Camino con paso rápido, trato de no mirar alrededor; a pesar de ser verano, llevo una chaqueta con capucha, que me cubre el rostro y evita que mire hacia los lados, así mismo, para ayudar a ello, llevo mi cabello suelto y este cae a los costados de mi rostro. Debajo de la capucha, mis audífonos de cancelación de ruido, para que nadie los vea; ¿la razón?, no quiero escuchar a nadie, mucho menos nada.
Normalmente no salgo de casa, no me gusta, trato de evitarlo lo más que puedo y generalmente no tengo una verdadera necesidad de hacerlo; mis padres ya lo saben, pero hay ocasiones en que no es posible mantenerme dentro de mi habitación. Esta vez, tengo que ver al médico y mi madre me lleva casi como si fuese un niño pequeño, agarrado de mi brazo, pero, yo tengo un secreto; aunque ella no se dé cuenta, alguien más me sujeta del otro y es quién más seguridad me da.
Las personas piensan que soy un ‘retrasado’, aunque no es así; podría decirse que es todo lo contrario. A mis dieciséis años, ya terminé la universidad y una maestría, trabajo para una empresa de videojuegos, diseñando juegos y mejoras, pero desde casa. Se puede decir que soy un genio, o al menos así me catalogaron desde hace muchos años atrás; el problema es ‘eso’ que algunos pueden llamar habilidad, y para mí, es una maldición.
Cuando era pequeño, empecé a mostrar capacidades diferentes a los otros niños. A los 3 años ya sabía leer y escribir en tres idiomas, español, mi lengua materna, inglés, portugués y empecé a aprender francés y alemán; me gustaban las matemáticas, los videojuegos y poco a poco, sin que mis padres entendieran la razón, yo mismo empecé a buscar libros y lectura avanzada en la computadora de mi papá, aprendiendo de algo que me llamaba la atención, programar.
Pero, había algo más, algo que ellos nunca entendieron y jamás pudieron darse cuenta de la realidad. No solo era mi curiosidad, sino que mis ‘amigos’ me instaban a aprender más y, en ocasiones, yo sentía que ellos querían que lo hiciera.
Esos amigos que nadie miraba, que nadie escuchaba.
Empezaron siendo pequeños niños, como yo; me sacaban de la cama en la noche, para que jugara y, encendíamos la televisión, usando la consola de videojuegos. Después, eran personas más grandes, quienes me explicaban y me hablaban, aún mientras dormía, finalmente, adultos, personas ancianas que tenían conocimientos que no parecían tener fin.
Mi familia pensaba que eran alucinaciones de un niño, después, excentricidades de un niño ‘genio’ como me empezaron a llamar a mis cuatro años.
Me diagnosticaron primero con síndrome de asperger, debido a que prefería estar a ‘solas’ a sus ojos, en vez de relacionarme con los demás niños de mi edad, a quienes llegaba incluso a catalogar como tontos; aunado a esto, no le prestaba atención a las personas que se encargaban de mi ‘educación’, simples conocimientos básicos sin mucho que aportarme y, tampoco realizaba las actividades que querían. A mí, realmente no me interesaba en lo más mínimo lo que ellos me dijeran, yo era feliz, aprendiendo, jugando, descubriendo.
Aún era un crío, cuando descubrí que no todas esas personas que miraba, eran mis amigos.
A los seis años fue la primera vez que sufrí un ‘ataque de ansiedad’ como le denominaron los médicos, pero no era por estrés, sino por miedo a lo que vi.
Mi madre me llevó de compras; normalmente yo miraba a gente que ella no, mientras recorríamos las calles, las tiendas, la ciudad y, jamás había tenido problemas, hasta esa ocasión.
Una figura, una sombra, un ser, jamás entendí que era porque no pude ver más que la silueta; se dio cuenta que lo observaba e incluso que intentaba hablarle, a pesar de que los otros que normalmente me acompañaban, parecían querer advertirme de algo que, en su momento, no pude entender, hasta que ese ser saltó sobre mí, tratando de lastimarme.
Me arrastró un par de metros, entre maniquís, ropa y estantes, empezó a ahorcarme con unas manos que no parecían tener dedos; quise escapar, quise gritar, pero solo pude hacerlo cuando un pequeño niño como yo, al que nadie miraba tampoco, lo alejó por un instante, aunque con ello, parte de su cuerpo desapareció. Grité, patalee y mi madre fue hasta mi; obviamente no supe explicarme, ella no me entendió, mucho menos me creyó, solo fue una crisis.
Después de esa ocasión, los seguí viendo, esos seres no eran como los demás, parecían estar dentro de los maniquís y cada figura en las tiendas; cada efigie plástica o con forma humanoide, todas, incluso en juguetes, empezaban a moverse frente a mis ojos, provocando otras ‘crisis’ en mi.
Nadie los miraba, nadie podía ver las masas amorfas y grotescas que se desprendían de los plásticos que los contenían y se pegaban a los cristales, cuando me miraban pasar cerca de las tiendas; nadie podía entender mi razón de no querer ir a ningún comercio, mucho menos plazas comerciales, ni soportar ver figuras humanoides, ni siquiera en tamaño pequeño, como las figuras de acción, porque esas también podían contenerlos.
