A finales de octubre, mientras los demás niños preparan sus disfraces para Halloween, Adán del Valle, un pequeño niño de cabello negro y ojos claros lo festejaba en grande, ya que cumplía años el mismo 31 de octubre. Para su octavo cumpleaños, sus padres le habían prometido un regalo especial, por ello, lo esperaba con ansias; pero tres días antes de su cumpleaños, la familia sufrió un acontecimiento que terminó en la muerte de Esteban y Clara, sus padres.
Al salir de la plaza comercial, dónde le habían comprado la más moderna consola de videojuegos, tuvieron la mala suerte de presenciar el asalto de un banco y del vehículo de valores que transportaba el dinero. Los hombres dispararon a su paso, hiriendo y matando a varias personas; los padres de Adán fallecieron instantáneamente y el menor solo recibió un rozón de bala en un brazo.
El niño estuvo un día en el hospital y después, su abuela paterna, Julia, fue por él, pues ella sería su tutora desde entonces.
Un día antes de su cumpleaños, sus padres fueron cremados y le entregaron al menor, dos pequeñas urnas con sus restos; el ojigris aún no asimilaba lo que había ocurrido, pero tenía que sobrellevar la situación de la mejor manera.
-Vamos – dijo su abuela sujetándolo de la mano – debemos partir hoy mismo para llegar a casa mañana.
Adán no dijo nada, solo asintió sumisamente y siguió a la mujer, a quien casi no conocía, pues solo la miraba una vez al año, en fiestas decembrinas, ya que vivía en otra ciudad, administrando la hacienda cafetalera de su familia, junto con sus otros dos hijos, quienes eran menores que su padre; el pelinegro no entendía la razón del por qué su padre había abandonado su casa desde temprana edad, pero siempre que iban para allá, Clara parecía molesta y se mostraba algo distante de la familia de su esposo.
Julia era una mujer de 47 años, su cabello negro azabache contrastaba con sus ojos grises; su rostro casi no mostraba marcas de la edad, por lo cual se miraba más joven de lo que realmente era y acentuaba la belleza que aun poseía con su maquillaje. Vestía de manera sobria y elegante, mostrando una altivez nata, además, era una mujer de temple y decisiones firmes, por lo que realizar los trámites para el cambio de escuela de su nieto, a pesar del luto, no le provocó ningún problema. Luis, su segundo hijo tenía 24 años y acababa de graduarse de la universidad, mientras que Guillermo con 21, seguía estudiando; ambos, igual que su hermano fallecido, eran iguales a su madre, con su cabello negro y ojos grises. Guillermo, el más joven, era el único con quien Adán tenía más confianza y lamentablemente para el niño, no iba a poder estar cerca de él, porque su tío, al estar en la capital del estado cursando la universidad, solo iba un fin de semana al mes a su casa o en las vacaciones.
El menor llegó a la hacienda el mismo día de su cumpleaños y no tenía nada qué hacer; su abuela le dijo que no iría a la escuela hasta la siguiente semana, pues los siguientes días tendría que realizar los trámites para su admisión y además, se atravesaban las fechas de fiesta por la celebración de los muertos. Lo más importante era que el pequeño debía instalarse en la casa del pueblo cercano, para poder acudir a la escuela y para ello, le iba a designar algunos criados, porque ella no podía apartarse de la hacienda ya que estaban en plena recolección de los granos del café.
-Esta es tu habitación – anunció la mujer, al llevar al niño a su recámara – era de tu padre cuando aún vivía aquí – hizo una mueca, que parecía un intento de sonrisa – no tuvimos tiempo de adecuarla para un niño – sentenció dando unos pasos dentro y Adán la siguió, subiendo las escaleras del desnivel, hacia dónde estaba la cama, pues la otra parte del recinto, era una gran estancia – pero en unos días vendrán unas personas para que la decoren a tu gusto y también la de la casa del pueblo – anunció con algo de condescendencia.
-Gracias… – musitó el niño con tristeza.
-La otra semana, traerán las cosas de tu antigua casa – mencionó la pelinegra – ¿prefieres que las dejen aquí o en la casa del pueblo?
-No tenía muchas cosas – negó el menor – supongo que mi ropa podría quedarse en el pueblo y las cosas de mis padres, dónde sea…
-Adán… – Julia sujetó la mano de su nieto y lo llevó a la cama, sentándolo en el colchón – la muerte es una situación natural, a todos nos llega de un momento a otro – aseguró – tus padres ya no están, pero eso no significa que tu debas consumirte en la tristeza.
A pesar de las palabras que trataban de ser confortantes, las lágrimas humedecieron las mejillas del pequeño.
-Escucha… – prosiguió la mujer – yo creo que lo que menos debes hacer en este momento, es deprimirte – dijo con seguridad – la vida sigue y necesitas enfocarte, podrías buscar una actividad que te ayude a no pensar en esto, ¿qué dices?
-¿Cómo qué? – preguntó el niño con debilidad.
-Pues, no lo sé – la mujer se alzó de hombros – que tal, ¿videojuegos? Eso les gusta a los niños de hoy…
-No quiero – negó, pues eso le traería más recuerdos dolorosos.
-Está bien, puedes buscar otra cosa – sonrió ella, era mejor no presionarlo – por ahora descansa, es lo mejor, en cuanto sirvan la cena, vendrá alguien a buscarte – anunció.
Julia se puso de pie, le dio un beso en el cabello al niño y salió de la habitación. Al quedarse solo, Adán prefirió recostarse en la enorme cama.
-Papá… Mamá… – musitó – los extraño – dijo con tristeza y empezó a llorar.
Al salir de la plaza comercial, dónde le habían comprado la más moderna consola de videojuegos, tuvieron la mala suerte de presenciar el asalto de un banco y del vehículo de valores que transportaba el dinero. Los hombres dispararon a su paso, hiriendo y matando a varias personas; los padres de Adán fallecieron instantáneamente y el menor solo recibió un rozón de bala en un brazo.
El niño estuvo un día en el hospital y después, su abuela paterna, Julia, fue por él, pues ella sería su tutora desde entonces.
Un día antes de su cumpleaños, sus padres fueron cremados y le entregaron al menor, dos pequeñas urnas con sus restos; el ojigris aún no asimilaba lo que había ocurrido, pero tenía que sobrellevar la situación de la mejor manera.
-Vamos – dijo su abuela sujetándolo de la mano – debemos partir hoy mismo para llegar a casa mañana.
Adán no dijo nada, solo asintió sumisamente y siguió a la mujer, a quien casi no conocía, pues solo la miraba una vez al año, en fiestas decembrinas, ya que vivía en otra ciudad, administrando la hacienda cafetalera de su familia, junto con sus otros dos hijos, quienes eran menores que su padre; el pelinegro no entendía la razón del por qué su padre había abandonado su casa desde temprana edad, pero siempre que iban para allá, Clara parecía molesta y se mostraba algo distante de la familia de su esposo.
Julia era una mujer de 47 años, su cabello negro azabache contrastaba con sus ojos grises; su rostro casi no mostraba marcas de la edad, por lo cual se miraba más joven de lo que realmente era y acentuaba la belleza que aun poseía con su maquillaje. Vestía de manera sobria y elegante, mostrando una altivez nata, además, era una mujer de temple y decisiones firmes, por lo que realizar los trámites para el cambio de escuela de su nieto, a pesar del luto, no le provocó ningún problema. Luis, su segundo hijo tenía 24 años y acababa de graduarse de la universidad, mientras que Guillermo con 21, seguía estudiando; ambos, igual que su hermano fallecido, eran iguales a su madre, con su cabello negro y ojos grises. Guillermo, el más joven, era el único con quien Adán tenía más confianza y lamentablemente para el niño, no iba a poder estar cerca de él, porque su tío, al estar en la capital del estado cursando la universidad, solo iba un fin de semana al mes a su casa o en las vacaciones.
El menor llegó a la hacienda el mismo día de su cumpleaños y no tenía nada qué hacer; su abuela le dijo que no iría a la escuela hasta la siguiente semana, pues los siguientes días tendría que realizar los trámites para su admisión y además, se atravesaban las fechas de fiesta por la celebración de los muertos. Lo más importante era que el pequeño debía instalarse en la casa del pueblo cercano, para poder acudir a la escuela y para ello, le iba a designar algunos criados, porque ella no podía apartarse de la hacienda ya que estaban en plena recolección de los granos del café.
-Esta es tu habitación – anunció la mujer, al llevar al niño a su recámara – era de tu padre cuando aún vivía aquí – hizo una mueca, que parecía un intento de sonrisa – no tuvimos tiempo de adecuarla para un niño – sentenció dando unos pasos dentro y Adán la siguió, subiendo las escaleras del desnivel, hacia dónde estaba la cama, pues la otra parte del recinto, era una gran estancia – pero en unos días vendrán unas personas para que la decoren a tu gusto y también la de la casa del pueblo – anunció con algo de condescendencia.
-Gracias… – musitó el niño con tristeza.
-La otra semana, traerán las cosas de tu antigua casa – mencionó la pelinegra – ¿prefieres que las dejen aquí o en la casa del pueblo?
-No tenía muchas cosas – negó el menor – supongo que mi ropa podría quedarse en el pueblo y las cosas de mis padres, dónde sea…
-Adán… – Julia sujetó la mano de su nieto y lo llevó a la cama, sentándolo en el colchón – la muerte es una situación natural, a todos nos llega de un momento a otro – aseguró – tus padres ya no están, pero eso no significa que tu debas consumirte en la tristeza.
A pesar de las palabras que trataban de ser confortantes, las lágrimas humedecieron las mejillas del pequeño.
-Escucha… – prosiguió la mujer – yo creo que lo que menos debes hacer en este momento, es deprimirte – dijo con seguridad – la vida sigue y necesitas enfocarte, podrías buscar una actividad que te ayude a no pensar en esto, ¿qué dices?
-¿Cómo qué? – preguntó el niño con debilidad.
-Pues, no lo sé – la mujer se alzó de hombros – que tal, ¿videojuegos? Eso les gusta a los niños de hoy…
-No quiero – negó, pues eso le traería más recuerdos dolorosos.
-Está bien, puedes buscar otra cosa – sonrió ella, era mejor no presionarlo – por ahora descansa, es lo mejor, en cuanto sirvan la cena, vendrá alguien a buscarte – anunció.
Julia se puso de pie, le dio un beso en el cabello al niño y salió de la habitación. Al quedarse solo, Adán prefirió recostarse en la enorme cama.
-Papá… Mamá… – musitó – los extraño – dijo con tristeza y empezó a llorar.
Adán cenó muy poco y se retiró temprano a descansar; normalmente su madre lo arropaba en las noches, pero ya no estaba y aunque una sirvienta se ofreció a ayudarle, él decidió hacerlo solo.
Después de lavar sus dientes se recostó en la enorme cama y se abrazó de una almohada.
-Feliz cumpleaños – musitó con tristeza, pues nadie le había felicitado ese día.
-¿Dónde estoy? – la voz del niño era débil mientras observaba alrededor.
La enorme casona estaba adornada y decorada de manera suntuosa, pero todo se miraba lúgubre, tan tétrico que le causaba miedo. Escuchó un murmullo al fondo y cuando se acercó, observo un perro negro que parecía más un lobo por el tamaño, con enormes ojos de un tono verde reluciente, que parecían dos enormes esmeraldas, brillando con un halo fantasmal; el animal estaba sentado de una manera que parecía lleno de arrogancia.
Un sonido suave sorprendió al menor, pues por alguna razón, parecía que el canino le daba la bienvenida.
-Perrito – el pelinegro caminó, intentando acercarse al animal y este se incorporó, caminando hacia un enorme acceso con puertas dobles, que estaba al final del pasillo, y una de ellas se encontraba entre abierta.
Adán titubeó, no sabía si podía entrar en ese lugar, pero mientras pensaba, el perro volvió a asomarse, ladrando una vez, como si deseara que lo siguiera y volviendo a ingresar al recinto.
El ojigris se acercó, con su mano, dio un empujoncito a la puerta, observando el interior. Parecía una oficina, algunas estatuas se encontraban adornando el recinto, aunque parecían animales, también había algunos libros y al fondo, una chimenea encendida daba luz y calor al lugar; frente a esta, estaba una sala de tres piezas y exactamente, dándole la espalda a la puerta, un enorme sillón producía gigantescas sombras hacia el acceso, debido a la danza del fuego.
El perro llegó al lado del sillón y ladró antes de dejar su enorme cabeza, apoyada en el descansabrazos; una mano, adornada con un gran anillo, se movió, y acarició al canino con suma delicadeza, en medio de sus orejas, consiguiendo que moviera la cola con emoción.
-Buen chico…
La voz varonil se escuchó con un eco tan suave, que produjo una sensación extraña en Adán; el niño dio un paso hacia atrás y chocó contra la puerta, que sin darse cuenta, se había cerrado cuando entró.
Los ojos verdes del perro, lo observaron fijamente y llamó la atención de quien parecía su dueño.
-¿Tenemos visitas, Donovan?
La mano derecha apareció del otro lado del sillón, dejando un enorme libro en una mesilla; finalmente, el hombre se incorporó. El cabello largo, blanco, con ligeros rayos rojizos, enmarcaba un rostro varonil, hermoso y perfecto; sus ojos verdes, tan profundos y brillantes como los del canino, estaban un poco ocultos, pues tenía los parpados medios, como si estuviese cansado, pero aun así, escudriñó al menor y finalmente sonrió.
-Eres el nieto de Julia, ¿cierto?
Adán se sorprendió, pero asintió inmediatamente, sin poder responder con su voz.
-Te esperaba – anunció el mayor – no tienes idea de cuánto ansiaba conocerte – dijo con anhelo e ilusión, dando unos pasos hacia a puerta y se acuchillo frente al menor.
Adán parpadeó sorprendido – ¿me…? ¿Me conoce? – pregunto con inocencia.
-Por supuesto – una débil sonrisa se dibujó en los labios del otro – te he esperado por tanto tiempo, que conozco todo de ti…
-No entiendo…
Los ojos verdes repasaron la silueta y suspiró – aunque debo decir, que este encuentro debía darse en unos años más – colocó las manos en los hombros del niño – aun no cumples la edad necesaria…
-¿Edad?
-Sí – asintió – dime, ¿por qué estás aquí? ¿Estás triste? ¿Te sientes solo?
Adán bajó el rostro y suspiró – yo… – las palabras se ahogaron en medio de un sollozo, pues recordó la muerte de sus padres – sí – musitó – estoy solo – sus lágrimas recorrieron sus mejillas con rapidez.
El peliblanco ladeó el rostro y su cabello se movió al compás – no llores – pidió con voz condescendiente y con su mano, recogió un par de gotas saladas – no estás solo… jamás lo estás – dijo con seguridad.
-¿Usted…? ¿Usted es mi ángel de la guarda? – preguntó el pelinegro con ansiedad.
-¿Tu qué?
-Mamá me dijo que… cuando nacemos… Dios nos da un ángel para que nos cuide…
El mayor bajó el rostro, respiró profundamente y una risa cansada escapó de sus labios – si de verdad, “Dios” pusiera un ángel para cuidar a las personas – levantó la mirada y observó los ojos grises – entonces, estas no sufrirían o morirían de manera tan horrible, como ocurrió con tus padres, ¿no lo crees?
El pelinegro se sorprendió pero luego bajó el rostro – sí… es cierto…
-No pongas esa carita – el ojiverde negó y levanto el rostro del niño por el mentón – si te hace sentir mejor, sí, podemos decir que soy un ángel – comentó divertido – pero no soy tu ángel de la guarda, aunque ciertamente cuido de ti, por ser el más grande tesoro que hay…
Esas palabras confundieron a Adán – no… no entiendo…
-Ven – el mayor se puso de pie y le sujetó de la mano, guiándolo a la sala dónde estaba, momentos antes, sentándolo en un sillón.
El perro negro no se había movido de su lugar, pero cuando el niño estuvo sentado, caminó hasta él y acomodó su cabeza en las piernas del menor, mirándolo con algo de expectación.
-Le agradas a Donovan – anunció el peliblanco y se sentó al lado del pelinegro.
-Es raro – sonrió el menor, acariciando con suavidad, la cabeza de animal – mi mamá nunca me dejó tener mascotas…
-¿Por qué?
-La mayoría me huye o me gruñe cuando me acerco, así que, mamá dijo que no quería accidentes y que me prohibió tener.
-Donovan es un perro especial – sonrió el otro y estiró a mano hacia una mesa, que el ojigris no había visto con anterioridad – ¿quieres un pastelillo? – preguntó, acercando una pequeña charola con varias tartas, que parecían de fina repostería.
Los ojos de Adán se abrieron con sorpresa y luego buscó el rostro del mayor, aún incrédulo – ¿de verdad, puedo comer uno?
-El que quieras… es tu cumpleaños, ¿no es así?
-Sí – asintió de inmediato.
-Entonces, debemos festejarlo…
El niño sujetó una con sumo cuidado y le dio una mordida, sonriendo de inmediato ante el dulzor que embargaba su boca con suma rapidez; el peliblanco lo observaba con interés y de cuando en cuando limpiaba las mejillas y barbilla del niño, quitando las migajas que se quedaban ahí.
-¿Quieres un poco de chocolate? – preguntó el ojiverde, acercándole una taza, con un líquido caliente.
-Sí, muchas gracias, señor… ah…
-As – anunció con seriedad – solo dime As, por ahora…
-As – sonrió el niño y bebió el chocolate con rapidez.
El ojiverde lo contempló en silencio, mientras Adán terminaba su chocolate; cuando el pelinegro dejó la taza vacía, el mayor acarició su cabello.
-Debes dormir ya – dijo con un dejo de tristeza.
-¿Por qué?
-Porque debes volver a la realidad, mi niño…
-Pero no quiero… aquí no me siento solo – musitó.
-Jamás estarás solo – dijo el mayor y lo movió con suavidad, para que se recargara en su pecho – aun cuando no me veas o me escuches, siempre estaré ahí – el pelinegro cerró los parpados, sintiéndose reconfortado por la calidez del otro – aun cuando me olvides, yo esperaré el momento para que vuelvas aquí…
Adán abrió los parpados al escuchar el sonido insistente del despertador y se dio cuenta que estaba en su habitación, en su cama, abrazado aún a su almohada.
-Solo fue…un sueño… uno muy agradable…
Suspiró y después de apagar el despertador, se puso de pe, para ir a tomar un baño, sin darse cuenta que en su cama, había migajas de pan.
En los días siguientes, Adán se tuvo que adecuar a su nueva vida y a ir a vivir al pueblo, olvidándose rápidamente de ese sueño que lo había hecho feliz, por una sola noche.
La enorme casona dónde el menor se instaló, era la más grande de la comunidad y resaltaba por sus acabados en piedra, madera y teja; tenía una gran extensión, dos pisos, varias habitaciones con estancia y baños propios, mientras que en la planta baja estaba un gran estudio, biblioteca, sala, cuarto de juegos, comedor para dieciséis personas, la cocina y un jardín interior con una gran fuente, plantas y macetas colgantes, que formaba parte de una zona de reuniones para recibir visitas, además de algunas otras pequeñas estancias en ambos pisos.
Desde los primeros días, Adán parecía un pequeño fantasma cuando recorría ese lugar tan solitario, pues solo era acompañado por algunos criados, quienes dormían en una construcción aparte; el niño pasaba la mayor parte del tiempo leyendo, ya que ni siquiera encendía la televisión, ni usaba las consolas que su abuela le había comprado para que se entretuviera y no hablaba más de lo necesario.
Pero a pesar de todo, se daba cuenta que ocurría algo extraño en ese lugar.
Desde su llegada, le comentó a las sirvientas que escuchaba cosas raras en la casa, a veces voces, a veces lamentos, otras veces su nombre; todos le decían que después del incendio dónde murió su abuelo veinte años antes, aunque las llamas no habían consumido la casa completa, su abuela Julia mandó reconstruirla completa y dejarla como estaba antes del desastre, pero la zona tenía leyendas sobre apariciones y fantasmas desde mucho antes, así que era posible que escuchara cosas.
