero él tiene su negocio cerca de mi escuela, una librería céntrica que tiene buenas ganancias.
-¡Buenas tardes! – saludo con emoción al cruzar la puerta principal, mientras desabrocho los primeros botones de la camisa de mi uniforme para refrescarme.
-¡Iván! – Ramón uno de los ayudantes que tiene un par de años en la librería, me recibe – Llegaste rápido hoy, ¿ansioso?
-Como cada mes – sonrío – ¿dónde está don José?
-En la oficina – señala las escaleras al fondo del enorme local lleno de libros, revistas y cosas varias – dijo que, en cuanto llegaras, fueras con él, recibió esta mañana tu paquete.
-¡Gracias!
Camino por los pasillos sin detenerme a echar un vistazo, ya tendré tiempo al salir, de mirar las nuevas adquisiciones; saludo a los otros dos trabajadores cuando me los encuentro de camino, ignorando a la gran mayoría de los clientes que hay viendo libros, y subo las escaleras con rapidez. Toco la puerta y un tranquilo “pase” me da la libertad de abrir.
-¡Buenas tardes! – saludo pero, el semblante del hombre me preocupa al instante en que lo veo.
Don José tiene casi 55 años, una gran calva en la parte superior de la cabeza; la piel, tanto de las manos, como del rostro, está marcada por la edad, pero usa un enorme bigote para disimularlo, así como unos lentes de marco grueso. Normalmente tiene una sonrisa afable y tranquila, pero hoy, hay una mueca de dolor que intenta ocultar ante mí.
-¿Le sucede algo?
-No, no… – niega – estoy bien – su voz se escucha cansada – vienes por el paquete, ¿verdad? – sonríe pero, es solo un dejo de su sonrisa habitual.
-Si… Me dijo Ramón que llegó hoy…
-Así es… – el hombre mueve una caja que está sobre su escritorio y la acerca hacia mí – aquí está – señala – según la lista, están todos los que esperabas, pero revísalos.
-Gracias – me acerco sin quitar la vista de él, abro la caja con una pequeña navaja que está en la mesa, pues aún está sellada.
La caja es un pedido especial que don José recibe para mí desde hace casi tres años; es un secreto para todos, incluyendo los trabajadores y ni hablar de mi familia, que, si supieran que el dinero que obtengo de algunos trabajos, de mi beca y lo que me dan como mesada, solo lo uso para poder pagar esto, me regañarían y me prohibirían seguir haciéndolo, con justa razón; especialmente porque es material para mayores de 18 años, por eso necesitaba un cómplice.
Así es, don José me hace favor de recibir algunos libros y revistas japonesas de ‘manga’, pero no cualquier tipo, sino revistas ‘BL’ ‘Shonen ai’, ‘yaoi’, como le quieran decir; ni siquiera están traducidas al español, a lo más están en inglés, especialmente las novelas ligeras, por eso tardan tanto en llegar. Claro, también compro ‘shonen’, pero ese si está en español y es material que si se vende en la librería de manera normal, esto me sirve de ‘tapadera’ con mis padres.
-Están todos – confirmo después de sacar los volúmenes y guardarlos en mi mochila – en la semana haré el nuevo pedido y traeré el dinero en quince días – anuncio con felicidad.
-Bien… bien… – un suspiro por parte de él me alerta, y mis nervios se crispan al ver como su mano derecha se mueve hasta aferrarse a su brazo izquierdo mientras su respiración se agita.
-¿Don José? – me acerco rodeando el escritorio que nos separa – se ve mal – las perlas de sudor en su frente me asustan.
-Llama… al… médico…
Antes de que termine de hablar, corro a la puerta – ¡Ramón! ¡Moisés! ¡Sam! ¡Don José está mal! ¡Llamen una ambulancia!
Ellos se mueven con rapidez, dos corren a la oficina, conmigo, mientras el tercero se comunica por teléfono.
Todo ocurre con tanta rapidez que, me siento en una vorágine de emociones; soy menor de edad y ni siquiera soy de la familia, así que no me permiten acompañarlo al hospital, pero tomo un taxi para seguir la ambulancia.
Horas más tarde, la señora Renata está en la clínica, junto con mi madre, quien la acompañó porque estaba de visita en su hogar y casi entra en crisis nerviosa al recibir la noticia; está llorando, mi madre a su lado y yo las acompaño. Don José sufrió un infarto, por lo que tendrá que quedarse en el hospital por algunos días y, quizá, necesite reposo en casa; poco a poco, deberá volver a su vida diaria, solo que con algunos cuidados y una dieta especial.
