Los fuegos artificiales alumbraron el cielo nocturno, dejando ligeras estelas de luz por el firmamento; los invitados festejaron ese preciso instante, brindando una vez más por la felicidad del cumpleañero y después volvieron al interior del gran pabellón, dispuesto para la fiesta en el terreno del jardín de la mansión.
La fiesta era grandiosa, imposible de comparar, especialmente por el lugar y las personas que habían asistido; a pesar del frío que se sentía en el jardín, a nadie parecía importarle, pues todo estaba dispuesto para que la velada fuera de lo más agradable. Cuando todos regresaron al interior, la música volvió a sonar y las parejas entraron a la pista de baile a disfrutar de la música romántica, con la cual, podían disfrutar de la velada.
Un hombre de cabello negro y ojos miel, estaba en una orilla de la pista, vestido con su traje negro, impecable, pues ese era el uniforme que usaba en su trabajo y no parecía prestar atención en la majestuosidad de la fiesta; estaba ahí, con su mirada fija, sin perder de vista a aquel que debía cuidar aún a costa de su vida, una persona que significaba mucho para él, Erick Salazar, ahora De León, quien se había convertido en un gran amigo desde que empezó a trabajar directamente bajo sus órdenes.
Ese hombre de cabello negro y hermosos ojos azules, que en ese momento bailaba con su esposo y por el cual, durante días se había desvivido para que esa fiesta quedara perfecta, desde los invitados, hasta los detalles que se mostraban en el lugar; luces, adornos, recuerdos, comida y bebida, todo había sido preparado para satisfacer al cumpleañero y su selecto grupo de familiares y amigos.
Pero, Agustín también apreciaba al esposo de su jefe y amigo, porque ese hombre rubio era quien le había dado oportunidad de llegar hasta ahí, justo en donde se encontraba en ese momento. De no haber sido por Alejandro de León, él seguiría de trabajo en trabajo o quizá, estaría metido en cosas peores, cosas que ni siquiera podía o quería imaginar.
Un escalofrío recorrió la columna vertebral del pelinegro y sintió que alguien lo observaba; de inmediato desvió la vista de Erick para mirar hacia los lados.
Casi frente a él, del otro lado de la pista de baile, pudo reconocer la silueta de aquel que le robaba el aliento; alto, de cabello castaño, igual que el color de los ojos con los que siempre lo miraba fríamente y con su característica seriedad que nunca le permitía sonreír, esa misma seriedad que lo hipnotizaba y lo ponía extremadamente nervioso; justo como se sentía en ese preciso momento, porque el otro no le quitaba la vista de encima. Ambos quedaron viéndose directamente por lo que pareció una eternidad y Agustín sintió que el rojo cubría sus mejillas.
Julián desvió la mirada, se dio media vuelta y caminó hasta Carlos hablándole al oído. Agustín respiró profundamente, tratando de recuperar el aliento y respirar normal; aunque ese día se habían vuelto a ver, no pudo hablar con él, ya que Erick estuvo todo el día ocupado con su esposo y él mismo tuvo que encargarse de los últimos detalles de la fiesta y de unos pequeños imprevistos que surgieron.
Tenía casi dos meses intentando acercarse a Julián, después de salir del hospital, aunque sabía perfectamente que seguía convaleciente y aun así, deseaba iniciar una relación; pero lo que esperaba era imposible, por muchas razones, así que esa relación que ansiaba, no se dio como imaginó, pues el tiempo que pasaban cerca, se limitaba a cuando estaban trabajando. Sentía que se había hecho ilusiones y quizá, en realidad, nunca llegarían a ser absolutamente nada.
Su celular vibró en el bolsillo de su pantalón, sacándolo de sus pensamientos; lo tomó con rapidez, alejándose un poco de la pista para poder responder.
—¿Si?
—“En el centro del laberinto…” — la voz del otro lado del auricular lo hizo estremecer — “…no tardes, a menos que quieras que vaya por ti…”
—Pero… — no pudo objetar, el otro colgó con rapidez.
Agustín tembló, era la primera vez que Julián le hablaba de esa manera. Miró a todos lados, caminó a un costado y entre los trabajadores más cercanos, buscando a alguien de confianza y a quien su jefe también acudía, en sus días de descanso o cuando estaba enfermo; con rapidez encontró a quien dejarle su trabajo encargado. Llegó hasta Marcos para hablarle al oído.
—Tengo algo que hacer — susurró —, cuida del señor Erick y si necesita algo, atiéndelo…
—Pero, ¿si me pregunta por ti? — Marcos levanto una ceja.
—Dile que fui a arreglar el asunto del que hablamos en la mañana — respondió y se alejó sin decir más, ni permitir que su compañero indagara.
Apresuró el paso, recorriendo los caminos adoquinados de los jardines, hasta llegar al área del intrincado laberinto de setos, el cual, era de los favoritos de Erick, por ello, Agustín se tuvo que aprender con rapidez la manera de moverse por el mismo.
La entrada estaba cerrada, habían mandado poner una puerta de madera con un gran cerrojo metálico; era una medida para evitar que los invitados tuvieran la intensión de entrar a ese lugar, exclusivo para el señor de la casa. Agustín agradecía ser el hombre de confianza de Erick, así tenía una copia de la llave de esa puerta e imaginaba que Julián también, por ser el hombre que atendía a Alejandro de León.
El pelinegro cruzó el acceso con rapidez y cerró tras él.
Recorrió el camino ya conocido hasta llegar al centro del laberinto, dónde se encontraba un pequeño kiosco estilo griego; había sido adecuado para la época, colocándole alrededor una estructura especial de vidrió, para que el frío no fuera problema, ya que era dónde su jefe pasaba horas escribiendo o pintando y Agustín, en su afán de acompañarlo, se quedaba a su lado, a veces jugando con su consola portátil y otras más, dormitando sobre alguna de las bancas. A pesar de ser de noche, las luces de las pequeñas lámparas que lo rodeaban permitían que el kiosco estuviera alumbrado con delicados ases tenues, en colores azules, que se reflejaban en el agua del estanque que lo rodeaba.
Agustín se acercó, pero no había nadie. Miró a todos lados y caminó hasta el kiosco, entró y cerró la puerta de cristal tras él, sentándose en una de las bancas de granito; el ruido de la fiesta apenas llegaba a ese lugar y podía relajar su cuerpo sin problema.
Observó el cielo nocturno y sonrió, recordando cuando conoció a Julián, cuando, por obra del destino se encontró justo en medio de un tiroteo en plena calle, antes de ir a una entrevista de trabajo y trató de ayudar, ilusamente, a un hombre que vestía de manera fina, pensando que estaba en peligro, sin imaginarse que tenía todo un sequito de guaruras tras él.
Desde el momento que Alejandro de León notó la decisión de ese chico en protegerlo, sin saber quién era o la situación real en la que se encontraban, decidió darle la oportunidad de trabajar a su lado; al platicar con él, después de lo sucedido, para explicarle algunas cosas, le presentó a sus acompañantes. Ahí fue cuando Agustín lo vio; ese hombre serio, imponente, con mirada fría que, no supo por qué, pero logró ser el primero en robarle el aliento de esa manera tan extraña, ponerlo nervioso y además, convertirse en el protagonista de todos sus sueños húmedos. Julián, ese hombre que lo ponía nervioso y arrancaba suspiros de sus labios cada que le dirigía una mirada, una palabra, aunque fuera una simple orden.
Negó, se sentía estúpido pensando en eso; suspiró cerrando los ojos, tratando de no pensar en ese momento, disfrutando de la calma que se respiraba en ese lugar, esperando pacientemente a quien lo había citado.
Tan ensimismado estaba en disfrutar esa paz, que no advirtió la presencia del hombre castaño que llegó sigilosamente, hasta que lo tuvo frente a sí.
—Veo que no quisiste que fuera por ti.
El semblante serio de Julián provocó que Agustín se pusiera nervioso, cómo siempre.
—Sí, bueno — se alzó de hombros —, aún estamos trabajando… la fiesta no termina...
—No creo que la fiesta termine pronto — el castaño entrecerró los ojos —, está planeada para amanecer, ¿o no?
—Sí, es cierto… — Agustín asintió.
Ambos se quedaron en silencio, un momento que parecía eterno e incómodo.
Agustín observó a Julián, directamente a los ojos, cómo pocas veces se atrevía a hacer, buscando algo más de lo que el otro mostraba. Desde aquella vez, cuando estaba hospitalizado, cuando el otro le había dicho que se aprovecharía de él, jamás había vuelto a insinuarle nada; llevaban una mejor relación, pero, el único beso que habían tenido, había sido en aquella ocasión. A veces, Agustín se preguntaba si el castaño lo había hecho sólo porque pensó que iba a morir, pero, debía admitir que todo había cambiado desde ahí. Cuando tenían la oportunidad de pasar tiempo juntos, se portaba más paciente y tolerante; nunca le había vuelto a decir niño, pero aún y cuando el pelinegro pensó que, después de volver al trabajo, iban a aclarar las cosas, Julián no parecía querer tocar el tema.