El niño, con apenas ocho años, se sintió inquieto por esas historias y comenzó a sugestionarse, al grado de solicitar que algunos criados se quedaran en la casa, pero su abuela se negó y solo le permitió a Carmen, su nana, ocupar una habitación al lado del menor, pero no era suficiente; en las noches, Adán tardaba para conciliar el sueño, pues escuchaba voces, por eso trataba de no alejarse de la cama, se envolvía en las mantas y no salía de ahí hasta que iba alguna criada a despertarlo.
Además de esas cuestiones en su nuevo hogar, la vida de Adán en el pequeño pueblo pintoresco y tranquilo, tuvo muchos problemas desde el inicio. Era difícil para él tener amistades en la escuela; los niños sabían que era parte de la familia Del Valle y la envidia presente en ellos era notoria. Pero no era todo, pues muchos habitantes decían cosas de Julia, su abuela; la gran mayoría aseguraba que era una bruja y que si su familia era poderosa y acaudalada, era porque ella había usado magia negra para seguir así, a pesar de la desgracias que ocurrían en su familia desde la muerte de su esposo, así que también le tenían miedo a la mujer y los niños lo demostraban más abiertamente, incluso con el pelinegro.
Gustavo, un joven moreno de ojos castaños, con apenas 20 años, servía de chofer y acompañante de Adán fuera de casa; lo cuidaba en el trayecto a la escuela y de regreso, lo llevaba al parque frente a la presidencia municipal, donde los parroquianos se congregaban diariamente, todo por órdenes de su ‘patrona’, para que el menor se distrajera, pero nada conseguía. Al menos no hasta un par de semanas después de que el niño iniciara sus clases.
Unos anuncios en la pared de la nevería, donde el moreno le compró al niño un cono de nieve, llamó la atención del menor. Una iniciativa del municipio, promovía clases de danza, pintura y varias artes más, para las personas de la comunidad, desde niños, hasta adultos.
-Quiero ir – dijo el menor, señalando el papel.
-Pero, niño – Gustavo lo miró de soslayo – no creo que sea algo para usted, debería mejor pedirle a su abuela que le consiga un profesor especial…
-No – negó – yo quiero ir ahí – dijo con seriedad – llévame para inscribirme – pidió – dice que el cupo es limitado.
El mayor suspiró, pero no podía negarse.
Minutos después, Adán estaba en una construcción algo vieja; había varios salones que rodeaban un jardín central y en cada uno de ellos se mostraba algo de lo que podían enseñar. Danza, música, bordado, tejido en telar, pintura, modelado de arcilla y carpintería, con grabado en madera.
Adán se acercó al hombre mayor que estaba tallando una figura en un pequeño tronco; era la imagen de un lobo aullando al cielo, posado en una placa de madera.
-¿Te gusta? – preguntó el canoso al ver el brillo en los ojos del menor.
-Sí – sonrió el niño, sin apartar la mirada del objeto.
-Con nosotros puedes aprender a trabajar la madera – dijo con voz ronca – desde lo más sencillo como es el pirograbado – señaló unas tablas con letras e imágenes, grabadas con calor en las superficies – hasta el tallado de un pedazo de madera, para darle la forma que puedas crear en tu imaginación… – acercó el lobo al niño.
Adán sujetó el objeto con cuidado y lo observó con ilusión – me gusta… – confesó y giró el rostro observando a su compañero – quiero inscribirme aquí – pidió emocionado.
-Pues… – el moreno pasó la mano por su nuca – bueno, pero si su abuela se niega, sabe que no podrá venir después – sentenció el moreno.
Adán se inscribió en ese curso y en la tarde, le marcó por teléfono a su abuela para comentarle lo que había ocurrido; al principio, la mujer no parecía muy feliz, pero accedió a sabiendas de que con ello, su nieto dejaría de estar tan inmerso en sí mismo.
Así, el niño de ojos grises empezó a ir a sus cursos tres veces a la semana y aunque no tuviera amigos en la escuela, se sentía mejor platicando con su maestro, el señor Vicente, quien lo trataba con mucha paciencia, pues al ser tan pequeño, debía tener mucho cuidado con las herramientas.
El tiempo transcurría con calma, pero la familia de Adán seguía cayendo en desgracia rápidamente, ya que apenas unos meses después de la muerte de los padres del niño, una nueva tragedia se cernía sobre ellos. Su tío Guillermo, tuvo un accidente automovilístico cundo iba a pasar las vacaciones de invierno a la hacienda y falleció, junto con su prometida, Estefanía, a quien iba a presentarle a su familia, pues planeaban casarse el siguiente verano; Adán lloró su muerte, pues de sus tíos era al que más apreciaba, a pesar de que no lo conocía mucho.
Adán tenía ya dos años en su hogar cuando su tío Luis contrajo matrimonio con Blanca, una joven de familia adinerada y reconocida; pero lo hermosa no le quitaba lo desagradable, ya que no era nada amable con su nuevo sobrino, a quien lo miraba como un estorbo, pues era con la única persona con quien su esposo compartiría la cuantiosa herencia de la familia. No había pasado un año, cuando anunciaron que estaban esperando su primer hijo en una cena, cuando Adán había ido a pasar un fin de semana a la hacienda; pero algo ocurrió semanas después, Blanca cayó por una de las escaleras de la enorme casa y no solo perdió a su hijo, sino que sufrió una fractura en la columna que le impidió volver a caminar.
Ese accidente acrecentó la amargura de la mujer y por eso, Adán prefería mantenerse alejado de su tía, quien ahora tenía a una mujer que la cuidaba, pero notaba que cada fin de semana que iba de visita, parecía que se iba consumiendo lentamente.
Cuando Adán estaba por entrar al segundo año de secundaria, tenía ya cinco años en el pueblo, y sufrió otra gran perdida, pues su maestro de talla en madera falleció; una vez más se sintió completamente solo pero ya se había familiarizado con esa sensación. A pesar de lo mucho que su abuela decía quererlo, era algo fría y distante, además, junto a su tío Luis, se enfrascaba en la administración de la hacienda y apenas cruzaban palabra con él cuando iba de visita; su tía Blanca tenía meses que había caído en cama, por ello ya no sabía de ella, más que lo que escuchaba en las pláticas de sobremesa en la hacienda.
El pelinegro, sabía que el curso de tallado en madera volvería a abrirse, en cuanto los directivos del centro de arte eligieran al maestro que podía hacerse cargo, pero él no se sentía en confianza con personas extrañas, así que no estaba seguro si volvería o no. Un día antes de entrar a clases, el pelinegro estaba en su habitación, rodeado por todos los pequeños animales que había tallado en madera y algunos objetos que había grabado con pirógrafo.
-Necesito un amigo – musitó pasando los dedos por el lobo que su profesor le dio cuando se inscribió al curso, a los ocho años – tampoco quiero quedarme mucho aquí – suspiró, pues aunque ya tenía cinco años viviendo en ese lugar, no se acostumbraba a los ruidos que llegaban a escucharse y además, también se sumaban algunas sombras o sucesos extraños, que trataba de ignorar, sin conseguirlo del todo – supongo que no me queda más que seguir yendo a la clase – dijo con tristeza – pero, tengo que pensarlo…
-Mi niño – la voz de Carmen, era un murmullo – ya es hora de despertar, no querrá llegar tarde el primer día – dijo la mujer con emoción.
-Buenos días, nana – musitó el pelinegro incorporándose de la cama con pesadez, como siempre había batallado para dormir y lo poco que había descansado, no era suficiente para él – voy a bañarme…
-Buenos días, ya pedí que le preparen el desayuno – anunció la mujer – su uniforme ya está listo – señaló el lugar donde la ropa estaba acomodada, perfectamente planchada.
El pelinegro asintió y caminó al baño; tomó una ducha caliente, pues a pesar de que aún era verano, a él no le gustaba mucho el agua fría y menos en la mañana.
Al salir, se cambió con rapidez, tomó su mochila y recorrió los pasillos, bajando las escaleras, dejando sus útiles en la estancia antes de ir al comedor; siempre ocupaba el lugar principal, como “señor” de la casa, aunque cuando iba a la hacienda, se sentaba a la izquierda de su abuela. Comió con rapidez y volvió a su habitación a lavarse los dientes, para poder irse.
Mientras estaba frente al espejo del baño, un reflejo lo hizo temblar; una sombra tras él pareció caminar recorriendo el baño y le produjo un escalofrío. No quiso observar, solo terminó de lavar sus dientes y salió disparado del lugar; sudaba frío y sentía que su corazón saldría de su pecho en cualquier momento, de lo acelerado que estaba. Ya antes había visto cosas, pero desde que había cumplido doce, estas apariciones eran más constantes, nítidas e incluso, más tangibles y todo había empezado, porque en la biblioteca encontró libros extraños, que al empezar a leerlos, se dio cuenta que eran cosas de magia y lo que ahí denominaban “brujería”.
Su abuela le dijo que no hiciera caso, que eran niñerías y tonterías de su difunto abuelo, quien estaba un poco obsesionado con lo paranormal; al nacer y crecer en ese lugar, creía en todas esas leyendas que se contaban en el pueblo y por eso, buscaba respuestas en cosas que según Julia, ni siquiera entendía y si mantenía esos libros en la biblioteca, era por el recuerdo de su marido y nada más. Pero Adán estaba seguro que todo era real, pues en alguna ocasión, sintió la mano de alguien sobre su hombro, mientras realizaba su tarea en el estudio; por eso siempre tenía las puertas abiertas, para poder pedir ayuda en caso de necesitarla.
En la escuela, sus profesores estaban complacidos por su rendimiento escolar, aunque les llamaba la atención que no tuviese amigos y casi nunca podía conseguir compañeros para realizar trabajos en equipo. Pero en ese ciclo escolar, desde el primer día, en varias materias, se realizaron equipos de trabajo y a Adán lo colocaron con algunos compañeros sin siquiera preguntar, entre ellos, un jovencito que acababa de llegar, precisamente porque su padre, un ingeniero agrónomo, trabajaría en la hacienda de la familia de Adán.
-Así que, ¿tú eres Adán? – preguntó el joven de piel bronceada y cabello castaño, quien se acercó al otro en la hora del almuerzo.
-Sí – asintió el pelinegro, levantando el rostro, pues estaba sentado frente a una mesa, comiendo.
-Yo soy Gerardo Ponce – sonrió señalándose con el pulgar – pero puedes decirme Gera… – dijo con diversión – mi papá trabajará con tu familia en la hacienda cafetalera, pero mi mamá y yo, nos quedaremos aquí, por mis estudios…
-Un placer…
-¿Puedo sentarme? – indagó con curiosidad.
-Si quieres… – Adán se alzó de hombros, normalmente no tenía acompañante al comer.
Gerardo se sentó y empezó a comer, pero solo duró unos segundos antes de tratar de entablar una conversación más amistosa.
-Y dime, ¿qué hacen en este lugar para divertirse?
-¿Divertirse? – el ojigris levantó una ceja – pues, no sé, supongo que ir a la plaza o al cine que hace un año abrió, yo no salgo mucho.
-¿Por qué?
-No tengo amigos…
El castaño frunció el ceño – entonces, ¿no haces nada aparte de la escuela?
-Antes iba a clases de tallado en madera, también realizo pirograbado, pero nada más… no tengo otras actividades…
-¿Alguna razón en especial? – Gerardo se notaba extrañado por esas palabras.
-Pues… no soy muy sociable y las personas dicen que mi abuela es bruja…
-¿Y lo es? – los ojos castaños se abrieron con sorpresa.
-No, si fuera cierto, la fortuna de mi familia hubiese aparecido de la nada y la hacienda cafetalera tiene generaciones en poder de la familia Del Valle – explicó el pelinegro – pero la gente cree eso y sus hijos piensan que yo son un ‘engendro del demonio’ o algo así – dijo sin interés.
Gerardo rió divertido – ¡vaya!, jamás pensé que en pleno siglo veintiuno, la gente siguiera creyendo en esas supersticiones que solo son historias tontas para asustar a los niños – se burló – bueno, habrá que cambiar esa idea de ti, ¿no crees?
-¿Por qué?
-Porque si soy tu amigo, también pueden hablar mal de mí – se señaló con la cuchara que traía en mano – y aunque me agrada tener la imagen de chico rudo, agresivo, adorador de satán, mi madre pegaría el grito en el cielo si se entera y seguro que, creyendo en los chismes locales, me enviaría a hacer un exorcismo…
Adán rió por esas palabras, realmente Gerardo era un chico muy divertido y bastante extrovertido, a diferencia de él. Precisamente esa diferencia consiguió que, en poco tiempo, el recién llegado se ganara la confianza de todos y consiguiera que algunos otros compañeros de la escuela, hablaran con Adán.
Para mediados de septiembre, el pelinegro ya platicaba más con sus compañeros y especialmente con Gerardo, quien un par de noches se quedó a dormir en la enorme casona y a pesar de que tenía curiosidad por lo que Adán le contaba que escuchaba, él aseguró que había dormido como un angelito.
Cuando octubre llegó, el castaño se sorprendió de que en la comunidad, no se celebrara ‘Halloween’, porque según el párroco de la iglesia, era una fiesta satánica y solo celebraban el día primero y dos de noviembre, con misas para el descanso de los difuntos.
-¡Qué aburrido! – Gerardo estaba sentado en su pupitre.
-Nosotros ya estamos acostumbrados – Valeria, la chica más popular de la escuela, estaba sentada en la parte superior del mesa banco de Gerardo, tenían una semana de novios y mientras no había adultos cerca, se mostraban bastante cariñosos – así que no le vemos lo malo.
-¡Oh, vamos! – el castaño entornó los ojos y miró a su alrededor, pues había varios amigos cerca, escuchándolo – ¿acaso no quieren hacer nada interesante el 31? Si sus padres no festejan Halloween, no significa que ustedes no lo hagan, ¿cierto, Adán? – preguntó para el pelinegro que estaba en un pupitre, a su lado, leyendo una revista.
-Realmente yo tampoco lo celebro – dijo con tristeza.
-¡Vamos, hermano! – el castaño puso cara de fastidio – no me arruines el día tú también, ¡deberías apoyarme!
-Te apoyo – respondió – pero como dije, no es algo que festeje en realidad – su voz sonó algo aburrida y volvió a su lectura, denotando que realmente no le interesaba lo que decían, pues de todos modos, terminaría apoyando a su amigo.
-¿Y cómo lo festejabas en tu anterior ciudad? – Diego, otro compañero se cruzó de brazos, era el que más le seguía el juego al castaño desde que había llegado, tratando de que lo notara para convertirse en su mejor amigo, en vez de Adán.
-Bueno, íbamos a hacer bromas pesadas en la calle, romper las calabazas que algunas personas usaban para adornar sus casas, ver películas de horror y cosas por el estilo – dijo restándole importancia – también jugábamos con una ouija que uno de mis amigos tenía…
-¿Una ‘ouija’? – Mary, la mejor amiga de Valeria puso cara de susto – dicen que eso es cosa del diablo y quienes la juegan se mueren…
Gerardo rió – yo sigo vivo – dijo de manera burlona – además, es solo un juego, no es real – sentenció – a menos que lo creas…
-Salir a hacer bromas pesadas aquí, no es sencillo – Francisco, a quien le decían ‘Paco’, negó – es un pueblo pequeño, cualquiera se daría cuenta de quien lo hizo y realmente no me gustaría meterme en problemas…
-Cierto… – Valeria asintió – además, nadie usa calabazas para adornar sus casas como dices…
-Pero podríamos ir al cine – Mary se emocionó.
Diego chasqueó la lengua – y ¿qué van a proyectar en el cine? Espero que algo que valga la pena…
-Tengo entendido que antes de esa fecha, se estrenará una película que habla precisamente de la ‘ouija’ – se burló Paco por lo que su amigo dijo con anterioridad.
-¡Ay, no! – Mary negó – a mí no me gustan esas películas…
-Mary, no seas infantil – Valeria sonrió – si ‘Gera’ ya jugó eso y como dice, no le pasó nada, seguramente todo es mentira…
-Y lo es – sentenció el aludido – pero se los voy a demostrar – dijo con total seguridad – este Halloween jugaremos…
-¿De verdad? – su novia puso cara de susto.
-¡Claro! – asintió – solo necesitamos una tabla, ¿alguien tiene una?
-No – respondieron los demás con rapidez.
-Tendremos que conseguirla o hacerla… – dijo con seguridad.
-¿Cómo? – Diego lo miró confundido.
-Bueno, se puede hacer con cualquier cosa, a veces, cuando mis amigos y yo nos aburríamos, jugábamos con un trozo de papel, solo poníamos las letras y usábamos un vaso trasparente como puntero – contó divertido.
-Y ¿eso funciona? – Diego parecía escéptico.
-¡Ya les dije que es solo un juego! – repitió el castaño – pero si quieren algo más “profesional”, podemos intentarlo – sonrió de lado – Adán, ¿tú que dices?
-¿De qué? – indagó el ojigris, con algo de confusión.
-Tú tienes ciertos talentos, ¿crees que puedes hacer una tabla ouija de madera?
-¿Por qué no compras una? – Adán miró a su amigo de soslayo.
-Porque, aunque la pidiera por internet, tardaría mucho en llegar – comentó con obviedad el castaño – anda, te pagaré por el trabajo.
El ojigris suspiró – de acuerdo – asintió – trataré de hacer algo, pero no prometo mucho…
-¡Vientos! – Gerardo estiró la mano y Adán respondió el movimiento tocando la palma con su puño, ese era el clásico saludo entre ellos y así, cerraban cualquier trato que tenían.
Al salir de clases, Adán y Gerardo fueron a la casa del pelinegro directamente; como Adán vivía prácticamente solo, podían hacer cualquier cosa en la casa, e investigar sobre la tabla que iba a hacer, resultaría más sencillo que si fuesen a la casa de Gerardo o al café internet del pueblo donde vivían. Al llegar, comieron unos aperitivos fueron al estudio, donde cada uno se puso en el lugar de siempre; Adán en el sillón principal del escritorio, pues ahí mismo había una computadora de escritorio que usaba a veces, pues prefería usar las propias que tenía en su habitación y Gerardo frente a él.
-¿Por qué no celebras Halloween, Adán? – preguntó el castaño con curiosidad, mientras realizaban su investigación.
-Nunca lo festejé en la manera tradicional – dijo sin mucho interés.
-¿Por qué? – el otro se sorprendió – es una fecha que de niños esperamos con ansias, justo como navidad…
-Porque ese día es mi cumpleaños – respondió el ojigris – así que realmente, yo tenía algo mejor que festejar y tenía todo lo que quería – suspiró.
-Entonces, ¿harás fiesta este 31?
-No, desde que murieron mis padres no lo festejo – negó.
-¿A tu abuela no le gustan las fiestas? Eres su único nieto, no creo que no quiera tenerte feliz – sentenció Gerardo con seriedad.
-No es por ella, es por mí – Adán suspiró – hace cinco años, mis padres fallecieron unos días antes de mi cumpleaños y al cumplir ocho, mi regalo fueron sus cenizas – sonrió con tristeza – por eso, ya no lo celebro.
El castaño se sorprendió de esas palabras, hizo una mueca de consternación, realmente no se había imaginado eso y sentía que había tocado un tema que no debía; prefirió guardar silencio y enfocarse en lo que les interesaba, para poder desviar la conversación.
-¿Qué te parece esta? – preguntó el moreno mostrando una imagen en su portátil.
-Se ve bien – asintió el pelinegro – si no tiene muchos adornos es más sencillo – aseguró – si ese es el diseño, solo necesito buscar la madera y ponerme a trabajar.
-¿Qué madera necesitas?
-No lo sé, cualquiera está bien – se alzó de hombros – creo que tengo por ahí un trozo de madera de pino, que puede servir – sonrió.
-Recuerda que tiene que ser grande – dijo el castaño seriamente.
-Sí, sí, no te…
Un golpe seco se escuchó, interrumpiendo las palabras del pelinegro; los dos amigos giraron el rostro, buscando de dónde provenía el sonido, pero Adán parecía temeroso, mientras Gerardo se notaba curioso. Los ojos castaños repasaron el gran recinto y finalmente lo encontró; en el piso, cerca de una estantería, un libro estaba con sus páginas abiertas contra la duela.
-¡Vaya!, seguramente estaba mal puesto – Gerardo caminó y se inclinó hasta recoger el libro y lo sujetó sin mucho cuidado, levantándolo y repasando con sus ojos castaños las hojas en las que el libro se abrió – ¡mira! – su voz sonó emocionada – aquí hay cosas de la ouija, no sabía que tenías libros así… – mencionó mientras regresaba al lado de su amigo.
