El teléfono se escuchó con insistencia, apreté mis parpados, gruñí y miré mi despertador con algo de dificultad, porque no traía mis lentes; marcaba las ocho de la mañana con cinco minutos, demasiado temprano para mi, así que, obviamente, debía ser algo importante. Estiré la mano para tomar el auricular.
-¿Sí? – dije con molestia.
-“…¡Feliz cumpleaños! Y ¡feliz San Valentín! ¿Cómo amaneció mi ‘Picasso’?...”
-Mal – respondí con desgano – te dije que no me hablaras hoy, Néstor – regañé – quiero estar solo este día, lo sabes.
-“…Lo sé, lo sé, pero tenía que hacerlo, escucha, recibí un e-mail de ‘Opera Gallery’ de Paris, para exponer tus pinturas…”
-Hurra – dije con sarcasmo – ya te dije que tú hagas los contratos, no me importa, si es todo, volveré a dormir.
-“…No espera, ellos quieren que te presentes tú en per…”
-No – no lo dejé terminar – ya hablamos de esto, no me presento en persona, vivo en el anonimato y me gusta, ahora, sí es todo…
-“…Pablo, te van a pagar el doble solo porque te presentes, ¡es una gran oportunidad!...”
-¿En serio crees que necesito el dinero?
-“Ya tienes 28 años, necesitas mostrar tu rostro en público, eres el pintor del momento, puedo decir que estás en el pináculo de tu carrera, si muestras tu rostro por fin, serás completamente famoso…”
-Néstor, no necesito eso – suspiré – en serio, solo quiero dormir, por favor…
-“…¡Piénsalo Pablo!, solo ¡piénsalo!...” – su voz sonaba desesperada – “…es el mejor momento para que muestres tu rostro al público, como tu publicista, sé lo que es mejor para ti…”
Masajee mis parpados y apreté mi mandíbula. Ya habíamos tenido esa plática muchas veces y él siempre insistía; no entendía que yo no quería ser famoso, solo quería una vida tranquila y seguir con mis pinturas.
-Lo pensaré…
-“…De acuerdo, ahora sí, te dejo, ¡hablamos mañana! Y que pases un excelente día del amor y la amis...”
Colgué con rapidez sin dejarlo terminar, detestaba que me recordaran qué día era; dejé el teléfono a un lado y fijé mi vista borrosa en el techo.
-No creo que lo haga – dije con media voz.
A pesar de que hubiese preferido quedarme en cama todo el día, algo me impulsó a ponerme de pie. Caminé al baño, tomé una ducha rápida y al salir, me puse la ropa más casual que tenía; unos pantalones deportivos, una camiseta negra manga larga y unas pantuflas. Recorrí mi pequeño departamento el cual, apenas tenía muebles necesarios.
Vivía solo desde los diecisiete años, aunque en un principio, lo hacía en un pequeño cuarto que rentaba en un edificio, con el dinero que mis padres me habían dejado de herencia al morir; del dinero de mis abuelos, no vi ni un centavo, porque mis tíos no me dieron nada y, al ser menor de edad, no podía reclamar, así que, en realidad estaba completamente solo. Incluso, pensé que no iba a poder estudiar una carrera, pero, gracias a los cuadros que pintaba desde la adolescencia, obtuve un ingreso suficiente para sobrevivir y empezar a estudiar bellas artes.
Pero, todo cambió cuando apenas estaba en el primer año de la universidad; el destino me puso enfrente de una persona que vio mi talento y, vendió uno de mis cuadros a una suma bastante alta, con ello, podía comprar una casa y tener suficiente dinero para mi carrera, pero, las cosas no pararon ahí. Esa misma persona, buscó la manera de exponer mis cuadros y, en poco tiempo, se volvieron famosos; aunque yo nunca mostré mi rostro y eso, conseguía que las personas se interesaran más en el arte de un desconocido, imaginándose como podía ser. Tres años después, ese hombre se retiró y, dejó a Néstor, su hijo, a cargo de su agencia de publicidad y él, era ahora mi representante.
Mientras mi fama como pintor crecía, yo seguía estudiando; compré un gran terreno, pero, solo mandé construir un pequeño departamento de dos pisos, tipo loft, el cual, tenía lo necesario para mí y abarcaba la parte delantera de mi terreno, para que nadie viera lo que había detrás. En la planta baja, tenía una pequeña cocina, un sillón individual reclinable, una mesita, sillones tipo ‘puff’, una televisión y varios estantes llenos de libros de arte; en la planta alta, estaba mi estudio, al lado de mi cama, y el baño. Lo mejor, era que tenía enormes ventanales que me mostraban mi jardín trasero; por eso tenía un gran terreno; lo había mandado a diseñar para que tuviera varios árboles y un pequeño estanque con una fuente y un mini puente. Ese jardín, era generalmente el lugar donde meditaba, me relajaba y, en muchas ocasiones, era la fuente de mi inspiración; cuando los árboles florecían, o las hojas caían me mostraban colores maravillosos, pero, cuando nevaba, la blancura de la nieve me llenaba de paz. No necesitaba más.
Llegué hasta el enorme lienzo que ocupaba gran parte de una pared y, como todos los días, quité la tela protectora para verlo. La pintura estaba a medias; quería que esa fuera mi mayor obra, pero, tenía casi un año que no le había seguido. La había empezado precisamente después de mi anterior cumpleaños, pero, la fuente de mi inspiración despareció, justo como había llegado.
Caminé hasta él, pasé mis dedos sobre el lienzo y suspiré.
-¿Por qué? – pregunté con tristeza y, por un momento, tuve el impulso de romperlo, pero me detuve.
No quería deshacerme de él, era lo único que tenía y que me recordaba ese día, el cual, aunque no fue tan interesante, si me había hecho sentir bien. Volví a cubrirlo para protegerlo, no sabía cuando lo seguiría.
Bajé las escaleras, me preparé un desayuno ligero y, después de comer, volví a subir, alistandome para salir; aunque no había sido esa mi intención para ese día, después de ese momento frente a mi lienzo, creí que era lo mejor.
Preparé mi equipo de pintura y el lienzo que había empezado unos días antes, al ir a un parque de la ciudad, además de uno nuevo por si decidía empezar otro y algunas hojas por cualquier eventualidad; me cambié, colocándome algo de ropa abrigadora; al ser febrero, hacía algo de frío por las mañanas y las tardes y, no sabía a qué hora regresaría.
Salí de mi departamento y fui a tomar el transporte público, pues no tenía automóvil, ya que no me gustaba manejar.
* * *
Estuve hasta muy tarde en el parque, pero, no pude pintar el paisaje que quería.
Por eso detestaba mi cumpleaños, el 14 de febrero era un día por demás molesto para alguien que necesita calma, paz y tranquilidad; había demasiadas personas en el lugar, así que no tenía un momento perfecto para seguir con mi lienzo y, empezar uno nuevo, era imposible también. Así que, decidí ponerme a jugar con las personas.
Saqué una cartulina y puse el anuncio que siempre hacía cuando no podía pintar.
“Se hacen retratos”
Muchas parejas se acercaron a mí y, en poco tiempo, tenía varios clientes. Realizar retratos de personas se me daba bien y, al hacerlo en grafito, no me tomaba mucho tiempo; era divertido y, muchos pensaban que era un simple artista callejero. Por eso me gustaba el anonimato, porque si las personas supieran quien era, no podría divertirme de esa manera, cuando las cosas no salían como las planeaba.
Los retratos que más me gustaba hacer, era de chicos y, como muchas veces, varias parejas de hombres se acercaron para contratar mi servicio; todos quedaron satisfechos y yo, solo los miraba con algo de envidia, por no poder ser como ellos. La verdad, desde temprana edad sabía que era gay, pero, nunca tuve una pareja, especialmente porque solo una persona ocupaba mi mente, aunque para él, era simplemente su amigo de la preparatoria y, desde la misma, había dejado de verlo, hasta un año antes, cuando, por cuestiones del destino, nos habíamos encontrado, en mi cumpleaños.
Antes de regresar a mi departamento, pasé por un restaurante de comida china, compré un par de platillos, con el dinero que había ganado por los retratos, aunque ciertamente llevaba dinero, me gustaba comprar con lo que ganaba en el mismo día, era una especie de satisfacción personal; también pasé por una pastelería, para comprar un pequeño pastel para mí.
Cuando me acercaba a mi casa, me quedé sin aliento, al ver una silueta sentada en el portal. Parpadee sorprendido; debía estar imaginando cosas. Me acerqué con lentitud, ya estaba oscureciendo, pero, gracias a la luz de las lámparas de la calle, pude notarlo con claridad, no estaba alucinando; mi corazón se aceleró, mi respiración se agitó y sentí que mi cuerpo completo temblaba.
-¿Christian? – mi voz apenas salió cuando estuve frente a él.
Él levantó el rostro cuando escuchó su nombre y su cabello rubio se movió al compás; sonrió ampliamente.
-¡Vaya!, ya estaba pensando en irme – se puso de pie de un salto – hace algo de frío…
-No… No sabía que…
-Que vendría, lo sé – rió – lo lamento, es que, perdí tu número el año pasado y, bueno – se alzó de hombros – como estuve fuera del país, no pude buscarte antes – movió la mano poniendo frente a mí una bolsa de regalo – feliz cumpleaños y – sacó una cajita transparente con un moño, se notaban los chocolates dentro – feliz san Valentín.
Observé los obsequios y, me desesperé, pues traía ambas manos ocupadas – ah… – dejé mi equipo en el piso y, recibí ambas cosas – gracias – susurré.
