Te conocí...
-¡No quiero ir! – gritó el joven de cabello negro mirando desafiante a su madre.
-Pues tendrás que hacerlo, tu padre no está pagando tu tratamiento para que pierdas la cita.
-¡Al demonio mi maldito tratamiento! – el pelinegro señaló su rostro – el que tenga dientes perfectos es tu fetiche madre, ¡no el mío!
-Escúchame bien Nadir Rodolfo – y con su nombre completo iba a empezar el regaño de la mujer mayor – tienes que verte bien, así que harás lo que te estoy diciendo, porque ni tu padre, ni tu hermana, ni yo, tenemos por qué estar soportando tus desplantes, ¡ya no eres un niño!
-¡Exacto! – grito el joven fijando su castaño mirar a su madre – ya no soy un niño, tengo casi dieciocho madre, ¡dieciocho!, y por tu insistencia ¡tengo dos años con estas malditas porquerías! – señaló a los alambres y cuadritos que portaba en sus dientes – Y cada vez es peor, ni siquiera tengo novia porque piensan que soy un maldito ¡nerd!
-Pues ¡no me importa! – sentenció la mujer – irás a que te cambien las ligas a un color más sobrio, porque el fin de semana es la fiesta donde se reconocerá la trayectoria de tu padre como periodista y tú no vas a ponernos en evidencia, ¡¿entendiste?!
-Por lo menos elegir el maldito color de las ligas, es uno de mis privilegios ¡ante esta pinche tortura medieval!
El rostro blanco de la mujer se puso rojo ante la ira, su hijo era un rebelde, testarudo y obcecado, siempre lo había sido, jamás quiso hacer las cosas como ella le decía, a diferencia de su hermana mayor que siempre acataba sus órdenes. Los brackets habían sido la gota que derramara el vaso, aunque claro, después de habérselos colocados y de sufrir los constantes dolores de dientes, la falta de alimento por no poder masticar y además, de que la tortura, cómo él le llamaba, no fue tan corta cómo se lo habían planteado al principio.
-¡Has lo que quieras! – la mujer dio media vuelta – pero te lo advierto Rodolfo – siempre que estaba enojada lo llamaba así porque era el nombre de su abuelo paterno – si no te comportas, vete olvidando de nuestro apoyo para tus clases extra de música, ¡pues no sirven para nada! – salió, cerrando la puerta de la habitación del joven con fuerza.
-¡Pues haré lo que quiera! No me importa si no me pagan, ¡puedo conseguir un maldito empleo! – gritó el otro, a sabiendas que si lo escucharía, aún y con la puerta cerrada.
Gruño, pateó el sillón de su estancia y caminó hacia su cama. Se lanzó contra la misma y cerró sus ojos pasando su antebrazo por su frente. Siempre terminaba mal con su madre, y ni hablar de su padre, a quien sólo le importaba verse bien ante las cámaras. Se movió, tomando de un lado de su cama su guitarra acústica, ya que no tenía ganas de conectar la eléctrica, y empezó a marcar unos acordes, tratando de calmar su ansiedad y su enojo.
Minutos después la puerta sonó, unos delicados golpeteos lo sacaron de su concentración.
-Adelante – dijo conteniendo su ira, ya sabía, de antemano, quién era.
La joven blanca, de cabello castaño y ojos miel, entró rápidamente, cerrando tras de si – las cosas no fueron nada bien, ¿cierto? – pregunto con sonrisa divertida.
-No estoy para sarcasmos Pao… – el pelinegro le dedicó una mirada fugaz, aún estaba molesto, así que siguió tocando el instrumento que lograba sacar todas sus frustraciones y convertirlas en algo mejor.
-Nadir – la jovencita se acercó hasta la cama, sentándose en una orilla – ¿porque no haces lo que ella te pide?
