Confesiones (Parte 1)
El resto del día, Israel lo pasó en su departamento, cuando la hora de la cita se acercaba dudó; podía simplemente no ir y tratar de quedarse con la idealización que había hecho de Mauricio. Eso podía ser bueno para su corazón lastimado; creer que podía haber alguien en el mundo que lo hubiese tratado con respeto, al menos por compromiso. O, también podía tomar algo de ese hombre que le parecía diferente de los demás, aunque no lo fuera; un último recuerdo, y después, desaparecer de su vida, de todos modos, aunque no significara nada para Mauricio, para él, ese profesor había sido su ilusión todo ese semestre y, lo que lo había mantenido tratando de llevar una vida sin vergüenza, solo por tratar de alcanzarlo.
A las ocho se puso de pie, se aseó y buscó la mejor ropa que tenía. Salió del departamento y le pidió a su chofer, que lo llevara a la dirección del pequeño papel.
Si para Mauricio era una puta, igual que para todos los demás, iba a ser la mejor puta esa noche y, aunque no fuera así, iba a pensar que, por primera vez, haría el amor y, sobre todo, con una persona a quien en verdad quería, aunque no fuera un cariño recíproco.
* * *
El automóvil se detuvo delante de la casa. Israel bajó del mismo cuando su chofer le abrió la puerta y usó un paraguas para evitar que el menor se mojara, por la lluvia.
-¿Desea que lo espere, joven?
-No – negó y su cabello se movió al compás – posiblemente me desocupe muy tarde – dijo con frialdad, pues, aunque así sucediera, tampoco podría quedarse en esa casa después de tener relaciones – de cualquier modo, te llamaré en cuanto lo necesite.
-Estaré al pendiente…
El hombre le entregó la sombrilla y se retiró, dejando al universitario solo, quien se acercó a la entrada de la propiedad y tocó el timbre; después, dio un par de pasos alejándose. Aunque le agradaban los animales, nunca había tenido alguna mascota, porque les tenía miedo, especialmente a los perros y más, a los que eran de gran tamaño, por eso, aunque el pastor alemán, a pesar de que ni siquiera le ladró, le provocaba temor.
Mauricio salió de su casa sin sombrilla, pues la cochera era techada y abrió la puerta, todo sin dirigirle una palabra a su invitado; lo único que Israel escuchó, fue la orden que le dio al can, para que se mantuviera quieto.
Israel siguió al ojiverde hasta el interior del recinto y se quedó de pie, a un lado de la puerta, después de cerrar el paraguas.
-¿Quieres algo de beber? – preguntó el mayor.
-Tengo más de un año que no bebo alcohol – respondió el universitario sin ánimo, aunque en el fondo, deseaba una copa para darse ánimos a seguir adelante, sabía que si empezaba, no iba a detenerse, hasta sacar todo ese dolor que lo invadía.
-No me refiero a una bebida alcohólica – aseguró el profesor – compré té de frutos rojos, para ti…
El menor levantó el rostro confundido.
-Aunque, no sé que marca te gusta y compré varias – explicó el otro mientras caminaba por la casa y se perdía en otra zona, para regresar, asomándose – ven… – llamó con una sonrisa – vamos a cenar.
Israel titubeó, sus piernas le temblaron, no entendía esa actitud, pero se obligó a caminar, después de dejar la sombrilla a un lado de la puerta; recorrió el mismo camino que su anfitrión y se encontró en el comedor de la casa. La mesa estaba puesta para dos, algo simple, con una vajilla blanca; lo más curioso, eran las cinco jarras de té, cada una con la caja del que se usó para prepararlo, a un lado.
El menor se quedó de pie, sin poder ocultar su desconcierto.
-Por favor, toma asiento… – pidió el ojiverde desde la cocina.
-Gra… Gracias…
El universitario se acercó a la mesa, se quitó la chaqueta, dejándola en la silla que iba a ocupar y se sentó. Estaba tan desconcertado, que no sabía que decir.
-Espero que alguno de los tés sea de tu agrado – mencionó Mauricio, llegando con un par de vasos con hielo – sírvete el que desees, si no te gusta ninguno, tengo refresco…
Israel observó los empaques y uno de ellos era el que él tomaba regularmente, en su casa.
-Ah, no, este está bien – acercó la mano a una de las jarras y se sirvió la bebida.
Mauricio había ido nuevamente a la cocina, pero ya volvía, con un par de platos servidos – no soy buen cocinero – se excusó – lo único que hago por mi mismo es pasta, todo lo demás lo compro hecho, así que, espero no te moleste cenar espagueti.
-No… Está… Está bien, gracias…
Israel estaba completamente aturdido y no sabía cómo actuar. El ojiverde se sentó en la mesa y se sirvió de otra jarra de té.
-Ah… ¿usted no tomará del mismo que yo? – indagó el menor con algo de desconfianza.
-Ese es para ti – sonrió el profesor – ya preparé los otros, así que, alguien debe beberlos y, no pienso obligarte, si no te agradan…
Después de eso, ambos empezaron a comer, en silencio. Israel miraba de soslayo a Mauricio, sin comprender su actitud. Generalmente, cuando iba a la casa de alguien, era para llegar, tener sexo y luego regresar a su hogar; en esta ocasión, a su departamento, pues con el problema que había sucedido, había dejado de vivir con su madre.
