Excusas
Israel siguió yendo al salón de cómputo después de sus clases, pero casi nunca hacía su tarea, hasta que se quedaba solo; de once a doce, la pasaba fingiendo que trabaja, mientras observaba a Mauricio.
El ojiverde sentía las miradas del jovencito; de cuando en cuando, lo sorprendía viéndolo y le causaba gracia que se pusiera nervioso, desviando la mirada o bajando el rostro, pero, el sonrojo en sus mejillas no podía ocultarlo; un sonrojo que para el mayor, era el gesto más adorable que el universitario tenía.
Para el menor, ir a esa aula se había convertido en su escape a todo lo malo que sucedía a su alrededor y, poco a poco, el interés por el profesor, iba en aumento, a pesar de que el tiempo que podían hablar era escaso. Mientras que para el ojiverde, ver al universitario en su aula, le hacía feliz, y, lentamente, se convirtió en parte de su vida; aunque siempre intentaba no acercarse demasiado, para no caer en tentaciones, no podía evitar que ese chico, estuviese entrando en su mente sin que se lo propusiera.
Poco antes de final de semestre, Israel dejo de asistir con frecuencia a las clases de Mauricio; pero el de lentes, estaba decidido a ver al docente, lo más que pudiera, antes de acabar su semestre, pues no sabía si después, tendría oportunidad y menos con tanta regularidad.
Mientras tanto, Mauricio se sentía inquieto al no verlo, se había acostumbrado tanto a la presencia del universitario en su aula, que era casi una necesidad primordial saber de él; mientras pasaban los días y la ausencia del otro se incrementaba, sentía una especie de vacío que lo inquietaba en demasía.
* * *
-Es la última clase – anunció el ojiverde, el último día de noviembre – para el viernes de la otra semana, quiero me entreguen sus programas, aquellos que no estén terminados, están, indiscutiblemente, reprobados – anunció con frialdad.
“¡¿Qué?!” “¿Por qué?” “¿Y si no nos da tiempo?” “Mi archivo se corrompió y tengo que volver a empezarlo…” las quejas, excusas y protestas retumbaron en el aula.
-Son de séptimo semestre – recalcó el castaño – ya deben saber cómo es la situación y haber tomado las medidas necesarias para evitar contratiempos – señaló con seriedad – con respecto a sus excusas de archivos corruptos y memorias dañadas, si quieren llevarse los archivos que yo tengo, aquí están – sacó la pequeña caja donde guardaba las memorias – ya hice las evaluaciones previas, les dejé anotaciones en archivos de texto y pueden hacer uso de ellas.
Todos los alumnos pasaron por sus memorias y empezaron a retirarse, murmurando por lo bajo. Finalmente, Mauricio se quedó solo en el aula, llenando unos documentos en la computadora que él usaba; debía entregar unos reportes, e ingresar calificaciones parciales de otros grupos, a la base de datos escolar. Tan ensimismado estaba en su trabajo, que no se dio cuenta que Israel llegó y entró al aula con sigilo.
El menor dudó en acercarse, al darse cuenta que el profesor, estaba muy ocupado, pero, al final, lo hizo con algo de temor, después de todo, le llevaba un detalle.
Había pasado a una de las cafeterías cercanas a la universidad; desde que había vuelto, se había enterado que una empezó a ser popular, por los pasteles que vendía y decidió llevarle uno a Mauricio.
-Buenos días… – saludó débilmente.
Mauricio levantó el rostro y, automáticamente sonrió; ver a Israel le hizo sentir feliz.
-Buenos días – respondió, sin ocultar su emoción por verlo – pensé que ya no vendrías, me tuviste abandonado estos días… – a pesar de que no quiso, sonó a reclamo.
-Ah… es que, tuve… Tuve que hacer unos trabajos importantes – “y solo…” terminó mentalmente – y, ya está finalizando el semestre, así que… Tuve muchos trabajos y exámenes…
-Te entiendo, yo también tengo mucho trabajo – comentó el mayor, regresando su vista a la pantalla.
-Yo, ah… Le traje algo – dijo con vergüenza, dejando una delicada cajita en el escritorio – espero… espero que le guste… Me enteré que había un lugar que vendía pasteles deliciosos, aquí cerca – pasó las manos tras su espalda, estrujando la chaqueta que portaba – y, bueno, quería darle las gracias por recibirme en su clase, todo este semestre…
Mauricio miró la pequeña caja y rápidamente, reconoció el logotipo de la cafetería de Lizy. Suspiró con algo de cansancio.