-Ni yo – negó el ojigris con miedo.
-Oh, no me dirás que crees que lo encontramos por culpa de los “fantasmas” – se burló – ¿o sí?
-‘Gera’ – Adán respiró profundamente – he pasado cinco años aquí, escuchando y viendo cosas que tú no puedes siquiera imaginar, así que sí, yo si tengo miedo – confesó.
-De acuerdo, ya, tranquilo – sonrió – pero, ¿por qué no usamos este diseño? – dejó el libro sobre el escritorio, abierto en las hojas que había mostrado con anterioridad – se ve más interesante, ¿no crees?
-No lo sé, ‘Gera’ – negó – realmente, como puedes confiar en esos libros, si ni siquiera sabes lo que dicen – su voz sonaba desconfiada.
-No voy a leer lo que sea que dice aquí – se alzó de hombros – lo que nos interesa es la imagen de esta hoja – dio varios golpecitos con su índice en el dibujo – ¿qué dices? ¿Puedes hacerlo o no?
Adán suspiró, realmente no quería hacerlo, por alguna razón desconfiaba de esos libros, a pesar de lo que había dicho su abuela. Gerardo se dio cuenta de que el otro dudaba y le puso la mano en el hombro.
-Si lo haces, te compensaré…
-Y ¿cómo me compensarás?
-Te gusta ‘Val’, ¿cierto?
El color se fue del rostro del pelinegro, pasó saliva y se estremeció – yo… no…
-No te preocupes, no me molesta – aseguró – somos amigos y ya antes había compartido novia con alguien y esta vez, qué mejor que hacerlo contigo – le guiñó un ojo – además, ella no es una blanca paloma y estoy seguro que te tratará bien para tu primera vez…
-¿Cómo sabes que…?
-Se nota – rió el castaño – anda, ¿qué dices? ¿Es un trato?
El pelinegro suspiró, pero realmente quería una oportunidad con Valeria, ya que le gustaba desde que inició la secundaria – de acuerdo.
-¡Bien! – Gerardo extendió la mano y Adán le dio en la palma con el puño.
Esa misma tarde, después de que su amigo se fuera, Adán buscó la madera que iba a usar para el grabado, pero no la encontró; le llamó la atención, así que le preguntó a los criados y ellos le dijeron que no habían agarrado nada de ahí, pero si habían llevado algunas troncos y pedazos de maderas, para que las revisara y escogiera las que le gustaran y las que no, las usarían para algunas cosas de la casa o las tirarían. El pelinegro suspiró, sabía el tipo de madera que ellos siempre le llevaban y generalmente no eran planchas, sino troncos para tallar, así que seguramente no le servirían, por lo tanto, al día siguiente tendría que ir a comprar alguna adecuada.
Antes de dormir, Adán llevó el libro a su habitación, se encerró en la misma y en el área de estudio que tenía, empezó a hacer unos trazos en una hoja, misma que pasaría con un papel carbón a la madera, para usarla como guía; a las diez de la noche, su nana se fue a despedir, pues era hora que todos los criados se retiraran.
El niño se quedó a solas, prefiriendo acostarse y tratar de dormir, aunque jamás lo conseguía con rapidez.
En la noche, escuchó ruidos, pasos, una respiración cerca de su oreja, a pesar de que se había cubierto de pies a cabeza y una voz diciendo su nombre de una manera que le provocó escalofríos, pero a diferencia de otras noches en las que moría de miedo por esos sonidos, en esa ocasión, sintió que desde su pecho un inmenso calor lo recorría completamente. Con rapidez, el sopor del sueño lo invadió.
Pocas veces había tenido sueños húmedos, porque generalmente tenía pesadillas, pero esa noche, fue diferente. Quizá, las palabras de su amigo habían tenía mucho impacto en él, pues su sueño fue nítido y casi tangible; la imagen de Valeria apareció y con suma rapidez, todo se tornó en un acto íntimo. Las caricias eran simples imitaciones de lo que el pelinegro había visto en películas y programas de televisión, pero, cuando el acto estaba a punto de consumarse, algo ocurrió; la imagen de Valeria se distorsionó con rapidez, transformándose en un ser distinto, varón, con cuerpo grande de músculos desarrollados, grandes cuernos y era quien tomaba el control.
-“Mío…” – la voz gutural consiguió que Adán temblara, pero a la vez, terminó rindiéndose a ella.
Cuando la enorme mano lo sujetó del cuello, sintió la piel caliente y las garras acariciando su nuca; notó los ojos negros, con pupilas rojas, que lo miraban de una manera indecente, después, la mueca divertida mostró unos filosos dientes.
-“Mío…” – repitió y las manos se movieron diestras, bajando por el cuerpo, sujetándolo por los muslos y abriendo las piernas del niño sin pudor – “eternamente…”
El miedo invadió a Adán, cuando sintió como ese ser se acomodaba entre sus piernas; quiso gritar, moverse, alejarse, pero le fue imposible y cuando estaba a punto de ser tomado, se despertó de golpe, sentándose en la cama de un salto; su cuerpo estaba cubierto de un sudor frío y su respiración era agitada, mientras sus ojos estaban húmedos. Pasó saliva con dificultad, sabía la razón de su actitud, en el fondo, realmente no tenía miedo, solo había sentido deseo y eso era lo que lo perturbaba; había deseado saber que se sentiría ser tomado por lo que sea que hubiese sido ese ser y no sabía cómo reaccionar.
Volvió a recostarse, pasando la mano por su frente y haciendo su cabello hacia atrás – solo es un sueño – musitó, antes de relamer sus labios, humedeciéndolos, pues los sentía secos; giró el rostro y observó el reloj, faltaban cinco minutos para las seis, la hora normal que tenía para despertar al ir a la escuela, pero siendo sábado, no tenía por qué levantarse tan temprano, aunque ese día se reuniría con sus amigos para hacer un trabajo de equipo. Intentó volver dormir, pero se sentía tan inquieto que prefirió ir a ducharse; decidió que después del desayuno iría a buscar la madera.
Cuando estuvo listo, bajó a la cocina y aún no había nadie en ella, así que se conformó con comer cereal; volvió a su habitación, recogiendo el libro que había llevado en la noche para ir a la estancia que servía como su taller de tallado. Al ingresar, fue a dejar sus dibujos a la mesa de trabajo y en ese momento, se dio cuenta de algo; sobre la misma, un par de trozos de madera de distintos tamaños, llamaron su atención. El más grande, parecía una rodaja de un tronco no muy gruesa, mientras que el segundo, era mucho más delgada, pero el corte estaba demasiado burdo; ambos aún tenía alrededor la corteza rugosa y café, pero en el centro, la madera era oscura, incluso, podía jurar que era negra.
-¡Es hermosa! – dijo con emoción, mientras acariciaba la superficie de la madera más grande, con la yema de sus dedos, cuidando de no astillarse por confiado – jamás había visto una así – musitó con algo de ilusión, solo que en ese momento la razón volvió a su mente – pero, yo jamás compré una madera así, ¿de dónde salió?
Aunque le daba curiosidad, imaginó que la habían dejado los criados el día anterior y no se dio cuenta de la misma, por andar buscando la otra que tenía en mente; sabía que a veces era despistado y podía ocurrir que pasara por alto algunos detalles.
-¿Será que puedo usar esto para lo que me pidió ‘Gera’? – levantó una ceja y nuevamente acarició la madera con sus dedos – no – arrugó la nariz y negó – son demasiado bellas para algo tan tonto, esta será para algo especial – sonrió ilusionado – bueno… iré a buscar un trozo de madera de pino y después me pondré a trabajar…
Adán salió de su casa en compañía de ‘Gus’, quien aún estaba a su servicio a pesar de que ya tenía veinticinco años y fue a buscar una madera barata, para hacer lo que su amigo le había pedido. A diferencia de lo que pensó, compró varios troncos, porque le gustaron algunos para tallar figuras; volvió a su casa antes de mediodía, encontrándose con Gerardo, Paco y Diego, esperándolo para iniciar su trabajo escolar.
-Llegaron temprano – dijo el ojigris, caminando con un par láminas de madera a su taller, mientras ‘Gus’ llevaba las piezas más grandes.
-Sí – asintió Gerardo – ayer me dijiste que empezarías con la tabla y queríamos verla.
-Ah, eso – Adán suspiró – no pude hacerlo – anunció.
-¿Por qué? – preguntó Paco, quien iba siguiendo a su anfitrión, junto con los otros dos amigos.
-Lo que pasa es que no encontré la madera que iba a usar y tuve que ir a comprar otras hoy – explicó – pero en la noche lo empiezo – se alzó de hombros.
Todos llegaron a la habitación especial dónde adán tallaba madera y empezaron a curiosear, mientras él acomodaba lo que acababa de comprar; solo Gerardo había visto sus tallados, así que a Diego y Paco les llamó la atención todas las figuras que había en ese lugar.
-¿Y esta? – Gerardo había encontrado la madera negra en la mesa de trabajo y al señalarla, tanto Diego como Paco fueron a verla.
-Ah, no sé – Adán negó – creo que me la dejaron ayer con otras, es bonita, ¿no crees?
-Es perfecta para la tabla – Diego sonrió.
-¡Claro que no! – Adán frunció el ceño – es una madera que nunca había visto y no voy a usarla para algo tan tonto.
-Pero el color le daría un aire más místico – Paco levantó una ceja – ¿no lo crees?
-Pero no creo que…
-¡Vamos! – Gerardo le sonrió – seguramente las chicas se asustarán si jugamos en una tabla negra – dijo con diversión.
-Pero, no quiero…
-No seas infantil, Adán – Diego entornó los ojos – solo es un tronco.
-Sí, seguro encuentras otro igual después – Paco chasqueó la lengua, restándole importancia.
-Pero…
-Vamos, amigo – Gerardo levantó una ceja – si quieres, te pagamos la madera.
Adán pasó la mano por la superficie y suspiró; no quería usarla para hacer eso que el otro quería, pero admitía que Gerardo era su único amigo desde hacía años, así que, quería agradecérselo de alguna manera.
-Está bien – dijo con tristeza – después puedo conseguir otra.
Antes de dormir, Adán llevó el libro a su habitación, se encerró en la misma y en el área de estudio que tenía, empezó a hacer unos trazos en una hoja, misma que pasaría con un papel carbón a la madera, para usarla como guía; a las diez de la noche, su nana se fue a despedir, pues era hora que todos los criados se retiraran.
El niño se quedó a solas, prefiriendo acostarse y tratar de dormir, aunque jamás lo conseguía con rapidez.
En la noche, escuchó ruidos, pasos, una respiración cerca de su oreja, a pesar de que se había cubierto de pies a cabeza y una voz diciendo su nombre de una manera que le provocó escalofríos, pero a diferencia de otras noches en las que moría de miedo por esos sonidos, en esa ocasión, sintió que desde su pecho un inmenso calor lo recorría completamente. Con rapidez, el sopor del sueño lo invadió.
Pocas veces había tenido sueños húmedos, porque generalmente tenía pesadillas, pero esa noche, fue diferente. Quizá, las palabras de su amigo habían tenía mucho impacto en él, pues su sueño fue nítido y casi tangible; la imagen de Valeria apareció y con suma rapidez, todo se tornó en un acto íntimo. Las caricias eran simples imitaciones de lo que el pelinegro había visto en películas y programas de televisión, pero, cuando el acto estaba a punto de consumarse, algo ocurrió; la imagen de Valeria se distorsionó con rapidez, transformándose en un ser distinto, varón, con cuerpo grande de músculos desarrollados, grandes cuernos y era quien tomaba el control.
-“Mío…” – la voz gutural consiguió que Adán temblara, pero a la vez, terminó rindiéndose a ella.
Cuando la enorme mano lo sujetó del cuello, sintió la piel caliente y las garras acariciando su nuca; notó los ojos negros, con pupilas rojas, que lo miraban de una manera indecente, después, la mueca divertida mostró unos filosos dientes.
-“Mío…” – repitió y las manos se movieron diestras, bajando por el cuerpo, sujetándolo por los muslos y abriendo las piernas del niño sin pudor – “eternamente…”
El miedo invadió a Adán, cuando sintió como ese ser se acomodaba entre sus piernas; quiso gritar, moverse, alejarse, pero le fue imposible y cuando estaba a punto de ser tomado, se despertó de golpe, sentándose en la cama de un salto; su cuerpo estaba cubierto de un sudor frío y su respiración era agitada, mientras sus ojos estaban húmedos. Pasó saliva con dificultad, sabía la razón de su actitud, en el fondo, realmente no tenía miedo, solo había sentido deseo y eso era lo que lo perturbaba; había deseado saber que se sentiría ser tomado por lo que sea que hubiese sido ese ser y no sabía cómo reaccionar.
Volvió a recostarse, pasando la mano por su frente y haciendo su cabello hacia atrás – solo es un sueño – musitó, antes de relamer sus labios, humedeciéndolos, pues los sentía secos; giró el rostro y observó el reloj, faltaban cinco minutos para las seis, la hora normal que tenía para despertar al ir a la escuela, pero siendo sábado, no tenía por qué levantarse tan temprano, aunque ese día se reuniría con sus amigos para hacer un trabajo de equipo. Intentó volver dormir, pero se sentía tan inquieto que prefirió ir a ducharse; decidió que después del desayuno iría a buscar la madera.
Cuando estuvo listo, bajó a la cocina y aún no había nadie en ella, así que se conformó con comer cereal; volvió a su habitación, recogiendo el libro que había llevado en la noche para ir a la estancia que servía como su taller de tallado. Al ingresar, fue a dejar sus dibujos a la mesa de trabajo y en ese momento, se dio cuenta de algo; sobre la misma, un par de trozos de madera de distintos tamaños, llamaron su atención. El más grande, parecía una rodaja de un tronco no muy gruesa, mientras que el segundo, era mucho más delgada, pero el corte estaba demasiado burdo; ambos aún tenía alrededor la corteza rugosa y café, pero en el centro, la madera era oscura, incluso, podía jurar que era negra.
-¡Es hermosa! – dijo con emoción, mientras acariciaba la superficie de la madera más grande, con la yema de sus dedos, cuidando de no astillarse por confiado – jamás había visto una así – musitó con algo de ilusión, solo que en ese momento la razón volvió a su mente – pero, yo jamás compré una madera así, ¿de dónde salió?
Aunque le daba curiosidad, imaginó que la habían dejado los criados el día anterior y no se dio cuenta de la misma, por andar buscando la otra que tenía en mente; sabía que a veces era despistado y podía ocurrir que pasara por alto algunos detalles.
-¿Será que puedo usar esto para lo que me pidió ‘Gera’? – levantó una ceja y nuevamente acarició la madera con sus dedos – no – arrugó la nariz y negó – son demasiado bellas para algo tan tonto, esta será para algo especial – sonrió ilusionado – bueno… iré a buscar un trozo de madera de pino y después me pondré a trabajar…
Adán salió de su casa en compañía de ‘Gus’, quien aún estaba a su servicio a pesar de que ya tenía veinticinco años y fue a buscar una madera barata, para hacer lo que su amigo le había pedido. A diferencia de lo que pensó, compró varios troncos, porque le gustaron algunos para tallar figuras; volvió a su casa antes de mediodía, encontrándose con Gerardo, Paco y Diego, esperándolo para iniciar su trabajo escolar.
-Llegaron temprano – dijo el ojigris, caminando con un par láminas de madera a su taller, mientras ‘Gus’ llevaba las piezas más grandes.
-Sí – asintió Gerardo – ayer me dijiste que empezarías con la tabla y queríamos verla.
-Ah, eso – Adán suspiró – no pude hacerlo – anunció.
-¿Por qué? – preguntó Paco, quien iba siguiendo a su anfitrión, junto con los otros dos amigos.
-Lo que pasa es que no encontré la madera que iba a usar y tuve que ir a comprar otras hoy – explicó – pero en la noche lo empiezo – se alzó de hombros.
Todos llegaron a la habitación especial dónde adán tallaba madera y empezaron a curiosear, mientras él acomodaba lo que acababa de comprar; solo Gerardo había visto sus tallados, así que a Diego y Paco les llamó la atención todas las figuras que había en ese lugar.
-¿Y esta? – Gerardo había encontrado la madera negra en la mesa de trabajo y al señalarla, tanto Diego como Paco fueron a verla.
-Ah, no sé – Adán negó – creo que me la dejaron ayer con otras, es bonita, ¿no crees?
-Es perfecta para la tabla – Diego sonrió.
-¡Claro que no! – Adán frunció el ceño – es una madera que nunca había visto y no voy a usarla para algo tan tonto.
-Pero el color le daría un aire más místico – Paco levantó una ceja – ¿no lo crees?
-Pero no creo que…
-¡Vamos! – Gerardo le sonrió – seguramente las chicas se asustarán si jugamos en una tabla negra – dijo con diversión.
-Pero, no quiero…
-No seas infantil, Adán – Diego entornó los ojos – solo es un tronco.
-Sí, seguro encuentras otro igual después – Paco chasqueó la lengua, restándole importancia.
-Pero…
-Vamos, amigo – Gerardo levantó una ceja – si quieres, te pagamos la madera.
Adán pasó la mano por la superficie y suspiró; no quería usarla para hacer eso que el otro quería, pero admitía que Gerardo era su único amigo desde hacía años, así que, quería agradecérselo de alguna manera.
-Está bien – dijo con tristeza – después puedo conseguir otra.
Adán debía trabajar varios días para preparar la madera y terminar la pieza.
Lo primero era emparejar la superficie utilizando distintas herramientas, pero se encontró con algunas dificultades que no había contemplado; sin querer, como hacía mucho tiempo no le ocurría, lastimó su mano realizándose un corte en la palma.
-¡Mierda! – se quejó y buscó entre sus cosas algo con qué limpiarse, pero una gran cantidad de su sangre cayó sobre la madera – es muy dura – suspiró – debo tener cuidado…
Frunció el ceño y revisó la madera de nuevo – ¿será ébano realmente? – musitó con algo de duda – no creo – negó – esa madera es muy difícil conseguir… mejor investigo, seguramente necesitaré realizar un tratamiento especial…
Se alejó de la mesa de trabajo y antes de ir a investigar, que a colocarse una venda en la mano, pues aunque el corte no era tan profundo, no dejaba de sangrar. Su nana le limpió la herida y sela trató con agua oxigenada, después e puso una pomada y finalmente se la vendó.
El niño prosiguió con su trabajo después de eso. Al indagar en internet, aun tenía dudas de la clase de madera que era la que tenía entre manos, así que decidió tratarla como si fuese ébano, aunque cuando regresó a trabajarla una vez más, la sintió diferente; la textura era la misma, pero ya no parecía tan dura como al principio. Le extrañó, pues había leído que trabajarla le iba a costar mucho más de lo que pensaba, aunque la remojara por mucho tiempo y usara instrumentos eléctricos.
-Quizá no es ébano, como pensé, sino alguna otra parecida – sonrió – mejor, así no me duele tanto usarla para algo tan simple, aunque sigue siendo hermosa…
Cuando dejo la tabla nivelada, lijó toda la superficie hasta dejarla completamente suave y sin astillas, pero la corteza de alrededor no la trató mucho, pues le gustaba el acabado rustico que tenía. Al pasar la mano le parecía tan suave que le daba pena tener que marcar esa superficie perfecta que había conseguido, pero debía continuar. Tuvo dificultades para calcar las letras y figuras con el papel carbón, ya que no se notaba por lo negro de la madera, así que usó otro tipo de papel; el amarillo le sirvió un poco mejor, pero tuvo que marcar con fuerza.
Después de dejar los trazos con el papel, delineó las figuras con el pirógrafo y una punta especial, aunque tardó un momento en decidirse, aún le costaba creer que fuera a usar esa hermosa pieza en algo tan tonto; cuando terminó de marcar las líneas guía, usó otra punta y puso algunas sombras, mismas que casi no se notaban por el color.
-Tendré que pintar – suspiró con tristeza.
Esa había sido otra razón por la cual no quería usar esa madera para la tabla, sabía que, aunque usara el pirógrafo, no se notaría a menos que la pintara y obviamente, eso no era algo que le agradara en una madera de esa calidad, ni color.
