Durante la migración en el norte de Europa, en el siglo cinco, los daneses ocuparon gran parte de Dinamarca; personas de distintas nacionalidades se interesaron en expandir el territorio y no fueron los únicos. Los hijos de la noche, seres de distinta naturaleza oscura, también llegaron a reclamar esos territorios, dando lugar a que las leyendas siguieran vivas, a pesar de provenir de otras zonas.
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Era una noche fría en el territorio danés, cuando un par de kelpies llegaba a orillas de la isla Orø; el mayor, había llevado a su hijo ahí para platicar con él. Dentro de poco, el jovencito entraría a la edad adulta y, siendo un alfa, seguramente abandonaría su territorio en busca de expandir sus horizontes.
Su padre era el beta más fuerte hasta entonces, pero sabía que ante su hijo era un ser inferior, a pesar de que el menor, era un crío aún.
-¿Qué hacemos aquí? – indagó el pelinegro con desgano, mientras volvía a su forma humana y se sentaba en la orilla. A ninguno le molestaba mostrar su cuerpo desnudo, pues era natural para su raza hacerlo y solo usaban ropa ante verdaderos humanos.
-Tengo que darte una plática importante – sonrió el mayor, sentándose al lado de su hijo – no quiero dejar pasar más tiempo, pues no sé cuándo llegará el día en que despertarás y ya serás todo un macho dominante, al cual, no le pueda dirigir ni la mirada – rió.
-A pesar de eso, siempre serás mi padre – dijo el jovencito, mirando hacia el cielo – eso te deja en un estatus muy alto…
-Lo sé, pero, esto no se trata de mí, sino de ti…
-¿Qué hay conmigo?
-Cuando tu corona se cierre completamente, serás un adulto – dijo refiriéndose a la aleta que adornaba la frente de su hijo, cuando mostraba su forma real, pues solo los alfa tenían esa distinción, una gran corona que abarcaba su frente, hasta debajo de sus orejas – podrás elegir en salir a conocer el mundo, o quedarte un poco más…
-Me iré de inmediato – aseguró el menor – ansío conocer, especialmente Escocia – dijo con emoción, pues era el lugar original de los kelpies.
-Es tu decisión – sonrió el mayor – pero, como simple consejo, deberías dejar Escocia e Inglaterra para después – habló con seriedad – los grandes kelpies siguen en ese territorio y, si te encuentras con otro macho alfa, te podría eliminar con rapidez.
El jovencito apretó la mandíbula. No le gustaba que su padre le dijera que aún no era lo suficientemente fuerte para enfrentarse a otro alfa, pero entendía que se preocupara por él; aun así, aceptaba sus consejos, porque a pesar de que era solo un beta, lo respetaba y sus palabras eran sabias, debido a su larga experiencia.
-Pero de eso ya hablamos antes – prosiguió el hombre – hoy quiero contarte sobre algo más especial y que posiblemente, tú sí consigas alcanzarlo…
-¿Qué cosa?
-Tu ‘consorte’…
La risa del jovencito se escuchó con eco, le causaba gracia que quisiera hablarle de ello – eso es un mito – dijo aun riendo – no hay kelpie en nuestra comunidad que tenga consorte, ni siquiera tú – se alzó de hombros.
-Tienes razón, Akhsyel – dijo el nombre de su hijo con ilusión, pues cuando fuese mayor, ya no podría llamarlo con tanta familiaridad – la ‘consorte’ parece más una utopía que una realidad, pues no todos los kelpies podemos encontrarla… – rió – pero tú eres un alfa, así que tendrás más oportunidad de encontrar a esa pareja única, al poder recorrer el mundo con libertad…
-¿Cómo es posible encontrar un consorte? – preguntó el menor a su padre, sin poder disimular el sarcasmo, aunque sabía que, siendo un beta que jamás lo consiguió, posiblemente tampoco le podría explicar bien.
El kepie mayor suspiró y fijó su mirada en la oscuridad del horizonte – se dice que el olor será lo primero que descubras, un olor único y especial que te acercará a ella, esté donde esté – empezó a explicar – después, la vista te confirmará tu objetivo – aseguró – no habrá nadie más perfecta para tus ojos, y no podrás, ni querrás apartar tu mirada de ella – sonrió – el oído será el tercero, su voz tendrá el tono perfecto que te elevará al cielo con una simple palabra que diga para ti y, desearás que nadie más pueda escucharla…
El jovencito levantó una ceja, eso sonaba demasiado cursi para él, tanto que incluso le daba asco.
-Esos son los tres sentidos que ayudan a los betas a encontrar a su pareja ideal, pero se supone que, para los alfas, también deben actuar el tacto y el gusto – se alzó de hombros, denotando que no estaba muy bien enterado de esa situación – cuando otro kelpie cumpla con todo lo que necesitas, lo sabrás, porque tu cuerpo reaccionará solo – sentenció – aunque quieras evitarlo, no podrás…
-Así que, ¿solo debo buscar a una kelpie beta que provoque eso en mí? – indagó el menor con escepticismo – no suena tan difícil…
-Puede o no ser una kelpie beta, también puede ser un varón…
-¡Así no podré procrear! – reprochó, pues siendo un alfa, quería dejar la mejor descendencia en el momento adecuado, aunque la posibilidad que naciera otro alfa fuese poca.
La risa de su padre fue estridente, pasó su enorme mano por el cabello azabache de su crío y negó –la consorte, a diferencia de nuestra pareja formal, no es para procrear únicamente – aseguró – es una conexión especial y perfecta, por eso es la única relación en nuestra sociedad que es por amor, no por tener cría – dijo con seriedad – si quieres procrear, solo con fecundar a cualquier beta es suficiente, pero, el lazo que tengas con tu ‘consorte’ es completamente distinto, eso lo convierte en tu pareja única… incluso, podrías encontrar a tu pareja en un omega – su voz sonaba a modo de burla.
-¡Un omega! – dijo el menor con claro desprecio – dudo que uno de ellos pueda ser mi pareja…
-Los omega también tienen sentimientos – dijo su padre con seriedad – aunque sean débiles, son más nobles que muchos betas y, estarán dispuestos a sacrificarse por otro, con tal de obtener un poco de atención y cuidado.
-No quiero una pareja débil – el menor frunció el ceño – además de escasos, todos los repudian por ser pequeños, enclenques y sin nada de fuerza, ni poder – soltó con molestia – jamás me fijaría en una de ellos, a menos que sea como concubina y para pasar el rato, y ni hablar de tener cría con ellos, porque serían débiles también…
-Ha habido omegas que dan buena cría – dijo su padre – en escocia, el kelpie alfa más poderoso, tiene en su ascendencia, a una madre omega – contó – si el beta que la acogió, no le hubiese dado su cuidado, ese kelpie no hubiese nacido y ni siquiera era su ‘consorte’…
-¡No importa! – negó el menor – las omega no son atractivas y mejor ni hablo de los varones omega, son peores…
Su padre lo miró de soslayo, entendía el desprecio por el género más débil de su especie, pero cuando fuese adulto, entendería que debía proteger a todos los kelpies de amenazas mayores, incluyendo los omega.
-Tal vez, en unos años más, cambies de parecer – anunció.
-Seguramente pasarán siglos antes de que piense de otra manera – aseguró su hijo con frialdad.
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Revisar documentos, analizar fósiles, una patética rutina que ya me estaba cansando. Aunque era uno de los paleontólogos mejor pagados y encargado de las mejores investigaciones en el museo británico, además de los más codiciados no solo por mi posición, sino por mi físico, realmente, esa vida ya me había aburrido, sintiéndola vacía y sin sentido; aunado a ello, los ingleses ya no me atraían del todo para alimentarme y cada vez buscaba más extranjeros para ello.
Quizá, era momento de cambiar de hogar e ir a otro país, además, tenía algunos años en Inglaterra y ya empezaba a levantar sospechas porque mi físico no cambiaba nada, aunque se suponía ya tenía más de “cuarenta” y siendo una figura pública, era mucho más difícil controlar la situación.
-Sí, necesito un cambio – dije en un susurro, mientras dejaba algunos documentos en una pequeña canastilla, al lado de mi escritorio.
Debía empezar a buscar un nuevo destino y encontrar a quien se encargaría de cuidar el área del Támesis, de la cual, me había adueñado casi un siglo antes. Aunque el nuevo territorio realmente no era algo que me interesara, después de todo, no había nada bueno en el mismo, pero como había permanecido mucho tiempo, los kelpies pensaban que me había establecido; nada más alejado de la realidad, pues ni siquiera había tenido crías, ya que las kelpies beta no llenaban mis expectativas.
Moví mi mano y agarré un pequeño globo terráqueo que tenía sobre mi escritorio; le di vueltas con mis dedos y, empecé a buscar un lugar que no hubiese visitado en los últimos años.
-No he ido a américa en mucho tiempo – levanté una ceja al ver la imagen – creo que la última vez estuve en el amazonas… ¿cuánto tiempo hace? – me pregunté confundido – ¿dos, tres siglos?
Un golpeteo en la puerta me sacó de mis pensamientos, era mi secretaria.
-Señor Olsen… – sonrió – los jóvenes que vienen recomendados de la universidad, han llegado.
Suspiré cansado; durante seis meses debía soportar el incesante barullo de jóvenes universitarios que harían sus prácticas y realmente, era desagradable tener que hacerlo. Pocas veces alguno era útil o me servía de alimento; detestaba a aquellos que usaban drogas y a esa edad, era algo demasiado común, por eso mis prospectos eran reducidos.
-De acuerdo, ya voy – dejé el globo en su lugar y me puse de pie.
Tenía que hacer mi trabajo, aunque mi mente estuviese pensando en el lugar adecuado al que podía ir.
“En Norteamérica hay fósiles de especímenes interesantes, esa sería una buena opción…” pensé mientras recorría los pasillos; me gustaba recorrer el mundo por mi carrera y realmente disfrutaba más eso que encontrarme con otros kelpies.
Al acercarme al lugar dónde estaban los jóvenes, decidí tomar mi actitud seria, aunque al estar frente a esos veinteañeros, a pesar de no querer que fuese de esa manera, mi naturaleza conseguía que ellos se “rindieran” ante mí; las mujeres me miraban y suspiraban, mientras los varones se notaban inquietos al no poder evitar verme. No importaba si eran heterosexuales o no, yo podía hacer que se volvieran gais pasivos, con un simple chasquido de mis dedos; más, realmente, ninguno valía la pena.
Hice las presentaciones rutinarias y ellos hicieron lo mismo; fue ahí cuando una chica me interesó, pero no por lo bonita o interesante que fuera, sino por su lugar natal.
Cuando ellos pasaron con mi secretaria, quien les llevaría a las áreas destinadas para sus nuevas actividades, yo fui a mi despacho y empecé a buscar todo sobre Susana Lizárraga; siendo uno de los encargados de los estudiantes universitarios, tenía acceso a los archivos de la universidad y eso me facilitó el trabajo. Era una joven mexicana que estudiaba una maestría sobre ciencias naturales; ella no estaba haciendo prácticas, solo realizaba una investigación para su curso y, siendo una joven mayor que las universitarias comunes, era mucho más adecuado que alguien de mi “edad”, se fijara en ella.
-México… – musité y estiré la mano, girando el globo terráqueo, buscando el país poco conocido – solo estuve de paso por ahí una vez – suspiré – los fósiles más interesantes estaban en la parte norte, casi en los límites con su país vecino y realmente había especímenes casi completos, de los periodos cretácico y jurásico que ayudan a las investigaciones – comenté en voz baja, en mi papel de paleontólogo, recordando algunas investigaciones que tuve el placer de estudiar.
Pasé la mano por m cabello, realmente necesitaba enfocarme y antes de mi carrera, estaba mi obligación con los de mi raza.
-Y los pocos kelpies que había, si no estoy mal, estaban diseminados más que nada por las zonas costeras – volví mi vista al globo terráqueo y contornee el dibujo del país con mi índice – además, eran familias pequeñas… creo que puede ser una buena oportunidad de conocer más y buscar a los kelpies del interior de país, los de agua dulce siempre son más dóciles… quizá, podría encontrar a una kelpie adecuada para tener cría – sonreí.
En todos mis siglos de existencia, no había encontrado a una kelpie fuerte y que fuese adecuada para decidir procrear con ella, aunque no desechaba la idea; realmente tener crías ya empezaba a ser una necesidad más primordial.
* * *
Al acabar el día, decidí poner en marcha mi acercamiento hacia Susana. Salí de mi despacho y caminé por los pasillos del museo, los cuales estaban desiertos; los visitantes se habían retirado y, las pocas personas que quedaban, eran trabajadores.
Me guie por el olfato, buscando el perfume de la jovencita y la encontré de camino a la puerta del museo; iba junto con un pequeño grupo de sus amistades, posiblemente irían a divertirse antes de ir a dormir.
-Señorita Lizárraga – la llamé con seriedad.
Me di cuenta como se estremeció; sus mejillas se tiñeron de rojo y parecía dudar en acercarse, pero sus amigas la apoyaron para que dirigiera sus pasos hacia donde yo estaba.
-Profesor… Olsen – dijo a media voz cuando estuvo frente a mí, parecía respirar agitadamente – ¿sucede algo?
No pude evitar divertirme con su actitud, y sonreí de lado, curvando ligeramente mis labios, pero eso fue suficiente para que ella estuviera bajo mi hechizo.
-Sí – asentí – ¿le gustaría acompañarme a cenar?
-¡¿Yo?! – preguntó con sorpresa.
-Sí, usted – asentí – me gustaría charlar y, conocerla un poco más.
-Es que… bueno… no estoy arreglada y…
Ladee mi rostro, estiré mi mano y sujeté su mentón don delicadeza, acariciando su barbilla con mi pulgar – para mí, está perfecta – dije con formalidad, pero poniendo en práctica mi seducción natural.
Un sonido ligero escapó de sus labios, mientras sus mejillas se encendían aún más; sonrió débilmente y asintió, ya no podía resistirse. Yo hacía lo que quería con las personas, apresuraba las situaciones a manera de que se acomodaran a mis necesidades y, todo parecía normal para los que estaban dentro de mi juego.
Esa misma noche podía llevarla a mi hogar, tener sexo y al día siguiente empezar una relación formal sin problemas. Ella me serviría para tener una excusa de salir de Inglaterra y, al llegar a mi nuevo destino, poder cambiar y actualizar mis datos personales.
* * *
Aunque mi acercamiento con Susana se dio de forma repentina para sus conocidos, nadie pudo decir nada al respecto; ella, como todos a los que manipulaba, parecía muy feliz por la situación y yo, me comportaba como todo un caballero a su lado. La escuchaba con atención, no por compromiso, pues realmente me interesaba saber de su hogar y especialmente de su familia, por si debía hacer algo con ellos más adelante. En la cama la complacía en lo que ella deseaba, pero yo no disfrutaba lo que ocurría, pues no era mi tipo realmente; era una joven bella, pero, no me atraía sexualmente, ya que estaba acostumbrado a las jóvenes kelpies, quienes tenían un cuerpo más exuberante y atractivo.
Cuatro meses después de inicirar nuestra relación, decidimos casarnos, pues ella terminaría su maestría y debía volver a su hogar. Aunque dijo que podíamos quedarnos en Inglaterra si yo quería, no me fue difícil convencerla de regresar a México, por eso, un mes después de nuestro matrimonio, ambos debíamos viajar. Dejé mi trabajo en el museo y realicé los cambios en mi documentación; ahora ostentaba una nueva edad, más acorde a mi situación, treinta y dos años, así podría seguir teniendo en mi currículo el trabajo en el museo, sin problemas.
Antes de partir, dejé a un kelpie beta liderando el que hasta ese momento había sido mi territorio; fue una sorpresa para todos, saber que me alejaría de ahí, pero no podían decir nada para contradecirme, ni evitar que cambiara mi decisión. Las jóvenes kelpies fueron las que más se decepcionaron de mi partida; durante los años que estuve ahí, deseaban que las tomara como mi ‘consorte’ o al menos como ‘concubina’, algo que no sucedió y dudaba que sucediera en mucho tiempo.
Viajamos por avión y, en el trayecto, ella me dijo la situación.
-No les he dicho a mis padres que nos casamos – anunció con nervios – es que, son muy conservadores y sobreprotectores – suspiró – pero, se los diré pronto, lo prometo.
Sonreí – no te preocupes – negué – si es lo mejor para nosotros, lo entiendo, de todas maneras tenía pensado que nos quedáramos en un hotel, mientras buscaba una casa y un nuevo empleo.
-¿No te molesta quedarte solo en el hotel? – preguntó contrariada – no creo que mis padres permitan que me quede contigo en las noches… al menos hasta que me arme de valor para decirles que estamos casados, o en su defecto, que nos casemos por la religión que ellos profesan…
-Seré paciente y, sea lo que sea que ellos pidan para aceptarme, lo haré…
-Gracias…
Ella me miraba con ilusión y yo, la trataba con cuidado; cualquiera que nos viera, pensaría que éramos una verdadera pareja de enamorados, algo completamente ajeno para mí.
Al llegar a su país, me di cuenta que no vivía en la capital, sino en una de las ciudades más importantes, aunque no había grandes concentraciones de agua cerca, más que una gran presa en las montañas, que alimentaba los ríos que recorrían el territorio del estado, para la agricultura; eso me desilusionó un poco. Difícilmente podría encontrarme con kelpies en esa situación y esa había sido la razón de migrar a ese lugar; tendría que buscar la manera de ir a otra zona; aunque para mis estudios, era el mejor lugar dónde podía estar.
En el aeropuerto conocí a sus padres y hermano; no parecían muy complacidos conmigo, aunque solo fui presentado como el ‘novio’ y realmente, mi actitud y carácter chocó con ellos, especialmente con Guillermo, mi cuñado.
-Así que, tú eres Jared – dijo con desprecio.
-Jared Olsen, un placer – dije con seriedad, estirando mi mano para saludarlo; bien hubiese podido usar mi poder para controlarlo, pero, me era mejor dejar que se comportara de manera normal, eso ayudaría más adelante, cuando me deshiciera de él.
Él levantó una ceja, miró mi mano y tardó un poco en aceptar mi saludo; solo lo hizo porque su hermana lo miró con molestia.
-Igual… – dijo entre dientes.
Sabía la razón de su actitud, era tan notorio que todo el mundo podía darse cuenta, aunque posiblemente callaban para no ocasionar problemas; Guillermo tenía un cariño indebido hacia su hermana, pues estaba enamorado de ella. No necesitaba leer sus pensamientos para saberlo, su simple actitud y desprecio hacia mí lo denotaban; también la manera en que sus padres trataban de no prestarle mucha atención a su comportamiento. Pero no era algo que me preocupara; aunque antes, Susy le hubiese hecho caso, ahora tenía ojos solo para mí, gracias a mi control sobre ella.
La familia de mi esposa tenía una buena posición económica y su hermano llevaba las riendas de su empresa agroquímica. Pero lo que me llamó la atención, no fue la enorme casa, a pesar de que tenía un diseño sobrio, ni los autos lujosos, mucho menos el banquete de fiesta que dieron en su casa y jardín, como bienvenida para la ‘princesa’ de la familia; a mí lo que me impactó, fue la enorme pecera que tenían en el salón principal.