—¿Por qué…? — Agustín desvió la mirada, los ojos castaños de Julián empezaron a ponerlo nervioso — ¿por qué me trajiste aquí?
—Quería que habláramos — respondió secamente.
—Me imagino — Agustín sonrió, era obvio que quería que hablaran —, pero, ¿por qué aquí?
—Porque si nos quedamos en la fiesta, ninguno de los dos estaría al cien por ciento en la plática… — Julián suspiró — tú debes cuidar al señor Erick y yo, tengo que proteger al señor De León, así que, era mejor alejarnos un poco.
—Entiendo — Agustín asintió — y ¿de qué quieres hablar?
—Quiero dejar en claro lo que sucedió en el hospital, aquella vez…
Agustín sintió que la sangre se le helaba; tres meses habían pasado desde ese día y casi dos meses en los que, al regresar al trabajo, intentó preguntar, pero el otro siempre evadía la pregunta de alguna manera, así que, llegó a pensar que incluso estaba bien, porque era probable que sólo hubiese sido algo de un momento y ya.
—Y… ¿qué quieres aclarar…? — la voz del pelinegro fue bajando de intensidad, imaginándose lo peor.
Julián lo observó, no parecía tener alguna intensión que no fuera la de un simple trato de compañeros y eso precisamente era lo que tenía nervioso a Agustín.
—Quiero que sepas el por qué te besé y por qué no te he dicho nada más después de eso.
La seriedad de Julián era implacable y Agustín tenía miedo de que sus más grandes temores fueran ciertos; simplemente había sido por lástima, porque pensó que podía morir y en cuanto se lo confirmara, tendría que comportarse, poner una sonrisa, fingir que no ocurría nada y que no esperaba nada, cuando en el fondo, se estuviera muriendo por ello.
—Y… — sonrió nervioso — ¿por qué fue?
—Porque me gustas — Julián lo miró fijamente —, me gustas desde que entraste a trabajar con el señor De León, en los últimos meses me he enamorado de ti como un imbécil y deseo poseerte, logrando con ello atarte a mí para siempre, por eso fue que te besé.
Agustín se quedó con la boca abierta, sentía su rostro arder; a pesar de que las palabras de Julián eran completamente increíbles para él, no entendía cómo podía decirlo de una forma tan natural y tranquila, incluso no demostraba ninguna emoción en su semblante, eso era lo más difícil de creer.
—¿De…? — Agustín carraspeo para poder hablar — ¿De verdad?
—Sí — el castaño levantó una ceja —, no tengo por qué mentirte.
—Y… — rió nerviosamente — ¿por qué no dijiste nada después de eso? Ni siquiera supe nada de ti, en mi cumpleaños… — finalizó en un susurro.
El día de su cumpleaños, lo esperó ilusamente en el hospital, pues aún no salía del mismo, pero Erick fue el único en ir a verlo; en esa ocasión, el ojiazul le mencionó que su esposo estaba ocupado con unos asuntos y Julián con él.
—Porque aún estabas y estás convaleciente — respondió el castaño.
—Y eso, ¿qué? — el otro levantó una ceja, confundido.
Julián sonrió.
Era la primera vez que Agustín lo miraba sonreír; su semblante era distinto, incluso se miraba más joven y para el pelinegro, mucho más sexy.
—Qué, si te lo decía o siquiera lo insinuaba, no me iba a contener más — se movió lentamente, inclinándose, acercando su cuerpo al menor, quien, instintivamente se hizo hacia atrás —, ¿qué sucede? — Julián movió su mano hasta tomar al otro por la corbata — pareces un niño asustado, porque acaba de ver a un fantasma.
—N… No… — Agustín tembló — es que… me tomas… despreve…
Julián no lo dejó terminar y lo jaló hacia él, dándole un beso en la boca, mucho más largo y demandante que aquel que el menor recordaba haber recibido en el hospital.
Agustín no supo cómo reaccionar, primero se quedó sin moverse, después entrecerró los ojos y abrió un poco la boca, permitiendo que la lengua del otro entrara a reconocer la tibia y húmeda cavidad; al final, la mano de Agustín tembló, antes de acariciar el cabello castaño de su compañero, mientras correspondía el beso con emoción.
Cuando Julián se alejó relamiendo sus labios, Agustín respiraba agitado y seguía con los ojos cerrados, temeroso de abrirlos y darse cuenta que era otra de sus tontas fantasías.
—Y ahora que ya te lo he dicho — prosiguió Julián, consiguiendo que Agustín abriera los ojos para ver que en ese momento desabrochaba su gabardina, su saco y aflojaba su corbata —, creo que es momento de cumplir mi palabra y aprovecharme de ti.
—¡Espera! — el pelinegro se puso de pie de un salto, moviéndose hasta dejar la banca entre ambos.
—¿Esperar? — Julián levantó una ceja y sonrió de lado, de forma cínica — Creo que ya espere lo suficiente por tu herida — caminó rodeando la banca, tratando de acercarse, pero Agustín caminó hacia el lado contrario, alejándose con paso nervioso.
—Es que… — titubeó el menor — no creo que sea correcto aquí… es decir… es el jardín del señor Erick y… ¡hace frío!
—¿Y? — el castaño se alzó de hombros — no creo que le importe si lo ensuciamos un poco, además, nos mantendremos calientes mutuamente.
Agustín se sorprendió, jamás se imaginó que Julián pudiese decir esas palabras; sabía bien que si algo le gustaba de ese hombre, era su seriedad, pero esa nueva faceta tan desinhibida, no sabía si le gustaba, lo excitaba o simplemente le daba miedo.
Julián puso un pie sobre la banca y el pelinegro pasó saliva con dificultad, imaginando lo que el otro pensaba hacer, así que dio un par de pasos hacia atrás con rapidez, antes de que Julián saltara la banca y llegara hasta él. Agustín quiso alcanzar la puerta de cristal, para tomar el camino y alejarse del kiosco, pero los brazos de Julián no se lo permitieron.
—¿Por qué huyes? — el susurro en el oído, logró que Agustín se estremeciera y soltara un gemido.
—N… no — negó rápidamente moviendo la cabeza —, es que, no creo que sea un buen… lu…
Agustín soltó un grito, al sentir la mordida en su oreja; las piernas le temblaron y sintió que iba a perder las fuerzas, por lo que instintivamente se aferró al brazo que lo apresaba. Julián se aprovechó y pasó su lengua por la oreja, humedeciéndola en su totalidad.
—Parece que me tienes miedo — el tono seductor del mayor, provocó que la piel del otro se erizara —, creí que eras más atrevido, más audaz e incluso, más juguetón…
—Yo… yo… — Agustín pasó saliva.
Agustín no podía hablar y su mente estaba hecha un caos; ¿cómo pensaba Julián, que el menor podía comportarse de otra manera cuando estaba sorprendido por la forma de actuar de quien, en ese preciso instante, lo tenía atrapado?
Julián pasó sus manos por la espalda de Agustín, después colocó su pierna tras el otro y lo empujó para que perdiera el equilibrio. El pelinegro se mordió el labio para no gritar y se sostuvo de la camisa de Julián con fuerza, temiendo que terminaría contra el piso después de un buen golpe, pero no fue así.
El castaño se acuclilló llevándolo con él y dejándolo en frío piso, se estaba aprovechando del desconcierto del más joven para hacer lo que quería. Agustín aún tenía los ojos cerrados, pero los abrió temeroso al sentir el peso del cuerpo de Julián sobre él.
—¿Qué…? Espera… — intentó empujarlo — necesitamos aclarar…
—¿Qué debemos aclarar? — Julián apresó las manos que intentaron empujarlo y las presionó contra el piso, para poder acercar su rostro hasta el otro.
—¿Que…? ¿Quién…? — el pelinegro tembló — ¿Quién va a…? ¿Quién va a…? ¡Me estás poniendo nervioso! — se excusó al sentir la respiración del otro cerca de sus labios.
—¿Quién va a ser el que lleve las riendas en esto? — el castaño besó una vez más a su presa, buscando con su lengua la del otro, entreteniéndose hasta que quedó satisfecho por los constantes gemidos ahogados — obviamente — relamió sus labios —, yo…
Agustín se quedó sin palabras; le gustaba Julián, pero nunca pensó en lo que sucedería si ellos estaban juntos, además, jamás imaginó quién sería el que debería tomar el papel de una mujer en la cama, pero, en ese momento que lo pensaba, estando en esa situación, debía admitir que no era un rol que le quedaría al mayor.
Julián se aprovechó del desconcierto de su compañero, para empezar a desvestirlo; le abrió la gabardina y el saco, aflojó la corbata, desabrochó los primeros botones de la camisa y bajó a besar el cuello del pelinegro, pasando su lengua y dejando una marca rojiza justo en el centro del mismo, una marca que, aún y con el cuello de la camisa bien acomodado, se notaría. Cuando realizo esa acción, Agustín gimió con más intensidad y de manera inconsciente, ofreció más su cuello, tratando de disfrutar esa caricia. El castaño bajó una mano entre ambos cuerpos y acarició por encima del pantalón, el miembro que estaba despertando, disfrutando las reacciones de ese “niño” que tenía bajo su cuerpo.