Al terminar de pintar le dio un par de capas de barniz y la tabla estaba terminada. Observó su creación y su rostro mostró un dejo de melancolía; realmente era una pieza de la cual no se podía sentir orgulloso como otras tantas que había hecho.
-Empezaré con el puntero – soltó con desgano.
El trozo más pequeño y delgado de madera que quedaba, lo había tratado igual que al grande, así que estaba listo para trabajarse. Calcó el diseño del puntero que había hecho en una hoja; usó como base el símbolo de las espadas en las cartas, como un corazón inverso y después lo cortó con la sierra que tenía en su taller. Intentó salvar lo más que podía de la tabla, para ver si lo usaba después, pero por un error, terminó rompiendo el pedazo que sobró.
-¡Rayos! – apretó los parpados con molestia, pues solo pudo rescatar la parte que había marcado para el puntero – más vale que no vuelva a errar – suspiró.
Redondeó las orillas con sumo cuidado y después lijó la pieza; realizó el agujero cerca de la punta y también lijó las orillas. Finalmente, le hizo los adornos grabados y la barnizó.
-Aun así, faltan los soportes…
Buscó entre los trozos de madera negra y escogió tres pequeños trozos para ponerle ‘patas’ al puntero, estos solo los pegó y barnizó después de lijarlos un poco.
-¡Ya está! – dijo cuando finalmente terminó.
Colocó el puntero a un lado de la tabla, que había dejado en su mesa de trabajo y sonrió.
-Para ser un trabajo tan tonto, no quedó tan mal – dijo confiado, mientras su dedo índice rozaba los grabados de la tabla, que ya había secado – creo que, es un juguete bonito…
Bostezó y masajeó sus hombros – al menos lo terminé para antes de Halloween – su voz sonó divertida, pues había pasado días con ese trabajo y era un día antes de la fecha esperada y de su cumpleaños – ahora, merezco un descanso, así que, mejor voy a cenar y después a dormir…
Adán salió de su taller después de cerrar todas las ventanas que siempre estaban abiertas para que el polvo y los olores de los materiales que usaban, no lo afectaran; apagó las luces y cerró tras de sí.
Una sombra en medio de la oscuridad se movió, acercándose al objeto que momentos antes el pelinegro había acariciado; la masa amorfa se movía errática y un extremo se estiró, transformándose en una enorme mano, misma que acarició exactamente como el menor había hecho, pero ocurrió algo más. La madera brilló y en el centro se notaron unas marcas que Adán no había dibujado; eran las manchas de la sangre que había caído cuando días antes el niño se hirió, pero la madera la absorbió con rapidez. En la parte superior de la sombra una boca se formó, sonriendo al alejar la mano y extraer un poco de ese líquido que contenía la madera.
“Buen trabajo, pequeño…” – lamió la sangre con deseo – “lo has hecho bien, pero aún falta mi aporte…”
Una nueva mano se formó de la figura y acercó los dedos al puntero; con un movimiento, pareció realizar un corte y un líquido viscoso empezó a brotar, humedeciendo la superficie del pequeño objeto. La madera brilló en color purpura por unos segundos y la sombra se desvaneció después.
En la mañana, Adán llegó a la escuela con unas bolsas bajo los ojos, notoriamente visibles. Su noche no había sido nada tranquila, pues tuvo sueños extraños, donde su deseo de acercarse a Valeria se veía eclipsado de nuevo, por la figura de un hombre; pero antes de que hubiera un contactó más íntimo, lograba despertar. Aun siendo un sueño, agradecía que no hubiese pasado nada, ni siquiera un beso, pues tenía miedo de que eso fuera algo de su subconsciente, que le estaba diciendo que realmente no le gustaban las chicas.
-No, no puede ser – negó y recargó la frente contra su pupitre.
-¡Buenos días! – el grito de Gerardo sobresaltó a su amigo, consiguiendo que levantara el rostro – ¡qué carita! – dijo el castaño – ¿qué pasa? ¿Estás bien?
-No, nada, solo que… anoche no dormí bien – respondió el ojigris, pasando la mano por sus parpados.
-Si era por lo de la tabla, mejor lo hubieras dejado por la paz…
-No, eso quedó temprano, fue por… – dudó, no sabía cómo explicárselo a su amigo – por otra cosa…
-Bueno, ¡anímate! – el moreno le palmeó la espalda a su amigo – después de la escuela, iremos a festejar Halloween y tu cumpleaños, a la plaza y al cine…
-¿Qué? – esas palabras sobresaltaron al pelinegro – ¿y la tabla?
-Esa la jugaremos en la noche – le guiñó un ojo – quiero asustar un poco a las chicas y en el día no es sencillo – sonrió – mira – agarró su mochila y la acercó a su amigo, mostrándole el interior – conseguí unas cosas este fin de semana…
Adán se asomó a la bolsa y observó varias velas oscuras y algunas bolsas negras.
-¿Qué hay en esas cosas? – indagó.
-Unas piedras brillantes que mi madre colecciona – sacó una, mostrándole a Adán lo que parecía ser un cuarzo – y en esta, tengo varitas de incienso, ramitas olorosas y un mantel negro que tenía guardado de las fiestas de Halloween en mi antiguo hogar…
-Estás muy bien preparado…
-Mi madre usa cosas para aromatizar la casa, solo le tomé prestadas algunas – rió – pero las velas si fueron difíciles de conseguir – soltó el aire por la nariz con fuerza – en este pueblo, si vas a comprar velas negras, te miran raro…
-Supongo que tu ambientarás y guiarás – Adán sonrió.
-Sí – asintió su amigo – ¿preparaste la habitación en tu casa, como te pedí?
-No te preocupes, le dije a mi nana que se encargara de que limpiaran una habitación del fondo, ahí nadie nos escuchará y además, que dejara listas habitaciones para los huéspedes, por si se quieren quedar a dormir.
-De acuerdo – Gerardo sonrió – este será un Halloween que no olvidarán…
Al salir de la escuela, Gustavo llevó a Adán y sus amigos a la plaza, donde comieron; el pelinegro compró un pastel para celebrar su cumpleaños, pero como siempre y desde que empezaron como amigos, cada vez que salían, era Adán quien compraba todo, pues los demás no tenían suficiente dinero y en esa ocasión no era la excepción.
Después fueron al cine y entraron a ver la película de terror que ayudaría a que todos se prepararan para lo que ocurriría esa noche; al parecer ni Gerardo, Diego o Paco reaccionaron por las escenas de ‘miedo’ y de las chicas, Mary fue la única que realmente no disfrutó la función. El cumpleañero por su parte, se sentía inquieto, pues a diferencia de los demás, él si creía en esas cosas, porque lo había vivido.
Ya estaba oscuro cuando el pequeño grupo llegó a la enorme casa; la cena fue casi un festín, todo para festejar a Adán, ya que al día siguiente se iría a la hacienda con su abuela y allá también le harían una cena especial; la cocinera y la ‘nana’ del niño se habían esmerado hasta en el pastel, mismo que lo hicieron de tres leches, como al menor tanto le gustaba. Adán se sintió por primera vez, feliz en esa casa, sus amigos platicaban, reían y departían en la mesa, así que no estaba solo, como siempre.
-¿Necesita algo más, mi niño? – indagó Carmen cuando terminaron de cenar.
-Nada por ahora, nana – sonrió – estaremos viendo la televisión y jugaremos algunos juegos de mesa.
-De acuerdo – asintió ella.
Ese día, como iban a tener visitas, Carmen debía vigilarlos muy bien, pues eran ordenes de la abuela del pelinegro, al saber que habría mujeres también; algo que no le agradó mucho a sus invitados, especialmente a Gerardo, pues esa noche no quería solo jugar lo que tenían planeado, sino que ansiaba disfrutar la noche de otra manera.
Poco antes de las nueve, los criados se despidieron y Carmen les mostró sus habitaciones a los invitados, antes de retirarse también; le avisó a Adán que estaría realizando rondas en la noche, tanto por si necesitaban algo, como para evitar que hicieran cosas indebidas.
La mujer se retiró, mientras los jovencitos ocupaban la recamara preparada para su ‘sesión. Gerardo colocó la tela negra sobre la mesa, puso las velas en el centro y las encendió junto con un par de inciensos, después, sacó las piedras, entregándole una a cada uno de ellos y las ramitas de albahaca y romero las regó por toda la mesa.
-¿Para qué es todo esto? – Diego miró la piedra que tenía en mano con confusión.
-Pues… – titubeó – ah, todo es para que los espíritus no nos hagan daño – sonrió nervioso, era obvio que no sabía para qué eran y solo seguía lo que hacía normalmente con sus anteriores amigos – y falta algo más – sacó una libreta y se la dio a su novia – tú tienes mejor letra, vas a escribir las letras en caso de que sean cosas muy largas, ¿de acuerdo?
-Está bien – suspiró Valeria, aún escéptica.
La puerta se abrió y Adán entró con la taba bajo el brazo y el puntero en su otra mano – aquí está – anunció y cerró tras de sí.
Todos se sorprendieron al verla, cuando el pelinegro la dejó en la mesa.
-Es… increíble… – sonrió Gerardo – ¡jamás había visto una igual!
-Sí, el negro le queda – rió Diego.
-No, a mí no me gusta – Mary parecía nerviosa.
-No seas miedosa – Valeria sonrió – no va a pasar nada, es solo un juego…
-Sí, ya te lo ha dicho ‘Gera’ – sentenció Paco.
-¿Empezamos? – preguntó el ojigris, quería que todo terminara rápido, ya que se sentía inquieto.
-Bien, vamos a ello – anunció el castaño – ten, toma, esta es la tuya – le entregó la última piedra al recién llegado y se fue a la entrada de la habitación – siéntense, mientras apago las luces.
Los cinco tomaron asiento, cada uno frente a uno de los cristales y esperaron a que su ‘guía’ los acompañara. Gerardo se sentó entre Adán y Valeria.
-Nos tomaremos las manos – indicó y sus amigos le obedecieron.
-¡Ey, Paco! – Diego entrecerró los ojos – recuerda que esto no es nada gay – sentenció, pues tuvieron que tomarse de la mano.
-¡Cállate! – sentenció el aludido – ni que fuera marica – se quejó – si Mary se hubiese sentado en tu lugar me hubiera tocado sujetarla a ella, no a ti – dijo con molestia, pues la aludida se había sentado entre Diego y su amiga Valeria, así que Paco tuvo que sentarse entre Adán y Diego.
-¡Ya! ¡Silencio! – ordenó Gerardo – pónganse serios – pidió.
Todos guardaron silencio y el castaño carraspeo, para empezar a hablar – espíritus que rondan cerca, hoy los convocamos para que nos ayuden en esta sesión y respondan nuestras preguntas, solo queremos hablar con gente buena…
-Deberías ser más específico, como, queremos hablar con la madre teresa o algún santo, porque los malos nos dan ‘roña’ – se burló Paco.
-¡Cállate! – dijo Valeria con molestia.
-Ya, silencio los dos – ordenó Gerardo – déjenme continuar.
Una vez más el silencio reinó.
-Cierren los ojos – pidió el castaño – respiren profundo y suelten el aire con lentitud…
Todos hicieron lo que les indicó, pero Adán sintió una respiración tras su oreja, así que se estremeció de pies a cabeza; algo que no pasó desapercibido para Gerardo y Paco, quienes abrieron un parpado para mirarlo de soslayo.
-Bien – Gerardo soltó las manos de sus amigos y todos hicieron lo mismo – ahora, pongamos el dedo índice y medio, de la mano izquierda en una orilla del puntero…
-¿Por qué esos? – Diego levantó una ceja.
-Porque son los del corazón – respondió el moreno con obviedad – ahora, hazlo y guarda silencio…
Los seis estiraron el brazo y colocaron los dedos como les indicó.
-Voy a mover el puntero – anunció Gerardo – hay que hacer un ritual para empezar la comunicación.
-¿Es muy largo? – Paco parecía aburrido.
-No, no mucho – respondió y empezó a moverlo, señalando los cuatro puntos cardinales y enunciando los cuatro elementos. Después dijo algunas palabras sueltas que no parecían tener mucha relación, finalmente, dibujó una especie de flor, señalando a los presentes con el puntero, según la dirección de las manecillas de un reloj y dejó el objeto en el centro de la tabla – ahora sí, empecemos.
Los presentes asintieron y observaron curiosos a su guía.
-¿Hay algún espíritu presente aquí? – preguntó el moreno en voz alta.
El silencio reinó, nadie se movió y nada ocurrió.
-A lo mejor se fueron de vacaciones – se burló Diego.
-Sssh, calla – pidió su amigo – esto a veces tarda – sonrió y una vez más preguntó – ¿hay algún espíritu aquí?
En ese momento, el puntero se movió a la palabra ‘si’. Diego, Paco y Adán observaron a Gerardo, quien les guiñó un ojo, indicándoles que él lo había hecho, pero Valeria y Mary no se dieron cuenta, pues observaban atentas la tabla.
-Se movió – indicó Valeria.
-¿Quién…? ¿Quién lo hizo? – preguntó la otra jovencita, observando a sus compañeros con miedo.
-No te pongas nerviosa – sonrió el castaño – todos sabemos quién lo hizo, pero vamos a seguir y como ahora ya sabemos que hay alguien, hay que ser educados, voy a mover el puntero, no se preocupen.
Como dijo empujó el puntero hasta la palabra “hola” y leyó la misma – hola – dijo seguro y alejó el puntero de la palabra.
Las chicas parecían más expectantes, pues no se habían dado cuenta que el primer movimiento lo había hecho Gerardo; una vez más, el castaño presionó ligeramente y señaló la misma palabra, consiguiendo sorprenderlas una vez más.
Diego y Paco estaban tratando de aguantar la risa, mientras que Adán se sentía culpable, pues sus amigas de verdad creían en lo que ocurría.
-Al menos es uno amable – sonrió Gerardo – ¿eres un espíritu bueno? – no hubo ningún sonido ni movimiento y de nuevo preguntó – ¿eres bueno o malo?
Siguiendo con la broma, el castaño empezó a mover el puntero, tratando de no denotar que él lo hacía y lo iba guiando al sol, al lado izquierdo, pero, en ese momento, las flamas de las velas empezaron a titilar insistentes y el puntero fue movido hacia la luna; el moreno frunció el ceño, pero buscó la mirada de sus amigos, pensando que Diego o Paco lo habían hecho, más ellos lo miraban a él, en espera de algo.
-¿Qué significa? – indagó Mary.
-Nada – sonrió el moreno – te dije que es un juego…
Apenas terminó de decirlo y el puntero se movió con rapidez a la palabra no. Los seis alejaron de inmediato las manos y el puntero se movió solo, frente a sus ojos, yendo directamente a la palabra ‘hola’.
-¿Cómo hiciste eso? – preguntó Diego para Gerardo, aunque no pudo ocultar el temblor en su voz, por el miedo.
-Yo no lo hice – negó el aludido.
-Tengo miedo – Mary se abrazó de Valeria, quien también temblaba.
-¡Esto ya no es gracioso! – Paco parecí molesto, aunque también estaba nervioso.
Las velas empezaron a titilar de nuevo y aún sin que ellos tocaran el puntero, este se movió con total libertad sobre la tabla, señalando algunas letras.
-“Quiero jugar” – leyó Gerardo en voz baja, frunció el ceño y pensó que, seguramente, era un truco de Adán, quizá, el pelinegro le había puesto algunos imanes como habían visto en la película y quería asustarlos.
-De acuerdo – sonrió y colocó el dedo en el puntero – vamos chicos – sonrió con suficiencia – sea lo que sea, solo quiere jugar, así que, démosle gusto…
-Yo no quiero – Mary negó.
-Yo tampoco – Valeria se encogió de hombros en su lugar.
-Es solo un juego – insistió el moreno – cierto Adán – miró de soslayo a su amigo.
-Yo… yo… – la voz del ojigris apenas si escapaba de su boca.
Gerardo miró a Paco y Diego, para que confiaran en él y sus amigos, aun escépticos, le siguieron el juego de nuevo, colocando los dedos en el puntero.
-Vamos, si no terminamos la sesión juntos, como empezamos, se enojará – presionó Gerardo.
Valeria y Mary se miraron entre sí, pero finalmente pusieron los dedos; lo que menos querían era que lo que sea con lo que según hablaban, se enojara.
-Adán… – la voz del moreno era seria.
-Es que… yo… no…
-Pon la mano – presionó su amigo.
Adán titubeó un momento y con lentitud, acercó los dedos al puntero; cuando todos estuvieron listos, Gerardo volvió a tomar el control.
-De acuerdo, estamos listos para jugar, ¿qué quieres jugar? – preguntó con confianza.
El puntero se movió rápidamente, deletreando “atrapados”.
-¿Atrapados? – indagó el castaño – ¿ese juego infantil?
El puntero se movió rápidamente al “si”.
-Entonces, ¿tú nos buscarás y nos atraparás? – sonrió Gerardo, eso le parecía absurdo.
“Si”
-De acuerdo, no está mal…
-Gera, no debemos hacerlo – pidió Adán quién tenía el rostro pálido – termina la sesión, por favor.
-No, no – negó su amigo – él quiere jugar y podemos complacerlo, pero, no lo haremos solo porque sí, ¿cierto? – preguntó a los otros miembros de la mesa – dinos – fijó su mirada en la tabla y una sonrisa burlona se dibujó en sus labios – ¿qué obtendrá el ganador?
El puntero se movió y empezó a responder.
“Dinero, poder, belleza, fama, respuestas, todo”
Los amigos se miraron entre sí, era lo que ellos buscaban, por tanto, la avaricia se adueñó de su razón – de acuerdo – dijeron casi todos, pues Adán no respondió, él estaba aterrado.
-¿Cuáles son las reglas? – indagó Gerardo.
Una vez más, la tabla empezó a responder, “regresar a esta habitación antes de medianoche”
-Es decir, el que regrese a este lugar, sin que lo atrapes, antes de que cambie el día, ¿gana? – especificó el moreno.
“Si”
-¿Esto será un santuario? – Diego levantó la voz.
El puntero se movió un poco y volvió al “si”.
-¿Y si no regresamos antes del amanecer? – Paco miraba a todos lados, pensando que podía haber alguien ahí, que estuviera haciéndoles esa broma.
El puntero no se movió.
-Si no respondes, no jugamos – amenazó Gerardo.
“No volverán”
-‘No volverán’, ¿qué significa? – indagó el moreno.
Un sonido se escuchó, algo había caído al piso de un estante en la habitación, sorprendiéndolos; el pequeño puntero se movió.
“Empecemos”
La mesa se movió, las sillas donde estaban sentados empezaron a temblar y aunque quisieron levantarse, no pudieron; fueron movidos como si algo las jalara, alejándolos al mismo tiempo de la mesa. Todos gritaron y las velas se apagaron, dejando el lugar a oscuras.
Valeria abrió los parpados con lentitud, sentía su cabeza a punto de estallar y pasó la mano por su largo cabello castaño.
-¿Qué…? ¿Qué paso? – musitó incorporándose y tratando de enfocar su mirada miel, para ubicarse.
El lugar estaba a media luz, parecía una gran cocina, había estantes, algunas cosas colgadas en anclas que bajaban del techo y un refrigerador enorme. Ella no había visto la cocina de la casa de Adán, pero seguramente ahí estaba.
Se puso de pie con dificultad, pues sentía el cuerpo entumido y sus piernas temblaron antes de dar unos pasos; se sujetó de una mesa y pasó la mano por sus parpados.
-Dios mío, esto es tan, extraño…
-¿Lo es? – una voz grave se escuchó en el recito.
-¿Quién es? – preguntó la castaña levantando la voz, buscando por todos lados, nerviosa.
-Soy el buscador – anunció esa voz – tienes un minuto de ventaja, no te preocupes, te daré la oportunidad de defenderte si llego a atraparte, pero ten en cuenta que si lo hago, sufrirás…
Todas las cosas empezaron a moverse, los estantes se abrieron y utensilios de cocina empezaron a caer; Valeria se encogió, cubriéndose la cabeza, las lágrimas surcaron sus mejillas y empezó a gritar desesperada, pero todo se detuvo y una vez más, esa voz habló.