Un gran acuario que abarcaba casi todo un muro, con varios peces exóticos, pero su diseño interior era magnífico. Parecía estar viendo un paisaje real; estaba plantado de manera tan perfecta y única, que podía pasarme horas observándolo y no sentir que el tiempo pasaba. Como hipnotizado, me acerqué hasta el cristal y puse la mano sobre el mismo; los peces reaccionaron inmediatamente, algunos alejándose con temor, otros, acercándose con precaución, parecía que conocían a los de mi especie. Pero había algo ahí, algo que posiblemente pasaría desapercibido para cualquier humano, más no para mí. En medio de todas las plantas acuáticas, había un alga que no era igual a las demás; esa alga tenía un color y forma diferente, además, los peces parecían sentirse cómodos y seguros cerca de ella.
-Kelpie… – dije con sorpresa en un murmullo.
Solo había una manera que esos peces supieran sobre los kelpies, y que esa alga estuviera ahí, pero era imposible; aunque hubiese cerca una presa, un kelpie no se arriesgaría a matar en un lugar dónde podría ser rastreado con facilidad. Solo quedaba una opción; debía ser un alfa y, obviamente, no necesitaba tanto el agua, igual que yo.
-¿Te gusta? – Guillermo me miró con recelo.
-Es bellísima, ¿verdad? – Susy también se acercó y me sujetó del brazo.
Ambos compartíamos un gusto por los acuarios, aunque cada uno por distintas razones.
-Es magnífica, ciertamente – sonreí – ¿tú la diseñaste? – pregunté a mi cuñado, con algo de escepticismo, pues sabía que no era de esa manera, además tampoco creía que tuviera tan buen gusto, como para tener un acuario como ese.
-No – negó y bebió un sorbo de su copa – está la hizo un joven que le gusta hacer paisajes en peceras y acuarios.
-‘Paisajismo plantado’ – corregí con calma.
-Sí – asintió – es uno de los más reconocidos de la ciudad – presumió con orgullo – a pesar de que es muy joven…
“Joven…” sonreí ante esa palabra, yo también me miraba ‘joven’, aunque no lo era.
-A mí me encanta – dijo mi esposa – deberías poner una en la casa que vas a comprar – pestañeó insistente.
Asentí; ella quería una pecera por capricho, yo porque era una necesidad, pero más que eso, deseaba conocer a la persona que hacía dichas obras de arte, posiblemente se convertiría en mi diversión mientras estuviera en la ciudad.
-Me gustaría conocer a quien realizó el paisaje… – dije para Guillermo.
-Eso es sencillo – sonrió de lado – te puedo decir dónde está su tienda, pero tendrías que ir después – se alzó de hombros – hoy pasé temprano por la comida de mis peces y sus asistentes me dijeron que estaba enfermo desde ayer, así que, supongo que no irá a trabajar, hasta dentro de un par de días…
-¿Enfermo? – su hermana lo miró con sorpresa – ¿qué tiene?
-Alergias – dijo con cansancio – es un chico enfermizo y constantemente falta a su trabajo – rió – pero como es el dueño, nadie le dice nada…
“¿Enfermizo?, es imposible…” pensé con duda pues un kelpie gozaba de excelente salud y más, siendo un alfa.
-Y, ¿cuándo crees que deba ir? – indagué con frialdad – realmente, el que diseñen un acuario para mí, es algo que me gustaría probar…
-Podrías ir antes si quieres, pero te recomiendo que esperes al dueño – sonrió de lado, una clara mueca de que traía algo entre manos – podrías esperar a pasado mañana, en la tarde – se alzó de hombros – yo puedo asegurarme de que esté ahí ya que, somos amigos…
“Amigos…”
Curvé ligeramente mis labios, eso solo me indicaba, que mi ‘querido’ cuñado, era el juguete de otro kelpie; posiblemente uno con un muy mal gusto, ya que ese sujeto era por demás insufrible.
-Entonces esperaré, de todos modos, aún tengo que conseguir una casa…
-¿Cuándo buscaras una? – Susy me miró con ilusión.
-Pues… – pasé mis manos por su cintura y la abracé, pegándola a mi pecho – antes de salir de Inglaterra, me puse en contacto con unas empresas de bienes raíces – anuncié – en los próximos días, estaré visitando algunas, ¿quieres acompañarme?
-¡Por supuesto! – sus brazos se estiraron para sujetarme por el cuello.
Mientras ambos nos comportábamos como una pareja enamorada, Guillermo me miraba con ira y celos mezclados; me gustaba esa mirada, pues era notorio que con mi simple presencia, le haría la vida imposible.
* * *
Dos días después, mientras me encontraba en uno de los museos de la ciudad, manipulando la mente de los humanos que ahí trabajaban, para que me dieran el puesto que quería, recibí la llamada de mí cuñado a mi celular.
-“Buenos días…” – dijo con falsa cordialidad.
-Buenos días – respondí desde la que iba a ser mi nueva oficina, observando por el ventanal hacia el río artificial que había a un lado del edificio; por eso me había gustado la ubicación del museo, había agua cerca y tenía muchas fuentes que le daban un aspecto bello, eso me ponía de buen humor, aunque fuese todo artificial.
-“El día de hoy volvió el dueño del acuario, le dije que irías más tarde a visitarlo, espero no estés muy ocupado…”
-¿De verdad? – regresé hacia mi nuevo escritorio y me senté en el sillón – realmente no, no tengo nada que hacer esta tarde – sonreí, pues ya todo estaba hecho y yo empezaría a trabajar al día siguiente – dame la dirección para ir a hacerle una visita…
-“¿Ya te has familiarizado con la ciudad? Si quieres te acompaño…”
-No te preocupes, ya puedo ubicarme en los lugares más importantes, solo necesito una seña particular y, seguramente llegaré sin problemas… – sentencié.
Realmente no quería estorbos pues deseaba comprobar si mis sospechas eran ciertas.
* * *
Antes de las tres de la tarde, llegaba al estacionamiento de un centro comercial importante en la ciudad. Después del museo y arreglar las condiciones de mi nuevo empleo, fui al hotel, a cambiarme de ropa y asearme; si iba a conocer a otro kelpie, iba a hacerlo de la forma adecuada.
Al descender de mi auto, un ligero perfume llegó a mi nariz. Rápidamente levanté el rostro en busca de la dueña de ese olor, pero de los pocos humanos que había en el estacionamiento, pude darme cuenta con facilidad, que no le pertenecía a nadie. Negué; seguramente la persona ya se había ido del lugar, pues el aroma apenas era perceptible; lo extraño era que, a pesar de ello me había puesto ligeramente ansioso. Respiré profundamente, no iba a perder el tiempo con algo que posiblemente no encontraría.
Caminé hacia el edificio, acomodando el saco de mi traje, pasando la mano por mi cabello, recuperando la compostura y mi actitud normal; más todo eso se fue al diablo cuando las puertas automáticas se abrieron.
El dulce olor inundaba el interior y salió en un instante, golpeándome de lleno.
“¡Está aquí!”
Di unos pasos al interior, pero no pude avanzar mucho, me acerqué a un muro y coloqué mi mano sobre el mismo para sostenerme, tratando de calmar mi respiración agitada; como nunca, empecé a sudar, me sentía extrañamente caliente, así que aflojé un poco mi corbata, para poder recuperar el aliento.
-Dulce… – musité, relamiendo mis labios, pues casi podía saborear ese aroma.
Ahora podía estar seguro que ese olor no pertenecía a ningún humano, pero era tan intenso y penetrante, que nublada mi mente; no entendía lo que ocurría pero jamás me había pasado antes. Incluso, mi cuerpo reaccionó sin que pudiera evitarlo; mis uñas crecieron ligeramente y apreté mis puños para que nadie se diera cuenta, mientras las regresaba a su tamaño adecuado con dificultad, pues tenía problemas para controlarme; llevé el dorso de mi mano a mi nariz, para intentar opacar ese perfume tan dulce con mi propio aroma, pero no pude. Mi cuerpo había empezado a liberar otro olor, casi tan intenso como el que había percibido antes; alejé mi mano y observé mi piel con asombro. Una pequeña capa de sudor se había hecho presente con rapidez, desprendiendo algunas feromonas, como jamás había ocurrido.
-¡No puede ser! – dije entre dientes, pues solo podía pensar en algo que mi padre me dijo, poco antes de convertirme en adulto.
“Consorte…”
Era imposible que eso estuviera ocurriendo; pero todo indicaba que así era.
En ese momento, estaba en un lugar donde sabía que había un kelpie varón, pues debía ser el del acuario y no quería aceptar esa idea; si bien, disfrutaba poseer a varones, no quería a uno como mi pareja única.
-Tiene que ser un error… – murmuré.
Tenía siglos que me había alejado de mi hogar, en Dinamarca; me había hecho más fuerte y en mis viajes, pude conocer a otros alfa, de los cuales, me gané su respeto, incluso antes de eliminarlos. Los pocos con los que pude entablar conversación, tampoco tenían ‘consorte’, pues ellos mismo decían que era solo una leyenda; era imposible que lo que estaba ocurriendo conmigo, estuviera relacionado con esa historia tan absurda, pero mi instinto me decía que esa era la razón.
-¿Se encuentra bien? – la voz de una mujer me sacó de mi ensimismamiento.
Un grupo de jovencitas, se habían acercado a mí; una de ellas llegó a mi lado y me habló, pero se alejó de inmediato ante mi reacción. No pude evitar mirarla con asco y desagrado, alejando mi brazo de un movimiento rápido, pues se atrevió a poner su mano sobre mí.
-Sí – respondí con frialdad, tomando una actitud indiferente y alejándome de ella.
Apresuré mis pasos. Aunque hubiese un kelpie varón ahí, era posible que hubiese una kelpie hembra, y ella debía ser la dueña de ese olor tan delicioso; por lo tanto, debía eliminar a su pareja para ‘domarla’. Mientras recorría los pasillos llenos de gente, los humanos empezaron a causarme más repulsión; sus fragancias eran tan desagradables que deseaba hacerlos desaparecer en ese momento, por mezclarse con el perfume que me estaba trastornando.
Momentos después, mi olfato encontró el lugar de donde provenía ese olor.
-Aqua…
Mi corazón se aceleró; ese era el acuario a dónde mi estúpido cuñado me había enviado; no había duda, había encontrado a mi pareja.
Sin esperar más, me acerqué a la puerta de cristal. La campanilla anunció mi entrada y la fragancia que me había llevado ahí, inundaba todo el ambiente; apenas estuve dentro, mis ojos lo encontraron de inmediato.
Era pequeño, con un cabello castaño, ligeramente largo, enormes ojos color miel y piel blanca como la leche, que hacía lucir más sus labios gruesos, sonrosados, apetecibles; parecía un niño, sí, pero era el niño más hermoso del mundo.
“Un omega…” pensé y, aunque debía sentirme decepcionado, fue todo lo contrario.
Sonreí, al notar como reaccionaba a mí, justo cuando nuestras miradas se cruzaron; no había duda, ese pequeño kelpie era el indicado.
Había pasado siglos, creyendo que la ‘pareja única’ era solo un mito, algo inexistente e inalcanzable y en ese momento, tenía frente a mí, a alguien que era más que perfecto, a alguien que estaba destinado a mí y no iba a dejar que escapara; iba a domarlo y sería solo para mí, mi ‘consorte’.
Dirigí mis pasos hacia el mostrador, caminando con lentitud, disfrutando la manera en que él se movía nervioso, temeroso, dubitativo; era tan adorable que podía tomarlo ahí mismo, sin importar que hubiese otras personas presentes.
Pronto, el olor que había en el ambiente, empezó a cambiar; disfruté la nueva fragancia, aspirando con deseo. El cuerpo del pequeño parecía estar reaccionando a mi presencia y empezó a liberar otro tipo de feromonas, las perfectas para adecuarse a mí.
Cuando por fin, después de lo que había parecido una eternidad para mí, los clientes se fueron, me acerqué aún más.
-Buenas tardes…
Sonreí al ver como se estremecía por mi saludo; su actitud lo hacía ver como un pequeño animalito desvalido, que necesitaba que lo tomara a mi cuidado y voluntad.
-Buenas… buenas tardes
Su dulce voz, su matiz, su tono, su timbre; era como si escuchara cantar a una sirena. “No…” me regañé mentalmente “ninguna sirena se compararía a esa voz tan perfecta…”.
-¿En qué puedo servirle? – preguntó y estuve a punto de responderle “en todo…”, especialmente al poder apreciar sus bellos ojos de cerca.
Haciendo acopio de mi fuerza de voluntad y control, decidí seguir en mi papel, era obvio que él sabía que yo también era un kelpie, pero supuse que prefirió disimular, al estar en un lugar “publico”.
-Mi cuñado me envió a este acuario, me interesa comprar una pecera para decorar mi nueva casa…
Ante mis palabras, pareció saltar en su lugar; no se esperaba esa respuesta y, tenía que admitir que debía ser una sorpresa. Aunque Guillermo hubiese ido, el ligero olor que hubiese podido aun portar de mí, no me habría delatado con anterioridad; siendo ese niño un omega, sus sentidos no estaban tan desarrollados.
-Quiero comprar uno grande… – proseguí con curiosidad, necesitaba ver sus reacciones – y realizar un paisaje hermoso, pues a mi pareja le gustan mucho también – dije sin mucho interés, lo que menos quería era hablar de Susy en ese momento – me dijeron que el dueño era una persona muy amable y conocedora – dije con una sonrisa tranquila, para que no tuviera tanto miedo, lo que menos quería era asustarlo más.
-Bueno, si… si me recomendaron, debo esforzarme para no quedar mal – seguía temeroso, seguía dudando, pero su cuerpo reaccionaba solo y no podía evitarlo – ¿qué clase peces o plantas le gustan a su pareja? Así puedo hacerme una idea de lo que tiene en mente y sugerirle algunas otras cosas…
-¿Tú eres el dueño? – pregunté directo, aunque ya sabía la respuesta.
-S… sí – asintió débilmente – soy Efraín Carranza…
“¡No!” tensé mis músculos, yo no quería su nombre humano, yo deseaba su nombre real, ese que solo yo iba a poder decir desde ese momento y en adelante, hasta el último día de mi existencia. Respiré profundamente; debía ser paciente para obtener todo lo que quería de él.
-Un placer, yo soy Jared Olsen – extendí el brazo a manera de saludo, quería tocarlo, necesitaba hacerlo y era la única manera que tenía en ese momento, para poder disfrutar de su piel.
Él titubeó, pero aceptó mi saludo.
“Suave y húmedo…” pensé mientras acariciaba la piel de su mano con la yema de mis dedos, disfrutando su textura y tibieza, algo extraño, pues todos los kelpies manteníamos una temperatura fría, por eso nunca sudábamos, pero él lo hacía; solo había una razón por la cual su cuerpo estuviese así, la reacción hacia mí y el deseo de pertenecerme, justo como yo había sudado al llegar al centro comercial. Su cuerpo se estremeció, su temperatura aumento un poco más y pude apreciar como sus mejillas se teñían de rojo al instante.
-El placer es mío, señor Olsen…
Quiso alejar su mano con rapidez y no lo dejé, al contrario, lo sujeté con mayor firmeza y me incliné hacia él; necesitaba probarlo de una vez. Mis labios rozaron su piel, pero saqué mi lengua para disfrutar su sabor, humedeciendo la piel aún más.
“Delicioso…” sonreí al alejarme y pude darme cuenta como su piel se erizaba por mi acción; su rostro se puso más rojo que antes y sus labios se entreabrieron ligeramente, dándole un aire angelical.
-Mi cuñado no me dijo que serías tan lindo – dije en un murmullo, solo para que él me escuchara y me incorporé, fijando mi mirada en su rostro – creo que, me encantará tener tratos contigo…
-Bien… señor Olsen – él alejó la mano lentamente, parecía temer que reaccionara de manera inadecuada y eso era divertido – ¿qué tipo de acuarios le interesan?
-A mí me gustan mucho los biotopos marinos – si quería hablar de agua y peces, le daría gusto – a mi pareja le gustan los de agua dulce – sonreí cómplice – pero tú, ¿cuáles prefieres?
Un nuevo sobresalto y observé como su pecho se movía al compás de su respiración agitada, mientras trataba de evitar mi mirada – pues… no creo que eso tenga que ver, si el acuario será para la casa que compartirá con su pareja, debería pensar en ello como necesidad primordial – hablaba con rapidez, estaba ansioso, igual que yo.
-Podría comprarle a mi pareja el que ella quisiera, pero realmente, me interesaría saber cómo diseñarías uno tú, si te diera total libertad de hacer lo que desees en mis dominios – dije sin titubear, realmente quería que se diera cuenta que lo quería para mí, de una u otra manera y, no solo para un juego.
Él no me pudo responder, pues la campanilla de la puerta sonó; giré mi rostro, observando con molestia al recién llegado. Necesitaba algo de tiempo para poder llegar al acercamiento adecuado y ‘domar’ a ese pequeño kelpie y ahora, no podría hacerlo, al menos no en ese momento.
-Buenas tardes – sonrió el joven que llegó – lamento la tardanza ‘Efra’.
Apreté mis puños, al notar cómo ese sujeto le hablaba con tanta familiaridad a mi pequeño y futuro consorte.
-¡Benja! – Efraín parecía aliviado por la interrupción – yo, tengo algo que hacer, ¿podrías atender al caballero por favor?
Levanté una ceja ante esa excusa tan tonta para huir de mí, “¿tanto miedo tienes de ceder?”. Con esa acción pude darme cuenta que realmente era un crío; no sabía que era malo que me dejara con un humano, pues podría obtener toda la información que necesitaba de él.
-¡Claro! – asintió el recién llegado – ¿qué necesita? – preguntó acercándose a mí con rapidez, mientras mi futuro compañero único salía corriendo, perdiéndose tras una puerta.
Sonreí mientras lo seguía con la mirada, realmente era tan adorable, que me daban ganas de ir tras él, para que se diera cuenta que no podía escapar de mí. El poder alejarse e ir a un lugar ‘seguro’, era solo una ilusión que yo le permitía tener en ese momento; tarde o temprano terminaría en mis garras, en mi cama y completamente dominado por mí.
-¿Cómo te llamas? – pregunté para el joven que ahora me atendía.
-Benjamín Ramos – sonrió amable.
-Gracias – fijé mi mirada en sus ojos y en un segundo, cayó en un trance – Benjamín, ¿qué eres de Efraín? – pregunté directo.
-Es mi jefe… – dijo con voz cansada.
-¿Tienes algo que ver con él? – mi voz fue casi un gruñido.
-No, solo lo cuido, junto con Francisco, para que esté a salvo…
-¿A salvo? – eso era extraño, por qué necesitaba de humanos para protegerlo.
-Aquí en el acuario, que nadie se le acerque de más, a menos que él lo permita, porque realmente no es muy fuerte – explicó.
-¿Saben que es un kelpie?
-Sí…
-¿Cómo se enteraron?
-Él nos contrató para limpiar su casa, después de alimentarse – contó con debilidad – por medio de… una agencia… especial…
-Así que, van a su casa cuando se alimenta, ¿dónde vive?
-En una colonia, en las afueras de la ciudad, en un área boscosa que abarca casi toda una montaña de extensión…
-¿Cómo entro? – entrecerré mis ojos debía cortar pronto la conexión o podía dejar inconsciente al jovencito, era obvio que mi pequeño futuro cónyuge, jamás había usado control mental sobre ese humano.