Ya lo habían invitado a cenar anteriormente, pero era, generalmente, en algún restaurante y, solo para poder llevárselo a la cama con más facilidad; algo que no le incomodaba, después de todo sus compañeros, especialmente los mayores, en la calle se comportaban como caballeros, aunque en la cama eran unas bestias que no les importaba si él era feliz.
-¿No te gustó el espagueti? – indagó el mayor, al ver que su invitado había dejado de comer.
-Ah, no – negó – solo… pensaba…
-¿Qué piensas? – preguntó el otro dándole un sorbo a su bebida, la cual, no le desagradó del todo, como había imaginado.
-Esto es… extraño, es todo…
-¿Por qué?
-Bueno – Israel pasó saliva – cuando… Cuando me dio su dirección, yo… pensé que… Más bien, no sabía que… Ah, pues… usted sabe… Qué…
-No sabías que cenaríamos – Mauricio sonrió – ¿es eso?
-Pues sí, más o menos – el universitario bajó la mirada – más bien, no en el sentido literal de la palabra…
-Lamento no haberte explicado – respondió el mayor con seriedad – aunque ya hayas sacado tus documentos de la universidad, aun eres considerado alumno de la misma y, por tanto, yo como profesor, no puedo acercarme a los alumnos, más que en un contexto educativo, por eso no pude hacer la invitación más correcta.
¿Había sido eso? ¿Solo una invitación a cenar? Israel frunció el ceño, dudando. Seguramente era solo el principio, después de eso, sería la verdadera “cena”.
-¿Por qué querría invitarme a cenar? – preguntó con escepticismo, buscando la respuesta que todos le daban “para llevarte a la cama…”
-Primero, quería agradecer la pluma – admitió el profesor – segundo, el pastel – sonrió de lado – tercero, la segunda pluma que me diste – dijo con obviedad – y, finalmente, el que me hayas acompañado todo el semestre en mi última clase, aunque bien pudiste ir a otro salón.
El menor se mordió el labio; la respuesta le había gustado.
-No tiene que agradecer – dudó, pero quería ser sincero – en verdad, me gustaba el aula donde usted estaba, al menos ahí, nadie me trataba mal – murmuró.
-Pues, me alegro que hayas decidido quedarte ahí – sonrió – fue agradable verte todo el semestre.
Las mejillas de Israel ardieron ante esa confesión; no supo qué decir, así que, prefirió comer más pasta, para tener una excusa y no hablar.
-Sé que, fui algo cortante y quizá, no hablamos mucho – prosiguió el ojiverde – me disculpo por ello, pero como dije, eras un alumno y yo un profesor, por tanto, no podía familiarizarme contigo, como hubiese deseado.
“Familiarizarse”
Esa palabra solo significaba una cosa para el universitario; relacionarse íntimamente.
-Entiendo… – dijo el menor después de beber un poco más de té.
Nuevamente el silencio reinó y así fue, hasta que ambos terminaron de comer, momentos después.
-¿Quieres un poco más de pasta o, prefieres el postre? – preguntó el mayor.
La pregunta sobresaltó a Israel. “Postre”, esa palabra también podía significar, que era el momento de tener sexo.
-Supongo que, todo esto fue para llegar al “postre” – dijo con indiferencia.
-De acuerdo…
Mauricio se puso de pie y llevó ambos platos a la cocina; Israel se incorporó también, cerciorándose de traer los paquetes de condones en los bolsillos del pantalón. Mientras él revisaba, el ojiverde regresó a la mesa con un pastel.
El universitario se desconcertó completamente, especialmente al ver que el otro, dejaba un par de platos pequeños en la mesa, con unas cucharas y se disponía a cortar el pastel.
-¿Prefieres seguir tomando té o quieres café? – Mauricio cortó una rebanada y la sirvió en un plato, entregándosela a su invitado – hace un momento puse la cafetera, para mí – sonrió.
Israel agarró el plato y lentamente se volvió a sentar – té… – dijo en un murmullo.
Después de que el mayor se sirviera un trozo de pastel, fue a la cocina por su café y regresó. Israel estaba atónito; en verdad, solo era una cena y, el postre, era pastel. Miró al profesor con asombro; posiblemente, Mauricio no era gay y él había malinterpretado todo.
-¿Sucede algo? – el ojiverde le sonrió.
-Yo… Ah… Creí que… Que no le gustaba… el pastel.
Mauricio llevó un poco a su boca y sonrió.
-Voy a contarte algo – dijo con diversión – la verdad, no es que no me gusten los pasteles, la cuestión es que, el año pasado, tuve una dificultad en la pastelería donde compraste el que me llevaste a la escuela – explicó – tuve un problema con alguien que trabaja ahí y, bueno, yo no podía ir a ese lugar… Precisamente, eso fue algo que repercutió en mi trabajo y, casi me corren de la universidad.
Israel llevó un trozo de pastel a su boca y su sorpresa aumentó al saborearlo – pero… es… – observo curioso el postre – el mismo… – terminó en un murmullo, a pesar de que no era igual el decorado, era el mismo pastel que él había comprado.
-Sí – el mayor asintió – tuve que tragarme mi orgullo y pedirle ayuda a alguien que trabaja ahí, para que Lizy, me permitiera volver y poder comprar el pastel que te gusta… Además, también me ayudaron con los tés y, bueno, el pastelero hizo este, ‘pastel especial’ – su voz sonaba cansada – ahora le debo una…
“Lizy”
Israel levantó la vista con rapidez, ese era nombre de chica, eso le confirmaba su temor; Mauricio era heterosexual, por eso, no estaba interesado en él, en lo más mínimo.
