El pelinegro miraba por la ventana del automóvil, tenía un ligero mohín molesto y su respiración se podía escuchar desacompasada.
—Si no querías ir, ¿por qué no te negaste? —preguntó su pareja, quien iba manejando.
Pablo acomodó sus gafas y volteo a ver al rubio, un ligero tinte de frustración se miraba en sus ojos ambarinos, a través de los cristales.
—Me negué —señalo—, pero Néstor me rogó, ¡me suplicó! —su voz sonó alterada—. Incluso se quiso hincar frente a mí, para que aceptara conocer a esta persona y juró que, si aceptaba, no volvería a pedir que me presentara, personalmente, en ningún otro lado.
—¿Y por eso accediste? —Christian sonrió de lado, imaginando la escena.
—Sí —asintió el pelinegro—. Por eso y porque me pareció que Néstor estaba muy asustado, así que me dio miedo que algo malo pudiera pasar, si no aceptaba.
—Te comentó, ¿quién es la persona que te quiere conocer? —preguntó su pareja, con curiosidad.
Ya tenían años de haberse reencontrado y desde entonces, habían hecho exposiciones de su arte compartido, en varias ciudades y países, pero ambos seguían manteniéndose en el anonimato.
—Sólo me dijo que era alguien muy influyente y que también mantendría el secreto.
—¿Podemos confiar en eso? —el rubio levantó una ceja, un tanto desconfiado.
—Espero que sí —suspiró el de lentes—, aun así, ya tengo compromiso para la comida, porque tengo que entregar un cuadro y Néstor accedió a no ir por él en persona, para que yo pudiera tomarlo cómo excusa y retirarnos rápido.
—Entonces no debemos tardarnos, ya que el camino de regreso será largo —Christian suspiró.
Casi una hora antes, el vehículo había salido de la ciudad y aunque habían tomado la carretera hacia la zona de playas, a mitad de camino, tomaron una ruta que no conocían, yendo a una zona que parecía no habitada, sin saber que toda esa propiedad era privada.
Un rato después, dejaron de ver la típica malla metálica de delimitación, que dio paso a una barda perimetral de piedra, bastante alta y que parecía tener, cada cierta distancia, cámaras de vigilancia y a lo lejos, se miraban un par de construcciones grandes, una que parecía un edificio de varios pisos y otra que tenía un aire de castillo, en un peñasco, a la orilla del mar.
—Parece mucha seguridad, ¿no lo crees? —Christian disminuyo la velocidad.
—Quizá es algún político —comentó el pelinegro.
—Tal vez por eso, Néstor, estaba tan inquieto —sonrió el ojiazul.
—Y por eso solo me dijo el nombre de la asistente —Pablo suspiró.
—Míralo por el lado positivo —el rubio ladeó el rostro—, él también quiere mantenerse en el anonimato.
Poco a poco, el enorme acceso vigilado se observó y el GPS del vehículo marcó que habían llegado a su destino.
—Creo que es aquí —Christian giró hacia el acceso—, pero deberíamos preguntar.
Pablo se sintió inquieto al ver que dos hombres vestidos de negro, salieron de la caseta de vigilancia y fueron hacia el vehículo, uno a cada lado. Christian bajó el cristal y sonrió.
—Buenos días —saludó—, el señor Néstor Montes, dijo que debíamos venir aquí, a encontrarnos con la señorita Marisela Sánchez.
El hombre lo observó con seriedad y le dedicó una mirada a su compañero, antes de sacar una pequeña tableta digital de su saco.
—¿Cuáles son sus nombres?
—Christian Palacios y mi acompañante es Pablo Arias —respondió el conductor.
Con unos movimientos, el guardia verificó los nombres en la tableta y asintió.
—Los están esperando, abriremos en un momento, solo deben seguir el camino principal, hasta la rotonda con la fuente, la señorita Sánchez los esperará en el acceso.
—Gracias —respondió Christian.
Los hombres regresaron a sus puestos y la reja metálica, adornada con siluetas de leones, se abrió poco después.
El vehículo inició el camino, recorriendo la calle perfectamente adoquinada, con los enormes árboles a los lados y viendo como esa enorme construcción, tipo castillo, se miraba más y más grande, mientras se acercaban a ella.
—¡No sabía que existía un lugar así en este estado! —Pablo acomodó sus gafas, observando el lugar con asombro y algo de emoción.
—¡Es increíble! —Christian también parecía impresionado.
Ambos habían viajado por el mundo, uno pintando y el otro tomando fotografías, por eso conocían de arquitectura y sabían que esa que tenían enfrente, podía ser catalogado como un palacio moderno.
Tardaron algunos minutos en llegar a la zona que los guardias les mencionaron y cuando dieron vuelta en la glorieta, quedaron frente a una enorme escalinata, decorada con algunas esculturas de leones.
Una hermosa mujer de cabello castaño y lentes, estaba de pie, acompañada de un hombre vestido de negro, con cara de pocos amigos. Christian descendió del vehículo y fue hasta la puerta de Pablo, abriendo con rapidez, para que bajara y ambos se acercaron a la pareja que estaba esperándolos.
—¡Buenos días! —saludó la mujer con amabilidad—. ¡Bienvenidos a la mansión De León! —extendió la mano para el chico de lentes—. Soy Marisela Sánchez —se presentó— y mi compañero, es mi esposo, Miguel Domínguez —hizo un ademán al pelinegro que estaba con ella, quien solo movió la cabeza—. Agradecemos, en nombre de nuestro jefe, que haya aceptado venir este día, señor Arias.
Pablo titubeó, pero aceptó la mano de la mujer y su sonrisa tembló— gracias.
—Y usted debe ser el fotógrafo, Christian Palacios —la castaña saludó al rubio—, ¡es un placer conocerlo también! He visto su obra de paisajes y fue una sorpresa saber que usted también era el fotógrafo de las exposiciones del popular fotógrafo C. Serce.
—¡Ah, sí! —el rubio asintió—. Mi trabajo como fotógrafo de paisajes es para revistas y documentales —se alzó de hombros—, pero C. Serce, fotografía por amor —miró de soslayo a Pablo.
—Comprendo —Marisela asintió y señaló la escalinata—. Acompáñenos, por favor…
—Ah… Pero no creo que debamos dejar el auto en la entrada —Christian hizo una seña a su automóvil.
Miguel miró hacia un lado y un hombre canoso se acercó de inmediato.
—Buenos días —saludó con una inclinación de cabeza—. Soy Jesús Ochoa y yo me encargaré de su vehículo hasta que se retiren.
—Ah… —Christian buscó en su bolsillo—. Está bien, aquí están las llaves
El hombre la sujetó con rapidez y fue directamente al auto, subiéndose y llevándolo por la calle, hacia un lugar desconocido para los visitantes.
—No se preocupen —Marisela sonrió—, el auto está en buenas manos.
—El estacionamiento se encuentra en otra zona —la voz grave de Miguel hizo que se les erizara la piel a los recién llegados—, pero estará de regreso aquí, cuando ustedes salgan.
El rubio forzó una sonrisa, sintiéndose algo nervioso, pues hasta ese momento, ya no tenían cómo salir de ese lugar, así que sólo sujetó la mano de su pareja— bien, estamos listos.
—Por aquí, por favor —Marisela dio media vuelta—, el señor De León pidió que preparamos uno de los salones más grandes, para esta reunión.
—La verdad… Me es un poco incómodo, porque no me gusta que la gente me conozca —Pablo habló con nervios.
—Me imagino —Marisela asintió y empezó a caminar, seguida por los recién llegados y Miguel—, pero le aseguramos a su representante, el señor Néstor Díaz, que su identidad se mantendría en secreto y el señor De León, siempre cumple su palabra.
Pablo y Christian se miraron de soslayo; se sentían algo inquietos, pero debían mantener su pose profesional.
Aunque todos sus nervios desaparecieron al ingresar en la mansión; la construcción, los adornos, las estatuas y especialmente los cuadros que había, llamaron la atención de ambos artistas.
Pablo estuvo por detenerse varias veces, para observar unos lienzos y cuadros en distintas técnicas de dibujo, que adornaban los pasillos por dónde los guiaban, pero su esposo le daba un ligero jalón de mano; no podía dejarlo atrás, pues quienes los guiaban, no parecían querer esperar.
Al llegar al salón preparado con antelación, ya estaban unas personas del servicio, esperándolos.
—Pueden tomar asiento, por favor —Marisela señaló la sala de estar—, nuestro jefe llegará en un momento —sonrió—, de hecho, esta reunión es una sorpresa para su pareja.
—Gracias.
Christian caminó hasta uno de los sillones de dos plazas, sentándose al lado de Pablo, quien miraba los enormes lienzos colgados en las paredes, sin poder enfocarse en alguno, pues todos le llamaban la atención.
Marisela y Miguel tomaron asiento en otro sofá y recibieron unas tazas de té y café, respectivamente.
—¿Gustan algo de beber mientras esperan? —pregunto otro hombre canoso, que parecía el mayordomo.
—¿Tendrá jugo de naranja? —preguntó el rubio con curiosidad.
—Por supuesto —asintió el mayordomo y ante una seña, una jovencita sirvió un vaso con jugo de naranja y lo acercó de inmediato—. Y ¿para el señor? —preguntó señalando con un ademán al joven de lentes, que no lo prestaba atención.
—Café americano, con dos cucharadas de azúcar —sonrió Christian, conociendo a su esposo, sabía bien qué era lo que le gustaba.
Otra jovencita sirvió una taza de café y la dejó frente al joven de lentes, colocando a su lado una azucarera y una cuchara; aunque le habían dicho cómo lo querían, en esa casa no endulzaban el café, pues según su jefe, cada quien toma la medida a su gusto.
—¿Gustan algún aperitivo o panecillo para acompañar? —ofreció el mayordomo una vez más.
—No por el momento, gracias —Christian tenía que hacerse cargo de la situación, ya que se dio cuenta que Pablo no parecía estar ahí en realidad, porque su mente estaba en las pinturas que lo rodeaban.
El mayordomo y las jóvenes del servicio se apartaron, yendo hacia una zona del salón, en espera de que solicitaran sus servicios pronto y el silencio reinó, sólo por un instante.
—Esas pinturas —Pablo habló con voz baja—, no son… ¡No son de ningún pintor que conozca! —comentó con asombro.
Él había estudiado arte y nunca había visto esas pinturas en ningún lado, pero, aunque no había podido verlas a detalle, le parecían maravillosas.
—No —Marisela negó y dio un sorbo a su té—, en esta mansión, nuestro jefe tiene una colección privada muy especial.
Pablo no comprendía esas palabras y estuvo a punto de preguntar quién era el artista, cuando la puerta del salón se abrió.
Un grupo de hombres, llegó; Miguel y Marisela se pusieron de pie para recibirlos.
—¡Buenos días! —saludó un hombre que traía una coleta en su cabello negro, pero sus ojos azules, observaban con algo de curiosidad, a la pareja desconocida que acompañaba a sus amigos.
—¡Buenos días! —respondieron Pablo y Christian, a la par que se ponían de pie.
—No sabía que tendríamos visita, amor —Erick miró a su esposo con extrañeza, pues siempre le mencionaba cuando llegaba alguien a la casa, fuera de su círculo de amistades.
El ojiverde sonrió con orgullo— lo olvidé —le restó importancia—, pero es una reunión que Marisela preparó, para conocer a estas dos personas, porque yo tampoco las conozco.
Erick frunció el ceño.
Le era muy extraño que dos desconocidos estuvieran no solo en la propiedad de Alejandro, sino que estaban en el interior de la mansión, en uno de los salones principales y sin mucha vigilancia; ya le había parecido raro que, Alejandro, quiso que su primo, Osvaldo, también estuviera ese día para desayunar con ellos.
Alejandro se acercó a la pareja de hombres que estaba en la sala y extendió la mano.
—Soy Alejandro de León —se presentó con rapidez—, agradezco que hayan venido.
Esas palabras sobresaltaron a Erick. Alejandro nunca agradecía nada y en ese momento lo estaba haciendo.
«Algo raro está ocurriendo…» Erick sintió una corazonada, pero no tenía ni idea de lo que estaba pasando en ese momento.
—Yo soy Christian Palacios…
El fotógrafo se presentó de inmediato, pues conocía el nombre de Alejandro de León y había visto fotografías de él en titulares de periódicos, más no sabía que lo conocería en persona y no había pensado que era esa persona, la que los había invitado a ese lugar «debí imaginarlo cuando la asistente dijo ‘el señor De León’», pasó saliva con nervios.
—Yo soy Pablo Arias —se presentó el de lentes, con nervios.
—Comprendo… —Alejandro lo miró con altivez y el pintor sintió que empequeñecía ante ese gesto—. Antes de presentarles a mi esposo, permítanme presentarles a nuestros acompañantes…
Se hizo a un lado e inició con los nombres.
—Agustín Ruiz, amigo y asistente de mí esposo…
—Un placer —Agustín habló con voz calmada y sonrió ante la forma en que el rubio lo presentó, pues era la forma en que habían quedado de hacerlo, después saber que era realmente hermano de Erick.