-La verdad… – desvió la mirada – no me gustan mucho los pasteles…
Israel se asustó con esas palabras; había cometido un error y, era lo que menos quería que sucediera en ese momento.
-Lo… Lo lamento… – su sonrisa tembló – yo no… no sabía…
El ojiverde negó – no, no te preocupes, no tenías por qué saberlo…
-Si – el de lentes asintió tristemente – cierto…
El mayor se sintió incómodo por esa reacción, especialmente, el semblante triste del joven; Israel no tenía la culpa de lo que había sucedido y, obviamente le había llevado el pastel, con la mejor de las intenciones. Además, no podía permitir que ese hermoso niño se sintiera mal y su precioso rostro tuviese ese semblante tan triste.
Mauricio acercó la mano a la pequeña cajita – pero, como te tomaste la molestia, supongo que puedo comerlo – sonrió.
Israel intentó sonreír, pero ya se había deprimido – no tiene que obligarse – dijo en un murmullo – si no le gustan…
Pero no terminó la frase, el ojiverde ya había abierto la caja y sacó del interior el pequeño y delicado pastel, adornado con chocolate y cerezas – solo trajiste una cuchara – anunció.
-Yo… Sí, bueno, es para usted… – se encogió de hombros.
-Entonces, ¿tú no quieres?
-No – negó – no es necesario…
-Pues, te acabo de decir que no me gustan mucho los pasteles y, aunque sea pequeño, no creo que pueda terminarlo – explicó el ojiverde – ¿te gustaría acompañarme y comer la mitad?
El menor sintió como el calor subía a su rostro; pasó saliva, se mordió el labio y sonrió emocionado – sí… – asintió.
Mauricio cortó con la cuchara, el pastel y le indicó a Israel que acercara una silla, para que lo acompañara, mientras él terminaba su trabajo. Al principio, el universitario titubeó, pues parecía que el ojiverde no entendía, lo íntimo que era estar comiendo de una misma cuchara; y no era de esa manera, el mayor lo sabía, pero, no le quería tomar mucha importancia, entre menos demostrara interés, sería mejor para ambos, aunque en el fondo, disfrutaba compartir algo con el otro.
El pastel se terminó, antes de que Mauricio acabara con su trabajo.
-Estuvo muy rico – el de lentes miraba la charola con ilusión, solo quedaba un pedazo de chocolate, del mismo que adornaba la cubierta; más que el pastel, le había gustado compartirlo con Mauricio.
-Sí, debo admitir que estuvo muy bien.
-Había probado antes este tipo de pastel, pero esta versión, es mucho mejor que cualquier otra – prosiguió el menor – creo que de ahora en adelante, será mi favorito.
El ojiverde lo miró de soslayo, no quería volver a darle la razón con respecto al pastel, pues, sabía muy bien, quien lo había preparado y, aunque esos problemas quedaron atrás, aun tenía su orgullo de hombre.
-Lo malo es… que el chocolate da sed – sentenció Israel, comiendo el ultimo trozo de chocolate que quedaba en la charola.
-Si es cierto – asintió el profesor, sin mirarlo – y con el frío que hace, hubiera sido bueno tomar un café.
“Le gusta el café…” el de lentes levantó el rostro, fijando su mirada en el rostro de Mauricio; acababa de saber algo del otro, un pequeño e insignificante detalle, pero, era algo más que solo saber lo básico y, enterarse que no le gustaban los pasteles.
-La verdad, yo prefiero el té – dijo el universitario con una sonrisa ilusionada – pero sí, un café hubiese estado bien…
-¿El té? – el mayor se sorprendió – pero, esas bebidas no saben a nada – dijo con burla.
-Bueno, es que están los tés sin azúcar, con azúcar, con miel, de hierbas, de frutas… Algunos no necesitan endulzarse y otros sí, yo prefiero los de frutos rojos, tienen un balance adecuado en su sabor y no necesitan azúcar, además, cuando es té helado, sabe mucho mejor que el caliente…
Mientras Israel hablaba, Mauricio lo miraba con curiosidad, disfrutando de ese semblante, distinto al que le conocía, más tranquilo y seguro, pero manteniendo esa inocencia que le gustaba.
-Es la primera vez que hablas con tanta seguridad – comentó el profesor con diversión.
-De… ¿De verdad? – el de lentes desvió la mirada – supongo que, es porque sé sobre tés.