-Ya veo… – la sonrisa tembló en los labios del menor – entonces, hizo eso, ¿por mi? – la pregunta estaba llena de ilusión, pero a la vez desconcierto.
-Sí, porque no quería que te quedaras con una idea errónea de lo que yo pienso de ti – aseguró el profesor.
El universitario no sabía cómo tomar todo eso; había sido un detalle tan dulce, pero, ahora entendía que, no podía hacerse ilusiones. Las lágrimas se agolparon en sus ojos y sonrió nervioso, mientras bajaba el rostro.
-¿Pasa algo?
-No… – Israel negó – yo… – las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas con rapidez – perdón… – dijo con debilidad – yo… es que… soy un idiota… lo lamento… discúlpeme… – empezó a limpiar su rostro con desespero, necesitaba recuperar la compostura, pero, era demasiado tarde.
Mauricio se levantó y se acuclilló a su lado – ¿qué sucede? – preguntó con seriedad, buscando la mirada del menor.
-Yo… – se sentía tan avergonzado, pero tenía que decirle el por qué estaba llorando – yo… me… me enamoré de usted… – dijo en un murmullo – lo siento… – cubrió el rostro con sus manos – la primera vez que estuve en su clase… Escuché que dijeron que era gay y… Supongo que… me hice ilusiones…
El mayor suspiró, no le gustaba ver a ese chico llorar con tanto sentimiento y menos, por causa suya; ya lo había hecho antes, pero ahora, podía confortarlo sin problemas.
-Israel – el ojiverde, alejó las manos del rostro con suavidad y le sonrió con dulzura – sí soy gay – aseguró.
El menor no pudo evitar mostrar la confusión, que esas palabras le causaron – pero… habló de una chica… Lizy…
Mauricio rió y suspiró con cansancio – Lizy es la dueña del café – explicó llevando una mano al mentón del otro, acariciando la piel con sus dedos – mi asunto fue con uno de sus meseros – prosiguió mirándolo a los ojos – por eso, tuve un problema con el hermano de Lizy y con su primo… Es una historia larga, pero ya pasó…
El universitario sollozó; no entendía nada, pero le gustaba sentir la tibieza de la mano de Mauricio, en su piel.
-Te invité a cenar – prosiguió con calma – porque, quiero que entiendas, que yo no pienso de ti, lo que piensan las demás personas, ¿sabes por qué? – la voz del profesor era seria – porque, tu también me gustas…
El corazón de Israel se aceleró, sintió que le faltaba el aire y que el calor subía a su rostro, todo mientras su cerebro procesaba esas palabras; al final, desvió la mirada, tenía que poner los pies en la tierra, eso no significaba que lo quería, simplemente le gustaba, así que, era igual que con todos.
-Entonces… – sonrió con tristeza – si le gusto, y me invitó esta noche es, porque quiere… – se mordió el labio, no quería terminar la frase.
-¿Acostarme contigo? – terminó Mauricio y alejó la mano, sonriendo divertido – admito que me gustaría tener relaciones contigo, porque eres extremadamente atractivo y hermoso – aseguró poniéndose de pie – pero no soy de los que se lleva a alguien a la cama, en la primera cita.
“Cita”
La palabra parecía tener eco en la mente del universitario; para el mayor, eso era una cita. Algo tan sencillo, cómo una cena en casa, y, sin intención de un encuentro sexual.
-Perdón… – el menor negó – yo, no quería ofenderlo…
-No, el que no quería ofenderte soy yo – el ojiverde respiró profundamente – es notorio que tienes miedo, dudas, incertidumbre y desconfías de mi, pero, aunque no lo creas, lo entiendo – prosiguió mientras se sentaba en la otra silla – no eres un chico tonto, eso es seguro y estás al tanto que yo sé, lo que dicen de ti – las palabras consiguieron entristecer y avergonzar a Israel – pero, yo no puedo juzgarte por lo que hiciste, ya una vez cometí el error de juzgar sin saber y, he pagado caro por ello, esta vez, me gustaría saber sobre ti, pero no por medio de otros, sino de ti mismo, así podría entenderte…
El menor buscó el vaso de té y le dio un sorbo para calmarse, miró de soslayo a Mauricio, quizá, le estaba hablando en serio, pero, no sabía cómo empezar; se sentó correctamente en la silla y suspiró resignado, por más vueltas que quisiera darle, sería lo mejor, contarle todo, desde el principio.
-Hace años – empezó – cuando estaba en la preparatoria, me gustó un chico – sonrió – pero, cuando se lo dije, él lo contó… todos se burlaron de mi, empezaron a decirme muchas cosas – se mordió el labio – así que, empecé a desconfiar de las personas a mi alrededor – suspiró – mis abuelos aun vivían y, ellos me apoyaron para cambiarme de escuela, pues, mis padres se habían divorciado y no me ponían mucha atención – su voz denotaba el dolor que eso le causaba – entonces conocí a David… – al decir el nombre sonaba con algo de ilusión – él fue el primero que me trató bien y, me dijo que le gustaba, claro, después de que yo lo dije primero – se burló – David era dulce, amable, tierno, caballeroso, comprensivo…
Mauricio miró de soslayo a su acompañante, esas palabras decían que todavía quería a ese chico; sintió una punzada en la boca del estómago y sus músculos se tensaron, estaba celoso, aunque no quisiera admitirlo.