-¿Me invitas a pasar?
-Sí, claro – asentí rápidamente, acercándome a la puerta, pero, nuevamente, tenía las manos ocupadas.
-Te ayudo – dijo con amabilidad, inclinándose a sostener la bolsa de comida que llevaba y volviendo al final de la pequeña escalinata, para recoger mi equipo.
Mis manos temblaban mientras colocaba la llave en el picaporte. Abrí la puerta y encendí las luces, permitiéndole que ingresara.
Él entró a mi departamento y dejó mi equipo de pintura cerca de uno de mis libreros, junto con una pequeña mochila que llevaba al hombro.
-No ha cambiado nada – dijo con diversión, mientras dejaba la comida en la única mesita que tenía.
-No – negué y caminé hasta ese mismo lugar, después de cerrar la puerta – no necesito mucho, te lo dije hace un año.
-Sí, lo sé – asintió y se sentó en uno de los esponjosos sillones, después de quitarse su chamarra y dejarla en el piso, a su lado – sigues siendo una persona muy sencilla.
Acomodé mis lentes con nervios – ah, no tengo mucha comida – anuncié – de hecho, eso es mi cena – señalé la bolsa con comida china y, agradecía que había comprado suficiente para ambos, pues, había pensado en que sería lo mismo que desayunaría al día siguiente.
-¡Comida china! Sigues teniendo buen gusto – me guiñó un ojo.
-Si tú lo dices – sonreí y después de quitarme mi chaqueta también, me senté a un lado, en otro puf, dejando los obsequios que había recibido antes, en la misma mesa.
-¿Nuevamente pasas tu cumpleaños solo? – pregunto con seriedad.
-Sabes que no soy muy sociable – me alcé de hombros mientras sacaba los platos desechables, llenos de alimento.
-Pero no es bueno que no festejes tu cumpleaños.
-Solo es un día más – sonreí y le acerqué uno de los platos; también le pasé una botella de té de jazmín, pues había comprado cuatro ya que, en mi departamento, aparte de café, no había nada más para beber.
-Desde que te conozco, hace más de doce años, decías lo mismo – sonrió – pero es agradable ver que, a pesar de que ya tengas veintiocho, no has cambiado en nada…
-Sí, bueno… No creo que sea algo tan importante…
-Igual que nunca fue importante festejar san Valentín o tener novia – se burló y agarró uno de los tenedores.
-Yo no era como tu – sonreí de lado, tratando de disimular mi tristeza, pues él era el chico popular de la preparatoria y, obviamente, cambiaba de pareja regularmente, algo que me hacía sentir mal – y no tenía tanto atractivo para las mujeres – sentencié mientras agarraba los palillos chinos para comer.
-No era mi culpa que las chicas me siguieran – se alzó de hombros y empezó a comer.
-Sí, pero tú tampoco te hacías mucho del rogar…
Christian guardó silencio y suspiró – si, lo sé – dijo después de un momento.
Su semblante me inquietó y decidí cambiar de tema.
-Y, dime, ¿qué has hecho este último año?
-Nada en realidad – sonrió – como te dije, estuve en el extranjero, por cuestiones de mi trabajo.
-Eso suena bien, ¿dónde estuviste?
-Canadá, Inglaterra, Alemania, Rusia y pasé una corta temporada en India y China…
-¿Tomaste muchas fotos bonitas?
-Más de las que te puedes imaginar – sonrió – y, me encontré con muchos lugares bastante interesantes que, podrían interesarte para pintar.
Chris sabía que yo pintaba paisajes y, que tenía algo de dinero de mi herencia, por lo que podía salir a viajes, más, no le había dicho que mis pinturas ya eran algo famosas y, no pensaba decírselo; me daba vergüenza, especialmente con él.
-Tendrás que decirme a donde ir, el año pasado visité Sudamérica, y tenías razón, había lugares preciosos para pintar.
-Te daré una lista – dijo con diversión, mientras comía algo de fideos.
-Y… – bajé mi mirada, observando mi comida, no quería preguntar, pero debía ser cortés – ¿tu novia?
El año anterior, él me dijo que tenía una novia y estaba por comprometerse.
-Esther y yo terminamos hace algunos meses – contestó con rapidez – así que, he estado soltero desde entonces.
-¿De verdad? – no pude ocultar mi asombro.
-Sí – asintió – y ¿tú? ¿Ya tienes novia?
Mastiqué un trozo de carne con lentitud y cuando por fin pasé el bocado negué – no, aún no tengo novia…
-Eso no suena bien, no has tenido novia nunca, puedo pensar que no te gustan las mujeres.
Pasé saliva con dificultad y apreté los palillos en mi mano, sintiéndome avergonzado.
-¿Pablo?
Su voz me hizo levantar el rostro y sonreí nerviosamente – supongo que… algún día te darías cuenta, ¿no? – intenté sonar gracioso, tratar de tomarlo a broma, pero seguramente él no lo vería de esa manera.
Christian me observo pero no se movía; parecía una estatua, aunque sus ojos azules estaban fijos en mí.
-Lo siento – traté de restarle importancia – no creo que haya sido la mejor manera de decirte algo así, pero, ¿para qué darle vueltas al asunto?
-¿Tienes novio?
-¡No! – respondí con rapidez y él se sorprendió más – es decir, me gustan los chicos, pero eso no significa que tenga pareja y menos si no soy muy sociable – me excusé sintiendo que el calor subía a mi rostro – O sea… no he encontrado a alguien adecuado o que me interese y… no tengo muchas opciones – expliqué.
-Está bien, tranquilo, no te exaltes – dijo con diversión.
Seguí comiendo, pero trataba de no verlo, me sentía cohibido.
-¿Desde cuándo? – su voz rompió el silencio en el que nos habíamos sumido.
-¿Desde cuándo qué?
-¿Desde cuando te gustan los hombres? – especificó.
Pasé saliva, no quería responderle, menos, porque en preparatoria, compartimos la cama, cuando nos quedábamos a dormir juntos, en su casa o la mía y, además, el año anterior, él se quedó en mi departamento y, de igual manera, compartimos cama. Gracias a eso, al día siguiente, cuando él se fue, yo pude empezar mi lienzo, pero, lamentablemente, mi inspiración no duró mucho.
-No… no quiero responder – dije con rapidez.
-¿Por qué?
-Porque, no sé si te incomode saberlo, ¿de acuerdo?
-Quiero saber…
-Pero no quiero decirte.
-Pablo…
-No – negué.
-¡Necesito saber! – levantó la voz.
-¡Pues no quiero decírtelo! – yo también grité.
Después de eso, ambos nos quedamos en silencio. No había ni un solo ruido en mi departamento, tanto así, que, podía escuchar mi respiración y la de Christian.
-Pablo – su voz era más tranquila, parecía haberse calmado – dime – su voz parecía una súplica.
-No quiero – negué – no quiero – repetí casi en un tono infantil, haciendo un mohín con mi boca, a modo de puchero.
Tenía miedo que se sintiera mal o incómodo conmigo y, no quería que saliera corriendo solo por mi confesión.
-De acuerdo – suspiró – entonces, yo hablaré primero…
Levanté la mirada; no entendía esas palabras.
-Terminé con Esther tres días después de que te vi hace un año, ¿por qué? Porque ya no me sentía a gusto con ella y, aunque pensé que solo era una faceta, me di cuenta que no era así.
-¿De qué hablas? – levanté una ceja.
-Cuando dormimos juntos, hace un año, volví a sentirme cómo cuando estábamos en la preparatoria – confesó – me inquietaste tanto que, por eso, decidí irme antes de que despertaras, dejándote esa nota – explicó.
Me quedé atónito ante sus palabras. El año anterior, cuando desperté, me di cuenta que estaba solo en la cama y, al buscarlo, solo había encontrado una nota en la mesita, justo donde estábamos comiendo; aún la guardaba, era tan simple, que, nunca había podido olvidar la frase.
“Hasta que nuestros caminos se vuelvan a cruzar, adiós…”
-¿Qué…? ¿Qué quieres decir?
-Me gustas – dijo con rapidez y yo sentí que todo me daba vueltas – desde la preparatoria me gustas – prosiguió – nunca quise aceptarlo, porque creí que te incomodaría o te sentirías extraño conmigo – su rostro denotaba la frustración que sentía – pero esos tres años estando contigo, fueron los mejores de mi vida…
-Pero… Tenías novias…
-Sí, pero a pesar de eso, no podía sacarte de mi mente –parecía confundido – y, cuando entramos a la universidad, cuando dejé de verte, primero me deprimí y después, intenté olvidarte – suspiró – pero, hace un año, cuando nos vimos en esa exposición de arte… No lo sé – sonrió – solo, no quería alejarme de ti…
-Pero lo hiciste – reproché inconscientemente.
-Sí, porque tú seguías siendo el mismo, tan distante, tan introvertido, tan abstraído en ti mismo que, no sabía qué hacer… Además, siempre pensé que te gustaban las chicas – me señaló con el índice.
-¿Por qué pensaste eso si nunca tuve novia?
-Porque siempre me decías, quien de mis “novias” era la más bonita y me recriminabas cuando cambiaba de pareja – reclamó – y yo creí que te molestaba que esas chicas se fijaran en mí y no en ti.
-¡Idiota! – solté con ira – si estaba molesto era porque tú tenías novia, mientras que yo estaba muriéndome por ti, y tu ¡no me ponías atención!