Mis padres me llevaron con un psiquiatra, pensando que él me ayudaría, pero, realmente no fue él; ese médico dijo que tenía ‘autismo regresivo’ y solo quería que tomara pastillas que me dejaban inconsciente, que no me ayudaban a pensar, ni razonar, así que busqué la manera de hacer algo para evitarlo, porque en mis pesadillas también ocurría, y no podía defenderme.
En un intento desesperado, pedí ayuda a los pocos que aún me daban seguridad, de esos que nadie podía ver ni escuchar y, fue cuando llegó él.
Él, un ser que al principio parecía como esos a los que les temía, pero no era así; su cuerpo era grande y definido, aunque oscuro; su cabello era largo, suave y sedoso; tenía manos enormes, que una sola de ellas podía cubrir mi rostro y cabeza por completo, pero era delicado y tibio al tratarme; su rostro no podía verlo, porque usaba una máscara blanca que le cubría casi todo el rostro, excepto sus labios y barbilla; su sonrisa conseguía hacer que me tranquilizara, hasta en mis peores momentos; su voz era tan profunda, tan calmada, tan perfecta, que lograba borrar mis ansias y me permitía dormir con facilidad.
Él, se presentó con el nombre de ‘Baf’ y dijo que me cuidaría, mientras lo necesitara, pero después, tenía que darle algo a cambio, por su tiempo y cuidado.
Acepté, sin importar ni pensar en qué, solo quería ser libre.
Pero él solo podía mantenerme completamente seguro en mi habitación; fuera de casa, seguía viéndolos, escuchándolos, aunque ya no se atrevían a acercarse a mí, pues la primera vez que uno lo intentó, ‘Baf’ pareció arrancarle la cabeza con un simple movimiento de su mano. El grito que ese ser soltó, hizo que me pusiera a llorar, pues me heló la sangre; fue entonces que ‘Baf’ me sugirió que usara algo para no escucharlos, porque seguramente tendría que volver a hacerlo.
Han pasado casi diez años desde entonces y, además del cuidado y protección, ‘Baf’ ha sido uno de mis maestros personales; su conocimiento y paciencia para mostrarme todo lo que necesito y requiero para estar completo, a pesar de que sigo solo, porque nadie me comprende, son mi tabla de salvación, en un vasto océano de horrores que nadie puede imaginar.
En el hospital, ya me conocen, mi madre va a anunciar que llegamos, mientras yo camino hasta un rincón, alejado complétame de las personas; realmente me siento inquieto, la gente y especialmente los niños, me provocan un poco de ansiedad, realmente prefiero estar solo. Me siento en el piso y ‘Baf’ se sienta a mi lado; saco de la bolsa de mi saco, una pequeña consola portátil y me pongo a jugar.
No sé cuánto tiempo pasa, hasta que siento el jalón en mi brazo, mi madre al parecer, me había hablado desde antes, pero con los audífonos no la escuché. Me levanta del piso, consiguiendo que mi consola caiga y empieza a decirme cosas que no entiendo; con rapidez, me quita la capucha y jala mis audífonos, alejándolos de mis oídos.
-¡¿Qué no entiendes?!
Su grito me estremece, mi respiración se empieza a agitar, mientras me encojo en mi lugar; la gente nos observa y los sonidos llegan a mis oídos, alterando todos mis sentidos. Ahí, en ese lugar, hay de esas cosas, puedo escucharlos; miro a todos lados con desespero y los veo; algunos niños están jugando con pequeñas figuritas, que para ellos seguramente son sus súper héroes favoritos, pero para mí, solo son masas deformes que se retuercen entre sus manos. Cierro mis ojos para no verlos, trato de cubrir mis oídos, pero ella no me lo permite.
-¡Deja de hacerte el tonto, Edgar! – sigue gritando, odio cuando grita – súbete a la báscula, ¡¿me escuchaste?! ¡Súbete!
“¿Por qué?” pienso y niego, no lo entiendo, no quiero hacerlo, quiero irme. Intento alejarme pero ella me tiene sujeto con fuerza, de la mano.
-¡No! ¡Déjame! – grito y me remuevo para soltarme, pero me resbalo en el piso pulido y caigo, golpeando mi brazo.
Me hago un ovillo en ese lugar, no quiero verlos, no quiero escucharlos. ‘Baf’ está ahí, intenta que me calme, pero es demasiado tarde; algunas enfermeras, médicos y otro personal del hospital ya están llegando. Grito con más fuerza cuando me sujetan entre dos, previendo lo que sigue; una enfermera prepara con rapidez algo en una jeringa y el médico, que normalmente me atiende, me la coloca.
‘Baf’, hace una ligera mueca con sus labios, muchas veces me ha dicho que detesta lo que ellos me hacen, lo que me provocan, pero le he pedido que no haga nada; aunque él mismo ha demostrado que si quiere, puede hacerse presente, visible y tangible, pero eso ocasionaría problemas, por tanto, dijo que no lo haría, a menos que fuera extremadamente necesario o yo se lo pidiera. Mientras el medicamento empieza a hacer efecto en mi, trato de sonreírle, para que no se preocupe.
De camino a casa, mi madre va seria conmigo, desde años atrás, se ha distanciado de mí, piensa que estoy loco, como todo el mundo. Si aun me tiene un poco de paciencia, es por el dinero que recibo de mis trabajos y que ella, así como mi padre y mi hermano, se gastan; lo malo es que, ellos esperaban recibir más, pero, ‘Baf’ me recomendó que hiciera cambios en mi contrato de trabajo, sin que ellos lo supieran, así que, solo les dan una cantidad específica, para mis gastos, lo demás, está guardado en el banco, para cuando tenga suficiente edad, poder irme de ahí, o eso quisiera pensar, pero, posiblemente, jamás podré salir de casa.