-Incluso, era tan respetuoso que, siempre que yo le decía ‘no’, cuando intentaba ir más allá de los simples besos, él se detenía… Siempre… – aseguró – pero, muchas veces, yo ansiaba que no lo hiciera, que no se detuviera, porque yo quería llegar a más, aunque… Tenía miedo de decirlo… De pedirlo…
Israel se mordió el labio con fuerza; respiró profundamente para darse valor y seguir con su historia.
-Cuando entramos a la universidad… – prosiguió con voz débil – un chico de mi salón, empezó a cortejarme – se encogió de hombros – era un poco más atrevido que David y, me envolvió con su labia y su carácter – negó – creí que me estaba enamorando y, terminé con mi novio por él… Pero me equivoqué.
Mauricio estaba atento a los cambios en el universitario, tanto en su semblante, como en su voz; pero seguía comiendo el pastel con lentitud, esperando a que el menor terminara.
-Ese chico, solo buscaba llevarme a la cama – dijo con tristeza – y yo… se lo permití…
-Pero tú también querías eso, ¿o no? – el profesor jugueteó con un trozo de chocolate, antes de comerlo.
-Sí, pero, en el último momento, me arrepentí y él…
-Él no se detuvo como David, ¿cierto? – el ojiverde lo miró de soslayo.
Israel no respondió, se quedó en silencio y bajó el rostro.
-¿Qué pasó después? – el mayor tenía curiosidad.
-Obviamente, David ya no iba a volver conmigo – sonrió con tristeza – y, el otro chico y yo, ya no seguimos, solo obtuvo lo que quiso y… se alejó – suspiró – entonces, yo pensé que, si le daba celos a David, podría hacer que él volviera por decisión propia, para tratar de recuperarme y, empecé a salir con todos los chicos que me lo proponían…
-Y, ¿con todos tuviste relaciones?
-Era para lo que me buscaban – aseguró – solo querían sexo y nada más.
-¿Lo disfrutabas? – Mauricio estaba molesto y completamente celoso, pero, no era nada de Israel para poder demostrar lo que sentía en ese momento, así que, trataba de respirar y pensar que eso, ya había pasado.
-No exactamente – respondió con algo de duda – me gustaba sentir la atención, que me buscaran y procuraran, me alentaba a mí mismo y me hacía ilusiones de que, esas personas se interesaban en mi, aunque solo fuese por sexo y por poco tiempo, pero, me sentía importante – se mordió el labio – solo que, nunca disfrute el sexo en realidad, pues aunque ellos quedaban satisfechos, no se preocupaban porque yo lo disfrutara de verdad – aseguró con pesar – era como un objeto, al cual, solo acomodaban como necesitaban, lo usaban y después, se alejaban… aunque siempre fingí que todo estaba bien y que era feliz…
-¿Entonces nunca tuviste un…?
-¿Orgasmo? – sonrió débilmente – sí, muchos, pero, la gran mayor parte de las veces, no fue por el sexo que tenía con ellos en sí, pues aunque lo hiciera, generalmente yo me satisfacía a mí mismo, a veces con juguetes… Ya sabe… Cosas de ese tipo… Y bueno, ellos disfrutaban verme mientras me masturbaba…
-¿Jamás te quejaste? ¿No te negabas a…?
-No – sonrió triste – eso era lo que querían, para eso estaba, ¿qué podía decir? De todos modos, la gran mayoría de mis acompañantes, me pagaba con atenciones, regalos, llevándome a cenar o a otros lados… Algunos me volvían a buscar, pero, no había nada más que sexo.
-Ya veo… – el mayor apretó los puños, su cuerpo se tensó y tuvo el impulso de ir a buscar un cigarro, pero se controló, había decidido dejarlo – y, ¿qué pasó con David?
-Él… Él se consiguió una pareja, un chico mucho más lindo – la tristeza lo envolvió – dulce, tierno y que sí valía la pena – un sollozo lo interrumpió – cuando me di cuenta de que lo había perdido de verdad – su sonrisa tembló – y después de que me dijo que solo me quiso, pero que nunca me amó, me sentí tan mal… Solo quería morir… Porque entendí que nunca hubo nadie que me amara de verdad… – las lágrimas volvieron a sus ojos – y entonces… sin pensar… Intenté… Intenté…
Guardó silencio, se abrazó a sí mismo y lloró.
Mauricio se puso de pie, levantándolo de la silla y abrazándolo con fuerza; Israel hundió su rostro en el pecho del mayor y ahogó su llanto en ese lugar. Duró varios minutos ahí, hasta que se calmó; el ojiverde lo alejó y limpió las lágrimas con sus pulgares, mientras le sonreía con dulzura.
-Ya no llores, por favor – pidió Mauricio y le dio un beso en la frente – lamento haberte hecho recordar cosas tan horribles.
-Estoy enfermo, estoy loco – susurró el menor – todos lo piensan y, quizá es cierto…
-No – el mayor negó – estás solo, nada más… Pero, si me lo permites, yo puedo acompañarte, de ahora en adelante…
-Está… ¿Está seguro?
-Sí, lo estoy…
Mauricio se inclinó y se acercó a los labios de Israel; el menor cerró los ojos y recibió el beso con emoción. Era un beso suave, delicado, dulce y tierno; no hubo dobles intensiones, no hubo arrebato, era un beso casto y puro, que prometía cariño sincero.