-Tienen el acceso controlado, nadie que no sea residente puede entrar sin permiso, porque si no, los habitantes eliminarían a los guardias por no hacer su trabajo, y a quien se atreva a ingresar a sus dominios…
-¿Hay más kelpies ahí?
-No – negó con pesadez – hay otros seres nocturnos, pero no más kelpies, Efra es el único y todos lo cuidan, por ser el más pequeño…
“Así que está en una cofradía mixta…” no podía sorprenderme por esa información. En mis viajes, conocí lugares con hermandad de seres nocturnos mixtos, los cuales eran rechazados por sus propios clanes o ellos mismos se aislaban, debido a algunas actividades que no eran bien aceptadas en sus sociedades; compartir lecho con un ser diferente, incluso procrear híbridos o tener relaciones con alguien que debía ser un enemigo natural, pero sobre todo, los que más las integraban, eran aquellos que en su localidad eran débiles y por tanto, los expulsaban para que murieran, así terminaban teniendo una relación simbiótica con otros en su misma condición y por ello se cuidaban entre sí.
-Ya para terminar, dime, ¿a qué hora sale tu jefe de aquí?
-Cerramos a las ocho, pero él sale más tarde, especialmente cuando tiene que hacer inventario, como hoy… entre nueve y diez, más o menos…
-Gracias, Benjamín – corté la conexión y sonreí, al ver como él pasaba la mano por su cabeza, parecía mareado – realmente me has ayudado mucho.
-Lo… ¿lo hice? – preguntó confundido.
-Sí – asentí – pero, volveré cuando el dueño pueda atenderme en persona, ya que deseo un acuario muy especial…
-¡Oh!, está bien, venga cuando guste, pero de preferencia en la mañana – anunció cordial – Efraín tiene más tiempo libre durante las primeras horas del día y si es un paisaje plantado, puede hacer una cita para que vaya a su hogar…
-Lo tendré en cuenta… con permiso.
Di media vuelta y salí del local; solo tenía que esperar a que mi dulce pececillo saliera y podría abordarlo con facilidad.
* * *
Fui al hotel, me comuniqué con mi esposa para avisarle que tendría ocupada la noche en unas cuestiones de mi nuevo empleo y no podría verla hasta el día siguiente; después, me preparé para acudir al centro comercial una vez más.
Eran casi las ocho cuando llegué; algunos locales estaban cerrando ya, entre ellos el acuario, pero otros, se mantenían abiertos, como el cine y algunos restaurantes. Me quedé en uno de ellos, bebiendo una copa, mientras esperaba con calma; tenía suficiente paciencia para esperar el momento adecuado y ese era, al salir de ahí.
Casi a las diez, pude darme cuenta que mi presa salía de su trabajo, no llevaba nada más que unas llaves y caminó con total calma, recorriendo los pasillos, parecía ensimismado en sus pensamientos y eso me servía, para que no se diera cuenta que lo seguía. Antes de salir, pagué el boleto del estacionamiento y después fui tras él, guiándome por su dulce olor.
Tuve que bajar al estacionamiento subterráneo, no imaginaba que estaría tan lejos, pero debía seguirlo. Apenas llegué a la planta donde estaba él, me di cuenta que no estaba solo.
“Un humano…” dije con molestia y me quedé tras un pilar, observando con atención desde mi lugar.
-¡Jamás querría volver a tener algo contigo!
-Ninguna ‘puta’ me bota, así como así, ¿qué pasaría si te arranco esos lindos y coquetos ojos? apuesto a que nadie más se interesaría en ti.
Apreté mis puños al notar como lo estaba tratando, pero debía esperar, aunque no pude aguantar más, al escuchar a ‘mi’ pequeño hablar con dolor; no parecía ser lo suficientemente fuerte para defenderse.
-Suel… ta… me…
“…solo lo cuido, junto con Francisco, para que esté a salvo… aquí en el acuario, que nadie se le acerque de más, a menos que él lo permita, porque realmente no es muy fuerte…” las palabras de su empleado me hicieron recordar que era un omega y además, muy pequeño, posiblemente no tenía fuerza en su forma humana y no podía defenderse solo.
Me moví con rapidez sin dudar más; en un instante llegué tras ese sujeto que se atrevió a tocarlo y lo alejé de Efraín de un solo movimiento – ¡él ya dijo que no quería nada contigo!
Le di un par de golpes; le rompí la nariz y le saqué el aire, pues tuve que controlar mi fuerza en el último momento. Cuando ese sujeto estuvo de rodillas, giré mi rostro a ver a mí pececillo, acercándome para ayudarle, pues estaba en el piso, viéndome con susto.
-¿Estás bien? – pregunté sin ocultar mi preocupación.
-S… sí – asintió, pero no parecía muy convencido.
Cuando pasó las manos por su cuello, pude notar como su delicada y hermosa piel había sido marcada por ese despreciable humano, que se había atrevido a tocarlo; posé mi mirada en esa basura, dejando que mis uñas crecieran con rapidez y estuve a punto de ir a matarlo, aunque tuve que detenerme antes de hacerlo. Los guardias del edificio me interrumpieron y ellos se encargaron de lo demás, incluyendo, la llamada a la policía; yo me mantuve al lado de Efraín, no iba a dejarlo solo, menos ahora que sabía que realmente necesitaba protección en todo momento. Al saber que no podía usar su automóvil, por haber perdido las llaves, vi mi oportunidad para el acercamiento que buscaba desde la tarde.
Después de nuestra declaración en la comisaría, él trató de evitar que lo llevara a su casa.
-No es necesario… – su voz tenía un matiz nervioso.
-¿Piensas tomar un taxi? – pregunté con una sonrisa tranquila.
-No le veo problema – negó – puedo pagar en mi residencia, en caso de que no me alcance lo que traigo y…
-No voy a dejar que vayas con un desconocido – no pude evitar denotar mis celos ante la simple idea – sube – ordené, abriendo la puerta del copiloto.
Él hizo un mohín encantador y terminó cediendo.
“No puedes oponerte, pequeño…” pensé confiado, mientras cerraba la puerta para ir a mi lugar.
-Dime tu dirección… – pedí al estar en mi lugar y encender el GPS, pero no hubo respuesta; lo miré de soslayo y me di cuenta como apretaba los parpados, aun parecía querer resistirse – tu dirección – presioné.
-Está bien… – dijo con cansancio.
“Tengo que enseñarte que no puedes negarte a mi…” sonreí mientras ajustaba el GPS.
* * *
Durante el trayecto, él no dijo nada y yo no lo presioné; no era el momento de hacerlo. Aunque faltando poco para llegar a nuestro destino, él rompió el hielo.
-¿Qué hacías en el centro comercial a esa hora? – preguntó a media voz, pero sin dirigirme la mirada.
-¿Qué hacía? ¿No es obvio? – pregunté con sarcasmo.
-No para mí – negó y se abrazó a sí mismo.
-Te estaba esperando – respondí con seguridad.
-Es tarde – anunció a media voz – ¿no deberías estar con tu pareja?
Me causó gracia esa pregunta, a modo de reproche infantil; realmente era un crío y aun así, deseaba domarlo como si fuese un adulto.
-No, por el momento yo me estoy quedando en un hotel, su familia no confía mucho en mí, especialmente su hermano – lo miré de soslayo, quería que se diera cuenta que sabía su secreto y lo conseguí, lo supe por su actitud.
Sonreí complacido y volví a prestar atención al camino.
-Pareces asustado, para que no pienses mal, te contaré de mi – dije con calma, necesitaba que confiara un poco en mí, lo suficiente para que me permitiera entrar a su vida – mi edad no es relevante, pero estudié paleontología en Zurich y tengo una maestría en paleontología aplicada, entre otros estudios – dije sin mucho interés, realmente amaba mi profesión, esa que había estudiado desde hacía muchos años atrás, incluyendo varias especialidades, pero no era el momento de hablar de ella – conocí a Susy en Inglaterra, pues por su maestría, ella colaboraba en el museo británico de historia natural, dónde yo estuve trabajando hasta hace poco – escuetamente, expliqué mi relación con Susana.
-Susy, la hermana de Guillermo – escuché claramente su voz, aunque fue un susurro.
-Sí, la hermana de Guillermo…
-Ella es tu pareja, ¿es tu novia?
Reí ante esa pregunta tan inocente – realmente es mi esposa.
De inmediato, giró el rostro, mirándome con miedo, expectación y algo de incredulidad; seguramente no se imaginaba que estuviera casado con ella, pues mi cuñado tampoco lo sabía.
-Sí, lo es – repetí para que no quedara duda – solo que, su familia no lo sabe aún, pues ella no quiere decirles hasta que me acepten – le guiñé un ojo para hacerlo mi cómplice y detuve el auto en la caseta de vigilancia, pues la barrera tipo pluma estaba abajo y no podía ingresar si no me permitían el paso.
Un par de hombres, claramente humanos, se acercaron; obviamente no conocían el vehículo, así que parecían recelosos, pero al ver a mi compañero, sonrieron amables y no dijeron nada más, alejándose para permitirnos el acceso.
Era una zona por demás exclusiva; mientras recorríamos la calle, pavimentada de manera rustica, para darle un aire más agradable, pude notar las grandes casas diseminadas por el inmenso terreno boscoso. Eran pocas a comparación de otros asentamientos, era obvio que cada habitante tenía su privacidad y eso era bueno en lugares como esos, donde todos tenían algo que esconder; aunque los demás supieran sus actividades, no era agradable hacer algunas cosas de manera pública. Efraín me fue dando indicaciones para llegar a su hogar; pasamos por un par de glorietas adornadas con esculturas modernas y fuentes, hasta que finalmente, nos detuvimos frente a una construcción que se diferenciaba de casi todas.
La casa era minimalista y, a pesar de los enormes muros que la protegían en la parte frontal, alcancé a ver la segunda planta con enormes ventanales; seguramente, estos le permitían tener completo control de su terreno, mientras estuviera en su casa, por lo tanto, la planta baja debía ser igual.
-Aquí está bien… – su débil voz me sacó de mis divagaciones y observé como se quitaba el cinturón.
-¿No me invitarás a pasar? – pregunté con curiosidad.
-Estás casado, ¿o no?
Su tono de voz denotaba su molestia y celos; era tan lindo verlo molesto por esa situación, su actitud lo hacía parecer más mi pareja, aun antes de poseerlo.
-No me dirás que no te gusta pasar un buen rato con personas que tienen compromiso, ¿o sí? Lo dudo – dije con diversión mientras lo miraba directamente a los ojos – mi “querido” cuñado lleva años con su novia y aun así, tú y él se entienden… o ¿me equivoco? – gruñí con molestia.
A pesar de que estaba plenamente consciente que todos los kelpies éramos seres con muchas parejas sexuales, la simple idea de que él estuviera con otros, me llenaba de coraje. No quería que nadie más lo tocara, especialmente el imbécil de Guillermo.
-Tengo veinticuatro años… – musitó y consiguió que le pusiera atención.
“Realmente es un crío…” pensé con asombro, pues no imaginaba que estuviera tan pequeño y a la vez, resultaba interesantemente atractivo para mí. Si desprendía esa tal cantidad de feromonas, aún sin ser un kelpie desarrollado completamente, no podía llegar a imaginar lo que pasaría cuando fuese un adulto.
-…no tengo estudios universitarios, no tengo comunicación con mi familia desde hace tiempo y el acuario, así como todas mis posesiones, han sido “regalos” por mis favores – hablaba rápido y se notaba avergonzado, parecía pensar que eso me alejaría – no soy la clase de persona con la que alguien como tú, se relacionaría.
Sonreí; ese niño no tenía idea de lo que yo quería de él. Seguramente había abandonado su familia antes de saber sobre las los consortes y no tenía ni idea de lo que le estaba ocurriendo conmigo, así que, debía actuar con precaución.
Debía calmar mi ansiedad y acercarme a él sin asustarlo – si eso quieres, yo también puedo pagar por tus favores – le acaricié su mejilla, disfrutando la suavidad de su piel – y mucho mejor de lo que te imaginas – le guiñé un ojo y me quité el cinturón para acercarme a él, hasta que nuestros labios estuvieron a escasos milímetros – aunque preferiría que fuese de otra manera, que lo desearas tanto, así como yo… – confesé.
El no pudo poner más resistencia y pude disfrutar sus labios; el beso empezó lento, pero poco a poco, empecé a aumentar la intensidad. Quería probarlo, saborearlo, reconocer cada rincón de su boca, así que, sin pensar, permití que mi lengua creciera, introduciéndose aún más en esa tibia cavidad que se ofrecía a mí, mientras sus delicados gemidos se ahogaban en medio de la caricia. Bajé mi mano por su cuello y sentí como se estremecía, mientras su temperatura aumentaba con rapidez y empezó a corresponder con necesidad; ya no había marcha atrás, esa noche lo convertiría en mi consorte.
-La… la puerta del porche es automática… – musitó cuando me alejé de su boca para degustar la piel de su cuello, dónde latía su vena – no puedo abrirla sin… sin la llave de mi auto…
-No necesitamos meter el auto a tu casa, solo necesitamos entrar tu y yo… – mordí con cuidado, pues mis dientes ya habían cambiado y no quería lastimarlo, aunque el esfuerzo para controlarme era demasiado, especialmente porque esa hermosa piel blanca estaba desprendiendo más feromonas en ese momento, de las que había podido percibir en el acuario.
Cuando él accedió, tuve que alejarme para ir a abrir la puerta del auto. Ambos entramos a la propiedad y después, lo seguí por el camino, sin prestar atención a lo que había alrededor; todos mis sentidos estaban puestos solo en él y nada era más importante que eso para mí, en ese preciso instante.
Apenas abrió la puerta, ya no pude resistir más. Lo sujeté entre mis brazos, haciéndolo girar y me adueñé de sus labios una vez más; mis manos recorrieron su espalda, descendiendo con desespero hasta sus nalgas y lo levanté sin mucho esfuerzo, obligándolo a abrir las piernas para que las pusiera alrededor de mi cintura. Lo pegué contra mi pecho, y dejé sus deliciosos labios para bajar a su cuello una vez más, pero esta vez, succionando y mordiendo con mayor deseo, justo el área que tenía la marca de ese despreciable humano que se había atrevido a tocarlo.
“Lo mataré…” sentencié, pues encontraría la manera de arrancarle la piel por haber osado tocar a mi inocente pececillo, así tuviera que controlar a todos los policías de la estación, donde se había quedado encerrado.
Pero no pude pensar coherentemente por mucho tiempo. Los delicados gemidos de mi pareja empezaron a trastornarme; jamás había escuchado un sonido tan hermoso en mi vida y no quería dejar de escucharlo jamás. En un instante, él también se perdió en el deseo; sus pequeñas manos se aferraron a mis hombros, sus piernas se movían con desespero, mientras su cuerpo se ondulaba, rozándose contra el mío con ansiedad.
-¿Dónde…? – gruñí, pues ya no iba a aguantar más tiempo en los momentos previos.
-Arriba… fondo… ultima… puerta… – terminó en un gemido, exponiendo más su cuerpo para mí; él también deseaba que pasáramos al siguiente nivel.
Sin soltarlo, subí las escaleras, dirigí mis pasos a dónde había dicho, encontrándome con la puerta cerrada, así que la patee sin dudar; no importó que se desprendiera de su lugar, no iba a detenerme con nimiedades, lo único que quería era reclamar a mi compañero y debía hacerlo de inmediato.
Me dejé caer sobre su pequeño cuerpo, apenas estuvimos cerca del colchón. Nuestras manos se movieron desesperadas; él, seguía como humano, pero yo, no podía controlarme más, así que mis uñas crecieron y desgarré nuestra ropa sin miramientos. Deseaba sentir el calor de su cuerpo contra el mío y rápidamente quedamos desnudos, mientras nos besábamos con demanda.
Por fin lo tenía a mi merced, por fin lo tenía a mi lado y estaba ahí, solo para mí, para que lo tomara como mío, sin reservas, sin restricciones, completo.
Mis manos recorrieron su cuerpo a la par que mis labios, bajé saboreando la piel de su cuello y hombros, mientras sus gemidos retumbaban en la habitación y su delicioso aroma inundaba mi nariz; era tan perfecto, tan especial, tan único, que no encontraba la manera de demostrar todo lo que él ocasionaba en mí, aún sin proponérselo.
Abrió sus piernas y pude acomodarme entre ellas; su rostro tenía un gesto de temor y deseo mezclados, parecía un pequeño kelpie, a punto de morir devorado por una bestia más grande y, en parte, así sería. Se miraba tan dócil y sumiso, pero a la vez, tan excitantemente cautivador, que no podía rechazar su delicioso ofrecimiento.
No podía tardar más, necesitaba tomarlo; todo mi ser exigía que lo poseyera y mi instinto me gritaba que lo domara de inmediato, así que no pude pensar en prepararlo antes. Entré de golpe, sintiendo como su interior se rendía ante mí con algo de dificultad; su grito me confirmó que a pesar de que hubiese tenido pareja antes, jamás había estado con otro kelpie y lo acababa de lastimar. Seguramente lo había roto por dentro, pero en ningún momento pidió que me detuviera; su gesto de dolor era casi como un trofeo para mí. Sus lágrimas humedecieron sus mejillas y descubrí que su cuerpo desprendía una nueva fragancia, más intensa, más especial. Ya nos habíamos unido y era mío, aun sin llegar a la mejor parte.
Una de mis manos lo sujetó de sus suaves y seductoras nalgas, levantándolo para poder embestirlo con mayor facilidad; sabía que le ocasionaría más dolor y posiblemente sangraría de forma abundante, pero realmente no importaba, su sonrisa me decía que a pesar de todo, lo disfrutaba.
Me incliné hacia él y le mordí el cuello, dejando la marca de mis dientes, pero no era la que quería dejar, no era el lugar adecuado para ello, esto solo era el preámbulo de lo que le esperaba a mi lado. Sus gemidos se intensificaron y su pequeño y frágil cuerpo parecía que se rompería en mil pedazos, mientras seguía el vaivén que yo le imponía.
-¡Más! – gimoteó con deseo.
Su voz pidiendo de esa manera, era tan encantadora que no pude evitar ir en busca de su boca una vez más; esos hermosos y sensuales labios que me habían cautivado en cuanto los vi en su acuario, sonrosados y perfectos, aunque apenas me habían sonreído en la tarde, ahora eran solo para mí y quería disfrutarlos completamente. Los mordí con fuerza, sacando sangre de ellos y mezclándola con su dulce saliva. Marcaría cada centímetro de su piel, no importaba que otros pudieran verla, quería que llevara mis marcas de propiedad y que no solo los kelpies supieran que me pertenecía, sino todos los humanos que lo vieran.
-Dulce… – dijie con emoción – tienes que ser mío, ¡solo mío!
Sentí como se estremecía; aún tenía un poco de lucidez. Si realmente era un crío y no estaba en celo, su mente seguía teniendo un poco de control; era una defensa natural, seguramente tenía miedo de lo que podía pasar y obviamente no confiaba del todo en mí.
-No… no… debo… – dijo a media voz, pero parecía querer lo contrario, pues su cuerpo correspondía a mis caricias.
Su cuerpo se movía, ondulándose bajo el mío, rozándose contra mi piel; deseoso, necesitado, todo lo que su boca no se atrevía a decir, su cuerpo me lo gritaba con su actitud y era lo único a lo que le haría caso. Una de mis manos serpenteó hasta su pecho, pellizcando sus pezones que estaban erectos y sentía su delicada dureza contra mi torso, exigiendo atención; más no imaginaba que al hacer eso, el deseo se desbordaría de él.