Al llegar a casa, fui directamente a mi habitación. Era tarde, me sentía aun mareado, cansado, pero al menos, todo lo que me iban a hacer en el hospital, quedó hecho sin que me diera cuenta, pues dormía; eso me hace sentir bien, ya que, realmente, algo que no puedo soportar, es ver mi sangre y, ese día, iban a sacar unas muestras.
Antes de acostarme en mi cama, me doy cuenta que, sobre el colchón, está mi consola portátil. Se suponía que la había perdido en el hospital.
-La recuperé, para ti…
La voz de ‘Baf’ me hace voltear, está detrás de la puerta y me sonríe.
-Gracias…
La puerta se abre de golpe, ‘Baf’ estaba completamente etéreo, así que lo traspasó sin mucho problema. Mi hermano entra a la habitación con paso rápido y me lanza un par de libretas, que con dificultad logro sujetar para que no caigan al piso.
-Tienes tarea – dice con desprecio – y más vale que esta vez sea creíble que la hice yo – su mirada es una clara amenaza – la vez pasada, tuve muchas dificultades para explicar por qué ni yo mismo entendía lo que había en mi ensayo… Y me dijeron que no volviera a pedirte ‘ayuda’ así que, espero esta vez, algo mejor, si no, ya sabes – sonríe y yo tiemblo – una de mis nuevas figuras de acción de tamaño gigante, estará en tu habitación una mañana, sin que te des cuenta…
Después de eso, sale y cierra la puerta de un portazo.
Me siento en la cama y respiro con dificultad, mientras ‘Baf’ coloca el seguro en la puerta. Yo debí hacerlo al llegar.
Dos años atrás, mi hermano, quien es tres años menor que yo, me hizo una ‘broma’, despertándome con uno de sus muñecos de acción. Obviamente caí en una crisis de ansiedad, mis padres me regañaron a mí, por haber “exagerado”, pues era un juego de Héctor y yo, siendo mayor, debía entenderlo; pero preferí pedir que pusieran un pasador a mi puerta, para encerrarme en mi habitación y solo salir cuando fuera necesario, ni siquiera mi madre entra al llevarme la comida, pues también instalaron una pequeña puerta, tipo de mascotas, en la base, por ahí introduce mis alimentos.
En el fondo, sé que ellos quieren que sea normal, pero, realmente, no puedo.
‘Baf’ se sienta a mi lado, su mano roza mi mejilla y levanta mi rostro, para que lo vea directamente, aunque jamás he podido ver sus ojos, pues su máscara también los cubre.
-No te pongas triste – susurra con suavidad – si tu quieres, puedo castigar a tu hermano…
-No… – niego – no lo hace por maldad… – aseguro – solo… solo… bueno, es mi hermano y, la escuela le exige como si fuera yo, supongo…
‘Baf’ no parece muy a gusto con mis palabras, me quita las libretas y las deja en mi escritorio, al volver, me recuesta en la cama; él se coloca a mi lado, me acuna en sus brazos y los dedos de su mano, acarician mi cabello, con delicadeza.
-Descansa… – susurra a mi oído – te llevaré a un lugar especial hoy, en la biblioteca de mi hogar…
Asiento y restriego mi rostro en su pecho; quizá mi cuerpo se quede en mi cama, pero mi mente estará en otro lugar y eso, puede cansarme. “Cálido” pienso al sentir sus caricias y sonrío, mientras empiezo a caer en el sopor del sueño; ‘Baf’ siempre consigue que ‘duerma’ con rapidez.
Al llegar a casa, fui directamente a mi habitación. Era tarde, me sentía aun mareado, cansado, pero al menos, todo lo que me iban a hacer en el hospital, quedó hecho sin que me diera cuenta, pues dormía; eso me hace sentir bien, ya que, realmente, algo que no puedo soportar, es ver mi sangre y, ese día, iban a sacar unas muestras.
Antes de acostarme en mi cama, me doy cuenta que, sobre el colchón, está mi consola portátil. Se suponía que la había perdido en el hospital.
-La recuperé, para ti…
La voz de ‘Baf’ me hace voltear, está detrás de la puerta y me sonríe.
-Gracias…
La puerta se abre de golpe, ‘Baf’ estaba completamente etéreo, así que lo traspasó sin mucho problema. Mi hermano entra a la habitación con paso rápido y me lanza un par de libretas, que con dificultad logro sujetar para que no caigan al piso.
-Tienes tarea – dice con desprecio – y más vale que esta vez sea creíble que la hice yo – su mirada es una clara amenaza – la vez pasada, tuve muchas dificultades para explicar por qué ni yo mismo entendía lo que había en mi ensayo… Y me dijeron que no volviera a pedirte ‘ayuda’ así que, espero esta vez, algo mejor, si no, ya sabes – sonríe y yo tiemblo – una de mis nuevas figuras de acción de tamaño gigante, estará en tu habitación una mañana, sin que te des cuenta…
Después de eso, sale y cierra la puerta de un portazo.
Me siento en la cama y respiro con dificultad, mientras ‘Baf’ coloca el seguro en la puerta. Yo debí hacerlo al llegar.