Esas palabras hicieron que el joven tocara todas las cuerdas a la vez, haciendo un sonido desagradable, quería gritarle algo a su hermana, pero la quería demasiado cómo para hacerlo, así que, respiró profundamente y negó – lo siento – dijo con voz grave – pero no pienso simplemente obedecer y agachar la cabeza cómo tú lo haces, no tengo madera para ser un esclavo.
La risa de la joven lo sorprendió – yo no soy una esclava – acotó con diversión.
-Ah, ¿no? – el pelinegro levantó una ceja – todo lo que mamá te dice, vas y lo haces.
-Sí, lo hago, pero no por darle gusto… Aunque ella lo vea de esa forma, lo que a mí me conviene.
-¿Qué?
-Nadir – la chica se acostó en la cama, cerca de los pies de su hermano – hago lo que mamá me dice para que no se meta en mis asuntos – explicó – así, ella cree que me tiene bajo su control, cuando es al revés…
-No entiendo… – Nadir vio a Paola confundido.
-Hay hermanito, aún estás muy verde – negó – ¿cuantas veces me ha regañado mamá?
-Tengo años que no escucho que te diga algo – respondió.
-Ni siquiera cuando llego tarde o no vengo a dormir y le digo que me quedé con unas amigas ¿verdad?
-Pues, sí…
-Pues – la joven sonrió – no me quedo con amigas, me quedo con mi novio…
-¡¿Qué?!
-No grites – regañó la joven – vamos Nadir, ya tengo veintidós, estoy en la universidad estudiando comunicaciones, no creías que era una monja en un convento o ¿sí?
-Bueno, es cierto, pero, que me lo digas así…
-En tres meses sales de la preparatoria para entrar a la universidad, pasaste el examen de admisión para la facultad ingeniería en informática, en menos de dos meses cumples dieciocho y cada que escucho a mi madre regañarte cómo a un niño, me desagrada, pero tú no has aprendido nada en todos estos años – negó frustrada – a mamá sólo tienes que darle gusto en lo que te pide y, a sus espaldas, haces lo que tú quieres, así de sencillo… Usa una máscara Nadir, cómo yo – la castaña le guiño el ojo – ahora, solo piénsalo, tal vez consigas más cosas fingiendo que ella gana los pleitos…
La joven se puso de pie, pero antes de girarse, lo miró con seriedad – Nadir, no vayas a decir lo de mi novio, ¿de acuerdo?
-¿Y a quien se lo diría? – pregunto el joven cansado – ¿a mamá?
-A nadie – pidió ella – es que no quiero tener que presentar a alguien con quien terminaré pronto, porque me gusta alguien más – le guiño el ojo.
El pelinegro abrió la boca sorprendido – o… k… – respondió sin entender muy bien.
-Gracias – la joven se acercó a su hermano y le besó la mejilla – recuerda, solo tienes que fingir que ella tiene el control.
-Lo haces sonar fácil – negó el.
La joven abandonó la habitación y pelinegro se quedó pensando. Jamás se imaginó que su hermana fuera alguien así, cómo le había contado, eso la ponía en la clasificación de ‘mosca muerta’, en su grafica de tipo de chicas. A él nunca le había gustado fingir ser alguien más; ser único, original y por demás lleno de propias convicciones, era lo que lo hacía ser él mismo, y jamás daba su brazo a torcer, pero ahora, tal vez, podría intentar hacer caso a lo que su hermana decía. Al menos, no le haría daño probar.
Respiró profundamente y miró al techo, eso iba contra sus principios, pero quería probar la teoría.
Dejó la guitarra a su lado y caminó a la puerta, titubeó un momento cuando su mano tomó el picaporte, dudaba, sí, pero ¿qué más podía perder? Salió de su habitación, caminó por el pasillo y bajó las escaleras con lentitud; buscó por la casa a su madre y la encontró en la sala, viendo televisión, cómo siempre. Entornó los ojos y suspiro.
-Madre…
-¿Qué quieres? – dijo con frialdad la mujer sin voltear a verlo.