—Lo acompaña Julián Chávez, su esposo —le dedico una mirada molesta, aun le tenía algo de resentimiento.
El castaño apretó los puños, pero solo movió el rostro en un ligero ademán.
—Él es mi primo, Osvaldo Altamira…
—¡Buenos días! —saludó el ojigrís con amabilidad.
—¡¿Osvaldo Altamira?! —Christian se asustó—. ¡¿El pianista?!
Osvaldo ahogó una risita— sí —asintió—, ese mismo.
—¡Soy su admirador! —el rostro del fotógrafo se iluminó, pero al sentir la mirada seria de Pablo, carraspeó—. Es decir… Ambos, mi pareja y yo, lo admiramos —sonrió nerviosamente.
—Gracias —Osvaldo sintió que sus mejillas ardían, aún se cohibía al hablar con sus admiradores.
—Y a su lado esta su esposo —Alejandro siguió con las presentaciones—, César Hidalgo.
César sujetó la mano de Osvaldo con delicadeza, pero mantuvo la mirada firme en Christian— un placer —forzó una sonrisa, detestaba conocer a los fanáticos de su esposo, ya que no le gustaba compartirlo en realidad.
—Ahora sí… Alejandro sujeto la mano de Erick y lo puso delante de todos—. Este hermoso hombre, al que amo y por el que haría cualquier cosa, es mi esposo, Erick Salazar —sonrió.
—Si es así, ¿por qué me presentas al final? —Erick le dedicó una mirada molesta.
—Eso es, porque quería presentarte, especialmente, a este caballero que tienes enfrente —señaló al joven de lentes—, él es Pablo Arias.
—Sí, ya se presentó —obvió el ojiazul con sarcasmo.
—Pero lo que no sabes, Conejo —Alejandro puso las manos en la cintura de su esposo—, es que Pablo Arias, es el pintor que admiras, P. Valentín.
Los ojos de Erick se abrieron enormemente y su boca se abrió lentamente, observando al chico de lentes que tenía enfrente, sin poder creerlo.
—¡¿De verdad eres…?!
Su voz se perdió y no pudo terminar la pregunta.
Pablo se encogió de hombros— sí —asintió—, yo soy P. Valentín y mi pareja es C. Serce, el fotógrafo.
—¡Por todos los Dioses!
Erick se cubrió la boca y luego se apartó de su esposo, yendo hasta Pablo, sujetándolo de las manos.
—¡No puedo creer que seas tú! —dijo en un tono de voz alterado—. Me encantan tus pinturas y por supuesto, las fotos de él son buenas —señaló el rubio—, pero no se mucho de fotografía, aun así, la exposición ‘Lovers’ fue ¡sublime!
—Ah… ¿Gracias?
El de lentes no sabía cómo reaccionar, por eso no quería que nadie supiera quien era, pues no le gustaba interactuar con las personas en realidad.
—¡Creí que jamás te podría conocer! —prosiguió Erick—. Tu nunca te has presentado en persona y te mantienes en completo anonimato, ¡¿cómo fue que…?!
—Mejor, no preguntes, Conejo —Alejandro se acercó y le puso las manos en los hombros—. Solo puedo decir que fue complicado lograr esta reunión —ladeó el rostro— y por eso te lo presenté al final —dijo en voz baja.
Erick ni siquiera le puso atención a su esposo, simplemente se sentó en un sillón y casi obligó a que Pablo se sentara a su lado, ya que no le había soltado las manos.
—Tengo tantas cosas que preguntar de tus pinturas, pero ¡no sé por dónde empezar!
Todos los presentes se vieron de soslayo y se resignaron a que Erick se olvidaría de ellos por un rato, así que tomaron asiento y los recién llegados pidieron unas bebidas, mientras se mantenían atentos a la plática del ojiazul, con el pintor a quien admiraba.
—Amo tus pinturas invernales —Erick suspiró—, es mi época favorita y especialmente, me encantó tu pintura estrella, ‘Winter Love’, ¡me dejó sin palabras!
—Ah… —Pablo rio nerviosamente—. Esa pintura fue cuando Chris y yo, iniciamos nuestra relación…
—¡Tengo una pintura tuya! —Erick sonrió ilusionado—. Mi esposo me la compró por mi último cumpleaños, pero la tengo en mi estudio porque él tiene cómo regla, solo poner mis pinturas en el resto de la casa —entornó los ojos con algo de frustración.
—¿Sus… Pinturas? —Pablo se puso blanco—. Esas… —señaló a una pared—. Usted… —su mente no razonaba correctamente—. Tú las… ¿pintaste?
—Sí, es solo un pasatiempo que tengo —Erick le restó importancia.
—¡¿Pasatiempo?! —Pablo se sobresaltó—. ¡Esos cuadros son increíbles!
Erick parpadeó sorprendido y luego puso un gesto molesto— ¿cuánto te pagó mi esposo para que dijeras eso?
—Conejo, me ofendes —interrumpió Alejandro—, yo no haría…
—Sé que eres capaz de hacerlo, Alex —los ojos azules lo miraron con frialdad y luego regresó la vista a Pablo—. No tienes que adularme —negó—, yo no tengo una formación oficial en arte y todo lo que hago es autodidacta o empírico…
Pablo sintió que se le iba el alma «¡Es un talento innato!»
—Pero mi esposo se siente feliz con mis pinturas y dibujos, así que llenó la casa y su oficina con ellas —Erick negó—. Por eso quería conocerte y saber en dónde estudiaste, para ver si puedo tomar la carrera, aunque ya estoy algo grande para volver a la universidad —su voz sonó avergonzada, pero sabía que había otras razones por las cuales no podía ir a una universidad—, ya que dudo que tú puedas darme alguna clase o tutoría, aunque si tuvieras una hora de tu vida, para darme algunos consejos, te pagaría lo que quisieras, ¿no es así, Alex? —buscó el apoyo de su esposo.
—¡Por supuesto! —asintió el ojiverde con rapidez, ya que él estaba dispuesto a hacer lo que fuera, para hacer feliz a su Conejo.
Pablo parpadeó confundido y luego, una sonrisa se dibujó en sus labios; se acomodó las gafas y finalmente habló.
—Es una broma, ¿cierto?
Erick levantó una ceja y negó— no, no lo es, aunque no lo creas, Alex tiene suficiente dinero y…
—No me refiero a pagarme —interrumpió el pintor—, sino a buscar tutorías o ir a la universidad.
Erick sintió una pequeña punzada en su pecho y lentamente apartó las manos de Pablo; su primer pensamiento fue que el pintor a quien admiraba, le estaba diciendo lo que ya sabía, que no era bueno y se sintió un tanto derrotado.
—Bueno, no busco llegar a ser famoso… —comentó con tristeza—. Es solo que, quiero mejorar…
Esas palabras alertaron a Alejandro, quien se dio cuenta del cambio de tono de voz de Erick y especialmente su actitud cohibida.
«¡¿Cómo se atreve este pintorcillo a hacer sentir mal a mi Conejo?!» apretó los puños y estuvo a punto de ponerse de pie y sacar, él mismo, al pintor y al fotógrafo, pero alguien más también había notado el cambio de Erick y se le adelantó.
—Si usted no quiere apoyar a Erick, él puede buscar a alguien más que le de tutorías —sentenció Agustín con voz fría y su mirada miel fija en el pintor, casi con deseos asesinos.
Pablo se estremeció por esa mirada y notó que el hombre que acompañaba a ese chico, que momentos antes le habían dicho que era su pareja, también lo observaba con molestia.
—Agus… —Erick miró a su hermano con una mirada tranquila, tratando de reconvenirlo.
—No es que no quiera —Pablo negó—, es solo que, ¡no las necesita!
—¿Qué? —el ojiazul lo miró sin comprender.
—Las pinturas y dibujos que acabo de ver en los pasillos, son ¡excepcionales! —insistió Pablo—. Creo que su arte es grandioso, ¡no sé cómo es que no se ha dado a conocer como pintor!
—Es cierto —Christian asintió—, realmente no soy un maestro de pintura y dibujo, porque me especializo en otra arte, pero debo decir que su estilo es… ¡Fascinante! —secundó a su pareja—. Algunas parecen fotografías.
—Yo también se lo he dicho —Osvaldo dio un sorbo a su café—, pero Erick no me cree —sonrió tenuemente—, piensa que, porque somos familia, lo digo sólo para no hacerlo sentir mal.
—Es cierto —Marisela dejó la taza de té en la mesita—, al señor Erick sólo le hace falta confianza en sí mismo.
—No es así —Erick negó—, la verdad, sin la formación adecuada, no puedo ser un buen artista.
—Por eso, mi esposo insiste en tomar clases, pero no me parece correcto que vaya a la universidad —Alejandro interrumpió—, sería… —«sumamente riesgoso dejarlo ir» pensó con preocupación, pero no podía decir eso—. Complicado —habló con rapidez—, ya que nuestros hijos están por cumplir cuatro años y son muy apegados a él —añadió—, pero es difícil encontrar un buen profesor, que tenga experiencia y el suficiente renombre para que venga a darle clases privadas a Erick —había pensado en varios profesores, pero las investigaciones que hizo Marisela de ellos, no lo dejaron muy tranquilo—, así que pensamos en usted o, en caso de que no fuera posible, usted nos podría recomendar a alguien adecuado y de su entera confianza, porque Erick lo admira.
Hubo un momento de silencio y Pablo sonrió.
—Honestamente, señor De León —volvió a acomodar sus gafas con nervios—, su esposo no necesita un profesor —negó—, lo que necesita con urgencia es un agente y un publicista.
Pablo miró hacia la pared, observando la pintura que tenía más cerca.
—Su técnica es tan variable que… ¡me deja sin palabras!
Cómo un autómata, Pablo se puso de pie ante el asombro de Erick y la curiosidad de los demás.
—Al entrar —señaló hacia el acceso—, miré unos paisajes que me recordaron al impresionismo de Monet, pero tenía una mezcla de romanticismo similar al de Millais, que me dio una sensación tan… ¡sublime! —sintió que su corazón se aceleró—. Pero esto… —señaló la pintura más cercana—. Aunque al principio me dio la idea de Caravaggio o Rembrandt, por el detalle de la modelo, no es barroco, sino ¡realismo puro! —dio unos pasos hacia el cuadro—. Como una obra de Courbet o Bastien-Lepage…
Pablo giró el rostro, observando a los presentes, sin encontrar a la modelo en ese lugar.
—Ella es mi madre —Erick sonrió tenuemente—, no creo que sea un buen ejemplo, ya que no la conocí en realidad, solo en fotos —pasó la mano por su mejilla—, pero hice mi mejor esfuerzo por pintarla, aunque me tomo varias semanas, para quedar satisfecho.
Los ojos ambarinos se posaron una vez más en la pintura y suspiró con ilusión— es un retrato pictórico, que de no ser porque se notan algunas pinceladas aquí y aquí —indicó con su índice—, ¡casi juraría que es una fotografía!
—Es que mezclo técnicas —Erick estrujó sus manos—, todo depende de mi estado de ánimo.
—¿Desde hace cuánto tiempo pinta? —curioseó Pablo, volviendo a acercarse a Erick.
—Ah… —el ojiazul apretó los labios—. No recuerdo con exactitud, pero… Empecé a temprana edad.
—Desde los catorce ya hacía dibujos muy realistas, en grises y a color —interrumpió Alejandro—. Manos, ojos, rostros —miró de soslayo a su esposo, recordando cuando descubrió que había hecho dibujos de él—, cuerpos completos en movimientos muy dinámicos…
Erick sintió que sus mejillas ardían, ya que sabía que esas ultimas palabras, eran por sus dibujos y pinturas que Alex no permitía que nadie mirara, pues eran pinturas casi eróticas de ellos dos teniendo relaciones, según lo que soñaba.
—También tenía una habitación donde tenía varias pinturas muy buenas para su edad—insistió Alejandro con orgullo.
Pablo sintió que su corazón casi se detenía— ¡¿puedo conocer su taller?!
—¿Mi taller? —Erick frunció el ceño—. ¿Te refieres a mi estudio, aquí en la mansión?
—¡¿Tiene más de un estudio?! —Pablo se sorprendió.
—No, no en realidad, solo…
—Erick a veces sale a pintar en los jardines o a la orilla del mar —señaló Agustín, con media sonrisa.
—También ha ido a mi casa a pintar, mientras toco el piano —Osvaldo sonrió—, me hizo un retrato hermoso, mientras tocaba y mi esposo escuchaba atento —sujetó la mano de César—, lo tengo en el salón de piano.
—¿Cuánto tiempo necesita que posen para pintar? —Pablo buscó la mirada azul.
—No mucho en realidad —Erick negó—, se que cuando alguien posa, es cansado quedarse mucho tiempo en una sola posición, así que trato de grabar en mi mente a la persona y ya después, si necesito detallar el fondo, pido otra sesión —sonrió divertido—. Pero quizá es por eso que solo pinto retratos de personas que conozco bien, porque así no tengo problema en recordar detalles.
—Increíble… —Pablo se sentó y por fin, le puso azúcar a su café antes de dar un sorbo.