Dos años atrás, mi hermano, quien es tres años menor que yo, me hizo una ‘broma’, despertándome con uno de sus muñecos de acción. Obviamente caí en una crisis de ansiedad, mis padres me regañaron a mí, por haber “exagerado”, pues era un juego de Héctor y yo, siendo mayor, debía entenderlo; pero preferí pedir que pusieran un pasador a mi puerta, para encerrarme en mi habitación y solo salir cuando fuera necesario, ni siquiera mi madre entra al llevarme la comida, pues también instalaron una pequeña puerta, tipo de mascotas, en la base, por ahí introduce mis alimentos.
En el fondo, sé que ellos quieren que sea normal, pero, realmente, no puedo.
‘Baf’ se sienta a mi lado, su mano roza mi mejilla y levanta mi rostro, para que lo vea directamente, aunque jamás he podido ver sus ojos, pues su máscara también los cubre.
-No te pongas triste – susurra con suavidad – si tu quieres, puedo castigar a tu hermano…
-No… – niego – no lo hace por maldad… – aseguro – solo… solo… bueno, es mi hermano y, la escuela le exige como si fuera yo, supongo…
‘Baf’ no parece muy a gusto con mis palabras, me quita las libretas y las deja en mi escritorio, al volver, me recuesta en la cama; él se coloca a mi lado, me acuna en sus brazos y los dedos de su mano, acarician mi cabello, con delicadeza.
-Descansa… – susurra a mi oído – te llevaré a un lugar especial hoy, en la biblioteca de mi hogar…
Asiento y restriego mi rostro en su pecho; quizá mi cuerpo se quede en mi cama, pero mi mente estará en otro lugar y eso, puede cansarme. “Cálido” pienso al sentir sus caricias y sonrío, mientras empiezo a caer en el sopor del sueño; ‘Baf’ siempre consigue que ‘duerma’ con rapidez.
Amanece, yo estoy frente a mi computadora, tratando de terminar un programa, cuando la puerta de mi habitación se escucha.
-Edgar, quiero mis libretas – dice mi hermano en voz baja.
Suspiro, me pongo de pie, agarro las libretas y las paso por la puerta de mi comida, cerrándola con rapidez.
Escucho los pasos alejarse y me recargo en la madera, respirando tranquilamente. La noche anterior, después de despertar, le hice el trabajo; realmente me hubiera gustado quedarme en ese lugar, donde ‘Baf’ me lleva en ‘sueños’, pero, es imposible.
A las nueve de la mañana, mi madre me lleva el desayuno.
-Voy a salir con tu padre – anuncia – volveremos muy tarde, si necesitas algo, tendrás que hacer tu propia comida.
-Si – respondo al recoger la charola.
Normalmente cuando ellos no están, ‘Baf’ es quien me alimenta, porque a mí no se me da mucho la cocina y, algunos años antes, cuando mi madre empezó a hacer esa práctica, ‘Baf’ no me permitió que me acercara a la cocina; no entendí por qué, pero, siempre hago lo que él me dice.
El silencio reina en mi hogar y yo, sigo trabajando. ‘Baf’ está recostado en mi cama, observándome.
-Pasado mañana cumples años…
-Si – respondo como autómata, mientras acerco el emparedado a mi boca, para darle una mordida.
-Diecisiete años – sonríe – es una buena edad…
-¿Buena edad, para qué? – pregunto sin apartar mi mirada del monitor.
-Para aprender más – dijo con obviedad.
Lo miro de soslayo y sonrío, siempre me ha gustado esa palabra, ‘aprender’.
-¿Qué me enseñarás en esta ocasión? – pregunto con emoción.
Cada que cumplo años, ‘Baf’ me enseña algo nuevo, algo diferente, algo especial y, algo que empiezo a practicar y aprender con suma rapidez; dos años antes aprendí latín, un año antes, realicé un estudio de culturas antiguas, alternándolo con mis proyectos de programación, gracias a esto, realicé un previo de un videojuego con temática de dioses y guerreros antiguos, que aun está en desarrollo.
-Lo sabrás en su momento – se pone de pie – ahora, déjame arreglar un asunto en la planta baja…
-¿Qué cosa?
-Algo en la cocina que olvidó tu mamá, no te preocupes, vuelvo en un momento…
El día de mi cumpleaños llegó, mi familia no pareció haberse acordado, pero mi trabajo sí, así que me hicieron llegar un paquete; mi madre lo pasó por debajo de la puerta, como siempre, era el demo del nuevo video juego, pero la caja iba abierta.
-Tu madre se quedó con el cheque – ‘Baf’ está molesto.
-¿Cheque? – pregunto mientras me siento frente a mi computadora, para revisar el demo.
-Sí, tu compensación económica.
-Ah, seguro le hace falta – dije sin interés.
-Deberías reclamarle…
-¿Para qué? – indago sin emoción – yo no necesito ese dinero realmente.
-Se lo gastará con tu padre y tu hermano.
-Que les aproveche…
-Ni siquiera te festejarán tu cumpleaños…
-No lo necesito – aseguro – estoy acostumbrado a que así sea – sonrío – pero, me interesa saber, ¿qué me vas a enseñar tú…?
Se cruza de brazos y sonríe – quieres aprender, ¿ya? Estás por probar un nuevo juego…
-Para el conocimiento, no me gusta esperar…
Él asiente y extiende su mano hacia mí – ven… – dice con suavidad.