-¡Claro que te ponía atención! – aseguró – ¿no recuerdas cuantas veces te tomé fotos? ¡Llené álbumes con fotos tuyas! ¡Gracias a ti es que decidí ser fotógrafo! Pero nunca más me interesó fotografiar personas, al único a quien quería como modelo ¡era a ti! Ni siquiera a Esther la retraté como a ti, ¡a pesar de que duramos cinco años de novios!
Me quedé sin aliento, pero gracias a sus palabras, pude recordar esos detalles. Desde la primera semana de la preparatoria, cuando nos hicimos amigos, él empezó a fotografiarme; a mí me hacía sentir inquieto, porque él me gustaba, pero no me sentía lo suficientemente fotogénico para que me usara de modelo. Christian siempre tenía una cámara en mano, y, muchas ocasiones, me tomó fotos de manera espontánea, sin siquiera avisarme, asegurando que los mejores momentos, eran aquellos que no se preparaban con antelación, porque así mostraba el verdadero rostro de su modelo; jamás lo había entendido hasta ahora, que se estaba sincerando.
-Entonces – mi voz era un murmullo – siempre… ¿te gusté?
-Más que nadie – suspiró – y aún me gustas – sus labios se curvaron ligeramente – por eso, te hacía el amor cada que te tomaba una foto, incluso, hace un año…
-¿Hace un año? – parpadee sorprendido.
-Abre tu obsequio de cumpleaños…
Agarré la bolsa de regalo y la abrí, sacando un marco del interior. Pasé saliva al ver la foto en blanco y negro; era yo, mientras dormía en mi cama.
-La tomé antes de irme, hace un año… – confesó.
-Chris… – no sabía que decir.
Y no pude decir nada, pues solo sentí la mano de él en mi barbilla, en un instante, me hizo girar para verlo y sus labios se unieron a los míos. Me había sorprendido, pero, no tardé mucho en dejarme llevar; cerré mis parpados, mientras dejaba la foto en la mesita, para poder llevar mis manos a su rostro.
Toda mi vida había ansiado ese toque, esa caricia tan especial; mucho tiempo maldije el ser hombre, pues pensaba que, debido a eso, jamás había tenido una oportunidad con Chris. Ahora, me sentía distinto, me sentía bien de saber que, así como era, le había gustado, desde que nos conocimos, igual que él a mí.
Chris, lentamente me fue recostando en la duela de la sala, ahondando el beso, consiguiendo que nuestras lenguas se unieran en una danza única y especial; sus manos recorrieron mis costados y llegaron hasta el final de mi camiseta, introduciéndose por debajo, acariciando mi piel.
Ahogué un gemido al sentir su toque suave y delicado; él sonrió y se movió, besando mi mejilla, bajando por mi cuello y volviendo a subir hasta mi oreja.
-Pablo – susurró – quiero hacerte el amor de verdad – su lengua humedeció mi oreja y me estremecí – quiero hacerlo, sin una lente de por medio…
Pasé saliva y empecé a temblar, no sabía qué debía decir o hacer. Christian se alejó de mí, observándome directamente a los ojos.
-¿No quieres? – preguntó a media voz.
-No es… No es eso – negué y desvié la mirada – es que… no sé qué hacer…
-Sólo, déjate llevar…
Asentí y él me besó una vez más. Sus manos ejercían presión sobre mi cuerpo y sentía que me quemaban, la piel, consiguiendo que gimiera contra su boca; cuando pellizco uno de mis pezones arquee mi espalda y rompimos nuestro contacto.
-¿Te dolió?
-No – respondí con una ligera sonrisa – al contrario…
Christian movió sus manos, sacándolas de entre mi ropa y retiró mis lentes.
-Chris, no… no veo… – reclamé.
-Vamos, dame el placer de ver tus hermosos ojos – susurró contra mis labios.
No era la primera vez que decía que tenía bonitos ojos, cuando estábamos en la preparatoria, siempre me sacaba fotos del rostro, porque decía que le gustaban mis ojos; a pesar de que no tenían un color tan interesante como los suyos y solo eran ligeramente ambarinos.
Mientras yo seguía en mis divagaciones, él me incorporó para quitarme la camiseta y empezó a repartir besos en mi piel desnuda.
-Chris – temblé y gemí cuando sus labios se posaron en uno de mis pezones – estás… ¿estás seguro de esto? – indagué con nervios y cubrí mi rostro para tratar de ocultar mi vergüenza.
-Desde que te conocí, he soñado con esto, Pablo – su lengua dejó una estela de saliva mientras iba a mí otro pezón a tratarlo de igual manera que al anterior.
No pude contenerme más, su decisión y la manera de sincerarse me parecían maravillosas; yo también había deseado llegar a ese punto con él. Desde que era un adolescente, él era el único que evocaba en mi mente para sentirme bien; era la musa de la mayor parte de mis pinturas, era quien me ayudaba a seguir adelante, a pesar de no estar a mi lado, porque me mantuve enamorado de un recuerdo, y ahora todo era real.
No me di cuenta, en qué momento, él empezó a desabrochar mi pantalón para dejar mi cuerpo desnudo, y, finalmente, se desnudó con suma rapidez también. Sin esperar más, acercó sus labios a mi sexo y repartió besos con delicadeza; lamió desde la base a la punta y jugueteó con mis testículos sin pudor.
-Eres… – un gemido me interrumpió – bueno… ya… ¿ya lo habías…?
-Jamás – aseguró contra mi piel – nunca he estado con otro hombre – lamió la punta – eres el único hombre en el que puedo pensar, así que, esta también será mi primera vez de esta manera – anunció – pero se bien que voy a disfrutarlo, solo porque eres tú…
Apenas terminó de hablar, su boca engulló por completo mi sexo. Un gemido, mitad grito, escapó de mi garganta y empecé a estremecerme, especialmente cuando él succionaba y lamía a la vez; su lengua alcanzaba a salir y lamer mis testículos, cuando llevaba mi pene dentro de su boca. Su lengua jugueteaba con la punta de mi sexo y estimulaba la entrada de mi uretra, a la par que empapaba con su saliva y sus labios presionaban la extensión, mientras se movía. ¿Cómo podía ser tan bueno? Era más que increíble y yo, no podía concentrarme en nada, más que en sus caricias y atenciones.
-Chris… Chris… ¡Chris! – grité, quería anunciarle que iba a llegar al orgasmo pero no podía decir nada más.
El se alejó para poder hablar, pero su mano masajeaba mi sexo con maestría.
-¿Qué suc…?
No terminó la pregunta, pues llegué al orgasmo y mi semen salió expulsado con tanta fuerza, que ensucié su rostro. Me asusté de lo que había hecho.
-Lo… lo siento – dije a media voz, con mi rostro rojo, no solo por la vergüenza, sino por el calor que me había envuelto, mientras él hacía su trabajo.
Chris se incorporó, pasó su dedo por la mancha pegajosa que tenía en su rostro, impregnándolos con mi semen y llevándolos a su boca.
-Sabe agrio – anunció.
-Perdón – cubrí mi rostro con mis manos, solo quería que me tragara la tierra.
-Está bien – alejó las manos de mi rostro y me sonrió – no pasa nada – aseguró, mientras se inclinaba hasta besarme – tenía muchas ganas de probar tu semen…
Me sorprendí ante su confesión tan atrevida.
-No te diré que lo hagas tu también – prosiguió con una sonrisa que me hizo estremecer – porque, ya no puedo aguantar más – relamió sus labios y sus manos abrieron mis piernas, acomodándolas a sus costados – perdóname Pablo, pero, necesito entrar ya – su respiración se agitó – quiero llenarte con mi semen.
Pasé saliva con dificultad y mi sentido de supervivencia me dijo que debía detenerlo.
-Chris…
No pude decir nada más, él me besó y, con fuerza presionó mi entrada, abriéndose paso con dificultad, hasta dejar la cabeza de su pene dentro.
Ahogue un gemido de dolor y él se quedó completamente quieto.
-Perdón… – susurró contra mis labios – relájate, mi amor… – pidió – necesito… entrar… completo…
-Duele… – mi respiración era agitada y mis ojos se humedecieron con rapidez.
Una de sus manos me sostuvo por la espalda y me incorporó un poco; yo me aferré a sus hombros y hundí mi rostro en su cuello.
-Muérdeme – pidió – si te duele, muérdeme, no te preocupes – sonrió y besó mi sien.
Iba a negarme, pero, cuando se movió, me dolió tanto, que mordí su hombro, ahogando mi grito ahí. Él se quejó, pero de un par de movimientos más, me llenó completamente.
Nos quedamos así un momento; nuestros corazones parecían sincronizados, pues latían a la par, mientras nuestros pechos estaban unidos. Ejercí presión en sus hombros y, lentamente, disminuí la fuerza de mi mordida, hasta alejarme lo suficiente para pasar mi lengua por su piel, a manera de disculpa. El seguía sin moverse, pero, cuando me alejé lo suficiente me sonrió con ilusión.
-¿Puedo…?
-Si… – asentí.
Un movimiento de su cadera y yo gemí.
-Pablo – lamió mi cuello – aprietas delicioso, mi vida – susurró contra mi piel.
Yo no podía evitarlo, mi cuerpo parecía reacio a dejar que se moviera un solo centímetro y, aunque me dolía, no podía evitar que mi interior se contrajera con fuerza, apresando su pene en mi interior; era algo tan maravilloso, que me estaba trastornando.