-El tiempo corre… tic, tac, tic, tac…
La jovencita tembló, se puso de pie y salió de ese lugar. Una sombra salió de una pared y empezó a tomar forma humana; una enorme sonrisa se dibujó en dónde debía estar el rostro, pero no se movió, pues había dicho que le dará ventaja.
Diego se quejó al recobrar el conocimiento, con dificultad, se incorporó quedando a gatas y en ese instante, se dio cuenta que estaba sobre césped; levantó el rostro y observó que se encontraba en el patio interior de la casa de Adán, aunque todo estaba oscuro y solo alcanzaba a ver por la luz de la luna. Se hincó y pasó la mano por su hombro, le molestaba, aunque era normal, pues desde que se lo había dislocado meses antes, siempre le molestaba cuando dormía mal.
-Estúpido, ‘Gera’ – dijo con molestia – hasta dónde puede llegar para sus juegos, seguro el idiota de Adán le dijo a los criados que me trajeran para acá.
-No fueron los criados… – una voz grave se escuchó con eco.
El pelinegro buscó a todos lados, tratando de encontrar al dueño de la voz – ¿quién es? – indagó con cautela.
-Soy el buscador… – una sombra se movió al fondo del jardín llamando la atención del jovencito.
Diego se hizo hacia atrás, sentándose y tratando de alejarse de eso que no sabía lo que era.
-Tienes un minuto de ventaja – se escuchó nuevamente la voz – puedes usar cualquier cosa para defenderte si lo crees necesario, pero, si te atrapo, ten en cuenta que no saldrás de aquí…
Diego abrió los ojos con sorpresa, ese ser no tenía rostro, era como una simple silueta que apenas tenía forma humanoide; la tierra se cimbró y el menor miró a todos lados, observando como algunas macetas caían, estrellándose con fuerza en el piso.
-Tic, tac, tic, tac – la voz sonaba burlona – es mejor que empieces a correr…
Diego se puso de pie tan rápido como pudo, alejándose con rapidez de ese ser extraño y tratando de ir al interior de la casa.
Mary abrió los ojos de golpe, especialmente porque no sabía dónde estaba; intentó incorporarse, pero una punzada en su cabeza le hizo quejarse.
-Mi cabeza… – musitó, ella era propensa a sufrir migrañas, pero solo cuando tenía estrés por la escuela – ¿dónde estoy?
Aun en el piso, miró a todos lados, reconocía el lugar, era el comedor de la casa de Adán, aunque las luces eran tenues, como si los focos estuvieran a media luz.
-Qué raro, ¿qué hago aquí?
-Tratar de escapar – la voz grave retumbó en el recinto.
Un escalofrío cimbró a la pelinegra – ¿quién es? – indagó con temor.
-El que va a buscarte – respondió.
La jovencita pasó saliva y tembló – no es real, no es real – dijo entre dientes – es una broma de Gerardo y los demás…
-No es una broma – aseguró la voz y ella levantó la mirada, observando una figura oscura en uno de los extremos de la mesa, como una masa amorfa que se movía como si estuviese cubierta de un líquido oscuro – como a todos, te daré ventaja – prosiguió – tienes un minuto para intentar escapar, también puedes defenderte, pero te advierto… si te atrapo, será tu fin.
-¿Qué? – los ojos castaños se abrieron con sorpresa.
-Tic, tac, tic, tac… mejor empieza a huir…
La figura se desparramo en el suelo y de la mancha negra, una mano se formó, como si saliera de un agujero y poco a poco, un ser humanoide empezó a surgir.
Mary gritó, se puso de pie con dificultad y empezó a correr, alejándose del comedor.
-Ay… – Francisco se giró en su lugar, había despertado en el piso y se encontraba mareado – ¿qué mierda pasó? – preguntó en voz alta, pensando que estaban sus amigos ahí, pero no recibió después, fue cuando se dio cuenta que estaba solo.
El moreno se incorporó con lentitud, tuvo que sostenerse de una silla que estaba cerca, para poder ponerse de pie; cuando por fin estuvo erguido, observó la estancia, el lugar parecía una sala de estudio, había un escritorio y en otros lados, varios estantes llenos de libros.
-Debe ser el despacho – musitó, pues cuando fue por primera vez a la casa de Adán, les enumeró todas las zonas que tenía y aunque no las conocía en persona, al menos podía identificar dónde estaba, porque según dijo, había muchos libros, como una biblioteca – ¿qué demonios hago aquí?
-Jugar…
Paco miró para todos lados, pues el eco de la voz, no le permitió saber de dónde era el origen – ¿quién es? – trató de no denotar miedo.
-Soy a quien le toca buscar…
El moreno pasó saliva – ‘Gera’, si esto es una broma, ¡ya párale!
-¿‘Gera’? – la voz parecía contrariada – si te refieres a tu amigo, él también tiene que huir – anunció.
Con esas palabras, Paco sintió un escalofrío que recorría su cuerpo.
-Tienes un minuto de ventaja – prosiguió la voz grave – si quieres defenderte, no me molestará, pero si te atrapo, no habrá escapatoria.
-¿Y si me reúso a seguir el juego?
-Ya estás dentro – una figura empezó a formarse del piso – pero si prefieres que esto termine pronto, por mí no hay problema…
Francisco abrió los ojos con sorpresa y su cuerpo tembló, al ver ese ser amorfo que aumentaba de tamaño con rapidez; dio unos pasos para atrás y se tropezó con una silla, cayendo al piso, pero aun así se arrastró alejándose.
-Tic, tac, tic, tac… tu tiempo ya empezó a avanzar.
El moreno no esperó más, se puso de pie rápidamente y fue a la puerta, saliendo de ese lugar para ir en busca del ‘santuario’.
Adán se incorporó de golpe, había sentido desespero en medio de la inconciencia, pues no parecía poder respirar.
-¿Estás bien? – Gerardo estaba a su lado.
-¿Qué pasó? – preguntó el pelinegro, estaba desconcertado y respiraba agitado, pero pudo darse cuenta que estaba en su habitación y en su cama.
-No sé – negó el moreno – acabo de despertar también – anunció – esta es tu recámara, ¿cierto?
-Sí – asintió el ojigris – ‘Gera’, ¿qué ocurre? ¿Dónde están ‘Val’, Mary, Paco y Diego?
-¿No lo sabes tú? – el aludido parecía asombrado por esas preguntas.
-¿Yo?
-Creí que esta broma la habías preparado tú – sentenció su amigo.
-¿Por qué haría algo como esto? – el ojigris se asustó.
-No sé, porque es tu casa y los criados harían cualquier cosa que les pidieras y supuse que sería una broma macabra.
-No me gustan las bromas – aseguró Adán – menos las que no son graciosas.
Gerardo se sorprendió – bueno, dudo mucho que esto sea por la tabla y el estúpido juego…
-El juego – el pelinegro miró a su amigo – ¿eso fue real?
-Nah… – el castaño negó – aunque ciertamente yo no moví el puntero, primero pensé que había sido Diego o Paco, pero con todo lo que pasó, que las luces se fueron, no supe nada más y desperté aquí, a tu lado, estaba seguro que fuiste tú.
-¡Que yo no fui!
-Está bien, tranquilo – sonrió su amigo – quizá los chicos están en alguna otra habitación, ¿no crees?
-Quizá… – suspiró el ojigris – deberíamos ir a buscarlos.
-Deberían correr…
La voz grave sobresaltó a la pareja.
-¿Quién es? – Gerardo se puso de pie, al lado de la cama.
-El buscador – respondió la voz y la sombra se formó frente a la cama.
Adán abrió los ojos con sorpresa al ver a la masa amorfa enfrente; Gerardo dio unos pasos hacia atrás, claramente asustado.
-Tienen un minuto de ventaja – anunció la voz que provenía de ese ser – más vale que lleguen pronto a la habitación donde me invocaron, si quieren salvarse.
-¿Qué…? ¿Qué quieres decir? – el moreno quería mostrarse valiente, pero el terror se reflejaba en su rostro.
-Esto es un juego, Gerardo – la voz parecía burlarse – tu aceptaste las reglas y metiste a tus amigos en el mismo, ahora, tienes que jugarlo…
-‘Gera’ – la voz de Adán era un murmullo, el ojigris temblaba y no podía moverse, pues su cuerpo no le respondía.
-Tic, tac, tic, tac – la figura amorfa empezaba a tomar forma – el tiempo corre…
Gerardo corrió a la puerta y Adán tardó un poco más en reaccionar, pero finalmente lo siguió con dificultad; tuvo que gatear sobre su enorme cama para poder bajar de ella del lado más cercano a la salida, de lo contrario, hubiese tenido que rodearla, pero eso conllevaría acercarse a esa cosa.
El castaño llegó al umbral, pero al tratar de abrir se dio cuenta que era imposible.
-¡Ábrete! – pidió con desespero, moviendo el picaporte y tratando de jalarla, sin que cediera.
-¿Qué ocurre? – Adán llegó hasta él – ¡abre la puerta, ‘Gera’!
-¡No puedo!
-Lo olvidaba… – la voz gruesa se escuchó y los jovencitos voltearon hacia atrás, encontrándose con una silueta más definida, un hombre alto, semidesnudo, con un largo cabello negro, con una gran sonrisa que resaltaba sus largos y filosos colmillos, pero la mitad superior de su rostro, tenía un antifaz, en su cabeza unos largos cuernos se extendían hacia atrás y sus ojos rojos resplandecían como las llamas del infierno; sus manos tenían dedos largos, con uñas afiladas, sus piernas tenían aparte de sus rodillas, un segundo doblez hacia atrás, para terminar en enormes pies humanoides, con garras afiladas y un espolón en la parte del talón que parecía una garra más; una cola larga y con algunos segmentos se movía como látigo – solo uno de ustedes puede salir de esta habitación.
-¡¿Qué?! – los amigos se asustaron por esas palabras.
-Uno de ustedes, debe sacrificarse por el otro, es decir, morir aquí dentro… – especificó ese extraño ser – de lo contrario… – movió la mano y sus uñas crecieron de manera amenazante – ambos morirán rápidamente.
-No… no puedes… – Adán negó.
Gerardo pasó saliva, miró a todos lados y observó de reojo la mesa que estaba al lado de la puerta; había un florero de cristal, así que, sin dudar, lo sujetó con su mano y lo estrelló contra la cabeza del pelinegro, quien cayó al piso, mareado, confundido y adolorido.
-Parece que ya sé quién se quedará – se burló el hombre al ver como el ojigris estaba en el piso.
Adán se giró, aún tumbado sobre la duela y sus ojos acuosos miraron a Gerardo – ¿por… qué?
-Tu abuela no me paga suficiente para protegerte esta noche – soltó el moreno con molestia e intentó salir, pero la puerta seguía cerrada.
-Nadie sale, hasta que uno de los dos muera – la voz grave retumbó en la habitación.
Gerardo entrecerró los ojos, se inclinó, sujetó el pedazo más grande de cristal que había quedado en el piso y se sentó sobre el torso de Adán, presionando con sus piernas, los brazos del pelinegro – lo siento, ‘amigo’…
Sin dudar, el moreno encajó la punta en la garganta del otro; la sangre brotó con fuerza, ya que el castaño movió el objeto para hacer la herida más grande; Adán no podía moverse y su cuerpo convulsionaba mientras la sangre escapaba por la herida con rapidez. Los ojos grises miraron con tristeza al castaño por última vez, antes de que su vida se esfumara.
Gerardo temblaba, pero no por miedo; por alguna extraña razón, eso que había hecho, lo había excitado. Jamás lo había dicho, pero en ocasiones, Adán le parecía lindo, aunque ahora que yacía ahí, bajo su cuerpo, muerto y lleno de sangre, le parecía hermoso. Tuvo el impulso de acariciarlo, de besarlo y estuvo a punto de hacerlo, pero solo alcanzó a humedecer sus dedos con la sangre que brotaba de la boca del otro, cuando escuchó el sonido de la puerta abriéndose.
-Se te está acabando el tiempo – amenazó el ser oscuro – si no sales… acabaré contigo en este momento.
Gerardo tembló, se puso de pie y salió de la habitación, sin mirar atrás; cuando se alejó unos pasos, la puerta se cerró de golpe.
Valeria caminaba por los pasillos, mirando alrededor; le parecía que ya había pasado por ese lugar momentos antes, pero no entendía por qué, toda la casa le parecía igual; además, abría algunas puertas y parecía que siempre se encontraba en la misma habitación. Aunque estaba segura que ya había recorrido toda la planta baja, aun no encontraba la escalera a la planta alta y estaba desesperada; además, de que cada vez, escuchaba con más insistencia como algunas cosas caían y el eco de la voz que había escuchado cuando había despertado, repitiendo continuamente un incesante ‘tic, tac’.
No sabía si era una broma o no, pero sí lo era, seguramente golpearía a su novio por ello; aunque su inconsciente le gritaba que todo era real, no quería aceptarlo. Seguía caminando alrededor del jardín central, cuando observó una figura, caminando; se asustó en primera instancia, pero alcanzó a notar algo, parecía ser la nana de Adán.
-Señora Carmen – musitó y sin dudar, corrió a su encuentro, seguramente ella regañaría a Adán y a los demás por hacer algo tan tonto – ¡señora Carmen! ¡Espere! – gritó mientras daba alcance a la mujer, quien parecía no haberla escuchado – señora Carmen… – repitió a algunos pasos antes de alcanzarla, pues se había detenido en una puerta.
La mujer giró y Valeria detuvo su andar de golpe, por lo que casi cae; su rostro se contorsionó un gesto de horror y un grito escapó de su boca. La mujer no tenía rostro, al contrario, era un cúmulo de gusanos y alimañas; en un instante, la figura se desmoronó, permitiendo que todas las sabandijas y bichos se desparramaran por el suelo. Los gritos de la castaña no cesaban, tenía asco pero por sobre todo, miedo.
Al fondo del pasillo, una figura apareció, en esa ocasión, era un gran lobo negro, con ojos rojos; el gruñido del animal heló la sangre de la jovencita y su corazón se aceleró cuando vio que abrió las fauces, mostrando sus colmillos, donde un líquido oscuro y viscoso escurría por su boca.
Valeria se puso de pie con dificultad, empezando a correr, tratando de alejarse de ese animal que quería darle alcance; faltó poco para que la atrapara, pero la chica se metió a una habitación y cerró la puerta tras de sí. Gritó al ver y escuchar como el animal intentaba entrar, pero al no poder, desistió de su intento.
La castaña se dejó caer en el piso, llorando, temblando, sin saber qué hacer o decir. Quería salir de ahí, pues no entendía lo que estaba pasando.
-Te encontré – la voz grave consiguió que ella levantara el rostro y observara a un hombre, con una sonrisa retorcida, quien hizo un movimiento, con su mano, alargando sus uñas y dando un zarpazo hacia la joven.
Valeria se hizo para atrás y evitó que las uñas las lastimaran de más, pero aun así, su ropa se rompió y de los ligeros arañazos, empezó a salir sangre; se puso de pie y salió de la habitación, corriendo.
El hombre lamió sus uñas, probando la sangre – amarga – dijo con desprecio – pero está bien, comida es comida… ya tendré mi banquete al final – sonrió.
Diego andaba por los enormes salones y recintos de la casa; por alguna razón, no encontraba la estancia dónde estaba la escalera al siguiente piso. Se encontraba nervioso, alterado y algo temeroso; mientras caminaba escuchaba cosas, los objetos se movían y algunas risas hacían eco.
Cuando cruzaba por sexta vez la sala de estar, se detuvo al ver un pasillo que no había notado antes; frunció el ceño, miró a todos lados y decidió ir para allá. Era como un túnel, pues no había puertas, más que un arco al final; cuando se acercó, empezó a escuchar ruidos, parecían golpes.
Al llegar al umbral, las luces tenues alumbraban el recinto, era la cocina. Observó a todos lados y encontró el origen de los golpes, parecía que la cocinera estaba preparando algo, pues estaba de espaldas, trabajando frente a una mesa.
-¿Señora Martha? – preguntó en voz alta, pues le parecía muy extraño que estuviera trabajando tan tarde, especialmente si ya habían cenado.
-¿Sí? – la voz de la mujer se escuchó con calma, pero siguió moviendo la mano; traía un gran cuchillo tipo hacha y parecía estar cortando carne.
El pelinegro respiró más aliviado al escucharla – estoy perdido – anunció y caminó acercándose – no encuentro la escalera para el segundo piso.
-¿La escalera?
-Sí – insistió el menor – la escalera.
-Debe estar dónde siempre…
Diego frunció el ceño, la respuesta era demasiado simple y parecía que la mujer estaba bromeando con él; siguió acercándose pero al estar casi al lado de ella un estremecimiento lo cimbró y sintió que el aliento escapaba de sus pulmones. La mujer si estaba cortando algo, pero lo que vio lo llenó de terror, pues en la mesa de trabajo, estaba un cuerpo humano; las extremidades ya habían sido cortadas en pequeños trozos, pero la cabeza intacta estaba al lado y era como verse a un espejo, aunque no tenía ojos.
El menor dio un paso hacia atrás y cayó sentado al piso; intentó alejarse, pero la figura giró el rostro hacia él; el grito de Diego se escuchó, pues la mujer no tenía la parte superior del rostro, solo había un enorme agujero sanguinolento en su lugar, mientras la boca no presentaba labios y mostraba unos dientes afilados; la ropa empezó a desprenderse, como si se desintegrara y el cuerpo estaba lleno de llagas, heridas que parecían mal cosidas y del vientre, algunos órganos se mostraban.
-Llegó la cena – anunció ese grotesco ser, girando la cabeza hacia el fondo de la cocina.
Diego miró hacia el mismo sitio y de la oscura pared, un enorme lobo negro surgió con lentitud; sus ojos rojos centellaban y de sus fauces un líquido oscuro, viscoso brotaba, dando unos pasos de forma amenazante hacia el pelinegro.
El jovencito gritó de nuevo y se giró con rapidez, se puso de pie y salió corriendo por dónde había llegado, pero ahora, el pasillo estaba lleno de puertas y le parecía interminable; escuchó el gruñido del animal y decidió meterse en una de las puertas más cercanas, cerrando tras de sí.
Buscó alrededor y se dio cuenta que estaba en el estudio; corrió al escritorio, buscando algo con que defenderse, al escuchar como el animal parecía rascar la puerta con sus patas. En una gaveta encontró lo que parecía ser una pequeña y delgada daga; era un abrecartas antiguo, que parecía una pequeña espada medieval.
El sonido en la puerta se dejó de escuchar y Diego pasó saliva; sudaba frío, tenía miedo, pero caminó a la salida, con el objeto en mano.
-Ya estoy dentro – la voz se escuchó tras él y cuando giró el rostro observó al dueño de la voz.
Los enormes cuernos y los ojos rojos, llamaron de inmediato la atención del jovencito, pero al ver como las uñas de las manos crecían y hacía un movimiento contra él, dio un salto hacia atrás.
Diego gritó de dolor, pues salió herido del brazo, pero cuando el hombre intentó dañarlo de nuevo, le clavó la pequeña daga en el brazo, deteniendo el ataque, aunque recuperó el abrecartas, antes de que el otro alejara la extremidad, observando la herida.
-¿Crees que me vas a detener con esto? – la enorme sonrisa mostró sus dientes afilados, extendió el brazo, mostrándole al menor cómo la herida cerraba rápidamente – yo puedo herirte igual…
La cola segmentada se movió rápidamente y lo atacó con la punta; el menor rodó en el piso, para evitar que lo atravesara con ella. El pelinegro se puso de pie con dificultad y salió corriendo de ahí.
-Este juego me dará más hambre – sonrió el hombre y lamió sus uñas, no era un sabor que realmente le agradara – lo único que disfrutaré esta noche, será mi postre…
Mary temblaba mientras caminaba recorriendo la casa en busca de la escalera para ir a la habitación dónde se reunieron a jugar; los sobresaltos la cimbraban una y otra vez con el mínimo sonido, especialmente de esos que parecían voces. Desde que salió del comedor, escuchaba las voces de personas invisibles, que se reían de ella, burlándose y echándole en cara muchas cosas que sufrió de niña; cuando apenas estaba en la primaria, sus compañeros se burlaban de ella, porque era una niña con sobrepeso, le ponían sobrenombres y era el blanco de las bromas pesadas de todos ellos, ahora volvía a escuchar esas risas, esos apodos, esas palabras de desprecio.