Él hacía retratos de personas en el parque, pero nunca los hacía con tanto detalle, solo eran a carboncillo, porque sabía muy bien que el tiempo para los retratos, era algo que a veces no se podía tener el suficiente en un par de horas, pero estaba ante alguien que detallaba sus pinturas, sin necesidad de muchas sesiones de posado.
—Y de verdad… ¿no tomo ningún curso? ¿Algún estudio? ¿Clase particular? ¿Tutorial?
—Empecé con libros y revistas de arte —se alzó de hombros—, cuando yo era joven, no existían los tutoriales en internet, así que solo me quedaba practicar y practicar… Lo hice diario, hasta poco antes de mis dieciocho años… —la voz de Erick se perdió.
Por un momento, el silencio reinó y el ojiazul se perdió en sus pensamientos, recordando como había dejado de pintar tan regularmente, pero, aun así, a escondidas de sus familiares, seguía con su arte y cuando se casó por primera vez, volvió a ser regular, hasta la posterior muerte de su esposa.
—Tengo… —tomó una bocanada de aire, volviendo a la realidad—. Tengo ya casi cinco años que volví a retomar un ritmo más productivo y mi esposo me compró todos los libros y materiales que le pedí, para volver a practicar —ladeó el rostro—, pero… Tener un profesor o alguien que me fuera guiando, no —negó—, nunca.
Pablo respiró profundamente y bebió casi de golpe, todo el café.
—Por favor —dijo al dejar la taza en la mesa—, muéstreme su estudio —su tono era más una súplica.
—Ah… Claro, pero…
Erick buscó la mirada de Alejandro y el rubio suspiró resignado; no le gustaba que gente extraña curioseara por su casa, para que no tuvieran oportunidad de encontrarse con sus hijos, quienes, en ese momento, estaban siendo atendidos por las nanas y los profesores de preescolar y educación temprana, en el salón especial para ellos. Pero si ese pintor iba a ver el estudio de Erick, no podía oponerse.
—Está bien, Conejo —Alejandro movió ligeramente la cabeza—, no te preocupes, además, si pensamos que él podía ser tu maestro, era obvio que tendría que conocer tu lugar de trabajo.
Alejandro se puso de pie y le ofreció la mano a Erick, quien sonrió antes de sujetarla y levantarse del sillón.
—Acompáñenos, por favor —pidió el ojiazul con amabilidad.
Pablo se puso de pie de un salto y Christian lo imitó.
—Si no le molesta, me gustaría acompañarlos, también —sonrió el fotógrafo, ya que, aunque tenía curiosidad de ver el estudio de Erick, lo más importante era no dejar solo a su pareja.
—Por supuesto —Erick asintió—, síganos por favor.
Alejandro y Erick, seguidos de sus visitantes, salieron del salón, dónde se quedaron los demás.
—¿Creen que acepte darle tutorías? —preguntó Agustín, sujetando una pequeña tarta para acompañar su café.
—Es complicado asegurarlo —Marisela bebió de su té.
—Yo creo que sí, lo hará —Osvaldo sonrió con ilusión.
—¿Por qué estás tan seguro? —Agustín estaba intrigado por la seguridad de con la que el pianista habló.
—Porque es un artista —el ojigrís bebió un poco de café— y se nota que el señor Valentín está interesado en el arte de Erick —giró el rostro y miró una pintura que tenía cerca—, por eso, confío en que lo hará.
César, Julián y Miguel se miraron entre ellos, pero no dijeron una sola palabra. Tenían órdenes, tanto para la opción de que el pintor aceptara ayudar a Erick, así cómo si se negaba, pero tenían que esperar a que confirmaran la decisión.
—Si no querías ir, ¿por qué no te negaste? —preguntó su pareja, quien iba manejando.
Pablo acomodó sus gafas y volteo a ver al rubio, un ligero tinte de frustración se miraba en sus ojos ambarinos, a través de los cristales.
—Me negué —señalo—, pero Néstor me rogó, ¡me suplicó! —su voz sonó alterada—. Incluso se quiso hincar frente a mí, para que aceptara conocer a esta persona y juró que, si aceptaba, no volvería a pedir que me presentara, personalmente, en ningún otro lado.
—¿Y por eso accediste? —Christian sonrió de lado, imaginando la escena.
—Sí —asintió el pelinegro—. Por eso y porque me pareció que Néstor estaba muy asustado, así que me dio miedo que algo malo pudiera pasar, si no aceptaba.
—Te comentó, ¿quién es la persona que te quiere conocer? —preguntó su pareja, con curiosidad.
Ya tenían años de haberse reencontrado y desde entonces, habían hecho exposiciones de su arte compartido, en varias ciudades y países, pero ambos seguían manteniéndose en el anonimato.
—Sólo me dijo que era alguien muy influyente y que también mantendría el secreto.
—¿Podemos confiar en eso? —el rubio levantó una ceja, un tanto desconfiado.
—Espero que sí —suspiró el de lentes—, aun así, ya tengo compromiso para la comida, porque tengo que entregar un cuadro y Néstor accedió a no ir por él en persona, para que yo pudiera tomarlo cómo excusa y retirarnos rápido.
—Entonces no debemos tardarnos, ya que el camino de regreso será largo —Christian suspiró.
Casi una hora antes, el vehículo había salido de la ciudad y aunque habían tomado la carretera hacia la zona de playas, a mitad de camino, tomaron una ruta que no conocían, yendo a una zona que parecía no habitada, sin saber que toda esa propiedad era privada.
Un rato después, dejaron de ver la típica malla metálica de delimitación, que dio paso a una barda perimetral de piedra, bastante alta y que parecía tener, cada cierta distancia, cámaras de vigilancia y a lo lejos, se miraban un par de construcciones grandes, una que parecía un edificio de varios pisos y otra que tenía un aire de castillo, en un peñasco, a la orilla del mar.
—Parece mucha seguridad, ¿no lo crees? —Christian disminuyo la velocidad.
—Quizá es algún político —comentó el pelinegro.
—Tal vez por eso, Néstor, estaba tan inquieto —sonrió el ojiazul.
—Y por eso solo me dijo el nombre de la asistente —Pablo suspiró.
—Míralo por el lado positivo —el rubio ladeó el rostro—, él también quiere mantenerse en el anonimato.
Poco a poco, el enorme acceso vigilado se observó y el GPS del vehículo marcó que habían llegado a su destino.
—Creo que es aquí —Christian giró hacia el acceso—, pero deberíamos preguntar.
Pablo se sintió inquieto al ver que dos hombres vestidos de negro, salieron de la caseta de vigilancia y fueron hacia el vehículo, uno a cada lado. Christian bajó el cristal y sonrió.
—Buenos días —saludó—, el señor Néstor Montes, dijo que debíamos venir aquí, a encontrarnos con la señorita Marisela Sánchez.
El hombre lo observó con seriedad y le dedicó una mirada a su compañero, antes de sacar una pequeña tableta digital de su saco.
—¿Cuáles son sus nombres?
—Christian Palacios y mi acompañante es Pablo Arias —respondió el conductor.
Con unos movimientos, el guardia verificó los nombres en la tableta y asintió.
—Los están esperando, abriremos en un momento, solo deben seguir el camino principal, hasta la rotonda con la fuente, la señorita Sánchez los esperará en el acceso.
—Gracias —respondió Christian.
Los hombres regresaron a sus puestos y la reja metálica, adornada con siluetas de leones, se abrió poco después.
El vehículo inició el camino, recorriendo la calle perfectamente adoquinada, con los enormes árboles a los lados y viendo como esa enorme construcción, tipo castillo, se miraba más y más grande, mientras se acercaban a ella.
—¡No sabía que existía un lugar así en este estado! —Pablo acomodó sus gafas, observando el lugar con asombro y algo de emoción.
—¡Es increíble! —Christian también parecía impresionado.
Ambos habían viajado por el mundo, uno pintando y el otro tomando fotografías, por eso conocían de arquitectura y sabían que esa que tenían enfrente, podía ser catalogado como un palacio moderno.
Tardaron algunos minutos en llegar a la zona que los guardias les mencionaron y cuando dieron vuelta en la glorieta, quedaron frente a una enorme escalinata, decorada con algunas esculturas de leones.
Una hermosa mujer de cabello castaño y lentes, estaba de pie, acompañada de un hombre vestido de negro, con cara de pocos amigos. Christian descendió del vehículo y fue hasta la puerta de Pablo, abriendo con rapidez, para que bajara y ambos se acercaron a la pareja que estaba esperándolos.
—¡Buenos días! —saludó la mujer con amabilidad—. ¡Bienvenidos a la mansión De León! —extendió la mano para el chico de lentes—. Soy Marisela Sánchez —se presentó— y mi compañero, es mi esposo, Miguel Domínguez —hizo un ademán al pelinegro que estaba con ella, quien solo movió la cabeza—. Agradecemos, en nombre de nuestro jefe, que haya aceptado venir este día, señor Arias.
Pablo titubeó, pero aceptó la mano de la mujer y su sonrisa tembló— gracias.
—Y usted debe ser el fotógrafo, Christian Palacios —la castaña saludó al rubio—, ¡es un placer conocerlo también! He visto su obra de paisajes y fue una sorpresa saber que usted también era el fotógrafo de las exposiciones del popular fotógrafo C. Serce.
—¡Ah, sí! —el rubio asintió—. Mi trabajo como fotógrafo de paisajes es para revistas y documentales —se alzó de hombros—, pero C. Serce, fotografía por amor —miró de soslayo a Pablo.
—Comprendo —Marisela asintió y señaló la escalinata—. Acompáñenos, por favor…
—Ah… Pero no creo que debamos dejar el auto en la entrada —Christian hizo una seña a su automóvil.
Miguel miró hacia un lado y un hombre canoso se acercó de inmediato.
—Buenos días —saludó con una inclinación de cabeza—. Soy Jesús Ochoa y yo me encargaré de su vehículo hasta que se retiren.
—Ah… —Christian buscó en su bolsillo—. Está bien, aquí están las llaves
El hombre la sujetó con rapidez y fue directamente al auto, subiéndose y llevándolo por la calle, hacia un lugar desconocido para los visitantes.
—No se preocupen —Marisela sonrió—, el auto está en buenas manos.
—El estacionamiento se encuentra en otra zona —la voz grave de Miguel hizo que se les erizara la piel a los recién llegados—, pero estará de regreso aquí, cuando ustedes salgan.
El rubio forzó una sonrisa, sintiéndose algo nervioso, pues hasta ese momento, ya no tenían cómo salir de ese lugar, así que sólo sujetó la mano de su pareja— bien, estamos listos.
—Por aquí, por favor —Marisela dio media vuelta—, el señor De León pidió que preparamos uno de los salones más grandes, para esta reunión.
—La verdad… Me es un poco incómodo, porque no me gusta que la gente me conozca —Pablo habló con nervios.
—Me imagino —Marisela asintió y empezó a caminar, seguida por los recién llegados y Miguel—, pero le aseguramos a su representante, el señor Néstor Díaz, que su identidad se mantendría en secreto y el señor De León, siempre cumple su palabra.
Pablo y Christian se miraron de soslayo; se sentían algo inquietos, pero debían mantener su pose profesional.
Aunque todos sus nervios desaparecieron al ingresar en la mansión; la construcción, los adornos, las estatuas y especialmente los cuadros que había, llamaron la atención de ambos artistas.
Pablo estuvo por detenerse varias veces, para observar unos lienzos y cuadros en distintas técnicas de dibujo, que adornaban los pasillos por dónde los guiaban, pero su esposo le daba un ligero jalón de mano; no podía dejarlo atrás, pues quienes los guiaban, no parecían querer esperar.
Al llegar al salón preparado con antelación, ya estaban unas personas del servicio, esperándolos.
—Pueden tomar asiento, por favor —Marisela señaló la sala de estar—, nuestro jefe llegará en un momento —sonrió—, de hecho, esta reunión es una sorpresa para su pareja.
—Gracias.
Christian caminó hasta uno de los sillones de dos plazas, sentándose al lado de Pablo, quien miraba los enormes lienzos colgados en las paredes, sin poder enfocarse en alguno, pues todos le llamaban la atención.
Marisela y Miguel tomaron asiento en otro sofá y recibieron unas tazas de té y café, respectivamente.
—¿Gustan algo de beber mientras esperan? —pregunto otro hombre canoso, que parecía el mayordomo.
—¿Tendrá jugo de naranja? —preguntó el rubio con curiosidad.
—Por supuesto —asintió el mayordomo y ante una seña, una jovencita sirvió un vaso con jugo de naranja y lo acercó de inmediato—. Y ¿para el señor? —preguntó señalando con un ademán al joven de lentes, que no lo prestaba atención.
—Café americano, con dos cucharadas de azúcar —sonrió Christian, conociendo a su esposo, sabía bien qué era lo que le gustaba.
Otra jovencita sirvió una taza de café y la dejó frente al joven de lentes, colocando a su lado una azucarera y una cuchara; aunque le habían dicho cómo lo querían, en esa casa no endulzaban el café, pues según su jefe, cada quien toma la medida a su gusto.
—¿Gustan algún aperitivo o panecillo para acompañar? —ofreció el mayordomo una vez más.
