La música era mi pasión desde pequeño, pero para mis padres era una pérdida de tiempo.
No era muy bueno en la escuela, excepto en arte y música; por lo que mi profesor, Joan Salvatierra, quien era un erudito en la música y tenía gran interés en apoyar el talento, me ayudó a ingresar en el centro de arte a tomar algunas clases y él las pagó, pues mi familia no hacía nada por mí.
Mi profesor era un hombre soltero, de casi cuarenta años, cuando yo estaba en la secundaria, siempre me trataba como a un hijo, se preocupaba por mí y estaba al tanto de mis necesidades, pero jamás me di cuenta de la verdad. Cuando yo estaba estudiando en la preparatoria, él falleció, porque padecía cáncer de páncreas; en su lecho de muerte él me explicó.
—Osvaldo… —sonrió y sus ojos oscuros parecían mirarme con dificultad—. Siempre te quise…
—Lo sé, me miraba como a su hijo —intenté sonreír, pero realmente me dolía mucho verlo así, en sus últimos momentos y sufriendo.
—Sí… —asintió—. Pero era porque te parecías… al hombre que yo más amé en mi vida… —confesó, consiguiendo que yo me quedara estupefacto ante sus palabras—. Y quise enmendar el daño que le hice hace tanto tiempo, ayudándote… amándote… respetándote…
—¿Me… parezco? —mi voz apenas se escuchó, aún no asimilaba lo que acababa de oír.
—Sí… tus ojos claros, tus facciones, tu amabilidad, tu dulzura… aunque tu cabello y tus hermosos lunares te hacen distinto… —intentó reír, pero una tos lo asaltó interrumpiéndolo, pues desde semanas antes se le dificultaba respirar y cuando se esforzaba, comenzaba a toser y su saliva resbalaba sin control—. Lo siento… no quería que me vieras así…
—Está bien, profe, no debe esforzarse —moví la mano para agarrar un pequeño pañuelo desechable y limpiarle los labios—, sabe que le debo todo lo que tengo a usted y no lo abandonaría…
—Osvaldo… —movió la mano con debilidad y sujetó mi muñeca—. Sigue tus sueños… —sonrió—. Yo sé que puedes… alcanzar la felicidad…
—Lo intentaré…
—No —negó y acercó mi mano a su rostro, besando mis dedos de una manera en que jamás lo había hecho—. Hazlo… esfuérzate… —musitó y cerró los parpados, mientras su mano me liberaba de su débil y cansado agarre—. Yo sé que lo harás…
Después de eso, exhaló su último aliento.
Mi profesor no tenía familiares cercanos a los que pudiese avisarles, solo algunos amigos, así que muy poca gente acudió a su funeral y yo era el más cercano, pues mucho tiempo antes, ya vivía en su casa casi de planta. En ese momento, un hombre se acercó conmigo, era el abogado de mi profesor y quería hablar sobre su herencia; me había dejado su casa, las pertenencias que tenía en la misma y cierta cantidad de dinero en el banco, para que viviera modestamente y estudiara música, mi máximo sueño. Un par de lágrimas cayeron por mis mejillas cuando le di el último adiós a mi profesor; hasta el final, se había preocupado por mí.
—¡Me esforzaré en ser feliz! —prometí—. Me volveré un gran pianista, se lo prometo —sentencié al recibir sus cenizas en una pequeña urna— y terminaré lo que dejó pendiente…
Pero la vida no siempre resulta como uno imagina.
No era muy bueno en la escuela, excepto en arte y música; por lo que mi profesor, Joan Salvatierra, quien era un erudito en la música y tenía gran interés en apoyar el talento, me ayudó a ingresar en el centro de arte a tomar algunas clases y él las pagó, pues mi familia no hacía nada por mí.
Mi profesor era un hombre soltero, de casi cuarenta años, cuando yo estaba en la secundaria, siempre me trataba como a un hijo, se preocupaba por mí y estaba al tanto de mis necesidades, pero jamás me di cuenta de la verdad. Cuando yo estaba estudiando en la preparatoria, él falleció, porque padecía cáncer de páncreas; en su lecho de muerte él me explicó.
—Osvaldo… —sonrió y sus ojos oscuros parecían mirarme con dificultad—. Siempre te quise…
—Lo sé, me miraba como a su hijo —intenté sonreír, pero realmente me dolía mucho verlo así, en sus últimos momentos y sufriendo.
—Sí… —asintió—. Pero era porque te parecías… al hombre que yo más amé en mi vida… —confesó, consiguiendo que yo me quedara estupefacto ante sus palabras—. Y quise enmendar el daño que le hice hace tanto tiempo, ayudándote… amándote… respetándote…
—¿Me… parezco? —mi voz apenas se escuchó, aún no asimilaba lo que acababa de oír.
—Sí… tus ojos claros, tus facciones, tu amabilidad, tu dulzura… aunque tu cabello y tus hermosos lunares te hacen distinto… —intentó reír, pero una tos lo asaltó interrumpiéndolo, pues desde semanas antes se le dificultaba respirar y cuando se esforzaba, comenzaba a toser y su saliva resbalaba sin control—. Lo siento… no quería que me vieras así…
—Está bien, profe, no debe esforzarse —moví la mano para agarrar un pequeño pañuelo desechable y limpiarle los labios—, sabe que le debo todo lo que tengo a usted y no lo abandonaría…
—Osvaldo… —movió la mano con debilidad y sujetó mi muñeca—. Sigue tus sueños… —sonrió—. Yo sé que puedes… alcanzar la felicidad…
—Lo intentaré…
—No —negó y acercó mi mano a su rostro, besando mis dedos de una manera en que jamás lo había hecho—. Hazlo… esfuérzate… —musitó y cerró los parpados, mientras su mano me liberaba de su débil y cansado agarre—. Yo sé que lo harás…
Después de eso, exhaló su último aliento.
Mi profesor no tenía familiares cercanos a los que pudiese avisarles, solo algunos amigos, así que muy poca gente acudió a su funeral y yo era el más cercano, pues mucho tiempo antes, ya vivía en su casa casi de planta. En ese momento, un hombre se acercó conmigo, era el abogado de mi profesor y quería hablar sobre su herencia; me había dejado su casa, las pertenencias que tenía en la misma y cierta cantidad de dinero en el banco, para que viviera modestamente y estudiara música, mi máximo sueño. Un par de lágrimas cayeron por mis mejillas cuando le di el último adiós a mi profesor; hasta el final, se había preocupado por mí.
—¡Me esforzaré en ser feliz! —prometí—. Me volveré un gran pianista, se lo prometo —sentencié al recibir sus cenizas en una pequeña urna— y terminaré lo que dejó pendiente…
Pero la vida no siempre resulta como uno imagina.
Cuando Osvaldo anunció a su familia que seguiría sus sueños, sus padres trataron de que desistiera, por ello terminó discutiendo con ellos y abandonando su hogar en definitiva; se sentía seguro, especialmente al saber que no quedaría en la calle, así que las cosas debían de ser distintas para su futuro, según sus expectativas rodo iba a salir bien, algo que no fue como esperaba.
A pesar de haber estudiado música y ser un buen pianista, Osvaldo no pudo convertirse en el concertista que esperaba, pues para eso necesitaba oportunidades y éstas, solo las obtenían aquellos que podían pagar por ellas; empezó a frustrarse apenas salió de la escuela de música, ya que solo podía tener trabajos mediocres en locales dónde no apreciaban completamente la música que él tocaba, mucho menos la que creaba.
Siempre que se presentaba a un nuevo empleo, tocaba una canción compuesta por su profesor, quien dijo que la había escrito muchos años atrás y solo una persona la conocía, aunque seguramente ya la había olvidado, pero nunca la terminó y Osvaldo se propuso hacer la segunda parte, convirtiéndola de esa manera en una sonata, pero no había encontrado la inspiración y seguía inconclusa; además, siempre que alguien la escuchaba, decía que era demasiado depresiva y no le permitían completar su interpretación.
Después, optó por canciones más modernas, que le permitían actuar un par de noches en algunos restaurantes, antros y bares de música en vivo, acompañando a otros, pero sin mucho futuro.
Desesperado por su situación, antes de cumplir veinticuatro años, terminó aceptando un trabajo en una tienda de música, afinando y vendiendo instrumentos, tanto a particulares como a algunas tiendas departamentales; no era el trabajo que él buscaba, pero al menos tenía las prestaciones que necesitaba, ya que tendía a enfermar mucho de los pulmones y sin un sistema de seguridad social, las medicinas le costaban demasiado.
—Osvaldo —su jefe le llamó con seriedad—. Debes ir a la plaza Crystal, en una de las tiendas, van a hacer una presentación especial con el piano, por los preparativos para navidad y debe ser afinado de inmediato.
—Está bien… —asintió con cansancio, era el tercer sábado de diciembre, una semana antes de noche buena, pero desde el mes anterior, la navidad había llegado a la ciudad y las grandes tiendas no eran la excepción, ya que hacían presentaciones importantes cada fin de semana
Como era temprano, no había mucho tráfico y llegó a la plaza en media hora. Fue directamente a la tienda y le dijeron que el piano había sido llevado a la explanada de eventos, frente a la misma; rápidamente fue a dónde el instrumento se encontraba y pudo notar que el piano era una de las piezas más costosas que había, así que debía tratarlo con mucho cuidado. Empezó a revisar las teclas y hacer las modificaciones, ya que debía terminar para antes de la una.
A pesar de todo y de que su vida no era la mejor, amaba la música y el piano, así que se esmeró y apresuró, por ello, antes de las 12, ya había terminado su trabajo; sonrió al constatar que cada tecla sonaba exactamente como debía y aunque debía irse inmediatamente para volver a la matriz de su trabajo, no pudo evitar dejarse llevar.
Los delgados y largos dedos se movieron con agilidad sobre las teclas. Amaba tocar el piano y acariciaba cada parte con sus dedos, casi como le estuviera haciendo el amor a su amante más preciada. Las notas musicales empezaron a inundar los alrededores y sin que se diera cuenta, la gente comenzó a congregarse para escuchar la canción.
“De padre canela nació un niño…
Blanco como el lomo de un armiño…
Y los ojos grises en vez de aceituna…
Niño albino de luna…
Maldita su estampa, este hijo es de un payo…
Y yo no me lo cayo…”
El pelinegro detuvo su interpretación de manera súbita, al escuchar la melodiosa voz de la persona que estaba a su lado.
—¿Por qué te detienes? —indagó el joven de cabello rubio platinado—. Toca… — pidió con una sonrisa que consiguió que Osvaldo se pusiera nervioso.
—Ah, no… ya… ya terminé mi trabajo —anunció el ojigrís, sintiéndose apenado.
—¡Vamos! —el otro se cruzó de brazos—. No puedes dejar a tu público a medias —hizo un ademán con la mano, señalando alrededor.
Osvaldo se sorprendió, pues no había notado que varias personas lo rodeaban. Estaba plenamente consciente que no era una canción clásica, pero tampoco era una tan actual y aun así, parecía que algunos la conocían, especialmente las personas adultas.
—Adelante… —presionó el hombre que aún seguía a su lado—. Quiero escucharte…
Osvaldo titubeó, pero al verse reflejado en esos ojos verdes tan claros como la turquesa, se sintió cautivo en un hechizo del que no podía escapar y termino accediendo a proseguir.
Una vez más, las notas empezaron a surgir del piano, con delicadeza y precisión; el rubio cerró los parpados y su cuerpo se movió al compás de la música, tarareando la canción y momentos después, siguiendo con la canción él también.
“Y si el niño llora,
Menguará la luna
Para hacerle una cuna…”
El pelinegro terminó la interpretación momentos después y poco a poco, los aplausos se escucharon, incluyendo, los del joven que tenía al lado.
—¡Tocas muy bien! —sonrió el rubio.
—Gracias —dijo el otro con algo de nervios.
—¡Señor Jasienski! —la voz de otra persona se escuchó, mientras él publicó empezaba a retirarse —. Disculpe, pero su representante me dijo que había venido directamente para acá y vine a buscarle —sus labios temblaban, intentando mostrar una sonrisa, pero parecía que le costaba—. Perdón por la espera pero aún no está listo el piano…
—Jasienski… —musitó el pelinegro y frunció el ceño, por alguna razón el apellido le sonaba.
—Sí —asintió el rubio—, vine porque escuché a alguien tocando increíblemente —miró de soslayo al pelinegro.
—Es solo el trabajador que viene a afinar los instrumentos —dijo el hombre con desdén—. Pero venga, vamos a la oficina a que espere el momento para su presentación.
Osvaldo empezó a guardar sus cosas en una pequeña maleta; se había sentido incómodo con esas palabras. Él bien sabía que no era nadie, pero que lo trataran así, le sabía mal.
—El joven es un excelente intérprete —anunció el ojiverde— y me va a invitar un café, ¿verdad? —dijo con diversión, cuando dio unos pasos hasta colocarse al lado del otro y ponerle una mano en el hombro.
—¿Yo? —los ojos grises se abrieron desmesuradamente.
—Si no quieres, yo te invitaré un café —suspiró el rubio frustrado, al darse cuenta que el chico no había entendido su indirecta—. ¡Vamos! —lo sujetó del brazo y caminó hacia otro lado.
—Pero, señor Jasienski…
—Phillip… —dijo el rubio para un hombre de barba de candado y cabello castaño que acababa de llegar—. Atiende a ese hombre —señaló al dueño de la tienda con el pulgar—, yo voy a tomar un café con mi nuevo amigo…
El castaño suspiró, acomodó sus lentes y dio media vuelta— acompáñeme señor Sambrano —dijo con seriedad.
—Pero, el señor Jasienski… su presentación…
—Jordan volverá a tiempo, no se preocupe…
Mientras el representante se encargaba del gerente de la tienda, el rubio llevaba casi a rastras al ojigris, quien se encontraba completamente nervioso. Caminaron alejándose de la explanada y yendo al área de comida que estaba cerca, a una cafetería; el ojiverde pidió un Caramel Macchiato, acompañado de una rebanada de pie de fresas y crema batida, mientras que el pelinegro pidió un simple chocolate.
—Y dime, ¿dónde aprendiste a tocar así? —indagó el rubio después de recibir su pedido.
—Ah… en la escuela superior de música de la ciudad —respondió con rapidez.
—¡Tocas maravilloso! —sentenció el otro después de dar un sorbo a su café—. No había conocido a otro pianista a quien adular, aparte de mi padre —sonrió—, ¡siéntete feliz por ello!
—¿Su padre?
—Dariuz Jasienski —dijo el rubio con algo de arrogancia.
Al escuchar el nombre completo, Osvaldo sintió que se quedaba sin aire; conocía el nombre de ese pianista polaco que era reconocido compositor, interprete y además, un gran maestro de orquesta.
—Parece que viste a un fantasma —el ojiverde se divertía con el semblante sorprendido de su acompañante.
—¿Su padre… es… Dariuz Jasienski? —preguntó en un murmullo—. ¿De verdad?
—Sí —asintió—. Mi nombre es Jordan Jasienski —extendió la mano por encima de la mesa para ofrecerla al otro en un saludo amistoso—. ¿Cuál es el tuyo?
—Ah, yo… Osvaldo… —respondió rápidamente, estrechando la mano del otro con algo de emoción—. Osvaldo Altamira…
—Te emocionaste más por el nombre de mi padre que por el mío —sentenció el rubio con algo de decepción antes de probar un poco de la rebanada de su postre—, eso no es bueno…
—¡Lo lamento! —se disculpó eñ ojiogris—. Es que… yo…
—No me conoces, es obvio —el otro le restó importancia a la situación—. Realmente no me he dado a conocer porque vivo a la sombra de mi padre, pero empecé a tocar el piano desde temprana edad y ahora quiero hacerme una carrera propia —explicó—, por ello empecé a tocar música más contemporánea y buscar ser reconocido de otra manera…
—¿Comercial? —indagó el pelinegro con curiosidad.