-Muévete… – pedí con deseo – hazme el amor… – supliqué – lléname de ti, Chris… Como… en mis sueños…
Apenas terminé de hablar, su cadera inició un vaivén, algo rudo, pero me fascinó el dolor que me provocó; cada embestida, sentía un ligero escozor dentro de mí, pero también, podía recibirlo con más libertad. No pude contenerme, me dejé caer contra el suelo, hice mi rostro hacia atrás y empecé a gemir sin pudor, exigiendo más, mientras mis ojos se llenaban de lágrimas y mi sexo volvía a despertar.
-Te amo… – Chris se inclinó hasta besar mi cuello – te amo, te amo, ¡te amo! – repitió con desespero, mientras sus movimientos se volvían más fuertes.
Busqué sus labios y nos fundimos en un beso ansioso. Ambos estábamos disfrutándonos, habían sido años de reprimir nuestros deseos que, ahora que todo se desbordaba, sería imposible detenernos.
Él se recostó sobre mí y giramos en el piso. Quedé contra su pecho y, al sentir el cambio de posición, me afiancé al piso con mis rodillas y me incorporé, para sentarme sobre su miembro. Grité al sentirlo llegar al fondo, pero no me detuve; empecé un movimiento desesperado con mi cadera, de arriba abajo, acariciando su torso con mis manos y gimiendo sin pudor. Apenas podía distinguir su gesto de satisfacción, pero sus manos recorriendo mi cuerpo, me indicaban que le gustaba lo que estaba haciendo, especialmente cuando sus dedos masajearon mi sexo, casi a la par de mis movimientos.
Hice mi rostro hacia atrás, sin dejar de moverme; era un placer tan delicioso que estaba seguro, no tardaría en llegar al climax de nuevo. Pero Chris se sentó, abrazándome con fuerza, buscando mi cabello para obligarme, con algo de rudeza, a que lo besara. Me perdí en esa caricia tan posesiva y demandante, tanto, que no supe cuando él volvió a recostarme en la duela, y, antes de que objetara, salió de mi interior.
Estaba tan confundido que no supe cómo reaccionar; me hizo girar, dejándome contra uno de los puff de mi sala y me penetró de nuevo. Su pelvis chocaba contra mis nalgas y sus testículos contra los míos, mientras mi sexo se tallaba contra el plástico de mi enorme cojín.
-Eres mío – aseguró al recostarse contra mi espalda – no voy a dejarte de nuevo… ¡jamás! – sentenció y sus estocadas se hicieron más profundas.
-¡Chris!
Sentía que estaba por romperme, pero me gustaba, tanto, que no tardé mucho en llegar a mi segundo orgasmo y quedar contra el puff, tratando de recuperar el aliento.
-Pablo… – él mordió mi hombro y siguió penetrándome, hasta que, momentos después, sentí algo tibio llenar mi interior.
Gemí con placer; jamás imagine que eso se pudiese sentir tan delicioso, pero, era una tibieza tan agradable que, mataría por volver a sentir una vez más dentro de mí, de ser necesario.
Por unos momentos, no nos movimos; ambos estábamos cansados, nuestros cuerpos transpiraban y nuestra respiración era agitada. Yo no sentía del todo mis piernas y, no tenía ni la fuerza necesaria para cerrar mi boca, por tanto, mi saliva escurría contra la tela plástica del puff, resbalando lentamente.
Poco a poco, Chris empezó a besar mis hombros y nuca.
-Te amo – susurró – siempre te he amado y no quiero dejarte de nuevo…
Entrelazó los dedos de sus manos con los míos y yo sonreí.
-Yo, no quiero que me dejes… – confesé.
Nos quedamos un momento así, pero, teníamos que levantarnos. Él salió con sumo cuidado de mi interior, pero, algo resbaló.
-Lo siento – se disculpó y agarró unas servilletas con rapidez, llevándolas a mi entrada – te lastimé – dijo con reocupación, limpiando el pequeño hilito de semen que escurría, mezclado con un poco de sangre.
-No te preocupes – sonreí – la verdad, me gustó – me alcé de hombros – creo que, solo debo acostumbrarme…
Él sonrió y me besó una vez más – te amo – repitió – me alegra poder decírtelo de frente – rozó mi mejilla con su nariz.
-Yo también te amo…
* * *
Ambos nos fuimos a asear al baño, pero, yo me quedé un poco más de tiempo, mientras él salía a la habitación, usando una de mis pijamas. Cuando salí del baño, Chris estaba en mi estudio, tenía uno de mis lienzos en sus manos.
-¿Este lienzo es tuyo? – preguntó con debilidad.
-Sí – asentí sin prestarle mucha atención, yendo a sentarme a una orilla de mi cama, mientras secaba mi cabello con la toalla.
-¿P. Valentín?
Pasé saliva, al escuchar su voz, ese era uno de los lienzos más nuevos, que debía enviarle a Néstor y, obviamente, estaba firmado con mi pseudónimo.
-Ah… – mordí mi labio, tratando de pensar con rapidez una excusa para darle, pero mi mente se había quedado en blanco.
-‘P. Valentín’, ¿él mismo de la exposición de arte de hace un año? – indagó con seriedad.
Levanté mi rostro y él dejó el lienzo a un lado caminando hacia mí.
-¿El mismo P. Valentín que es el pintor que nadie conoce, a pesar de que sus pinturas se venden en miles de dólares? – parecía algo molesto.
Apreté la toalla en mis manos – hay… – bajé el rostro apenado – hay una razón y...
-¿El mismo P.Valentín al que casi convierto en ‘santo’ el año pasado, porque fue en una de sus exposiciones dónde nos encontramos?
Levanté mi vista, no sabía cómo reaccionar ante esa pregunta.
-¿Por qué de todos los apodos del mundo, tenías que escoger ese? – preguntó con burla y se hincó delante de mí.
-Pues – me encogí de hombros – la ‘P’ es por Pablo y el ‘Valentín’, es por mi cumpleaños – ahogué una risita – no pensé que sonara tan mal…
-Suena algo ‘tonto’ – su mano acarició mi mejilla con suavidad – pero, ahora que lo recuerdo, siempre quise preguntarte algo…
-¿Qué cosa? – sonreí, moviendo mi rostro para ahondar la caricia.
-Pablo, ¿quieres ser mi Valentín para el resto de mi vida?
Reí; me incliné y dejé mi frente contra la suya.
-Eso sí suena tonto – me burlé.
-Vamos, ¿sabes cuantas veces lo practiqué y jamás te lo dije?
Hice un mohín – no, no lo sé – negué – pero, supongo que puedo darte crédito – besé su nariz – supongo que aceptaré ser tu ‘Valentín’.
-Y ¿podré tomarte fotos como cuando éramos adolescentes?
-Todas las que quieras…
El buscó mis labios y nos besamos con suavidad. Finalmente se incorporó.
-Por cierto, ese es un lienzo también, ¿verdad? – señaló la pared que estaba cubierta con una tela.
-Si – suspiré – pero no lo he terminado.
-¿Desde cuándo?
Chris caminó hasta él y quitó la protección, quedándose de pie, sin decir más, observando la pintura.
-Desde el año pasado – sonreí.
- - - - -
Había pasado un año desde que Christian y Pablo iniciaron su relación formal; juntos, habían recorrido algunas partes del mundo. Uno tomando fotos, y el otro pintando. Pablo no había aceptado salir del anonimato, pero Néstor no quitaba el dedo del renglón y menos, desde que tenía un muevo artista a quien representar; un fotógrafo que empezó a hacerse conocido, no solo por los paisajes que captaba con su lente, sino por las imágenes de un chico, al que retrataba semidesnudo, de una forma tan perfecta y artística, que rápidamente empezó a ganarse reputación.
-Esta pintura es hermosa – señaló un hombre de cabello castaño, observando el gran lienzo que era la atracción principal de la exposición.
-Si – Néstor sonrió – observándola de soslayo, a primera vista, era un paisaje invernal, pero, si se observaba con detenimiento, era la silueta de dos amantes, que se estaban besando.
-El pintor es muy bueno – prosiguió el sujeto – ¿por qué no se ha presentado en público aún? – indagó.
-Es que es algo tímido…
-También me gustan las fotografías de la exposición contigua – el castaño sonrió – es notorio que el modelo es hermoso, aunque no muestre el rostro.
-Dicen que, retratar a personas es difícil, y que las grandes fotografías, solo pueden ser tomadas por artistas que aman a sus modelos – explicó el representante.
-Entonces, el fotógrafo debe adorar mucho a ese modelo
-Más de lo que se puede imaginar…
-Y ¿él también es anónimo? – prosiguió con el cuestionario.
-Sí – rió – tiene demasiado en común con el pintor de este cuadro.
En la otra sección de la exposición, Pablo y Christian estaban recorriendo la sala, tomados de la mano.
El rubio se inclinó hasta susurrarle a su novio – ahí sales bien, esa es una de mis favoritas.
-¿Tenias que hacerla tan grande? – reprochó el pelinegro, acomodando sus lentes con nerviosismo.
-En grande se aprecia mejor, mi amor…
-Tonto, ¿recuérdame por qué, estoy pasando mi cumpleaños aquí, en vez de hacerlo en casa?
-Porque, estamos festejando, san Valentín, tu cumpleaños y nuestro primer aniversario de novios – besó su mejilla – y qué mejor que en este lugar, donde podemos compartir el arte que creamos, juntos…
-Eres tan cursi – rió el pelinegro y rozó los labios de su pareja en una suave caricia – pero, aún así, te amo…
-Yo también te amo, mi dulce ‘Valentín’.
* * *
-¿Sí? – dije con molestia.