Cuando regreso a casa, junto con mi madre, me encierro en mi habitación y por fin, puedo sacar mi frustración; un par de lágrimas recorren mis mejillas, ese hombre era como un segundo padre para mí, o quizá, como el abuelito comprensivo del cual carecía. Era el único que sabía lo de mis gustos y lo mantenía en secreto; no me juzgó la primera vez que supo y, siempre que me miraba, me decía que lo hablara con mi familia en vez de ocultarlo, pero no podía armarme de valor para decirlo, pues aún no estaba seguro de ser gay.
* * *
Ya han pasado quince días desde que sucedió lo de Don José; lo fui a visitar al hospital y estaba risueño, tranquilo, molesto porque no lo dejaban ir aún y deseaba salir a estirar las piernas. Casi me obligó a que hiciera el pedido de mi material, pues, según él, no habría problemas en la librería para recibirlo, él iba a dar órdenes específicas para ello, así que, lo hice.
Precisamente por eso, tengo que ir a dejar el pago después de la escuela.
-Buenas tardes, Ramón – saludo con una sonrisa mientras me acerco a la caja.
-¡Iván! Buenas tardes – sonríe y se inclina sobre el mostrador – ¿qué te trae por aquí? – apenas voy a responder, cuando interrumpe – no, no me digas, ya sé, traes el dinero de tu pedido, ¿verdad?
-Si – asiento y saco mi billetera, buscando el pago – ¿te lo dijo don José?
-No, me lo dijo Luis – explica mientras recibe el dinero.
-Lu… ¿Luis? – mi voz apenas sale, me quedo estático y siento que mi corazón se acelera.
-Sí, desde hace tres días se está haciendo cargo de todo – confirma – dijo que se iba a quedar ya como gerente, al parecer renunció a su empleo en la ciudad donde estaba, por la situación de su padre… – el sigue hablando, yo siento que me falta el aire – toma, aquí está tu recibo.
-Gra… Gracias…
-Ramón – una voz varonil me obliga a girar el rostro y la imagen me produce escalofríos – necesito que me pases el informe de los últimos pedidos – acomoda sus lentes al llegar al mostrador y sigue observando unos documentos que trae en mano – necesito cotejar algunos datos.
-Claro, en un momento empiezo a imprimir…
Ellos siguen en su plática, mientras yo no puedo apartar mis ojos de él; ahí está, después de seis años de no verlo. De nuevo me quedo ensimismado, admirando su cabello castaño, sus ojos grises que apenas se notan tras sus gafas, sus labios delgados, su nariz recta y perfecta. A pesar del tiempo, nada ha cambiado, sigue siendo el mismo que dejé de ver a los nueve años, cuando se fue a estudiar la universidad y ya no volvió; sigue siendo extremadamente atractivo, o quizá más ahora que tiene 24 años, porque esa es su edad, me sé a la perfección su fecha de cumpleaños y faltan un par de meses para que cumpla veinticinco.
Pero unos momentos después, él da la vuelta, regresa sus pasos y algo en mi pecho duele.
-¿Iván? – la voz de Ramón me saca de mis pensamientos – ¿te sientes bien?, te vez pálido.
-S… Sí – mi sonrisa tiembla – estoy perfectamente – miento – me retiro, nos vemos en quince días.
Salgo de la librería y camino con lentitud; llego al final de la acera y, antes de cruzar la calle, descubro mi muñeca izquierda, dónde porto ese reloj de pulsera que tanto atesoro.
“Si te gusta, te lo regalo…” su voz retumbó en mi mente, mientras los recuerdos me asaltaban.
“Pero no puedo aceptarlo, es muy caro, ¿cierto?...” apenas era un niño de nueve años y él ya tenía dieciocho.
“No tanto como crees, ‘peque’…” respondió con diversión y acomodó sus gafas con su dedo medio “…pero, sí es más caro que cualquier otro, es un regalo de mi abuelo, es especial, así que, quédatelo…”
“No, mi mamá me regañaría si lo acepto…”
Él entrecerró los ojos y finalmente sonrió “…entonces, digamos que te lo presto, cuando regrese, me lo devuelves y yo te daré a cambio algo más…”
“¿Algo más? ¿Qué cosa?...”