—Sí…
—¿Por eso dará una presentación aquí?
—Así es, qué mejor lugar que la ciudad dónde viven mis abuelos paternos.
—Ya veo… —Osvaldo suspiró—. Espero que sea bien recibido.
—¡Yo también! —asintió el rubio—. En otras grandes ciudades me aceptaron muy bien, pero como te imaginaras, la música en piano es solo para cierta clase de personas que la saben apreciar, a pesar de que no tengan letras que la mayoría exige…
—Sí… también para aquellas que gustan de la música clásica —suspiró.
—Esa más que nada —el ojiverde lo secundó—. or eso me llamó la atención la canción que tocabas en el piano hace un momento —dijo con una amplia sonrisa.
Osvaldo rió— es una de las primeras canciones que aprendí de manera autodidacta —explicó rápidamente—, le tengo cariño…
—Se nota —asintió el otro— y también puedo darme cuenta que amas la música de una manera diferente a los demás, por eso me interesas —dijo con total seriedad— y quisiera saber más de ti, dime, ¿qué edad tienes?
—Tengo veinticuatro —respondió rápidamente el pelinegro.
—¡Sabía que eras más joven que yo! —se burló el otro—. Yo tengo veintiocho… y dime Osvaldo, ¿eres de la ciudad? ¿Tienes hermanos? ¿Parientes?
—Sí, soy de aquí —asintió—, tengo familia, pero hace años que no sé nada de ellos y mejor así —terminó en un murmullo triste.
—Oh… —el ojiverde comprendió que no era un tema muy agradable para una primera charla, así que decidió cambiarlo a algo más ameno y que sabía era algo en lo que podían tener una buena y amena conversación—. Y dime, ¿desde cuándo aprendiste música? ¿Desde cuándo tocas el piano?
—¿Música? Aprendí un poco cuando era pequeño, más que nada empecé con las cosas básicas de teoría, también aprendí algo de guitarra y flauta, aunque tenía la intención de probar con otros, como el violín, solo que no tenía dinero ni para clases, ni para el instrumento —confesó—, pero fue hasta que empecé la secundaria, en mi clase de arte y música, que tuve la oportunidad de acercarme a un piano —sonrió—. ¡Jamás imaginé que realmente fuese tan hermoso y difícil! —bromeó—. Después, tuve apoyo para entrar a tomar clases en la escuela básica de música y aunque aprendí sobre otros instrumentos, me enfoqué en el piano hasta que terminé la universidad…
Jordan lo miraba con ilusión, interesándose en sus gestos, especialmente al hablar del piano— es agradable conocer a personas que aman la música también…
—Sí, pero… no soy tan bueno —suspiró—. Así que, terminé trabajando en una tienda de música, afinando instrumentos.
El rubio se entristeció con ese comentario, pues estaba seguro que el chico que tenía enfrente, tenía un verdadero talento.
—¿Qué tal si me acompañas esta noche? —preguntó con diversión.
—¡¿Qué?! —los ojos grises lo miraron confundidos.
—¡No pienses mal! —negó—. No me aprovecho de las personas y tampoco te faltaría al respeto… —sonrió de lado poniendo un gesto pícaro—. A menos que tú quieras…
El pelinegro se quedó con la taza a medio camino para dar el sorbo a chocolate y se puso pálido.
—¡Es broma! —rió el otro—. Realmente me gustaría platicar contigo, pero en un momento más, debo ir a prepararme para mi presentación y después tengo unas reuniones con ciertas personas, así que ya no podremos hacerlo.
—Pero… —el ojigris carraspeó—. Es que yo debo volver a mi trabajo y salgo hasta las ocho…
—¡Mejor! ¡Así me acompañas a cenar! —dijo emocionado—. Mis abuelos son mayores y cenan a las cinco —entornó los ojos— y mi padre no está en la ciudad, aún…
Osvaldo se dio cuenta del cambio de tono del otro, parecía molesto, aunque posiblemente no por su padre en sí, pues momentos antes habló con orgullo al decir su nombre.
—Bueno… supongo que puedo —sonrió—. No tengo mucho qué hacer después de mi empleo…
Jordan sacó su celular— dame tu número y te marco en cuanto me desocupe, para ponernos de acuerdo.
El pelinegro sonrió y accedió, después de todo hablar con alguien sobre su pasión, era algo que pocas veces tenía oportunidad
A pesar de haber estudiado música y ser un buen pianista, Osvaldo no pudo convertirse en el concertista que esperaba, pues para eso necesitaba oportunidades y éstas, solo las obtenían aquellos que podían pagar por ellas; empezó a frustrarse apenas salió de la escuela de música, ya que solo podía tener trabajos mediocres en locales dónde no apreciaban completamente la música que él tocaba, mucho menos la que creaba.
Siempre que se presentaba a un nuevo empleo, tocaba una canción compuesta por su profesor, quien dijo que la había escrito muchos años atrás y solo una persona la conocía, aunque seguramente ya la había olvidado, pero nunca la terminó y Osvaldo se propuso hacer la segunda parte, convirtiéndola de esa manera en una sonata, pero no había encontrado la inspiración y seguía inconclusa; además, siempre que alguien la escuchaba, decía que era demasiado depresiva y no le permitían completar su interpretación.
Después, optó por canciones más modernas, que le permitían actuar un par de noches en algunos restaurantes, antros y bares de música en vivo, acompañando a otros, pero sin mucho futuro.
Desesperado por su situación, antes de cumplir veinticuatro años, terminó aceptando un trabajo en una tienda de música, afinando y vendiendo instrumentos, tanto a particulares como a algunas tiendas departamentales; no era el trabajo que él buscaba, pero al menos tenía las prestaciones que necesitaba, ya que tendía a enfermar mucho de los pulmones y sin un sistema de seguridad social, las medicinas le costaban demasiado.
—Osvaldo —su jefe le llamó con seriedad—. Debes ir a la plaza Crystal, en una de las tiendas, van a hacer una presentación especial con el piano, por los preparativos para navidad y debe ser afinado de inmediato.
—Está bien… —asintió con cansancio, era el tercer sábado de diciembre, una semana antes de noche buena, pero desde el mes anterior, la navidad había llegado a la ciudad y las grandes tiendas no eran la excepción, ya que hacían presentaciones importantes cada fin de semana
Como era temprano, no había mucho tráfico y llegó a la plaza en media hora. Fue directamente a la tienda y le dijeron que el piano había sido llevado a la explanada de eventos, frente a la misma; rápidamente fue a dónde el instrumento se encontraba y pudo notar que el piano era una de las piezas más costosas que había, así que debía tratarlo con mucho cuidado. Empezó a revisar las teclas y hacer las modificaciones, ya que debía terminar para antes de la una.
A pesar de todo y de que su vida no era la mejor, amaba la música y el piano, así que se esmeró y apresuró, por ello, antes de las 12, ya había terminado su trabajo; sonrió al constatar que cada tecla sonaba exactamente como debía y aunque debía irse inmediatamente para volver a la matriz de su trabajo, no pudo evitar dejarse llevar.
Los delgados y largos dedos se movieron con agilidad sobre las teclas. Amaba tocar el piano y acariciaba cada parte con sus dedos, casi como le estuviera haciendo el amor a su amante más preciada. Las notas musicales empezaron a inundar los alrededores y sin que se diera cuenta, la gente comenzó a congregarse para escuchar la canción.
“De padre canela nació un niño…
Blanco como el lomo de un armiño…
Y los ojos grises en vez de aceituna…
Niño albino de luna…
Maldita su estampa, este hijo es de un payo…
Y yo no me lo cayo…”
El pelinegro detuvo su interpretación de manera súbita, al escuchar la melodiosa voz de la persona que estaba a su lado.
—¿Por qué te detienes? —indagó el joven de cabello rubio platinado—. Toca… — pidió con una sonrisa que consiguió que Osvaldo se pusiera nervioso.
—Ah, no… ya… ya terminé mi trabajo —anunció el ojigrís, sintiéndose apenado.
—¡Vamos! —el otro se cruzó de brazos—. No puedes dejar a tu público a medias —hizo un ademán con la mano, señalando alrededor.
Osvaldo se sorprendió, pues no había notado que varias personas lo rodeaban. Estaba plenamente consciente que no era una canción clásica, pero tampoco era una tan actual y aun así, parecía que algunos la conocían, especialmente las personas adultas.
—Adelante… —presionó el hombre que aún seguía a su lado—. Quiero escucharte…
Osvaldo titubeó, pero al verse reflejado en esos ojos verdes tan claros como la turquesa, se sintió cautivo en un hechizo del que no podía escapar y termino accediendo a proseguir.
Una vez más, las notas empezaron a surgir del piano, con delicadeza y precisión; el rubio cerró los parpados y su cuerpo se movió al compás de la música, tarareando la canción y momentos después, siguiendo con la canción él también.
“Y si el niño llora,
Menguará la luna
Para hacerle una cuna…”
El pelinegro terminó la interpretación momentos después y poco a poco, los aplausos se escucharon, incluyendo, los del joven que tenía al lado.
—¡Tocas muy bien! —sonrió el rubio.
—Gracias —dijo el otro con algo de nervios.
—¡Señor Jasienski! —la voz de otra persona se escuchó, mientras él publicó empezaba a retirarse —. Disculpe, pero su representante me dijo que había venido directamente para acá y vine a buscarle —sus labios temblaban, intentando mostrar una sonrisa, pero parecía que le costaba—. Perdón por la espera pero aún no está listo el piano…
—Jasienski… —musitó el pelinegro y frunció el ceño, por alguna razón el apellido le sonaba.
—Sí —asintió el rubio—, vine porque escuché a alguien tocando increíblemente —miró de soslayo al pelinegro.
—Es solo el trabajador que viene a afinar los instrumentos —dijo el hombre con desdén—. Pero venga, vamos a la oficina a que espere el momento para su presentación.
Osvaldo empezó a guardar sus cosas en una pequeña maleta; se había sentido incómodo con esas palabras. Él bien sabía que no era nadie, pero que lo trataran así, le sabía mal.
—El joven es un excelente intérprete —anunció el ojiverde— y me va a invitar un café, ¿verdad? —dijo con diversión, cuando dio unos pasos hasta colocarse al lado del otro y ponerle una mano en el hombro.
—¿Yo? —los ojos grises se abrieron desmesuradamente.
—Si no quieres, yo te invitaré un café —suspiró el rubio frustrado, al darse cuenta que el chico no había entendido su indirecta—. ¡Vamos! —lo sujetó del brazo y caminó hacia otro lado.
—Pero, señor Jasienski…
—Phillip… —dijo el rubio para un hombre de barba de candado y cabello castaño que acababa de llegar—. Atiende a ese hombre —señaló al dueño de la tienda con el pulgar—, yo voy a tomar un café con mi nuevo amigo…
El castaño suspiró, acomodó sus lentes y dio media vuelta— acompáñeme señor Sambrano —dijo con seriedad.
—Pero, el señor Jasienski… su presentación…
—Jordan volverá a tiempo, no se preocupe…
Mientras el representante se encargaba del gerente de la tienda, el rubio llevaba casi a rastras al ojigris, quien se encontraba completamente nervioso. Caminaron alejándose de la explanada y yendo al área de comida que estaba cerca, a una cafetería; el ojiverde pidió un Caramel Macchiato, acompañado de una rebanada de pie de fresas y crema batida, mientras que el pelinegro pidió un simple chocolate.
—Y dime, ¿dónde aprendiste a tocar así? —indagó el rubio después de recibir su pedido.
—Ah… en la escuela superior de música de la ciudad —respondió con rapidez.
—¡Tocas maravilloso! —sentenció el otro después de dar un sorbo a su café—. No había conocido a otro pianista a quien adular, aparte de mi padre —sonrió—, ¡siéntete feliz por ello!
—¿Su padre?
—Dariuz Jasienski —dijo el rubio con algo de arrogancia.
Al escuchar el nombre completo, Osvaldo sintió que se quedaba sin aire; conocía el nombre de ese pianista polaco que era reconocido compositor, interprete y además, un gran maestro de orquesta.
—Parece que viste a un fantasma —el ojiverde se divertía con el semblante sorprendido de su acompañante.
—¿Su padre… es… Dariuz Jasienski? —preguntó en un murmullo—. ¿De verdad?
—Sí —asintió—. Mi nombre es Jordan Jasienski —extendió la mano por encima de la mesa para ofrecerla al otro en un saludo amistoso—. ¿Cuál es el tuyo?
—Ah, yo… Osvaldo… —respondió rápidamente, estrechando la mano del otro con algo de emoción—. Osvaldo Altamira…
—Te emocionaste más por el nombre de mi padre que por el mío —sentenció el rubio con algo de decepción antes de probar un poco de la rebanada de su postre—, eso no es bueno…
—¡Lo lamento! —se disculpó eñ ojiogris—. Es que… yo…
—No me conoces, es obvio —el otro le restó importancia a la situación—. Realmente no me he dado a conocer porque vivo a la sombra de mi padre, pero empecé a tocar el piano desde temprana edad y ahora quiero hacerme una carrera propia —explicó—, por ello empecé a tocar música más contemporánea y buscar ser reconocido de otra manera…
—¿Comercial? —indagó el pelinegro con curiosidad.
—Sí…
—¿Por eso dará una presentación aquí?
—Así es, qué mejor lugar que la ciudad dónde viven mis abuelos paternos.
—Ya veo… —Osvaldo suspiró—. Espero que sea bien recibido.
—¡Yo también! —asintió el rubio—. En otras grandes ciudades me aceptaron muy bien, pero como te imaginaras, la música en piano es solo para cierta clase de personas que la saben apreciar, a pesar de que no tengan letras que la mayoría exige…
—Sí… también para aquellas que gustan de la música clásica —suspiró.
—Esa más que nada —el ojiverde lo secundó—. or eso me llamó la atención la canción que tocabas en el piano hace un momento —dijo con una amplia sonrisa.
Osvaldo rió— es una de las primeras canciones que aprendí de manera autodidacta —explicó rápidamente—, le tengo cariño…
—Se nota —asintió el otro— y también puedo darme cuenta que amas la música de una manera diferente a los demás, por eso me interesas —dijo con total seriedad— y quisiera saber más de ti, dime, ¿qué edad tienes?
—Tengo veinticuatro —respondió rápidamente el pelinegro.
—¡Sabía que eras más joven que yo! —se burló el otro—. Yo tengo veintiocho… y dime Osvaldo, ¿eres de la ciudad? ¿Tienes hermanos? ¿Parientes?
—Sí, soy de aquí —asintió—, tengo familia, pero hace años que no sé nada de ellos y mejor así —terminó en un murmullo triste.
—Oh… —el ojiverde comprendió que no era un tema muy agradable para una primera charla, así que decidió cambiarlo a algo más ameno y que sabía era algo en lo que podían tener una buena y amena conversación—. Y dime, ¿desde cuándo aprendiste música? ¿Desde cuándo tocas el piano?
—¿Música? Aprendí un poco cuando era pequeño, más que nada empecé con las cosas básicas de teoría, también aprendí algo de guitarra y flauta, aunque tenía la intención de probar con otros, como el violín, solo que no tenía dinero ni para clases, ni para el instrumento —confesó—, pero fue hasta que empecé la secundaria, en mi clase de arte y música, que tuve la oportunidad de acercarme a un piano —sonrió—. ¡Jamás imaginé que realmente fuese tan hermoso y difícil! —bromeó—. Después, tuve apoyo para entrar a tomar clases en la escuela básica de música y aunque aprendí sobre otros instrumentos, me enfoqué en el piano hasta que terminé la universidad…
Jordan lo miraba con ilusión, interesándose en sus gestos, especialmente al hablar del piano— es agradable conocer a personas que aman la música también…
—Sí, pero… no soy tan bueno —suspiró—. Así que, terminé trabajando en una tienda de música, afinando instrumentos.