Su gemido mitad grito, hizo eco en la habitación y su pequeño miembro palpitó, llegando al orgasmo entre nuestros cuerpos, manchando su abdomen con ese líquido caliente y pegajoso; su cuerpo se estremecía, su interior se contaría con fuerza, apresando mi pene y dándome un placer que jamás había experimentado con anterioridad. Su hermosa sonrisa era un premio para mí, parecía feliz y dichoso en ese momento, así que, a pesar del dolor que le había causado, estaba más que satisfecho.
Era el momento, necesitaba domarlo ahora que ya no podía oponerse más a mí.
Salí de su interior y antes de seguir, bajé por su piel, acariciando con mis manos y labios, disfrutando de la suavidad al tacto y especialmente de su sabor; ahora que había llegado al orgasmo, su sudor tenía otro matiz, mucho más dulce que antes, pero nada comparado a su semen. Mi lengua se estiró, recorriendo su abdomen y recogiendo todo ese líquido pegajoso, tibio y delicioso; limpiando su cuerpo a conciencia y bajando después a su pequeño pene. Jamás imaginé que el sexo de un omega fuese tan pequeño y delicado, pero aun así, ese me parecía tan perfecto y especial, que debía tratarlo con la devoción que merecía. Introduje su miembro en mi boca y empecé a succionar, estimulándolo de nuevo, para poder escuchar sus gemidos.
Cuando Efraín empezó a responder, me alejé un poco, disfrutando de la vista. Él aún no se recuperaba completamente del orgasmo pero su cuerpo estaba dispuesto a seguir mi ritmo y eso era gratificante; solo mi ‘consorte’ podía responder de esa manera, a pesar de estar fatigado.
-La noche, apenas empieza… – sentencié y deposité un beso en la punta sonrosada de su pene, que se mostraba ante mí, erguido una vez más.
Sin miramientos, lo hice girar, obligándolo a levantar la cadera para volver a penetrarlo.
Efraín gimoteó cuando estuve de nuevo en su interior, pero no podía hacer nada más. Su cuerpo se exponía para que lo tratara de la forma que yo deseaba; estaba dispuesto a satisfacer mi deseo, ofreciendo su cadera para que lo mancillara una y otra vez. Lo sujeté del cabello, jalándolo hacia mí para que su espalda se arqueara más y penetrarlo con mayor facilidad.
-¡Quiero domarte! – anuncié – quiero que seas mío y si tienes dueño, quiero borrarlo de tu mente… ¡de tu cuerpo!
-¡No!
Sollozó y eso alteró mis sentidos; a pesar de que su interior se tensó de inmediato para mantenerme dentro y que no me alejara, él parecía querer negarse aún.
-¡¿No qué?! – pregunté con furia.
¿Cómo era posible que siguiera negándose a mí, si su cuerpo ya se había rendido?, no podía tener tanta voluntad y sobrepasarme, ¡era un omega!, un débil, delicado, sexy, sensual y perfecto omega, que estaba destinado a mí, un alfa; eso era ilógico. Él no podía negarme nada, no debía poder hacerlo, aunque no estuviera en celo y no se saliera de control con tanta facilidad, lo normal era que terminara entregándose a mí, con rapidez.
-Soy… libre… – dijo al fin.
Sus palabras consiguieron que sonriera complacido; por fin estaba aceptándome, aunque posiblemente, no estaba consciente de ello.
Me incliné hacia él, expuse su nuca con rapidez y lo mordí con fuerza, encajando mis colmillos en su piel, llegando casi hasta su columna, pues su cuerpo era tan pequeño y yo estaba perdido en el éxtasis de domarlo, que apenas si pude controlarme en el último momento, para no lastimarlo de más. Su grito fue perfecto y su cuerpo se contrajo de manera tan deliciosa al llegar una vez más al orgasmo, que estuve a punto de terminar en su interior también, pero no podía hacerlo aún, aun debía sellar mi marca.
Cuando se relajó completamente, quedando lívido contra el colchón, retraje mis colmillos y dejé de morderlo; pasé mi lengua con insistencia, disfrutando su sangre y mezclándola con mi saliva, para que empezara a cicatrizar. Esa era mi seña sobre él, nadie más iba a atreverse a tocarlo, a menos que estuviese dispuesto a arriesgar su vida; pero él tampoco debía permitir que alguien lo tocara, de ser así, yo tendría que castigarlo.
-Ya eres mío… – anuncié con orgullo – solo yo puedo tocarte, de ahora en adelante…
Su respiración y gemidos eran tan débiles, que apenas se podía percibir; se obligó a asentir con dificultad y sonrió para mí – si… amo…
Me había aceptado por completo, su cuerpo y mente me pertenecían y, en poco tiempo, me adueñaría también de su alma. Por el momento, debía terminar para que no quedara duda de mi propiedad sobre él y solo faltaba llenarlo por dentro.
Aumenté la fuerza de mis embestidas, quería llegar a lo más profundo de su cuerpo, conocerlo completamente y demostrarle que no necesitaría a nadie más el resto de su vida. Efraín no respondía ya, su cuerpo solo se mecía al ritmo que yo le imponía; estaba permitiendo que lo usara, a placer y no parecía molestarse por ello. Desde esa noche y en adelante, no haría nada más que tomarlo hasta que la vida abandonara mi cuerpo y mi existencia se extinguiera.
“Mío, mío, solo mío…” repetí en mi mente mientras me dejaba llevar por completo.
Sin medir mi fuerza, mordí su hombro, ahogando el ronco gemido que me asaltó al llegar al climax, inundándolo con mi semen; era el orgasmo más fascinante que jamás había experimentado antes, pues todo estaba dispuesto para que mis sentidos captaran con mayor intensidad lo que sucedía a mi alrededor, especialmente a mi nueva pareja.
Cuando la última gota de mi semen se vertió en el interior de mí pececillo, me recosté sobre su cuerpo, tratando de calmar mi respiración, la cual estaba desacompasada, igual que la de él. Pasé mi lengua por la herida que le hice al final, tratando de curarla, pues la sangre brotaba intensamente; era tan dulce y embriagante su sabor, jamás pensé que disfrutaría a un kelpie como lo había hecho con él.
-¿Cansado? – pregunté en un susurro, para no sobresaltarlo.
-Sí… – respondió débilmente – como nunca antes… – dijo con algo de vergüenza y eso me hizo sonreír complacido; eso me decía que lo había disfrutado como nunca, igual que yo.
Metí las manos entre el colchón y su cuerpo, acariciando su torso, aun quería demostrarle que no solo era un simple deseo fugaz.
-Te dejaré descansar, pero, seguiremos más tarde – anuncié.
-Está… bien… – respondió débilmente mientras caía en un sueño profundo.
Parecía tan frágil y posiblemente lo era, que deseaba protegerlo completamente; aunque por el momento, solo podía limitarme a repartirle besos y cariños en su cuerpo.
-No creí que te encontraría… – musité contra su piel – pero ahora, no te dejaré escapar – hundí mi rostro en su cabello castaño, jamás imaginé que un omega me parecería tan perfecto, a mí, un alfa orgulloso que solo buscaba a kelpies poderosos para relacionarme, pero ahí estaba, disfrutando del embriagante aroma que desprendía cada poro de esa blanca y delicada piel, que me hacía perder la cabeza con suma facilidad – soy capaz de poner el mundo a tus pies, a cambio de que tu existencia sea solo mía, para siempre…
Prometí con sinceridad, aun y sabiendo que él no me escucharía, pero podría decírselo después, aún tenía mucho tiempo por delante.
* * *
Desperté cuando el sol apenas despuntaba al alba; me puse de pie y me alejé de la cama; necesitaba refrescarme. Fui al baño y tomé una ducha rápida; me di cuenta que el olor en mi cuerpo había cambiado y eso me hizo sonreír complacido. Ahora que ya tenía un consorte, nuestras fragancias estaban mezcladas.
Al terminar, sequé mi cuerpo con una toalla pequeña que estaba cerca pero, salí del cuarto completamente desnudo, pues no tenía ropa adecuada y, realmente no me importaba mostrar mi cuerpo.
Me acerqué de nuevo a la cama, sentándome en la orilla, observando a Efraín profundamente dormido; acaricié su cabello castaño con cariño, tratando de no importunar su sueño tranquilo.
-Hermoso… – susurré, mientras movía mi mano a su mejilla, rozando su piel con la yema de mis dedos.
Él se removió un poco, suspiró y se acomodó de otra manera, pero siguió dormido.
Era tan tentador, que deseaba volver a poseerlo sin dudar, aunque seguramente aún necesitaba reponer fuerzas, así que decidí conocer un poco más de él de otra manera; era momento de recorrer su hogar.
Lo primero que descubrí, eran las peceras que tenía. En la habitación principal, había una que cubría toda una pared, con un paisaje increíble, alternando rocas y plantas, dónde los pequeños peces parecían más el adorno, que los habitantes, ya que se perdían por completo en el entorno, aun cuando recorrían la extensión en un pequeño cardumen, en una formación perfectamente estructurada.
En la planta baja, todas las zonas tenían más acuarios; algunos inmensos, otros pequeños, pero su diseño y paisaje eran tan únicos, como lo era mi hermoso consorte.
-Tienes mucho talento… – sonreí.
Jamás había encontrado a alguien que hiciera un arte tan increíblemente bello.
Al estar en la estancia de la planta baja, mi mirada se perdió en un paisaje marino que abarcaba otro muro; la composición, los peces, plantas, corales y accesorios, me recordaban a mi lugar natal, ese al que no había ido a visitar en algunos años.
Puse mi mano en el cristal y los peces se acercaron a mí; parecían curiosos de conocer a otro como su criador, pero a diferencia del día que me acerqué al acuario, en la casa de los padres de Susana, estos parecían más interesados. Era obvio que sabían que su dueño ya me pertenecía. ¿Acaso, si volviera a mi hogar llevando a mi pareja, los peces también lo sabrían de inmediato? Sonreí, ¿qué pensarían los demás kelpies cuando se enteraran? Borré mi sonrisa de inmediato, si alguno de ellos le hiciera algún desplante, les arrancaría la cabeza sin miramientos.
-¡¿Qué haces?!
La voz sobresaltada de Efraín me sacó de mis pensamientos. Cuando giré el rostro, él estaba en la escalera, mirándome con una mezcla de sentimientos reflejados en su rostro; parecía ansioso, confundido, inquieto y, por sobre todo, temeroso. Portaba un camisón corto de seda, que apenas llegaba debajo de su trasero, mostrándome sus delgadas piernas y, a pesar de que lo traía atado con un cordón a su cintura, gracias a la abertura, pude notar que portaba un calzoncillo ajustado con una tela igual a la superior.
-Así que, ¿eso usas cuando tienes visita? – no pude evitar denotar mi molestia, imaginando cuantos hombres lo habían visto de esa manera.
Se estremeció ante mi pregunta y mirada, pude notarlo desde mi lugar.
-Fue… fue lo primero que encontré… – dijo a media voz y se encogió de hombros, tratando de cubrirse un poco más – además, normalmente no duermo con nadie aquí, en mi casa…
-Ya veo… – sonreí, tratando de suavizar mi semblante, no era la mejor manera de empezar el día – estaba admirando tus paisajes – señalé el acuario.
-Pero… ¿desnudo? – preguntó con una sonrisa nerviosa bailando en sus labios – es decir… ¿por qué no usaste algo para…? – carraspeó – ¿para cubrirte? – me señaló con un movimiento de su mano.
-No creo que nada de tu ropa me quede bien – me burlé, pues obviamente era mucho más grande que él.
-Ah… puedo pedirle a algún guardia que traiga tu ropa – dijo con rapidez – solo dime a dónde ir por ella…
-No confío del todo en los humanos – solté con desprecio – menos para ir al lugar donde me hospedo.
-Ellos son confiables – aseguró – además, no puedes salir de aquí así, pero si no quieres, solo dime tu talla, seguramente puedo conseguir algo de ropa adecuada con algún otro habitante y…
-No me gusta usar ropa de alguien más.
Él masajeó el puente de su nariz, parecía cansado.
-Entonces, ¿prefieres salir y llegar desnudo a tu hotel? Eso llamaría más la atención, ¿no lo crees? ¿Qué diría tu esposa?
Sonreí, tenía un punto y no podía refutarlo; si no hubiese estado tan desesperado la noche anterior, mi ropa estaría intacta, pero, no me arrepentía de ello, así que ahora, debía aceptar las consecuencias de mis actos.
-De acuerdo – acepté – pide algo de ropa para mí.
Él descendió completamente las escaleras y se acercó a mí – toma – sacó de un pequeño bolsillo mi celular – estaba vibrando hace unos minutos – anunció con un dejo de molestia y se alejó.
Revisé mi teléfono, era una llamada perdida de mi esposa; sonreí de lado, obvio que mi pequeño kelpie se había puesto celoso. No devolví la llamada, no quería hablar con Susana en ese momento.
Efraín fue hasta el teléfono de la sala, marcó con rapidez un número y momentos después, le pedía a su interlocutor que le proporcionara ropa para alguien que lo acompañaba, diciéndole mi estatura.
-No, no es humano – especificó aún al teléfono – no te preocupes…
Cuando colgó, me acerqué a él – ¿debías aclarar que no soy humano? – pregunté con curiosidad.
-Es que, Vincent no ayuda a humanos – sonrió y dio media vuelta – ¿quieres desayunar?
-Supongo… – dije sin mucho interés, yo quería algo más, y no tenía nada que ver con e desayuno.
Lo seguí por la casa, llegando hasta la cocina. A pesar de lo que éramos, nuestra dieta no solo estaba basada en humanos, al contrario; podíamos sobrevivir con carne de cualquier animal, aunque cada cierto tiempo, era necesario ese nutriente especial.
-¿Vas a preparar comida para mí? – indagué con curiosidad.
-No soy bueno cocinando – negó – pero puedo prepararte un sándwich – ofreció con una gran sonrisa, como si se tratara del logro más grande en su vida.
Levante una ceja ante ese ofrecimiento. Realmente un emparedado no era algo que yo comiera en la mañana, pues generalmente comía el desayuno tradicional inglés.
Dejé mi celular en la barra de la cocina – yo cocino… – anuncié caminando al refrigerador.
-¿Tu cocinas? – preguntó con asombro haciéndose a un lado.
-Sí – sentencié fríamente, había aprendido a valerme por mi mismo desde temprana edad, para poder salir de casa, aunque con el paso del tiempo, me adecue a las distintas comidas de los lugares donde vivía.
Cuando abrí el refrigerador, me sorprendí de lo que vi; no había nada aparte de un poco de jamón, aderezos y una lechuga.
-¿Acaso no comes nunca? – pregunté con claro fastidio.
-Solo emparedados – respondió asomándose al interior y sacando los ingredientes – y humanos – terminó con una sonrisa – pero eso solo lo hago una vez al mes…
Pasé la mano por mi cabello, y lo miré de soslayo; estaba seguro que era un ‘omega’, aunque no fuera adulto aún, pero ahora entendía que si era más pequeño y delgado de lo normal, era por culpa de la mala alimentación que tenía de manera cotidiana. No importaba si comía humanos con regularidad, ese solo era un nutriente para volvernos fuertes como kelpies, pero nuestra forma humana también necesitaba desarrollo.
-Por eso eres débil – sentencié molesto, recordando cómo no había podido alejar al humano que lo agredió, la noche anterior – tienes que comer mejor…
-No – dijo poniendo un semblante serio, mientras agarraba un cuchillo para untar mayonesa en un pan.
-¿Alguna razón en especial, por la cual no quieras comer?
-Para comer, necesito usar la estufa – señaló el aparato que parecía nuevo.
-¿Me dirás que no sabes? – entrecerré los ojos, no iba a permitir que se comportara como un niño delante de mí, aunque la simple idea de verlo con esa actitud, me parecía adorable.
-No – respondió tajante y luego suspiró – es que… la verdad…. – bajó el rostro e hizo un mohín – me da miedo el fuego – confesó – por eso no uso la estufa y, la poca comida que llego a hacer aquí, es solo calentada en el microondas – señaló el aparato con el cubierto – pero ahora no he ido a comprar al súper…
Decir que eso me sorprendió era poco; realmente no podía creer lo que me decía, pero supuse que tenía una razón para eso.
-Toma…
Colocó el emparedado en un plato y lo dejó frente a mí, mientras preparaba otro.
Moví mi mano y levanté el pan, mirándolo con algo de decepción; realmente era la comida más raquítica que había tenido en mi mesa.
“¿Realmente crees que esto es un desayuno? Ni siquiera se acerca a lo que como normalmente por la mañana y eso que yo hago cinco comidas al día, no sé cómo puedes pensar que esto es algo saludable, ya no digo para mí, sino para ti, necesito enseñarte a llevar una dieta balanceada…”
-Por cierto – su voz me sacó de mi monólogo mental – esto no parece que vaya a desaparecer pronto – anunció y pasó la mano por su nuca, haciendo su cabello hacia un lado – no debiste ser tan agresivo anoche, no era necesario, menos mal que sé que no soy propenso a las cicatrices…
Sonreí divertido y me moví para acomodarme tras él, me incliné y pasé mi lengua por su nuca, consiguiendo que se estremeciera por la caricia.
-Esto no va a desaparecer – susurré con seriedad.
Él giró el rostro y me miró con susto por encima de su hombro – ¿qué quieres decir? – preguntó con miedo.
-¿Realmente tienes veinticuatro años?
-¡Sí! – asintió – ¿por qué?
Quizá era el momento de poner las cosas en claro y obtener lo que me faltaba de él.
-¿A qué edad saliste de tu casa? – pregunté con frialdad.
Su mirada se opacó, giró el rostro y trató de volver a hacer su desayuno – no quiero hablar de eso – dijo a media voz.
Era obvio que no quería hablar de ello, pero para mí era necesario hacerlo.
-Parece que aún no lo comprendes ‘Efraín’ – dije su nombre entre dientes, mientras movía mi mano para sujetarlo por el cuello y acercarme a su oído – me perteneces… – ejercí presión en su piel, aunque no era para lastimarlo – soy tu dueño… – dije sin dejar lugar a dudas – así que, no puedes negarte a responder y decirme todo de ti…
Sentí como pasó saliva con dificultad y disminuí la fuerza de mi agarre, para permitirle hablar.
-A los… a los trece… – musitó – mi padre… él quería deshacerse de mí, porque soy… bueno… lo sabes, ¿cierto? – forzó una sonrisa – soy un… omega…
-Lo sé…
-Al ser débil, yo… no tenía cabida en la familia y, aunque mi madre decidió protegerme, pues… no pudo hacerlo por mucho tiempo – su voz sonaba afligida – yo no podía estar cerca de los demás kelpies, por lo que pasé la mayor parte de mi vida en una zona, a lo más profundo de nuestro territorio, en una laguna al sur del país, mientras los demás estaban siempre cerca de la costa, dónde se alimentaban sin temor…
-¿Por qué te fuiste de ahí?
-Yo… no sé qué pasó con mi madre – respondió triste – una tortuga me llevó un aviso de que escapara, antes de que mi padre fuera por mi… y así lo hice…
-¿Por qué? – presioné, necesitaba saber todo lo qué había pasado y detestaba que lo estuviese diciendo a ‘cuenta gotas’.