Acepto su mano y dejo que me guie; me lleva a la cama y me recuesta, se inclina hasta mí y pasa sus enormes dedos por mis ojos, obligándome a cerrar mis parpados.
-Pase lo que pase, no abras los ojos, solo relájate – susurra cerca de mi oreja y yo solo me limito a asentir – respira lentamente…
Hago lo que me dice y siento que mi cuerpo empieza a flotar, pero, después, ‘Baf’ está sobre mi; no pesa, porque no descansa sobre mí, pero su aliento roza mi rostro y, el peso de él, hunde el colchón, donde al parecer están colocadas sus manos y rodillas.
-Edgar… – murmura y yo me estremezco – voy a enseñarte algo que no tiene que ver con la mente, sino con el cuerpo…
Frunzo el ceño, no comprendo sus palabras, pero, la sensación de un toque en mis labios, evita que piense; me sobresalto y abro mi boca, pero, como él me lo ordenó evité mirar, a pesar de que por un instante estuve a punto de abrir mis parpados, preferí apretarlos con fuerza.
Su mano parece recorrer mi rostro; con lentitud, me obliga a abrir la boca y algo se introduce dentro, de forma dulce, cálida, deliciosa. No puedo evitar empezar a respirar agitado, pero no es la misma ansiedad que me aflige normalmente, esta es distinta; es algo que consigue que mi cuerpo se sienta caliente, como si el fuego entrara por mi boca y me cubriera completamente desde adentro. Un sonido se ahoga en mi garganta y sin pensar, mis manos buscan tocarlo.
Mis dedos palpan su piel, es muy diferente a lo que normalmente siento cuando interactuamos, es más cálida, es más suave, es, como si estuviera desnudo. Me gusta, me gusta tanto, que quiero tocar más, quiero sentir más, así que recorro lo que alcanzo con mis manos, tratando de pensar que es lo que acaricio; brazos, hombros, espalda, costados.
Mi boca es liberada; una caricia húmeda recorre mi mejilla y baja a mi cuello. Mi cuerpo pierde el control ante lo que parece una mordida; me estremezco y, por un instante, todo se vuelve blanco, mientras siento que todo se acumula hasta ser liberado con rapidez, humedeciendo mi entrepierna.
Trato de recuperar el aliento y las fuerzas, pero es imposible.
-Es todo por ahora – anuncia – ya puedes abrir los ojos…
Cuando abro mis parpados, él se está alejando.
-‘Baf’ – lo llamo y él gira el rostro para verme – ¿por qué te detuviste?
Sonríe – ¿cómo sabes que me detuve?
-Porque… porque sé que sigue algo más… no puede… no puede ser todo – niego.
-Falta algo más, ciertamente – admite – pero no puedo mostrártelo ahora mismo, más tarde será…
Sonrío y asiento. Mientras me incorporo para ir a mi baño, él se queda sentado en mi cama.
Desde que decidí no salir de mi cuarto, con mi dinero, pude poner un baño completo en mi habitación; algo que desagradó a mi familia en un principio, pero después de que yo accedí a pagar, para que todas las habitaciones tuvieran esa misma comodidad, no dijeron nada. Me aseo con rapidez y al salir de la ducha, me coloco una ropa simple, dejando las anteriores en el cesto de ropa sucia, ya que mi madre se encarga de que se laven una vez a la semana. Vuelvo a la habitación y ‘Baf’ está con un libro en manos.
-Toma – dice con seriedad – es tu regalo…
-¿Para mí? – pregunto con sorpresa, él nunca me da presentes en mis cumpleaños.
-Sí – sonríe – ábrelo.
Me siento a su lado y acaricio el libro con mis dedos; como todos los libros que él me proporciona, su pasta es tan negra como el petróleo, tiene una textura rugosa y las hojas son amarillentas, como si tuviese años con él. La escritura es latín, sonrío ante esto, pues de no ser por haber aprendido ese idioma antes, no podría leerlo.
Empiezo los primeros párrafos y mi emoción se esfuma; cierro el libro y se lo devuelvo.
-Gracias, pero no lo quiero – digo con frialdad.
-¿Por qué? – pregunta, parece confundido.
-Es teología, no me gusta la teología.
-Edgar…
-No quiero saber nada de teología, ‘Baf’ – digo con firmeza.
-Esto también es conocimiento, el trato es que yo te enseño de todo y sigo a tu lado.
-No necesito saber de teología, sé lo suficiente.
-¿Y qué es lo que sabes?
Mi corazón se acelera, paso saliva y desvío la mirada; mi labio inferior tiembla, no quiero hablar.
-Edgar…
Su voz es fría, está presionándome.
-Yo… – tiemblo – ‘Baf’… no quiero hablar de eso…
-¿Por qué?
Mis ojos se humedecen, sé lo que significa empezar a aprender de ese tema, lo sé muy bien, pero aun no quiero, no es suficiente para mí, no estoy listo.
-Porque no creo en Dios – digo con desprecio y doy media vuelta, volviendo a la computadora.
Él no dice nada, se sienta en mi cama y se queda ahí, con el libro a su lado; esperando a que yo diga algo, pero no estoy dispuesto a hacerlo.
A las tres de la tarde, la puerta se escucha, sacándome de mis pensamientos.
-Edgar, la comida – la voz de mi madre se escucha al otro lado de la puerta.
-Voy… – anuncio, salvo mi avance y camino a la puerta.
Abro la pequeña puerta y ella empuja la charola; parpadeo confundido.