El ojiverde sonrió – sí, posiblemente…
Una vez más el silencio reinó. Mauricio seguía con su reporte e Israel entendió que era mejor dejarlo tranquilo; de todos modos, ya había disfrutado un momento con él y, en esta ocasión, uno mucho más cercano que todos los que habían tenido durante el semestre. Sin decir una palabra, el pequeño castaño, guardó el empaque del pastel en la caja, junto con la cuchara y se puso de pie; fue a tirar la basura y volvió, para dejar la silla que ocupó, en su lugar.
-¿Ya te vas?
El menor se sobresaltó por la pregunta, mientras dejaba la silla frente a un escritorio – ah yo, supongo… – se alzó de hombros – usted tiene trabajo y yo, ya… no tengo… nada que hacer… – su voz se fue apagando.
Era cierto, ya no tenía una nueva excusa para quedarse, después de todo, solo le quedaba hacer un par de exámenes, el lunes de la siguiente semana, pero no tenía trabajos que entregar.
-Ya veo…
Mauricio no quería que se fuera, disfrutaba de su compañía, aunque ciertamente no tenían nada de qué hablar; en eso, recordó un pequeño detalle, la tinta de su pluma se había terminado.
-La verdad, me gustaría pedirte un favor – anunció con una ligera sonrisa.
Israel regresó al lado del escritorio – si puedo, con gusto – su voz no pudo evitar mostrar su emoción.
El ojiverde movió la mano, sacando la pluma del bolsillo de su saco – se le acabó la tinta – anunció – y, creí que era de cartuchos, pero, ya me di cuenta que no… Así que, no sé cómo llenarla de nuevo…
-Ah… – Israel sonrió, recibiendo el objeto con sumo cuidado – es una pluma de succión – anunció – se necesita quitar esta parte – señaló una punta – dentro hay una perilla y, hay que girarla para que funcione un émbolo de succión – explicó – después, se destapa la punta, se introduce en un tintero y se gira la perilla en sentido contrario, hasta que se llene de nuevo – prosiguió como si se tratara de algo muy común – se retira del tintero, se elimina la tinta excedente volviendo a girar la perilla y, al final, solo se limpia la punta, con un papel o servilleta – aseguró – es sencillo.
Cuando el universitario miró a Mauricio, notó como el otro tenía un gesto de confusión y un intento de sonrisa en sus labios.
-Pero, si gusta – acomodó sus lentes con la mano – yo… yo puedo llenar la pluma por usted…
-Creo que… – el ojiverde carraspeó – creo que sería lo más conveniente – había sido demasiada información para él y, no estaba seguro de haber entendido, correctamente, lo que debía hacer.
-Se la traería el lunes – dijo el menor con una sonrisa – ¿quiere la tinta negra o prefiere otro color?
-No sabía que podía ser de otro color – comentó el mayor con sorpresa.
-Hay muchos colores, aunque el más común, aparte del negro, es el sepia – dijo con emoción – es un lindo color, pero le da a sus escritos un aire un poco… antiguo…
-Pues, no tengo preferencia, elige tu.
Israel suspiró, era obvio que al otro no le importaba en lo más mínimo – De acuerdo, el lunes vendré a la misma hora, para entregársela…
-El lunes no creo que me encuentres aquí – anunció el castaño mayor – de hecho…
Guardó silencio y frunció el ceño, había un pequeño detalle que no había recordado. Ya no tenía clases, por tanto, solo iba a ir a presentarse en la mañana, a checar tarjeta y se iría al otro empleo; solo estaría en la universidad, el viernes de la siguiente semana, recogiendo los proyectos de todos sus alumnos.
-¿De hecho…? – Israel se inquietó con esa frase sin terminar.
-Lo que sucede es que ya no estaré viniendo a la escuela, hasta el próximo viernes – respondió.
El menor sintió un dolor en la boca del estómago y la ansiedad se presentó de golpe – Ah… Entonces… Ah… ¿cómo le…? ¿Cómo le devuelvo la pluma? – preguntó, moviéndose inquieto.
-Pues, podrías devolvérmela el viernes… – sonrió el ojiverde.
“¡¿Hasta el viernes?!” Israel sintió que su mente se nublaba, solo iba a poder ver a Mauricio el viernes y posiblemente, ya no lo vería más.
-Es que – prosiguió el profesor – no se me hace justo que vengas tan temprano, solo a eso, además, yo solo vendría a checar mi entrada y me iría, no puedo quedarme mucho…
-Tiene… Tiene otro empleo, ¿cierto? – sonrió el de lentes con nervios – yo… si gusta… Ah, podría, llevarle la pluma… Si quiere…
-¿A mi otro empleo? – negó – no creo que sea correcto, además, no podría atenderte igual que aquí.