De alguna manera, llegó al jardín central, mismo con el que no se había topado en su recorrido; apenas se asomó en él, las luces de alrededor, se encendieron a la vez; la jovencita observó unas figuras pequeñas que estaban más allá de la fuente, sentadas en el césped, formando un círculo. Mary pasó saliva y se acercó lentamente; sabía que aparte de Adán no había otro menor en esa casa, ni siquiera los criados tenían hijos y aunque así fuera, era muy tarde para que anduvieran en la casa, pues todos se retiraban temprano.
Cuando alcanzó a distinguirlas más, se dio cuenta que eran niñas de cabello castaño, jugando a algo que parecían muñecas; reían y decían cosas que Mary no entendía. La jovencita, se armó de valor, de todos modos, si había niñas, posiblemente sus padres estarían cerca y la ayudarían.
-¿Hola? – dijo en un murmullo.
El silencio reinó.
-¿Hola? – repitió la pelinegra y se acercó, pues las niñas bajaron el rostro y colocaron las muñecas en sus regazos.
‘Hola…’ ‘Hola…’ ‘Hola…’
Las voces eran ecos, pero parecía que habían respondido cada una de las niñas.
-Yo… creo que estoy perdida y quiero salir de aquí – anunció Mary – dónde están sus padres, quizá ellos me ayuden a…
Las palabras se quedaron a medias y un grito desgarrador escapó de los labios de la pelinegra; las niñas levantaron el rostro y lo que vio la aterró. Los rasgos apenas se notaban bajo las manchas de sangre que cubrían las pequeñas caras; los parpados y la boca de las niñas estaban cosidos. Los cuerpos cayeron hacia atrás y de los lados del cuello, un par de brazos aparecieron y las manos hicieron girar la cabeza, dejando el rostro hacia atrás; las manos movieron el cabello de las niñas y permitiendo que la pelinegra observara que en la parte trasera, estaba la boca llena de filosos dientes, como alfileres y un par de ojos saltones, sin parpados.
-Hola… hola… hola…
Las voces provenían de esas extrañas bocas y Mary intentó dar unos pasos hacia atrás, tratando de alejarse, especialmente al ver como el cuerpo de esas cosas volvía a incorporarse para jugar con las muñecas, que por fin notaba, eran réplicas de ella, en miniatura.
-Hola… hola… hola…
Las voces se seguían escuchando y la pelinegra empezó a llorar, al ver cómo sin miramientos, las cuatro manos de cada una de las ‘niñas’ empezaron a despedazar las muñecas. Al terminar, se quedaron observando los pedazos y buscando algo más que destruir; al darse cuenta que no lo conseguirían, dirigieron la mirada hacia Mary.
-Hola… hola… hola…
Mary giró, intentó alejarse, corriendo a la entrada del jardín, pero antes de pasar el arco principal, algo la hizo caer; miró hacia atrás y observó cómo las hebras de cabello castaño tenían una longitud extremadamente larga y se habían enredado en sus tobillos, jalándola de regreso. La jovencita intentó sostenerse pero aunque se aferraba a las plantas, no podía evitar el movimiento; a un lado de la entrada, recargado en la pared, había unas herramientas de jardín.
Hizo un esfuerzo, enterrando los dedos en el césped, la tierra y estirándose hasta ellas, alcanzando con dificultad unas tijeras; se sentó y cortó los cabellos, consiguiendo que las criaturas la liberaran, pero a la vez, unos sonidos agudos escaparon de sus bocas y empezaron a desmoronarse.
Mary respiró agitada, pensando que todo había acabado pero en ese momento, los restos empezaron a burbujear levantándose para tomar forma; un lobo enorme surgió lentamente de ese líquido viscoso. Sus ojos rojos centellaban y gruñó, aun sin tomar forma completa.
La pelinegra salió corriendo, sin soltar las tijeras; gritaba pidiendo ayuda, pero obviamente nadie le respondió. Escuchó los pasos y gruñidos tras ella y se metió tras una puerta de madera que alcanzó a ver; se escondió en la esquina de esa habitación, sujetando las tijeras contra su pecho, con una mano, mientras con la otra se cubría la boca, para no hacer ruido, aunque no podía acallar del todo sus sollozos.
Escuchó un rasguño en la puerta y aguantó la respiración, para no delatarse; finalmente, la sombra que pudo apreciar por la rendija inferior de la puerta, desapareció. Mary intentó calmarse, respirando lentamente y limpiando sus mejillas; aun con los nervios crispados, observó alrededor. Era una habitación que parecía de costura, pues había algunos maniquís y los muebles estaban cubiertos por telas blancas, pero además, había algunos armarios grandes y más objetos varios.
Su puso de pie, caminando por ese lugar con algo de recelo, pero un rechinido se escuchó, llamando su atención.
Ella volteó hacia atrás, observando como una vitrina cercana a la puerta se abría y después, volvía a cerrarse, provocando que el cristal de la misma se quebrara y cayeras los pedazos al piso; la pelinegra no pudo evitar gritar, pero rápidamente se cubrió la boca.
Un nuevo rechinido tras ella la alertó, pero en esta ocasión, al girar el rostro, pudo ver que tras la puerta abierta, en la parte de abajo, se notaba un par de pies grandes, con uñas largas y afiladas; una mano sujetó la orilla de la puerta, rascando el cristal frontal con las uñas y una cola se movió, asomándose por un lado.
-Te encontré, pequeña…
Mary dio unos pasos hacia atrás, pero su mirada seguía en las partes de ese ser, que estaban tras la puerta; los ojos castaños mostraron sorpresa, al notar que en el reflejo, estaba ella y tras su cuerpo, una figura con unos grandes cuernos en su cabeza, preparando una mano para atacarla por detrás. Se giró y alcanzó a alejarse antes de que las uñas la hirieran de más.
Una sonrisa tétrica se formó en la boca de ese sujeto.
La pelinegra tembló y más cuando la figura se desvaneció como si fuera polvo y Mary escuchó una puerta cerrarse tras de sí. Al voltear, ese hombre estaba ahora tras ella, pero la puerta del estante ya estaba cerrada.
-Eso solo era mi reflejo – se burló – yo soy el real…
La larga cola se movió y la chica puso las tijeras enfrente, tratando de protegerse, pero no pudo evitar que la punta le hiriera una pierna, obligándola a caer.
-El tiempo se acaba, Mary – siseó el sujeto, mientras su cola regresaba a su tamaño normal – y yo, tengo hambre…
La pelinegra se puso de pie con dificultad y salió de la habitación, gritando con terror.
-Niñas – dijo con desagrado y la punta de la cola se acercó al rostro, abrió la boca y su lengua larga se estiró para probar la sangre que había obtenido – todas saben mal, pero las de esta noche, son las peores…
Gerardo había llegado a la habitación donde habían hecho el juego con la tabla; sonrió al ver la puerta y respiró aliviado al tocar el picaporte, más al intentar abrirla, sin conseguirlo, su sonrisa se esfumó.
-¡¿Pero qué demonios?!
Golpeó y pateó la puerta con desespero – ¿por qué no se abre?
Una risa gutural lo sobresaltó se giró, recargándose en la puerta, dándose cuenta que tras él estaba ese hombre que había visto en la habitación de Adán.
-Olvidé decírtelo – la voz de ese ser era grave – solo uno de los que participan en este juego, pueden cruzar esa puerta…
-¿Qué…? – la respiración del castaño se agitó – ¿qué quieres decir?
-Simple – la sonrisa divertida del otro hacía temblar al menor – si quieres salvarte, tus otros amigos deben desaparecer – puso la mano enfrente y con un movimiento, hizo que de sus dedos, sus garras crecieran, extendiéndose como largas cuchillas – pero también, puedo alimentarme de ti y darle oportunidad a otro de salvarse…
La mano se estiró hasta alcanzarlo, pero Gerardo se movió, llevándose solo una herida en el hombro; aunque se lastimó al caer de rodillas, se incorporó con toda la rapidez que podía en ese momento y empezó a correr, alejándose lo más que podía del otro.
-Patético – dijo el demonio, lamiendo la sangre de sus uñas – pero es divertido ver como huyen…
Mientras tanto, Gerardo llegó a la escalera y a pesar de que no se miraba bien, por la tenue luz, bajó inmediatamente a la planta baja, recargándose en una pared, quejándose no solo por el dolor de sus rodillas, sino de su hombro.
-No puede ser – negó y pasó la mano por su cabello – pero este dolor es real – miró la herida que no dejaba de sangrar – tengo que salir de aquí… no importa cómo, tengo qué hacerlo…
Francisco había salido del despacho, pero, aunque al principio pensó saber hacia dónde debía ir, en poco tiempo se encontró perdido, los pasillos le parecían interminables y aunque estaban llenos de puertas, ninguna de estas abrían.
-Qué raro – musitó, al intentar una puerta más – sabía que la casa de Adán era grande, pero no imaginé que tuviera tantas puertas…
Dio unos pasos alejándose, cuando escuchó un sonido.
La puerta que intentó abrir momentos antes se abrió, moviéndose ligeramente hacia afuera, de interior, algunos sonidos como de copas chocando, cubiertos contra platos y ligeras risas, escaparon; el pelinegro regresó sus pasos y se asomó, encontrándose el comedor. Le sorprendió, pues no recordaba que el comedor fuese un lugar cerrado, al contrario, esa noche que cenaron, estaba completamente abierto y sus ventanales daban hacia el jardín. Ingresó al recinto y se dio cuenta que la mesa estaba puesta; los dieciséis lugares estaban preparados para ser ocupados y había charolas puestas en el centro, con comida para un festín, carne de ternera ahumada, pierna de cordero, un lechón completo y hasta un pavo horneado. La comida se miraba deliciosa, además de que había también frutas, pasteles y vinos.
La situación le extrañó al menor, pero se acercó, si estaba puesta la mesa, seguramente había gente cerca, además había escuchado murmullos momentos antes de ingresar.
-¿Dónde están todos? – pregunto curioso, mientras rodeaba la mesa.
Se detuvo en un extremo, pues encontró un enorme pastel, que decía ‘feliz cumpleaños’. Hizo un gesto de desagrado, imaginando que era por el cumpleaños de Adán.
-Maldito afortunado – dijo con ira, en el fondo, nunca le había caído bien el ojigris, pues tenía todo lo que él no podría tener jamás.
Sin contener esa ira que lo invadía, sujetó un cuclillo y lo empezó a encajar con saña sobre la superficie, para finalmente, lo agarró por la parte baja del plato con el pastel y lo tiró al piso con desdén. El postre se estrelló y empezó a desmoronarse, más del interior, un líquido rojo empezó a esparcirse; Paco pensó que era mermelada, pero algo llamó su atención, haciendo que se inclinara. Movió con sus manos algunos pedazos de pan y betún, legando hasta eso que había brillado, y cuando lo sujetó, se dio cuenta que estaba en algo más; al sacarlo, notó claramente que era un anillo, aun en un dedo. Lo soltó de inmediato, asqueado y aterrado, poniéndose de pie de un alto. Entonces, sus ojos se abrieron con sorpresa al ver la mesa.
Las frutas estaban podridas, llenas de gusanos y moscas; los pasteles estaban cubiertos por un moho hediondo que burbujeaba provocándole náuseas y los vasos servidos con vinos, parecían aguas de drenaje. Pero lo peor fue ver los platillos principales y no solo porque también estaban llenos de larvas e insectos, que se movían y chapoteaban en los jugos que parecían más bien sangre, sino por lo que acababa de distinguir en medio de todo eso.
Lo que llenó de terror al menor fue darse cuenta que lo que había sido carne de ternera, era la cabeza de una mujer, la cual, a pesar de que se encontraba lacerada, sin ojos y le faltaban partes de piel, porque los animales se la estaban comiendo, parecía ser su madre; el cordero y el pavo, también tenían restos humanos, partes que lo hicieron gritar, pues denotaban rasgos de su padre y hermana menor, pero el pequeño lechón consiguió que llorara, pues era claramente su hermano, que tenía menos de un año.
Francisco cayo sentado hacia atrás, intentando alejarse de esa mesa.
Las luces titilaron y luego todo se oscureció, dejando solo las velas que estaban sobre el comedor.
-¿Qué ocurre?
La voz grave hizo temblar al pelinegro y buscó en todos lados el origen, ya que con el eco que escuchó, le era imposible definirlo.
-¿Acaso no quieres comer?
Las sombras empezaron a moverse y del lado contrario de la mesa, la figura empezó a formarse, para dar paso al hombre alto, con cuernos, que los demás chicos habían visto también.
-Siempre deseabas o que tu amigo tenía, ¿no es así? – una mano se estiró, enterrando las garras en la cabeza de la madre del menor – anda – arrancó parte de la misma – come…
Ofreció y Paco se alejó más, gimiendo, pues no podía soltar un solo grito
-¿No? – preguntó el oscuro ser – de acuerdo…
De un movimiento rápido, se colocó frente a la mesa y sacudió las manos hacia enfrente, consiguiendo que algunas gotas de sangre y podredumbre, ensuciaran las piernas del jovencito.
-Yo si tengo hambre… –anunció el mayor con una gran sonrisa.
La cola segmentada se alzó por detrás y se movió cual serpiente, lanzando directamente al pecho del menor, quien gritó y se alejó de inmediato, haciéndose hacia atrás, empujándose con sus pies y resbalando por el piso.
-Eres ágil – anunció el mayor – veamos que tanto…
La cola se movió de nuevo, pasando cerca de su brazo, haciéndole una herida superficial, consiguiendo que el pelinegro gritara de dolor. Pero de reojo, observó como esa extremidad volvía a intentar lastimarlo, así que sin dudar, sujetó con fuerza el cuchillo que había agarrado de la mesa y se la clavó en la punta. A pesar de que un extraño líquido viscoso brotó y le cayó en la ropa al pelinegro, empezando a deshacerse como si le hubiese caído ácido, el demonio ni se inmutó.
Paco se quitó con rapidez el suéter que portaba, antes de que ese líquido lo lastimara, mientras el oscuro ser, movió su cola como látigo, deshaciéndose del cuchillo que tenía incrustado y cerrando la herida.
-Me agrada cuando se defienden – la risa que soltó le heló la sangre a Paco – es más divertido.
Los ojos rojos resplandecieron y Francisco, al ver como la cola se preparaba una vez más a ir hasta él, corrió a la puerta, cerrando tras de sí.
La puerta se movía como si alguien del otro lado intentara abrir, pero el menor se recargó contra ella, empujándola, para evitar que se abriera.
-Por favor… ¡para! – suplicó, sin poder contener las lágrimas y como si alguien hubiese escuchad su ruego, el movimiento cesó.
Pasó saliva con dificultad y respiró agitado; lentamente, se alejó de la puerta, pero en ese momento, una más al fondo se abrió lentamente. El chico se asustó, pero cuando se abrió de par en par, no parecía haber nada, más que simple oscuridad; soltó un suspiro, casi con alivio, más no le duró mucho la emoción.
Escuchó un jadeo, como de un animal, luego, unos ojos rojos resplandecieron, a a par que unas risas burlonas se escucharon en el fondo y de la oscuridad del interior de esa habitación, un par de enormes patas brotaron, para dar paso al cuerpo de un enorme lobo negro. El animal gruñó, consiguiendo que Francisco se aterrara y el niño empezó a correr, siendo seguido por el animal,, hasta que dio vuelta en la esquina de un pasillo.
El menor no se dio cuenta como el canino se detuvo y a su lado, de las sombras, salió el demonio.
-Eso fue divertido – sonrió y acarició la cabeza del animal, luego, acercó su cola a la otra mano y recogió un poco de la sangre del niño, lamiéndola con su larga lengua y haciendo un gesto de aso – ni uno solo vale la pena – anunció – pero no es como si no lo hubiera sabido antes… vamos – ordenó para el lobo – debemos seguir con esto, aún nos queda algo de tiempo para divertirnos…
El animal, así como su amo, desaparecieron en las sombras de inmediato.
Francisco solo tenía en mente huir, pues el brillo asesino en los ojos de ese lobo, le indicó que iba a matarlo si lo alcanzaba. Mientras corría por los pasillos, el sonido de su respiración parecía producir eco, pues todos los demás sonidos se habían detenido, manteniendo el lugar en silencio.
Cuando dio vuelta en otra esquina chocó con algo, logrando desequilibrarlo y haciéndolo caer.
-¡Mierda!
-¡Maldición!
-¿Diego? – preguntó con susto el moreno, al ver a su amigo frente a él, pues había sido la persona con quien había chocado y ahora, ambos estaban en el suelo.
-¿Paco? – indagó el otro, confundido – ¿qué pasa?
-¡Hay que irnos! – apremió, intentando ponerse de pie – ¡el lobo nos alcanzará!
-¡¿Lobo?! – el otro se asustó, pero con su mirada repasó el lugar – ¿dónde está?
-¡Atrás…! – Paco miró hacia el lugar de dónde venía, pero no había nada – venía… tras de… mi – dijo en un murmullo.
-Parece que tú también estás viendo cosas – sentenció su compañero y se puso de pie, aunque pasó la mano por su hombro.
-¿También viste un lobo?
-Sí, aunque… miré algo más raro – un escalofrío lo cimbró, al recordar lo que había visto en la cocina – no sé qué era exactamente – mintió, pues lo recordaba perfectamente – pero no quiero decir que fue real, porque realmente lo dudo…
-¿Crees que es una broma? – indagó Paco con nervios.
-Quizá – musito, pero pasó la mano por su brazo, dónde aun sangraba – aunque es demasiado peligrosa…
-¿También estas herido? – su amigo paso saliva – yo también – dijo mostrando su brazo.
-Malito ‘Gera’ – dijo al ver la herida de su compañero – está llevando esto muy lejos…
-¿Crees que sea una broma suya? – el moreno levantó una ceja, incrédulo.
-Seguro – dijo con seriedad, tratando de sonar completamente seguro para creerlo del todo también– seguramente Gerardo y Adán se pusieron de acuerdo y los criados los están ayudando – soltó el aire por la nariz, como un bufido.
-Si es así, voy a matar a ‘Gera’ – Francisco chocó el puño contra su palma.
-¿Gera?
La voz gruesa hizo eco, junto con una risa gutural y las luces titilaron, consiguiendo que ambos chicos se sobresaltaran; se pusieron de pie, espalda contra espalda, mirando cada uno hacia un lado diferente del pasillo
-Creo que no lo han entendido…
Unas gotas oscuras empezaron a caer del techo, pegándose al piso y empezando a burbujear, soltando olores putrefactos cuando reventaban, produciéndoles arcadas que apenas podían controlar. Levantaron la mirada y ambos gritaron al ver como el techo parecía abrirse y del mismo, una sombra negra empezaba a salir, cayendo frente a ellos, con un golpe seco contra el piso y quedando como una plasta sanguinolenta que lentamente se iba levantando, tomando la forma del ser que habían visto antes.
-Esto no tiene que ver con su amigo Gerardo – la boca era lo único que ese ser tenia definido, con sus largos y filosos dientes – en este juego, yo pongo las reglas – sentenció y sus manos se estiraron como látigos, tratando de atrapar a ambos chicos – y ustedes, ¡solo deben obedecerlas!
Diego y Francisco gritaron con terror y corrieron hacia la primera puerta que estaba cerca, entraron de inmediato y escucharon como los golpes en la puerta empezaron; cada vez se escuchaban más fuertes y en una de esas, la puerta se astilló y un poco de líquido viscoso empezó a entrar.
-¡No va a aguantar! – gritó Diego.
Francisco buscó por todos lados y se dio cuenta que a un lado de la puerta, había un estante, por lo que se quitó del umbral y fue al otro lado del mismo, empujándolo, para poder tumbarlo.
-¡Quítate! – gritó antes de darle un último empujón y conseguir colocarlo contra la puerta, después de que su amigo se hizo a un lado.
El estante quedó de lado y muchas piezas de madera tallada, se esparcieron por el piso, a la par que los golpes cesaron.
-¡¿Qué diablos era eso?! – Diego se alejó varios pasos de la puerta.
-¡No tengo ni puta idea! – el moreno pasó las manos por su cabello – pero eso no pudieron hacerlo Adán, ni Gerardo, ¡ni con todo el dinero del mundo!