—No por el momento, gracias —Christian tenía que hacerse cargo de la situación, ya que se dio cuenta que Pablo no parecía estar ahí en realidad, porque su mente estaba en las pinturas que lo rodeaban.
El mayordomo y las jóvenes del servicio se apartaron, yendo hacia una zona del salón, en espera de que solicitaran sus servicios pronto y el silencio reinó, sólo por un instante.
—Esas pinturas —Pablo habló con voz baja—, no son… ¡No son de ningún pintor que conozca! —comentó con asombro.
Él había estudiado arte y nunca había visto esas pinturas en ningún lado, pero, aunque no había podido verlas a detalle, le parecían maravillosas.
—No —Marisela negó y dio un sorbo a su té—, en esta mansión, nuestro jefe tiene una colección privada muy especial.
Pablo no comprendía esas palabras y estuvo a punto de preguntar quién era el artista, cuando la puerta del salón se abrió.
Un grupo de hombres, llegó; Miguel y Marisela se pusieron de pie para recibirlos.
—¡Buenos días! —saludó un hombre que traía una coleta en su cabello negro, pero sus ojos azules, observaban con algo de curiosidad, a la pareja desconocida que acompañaba a sus amigos.
—¡Buenos días! —respondieron Pablo y Christian, a la par que se ponían de pie.
—No sabía que tendríamos visita, amor —Erick miró a su esposo con extrañeza, pues siempre le mencionaba cuando llegaba alguien a la casa, fuera de su círculo de amistades.
El ojiverde sonrió con orgullo— lo olvidé —le restó importancia—, pero es una reunión que Marisela preparó, para conocer a estas dos personas, porque yo tampoco las conozco.
Erick frunció el ceño.
Le era muy extraño que dos desconocidos estuvieran no solo en la propiedad de Alejandro, sino que estaban en el interior de la mansión, en uno de los salones principales y sin mucha vigilancia; ya le había parecido raro que, Alejandro, quiso que su primo, Osvaldo, también estuviera ese día para desayunar con ellos.
Alejandro se acercó a la pareja de hombres que estaba en la sala y extendió la mano.
—Soy Alejandro de León —se presentó con rapidez—, agradezco que hayan venido.
Esas palabras sobresaltaron a Erick. Alejandro nunca agradecía nada y en ese momento lo estaba haciendo.
«Algo raro está ocurriendo…» Erick sintió una corazonada, pero no tenía ni idea de lo que estaba pasando en ese momento.
—Yo soy Christian Palacios…
El fotógrafo se presentó de inmediato, pues conocía el nombre de Alejandro de León y había visto fotografías de él en titulares de periódicos, más no sabía que lo conocería en persona y no había pensado que era esa persona, la que los había invitado a ese lugar «debí imaginarlo cuando la asistente dijo ‘el señor De León’», pasó saliva con nervios.
—Yo soy Pablo Arias —se presentó el de lentes, con nervios.
—Comprendo… —Alejandro lo miró con altivez y el pintor sintió que empequeñecía ante ese gesto—. Antes de presentarles a mi esposo, permítanme presentarles a nuestros acompañantes…
Se hizo a un lado e inició con los nombres.
—Agustín Ruiz, amigo y asistente de mí esposo…
—Un placer —Agustín habló con voz calmada y sonrió ante la forma en que el rubio lo presentó, pues era la forma en que habían quedado de hacerlo, después saber que era realmente hermano de Erick.
—Lo acompaña Julián Chávez, su esposo —le dedico una mirada molesta, aun le tenía algo de resentimiento.
El castaño apretó los puños, pero solo movió el rostro en un ligero ademán.
—Él es mi primo, Osvaldo Altamira…
—¡Buenos días! —saludó el ojigrís con amabilidad.
—¡¿Osvaldo Altamira?! —Christian se asustó—. ¡¿El pianista?!
Osvaldo ahogó una risita— sí —asintió—, ese mismo.
—¡Soy su admirador! —el rostro del fotógrafo se iluminó, pero al sentir la mirada seria de Pablo, carraspeó—. Es decir… Ambos, mi pareja y yo, lo admiramos —sonrió nerviosamente.
—Gracias —Osvaldo sintió que sus mejillas ardían, aún se cohibía al hablar con sus admiradores.
—Y a su lado esta su esposo —Alejandro siguió con las presentaciones—, César Hidalgo.
César sujetó la mano de Osvaldo con delicadeza, pero mantuvo la mirada firme en Christian— un placer —forzó una sonrisa, detestaba conocer a los fanáticos de su esposo, ya que no le gustaba compartirlo en realidad.
—Ahora sí… Alejandro sujeto la mano de Erick y lo puso delante de todos—. Este hermoso hombre, al que amo y por el que haría cualquier cosa, es mi esposo, Erick Salazar —sonrió.
—Si es así, ¿por qué me presentas al final? —Erick le dedicó una mirada molesta.
—Eso es, porque quería presentarte, especialmente, a este caballero que tienes enfrente —señaló al joven de lentes—, él es Pablo Arias.
—Sí, ya se presentó —obvió el ojiazul con sarcasmo.
—Pero lo que no sabes, Conejo —Alejandro puso las manos en la cintura de su esposo—, es que Pablo Arias, es el pintor que admiras, P. Valentín.
Los ojos de Erick se abrieron enormemente y su boca se abrió lentamente, observando al chico de lentes que tenía enfrente, sin poder creerlo.
—¡¿De verdad eres…?!
Su voz se perdió y no pudo terminar la pregunta.
Pablo se encogió de hombros— sí —asintió—, yo soy P. Valentín y mi pareja es C. Serce, el fotógrafo.
—¡Por todos los Dioses!
Erick se cubrió la boca y luego se apartó de su esposo, yendo hasta Pablo, sujetándolo de las manos.
—¡No puedo creer que seas tú! —dijo en un tono de voz alterado—. Me encantan tus pinturas y por supuesto, las fotos de él son buenas —señaló el rubio—, pero no se mucho de fotografía, aun así, la exposición ‘Lovers’ fue ¡sublime!
—Ah… ¿Gracias?
El de lentes no sabía cómo reaccionar, por eso no quería que nadie supiera quien era, pues no le gustaba interactuar con las personas en realidad.
—¡Creí que jamás te podría conocer! —prosiguió Erick—. Tu nunca te has presentado en persona y te mantienes en completo anonimato, ¡¿cómo fue que…?!
—Mejor, no preguntes, Conejo —Alejandro se acercó y le puso las manos en los hombros—. Solo puedo decir que fue complicado lograr esta reunión —ladeó el rostro— y por eso te lo presenté al final —dijo en voz baja.
Erick ni siquiera le puso atención a su esposo, simplemente se sentó en un sillón y casi obligó a que Pablo se sentara a su lado, ya que no le había soltado las manos.
—Tengo tantas cosas que preguntar de tus pinturas, pero ¡no sé por dónde empezar!
Todos los presentes se vieron de soslayo y se resignaron a que Erick se olvidaría de ellos por un rato, así que tomaron asiento y los recién llegados pidieron unas bebidas, mientras se mantenían atentos a la plática del ojiazul, con el pintor a quien admiraba.
—Amo tus pinturas invernales —Erick suspiró—, es mi época favorita y especialmente, me encantó tu pintura estrella, ‘Winter Love’, ¡me dejó sin palabras!
—Ah… —Pablo rio nerviosamente—. Esa pintura fue cuando Chris y yo, iniciamos nuestra relación…
—¡Tengo una pintura tuya! —Erick sonrió ilusionado—. Mi esposo me la compró por mi último cumpleaños, pero la tengo en mi estudio porque él tiene cómo regla, solo poner mis pinturas en el resto de la casa —entornó los ojos con algo de frustración.
—¿Sus… Pinturas? —Pablo se puso blanco—. Esas… —señaló a una pared—. Usted… —su mente no razonaba correctamente—. Tú las… ¿pintaste?
—Sí, es solo un pasatiempo que tengo —Erick le restó importancia.
—¡¿Pasatiempo?! —Pablo se sobresaltó—. ¡Esos cuadros son increíbles!
Erick parpadeó sorprendido y luego puso un gesto molesto— ¿cuánto te pagó mi esposo para que dijeras eso?
—Conejo, me ofendes —interrumpió Alejandro—, yo no haría…
—Sé que eres capaz de hacerlo, Alex —los ojos azules lo miraron con frialdad y luego regresó la vista a Pablo—. No tienes que adularme —negó—, yo no tengo una formación oficial en arte y todo lo que hago es autodidacta o empírico…
Pablo sintió que se le iba el alma «¡Es un talento innato!»
—Pero mi esposo se siente feliz con mis pinturas y dibujos, así que llenó la casa y su oficina con ellas —Erick negó—. Por eso quería conocerte y saber en dónde estudiaste, para ver si puedo tomar la carrera, aunque ya estoy algo grande para volver a la universidad —su voz sonó avergonzada, pero sabía que había otras razones por las cuales no podía ir a una universidad—, ya que dudo que tú puedas darme alguna clase o tutoría, aunque si tuvieras una hora de tu vida, para darme algunos consejos, te pagaría lo que quisieras, ¿no es así, Alex? —buscó el apoyo de su esposo.
—¡Por supuesto! —asintió el ojiverde con rapidez, ya que él estaba dispuesto a hacer lo que fuera, para hacer feliz a su Conejo.
Pablo parpadeó confundido y luego, una sonrisa se dibujó en sus labios; se acomodó las gafas y finalmente habló.
—Es una broma, ¿cierto?
Erick levantó una ceja y negó— no, no lo es, aunque no lo creas, Alex tiene suficiente dinero y…
—No me refiero a pagarme —interrumpió el pintor—, sino a buscar tutorías o ir a la universidad.
Erick sintió una pequeña punzada en su pecho y lentamente apartó las manos de Pablo; su primer pensamiento fue que el pintor a quien admiraba, le estaba diciendo lo que ya sabía, que no era bueno y se sintió un tanto derrotado.
—Bueno, no busco llegar a ser famoso… —comentó con tristeza—. Es solo que, quiero mejorar…
Esas palabras alertaron a Alejandro, quien se dio cuenta del cambio de tono de voz de Erick y especialmente su actitud cohibida.
«¡¿Cómo se atreve este pintorcillo a hacer sentir mal a mi Conejo?!» apretó los puños y estuvo a punto de ponerse de pie y sacar, él mismo, al pintor y al fotógrafo, pero alguien más también había notado el cambio de Erick y se le adelantó.
—Si usted no quiere apoyar a Erick, él puede buscar a alguien más que le de tutorías —sentenció Agustín con voz fría y su mirada miel fija en el pintor, casi con deseos asesinos.
Pablo se estremeció por esa mirada y notó que el hombre que acompañaba a ese chico, que momentos antes le habían dicho que era su pareja, también lo observaba con molestia.
—Agus… —Erick miró a su hermano con una mirada tranquila, tratando de reconvenirlo.
—No es que no quiera —Pablo negó—, es solo que, ¡no las necesita!
—¿Qué? —el ojiazul lo miró sin comprender.
—Las pinturas y dibujos que acabo de ver en los pasillos, son ¡excepcionales! —insistió Pablo—. Creo que su arte es grandioso, ¡no sé cómo es que no se ha dado a conocer como pintor!
—Es cierto —Christian asintió—, realmente no soy un maestro de pintura y dibujo, porque me especializo en otra arte, pero debo decir que su estilo es… ¡Fascinante! —secundó a su pareja—. Algunas parecen fotografías.
—Yo también se lo he dicho —Osvaldo dio un sorbo a su café—, pero Erick no me cree —sonrió tenuemente—, piensa que, porque somos familia, lo digo sólo para no hacerlo sentir mal.
—Es cierto —Marisela dejó la taza de té en la mesita—, al señor Erick sólo le hace falta confianza en sí mismo.
—No es así —Erick negó—, la verdad, sin la formación adecuada, no puedo ser un buen artista.
—Por eso, mi esposo insiste en tomar clases, pero no me parece correcto que vaya a la universidad —Alejandro interrumpió—, sería… —«sumamente riesgoso dejarlo ir» pensó con preocupación, pero no podía decir eso—. Complicado —habló con rapidez—, ya que nuestros hijos están por cumplir cuatro años y son muy apegados a él —añadió—, pero es difícil encontrar un buen profesor, que tenga experiencia y el suficiente renombre para que venga a darle clases privadas a Erick —había pensado en varios profesores, pero las investigaciones que hizo Marisela de ellos, no lo dejaron muy tranquilo—, así que pensamos en usted o, en caso de que no fuera posible, usted nos podría recomendar a alguien adecuado y de su entera confianza, porque Erick lo admira.
Hubo un momento de silencio y Pablo sonrió.
—Honestamente, señor De León —volvió a acomodar sus gafas con nervios—, su esposo no necesita un profesor —negó—, lo que necesita con urgencia es un agente y un publicista.
Pablo miró hacia la pared, observando la pintura que tenía más cerca.
—Su técnica es tan variable que… ¡me deja sin palabras!
Cómo un autómata, Pablo se puso de pie ante el asombro de Erick y la curiosidad de los demás.