Luis se inclinó hasta mí y me susurró “…te lo diré cuando vuelva…” y con eso, logró que mi piel se erizara y mi corazón diera un vuelco.
-Obviamente, no se acuerda – dije con tristeza mientras cruzaba la calle.
* * *
-La señora Renata se siente feliz de que su hijo se esté haciendo cargo de la librería – mi madre departía en la mesa con mi padre y mi hermano, mientras yo me quedaba en silencio – en unos días, don José saldrá del hospital y está empeñada en no dejarlo volver a trabajar en un tiempo, aunque él ya amenazó con hacerlo.
-Así es don José – mi padre rió – jamás había dejado de ir a trabajar en toda su vida, es obvio que no lo van a detener fácilmente.
-Pues a ver cómo le hacen doña Renata y Luis – recalcó mi madre.
-Deberían amarrar al viejito – sentenció Roberto, mi hermano – si no entiende por las buenas, entonces, por las malas.
-Terminé – anuncié poniéndome de pie y llevando el plato a la cocina.
-¿Te pasa algo? – mi padre frunció el ceño.
-No, solo, tengo cosas que hacer – anuncié – voy a salir a casa de Nataly…
-Nataly, ¿eh? – mi madre sonrió de lado – ¿vas de visita?
-Me pidió que fuera a revisar su computadora – explico sin la más mínima emoción – volveré en un par de horas.
-Sí, revisar su computadora – mi hermano sonrió divertido, su tono era de doble sentido.
-Tárdate lo que necesites – mi padre usó un tono pícaro y yo entorné los ojos.
Obviamente mi familia quería que yo tuviera novia, más mi hermano, que ya estaba en la universidad, y quería que fuera tan mujeriego como él. Ir a la casa de Nataly no me llevaba demasiado tiempo, vivía a un par de calles de mi casa y la conocía desde el jardín de niños; pero no sabía qué me iba a topar con un verdadero desastre en su máquina. Necesitaba una limpieza profunda, no solo con respecto a software, sino a hardware; su computadora tenía tanto polvo, que terminé estornudando insistentemente, por culpa de la alergia.
Volvía a mi casa, ya estaba oscureciendo; varios estornudos me asaltaron en la acera poco antes de llegar.
-¡Salud! – dijo alguien desde la oscuridad.
-Gracias… – respondí automáticamente mientras buscaba un pañuelo desechable en mi bolsillo, para limpiar mi nariz.
-¿Estás enfermo?
Después de soplar fuerte por la nariz, levanté mi rostro, buscando al dueño de la voz; se me hacía vagamente familiar, pero solo alcanzaba a ver un resplandor, debido a un cigarro encendido.
-No – negué e intenté caminar.
-¿No quieres platicar un poco? – la silueta se acercó y quedó a mi lado.
Pasé saliva al reconocerlo, gracias a la luz de la calle. Mis labios se abrieron para decir algo, pero nada salió de mi boca.
-¿No sabes quién soy? – indagó con el cigarrillo en mano y mirándome hacia abajo.
-Luis – respondí en un susurro.
Él sonrió, acomodó sus lentes y asintió – sí, así es ‘peque’ – su mano libre se movió y despeinó mis mechones negros – hace mucho que no te miraba.
-Desde la tarde en la librería – reclamé sin querer y desvié la mirada.
-¿En la librería? – su voz sonaba desconcertada – ¿de qué hablas?
-Nada – negué – no es importante…
Luis guardó silencio y después, lanzó el cigarro al suelo, lo pisó y dio media vuelta – ven, vamos a platicar – era casi una orden.
-No puedo – bajé la mirada – es tarde y mis padres se pueden preocupar – me excusé, aunque realmente no quería estar cerca de él, me ponía nervioso.
-¿Seguro? – preguntó de forma suspicaz.
Mordí mi labio y respiré profundamente – deja le aviso a mi mamá – respondí levantando la mirada.
-Te espero – anunció.
Después de eso, fui a mi casa y le dije a mi madre que estaría platicando con Luis; ella no se negó, cuando era menor, pasaba mucho tiempo con él. Regresé mis pasos y él me esperaba frente a mi casa.
-Vamos – dijo con voz de mando – caminemos.
Lo seguí, sin saber a dónde quería llevarme.