-Espero que lo disfrutes, cielo, feliz cumpleaños… – después de eso, escucho sus pasos alejarse.
Aun no puedo creer lo que veo; aparte de la comida, hay un pequeño pastel individual, de chocolate. Sonrío y levanto la charola.
Me siento en mi escritorio y empiezo a comer. ‘Baf’ aun está en su lugar, observándome, pero yo no quiero empezar una plática con él, porque eso solo me llevaría a hablar del libro que no estoy dispuesto a leer.
Cuando termino mi comida, coloco el pequeño pastel frente a mí, le quito la tapa plástica y agarro la pequeña cuchara. En ese momento, la mano de ‘Baf’ sujeta el pastel y, en un segundo, lo convierte en ceniza. Abro mi boca para decir algo, giro el rostro para reclamarle, pero nada sale de mi boca; él ni siquiera me da una razón o explicación, volviendo a su lugar. Seguramente sigue enojado por lo del libro y es mi culpa; pero, era el primer pastel en años, que recibía de mi mamá, no puedo evitar que duela.
Un par de lágrimas silenciosas recorren mis mejillas y solo esbozo una sonrisa, tratando de pensar que todo está bien. Devuelvo la charola al exterior de mi cuarto y cierro la pequeña puerta.
La tarde empieza a caer y yo termino mi programa; lo guardo todo en un disco y lo coloco en su caja.
-‘Baf’… – digo con suavidad – ¿crees que puedes enviar esto a mi trabajo, en este momento? – pregunto sin siquiera verlo.
-Sabes que para mí, no hay imposibles – dice con seriedad.
Camina hasta mí y recoge la caja; con un simple movimiento, mi trabajo desaparece. Está hecho, he terminado el pendiente que tenía y que quería entregar ese día, ahora, tengo dos opciones, seguir ignorando a ‘Baf’, poniéndome a jugar o, ceder ante él, nuestro trato y todo lo que sabía de antemano, que tenía que suceder en algún momento.
Suspiro, me pongo de pie y camino a la cama, agarrando el libro que él me había dado antes; aún estaba ahí y yo sabía que no iba a desaparecer, porque tenía que leerlo. No quería postergar más eso, si habíamos llegado a ese punto, no había marcha atrás.
Me recargo en la pared y estoy dispuesto a abrir la portada, pero no puedo evitar que una lágrima caiga; la gota se evapora antes de tocar el libro.
-¿Qué sucede, Edgar? – él se inclina para observarme – ¿por qué lloras?
¿Cómo responder a esa pregunta? ¿Cómo decirle que tengo miedo de lo que sucederá después? Trato de respirar profundamente y calmarme, aunque en el fondo, sé que no lo lograré.
-¿Cuántos…? ¿Cuántos libros de teología tendré que conocer, antes de que todo termine? – pregunto tratando de sonar indiferente.
Él no muestra seña de interés o sorpresa.
-Así que lo sabes… – dice sin emoción – ¿desde cuándo lo sabes?
-Desde que aprendí latín… – respondo – cuando tenía ocho años, en tu gran biblioteca, te escuché hablar con uno de tus ‘buscadores’, como le llamaste después a esos que te ayudan a mantener todo en orden y conseguir los libros modernos para la misma – digo lentamente – en su momento, no entendí lo que decían, pero hace dos años, cuando aprendí latín, le di un significado a esas palabras – sonrío pero siento que mi corazón se oprime.
Él no dice nada, no se mueve, ni parece reaccionar.
-No quiero creer en Dios… – mi voz se quiebra – no quiero hacerlo… porque eso significaría creer… que tú, realmente eres… un demonio… – mis lagrimas caen, me duele pensar en eso, me dolió cuando lo supe y aun más al tener que admitirlo – y tu, ‘Baf’, eres todo… menos un demonio… para mí… – sollozo.
La mano de él se mueve, pero no se acerca a mí, al contrario, la lleva a su rostro; levanto mi cara y observo cómo se quita la máscara que siempre usa y desaparece cuando la aleja de él. Me quedo sin aliento al poder verlo; su rostro es perfecto, tan hermoso, tan varonil, tan único, que podría ser el hombre más perfecto sobre la tierra, de no ser por el tono purpura oscuro de piel y sus pupilas rojas que resaltan en sus ojos negros como la brea, sería completamente normal. De entre su cabello largo y oscuro, un par de cuernos empiezan a crecer, enroscándose hacia atrás y sus orejas se vuelven puntiagudas; su cuerpo también parece crecer un poco más de lo normal.
Sin poder evitarlo, estiro mi mano y acaricio su mejilla; soy tan pequeño a comparación de él, que mi palma completa, no cubre ni la mitad de su mejilla.
-‘Baf’ – susurro.
-Baphomet – corrige.
Niego – Baphomet es un demonio horrible y tú, no lo eres – sonrío y alejo mi mano de él.
-La representación que los humanos han hecho de mí, no tiene nada que ver con mi verdadera apariencia – responde fríamente – los humanos representan a los demonios de formas grotescas, porque es una manera de denotar maldad…
-Eres ese, que brinda el conocimiento a los hombres – digo débilmente.
-Realmente no a cualquiera, solo a quien lo merezca…
-¿Por qué me ayudas a mí, entonces?