El rubio se entristeció con ese comentario, pues estaba seguro que el chico que tenía enfrente, tenía un verdadero talento.
—¿Qué tal si me acompañas esta noche? —preguntó con diversión.
—¡¿Qué?! —los ojos grises lo miraron confundidos.
—¡No pienses mal! —negó—. No me aprovecho de las personas y tampoco te faltaría al respeto… —sonrió de lado poniendo un gesto pícaro—. A menos que tú quieras…
El pelinegro se quedó con la taza a medio camino para dar el sorbo a chocolate y se puso pálido.
—¡Es broma! —rió el otro—. Realmente me gustaría platicar contigo, pero en un momento más, debo ir a prepararme para mi presentación y después tengo unas reuniones con ciertas personas, así que ya no podremos hacerlo.
—Pero… —el ojigris carraspeó—. Es que yo debo volver a mi trabajo y salgo hasta las ocho…
—¡Mejor! ¡Así me acompañas a cenar! —dijo emocionado—. Mis abuelos son mayores y cenan a las cinco —entornó los ojos— y mi padre no está en la ciudad, aún…
Osvaldo se dio cuenta del cambio de tono del otro, parecía molesto, aunque posiblemente no por su padre en sí, pues momentos antes habló con orgullo al decir su nombre.
—Bueno… supongo que puedo —sonrió—. No tengo mucho qué hacer después de mi empleo…
Jordan sacó su celular— dame tu número y te marco en cuanto me desocupe, para ponernos de acuerdo.
El pelinegro sonrió y accedió, después de todo hablar con alguien sobre su pasión, era algo que pocas veces tenía oportunidad
A las ocho en punto, Osvaldo estaba saliendo de su empleo cuando recibió una llamada; algo poco común para él, pues no tenía mucha vida social. Al ver la pantalla de su celular, sonrió automáticamente; era Jordan, justo como le había dicho, aunque toda la tarde pensó que había sido una broma.
—¿Si? —dijo con algo de ilusión en su voz.
—“Hola, ¿ya saliste de tu empleo?”
—Sí, acabo de salir —confesó—. Estaba por tomar el transporte a mi casa…
—“¿Transporte? ¿Por qué, si te estoy esperando?”
—¿Esperando? —levantó una ceja, confundido—. ¿Dónde?
—Aquí…
La voz tras su espalda sorprendió al pelinegro, quien se giró de inmediato y puso un gesto de susto e incredulidad, mientras sus mejillas se teñían de rojo casi de inmediato; el ojiverde le sonrió al momento que colgaba la llamada.
—¿Creíste que no iba a venir? —se burló—. Pues te equivocaste, siempre que alguien me interesa, muevo todo para dejar las cosas a mi favor y lamentablemente para ti, tú me interesas —dijo con seguridad—. Por eso, Phillip se encargó de investigar sobre tu trabajo y tengo veinte minutos esperándote —le guiñó un ojo coquetamente.
Osvaldo quiso decir algo, pero se había quedado sin voz, su cerebro no reaccionaba y sentía una sensación extraña en la boca de su estómago, casi como mariposas.
—Vamos… —Jordan le ofreció la mano—. Premos a cenar…
Osvaldo asintió, aceptó la mano, depositando la suya con sumisión y el rubio se inclinó, besando los dedos con suavidad.
—Tienes las manos frías —musitó el mayor—, pero no te preocupes, si tú lo deseas, yo puedo mantenerte caliente…
El ojigrís sintió que su corazón daba un vuelco, ¿acaso esa era una proposición indecorosa? No, realmente era una sentencia de lo que iba a ocurrir, pero los ojos de Jordan le decían que todo dependería de lo que él quisiera, aunque estaba plenamente seguro, que no se negaría.
Después de la cena, Jordan invitó a Osvaldo al departamento que rentaba; le comentó que iba a pasar todo el mes de diciembre en esa ciudad y no quería quedarse con su familia.
El ojigris no pudo poner objeciones, había caído bajo el encanto de ese hombre, quien durante toda la cena lo envolvió en su mundo mágico, lleno de acordes, música e ilusiones; pero no era el único, pues el mayor se mostraba sumamente interesado en el otro, en su manera de ver la vida a través de la música, se sentía completamente cautivado por ese hombre que para él, era como un niño. Ambos se atraían uno en el otro y sus ojos brillaban con solo mirarse; tal parecía que se habían enamorado de manera inmediata, con tan solo verse ese mismo día, en el centro comercial y en ese instante, solo confirmaban la sospecha que ambos habían tenido el resto de la tarde, su emoción era inmensa, tanto que no podían contenerse.
El primer beso se lo dieron cuando entraron al departamento, mismo que carecía de muchos muebles. El rubio besó con pasión al menor quien le respondió con algo de torpeza, consiguiendo que se alejara algo contrariado.
—Pareces inexperto —dijo con diversión el ojiverde.
—Es que… lo soy… —confesó Osvaldo desviando la mirada.
Jordan se sorprendió por esas palabras, pues no se imaginaba que su compañero no tuviese experiencia, al menos no en un simple beso, pero al instante sonrió condescendiente, le parecía adorable tomar la primera vez del menor en todos los sentidos e iba a asegurarse de tratarlo de la forma más delicada posible.
—Está bien —depositó un beso más tranquilo en los labios sonrosados—. Lo haremos despacio… —sus manos recorrieron la espalda del pelinegro, consiguiendo estremecerlo—. Lento… —susurró contra la piel—. Suave… —su aliento tibio le provocó un escalofrío al otro, quien se aferró a su ropa con desespero—. Prometo que no te haré daño…
Con esas palabras, el ojigris sintió que el mundo desaparecía a su alrededor, concentrandose solo y completamente en Jordan.
Entre besos y caricias superficiales, el rubio lo guió a la alcoba; cuándo estuvieron al lado de la cama, el ojiverde se esmeró en tratarlo con la delicadeza que jamás tuvo con otras personas que compartieron su lecho. Sus manos desvistieron el cuerpo del menor con sumo cuidado, acariciando la piel que dejaba expuesta con las yemas de sus dedos, venerándolo en cada toque y repartiendo besos en los hombros y cuello, contando los lunares que descubría, grabándolos en su mente; ese joven que había descubierto ese mismo día, se había adueñado de su mente y corazón en unas cuantas horas y deseaba mantenerlo a su lado, rindiéndose y entregándose a él, como jamás lo había hecho con nadie más.
—Eres perfecto… —susurró contra la piel del cuello, al desnudarlo por completo.
Osvaldo se mordió el labio, cerró los parpados y sus manos temblaron al moverse para abrazarlo, pues se había mantenido como estatua, temeroso, nervioso; no sabía qué hacer, ni cómo actuar, no sabía qué ocurriría, pero en el fondo, lo ansiaba.
El rubio depositó a su pareja en la cama, buscando su completa comodidad; se recostó sobre él y siguió repartiendo besos en el rostro y cuello, deteniéndose solo por momentos, para desnudarse con presteza.
Al quedar completamente desnudo también, el roce de los cuerpos fue completo. El pelinegro se estremeció y un gemido escapó desde su garganta, especialmente al sentir su sexo erecto, rozando el de Jordan.
—Tranquilo… —musitó el mayor en el oído del otro—. Primero debemos conocernos —sonrió divertido—. Tócame —pidió.
Esa indicación consiguió que Osvaldo se sobresaltara y entreabriera los parpados, buscando la mirada turquesa— ¿qué? —preguntó en un débil murmullo.
—Tócame —repitió el rubio con ansiedad, empezando a mover la cadera, para que el miembro de ambos se estimulara mutuamente.
El ojigris siguió la indicación, aunque titubeó al principio; sus manos se movieron con lentitud, acariciando los costados del mayor. Los delgados dedos rozaron la piel, con la misma delicadeza que tocaba las teclas del piano, pero con mayor ansiedad, tratando de reconocer todo lo que alcanzaba; Jordan disfrutó esos toques y se inclinó a besar los labios de su pareja, lentamente, permitiendo que se acostumbrara a la situación y poco a poco, ahondó la caricia, introduciendo la lengua, logrando que el menor le correspondiera, empezando a gemir y su cuerpo reaccionó instintivamente, ondulándose con deseo.
Jordan permitió que Osvaldo se dejara llevar por el momento, no quería apresurar la situación, sabiendo que sería su primera vez, quería que lo disfrutara.
Las caricias empezaron a subir de intensidad, las manos del menor se movían, buscando la manera de conocer ese cuerpo perfecto que tenía sobre el suyo, delineando cada musculo y grabándolo en su mente; poco a poco se atrevió a repartir besos en la piel que tenía cerca, hombros, cuello, barbilla. El rubio se sintió complacido y volvió a besarlo antes de descender por el cuerpo del ojigris.
La lengua de Jordan humedeció a piel, dejó una estela de saliva, que bajó desde la barbilla, hasta el vientre plano, pasando por los pezones erectos y hurgando dentro del ombligo, antes de estimular con su boca el sexo erecto que se alzaba en busca de atenciones. Osvaldo sintió la tibieza envolverlo y la lengua suave estimularle; gimió, se aferró a las sábanas y todos los músculos de su cuerpo se contrajeron.
El ojiverde sonrió en medio de su trabajo, jamás le había tocado estar con un virgen, aunque bien sabía que la primera vez siempre era rápida, pues eran sensaciones que apenas se experimentaban. Disfrutó el sabor de Osvaldo y se alejó un poco, dejándolo respirar, mientras él buscaba algunas cosas en el buró; sacó un botecito de lubricante y un condón, pero una idea perversa se adueñó de él. Sabía que era un hombre sano en todo sentido y si Osvaldo era virgen, obviamente no tenía enfermedades, por tanto, se arriesgaría, además, ese chico que ahora estaba en su cama, le gustaba demasiado, tanto, que podía decir abiertamente que finalmente se había enamorado.
Osvaldo estaba recuperando el aliento, cuando el mayor se acercó, abriéndole las piernas con lentitud y colocándose entre ellas; buscó la mirada turquesa al sentir una mano traviesa entre sus nalgas. Las mejillas del pelinegro se tiñeron de rojo y se estremeció, pero no pudo objetar; Jordan se inclinó y volvió a besarlo en los labios, para callar cualquier réplica y poder introducir un dedo.
El gemido se ahogó en medio del beso, mientras el menor movió las manos hacia atrás, apretando las almohadas en sus manos.
Jordan se alejó un momento de los labios de su amante y le sonrió— trataré de que no te duela —prometió.
El labio inferior de Osvaldo tembló, pero asintió sumisamente; a pesar de lo extraño que era para él, pues jamás se había imaginado en ninguna relación y mucho menos homosexual, le gustaba el trato que estaba recibiendo.
Un dedo se abrió paso con suma dificultad y el ojigris se tensó, mordió su labio y apretó los parpados.
—Relájate… —musitó el mayor, sintiendo que el deseo empezaba a adueñarse de él, de solo imaginar lo que sentiría al invadirlo.
Osvaldo se removió inquieto; quería poder obedecer al rubio pero era imposible, no sabía lo que ocurría, le parecía extraño sentir el dedo moverse en su interior, pero a la vez, le gustaba. Poco a poco empezó a gemir, disfrutando, sus piernas rozaron los costados del mayor, mientras su espalda se arqueaba y el ojiverde aprovechó para introducir un segundo dedo, a la par que su mano libre estimulaba el miembro de su pareja, que empezaba a despertar de nuevo.
Rápidamente el pelinegro se perdió en la emoción, el deseo y el placer que sentía; un tercer dígito entro y en los movimientos, sintió una especie de corriente eléctrica que lo recorrió por completo, justo cuando rozaron un punto en su interior y el grito que escapó de su garganta retumbó en la habitación.
Jordan no pudo contenerse más; retiró los dedos del interior de su amante y lo sujetó por la cadera, acomodando la punta de su miembro erecto en la entrada. Se inclinó dejando las manos a los costados de la cabeza de su pareja y le sonrió.
—Tal vez duela al principio —anunció—, pero después, te gustara —aseguró—. Prometo que me esmeraré para que así sea…
Osvaldo sonrió confiado, por alguna razón, el gesto que el otro tenía le daba seguridad, una sensación que no había sentido con otra persona jamás.
Un beso los unió, mientras Jordan ingresaba en el cuerpo virginal.
El pelinegro gimió, lo abrazó y ejerció presión con sus dedos en la piel; le dolía, sí, pero no quería que se detuviera. El rubio tardó un momento en ingresar por completo, algo que para ambos fue una eternidad; se detenía al más mínimo signo de dolor en el rostro del menor y aguantaba el deseo de penetrarlo con fuerza, solo para no lastimarlo. Realmente quería hacerle el amor, que lo disfrutara y que deseara volver a hacerlo con él, el resto de su vida.
El ojigris buscó los labios de su amante y lo besó, en esa ocasión, como había aprendido esa misma noche, pero con mayor deseo, dejándose llevar por la emoción que sentía. El rubio se dio cuenta que estaba listo y empezó a moverse, primero lento, para que el cuerpo que lo recibía, se acostumbrara a él.
Poco a poco la pasión se desbordó, Osvaldo empezó a gemir con más fuerza, pidiendo más; Jordan lo besaba y acariciaba mientras lo penetraba, sintiéndose completamente dichoso por estar con ese joven, que si bien no había conocido antes, ahora era al único al que podía querer a su lado. A pesar de la inexperiencia del menor, le correspondía con intensidad al otro cada que cambiaban de pose, se dejaba mover al gusto del rubio y le permitía hacer con su cuerpo lo que deseara, pues disfrutaba de todo lo que sentía.
Ambos giraron en la cama y fue Osvaldo quien quedó sobre el cuerpo del mayor; instintivamente se incorporó y empezó a mover su cadera con desespero, disfrutando de ese acto como jamás lo había hecho con ningún otro. Nunca imaginó que hacer el amor fuese tan maravilloso y quería corresponder el cariño y cuidado que había recibido por parte del rubio; sus ojos estaban empañados pero su rostro solo reflejaba el placer que sentía.
En medio de la vorágine de emociones, se inclinó, besó a Jordan con devoción y dijo lo que su corazón le dictaba— ¡te amo! —sentenció sin duda.
El ojiverde tardó un momento en reaccionar, pero su corazón dio un vuelco al entender lo que el otro le había dicho; se dio cuenta que Osvaldo sentía lo mismo que él y no podía ser más dichoso. Se incorporó, sentándose en el colchón y abrazó al menor, sujetándolo por las nalgas para moverlo él.
—Kocham cię —musitó el rubio entre besos.
Osvaldo no entendió, pero no se puso a indagar en ese momento, él quería terminar, quería llegar al orgasmo y quería que Jordan lo hiciera también, pero temía que si lo hacía, quedaría sin fuerzas para complacer a su pareja, por ello, intentó detenerse, más el otro seguía moviéndolo a su antojo.
—De… ten… —mordió el hombro del mayor, tratando de contenerse, sin conseguirlo, el orgasmo lo sorprendió y su semen se regó entre el cuerpo de ambos.
Jordan se detuvo por la petición del otro, aunque él también sentía que estaba por terminar, pero al sentir un estremecimiento inusual en el delgado cuerpo se asustó.