Al sentir la mano traviesa en su entrepierna, aún por encima de la tela, Agustín se aferró a las mangas de Julián, apretó los parpados y soltó otro gemido, logrando que el mayor sonriera complacido.
Julián estaba a punto de desabrochar el pantalón, cuando su celular timbró con un sonido particular; se alejó rápidamente de su compañero sacándolo de la bolsa de su saco y después contestó, con una seriedad que desconcertó al pelinegro, pues él no podría contestar de esa manera, en ese momento, debido a su respiración agitada.
—Sí, señor… sí… no se preocupe… entiendo… claro… ya veo… sí, yo le digo… gracias…
El castaño se puso de pié después de colgar y guardar el celular en su saco, ofreciéndole la mano a Agustín.
—El señor Erick te necesita en la fiesta, no quería interrumpirte, pero el señor De León juzgó que era necesario, porque al parecer, eres el único que puede ayudarle en este momento.
Agustín estaba apenas recuperando el aliento y su rostro estaba completamente rojo, pero asintió aceptando la mano que le ofreció Julián, para ponerse de pie; de inmediato acomodó su ropa, mirando de soslayo al castaño, quien no parecía prestarle atención.
En cuanto quedó presentable, el pelinegro caminó con paso rápido a la salida del laberinto; no quería hacer esperar a su jefe. El mayor iba tras él, casi pisándole los talones; cuando llegaron a la puerta, Agustín estaba a punto de abrir cuando el otro lo detuvo del brazo, lo hizo girar y lo besó.
—Aún no he acabado — sentenció Julián al separarse —, terminando tu asunto, te veo en mi casa — indicó —, el señor ya dio el permiso.
—Pero… pero… no puedo dejar al señor Erick y…
—No te estoy pidiendo tu opinión — negó —, el permiso es para ambos, así que, decide — entrecerró los parpados —, vas a mi casa solo, después de que termines o yo mismo te llevo hasta allá — sentenció con frialdad, era obvio que no iba a aceptar una negativa —, no tienes más opciones, de todos modos, cualquiera que sea tu elección, esta noche serás mío.
“…esta noche serás mío…” la frase retumbó en el cerebro de Agustín cómo si fuera un eco, jamás había pensado escuchar esas palabras de los labios de Julián y no sabía qué hacer o decir.
—Voy… — el pelinegro pasó saliva para poder hablar — voy solo — aseguró.
Julián curvo sus labios levemente, satisfecho por la respuesta — te espero allá.
Ambos salieron del laberinto, pero a medio camino, Julián se desvió, yendo a la casa donde vivía solo, mientras estaba en esa ciudad.
Después de unos minutos, Agustín llegó a la fiesta y se presentó ante su jefe.
—Señor…
—¡Agustín! — Erick negó —, discúlpame, le dije a Alex que no te molestara, pero la verdad, sí te necesito.
—No se preocupe — sonrió con nerviosismo —, ¿en qué puedo servirle?
—Me están diciendo los del servicio de bebidas que ¡ya no hay! Y apenas estamos a mitad de la fiesta, creí que habíamos pedido suficientes.
—Lo hicimos.
—Entonces, ¿qué pasó?
—Lo que sucede es que, el segundo y el tercer envío, se guardó en las cavas privadas del señor De León, en vez de las cavas de la cocina, porque ya no había espacio — explicó con rapidez — y cómo el señor no estaba usando las suyas en esta ocasión, pensé que sería lo más conveniente.
El ojiazul miró a los otros hombres que estaban rodeándolos — ¡¿acaso ninguno pudo decirme eso antes?! — suspiró molesto, más que nada, porque le inquietaba haber interrumpido a Agustín.
—Discúlpenos señor, pero no sabíamos — se excusó Marcos —, Agustín no mencionó nada.
—Gracias, Agustín — Erick sonrió —, espero no haber interrumpido algo importante — se disculpó con nervios.
—Pues…
—¡Mi amor! — Alejandro llegó abrazando a Erick por la cintura — ¿ya se arregló la situación?
—Sí — asintió el ojiazul —, Marcos, encárgate de las bebidas, por favor — ordenó —, Agustín ya terminó su turno por hoy — se giró y le guiño el ojo a su amigo.
—Agustín — Alejandro lo miró de soslayo —, creo que Julián tiene asuntos que tratar contigo, no lo dejes esperando, aunque no lo aparente, es poco paciente.
—Está bien, señor — el rojo cubrió el rostro del pelinegro —, con permiso — se despidió dando una ligera reverencia y dio media vuelta, apresurando el paso hacia la casa de Julián.
—¿Crees que le vaya bien? — Erick acarició la mano de su esposo.
—Si — sonrió el rubio —, después de todo, por lo que he notado, Julián está más ansioso que él… — se burló —, pero eso no debe preocuparte, Conejo, ven, vamos a perdernos un momento, mientras los demás siguen bebiendo…
—Pero, es tu fiesta…
—Sí, pero quiero recordar, vívidamente, lo que leí hoy, en el regalo que me diste…
—¿Qué cosa?
—Lo que hicimos el primer día que volviste a ser mío…
—Señor…
—¡Agustín! — Erick negó —, discúlpame, le dije a Alex que no te molestara, pero la verdad, sí te necesito.
—No se preocupe — sonrió con nerviosismo —, ¿en qué puedo servirle?
—Me están diciendo los del servicio de bebidas que ¡ya no hay! Y apenas estamos a mitad de la fiesta, creí que habíamos pedido suficientes.
—Lo hicimos.
—Entonces, ¿qué pasó?
—Lo que sucede es que, el segundo y el tercer envío, se guardó en las cavas privadas del señor De León, en vez de las cavas de la cocina, porque ya no había espacio — explicó con rapidez — y cómo el señor no estaba usando las suyas en esta ocasión, pensé que sería lo más conveniente.
El ojiazul miró a los otros hombres que estaban rodeándolos — ¡¿acaso ninguno pudo decirme eso antes?! — suspiró molesto, más que nada, porque le inquietaba haber interrumpido a Agustín.
—Discúlpenos señor, pero no sabíamos — se excusó Marcos —, Agustín no mencionó nada.
—Gracias, Agustín — Erick sonrió —, espero no haber interrumpido algo importante — se disculpó con nervios.
—Pues…
—¡Mi amor! — Alejandro llegó abrazando a Erick por la cintura — ¿ya se arregló la situación?
—Sí — asintió el ojiazul —, Marcos, encárgate de las bebidas, por favor — ordenó —, Agustín ya terminó su turno por hoy — se giró y le guiño el ojo a su amigo.
—Agustín — Alejandro lo miró de soslayo —, creo que Julián tiene asuntos que tratar contigo, no lo dejes esperando, aunque no lo aparente, es poco paciente.
—Está bien, señor — el rojo cubrió el rostro del pelinegro —, con permiso — se despidió dando una ligera reverencia y dio media vuelta, apresurando el paso hacia la casa de Julián.
—¿Crees que le vaya bien? — Erick acarició la mano de su esposo.
—Si — sonrió el rubio —, después de todo, por lo que he notado, Julián está más ansioso que él… — se burló —, pero eso no debe preocuparte, Conejo, ven, vamos a perdernos un momento, mientras los demás siguen bebiendo…
—Pero, es tu fiesta…
—Sí, pero quiero recordar, vívidamente, lo que leí hoy, en el regalo que me diste…
—¿Qué cosa?
—Lo que hicimos el primer día que volviste a ser mío…
Agustín recorrió los jardines con nerviosismo, no sabía qué podía pasar con exactitud, aunque se daba una idea y precisamente esa era la razón de su ansiedad, al dirigir sus pasos a la vivienda del castaño.
Uno de los grandes privilegios de Julián, era tener su propia vivienda en cualquier propiedad que tenía Alejandro De León; los demás trabajadores se quedaban en edificios secundarios, que tenían varias habitaciones con todo lo que necesitaban, excepto Agustín, quien desde que regresó a su servicio, habitaba una recamara de la mansión principal, por indicaciones de Erick.
Al llegar a la casa de Julián, las luces estaban apagadas y eso le extrañó, ya que suponía que Julián debía estar dentro. Titubeó un momento antes de tocar; timbró un par de veces y después, dio un par de golpes en el vidrio de la puerta, pero no había ningún sonido en el interior y nadie respondió. Se giró, dando la espalda a la entrada, frotó sus manos con insistencia, mirando a todos lados, esperando ver a Julián llegar; tal vez el mayor se había entretenido en algo, aunque eso le daba tiempo para pensar las cosas, ya que no sabía cómo explicarle lo que sucedía con él.
