Eran las cinco con cincuenta, cuando Paul estaba acomodando sus cosas para salir de la oficina.
-Licenciado – Gabriela se asomó por la puerta – me hablaron de la florería, su ramo está listo para que pase por él…
-Gracias Gaby – sonrió animoso.
-El primer año de casado, ¿cierto? – indagó la chica – es tan romántico festejar algo así…
-Sí, y pienso festejarlo como se debe – le guiñó el ojo – llevaré a mi esposo a cenar y después, a pasar una hermosa noche… Me retiro.
-Qué le vaya bien licenciado…
El castaño salió de su oficina con paso apresurado, tenía que pasar a la florería y después, ir a su casa; estaba seguro que su esposo, Esteban, debía estarlo esperando porque le había avisado, que harían algo especial para festejar.
-Este será un día especial… – sonrió feliz.
* * *
De camino a la florería, el castaño pensaba en su esposo y en todo el tiempo que habían compartido. Esteban era un hombre de cabello negro, ojos miel y sonrisa seductora; era gay y lo externó desde temprana edad, aprendiendo a sacar provecho de sus cualidades, pues, siendo un chico extremadamente atractivo, envolvía en su juego a más de uno que se consideraba heterosexual.
Conoció a Paul en la universidad y, primero, se hicieron amigos, para después, pasar a una relación formal en los últimos años de sus respectivas carreras. Paul sabía la fama que tenía Esteban, todos sus amigos se lo habían dicho, pero él lo amaba tanto que no le importó en lo más mínimo; además, el pelinegro le había jurado que lo amaba y, no tenía por qué dudar.
Por eso, se fueron a vivir juntos; la casa era de Esteban, pues había sido de sus padres y éstos, se la dejaron al morir, junto con una gran herencia, aunque el pelinegro trabajaba y no la necesitaba. No tenía hermanos, y sus demás familiares no lo soportaban por ser gay, así que, de familia, era completamente huérfano. Paul por su parte, tenía el apoyo de su familia y amigos, aunque a nadie le caía bien su pareja, por considerarlo alguien demasiado falso.
Así, después de tres años y medio de vivir juntos, cuando por fin pudieron casarse legalmente, hicieron una boda sencilla, a la cual, solo asistieron sus testigos y unos cuantos familiares de Paul. A pesar de eso, ambos parecían felices y dichosos.
-¿Estás feliz? – preguntó el castaño cuando ambos estaban en la alcoba nupcial.
-Podría morir de felicidad – sonrió el pelinegro, abrazándolo con fuerza – por fin, estamos casados – rió divertido – jamás pensé que esto iba a suceder de verdad…
-Yo jamás lo dudé – susurró el otro antes de besarlo en los labios y desvestirlo con extrema lentitud, bajando a la piel que dejaba al descubierto, pero se detuvo al encontrar una prenda delicada, debajo del traje – ¿Qué…?
-Pensé que te gustaría algo así para esta noche – Esteban sonrió coquetamente.
Paul se relamió los labios, a su pareja le gustaba usar lencería atrevida y, que podía ser catalogada de mujer; era un fetiche raro, pero él había aprendido a disfrutarlo y, siendo ahora esposos, lo haría mucho más…
* * *
Eran las seis y media de la tarde, cuando varias sirenas se escucharon en una colonia de clase media; policías, bomberos y paramédicos llegaban a la escena. Una enorme casa había estallado, poco después de que los vecinos escucharan disparos en la misma.
El lugar era un caos total; los bomberos luchaban contra las grandes llamaradas que habían alcanzado uno de los árboles del patio y amenazaban con llegar a la casa vecina. Los policías acordonaban la zona, tratando de mantener a los vecinos curiosos alejados y, los paramédicos, esperaban impacientes, pues no sabían cuantos cuerpos encontrarían, o si saldría alguien vivo que necesitara atención urgente.
Casi a las siete, el fuego había sido controlado y, en ese momento, llegaba un automóvil a la propiedad. El hombre, de cabello castaño, bajó corriendo del vehículo, tratando de llegar a lo que quedaba de su casa.
-¡Esteban! – gritó con desespero, pero uno de los agentes lo detuvo.
-No puede pasar, no es seguro.
-¡Mi esposo! ¡¿Dónde está?!
-Cálmese – pidió otro sujeto uniformado acercándose – no hemos encontrado a nadie…
-¿No estaba en casa? Eso es… – Paul sonrió con algo de incertidumbre, parecía tratar de aferrarse a esa esperanza.