-Explícame tu reclamo – pidió con seriedad, sin sacar las manos de los bolsillos de su pantalón y sin detenerse.
-¿Cuál reclamo? – pregunté y apresuré mis pasos para tratar de seguir su ritmo.
-‘Desde la tarde en la librería’ – repitió fingiendo una voz chillona.
-Yo no hablo así – entrecerré mis ojos y apreté los puños.
-Así sonaste hace un momento.
Suspiré y mordí mi labio, quizá tenía razón – en la tarde – empecé a explicar – te vi en la librería de tu papá – señalé – pero tú me ignoraste.
-¿En la tarde? – el parecía no recordar.
-Sí, le pediste unas cosas a Ramón – proseguí para que recordara.
-¿Estabas ahí? – ladeó el rostro y me observó con curiosidad.
-¡Claro que esta…! – no terminé la frase – ¡olvídalo! – dije con frustración y me encogí de hombros apresurando el paso.
Me molestaba darme cuenta que era tan insignificante que ni siquiera me había notado. Sentí la mano en mi brazo, después el jalón para detenerme y girarme.
-Lo siento – dijo con seriedad – de verdad, no te miré – aseguró – mi mente está hecha un caos, tengo preocupación por mi padre, estoy muy ocupado con las cosas de la librería y algo presionado para ponerme al corriente, por eso…
-No tienes que explicarme nada – intenté sonreír – está bien, ¿sí?
-No, no está bien, no quiero que pienses que no me importas.
Me quedé sin aliento y en ese momento, sentí que mis mejillas ardían – está… está bien… – mi voz apenas salió – Luis… – temblé, sus manos en mis brazos parecían quemarme, a pesar de que traía manga larga – me… me estás sujetando muy fuerte…
-Lo siento – se alejó con rapidez – escucha, ‘peque’, quiero que volvamos a ser amigos – sonrió – solo que, estos días estaré ocupado, dame tiempo – pidió y parecía una súplica – solo dame un par de semanas y volveremos a estar como antes de que me fuera – aseguró con total convicción.
¿Qué sucedía? No recordaba haberlo visto de esa manera, con tanta insistencia, incluso necesidad, pero no podía negarme a su petición, más que nada, porque no quería hacerlo.
-Está bien – asentí.
El me abrazó con fuerza y, cuando estaba contra su pecho, a pesar de que tenía aún un rastro de tabaco, pude reconocer el olor de su perfume, haciéndome suspirar con añoranza.
* * *
Los siguientes días, seguí con mi rutina, la escuela, las tareas, mis trabajos casuales, los trabajos de escuela que le hacía a algunos de mis compañeros; todo, para obtener dinero.
No volví a ver a Luis, lo poco que sabía de él, era por las pláticas de mi madre, quien, al ser muy amiga de la vecina, siempre comentaba de esa familia. Don José ya estaba mucho mejor, pero aún no lo habían dejado ir a la librería; la señora Renata casi obligaba a su esposo a seguir con la dieta y, mientras tanto, Luis solo tenía tiempo para encargarse de los asuntos laborales.
Nuevamente miraba el reloj en mi mano, era el día de ir a recoger mi paquete, así que estaba emocionado y ansioso; claro, no era solo por eso, pues aprovecharía para ir a ver a Luis. Todos los días había deseado ir a buscarlo y volver a platicar; pero él había dicho que necesitaba tiempo para arreglar todo, así que, esperaba que ese día pudiéramos charlar un momento.
Salí del aula con rapidez, como siempre que tenía cosas que hacer; nuevamente corrí el trayecto y llegué a la librería.
-¡Buenas! – saludo con emoción.
-¡Iván! – Ramón hizo un ademán con su mano – buenas tardes, ¿vienes por tu paquete?
-Sí – asentí – ¿lo tienes tú?
-No – negó – lo recibí e iba a guardarlo, pero después de que le dije que su padre te lo entregaba en persona, Luis se lo llevó a la oficina – señaló la escalera.
Un escalofrío recorrió mi columna; “no” pensé y sonreí tratando de calmarme, seguramente, Luis simplemente lo llevó al saber que era mío, pero no se atrevería a abrirlo.
-Bien, iré por él.
Caminé por los pasillos y entre las personas que estaban en el local; como siempre, saludé a Moisés y Samuel, que estaban acomodando los libros y revistas que habían llegado ese día.