—¡¿Te lastimé?! —preguntó sin moverlo más, para no dañarlo
—No… —un sollozo lo interrumpió—. Es que… terminé… —dijo con vergüenza, ocultando el rostro en el cuello del rubio—. Y tú no…
Al ojiverde le parecieron unas palabras encantadoras, el pelinegro se sentía mal por haber llegado al orgasmo y que él no lo hiciera.
—Yo ya casi termino… —confesó—. ¿Puedo seguir? —indagó con precaución, mientras restregaba su rostro contra el cabello negro, pues tampoco quería presionarlo.
—Sí… —Osvaldo exhaló un suspiro, casi con alivio—. Sigue… —pidió—. Hazlo, hasta que termines…
Jordan se movió, llevando el cuerpo de su pareja con él y dejándolo contra la cama una vez más, volviendo a moverse a un ritmo más salvaje; el cuerpo del ojigris se movía al compás del vaivén que el otro imponía, pero una delicada sonrisa adornaba sus labios, disfrutando el momento, aunque su cuerpo le exigía que descansara.
—Osvaldo… —Jordan buscó la mirada gris—. Quiero hacerlo… —dijo con dificultad—. Dentro de ti… quiero terminar dentro… déjame hacerlo…
El pelinegro no entendía el por qué le pedía permiso, pero asintió sumisamente, consiguiendo que el mayor se emocionara aún más. Sin demorarse, el ojiverde hundió el rostro en el cuello del menor y mordió la piel sin imprimir mucha fuerza, solo para ahogar el gemido de satisfacción que lo invadió al depositar su semilla en el interior de su pareja, sintiéndose sumamente dichoso al hacerlo, pues jamás lo había hecho con alguien. Osvaldo sintió la tibieza del semen y gozó la sensación de sentir su vientre expandirse, era algo que no había imaginado, pero ahora, le parecía maravilloso.
Ambos tardaron unos minutos en reponerse, pero mientras tanto, Jordan repartía besos en la piel que alcanzaba; sus manos rozaban con veneración el cuerpo que aún estaba bajo el suyo el cual sentía que le pertenecía como ningún otro y por si fuera poco, era un joven que realmente lo había cautivado en todo sentido.
—Descansa —musitó el rubio al notar que el otro dormitaba en su lecho—. Mañana podremos hablar más…
A las nueve de la mañana, el celular de Osvaldo se escuchó; era la alarma que ponía todos los días, incluyendo los domingos, para poder limpiar su casa. Se removió en la cama y estiró la mano hacia el buró, en busca del aparato para silenciarlo, pero no lo encontró; en ese momento se incorporó un poco y cuando sus ojos se abrieron, al notar que no estaba en su alcoba se asustó, pero poco a poco, los recuerdos llegaron a su mente con rapidez.
—¿Jordan? —dijo confundido, pero nadie respondió, estaba solo en el lugar.
En uno de los buró, estaba su celular y se apresuró a apagarlo, pero fue en ese momento que se dio cuenta que había un sobre. Lo abrió y sacó una nota escrita a mano, leyendo de inmediato el mensaje.
“Mi amor, tuve que salir temprano. No sé si pueda volver para desayunar, pues mi padre llegará a la ciudad, aun así,
Phillip se encargará de llevarte a tu casa, pero no te preocupes, te marcaré en el transcurso del día…
Kocham cię…”
Atte: J.J.
Phillip se encargará de llevarte a tu casa, pero no te preocupes, te marcaré en el transcurso del día…
Kocham cię…”
Atte: J.J.
Las mejillas de Osvaldo se habían teñido de rojo desde la primera frase y su corazón se había acelerado.
«¿Esto es amor?... » se preguntó emocionado, pues nunca se lo había imaginado de esa manera, «sí, lo es…» se respondió a sí mismo.
Guardó la nota en el sobre, después, buscó su ropa y fue al baño a asearse antes de cambiarse; debía volver a su casa.
Al salir de la habitación, se dio cuenta que el departamento no tenía muebles, de hecho, lo único que había en la estancia era un sofá, una mesita que parecía más un taburete y un hermoso piano de cola en color blanco. Su curiosidad pudo más y antes de ir a la puerta, caminó hacia el instrumento; sus dedos recorrieron la superficie con sumo cuidado y se sentó frente a él, levantando la tapa. Sus dedos acariciaron las teclas y poco a poco, la melodía empezó a fluir; una canción alegre, perfecta para reflejar sus sentimientos en ese momento.
Varios minutos después, terminó la interpretación y unas palmadas retumbaron en el lugar, logrando que el pelinegro se sobresaltara y se incorporara de un salto.
—¡Realmente tocas muy bien! —dijo el castaño, acomodando sus lentes—. Ahora entiendo porque Jordan está prendado de ti —sonrió cómplice.
—Yo… ah…
—Soy Phillip Kirchner —el recién llegado se acercó al menor y extendió la mano—. Soy el representante de Jordan y hasta la fecha, su único y mejor amigo —rió.
—Ah… Osvaldo Altamira —se presentó el ojigris aceptando la mano del otro de manera nerviosa —. Soy… ah…
—Eres la pareja de Jordan —anunció el de lentes, consiguiendo que Osvaldo se asustara—. ¿Te sorprende? —preguntó con algo de incredulidad—. Él me lo dijo en la mañana, cuando me pidió que te cuidara —confesó— y debo decir que es la primera vez que lo veo tan feliz, así que, debo agradecerte eso —dijo con total sinceridad—. Bien, ¿a dónde quieres que te lleve?
—A mi… a mi casa, por favor…
—Vamos…
Phillip guió al pelinegro a la salida— yo rento aquí mismo —señaló la puerta frente a ese departamento—, debo estar al pendiente de Jordan todo el tiempo —dijo divertido—, pero por primera vez en mucho tiempo, fue iniciativa suya ir a recibir a su padre —suspiró—. Lo has hecho feliz y olvidarse de algunas tonterías, no sé cómo pagártelo…
—Él también me hizo feliz —confesó el menor, sonriendo ilusionado.
Phillip se sintió complacido, pues imaginó que el joven que había dormido con su amigo, solo quería pasar una noche de aventura, pero al ver su semblante, entendió que el amor que Jordan sentía era recíproco y eso lo hacía sentir tranquilo.
«¿Esto es amor?... » se preguntó emocionado, pues nunca se lo había imaginado de esa manera, «sí, lo es…» se respondió a sí mismo.
Guardó la nota en el sobre, después, buscó su ropa y fue al baño a asearse antes de cambiarse; debía volver a su casa.
Al salir de la habitación, se dio cuenta que el departamento no tenía muebles, de hecho, lo único que había en la estancia era un sofá, una mesita que parecía más un taburete y un hermoso piano de cola en color blanco. Su curiosidad pudo más y antes de ir a la puerta, caminó hacia el instrumento; sus dedos recorrieron la superficie con sumo cuidado y se sentó frente a él, levantando la tapa. Sus dedos acariciaron las teclas y poco a poco, la melodía empezó a fluir; una canción alegre, perfecta para reflejar sus sentimientos en ese momento.
Varios minutos después, terminó la interpretación y unas palmadas retumbaron en el lugar, logrando que el pelinegro se sobresaltara y se incorporara de un salto.
—¡Realmente tocas muy bien! —dijo el castaño, acomodando sus lentes—. Ahora entiendo porque Jordan está prendado de ti —sonrió cómplice.
—Yo… ah…
—Soy Phillip Kirchner —el recién llegado se acercó al menor y extendió la mano—. Soy el representante de Jordan y hasta la fecha, su único y mejor amigo —rió.
—Ah… Osvaldo Altamira —se presentó el ojigris aceptando la mano del otro de manera nerviosa —. Soy… ah…
—Eres la pareja de Jordan —anunció el de lentes, consiguiendo que Osvaldo se asustara—. ¿Te sorprende? —preguntó con algo de incredulidad—. Él me lo dijo en la mañana, cuando me pidió que te cuidara —confesó— y debo decir que es la primera vez que lo veo tan feliz, así que, debo agradecerte eso —dijo con total sinceridad—. Bien, ¿a dónde quieres que te lleve?
—A mi… a mi casa, por favor…
—Vamos…
Phillip guió al pelinegro a la salida— yo rento aquí mismo —señaló la puerta frente a ese departamento—, debo estar al pendiente de Jordan todo el tiempo —dijo divertido—, pero por primera vez en mucho tiempo, fue iniciativa suya ir a recibir a su padre —suspiró—. Lo has hecho feliz y olvidarse de algunas tonterías, no sé cómo pagártelo…
—Él también me hizo feliz —confesó el menor, sonriendo ilusionado.
Phillip se sintió complacido, pues imaginó que el joven que había dormido con su amigo, solo quería pasar una noche de aventura, pero al ver su semblante, entendió que el amor que Jordan sentía era recíproco y eso lo hacía sentir tranquilo.
La pareja pasó una semana llena de cariño y amor, desbordando el sentimiento que ambos sentían uno por el otro; Osvaldo se quedó algunos días en el departamento del mayor, después de salir de su empleo y se amaban hasta el amanecer, pues día a día, se entregaban con mayor intensidad.
El veintitrés de diciembre Jordan llamó a Osvaldo para volver a pasar la noche juntos; la intención del rubio era presentarle a su familia lo antes posible, pero su padre tenía unos compromisos y decidió esperar hasta la cena de noche buena, para hacer la presentación más formal.
La pareja cenó en el departamento, a solas, ya que al día siguiente irían a la casa de los abuelos del ojiverde, dónde el pelinegro conocería a Dariuz y toda la familia se prepararía para la cena navideña.
Después de cenar, Jordan interpretó una canción en el piano para su pareja; ambos estaban sentados en el asiento del piano, bebiendo champagne, aunque Osvaldo al principio se había negado, pues no gustaba de beber alcohol.
—¿Sabes…? —Jordan lo abrazó—. Me gustaría que me acompañaras a un concierto, empezando el año —bebió un sorbo de su copa—, ¿te gustaría?
El ojigris estaba recargado contra su pareja y sonrió— me encantaría… —musitó ilusionado, aunque sabía que eso era muy difícil.
—¡Te pagaría! —dijo el mayor con diversión—. Pero me gustaría que tocaras una pieza tu solito, para darte a conocer —besó el cabello negro con amor—. Sería mejor una pieza inédita, pero, supongo que cualquiera podría ser, ¿tú que dices?
Osvaldo rió— una pieza inédita es imposible —suspiró—, no soy compositor…
—Puedes intentarlo, sé que lo harías bien…
El ojigris bebió un sorbo a su copa y suspiró, luego una idea llegó a su mente— aunque, creo que tengo una, pero no está terminada —sentenció.
—¿De verdad?
—¡Sí! —asintió—. ¿Quieres oírla?
—¡Por supuesto! —se puso de pie dejándole el espacio completamente libre—. Pero dame un momento, voy por algo a la habitación y vuelvo.
—Está bien…
Osvaldo empezó a revisar las teclas; sabía que el piano estaba afinado, pues Jordan lo acababa de usar, pero era una costumbre para él. El rubio volvió momentos después y se recargó a un lado del piano, sonreía emocionado.
—Anda, ¡toca! Que tengo algo que decirte después…
—Bueno…
El menor dejó la copa de champagne sobre el piano y empezó con la interpretación.
Se sabía la canción de memoria y por momentos cerraba los parpados, dejándose llevar por la música. Tardó un poco en terminar la canción y cuando lo hizo suspiró; le había recordado a su maestro y además, tenía mucho que no tocaba esa canción hasta el final, o al menos hasta donde estaba escrita.
—¿Qué te pareció? —preguntó con una sonrisa triste.
Jordan no respondió, su mirada estaba fija en él y Osvaldo sintió un escalofrío, jamás había visto ese semblante tan sombrío en su pareja.
—¿Quién te enseñó esa pieza? —preguntó con voz grave.
El tono de voz que el rubio usó, hizo temblar al menor— ¿por qué? —preguntó con algo de miedo.
—¡Responde!
—Mi maestro… —respondió temeroso—. Mi maestro y tutor, Joan Salvatierra —especificó.
Los ojos turquesa se abrieron con sorpresa— tu… ¿Tutor…? ¡¿Conociste a Joan Salvatierra?! ¡¿Lo conoces?! —su voz sonaba contrariada.
—Lo conocí hace años, ya falleció —respondió confundido—. Pero él fue quien me apoyó para estudiar música, fue mi maestro, me quería mucho, incluso, viví algunas temporadas en su casa, especialmente sus últimos años de vida —sonrió tristemente, pero un dolor inmenso lo hizo gritar y alejar las manos del piano, con mucha dificultad.
Jordan había cerrado la tapadera de las teclas con fuerza, lastimando los dedos de Osvaldo sin consideración, quien empezó a llorar desconsolado, antes de terminar en el piso, junto con el banquillo, por un golpe en la mejilla que recibió del rubio.
—¡¿Qué te pasa?! —preguntó el pelinegro entre sollozos, sin comprender la situación.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —siseó el ojiverde, mirándolo con desprecio—. ¡Me mentiste! —sentenció sin dejar lugar a dudas.
—¡Jamás te he mentido! —alegó el menor—. No sé qué pasa, ¡no sé por qué me tratas así! —intentó incorporarse, pero no podía sostenerse con sus manos, le dolían y por eso no dejaba de llorar, pues sus manos eran sagradas para él.
La sonrisa cruel de Jordan hizo estremecer al ojigris— ¿cómo pude ser tan estúpido? —se preguntó con desagrado, confundiendo más a su pareja—. Creí de verdad que eras puro cuando te conocí, pero seguramente ¡fuiste amante de ese sujeto antes! —espetó lanzando la copa de champagne al piso, cerca del otro—. ¡Por eso fue tan sencillo llevarte a la cama! —el dolor y la decepción se hicieron presentes en su voz—. ¡Supiste envolverme muy bien con una falsa inocencia!
—¡Nunca tuve que ver con mi maestro! —se defendió el pelinegro, no entendía cuál era el problema, ni se imaginaba cómo Jordan conocía a su mentor, pero él no le había mentido en nada al rubio y le dolía que pensara de otra manera—. Te lo juro, amor, yo…
Un nuevo golpe consiguió que Osvaldo guardara silencio, el ojiverde le había dado una patada en el rostro y cayó hacia atrás, le había partido el labio. El menor se hizo un ovillo quejándose por el dolor; un golpe en su estómago le hizo devolver el líquido que había bebido momentos antes.
Jordan lo pateó con fuerza un par de veces más y después, se sentó sobre el delgado cuerpo que se estremecía por los sollozos; lo miró al rostro y Osvaldo se aterrorizó al ver que los ojos verdes estaban llenos de un odio y rencor que no se había imaginado que existiera.
—Ese hombre no pudo haberte ayudado si tú no le diste algo a cambio —aseguró con frialdad—. Ese sujeto fue un bastardo en su juventud y no creo que haya cambiado —forzó una risa—, ¡tú fuiste su puta! —insultó con desprecio—. Y me engañaste con gestos falsos disfrazados de ternura, inocencia ¡y amor! —apretó sus mandíbulas rechinando los dientes—. Querías engañarme como tu maestro engañó a mi padre, ¡¿es eso?! —el grito hizo temblar aún más a Osvaldo—. Aprendiste muy bien de tu mentor —se burló—, ¡pero hasta aquí llega tu juego!
—¿De qué hablas? —preguntó el ojigris.
Una bofetada fue la respuesta del otro— si es cierto que Joan Salvatierra murió, entonces, me vengaré contigo…
—Jordan… —el miedo invadió a Osvaldo, pues los ojos verdes destellaban con ira y coraje.
El rubio desgarró la ropa del menor.