-“…¡Feliz cumpleaños! Y ¡feliz San Valentín! ¿Cómo amaneció mi ‘Picasso’?...”
-Mal – respondí con desgano – te dije que no me hablaras hoy, Néstor – regañé – quiero estar solo este día, lo sabes.
-“…Lo sé, lo sé, pero tenía que hacerlo, escucha, recibí un e-mail de ‘Opera Gallery’ de Paris, para exponer tus pinturas…”
-Hurra – dije con sarcasmo – ya te dije que tú hagas los contratos, no me importa, si es todo, volveré a dormir.
-“…No espera, ellos quieren que te presentes tú en per…”
-No – no lo dejé terminar – ya hablamos de esto, no me presento en persona, vivo en el anonimato y me gusta, ahora, sí es todo…
-“…Pablo, te van a pagar el doble solo porque te presentes, ¡es una gran oportunidad!...”
-¿En serio crees que necesito el dinero?
-“Ya tienes 28 años, necesitas mostrar tu rostro en público, eres el pintor del momento, puedo decir que estás en el pináculo de tu carrera, si muestras tu rostro por fin, serás completamente famoso…”
-Néstor, no necesito eso – suspiré – en serio, solo quiero dormir, por favor…
-“…¡Piénsalo Pablo!, solo ¡piénsalo!...” – su voz sonaba desesperada – “…es el mejor momento para que muestres tu rostro al público, como tu publicista, sé lo que es mejor para ti…”
Masajee mis parpados y apreté mi mandíbula. Ya habíamos tenido esa plática muchas veces y él siempre insistía; no entendía que yo no quería ser famoso, solo quería una vida tranquila y seguir con mis pinturas.
-Lo pensaré…
-“…De acuerdo, ahora sí, te dejo, ¡hablamos mañana! Y que pases un excelente día del amor y la amis...”
Colgué con rapidez sin dejarlo terminar, detestaba que me recordaran qué día era; dejé el teléfono a un lado y fijé mi vista borrosa en el techo.
-No creo que lo haga – dije con media voz.
A pesar de que hubiese preferido quedarme en cama todo el día, algo me impulsó a ponerme de pie. Caminé al baño, tomé una ducha rápida y al salir, me puse la ropa más casual que tenía; unos pantalones deportivos, una camiseta negra manga larga y unas pantuflas. Recorrí mi pequeño departamento el cual, apenas tenía muebles necesarios.
Vivía solo desde los diecisiete años, aunque en un principio, lo hacía en un pequeño cuarto que rentaba en un edificio, con el dinero que mis padres me habían dejado de herencia al morir; del dinero de mis abuelos, no vi ni un centavo, porque mis tíos no me dieron nada y, al ser menor de edad, no podía reclamar, así que, en realidad estaba completamente solo. Incluso, pensé que no iba a poder estudiar una carrera, pero, gracias a los cuadros que pintaba desde la adolescencia, obtuve un ingreso suficiente para sobrevivir y empezar a estudiar bellas artes.
Pero, todo cambió cuando apenas estaba en el primer año de la universidad; el destino me puso enfrente de una persona que vio mi talento y, vendió uno de mis cuadros a una suma bastante alta, con ello, podía comprar una casa y tener suficiente dinero para mi carrera, pero, las cosas no pararon ahí. Esa misma persona, buscó la manera de exponer mis cuadros y, en poco tiempo, se volvieron famosos; aunque yo nunca mostré mi rostro y eso, conseguía que las personas se interesaran más en el arte de un desconocido, imaginándose como podía ser. Tres años después, ese hombre se retiró y, dejó a Néstor, su hijo, a cargo de su agencia de publicidad y él, era ahora mi representante.
Mientras mi fama como pintor crecía, yo seguía estudiando; compré un gran terreno, pero, solo mandé construir un pequeño departamento de dos pisos, tipo loft, el cual, tenía lo necesario para mí y abarcaba la parte delantera de mi terreno, para que nadie viera lo que había detrás. En la planta baja, tenía una pequeña cocina, un sillón individual reclinable, una mesita, sillones tipo ‘puff’, una televisión y varios estantes llenos de libros de arte; en la planta alta, estaba mi estudio, al lado de mi cama, y el baño. Lo mejor, era que tenía enormes ventanales que me mostraban mi jardín trasero; por eso tenía un gran terreno; lo había mandado a diseñar para que tuviera varios árboles y un pequeño estanque con una fuente y un mini puente. Ese jardín, era generalmente el lugar donde meditaba, me relajaba y, en muchas ocasiones, era la fuente de mi inspiración; cuando los árboles florecían, o las hojas caían me mostraban colores maravillosos, pero, cuando nevaba, la blancura de la nieve me llenaba de paz. No necesitaba más.
Llegué hasta el enorme lienzo que ocupaba gran parte de una pared y, como todos los días, quité la tela protectora para verlo. La pintura estaba a medias; quería que esa fuera mi mayor obra, pero, tenía casi un año que no le había seguido. La había empezado precisamente después de mi anterior cumpleaños, pero, la fuente de mi inspiración despareció, justo como había llegado.
Caminé hasta él, pasé mis dedos sobre el lienzo y suspiré.
-¿Por qué? – pregunté con tristeza y, por un momento, tuve el impulso de romperlo, pero me detuve.
No quería deshacerme de él, era lo único que tenía y que me recordaba ese día, el cual, aunque no fue tan interesante, si me había hecho sentir bien. Volví a cubrirlo para protegerlo, no sabía cuando lo seguiría.
Bajé las escaleras, me preparé un desayuno ligero y, después de comer, volví a subir, alistandome para salir; aunque no había sido esa mi intención para ese día, después de ese momento frente a mi lienzo, creí que era lo mejor.
Preparé mi equipo de pintura y el lienzo que había empezado unos días antes, al ir a un parque de la ciudad, además de uno nuevo por si decidía empezar otro y algunas hojas por cualquier eventualidad; me cambié, colocándome algo de ropa abrigadora; al ser febrero, hacía algo de frío por las mañanas y las tardes y, no sabía a qué hora regresaría.
Salí de mi departamento y fui a tomar el transporte público, pues no tenía automóvil, ya que no me gustaba manejar.
* * *
Estuve hasta muy tarde en el parque, pero, no pude pintar el paisaje que quería.
Por eso detestaba mi cumpleaños, el 14 de febrero era un día por demás molesto para alguien que necesita calma, paz y tranquilidad; había demasiadas personas en el lugar, así que no tenía un momento perfecto para seguir con mi lienzo y, empezar uno nuevo, era imposible también. Así que, decidí ponerme a jugar con las personas.
Saqué una cartulina y puse el anuncio que siempre hacía cuando no podía pintar.
“Se hacen retratos”
Muchas parejas se acercaron a mí y, en poco tiempo, tenía varios clientes. Realizar retratos de personas se me daba bien y, al hacerlo en grafito, no me tomaba mucho tiempo; era divertido y, muchos pensaban que era un simple artista callejero. Por eso me gustaba el anonimato, porque si las personas supieran quien era, no podría divertirme de esa manera, cuando las cosas no salían como las planeaba.
Los retratos que más me gustaba hacer, era de chicos y, como muchas veces, varias parejas de hombres se acercaron para contratar mi servicio; todos quedaron satisfechos y yo, solo los miraba con algo de envidia, por no poder ser como ellos. La verdad, desde temprana edad sabía que era gay, pero, nunca tuve una pareja, especialmente porque solo una persona ocupaba mi mente, aunque para él, era simplemente su amigo de la preparatoria y, desde la misma, había dejado de verlo, hasta un año antes, cuando, por cuestiones del destino, nos habíamos encontrado, en mi cumpleaños.
Antes de regresar a mi departamento, pasé por un restaurante de comida china, compré un par de platillos, con el dinero que había ganado por los retratos, aunque ciertamente llevaba dinero, me gustaba comprar con lo que ganaba en el mismo día, era una especie de satisfacción personal; también pasé por una pastelería, para comprar un pequeño pastel para mí.
Cuando me acercaba a mi casa, me quedé sin aliento, al ver una silueta sentada en el portal. Parpadee sorprendido; debía estar imaginando cosas. Me acerqué con lentitud, ya estaba oscureciendo, pero, gracias a la luz de las lámparas de la calle, pude notarlo con claridad, no estaba alucinando; mi corazón se aceleró, mi respiración se agitó y sentí que mi cuerpo completo temblaba.
-¿Christian? – mi voz apenas salió cuando estuve frente a él.
Él levantó el rostro cuando escuchó su nombre y su cabello rubio se movió al compás; sonrió ampliamente.
-¡Vaya!, ya estaba pensando en irme – se puso de pie de un salto – hace algo de frío…
-No… No sabía que…
-Que vendría, lo sé – rió – lo lamento, es que, perdí tu número el año pasado y, bueno – se alzó de hombros – como estuve fuera del país, no pude buscarte antes – movió la mano poniendo frente a mí una bolsa de regalo – feliz cumpleaños y – sacó una cajita transparente con un moño, se notaban los chocolates dentro – feliz san Valentín.
Observé los obsequios y, me desesperé, pues traía ambas manos ocupadas – ah… – dejé mi equipo en el piso y, recibí ambas cosas – gracias – susurré.
-¿Me invitas a pasar?
-Sí, claro – asentí rápidamente, acercándome a la puerta, pero, nuevamente, tenía las manos ocupadas.
-Te ayudo – dijo con amabilidad, inclinándose a sostener la bolsa de comida que llevaba y volviendo al final de la pequeña escalinata, para recoger mi equipo.
