Impresiones
Mauricio había llegado temprano a la facultad, a pesar de que su primera hora de clase ese día, era un poco más tarde. Tenía que revisar unos exámenes escritos que había hecho un par de días antes, así como los lenguajes de programación de otros grupos; tuvo la oportunidad de constatar, por él mismo, que Marty era un buen alumno, pues era uno de los más aplicados en su clase y, lo demostraba en los trabajos que había hecho.
El primer parcial, notó al pelinegro nervioso, posiblemente pensaba que iba a reprobar, pero, Mauricio no tenía por qué causarle problemas y, una cosa era su trabajo y otra su vida privada; aún así, aunque fuese una persona que hiciera uso de su influencia como profesor, ya nada tenía que ver con Marty, como para ayudarlo o perjudicarlo. Con ello, el menor pareció sentirse más seguro e incluso, lo saludaba de manera amistosa, cuando llegaba al salón.
* * *
Un golpeteo en la puerta de la oficina, lo hizo levantar la mirada, encontrándose con Rubén Téllez en el umbral.
-Buenos días, Mauricio, ¿puedo pasar?
-Adelante – el ojiverde volvió su vista a las hojas que tenía enfrente – ¿sucede algo?
-Sí – asintió el otro y entró a la oficina, cerrando tras de sí, sentándose frente al escritorio del castaño – se que, tal vez te moleste mi pregunta… Yo, entenderé si no quisieras responder… Solo que, en realidad, necesito saber…
-¿Por qué le das tantos rodeos? – indagó, colocando una calificación en un examen, dejándolo de lado y agarrando otro para seguir con su trabajo.
-Bien, seré directo – el otro tomó aire – recuerdas el problema con el chico de mecatronica…
Mauricio levantó una ceja – sí, ¿qué sucede ahora?
-¿Podrías ser sincero conmigo y decirme, si fue cierto?
Mauricio masajeó el puente de su nariz, ciertamente le había incomodado – más de un semestre tiene ese asunto y, ¿todavía preguntas?
-Yo también soy profesor – sentenció el otro – y, cuando era joven – soltó entre dientes, pues ya era un hombre de más de cuarenta años – al empezar a impartir clases, también me sentía atraído por las jovencitas y más porque, en las universidades, ya son mayores de edad y muy bien desarrolladas – confesó – pero, nunca hice nada indebido…
Agarró una hoja, escribió algo en ella y se la entregó a compañero. El ojiverde leyó el enunciado: “al menos, no en la escuela…”
Mauricio levantó una ceja y se sorprendió.
-Bien, la cuestión aquí es que… – Téllez puso la mano en el escritorio y, tamboreó los dedos – nos hemos enterado que, Israel Espino, pregunta por ti en el laboratorio de computo.
-¿Quién? – preguntó el castaño, denotando absoluta confusión, de no saber a quién se refería el otro.
Rubén se dio cuenta del desconcierto de Mauricio – Israel Espino… Un chico de diseño gráfico – habló despacio, observando los gestos del otro – tiene un permiso del coordinador de su carrera y yo lo firmé, para que usara una máquina, en el primer piso del laboratorio…
-¡Ah! – el ojiverde asintió – sí, ya sé quién es – sonrió – no sabía su nombre, lo lamento.
-Entonces, ¿no lo conoces?
-No es mi alumno – se alzó de hombros – ¿cómo querías que supiera, quién es?
-Significa que no tienes nada que ver con él…
-No, no tengo nada que ver con él – negó – sí, desde el mes pasado, me lo encuentro casi a diario en un aula de cómputo, porque todos los días tengo mis últimas clases ahí, con diferentes grupos – explicó – pero, no cruzamos muchas palabras.
-Me alegro – sonrió el otro – escucha, este chico tiene un pequeño problema y, sería mejor que no te relacionaras con él…
-¿Problema? – Mauricio se inquietó, especialmente por el tono que el otro usó para referirse a eso.
Rubén pasó la mano por su cabello canoso – supongo que, estás enterado del accidente que sucedió hace más de un año, antes de las vacaciones de verano, en la calle principal, donde dos alumnos fueron impactados por un auto.
Mauricio frunció el ceño y algunas cosas llegaron a su mente, pero en aquel entonces, estaba tan enfrascado en recuperar a Marty y fue cuando tuvo los pleitos con Andrés, que, lo demás que sucedía a su alrededor, no le interesaba en lo más mínimo.
-Sí, creo… – dijo sin mucho interés.
-Israel Espino fue uno de los implicados.
-¡Ah!, pobre – soltó con rapidez, pues no sabía a qué se refería el mayor.
Téllez levantó una ceja; no comprendía esa reacción.