En esa ocasión no hubo caricias, no hubo cuidado ni preparaciones, no hubo palabras dulces, ni los roces y cariños que se daban antes de entregarse mutuamente; todo se había esfumado y parecían haber sido un sueño para Osvaldo, quien conoció otra forma de dolor. Jordan lo golpeó, humilló e insultó durante ese acto en el que obligó a su pareja a denigrarse, desgarrándolo por dentro al penetrarlo sin cuidado, le mordió la piel con saña, obteniendo sangre de las heridas; pero lo peor para el ojigris, fue al final.
Después de ensuciarlo y lastimarlo, el rubio pisó con fuerza una de las manos del menor, quien gritó al ver su mano derecha en tan mal estado, mientras que la izquierda recibió un corte profundo con el cristal de la copa que antes se había roto cerca.
Jordan levantó al otro por el cabello sin miramientos, sin importarle el doloroso llanto que bañaba el rostro lastimado de aquel, a quien le había prometido que jamás lastimaría.
—¡Te quiero lejos de mi vida! —siseó—. Y espero que tu maestro se esté revolcando en el infierno, sufriendo aún más de saber que su ex amante ¡ha pasado por esto!
El rubio arrastró a Osvaldo por el cabello y lo lanzó fuera del departamento.
—Espero que pases una feliz navidad —dijo con sarcasmo, cerrando con fuerza la puerta.
El ojigris lloraba desconsolado, no podía moverse, le dolía el cuerpo pero lo que más le dolía en ese momento, no era solo eso o sus manos, sino su corazón, que parecía haberse roto en mil pedazos. Él amaba a Jordan y había pensado que era mutuo, pero no entendía el por qué había pasado eso.
Quería irse, quería huir, escapar de ahí y tratar de olvidar, pero su cuerpo no le respondía, así que se arrastró con dificultad hasta el departamento de enfrente; aun en medio del llanto, golpeó la puerta con su pie llamando al inquilino, pues no podía usar sus manos.
—Phillip… —dijo con voz entrecortada— ¡Phillip! —repitió con desespero, a pesar de que su voz era demasiado débil.
—¡Voy! —escuchó la voz al otro lado, parecía molesto—. Ya voy, ¿qué no puedo pasar unos días de víspera de navidad con tran…?
La palabra se quedó a medias, cuando abrió la puerta y encontró en el piso al pelinegro.
—¡Osvaldo! —se hincó al lado del menor y trató de moverlo, pero se dio cuenta las heridas que tenía—. ¡¿Qué ocurrió?! —el terror se hizo presente en su rostro, imaginando lo peor—. ¡¿Dónde está Jordan?!
—Ayúdame… —imploró el ojigris—. Por favor… —suplicó a media voz—. Aléjame de él… —pidió antes de perder el conocimiento.
Osvaldo despertó en una habitación que no conocía; se encontraba mareado, confundido y le dolía el cuerpo. Su mano derecha tenía una férula, mientras que la izquierda solo estaba vendada; su rostro tenía algunos golpes y tenía un par de puntadas en su labio.
—¿Cómo te sientes?
La voz hizo estremecer al pelinegro, pero al ver que se trataba de Phillip respiró más tranquilo.
—¿Dónde estoy? —preguntó el ojigris a media voz, su boca estaba seca.
—En el hospital —respondió el otro con una sonrisa condescendiente y acercándose hasta la cama, sirvió un poco de agua y colocó una pajita en el vaso, para acercarlo a la boca del menor—. Bebe, seguramente tienes sed…
Osvaldo bebió un poco, solo para que su boca no estuviera reseca; Phillip dejó el vaso a un lado y después de acomodar sus lentes, suspiró.
—¿Qué ocurrió? —preguntó el castaño con seriedad.
El pelinegro guardó silencio un momento, luego, los recuerdos volvieron a su mente, consiguiendo que sus ojos se humedecieran y empezara a sollozar— no lo sé…
—Osvaldo —la mano del otro acarició la mano vendada, pero tenía un gesto serio—. ¿Esto te lo hizo Jordan? —preguntó con voz grave.
El labio inferior del menor tembló, no podía admitir eso, tenía miedo.
—¡Respóndeme! —insistió el otro, un tanto desesperado—. Anoche no salió de su departamento cuando lo llamé, no sé siquiera si está ahí y no tengo llave, pues no me la dejó en esta ocasión, necesito saber qué ocurrió, si debo ir a buscarlo o ¡¿qué?! —dijo con ansiedad.
—No sé qué paso… —Osvaldo empezó a llorar con mucho sentimiento—. Él se volvió loco —aseguró—. ¡No sé qué pasó! —repitió desesperado—. Solo sé… que tiene que ver con mi maestro…
—¿Tu maestro? —el mayor frunció el ceño, no comprendía.
—Joan… Joan Salvatierra —dijo el nombre con algo de confusión, pues su mente aun no asimilaba lo qué había ocurrido solo por decir ese nombre—. Cree que tuve algo que ver con él, ¡pero no es cierto! —lloró amargamente—. Jamás había estado con nadie antes, ¡te lo juro, Phillip!
Phillip se conmovió de ver ese rostro tan afligido, era obvio que le decía la verdad, pero él sabía que no era solo por esa idea la actitud de su amigo. Pasó la mano por su barba y respiró profundamente— entonces, esto te lo hizo Jordan —dijo con total seguridad, decepcionado.
En el fondo, el castaño había querido pensar que no había sido su amigo, se aferró a una idea loca, de que había ocurrido algo más, quizá un asalto o algo que, aunque sonaba una idea descabellada, le daba la esperanza de que Jordan no se había atrevido a hacer algo tan cruel con su pareja, pero ahora no había duda.
—Osvaldo… —respiró profundo, tenía que seguir sus principios, a pesar de todo, aunque eso significara hundir a su mejor amigo—. Tienes que denunciarlo…
El pelinegro apretó los parpados, giró el rostro y empezó a llorar con más fuerza— no puedo…
—¡¿Por qué no?! —los ojos azules de Phillip se abrieron con sorpresa al escuchar eso.
—Si lo denuncio, su carrera, su vida… ¡todo lo perdería! —su voz se quebró—. No puedo hacerle eso a él…
—Pero, Osvaldo… ¡mira lo que te hizo!
—¿Acaso no es tu amigo? —preguntó el menor con dolor.
—Lo es, pero ha actuado mal y ¡no puede quedar impune! —sentenció el otro.
—No puedo hacerle eso —el ojigrís sonrió con tristeza—. Además, yo no soy nadie, no importa —respiró profundamente—. No volveré a verlo de todas maneras…
Phillip quiso decir algo más, pero sabía que no iba a poder hacer cambiar de opinión a Osvaldo; durante una semana él había presenciado la relación que tenía con Jordan, había visto amor y una completa devoción en esos ojos grises, por su mejor amigo, pero no sabía si debía dejar pasar eso que había ocurrido.
—Piénsalo —pidió—. Decidas lo que decidas, ¡te apoyaré! —aseguró—. Yo… debo ir a hablar con él…
Phillip llegó al edificio casi a medio día; iba fúrico y llegó al piso que habitaba, pero golpeó la puerta del departamento de enfrente con fuerza.
—¡Jordan! —gritó el nombre de su amigo con ira—. ¡Abre la maldita puerta! ¡Sé que estás ahí! —pero no recibió respuesta—. ¡Jordan!
Cansado del silencio, Phillip no se contuvo más y pateó la puerta con fuerza varias veces; la parte del picaporte se quebró y pudo abrirla.
Al entrar, encontró varios vidrios rotos en el piso, de copas y una botella; el banquillo del piano estaba quebrado y el mismo instrumento mostraba señas de que fue golpeado con fuerza. El temor se apoderó del castaño, pensando que su amigo, fuera de sí, había cometido alguna locura y corrió a la recámara, encontrando al rubio, sentado en el piso, recargado contra la cama, con un trozo de tela en su mano derecha, que pertenecía a la camisa que Osvaldo había usado la noche anterior y en la izquierda, sujetaba con fuerza una pequeña cajita; sus ojos verdes estaban opacos, sin vida, mientras tenía la mirada perdida.
—¡Jordan! —Phillip corrió hasta él y se acuclilló a su lado, constatando que estaba bien—. ¡¿por qué demonios no respondes?!
Al no obtener ninguna reacción del rubio, lo sujetó de la camisa y lo sacudió.
—¡¿Qué diablos hiciste, Jordan?! ¡Responde!
Un gesto débil, una mueca sarcástica, un miserable intento de sonrisa fue lo único que se dibujó en los labios del ojiverde— soy un imbécil… —musitó —. Anoche… anoche le iba a pedir que se casara conmigo —una risa se ahogó en su garganta—. Pero ¡es un mentiroso! —su gesto se contorsionó—. Le perteneció a ese bastardo… ¡fue suyo antes que mío! —sus músculos se tensaron— le hubiera perdonado la mentira con cualquier otro, pero ¡no con él! ¡No con ese miserable!
—¡Ya basta, Jordan! —el castaño lo sujetó del cabello y fijó sus ojos en el otro—. ¿Él te lo dijo? ¡¿Te dijo que fue pareja de él?!
—No, pero fue su alumno —dijo entre dientes—. Le enseñó la canción de mi padre… —dijo con molestia —. ¡Su canción!
El de lentes se quedó helado ante esas palabras.
—¡¿Crees que ese sujeto lo respetó?! —prosiguió el ojiverde—. ¡¿Crees que ese hombre no le puso una mano encima?! ¡Osvaldo es un…!
Phillip no lo dejó terminar, lo golpeó en el rostro para que reaccionara.
—¡El idiota eres tú! —dijo el de lentes con molestia—. Con tu experiencia, con tu conocimiento en las relaciones, ¿crees que no te hubieses dado cuenta si Osvaldo te hubiese mentido? —reprochó con seguridad—. Lo hubieses sabido, aunque hubiese pasado mucho tiempo desde su última relación, te habrías dado cuenta que no era virgen y tú mismo me dijiste que era inocente en su forma de tratarte, ¡no seas estúpido!
—¡Estaba cegado por el amor! —se defendió el rubio—. No era objetivo en mi actitud hacia él, caí en su juego… caí… como mi padre cayó con ese sujeto…
—¡Olvídate de tu padre! —el castaño entornó los ojos—. Esto no se trata de él, ni de tu absurda venganza hacia alguien que ni siquiera conoces, ¡te lo dije hace tiempo! La situación que tu padre vivió, ¡no tiene por qué marcar tu existencia!
—¡Pero lo hizo! —Jordan empujó a su amigo—. ¡Lo hizo! —gruñó—. ¡¿crees que no sufrí por los problemas de mis padres?!
—Los hijos no tienen que pagar los errores de sus padres…
—Lamentablemente, yo los pagué —sonrió cansado— y ahora que pensé haber encontrado a la persona perfecta para mi… él lo arruinó —dejó caer la caja que tenía en la mano.
Phillip se imaginaba lo que esa caja contenía, así que miró a su amigo con tristeza— ¿él? —preguntó débilmente—. No, Jordan —negó y levantó el pequeño contenedor—. Fuiste tú, porque estoy seguro que Osvaldo es inocente de lo que dices, pero en tu afán de encontrar culpables, no te diste cuenta y es muy tarde para ambos —dejó la cajita en la cama—. Piénsalo, hermano —suspiró y se puso de pie—- solo, piénsalo…
El castaño caminó a la salida, era momento de hablar con alguien más.
La hora de visita se había terminado tiempo atrás, ya había oscurecido e incluso, el frío se había acentuado, pues esperaban que esa noche buena, nevara en la ciudad; Osvaldo miraba hacia la ventana de su habitación, con la cena frente a él, intacta, no porque no pudiera comerla, pues aun con dolor, podía mover su mano izquierda, sino porque no tenía hambre.
—¿No ha cenado? —indagó la enfermera al ir a revisar el medicamento.
—No tengo hambre —respondió el pelinegro sin mucho ánimo.
—Pero tiene que comer, de lo contrario no se va a recuperar —sonrió ella condescendiente y cambió el suero—. En un momento más vendrán por la charola, así que, apresúrese o me veré en la necesidad de obligarlo a comer, porque así, no lo van a dar de alta mañana…
El ojigris asintió, pero hizo caso omiso a la indicación; cuando la enfermera salió, él suspiró y volvió a perderse en sus pensamientos.
—No importa lo que me pase —dijo con debilidad y un par de lágrimas escaparon de sus ojos, le dolían las heridas, pero le dolía más que Jordan lo hubiese lastimado, cuando le había prometido que no lo haría.
Con el tenedor, movió la comida de lugar, pero ni siquiera la probó. En ese momento, la puerta se abrió; Osvaldo levantó el rostro y observó a Phillip entrar, tras él, un hombre mayor, de cabello completamente cano, con ojos grises, también entró, alguien que le parecía familiar.
—¿Cómo te sientes? —preguntó el de barba.
—Mejor… —mintió el pelinegro.
Phillip se dio cuenta de la mentira con facilidad, Osvaldo no era una persona que mintiera, al contrario, le parecía tan transparente, que cualquiera podía leer sus intenciones.
—Osvaldo… —el de lentes se acercó y le sonrió condescendiente—. Ya no es hora de visita, pero conseguí un permiso especial —confesó—, quiero que conozcas a alguien, quien también está muy interesado en hablar contigo…
El canoso se acercó y lo observó con curiosidad.
—Te presento a Dariuz Jasienski, padre de Jordan… —prosiguió el castaño.
Los ojos grises se abrieron con sorpresa.
—¡Hola! —sonrió el canoso—. Un placer en conocerte, Osvaldo…
El menor se puso nervioso y trató de corresponder la sonrisa sin conseguirlo— el placer es mío…
—Los dejo platicar —Phillip se puso de pie—. Estaré afuera, llámeme si me necesita —dijo para su acompañante y le dio palmadas en el hombro, después salió de la habitación con rapidez.
El silencio reinó por unos momentos, hasta que Dariuz se atrevió a hablar.
—Quiero disculparme por lo que mi hijo te hizo —dijo seriamente—. Cuando Phillip me lo dijo, no podía creerlo, pero creo que Johann ha llevado su frustraciones muy lejos…
—¿Johann? —el pelinegro parpadeó confundido.
El mayor suspiró, se sentó en la silla que estaba cerca de la cama y miró a Osvaldo a los ojos, observando que sus ojos grises se parecían mucho a los suyos.
—Jordan, en realidad, se llama Johann —confesó, logrando que el menor se sorprendiera nuevamente—. Desde hace años decidió usar otro nombre, pues desprecia el suyo, por ser el nombre del hombre, que según él, arruinó mi vida…
—Mi… ¿mi maestro? —preguntó Osvaldo a media voz.
Dariuz asintió.
—Voy a contarte una historia… Algo que le conté a mi hijo hace muchos años, pero que él no supo entender… —sonrió tristemente, evocando los recuerdos de su juvenud—. Cuándo yo era joven y tenía veinte años exactamente —especificó—, vivía aquí, en México, con mis padres —sonrió divertido—. Estudiaba en la escuela superior de música, pues desde pequeño aprendí a tocar varios instrumentos, especialmente el piano, ya que provengo de una familia de artistas y mis padres me dieron todas las facilidades para ello… —aseguró—. Además, por ser alguien respetado a pesar de mi corta edad, daba clases a jóvenes en el centro vocacional de artes, en vacaciones y ahí conocí a Joan —sonrió.
El pelinegro se mantenía en silencio, aún no comprendía nada.
—Joan era un chico virtuoso —prosiguió el canoso—, su música era excepcional y era un talento nato —dijo con admiración—. Claro que él tenía catorce años, era un niño —suspiró—, pero, me enamoré de su música y poco a poco, me enamoré de él, a pesar de saber que era algo prohibido y aunque traté de mantener la distancia, fue imposible… —tomó aire—. Él también sentía algo por mi…
Esas palabras sobresaltaron a Osvaldo.