-Mi madre me había dicho que, si llegaba el momento en que la tortuga me dijera que me alejara, la obedeciera sin dudar, así que, no lo pensé… ni siquiera sabía a donde ir – se alzó de hombros – solo me metí por la selva y… días después, llegué a la costa, algo lejos de mi hogar, no conocía a nadie… y sabía que no viviría mucho…
Guardó silencio, yo estaba armándome de paciencia, pero necesitaba que terminara de hablar y me dijera todo.
-¿Qué pasó después?
-Conocí a Vincent allá, porque andaba de ‘vacaciones’ – respondió con rapidez – él, se estaba alimentando una noche y el olor de la sangre humana me hizo llegar ahí – se mordió el labio – él era algo agresivo, pero al ver que era un crío que estaba débil… me compartió de su comida, pues yo no podía alimentarme solo en ese momento…
-Vincent… – el simple nombre y la manera en que lo dijo me molestó, era obvio que lo apreciaba.
-Me quedé con él, le dije que no tenía a nadie y, al saber que era un kelpie rechazado, me trajo a este lugar – resumió con rapidez – me quedé en su casa por unos años, hasta que cumplí dieciocho y pude hacerme con mi terreno, gracias a que aprendí a controlar a los humanos y a que me dieran lo que quería… especialmente dinero para tener un estatus aquí mismo.
-¿Él y tu tienen algo que ver? – pregunté entre dientes, si era de esa manera, solo había una opción, eliminar a ese ser que no conocía, pero que ya odiaba.
-No – negó – Vincent es como… bueno, como debería de haber sido un padre para mí – dijo divertido – es algo mayor, uno de los más ancianos que vive en este lugar y miembro del consejo que toma las decisiones de quién se puede quedar en la colonia…
Respiré aliviado, mientras hundía mi rostro en su cabello; ahora entendía que mi pequeño kelpie conocía poco de nuestra sociedad.
-¿Cómo te llamas? – pasé mi nariz por su melena castaña, disfrutando su aroma.
-Ah… Efraín… Efraín Carranza – respondió.
Reí – quiero tu nombre real – besé su cabeza – el que te decía tu madre…
-Es que, no debo darte mi nombre… y Vincent me dio este para tener mis documentos…
-Necesito saber tu nombre original – presioné – y más vale que no intentes mentirme… además, si ese ser te dio otro nombre, significa que él sabe tu nombre real y eso, no es algo que me agrade.
No sabía quién o qué podía ser ‘Vincent’, pero si le dio otro nombre seguramente tenía noción de nuestra sociedad también.
-Pero, ¿para qué lo necesitas? Es decir, no es tan importante y…
Lo hice girar y lo miré a los ojos – responde – ordené.
Tembló, sentí como su cuerpo se estremeció, pero sus mejillas se tiñeron de rojo inmediatamente.
-Si… Siyank – su voz fue un murmullo, mientras sus ojos parecían no poder apartar su mirada de los míos y su respiración empezaba a desacompasarse.
-Siyank… – pasé mis manos por sus mejillas – es un nombre muy bello – me acerqué a su rostro y rocé sus labios con los míos – Siyank… – repetí, disfrutando de saber aquello que debía ser lo más sagrado para nosotros y que nadie, más que nuestra familia cercana podía saber; nuestro nombre.
Lo besé con suavidad, diferente a lo que había hecho en la noche; su cuerpo se estremecía constantemente y parecía temeroso de lo que iba a suceder, como si no tuviera suficiente experiencia. Su piel empezó a desprender ese dulce olor que me volvía loco.
-Ahora que ya sé tu nombre, te diré el mío…
-¡No! – trató de empujarme pero no lo consiguió.
-¿Por qué? – reí divertido.
-Mi madre me dijo que nuestro nombre no se le debe decir a nadie y bueno… supongo que sabes eso muy bien… siendo un kelpie beta…
“¿Kelpie beta?” esa frase retumbó en mi mente, ¿acaso no se había dado cuenta de la realidad? “¿cómo podría hacerlo si no sabe mucho de la sociedad kelpie realmente?” me regañé mentalmente.
-Ni siquiera deberías estar cerca de mí – él prosiguió con sus objeciones – es decir, no es correcto que…
-¡Silencio! – mi voz sonó fría, pero conseguí que dejara de hablar, debía explicarle y era mejor no tardar más – no soy un kelpie beta – dije con desdén, sintiéndome ofendido – soy un alfa.
Sus ojos se abrieron enormemente; el gesto en su pequeño rostro se congeló, parecía una pequeña estatua.
-Es… es una… ¿broma? – preguntó a media voz.
-No tiendo a bromear mucho – me incliné y acerqué mi rostro al suyo – soy un kelpie alfa – repetí, – podría demostrártelo si no me crees, pero podría destruir tu casa al tomar mi forma real – me mantuve impasible, para que él se diera cuenta que hablaba muy seriamente, aunque su rostro lleno de terror me daba gracia.
-Pero… eso es… impo… imposible… – su sonrisa tembló – un alfa es…
-¿Un alfa es…? – necesitaba saber qué sabía de los alfa, antes de continuar.
-Son… son los kelpies más poderosos… jamás… jamás se acercan a los omega – musitó – si es… si es humillante para un beta relacionarse con uno… mucho más para los alfa…
Levanté una ceja, por lo menos, tenía noción de eso.
-Y yo soy… tú no puedes… solo fue…
Sus ojos se humedecieron, parecía querer decirme algo, pero cuando abrió su boca para hablar, rápidamente se mordió el labio, desviando la mirada, callando.
Lo sujete por el mentón y lo obligué a mirarme a los ojos – ¿solo fue…?
Tomó aire, parecía querer armarse de valor; frunció el ceño y trató de encararme – no necesito protección – sentenció intentando sonar seguro, aunque su cuerpo temblaba – estoy en un lugar tranquilo y feliz – movió sus manos tratando de empujarme – ni siquiera soy un adulto y no tengo ninguna característica atractiva… si me quieres como un juguete, prefiero que dimitas, búscate a alguien más porque yo…
¿Por qué querría tenerlo como un juguete? Suspiré y lo besé para callarlo.
Sus pequeñas manos se colocaron en mi torso, intentó empujarme con debilidad, presionando mi pecho, algo que lentamente empezó a convertirse en una caricia sutil; instantes después, sus manos se movieron por mis costados hasta mi espalda y me abrazó.
-Lo siento… – murmuró en medio del beso y me alejé para dejarlo hablar – yo no… no sé qué me pasa… solo… – sollozó – deberías irte…
-No quieres que me vaya realmente – sonreí y lo besé una vez más – quieres que me quede, quieres que esté contigo – aseguré, pasando mis manos por sus nalgas para levantarlo y sentarlo en la barra, así, estaba a una altura adecuada para que pudiera besar su cuello sin problemas – porque es lo que yo quiero también…
-No puedes… – su voz era débil, había cerrado los parpados y sus manos jugueteaban con mi cabello, mientras sus piernas se aferraban a mi cintura – es… incorrecto…
Estaba a punto de tomarlo, necesitaba hacerlo, pero también, era necesario que le explicara un poco mis razones, así que, debía ser un poco paciente, solo un poco.
-¿Sabes lo que es domar a un kelpie? – pregunté contra su oído.
-No…
-Es cuando un kelpie dominante, marca a otro para que nadie más lo toque – dije con rapidez – esa marca en tu nuca, le dirá a cualquiera que eres mío y, si alguien se atreve a tocarte, estoy en mi derecho de matarlo – sonreí.
Un gemido largo escapó de su garganta; sus mejillas se tiñeron de rojo y expuso más su cuello para mí. Moví mis manos con desespero y desabroché su bata, dejando su cuerpo semidesnudo, pues aun portaba su pequeña prenda inferior.
-¿Sabes lo que es un consorte? – mi voz sonó ronca, ya deseaba penetrarlo.
-No… – negó y onduló su cuerpo para restregarse contra mí.
-Es una pareja única, que solo algunos kelpies tienen el honor de encontrar – mi mano derecha se movió a su pecho, pellizcando sus pezones con insistencia, mientras la izquierda le arrancaba esa pequeña tela que me estorbaba.
-¿Lo entiendes? – pregunté con seriedad mientras masturbaba su pequeño sexo.
No hubo respuesta de su parte, solo gemidos; su cuerpo correspondía a mis caricias justo como la noche anterior.
-Estás destinado a mí… – sonreí – no hay nadie que pueda ser mejor pareja para mí, que tu – lo alejé y lo recosté en la barra – y si eres un omega, significa que tendrás a mis crías… – acaricie su vientre plano, sabía que un omega solo podría ser padre, al llegar a la adultez, pero yo era muy paciente y además, ahora aunque él era un niño, ya había empezado su vida sexual, eso podría acelerar su madurez.
-Pero… soy… débil…
Era tan lindo verlo así, su mente aún no se dejaba llevar por completo, pero no podía controlar a su cuerpo, porque ya era mío.
Sonreí – por ser mi consorte… – abrí sus piernas y lo jalé de la cadera, acercándolo a mi sexo erecto – nacerán alfas de nuestra unión – lo penetré de golpe, consiguiendo que gritara – ¿entendiste, Siyank? No importa si eres omega – me incliné hacia él – nuestros hijos, serán poderosos…
Entreabrió sus parpados y me miró con anhelo.
-¿Lo… prometes…? – musitó.
Sonreí; él quería seguridad, la necesitaba para no tener miedo de todo, incluyéndome, así que se la daría.
-Te lo prometo… pececillo…
No respondió, solo hizo el rostro para atrás y sus manos se aferraron a la orilla de la barra; su cadera empezó a moverse en círculos, mientras su interior me recibía con deseo. No sabía si lo había entendido realmente, pero lo haría tarde o temprano.
-No hay… nadie más… perfecto… que tu… – sonreí, y me incliné sobre su pecho, besando sus hombros.
-Jared… – sus manos se aferraron a mis brazos, pero me detuve inmediatamente.
El buscó mi mirada, a pesar de que sus ojos estaban nublados por las lágrimas.
-No… – negué – Akhsyel… – corregí – mi nombre es Akhsyel…
Por un instante dejó de respirar, pero después, recuperó el aliento y me regaló la sonrisa más hermosa que jamás vi en mi vida; sus manos se enredaron tras el cabello de mi nuca y me ofreció sus labios.
-Akhsyel… – susurró con anhelo.
Sentí que mi cuerpo ardía, jamás pensé que mi nombre dicho por él, fuese a sonar perfecto.
Seguí penetrándolo y haciéndolo gemir, pero yo también estaba perdiendo la cabeza; era la primera vez que me entregaba así y me sentía dichoso. Nuestros cuerpos sudaban, llenando el ambiente con nuestros aromas mezclados y todo empezó a desaparecer, permitiendo que nos sumiéramos en la lujuria. Pero la vibración de mi celular nos interrumpió.
Siyank se estremeció y dejó de respirar por un segundo, mientras yo hacía una mueca de molestia con mis labios; pensé en ignorar la llamada, pero, alcancé a notar la imagen de Susy en la pantalla. Mi esposa me marcaba todas las mañanas para darme los buenos días y, la primera vez no le había respondido, así que debía hacerlo en ese momento.
Sonreí; le hice una seña a mi compañero para que guardara silencio y me incorporé. Sujeté el teléfono y respondí la llamada, mientras salía del cuerpo de mi consorte.
-¿Si? – mi voz sonaba indiferente, no podía evitarlo, realmente mi poco interés hacia mi esposa, ya se había desvanecido completamente.
-“Amor… buenos días, ¿estabas ocupado?”
-Sí – respondí escuetamente.
Mi compañero hizo un mohín y trató de incorporarse, pero con un movimiento de mi mano, lo volví a recostar, haciéndolo girar; le jalé el camisón y se lo quité rápidamente, dejándolo de lado. Él me miró por encima de su hombro, era obvio que no entendía lo que yo pensaba hacer.
-“¿Ya estás en el museo?” – Susy seguía molestando por el teléfono.
-No, en un momento más saldré para allá – mentí, mientras mi mano libre abría las nalgas de mi pareja y acomodaba la punta de mi pene en su pequeña entrada – apenas estoy… desayunando…
Con un movimiento de mi cadera, penetré una vez más el cuerpo de Siyank; él se cubrió la boca con sus manos, tratando de ahogar su grito y los gemidos que le siguieron, mientras yo iniciaba un vaivén algo rudo.
-“Quería verte hoy… ¿podemos comer juntos? Si aún vas a buscar una propiedad, puedo acompañarte, tengo el día libre…”
-No… – gruñí por lo bajo, al sentir como el interior de mi pequeño kelpie se contraía fuertemente – dejaré lo de la casa, para después… – sonreí y me incliné, recostándome sobre el delgado cuerpo, hundiendo mi nariz en su nuca – pero… podemos comer juntos… – ofrecí con desagrado para mi esposa, mientras mi mano libre acariciaba el costado de Siyank – pasa por mí a la una – pedí sin dejar de moverme, llegando a lo más profundo de mi consorte.
-“De acuerdo… te veo a la una… te amo…”
No respondí, simplemente colgué, dejé el móvil a un lado y pasé mis manos por debajo del torso de Siyank, acariciando con insistencia su suave piel; mordí su nuca, mientras hundía el rostro en su cabello.
Él alejó las manos de su boca, permitiendo que sus gemidos se escucharan con total libertad –¿Por…? ¿Por qué? – preguntó en un murmullo.
No quería pensar en ello, solo quería disfrutar poder estar con él – no importa… – susurré cerca de su oído – solo, concéntrate en mi…
De alguna manera, le tenía que demostrar que lo prefería por sobre todo y al menos, por ese momento, lo conseguí; sus gemidos llenaron la cocina, sus dedos arañaron la superficie donde lo tenía y arqueó su espalda para que siguiera. Yo también permití que mi razón se nublara ante él; sus sonidos, su olor, su suavidad, su simple presencia, eran suficientes para llevarme a la gloria y no quería detenerme hasta quedar satisfecho.
-Akhsyel… – dijo mi nombre con lentitud – más… más fuerte – pidió con ansiedad – como anoche…
Lo embestí con más fuerza, quería complacerlo y satisfacerlo, justo como él me satisfacía. Llevé mi mano derecha a su rostro, metiendo mis dedos en su boca; su lengua era suave, delicada, traviesa, solo imaginar lo que podía hacer con ella en otra parte, empezó a calentarme de más; eso sería lo próximo que probaría y seguramente, sería otra experiencia por demás grata.
No faltaba mucho para que ambos termináramos, cuando el timbre de la casa se escuchó; yo lo ignoré, pero él se sobresaltó. Se removió, alejando su boca de mis dedos.
-Akhsyel… – llamó en un sollozo – la… la puerta…
-No importa – gruñí contra su hombro, sin dejar de embestirlo; no iba a detenerme en ese momento.
El timbre volvió a sonar.
-Akhsyel… la… ropa… – gimoteó.
-¡Maldita sea! – lo mordí en su cuello para someterlo.
Gritó; un grito largo y delicioso, lleno de placer, mientras su piel se erizaba, al momento que todos los músculos de su cuerpo se tensaban. Lo seguí penetrando y sentí como su cuerpo se relajó; había llegado al orgasmo y yo aún necesitaba seguir, pero al ver como dejaba de responderme tuve que resignarme.
Sin contenerme, arremetí con más fuerza, necesitaba apresurar las cosas, aunque deseara todo lo contrario. Sujeté su cadera con mis manos, mis uñas crecieron y rozaron con rudeza su piel; sabía que le había hecho algunas heridas, pero no pude controlarme. Finalmente, liberé mi semen en su interior, disfrutando liberar mi deseo por él, aunque realmente no fuese suficiente para estar satisfecho.
Tardé un poco en recuperar el aliento, repartí besos en sus hombros y seguí acariciándolo. El timbre no había dejado de escucharse.
-¿Siyank?
Un débil gemido fue lo que obtuve como respuesta.
-La ropa… – dije con burla.
Intentó moverse, pero sus parpados empezaron a cerrarse.
-Supongo que iré yo, pero por el momento… – al alejarme, mi semen salió lentamente, escurriendo por su entrada – descansa aquí… – sonreí y lo moví como si fuese un pequeño muñequito, acomodándolo completamente sobre la barra – yo iré por lo que pediste y después, te llevaré a la recamara…
Antes de alejarme, agarré su camisón y me limpié la entrepierna; después caminé hacia la puerta. Al llegar a la estancia, alguien abrió de golpe la puerta y entró.
-¡Efraín! – la voz grave retumbó en la casa, parecía preocupado.
El hombre que ingresó, me observó de pies a cabeza. Tenía un aura poderosa, posiblemente a cualquier humano le provocaría terror su simple presencia, y quizá a cualquier otro kelpie; además, su olor era peculiar, no me había tocado conocer otro igual. Él también me observó con seriedad, parecía estudiarme con suma rapidez.
-Alfa… – sonrió de lado y pasó la mano por su cabello – ¿la ropa es para ti?
-Sí –respondí escuetamente.
-Bien, toma – con un movimiento de su mano, me lanzó un paquete oscuro, que sujeté sin mucho problema – espero te quede… dile a Efraín que tengo que hablar con él después…
-¿De qué? – indagué con molestia.
-Tranquilo – ladeó el rostro – es solo para explicarle algunas cosas ahora que tiene pareja, además, jamás me metería en una relación entre un kelpie alfa y su ‘consorte’…
Me sorprendieron sus palabras, no imaginaba que supiera de eso y menos que se hubiese dado cuenta – ¿cómo…?
-Me gusta investigar – se alzó de hombros – y el olor es demasiado notorio… en fin, me voy, sé que Efrain estará en buenas manos… cuídalo – dio media vuelta y antes de salir regresó un par de pasos – una cosa más, ahora que es tuyo y tú eres un kelpie alfa – me señaló con su índice – espero que castigues a su padre…
-¿Por qué? – pregunté con curiosidad.
-Es un beta y eliminó a su pareja solo porque ella quería proteger a su hijo omega… en su sociedad, los betas no pueden matar a otros kelpies beta, ¿cierto?
-¿Cómo sabes eso?
-¿Qué? ¿Sobre tu sociedad o lo que pasó?
-Ambas…
-Efraín no es el único kelpie a quien hemos ayudado en este lugar – su voz tomó un tinte serio – y lo otro – recuperó la compostura con rapidez – tengo mis métodos de obtener información, pero puedes corroborarlo yendo al lugar natal de tu pareja… ahora sí, me retiro…
Se alejó con paso rápido y yo cerré la puerta.
-Por supuesto que iré – sentencié en un murmullo apretando el paquete que tenía en mi mano, la simple idea de imaginar lo que había ocurrido me hizo enfurecer – y ten por seguro que le haré pagar…
* * *
Siyank y yo nos mirábamos todos los días; muchas veces en su casa, otras en el hotel dónde me quedaba y, varias veces, tuvimos relaciones no solo en su acuario, sino en mi oficina, en el museo.
Pero era tiempo de arreglar la situación; deshacerme de mi esposa, su familia y tomar posesión de sus bienes era lo primordial, después, tenía otras cosas en mente. Aprovecharía que mi dulce pececillo también iba a comer y así, podría deshacerse del estorbo de mi cuñado, mientras yo me encargaba del resto de la familia.
Le dije a Susana que quería hablar con sus padres sobre lo nuestro, y prefería hacerlo a solas; ella estaba emocionada y no era para menos, pues después de ese día, podíamos decir abiertamente que estábamos casados.