-Por tu respuesta, creo que no entiendes…
-¿Qué debo entender? – el castaño estaba confundido.
-Israel Espino, fue el que ocasionó el accidente – añadió el mayor – fue el culpable de que, su ex novio y él, estuvieran a punto de morir – habló con lentitud – no fue acusado de intento de homicidio, porque el otro joven se negó a perjudicarlo, pero sé que está en un tratamiento psicológico – dijo con seriedad – y, es mejor que tengas cuidado… Puede ser un chico peligroso.
Mauricio había puesto total atención desde que el otro había empezado a explicar. Hubo un momento de silencio y el ojiverde sonrió.
-No te preocupes, yo, solo hago mi trabajo…
-Me alegro – el canoso pareció respirar aliviado – ahora, debo irme – anunció – nos vemos después.
-Si…
El castaño se quedó a solas y siguió con sus pendientes, pero, las palabras de su compañero, retumbaban en su mente, “…Puede ser un chico peligroso…”
* * *
En la última hora, como siempre, el ojiverde estaba impartiendo la clase en el laboratorio de cómputo. Cómo era costumbre en las últimas semanas, Israel llegó a las once y se sentó frente a la computadora, que Mauricio le permitía usar.
A pesar de que tenía el permiso, el de lentes se sentía cohibido, pues, algunos de los alumnos de sistemas, ya estaban al tanto de los rumores, que seguían, gracias a Rafael; aún así, mantenían su distancia, igual que sus compañeros de clase. Excepto por algunos, quienes lo buscaban por los otros rumores; su antigua manera de ser tan, “abierta”, también le daba una mala reputación. Aún así, él no volvió a aceptar relacionarse con nadie más, aunque le insistían.
Mientras Mauricio explicaba al frente, apoyándose de un pizarrón y una proyección, Israel estaba ensimismado en su tarea.
Una pequeña bolita de papel, cruzó casi todo el salón y llegó hasta la libreta que, el de lentes, tenía a un lado. Israel se sorprendió y levantó la mirada, observando a todos, pero nadie parecía prestarle atención; agarró el trozo de papel y lo leyó.
“¿Te interesaría diversión para esta noche, niño bonito? Me han dicho que eras muy bueno chupando y, tengo algo que puedes comer hasta hartarte…”
El color se le fue de las mejillas y su respiración se agitó; volvió a levantar el rostro, tratando de buscar al dueño del mensaje, pero, Mauricio ya estaba a su lado. El ojiverde había alcanzado a ver la bola de papel, que le lanzaron al menor y caminó hasta ahí. Le arrebató la hoja y leyó el mensaje; lo miró de soslayo e Israel sintió que sus ojos se humedecían, no sabía cómo reaccionar frente al otro.
Mauricio no pudo aguantar el coraje, especialmente al ver esos hermosos ojos tan tristes.
-¡Luciano! – levantó la voz y todos temblaron.
Luciano Calderón, compartía apellido con otro chico, quien era su primo y, estaban en el mismo grupo, por tanto, para diferenciarlos, Mauricio los llamaba por su nombre.
-S… ¿Sí? – respondió el chico desde su lugar.
-Podrías decirme, ¿qué significa esto? – enseñó el papel.
-¿Por qué piensa que fui yo, profe?
-Esta mañana, revisé los exámenes escritos de la semana pasada y, eres el único, de toda mi clase, que escribe con tan mala caligrafía y ortografía, mezclando mayúsculas con minúsculas y con la ‘n’ mayúscula invertida – soltó con molestia – ¿crees que no voy a identificar tus escritos?
El aludido pasó la mano por su cabello de forma nerviosa – pues… ¿Una invitación? – dijo en un intento de broma.
Sus compañeros, así como su primo, empezaron a reír.
Mauricio entrecerró los ojos – Sí, es cierto – sonrió de lado – es una clara invitación a que pases con el profesor Téllez, porque tengo que mencionarle tu comportamiento, así como al coordinador, Gutiérrez.
La clase entera se quedó en silencio y Luciano puso un gesto de susto.
-Creo que debí decirlo desde un principio – Mauricio trataba de ocultar su enojo, pero su voz lo delataba – pero supuse que ya eran lo suficientemente maduros para entenderlo, sin necesidad de explicárselos, como si fuesen niños de preescolar – volvió a su lugar llevando la nota con él – el joven Espino está aquí, en calidad de invitado de nuestro departamento de sistemas, y además, es alumno de la facultad de diseño – indicó – por lo tanto, merece el mismo respeto que ustedes exigen…
-Pero, era una broma, entre amigos – se excusó el joven.