En ese momento, escuchó el sonido de la puerta, giró el rostro encontrándose con el castaño en el umbral, con su brazo sobre el marco de manera descuidada; traía su camisa blanca desfajada y desabrochada completamente, bajo la misma podía notar la camiseta sin mangas, del mismo color que la otra, pero esta se pegaba a su cuerpo, delineando los músculos con facilidad; el pantalón era lo único que parecía estar bien acomodado, aún con su cinto, porque el castaño portaba sus pies cómodamente desnudos.
Era la primera vez que Agustín lo miraba así, un poco desaliñado, incluyendo el cabello, que ya no traía el mismo peinado con el que lo había visto en el kiosco y que siempre usaba en su trabajo; aun así, era una imagen que Agustín guardaría para toda la vida en sus recuerdos ya que para él, Julián se miraba perfecto.
—Pasa…
—Gra… gracias… — Agustín sonrió nerviosamente, limpió los zapatos en el tapete de la entrada y después entró a la vivienda, pero sólo dio un par de pasos y se quedó inmóvil.
Las luces eran tenues, por lo que no podía distinguir con claridad el interior, pero era obvio que la calefacción estaba encendida, porque la temperatura era completamente agradable; con ello entendió por qué el otro estaba tan cómodo con tan poca ropa. Las manos de Julián lo sacaron de sus pensamientos, abrazándolo desde atrás y éstas, acariciaron el pecho del pelinegro mientras desabrochaban la gabardina y el saco, una vez más; Agustín sintió un escalofrío al sentir los labios del otro cerca de su oído.
—¿En que nos quedamos? — preguntó el mayor, en un tono seductor.
—Julián… — la voz del pelinegro apenas fue un murmullo — antes de… antes de seguir, quiero, sincerarme…
—Adelante — el castaño no lo soltó, al contrario, lo guió hacia las escaleras, obligándolo a subir los escalones, para ir a la planta alta, dónde estaba su recámara —, ¿qué quieres decirme?
—Es que… — Agustín temblaba — yo… es decir, nunca pensé que… bueno, en que tu… es decir…
—¿Querías ser quien dominara? — preguntó el mayor, con un dejo de diversión en la voz.
—No... es que… la verdad, yo… nunca lo pensé…
—Entonces, si nunca lo pensaste… — ambos llegaron al segundo piso y Julián abrió una puerta — no tienes de qué preocuparte…
Los ojos miel se abrieron con sorpresa.
La recamara era grande, quizá no tanto como las habitaciones de la mansión pero si se notaba la diferencia con lo que Agustín estaba acostumbrado, antes de trabajar directamente con Erick. Sabía que Julián gozaba de muchos privilegios y libertades, más que cualquier otro de los trabajadores del señor De León, excepto con Miguel y Marisela, que eran los únicos que se podían comparar en cuestión de privilegios; pero ahora, se daba cuenta de que también disfrutaba de muchos lujos, ya que la decoración de la habitación era ostentosa, además, igual que la mansión, contaba con una chimenea en su recamara.
El castaño llevó al menor hasta la orilla de la cama y lo hizo girar para que quedara frente a él; por fin, sus manos se movieron diestras, quitando la ropa de Agustín, que había desabrochado con anterioridad.
El pelinegro cerró los ojos, mordió su labio y sintió que su barbilla temblaba; tenía miedo y no podía evitar que su cuerpo reaccionara y lo demostrara.
Su gabardina y saco fueron los primeros en caer, pues ya estaban abiertos desde que empezaron a subir las escaleras; la corbata y la camisa le siguieron. El pantalón cayó por la gravedad después de ser desabrochado y Julián aprovechó para quitar la camiseta sin mangas en ese momento. El castaño notaba cómo la piel de su compañero se erizaba ante cada roce que recibía de su parte y eso le producía un extraño placer, así que se acercó hasta posar sus labios en un hombro; Agustín suspiró y un estremecimiento lo cimbró.
Julián se movió, dejando una estela de besos desde el hombro, pasando por el cuello y llegando a la mejilla del pelinegro — relájate — indicó —, te aseguro que lo disfrutarás, mucho más que en cualquier otra ocasión anterior — comentó confiado.
—Es que… nunca he…
Julián levantó una ceja, se alejó un poco y un pensamiento cruzó su mente de manera fugaz «¿nunca has hecho esto con alguien?» negó, era imposible, aunque quizá la situación era rara, porque ambos era varones.
—Tienes miedo porque nunca has estado con un hombre — señaló condescendiente —, ¿es eso?
—Ni con un hombre, ni… — Agustín dudó, mordió su labio — ni con una mujer... — confesó bajando el rostro, avergonzado.
—¡¿Qué?! — Julián se quedó boquiabierto.
—Lo sé, es raro — aseguró con rapidez el menor —, pero no lo hice porque… porque nunca me gustó ninguna chica… y cuando me di cuenta que me atraían los hombres, bueno… nunca me atreví a intentar nada por… por miedo… — se excusó.
—¿Miedo a qué? — el castaño aún no salía de su asombro y su rostro reflejaba el impacto que las palabras que escuchaba le propiciaban.
—Bueno, ya sabes — el pelinegro movió las manos de manera nerviosa —, sobre las enfermedades y eso…
«¿De verdad es virgen?» Julián sonrió ante su descubrimiento, después soltó una ligera risa y pasó la mano por su cabello — me estás diciendo que tienes treinta años y ¡¿nunca has tenido relaciones?! — preguntó aún incrédulo.
Agustín lo miró con molestia, ya que no le agradó el tono que el otro usó para hacer la pregunta, parecía un tanto sarcástico o burlón — sí, te estoy diciendo eso — espetó con enojo —, ¡soy un idiota! ¡¿Y?!
—No eres un idiota — el mayor negó —, sólo eres… un niño… — rio con algo de diversión.
Agustín apretó la mandíbula ante la palabra “niño”; detestaba que Julián la usara con él, porque eso le decía que nunca lo iba a tomar en serio y era algo que no le gustaba en lo más mínimo. Sin pensar, empujó a su compañero, inclinándose a buscar su pantalón y subirlo con rapidez; no dijo nada, solo tomó su camisa ante la mirada atónita de Julián y se encaminó a la salida.
—¡Espera! — el castaño lo sujetó de la mano — ¿a dónde vas?
El pelinegro alejó su mano con un movimiento rápido y lo miró con ira, pero Julián pudo notar que en los ojos miel se mostraban algunas lágrimas que amenazaban con escapar.
—¡Me voy! — aseguró Agustín con molestia — ¡no necesito que te burles de mí!
—¡No me estoy burlando! — Julián negó y trató de hablar con más calma — es solo que… bueno, no me lo esperaba.
—¿Por qué? — preguntó el pelinegro con un poco de rencor — ¿porque a mi edad ya debí haber tenido suficiente experiencia? — su voz era sarcástica — ¡Pues perdóname por no saber nada al respecto! — espetó con amargura — pero lo que menos quería, ¡era arruinar mi maldita vida! — señaló con seriedad — suficiente tenía con lo difícil que era mi existencia antes de trabajar con el señor De León, cómo para meterme con cualquiera sólo para experimentar, ¡aunque no sintiera nada! — reprochó con desespero — Y gracias he de dar que no se me considera alguien atractivo, porque hubiera terminado muy mal, ¡igual o peor de lo que le pasó al señor Erick! — terminó con algo de dolor en su voz.
Para Agustín, lo ocurrido cuando a él lo hirieron de gravedad, era una espina clavada en su pecho; se sentía culpable, desde que se enteró todo lo que le había ocurrido al Conejo, porque él no pudo ayudar a su amigo, cuando lo necesitó.
Julián se dio cuenta que no había reaccionado de manera adecuada, así que bajó la vista apenado — perdón — sonrió conciliador —, es extraño sí, pero cada quien tiene derecho a pensar y hacer lo que quiera — caminó hasta Agustín y lo tomó de la mano con algo de delicadeza —, ahora entiendo algunas de tus actitudes, de tus costumbres — lo volvió a guiar a la cama, aunque el pelinegro puso un poco más de resistencia —, el por qué, en los días de descanso, prefieres quedarte jugando en tu habitación, en vez de salir a divertirte con los demás…
—¡¿Vas a insistir con los videojuegos?! — Agustín estaba a la defensiva — eso no tiene nada que ver…
—¡Está bien, lo lamento! — el castaño sonrió y lo sentó en la orilla de la cama — en realidad, debo confesar que es una de las cosas que me gustan de ti…
—Eso es… — Agustín parpadeó — difícil de creer… siempre me dijiste niño y bueno… nunca pensé en que tú…
«Sí, pero eso es porque me parecías demasiado inocente con esas actitudes, aunque ahora entiendo la razón…» pensó con diversión, aunque no se lo diría.
—No digas más — el castaño negó —, volvamos a lo importante — sonrió de lado — cómo rompimos el momento, tendremos que hacerlo de otra manera — levantó una ceja — si te has masturbado, ¿verdad?
Agustín desvió el rostro nerviosamente y apretó los parpados
—Responde — insistió Julián, al momento que se acuclillaba frente a Agustín, acariciando con las manos las piernas del otro.