—Al entrar —señaló hacia el acceso—, miré unos paisajes que me recordaron al impresionismo de Monet, pero tenía una mezcla de romanticismo similar al de Millais, que me dio una sensación tan… ¡sublime! —sintió que su corazón se aceleró—. Pero esto… —señaló la pintura más cercana—. Aunque al principio me dio la idea de Caravaggio o Rembrandt, por el detalle de la modelo, no es barroco, sino ¡realismo puro! —dio unos pasos hacia el cuadro—. Como una obra de Courbet o Bastien-Lepage…
Pablo giró el rostro, observando a los presentes, sin encontrar a la modelo en ese lugar.
—Ella es mi madre —Erick sonrió tenuemente—, no creo que sea un buen ejemplo, ya que no la conocí en realidad, solo en fotos —pasó la mano por su mejilla—, pero hice mi mejor esfuerzo por pintarla, aunque me tomo varias semanas, para quedar satisfecho.
Los ojos ambarinos se posaron una vez más en la pintura y suspiró con ilusión— es un retrato pictórico, que de no ser porque se notan algunas pinceladas aquí y aquí —indicó con su índice—, ¡casi juraría que es una fotografía!
—Es que mezclo técnicas —Erick estrujó sus manos—, todo depende de mi estado de ánimo.
—¿Desde hace cuánto tiempo pinta? —curioseó Pablo, volviendo a acercarse a Erick.
—Ah… —el ojiazul apretó los labios—. No recuerdo con exactitud, pero… Empecé a temprana edad.
—Desde los catorce ya hacía dibujos muy realistas, en grises y a color —interrumpió Alejandro—. Manos, ojos, rostros —miró de soslayo a su esposo, recordando cuando descubrió que había hecho dibujos de él—, cuerpos completos en movimientos muy dinámicos…
Erick sintió que sus mejillas ardían, ya que sabía que esas ultimas palabras, eran por sus dibujos y pinturas que Alex no permitía que nadie mirara, pues eran pinturas casi eróticas de ellos dos teniendo relaciones, según lo que soñaba.
—También tenía una habitación donde tenía varias pinturas muy buenas para su edad—insistió Alejandro con orgullo.
Pablo sintió que su corazón casi se detenía— ¡¿puedo conocer su taller?!
—¿Mi taller? —Erick frunció el ceño—. ¿Te refieres a mi estudio, aquí en la mansión?
—¡¿Tiene más de un estudio?! —Pablo se sorprendió.
—No, no en realidad, solo…
—Erick a veces sale a pintar en los jardines o a la orilla del mar —señaló Agustín, con media sonrisa.
—También ha ido a mi casa a pintar, mientras toco el piano —Osvaldo sonrió—, me hizo un retrato hermoso, mientras tocaba y mi esposo escuchaba atento —sujetó la mano de César—, lo tengo en el salón de piano.
—¿Cuánto tiempo necesita que posen para pintar? —Pablo buscó la mirada azul.
—No mucho en realidad —Erick negó—, se que cuando alguien posa, es cansado quedarse mucho tiempo en una sola posición, así que trato de grabar en mi mente a la persona y ya después, si necesito detallar el fondo, pido otra sesión —sonrió divertido—. Pero quizá es por eso que solo pinto retratos de personas que conozco bien, porque así no tengo problema en recordar detalles.
—Increíble… —Pablo se sentó y por fin, le puso azúcar a su café antes de dar un sorbo.
Él hacía retratos de personas en el parque, pero nunca los hacía con tanto detalle, solo eran a carboncillo, porque sabía muy bien que el tiempo para los retratos, era algo que a veces no se podía tener el suficiente en un par de horas, pero estaba ante alguien que detallaba sus pinturas, sin necesidad de muchas sesiones de posado.
—Y de verdad… ¿no tomo ningún curso? ¿Algún estudio? ¿Clase particular? ¿Tutorial?
—Empecé con libros y revistas de arte —se alzó de hombros—, cuando yo era joven, no existían los tutoriales en internet, así que solo me quedaba practicar y practicar… Lo hice diario, hasta poco antes de mis dieciocho años… —la voz de Erick se perdió.
Por un momento, el silencio reinó y el ojiazul se perdió en sus pensamientos, recordando como había dejado de pintar tan regularmente, pero, aun así, a escondidas de sus familiares, seguía con su arte y cuando se casó por primera vez, volvió a ser regular, hasta la posterior muerte de su esposa.
—Tengo… —tomó una bocanada de aire, volviendo a la realidad—. Tengo ya casi cinco años que volví a retomar un ritmo más productivo y mi esposo me compró todos los libros y materiales que le pedí, para volver a practicar —ladeó el rostro—, pero… Tener un profesor o alguien que me fuera guiando, no —negó—, nunca.
Pablo respiró profundamente y bebió casi de golpe, todo el café.
—Por favor —dijo al dejar la taza en la mesa—, muéstreme su estudio —su tono era más una súplica.
—Ah… Claro, pero…
Erick buscó la mirada de Alejandro y el rubio suspiró resignado; no le gustaba que gente extraña curioseara por su casa, para que no tuvieran oportunidad de encontrarse con sus hijos, quienes, en ese momento, estaban siendo atendidos por las nanas y los profesores de preescolar y educación temprana, en el salón especial para ellos. Pero si ese pintor iba a ver el estudio de Erick, no podía oponerse.
—Está bien, Conejo —Alejandro movió ligeramente la cabeza—, no te preocupes, además, si pensamos que él podía ser tu maestro, era obvio que tendría que conocer tu lugar de trabajo.
Alejandro se puso de pie y le ofreció la mano a Erick, quien sonrió antes de sujetarla y levantarse del sillón.
—Acompáñenos, por favor —pidió el ojiazul con amabilidad.
Pablo se puso de pie de un salto y Christian lo imitó.
—Si no le molesta, me gustaría acompañarlos, también —sonrió el fotógrafo, ya que, aunque tenía curiosidad de ver el estudio de Erick, lo más importante era no dejar solo a su pareja.
—Por supuesto —Erick asintió—, síganos por favor.
Alejandro y Erick, seguidos de sus visitantes, salieron del salón, dónde se quedaron los demás.
—¿Creen que acepte darle tutorías? —preguntó Agustín, sujetando una pequeña tarta para acompañar su café.
—Es complicado asegurarlo —Marisela bebió de su té.
—Yo creo que sí, lo hará —Osvaldo sonrió con ilusión.
—¿Por qué estás tan seguro? —Agustín estaba intrigado por la seguridad de con la que el pianista habló.
—Porque es un artista —el ojigrís bebió un poco de café— y se nota que el señor Valentín está interesado en el arte de Erick —giró el rostro y miró una pintura que tenía cerca—, por eso, confío en que lo hará.
César, Julián y Miguel se miraron entre ellos, pero no dijeron una sola palabra. Tenían órdenes, tanto para la opción de que el pintor aceptara ayudar a Erick, así cómo si se negaba, pero tenían que esperar a que confirmaran la decisión.
Erick abrió la puerta e ingresó, seguido de su esposo y luego se hizo a un lado, haciendo una seña para sus seguidores.
—Adelante, por favor…
Pablo ingresó con lentitud, observando el lugar.
Era un estudio enorme, con un gran ventanal que daba hacia el mar y otra ventana que mostraba parte de un jardín, desde dónde las vistas eran maravillosas; había muchos estantes con materiales, algunos sillones en otra área y la zona específica de trabajo, tenía varios caballetes, aunque le llamó la atención que parecía haber muebles para niños; también, notó que un lienzo estaba sobre un caballete con un avance, con lo que parecía un paisaje montañoso y en un pequeño caballete, había pinceladas sin técnica y marcas de manos pequeñas.
Al fondo, había un área de almacenaje que podía observarse sin problemas, pues una pared de cristal, era lo único que la separaba de lo demás.
«Lo más probable es que sea una zona especial para que los lienzos no se dañen…» Pablo sintió que su corazón se aceleraba.
Él, cómo pintor, sabia que los lienzos eran delicados y necesitaban un trato especial para garantizar su cuidado, pero desde que trabajaba con una agencia, ellos se encargaban de cuidar sus pinturas y mantenerlas en perfecto estado, especialmente cuando no eran expuestas en museos o galerías.
—Este es mi estudio principal —sentenció Erick con orgullo y caminó hacia una pared, señalando una pintura que no era suya— y esta es la pintura suya, que Alex me compró —sonrió feliz.
Pablo miró con curiosidad el cuadro y se sorprendió.
Esa fue la primera obra que vendió, era muy valorada precisamente por ello, aunque tenía años que no sabía nada de ella.
Sabía que ahora estaba valuada en más de diez veces de lo que le habían pagado en un inicio, por lo que no imaginaba que Erick la tuviera.
«¡No puede ser! Es…»
—¡Noche serena! —la voz de Christian rompió el silencio, él nunca había visto esa obra en persona, solo en fotos de archivo.
—La primera obra de P. Valentín —Alejandro caminó hasta una de las mesas de trabajo y se recargó, observándolos con desdén—, fue subastada hace varios años, supongo que no la había visto desde entonces, ¿me equivoco?
Pablo puso la mano en su pecho y caminó con paso lento, hasta colocarse frente al lienzo— no —su voz fue un susurro—, creí que nunca la volvería a ver en persona.
El de lentes respiró profundamente, recordando cómo esa pintura fue la que le dio renombre y además, fue gracias a su venta que pudo comprar su casa y costear su carrera; al principio se había emocionado, pero años después, sintió mucha nostalgia y quiso recuperarla, pero jamás supo quién la había comprado y ahora la tenía ahí, frente a él.
Sonrió y una lágrima rodó por su mejilla, dándose cuenta que había evolucionado mucho como pintor, pero, esa obra seguía significando demasiado para él, porque la había pintado, después de pasar una noche en casa de Christian; había sido la primera vez que dormían en la misma cama y aunque pasó la mayor parte de la noche despierto, sólo observando al otro dormir, nada pasó entre ellos.
Por eso nunca se la mostró al Christian, porque tenía vergüenza y precisamente, esa había sido la pintura que lo llevó a la fama.
—Es curioso que —la voz de Erick lo sacó de sus pensamientos—, en la información de la obra, publicada en los libros, no venga descrita la frase de la parte lateral —ladeó el rostro—, al verla, creí que era una copia, pero según Alex, es la verdadera, ahora puedo corroborarlo, ¿la dedicatoria es real?
—¿Dedicatoria? —Christian frunció el ceño.
Pablo sintió que la temperatura subía a su rostro, pues recordaba perfectamente las palabras que había puesto a un costado del marco.
“Para mi primer amor…”
—Ah… Eso… —el de lentes pasó saliva y limpió sus mejillas con rapidez—. Sí, bueno… En algunas pinturas pongo algunas pequeñas frases —su voz tembló—, pero eso solo lo detallo cuando las registro, precisamente para que no haya posibilidad de falsificaciones…
—¡Maravilloso! —Erick juntó las manos en su pecho.
—¿Feliz, Conejo? —Alejandro pasó la mano por su cabello—. No iba a pasar por tantos problemas, solo para darte una copia y menos, por ser un regalo para tu cumpleaños.
—Lo siento, mi amor —el ojiazul caminó hasta su esposo y le besó la comisura del labio—, pero tenía que asegurarme.
Alejandro le sonrió— tendrás que compensarme por esa desconfianza —señaló en un susurro.
Erick hizo un gesto pícaro y le guiñó el ojo, antes de volver a poner atención a los invitados.
—¿Qué dedicatoria? —Christian le habló en voz baja a Pablo quien se puso más nervioso.
—Basta de hablar de mi —el de lentes cambió de tema y se apartó de su pareja—, vine a ver su lugar de trabajo y sus obras.
—¿Mis obras? —Erick ladeó el rostro—. Pues, mis obras están en toda la casa…
—¿Y las de ahí? —Pablo señaló hacia la pared de cristal—. Seguramente son impresionantes también.
En ese instante, fue el rostro de Erick el que se puso completamente rojo.
—¡Ah! ¡No! —negó—. Esas no… Es que son… —titubeó—. Yo no creo…
—Son pinturas eróticas —Alejandro habló con orgullo—, colección personal, que mi esposo no quiere que exhiba y yo tampoco deseo que nadie las vea —se cruzó de brazos—, él, porque se siente un tanto avergonzado y yo, porque no quiero que nadie más lo vea desnudo, ni siquiera en una pintura.
—¡Alex! —Erick quería que se lo tragara la tierra.
—Entiendo —Pablo asintió—, pero no pienso ver su obra con lujuria —negó—, soy un profesional y me gustaría verlas con ojo crítico —explicó—, además, mi pareja también tiene arte sensual —señaló a Christian—, así que, jamás me atrevería a comportarme de manera impropia.
—Eso es cierto —Christian asintió—, yo fotografío a Pablo desnudo y…
El de lentes movió la mano y cubrió la boca del fotógrafo.
—Ellos no necesitan saber quien es tu modelo, cariño —dijo con voz nerviosa.
Alejandro levantó una ceja y luego sonrió; podía ver qué clase de personas eran por su interacción y era obvio que ambos eran profesionales.
—Bueno, si se trata de analizarlas artísticamente —los señaló con su índice—, yo puedo permitir que vean esos cuadros.