Mis manos temblaban mientras colocaba la llave en el picaporte. Abrí la puerta y encendí las luces, permitiéndole que ingresara.
Él entró a mi departamento y dejó mi equipo de pintura cerca de uno de mis libreros, junto con una pequeña mochila que llevaba al hombro.
-No ha cambiado nada – dijo con diversión, mientras dejaba la comida en la única mesita que tenía.
-No – negué y caminé hasta ese mismo lugar, después de cerrar la puerta – no necesito mucho, te lo dije hace un año.
-Sí, lo sé – asintió y se sentó en uno de los esponjosos sillones, después de quitarse su chamarra y dejarla en el piso, a su lado – sigues siendo una persona muy sencilla.
Acomodé mis lentes con nervios – ah, no tengo mucha comida – anuncié – de hecho, eso es mi cena – señalé la bolsa con comida china y, agradecía que había comprado suficiente para ambos, pues, había pensado en que sería lo mismo que desayunaría al día siguiente.
-¡Comida china! Sigues teniendo buen gusto – me guiñó un ojo.
-Si tú lo dices – sonreí y después de quitarme mi chaqueta también, me senté a un lado, en otro puf, dejando los obsequios que había recibido antes, en la misma mesa.
-¿Nuevamente pasas tu cumpleaños solo? – pregunto con seriedad.
-Sabes que no soy muy sociable – me alcé de hombros mientras sacaba los platos desechables, llenos de alimento.
-Pero no es bueno que no festejes tu cumpleaños.
-Solo es un día más – sonreí y le acerqué uno de los platos; también le pasé una botella de té de jazmín, pues había comprado cuatro ya que, en mi departamento, aparte de café, no había nada más para beber.
-Desde que te conozco, hace más de doce años, decías lo mismo – sonrió – pero es agradable ver que, a pesar de que ya tengas veintiocho, no has cambiado en nada…
-Sí, bueno… No creo que sea algo tan importante…
-Igual que nunca fue importante festejar san Valentín o tener novia – se burló y agarró uno de los tenedores.
-Yo no era como tu – sonreí de lado, tratando de disimular mi tristeza, pues él era el chico popular de la preparatoria y, obviamente, cambiaba de pareja regularmente, algo que me hacía sentir mal – y no tenía tanto atractivo para las mujeres – sentencié mientras agarraba los palillos chinos para comer.
-No era mi culpa que las chicas me siguieran – se alzó de hombros y empezó a comer.
-Sí, pero tú tampoco te hacías mucho del rogar…
Christian guardó silencio y suspiró – si, lo sé – dijo después de un momento.
Su semblante me inquietó y decidí cambiar de tema.
-Y, dime, ¿qué has hecho este último año?
-Nada en realidad – sonrió – como te dije, estuve en el extranjero, por cuestiones de mi trabajo.
-Eso suena bien, ¿dónde estuviste?
-Canadá, Inglaterra, Alemania, Rusia y pasé una corta temporada en India y China…
-¿Tomaste muchas fotos bonitas?
-Más de las que te puedes imaginar – sonrió – y, me encontré con muchos lugares bastante interesantes que, podrían interesarte para pintar.
Chris sabía que yo pintaba paisajes y, que tenía algo de dinero de mi herencia, por lo que podía salir a viajes, más, no le había dicho que mis pinturas ya eran algo famosas y, no pensaba decírselo; me daba vergüenza, especialmente con él.
-Tendrás que decirme a donde ir, el año pasado visité Sudamérica, y tenías razón, había lugares preciosos para pintar.
-Te daré una lista – dijo con diversión, mientras comía algo de fideos.
-Y… – bajé mi mirada, observando mi comida, no quería preguntar, pero debía ser cortés – ¿tu novia?
El año anterior, él me dijo que tenía una novia y estaba por comprometerse.
-Esther y yo terminamos hace algunos meses – contestó con rapidez – así que, he estado soltero desde entonces.
-¿De verdad? – no pude ocultar mi asombro.
-Sí – asintió – y ¿tú? ¿Ya tienes novia?
Mastiqué un trozo de carne con lentitud y cuando por fin pasé el bocado negué – no, aún no tengo novia…
-Eso no suena bien, no has tenido novia nunca, puedo pensar que no te gustan las mujeres.
Pasé saliva con dificultad y apreté los palillos en mi mano, sintiéndome avergonzado.
-¿Pablo?
Su voz me hizo levantar el rostro y sonreí nerviosamente – supongo que… algún día te darías cuenta, ¿no? – intenté sonar gracioso, tratar de tomarlo a broma, pero seguramente él no lo vería de esa manera.
Christian me observo pero no se movía; parecía una estatua, aunque sus ojos azules estaban fijos en mí.
-Lo siento – traté de restarle importancia – no creo que haya sido la mejor manera de decirte algo así, pero, ¿para qué darle vueltas al asunto?
-¿Tienes novio?
-¡No! – respondí con rapidez y él se sorprendió más – es decir, me gustan los chicos, pero eso no significa que tenga pareja y menos si no soy muy sociable – me excusé sintiendo que el calor subía a mi rostro – O sea… no he encontrado a alguien adecuado o que me interese y… no tengo muchas opciones – expliqué.
-Está bien, tranquilo, no te exaltes – dijo con diversión.
Seguí comiendo, pero trataba de no verlo, me sentía cohibido.
-¿Desde cuándo? – su voz rompió el silencio en el que nos habíamos sumido.
-¿Desde cuándo qué?
-¿Desde cuando te gustan los hombres? – especificó.
Pasé saliva, no quería responderle, menos, porque en preparatoria, compartimos la cama, cuando nos quedábamos a dormir juntos, en su casa o la mía y, además, el año anterior, él se quedó en mi departamento y, de igual manera, compartimos cama. Gracias a eso, al día siguiente, cuando él se fue, yo pude empezar mi lienzo, pero, lamentablemente, mi inspiración no duró mucho.
-No… no quiero responder – dije con rapidez.
-¿Por qué?
-Porque, no sé si te incomode saberlo, ¿de acuerdo?
-Quiero saber…
-Pero no quiero decirte.
-Pablo…
-No – negué.
-¡Necesito saber! – levantó la voz.
-¡Pues no quiero decírtelo! – yo también grité.
Después de eso, ambos nos quedamos en silencio. No había ni un solo ruido en mi departamento, tanto así, que, podía escuchar mi respiración y la de Christian.
-Pablo – su voz era más tranquila, parecía haberse calmado – dime – su voz parecía una súplica.
-No quiero – negué – no quiero – repetí casi en un tono infantil, haciendo un mohín con mi boca, a modo de puchero.
Tenía miedo que se sintiera mal o incómodo conmigo y, no quería que saliera corriendo solo por mi confesión.
-De acuerdo – suspiró – entonces, yo hablaré primero…
Levanté la mirada; no entendía esas palabras.
-Terminé con Esther tres días después de que te vi hace un año, ¿por qué? Porque ya no me sentía a gusto con ella y, aunque pensé que solo era una faceta, me di cuenta que no era así.
-¿De qué hablas? – levanté una ceja.
-Cuando dormimos juntos, hace un año, volví a sentirme cómo cuando estábamos en la preparatoria – confesó – me inquietaste tanto que, por eso, decidí irme antes de que despertaras, dejándote esa nota – explicó.
Me quedé atónito ante sus palabras. El año anterior, cuando desperté, me di cuenta que estaba solo en la cama y, al buscarlo, solo había encontrado una nota en la mesita, justo donde estábamos comiendo; aún la guardaba, era tan simple, que, nunca había podido olvidar la frase.
“Hasta que nuestros caminos se vuelvan a cruzar, adiós…”
-¿Qué…? ¿Qué quieres decir?
-Me gustas – dijo con rapidez y yo sentí que todo me daba vueltas – desde la preparatoria me gustas – prosiguió – nunca quise aceptarlo, porque creí que te incomodaría o te sentirías extraño conmigo – su rostro denotaba la frustración que sentía – pero esos tres años estando contigo, fueron los mejores de mi vida…
-Pero… Tenías novias…
-Sí, pero a pesar de eso, no podía sacarte de mi mente –parecía confundido – y, cuando entramos a la universidad, cuando dejé de verte, primero me deprimí y después, intenté olvidarte – suspiró – pero, hace un año, cuando nos vimos en esa exposición de arte… No lo sé – sonrió – solo, no quería alejarme de ti…
-Pero lo hiciste – reproché inconscientemente.
-Sí, porque tú seguías siendo el mismo, tan distante, tan introvertido, tan abstraído en ti mismo que, no sabía qué hacer… Además, siempre pensé que te gustaban las chicas – me señaló con el índice.
-¿Por qué pensaste eso si nunca tuve novia?
-Porque siempre me decías, quien de mis “novias” era la más bonita y me recriminabas cuando cambiaba de pareja – reclamó – y yo creí que te molestaba que esas chicas se fijaran en mí y no en ti.
-¡Idiota! – solté con ira – si estaba molesto era porque tú tenías novia, mientras que yo estaba muriéndome por ti, y tu ¡no me ponías atención!
-¡Claro que te ponía atención! – aseguró – ¿no recuerdas cuantas veces te tomé fotos? ¡Llené álbumes con fotos tuyas! ¡Gracias a ti es que decidí ser fotógrafo! Pero nunca más me interesó fotografiar personas, al único a quien quería como modelo ¡era a ti! Ni siquiera a Esther la retraté como a ti, ¡a pesar de que duramos cinco años de novios!