Cuando se separaron, Israel sonrió ilusionado.
-Terminemos el pastel – indicó Mauricio – es tarde y, debo llevarte a tu casa.
-¿No haremos…?
-No – el ojiverde negó – te lo dije, no soy de los que llevan a la cama a otra persona, el primer día.
El menor sonrió y asintió. Ese era un detalle que nadie había tenido con él, antes.
* * *
A las ocho se puso de pie, se aseó y buscó la mejor ropa que tenía. Salió del departamento y le pidió a su chofer, que lo llevara a la dirección del pequeño papel.
Si para Mauricio era una puta, igual que para todos los demás, iba a ser la mejor puta esa noche y, aunque no fuera así, iba a pensar que, por primera vez, haría el amor y, sobre todo, con una persona a quien en verdad quería, aunque no fuera un cariño recíproco.
* * *
El automóvil se detuvo delante de la casa. Israel bajó del mismo cuando su chofer le abrió la puerta y usó un paraguas para evitar que el menor se mojara, por la lluvia.
-¿Desea que lo espere, joven?
-No – negó y su cabello se movió al compás – posiblemente me desocupe muy tarde – dijo con frialdad, pues, aunque así sucediera, tampoco podría quedarse en esa casa después de tener relaciones – de cualquier modo, te llamaré en cuanto lo necesite.
-Estaré al pendiente…
El hombre le entregó la sombrilla y se retiró, dejando al universitario solo, quien se acercó a la entrada de la propiedad y tocó el timbre; después, dio un par de pasos alejándose. Aunque le agradaban los animales, nunca había tenido alguna mascota, porque les tenía miedo, especialmente a los perros y más, a los que eran de gran tamaño, por eso, aunque el pastor alemán, a pesar de que ni siquiera le ladró, le provocaba temor.
Mauricio salió de su casa sin sombrilla, pues la cochera era techada y abrió la puerta, todo sin dirigirle una palabra a su invitado; lo único que Israel escuchó, fue la orden que le dio al can, para que se mantuviera quieto.
Israel siguió al ojiverde hasta el interior del recinto y se quedó de pie, a un lado de la puerta, después de cerrar el paraguas.
-¿Quieres algo de beber? – preguntó el mayor.
-Tengo más de un año que no bebo alcohol – respondió el universitario sin ánimo, aunque en el fondo, deseaba una copa para darse ánimos a seguir adelante, sabía que si empezaba, no iba a detenerse, hasta sacar todo ese dolor que lo invadía.
-No me refiero a una bebida alcohólica – aseguró el profesor – compré té de frutos rojos, para ti…
El menor levantó el rostro confundido.
-Aunque, no sé que marca te gusta y compré varias – explicó el otro mientras caminaba por la casa y se perdía en otra zona, para regresar, asomándose – ven… – llamó con una sonrisa – vamos a cenar.
Israel titubeó, sus piernas le temblaron, no entendía esa actitud, pero se obligó a caminar, después de dejar la sombrilla a un lado de la puerta; recorrió el mismo camino que su anfitrión y se encontró en el comedor de la casa. La mesa estaba puesta para dos, algo simple, con una vajilla blanca; lo más curioso, eran las cinco jarras de té, cada una con la caja del que se usó para prepararlo, a un lado.
El menor se quedó de pie, sin poder ocultar su desconcierto.
-Por favor, toma asiento… – pidió el ojiverde desde la cocina.
-Gra… Gracias…
El universitario se acercó a la mesa, se quitó la chaqueta, dejándola en la silla que iba a ocupar y se sentó. Estaba tan desconcertado, que no sabía que decir.
-Espero que alguno de los tés sea de tu agrado – mencionó Mauricio, llegando con un par de vasos con hielo – sírvete el que desees, si no te gusta ninguno, tengo refresco…
Israel observó los empaques y uno de ellos era el que él tomaba regularmente, en su casa.
-Ah, no, este está bien – acercó la mano a una de las jarras y se sirvió la bebida.
Mauricio había ido nuevamente a la cocina, pero ya volvía, con un par de platos servidos – no soy buen cocinero – se excusó – lo único que hago por mi mismo es pasta, todo lo demás lo compro hecho, así que, espero no te moleste cenar espagueti.
-No… Está… Está bien, gracias…
Israel estaba completamente aturdido y no sabía cómo actuar. El ojiverde se sentó en la mesa y se sirvió de otra jarra de té.
-Ah… ¿usted no tomará del mismo que yo? – indagó el menor con algo de desconfianza.
-Ese es para ti – sonrió el profesor – ya preparé los otros, así que, alguien debe beberlos y, no pienso obligarte, si no te agradan…
Después de eso, ambos empezaron a comer, en silencio. Israel miraba de soslayo a Mauricio, sin comprender su actitud. Generalmente, cuando iba a la casa de alguien, era para llegar, tener sexo y luego regresar a su hogar; en esta ocasión, a su departamento, pues con el problema que había sucedido, había dejado de vivir con su madre.
Ya lo habían invitado a cenar anteriormente, pero era, generalmente, en algún restaurante y, solo para poder llevárselo a la cama con más facilidad; algo que no le incomodaba, después de todo sus compañeros, especialmente los mayores, en la calle se comportaban como caballeros, aunque en la cama eran unas bestias que no les importaba si él era feliz.
-¿No te gustó el espagueti? – indagó el mayor, al ver que su invitado había dejado de comer.