Alejandro se apartó de la mesa y fue directamente hasta la puerta que tenía el muro de cristal, seguido tanto por Erick, cómo por sus acompañantes; abrió, colocando el código de seguridad y su huella digital, pues estaba programada para abrir con 3 claves, dos con huella, la de él y la de Erick, pero la tercera era por seguridad, un número más largo y sin huella, a la que solo Marisela podía tener acceso de ser necesario.
—Pasen.
Apenas dieron un paso al interior, Pablo y Cristian sintieron el cambio en la temperatura; era obvio que era un lugar especial para preservar arte delicado.
Erick iba avergonzado, más que nervioso, pues serían las primeras personas, aparte de Alejandro, en ver los dibujos y pinturas, no solo de sus sueños eróticos con Alejandro, desde antes de su reencuentro, sino de los momentos que ahora pasaban juntos.
—En los estantes de lado derecho, están los cuadros al óleo, en el lado izquierdo, los dibujos y pinturas en otras técnicas —anunció el rubio y cerró la puerta.
Pablo fue primero a la estantería de los lienzos de óleo, dándose cuenta que estaban tan cuidados como en un museo.
Al sacar el primer cuadro, se sorprendió de ver la escena y parpadeó varias veces, constatando que era una pintura; Christian se puso a su lado y su rostro mostró incredulidad, incluso, se inclinó para ver más de cerca la obra.
Erick se cubrió el rostro y se giró, buscando la manera de esconderse contra el pecho de su esposo, pues se sentía sumamente avergonzado por lo que estaban viendo sus invitados, ya que sabía exactamente qué cuadro estaba en cada sección, pues él mismo los había almacenado, para que nadie, más que su esposo, los viera.
Alejandro abrazó a Erick y sonrió.
—¿Por qué estás tan nervioso, Conejo?
—Es que, nunca imaginé que alguien más miraría esto —respondió con voz apagada.
—Son profesionales —Alejandro acarició la espalda de su esposo, tratando de confortarlo—, no te preocupes, si no supiera que son de fiar, no les mostraría este trabajo tan íntimo.
Esa era la razón por la que Alejandro había rechazado a otros candidatos para ser tutores de Erick, pues no confiaba en mostrarles esas obras que eran su mayor tesoro, especialmente para que Erick no se sintiera incómodo, pero al saber que P.Valentín y C. Serce eran pareja, supuso que su esposo no se sentiría tan cohibido, pues era obvio que ambos sabían de erotismo y al ser abiertamente homosexuales, no juzgarían a su Conejo, con tanta severidad.
Pablo y Christian devolvieron la obra a su lugar, pues estaban en gabinetes móviles que eran fáciles de sacar del estante y volver a colocar dentro, con solo un jalón o un pequeño empujón.
Sacaron el siguiente cuadro y poco a poco, intercambiaban impresiones de lo que observaban, pero lo hacían en murmullos; ambos se sentían como en una galería o museo, por eso se comportaban con las mismas normas que en ellos.
Pasaba el tiempo y Alejandro se dio cuenta que su esposo estaba sumamente nervioso, por lo que lo sacó de ese almacén y lo llevó a uno de los sillones, cerca de la ventana, antes de pedir un café para que se calmara.
—Estás muy nervioso —sonrió el rubio, sentándose a su lado.
—Es que, ya pasó mucho tiempo —la mirada azul se posaba en los dos hombres que estaban revisando su trabajo con meticulosidad.
—Debe ser porque les agrada tu trabajo.
—Y ¿qué tal si encuentran errores y no me dicen por no hacerme sentir mal?
El rubio negó, acarició el cabello de Erick y se inclinó a besar los labios de su esposo para calmarlo.
—No seas tan pesimista —levantó una ceja—, es notorio que tus pinturas son buenas, ya lo dijeron en el salón.
Erick miró a su esposo con algo de reproche— de verdad… —carraspeó—. ¿De verdad no les pagaste para que dijeran eso?
Alejandro respiró profundamente, sujetó las manos de Erick y buscó la mirada azul— te doy mi palabra, de que no les pagué para que te dijeran eso —dijo con total seguridad.
—Es que —el ojiazul mordió su labio—, te conozco, Alex —levantó una ceja— y sé qué eres capaz de muchas cosas para que no me sienta mal, así que, no puedo evitar pensar que lo hiciste para que me dijeran cosas buenas, sin importar qué pensaran.
El rubio soltó una risa cansada y negó.
—Admito que soy capaz de cualquier cosa por ti, Conejo, lo sabes —sentenció—, pero no me atrevería a mentirte en ese sentido —dijo con seriedad—. Sé lo importante que es para ti el arte y pagar solo para que te elogien, no sólo no sería lo correcto, sino que, si tú te enteras, te enojarías conmigo, ¿me equivoco?
Erick ladeó el rostro y asintió— es cierto.
—Por eso, no voy a interferir en la evaluación que ellos den de tus pinturas, para que tengas una opinión sincera y tengas más confianza.
Erick sintió que sus mejillas ardían y se movió, abrazando a su esposo, sintiéndose más confortado.
—Tranquilo, Conejo —la manos de Alejandro acariciaron la espalda y enredaros los dedos en los mechones negros que se mantenían atados en la coleta que su esposo traía—, todo estará bien —dijo con voz tranquila, aunque su mirada verde se posó con frialdad hacia el lugar donde estaban los visitantes, sin que estos se dieran cuenta «aun así, si se atreven a hacerte sentir mal, ya di órdenes para que los hicieran pagar…» terminó en su mente con algo de molestia, pues lo que menos quería era que su esposo fuera menospreciado.
—Adelante, por favor…
Pablo ingresó con lentitud, observando el lugar.
Era un estudio enorme, con un gran ventanal que daba hacia el mar y otra ventana que mostraba parte de un jardín, desde dónde las vistas eran maravillosas; había muchos estantes con materiales, algunos sillones en otra área y la zona específica de trabajo, tenía varios caballetes, aunque le llamó la atención que parecía haber muebles para niños; también, notó que un lienzo estaba sobre un caballete con un avance, con lo que parecía un paisaje montañoso y en un pequeño caballete, había pinceladas sin técnica y marcas de manos pequeñas.
Al fondo, había un área de almacenaje que podía observarse sin problemas, pues una pared de cristal, era lo único que la separaba de lo demás.
«Lo más probable es que sea una zona especial para que los lienzos no se dañen…» Pablo sintió que su corazón se aceleraba.
Él, cómo pintor, sabia que los lienzos eran delicados y necesitaban un trato especial para garantizar su cuidado, pero desde que trabajaba con una agencia, ellos se encargaban de cuidar sus pinturas y mantenerlas en perfecto estado, especialmente cuando no eran expuestas en museos o galerías.
—Este es mi estudio principal —sentenció Erick con orgullo y caminó hacia una pared, señalando una pintura que no era suya— y esta es la pintura suya, que Alex me compró —sonrió feliz.
Pablo miró con curiosidad el cuadro y se sorprendió.
Esa fue la primera obra que vendió, era muy valorada precisamente por ello, aunque tenía años que no sabía nada de ella.
Sabía que ahora estaba valuada en más de diez veces de lo que le habían pagado en un inicio, por lo que no imaginaba que Erick la tuviera.
«¡No puede ser! Es…»
—¡Noche serena! —la voz de Christian rompió el silencio, él nunca había visto esa obra en persona, solo en fotos de archivo.
—La primera obra de P. Valentín —Alejandro caminó hasta una de las mesas de trabajo y se recargó, observándolos con desdén—, fue subastada hace varios años, supongo que no la había visto desde entonces, ¿me equivoco?
Pablo puso la mano en su pecho y caminó con paso lento, hasta colocarse frente al lienzo— no —su voz fue un susurro—, creí que nunca la volvería a ver en persona.
El de lentes respiró profundamente, recordando cómo esa pintura fue la que le dio renombre y además, fue gracias a su venta que pudo comprar su casa y costear su carrera; al principio se había emocionado, pero años después, sintió mucha nostalgia y quiso recuperarla, pero jamás supo quién la había comprado y ahora la tenía ahí, frente a él.
Sonrió y una lágrima rodó por su mejilla, dándose cuenta que había evolucionado mucho como pintor, pero, esa obra seguía significando demasiado para él, porque la había pintado, después de pasar una noche en casa de Christian; había sido la primera vez que dormían en la misma cama y aunque pasó la mayor parte de la noche despierto, sólo observando al otro dormir, nada pasó entre ellos.
Por eso nunca se la mostró al Christian, porque tenía vergüenza y precisamente, esa había sido la pintura que lo llevó a la fama.
—Es curioso que —la voz de Erick lo sacó de sus pensamientos—, en la información de la obra, publicada en los libros, no venga descrita la frase de la parte lateral —ladeó el rostro—, al verla, creí que era una copia, pero según Alex, es la verdadera, ahora puedo corroborarlo, ¿la dedicatoria es real?
—¿Dedicatoria? —Christian frunció el ceño.
Pablo sintió que la temperatura subía a su rostro, pues recordaba perfectamente las palabras que había puesto a un costado del marco.
“Para mi primer amor…”
—Ah… Eso… —el de lentes pasó saliva y limpió sus mejillas con rapidez—. Sí, bueno… En algunas pinturas pongo algunas pequeñas frases —su voz tembló—, pero eso solo lo detallo cuando las registro, precisamente para que no haya posibilidad de falsificaciones…
—¡Maravilloso! —Erick juntó las manos en su pecho.
—¿Feliz, Conejo? —Alejandro pasó la mano por su cabello—. No iba a pasar por tantos problemas, solo para darte una copia y menos, por ser un regalo para tu cumpleaños.
—Lo siento, mi amor —el ojiazul caminó hasta su esposo y le besó la comisura del labio—, pero tenía que asegurarme.
Alejandro le sonrió— tendrás que compensarme por esa desconfianza —señaló en un susurro.
Erick hizo un gesto pícaro y le guiñó el ojo, antes de volver a poner atención a los invitados.
—¿Qué dedicatoria? —Christian le habló en voz baja a Pablo quien se puso más nervioso.
—Basta de hablar de mi —el de lentes cambió de tema y se apartó de su pareja—, vine a ver su lugar de trabajo y sus obras.
—¿Mis obras? —Erick ladeó el rostro—. Pues, mis obras están en toda la casa…
—¿Y las de ahí? —Pablo señaló hacia la pared de cristal—. Seguramente son impresionantes también.
En ese instante, fue el rostro de Erick el que se puso completamente rojo.
—¡Ah! ¡No! —negó—. Esas no… Es que son… —titubeó—. Yo no creo…
—Son pinturas eróticas —Alejandro habló con orgullo—, colección personal, que mi esposo no quiere que exhiba y yo tampoco deseo que nadie las vea —se cruzó de brazos—, él, porque se siente un tanto avergonzado y yo, porque no quiero que nadie más lo vea desnudo, ni siquiera en una pintura.
—¡Alex! —Erick quería que se lo tragara la tierra.
—Entiendo —Pablo asintió—, pero no pienso ver su obra con lujuria —negó—, soy un profesional y me gustaría verlas con ojo crítico —explicó—, además, mi pareja también tiene arte sensual —señaló a Christian—, así que, jamás me atrevería a comportarme de manera impropia.
—Eso es cierto —Christian asintió—, yo fotografío a Pablo desnudo y…
El de lentes movió la mano y cubrió la boca del fotógrafo.
—Ellos no necesitan saber quien es tu modelo, cariño —dijo con voz nerviosa.
Alejandro levantó una ceja y luego sonrió; podía ver qué clase de personas eran por su interacción y era obvio que ambos eran profesionales.
—Bueno, si se trata de analizarlas artísticamente —los señaló con su índice—, yo puedo permitir que vean esos cuadros.
Alejandro se apartó de la mesa y fue directamente hasta la puerta que tenía el muro de cristal, seguido tanto por Erick, cómo por sus acompañantes; abrió, colocando el código de seguridad y su huella digital, pues estaba programada para abrir con 3 claves, dos con huella, la de él y la de Erick, pero la tercera era por seguridad, un número más largo y sin huella, a la que solo Marisela podía tener acceso de ser necesario.
—Pasen.
Apenas dieron un paso al interior, Pablo y Cristian sintieron el cambio en la temperatura; era obvio que era un lugar especial para preservar arte delicado.
Erick iba avergonzado, más que nervioso, pues serían las primeras personas, aparte de Alejandro, en ver los dibujos y pinturas, no solo de sus sueños eróticos con Alejandro, desde antes de su reencuentro, sino de los momentos que ahora pasaban juntos.
—En los estantes de lado derecho, están los cuadros al óleo, en el lado izquierdo, los dibujos y pinturas en otras técnicas —anunció el rubio y cerró la puerta.
Pablo fue primero a la estantería de los lienzos de óleo, dándose cuenta que estaban tan cuidados como en un museo.
Al sacar el primer cuadro, se sorprendió de ver la escena y parpadeó varias veces, constatando que era una pintura; Christian se puso a su lado y su rostro mostró incredulidad, incluso, se inclinó para ver más de cerca la obra.