Las opciones se le terminaban a Israel – y… a… ¿su casa? – su voz apenas se escuchó, de hecho, se arrepintió de haberlo dicho, y esperaba que el otro no lo hubiese escuchado.
Mauricio se sorprendió, pero no le agradó hacia dónde iba la conversación. No quería juzgar a Israel pues, desde que lo conoció, había sido muy respetuoso y estaba seguro que era un niño muy dulce que, simplemente, no era comprendido; tampoco podía creer en todos los rumores que había sobre él, pero, aunque ellos dos, no hicieran nada, todos podían murmurar, si se llegasen a enterar, que el jovencito había ido a su casa. La estadía de ambos en la universidad estaba en juego y, no iba a poner en tela de juicio su decencia, ni mucho menos la de Israel, quien seguramente, saldría más perjudicado.
-Mi casa no es un lugar adecuado para que vayas – aseguró el mayor – podrías meterte en problemas y no quiero que sea de esa manera – terminó con seriedad.
El labio inferior de Israel tembló. La actitud de Mauricio era de completo rechazo; seguramente tenía miedo de que lo relacionaran con él, después de todo, sería lo peor que le podría pasar como profesor. Sus ojos se humedecieron y trató de sonreír.
-Entonces… Ah, el viernes… le traeré la pluma – dijo con debilidad.
-Estaré en las oficinas de sistemas – anunció el ojiverde, mientras apagaba la máquina que estaba usando – solo pregunta por mí.
-Si… – Israel asintió débilmente, pero no parpadeaba, sentía que empezaría a llorar en cualquier momento.
Mauricio siguió guardando sus pertenencias y se puso de pie con rapidez, necesitaba irse, pues esa conversación lo había puesto inquieto – bien, debo retirarme – sonrió a modo de despedida y rodeó a Israel para alejarse – nos vemos el viernes…
-Adiós…
Cuando Mauricio se perdió tras la puerta, Israel, cayó de rodillas al piso, a pesar de que intentó sostenerse del escritorio; lloraba desconsolado y ahogaba los sollozos en su mano libre, pues la otra, mantenía la pluma, aferrada con fuerza.
-¡¿Por qué soy tan idiota?! – se preguntó con desespero, quitándose las gafas y lanzándolas al piso con fuerza – ¿En qué estaba pensando? – se reprochó – obviamente no tiene interés en mi… Solo es amable… ¿Cómo podría fijarse en alguien como yo? ¿En un enfermo? ¿En un loco? ¿En un fácil? ¿En una zorra cualquiera que se mete con el que se lo pide? ¿En un psicópata homicida que debió morir? – su voz sonaba desesperada, mientras se decía a sí mismo, todos los calificativos con que la gente se refería a él – Soy… Soy un tonto… – sus lagrimas caían sin control y sonrió con amargura – él es un hombre integro, y yo… yo no merezco nada… Su amabilidad es por compromiso y quizá… compasión… Debo agradecer, que, aun puedo recibir eso… al menos… Pero… Eso no cambia la manera en cómo me ve… ¿cierto? – una risa amarga lo invadió – nadie me verá… de otra manera… Soy… lo que soy… Soy… una basura…
Siguió llorando con desespero y dolor, hincado en el piso de ese salón y recargó su rostro en una orilla del escritorio, sin darse cuenta que, al otro lado de la puerta, estaba Mauricio; había regresado porque, al salir apresurado, había olvidado su reporte. Al abrir la puerta y ver la escena, titubeó en entrar, para finalmente, no hacerlo. Dejó solo una pequeña rendija, por la cual, observó al universitario y lo escuchó con claridad.
Su primer impulso había sido ir con él, no quería que pensara eso; él no lo miraba de esa manera, pero, su razón lo detuvo. Estaban en la escuela; si alguien se daba cuenta de su acercamiento, ambos podrían ser castigados y, después de lo que había sucedido con Marty, posiblemente no creerían nada de lo que dijera.
Le dolía el pecho, no quería verlo llorar, pero, nada podía hacer; se sentía como un monstruo insensible en ese momento, por haber hecho llorar a un chico tan dulce, pero debía ser fuerte y no ceder ante sus sentimientos. Cuando escuchó que Israel se quedaba en silencio, se introdujo a otro salón y se quedó ahí, hasta que lo vio salir; después fue por sus documentos.
En el escritorio, había algunas gotas, obviamente del llanto del universitario; sus dedos recogieron la humedad y la acercó a sus labios, besando sus dedos húmedos.
-Perdóname…
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