—Sí… siempre… — confesó el menor, antes de suspirar.
—Y… ¿en qué piensas mientras lo haces? — indagó el mayor con curiosidad.
—En… en… — el labio inferior de Agustín tembló, el color rojo cubrió sus mejillas y evito ver el rostro del otro — ti… — susurró.
—¿En mí? — Julián levantó una ceja, esa confesión le gustaba, ya que si Agustín no pensaba en otro mientras se tocaba, quería decir que ya le pertenecía, aun sin siquiera poseerlo — y, ¿qué imaginas con exactitud? — preguntó con un poco de malicia.
—Pues… — Agustín tembló — no lo sé… sólo, pienso en ti… tu rostro, tu cuerpo… — confesó con vergüenza — pero… pero no imagino nada más… no puedo… no me… atrevo…
«Tan inocente…» pensó el castaño — eso me halaga — sonrió —, entonces, empecemos a hacer algo que ya conoces…
Julián movió sus manos hasta descubrir por completo el sexo de Agustín, retirando del cuerpo del menor, lo último que quedaba de ropa; cuando sus manos acariciaron la piel suave del sexo del pelinegro, este cerró las piernas y trató de cubrirse. Agustín bajó el rostro, realmente se avergonzaba de eso.
—No… — Julián negó — así no vamos a llegar a ningún lado — se puso de pie y con sus manos, empujó a Agustín contra el colchón.
—Pero…
—No digas nada — el castaño sonrió y ante esa sonrisa que robaba el aliento, Agustín se rindió.
Julián se recostó sobre su pareja y besó con delicadeza sus labios, diferente a los besos que le había dado con anterioridad, disfrutando de esos labios suaves que se ofrecían con algo de miedo y timidez, pero que lo volvían loco desde aquella ocasión en el hospital, cuando los probó por primera vez. El castaño bajó por el cuello y los hombros de Agustín; su mano acarició insistente el miembro del pelinegro, que ya estaba despierto y sonrió contra la tibia piel que estaba bajo su propio cuerpo; cuando sus labios llegaron al pecho, se detuvo, observando la cicatriz de esa herida que el menor había recibido en diciembre.
El pelinegro entreabrió los ojos al notar que Julián se detuvo, incluso, la mano en su entrepierna había detenido los movimientos y se alejó del lugar donde realizaba su tarea.
—¿Qué…?
—Cuando te vi tendido contra el asfalto — Julián rozó con sus dedos la cicatriz —, con tu sangre mezclada con la lluvia, entendí que era un idiota… — susurró.
—¿Por qué…?
—Pensé que habías muerto… — los castaños ojos de Julián se posaron directamente en el rostro de Agustín, pero siguió acariciando la piel del pecho con insistencia — me dio miedo, me dolió — confesó — pude haberte perdido antes de siquiera tenerte y eso casi me vuelve loco…
La emoción inundó a Agustín y sonrió nerviosamente, era algo que no esperaba escuchar; esas palabras le habían gustado, más de lo que podía llegar a expresar.
—Pero ahora… — Julián prosiguió, su semblante sereno cambió, un brillo de lujuria se presentó en su mirada mientras relamía sus labios — serás completamente mío… — acercó su rostro al oído de su amante — sólo mío…
El castaño no permitió que Agustín hablara, volvió a moverse sobre el cuerpo que estaba bajo el suyo, besando, lamiendo, mordiendo, acariciando con desespero; su actitud era el reflejo de ese deseo reprimido durante tanto tiempo, pero a pesar de que sus manos y labios no paraban y recorrían cada centímetro del cuerpo de Agustín, no parecía darse abasto con ello.
El pelinegro empezó a soltar ligeros gemidos y cerró los ojos; sentía cosquillas cuando Julián lo besaba o lamía y le dolía ligeramente cuando lo mordía, pero también aceptaba que lo llenaba de un inmenso placer que no podía describir. Jamás había imaginado como se sentirían esas caricias, a pesar de que sabía lo que podía llegar a ocurrir durante el sexo; todas las sensaciones que el castaño estaba provocando en él, eran fascinantes.
Julián bajó con lentitud hasta acariciar con sus labios el sexo de Agustín, sorprendiéndolo por esa acción; de inmediato, el pelinegro trató de incorporarse, pero el otro no lo permitió, al contrario, lo detuvo albergando en su boca todo el sexo de su amante.
Agustín gimió y de inmediato cedió ante las atenciones, relajando su cuerpo contra el colchón. La sonrisa no abandonó el rostro del pelinegro ante el trabajo del otro; las lamidas, los besos y las caricias no le dieron oportunidad de quejarse o actuar; jamás en su vida había experimentado algo tan fuerte, tan distinto, tan único y debía admitir, tan especial. El menor movió las manos apretando las sabanas, buscando a qué aferrarse, pues, aunque estaba contra el colchón, sentía que se hundía; sus piernas se removieron inquietas, pero Julián lo apresó para evitar que siguiera revolviéndose y haciendo su trabajo más difícil.
Julián seguía succionando y estimulando con su lengua, pero mantenía su mirada castaña en el rostro de Agustín, apreciando los gestos que ese niño le regalaba; en cuanto una de sus manos acarició los testículos del menor, éste estrujó con más fuerza la tela bajo su cuerpo, arqueó la espalda y sintió que estaba a punto de llegar al orgasmo y Julián no lo impidió. Agustín liberó su semilla en la boca del otro; para él, fue la sensación más maravillosa de toda su vida, distinta completamente a lo que sentía al estimularse en la soledad de su cama y lo disfrutó, cómo si eso fuera un aprueba que el paraíso existía.
El pelinegro aún estaba envuelto en esos pensamientos cuando Julián se acercó a él, besándolo con desespero al momento que sus manos recorrían los costados del cuerpo que aún se estremecía por el orgasmo que acababa de experimentar, ejerciendo presión contra la piel, suave y tibia que se ofrecía para él.
—¿Cómo se sintió? — preguntó el castaño en un susurro.
—Bien… — respondió el otro a media voz y con una tenue sonrisa en sus labios..
—Es solo el principio…
Julián se incorporó dejando a Agustín contra el colchón; empezó a quitarse lo que quedaba de su ropa frente a su amante, lentamente, disfrutando como el rostro del menor de teñía de carmín, mientras lo observaba con asombro y miedo.
El mayor estaba saboreando esa sensación, desde que había pensado en tener a Agustín entre sus brazos, imaginando cómo sería poseerlo, el deseo y la lujuria lo carcomían por dentro, pero se obligó a controlar sus instintos, igual que lo había hecho en el laberinto de setos; pero en el momento en que se enteró que el pelinegro no había tenido pareja sexual, ni mujer, ni hombre, el simple hecho de saber que ningún otro cuerpo había tenido oportunidad de disfrutarlo, de dejar huella sobre él, había sido el detonante para que perdiera casi en su totalidad el autocontrol.
Agustín se incorporó ligeramente, recargando su peso en sus codos, pasando saliva y respirando con dificultad; cuando Julián se inclinó hacia él, se imaginó lo que vendría, así que, haciendo acopio de su fuerza, se movió hacia atrás, alejándose, en un intento infantil de retrasar lo inevitable. Julián sonrió divertido, ya que el pelinegro estaba justo donde lo quería; en el centro de su cama y a su merced. Debía admitir que disfrutaba verlo así, sonrojado, nervioso, con ese brillo en sus ojos, mezcla de miedo y deseo, que lo hacía ver tierno e inocente, expectante de lo que podía pasar, temiéndolo pero a la vez, deseándolo tanto como él.
Julián se acercó, sus brazos y piernas quedaron a los lados del cuerpo del menor y se inclinó, buscando alcanzar con sus labios los del otro, pero sólo lo logró cuando Agustín quedó completamente contra el colchón y ya no pudo huir más. El mayor degustó los labios y unió su cuerpo con el otro, permitiendo que las pieles compartieran el calor.
—Me gustas… — el castaño mordisqueo el labio inferior de Agustín.
Ante esa frase, el pelinegro se rindió completamente — Julián… — susurró contra los labios de su pareja, movió sus manos y las pasó por los costados para después acariciar la espalda del otro, recorriendo con la yema de sus dedos, los músculos firmes que se dibujaban en la misma.
El castaño sonrió al escuchar su nombre con ese timbre de voz, con la dulzura del otro, la inocencia que en ese momento le iba a robar y aunque temiera que con ello cambiaría, sabía que para él, siempre sería un niño.
Julián se alejó, dejando a su amante contra el colchón, con los ojos entrecerrados y estremeciéndose, debido a la excitación. Se movió hasta el buró, abrió la gaveta y sacó un pequeño botecito que ya había preparado con antelación; regresó al centro de la cama, acomodándose entre las piernas del pelinegro, levantando ligeramente la cadera del otro y después de untar un par de dedos con el líquido espeso, recubrió con el mismo la entrada de Agustín, presionando para introducir un dedo y empapar lo suficiente el interior.