-Porque de entre todos los hombres – su mano acarició mi rostro – tú eres el que más me interesa… Tu mente, tu curiosidad… Tu capacidad innata de aprender, de conocer…
Siento que mi cuerpo arde, a pesar de la oscuridad en sus ojos, me gusta la manera en que me mira. Él se acerca a mí y una vez más, sus labios se unen a los míos.
“Un beso” pienso con emoción y hago lo que hice la primera vez, abrir mi boca para que entre con libertad, pero apenas lo está intentando, el ruido fuera de mi habitación me sobresalta.
-Ya debe haber hecho efecto – dice mi madre.
-¿Estás segura esta vez? – la voz de mi padre parece ansiosa.
-¡Por supuesto! Es como un niño, no iba a negarse al chocolate.
Frunzo el ceño y quiero decir algo, pero ‘Baf’ me cubre la boca; él entrecierra los ojos y me abraza. Un manto oscuro nos cubre, haciéndonos etéreos a ambos.
La puerta se abre, pero aún está el pasador, así que no se abre completamente.
-Héctor, ¡túmbala! – ordena mi madre.
Mi hermano practica futbol americano, así que su cuerpo es muy tosco; veo como la puerta se sacude un par de veces y el seguro cede. Los tres entran a mi habitación, buscándome.
-Seguramente está en el baño – dice mi madre – el veneno debió obligarlo a vomitar…
Me sobresalto por la palabra y busco la mirada de ‘Baf’, no quiero hablar por si me escuchan; el baja el rostro y me mira con infinita tristeza.
-No pueden verte, ni escucharte – dice seriamente.
-¿Lo…? ¿lo sabías? – pregunté con escepticismo.
-Sí – asiente – mi cualidad es el conocimiento y, lo sabía – admite – no es la primera vez que ellos han intentado matarte – ante esa declaración, mi corazón da un vuelco – cada que ellos se iban y te decían que tu cocinaras, dejaban el gas abierto, muchas ocasiones, intentaron envenenarte de otras maneras, yo lo he evitado una y otra vez, aunque eso aumenta su odio y rencor…
-¿Por…? ¿Por qué?
-Porque ellos no te entienden, y los humanos, aquello que no entienden, prefieren alejarlo, pero tú, les sirves mejor muerto – responde – tal vez no les den dinero por ti ahora mismo, pero, si mueres, toda tu fortuna pasará a ellos.
-¡No está! – la voz de mi madre me saca de mi ensimismamiento.
-Yo no lo vi salir – mi padre niega.
-Tal vez por la ventana – señala mi hermano.
-Lo dudo, pero, si fue así, hay que encontrarlo – ordena mi madre – podemos darlo por perdido y, si lo encuentra la policía, enviarlo a un sanatorio, de ahí ya no saldrá, menos con la crisis que tuvo hace unos días…
Los tres salen de mi habitación y yo estoy llorando en los brazos de ‘Baf’.
-¿Por qué? – pregunto con desespero – No estoy loco – digo con tristeza – no lo estoy, ¿cierto? – busco su mirada, necesito entender.
-No – niega – tu eres una persona con dotes especiales, eres llamado ‘genio’, porque lo eres – sonríe – lo que tu vez, eso que te quiere hacer daño, son espíritus corruptos, otros como tú, genios brillantes en su momento, que buscaban más conocimiento… – explica – Así como yo, hay otros demonios que otorgan sabiduría, virtudes de inteligencia y supremacía, pero muchos, lo hacen a cambio no solo del alma, sino de la cordura – sus dedos limpian mis lágrimas – todos esos seres corruptos, son vasallos de ellos, atrapados en este mundo, en busca de aquello que ya no pueden tener, porque lo perdieron todo y tú, eres como una luz que los llama… los demás, esos que siempre te han ayudado, son míos… te lo dije hace un momento, yo no doy saber a cualquiera, solo a quien lo merezca.
Me aferró a él y lloro; siento sus manos en mi espalda, parece querer confortarme.
-No quiero… – digo con debilidad – no quiero estar aquí…
-Edgar, nuestro contrato no se ha sellado – dice fríamente – no puedo llevarte conmigo, porque aun no te enseño todo, tardaré unos años más en…
-¡No me importa! – busco su mirada con desespero – no quiero seguir aquí, nadie me escucha, nadie me entiende, ¡nadie me cree! – mi respiración se agita – mis padres me odian, ¡quieren matarme! Los médicos piensan que estoy loco, ¡solo quieren que duerma! En mi trabajo, solo les importa lo que hago para ellos, pero te aseguro que no les intereso como persona… ¡¿cómo quieres que me quede en este lugar?! – pregunto con dolor – yo… no puedo…
-No puedo reclamar tu alma si no cerramos el trato – dice con seriedad.
-Por favor… ¡por favor! – suplico.
Él suspira – no puedo llevarte a mi hogar, tu cuerpo humano no lo soportará.
-No me abandones ahora que más te necesito…
El silencio reina.
Sonrío. Limpio mis lágrimas y me alejo de él; quizá tiene razón, un simple humano como yo, es imposible que esté en un lugar como ese, por eso mi cuerpo siempre se quedaba en mi cama a salvo, mientras mi espíritu se empapaba de todo el conocimiento que podía recibir.
-¿Edgar? – pregunta, intentando sujetarme, pero me libero de su agarre.
-Mi cuerpo humano no soportaría, pero si muero antes, ¿funcionaría?
-¿De qué hablas? – pregunta, pero no respondo – ¿Edgar?