Subo las escaleras y toco la puerta un par de veces.
-Adelante – la voz de Luis me hace sonreír.
-Buenas tardes – saludo al pasar por el umbral.
Él levanta la mirada, pero tiene un semblante serio; su mirada fría me provoca escalofríos y me obliga a pasar saliva – Ah… Ramón dijo que tenías mi… mi paquete – terminé en un murmullo.
-Siéntate – no es una petición, es una orden, y con esas palabras, señala la silla frente a su escritorio; se pone de pie sin decir nada más, camina a la puerta de la oficina y sale.
Me siento como me indicó; estoy inquieto, incómodo, sé que algo no anda bien. Mis manos sudan y mis piernas se mueven de arriba abajo con insistencia. Escucho la puerta abrirse y tallo las palmas de mis manos en mi pantalón; siento que el sudor corre por mi nuca.
La puerta se cierra y parece que le pone seguro. Luis camina hasta su lugar, pero no se sienta; se inclina y sube con una mano una caja que estaba en el piso, colocándola sobre la mesa. El miedo me invade al verla abierta y con las revistas expuestas, sin el plástico de protección.
-Así que, ¿revistas homoeróticas? – su voz es fría – ¿cómo es posible que, a tu edad, leas esto? – intenta contener su coraje, pero su voz me dice que está realmente molesto – ¡eres menor de edad! Ni siquiera deberías saber de qué se trata, ¿cómo es posible que pagues por estas cosas? Y lo peor, ¡no entiendo como mi padre puede servirte de tapadera! – un golpe en el escritorio con su mano me hace temblar y encogerme en mi lugar – ¿en que estabas pensando Iván? – aprieto los parpados instintivamente – ¡responde!
-No… no se – niego y mi voz amenaza con quebrarse, mis ojos ya están acuosos.
-¡¿Eres gay?!
Su pregunta me da miedo y evito responder.
-¿Tienes novio? ¿Haces eso de las revistas con alguien? – insiste con su interrogatorio y yo no puedo decir nada – ¡Responde, maldita sea! – un nuevo golpe en el escritorio y yo ya no puedo evitar que las lágrimas caigan por mis mejillas.
-No… – apenas un murmullo, pero el pareció escuchar.
-¿No? ¡¿No, qué?!
No sé qué responder, no sé qué debo decir; jamás pensé que él fuese el primero en confrontarme por mis gustos, por mis inquietudes. No creí que el sería el primero en enojarse conmigo por eso.
Mientras seguía temblando, sus manos me apresan por los brazos y me obliga a incorporarme – Responde – sisea y entro en pánico – dime quien es el que se atrevió a tocarte antes que yo, ¡para ir a matarlo!
Apenas termina de hablar, y yo estoy en shock. ¿Qué quiere decir? No lo comprendo. ¿Cuál es la verdadera razón de su enojo?
-¡Responde de una vez!
-Yo… yo… – mi voz es un murmullo y el sigue ejerciendo presión en mis brazos – yo no… no tengo… no hay… nadie – digo al fin – duele – me quejo en un sollozo.
-No te creo – dice con ira y suelta uno de mis brazos para levantar mi rostro con su mano – ¡dime la verdad! – exige como si fuese mi dueño.
Sus ojos grises muestran un destello de ira, un brillo que, momentos antes me hubiese provocado terror, pero ahora, no es así; tengo una sensación extraña en mi estómago, mezcla de emoción, ansiedad, anhelo. ¿Acaso le intereso?
-Yo – intento pasar saliva porque mi boca está seca – no tengo a nadie – aseguro aun con voz dolorida – nadie sabe… nadie… solo tu papá – respondo – no tengo novio – el murmullo apenas se escucha.
-¿Me vas a decir que solo lees esto porque si? – aún me está reclamando, es notorio en su voz – ¿me estas diciendo que no te tocas o te masturbas viendo eso? – señala la caja – ¡no soy estúpido!
-Si lo hago – respondo con rapidez pero al instante, desvío la mirada – pero… Pero… No… Es que…
-¡¿Qué?! ¡Maldita sea! ¡Responde! Porque el solo imaginar al estúpido que ocupa tu mente mientras lo haces, ¡hace que me hierva la sangre!
Bajo el rostro y muerdo mi labio, no sé si sentirme bien por saber que está celoso o mal porque se va a enterar de esa manera – tu… – digo sin más y vuelvo a encogerme.