—Meses después, Joan me dijo, “maestro, me gustas…” —sonrió con ilusión—. Creí que era una tontería de niños, pero al intentar rechazarlo, él me besó —rió divertido—. Imaginarás mi sorpresa al darme cuenta que un niño se atrevía a besarme y además, ¡en la boca!
Osvaldo sintió vergüenza de solo imaginar la situación; él jamás se atrevió a nada con nadie, pues para él, toda su vida era la música, hasta que conoció a Jordan.
—A pesar de intentar negarme, yo tampoco podía ocultar mi interés en él y… —respiró profundamente—. Cometí un error, ¡un grave error! Del cual, a pesar de todo lo que ocurrió después, no me arrepiento —confesó—. Un día, accedí a intimar con él…
Los ojos del menor se abrieron enormemente y su rostro se puso tan rojo como un tomate.
—Él era un niño —prosiguió Dariuz con su relato—, pero aun así, él fue… —dudó un momento, pero finalmente decidió no ocultarle nada a Osvaldo—. Él fue el activo en nuestra corta relación.
Osvaldo pasó saliva, desvió la mirada y sintió que el calor invadía su cuerpo; le parecía demasiado atrevido escuchar a ese hombre hablar de sus intimidades, especialmente con su fallecido profesor.
—Duramos más de un año en esa relación —sonrió el mayor—. Él era mi amado y yo hacía todo lo que él quería, jamás me negué a sus deseos o locuras, pues era un joven bastante atrevido y un poco perverso para su edad, pero para mí, ¡era perfecto! —dijo con emoción e ilusión—. Más las cosas no siempre salen como uno espera —suspiró y entrelazó los dedos de sus manos—. En una ocasión, Joan me vio con una joven, compañera de la escuela, claro que no estaba haciendo nada malo —aseguró—, pero ella sí se interesaba en mí y no lo ocultaba, por ello, Joan se dio cuenta y su celos lo cegaron…
“Celos…” esa simple palabra se quedó grabada en la mente del pelinegro, pues para él, lo que había ocurrido con su pareja, había sido por culpa de ese sentimiento.
—Por más que le expliqué a Joan que no tenía nada que ver con esa chica, él no me creyó —dijo con tristeza el canoso—. Fue ahí donde la situación cambió drásticamente —levantó el rostro mirando al techo y sonrió cansado—. Joan, estaba enojado y era un chico impulsivo e inmaduro, así que, en su deseo de desquitarse, le dijo a sus padres que él y yo teníamos una relación, incluso, dijo que yo lo había obligado la primera vez, algo que no fue cierto —aseguró—, pero él era menor de edad, así que…
—Cualquiera le iba a creer —interrumpió el pelinegro sintiéndose decepcionado de su profesor y recordando las palabras que le dijo en su lecho de muerte “…quise enmendar el daño que le hice hace tanto tiempo…”
—Sí —asintió Dariuz—. Sus padres fueron con los míos, amenazando con denunciarme y exigieron que pagara por mi atrocidad —negó débilmente—. Eso llegó a los oídos del rector de la universidad y fui expulsado, pero como los padres de Joan no querían que estuviera cerca de él, mis padres decidieron que volviera a Polonia, con mis familiares y ellos irían después, pero les fue imposible…
—¿Por qué?
—Porque los padres de Joan pidieron una alta suma de dinero a cambio de su silencio —explicó— así que mis padres, gastaron una fortuna en protegerme…
—Entonces… ¿ellos y usted no volvieron a verse? —Osvaldo no podía creer eso.
—Pasaron algunos años para que pudiera volver a ver a mis padres —respondió el canoso—, años que también necesité para tratar de olvidarme de Joan sin conseguirlo —su voz sonaba llena de convicción—. Realmente amaba a Joan, lo amaba tanto que, pese a lo ocurrido, no podía odiarlo, mucho menos olvidarlo, pero sabía bien que era imposible volver a su lado, así que, me resigné y busqué la manera de tener una vida normal…
Guardó silencio y cerró los parpados, parecía dolerle lo que estaba por decir.
—Y en mi vida normal, también cometí algunos errores, ente ellos, casarme con una joven polaca, la madre de Johann, mi hijo… —añadió débilmente—. Mi matrimonio con Rahel, no era una relación muy buena —rió—, de hecho, nunca lo fue, pues yo no la amaba —aseguró—. Si me casé con ella fue porque en una noche de copas, terminamos en la misma cama y bueno, supuse que si lo intentaba, podía salir algo bueno y de hecho, ocurrió, porque nació Johann…
—Johann —repitió Osvaldo, aún sin poder asimilar que el hombre que él conoció como Jordan, tuviese otro nombre en realidad.
—Cuando él nació, sentí un amor tan grande por él, que podía compararlo al que sentí por Joan, por eso decidí ponerle un nombre que me lo recordara —dijo con ilusión—, más, para que mis padres son dijeran nada, le puse como uno de mis pianistas favoritos, Johann Amadeus Mozart y así, no hubo objeciones…
—Comprendo… —el pelinegro parecía empezar a armar el rompecabezas que tenía desde el día anterior, pero aún faltaban algunas cosas más.
—Pero, a pesar de ello, yo no podía olvidar a Joan y una ocasión, que volví a ponerme ebrio, cuando mi hijo tenía pocos meses de nacido, dije algunas cosas indebidas a mi mujer y fue cuando se enteró que yo realmente era gay —hizo un gesto de cansancio y frustración—. Tuve que confesarle la verdad y ahí, mi relación fue de mal en peor —apretó los parpados—. Ella me reprochaba, día a día, mi orientación y además, me engañó con varios hombres después… Mi culpa, quizá —la disculpó—, pues yo me negaba a intimar con ella, pero lo que más me dolió, fue que su coraje lo empezó a descargar con mi hijo, quien a su corta edad, no comprendía por qué su madre le decía cosas tan hirientes…
—¿Qué cosas? —se atrevió a interrumpir el menor.
—Cuando estaba fuera de control, le decía cosas como… bueno, traduciéndolo al español, podría ser, que era hijo de un ‘marica’ —sonrió triste—. Insultos con respecto a mí, pues sabía que era lo que más me lastimaba, pero yo traté de que mi hijo sobrellevara la situación, enseñándole a tocar el piano —dijo ilusionado.
Osvaldo sonrió débilmente, él también buscaba refugio en la música cuando todo le fallaba.
—Cuando Johann tenía trece años, dijo por primera vez que le gustaban los chicos y su madre lo golpeó con un cinto, dejándole heridas profundas en su espalda —contó con dolor—. Yo llegué y pude detenerla, pero de todos modos, tuve que llevar a mi hijo al hospital… fue cuando le confesé la verdad, para que comprendiera que el resentimiento que ella tenía, no era con él, sino conmigo…
—Y… ¿Ella? —Osvaldo estaba completamente sorprendido de lo que escuchaba, pues no se imaginaba todo lo que había pasado—. ¿Qué pasó con su esposa?
—Rahel… —pasó las manos por su rostro—. Esa misma noche, mientras yo cuidaba a mi hijo en el hospital y le contaba mi historia, ella se suicidó…
El pelinegro se asustó por esa noticia, no se imaginaba todo lo que había pasado Jordan o Johann.
—Para Johann fue un duro golpe, pues el último recuerdo de su madre fueron los golpes que lo enviaron al hospital y solo pudo enfocar su odio y rencor en esa persona que me hizo huir de México, que para él había sido un obstáculo en mi vida personal y profesional —suspiró—. Incluso, durante un tiempo, se repudió a si mismo por ser gay y debido a la situación en Polonia con respecto a la homosexualidad, la situación solo pudo empeorar…
Un par de lágrimas escaparon de los ojos de Osvaldo al escuchar eso último.
—Saqué a mi hijo de Polonia, llevándolo a Bélgica y ahí acudió al psicólogo —suspiró—. Fueron largos meses de terapia, hasta que finalmente aceptó que su orientación no era algo por lo cual arrepentirse, pero, aunque su médico intentó evitarlo, su odio y rencor se volcó hacia alguien más…
—Mi maestro… —musitó el menor sintiendo como su pecho dolía.
—Sí —admitió el canoso—. Durante mucho tiempo, la idea de vengarse estuvo presente en él pero, al empezar con su sueño de ser pianista reconocido, imaginé que lo olvidaría… me equivoqué…
—Entonces, cuando, supo que yo era alumno de él…
—Johann le dijo algo a Phillip —interrumpió el mayor—. Dijo que tocaste una canción en especial, una canción que era mía… ¿puedes decirme cual fue?
—¡¿Suya?! —el menor se asustó con esa confesión—. Yo… mi maestro me enseñó una sonata inconclusa, me dijo que era de él, que él la compuso pero…
—Sí —asintió el canoso—. Él la compuso, pero me la dedicó —movió su mano y sacó del bolsillo de su saco un sobre amarillento—, esta es la partitura original —sacó unas hojas que se miraban viejas—. Joan me la envió hace muchos años, con una carta pidiéndome perdón —aseguró—, no sé cómo encontró mi dirección, pero en su carta decía que, cuando nos volviéramos a ver, la tocaría para mí, completa —explicó—. Yo me aprendí la canción y la tocaba cuando me sentía solo, por eso Johann me escuchó algunas veces e intentó aprenderla, pero al saber que esa canción me unía a Joan, la desechó con rapidez de su repertorio —rió y luego suspiró—, pero ahora, con lo que me dijiste, sé que no la acabó…
—No —Osvaldo negó lentamente—. Le prometí alguna vez que yo la acabaría, pero, no he podido, no soy compositor, solo intérprete…
El canoso no creía en esas palabras, pero cambió el tema para saber algo más importante en ese momento para él— ¿puedo preguntarte algo?
—¿Qué cosa?
—¿Tú y Joan, tuvieron…?
—No —interrumpió el menor, a sabiendas cual era la pregunta—. Mi maestro solo me ayudó y me apoyó en mi carrera, pero jamás tuvimos algo que ver —dijo con total seriedad, fijando sus orbes grises en las del otro—. Él era como un padre para mí y me respetó de igual manera —dijo con seguridad—. Él siempre me cuidó pero no fue hasta su lecho de muerte que yo supe que era gay, se lo juro…
—Te creo… —Dariuz tenía los ojos húmedos, pues él también se había imaginado que ese joven había sido pareja de la persona que había amado antes, ahora se sentía miserable por no haber creído que Joan realmente lo quería y debido a que él no propició un encuentro después, jamás volvieron a verse—. Dime, ¿qué piensas de mi hijo ahora?
El pelinegro suspiró— creo que ha sufrido demasiado, creo que su vida no ha sido sencilla y quizá, si desde el principio me lo hubiese dicho, hubiese encontrado la manera de apoyarlo pero ahora no puedo —negó—. Me lastimó y a pesar de lo que usted me contó, no puedo disculparlo por ahora… lo siento…
—No quiero que lo disculpes, pues sé que te lastimó más de lo que un informe médico puede decir —miró con tristeza las manos vendadas—. Realmente espero que tus manos se recuperen por completo…
—El médico dice que necesito meses de terapia —sonrió tristemente el pelinegro—, pero dependerá de mi si vuelvo a tocar como antes…
—¿Vas a denunciarlo?
—Si viene a pedirme que no lo haga, ahórrese sus palabras —dijo serio—. No pienso hacer nada en contra de Jor… Johann —aseguró.
—Quisiera decir que te lo agradezco, pero creo sinceramente que mi hijo necesita un escarmiento y…
—Tal vez —interrumpió el otro—, pero no quiero tener nada que ver con él de ninguna manera, de nuevo…
Darius asintió lentamente, comprendía esa sensación— si necesitas dinero, yo puedo…
—No —Osvaldo negó—. No soy rico, no tengo mucho dinero y posiblemente soy pobre si me compara con usted y su hijo, pero no estoy tan mal, tengo un empleo, tengo un seguro, que, aunque no cubre los gastos de este hospital, supongo que me puede ayudar a…
—Los gastos del hospital corren por mi cuenta —sentenció el canoso.
—No puedo aceptar eso…
—Phillip te trajo aquí —prosiguió el mayor con seriedad—. Así que, deja que yo me haga cargo, por favor…
El pelinegro quería negarse, pero en el fondo sabía que si lo hacía, posiblemente jamás podría pagar esa deuda, a menos que usara un dinero que se había prometido no usar, así que no podía rechazar esa oferta.
—Está bien, muchas gracias…
Dariuz sonrió más tranquilo, se puso de pie y dejó el sobre con las partituras originales en el buró— esta canción era de Joan y ahora te pertenece —dijo con ilusión—, solo quisiera pedirte un favor… —buscó la mirada de Osvaldo con ansiedad—. Sería un honor para mí, escucharla completa alguna vez, cuando la termines, ¿puedes permitir que la escuche?
—Yo… no creo que pueda…
—Sé que lo harás… para una canción tan triste, debes tener sentimientos tristes —musitó el canoso— y sé que, a pesar de que te has mostrado fuerte todo este tiempo que he estado contigo, en el fondo, estás sufriendo…
—¿Cómo lo sabe? —un nudo en la garganta hizo que la voz se quebrara.
—Por tu mirada —sonrió tristemente el mayor—. Se parece a la mía cuando tuve que alejarme de Joan y a pesar de que no quieras admitirlo, sé que estás muriendo por dentro…
Los ojos de Osvaldo empezaron a humedecerse y las lágrimas cayeron en silencio.
—Me retiro —Dariuz sacó un tarjetero de su saco y dejó una tarjeta al lado del sobre de las partituras—. Esperaré tu llamada, alguna vez…
Osvaldo no respondió, ya no podía ocultar su llanto y empezó a llorar en silencio, mientras el mayor salía de la habitación; cuando la puerta se cerró, los sollozos fueron más audibles y su llanto desesperado se desató.
El veinticinco en la mañana, un médico fue a ver a Osvaldo.
—¡Feliz navidad! —dijo con una gran sonrisa.
—Feliz navidad… —respondió el ojigris, solo por compromiso.
—Sus heridas van sanando. Señor Altamira —indicó el médico—, esperemos a que el traumatólogo revise su mano y si da su permiso, hoy mismo puede volver a su casa.
—Gracias… —asintió el pelinegro, pero para él, no tenía sentido volver a su casa, salir de ahí o quedarse, realmente, ya nada le importaba.
—¡Aquí hay una nota! —el hombre levantó una ceja—. Dice que anoche no cenó, eso no es bueno, si no come bien, su recuperación puede verse afectada…
—Es que, no tenía hambre —mintió—. Pero hoy si lo haré….
—Está bien, en un momento le traerán el desayuno y esperemos que el traumatólogo le dé su alta antes del mediodía, ahora, debo ir a ver a mis otros pacientes…
Una vez más Osvaldo se quedó a solas y fijó su mirada en la ventana; era navidad y él estaba en un hospital, solo.
La puerta se abrió sin que él se diera cuenta, hasta que la mano de alguien se posó en su hombro, sobresaltándolo.
—Tranquilo, soy yo —Phillip le sonrió para calmarlo—. Intente anunciarme, pero estabas distraído…
—Lo siento… —el menor suspiró—. Es solo que, aun debo asimilar algunas cosas —sonrió tristemente.
—¿Sobre lo que hablaste con el señor Jasienski?
—Sí —asintió.
—Sabes… —el castaño se sentó en la orilla de la cama —. Ayer, en la noche, él fue a hablar con su hijo…
Lo ojos de Osvaldo mostraron el miedo que eso le causó y su respiración se agitó.
—Tranquilo… —el de lentes sonrió condescendiente —. Todo está bien…
—¿Cómo lo sabes? —preguntó en un murmullo.