Antes del atardecer, me había alimentado con mis suegros y los tres criados que había de planta en su casa, pero faltaba la principal, mi esposa. A ella, la llevé a una casa que habíamos visto como prospecta de compra; no me fue difícil manipular la mente de la vendedora para obtener la llave, solo por ese día.
Antes de entrar a la casa, le pedí a Susana que me esperara en el auto; fui a encender unas velas que había dejado durante la mañana, en la habitación principal y el baño; además, con rapidez, llené la gran tina que había, pues sería el lugar principal para terminar mi comida.
Cuando mi esposa entró a la propiedad, ella sonrió emocionada – ¡Mi amor! ¡Es bellísimo! – dijo con ilusión.
-¿Tú crees? – pregunté con indiferencia.
-Sí – asintió – entonces, ¿esta es la casa que comprarás para que vivir?
-Podría ser… – sonreí de lado y la abracé – eso depende…
-¿De qué?
-De qué tanto nos podemos divertir hoy – me incliné hasta su oído – en la recámara principal…
Una risilla nerviosa la asaltó – pues, vamos a probar – su voz sonó juguetona.
Entre besos y caricias que realmente no deseaba propiciarle, llegamos a la habitación; cuando abrimos la puerta, su rostro mostró desilusión.
-¿Sucede algo?
-No hay cama – dijo con decepción.
-No necesitamos cama para lo que haremos…
Volvía besarla y la guie al baño; sin dejarla reaccionar, la desvestí. No me llevó mucho tiempo, pues el vestido que portaba era sencillo, la ropa interior mínima y por supuesto, ella me ayudó a acabar con mi tarea.
Entre caricias obscenas de mi parte, mientras ella me besaba con deseo y ansiedad, la introduje al enorme jacuzzi. Era tan sencillo hacer que se doblegara ante mí y, entre más relajada estuviera, mi comida sería mucho más deliciosa.
Apenas nos acomodamos en la orilla de la tina, sin tardar, le abrí las piernas y la penetré; sabía que estaba ansiosa por intimar conmigo, teníamos días que no compartíamos lecho y en el camino me lo había reprochado indirectamente, en un par de ocasiones.
-¡Mi amor! – gimió en medio del acto y sus uñas se encajaron en mis hombros – más… ¡más, Jared!
-Estás lista – susurré contra su oído, mientras mi mano descansaba en su vientre, bajo el agua – hoy, voy a satisfacer mi hambre contigo…
-¡Cómeme! – dijo con una sonrisa, suponiendo que se trataba de un juego.
-Lo haré – sonreí y me incliné a su cuello – ten por seguro que lo haré…
Permití que mis dientes crecieran y di una mordida en su cuello, ella no pudo gritar, porque mis colmillos ya habían perforado su garganta, además, mis garras ya habían penetrado su vientre; sus manos se movían con desespero, pero rápidamente se quedó sin fuerzas, aunque su mente aun funcionaba, no iba a tardar mucho tiempo en perecer.
-No te preocupes – dije con mi voz ronca – tu familia no te extrañará, pues ya están muertos…
Una lágrima escapó de sus ojos castaños y por fin, dio su último aliento.
Destacé su cuerpo con mis manos y me alimenté de sus deliciosas entrañas, permitiendo que la sangre manchara el agua; después, me comí sus extremidades, disfrutando el sonido de sus huesos al ser triturados por mis dientes. Finalmente, su cabeza fue mi postre, aunque no me comí su cabello.
-No estuvo mal, mucho más suave que tu familia – sonreí y salí de la tina, permitiendo que el agua sucia se fuera, mientras yo me aseaba en la regadera que estaba aparte.
Al salir, me cambié y miré la hora en mi reloj – mi dulce pececillo debe estar con mi cuñado ahora – a pesar de que debería estar completamente seguro de que estaría bien, el simple hecho de saber que mi pequeño consorte era débil, tenía la inquietud de estar con él y protegerlo, justo como esas últimas semanas, que no lo había dejado solo.
Miré hacia la tina, solo quedaban unos pocos restos, al día siguiente me encargaría de ello; tenía algo más importante que hacer, volver al lado de Siyank, para planear lo que haría después. Sabía que él era feliz en dónde estaba y yo no tenía problemas en quedarme ahí, pero aún tenía un asunto que arreglar en otros lugares.
Quería ir a su lugar natal y, si lo que Vincent me dijo la primera vez que nos vimos era cierto, debía encargarme de su padre; también, quería llevar a mi consorte a Dinamarca, a que conociera a los míos y después, él podría elegir dónde establecernos en definitiva.
Aun siendo yo un alfa, mi dulce y pequeño Omega era prioridad para mí y le cumpliría sus deseos, sin importar lo que fuera, después de todo, sería el padre de mis crías y debía tratarlo como se merecía.
* * *
En menos de tres semanas, arreglamos todos los documentos; como viudo, me convertí en el dueño de la empresa familiar de mi esposa. Realmente no me interesaba, pero dejé todo en manos de Vincent y otros seres oscuros; a ellos les serviría tener una empresa tan grande para ocultar sus actividades y a mí, me servía para estrechar lazos con ellos, así mantenía a mi consorte feliz.
Preparé un viaje con Siyank, y días después de firmar los documentos de posesión, tomamos un vuelo hacia el caribe mexicano. Mi dulce pececillo estaba tan nervioso y alterado, que no parecía disfrutar el viaje, a pesar de que me desvivía por él; sabía que no estaba a gusto con volver a su antiguo hogar, pero era necesario, para ambos.
Al descender del avión, casi pierde el conocimiento por lo alterado que se encontraba; tuve que ayudarle a mantenerse en pie hasta que logró calmarse un poco. Lo dejé en la sala de espera, mientras recogía las maletas y después, renté un automóvil para poder llegar a nuestro destino final.
En el trayecto, lo miraba de soslayo; él estrujaba sus delicadas manos y tallaba sus brazos con insistencia, así que, necesitaba tranquilizarlo.
-¿Nervioso, pececillo? – le sujeté una mano y le sonreí, para que se calmara.
-Es que… tengo años que… me fui de aquí… – sus ojos miel me miraron con ansiedad – y ¿si se enojan?
-Vienes conmigo – sentencié – nada tienes que temer… te lo prometo…
Siyank asintió y una sonrisa débil se dibujó en sus preciosos labios; sabía que tenía miedo, no podía evitar demostrarlo, pero yo no iba a permitir que algo le pasara, aun y que no sabía que podía ocurrir al estar frente a su clan.
Casi cuatro horas después llegamos a las cabañas dónde nos hospedaríamos; estábamos a orillas del mar, en un lugar paradisiaco, cerca de la zona de kelpies. Era obvio que nuestra raza se aprovechaba de los visitantes para sus alimentos.
Dejamos nuestras pertenencias en la cabaña y decidí que saldríamos a recorrer el lugar.
-Seguramente ya saben que estás aquí – Siyank temblaba.
-Mejor… – sonreí y lo abracé por la espalda, besando su cabello – no quiero tardar más…
-Akhsyel – levantó su rostro y me miró con ansiedad – ¿estás seguro de esto? – indagó a media voz – es decir, eres un alfa y yo, solo…
-Eres mi consorte, te lo he explicado ya…
Había tardado semanas en hacerle entender su importancia, pero él parecía dudar de nuestra situación, aunque en la intimidad todos sus temores se disipaban.
Salimos juntos a recorrer la zona y después de comer, contraté a un humano para que nos llevara a lo más lejano de las cabañas, casi al otro lado de la bahía, donde seguramente podríamos encontrarnos cerca del área de los kelpies; cuando descendimos de la pequeña barca, hice que ese hombre cayera en un sueño profundo, para que no despertara hasta que volviéramos.
Recorrí junto a mi pareja la orilla del mar, tomados de la mano; estaba intentando distraerlo para que se calmara, especialmente porque me di cuenta que, desde que llegamos, nos iban siguiendo; cuatro kelpies estaban al acecho, uno por tierra y los demás por el agua.
Al alejarnos un poco más, las cuatro figuras aparecieron tras nosotros; me giré y los encaré sin dudar.
-Esta es la bienvenida, supongo – sonreí al mirarlos con indiferencia; todos eran betas.
Tres varones kelpies y una hembra, eran nuestros seguidores. Siyank se movió rápidamente, colocándose tras de mí, buscando instintivamente mi protección; yo lo sujeté de la mano y le acaricié la piel con delicadeza, tratando de darle seguridad con esa acción.
Nuestro comité de bienvenida tuvo que actuar de acuerdo al protocolo; los cuatro hicieron una reverencia ante mí y colocaron una rodilla en la arena, demostrando completa sumisión ante un Alfa, aunque era obvio que se sentían humillados por tener que hacerlo ante un Omega también.
La mujer de cabello dorado se puso de pie y dio unos pasos, acercándose – no sabíamos que vendría un ‘alfa’ a nuestro territorio – dijo con voz delicada, pero sin atreverse a mirarme a los ojos.
-Quiero ver a su líder – dije con frialdad, pues no perdería el tiempo con subordinados.
-Por supuesto – sonrió ella – síganos, por favor…
Los demás se pusieron de pie y empezaron su andar, hacia la vegetación que se alzaba al lado contrario de dónde las olas rompían en la arena.
-Vamos, pececillo – sonreí para mi pareja guiándolo con un ligero jalón de mano, pues parecía renuente a seguir.
-A… amor… – susurró a palabra con temor, pero a mí me causo ternura escucharlo, pues nunca antes me había dicho de esa manera; normalmente me decía por mi nombre, pero sabía que nadie debía conocerlo, así que, se había decantado por usar una palabra más común y realmente, me había encantado escucharla.
-¿Sí? – pregunté condescendiente.
-Jamás he estado en su territorio y no sé… no sé qué esperar… – explicó buscando mi mirada con ansiedad.
-No tienes nada que temer – lo abracé y besé su sien – vienes conmigo y nada malo va a pasar… – prometí, aunque estaba seguro que las cosas podrían ponerse algo agresivas en cualquier momento, no dejaría que tocaran a mi consorte – te lo aseguro – terminé para darle confianza y besé sus labios con delicadeza.
Siyank respiró profundamente y asintió; después de eso, seguimos al grupo, que ya se había alejado de nosotros, pero yo todavía los distinguía en la oscuridad, percibía su olor y escuchaba sus voces, aunque hablaban en murmullos. Parecían contrariados por la presencia de mi pareja y eso llamó mi atención.
Durante varios minutos, recorrimos la espesa vegetación, llegando a una depresión al aire libre, parecía una gran laguna, profunda y misteriosa; era parte de los ‘cenotes’ turísticos de la zona. Apenas nos acercamos, el olor de sangre humana llegó a mi nariz; seguramente algún kelpie se estaba alimentando.
La kelpie beta que lideraba el pequeño grupo, nadó hasta la orilla contraria y se perdió en una gruta que descendía al lado del agua; lentamente otros kelpies empezaron a congregarse alrededor, era un grupo ligeramente reducido, no más de veinte. Rápidamente, los escudriñé con la mirada, todos betas y jóvenes, aunque no había crías; eso no era extraño, pues muchas comunidades tardaban en tener una sola cría, por eso los kelpies éramos tan escasos.
Todos los presentes dudaban, parecían contrariados de no saber qué hacer, pero igual que en la playa, terminaron decantándose por recibirme; se inclinaron, colocando una rodilla en el suelo, esperando indicaciones mías y obviamente, de su líder, que aún no estaba presente.
Mi pequeño consorte estaba nervioso, sentí como se estremecía y, en un momento, intentó hacer lo que los demás, pero lo evité, manteniendo firme mi agarre en su mano, para que se quedara de pie, erguido y con la frente en alto, pues ninguno de esos insignificantes betas valía lo que él.
De la gruta, la rubia que nos había guiado hasta ahí, salió tras un hombre de cabello negro, el cual tenía su cuerpo manchado de rojo, claramente acababa de alimentarse. Posiblemente en la gruta había una caverna subterránea inundada, lo suficientemente grande para que la pudiera usar; eso no me sorprendía, los machos beta tenían un límite de tamaño al tomar forma de kelpie, por tanto, era mucho más sencillo para ellos encontrar un lugar adecuado para comer y no alejarse de ahí jamás.
De un salto, ese sujeto entró al agua del ‘cenote’, nadando con rapidez hasta la orilla dónde yo me encontraba; al salir, hizo una reverencia, pero no se hincó ante mí.
“Insolente…” pensé con molestia; aunque fuera el líder de esa zona, tenía que rendirme pleitesía por ser un alfa.
-No tenía noticias de que un alfa vendría a mi territorio – dijo ese sujeto con seriedad – soy ‘Raúl Romano’ – dijo su nombre con burla.
Levanté una ceja y sonreí; yo no tenía por qué darle mi nombre, ni siquiera el humano.
-Así que eres el líder de aquí – forcé una sonrisa, pues quería darle una lección, pero no era el momento, aún – ¿desde cuándo?
-Casi dos siglos – respondió fríamente.
-Ya veo – asentí – entonces, quiero ver al kelpie marcado por haber matado a su pareja hace once años… ¿dónde puedo encontrarlo?
El gesto en su rostro se contorsionó, parecía haber recibido un golpe, pues era obvia su sorpresa – ¿de…? ¿De qué habla?
El tono de voz cambió, pude darme cuenta con facilidad, además, el latido de su corazón empezó a acelerarse; tenía miedo.
“Eres tú…”
-Estoy enterado… – entrecerré los ojos, preparándome para lo que venía, porque seguramente, tendría que obligarlo a hablar – así que, ¿dónde está?
-No sé… – carraspeó porque su voz se ahogó – no sé quién le dijo algo así – su sonrisa tembló – pero aquí no ha ocurrido algo así…
-Ya veo, entonces, ¿tampoco nació un omega en esta comunidad, hace veinticuatro años?
Los puños de él se cerraron con fuerza y su mirada mostró un brillo de ira – ¡nunca ha nacido un Omega aquí! – sentenció.
Siyank ejerció presión en mi mano y sentí como temblaba de pies a cabeza, mientras se pegaba más a mi cuerpo, buscando ocultarse tras de mí.
-¿De verdad? – pregunté con sarcasmo – ¿oíste pececito? – me incliné hacia mi pareja – dice que aquí no ha nacido un Omega… entonces, ¿tú no naciste aquí?
Mi consorte asintió – yo nací aquí, en esta bahía – anunció con voz baja – mi madre era Kahach…
-¡Mientes!
Con una simple mirada mía, ese sujeto salió disparado hacia el otro lado del agua, golpeándose contra unas rocas.
-¿Te atreves a insultar a mi pareja, diciendo que es un mentiroso? – pregunté mirándolo con ira.
Los otros kelpies se pusieron de pie inmediatamente y se alejaron de la orilla del agua.
-Si ustedes lo encubren – hablé para todos ellos – eliminaré a toda su comunidad – dije sin un ápice de duda – bien saben que un ‘beta’ no puede hacerle daño a otro, así que, ¡hablen! – ordené.
Dudaron por un segundo, sí, pero la hembra rubia dio un paso al frente – es cierto – dijo con seguridad – Raul… es decir Khentat – corrigió diciendo el nombre real de su líder – ordenó la muerte de su pareja formal hace once años, argumentando que le había sido infiel por haber tenido un kelpie Omega como cría, siendo que él no era débil – confesó.
-¿Era cierto? – la miré de soslayo, esperando que confirmara esa acusación.
Ella pasó saliva, bajó el rostro y negó – no – musitó – Kahach jamás admitió su traición y, hasta el final, juró que el kelpie Omega, a quien no conocíamos porque ella lo alejó del clan, era hijo de Khentat…
-¡Yo jamás daría una cría tan débil!
Ese sujeto aún estaba contra las rocas y posiblemente se había fracturado alguno de sus huesos, pero sabía lo que sucedería después; si terminábamos cambiando a kelpies, sus huesos estarían intactos, así que era obvio que no le preocupaba en lo más mínimo.
-¿Débil? – pregunté con media sonrisa – él no es débil… – tomé con delicadeza la mano de mi pareja y lo puse frente a todos con un grácil movimiento.
“¿Es él? No puede ser… Imposible, no huele a Khentat…” Los murmullos empezaron a escucharse, incluso la hembra rubia mostró un gesto confuso; la risa de su líder se escuchó.
-¿Acaso le creen? – preguntó el líder poniéndose de pie – si fuese hijo mío, tendría mi olor – alegó con seguridad.
Siyank me miró con miedo y sus ojos se humedecieron, pero yo le sonreí y le acaricié la mejilla.
-Ya no huele a ti, ni a nadie más – giré mi rostro y lo encaré – porque ahora me pertenece…
-¿Tu concubino? ¿Tu juguete? – se burló.
-No – negué y puse mi rodilla en el piso, besando el dorso de la mano de mi pareja – él es mi consorte…
El silencio reinó, mientras yo volvía ponerme de pie. Las mejillas de Siyank estaban encendidas en un tono carmesí y una sonrisa nerviosa bailaba en sus hermosos labios; los otros kelpies parecían estatuas mientras nos miraban con sorpresa e incredulidad. Sabía la razón, la palabra ‘consorte’ era una utopía inalcanzable, aunado a ello, que un Alfa se inclinara ante un Omega, era un tabú en nuestra sociedad, mismo que era imposible romper, pues ningún Alfa lo aceptaría, a menos que realmente fuese el otro su pareja única.
-Ahora, aclarado el punto de por qué ya no huele a ti, Khentat – dije su nombre con desprecio –debo llevar a cabo tu castigo.
-No puedes – gruñó – no estoy marcado – sonrió de lado – y un alfa no puede eliminar a un beta si este no lleva la marca del líder del clan al que pertenece.
Reí – ah sí… los protocolos… tú tampoco los sigues… debiste inclinarte ante mí y no lo hiciste, pero si te quieres aferrar a ello, está bien…
Busqué entre los presentes con una mirada fugaz y encontré al beta ideal – tu – señalé a un joven kelpie, mismo que se sorprendió.
-¿Yo? – preguntó a media voz, aun sin salir de su asombro.
-¿Cuál es tu nombre? El real – especifiqué.
-Zarenth, señor…
-Zarenth – sonreí – eres el más fuerte de los demás, te nombro líder del clan, ahora, márcalo – ordené.
Sus ojos se abrieron enormemente, parecía no creer lo que ocurría. Levanté una ceja, esperando que reaccionara, pero él seguía estupefacto.
La mujer rubia que nos había guiado soltó el aire con molestia, caminó rápidamente, lo sujetó de la muñeca y lo acercó hasta el agua. Ella me agradaba, tenía fuerza, decisión, determinación y por sobre todo respeto, sería una buena líder, pero lamentablemente no podía haber hembras líderes en las zonas kelpies.
-Pero… – el joven dudó al dar los pasos.
-No objetes y solo hazlo – apremió la rubia – no podemos hacer esperar a un alfa…
-S… sí – asintió él.
El joven se lanzó al agua y, momentos después, surgió con su forma kelpie; un beta de color azulado, sus colmillos prominentes resaltaban en su hocico y tenía un tamaño grande, llegando casi a los límites de su género. Sonreí, era un buen espécimen, algo inexperto, pero en poco tiempo sería un buen líder, solo necesitaba un guía y, seguramente, la kelpie rubia podría ayudar, convirtiéndose en su maestra.