-Tienes razón – su amigo respiró profundamente – Paco… – Diego miró a su amigo con seriedad – tenemos que llegar a la habitación donde jugamos – dijo con ansiedad.
-¡¿Por qué?!
-¿No fue eso lo que dijo? Ese es el ‘santuario’, tenemos que volver…
-¡¿Cómo vamos a salir con esa cosa ahí?! – Francisco señaló con desespero la puerta.
-No sé… – respondió el otro y empezó a ver alrededor.
El cuarto donde estaban, parecía ser la habitación donde Adán trabajaba con la madera, por lo que Diego fue a encender a luz, misma que titiló un par de veces, antes de mantenerse encendida; cuando la oscuridad cedió, el jovencito empezó a buscar entre las cosas que estaban ahí.
-¿Qué haces? – indagó su amigo.
-Busco algo que nos sirva como arma… la primera vez que lo vi, dijo que podía intentar defenderme…
-Sí, también me lo dijo a mí –anunció el otro.
-Y eso haremos – explicó Diego – ¡anda! – apremió a su amigo – busca algo también, Adán debe tener herramientas de trabajo que nos sirvan.
Entre los dos, empezaron a buscar en las estanterías, encontrando serruchos, algunas sierras eléctricas, martillos, mazos, taladros, cinceles, gubias y otros objetos más que no conocían, incluso algunas hachas y cuchillos de diferentes tamaños.
-Las sierras eléctricas y las cosas que tienen su mueble para uso, no podemos usarlas – musitó el moreno.
-No – Diego negó – necesitamos cosas que podamos llevar y que no usen electricidad…
Por fin, ambos agarraron objetos, esperando poder defenderse con ellos; Francisco un hacha y Diego agarró un martillo común y otro que tenía un lado más plano.
-Bien… – Diego se acercó a la salida – hay que despejar la puerta.
-¿Estás seguro? – Francisco tembló.
-Es la única manera de salir de aquí – asintió el otro.
Entre los dos, movieron el enorme estante, intentando hacer el menor ruido posible; cuando se escuchaba algún mínimo sonido, por el raspar del mueble contra el piso, se detenían. Tardaron en conseguir su cometido, pero finalmente, despejaron la entrada; los dos sujetaron sus armas y quedaron frente a la puerta de madera, intentando no denotar que morían de miedo.
-Hay que… hay que abrir – la voz de Diego tembló.
-¿Cómo sabemos que no nos está esperando afuera? – preguntó Francisco, a media voz.
-Porque ya estoy dentro…
Respondió una voz gutural, consiguiendo que los dos amigos se giraran a buscarlo, en el momento en que las luces volvían a titilar bajando de intensidad, hasta que quedó casi en penumbra. Al fondo del recinto, un par de ojos rojos brillaron y después, una enorme sonrisa se dibujó en la oscuridad.
-¿De verdad creyeron que me evitarían con tanta facilidad? – la risa grave consiguió que la pie de los dos chicos se erizara – ilusos…
Paco y Diego se giraron de inmediato, intentando abrir la puerta, pero esta parecía trabada.
-¡Ábrete! ¡Ábrete! – gritaban ambos, a la par que desesperados, pateaban la madera.
-No se cansen – el oscuro ser dio un paso hacia ellos, pero su cuerpo seguía siendo ligeramente amorfo – no podrán salir…
Francisco intento golpear la madera con el hacha, pero parecía que no le hacía un solo rasguño y el terror se estaba apoderando de ambos, pues el otro se acercó otro paso más.
-¡Que fácil! – dijo el demonio, tomando una forma más nítida, con el color oscuro de su piel y su cabello negro, aunque sus brazos parecían seguir formados de líquidos viscosos – sumamente aburrido – les dedicó una mirada fría – no me gustan las cosas así… me gusta divertirme – aseguró sonriendo con crueldad – por eso, uno de ustedes tendrá otra oportunidad…
Diego y Francisco voltearon a verlo, su rostro estaba pálido y ambos sentían sus gargantas secas.
-¿Qué quieres…?
-¿Decir…?
El oscuro ser sonrió más ampliamente, mostrándoles sus colmillos – como yo soy el buscador, debo seguir las reglas y atraparlos de uno en uno – ladeó el rostro – por lo tanto, uno de ustedes podrá salir de aquí, para intentar llegar a la habitación donde me invocaron, pero… – uno de los brazos se movió hacia enfrente y formó una mano semi líquida, que levantó un solo dedo – uno de ustedes, debe quedarse…
Los amigos se miraron entre si y su rostro mostró el terror que esas palabras les causaron.
-Pueden elegir ustedes – anunció el demonio – para mí son iguales, ambos son comida… pero como yo, deben seguir las reglas, así que, tienen un minuto para decidir quién se queda – anunció.
La habitación se llenó de relojes fantasmales, con un sonido insistente de ‘tic, tac’, que heló la sangre de los dos jovencitos.
-Paco… – Diego quiso decir algo, pero de reojo vio cómo su amigo movió el hacha que traía hacia él.
El pelinegro alcanzó a moverse, pero el filo de la hoja le golpeó de lleno, clavándose contra la puerta que estaba detrás y cortándole una mano, justo por la muñeca; el grito desgarrador hizo eco en la habitación, mientras el adolescente caía de rodillas frente a su amigo, apresando con fuerza la herida, que sangraba abundantemente.
-¡No voy a morir aquí! – sentenció el moreno, recuperando el hacha y levantándola de manera amenazante.
Diego lo miró con horror y recordó exactamente lo que había visto en la cocina; era como si hubiese sido una visión de lo que le iba a ocurrir, pues igual que en ese lugar, a su cuerpo ya le faltaba una extremidad. El instinto de supervivencia lo hizo reaccionar en el último momento, justo antes de que el hacha se incrustara de lleno en su cuerpo; sujetó uno de los martillos que había soltado y con las orejas saca clavos, golpeó con todas sus fuerzas una de las rodillas de su compañero.
Francisco gritó, soltó el hacha antes de caer hacia enfrente y se volteó con mucha dificultad, tratando de quitarse el arma que aún tenía incrustada en su pierna.
-¡Yo tampoco quiero a morir aquí! – dijo Diego sujetando el otro martillo y con la peña, golpeó repetidas veces la cabeza de su amigo.
Paco al principio empezó a quejarse, intentando defenderse, pero cuando quedó ciego, pues uno de sus ojos se reventó dentro de sus cuencas y el otro fue arrancado de la misma por un golpe, empezó a suplicar por su vida; Diego no hizo caso y lo golpeó hasta que el otro dejó de hablar. Se alejó instantes después, observando como el cuerpo aún se convulsionaba y se cubrió la boca, más al final, no pudo evitar vomitar por el grotesco espectáculo que estaba viendo; estaba cubierto de sangre, no solo la suya, pues su herida no había dejado de sangrar, sino de su amigo, que yacía en el piso, por su culpa. Aun así, la adrenalina del momento, le había hecho ignorar su propia herida, hasta que empezó a reaccionar de nuevo, el dolor lo llevó a envolver su brazo en la tela del suéter que portaba.
-¡Bien! – la voz del oscuro ser le hizo levantar el rostro, observando cómo se acercaba con paso lento – ganaste tu libertad… por ahora…
La puerta se abrió y Diego se arrastró hacia afuera de la habitación, con toda la rapidez que podía, sin soltar el martillo.
Lo último que sus ojos vieron, poco antes de que la puerta se cerrara, fue como el demonio estaba al lado de Francisco; cuando la puerta se cerró completamente, el grito desgarrador de Diego hizo eco y empezó a llorar histéricamente, sintiéndose miserable por lo que acababa de hacer.
Tardo un poco en reaccionar, debía llegar al segundo piso, a la habitación donde todo había empezado y debía hacerlo rápido. Se quitó el suéter y se hizo un burdo amarre en el muñón que no dejaba de sangrar, después se puso de pie, agarró el arma con la cual pensaba defenderse y empezó a caminar, apoyándose en la pared, sin mirar atrás.
Valeria corría asustada, ya no sabía en donde estaba, pues seguía dando vueltas en el mismo lugar y todas las puertas que abría, siempre la llevaban hacia la cocina o al patio. Cuando estaba por abrir otra puerta, escuchó el sonido de pasos y miró hacia atrás. No miró nada, así que decidió abrir la puerta, pero cuando se giró una vez más para sujetar el picaporte, no encontró nada, pues estaba abierta; su grito y el grito de Mary, sonaron al mismo tiempo.
Las dos chicas respiraron agitadas.
-¡¿Mary?!
-¡¿Vale?!
Ambas se abrazaron con fuerza.
-Dios mío, ¡gracias a Dios! – la pelinegra sollozó – ¡quiero salir de aquí, Vale!
-Yo también – dijo su amiga, también tratando de controlar su respiración – pero no he encontrado las escaleras…
-Tenemos que irnos – apremió Mary – ese sujeto y el lobo… ellos pueden aparecer en cualquier momento – dijo con nervios.
-¿Tú también los viste? – Valeria se cubrió la boca, pues no podía dejar de hacer ruido.
-Sí – asintió la otra chica – tenemos que irnos…
-¿Pero por dónde? – la castaña miró hacia atrás – vengo de allá y no hay nada…
-Yo vengo de acá – Mary señaló al otro lado del umbral – tampoco hay nada…
-Bien – vamos de regreso – Valeria sonrió – si no hay nada por acá, podríamos encontrar otro pasillo en alguna otra habitación…
-Sí…
Amas se sujetaron de las manos y empezaron a caminar, fue en ese momento que Valeria se dio cuenta que Mary cojeaba.
-¿Qué te ocurrió?
-Me hirió – respondió la pelinegra – ese sujeto – especificó – no es profunda, pero, me duele…
-A mí también me hirió – Valeria le mostró su torso y como tenía cuatro marcas de uñas, de donde salía algo de sangre – no es profundo, pero duele también…
Mientras hablaban, llegaron a una esquina del pasillo y al dar la vuelta, se encontraron en el jardín central.
-No – Mary tembló.
Valeria también se estremeció, pero se dio cuenta que estaba vacío – vamos – dijo con suavidad – hay que cruzarlo – señaló el otro lado.
-No – Mary negó – no entiendes… – dijo con nervios – esas cosas… ahí – señaló al centro – no quiero acercarme.
-Mary – Valeria la miró molesta – no hay otro camino – anunció y señalo hacia atrás, pero justo en ese momento, que ambas miraron por dónde venían, un par de ojos rojos aparecieron en medio de la oscuridad.
Un gruñido las alertó y el terror nuevamente se hizo presente, cuando la figura del lobo apareció de entre las sombras.
-¡Corre! – Valeria jaló de la mano a su amiga y ambas empezaron a correr por en medio del jardín.
Las plantas y el césped parecieron cobrar vida, moviéndose, obstruyéndoles el paso, lastimándolas con las espinas y golpeándoles las extremidades como si fueran látigos, por el movimiento que tenían; intentaban atraparlas y ellas luchaban con desespero para alejarse.
Una planta enredadera sujeto con fuerza una pierna de Valeria y la hizo caer; Mary tropezó, pero no cayó completamente, sino que pudo incorporarse, casi de inmediato.
-¡Mary! – la castaña se sujetó del césped y algunas raíces, intentando evitar que las plantas la jalaran hacia donde se acercaba el lobo – ¡Mary, ayúdame! – gritó desesperada, pues la otra estaba a unos pasos de ella, mirándola con terror, como si titubeara en hacer algo.
La pelinegra dudó, pero al final, fue a donde había aun herramientas de jardinería y a pesar de que las plantas no le permitían un camino sencillo, agarró un machete y una pequeña hoz, volviendo al lado de su amiga que aun luchaba.
-Ten – Mary le dio la hoz a Valeria y ella se quedó con el machete.
Entre ambas, empezaron a cortar de manera torpe, las hierbas, que parecían soltar chillidos como si estuvieran vivas; quedaron cubiertas de una especie de líquido verdoso y pegajoso, pero consiguieron alejarse de ahí. Cuando llegaron al otro lado del jardín, se dieron cuenta que el lobo no las había seguido, e incluso, había desaparecido.
-¿Fue una ilusión? – preguntó Mary aun temblando.
-No lo sé – Valeria negó – debemos irnos… llegar a la habitación, ¡rápido!
-¿Por qué tanta prisa?
La voz gutural se escuchó con eco y ambas se abrazaron, aterradas, buscando de dónde provenía el sonido.
-Estamos a mitad del juego, aún…
En el jardín, as plantas se retorcían en el suelo y se levantaron, formando una especie de capullo, que al abrirse, mostró la figura del hombre que ambas ya habían visto, ero formado completamente de insectos rastreros, lombrices, serpientes y algunas otras sabandijas.
-Aún no me alimento – anunció abriendo la boca y de la misma, una especie de líquido repulsivo, como si fuese un vómito putrefacto, mezclado con más animales, fue liberado hacia los pies de las dos jovencitas, que gritaron con pavor especialmente al ver como los bichos iban hacia ellas.
Ambas corrieron por el pasillo, pues ese extraño ser empezó a caminar, yendo tras ellas, dejando una estela de bichos a su paso; las chicas intentaban abrir las puertas que se encontraban, pero cuando tocaban el picaporte, este se empezaba a mover, convirtiéndose en animales ponzoñosos y asuntándolas aún más.
Al final del pasillo, llegaron a una enorme puerta doble, en la cual, pudieron ingresar, cerrando tras de sí, colocando el seguro y escuchando como se movía poco después, pues alguien la golpeaba y empujaba del otro lado, intentando entrar.
Algunos insectos se colaban por la rendija inferior y Valeria se movió con rapidez, agarrando una tela que había cerca, sobre un mueble, colocándola en la parte baja de la puerta, evitando que entraran más. Mary, después de soltar el machete que aun llevaba, se hizo un ovillo, llorando, sollozando, tratando de no gritar, pero sin poder conseguir mantenerse en silencio. La castaña se alejó lentamente dela puerta, observando cómo se sacudía con fuerza, pero segundos después, se detuvo, quedando todo en silencio, excepto por los sollozos de su amiga.
Valeria se acercó a su amiga y dejó la hoz al lado – Mary – le llamó suavemente – Mary, escúchame – pidió alberque la otra parecía no reaccionar – tienes que controlarte – pidió, intentando sonar calmada, pero ella también lloraba, era obvio que tenía miedo, pero aún estaba consciente de la situación –tenemos que salir de aquí.
-No – la pelinegra negó – no podemos… esa cosa… eso…
-Mary – Valeria intentó sonreír – estamos juntas, ¿sí? – anunció – podemos llegar a la habitación de arriba, solo hay que salir de aquí, encontrar las escaleras y subir…nada más…
-No lo lograremos – Mary negó – esa cosa no nos dejará..
-Es solo una ilusión – sonrió la chica.
-¡Si fuera una ilusión, no nos lastimaría! – gritó con histeria su amiga, mostrando las heridas que tenía, por lo de antes y o que acababa de ocurrir con las plantas.
-Está bien, tratemos de calmarnos y pensar – suspiró la castaña, se limpió las lágrimas y se puso de pie, observando alrededor.
Era un salón grande, aunque muchos muebles estaban cubiertos con sabanas. Dio unos pasos y encendió la luz antes de quitar una sábana, dándose cuenta que era una mesa de billar, otra era una mesa de pin pon y además, había otros sillones y lo que parecía una maquina antigua de juegos.
-Creo que estamos en la sala de juegos que mencionó Adán – frunció el ceño – según dijo, está en desuso porque solo hay juegos viejos… – repasó con la vista todo el recinto y se encontró con un reloj, ya pasaban las diez de la noche, les quedaba poco tiempo para que el juego terminara, pero no parecía haber otra manera de escapar de ahí, así que suspiró resignada – solo hay una salida – volvió el rostro hacia la puerta doble y se acuclilló frente a su amiga – Mary, no tenemos opción, hay que irnos… si no, se nos acabará el tiempo y no sé qué pueda ocurrirnos…
-No… – la pelinegra negó – no quiero salir a dónde está esa… cosa – sentenció con toda la seguridad que podía.
Las luces titilaron, llamando la atención de las dos jovencitas.
-No necesitas salir…
La voz burlona les produjo a ambas un escalofrío, que les erizó la piel y las hizo temblar, especialmente porque la luz se fue, dejándolas en tinieblas; los muebles empezaron a moverse, algunos fueron levantados y estrellados contra las paredes, consiguiendo que las dos empezaran a gritar con pánico.
Las luces titilaron de nuevo y algunos focos encendieron, pero no todos, dejando algunas partes del salón, sumido en ligeras sombras. De una esquina, una figura oscura empezó a formarse y cuando sus ojos rojos resplandecieron, Valeria y Mary sintieron que el alma se escapaba de sus cuerpos.
-Las puertas no me detienen – sonrió el demonio – es solo una falsa seguridad que los humanos se dan, al intentar escapar de mi…
Ambas jovencitas corrieron a la salida, intentando abrir con desespero, sin conseguir que las puertas se movieran un poco.
-No se esfuercen, no podrán salir de aquí, al menos, no a la vez… – la carcajada hizo eco en el lugar.
-¡¿Qué?!
-Así es – el oscuro ser asintió – aunque no lo crean, me gusta seguir las reglas y debo atrapar de uno por uno – explicó – así que, solo una puede salir de aquí…
-No – Valeria negó.
-Sí – el demonio asintió y su oscuro cabello se movió al compás – ese es el trato… una se queda, la otra tiene la oportunidad de llegar a la habitación dónde me invocaron y salir con vida…
-No…por favor… no… no puedes…
Un grito desgarrador escapó de la garganta de Mary, evitando que siguiera hablando; Valeria había agarrado la hoz antes de correr hacia la puerta y con fuerza, se la había clavado en la espalda. Mary calló de rodillas y Valeria la sujetó del cabello negro con fuerza.
-Lo siento ‘amiga’, pero siempre has sido un lastre – dijo con desprecio, antes de degollarla con el filo de la hoz, permitiendo que cayera hacia enfrente, en un charco de su propia sangre.
Valeria observó cómo Mary se desangraba, en medio de gemidos ahogados y como su cuerpo se movía, como si algunos espasmos lo recorrieran.
-Eso fue rápido – rió el demonio – te ganaste tu libertad… por ahora…
La puerta se abrió y Valeria no dudó en salir corriendo y cuando la puerta se cerró, se recargó en la pared, analizando lo que había pasado. Lentamente, una sonrisa cruel se empezó a dibujar en sus labios y acabó con una risa estridente, en medio de lágrimas silenciosas; no sabía qué sentía, no estaba segura si se sentía bien o mal por lo que acababa de hacer, pero esa sensación, le gustaba.
Diego caminaba con lentitud, se sentía mareado por la pérdida de sangre y el dolor en su brazo herido, ero estaba seguro que iba a llegar a dónde quería, pues podía reconocer el camino que usó ese mismo día, para ir a la habitación dónde todo empezó.
En el pasillo, a unos pasos de una estancia, escuchó pasos; se detuvo, se pegó a la pared y observó con atención, intentando controlar su respiración. Las luces tenues le mostraron la figura que caminaba, nerviosa, observando alrededor, parecía que también estaba reconociendo el lugar.
-¿’Vale’? – preguntó el pelinegro.
-¿Diego? – la voz de la chica, mostró el asombro que le causó verlo – ¿eres tú? – preguntó ansiosa y caminó hacia su amigo.
-Sí – sonrió débilmente el otro.
-¡¿Qué te pasó?! – los ojos dela castaña, se abrieron con sorpresa al ver el brazo de Diego.
-Esa cosa – tembló – nos atrapó a Paco y a mi – confesó – dijo que… dijo que si uno se quedaba, el otro podía huir…
-¿Y… Paco se… quedó?
-Tuve que hacerlo, ‘Vale’ – el pelinegro empezó a sollozar – él me atacó, me cortó la mano y yo… solo me defendí, ¡te lo juro!
Valeria parpadeó sorprendida y luego desvió la mirada – yo… te entiendo – asintió con nervios.
-Tenemos que llegar a la escalera – apremió su amigo – debemos ir a la habitación.
-Lo sé – la castaña asintió – pero… hay que hacer algo…
-¿Qué cosa?
Sin responder, Valeria movió su brazo, intentando encajar la hoz en el cuerpo de Diego, pero su amigo se alejó, llevándose un solo rasguño en el brazo, que ya se encontraba herido.