Nadir apretó los puños pero, trató de fingir una sonrisa – acabo de hablar con Pao y – ante el nombre de su hija la mujer se dignó a mirar el rostro del pelinegro – ella me dijo que, me he portado mal contigo… y creo que tiene razón.
-Por fin te has dado cuenta…
Nadir intentó apretar la mandíbula, pero le molestaban los dientes, así que solo sonrió débilmente – si – dijo – por lo tanto, te haré caso e iré con el ortodoncista…
La mujer sonrió ampliamente y se puso de pie caminando hasta su hijo – mi amor – lo abrazó – ¿ves?, ¿qué te cuesta hacerme caso? – el joven levantó una ceja, solo le dijo que iría y ya había cambiado su actitud tan rápidamente – voy a pedir que nos lleven.
-No – negó el – puedo ir solo, no te preocupes – se alzó de hombros – solo será cambio de ligas y lo de este mes ya está cubierto.
-Está bien, pero, te daré dinero.
Y ahí estaba su madre, quien todo lo arreglaba con dinero; pero al menos podría ir y volver sin tardarse mucho, en realidad detestaba ir al ortodoncista. Al menos, esta ocasión, no iban a llevar el pleito hasta el consultorio, cómo todas las demás citas; había sacado algo bueno, no algo importante, pero algo.
-Toma – la mujer le dio varios billetes – le dices al doctor Rangel que la próxima cita se le cubrirá todo lo del otro mes, ¿de acuerdo?
-Si madre.
El joven dio media vuelta – le diré a Nestor que me lleve – anunció.
-Está bien, cuídate… – sonrió la señora y se sentó nuevamente en el sillón, se notaba feliz.
Nadir la observó sorprendido, no lo había enviado a cambiarse; normalmente cuando iba a salir, le exigía que anduviera ‘presentable’, pues según su madre, que siempre anduviera con playeras negras, alusivas a cualquier grupo que a él le gustaba, y pantalones de mezclilla negros, no era apropiado. Al parecer si funcionaba darle por su lado, pero prefirió seguir con sus divagaciones en el camino a su cita, era mejor salir de casa antes de que su madre se diera cuenta
Nadir salió de casa, Nestor era un hombre joven, menor de treinta, pero su trabajo era ser chofer, algo extraño, pues Nadir no recordaba cómo es que había llegado a su casa; el hombre estaba leyendo el periódico recargado contra la puerta del coche.
-Tengo que salir – anunció el pelinegro.
-Claro joven – respondió con una amplia sonrisa – ¿saldrá solo? – preguntó.
Normalmente el pelinegro no usaba el automóvil cuando salía solo, pues prefería irse caminando o tomar los autobuses, desde que había dejado de andar en patineta, un par de años atrás. Había pedido una motocicleta, pero su madre se había negado rotundamente, después de un pleito, del cual, ya no recordaba la razón.
-Sí, tengo que ir al dentista – dijo sin ánimo.
En el trayecto ninguno dijo nada, había tráfico, pero alcanzaría a llegar a la cita a antes de tiempo. El consultorio era privado, frente al mismo, había una gran plaza, de las más concurridas de la ciudad, y estaba rodeada de locales comerciales, entre ellos, muchos de comidas y una pastelería que le gustaba mucho al pelinegro. El consultorio era una construcción relativamente nueva, a diferencia de las construcciones de los alrededores y tenía dos pisos, pero no sabía que había en la segunda planta, pues nadie entraba ahí.
Al llegar, el joven se presentó ante la recepcionista – Buenas tardes, Nadir Mora – anunció – tengo cita con el doctor Rangel.
-Buenas tardes – sonrió la mujer con una amplia sonrisa – claro en un momento lo paso.
El pelinegro caminó a la sala y se sentó tomando una revista, había otras personas ahí, a las cuales, ni siquiera les prestó atención.
-Joven – la voz de Nestor lo sacó de sus pensamientos – su madre me acaba de llamar, parece que quiere salir con su hermana, dijo que le avisara y ver si podía regresar solo a su casa.