Agustín se estremeció y su cuerpo dio un respingo, al sentir el dedo travieso intentar entrar en su cuerpo, en ese lugar oculto, al que nadie había tenido acceso jamás.
—No… — el pelinegro se estremeció y una vez más, apresó las sabanas con sus manos, sin saber que más hacer.
—Agustín — la voz ronca del castaño hizo que el otro entreabriera los ojos para verlo —, si te tensas, te va a doler…
—Pero… — su labio tembló y sus ojos se humedecieron — es… raro…
Julián sonrió, se inclinó acercando su rostro al del otro y lo miró con ternura — ¿no quieres? — interrogó — porque, si no quieres, detendré la preparación y… — sonrió de lado de forma lasciva — tendré que violarte — anunció —, porque ya no puedo dejar que te alejes.
—¿Qué…? — Agustín se estremeció ante esa amenaza y el miedo lo invadió al darse cuenta que Julián hablaba en serio — no, espera… — negó — no estoy listo y…
—Demasiado tarde… — sentenció el castaño con una amplia sonrisa.
Julián alejó su mano de la entrada del otro, se aferró de la cadera del pelinegro y colocó la punta de su pene en la entrada; sin tardar, ejerció presión, tratando de entrar de inmediato, pero notó que era difícil abrirse paso en esa estrecha y virgen cavidad. Agustín apretó los parpados, mordió su labio, ahogando el grito de dolor que amenazó con escapar desde su garganta y su cuerpo se tensó.
El castaño soltó la cadera de su amante, colocó los codos a los costados del otro, pasando sus manos por los hombros suaves de Agustín y lo besó antes de hablar — relájate — pidió mientras seguía presionando para entrar a lo más profundo —, relájate para que lo disfrutes…
—Duele… — el pelinegro se estremeció — por favor… Julián… duele…. — repitió con un hilo de voz.
Debido a esa suplica, Julián hizo acopio de toda su fuerza de voluntad y se detuvo; necesitaba hacer que Agustín disfrutara o de lo contrario, esa experiencia no sería placentera, por lo que seguramente no querría volver a hacerlo, especialmente con él y eso era algo que no podía permitir.
Con cuidado, Julián empezó a besar, lamer y acariciar la piel suave del pelinegro, el cual, empezó a responder cómo esperaba; el menor relajó poco a poco su cuerpo y acarició con sus manos el cuerpo que estaba sobre el suyo, de manera desesperada. Agustín quería disfrutar, porque a pesar de que sentía el dolor en su interior, el saber que el dueño de sus pensamientos, en ese preciso instante, lo estaba poseyendo, lo hacía sentir emocionado; sin titubear, se incorporó lo suficiente para morder el hombro de Julián y pasó lengua por su piel mientras un par de lágrimas escapaban de sus ojos.
El castaño sintió cómo Agustín se relajaba, aunque fuera sólo un poco y empezó a moverse con lentitud; hundió su rostro contra el cuello del pelinegro, mordiéndolo, tratando de aguantar ese deseo de aumentar la fuerza de sus embestidas; lo que menos quería era lastimarlo, pero a pesar de todo, era algo que no podía evitar. Julián empezó a mover su cadera con más rapidez, cada movimiento lograba arrancar un gemido del menor, que se ahogaba contra la piel del castaño, logrando que a éste lo invadiera un sentimiento delicioso, lleno de placer y autosuficiencia, sintiéndose amo y señor de ese cuerpo que, en ese instante, se aferraba a él con desespero; las uñas se encajaban en su espalda, marcando con fuerza su piel y sentía en su abdomen el suave miembro del menor, empezando a despertar, una vez más.
Julián se incorporó sin salir del interior de Agustín, dejándolo contra el colchón, apreciando el cuerpo del pelinegro mientras seguía penetrándolo, aferrado a esas piernas que, apenas un momento antes, estaban enredadas en su cintura. Agustín cubrió su rostro con sus brazos, pero dejó libre su boca, permitiendo que los gemidos inundaran la habitación de su amante; sentía su cuerpo caliente, sudoroso y por sobretodo, excitado.
La mano de Julián acarició el sexo de Agustín, masajeándolo con maestría, estimulando y logrando que el otro aumentara el volumen de sus gritos y gemidos, satisfaciendo la vanidad del castaño; si ya se sentía su dueño, con ello se aseguraba que no hubiera nadie más que pudiera quitárselo.
Julián quitó las manos del pelinegro de su rostro, quería ver su semblante, su mirada, ese brillo de excitación, que trataba de ocultar tan infantilmente. Le gustaba esa expresión, dulce, inocente y completamente anhelante por experimentar todo con él; ahora se sabía el único con el derecho de verla, el único que, hasta ese momento y por el resto de lo que le quedara de vida a ambos, la conocería en su totalidad.
Ambos llegaron al orgasmo.
Agustín, libero una cantidad ínfima de semilla en la mano de su amante, mientras sus lágrimas escapaban de sus ojos con total libertad y una amplia sonrisa se adueñó de sus labios; el castaño eyaculó completa y plenamente en el interior del otro, disfrutando de las contracciones de la cavidad que había mancillado y debía admitir, lo había disfrutado más que cualquier otra cosa en el mundo.
Julián se inclinó para besar el rostro del pelinegro, lamió las lágrimas con deseo y mordisqueó los labios de Agustín, deseando dejar su marca una vez más.
—¿Cómo te sientes? — preguntó el mayor en un susurró.
—Yo… — Agustín mantenía sus ojos entrecerrados y respiraba agitadamente — cansado… — pasó saliva y disfrutó de las caricias del castaño, ofreciéndose con sumisión, para que siguiera besándolo — ¿tú?
—Feliz… — sonrió — extasiado contigo…
—Eso… — el pelinegro suspiró — ¿es bueno?
—No tienes idea… — Julián siguió repartiendo besos en el rostro del otro — ¿quieres que me salga?
—No… no sé… — negó con debilidad — tú, ¿quieres?
Julián sintió que se derretía por esa pregunta tan inocente, de inmediato se movió y mordió el cuello de Agustín, dejando otra marca rojiza en esa piel tersa, que le parecía tan dulce — no quiero — confesó —, pero, te dejaré descansar un momento…
El castaño salió del interior del otro con extrema lentitud, tratando de no lastimarlo más de lo que ya había hecho. En el movimiento para recostarse a su lado, se encontró con el botecillo que había usado con anterioridad, así que lo dejó sobre el buró y sacó de la gaveta una pequeña caja; la abrió, obteniendo del interior una esferilla envuelta en papel brillante, la desenvolvió y se acercó al pelinegro, pasó su brazo bajo la cabeza de su amante, para después, colocar la esferita oscura en la boca del menor.
—Come…
—¿Qué…? ¿Qué es…? — Agustín trató de enfocar la vista para reconocer lo que le acercaba a los labios.
—Chocolate — sonrió —, come.
—¿Chocolate? — Agustín se removió confundido.
—Te servirá para recuperar energías — explicó —, ahora, abre la boca — ordenó.
Agustín entreabrió la boca y Julián colocó el chocolate entre esos labios que ahora consideraba suyos. El pelinegro lo recibió, disfrutó por un momento cómo la primer capa de chocolate se derretía, liberando los pequeños trozos de avellana, luego mastico, perdiéndose en el sabor de la galleta, el relleno suave y la avellana del centro; relamió sus labios, limpiando las migajas de chocolate que habían quedado.
—¿Mejor? — Julián rozó con su nariz la mejilla del otro y después lo besó.
—Sí — Agustín sonrió.
—Es tu favorito, ¿no es así? — preguntó el castaño.
—Sí…
—¿Quieres otro?
—¿Me…? ¿Me llenarás de chocolate? — Agustín sonrió más ampliamente para luego asentir — sí, sí quiero…
—No — Julián negó y se movió para tomar otro chocolate de la caja y acercárselo a su amante —, sólo quiero que te recuperes para volver a disfrutarnos…
Agustín se movió, soltó un gemido de dolor, pero no se detuvo, colocó a Julián contra el colchón y se puso sobre él, le arrebató el chocolate, llevándolo a su boca — y… — masticó con lentitud — entonces, ¿cómo quedamos después de esto?
—Bueno — Julián lo observó con seriedad —, ahora eres mío…
—El hecho de que me hayas hecho esto, no implica que sea tuyo… — negó, buscando con sus ojos la caja dónde su compañero tenía los chocolates.
—Entonces, ¿no te gustó?
Agustín rió, un sonido divertido que inundó la habitación, mientras se movía para alcanzar la caja sobre el buró, desenvolviendo otro chocolate y comiéndolo con rapidez — sí — respondió —, me gustó mucho, fue algo, que no me esperaba — suspiró —, pero, he escuchado que algunas personas, aunque tienen… ah…
—¿Sexo? — Julián levantó una ceja.
—Sí, sexo — le incomodaba decirlo así, sentía que era una palabra vacía si no había emociones de por medio —, bueno, aunque tienen sexo, no son nada y no hay nada serio entre ellos… eso es algo que no me gustaría.