Cuando el kelpie se acercó a dónde estaba su anterior líder, este intentó lanzarse al agua, obviamente para cambiar y defenderse, pero no lo permití.
-No puedes oponerte – dije con frialdad, controlando su cuerpo en el aire y alejándolo de la superficie líquida.
Era mi títere, como muchos otros lo habían sido en su momento; si quería, en ese momento podía romper su cuello y acabar con el problema en un abrir y cerrar de ojos, pero si lo hacía le quitaría lo divertido; intentaba resistirse, pero no era rival para mí. Lo obligué a extender la mano, acercándola a nuevo kelpie líder y este, de una mordida, dejó la marca en la muñeca; era algo doloroso, porque debía dejar incrustado un diente secundario, el cual se encarnaría en la piel, y la mancharía de un color oscuro.
Khentat trató de soportar el dolor, pero el grito escapó de su garganta sin que se lo propusiera; yo aún mantenía su cuerpo suspendido y, con una mano, le hice una seña a Zarenth, para que saliera del agua. Inmediatamente lo hizo, recuperando su forma humana.
-De acuerdo – sonreí – te daré la oportunidad de intentar defenderte – mi voz no tenía sentimientos – pero todos sabemos el final que esto tendrá… Zarenth, aleja a tu clan, no quiero que salgan heridos…
El joven asintió y con un simple movimiento de su mano, todos se alejaron de la orilla.
-Tú – señalé a la kelpie rubia.
-¿Señor? – dijo inclinándose ante mí
-¿Cuál es tu nombre?
-Alicia, mi señor – respondió con rapidez.
-El real – pedí con seriedad, sabía que no podían andar diciendo su nombre a todo el que llegara, pero era necesario en ese momento.
-Nikeha – respondió rápidamente.
-Nikeha – sonreí de manera amistosa – pongo a tu cuidado a mi consorte – tomé a mano de Siyank y lo acerqué a ella – responderás ante mí, si algo llega a pasarle, ten en cuenta que estoy confiando en ti, para cuidar lo más preciado que tengo…
-Sí – asintió – no defraudaré su confianza – dijo sin titubear.
-Jared, ¿qué vas a…? – no permití que Siyank indagara más, le besé los labios y coloqué su mano en la palma de la rubia.
-No te acerques – pedí.
Nikeha guio a mí pececillo, alejándolo de la zona y yo, me introduje al agua; Khentat aún se mantenía flotando sobre el líquido, sin tocarlo. El ‘cenote’ no era tan grande, pero si profundo, así que al surgir de ahí, lo hice con mi forma real; saliendo del agua, pues no la necesitaba para seguir en mi forma kelpie. Tumbé un par de árboles cercanos en el proceso, pues mi cuerpo era mucho más largo que el promedio y mi cola fuera del agua era algo torpe, solo ayudándome a mantener el equilibrio.
Mis sentidos me mantenían al tanto de todo lo que ocurría; desde los murmullos de sorpresa y asombro de los demás kelpies al ver mi tamaño, hasta del corazón acelerado de Khentat, por el miedo que lo invadía. Pero había otro sonido, uno perfecto y dulce, que me hizo sentir dichoso; Siyank jamás me había visto de esa manera y en ese momento, había susurrado un ‘maravilloso’.
No tardé más y permití que Khentat cayera al agua de golpe; su cuerpo se hundió y esperé con paciencia, pero no salía.
-Seguramente intenta huir ingresando en la gruta por la cueva subterránea – la voz de Nikeha llegó a mí y gruñí.
El agua empezó a burbujear gracias a mi control sobre ella, y segundos después, la figura de un kelpie de color purpura se asomó; aturdido, confundido y agitado, manoteando en el agua con desespero. El agua borboteando había ocasionado estragos en él, pues además, se había calentado hasta el punto de ebullición, para obligarlo a salir.
-Te di la oportunidad de defenderte – mi voz gutural apenas se entendió – de morir con dignidad, pero no lo mereces…
Con mis fauces lo sujeté del cuello, sacándolo con facilidad del agua. Intentó defenderse; sus garras se movían con desespero, queriendo herir mi cuello; sus cuartos traseros pataleaban, con claro afán de golpearme dónde alcanzara y su cola trató de alcanzar mi costado, para herirme con las espinas de su aleta. Esfuerzos inútiles de un moribundo débil y temeroso, que no acepta la muerte.
Un simple movimiento de mi garra derecha, logró abrir su pecho; mi garra izquierda perforó su costado y hurgué en su interior, agarrando sus entrañas para arrancarlas de un solo movimiento. Su cuerpo convulsionaba mientras se vaciaba rápidamente; sus ojos se pusieron blancos al estar exhalando su último aliento y su cuerpo quedó laxo, aún en mis fauces.
Lo liberé, dejándolo caer en el agua con un golpe seco y quedó flotando en la superficie, mientras empezaba a disolverse, convirtiéndose en un montón de algas y musgo en tono verdoso; lentamente algunos de esos restos desaparecían como polvo en la superficie y otros se iba al fondo, para servir de alimento a los peces.
Gruñí al cielo, denotando mi poderío y volví lentamente a mi forma humana. Quedé de pie, en la orilla, observando los últimos restos de un beta que no había querido aceptar su destino; si él hubiese aceptado a Siyank en su momento, cuando yo hubiese llegado a ese lugar, habría sido reconocido como el padre de un kelpie, consorte de un Alfa, pero prefirió ir en contra de los designios naturales. Tampoco podía culparlo, pues era común que el desprecio hacia los Omegas estuviera presente en todos los clanes, más nadie se atrevía a dañarlos físicamente, mucho menos, a matar a aquellos que los llegaban a proteger, si es que los había.
-Amor… – Siyank llegó a mi lado – ¿estás bien? – preguntó con temor.
Sonreí, abrazándolo contra mi pecho desnudo; a pesar de que lo que lo ocurrido había durado poco tiempo y su padre no tenía ninguna oportunidad contra mí, había escuchado su corazón acelerado y temeroso, así como sus murmullos, llamándome con ansiedad, temiendo que yo pudiera recibir alguna herida.
-Perfectamente, pececillo – besé su cabello castaño y me incliné, hundiendo mi rostro húmedo, en su cuello suave, percibiendo su aroma – ahora solo quiero volver a la cabaña, para hacerte el amor – susurré con deseo.
Su risa era dulce, suave, perfecta; sus manos en mi cuerpo me brindaban tranquilidad. Mientras él estuviera bien, no habría nada más importante.
-Señor – Nikeha llegó y traía en sus manos una ropa ligera; me la ofreció sin decir más y la acepté, pues era para que cubriera mi desnudez humana.
Siyank sujetó la ropa mientras yo me secaba la humedad y después me cambiaba rápidamente; cuando terminé de vestirme, sujeté la mano de mi pareja y besé su dorso con cariño – hora de irnos, pececillo – él asintió.
Cuando me giré para ver a Nikeha, a su lado estaba Zarenth, quien me miraba con una mezcla de miedo y admiración, obviamente el jamás alcanzaría mi tamaño como kelpie.
-Nos vamos – anuncié para ambos, pues los demás kelpies se mantenían alejados – espero que seas un buen líder – sentencié para Zarenth – porque posiblemente estaré viniendo por estos lugares en los próximos años, así que, no hagas tonterías como tu predecesor – sonreí.
-Sí, señor – asintió inmediatamente.
-Nikeha – dije para la rubia y ella se atrevió a verme al rostro, por fin, pude notar que era muy bella y, como todas las hembras, me miraba con ansiedad, deseo e interés – ayúdalo – ordené – no dejes que se desvíe del camino.
-Sí…
Su sonrisa soñadora me decía que, si lo hacía, era porque esperaba mi aceptación, algo que no iba a obtener jamás como ella esperaba, pues solo podía respetarla.
Siyank se despidió con un ademán de mano y ambos nos enfilamos hacia el mar, por el camino que habíamos recorrido antes. Durante el trayecto, ninguno dijo nada, hasta que estuvimos recorriendo la orilla, con el agua de mar llegando a nuestros pies.
-Y, ¿qué haremos ahora?
-¿Qué haremos? – pregunté con media sonrisa – seguiremos con lo planeado para este viaje… nos quedaremos hasta la otra semana, luego tomaremos un vuelo para Europa y te llevaré a Dinamarca, a que conozcas a mi familia.
-Eso suena muy bien… – sonrió y su mirada se perdió en el oscuro mar, que apenas se distinguía de la oscuridad de la noche, gracias a la luz de la luna.
-¿Estás molesto? – indagué.
-¿Por qué? – su voz sonó sorprendida.
-Por lo que le hice a tu padre…
-Él no era mi padre – negó – Vincent lo es – aseguró con ilusión – ¿recuerdas?
Asentí, sabía a lo que se refería, pues Vincent preparó una pequeña ceremonia en la colonia donde vivía, para unirnos como pareja, según su raza, ya que creía que la ‘doma’, no era lo correcto para una pareja, pues lo consideraba más una marca de posesión animal y no de un ‘ser pensante y racional’; ahí fue dónde me lo entregó, tomando el papel de un padre protector, asegurando que si le pasaba algo, me haría pagar por ello.
-Me alegro… – más que alegrarme, me sentía aliviado, pues no sabía si mi dulce kelpie me odiaría por haber eliminado a su progenitor.
-Pero, me sorprendiste – rió divertido sacándome de mis pensamientos – jamás imaginé que fueses tan grande…
-Ah, eso – sonreí – pues, es porque tengo muchos siglos de existir – aseguré – si me paro en mis cuartos traseros y mis garras, tengo la altura del cuerpo casi como el ‘sauroposeidon’, sin contar su cuello claro – obvie la información que era común para mí – de largo, no sé, realmente no me he medido de la punta de mi hocico hasta la punta de mi aleta caudal, pero podría llegar a tener, más o menos, una longitud entre unos trece a quince metros, una medida entre un ‘shantungosaurio’ y un ‘gigantosaurio’, pero no te sabría decir mi altura de piso a cabeza, por mi corona – me alcé de hombros – puedo compararme con un ceratópsido, que se miraban más altos de lo que eran, por su cresta, pero la altura a la punta de mi cráneo, no la puedo ni saber yo – expliqué con naturalidad, como si me encontrara dando una plática casual de los fósiles que había en el museo.
Me detuve al sentir que él dejaba de caminar, observé su cara y claramente decía “¿de qué demonios hablas?”; suspiré y negué – lo siento – me disculpé y devolví mis pasos para abrazarlo – olvidé que no entiendes de eso, pero te mostraré unas imágenes para que me entiendas…
-Tal vez debo empezar a aprender de tu trabajo – suspiró.
-Solo si te gusta, yo realmente no lo veo como un trabajo, sino como un ‘hobby’…
-Un pasatiempo demasiado complicado y absorbente, ¿no lo crees? – dijo sarcástico.
-Somos criaturas longevas y realmente, quería saber, de dónde venimos, no puedes creer que un kelpie vino de la nada, ¿o sí? Las mitologías solo son cuentos que tienen algunos detalles ciertos, pero no creo en ello, todo es evolución, pececillo, y debemos venir de algún animal de hace millones de años, así como los humanos provienen de los primero homínidos – dije con sinceridad, mientras reanudaba el camino, pues debíamos llegar con el hombre de la barcaza y ya era tarde.
-¿De verdad? A mí, mi madre me contaba que el primer kelpie nació por la unión entre la luna y el mar – dijo con ilusión.
-Eso es una leyenda y no puedes creer en la criptozoología porque es una burla…
-Pues yo la creía – suspiró – pero supongo que tienes razón, entonces, en todos tus años de estudio, ¿qué has descubierto?
-¿Hasta ahora? Pues…
- - - - -
Preparé un viaje con Siyank, y días después de firmar los documentos de posesión, tomamos un vuelo hacia el caribe mexicano. Mi dulce pececillo estaba tan nervioso y alterado, que no parecía disfrutar el viaje, a pesar de que me desvivía por él; sabía que no estaba a gusto con volver a su antiguo hogar, pero era necesario, para ambos.
Al descender del avión, casi pierde el conocimiento por lo alterado que se encontraba; tuve que ayudarle a mantenerse en pie hasta que logró calmarse un poco. Lo dejé en la sala de espera, mientras recogía las maletas y después, renté un automóvil para poder llegar a nuestro destino final.
En el trayecto, lo miraba de soslayo; él estrujaba sus delicadas manos y tallaba sus brazos con insistencia, así que, necesitaba tranquilizarlo.
-¿Nervioso, pececillo? – le sujeté una mano y le sonreí, para que se calmara.
-Es que… tengo años que… me fui de aquí… – sus ojos miel me miraron con ansiedad – y ¿si se enojan?
-Vienes conmigo – sentencié – nada tienes que temer… te lo prometo…
Siyank asintió y una sonrisa débil se dibujó en sus preciosos labios; sabía que tenía miedo, no podía evitar demostrarlo, pero yo no iba a permitir que algo le pasara, aun y que no sabía que podía ocurrir al estar frente a su clan.
Casi cuatro horas después llegamos a las cabañas dónde nos hospedaríamos; estábamos a orillas del mar, en un lugar paradisiaco, cerca de la zona de kelpies. Era obvio que nuestra raza se aprovechaba de los visitantes para sus alimentos.
Dejamos nuestras pertenencias en la cabaña y decidí que saldríamos a recorrer el lugar.
-Seguramente ya saben que estás aquí – Siyank temblaba.
-Mejor… – sonreí y lo abracé por la espalda, besando su cabello – no quiero tardar más…
-Akhsyel – levantó su rostro y me miró con ansiedad – ¿estás seguro de esto? – indagó a media voz – es decir, eres un alfa y yo, solo…
-Eres mi consorte, te lo he explicado ya…
Había tardado semanas en hacerle entender su importancia, pero él parecía dudar de nuestra situación, aunque en la intimidad todos sus temores se disipaban.
Salimos juntos a recorrer la zona y después de comer, contraté a un humano para que nos llevara a lo más lejano de las cabañas, casi al otro lado de la bahía, donde seguramente podríamos encontrarnos cerca del área de los kelpies; cuando descendimos de la pequeña barca, hice que ese hombre cayera en un sueño profundo, para que no despertara hasta que volviéramos.
Recorrí junto a mi pareja la orilla del mar, tomados de la mano; estaba intentando distraerlo para que se calmara, especialmente porque me di cuenta que, desde que llegamos, nos iban siguiendo; cuatro kelpies estaban al acecho, uno por tierra y los demás por el agua.
Al alejarnos un poco más, las cuatro figuras aparecieron tras nosotros; me giré y los encaré sin dudar.
-Esta es la bienvenida, supongo – sonreí al mirarlos con indiferencia; todos eran betas.
Tres varones kelpies y una hembra, eran nuestros seguidores. Siyank se movió rápidamente, colocándose tras de mí, buscando instintivamente mi protección; yo lo sujeté de la mano y le acaricié la piel con delicadeza, tratando de darle seguridad con esa acción.
Nuestro comité de bienvenida tuvo que actuar de acuerdo al protocolo; los cuatro hicieron una reverencia ante mí y colocaron una rodilla en la arena, demostrando completa sumisión ante un Alfa, aunque era obvio que se sentían humillados por tener que hacerlo ante un Omega también.
La mujer de cabello dorado se puso de pie y dio unos pasos, acercándose – no sabíamos que vendría un ‘alfa’ a nuestro territorio – dijo con voz delicada, pero sin atreverse a mirarme a los ojos.
-Quiero ver a su líder – dije con frialdad, pues no perdería el tiempo con subordinados.
-Por supuesto – sonrió ella – síganos, por favor…
Los demás se pusieron de pie y empezaron su andar, hacia la vegetación que se alzaba al lado contrario de dónde las olas rompían en la arena.
-Vamos, pececillo – sonreí para mi pareja guiándolo con un ligero jalón de mano, pues parecía renuente a seguir.
-A… amor… – susurró a palabra con temor, pero a mí me causo ternura escucharlo, pues nunca antes me había dicho de esa manera; normalmente me decía por mi nombre, pero sabía que nadie debía conocerlo, así que, se había decantado por usar una palabra más común y realmente, me había encantado escucharla.
-¿Sí? – pregunté condescendiente.
-Jamás he estado en su territorio y no sé… no sé qué esperar… – explicó buscando mi mirada con ansiedad.
-No tienes nada que temer – lo abracé y besé su sien – vienes conmigo y nada malo va a pasar… – prometí, aunque estaba seguro que las cosas podrían ponerse algo agresivas en cualquier momento, no dejaría que tocaran a mi consorte – te lo aseguro – terminé para darle confianza y besé sus labios con delicadeza.
Siyank respiró profundamente y asintió; después de eso, seguimos al grupo, que ya se había alejado de nosotros, pero yo todavía los distinguía en la oscuridad, percibía su olor y escuchaba sus voces, aunque hablaban en murmullos. Parecían contrariados por la presencia de mi pareja y eso llamó mi atención.
Durante varios minutos, recorrimos la espesa vegetación, llegando a una depresión al aire libre, parecía una gran laguna, profunda y misteriosa; era parte de los ‘cenotes’ turísticos de la zona. Apenas nos acercamos, el olor de sangre humana llegó a mi nariz; seguramente algún kelpie se estaba alimentando.
La kelpie beta que lideraba el pequeño grupo, nadó hasta la orilla contraria y se perdió en una gruta que descendía al lado del agua; lentamente otros kelpies empezaron a congregarse alrededor, era un grupo ligeramente reducido, no más de veinte. Rápidamente, los escudriñé con la mirada, todos betas y jóvenes, aunque no había crías; eso no era extraño, pues muchas comunidades tardaban en tener una sola cría, por eso los kelpies éramos tan escasos.
Todos los presentes dudaban, parecían contrariados de no saber qué hacer, pero igual que en la playa, terminaron decantándose por recibirme; se inclinaron, colocando una rodilla en el suelo, esperando indicaciones mías y obviamente, de su líder, que aún no estaba presente.
Mi pequeño consorte estaba nervioso, sentí como se estremecía y, en un momento, intentó hacer lo que los demás, pero lo evité, manteniendo firme mi agarre en su mano, para que se quedara de pie, erguido y con la frente en alto, pues ninguno de esos insignificantes betas valía lo que él.
De la gruta, la rubia que nos había guiado hasta ahí, salió tras un hombre de cabello negro, el cual tenía su cuerpo manchado de rojo, claramente acababa de alimentarse. Posiblemente en la gruta había una caverna subterránea inundada, lo suficientemente grande para que la pudiera usar; eso no me sorprendía, los machos beta tenían un límite de tamaño al tomar forma de kelpie, por tanto, era mucho más sencillo para ellos encontrar un lugar adecuado para comer y no alejarse de ahí jamás.
De un salto, ese sujeto entró al agua del ‘cenote’, nadando con rapidez hasta la orilla dónde yo me encontraba; al salir, hizo una reverencia, pero no se hincó ante mí.
“Insolente…” pensé con molestia; aunque fuera el líder de esa zona, tenía que rendirme pleitesía por ser un alfa.
-No tenía noticias de que un alfa vendría a mi territorio – dijo ese sujeto con seriedad – soy ‘Raúl Romano’ – dijo su nombre con burla.
Levanté una ceja y sonreí; yo no tenía por qué darle mi nombre, ni siquiera el humano.
-Así que eres el líder de aquí – forcé una sonrisa, pues quería darle una lección, pero no era el momento, aún – ¿desde cuándo?