-¡¿Yo?! ¡¿Yo, qué?!
-Eres tú – repito y cubro mi rostro con mis manos – desde que empecé a leer esto, solo… solo pienso en ti… – confieso – no hay nadie más… lo juro… – y una vez más me pongo a llorar.
Luis deja de hablar, siento como libera mi brazo y el silencio quiere reinar en la oficina, pero mis sollozos no lo permiten.
No supe cuánto tiempo pasó, para mí fue una eternidad; siento la calidez de su abrazo, sus manos en mi espalda y cabello, también puedo apreciar el olor de su perfume, mezclado con tabaco.
-‘Peque’ – su voz era más calmada – me estás diciendo que… ¿te gusto?
Perdí el aliento, mi respiración se agitó, jamás pensé en esa palabra aunque solo podía pensar en él; y mucho menos imaginé que él me lo preguntaría directamente.
-Responde, por favor.
-Creo… Creo que si – dije con vergüenza y ejercí presión en su camisa por los nervios.
Luis me apartó y levantó mi rostro con sus manos de forma delicada, tenía una sonrisa dulce y limpió mis mejillas con sus pulgares – ¿de verdad?
No respondí solo asentí débilmente.
-Y, ¿seguro que no tienes novio? – no parecía creer eso.
-No – negué – no me gusta nadie… Solo tú – aseguré – pero… nadie lo sabe… Ni tu papá… Y si – sollozo – lo admito – me armé de valor para confesarlo – si empecé a ver estas cosas fue… Fue porque no podía sacarte de mi mente desde que te fuiste – recriminé – no me gustaban las niñas, no me gustaban los niños – traté de limpiar mis ojos – solo podía pensar en ti y… Cuando me toqué por… Por primera vez… – mi voz se apagó.
-¿Pensaste en mí? – se acercó a mi oído y sus palabras me hicieron temblar – ¿solo has pensado en mí, todo este tiempo?
-Sí… – susurré.
-Entonces, ¿nunca has tenido pareja? – se alejó de mi oreja y buscó mi mirada.
-Cómo hacerlo si… solo… pienso en ti… Por eso me molesté cuando me ignoraste el primer día – fruncí la nariz con disgusto.
Luis sonrió – y, ¿has besado a alguien?
-¿Cómo podría besar a alguien, si ni siquiera…?
No pude terminar de decir la frase, los labios de Luis estaban contra los míos; su lengua se abrió paso y repasó casi todo el interior de mi boca en su totalidad. Yo estaba sorprendido, asustado, pero, después, me dejé llevar; sus manos bajaron por mi cuello, hombros y se posaron en mi espalda, presionando mi cuerpo contra su pecho. Mi gemido se ahogó en su boca cuando sentí su mano en mi trasero y como una de sus piernas me obligaba a abrir las mías; Luis se alejó y mordisqueó mi labio inferior con insistencia.
-Desde antes de irme – su voz sonaba agitada – deseaba probarte – sonrió con diversión.
Me quedé estupefacto ante su confesión. Con rapidez se quitó los lentes y después me movió para colocarme contra el escritorio; subiéndome a él mientras volvía a besarme.
-¿Qué…? – los nervios volvieron a mí, cuando sus manos se movieron por mi ropa tratando de quitarla – ¿qué haces?
-Lees revistas homoeróticas y, ¿no sabes lo que va a suceder? – su semblante era distinto, cautivante, seductor, perfecto.
-Pero… ¿aquí?
-Sí, aquí y en cualquier lado – aseguró quitando mi camisa y desabrochando mi pantalón – desde hace muchos años, cuando me masturbaba, solo pensaba en ti, no puedes culparme, tengo demasiado deseo reprimido desde mi adolescencia…
-Pero – pasé saliva – era un niño…
-Sigues siendo un niño – se relamió los labios – por eso quería esperar a que crecieras un poco, pero yo también te gusto, así que, ¿por qué postergarlo más?
Desesperación, eso lo dominaba, incluso, uno de los botones de mi camisa, saltó y no supe donde terminó. Finalmente, quedé desnudo, recostado sobre el escritorio; él recorrió mi cuerpo con su mirada, mientras yo sentía que la vergüenza me invadía. Su mano se posó sobre mi muñeca izquierda y acarició el reloj.