Erick se cubrió el rostro y se giró, buscando la manera de esconderse contra el pecho de su esposo, pues se sentía sumamente avergonzado por lo que estaban viendo sus invitados, ya que sabía exactamente qué cuadro estaba en cada sección, pues él mismo los había almacenado, para que nadie, más que su esposo, los viera.
Alejandro abrazó a Erick y sonrió.
—¿Por qué estás tan nervioso, Conejo?
—Es que, nunca imaginé que alguien más miraría esto —respondió con voz apagada.
—Son profesionales —Alejandro acarició la espalda de su esposo, tratando de confortarlo—, no te preocupes, si no supiera que son de fiar, no les mostraría este trabajo tan íntimo.
Esa era la razón por la que Alejandro había rechazado a otros candidatos para ser tutores de Erick, pues no confiaba en mostrarles esas obras que eran su mayor tesoro, especialmente para que Erick no se sintiera incómodo, pero al saber que P.Valentín y C. Serce eran pareja, supuso que su esposo no se sentiría tan cohibido, pues era obvio que ambos sabían de erotismo y al ser abiertamente homosexuales, no juzgarían a su Conejo, con tanta severidad.
Pablo y Christian devolvieron la obra a su lugar, pues estaban en gabinetes móviles que eran fáciles de sacar del estante y volver a colocar dentro, con solo un jalón o un pequeño empujón.
Sacaron el siguiente cuadro y poco a poco, intercambiaban impresiones de lo que observaban, pero lo hacían en murmullos; ambos se sentían como en una galería o museo, por eso se comportaban con las mismas normas que en ellos.
Pasaba el tiempo y Alejandro se dio cuenta que su esposo estaba sumamente nervioso, por lo que lo sacó de ese almacén y lo llevó a uno de los sillones, cerca de la ventana, antes de pedir un café para que se calmara.
—Estás muy nervioso —sonrió el rubio, sentándose a su lado.
—Es que, ya pasó mucho tiempo —la mirada azul se posaba en los dos hombres que estaban revisando su trabajo con meticulosidad.
—Debe ser porque les agrada tu trabajo.
—Y ¿qué tal si encuentran errores y no me dicen por no hacerme sentir mal?
El rubio negó, acarició el cabello de Erick y se inclinó a besar los labios de su esposo para calmarlo.
—No seas tan pesimista —levantó una ceja—, es notorio que tus pinturas son buenas, ya lo dijeron en el salón.
Erick miró a su esposo con algo de reproche— de verdad… —carraspeó—. ¿De verdad no les pagaste para que dijeran eso?
Alejandro respiró profundamente, sujetó las manos de Erick y buscó la mirada azul— te doy mi palabra, de que no les pagué para que te dijeran eso —dijo con total seguridad.
—Es que —el ojiazul mordió su labio—, te conozco, Alex —levantó una ceja— y sé qué eres capaz de muchas cosas para que no me sienta mal, así que, no puedo evitar pensar que lo hiciste para que me dijeran cosas buenas, sin importar qué pensaran.
El rubio soltó una risa cansada y negó.
—Admito que soy capaz de cualquier cosa por ti, Conejo, lo sabes —sentenció—, pero no me atrevería a mentirte en ese sentido —dijo con seriedad—. Sé lo importante que es para ti el arte y pagar solo para que te elogien, no sólo no sería lo correcto, sino que, si tú te enteras, te enojarías conmigo, ¿me equivoco?
Erick ladeó el rostro y asintió— es cierto.
—Por eso, no voy a interferir en la evaluación que ellos den de tus pinturas, para que tengas una opinión sincera y tengas más confianza.
Erick sintió que sus mejillas ardían y se movió, abrazando a su esposo, sintiéndose más confortado.
—Tranquilo, Conejo —la manos de Alejandro acariciaron la espalda y enredaros los dedos en los mechones negros que se mantenían atados en la coleta que su esposo traía—, todo estará bien —dijo con voz tranquila, aunque su mirada verde se posó con frialdad hacia el lugar donde estaban los visitantes, sin que estos se dieran cuenta «aun así, si se atreven a hacerte sentir mal, ya di órdenes para que los hicieran pagar…» terminó en su mente con algo de molestia, pues lo que menos quería era que su esposo fuera menospreciado.
Ya era casi la una de la tarde, cuando Pablo y Christian salieron del almacén.
Erick y Alejandro estaban sentados en un sillón, esperándolos; el ojiazul se puso de pie al ver que la pareja salía con paso lento, esperando a que le dijeran algo, mientras el rubio hizo una seña, para que el mayordomo que los estaba acompañando, fuera a cerrar la puerta de cristal para que no se volviera a abrir, sin pedir las claves.
Erick apretó los labios, pues estuvo a punto de preguntar qué pensaban, pero tuvo miedo.
—Señor De León —Christian le sonrió—, vimos gran parte de su obra, pero no hemos terminado de verla, ya que es obvio que tiene muchos más trabajos, de los que hay en el almacén.
—Sí, bueno — Erick pasó las manos por su espalda y estrujó la parte trasera de su camisa—, están las pinturas de los pasillos, las habitaciones y loa oficina de mi esposo —su voz parecía un murmullo.
—Realmente me gustaría apreciarlas —Pablo sonrió con ilusión—, pero debo decir que lo que he observado hasta ahora es… ¡Maravilloso!
Erick se quedó sin aliento un momento.
—Tiene un gran talento —el de lentes caminó hasta Erick y le sujetó las manos con cuidado, todo ante la mirada molesta de Alejandro— y honestamente, creo que no necesita clases, tutorías, ni nada por el estilo —sentenció con total sinceridad—, pero si cree que necesita conocer algo más de arte y pintura, pero no puede ir a la universidad por cualquier razón —fijó sus ojos ambarinos en los azules—, sería un honor para mí, que me diera un poco de su tiempo, para intercambiar experiencias.
—¿De…? ¿De verdad? —el ojiazul no podía creer que el otro le estuviera diciendo eso.
—¡Claro que sí! —Pablo asintió con emoción—. Me ha encantado su arte y creo que no debería esconderla —ladeó el rostro—, al contrario, sería mejor exponerla y que el mundo la aprecie…
—Es que… Yo… —Erick titubeó.
—No se preocupe —el de lentes negó—. No voy a insistirle en eso, pues cada artista decide lo que hace con su trabajo y si para usted, es suficiente con que su familia lo aprecie, está bien por mi —dijo con total seguridad—, pero me encantaría que me permitiera conocer más de su visión del arte, aunque creo que será otro día, porque tenemos otro compromiso —arrugó la nariz, pues fue Christian el que se lo había recordado ya que él lo había olvidado por completo, mientras admiraba los trabajos de Erick.
—¡Claro! —Erick asintió—. Le daré la tarjeta de Eloy, uno de mis asistentes, así él se pondrá en contacto con usted para agendar la reunión…
—No, Erick —Alejandro lo interrumpió—, Marisela y Agustín se encargarán personalmente de esto —dijo con rapidez.
Aunque Agustín tenía el título de ‘asistente’, realmente no hacía ese tipo de trabajos, por lo que no entendía el motivo de esa decisión, además, sabía que Marisela era la asistente personal y más importante de Alejandro, pero si él lo estaba disponiendo de esa manera, seguramente era por una razón.
—Está bien —Erick se alzó de hombros.
—En ese caso, más tarde me pondré en contacto con la señora Sánchez —Pablo sonrió—. Lo que resta de esta semana no creo tener tiempo libre, pero me aseguraré de que la próxima, pueda tener un día completo para venir con usted.
—Por mí, ¡encantado!
Ambas parejas salieron del estudio y caminaron por los pasillos; bajaron las enormes escaleras y apenas iban hacia la sala principal, una puerta de un salón se abrió y un par de niños salieron corriendo.
—¡Papi! —gritó la niña de cabello castaño oscuro y se lanzó contra Alejandro, quien de inmediato la sujetó en brazos.
—Papá Erick —el niño corrió hacia el pelinegro, quien se acuclilló y lo abrazó, antes de levantarlo en brazos también, aunque con mayor dificultad que su esposo.
—Buenas tardes, señores —saludaron las dos jóvenes que seguían a los niños, quienes eran las nanas de ese turno.
Pablo y Christian observaron a los niños y se quedaron atónitos.
El pequeño era idéntico al rubio, mientras que la niña era muy parecida al ojiazul, excepto por el cabello.
—Ellos son nuestros hijos —sonrió Erick—, Leonardo y Annette —dijo con voz orgullosa.
—¿Cómo se saluda? —preguntó Alejandro con seriedad.
—Buenas tardes —dijeron los dos pequeños, pero la niña se miraba más cohibida que el niño.
—Ah… ¡Buenas tardes! —Pablo sonrió nervioso.
—Buenas tardes —comentó Christian con voz baja.
—Ellos son Christian Palacios, un fotógrafo y Pablo Arias —anunció Erick—, un profesor que me dará clases de pintura…
Con esa frase, los ojos de la pequeña se iluminaron— ¿puede darme clase a mí, papi Erick? —preguntó con rapidez.
—Mmm… —Erick miró al techo—. Si te portas bien y terminas tus tareas, tal vez puedas acompañarme en mis clases —le sonrió.
—¿Van al jardín? —preguntó Alejandro con frialdad para las chicas que estaban tras ellos.
Mónica y Lizeth, aun le tenían miedo al rubio, pero lo disimulaban mejor que cuando apenas iniciaban el trabajo.
—Sí —dijo Lizeth con rapidez—, la profesora Morales no pudo asistir hoy, porque se reportó enferma —explicó con rapidez—, así que el paseo por el jardín antes de la comida, lo daremos en compañía del señor Ruiz —explicó.
—Acompáñenos —pidió Annette, abrazando a Alejandro.
—Sí, ¡vamos! —Leonardo se abrazó del cuello de Erick.
—Nos encantaría, pero debemos despedir a las visitas —sonrió Erick y bajó a su hijo con cuidado.
—Adelántense y los alcanzamos en el jardín —dijo Alejandro con suavidad, dejando a Annette en el piso.
—¡Está bien! —dijeron los niños—. Con permiso —hablaron casi al unísono y dieron media vuelta, yendo con las nanas, que los guiaron hacia una salida cercana.
—Adiós… —Pablo estaba distraído observando a esas dos pequeñas personas que caminaban con total seguridad, recordando que apenas iban a tener cuatro años y no se comportaban como la mayor parte de los niños que llegaba a conocer en los parques, cuando iba a dibujar o pintar.
—Marisela aun debe estar en la sala principal —comentó Alejandro y con un ademán, todos siguieron caminando.
El rubio no se equivocó, Marisela estaba sentada en un sofá, revisando una tableta digital y cuando vio que llegaban sus amigos y los invitados, se puso de pie. Con rapidez, se puso de acuerdo con Pablo para hablar esa tarde y verificar que día de la siguiente semana, el de lente podía volver a la mansión.
Finalmente, Christian y Pablo se despidieron, salieron de la mansión, seguidos por Miguel y Marisela, ya que Erick y Alejandro se despidieron antes, porque debían ir con sus hijos.
Al salir de la casa, esperaron menos de un minuto a que llegaran con su auto y salieron momentos después.
Durante el camino, Pablo se mantenía observando hacia fuera de la ventana y Christian se quedó en silencio, un tanto inquieto porque su pareja no dijo nada.
—Pareces triste —comentó el rubio, cuando dio vuelta hacia la carretera principal.
—¡¿Ah?! —Pablo se sobresaltó y de inmediato giró el rostro hacia su pareja—. ¿Por qué lo dices?
—Bueno, antes de salir del estudio, te mirabas muy feliz y emocionado —comentó el fotógrafo—, de hecho, creí que realmente deseabas tratar con Erick Salazar, pero ahora…
—No es por eso —negó y una sonrisa sincera se dibujó en los labios de Pablo—, realmente quiero conocer más del arte de ese hombre, porque me parece ¡fascinante! —respiró profundamente—. Pero…
Christian esperó, más no hubo nada más, así que se atrevió a presionar— ¿pero…?
Pablo apretó los labios y luego miró de reojo a su pareja— ¿te gustaría tener un hijo?
El rubio titubeó, perdió el control del vehículo un instante y cuando lo recuperó, decidió estacionarse a la orilla de la carretera, para poder calmarse y hablar con tranquilidad.
—¡¿Un hijo?! —preguntó con susto.
Pablo asintió, pero no respondió con su voz.
—¿Por qué preguntas eso? —Christian indagó con precaución.
El pintor respiró profundamente y luego sonrió débilmente.
—Ver interactuar a esa familia, me recordó a mis padres —se alzó de hombros— y por lo que veo, los señores De León, comparten momentos muy lindos con sus hijos…
—¡¿Cómo lo sabes?! —Christian apretó el volante en sus manos.
—Vi algunos cuadros donde pintó a sus hijos —sonrió—, además, en el estudio había caballetes para niños —ladeó el rostro— y es obvio que, al menos la niña, pinta al lado de su papá.
