Capítulo V
Los días antes de la luna llena, Bartod los pasó regañando a su hijo, quien, no había salido de la cama, por el cansancio que lo agobiaba; pero al peliazul no le importaba. El haber encontrado el cuerpo del albino, sin sentido, después de un ritual, era una deshonra; debía ser lo suficientemente fuerte para llegar a su habitación.
Skoll no le prestaba atención, ya estaba acostumbrado a ese tipo de situación; pero le preocupaba lo que pudiese ocurrir el día de la ceremonia; si cometía otro error, su padre, seguramente se lo haría pagar con creces y, conociéndolo, si avergonzaba al clan Eroim sería capaz, incluso, de matarlo.
Desde que el peliblanco supo que él debía convertirse en el sumo sacerdote, para ocupar el lugar de su hermana, el miedo se había apoderado de él; pero, le reconfortaba pensar que faltaba mucho para ese día, ahora, a unos días de que tomara posesión de ese cargo, ya no se sentía tan seguro.
Según las indicaciones para ese importante evento, antes de que el sol saliera, Skoll debía introducirse a la cueva del manantial y no salir de ahí, hasta que el ocaso llegara; lo que le suponía que la cueva estaría oscura, tanto en su trayecto de entrada como de salida. Lo único que le consolaba en ese momento era que, en esa ocasión, podía llevar un farol para ayudar en su andar, el cual, había sido preparado para ese ritual, por los demás sacerdotes del templo, desde su cumpleaños.
Pero ahí no terminaba su calvario.
Skoll debía estar bajo los rayos de la luna llena, toda la noche, por tanto, debía quedarse, hasta el amanecer, en las rocas sagradas; hincado, orando, meditando y, lo principal, no debía dormirse, por muy cansado que estuviese.
Según su padre y la historia de su familia, si al salir el sol, se encontraba una flor de sangre en alguna de las rocas sagradas, significaba que el Dios del bosque, lo había aceptado; en caso contrario podría ser que no estaba preparado o, simplemente, no era digno. De ser la primera opción, entonces, podrían intentarlo en la siguiente luna llena, pero, si nuevamente, no era reconocido como sumo sacerdote, la desgracia caería en la familia.
-Por eso… – Bartod señaló a su hijo, quien aún estaba en su cama – más vale que demuestres valor, no quiero que te pongas a llorar, cómo la primera vez que estuviste en el manantial.
Skoll apretó las sabanas en sus manos y no respondió; en ese momento quería llorar, pero si lo hacía, su padre lo castigaría y ya tenía suficiente con el sermón.
-Vendré por ti antes del amanecer y espero, por tu bien, que estés preparado – gruñó el peliazul, dando media vuelta y saliendo de la alcoba.
El albino sollozó y se hizo un ovillo en la cama, cubriéndose con las mantas completamente y, aferrándose a las sabanas que estaban debajo; sus lágrimas caían sin control, mientras sus manos ejercían presión en las telas.
-Si en verdad existes, señor del bosque Nyrn… – susurró con vehemencia – ayúdame… – pidió con ansiedad y, por primera vez en años, esa súplica salía de su corazón.
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