Nadir sonrió ampliamente – Por supuesto, no te preocupes, yo vuelvo a casa después de esto – no pudo evitar sentirse libre.
-Con permiso – dijo el hombre y se retiró.
Era la primera vez que se sentía así, su madre siempre lo acompañó y, siempre, era ir al dentista y volver a su casa, aunque él quisiera hacer otras cosas; era la primera vez que podría quedarse ahí y comprar algo o simplemente dar una vuelta por la plaza, después de todo, su madre le había dado dinero.
Un jovencito, mucho menor que él, salió por la puerta que daba al consultorio principal, llevaba una cara malhumorada y tras él, su madre. Nadir lo miró y reconoció el sentimiento que embargaba al niño.
-Gracias doctor – dijo la mujer al despedirse del hombre canoso que la acompañaba – volveremos en quince o veinte días.
-No se preocupe señora Domínguez, aquí los esperamos – sonrió ampliamente – y tu Pedrito – dijo al niño que lo miró con odio, pues era el culpable de su sufrimiento – trata de tener más cuidado, sabes que no debes andar mordiendo cosas duras o harás que se despeguen los brackets de nuevo.
El niño no dijo nada y se encaminó a la salida.
-Nadir – el hombre se acercó al pelinegro – llegas temprano – sonrió.
-Si –sonrió el joven – es que tenía cosas que hacer, por eso me adelanté.
-Tengo un par de pacientes antes – señaló a dos jóvenes, un chico y una chica, que iban también acompañados, y en ese momento Nadir les puso atención – pero, lo tuyo es solo cambio de ligas verdad, porque el ajuste es hasta dentro de dos semanas.
-Sí, así es – asintió el pelinegro.
-Bueno, puedes esperar, pero si no te molesta, mi hijo puede hacerlo.
-¿Su hijo? – Nadir levantó una ceja, era la primera vez que escuchaba que ese bárbaro, practicante de torturas medievales versión moderna, tuviera un hijo.
-Sí, es que está haciendo unas prácticas de ortodoncia aquí, conmigo, pero sólo serán unos meses, después ya se quedará fijo.
“Y el ser sádico es hereditario...” pensó el pelinegro al pensar en el hijo del hombre que estaba frente a él.
-Pues, supongo que no hay problema – el pelinegro se alzó de hombros, entre más rápido saliera de ahí, sería mejor, además, quería dar una vuelta por el parque y tal vez, comprar algún pastelillo, pues tenía meses sin comer uno, desde su cumpleaños si no recordaba mal.
-Bien, entonces, adelante – el hombre le hizo un ademán para que siguiera el “pasillo de la tortura” como Nadir lo llamaba – Señora Pérez, pase para que acompañe a Laura – el hombre se dirigió a la jovencita y su madre que estaban sentadas – venga, vamos a hacerle el ajuste.
Nadir llegó al consultorio primero que los demás y pasó con rapidez el umbral de la puerta abierta, pero lo que vio lo dejó en shock.
El joven de cabello castaño que estaba sentado en un banquillo cerca del escritorio, dejó de escribir y levantó la vista al escuchar que alguien entraba – Hola, buenas tardes – dijo cortés, era completamente diferente a lo que el pelinegro había pensado que encontraría – ¿mi padre te atenderá? – preguntó con voz delicada.
Nadir no respondió, se quedó con la boca abierta, el joven se miraba delicado, sus ojos azules como el cielo, lo miraban con calma y tenía la piel más blanca que el pelinegro hubiera visto jamás.
-Nadir, no te quedes parado – el hombre mayor ya llegaba con las otras dos personas y lo tuvo que mover para que el pelinegro diera los pasos – Yoshua – dijo para el joven de cabello castaño – Nadir será tu primer paciente de ortodoncia hoy, algo sencillo – sonrió – pero será para ti solito.
-Padre… – el ojiazul entornó sus bellos ojos.
-Vamos Nadir – instó el hombre mayor – toma asiento, ya sabes lo que viene, mientras yo me encargo de mi paciente – el hombre canoso se giró para sus acompañantes – señora Pérez, puede tomar asiento, Laura, por acá.