-Casi dos siglos – respondió fríamente.
-Ya veo – asentí – entonces, quiero ver al kelpie marcado por haber matado a su pareja hace once años… ¿dónde puedo encontrarlo?
El gesto en su rostro se contorsionó, parecía haber recibido un golpe, pues era obvia su sorpresa – ¿de…? ¿De qué habla?
El tono de voz cambió, pude darme cuenta con facilidad, además, el latido de su corazón empezó a acelerarse; tenía miedo.
“Eres tú…”
-Estoy enterado… – entrecerré los ojos, preparándome para lo que venía, porque seguramente, tendría que obligarlo a hablar – así que, ¿dónde está?
-No sé… – carraspeó porque su voz se ahogó – no sé quién le dijo algo así – su sonrisa tembló – pero aquí no ha ocurrido algo así…
-Ya veo, entonces, ¿tampoco nació un omega en esta comunidad, hace veinticuatro años?
Los puños de él se cerraron con fuerza y su mirada mostró un brillo de ira – ¡nunca ha nacido un Omega aquí! – sentenció.
Siyank ejerció presión en mi mano y sentí como temblaba de pies a cabeza, mientras se pegaba más a mi cuerpo, buscando ocultarse tras de mí.
-¿De verdad? – pregunté con sarcasmo – ¿oíste pececito? – me incliné hacia mi pareja – dice que aquí no ha nacido un Omega… entonces, ¿tú no naciste aquí?
Mi consorte asintió – yo nací aquí, en esta bahía – anunció con voz baja – mi madre era Kahach…
-¡Mientes!
Con una simple mirada mía, ese sujeto salió disparado hacia el otro lado del agua, golpeándose contra unas rocas.
-¿Te atreves a insultar a mi pareja, diciendo que es un mentiroso? – pregunté mirándolo con ira.
Los otros kelpies se pusieron de pie inmediatamente y se alejaron de la orilla del agua.
-Si ustedes lo encubren – hablé para todos ellos – eliminaré a toda su comunidad – dije sin un ápice de duda – bien saben que un ‘beta’ no puede hacerle daño a otro, así que, ¡hablen! – ordené.
Dudaron por un segundo, sí, pero la hembra rubia dio un paso al frente – es cierto – dijo con seguridad – Raul… es decir Khentat – corrigió diciendo el nombre real de su líder – ordenó la muerte de su pareja formal hace once años, argumentando que le había sido infiel por haber tenido un kelpie Omega como cría, siendo que él no era débil – confesó.
-¿Era cierto? – la miré de soslayo, esperando que confirmara esa acusación.
Ella pasó saliva, bajó el rostro y negó – no – musitó – Kahach jamás admitió su traición y, hasta el final, juró que el kelpie Omega, a quien no conocíamos porque ella lo alejó del clan, era hijo de Khentat…
-¡Yo jamás daría una cría tan débil!
Ese sujeto aún estaba contra las rocas y posiblemente se había fracturado alguno de sus huesos, pero sabía lo que sucedería después; si terminábamos cambiando a kelpies, sus huesos estarían intactos, así que era obvio que no le preocupaba en lo más mínimo.
-¿Débil? – pregunté con media sonrisa – él no es débil… – tomé con delicadeza la mano de mi pareja y lo puse frente a todos con un grácil movimiento.
“¿Es él? No puede ser… Imposible, no huele a Khentat…” Los murmullos empezaron a escucharse, incluso la hembra rubia mostró un gesto confuso; la risa de su líder se escuchó.
-¿Acaso le creen? – preguntó el líder poniéndose de pie – si fuese hijo mío, tendría mi olor – alegó con seguridad.
Siyank me miró con miedo y sus ojos se humedecieron, pero yo le sonreí y le acaricié la mejilla.
-Ya no huele a ti, ni a nadie más – giré mi rostro y lo encaré – porque ahora me pertenece…
-¿Tu concubino? ¿Tu juguete? – se burló.
-No – negué y puse mi rodilla en el piso, besando el dorso de la mano de mi pareja – él es mi consorte…
El silencio reinó, mientras yo volvía ponerme de pie. Las mejillas de Siyank estaban encendidas en un tono carmesí y una sonrisa nerviosa bailaba en sus hermosos labios; los otros kelpies parecían estatuas mientras nos miraban con sorpresa e incredulidad. Sabía la razón, la palabra ‘consorte’ era una utopía inalcanzable, aunado a ello, que un Alfa se inclinara ante un Omega, era un tabú en nuestra sociedad, mismo que era imposible romper, pues ningún Alfa lo aceptaría, a menos que realmente fuese el otro su pareja única.
-Ahora, aclarado el punto de por qué ya no huele a ti, Khentat – dije su nombre con desprecio –debo llevar a cabo tu castigo.
-No puedes – gruñó – no estoy marcado – sonrió de lado – y un alfa no puede eliminar a un beta si este no lleva la marca del líder del clan al que pertenece.
Reí – ah sí… los protocolos… tú tampoco los sigues… debiste inclinarte ante mí y no lo hiciste, pero si te quieres aferrar a ello, está bien…
Busqué entre los presentes con una mirada fugaz y encontré al beta ideal – tu – señalé a un joven kelpie, mismo que se sorprendió.
-¿Yo? – preguntó a media voz, aun sin salir de su asombro.
-¿Cuál es tu nombre? El real – especifiqué.
-Zarenth, señor…
-Zarenth – sonreí – eres el más fuerte de los demás, te nombro líder del clan, ahora, márcalo – ordené.
Sus ojos se abrieron enormemente, parecía no creer lo que ocurría. Levanté una ceja, esperando que reaccionara, pero él seguía estupefacto.
La mujer rubia que nos había guiado soltó el aire con molestia, caminó rápidamente, lo sujetó de la muñeca y lo acercó hasta el agua. Ella me agradaba, tenía fuerza, decisión, determinación y por sobre todo respeto, sería una buena líder, pero lamentablemente no podía haber hembras líderes en las zonas kelpies.
-Pero… – el joven dudó al dar los pasos.
-No objetes y solo hazlo – apremió la rubia – no podemos hacer esperar a un alfa…
-S… sí – asintió él.
El joven se lanzó al agua y, momentos después, surgió con su forma kelpie; un beta de color azulado, sus colmillos prominentes resaltaban en su hocico y tenía un tamaño grande, llegando casi a los límites de su género. Sonreí, era un buen espécimen, algo inexperto, pero en poco tiempo sería un buen líder, solo necesitaba un guía y, seguramente, la kelpie rubia podría ayudar, convirtiéndose en su maestra.
Cuando el kelpie se acercó a dónde estaba su anterior líder, este intentó lanzarse al agua, obviamente para cambiar y defenderse, pero no lo permití.
-No puedes oponerte – dije con frialdad, controlando su cuerpo en el aire y alejándolo de la superficie líquida.
Era mi títere, como muchos otros lo habían sido en su momento; si quería, en ese momento podía romper su cuello y acabar con el problema en un abrir y cerrar de ojos, pero si lo hacía le quitaría lo divertido; intentaba resistirse, pero no era rival para mí. Lo obligué a extender la mano, acercándola a nuevo kelpie líder y este, de una mordida, dejó la marca en la muñeca; era algo doloroso, porque debía dejar incrustado un diente secundario, el cual se encarnaría en la piel, y la mancharía de un color oscuro.
Khentat trató de soportar el dolor, pero el grito escapó de su garganta sin que se lo propusiera; yo aún mantenía su cuerpo suspendido y, con una mano, le hice una seña a Zarenth, para que saliera del agua. Inmediatamente lo hizo, recuperando su forma humana.
-De acuerdo – sonreí – te daré la oportunidad de intentar defenderte – mi voz no tenía sentimientos – pero todos sabemos el final que esto tendrá… Zarenth, aleja a tu clan, no quiero que salgan heridos…
El joven asintió y con un simple movimiento de su mano, todos se alejaron de la orilla.
-Tú – señalé a la kelpie rubia.
-¿Señor? – dijo inclinándose ante mí
-¿Cuál es tu nombre?
-Alicia, mi señor – respondió con rapidez.
-El real – pedí con seriedad, sabía que no podían andar diciendo su nombre a todo el que llegara, pero era necesario en ese momento.
-Nikeha – respondió rápidamente.
-Nikeha – sonreí de manera amistosa – pongo a tu cuidado a mi consorte – tomé a mano de Siyank y lo acerqué a ella – responderás ante mí, si algo llega a pasarle, ten en cuenta que estoy confiando en ti, para cuidar lo más preciado que tengo…
-Sí – asintió – no defraudaré su confianza – dijo sin titubear.
-Jared, ¿qué vas a…? – no permití que Siyank indagara más, le besé los labios y coloqué su mano en la palma de la rubia.
-No te acerques – pedí.
Nikeha guio a mí pececillo, alejándolo de la zona y yo, me introduje al agua; Khentat aún se mantenía flotando sobre el líquido, sin tocarlo. El ‘cenote’ no era tan grande, pero si profundo, así que al surgir de ahí, lo hice con mi forma real; saliendo del agua, pues no la necesitaba para seguir en mi forma kelpie. Tumbé un par de árboles cercanos en el proceso, pues mi cuerpo era mucho más largo que el promedio y mi cola fuera del agua era algo torpe, solo ayudándome a mantener el equilibrio.
Mis sentidos me mantenían al tanto de todo lo que ocurría; desde los murmullos de sorpresa y asombro de los demás kelpies al ver mi tamaño, hasta del corazón acelerado de Khentat, por el miedo que lo invadía. Pero había otro sonido, uno perfecto y dulce, que me hizo sentir dichoso; Siyank jamás me había visto de esa manera y en ese momento, había susurrado un ‘maravilloso’.
No tardé más y permití que Khentat cayera al agua de golpe; su cuerpo se hundió y esperé con paciencia, pero no salía.
-Seguramente intenta huir ingresando en la gruta por la cueva subterránea – la voz de Nikeha llegó a mí y gruñí.
El agua empezó a burbujear gracias a mi control sobre ella, y segundos después, la figura de un kelpie de color purpura se asomó; aturdido, confundido y agitado, manoteando en el agua con desespero. El agua borboteando había ocasionado estragos en él, pues además, se había calentado hasta el punto de ebullición, para obligarlo a salir.
-Te di la oportunidad de defenderte – mi voz gutural apenas se entendió – de morir con dignidad, pero no lo mereces…
Con mis fauces lo sujeté del cuello, sacándolo con facilidad del agua. Intentó defenderse; sus garras se movían con desespero, queriendo herir mi cuello; sus cuartos traseros pataleaban, con claro afán de golpearme dónde alcanzara y su cola trató de alcanzar mi costado, para herirme con las espinas de su aleta. Esfuerzos inútiles de un moribundo débil y temeroso, que no acepta la muerte.
Un simple movimiento de mi garra derecha, logró abrir su pecho; mi garra izquierda perforó su costado y hurgué en su interior, agarrando sus entrañas para arrancarlas de un solo movimiento. Su cuerpo convulsionaba mientras se vaciaba rápidamente; sus ojos se pusieron blancos al estar exhalando su último aliento y su cuerpo quedó laxo, aún en mis fauces.
Lo liberé, dejándolo caer en el agua con un golpe seco y quedó flotando en la superficie, mientras empezaba a disolverse, convirtiéndose en un montón de algas y musgo en tono verdoso; lentamente algunos de esos restos desaparecían como polvo en la superficie y otros se iba al fondo, para servir de alimento a los peces.
Gruñí al cielo, denotando mi poderío y volví lentamente a mi forma humana. Quedé de pie, en la orilla, observando los últimos restos de un beta que no había querido aceptar su destino; si él hubiese aceptado a Siyank en su momento, cuando yo hubiese llegado a ese lugar, habría sido reconocido como el padre de un kelpie, consorte de un Alfa, pero prefirió ir en contra de los designios naturales. Tampoco podía culparlo, pues era común que el desprecio hacia los Omegas estuviera presente en todos los clanes, más nadie se atrevía a dañarlos físicamente, mucho menos, a matar a aquellos que los llegaban a proteger, si es que los había.
-Amor… – Siyank llegó a mi lado – ¿estás bien? – preguntó con temor.
Sonreí, abrazándolo contra mi pecho desnudo; a pesar de que lo que lo ocurrido había durado poco tiempo y su padre no tenía ninguna oportunidad contra mí, había escuchado su corazón acelerado y temeroso, así como sus murmullos, llamándome con ansiedad, temiendo que yo pudiera recibir alguna herida.
-Perfectamente, pececillo – besé su cabello castaño y me incliné, hundiendo mi rostro húmedo, en su cuello suave, percibiendo su aroma – ahora solo quiero volver a la cabaña, para hacerte el amor – susurré con deseo.
Su risa era dulce, suave, perfecta; sus manos en mi cuerpo me brindaban tranquilidad. Mientras él estuviera bien, no habría nada más importante.
-Señor – Nikeha llegó y traía en sus manos una ropa ligera; me la ofreció sin decir más y la acepté, pues era para que cubriera mi desnudez humana.
Siyank sujetó la ropa mientras yo me secaba la humedad y después me cambiaba rápidamente; cuando terminé de vestirme, sujeté la mano de mi pareja y besé su dorso con cariño – hora de irnos, pececillo – él asintió.
Cuando me giré para ver a Nikeha, a su lado estaba Zarenth, quien me miraba con una mezcla de miedo y admiración, obviamente el jamás alcanzaría mi tamaño como kelpie.
-Nos vamos – anuncié para ambos, pues los demás kelpies se mantenían alejados – espero que seas un buen líder – sentencié para Zarenth – porque posiblemente estaré viniendo por estos lugares en los próximos años, así que, no hagas tonterías como tu predecesor – sonreí.
-Sí, señor – asintió inmediatamente.
-Nikeha – dije para la rubia y ella se atrevió a verme al rostro, por fin, pude notar que era muy bella y, como todas las hembras, me miraba con ansiedad, deseo e interés – ayúdalo – ordené – no dejes que se desvíe del camino.
-Sí…
Su sonrisa soñadora me decía que, si lo hacía, era porque esperaba mi aceptación, algo que no iba a obtener jamás como ella esperaba, pues solo podía respetarla.
Siyank se despidió con un ademán de mano y ambos nos enfilamos hacia el mar, por el camino que habíamos recorrido antes. Durante el trayecto, ninguno dijo nada, hasta que estuvimos recorriendo la orilla, con el agua de mar llegando a nuestros pies.
-Y, ¿qué haremos ahora?
-¿Qué haremos? – pregunté con media sonrisa – seguiremos con lo planeado para este viaje… nos quedaremos hasta la otra semana, luego tomaremos un vuelo para Europa y te llevaré a Dinamarca, a que conozcas a mi familia.
-Eso suena muy bien… – sonrió y su mirada se perdió en el oscuro mar, que apenas se distinguía de la oscuridad de la noche, gracias a la luz de la luna.
-¿Estás molesto? – indagué.
-¿Por qué? – su voz sonó sorprendida.
-Por lo que le hice a tu padre…
-Él no era mi padre – negó – Vincent lo es – aseguró con ilusión – ¿recuerdas?
Asentí, sabía a lo que se refería, pues Vincent preparó una pequeña ceremonia en la colonia donde vivía, para unirnos como pareja, según su raza, ya que creía que la ‘doma’, no era lo correcto para una pareja, pues lo consideraba más una marca de posesión animal y no de un ‘ser pensante y racional’; ahí fue dónde me lo entregó, tomando el papel de un padre protector, asegurando que si le pasaba algo, me haría pagar por ello.
-Me alegro… – más que alegrarme, me sentía aliviado, pues no sabía si mi dulce kelpie me odiaría por haber eliminado a su progenitor.
-Pero, me sorprendiste – rió divertido sacándome de mis pensamientos – jamás imaginé que fueses tan grande…
-Ah, eso – sonreí – pues, es porque tengo muchos siglos de existir – aseguré – si me paro en mis cuartos traseros y mis garras, tengo la altura del cuerpo casi como el ‘sauroposeidon’, sin contar su cuello claro – obvie la información que era común para mí – de largo, no sé, realmente no me he medido de la punta de mi hocico hasta la punta de mi aleta caudal, pero podría llegar a tener, más o menos, una longitud entre unos trece a quince metros, una medida entre un ‘shantungosaurio’ y un ‘gigantosaurio’, pero no te sabría decir mi altura de piso a cabeza, por mi corona – me alcé de hombros – puedo compararme con un ceratópsido, que se miraban más altos de lo que eran, por su cresta, pero la altura a la punta de mi cráneo, no la puedo ni saber yo – expliqué con naturalidad, como si me encontrara dando una plática casual de los fósiles que había en el museo.
Me detuve al sentir que él dejaba de caminar, observé su cara y claramente decía “¿de qué demonios hablas?”; suspiré y negué – lo siento – me disculpé y devolví mis pasos para abrazarlo – olvidé que no entiendes de eso, pero te mostraré unas imágenes para que me entiendas…
-Tal vez debo empezar a aprender de tu trabajo – suspiró.
-Solo si te gusta, yo realmente no lo veo como un trabajo, sino como un ‘hobby’…
-Un pasatiempo demasiado complicado y absorbente, ¿no lo crees? – dijo sarcástico.
-Somos criaturas longevas y realmente, quería saber, de dónde venimos, no puedes creer que un kelpie vino de la nada, ¿o sí? Las mitologías solo son cuentos que tienen algunos detalles ciertos, pero no creo en ello, todo es evolución, pececillo, y debemos venir de algún animal de hace millones de años, así como los humanos provienen de los primero homínidos – dije con sinceridad, mientras reanudaba el camino, pues debíamos llegar con el hombre de la barcaza y ya era tarde.
-¿De verdad? A mí, mi madre me contaba que el primer kelpie nació por la unión entre la luna y el mar – dijo con ilusión.
-Eso es una leyenda y no puedes creer en la criptozoología porque es una burla…
-Pues yo la creía – suspiró – pero supongo que tienes razón, entonces, en todos tus años de estudio, ¿qué has descubierto?
-¿Hasta ahora? Pues…
- - - - -
Despedida:
Ajajajajajajajaja XD
Realmente esto se me fue de las manos… Me disculpo por ello, de verdad, pero bueno… Desde hacía mucho deseaba acabar con este ‘OS’ pero llegué a la página 46 sin darme cuenta XD Bien, espero que hayan disfrutado de esta historia y no se les haya hecho tediosa ni aburrida.
Por si quieren saber, sobre la pregunta de qué ha descubierto hasta ahora nuestro querido Akhsyel, es que ellos, como kelpies, provienen de la imaginación de Ojou ajajajajaj Ok, no, realmente ya no me quise meter en eso ^..^ por eso lo dejé ahí. Bien eso es todo por ahora, nos leemos.
Ajajajajajajajaja XD
Realmente esto se me fue de las manos… Me disculpo por ello, de verdad, pero bueno… Desde hacía mucho deseaba acabar con este ‘OS’ pero llegué a la página 46 sin darme cuenta XD Bien, espero que hayan disfrutado de esta historia y no se les haya hecho tediosa ni aburrida.
Por si quieren saber, sobre la pregunta de qué ha descubierto hasta ahora nuestro querido Akhsyel, es que ellos, como kelpies, provienen de la imaginación de Ojou ajajajajaj Ok, no, realmente ya no me quise meter en eso ^..^ por eso lo dejé ahí. Bien eso es todo por ahora, nos leemos.
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