-Aun lo tienes – su voz tenía un tinte de añoranza – no creí que lo guardarías o lo usarías…
Reí nerviosamente – hasta hace un par de años pude usarlo – mordí mi labio – antes, se me caía…
Luis se colocó sobre mí y repartió besos en mi rostro – ¿Recuerdas lo que te dije cuando te lo di? –su lengua recorrió mi labio inferior y gemí.
-Di… dijiste que me lo prestarías – pasé saliva – cuando te lo devolviera, me darías algo más…
-Si – asintió y sus labios bajaron por mi cuello – es hora de darte lo otro…
-Y… ¿Qué es?
-Pronto lo sabrás… – mordió mi hombro ligeramente.
Mordí mi labio ante su caricia; no quería hacer ruido, no sabía que tanto podían llegar a escuchar abajo, en la librería. Luis siguió repartiendo caricias en mi cuerpo; no se limitaba a besos, también lamía, chupaba y mordía lo que podía, bajando con lentitud por mi torso y logrando que mis pezones se pusieran erectos rápidamente. Sus manos también recorrían mi piel, consiguiendo que se erizaran por los roces delicados y fugaces que proporcionaba con las yemas de sus dedos.
Mordí con fuerza mis nudillos cuando él llegó a mi sexo. Su boca empezó a darme placer sin esperar más; lamía, besaba, succionaba; sus manos rozaban más abajo, estimulando mis testículos y llegando a mi entrada, pero no se detuvo ahí; incluso, su boca bajó a estimular y humedecer entre mis nalgas, era obvio lo que se avecinaba. Quería negarme, no me sentía preparado, pero mi mente no me ayudaba en ese momento; lo único que podía pensar era en la fantástica sensación que estaba experimentando.
¿Por qué se siente tan bien? Ahora comprendía a los personajes de las historias que leía; se siente tan placentero que te estimulen de esa manera, tanto, que no puedes evitar rendirte ante esa persona, que te lleva por ese fantástico universo del placer sexual. Y por eso, mientras disfrutaba sus dedos recorriendo mi interior y su boca en mi miembro, llegué al orgasmo, por primera vez, sin necesidad de ser yo quien me estimulara.
Sin darme cuenta, él estaba nuevamente sobre mí, besándome con ansiedad, desespero, excitación; toda una mezcla de deseos reprimidos que yo también comprendía a la perfección.
-Déjame entrar – pidió – déjame ser el primero y el único, en tu cuerpo… En tu vida – susurró – déjame demostrarte que te amo y te he amado desde hace años…
No podía responder, ¿qué podía decirle en ese momento? Solo me limité a asentir y abrir mis piernas para él. Luis se acomodó y liberó su erección, colocando la punta en mi entrada; pude sentir la tibieza, pero no quise abrir los ojos, no quería ver.
Se inclinó hacia mí y me besó, mientras presionaba con su pene para entrar; me aferré a su camisa y ahogué un grito cuando sentí como se abría paso con dificultad, a pesar de los preparativos previos. Dolor, eso se siente, dolor, pero aun así, es inmensamente placentero sentir la virilidad de esa persona que amas, entrando; saber que podemos ser uno de esa manera y que, a pesar de ese dolor, el placer está ahí, presente, por eso a pesar de llorar, empecé a gemir.
Los besos, las caricias, nada cesaba, al contrario, él seguía estimulándome mientras yo ejercía presión en su ropa, sobre su piel; disfrutar mis fantasías en la realidad, es tan perfecto, que simplemente, deseaba que esto no terminara nunca.
Una entrega mutua, sin reservas, sin miramientos; romper tabúes, no solo de edad, sino de sexo y, además, amarse de una forma tan especial, hace que la entrega sea sublime. Sudor, besos, mordidas, gemidos, todo nos convierte en un par de amantes que simplemente se limitan a ser felices, sin importar nada más.
El escritorio, el sillón, el piso, cualquier cosa sirve de lecho, lo importante es disfrutar no solo de simple placer carnal, sino de la compenetración que ambos tenemos.
Al final, terminé exhausto, humedeciendo mi abdomen y el suyo; no supe en que momento, Luis también había quedado completamente desnudo. Él llenó mis entrañas con una tercera descarga de semen caliente; gemí por la sensación, pero ya no podía hacer nada más.