Nadir caminó con lentitud hasta el sillón, el castaño también se acercó y se sentó rápidamente en el banquillo que estaba a un lado – adelante – le hizo una seña – no muerdo.
El pelinegro parpadeó sorprendido ante las palabras, sintiendo que el calor cubría su rostro; bajó la mirada y se sentó en el sillón.
-Soy Yoshua Rangel – se presentó – y, cómo no te conozco, no sé qué tengo que hacerte – sonrió mientras se acercaba aún más a su paciente.
Esa sonrisa hizo que Nadir soltara el aliento, jamás había visto una sonrisa tan cautivante en toda su vida.
-Ah… Eh…
-I, o, u – dijo el ojiazul con diversión – yo también me sé las vocales – soltó una risa ligera – pero quiero saber, ¿en qué te puedo ayudar?
-Cambio de ligas Yoshua – el padre del castaño levantó la voz – viene solo a un cambio de ligas – repitió – a ver Laurita, tenemos que remover esto… – siguió con su trabajo.
-Bueno, entonces – el ojiazul se movió sacando de un pequeño estante cercano, la gaveta con las pequeñas ligas – ¿qué color quieres? – preguntó acercándole la pequeña caja de plástico.
-No… No sé… – Nadir no podía despegar su vista del castaño, ni de esos ojos azules que le parecían los más hermosos del mundo.
-¿No sabes? – Yoshua frunció el ceño y observó las ligas también, ante ese ademán confundido, Nadir sintió que se quedaba sin aliento nuevamente, se miraba hermoso – es un poco extraño, a ver, muéstrame tus dientes.
-¿Qué…? – Nadir sacudió su cabeza para salir de su embeleso.
-Tus dientes – repitió con una gran sonrisa el castaño – quiero ver qué color traes…
-No –negó el pelinegro – es que, necesito algo para una fiesta de gala – explicó con rapidez.
-Entonces, pueden ser blancas o transparentes – aseguró Yoshua – cualquiera de esas quedarán bien.
-Sí, esas – Nadir seguía en su mundo.
-¿Elijo yo? – preguntó.
-Sí, claro, lo que quieras – la voz del pelinegro denotaba su nerviosismo.
El castaño lo miró de reojo y suspiró – bueno, transparentes entonces – apartó la pequeña cajita con las ligas transparentes y las dejó sobre la plaquita de metal con todos los instrumentos, para después guardar las otras rápidamente.
-Recuéstate – indicó con seriedad, mientras se colocaba unos guantes de latex, presionó con el pie un botón y el sillón donde Nadir estaba se elevó un poco – esto será rápido, ¿de acuerdo? – aseguró mientras se colocaba el cubre boca.
Nadir se sintió mal al dejar de ver la sonrisa del castaño, por lo que ahora, su vista se posó directamente en los ojos azules que sobresaltaban mucho más de esa manera.
El ojiazul se acercó y colocó bajo la barbilla del pelinegro una tela desechable, que el joven ya conocía bien; después se acercó y lo mantuvo con la boca abierta mientras quitaba liga por liga con rapidez. Parecía tener mucha destreza, pero aun así, Nadir pudo disfrutar ver esos hermosos ojos tan cerca; por instantes, Yoshua también lo observaba directamente a los ojos y Nadir parpadeaba para desviar la vista nerviosamente.
Fueron segundos los que pasaron así, hasta que Yoshua terminó de quitar las ligas, se alejó, tomó uno de los pequeños accesorios que tenía cerca, una pequeña turbina con un cepillo y la acercó a la boca de Nadir, pasándolo por los dientes – alguien no se lava bien la boca – dijo con un tinte de seriedad.
Nadir sintió vergüenza, jamás le importó que el doctor Rangel se quejara de eso, pero ahora, con su joven y hermoso hijo diciéndoselo, quería que la tierra lo tragara en ese instante.