-Ah, no – negó – solo… pensaba…
-¿Qué piensas? – preguntó el otro dándole un sorbo a su bebida, la cual, no le desagradó del todo, como había imaginado.
-Esto es… extraño, es todo…
-¿Por qué?
-Bueno – Israel pasó saliva – cuando… Cuando me dio su dirección, yo… pensé que… Más bien, no sabía que… Ah, pues… usted sabe… Qué…
-No sabías que cenaríamos – Mauricio sonrió – ¿es eso?
-Pues sí, más o menos – el universitario bajó la mirada – más bien, no en el sentido literal de la palabra…
-Lamento no haberte explicado – respondió el mayor con seriedad – aunque ya hayas sacado tus documentos de la universidad, aun eres considerado alumno de la misma y, por tanto, yo como profesor, no puedo acercarme a los alumnos, más que en un contexto educativo, por eso no pude hacer la invitación más correcta.
¿Había sido eso? ¿Solo una invitación a cenar? Israel frunció el ceño, dudando. Seguramente era solo el principio, después de eso, sería la verdadera “cena”.
-¿Por qué querría invitarme a cenar? – preguntó con escepticismo, buscando la respuesta que todos le daban “para llevarte a la cama…”
-Primero, quería agradecer la pluma – admitió el profesor – segundo, el pastel – sonrió de lado – tercero, la segunda pluma que me diste – dijo con obviedad – y, finalmente, el que me hayas acompañado todo el semestre en mi última clase, aunque bien pudiste ir a otro salón.
El menor se mordió el labio; la respuesta le había gustado.
-No tiene que agradecer – dudó, pero quería ser sincero – en verdad, me gustaba el aula donde usted estaba, al menos ahí, nadie me trataba mal – murmuró.
-Pues, me alegro que hayas decidido quedarte ahí – sonrió – fue agradable verte todo el semestre.
Las mejillas de Israel ardieron ante esa confesión; no supo qué decir, así que, prefirió comer más pasta, para tener una excusa y no hablar.
-Sé que, fui algo cortante y quizá, no hablamos mucho – prosiguió el ojiverde – me disculpo por ello, pero como dije, eras un alumno y yo un profesor, por tanto, no podía familiarizarme contigo, como hubiese deseado.
“Familiarizarse”
Esa palabra solo significaba una cosa para el universitario; relacionarse íntimamente.
-Entiendo… – dijo el menor después de beber un poco más de té.
Nuevamente el silencio reinó y así fue, hasta que ambos terminaron de comer, momentos después.
-¿Quieres un poco más de pasta o, prefieres el postre? – preguntó el mayor.
La pregunta sobresaltó a Israel. “Postre”, esa palabra también podía significar, que era el momento de tener sexo.
-Supongo que, todo esto fue para llegar al “postre” – dijo con indiferencia.
-De acuerdo…
Mauricio se puso de pie y llevó ambos platos a la cocina; Israel se incorporó también, cerciorándose de traer los paquetes de condones en los bolsillos del pantalón. Mientras él revisaba, el ojiverde regresó a la mesa con un pastel.
El universitario se desconcertó completamente, especialmente al ver que el otro, dejaba un par de platos pequeños en la mesa, con unas cucharas y se disponía a cortar el pastel.
-¿Prefieres seguir tomando té o quieres café? – Mauricio cortó una rebanada y la sirvió en un plato, entregándosela a su invitado – hace un momento puse la cafetera, para mí – sonrió.
Israel agarró el plato y lentamente se volvió a sentar – té… – dijo en un murmullo.
Después de que el mayor se sirviera un trozo de pastel, fue a la cocina por su café y regresó. Israel estaba atónito; en verdad, solo era una cena y, el postre, era pastel. Miró al profesor con asombro; posiblemente, Mauricio no era gay y él había malinterpretado todo.
-¿Sucede algo? – el ojiverde le sonrió.
-Yo… Ah… Creí que… Que no le gustaba… el pastel.
Mauricio llevó un poco a su boca y sonrió.
-Voy a contarte algo – dijo con diversión – la verdad, no es que no me gusten los pasteles, la cuestión es que, el año pasado, tuve una dificultad en la pastelería donde compraste el que me llevaste a la escuela – explicó – tuve un problema con alguien que trabaja ahí y, bueno, yo no podía ir a ese lugar… Precisamente, eso fue algo que repercutió en mi trabajo y, casi me corren de la universidad.
Israel llevó un trozo de pastel a su boca y su sorpresa aumentó al saborearlo – pero… es… – observo curioso el postre – el mismo… – terminó en un murmullo, a pesar de que no era igual el decorado, era el mismo pastel que él había comprado.
-Sí – el mayor asintió – tuve que tragarme mi orgullo y pedirle ayuda a alguien que trabaja ahí, para que Lizy, me permitiera volver y poder comprar el pastel que te gusta… Además, también me ayudaron con los tés y, bueno, el pastelero hizo este, ‘pastel especial’ – su voz sonaba cansada – ahora le debo una…
“Lizy”
Israel levantó la vista con rapidez, ese era nombre de chica, eso le confirmaba su temor; Mauricio era heterosexual, por eso, no estaba interesado en él, en lo más mínimo.
-Ya veo… – la sonrisa tembló en los labios del menor – entonces, hizo eso, ¿por mi? – la pregunta estaba llena de ilusión, pero a la vez desconcierto.
-Sí, porque no quería que te quedaras con una idea errónea de lo que yo pienso de ti – aseguró el profesor.