-¡¿Qué te pasa?! – preguntó desconcertado.
-No me voy a arriesgar – anunció ella con furia – si nos atrapa a los dos de nuevo, tú querrás matarme y ¡no maté a Mary, solo para dejar que tú me dejaras atrás!
-¿Mataste… a… Mary? – Diego la miró con terror.
-No me quedó opción – la sonrisa sádica de la chica le produjo un escalofrío a su amigo – lo siento, pero no me arriesgaré a pasar por lo mismo de nuevo…además, ¡tú también serás un lastre! – chilló, intentando lastimar al pelinegro.
Diego se alejó, desesperado por sobrevivir, pero tuvo la mala suerte de resbalar y caer al piso, soltando el martillo que llevaba, el cual, quedó algo lejos de él.
-Pobre, pobre Diego – Valeria se acercó – míralo por el lado positivo, te vas a sacrificar por mí – dijo con una sonrisa retorcida – ¿acaso no te gusto, como a todos? – se burló.
Diego la miró con asombro – tu… lo sabías…
-¡Por supuesto! – rio ella – tu eres el idiota que me deja cartas con poemas cursis… ¿sabes..? Estuve a punto de decir que sí, pero lamentablemente para ti, llegó ‘Gera’ – su voz era cínica –y realmente, él es muy bueno en la cama… es obvio que ya tiene experiencia, así que, realmente, no tendrías oportunidad…
-¡¿Qué?! – el pelinegro no podía creer que le estuviera diciendo eso.
-¿De verdad piensas que soy pura e inocente? – la risa de la castaña era estruendosa – idiota – dijo con desprecio – pero está bien, imagina que te sacrificarás por mí, ¿acaso no decías en tus cartas que harías lo que fuera por verme sonreír? – preguntó sin un ápice de remordimiento – pues entonces, solo hay algo que debes hacer…morir – terminó en un murmullo, levantando la hoz.
-¡Valeria! – la voz de Gerardo, resonó en el pasillo.
Tanto la cica, como Diego, voltearon a ver a su amigo.
-‘Gera’ – la castaña se alejó de su amigo y bajó el arma, caminando hacia su novio – ‘Gera’ – sollozó – ¡Diego quería lastimarme! – acusó con desespero – así que tuve que defenderme…
-¡No es cierto! – gritó el pelinegro, intentando incorporarse – ¡ella está loca! – aseguró – ¡mató a Mary!
-¡Tu mataste a Paco!
-Ya… tranquila – pidió el moreno – dame eso… – extendió la mano y sujetó la hoz – te puedes lastimar…
-Pero… pero…
-No dejaré que Diego te lastime – aseguró el castaño.
-¡¿Estás de su parte?! – el pelinegro tembló – ¡quiso lastimarme sin motivo!
-Es mi novia – sentenció Gerardo – yo tampoco sé lo que está pasando aquí, pero esto es sumamente extraño, sé que tienen miedo, yo también, pero debemos tratar de sobrevivir, los tres…
Con esas palabras, Valeria sonrió confiada y le entregó la hoz a su novio.
-Ven – Gerardo abrazó a la castaña y suspiró – perdóname por haberte inmiscuido en esto…
-No te preocupes – musitó aferrándose a la camisa del otro y hundiendo el rostro en su pecho.
-Y… perdóname por lo que hare ahora…
-¿Qué cosa?
El castaño no respondió, solo movió Lahoz con rapidez y le cortó un costado del cuello a su novia, quien empezó a desangrarse, mientras intentaba cubrir la herida con sus manos, cayendo al piso.
Diego se sorprendió de ver lo ocurrido y el como la chica que le había gustado desde la primaria, estaba ahora en el piso, ahogándose con su sangre.
-Lo siento, ‘Val’ – dijo su novio – pero vi como atacaste a Diego sin razón y después de todo lo que le dijiste, creo que no estás bien de la cabeza…
Gerardo soltó la hoz y caminó al pelinegro – vamos – dijo con seriedad – debemos llegar a las escaleras…
-Pero… ‘Vale’
El castaño lo sujetó por los hombros – escúchame – dijo con seriedad – intentó matarte, no había motivo, no sé si de verdad mataste a Paco o ella mató a Mary, pero lo que vi fue a una demente intentando matar a alguien y si la dejaba salir de aquí, las cosas iban a ponerse peores, ¿comprendes?
Diego dudó, pero finalmente asintió; ni siquiera se había puesto a pensar en lo que ocurriría cuando todo eso acabara, pero seguramente, si Valeria se había vuelto loca, las cosas se iban a poner mal, pues nadie les creería lo que ocurrió ahí.
-Vamos – dijo con un hilo de voz.
-Bien, la escalera está…
El gruñido de un animal, los hizo voltear; al fondo del pasillo, el enorme lobo de ojos rojos mostraba sus dientes de manera amenazante.
-¡Corre! – grito el castaño.
Amos amigos empezaron a correr, siendo perseguidos por el lobo; diego iba siguiendo a su amigo, aunque en el fondo, dudaba de él, pero al ver el principio de las escaleras, esas dudas se esfumaron. Realmente iban a legar al segundo piso, a la habitación donde empezaron a jugar.
Diego alcanzó a subir unos escalones, antes de que el lobo lo atrapara; a media escalera, los dos amigos se dieron cuenta que el animal no subía; se quedó abajo, dando vueltas, gruñendo, salivando y observándolos con sus ojos rojos, de manera amenazante.
-¿Por qué no sube? – preguntó el pelinegro
-Quizá no puede – sonrió Gerardo, recuperando el aliento – ese ser que nos hizo esto, sigue las reglase su propio juego, así que seguramente, esa bestia no puede subir – explicó.
-Comprendo – Diego asintió y siguieron subiendo, pero las palabras de su amigo, retumbaron en su cabeza – sigue las reglas – musitó – ¿cómo sabes eso? – preguntó confundido – ¿te lo encontraste?
Gerardo apretó los puños – sí – respondió con seriedad.
-¿Qué te obligó a hacer? – preguntó el otro.
El moreno no respondió y eso hizo que su amigo se desesperara.
Diego movió la mano y lo sujetó del brazo, obligándolo a verlo – ¡¿qué te hizo hacer?! – preguntó con desespero.
-Adán… – respondió a media voz – él y yo… teníamos que elegir y…
-Si tú escapaste… entonces… ¿Adán?
-Si… pero ya casi llegamos a la habitación – suspiró el moreno – esto se va a terminar.
Diego no dijo nada más, comprendía que Gerardo no quisiera hablar de lo ocurrido, pues él tampoco deseaba hablar de Paco.
-Hay algo más – la voz del castaño se puso seria – una regla que me dijo cuando salí de ahí – se detuvo y pasó saliva – ¿te la dijo también? – preguntó mirando a su amigo de soslayo.
-¿Qué cosa? – el pelinegro frunció el ceño.
-Al llegar a la habitación donde lo invocamos, esta solo se abrirá, si solo queda uno…
Sin permitir que Diego reaccionara, lo empujó con fuerza, consiguiendo que con el movimiento, el cuerpo de su amigo saltara el barandal y alno poder sujetarse, cayó al piso de lleno, dónde el lobo se acercó amenazante hasta el pelinegro, quien debido a que cayó de cabeza, se había roto el cuello.
-Lo siento – Gerardo sonrió – pero no voy a morir aquí…
El moreno corrió hacia la puerta de la habitación dónde todo empezó y cuando su mano sujetó la perilla, se dio cuenta que esta giraba sin problemas.
-Me salvé…
La puerta se abrió y la luz cegó por un momento a Gerardo, antes de entrar; tardó un momento en adecuar su visión, pero cuando lo hizo, lo que miró, lo dejó sin aliento y empezó a temblar
-Por fin llegas – la voz grave retumbó en la habitación – nos estábamos cansando de esperarte, no es así, ¿querido?
El hombre que estaba ahí era alto, de porte varonil, cabello largo, de color blanco con rayos rojizos y unos intensos ojos verdes. Estaba sentado en una gran silla, que parecía un trono, misma que estaba enfrente de la mesa dónde habían empezado a jugar con la tabla. Sobre sus piernas, Adán estaba sentado, observando a Gerardo con seriedad, mientras que con su mano izquierda, acariciaba la cabeza de un enorme perro negro de ojos verdes; el ojigris estaba en perfecto estado y alrededor de la mesa, en las otras cinco sillas, estaban los cuerpos de sus amigos, incluyendo el del castaño. Todos parecían dormidos contra la superficie de la mesa.
-No – Gerardo pasó saliva – no puede ser…
-¿Te gustaron las visiones? – preguntó el hombre de cabello blanco – ¿te gustó verme en mi forma demoniaca? Es una mera formalidad – se burló – es la manera en la que debo mostrarme ante los humanos comunes.
El moreno seguía temblando en su lugar, sin atreverse a moverse, pues no sabía que estaba ocurriendo, aunque quizá, solo estaba soñando.
-No estás soñando – anunció el ojiverde con frialdad – de hecho, todo lo que pasaste, fue real… claro, de manera espiritual, pero real en cierto modo – se burló – desde que empezaron a usar la tabla ‘ouija’, todos cayeron en mis dominios y cuando empezó el juego de verdad, lo único que hicieron fue caer en trance, a mi mundo de pesadillas…todos, excepto Adán – acarició la mejilla del niño con suavidad y éste movió el rostro, ahondando la caricia – hice todo esto, para demostrarle la clase de gente que lo rodea – explicó – mentiras, traiciones, envidia, deseo… todo lo que representa a los humanos, para variar – dijo con sarcasmo – pero, lógicamente, debía protegerlo a él.
-¿Por qué? – musitó Gerardo.
-¿Por qué? – sonrió el mayor – es una gran pregunta – se movió y besó la sien del menor – porque Adán es mi futuro conyugue, el futuro gestante de mi progenie, el complemento de mi existencia – dio con toda seguridad – y realmente, me molestaba que todos se quisieran aprovechar de él y que tú, en el fondo, lo desearas y lo miraras de manera impropia – su gesto se endureció y el perro negro le gruñó al castaño, de manera amenazante, como un acto reflejo a la actitud de su amo.
-As… – la voz de Adán se escuchó, a la par que se recargaba en el pecho del mayor y acariciaba con sus manos un mechón de cabello – terminemos esto, por favor – pidió con suavidad y restregó su rostro contra la ropa del otro.
-Por supuesto, querido – besó el cabello negro con ternura y luego le dedicó una mirada a su perro – Donovan, acaba con esa quinta alma…
El perro se incorporó, empezando a rodear la mesa a la par que cambiaba de forma, creciendo y convirtiéndose en el enorme lobo de ojos rojos.
-No… – Gerardo camino hacia atrás, acercándose a la puerta, intentando abrirla, sin conseguirlo.
-Recuerda que solo uno puede salir con vida – anunció el ojiverde – y lamentablemente para ti, este juego, lo ganará Adán.
El lobo saltó sobre el castaño empezando a destrozarlo y finalmente, desapareció, convirtiéndose en un polvo negro, que fue directamente a la piedra que estaba frente a su cuerpo.
-Listo – anunció el mayor, movió la mano y las cinco piedras que estaban frente a los cuerpos, empezaron a flotar – ahora antes de que nos alimentemos con sus cuerpos, necesitamos hacer lo más importante, ¿estás listo? – preguntó para Adán.
El ojigris hizo un mohín y luego buscó la mirada verde – realmente, cuando lo haga, ¿sabré la verdad de ellos?
-Mi hermoso consorte – sonrió el peliblanco – cuando lo hagas, despertarás completamente – dijo con emoción – este es el sacrificio que se necesitaba para que tu pudieras abrir los ojos a la verdad, no solo de estos patéticos seres, sino de toda la humanidad – sentenció – no por nada, eres la parte que me arrebataron, reencarnada después de tanto…
-Entonces, ¿podremos estar juntos?
-Sí – asintió – aunque después, tienes que pasar por un proceso para soportar tu nuevo hogar, estaremos juntos, te lo aseguro.
Adán no entendía mucho de lo que el otro le hablaba, pero el ojiverde le había prometido respuestas, pero para eso, necesitaba terminar el ritual adecuado.
-Está bien – asintió el niño.
-Adelante…
El mayor acercó las piedras y las puso frente al ojigris, estas se convirtieron en pequeñas frutas, parecidas a moras azules y de esta manera, adán pudo comerlas sin problemas.
Cuando terminó de comer, los ojos de Adán se abrieron con sorpresa; desde la tabla ouija, que él mismo había hecho, una imagen se proyectó. Como si estuviera viendo una película, pudo ver lo que sus amigos le ocultaban, mientras la tabla se consumía en un fuego oscuro. Realmente, ninguno lo consideraba su amigo, todos estaban a su lado por interés; lo odiaban porque tenía lo que ellos jamás podrían tener, lo envidiaban no solo por su dinero, sino por sus cualidades y los cinco, deseaban que sufriera todo lo que ellos sufrían en sus casas y en casi cualquier situación cotidiana. Gritos, miserias, escases, falta de cariño y amor.
Después de eso, otras imágenes aparecieron frente a él, muy pocas las comprendía, pues eran de cosas del pasado, la historia de la humanidad se repetía una y otra vez, pero al final, llego a algo que no imaginó. Su familia eran los principales protagonistas de esa parte de la historia y cuando llegó a la muerte de sus padres, los ojos de Adán se humedecieron, pero en vez de lágrimas, fueron gotas de sangre las que empezaron a brotar de sus ojos, tiñendo sus pupilas de un rojo carmín intenso.
-Esa es la verdad – musitó el ojiverde – no puedes culparme – dijo con cansancio – hay reglas que, debido a mi condición actual, debo cumplir y por eso, no puedo hacer nada…
-Yo voy a ayudarte – sentenció el pelinegro y colocó las manos en el rostro del mayor – nunca volverán a separarnos, Astaroth…
Poco antes de medianoche, la puerta de la habitación principal, en la hacienda cafetalera se abrió de golpe.
Julia se incorporó en su cama, sorprendida por el ruido, pero al ver una silueta pequeña, vestida con un camisón blanco, casi fantasmal, frunció el ceño.
-¿Quién es? – preguntó con recelo.
-Adán…
-¿Qué haces aquí? – indagó con seriedad.
-Vine a festejar mi treceavo cumpleaños – anunció el menor con una sonrisa.
-¿Quién te trajo? – preguntó incorporándose y tomando la bata de dormir, para colocarla sobre su cuerpo – es muy tarde.
-Mi guardián… mi compañero… mi futuro amante – respondió.
La mujer movió la mano y encendió la lámpara que estaba en el buró; sus ojos se abrieron con sorpresa al ver a su nieto. Adán estaba completamente cubierto de sangre, su ropa, era como una túnica blanca, que parecía estar desgarrada en algunas partes, andaba descalzo y su cabello era más largo de lo que normalmente lo usaba, pero lo que le impactó, fue el color rojo en sus pupilas.
-¿Qué…? ¿Qué te pasó? – por primera vez, la mujer mostraba miedo en su mirada.
-Acepté mi destino, ‘abuela’ – siseó la última palabra.
-¿Qué? ¿De qué hablas? – ella tembló.
-Dijiste que los libros de ocultismo eran de mi abuelo – la voz de Adán era suave – eres una mentirosa – sentenció – los libros son tuyos…
-Adán – la pelinegra dio unos pasos hacia atrás – ¿qué cosas dices?
-Digo la verdad – anunció el menor – mi abuelo murió por que tu hiciste un contrato con Astaroth y después, tu pediste que los demás también fueran eliminados – acusó – mis padres, mi tío y su prometida, mi tía Blanca – enunció – y todo, porque mi madre, mi tía Blanca y Estefanía, estaban esperando hijos – rechinó los dientes – tenías miedo que tuvieran una mujer… tenías miedo que lo que Astaroth te dijo se cumpliera…
Julia movió la mano con lentitud, acercándola al buró – yo no leo esas tonterías – seguía hablando, tratando de distraerlo, mientras su mano buscaba algo en la gaveta – no sé quién te lo dijo pero… – sus dedos acariciaron el objeto que buscaba y lo sacó en un movimiento, poniéndolo delante de ella – ¡esto se acabó! – su voz era más segura.
Los ojos rojos observaron el amuleto de plata que la mujer traía en su mano y los delgados labios formaron una mueca divertida.
-¿Crees que eso te va a salvar, ‘abuela’? – preguntó con diversión.
Julia no alcanzó a reaccionar, pues en menos de un segundo, el menor estaba frente a ella, pero había otra figura en la entrada; se había movido tan rápido que parecía haber otra copia de él.
-Él quiere el pago que le has negado durante años – la voz de Adán era fría, movió la mano y sujetó el amuleto con ella – y yo voy a ayudarle a obtenerlo, para que pueda ser libre por completo, ahora que estaré a su lado – ejerció presión y el objeto crujió.
-¡No! – la mujer intentó recuperarlo, pero era demasiado tarde, el material se había fragmentado y poco a poco, empezó a desmoronarse – no, no, ¡no! – chilló ella – es imposible… ¡tú no puedes!
-Puedo – sonrió el menor – creías que solo una mujer podría destruir tu amuleto, porque él te dijo que de tu familia saldría su cónyuge, quien le daría hijos, pero estabas equivocada – sentenció – lo que él buscaba era mi pureza – sonrió de lado – mi unión con él, esa que aquellos que temen su poder, intentaron romper, para que no pudiera ser tan poderoso como en antaño – dijo con seriedad – pero ahora, puedo pertenecerle…
-¡Imbécil! – gritó ella y se cubrió el rostro, que con rapidez, empezaba a denotar la marca de su verdadera edad.
-Esto se acabó abuela…
La recamara se cubrió de oscuridad y Astaroth apareció con su forma demoniaca y tras él entró su enorme lobo.
-He venido a cobrar, Julia – sonrió divertido y la mujer tembló al verlo, pues ahora, sin su amuleto, nada evitaría que el demonio se acercara a ella.
La desaparición de Julia Del Valle fue un caso difícil de ignorar, pues no solo había desaparecido ella, sino su nieto, junto con cinco amigos y en la casona, lo único que encontraron, fueron los restos de una especie de tabla de madera, que parecía haber sido consumida por el fuego.
Las investigaciones no dieron respuesta al misterio, pero sin pistas suficientes, tuvieron que cerrar el caso. Debido a esto y a las supersticiones de las personas, la familia Del Valle cayó en desgracia y Luis del Valle, no pudo mantener a flote el negocio familiar, por lo que puso en venta todas sus propiedades, aunque nadie parecía querer comprarlas.
Años después, un joven llegó al pueblo, comprando la antigua casona Del Valle y también la Hacienda Cafetalera. Muchos decían que ese joven se parecía a Adán, pero nadie podía confirmar que era él, pues de ser así, sería mayor y el jovencito, parecía tener la edad del niño cuando desapareció; todos se daban cuenta que un aire de misticismo lo cubría, especialmente porque, aunque vivía solo, siempre tenía muchos sirvientes que lo atendían y jamás salía de la Hacienda, más que en escasas ocasiones que podían verlo en la casona del pueblo, recorriendo el pintoresco poblado, acompañado de un hombre albino.
Ok, como dije en patreon, espero me disculpen si encentran faltas de ortografía muy notorias, además de ciertos errores de continuidad, que por el momento, aunque quise, no pude corregir. Se me hizo muy tarde en poder terminar la historia, incluso, la quería terminar el domingo, pero como supieron, me puse al de mi enfermedad y no pude hacerlo, así que la terminé a las carreras el lunes 30 y como necesitaba aun descansar, ya no pude editarla completamente como quería, y pues también necesitaba publicarla para concluir con el evento de Halloween.
Quizá esta historia no quedó tan bien como yo quería o como ustedes esperarían pero si me urgía sacarla, es porque es importante para la continuidad de mi saga de 'Realtos Oscuros', que muy pronto les traeré algo más.
En fin, espero que a pesar de todo les guste, ya luego le haré una revisión edición especial ^..^
Nos leemos.
Quizá esta historia no quedó tan bien como yo quería o como ustedes esperarían pero si me urgía sacarla, es porque es importante para la continuidad de mi saga de 'Realtos Oscuros', que muy pronto les traeré algo más.
En fin, espero que a pesar de todo les guste, ya luego le haré una revisión edición especial ^..^
Nos leemos.
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