El fotógrafo aguantó la respiración un momento, antes de hablar— la verdad, nunca lo pensé —respondió con sinceridad—, es decir, ambos somos hombres y aunque nos amamos, el tener un hijo implicaría a alguien más y… —frunció el ceño—. Con ese obstáculo, fue algo que descarté por completo —confesó—, pero, no sabía que tú querías…
—No lo había pensado —el de lentes negó—, he estado inmerso en mi trabajo y tú en el tuyo —puso las manos en su regazo y estrujó su pantalón—, pero hoy, al ver a los señores De León… No sé —se alzó de hombros—, sólo… Recordé a mis padres y supongo que me entró nostalgia.
Christian soltó el volante, se quitó el cinturón y se movió para ver a su pareja a los ojos.
—¿Te gustaría tener un hijo? —preguntó con seriedad.
—No lo sé…
—Porque si quieres que seamos padres, debemos cambiar nuestro ritmo de vida, pues ya no podremos viajar tanto y necesitaremos una casa más adecuada para criar un niño —explicó.
—Eso es lo que me hace dudar —confesó Pablo—, así que, por ahora, estoy analizando los pro’s y contra’s de dicha decisión.
El rubio sonrió, movió la mano y acarició la mejilla de su pareja— sabes que yo voy a apoyarte en la decisión que tomes, pero si es algo que no puedes decidir a la primera, ¿verdad?
—De acuerdo —Christian se movió y besó con suavidad los labios de Pablo—, debemos pensar, juntos, en esto, pero ahora mismo, se nos está haciendo tarde para que veas lo de la pintura que ibas a entregar en la galería…
—Lo sé —Pablo se mordió el labio y sonrió.
Una vez más, reanudaron el trayecto y ambos se perdieron en sus pensamientos, pues ahora, ambos pensaban en lo mismo y aunque por instantes se preocupaban, el solo hecho de imaginar un hijo, uno del otro, los hacía sonreír con ilusión.
Erick y Alejandro estaban sentados en un sillón, esperándolos; el ojiazul se puso de pie al ver que la pareja salía con paso lento, esperando a que le dijeran algo, mientras el rubio hizo una seña, para que el mayordomo que los estaba acompañando, fuera a cerrar la puerta de cristal para que no se volviera a abrir, sin pedir las claves.
Erick apretó los labios, pues estuvo a punto de preguntar qué pensaban, pero tuvo miedo.
—Señor De León —Christian le sonrió—, vimos gran parte de su obra, pero no hemos terminado de verla, ya que es obvio que tiene muchos más trabajos, de los que hay en el almacén.
—Sí, bueno — Erick pasó las manos por su espalda y estrujó la parte trasera de su camisa—, están las pinturas de los pasillos, las habitaciones y loa oficina de mi esposo —su voz parecía un murmullo.
—Realmente me gustaría apreciarlas —Pablo sonrió con ilusión—, pero debo decir que lo que he observado hasta ahora es… ¡Maravilloso!
Erick se quedó sin aliento un momento.
—Tiene un gran talento —el de lentes caminó hasta Erick y le sujetó las manos con cuidado, todo ante la mirada molesta de Alejandro— y honestamente, creo que no necesita clases, tutorías, ni nada por el estilo —sentenció con total sinceridad—, pero si cree que necesita conocer algo más de arte y pintura, pero no puede ir a la universidad por cualquier razón —fijó sus ojos ambarinos en los azules—, sería un honor para mí, que me diera un poco de su tiempo, para intercambiar experiencias.
—¿De…? ¿De verdad? —el ojiazul no podía creer que el otro le estuviera diciendo eso.
—¡Claro que sí! —Pablo asintió con emoción—. Me ha encantado su arte y creo que no debería esconderla —ladeó el rostro—, al contrario, sería mejor exponerla y que el mundo la aprecie…
—Es que… Yo… —Erick titubeó.
—No se preocupe —el de lentes negó—. No voy a insistirle en eso, pues cada artista decide lo que hace con su trabajo y si para usted, es suficiente con que su familia lo aprecie, está bien por mi —dijo con total seguridad—, pero me encantaría que me permitiera conocer más de su visión del arte, aunque creo que será otro día, porque tenemos otro compromiso —arrugó la nariz, pues fue Christian el que se lo había recordado ya que él lo había olvidado por completo, mientras admiraba los trabajos de Erick.
—¡Claro! —Erick asintió—. Le daré la tarjeta de Eloy, uno de mis asistentes, así él se pondrá en contacto con usted para agendar la reunión…
—No, Erick —Alejandro lo interrumpió—, Marisela y Agustín se encargarán personalmente de esto —dijo con rapidez.
Aunque Agustín tenía el título de ‘asistente’, realmente no hacía ese tipo de trabajos, por lo que no entendía el motivo de esa decisión, además, sabía que Marisela era la asistente personal y más importante de Alejandro, pero si él lo estaba disponiendo de esa manera, seguramente era por una razón.
—Está bien —Erick se alzó de hombros.
—En ese caso, más tarde me pondré en contacto con la señora Sánchez —Pablo sonrió—. Lo que resta de esta semana no creo tener tiempo libre, pero me aseguraré de que la próxima, pueda tener un día completo para venir con usted.
—Por mí, ¡encantado!
Ambas parejas salieron del estudio y caminaron por los pasillos; bajaron las enormes escaleras y apenas iban hacia la sala principal, una puerta de un salón se abrió y un par de niños salieron corriendo.
—¡Papi! —gritó la niña de cabello castaño oscuro y se lanzó contra Alejandro, quien de inmediato la sujetó en brazos.
—Papá Erick —el niño corrió hacia el pelinegro, quien se acuclilló y lo abrazó, antes de levantarlo en brazos también, aunque con mayor dificultad que su esposo.
—Buenas tardes, señores —saludaron las dos jóvenes que seguían a los niños, quienes eran las nanas de ese turno.
Pablo y Christian observaron a los niños y se quedaron atónitos.
El pequeño era idéntico al rubio, mientras que la niña era muy parecida al ojiazul, excepto por el cabello.
—Ellos son nuestros hijos —sonrió Erick—, Leonardo y Annette —dijo con voz orgullosa.
—¿Cómo se saluda? —preguntó Alejandro con seriedad.
—Buenas tardes —dijeron los dos pequeños, pero la niña se miraba más cohibida que el niño.
—Ah… ¡Buenas tardes! —Pablo sonrió nervioso.
—Buenas tardes —comentó Christian con voz baja.
—Ellos son Christian Palacios, un fotógrafo y Pablo Arias —anunció Erick—, un profesor que me dará clases de pintura…
Con esa frase, los ojos de la pequeña se iluminaron— ¿puede darme clase a mí, papi Erick? —preguntó con rapidez.
—Mmm… —Erick miró al techo—. Si te portas bien y terminas tus tareas, tal vez puedas acompañarme en mis clases —le sonrió.
—¿Van al jardín? —preguntó Alejandro con frialdad para las chicas que estaban tras ellos.
Mónica y Lizeth, aun le tenían miedo al rubio, pero lo disimulaban mejor que cuando apenas iniciaban el trabajo.
—Sí —dijo Lizeth con rapidez—, la profesora Morales no pudo asistir hoy, porque se reportó enferma —explicó con rapidez—, así que el paseo por el jardín antes de la comida, lo daremos en compañía del señor Ruiz —explicó.
—Acompáñenos —pidió Annette, abrazando a Alejandro.
—Sí, ¡vamos! —Leonardo se abrazó del cuello de Erick.
—Nos encantaría, pero debemos despedir a las visitas —sonrió Erick y bajó a su hijo con cuidado.
—Adelántense y los alcanzamos en el jardín —dijo Alejandro con suavidad, dejando a Annette en el piso.
—¡Está bien! —dijeron los niños—. Con permiso —hablaron casi al unísono y dieron media vuelta, yendo con las nanas, que los guiaron hacia una salida cercana.
—Adiós… —Pablo estaba distraído observando a esas dos pequeñas personas que caminaban con total seguridad, recordando que apenas iban a tener cuatro años y no se comportaban como la mayor parte de los niños que llegaba a conocer en los parques, cuando iba a dibujar o pintar.
—Marisela aun debe estar en la sala principal —comentó Alejandro y con un ademán, todos siguieron caminando.
El rubio no se equivocó, Marisela estaba sentada en un sofá, revisando una tableta digital y cuando vio que llegaban sus amigos y los invitados, se puso de pie. Con rapidez, se puso de acuerdo con Pablo para hablar esa tarde y verificar que día de la siguiente semana, el de lente podía volver a la mansión.
Finalmente, Christian y Pablo se despidieron, salieron de la mansión, seguidos por Miguel y Marisela, ya que Erick y Alejandro se despidieron antes, porque debían ir con sus hijos.
Al salir de la casa, esperaron menos de un minuto a que llegaran con su auto y salieron momentos después.
Durante el camino, Pablo se mantenía observando hacia fuera de la ventana y Christian se quedó en silencio, un tanto inquieto porque su pareja no dijo nada.
—Pareces triste —comentó el rubio, cuando dio vuelta hacia la carretera principal.
—¡¿Ah?! —Pablo se sobresaltó y de inmediato giró el rostro hacia su pareja—. ¿Por qué lo dices?
—Bueno, antes de salir del estudio, te mirabas muy feliz y emocionado —comentó el fotógrafo—, de hecho, creí que realmente deseabas tratar con Erick Salazar, pero ahora…
—No es por eso —negó y una sonrisa sincera se dibujó en los labios de Pablo—, realmente quiero conocer más del arte de ese hombre, porque me parece ¡fascinante! —respiró profundamente—. Pero…
Christian esperó, más no hubo nada más, así que se atrevió a presionar— ¿pero…?
Pablo apretó los labios y luego miró de reojo a su pareja— ¿te gustaría tener un hijo?
El rubio titubeó, perdió el control del vehículo un instante y cuando lo recuperó, decidió estacionarse a la orilla de la carretera, para poder calmarse y hablar con tranquilidad.
—¡¿Un hijo?! —preguntó con susto.
Pablo asintió, pero no respondió con su voz.
—¿Por qué preguntas eso? —Christian indagó con precaución.
El pintor respiró profundamente y luego sonrió débilmente.
—Ver interactuar a esa familia, me recordó a mis padres —se alzó de hombros— y por lo que veo, los señores De León, comparten momentos muy lindos con sus hijos…
—¡¿Cómo lo sabes?! —Christian apretó el volante en sus manos.
—Vi algunos cuadros donde pintó a sus hijos —sonrió—, además, en el estudio había caballetes para niños —ladeó el rostro— y es obvio que, al menos la niña, pinta al lado de su papá.
El fotógrafo aguantó la respiración un momento, antes de hablar— la verdad, nunca lo pensé —respondió con sinceridad—, es decir, ambos somos hombres y aunque nos amamos, el tener un hijo implicaría a alguien más y… —frunció el ceño—. Con ese obstáculo, fue algo que descarté por completo —confesó—, pero, no sabía que tú querías…
—No lo había pensado —el de lentes negó—, he estado inmerso en mi trabajo y tú en el tuyo —puso las manos en su regazo y estrujó su pantalón—, pero hoy, al ver a los señores De León… No sé —se alzó de hombros—, sólo… Recordé a mis padres y supongo que me entró nostalgia.
Christian soltó el volante, se quitó el cinturón y se movió para ver a su pareja a los ojos.
—¿Te gustaría tener un hijo? —preguntó con seriedad.
—No lo sé…
—Porque si quieres que seamos padres, debemos cambiar nuestro ritmo de vida, pues ya no podremos viajar tanto y necesitaremos una casa más adecuada para criar un niño —explicó.
—Eso es lo que me hace dudar —confesó Pablo—, así que, por ahora, estoy analizando los pro’s y contra’s de dicha decisión.
El rubio sonrió, movió la mano y acarició la mejilla de su pareja— sabes que yo voy a apoyarte en la decisión que tomes, pero si es algo que no puedes decidir a la primera, ¿verdad?
—De acuerdo —Christian se movió y besó con suavidad los labios de Pablo—, debemos pensar, juntos, en esto, pero ahora mismo, se nos está haciendo tarde para que veas lo de la pintura que ibas a entregar en la galería…
—Lo sé —Pablo se mordió el labio y sonrió.
Una vez más, reanudaron el trayecto y ambos se perdieron en sus pensamientos, pues ahora, ambos pensaban en lo mismo y aunque por instantes se preocupaban, el solo hecho de imaginar un hijo, uno del otro, los hacía sonreír con ilusión.
Despedida:
Ok, ya está. Creo que no terminó como esperaba, pero al menos ya quedó.
La verdad, este OS salió de la nada, por el simple capricho de querer unir ‘Arte Compartido’ con Destino y esta fue la mejor manera de hacerlo, quien sabe, tal vez más adelante haya pequeños detalles de esta pareja.
Creo que por fin saben el nombre de la hija de Erick, así que ya no lo puedo cambiar ajajajajajaja
Ok, ya está. Creo que no terminó como esperaba, pero al menos ya quedó.
La verdad, este OS salió de la nada, por el simple capricho de querer unir ‘Arte Compartido’ con Destino y esta fue la mejor manera de hacerlo, quien sabe, tal vez más adelante haya pequeños detalles de esta pareja.
Creo que por fin saben el nombre de la hija de Erick, así que ya no lo puedo cambiar ajajajajajaja
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