-Traer brackets conlleva la necesidad de una higiene bucal más estricta – prosiguió el castaño – necesitas lavar bien tus dientes y usar los cepillos especiales – asintió mientras seguía hablando con calma – ¿acaso mi padre no te lo dijo?
Nadir se sintió un tonto; ya lo sabía, el padre del otro se lo decía cada que iba, pero, para el pelinegro, con eso, la que más se avergonzaba era su madre y no él, pues era una forma de demostrar que no le agradaba en lo más mínimo esa situación.
El castaño se alejó – escupe y enjuágate – indicó el lado contrario para que el pelinegro se enjuagara la boca.
Nadir se movió e hizo lo que el otro le indicó, sentía su rostro ardiendo, ahora comprendía la vergüenza que su madre sentía cada que lo acompañaba a las citas, o quizá, esta era peor, pues el que lo atendía era un chico atractivo y no el viejo doctor Rangel que todo lo tomaba a broma.
-Bien, ahora si podré ponerte las ligas – anunció el ojiazul.
Nadir se acomodó nuevamente en su lugar y volvió a tener cerca al jovencito, quien, de nuevo, con una destreza que lo asombraba, coloco cada una de las ligas nuevas en su lugar.
-Listo – anunció alejándose después de unos segundos.
“¿Ya…?” Nadir se sorprendió, había sido muy poco, demasiado poco a su parecer, lo que pudo apreciar de nuevo esos hermosos ojos azules.
Yoshua se bajó el cubre boca para dejarlo en su cuello – todo listo – anunció pisando el botón para bajar el sillón de Nadir – pero espero que laves bien tus dientes – su voz era calmada y lo dijo con una sonrisa, pero estaba implícita la orden.
-Sí, lo haré – Nadir asintió incorporándose.
En ese momento, las quejas de la niña que estaba con el hombre mayor lo sacaron de su sueño.
-Calma, calma – el hombre trataba de que la niña no se quejara tanto – tenemos que apretar, ya lo sabes…
-Padre – el castaño lo llamó – el joven ya está listo.
-Bueno, entonces nos vemos en dos semanas, Nadir – dijo el hombre sin levantar la vista – salúdame a tu mamá.
-Claro – el pelinegro asintió y después posó su vista en Yoshua, dudó, pero tenía que hacerlo – gracias – le tendió la mano.
-¡Ah! – el ojiazul se quitó con rapidez los guantes de latex y aceptó la mano, poniéndose de pié – de nada, suerte en tu fiesta.
Nadir se sorprendió, era un practicante de ortodoncista, obviamente era mayor que él pero le parecía menor, no por la estatura, que estaba casi igual que él, pero se le hizo que el joven castaño era más delicado, quizá por su apariencia tan bella.
-Yoshua, necesito que me ayudes aquí – dijo el hombre mayor, llamando a su hijo.
-Ya voy – el castaño se movió, alejando su mano de Nadir y acercándose a la niña desde el otro lado.
-Gracias… – susurró una vez más el pelinegro, aunque quizá el otro no lo había escuchado, dio la vuelta y salió del consultorio con rapidez.
Se despidió de la recepcionista al pasar a su lado y cuando estuvo fuera del edificio, caminó hasta quedarse de pie en la acera, observó su mano, aun sentía la calidez del joven de ojos azules, su suavidad; una suavidad que no había sentido ni siquiera con las jovencitas con las que había tenido que ver durante la escuela. Sonrió, después soltó una risa nerviosa, para inclinarse colocando sus manos cerca de sus rodillas y tomó aire. Jamás se había sentido así en toda su vida, era algo distinto, algo, extraño y prohibido, pero, le gustaba, en realidad, más que gustarle, le fascinaba.
Negó con una gran sonrisa en su rostro y decidió regresar a su casa con rapidez; ya ni siquiera le importó que había pensado en dar una vuelta por la plaza, él quería ir a su hogar, necesitaba sacar de alguna manera esa emoción que sentía.
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