Dejamos pasar unos minutos, él estaba contra el piso, yo estaba contra su pecho; sus manos recorrían mi espalda, las mías acariciaban sus hombros con extrema lentitud; el parecía satisfecho con su sonrisa adornando su rostro, yo estaba cansando y necesitaba dormir.
-Te amo, ‘peque’ – susurró después de recobrar el aliento.
-Yo… también… – respondí a media voz.
-Quisiera que hiciéramos esto más seguido – anunció – de hecho, no quisiera separarme jamás de ti…
-Pero – bostecé – no podemos hacerlo aquí… Si nos descubren…
-En unos días empezaré a rentar un departamento, puedes visitarme, a tu madre no le extrañará, después de todo, éramos amigos antes – besó mi cabello – y, cuando seas mayor de edad, podemos anunciarlo, solo faltan tres años…
-¿Crees que funcione? – restregué mi rostro contra su piel.
-Haré que funcione, te lo aseguro – prometió.
-Entonces… – moví mis manos e intenté desabrochar el reloj.
-¿Qué haces? – el detuvo mi acción con rapidez.
-Es hora de devolverlo – sonreí.
-No – negó – quédatelo – volvió a besar mi cabello.
-Pero, ya me diste otra cosa – mi rostro ardió al decir eso, pero era lo correcto.
-Aun así, quédatelo – su mano acarició mi muñeca – quiero que seas el único en tener todo lo mío y de mi…
Sus palabras lograron que riera nerviosamente – Gracias… – susurré.
-Ahora, ‘peque’, es hora de cambiarse – se movió, saliendo de mi interior, consiguiendo que gimiera nuevamente – eres tan sexy…
-No digas eso – pedí con vergüenza.
-Como sea – besó mis labios – me gustaría saber, qué tantas cosas lees.
-¿Para qué? – pregunté mientras él me ayudaba a incorporarme.
-Para saber con qué cosas te excitas…
Por un momento me quedé en silencio, después reí nerviosamente – si quieres, te presto mis ‘mangas’ – mi voz apenas se escuchó – así, puedes ver lo que quiero que me hagas…
-Eso suena mejor – se inclinó hasta mi rostro y besó mis labios – voy a amarte y complacerte, para que no tengas que recurrir a la autosatisfacción o buscar a alguien más…
Moví mi mano y acaricié su mejilla – enamorado ya estoy, pero, si quieres complacerme, solo tengo una petición…
-¿Cuál?
-Deja de fumar – entrecerré mis ojos – no me agrada el sabor que te queda después de los cigarrillos.
Luis apretó los labios, se movió inquieto y finalmente accedió – De acuerdo – su voz sonaba confiada – después de todo, si empecé a fumar, fue porque no encontré otra manera de quitarme el estrés y la desesperación de no poder sacarte de mi mente.
-¿Soy el culpable de que fumes?
-Algo así, pero, no te preocupes – se movió hasta llegar a mi cuello y dejó una marca rojiza – ya tengo una nueva ‘droga’ con la cual entretenerme.
El escalofrío que me cimbró, logró que mi piel se erizara completamente. Luis se alejó y recogió la ropa de ambos, lentamente nos vestimos y me despedí de beso para salir de la oficina.
-‘Peque’ – me detuvo apenas estaba abriendo la puerta – vuelve mañana, por favor…
-Mañana, buscaré una excusa para venir – le guiñé el ojo y me apresuré a salir de ahí.
Bajé las escaleras no tan rápido como normalmente lo hacía y antes de salir, Ramón me detuvo.
-¿Te sermoneó? – indagó con preocupación – parecía muy enojado.
-Es que – pasé la mano por mi cabello – se sorprendió de saber qué era lo que había llegado en mi paquete.
-Pues, ¿qué es lo que compras?
-Revistas para chicos grandes – me alcé de hombros y salí de ahí, dejando a Ramón sorprendido.
Caminé por la acera, acerqué el brazo a mi rostro y observé la hora, era tarde y seguramente mi madre me regañaría, pero no me importaba en lo más mínimo.
“…quiero que seas el único en tener todo lo mío y de mi…” sonreí recordando sus palabras, difícilmente podría saber que sucedería en el futuro, pero, esa era indudablemente, una hermosa declaración y si Luis iba a esforzarse por seguir conmigo, yo también lo haría, después de todo, lo que sentía por él desde hacía años, era amor; acababa de descubrirlo y me gustaba estar plenamente consciente de ello.
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