Me quedé sin aliento, pero gracias a sus palabras, pude recordar esos detalles. Desde la primera semana de la preparatoria, cuando nos hicimos amigos, él empezó a fotografiarme; a mí me hacía sentir inquieto, porque él me gustaba, pero no me sentía lo suficientemente fotogénico para que me usara de modelo. Christian siempre tenía una cámara en mano, y, muchas ocasiones, me tomó fotos de manera espontánea, sin siquiera avisarme, asegurando que los mejores momentos, eran aquellos que no se preparaban con antelación, porque así mostraba el verdadero rostro de su modelo; jamás lo había entendido hasta ahora, que se estaba sincerando.
-Entonces – mi voz era un murmullo – siempre… ¿te gusté?
-Más que nadie – suspiró – y aún me gustas – sus labios se curvaron ligeramente – por eso, te hacía el amor cada que te tomaba una foto, incluso, hace un año…
-¿Hace un año? – parpadee sorprendido.
-Abre tu obsequio de cumpleaños…
Agarré la bolsa de regalo y la abrí, sacando un marco del interior. Pasé saliva al ver la foto en blanco y negro; era yo, mientras dormía en mi cama.
-La tomé antes de irme, hace un año… – confesó.
-Chris… – no sabía que decir.
Y no pude decir nada, pues solo sentí la mano de él en mi barbilla, en un instante, me hizo girar para verlo y sus labios se unieron a los míos. Me había sorprendido, pero, no tardé mucho en dejarme llevar; cerré mis parpados, mientras dejaba la foto en la mesita, para poder llevar mis manos a su rostro.
Toda mi vida había ansiado ese toque, esa caricia tan especial; mucho tiempo maldije el ser hombre, pues pensaba que, debido a eso, jamás había tenido una oportunidad con Chris. Ahora, me sentía distinto, me sentía bien de saber que, así como era, le había gustado, desde que nos conocimos, igual que él a mí.
Chris, lentamente me fue recostando en la duela de la sala, ahondando el beso, consiguiendo que nuestras lenguas se unieran en una danza única y especial; sus manos recorrieron mis costados y llegaron hasta el final de mi camiseta, introduciéndose por debajo, acariciando mi piel.
Ahogué un gemido al sentir su toque suave y delicado; él sonrió y se movió, besando mi mejilla, bajando por mi cuello y volviendo a subir hasta mi oreja.
-Pablo – susurró – quiero hacerte el amor de verdad – su lengua humedeció mi oreja y me estremecí – quiero hacerlo, sin una lente de por medio…
Pasé saliva y empecé a temblar, no sabía qué debía decir o hacer. Christian se alejó de mí, observándome directamente a los ojos.
-¿No quieres? – preguntó a media voz.
-No es… No es eso – negué y desvié la mirada – es que… no sé qué hacer…
-Sólo, déjate llevar…
Asentí y él me besó una vez más. Sus manos ejercían presión sobre mi cuerpo y sentía que me quemaban, la piel, consiguiendo que gimiera contra su boca; cuando pellizco uno de mis pezones arquee mi espalda y rompimos nuestro contacto.
-¿Te dolió?
-No – respondí con una ligera sonrisa – al contrario…
Christian movió sus manos, sacándolas de entre mi ropa y retiró mis lentes.
-Chris, no… no veo… – reclamé.
-Vamos, dame el placer de ver tus hermosos ojos – susurró contra mis labios.
No era la primera vez que decía que tenía bonitos ojos, cuando estábamos en la preparatoria, siempre me sacaba fotos del rostro, porque decía que le gustaban mis ojos; a pesar de que no tenían un color tan interesante como los suyos y solo eran ligeramente ambarinos.
Mientras yo seguía en mis divagaciones, él me incorporó para quitarme la camiseta y empezó a repartir besos en mi piel desnuda.
-Chris – temblé y gemí cuando sus labios se posaron en uno de mis pezones – estás… ¿estás seguro de esto? – indagué con nervios y cubrí mi rostro para tratar de ocultar mi vergüenza.
-Desde que te conocí, he soñado con esto, Pablo – su lengua dejó una estela de saliva mientras iba a mí otro pezón a tratarlo de igual manera que al anterior.
No pude contenerme más, su decisión y la manera de sincerarse me parecían maravillosas; yo también había deseado llegar a ese punto con él. Desde que era un adolescente, él era el único que evocaba en mi mente para sentirme bien; era la musa de la mayor parte de mis pinturas, era quien me ayudaba a seguir adelante, a pesar de no estar a mi lado, porque me mantuve enamorado de un recuerdo, y ahora todo era real.
No me di cuenta, en qué momento, él empezó a desabrochar mi pantalón para dejar mi cuerpo desnudo, y, finalmente, se desnudó con suma rapidez también. Sin esperar más, acercó sus labios a mi sexo y repartió besos con delicadeza; lamió desde la base a la punta y jugueteó con mis testículos sin pudor.
-Eres… – un gemido me interrumpió – bueno… ya… ¿ya lo habías…?
-Jamás – aseguró contra mi piel – nunca he estado con otro hombre – lamió la punta – eres el único hombre en el que puedo pensar, así que, esta también será mi primera vez de esta manera – anunció – pero se bien que voy a disfrutarlo, solo porque eres tú…
Apenas terminó de hablar, su boca engulló por completo mi sexo. Un gemido, mitad grito, escapó de mi garganta y empecé a estremecerme, especialmente cuando él succionaba y lamía a la vez; su lengua alcanzaba a salir y lamer mis testículos, cuando llevaba mi pene dentro de su boca. Su lengua jugueteaba con la punta de mi sexo y estimulaba la entrada de mi uretra, a la par que empapaba con su saliva y sus labios presionaban la extensión, mientras se movía. ¿Cómo podía ser tan bueno? Era más que increíble y yo, no podía concentrarme en nada, más que en sus caricias y atenciones.
-Chris… Chris… ¡Chris! – grité, quería anunciarle que iba a llegar al orgasmo pero no podía decir nada más.
El se alejó para poder hablar, pero su mano masajeaba mi sexo con maestría.
-¿Qué suc…?
No terminó la pregunta, pues llegué al orgasmo y mi semen salió expulsado con tanta fuerza, que ensucié su rostro. Me asusté de lo que había hecho.
-Lo… lo siento – dije a media voz, con mi rostro rojo, no solo por la vergüenza, sino por el calor que me había envuelto, mientras él hacía su trabajo.
Chris se incorporó, pasó su dedo por la mancha pegajosa que tenía en su rostro, impregnándolos con mi semen y llevándolos a su boca.
-Sabe agrio – anunció.
-Perdón – cubrí mi rostro con mis manos, solo quería que me tragara la tierra.
-Está bien – alejó las manos de mi rostro y me sonrió – no pasa nada – aseguró, mientras se inclinaba hasta besarme – tenía muchas ganas de probar tu semen…
Me sorprendí ante su confesión tan atrevida.
-No te diré que lo hagas tu también – prosiguió con una sonrisa que me hizo estremecer – porque, ya no puedo aguantar más – relamió sus labios y sus manos abrieron mis piernas, acomodándolas a sus costados – perdóname Pablo, pero, necesito entrar ya – su respiración se agitó – quiero llenarte con mi semen.
Pasé saliva con dificultad y mi sentido de supervivencia me dijo que debía detenerlo.
-Chris…
No pude decir nada más, él me besó y, con fuerza presionó mi entrada, abriéndose paso con dificultad, hasta dejar la cabeza de su pene dentro.
Ahogue un gemido de dolor y él se quedó completamente quieto.
-Perdón… – susurró contra mis labios – relájate, mi amor… – pidió – necesito… entrar… completo…
-Duele… – mi respiración era agitada y mis ojos se humedecieron con rapidez.
Una de sus manos me sostuvo por la espalda y me incorporó un poco; yo me aferré a sus hombros y hundí mi rostro en su cuello.
-Muérdeme – pidió – si te duele, muérdeme, no te preocupes – sonrió y besó mi sien.
Iba a negarme, pero, cuando se movió, me dolió tanto, que mordí su hombro, ahogando mi grito ahí. Él se quejó, pero de un par de movimientos más, me llenó completamente.
Nos quedamos así un momento; nuestros corazones parecían sincronizados, pues latían a la par, mientras nuestros pechos estaban unidos. Ejercí presión en sus hombros y, lentamente, disminuí la fuerza de mi mordida, hasta alejarme lo suficiente para pasar mi lengua por su piel, a manera de disculpa. El seguía sin moverse, pero, cuando me alejé lo suficiente me sonrió con ilusión.
-¿Puedo…?
-Si… – asentí.
Un movimiento de su cadera y yo gemí.
-Pablo – lamió mi cuello – aprietas delicioso, mi vida – susurró contra mi piel.
Yo no podía evitarlo, mi cuerpo parecía reacio a dejar que se moviera un solo centímetro y, aunque me dolía, no podía evitar que mi interior se contrajera con fuerza, apresando su pene en mi interior; era algo tan maravilloso, que me estaba trastornando.
-Muévete… – pedí con deseo – hazme el amor… – supliqué – lléname de ti, Chris… Como… en mis sueños…
Apenas terminé de hablar, su cadera inició un vaivén, algo rudo, pero me fascinó el dolor que me provocó; cada embestida, sentía un ligero escozor dentro de mí, pero también, podía recibirlo con más libertad. No pude contenerme, me dejé caer contra el suelo, hice mi rostro hacia atrás y empecé a gemir sin pudor, exigiendo más, mientras mis ojos se llenaban de lágrimas y mi sexo volvía a despertar.