El universitario no sabía cómo tomar todo eso; había sido un detalle tan dulce, pero, ahora entendía que, no podía hacerse ilusiones. Las lágrimas se agolparon en sus ojos y sonrió nervioso, mientras bajaba el rostro.
-¿Pasa algo?
-No… – Israel negó – yo… – las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas con rapidez – perdón… – dijo con debilidad – yo… es que… soy un idiota… lo lamento… discúlpeme… – empezó a limpiar su rostro con desespero, necesitaba recuperar la compostura, pero, era demasiado tarde.
Mauricio se levantó y se acuclilló a su lado – ¿qué sucede? – preguntó con seriedad, buscando la mirada del menor.
-Yo… – se sentía tan avergonzado, pero tenía que decirle el por qué estaba llorando – yo… me… me enamoré de usted… – dijo en un murmullo – lo siento… – cubrió el rostro con sus manos – la primera vez que estuve en su clase… Escuché que dijeron que era gay y… Supongo que… me hice ilusiones…
El mayor suspiró, no le gustaba ver a ese chico llorar con tanto sentimiento y menos, por causa suya; ya lo había hecho antes, pero ahora, podía confortarlo sin problemas.
-Israel – el ojiverde, alejó las manos del rostro con suavidad y le sonrió con dulzura – sí soy gay – aseguró.
El menor no pudo evitar mostrar la confusión, que esas palabras le causaron – pero… habló de una chica… Lizy…
Mauricio rió y suspiró con cansancio – Lizy es la dueña del café – explicó llevando una mano al mentón del otro, acariciando la piel con sus dedos – mi asunto fue con uno de sus meseros – prosiguió mirándolo a los ojos – por eso, tuve un problema con el hermano de Lizy y con su primo… Es una historia larga, pero ya pasó…
El universitario sollozó; no entendía nada, pero le gustaba sentir la tibieza de la mano de Mauricio, en su piel.
-Te invité a cenar – prosiguió con calma – porque, quiero que entiendas, que yo no pienso de ti, lo que piensan las demás personas, ¿sabes por qué? – la voz del profesor era seria – porque, tu también me gustas…
El corazón de Israel se aceleró, sintió que le faltaba el aire y que el calor subía a su rostro, todo mientras su cerebro procesaba esas palabras; al final, desvió la mirada, tenía que poner los pies en la tierra, eso no significaba que lo quería, simplemente le gustaba, así que, era igual que con todos.
-Entonces… – sonrió con tristeza – si le gusto, y me invitó esta noche es, porque quiere… – se mordió el labio, no quería terminar la frase.
-¿Acostarme contigo? – terminó Mauricio y alejó la mano, sonriendo divertido – admito que me gustaría tener relaciones contigo, porque eres extremadamente atractivo y hermoso – aseguró poniéndose de pie – pero no soy de los que se lleva a alguien a la cama, en la primera cita.
“Cita”
La palabra parecía tener eco en la mente del universitario; para el mayor, eso era una cita. Algo tan sencillo, cómo una cena en casa, y, sin intención de un encuentro sexual.
-Perdón… – el menor negó – yo, no quería ofenderlo…
-No, el que no quería ofenderte soy yo – el ojiverde respiró profundamente – es notorio que tienes miedo, dudas, incertidumbre y desconfías de mi, pero, aunque no lo creas, lo entiendo – prosiguió mientras se sentaba en la otra silla – no eres un chico tonto, eso es seguro y estás al tanto que yo sé, lo que dicen de ti – las palabras consiguieron entristecer y avergonzar a Israel – pero, yo no puedo juzgarte por lo que hiciste, ya una vez cometí el error de juzgar sin saber y, he pagado caro por ello, esta vez, me gustaría saber sobre ti, pero no por medio de otros, sino de ti mismo, así podría entenderte…
El menor buscó el vaso de té y le dio un sorbo para calmarse, miró de soslayo a Mauricio, quizá, le estaba hablando en serio, pero, no sabía cómo empezar; se sentó correctamente en la silla y suspiró resignado, por más vueltas que quisiera darle, sería lo mejor, contarle todo, desde el principio.
-Hace años – empezó – cuando estaba en la preparatoria, me gustó un chico – sonrió – pero, cuando se lo dije, él lo contó… todos se burlaron de mi, empezaron a decirme muchas cosas – se mordió el labio – así que, empecé a desconfiar de las personas a mi alrededor – suspiró – mis abuelos aun vivían y, ellos me apoyaron para cambiarme de escuela, pues, mis padres se habían divorciado y no me ponían mucha atención – su voz denotaba el dolor que eso le causaba – entonces conocí a David… – al decir el nombre sonaba con algo de ilusión – él fue el primero que me trató bien y, me dijo que le gustaba, claro, después de que yo lo dije primero – se burló – David era dulce, amable, tierno, caballeroso, comprensivo…
Mauricio miró de soslayo a su acompañante, esas palabras decían que todavía quería a ese chico; sintió una punzada en la boca del estómago y sus músculos se tensaron, estaba celoso, aunque no quisiera admitirlo.
-Incluso, era tan respetuoso que, siempre que yo le decía ‘no’, cuando intentaba ir más allá de los simples besos, él se detenía… Siempre… – aseguró – pero, muchas veces, yo ansiaba que no lo hiciera, que no se detuviera, porque yo quería llegar a más, aunque… Tenía miedo de decirlo… De pedirlo…
Israel se mordió el labio con fuerza; respiró profundamente para darse valor y seguir con su historia.