Phillip respiró profundamente— Osvaldo, no quiero alterarte, por eso estoy aquí —sujetó la mano izquierda con mucho cuidado—. Jordan está aquí —dijo con lentitud—, él quiere verte y…
—¡No! —los ojos grises se volvieron a humedecer con rapidez—. ¡No quiero verlo! —pidió—. Por favor Phillip, ¡te lo suplico! No quiero verlo, ¡no quiero que se acerque! ¡no quiero! —su voz se quebró y su respiración se agitó, al momento que su cuerpo temblaba.
—Está bien, ¡cálmate! —el de lentes se dio cuenta que el menor empezó a alterarse y presionó el botón para llamar a la enfermera—. Tranquilo Osvaldo, no va a pasar nada, no dejaré que él se acerque a ti…
La puerta se abrió de golpe y una joven vestida de blanco y con una cofia entró rápidamente a revisar al paciente; Phillip levantó el rostro y al ver que su amigo estaba por entrar a la habitación, se apresuró a ir e impedirlo.
Osvaldo estaba llorando de forma desconsolada y la enfermera tomó el teléfono para llamar a la central pidiendo un medicamento para calmarlo; no pasó ni un minuto, cuando dos chicas y un varón entraron por la puerta, llevando el sedante y apresurándose a controlar al paciente.
En el exterior, Jordan estaba desesperado por ingresar.
—¡No puedes entrar! —Phillip lo sujetó por los hombros—. ¡¿Qué no entiendes que él se puso así por tu culpa?! —su voz sonó molesta—. Por eso te dije que no debías venir…
—Tengo qué hablar con él, ¡debo disculparme! —insistió el rubio—. ¡Comprende! Le hice daño a la persona que amo, ¡debo pedirle perdón!
—Sí, lo comprendo —asintió el de lentes—. Pero no es el momento, ¡entiende!
—Phillip… —el ojiverde estaba sumamente ansioso—. Ayúdame a que me reciba, ¡te lo suplico! —se aferró al saco de su amigo—. Necesito que sepa lo que siento, lo que en verdad quería pedirle el otro día —insistió—, ¡necesito que sepa la verdad!
—No es el momento, Jordan —los ojos azules se posaron en el rostro de su amigo— lo lastimaste, no puedes esperar que la herida cierre tan pronto, debes ser paciente y esperar…
—¡¿Cuánto tiempo?!
—El que sea necesario…
Osvaldo salió del hospital hasta el veintiséis, debido a que había tenido un problema de nervios el día anterior y los médicos le negaron su salida. Phillip lo esperaba en la recepción para llevarlo a su modesto hogar, porque decidió quedarse al pendiente de él.
Al llegar a su casa, el castaño lo ayudó a llegar a su cama y a recostarse.
—Gracias… —musitó el pelinegro.
—No me agrada que te quedes solo —suspiró el de lentes—. Deberíamos conseguir a alguien que te ayude mientras te recuperas…
—No te preocupes —suspiró—, puedo arreglármelas solo, lo único que necesito hacer con urgencia es ir al seguro social para ver si me dan una incapacidad…
—Yo me encargué de eso hoy en la mañana —sonrió—. De hecho, dejé tus documentos en el auto, iré por ellos y…
—No tenías que hacerlo…
—Lo sé, pero no quería que anduvieras dando vueltas en tu estado...
—Phillip, has sido muy amable y de verdad, estoy muy agradecido contigo —sonrió—. Pero, lo único que me gustaría que hicieras, si puedo pedirte algo, es… —tomó aire para darse valor y hablar—. Que evites que Jordan me busque, ¡por favor!
El castaño se quitó los lentes y masajeó el puente de su nariz— voy a intentarlo —dijo cansado—, pero es muy difícil para mí hacerlo, él quiere hablar contigo y…
—Dile que espere a que yo me comunique con él, que espere hasta que me sienta seguro y tranquilo.
—Me preguntará cuándo será eso, lo sé —insistió el mayor.
—Dile que… —Osvaldo observó sus manos, no sabía cuánto tardarían en sanar, pero seguramente tardarían menos que su corazón—. Que será, cuando mis manos sanen y pueda volver a tocar…
—Sabes bien que eso tardará meses —presionó el de lentes.
—Entonces, dile que sea paciente y que cuando yo esté seguro, podremos hablar, cómo él desea…
Al llegar a su casa, el castaño lo ayudó a llegar a su cama y a recostarse.
—Gracias… —musitó el pelinegro.
—No me agrada que te quedes solo —suspiró el de lentes—. Deberíamos conseguir a alguien que te ayude mientras te recuperas…
—No te preocupes —suspiró—, puedo arreglármelas solo, lo único que necesito hacer con urgencia es ir al seguro social para ver si me dan una incapacidad…
—Yo me encargué de eso hoy en la mañana —sonrió—. De hecho, dejé tus documentos en el auto, iré por ellos y…
—No tenías que hacerlo…
—Lo sé, pero no quería que anduvieras dando vueltas en tu estado...
—Phillip, has sido muy amable y de verdad, estoy muy agradecido contigo —sonrió—. Pero, lo único que me gustaría que hicieras, si puedo pedirte algo, es… —tomó aire para darse valor y hablar—. Que evites que Jordan me busque, ¡por favor!
El castaño se quitó los lentes y masajeó el puente de su nariz— voy a intentarlo —dijo cansado—, pero es muy difícil para mí hacerlo, él quiere hablar contigo y…
—Dile que espere a que yo me comunique con él, que espere hasta que me sienta seguro y tranquilo.
—Me preguntará cuándo será eso, lo sé —insistió el mayor.
—Dile que… —Osvaldo observó sus manos, no sabía cuánto tardarían en sanar, pero seguramente tardarían menos que su corazón—. Que será, cuando mis manos sanen y pueda volver a tocar…
—Sabes bien que eso tardará meses —presionó el de lentes.
—Entonces, dile que sea paciente y que cuando yo esté seguro, podremos hablar, cómo él desea…
Los meses pasaron con suma rapidez para algunos, pero para Jordan se le hacían cada vez más largos, especialmente al darse cuenta el año estaba a punto de terminar, pues una vez más, volvían al mes de diciembre; sabía de Osvaldo porque Phillip mantenía comunicación con el ojigris, manteniéndolo al tanto de su vida.
Estaba al tanto que siguió trabajando en la tienda de instrumentos musicales, pues a pesar de estar convaleciente, podía vender en vez de afinar, así que eso no le proporcionó ningún problema; sabía que se había sometido a una intensa rutina de rehabilitación y tenía un par de semanas que podía ser considerado curado completamente, así que estaba ansioso de la llamada que le había prometido.
El día veintitrés de diciembre el rubio se encontraba en México y recibió la llamada que había esperado por tanto tiempo, pues Phillip le pasó su celular.
—“Buen día…”
—¡Osvaldo! —el ojiverde no pudo ocultar su emoción—. Ya quería escucharte de nuevo —dijo con ansiedad—. ¿Cómo estás?
—“Bien, gracias y ¿tu?”
—Bien, pero ahora, con tu llamada, mucho mejor —aseguró.
—“Me alegra oír eso… quería preguntar, ¿tu papá está en la ciudad también?...”
—¿Mi padre? —a Jordan le llamó la atención que preguntara por él—. Sí, está aquí…
—“Jordan, hace un año, querías presentarme a tu familia, ¿podrías, si no es mucha molestia, presentármela mañana?...”
—¡Por supuesto! —la emoción se presentó de inmediato—. Pero quisiera hablar contigo antes, ¿podríamos…?
—“Mejor, después de conocer a tu familia, por favor…”
—¡Está bien! —el rubio no quería molestar a Osvaldo, pues esta ocasión, todo debía ser perfecto—. ¿Quieres que pase por ti?
—“No… te daré una dirección, para que vayas con tus abuelos, tu padre y Phillip, ¿tienes donde apuntar?...”
—Sí, claro —sacó su celular y abrió un archivo de texto—. Dime…
Los meses pasaron con suma rapidez para algunos, pero para Jordan se le hacían cada vez más largos, especialmente al darse cuenta el año estaba a punto de terminar, pues una vez más, volvían al mes de diciembre; sabía de Osvaldo porque Phillip mantenía comunicación con el ojigris, manteniéndolo al tanto de su vida.
Estaba al tanto que siguió trabajando en la tienda de instrumentos musicales, pues a pesar de estar convaleciente, podía vender en vez de afinar, así que eso no le proporcionó ningún problema; sabía que se había sometido a una intensa rutina de rehabilitación y tenía un par de semanas que podía ser considerado curado completamente, así que estaba ansioso de la llamada que le había prometido.
El día veintitrés de diciembre el rubio se encontraba en México y recibió la llamada que había esperado por tanto tiempo, pues Phillip le pasó su celular.
—“Buen día…”
—¡Osvaldo! —el ojiverde no pudo ocultar su emoción—. Ya quería escucharte de nuevo —dijo con ansiedad—. ¿Cómo estás?
—“Bien, gracias y ¿tu?”
—Bien, pero ahora, con tu llamada, mucho mejor —aseguró.
—“Me alegra oír eso… quería preguntar, ¿tu papá está en la ciudad también?...”
—¿Mi padre? —a Jordan le llamó la atención que preguntara por él—. Sí, está aquí…
—“Jordan, hace un año, querías presentarme a tu familia, ¿podrías, si no es mucha molestia, presentármela mañana?...”
—¡Por supuesto! —la emoción se presentó de inmediato—. Pero quisiera hablar contigo antes, ¿podríamos…?
—“Mejor, después de conocer a tu familia, por favor…”
—¡Está bien! —el rubio no quería molestar a Osvaldo, pues esta ocasión, todo debía ser perfecto—. ¿Quieres que pase por ti?
—“No… te daré una dirección, para que vayas con tus abuelos, tu padre y Phillip, ¿tienes donde apuntar?...”
—Sí, claro —sacó su celular y abrió un archivo de texto—. Dime…
La familia Jasienski llegó hasta el edificio dónde fueron citados, dónde había un salón de eventos para reuniones de pocas personas y ese lugar había sido reservado por Osvaldo.
Un par de meseros los hicieron pasar, había una mesa para cinco personas, pues Phillip los había acompañado como el pelinegro había pedido y al frente, un piano de cola ocupaba el lugar central; se notaba algo viejo, pues tenía algunas marcas del paso del tiempo, pero aun así, estaba bien cuidado.
Los recién llegados tomaron asiento, mientras los meseros les ofrecían bebidas y algunos aperitivos, para que esperaran.
Pasaron diez minutos y las luces disminuyeron de intensidad. Un reflector se encendió, permitiendo que su luz diera directamente al banquillo del piano y de una puerta secundaria, Osvaldo entró, vestido con un traje completo; llegó hasta el piano y sonrió antes de hacer una reverencia.
—Agradezco que vinieran esta noche —dijo con voz calmada—. Hace un año, yo debía conocerlos —dijo para los abuelos de Jordan—, pero las cosas no resultaron bien… —bajó la mirada por unos segundos—. Aun así, le hice una promesa a dos miembros de su familia y en esta ocasión voy a cumplirlas ambas —suspiró—. Primero, quiero tocar una melodía para el señor Dariuz Jasienski…
Osvaldo se sentó en el banquillo y después de un par de segundos de silencio, empezó la interpretación.
La melodía era perfecta, hermosa, pero triste. Las notas seguían aunque Osvaldo no leía las partituras que tenía enfrente; él se sabía de memoria esa canción, igual que Jordan y Dariuz, pero, al terminar la parte que ellos conocían, la sonata siguió. Las lágrimas escaparon de los ojos de Osvaldo, pero siguió la interpretación con profesionalismo; los presentes fueron envueltos por esa melodía tan triste y sin saber por qué, todos empezaron a llorar, ya que el sentimiento que esas notas transmitían, era demasiado intenso.
Varios minutos después, el silencio reinó y los cinco invitados se pusieron de pie, aplaudiendo al pianista.
Osvaldo se puso de pie, limpió sus ojos, recogió las partituras, las guardó en un sobre amarillo y caminó a la mesa donde estaba Jordan con su familia.
—Señor Jasienski… —se acercó a Dariuz—. Tenía razón —sonrió tristemente—, para una canción triste, se necesitan sentimientos tristes —le acercó el sobre—. Creí que había sufrido antes, pero me había equivocado —confesó—. No era lo que se necesitaba para esta sonata, quizá por eso tardé tanto en completarla…
—¿Qué quieres decir? —preguntó canoso a media voz, aún tenía un nudo en la garganta, pero recibió el sobre con lentitud.
—Comprendí lo que mi profesor quería interpretar hasta después de hablar con usted —respiró profundo para armarse de valor—. Esta sonata representa un corazón roto, pero usted puede llamarla como desee…
—¿Yo?
—Es suya, estaba pensada desde un principio para usted, lamentablemente, mi profesor Joan no la terminó, pero espero haber captado los sentimientos que faltaron en su momento —giró el rostro y buscó la mirada de Jordan—. Ahora sí, podemos hablar, ¿quieres hacerlo aquí o deseas que lo hagamos en otro lado?
—¡Aquí! —respondió de inmediato y lo sujetó de las manos, mirándolo con ansiedad—. Osvaldo, sé que te hice daño hace un año y durante todo este tiempo me he arrepentido de ello, pero quiero confesarte que, ese día, lo que yo realmente quería hacer, era pedirte algo importante —movió una mano y sacó una pequeña cajita, abriéndola frente al ojigris, mostrándole un anillo de compromiso—. Quería pedirte que te casaras conmigo… pero si hoy me das la oportunidad, ¡quisiera hacerlo en este momento!
Osvaldo observó el anillo y sonrió, sus dedos acariciaron la argolla con delicadeza, consiguiendo que el rubio se emocionara por ello, imaginando que aceptaba.
—Si hace un año me lo hubieras pedido, me hubieras hecho muy dichoso —un par de lágrimas escaparon de sus ojos—. Te amé y lamentablemente para mí, aún te amo —levantó el rostro—, pero, aunque he perdonado lo que me hiciste, no puedo aceptar estar contigo…
Jordan se quedó de una pieza, sin poder asimilar esas palabras.
—Mira… —le mostró sus manos—. Tengo muchas marcas que me dejaste, cicatrices que no se borrarán y aun así, ya no me duelen, pero hay una que no se ve y aun sangra —sollozó—. Desquitaste tu coraje y frustración en mí, a pesar de que yo no había hecho nada para merecer ese trato —se mordió el labio inferior—. Te había entregado mi corazón y tú, lo tomaste solo para destruirlo…
—Osvaldo… —el ojiverde sintió que el piso se movía y el desespero empezó a hacerse presente—. No sabía lo que hacía, estaba…
El pelinegro movió la mano y colocó un par de dedos en los labios que un año antes, se convirtieron en su delirio y aun deseaba besar, pero ya no podía hacerlo.
—Jordan… —las lágrimas fluyeron de los ojos grises, de manera silenciosa—. Tal vez cometa el mismo error que tu padre y mi maestro, al alejarme de la única persona que sé que voy a amar, pero, no puedo estar a tu lado si el miedo y la decepción, empañan mi amor por ti, lo lamento… Sé que encontrarás a alguien a quien puedas amar y a quien sí le cumplirás tus promesas, porque yo, no puedo creer en ti…
Las manos del ojigris se movieron, cerrando la cajita que aún estaba frente a él y se alejó con lentitud, dejando al rubio estupefacto, sin poder creer lo que acababa de escuchar.