-No, me temo que sí había alguien en la casa – sentenció uno de los peritos – los testigos dicen que se escucharon disparos.
-¡¿Disparos?! – el castaño abrió los ojos desmesuradamente y negó – ¡¿de qué habla?!
En ese momento, un par de bomberos sacaron un cuerpo y, nadie pudo evitar que el castaño corriera a su encuentro.
-¡Esteban!
-No – el bombero lo detuvo – es una mujer – indicó.
-¿Una mujer? – preguntó el hombre casi en un murmullo.
-Por favor, venga conmigo, por favor… – indicó el agente que momentos antes le estaba hablando.
El sujeto llevó al castaño al automóvil del cuál bajó y lo obligó a sentarse en el asiento del piloto; necesitaba obtener información.
-Soy el agente Raúl Jiménez, necesito hacerle unas preguntas – su voz sonaba condescendiente, tratando de que el otro se calmara y, cuando recibió un movimiento de cabeza para asentir, prosiguió – ¿cuál es su nombre y edad? – pidió.
-Paul… Paul Zúñiga – respondió con debilidad – tengo veintiséis años…
-¿Esta es su casa?
-Sí – asintió débilmente – es mi casa y la de mi esposo, Esteban Castro – levantó la mirada con seriedad – hoy… hoy cumplimos un año de casados…
-Entiendo – dijo el hombre con calma, mirando con pena el enorme ramo de rosas que estaba en el asiento del copiloto y anotando las cosas en una libreta – tenían alguna visita, una amiga…
-No, no sé que hacía esa mujer en mi casa…
-¿Alguna amante, quizá? – indagó un sujeto que se acercó en ese momento.
-¡Mi esposo y yo somos gais! – soltó el castaño – y él jamás, jamás me engañaría.
El primer agente miró a su compañero con desaprobación, estaba alterando al testigo. En ese momento, los bomberos sacaban otro cuerpo.
Paul saltó del asiento, corrió y sin detenerse, quitó la manta que cubría el cadáver quemado, pero pudo reconocerlo; Esteban estaba muerto.
-No… No… ¡No! – se aferró al cuerpo con desespero, llorando amargamente – mi amor…
Detuvo el movimiento de los trabajadores que llevaban el cuerpo, quienes no supieron qué hacer. Los policías le dieron unos minutos, por lo que los bomberos se retiraron, dejando el cadáver en el suelo.
-Esteban… – sollozó el castaño, acariciando la mano que aún portaba el anillo de matrimonio que, un año atrás le había entregado en la ceremonia de su boda – mi vida…
-Señor Zúñiga… – el agente interrumpió al castaño.
-¿Si? – se limpió las lágrimas con rapidez.
-Tiene que reconocer el otro cadáver.
-Ya le dije que no sé quién es la mujer, ni qué hacía en mi casa…
-No – negó – me refiero, al otro hombre.
El sujeto señaló un tercer cuerpo, que acababan de sacar de la casa y Paul se quedó observando el cadáver, con un gesto de sorpresa en su rostro.
* * *
Paul había pasado la noche en la comisaría y después, en la morgue, donde el servicio forense hacía la investigación pertinente. Aunque no quiso avisarle a su familia, su hermana Rebeca, llegó a su lado para apoyarlo, a primera hora de la mañana.
-¿Estás bien?
-¿Qué haces aquí? – preguntó el castaño con media voz.
-Nos hablaron de la policía, uno de los agentes que lleva el caso, no cree que estés bien y…
-Estoy bien – dijo con debilidad – fue un accidente con la tubería de gas, es todo…
-Pero, dijeron que…
-¡No! – gruñó – solo fue eso, ¿de acuerdo?
-Está bien… – asintió la castaña, observando a su hermano con tristeza.
Ambos tomaron asiento, para esperar pacientemente, alguna noticia, aunque ella, de antemano sabía que nada iba a conseguir, pues tardarían un tiempo en entregarles el cuerpo, pero no quería presionar a su hermano.
Minutos más tarde, el agente Jiménez llegó a la sala de espera, acompañado de una mujer.
-Señor Zúñiga – llamó con debilidad, consiguiendo que el castaño levantara la mirada – quiero presentarle a Fátima Beltrán…
Paul levantó la mirada y observó a la joven de cabello negro, que no traía maquillaje y portaba un vestido negro.
-Ella… – prosiguió el agente – es hermana de Fabiola Beltrán, la joven que encontramos muerta en su casa, el día de ayer y, creo que deberían hablar un poco, para entender esta situación.