-Cuando entramos a la universidad… – prosiguió con voz débil – un chico de mi salón, empezó a cortejarme – se encogió de hombros – era un poco más atrevido que David y, me envolvió con su labia y su carácter – negó – creí que me estaba enamorando y, terminé con mi novio por él… Pero me equivoqué.
Mauricio estaba atento a los cambios en el universitario, tanto en su semblante, como en su voz; pero seguía comiendo el pastel con lentitud, esperando a que el menor terminara.
-Ese chico, solo buscaba llevarme a la cama – dijo con tristeza – y yo… se lo permití…
-Pero tú también querías eso, ¿o no? – el profesor jugueteó con un trozo de chocolate, antes de comerlo.
-Sí, pero, en el último momento, me arrepentí y él…
-Él no se detuvo como David, ¿cierto? – el ojiverde lo miró de soslayo.
Israel no respondió, se quedó en silencio y bajó el rostro.
-¿Qué pasó después? – el mayor tenía curiosidad.
-Obviamente, David ya no iba a volver conmigo – sonrió con tristeza – y, el otro chico y yo, ya no seguimos, solo obtuvo lo que quiso y… se alejó – suspiró – entonces, yo pensé que, si le daba celos a David, podría hacer que él volviera por decisión propia, para tratar de recuperarme y, empecé a salir con todos los chicos que me lo proponían…
-Y, ¿con todos tuviste relaciones?
-Era para lo que me buscaban – aseguró – solo querían sexo y nada más.
-¿Lo disfrutabas? – Mauricio estaba molesto y completamente celoso, pero, no era nada de Israel para poder demostrar lo que sentía en ese momento, así que, trataba de respirar y pensar que eso, ya había pasado.
-No exactamente – respondió con algo de duda – me gustaba sentir la atención, que me buscaran y procuraran, me alentaba a mí mismo y me hacía ilusiones de que, esas personas se interesaban en mi, aunque solo fuese por sexo y por poco tiempo, pero, me sentía importante – se mordió el labio – solo que, nunca disfrute el sexo en realidad, pues aunque ellos quedaban satisfechos, no se preocupaban porque yo lo disfrutara de verdad – aseguró con pesar – era como un objeto, al cual, solo acomodaban como necesitaban, lo usaban y después, se alejaban… aunque siempre fingí que todo estaba bien y que era feliz…
-¿Entonces nunca tuviste un…?
-¿Orgasmo? – sonrió débilmente – sí, muchos, pero, la gran mayor parte de las veces, no fue por el sexo que tenía con ellos en sí, pues aunque lo hiciera, generalmente yo me satisfacía a mí mismo, a veces con juguetes… Ya sabe… Cosas de ese tipo… Y bueno, ellos disfrutaban verme mientras me masturbaba…
-¿Jamás te quejaste? ¿No te negabas a…?
-No – sonrió triste – eso era lo que querían, para eso estaba, ¿qué podía decir? De todos modos, la gran mayoría de mis acompañantes, me pagaba con atenciones, regalos, llevándome a cenar o a otros lados… Algunos me volvían a buscar, pero, no había nada más que sexo.
-Ya veo… – el mayor apretó los puños, su cuerpo se tensó y tuvo el impulso de ir a buscar un cigarro, pero se controló, había decidido dejarlo – y, ¿qué pasó con David?
-Él… Él se consiguió una pareja, un chico mucho más lindo – la tristeza lo envolvió – dulce, tierno y que sí valía la pena – un sollozo lo interrumpió – cuando me di cuenta de que lo había perdido de verdad – su sonrisa tembló – y después de que me dijo que solo me quiso, pero que nunca me amó, me sentí tan mal… Solo quería morir… Porque entendí que nunca hubo nadie que me amara de verdad… – las lágrimas volvieron a sus ojos – y entonces… sin pensar… Intenté… Intenté…
Guardó silencio, se abrazó a sí mismo y lloró.
Mauricio se puso de pie, levantándolo de la silla y abrazándolo con fuerza; Israel hundió su rostro en el pecho del mayor y ahogó su llanto en ese lugar. Duró varios minutos ahí, hasta que se calmó; el ojiverde lo alejó y limpió las lágrimas con sus pulgares, mientras le sonreía con dulzura.
-Ya no llores, por favor – pidió Mauricio y le dio un beso en la frente – lamento haberte hecho recordar cosas tan horribles.
-Estoy enfermo, estoy loco – susurró el menor – todos lo piensan y, quizá es cierto…
-No – el mayor negó – estás solo, nada más… Pero, si me lo permites, yo puedo acompañarte, de ahora en adelante…
-Está… ¿Está seguro?
-Sí, lo estoy…
Mauricio se inclinó y se acercó a los labios de Israel; el menor cerró los ojos y recibió el beso con emoción. Era un beso suave, delicado, dulce y tierno; no hubo dobles intensiones, no hubo arrebato, era un beso casto y puro, que prometía cariño sincero.
Cuando se separaron, Israel sonrió ilusionado.
-Terminemos el pastel – indicó Mauricio – es tarde y, debo llevarte a tu casa.
-¿No haremos…?
-No – el ojiverde negó – te lo dije, no soy de los que llevan a la cama a otra persona, el primer día.
El menor sonrió y asintió. Ese era un detalle que nadie había tenido con él, antes.
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