-Te amo… – Chris se inclinó hasta besar mi cuello – te amo, te amo, ¡te amo! – repitió con desespero, mientras sus movimientos se volvían más fuertes.
Busqué sus labios y nos fundimos en un beso ansioso. Ambos estábamos disfrutándonos, habían sido años de reprimir nuestros deseos que, ahora que todo se desbordaba, sería imposible detenernos.
Él se recostó sobre mí y giramos en el piso. Quedé contra su pecho y, al sentir el cambio de posición, me afiancé al piso con mis rodillas y me incorporé, para sentarme sobre su miembro. Grité al sentirlo llegar al fondo, pero no me detuve; empecé un movimiento desesperado con mi cadera, de arriba abajo, acariciando su torso con mis manos y gimiendo sin pudor. Apenas podía distinguir su gesto de satisfacción, pero sus manos recorriendo mi cuerpo, me indicaban que le gustaba lo que estaba haciendo, especialmente cuando sus dedos masajearon mi sexo, casi a la par de mis movimientos.
Hice mi rostro hacia atrás, sin dejar de moverme; era un placer tan delicioso que estaba seguro, no tardaría en llegar al climax de nuevo. Pero Chris se sentó, abrazándome con fuerza, buscando mi cabello para obligarme, con algo de rudeza, a que lo besara. Me perdí en esa caricia tan posesiva y demandante, tanto, que no supe cuando él volvió a recostarme en la duela, y, antes de que objetara, salió de mi interior.
Estaba tan confundido que no supe cómo reaccionar; me hizo girar, dejándome contra uno de los puff de mi sala y me penetró de nuevo. Su pelvis chocaba contra mis nalgas y sus testículos contra los míos, mientras mi sexo se tallaba contra el plástico de mi enorme cojín.
-Eres mío – aseguró al recostarse contra mi espalda – no voy a dejarte de nuevo… ¡jamás! – sentenció y sus estocadas se hicieron más profundas.
-¡Chris!
Sentía que estaba por romperme, pero me gustaba, tanto, que no tardé mucho en llegar a mi segundo orgasmo y quedar contra el puff, tratando de recuperar el aliento.
-Pablo… – él mordió mi hombro y siguió penetrándome, hasta que, momentos después, sentí algo tibio llenar mi interior.
Gemí con placer; jamás imagine que eso se pudiese sentir tan delicioso, pero, era una tibieza tan agradable que, mataría por volver a sentir una vez más dentro de mí, de ser necesario.
Por unos momentos, no nos movimos; ambos estábamos cansados, nuestros cuerpos transpiraban y nuestra respiración era agitada. Yo no sentía del todo mis piernas y, no tenía ni la fuerza necesaria para cerrar mi boca, por tanto, mi saliva escurría contra la tela plástica del puff, resbalando lentamente.
Poco a poco, Chris empezó a besar mis hombros y nuca.
-Te amo – susurró – siempre te he amado y no quiero dejarte de nuevo…
Entrelazó los dedos de sus manos con los míos y yo sonreí.
-Yo, no quiero que me dejes… – confesé.
Nos quedamos un momento así, pero, teníamos que levantarnos. Él salió con sumo cuidado de mi interior, pero, algo resbaló.
-Lo siento – se disculpó y agarró unas servilletas con rapidez, llevándolas a mi entrada – te lastimé – dijo con reocupación, limpiando el pequeño hilito de semen que escurría, mezclado con un poco de sangre.
-No te preocupes – sonreí – la verdad, me gustó – me alcé de hombros – creo que, solo debo acostumbrarme…
Él sonrió y me besó una vez más – te amo – repitió – me alegra poder decírtelo de frente – rozó mi mejilla con su nariz.
-Yo también te amo…
* * *
Ambos nos fuimos a asear al baño, pero, yo me quedé un poco más de tiempo, mientras él salía a la habitación, usando una de mis pijamas. Cuando salí del baño, Chris estaba en mi estudio, tenía uno de mis lienzos en sus manos.
-¿Este lienzo es tuyo? – preguntó con debilidad.
-Sí – asentí sin prestarle mucha atención, yendo a sentarme a una orilla de mi cama, mientras secaba mi cabello con la toalla.
-¿P. Valentín?
Pasé saliva, al escuchar su voz, ese era uno de los lienzos más nuevos, que debía enviarle a Néstor y, obviamente, estaba firmado con mi pseudónimo.
-Ah… – mordí mi labio, tratando de pensar con rapidez una excusa para darle, pero mi mente se había quedado en blanco.
-‘P. Valentín’, ¿él mismo de la exposición de arte de hace un año? – indagó con seriedad.
Levanté mi rostro y él dejó el lienzo a un lado caminando hacia mí.
-¿El mismo P. Valentín que es el pintor que nadie conoce, a pesar de que sus pinturas se venden en miles de dólares? – parecía algo molesto.
Apreté la toalla en mis manos – hay… – bajé el rostro apenado – hay una razón y...
-¿El mismo P.Valentín al que casi convierto en ‘santo’ el año pasado, porque fue en una de sus exposiciones dónde nos encontramos?
Levanté mi vista, no sabía cómo reaccionar ante esa pregunta.
-¿Por qué de todos los apodos del mundo, tenías que escoger ese? – preguntó con burla y se hincó delante de mí.
-Pues – me encogí de hombros – la ‘P’ es por Pablo y el ‘Valentín’, es por mi cumpleaños – ahogué una risita – no pensé que sonara tan mal…
-Suena algo ‘tonto’ – su mano acarició mi mejilla con suavidad – pero, ahora que lo recuerdo, siempre quise preguntarte algo…
-¿Qué cosa? – sonreí, moviendo mi rostro para ahondar la caricia.
-Pablo, ¿quieres ser mi Valentín para el resto de mi vida?
Reí; me incliné y dejé mi frente contra la suya.
-Eso sí suena tonto – me burlé.
-Vamos, ¿sabes cuantas veces lo practiqué y jamás te lo dije?
Hice un mohín – no, no lo sé – negué – pero, supongo que puedo darte crédito – besé su nariz – supongo que aceptaré ser tu ‘Valentín’.
-Y ¿podré tomarte fotos como cuando éramos adolescentes?
-Todas las que quieras…
El buscó mis labios y nos besamos con suavidad. Finalmente se incorporó.
-Por cierto, ese es un lienzo también, ¿verdad? – señaló la pared que estaba cubierta con una tela.
-Si – suspiré – pero no lo he terminado.
-¿Desde cuándo?
Chris caminó hasta él y quitó la protección, quedándose de pie, sin decir más, observando la pintura.
-Desde el año pasado – sonreí.
- - - - -
Había pasado un año desde que Christian y Pablo iniciaron su relación formal; juntos, habían recorrido algunas partes del mundo. Uno tomando fotos, y el otro pintando. Pablo no había aceptado salir del anonimato, pero Néstor no quitaba el dedo del renglón y menos, desde que tenía un muevo artista a quien representar; un fotógrafo que empezó a hacerse conocido, no solo por los paisajes que captaba con su lente, sino por las imágenes de un chico, al que retrataba semidesnudo, de una forma tan perfecta y artística, que rápidamente empezó a ganarse reputación.
-Esta pintura es hermosa – señaló un hombre de cabello castaño, observando el gran lienzo que era la atracción principal de la exposición.
-Si – Néstor sonrió – observándola de soslayo, a primera vista, era un paisaje invernal, pero, si se observaba con detenimiento, era la silueta de dos amantes, que se estaban besando.
-El pintor es muy bueno – prosiguió el sujeto – ¿por qué no se ha presentado en público aún? – indagó.
-Es que es algo tímido…
-También me gustan las fotografías de la exposición contigua – el castaño sonrió – es notorio que el modelo es hermoso, aunque no muestre el rostro.
-Dicen que, retratar a personas es difícil, y que las grandes fotografías, solo pueden ser tomadas por artistas que aman a sus modelos – explicó el representante.
-Entonces, el fotógrafo debe adorar mucho a ese modelo
-Más de lo que se puede imaginar…
-Y ¿él también es anónimo? – prosiguió con el cuestionario.
-Sí – rió – tiene demasiado en común con el pintor de este cuadro.
En la otra sección de la exposición, Pablo y Christian estaban recorriendo la sala, tomados de la mano.
El rubio se inclinó hasta susurrarle a su novio – ahí sales bien, esa es una de mis favoritas.
-¿Tenias que hacerla tan grande? – reprochó el pelinegro, acomodando sus lentes con nerviosismo.
-En grande se aprecia mejor, mi amor…
-Tonto, ¿recuérdame por qué, estoy pasando mi cumpleaños aquí, en vez de hacerlo en casa?
-Porque, estamos festejando, san Valentín, tu cumpleaños y nuestro primer aniversario de novios – besó su mejilla – y qué mejor que en este lugar, donde podemos compartir el arte que creamos, juntos…
-Eres tan cursi – rió el pelinegro y rozó los labios de su pareja en una suave caricia – pero, aún así, te amo…
-Yo también te amo, mi dulce ‘Valentín’.
* * *
Despedida
Bien, espero que les guste este fic, fue algo improvisado, accidentado y hecho de forma rápida, solo quería escribir algo con sexo y sin mucha historia y, bueno, aprovechando que es ‘San Valentín’, dije ¿por qué no?
Ajajaja, en fin, no es uno de mis mejores trabajos, lo sé, pero, me gustó, créanme que me gustó mucho. Bien, ahora sí, espero que no se molesten, pero, con esto me disculpo por mis retrasos con mis otras historias.
Comment Form is loading comments...