Capítulo VIII
Había pasado un largo rato, hasta que los analgésicos hicieron efecto en Julián, pero él no se quería mover, ya que aún le incomodaba su entrepierna.
—¿Aún no te sientes bien? — preguntó Alejandro, con un tono de sorna.
—Me gustaría que estuvieras en mi lugar — dijo el otro con molestia.
—¡Ah, no! Sé que cuando Erick se enoja hace tonterías, pero nunca se atrevería a golpearme, como Agustín te golpeó a ti — lo señaló.
El castaño suspiró — debería estar enojado con él — pasó la mano por su rostro —, pero comprendo que fue una reacción natural al enterarse de lo que hice — excusó a su prometido —, aunque debo decir que me gustaría que no usara lo que sabe cómo guardaespaldas, en mi contra.
—‘Lo que bien se aprende, nunca se olvida’ — sonrió el ojiverde — y debes admitir que, Agustín, es uno de los mejores trabajadores que tengo, a pesar de su condición.
—Lo sé — Julián sonrió de lado —, es perfecto… — dijo con ilusión.
—Bueno, creo que ya es momento que vaya a ver a mi Conejo, seguramente ya se calmó.
—Yo esperaré un poco más para ir a ver a Agustín — el castaño suspiró —, éste enojo no se le pasará tan rápido.
—Tranquilo — el rubio entornó los ojos —, no creo que tu fierecilla sea tan rencoroso.
—Se nota que no lo conoces como yo — alegó su amigo con seriedad.
Alejandro no dijo nada, le dio unas palmaditas en el hombro a Julián y fue a la salida. De camino a la habitación de su esposo, pasó a comprar unos chocolates en la máquina expendedora, pensaba usarlos como una ofrenda de paz improvisada, aunque sabía que necesitaba más que simples chocolates para que Erick lo perdonara en esa ocasión.
Al llegar a la habitación, tocó un par de veces la puerta y abrió.
—Conejo — dijo con suavidad —, ¿sigues enojado? — preguntó al ingresar, pero la habitación se encontraba vacía.
El rubio suspiró, pensando que su esposo estaba en el baño, recorrió el lugar hasta la puerta secundaria y tocó varias veces más.
—Conejo — dijo con seriedad —, no es bueno que te escondas, sal, tenemos que hablar — pidió con amabilidad.
Esperó un momento pero no recibió respuesta, así que abrió la puerta, encontrando el baño vacío.
—¿Habrá ido con Agustín? — se preguntó en un murmullo, pero una sensación extraña lo embargó.
Alejandro salió con paso rápido a los pasillos, yendo a la habitación dónde sabía que debía estar Agustín. La puerta estaba abierta y al entrar, encontró a una mujer cambiando las ropas de cama.
—¿Dónde está el paciente de esta habitación? — preguntó el ojiverde con ansiedad.
La señora parpadeó confundida — no lo sé — negó —, me enviaron a cambiar las sabanas porque la persona que estaba aquí, ya se fue.
—¡¿Cómo que ya se fue?! — el grito asustó a la mujer, quien se encogió de hombros.
Alejandro apretó los puños y salió de inmediato, yendo a la recepción de ese piso, encontrándose a la joven encargada en una llamada, pero no le importó.
—Erick Salazar de León y Agustín Ruiz, ¡¿dónde están?! — preguntó sin ocultar ni un poco su desespero.
La joven pasó saliva y tembló antes de hablar por teléfono — per… permítame un momento — dijo para su interlocutor en la bocina y luego la cubrió con la mano —, no, no sé quiénes son — negó nerviosa.
—¡No están en sus habitaciones! — reclamó el ojiverde.
—¿Qué habitaciones eran? — preguntó ella, revisando la hoja de alta.
—1505 y 1512 — respondió Alejandro, apretando los puños, imaginando lo peor.
—¡Ah! Ellos — sonrió más tranquila —, hace como una hora se retiraron — anunció con amabilidad.
—¡¿Qué se retiraron?! ¡¿A dónde?! ¡¿Por qué los dejaron ir?! — indagó el rubio con desespero.
La recepcionista volvió a temblar — disculpe, pero… las personas de esas habitaciones no estaban internadas — comentó ella revisando una nota —, así que podían irse sin necesidad de una alta médica y…
Alejandro golpeó con el puño la mesa de recepción y dio media vuelta, yendo a la habitación de Julián, dejando a la joven hablando sola; en el pasillo, marcó el teléfono del director del hospital.
—“…Señor De León, ¿en qué puedo…?...”
—¡Dejaron salir a mi esposo y a mi trabajador sin mi consentimiento! — gritó molesto —, quiero que busque a quienes los hayan visto salir del edificio y quiero ver las grabaciones de seguridad — ordenó —, en un momento subiré a su oficina.
Sin permitir que el médico contestara, colgó, entrando a la habitación de su amigo.
—¡Se fueron! — anunció con rapidez.
Julián se incorporó de un salto, ignorando la molestia de su cuerpo y quedando sentado sobre el colchón.
—¡¿Agustín?! — preguntó solo para confirmarlo.
—¡Él y Erick, se fueron! — el tono de voz de Alejandro sonaba preocupado — mi Conejo está enojado — señaló —, puede hacer una tontería y no quiero que lo haga, porque sé que se arrepentirá después, ¡debemos encontrarlos! — ordenó.
Julián se levantó de la cama y sacó su celular, marcando para comunicarse con los demás guardaespaldas, mientras seguía a Alejandro, quién también empezaba una nueva llamada.
¿Será que los alcanzarán antes de que hagan algo? O ¿Alejandro y Julián aprenderán que cada acción conlleva a una reacción? Una que por supuesto no previeron, debido a su egoísmo. En el siguiente capítulo, verán lo que pasa!
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