Julián entrecerró los ojos y tomó al pelinegro del rostro, acercándolo hasta él, besándolo con fuerza — no es sólo sexo — aseguró —, me gustas, te quiero, estoy enamorado de ti… te amo… — dijo con total convicción.
Cada palabra fue sorprendiendo a Agustín hasta dejarlo atónito, sintiendo que su rostro ardía entre las manos del otro.
—Quiero que seas mío — el castaño prosiguió —, mi pareja, mi amante, mi novio… mi todo… — finalizó.
El pelinegro parpadeó confundido, pasó saliva y sonrió nerviosamente — eso, eso me deja sin palabras…
—¿No quieres? — indagó Julián con frialdad — después de que tú me coqueteabas, ¿ahora me dices que no te interesa?
—¡¿Yo?! — Agustín pasó saliva y negó — no, yo nunca… no…
—No, ¿qué?
—¡Jamás te coquetee! — el pelinegro frunció el ceño — ni siquiera sé cómo hacerlo y…
Julián rió ante el gesto confundido de su pareja — lo sé, no lo hacías conscientemente, pero tus acciones, tus miradas, tu forma de moverte frente a mí, eso lo nota cualquiera, a pesar de que no lo demostraba, me atraías y no podía alejar mi vista de ti, por eso lo percibía y Miguel también — comentó con molestia —, mil veces me dijo que estabas interesado en mí y a mí no me eras indiferente, mil veces que yo traté de negarlo, porque no quería aceptarlo.
Agustín sonrió nervioso — ¿de verdad? — mordió su labio — y entonces, ¿por qué ahora sí lo aceptas?
—Ya te lo dije — Julián acarició el rostro del menor con suavidad —, cuando pensé que estabas muerto, temí que no iba a poder tenerte jamás y me prometí a mí mismo, que si salías bien librado de eso, serías mío.
El menor sintió que se le iba el aliento ante esas palabras, realmente nunca pensó que estaría de esa manera con Julián; sí, tenía momentos en los que imaginaba cosas, pero no sabía que la realidad iba a ser mucho mejor. Aún así, quería que todo fuera serio, porque no quería tener una relación fugaz, como las que le conocía a sus compañeros.
—Si acepto ser tu pareja… — el pelinegro lo miró a los ojos — ¿me harás esto todas las noches?
—Sí — Julián sonrió —, las noches, las tardes, las madrugadas, e incluso los días que no tengamos trabajo y aún si lo tenemos, encontraré la manera de hacértelo — prometió con seriedad.
Agustín sonrió ampliamente — bien, siendo así, espero que lo cumplas — se movió hasta besar los labios del castaño con suavidad —, porque me ha gustado cómo no tienes idea.
Julián pasó sus manos por la espalda del pelinegro y lo apretó contra su pecho — y eso que sólo fue el principio — señaló, girando con el menor entre sus brazos, para dejarlo contra el colchón y empezar a acariciarlo de nuevo.
Agustín se dejó guiar, disfrutando de lo que su amante le hacía sentir, las nuevas experiencias y de la pasión desbordándose, impregnando cada poro de su piel. Julián lo poseyó nuevamente, en forma distinta, exigiendo que el pelinegro le diera una serenata de gemidos y gritos, debido al placer que lo embriagaba, mientras se retorcía en esa cama, ante las caricias de su amante.
El castaño nunca se imaginó que podría disfrutar del sexo de esa manera, convirtiéndose en maestro y llevando a su compañero de lecho a conocer las fronteras de la lujuria, logrando que, en una sola noche, se desinhibiere completamente y le exigiera más, a pesar de estar exhausto.
Agustín quería experimentar todo, pero iba a ser imposible en una noche, así que, quizá, tendrían que pedir, ambos, unos días de vacaciones, para que el castaño le enseñara mil y un formas de disfrutar del sexo a su lado.
El timbre de un teléfono se escuchó; el pelinegro se removió entre las sabanas, sintiendo cómo el calor que lo envolvía parecía alejarse.
—¿Sí?
La voz seria de Julián, hizo que Agustín entreabriera los ojos, asustado. Por un momento, no supo dónde estaba y trató de recordar lo que había sucedido la noche anterior, para saber dónde se encontraba en ese momento y por qué Julián estaba con él.
—Sí señor, sí… entiendo, no se preocupe… yo le diré… Igualmente, señor…
La voz de Julián consiguió que Agustín se incorporara con rapidez, sentándose en el colchón, ya que los recuerdos habían llegado de golpe y con demasiada nitidez; pasó la mano por su cabello, su rostro tenía un gesto de confusión, estaba pálido y un estremecimiento lo cimbró. Al levantar el rostro, su mirada se cruzó con el castaño mirar de Julián, que parecía demasiado familiarizado con esa situación.
—Era el señor De León — Julián se recostó nuevamente —, dice que hoy no saldrá de la mansión, ni él, ni su esposo — explicó —, así que ni tú, ni yo, tenemos trabajo, por lo tanto, podemos disfrutar de este día.
Agustín lo miraba sorprendido; en ese momento, con la luz tenue entrando por la ventana, podía observar el cuerpo del otro en todo su esplendor. Su mirada recorrió el torso desnudo, apreciando cada musculo y algunas marcas rojizas en el cuello y hombros, logrando que se sonrojara al recordar que él las había hecho.
—¿Tienes hambre? — el castaño parecía completamente a gusto, a pesar de su desnudez — puedo pedir algo de desayunar, apenas son las diez.
—Yo… — el menor pasó la mano por su cabello, haciendo algunos mechones para atrás — sí — asintió débilmente —, tengo hambre…
Julián se dio cuenta que Agustín parecía cohibido, así que debía hacer algo al respecto.
Sin dudad, se incorporó, pasó su mano por el pecho de Agustín y lo llevó consigo al colchón — no, no estás soñando — dijo con calma, mirándolo a los ojos —, fuiste mío toda la noche y lo seguirás siendo, no sólo por este día — aseguró divertido —, pero dime, ¿gustas desayunar primero o quieres asearte? Aunque, si fuera yo, preferiría volver a tener relaciones contigo — hundió su rostro en el cuello del menor y pasó la lengua por la piel —, aún falta probar algunas otras cosas…
—Yo… yo… — Agustín gimió al sentir una mordida en su cuello — desayuno… creo…
—¿Qué deseas desayunar? — el mayor mordió la oreja del otro, divertido ante los estremecimientos de su amante.
—Lo que sea…
—De acuerdo, pediré a la cocina que nos traigan algo — Julián se incorporó y besó los labios de Agustín —, relájate — sonrió de lado, logrando que el otro se sonrojara —, creí que se habían acabado las inhibiciones anoche…
El castaño volvió a tomar el teléfono, marcó un número y empezó a pedir algo para comer.
Agustín repasó la espalda del otro con la mirada, apreciando los surcos rojizos que había hecho con sus uñas durante la noche; recordó claramente que mientras el mayor lo penetraba con ímpetu, él se aferraba con fuerza a ese cuerpo que le había robado el aliento durante tanto tiempo y era obvio que esa era la prueba de que así como Julián lo había marcado como suyo, el cuerpo del mayor también le pertenecía.
El pelinegro mordió su labio inferior y aún con algo de timidez, se incorporó, pegando su pecho en la piel de la espalda de Julián; abrazándolo, mientras hundía su rostro en el cuello del otro
—En serio… no es un sueño — susurró, sintiendo cómo su respiración se agitaba al sentirse feliz, no sabía si quería llorar o reír, pero ese extraño sentimiento le gustaba.
Julián movió su mano acariciando el cabello negro — sí, también mándeme algo de fruta — prosiguió en el auricular — y que sean dos porciones de todo, tengo compañero hoy… — el castaño colgó y se movió hasta quedar frente a Agustín, lo tomó del rostro y lo besó en los labios — ya te dije que no es un sueño — aseguró — y de ahora en adelante, tendrás que compartir esta habitación conmigo.
—Pero — el pelinegro se relamió los labios —, el señor Erick…
—El señor Erick, ya está enterado — el castaño se alzó de hombros — ¿crees que el señor De León no se lo dijo ya? — sonrió y levantó una ceja — desde que te fuiste de la fiesta, anoche, se lo imaginaron.
Esas palabras sacaron de su ensueño al menor.
—¡La fiesta! — Agustín intentó incorporarse — debo encargarme de que se quite todo del jardín, de entregar las estructuras, de finiquitar a los encargados de las bebidas, el buffet, de verificar a los invitados que se quedaron en la mansión…
Julián lo tomó de la mano antes de que se alejara de la cama y con fuerza, lo tumbó contra la misma, colocándose sobre él.
—No tienes que hacerlo, tu trabajo de hoy, ya lo están haciendo Carlos, Marcos y los demás… — el castaño pasó su lengua por el cuello del otro — tu única obligación el día de hoy, es complacerme a mí.