-¿Entre amigos? – Mauricio levantó una ceja – el joven Espino está en otra carrera, en un semestre superior y, ustedes – señaló a todo el grupo – son de sistemas, además, acaban de ingresar a la facultad, por lo tanto, dudo que se conozcan lo suficiente, como para hacerse este tipo de bromas – lo señaló – si vienes a la universidad a estar jugando, mejor, retírate de mi clase.
Después de eso, el castaño prosiguió con la explicación, y sus alumnos se mantuvieron en completo silencio. Diez minutos para las doce, dio por terminada la clase y, antes de que Luciano se fuera, le indicó que quería verlo, en su oficina, así que, debía ir a esperarlo en su despacho, para hablar con él, antes de que se retirara de la universidad. El joven asintió y salió del aula con rapidez.
Mauricio empezó a guardar sus pertenencias, en silencio.
-Gracias…
La voz de Israel, sacó de sus pensamientos al ojiverde. El menor se había acercado hasta su escritorio y estaba frente a él, moviéndose de un lado a otro, pero, sin mirarlo a la cara.
-No hay de qué – dijo con seriedad – como dije, deben respetarte.
El de lentes se frotó un brazo con nerviosismo, no sabía cómo agradecer. ¿Cómo explicar que, desde hacía mucho que nadie había hecho algo tan dulce por él? ¿Cómo decir que era la única persona que lo había tratado amablemente, desde que había vuelto? Ni siquiera los profesores de su facultad le ayudaban, después de todo, conocían su historial y, aunque algunos chicos lo molestaban, se mantenían al margen. Por eso seguía abstrayéndose en su mundo, aunque su psicóloga insistía en que debía retomar su vida normal.
-Me retiro – anunció el mayor – tengo que hablar con Luciano – sonrió – ¿puedo pedirte un favor?
Israel asintió.
-Apaga las computadoras que hayan quedado encendidas – dijo con rapidez – nos vemos luego…
El ojiverde se alejó, dejando a Israel aún de pie, frente a su escritorio.
El de lentes sintió que su corazón se aceleraba; instintivamente, llevó su mano derecha a su pecho, se lo oprimió con fuerza y su respiración se agitó.
-No… – negó – no debo… – repitió con ansiedad – es un profesor, es un desconocido… no debo ilusionarme por nada… Solo es amabilidad… No voy a cometer más errores…
* * *
Mauricio llegó a su oficina, al momento que colgaba una llamada; tenía que avisar en su siguiente empleo, que posiblemente llegaría tarde y, aunque era el hijo del dueño, y su hermano, como su jefe, podía encargarse de todo, no le gustaba quedar mal.
Luciano estaba en la puerta de su despacho, con un gesto de clara molestia. El ojiverde abrió y le permitió el paso, para después entrar tras él.
-Lo que hiciste – empezó antes de sentarse – estuvo mal y lo sabes – señaló.
-¿Por qué? El chico es un fácil, todos lo dicen – reclamó el menor – ¿qué tiene de malo que lo invite a divertirse?
-El que todos hablen mal de él, no significa que sea la verdad y, aunque lo fuera – señaló – es muy su problema con quien se mete, y, mientras estés en mi clase, bajo mi supervisión, no quiero más insinuaciones insultantes hacia él – su voz no dejaba duda de su enojo – es la primera llamada Luciano, no me obligues a decírselo al jefe de departamento o al coordinador…
-¡Pero no hice nada malo!
-Invitar a un joven, que tiene problemas personales, a tener sexo, de una manera tan grosera, ¿te parece no hacer nada malo? Si te lo hubieran hecho a ti, ¿cómo hubieras reaccionado?
El menor desvió la mirada, avergonzado.
-Espino tiene permiso de estar en el aula, ocupando una computadora, cuando yo estoy ahí, por tanto, es mi responsabilidad también, y como tal, lo trataré como a otro de mis alumnos, ahora, retírate – ordenó.
-Con permiso, profe…
Luciano salió de la oficina y Mauricio acomodó unos libros en la estantería. Guardó el pequeño papel en una carpeta, donde llevaba control de lo que sucedía en su clase. La próxima junta, tendría que darle aviso a Téllez, pues, si algo pasaba, necesitaba demostrar los antecedentes.
Estaba molesto, su actitud y semblante lo demostraban; lo que había sucedido, le había recordado a su manera de actuar con Marty, cuando lo insultó y lo alejó de su lado. Él no era un santo, pero, había aprendido a no juzgar a las personas tan a la ligera, la única manera de conocerlos, era hablando; pero no iba a hablar con Israel, no iba a involucrarse más en el asunto.
-Pero… a mi no me parece peligroso – susurró – al contrario… Creo que es… Lindo…
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