—Que pasen una linda noche buena y una feliz navidad —dijo el pelinegro con la voz más firme que podía—. Yo me retiro, porque no pertenezco a su familia y jamás lo haré, disfruten la cena…
Dio media vuelta y unos pasos, pero luego regresó— Phillip… —llamó al castaño—. Agradezco tu apoyo y cuidado todo este tiempo, pero por favor, no vuelvas a buscarme…
El de lentes desvió la mirada, pero asintió; era el momento de dejarlo completamente libre, aunque no se sentía bien con esa decisión.
Osvaldo salió del salón, dejando a sus invitados solos; tomó el taxi que lo esperaba y se alejó del lugar, pero no fue a su hogar. Se bajó en la plaza donde conoció a Jordan el año anterior, aunque esta ya se encontraba completamente sola, pues por las fechas, habían cerrado temprano.
Caminó por la acera y se recargó en una pared que servía de espera para los transportes que pasaban por esa calle; hacía frío y empezó a nevar.
—Lo siento, maestro —miró al cielo—. No pude cumplir todas las promesas que le hice —suspiró—. Ahora, aunque quiera, no puedo ser un gran pianista, pues se me dificulta mucho tocar —un nudo en su garganta lo hizo sollozar—, solo terminé lo que había dejado pendiente, pero ya no puedo más… —se burló de su situación—. Dije que me esforzaría por ser feliz, pero no puedo, porque le tengo miedo al hombre que amo y de esa manera, es imposible que pueda estar a su lado… soy un cobarde y me disculpo por ello… pero no quiero dar marcha atrás ahora…
Osvaldo caminó por las calles solitarias, tarareando la canción que había escrito; el frío arreció con el paso de los minutos y al llegar a uno de los puentes más representativos de la urbe, que se alzaba a gran altura, por encima del enorme río que cruzaba la metrópolis, mismo que por las fechas estaba seco, ahí se dio cuenta que era media noche, al ver los fuegos artificiales en el cielo.
—Feliz navidad, amor… —musitó con tristeza y los recuerdos del diciembre anterior llegaron a su mente con rapidez.
Había sido muy feliz durante una semana y había pensado que sería así el resto de su vida, se equivocó y aunque aún tenía una vida por delante, no estaba dispuesto a soportar más ese dolor que no había disminuido en tantos meses.
—Jordan… Johann —sonrió—. Realmente, no puedo olvidarte… —confesó al viento—. Kocham cię —dijo en un sollozo y después, sin pensar, saltó por la orilla.
La familia Jasienski llegó hasta el edificio dónde fueron citados, dónde había un salón de eventos para reuniones de pocas personas y ese lugar había sido reservado por Osvaldo.
Un par de meseros los hicieron pasar, había una mesa para cinco personas, pues Phillip los había acompañado como el pelinegro había pedido y al frente, un piano de cola ocupaba el lugar central; se notaba algo viejo, pues tenía algunas marcas del paso del tiempo, pero aun así, estaba bien cuidado.
Los recién llegados tomaron asiento, mientras los meseros les ofrecían bebidas y algunos aperitivos, para que esperaran.
Pasaron diez minutos y las luces disminuyeron de intensidad. Un reflector se encendió, permitiendo que su luz diera directamente al banquillo del piano y de una puerta secundaria, Osvaldo entró, vestido con un traje completo; llegó hasta el piano y sonrió antes de hacer una reverencia.
—Agradezco que vinieran esta noche —dijo con voz calmada—. Hace un año, yo debía conocerlos —dijo para los abuelos de Jordan—, pero las cosas no resultaron bien… —bajó la mirada por unos segundos—. Aun así, le hice una promesa a dos miembros de su familia y en esta ocasión voy a cumplirlas ambas —suspiró—. Primero, quiero tocar una melodía para el señor Dariuz Jasienski…
Osvaldo se sentó en el banquillo y después de un par de segundos de silencio, empezó la interpretación.
La melodía era perfecta, hermosa, pero triste. Las notas seguían aunque Osvaldo no leía las partituras que tenía enfrente; él se sabía de memoria esa canción, igual que Jordan y Dariuz, pero, al terminar la parte que ellos conocían, la sonata siguió. Las lágrimas escaparon de los ojos de Osvaldo, pero siguió la interpretación con profesionalismo; los presentes fueron envueltos por esa melodía tan triste y sin saber por qué, todos empezaron a llorar, ya que el sentimiento que esas notas transmitían, era demasiado intenso.
Varios minutos después, el silencio reinó y los cinco invitados se pusieron de pie, aplaudiendo al pianista.
Osvaldo se puso de pie, limpió sus ojos, recogió las partituras, las guardó en un sobre amarillo y caminó a la mesa donde estaba Jordan con su familia.
—Señor Jasienski… —se acercó a Dariuz—. Tenía razón —sonrió tristemente—, para una canción triste, se necesitan sentimientos tristes —le acercó el sobre—. Creí que había sufrido antes, pero me había equivocado —confesó—. No era lo que se necesitaba para esta sonata, quizá por eso tardé tanto en completarla…
—¿Qué quieres decir? —preguntó canoso a media voz, aún tenía un nudo en la garganta, pero recibió el sobre con lentitud.
—Comprendí lo que mi profesor quería interpretar hasta después de hablar con usted —respiró profundo para armarse de valor—. Esta sonata representa un corazón roto, pero usted puede llamarla como desee…
—¿Yo?
—Es suya, estaba pensada desde un principio para usted, lamentablemente, mi profesor Joan no la terminó, pero espero haber captado los sentimientos que faltaron en su momento —giró el rostro y buscó la mirada de Jordan—. Ahora sí, podemos hablar, ¿quieres hacerlo aquí o deseas que lo hagamos en otro lado?
—¡Aquí! —respondió de inmediato y lo sujetó de las manos, mirándolo con ansiedad—. Osvaldo, sé que te hice daño hace un año y durante todo este tiempo me he arrepentido de ello, pero quiero confesarte que, ese día, lo que yo realmente quería hacer, era pedirte algo importante —movió una mano y sacó una pequeña cajita, abriéndola frente al ojigris, mostrándole un anillo de compromiso—. Quería pedirte que te casaras conmigo… pero si hoy me das la oportunidad, ¡quisiera hacerlo en este momento!
Osvaldo observó el anillo y sonrió, sus dedos acariciaron la argolla con delicadeza, consiguiendo que el rubio se emocionara por ello, imaginando que aceptaba.
—Si hace un año me lo hubieras pedido, me hubieras hecho muy dichoso —un par de lágrimas escaparon de sus ojos—. Te amé y lamentablemente para mí, aún te amo —levantó el rostro—, pero, aunque he perdonado lo que me hiciste, no puedo aceptar estar contigo…
Jordan se quedó de una pieza, sin poder asimilar esas palabras.
—Mira… —le mostró sus manos—. Tengo muchas marcas que me dejaste, cicatrices que no se borrarán y aun así, ya no me duelen, pero hay una que no se ve y aun sangra —sollozó—. Desquitaste tu coraje y frustración en mí, a pesar de que yo no había hecho nada para merecer ese trato —se mordió el labio inferior—. Te había entregado mi corazón y tú, lo tomaste solo para destruirlo…
—Osvaldo… —el ojiverde sintió que el piso se movía y el desespero empezó a hacerse presente—. No sabía lo que hacía, estaba…
El pelinegro movió la mano y colocó un par de dedos en los labios que un año antes, se convirtieron en su delirio y aun deseaba besar, pero ya no podía hacerlo.
—Jordan… —las lágrimas fluyeron de los ojos grises, de manera silenciosa—. Tal vez cometa el mismo error que tu padre y mi maestro, al alejarme de la única persona que sé que voy a amar, pero, no puedo estar a tu lado si el miedo y la decepción, empañan mi amor por ti, lo lamento… Sé que encontrarás a alguien a quien puedas amar y a quien sí le cumplirás tus promesas, porque yo, no puedo creer en ti…
Las manos del ojigris se movieron, cerrando la cajita que aún estaba frente a él y se alejó con lentitud, dejando al rubio estupefacto, sin poder creer lo que acababa de escuchar.
—Que pasen una linda noche buena y una feliz navidad —dijo el pelinegro con la voz más firme que podía—. Yo me retiro, porque no pertenezco a su familia y jamás lo haré, disfruten la cena…
Dio media vuelta y unos pasos, pero luego regresó— Phillip… —llamó al castaño—. Agradezco tu apoyo y cuidado todo este tiempo, pero por favor, no vuelvas a buscarme…
El de lentes desvió la mirada, pero asintió; era el momento de dejarlo completamente libre, aunque no se sentía bien con esa decisión.
Osvaldo salió del salón, dejando a sus invitados solos; tomó el taxi que lo esperaba y se alejó del lugar, pero no fue a su hogar. Se bajó en la plaza donde conoció a Jordan el año anterior, aunque esta ya se encontraba completamente sola, pues por las fechas, habían cerrado temprano.
Caminó por la acera y se recargó en una pared que servía de espera para los transportes que pasaban por esa calle; hacía frío y empezó a nevar.
—Lo siento, maestro —miró al cielo—. No pude cumplir todas las promesas que le hice —suspiró—. Ahora, aunque quiera, no puedo ser un gran pianista, pues se me dificulta mucho tocar —un nudo en su garganta lo hizo sollozar—, solo terminé lo que había dejado pendiente, pero ya no puedo más… —se burló de su situación—. Dije que me esforzaría por ser feliz, pero no puedo, porque le tengo miedo al hombre que amo y de esa manera, es imposible que pueda estar a su lado… soy un cobarde y me disculpo por ello… pero no quiero dar marcha atrás ahora…
Osvaldo caminó por las calles solitarias, tarareando la canción que había escrito; el frío arreció con el paso de los minutos y al llegar a uno de los puentes más representativos de la urbe, que se alzaba a gran altura, por encima del enorme río que cruzaba la metrópolis, mismo que por las fechas estaba seco, ahí se dio cuenta que era media noche, al ver los fuegos artificiales en el cielo.
—Feliz navidad, amor… —musitó con tristeza y los recuerdos del diciembre anterior llegaron a su mente con rapidez.
Había sido muy feliz durante una semana y había pensado que sería así el resto de su vida, se equivocó y aunque aún tenía una vida por delante, no estaba dispuesto a soportar más ese dolor que no había disminuido en tantos meses.
—Jordan… Johann —sonrió—. Realmente, no puedo olvidarte… —confesó al viento—. Kocham cię —dijo en un sollozo y después, sin pensar, saltó por la orilla.
Nota: Kocham cię, en polaco significa “te quiero/te amo” y se pronuncia ‘kojan che’ (aprox)
Disculpa
Antes que nada, me disculpo mucho si este OS no es del agrado de los que lo lean, por ser algo dramático y demasiado ‘triste’ (por no decir malo) para la época, pero quiero explicar el por qué lo hice.
El mes pasado (noviembre) empecé a escribir este OS, con miras de que saliera para esta navidad, pues quería que fuera el OS del mes, más, no pude terminarlo por otras cuestiones (falta de inspiración), entonces, como ustedes sabe, hice el especial omegaverso de Oportunidad, y ese lo hice mi OS del mes, a sabiendas que me sería casi imposible de terminar esta historia.
Aun así, el día de ayer, 24, tuve una pequeña oportunidad, pues tuve que pasar algo de tiempo en cama, sin ‘supervisión’, así que me propuse terminarlo, el problema, fue que, mi estado de ánimo y la falta de inspiración positiva, no me permitieron que esta historia tuviera una trama más feliz, así que, lo acabo de terminar, hoy 25 a las siete de la mañana…
Quizá, el hecho de que mi protagonista no fuese feliz al final no sea del agrado de muchos, pero era imposible hacer que él amara a otra persona, como imagino que algunos pudieron esperar (posiblemente con Phillip), realmente, Osvaldo amaba a Jordan, pero lo que le hizo no podía olvidarlo, pues le hizo demasiado daño y una relación así, con dolor de por medio, no es muy sana…
Lo mejor hubiese sido que Osvaldo saliera adelante, buscara otro amor, diferente pero con la misma intensidad, más fue su decisión no hacerlo, por ello, prefirió tomar esa salida tan ‘cobarde’ para muchos, pero para mí, el decidir suicidarse, conlleva que la persona debe ser muy valiente, pues no cualquiera se atreve a hacerlo… Mi manera de pensar tal vez no es muy buena, pero yo respeto la muerte y como mis antepasados (indios aztecas, sí y a mucha honra), no le tengo miedo, a lo que más le temo es a sufrir y por ello, muchos de mis personajes también temen eso, seguir sufriendo, salir lastimados…
Sé que no es algo que pudieran esperar, pero no puedo exigirme mucho, tampoco en el lemon, ya que para ello también necesito inspiración y lamentablemente con visitas, es casi imposible tenerla u..u por eso estoy sufriendo XD
Bueno, aun así, cumplí con mi meta y salió mi historia, realmente me siento satisfecha con ella, porque a pesar del dolor, creo que Osvaldo siguió con sus convicciones hasta el final y eso me hace feliz, además, pude escribir a pesar de las adversidades y eso es un mérito para mí.
Sin importar lo que piensen de este fic, espero que ustedes si sean muy felices y pasen una maravillosa y feliz navidad.
Disculpa
Antes que nada, me disculpo mucho si este OS no es del agrado de los que lo lean, por ser algo dramático y demasiado ‘triste’ (por no decir malo) para la época, pero quiero explicar el por qué lo hice.
El mes pasado (noviembre) empecé a escribir este OS, con miras de que saliera para esta navidad, pues quería que fuera el OS del mes, más, no pude terminarlo por otras cuestiones (falta de inspiración), entonces, como ustedes sabe, hice el especial omegaverso de Oportunidad, y ese lo hice mi OS del mes, a sabiendas que me sería casi imposible de terminar esta historia.
Aun así, el día de ayer, 24, tuve una pequeña oportunidad, pues tuve que pasar algo de tiempo en cama, sin ‘supervisión’, así que me propuse terminarlo, el problema, fue que, mi estado de ánimo y la falta de inspiración positiva, no me permitieron que esta historia tuviera una trama más feliz, así que, lo acabo de terminar, hoy 25 a las siete de la mañana…
Quizá, el hecho de que mi protagonista no fuese feliz al final no sea del agrado de muchos, pero era imposible hacer que él amara a otra persona, como imagino que algunos pudieron esperar (posiblemente con Phillip), realmente, Osvaldo amaba a Jordan, pero lo que le hizo no podía olvidarlo, pues le hizo demasiado daño y una relación así, con dolor de por medio, no es muy sana…
Lo mejor hubiese sido que Osvaldo saliera adelante, buscara otro amor, diferente pero con la misma intensidad, más fue su decisión no hacerlo, por ello, prefirió tomar esa salida tan ‘cobarde’ para muchos, pero para mí, el decidir suicidarse, conlleva que la persona debe ser muy valiente, pues no cualquiera se atreve a hacerlo… Mi manera de pensar tal vez no es muy buena, pero yo respeto la muerte y como mis antepasados (indios aztecas, sí y a mucha honra), no le tengo miedo, a lo que más le temo es a sufrir y por ello, muchos de mis personajes también temen eso, seguir sufriendo, salir lastimados…
Sé que no es algo que pudieran esperar, pero no puedo exigirme mucho, tampoco en el lemon, ya que para ello también necesito inspiración y lamentablemente con visitas, es casi imposible tenerla u..u por eso estoy sufriendo XD
Bueno, aun así, cumplí con mi meta y salió mi historia, realmente me siento satisfecha con ella, porque a pesar del dolor, creo que Osvaldo siguió con sus convicciones hasta el final y eso me hace feliz, además, pude escribir a pesar de las adversidades y eso es un mérito para mí.
Sin importar lo que piensen de este fic, espero que ustedes si sean muy felices y pasen una maravillosa y feliz navidad.
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