—Pero… — Agustín soltó un gemido.
—No hay "pero" — aseguró —, no permitiré que abandones esta casa, ni siquiera dejarás esta habitación en todo este día — la mano de Julián se movió entre ambos — y menos ahora que me doy cuenta que tú también quieres…
—Julián — el pelinegro tembló al sentir la mano traviesa en su sexo —, me duele un poco… atrás… — se excusó — no crees que podríamos intentar… tú sabes… que yo…
El castaño se alejó y soltó una carcajada — ¡no! — negó divertido — eso no te lo voy a complacer — aseguró —, yo, voy a ser el único que lo haga y tú, serás un buen niño y te dejarás…
—¿Por qué? — Agustín frunció el ceño — ¿qué tiene de malo?
—Que yo no tengo madera de ser el pasivo — afirmó —, además — sacó del buró la caja de chocolates —, cada que te portes bien, tendrás uno de estos…
—¿Me vas a premiar cómo un perrito por hacer un truco?
—Algo así — el castaño sonrió —, es lo que se denomina, refuerzo positivo.
—Creo que esto ya no me gustó — Agustín miró a su pareja con molestia
—¿Seguro? — Julián sacó un chocolate, desenvolviéndolo con lentitud y al final, lo colocó frente al pelinegro — entonces, ¿no quieres uno?
Agustín iba a negar, pero, mordió su labio, desvió la vista y suspiró, cerró sus ojos y abrió la boca, sacando la lengua de manera sumisa, para que el castaño depositara el chocolate en ella, después relajó su cuerpo mientras el otro lo recostaba en la cama, dándole luz verde para que le hiciera lo que quisiera, pues no se opondría.
Aunque no quería admitirlo, era excitante sentirse dominado por Julián y mucho mejor sí, cediendo, tendría lo que más le gustaba; el castaño, chocolate y después de esa noche, el sexo.
—¿Sí?
La voz seria de Julián, hizo que Agustín entreabriera los ojos, asustado. Por un momento, no supo dónde estaba y trató de recordar lo que había sucedido la noche anterior, para saber dónde se encontraba en ese momento y por qué Julián estaba con él.
—Sí señor, sí… entiendo, no se preocupe… yo le diré… Igualmente, señor…
La voz de Julián consiguió que Agustín se incorporara con rapidez, sentándose en el colchón, ya que los recuerdos habían llegado de golpe y con demasiada nitidez; pasó la mano por su cabello, su rostro tenía un gesto de confusión, estaba pálido y un estremecimiento lo cimbró. Al levantar el rostro, su mirada se cruzó con el castaño mirar de Julián, que parecía demasiado familiarizado con esa situación.
—Era el señor De León — Julián se recostó nuevamente —, dice que hoy no saldrá de la mansión, ni él, ni su esposo — explicó —, así que ni tú, ni yo, tenemos trabajo, por lo tanto, podemos disfrutar de este día.
Agustín lo miraba sorprendido; en ese momento, con la luz tenue entrando por la ventana, podía observar el cuerpo del otro en todo su esplendor. Su mirada recorrió el torso desnudo, apreciando cada musculo y algunas marcas rojizas en el cuello y hombros, logrando que se sonrojara al recordar que él las había hecho.
—¿Tienes hambre? — el castaño parecía completamente a gusto, a pesar de su desnudez — puedo pedir algo de desayunar, apenas son las diez.
—Yo… — el menor pasó la mano por su cabello, haciendo algunos mechones para atrás — sí — asintió débilmente —, tengo hambre…
Julián se dio cuenta que Agustín parecía cohibido, así que debía hacer algo al respecto.
Sin dudad, se incorporó, pasó su mano por el pecho de Agustín y lo llevó consigo al colchón — no, no estás soñando — dijo con calma, mirándolo a los ojos —, fuiste mío toda la noche y lo seguirás siendo, no sólo por este día — aseguró divertido —, pero dime, ¿gustas desayunar primero o quieres asearte? Aunque, si fuera yo, preferiría volver a tener relaciones contigo — hundió su rostro en el cuello del menor y pasó la lengua por la piel —, aún falta probar algunas otras cosas…
—Yo… yo… — Agustín gimió al sentir una mordida en su cuello — desayuno… creo…
—¿Qué deseas desayunar? — el mayor mordió la oreja del otro, divertido ante los estremecimientos de su amante.
—Lo que sea…
—De acuerdo, pediré a la cocina que nos traigan algo — Julián se incorporó y besó los labios de Agustín —, relájate — sonrió de lado, logrando que el otro se sonrojara —, creí que se habían acabado las inhibiciones anoche…
El castaño volvió a tomar el teléfono, marcó un número y empezó a pedir algo para comer.
Agustín repasó la espalda del otro con la mirada, apreciando los surcos rojizos que había hecho con sus uñas durante la noche; recordó claramente que mientras el mayor lo penetraba con ímpetu, él se aferraba con fuerza a ese cuerpo que le había robado el aliento durante tanto tiempo y era obvio que esa era la prueba de que así como Julián lo había marcado como suyo, el cuerpo del mayor también le pertenecía.
El pelinegro mordió su labio inferior y aún con algo de timidez, se incorporó, pegando su pecho en la piel de la espalda de Julián; abrazándolo, mientras hundía su rostro en el cuello del otro
—En serio… no es un sueño — susurró, sintiendo cómo su respiración se agitaba al sentirse feliz, no sabía si quería llorar o reír, pero ese extraño sentimiento le gustaba.
Julián movió su mano acariciando el cabello negro — sí, también mándeme algo de fruta — prosiguió en el auricular — y que sean dos porciones de todo, tengo compañero hoy… — el castaño colgó y se movió hasta quedar frente a Agustín, lo tomó del rostro y lo besó en los labios — ya te dije que no es un sueño — aseguró — y de ahora en adelante, tendrás que compartir esta habitación conmigo.
—Pero — el pelinegro se relamió los labios —, el señor Erick…
—El señor Erick, ya está enterado — el castaño se alzó de hombros — ¿crees que el señor De León no se lo dijo ya? — sonrió y levantó una ceja — desde que te fuiste de la fiesta, anoche, se lo imaginaron.
Esas palabras sacaron de su ensueño al menor.
—¡La fiesta! — Agustín intentó incorporarse — debo encargarme de que se quite todo del jardín, de entregar las estructuras, de finiquitar a los encargados de las bebidas, el buffet, de verificar a los invitados que se quedaron en la mansión…
Julián lo tomó de la mano antes de que se alejara de la cama y con fuerza, lo tumbó contra la misma, colocándose sobre él.
—No tienes que hacerlo, tu trabajo de hoy, ya lo están haciendo Carlos, Marcos y los demás… — el castaño pasó su lengua por el cuello del otro — tu única obligación el día de hoy, es complacerme a mí.
—Pero… — Agustín soltó un gemido.
—No hay "pero" — aseguró —, no permitiré que abandones esta casa, ni siquiera dejarás esta habitación en todo este día — la mano de Julián se movió entre ambos — y menos ahora que me doy cuenta que tú también quieres…
—Julián — el pelinegro tembló al sentir la mano traviesa en su sexo —, me duele un poco… atrás… — se excusó — no crees que podríamos intentar… tú sabes… que yo…
El castaño se alejó y soltó una carcajada — ¡no! — negó divertido — eso no te lo voy a complacer — aseguró —, yo, voy a ser el único que lo haga y tú, serás un buen niño y te dejarás…
—¿Por qué? — Agustín frunció el ceño — ¿qué tiene de malo?
—Que yo no tengo madera de ser el pasivo — afirmó —, además — sacó del buró la caja de chocolates —, cada que te portes bien, tendrás uno de estos…
—¿Me vas a premiar cómo un perrito por hacer un truco?
—Algo así — el castaño sonrió —, es lo que se denomina, refuerzo positivo.
—Creo que esto ya no me gustó — Agustín miró a su pareja con molestia
—¿Seguro? — Julián sacó un chocolate, desenvolviéndolo con lentitud y al final, lo colocó frente al pelinegro — entonces, ¿no quieres uno?
Agustín iba a negar, pero, mordió su labio, desvió la vista y suspiró, cerró sus ojos y abrió la boca, sacando la lengua de manera sumisa, para que el castaño depositara el chocolate en ella, después relajó su cuerpo mientras el otro lo recostaba en la cama, dándole luz verde para que le hiciera lo que quisiera, pues no se opondría.
Aunque no quería admitirlo, era excitante sentirse dominado por Julián y mucho mejor sí, cediendo, tendría lo que más le gustaba; el castaño, chocolate y después de esa noche, el sexo.
Este One Shot, está dedicado a Newfictioner, quien fue la primer persona que leyó Destino, cuando lo publiqué en SlasHeaven y cuando acabó, me pidió que hiciera un Spin Off de Julián y Agustín. Cómo siempre digo, es gracias a ella que Agustín no murió y por ello, no solo la recuerdo con cariño aquí, sino que le agradecí en la publicación de Destino y este OS es de ella.
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