El intenta detenerme, pero yo corro hacia la puerta; desde el principio, él me dijo que solo podía ayudarme si yo se lo pedía, por eso no podía hacer nada contra los humanos normales, porque yo no quería que los lastimara. Recorro el pasillo y grito desde el inicio de la escalera.
-¡Aquí estoy!
Mi padre y mi madre están abajo, ella cuelga el teléfono, viéndome con ira y odio.
-¡Edgar!
Escucho la voz de ‘Baf’ y sé lo que significa; cierro mis ojos y siento el empujón. Mi hermano acaba de empujarme con todas sus fuerzas. Eso era lo que querían, deshacerse de mí, así que, no iba a negarles más su anhelo.
Me preparo para el golpe, pero este no llega, al contrario, el grito de mi madre me obliga a abrir los ojos.
Estoy flotando.
En el umbral de mi habitación, Baphomet ha tomado forma visible y tangible, pero en esta ocasión es mucho más grande y algo diferente a la que vi; de su espalda, un par de enormes alas con plumas negras, parecen tener dificultad para extenderse en el espacio tan reducido; sobre sus cuernos, una flama de luz azulada brilla con intensidad, al igual que una marca en su frente, una pequeña estrella de cinco puntas; tiene en su mano derecha un báculo con un par de lunas, una blanca y otra oscura; la capa oscura que le cubre el cuerpo, deja ver sus pies terminados en grandes pezuñas. Su mano izquierda me señala, parece que está sosteniéndome en el aire.
Mi hermano cae al suelo, mientras ‘Baf’ me coloca con suavidad en el piso; veo como el pantalón de Héctor se moja rápidamente y me sorprendo de esa faceta que jamás imagine, parece lleno de terror y, no es el único. Mis padres, al final de la escalera, observan a ‘Baf’ de la misma manera, están pálidos y parece que no tardarán en perder el conocimiento.
Baphomet desaparece del lugar donde está, para aparecer a mi lado; su mirada está llena de reproche.
-Nadie puede reclamar tu vida, ¡más que yo! – dice con frialdad – eres mío Edgar, y no puedes hacer nada para evitarlo, así que no vas a morir, hasta que yo así lo decida – asegura – aunque para decidirme a tomar tu vida, ¡me tarde una eternidad!
A pesar de lo que dice, le sonrío; me gustan sus palaras, siempre me ha gustado todo lo que él dice, porque sé que todo es cierto.
-Entonces – doy un paso hacia él – llévame contigo…
Sus ojos me miran con cansancio, pero asiente – bien – accede – pero tendrás que darme algo a cambio…
-Mi alma es tuya – digo sin dudar.
-Lo sé – asiente – pero antes de sellar nuestro trato, quiero romperlo…
-¿Cómo? – pregunto confundido, no entiendo esa lógica.
-Es un capricho mío, así podré hacer, aquello que no me has dejado en todos estos años – sujeta mi mano con la que tiene libre y se inclina a besar mis dedos – ¿aceptas?
-¿Después podré irme contigo?
-Tienes mi palabra…
-Acepto…
Los vecinos en una colonia de clase alta, llamaron a la policía al escuchar gritos de terror en una de las casas más lujosas de la calle; los dueños rompieron algunas ventanas y los tres gritaban que les quitaran a los monstruos de encima. Hicieron falta varios agentes de policía y algunos enfermeros para controlarlos, además, gritaban que Edgar tenía la culpa.
La familia Cardona fue ingresada a un hospital psiquiátrico; padre, madre e hijo, hablaban de un demonio que se llevó al hijo mayor, pero los vecinos testificaron que Edgar, tenía varias semanas en el extranjero. Entre las incoherencias que la familia gritaba, estaba sobre seres que querían matarlos, que salían de los maniquís y figuras plásticas, además de fantasmas que se burlaban de ellos.
La clínica recibió una cantidad de dinero, por parte de Edgar, para el pago del tratamiento de su familia y solo tenían la dirección de su trabajo. En la compañía de videojuegos no tenían la dirección exacta del menor, pues solo podían enviarle sus cosas a una “P.O. Box”, un buzón en una oficina postal, en una de las ciudades más grandes de Estados Unidos; en cambio ellos recibían su trabajo de manera puntual, como siempre.
Pasaba el tiempo y los trabajadores de la clínica psiquiátrica, aseguraban que la familia Cardona estaba maldita, pues muchas veces, en las noches, vieron sombras, las cosas se movían e incluso escucharon risas y voces; aunque los sedaban, la histeria nocturna los despertaba y los hacía gritar.
Cinco años después, por una extraña coincidencia, los tres sufrieron un infarto, en la primera noche silenciosa que habían tenido durante toda su estadía en ese lugar; aún así, al pasar los meses, los trabajadores del hospital, decían que en ocasiones, escuchaban sus gritos, pidiendo perdón una y otra vez.
Despedida
Pues, esta historia me gusta, me siento un poco identificada con el rota en ciertas cosas, no en todo claro, pero bueno, eso es difícil explicar. Historia con la que entro de lleno a mis 'Relatos Oscuros', los cuales ya tengo más o menos como deberían de ser hasta el fina *o*.
Pues, esta historia me gusta, me siento un poco identificada con el rota en ciertas cosas, no en todo claro, pero bueno, eso es difícil explicar. Historia con la que entro de lleno a mis 'Relatos Oscuros', los cuales ya tengo más o menos como deberían de ser hasta el fina *o*.
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