Ninguno dijo nada, el silencio reinó, hasta que Rebeca tomó las riendas de la situación.
-Quizá, no es el mejor lugar, podríamos ir a tomar un café – sonrió débilmente – seguro no has comido nada desde ayer…
Paul asintió y se puso de pie. Su hermana y la otra joven lo siguieron, después de pedirle al agente que los mantuviera informado de cualquier cosa que arrojara la investigación y de cuándo podría llevarse el cuerpo.
* * *
Paul, Rebeca y Fátima, estaban sentados en una mesa, en un café que estaba frente a la comisaría. Paul no había dicho nada, pero las mujeres pidieron café para ellas y, Rebeca le pidió un desayuno ligero a su hermano.
Una vez más, nadie dijo nada, hasta que la pelinegra recibió su café.
-¿Sabes…? – su voz era débil – ¿sabes que hacía mi hermana en tu casa? – preguntó con seriedad.
Paul levantó la mirada y negó – no – respondió débilmente.
-Fabiola – empezó mientras meneaba la taza de su café – se casó hace tres años con Gerardo – explicó lentamente – toda la familia pensaba que tenían un matrimonio feliz, por eso mi padre lo hizo contador general de nuestra empresa de paquetería – parecía contener el coraje – y, a pesar de que él se daba cuenta que Gerardo robaba algo de dinero, no decía nada porque Fabiola era su pequeña niña consentida y, ella era feliz con ese zángano…
-¿Eso que tiene que ver con mi hermano? – Rebeca levantó una ceja, pero dijo exactamente las palabras que Paul no parecía poder externar.
-Hace días, mi hermana se enteró que su esposo la engañaba – dijo con desprecio – pero, a diferencia de muchos amoríos que le conoció y de los que yo estaba enterada, porque ella me los confesaba – explicó – dijo que este no se lo iba a perdonar, porque esta vez, la estaba engañando con un hombre – su mirada era fría y desdeñosa – y, por las pruebas que tenía, al parecer, llevaban varios meses de relación…
-¿Qué quieres decir? – Paul levantó la mirada.
-Ella me dijo que iba a tomar cartas en el asunto – suspiró la pelinegra – yo pensé que se iba a divorciar y lo iba a demandar por adulterio, pero ayer, me dejó un mensaje en mi buzón – su voz se quebró – dijo que iba a matar a Gerardo y a su amante y… hoy… cuando llamaron a casa… supimos…
Las lágrimas no la dejaron seguir hablando, agarró la servilleta y se limpió el rostro.
Paul parecía impactado con la noticia; su respiración era algo desacompasada y estaba pálido. Rebeca le acarició la mano con suavidad, estaba segura que su hermano estaba muriéndose por dentro, debido a lo que acababa de escuchar.
-No sé qué pasó – prosiguió la pelinegra – pero obviamente, todo acabó… – suspiró – el otro cadáver es el de mi cuñado – dijo con seguridad – y es obvio, que su amante, era tu esposo…
* * *
En la investigación, todo salió a la luz.
Esteban había engañado a Paul durante casi diez meses, pues, cuando le decía que tenía viajes de negocios, se iba con su amante; encontraron pruebas entre las cosas de Gerardo que lo comprobaban, además, de que era quien pagaba muchas facturas, pues el dinero de Esteban estaba intacto en el banco.
La semana que duraron las investigaciones, Paul no fue a trabajar, pues, siendo la familia de Fabiola, muy conocida, la noticia llegó a los noticieros y, todo el mundo, supo lo que había sucedido; el castaño se quedó en la casa de sus padres, y ahí recibía a los agentes e incluso, al abogado de su difunto esposo.
-El señor Castro me había contactado dos semanas antes del accidente, más o menos – anunció el hombre con canas, sentado en el comedor, pues ahí lo había recibido Paul a solas – me dijo que quería divorciarse de usted pero, lamentablemente, falleció antes de que iniciara los trámites – explicó – por tanto, todas sus posesiones ahora son suyas…
El castaño se mantenía en silencio.
-La casa, obviamente sufrió pérdidas con el incendio, pero estaba asegurada por una cuantiosa suma de dinero, por tanto, el seguro se encargará de todos los gastos… También, el señor Castro pagaba un seguro de vida y se le entregará la cantidad, a usted, en los próximos días – explicó con toda la calma del mundo – ahora, solo necesito que me firme unos documentos, para poner a su nombre las cuentas de banco y las diferentes propiedades que el señor Castro tenía.
-¿Qué… cosa? – Paul levantó la mirada.
-Bueno, le recuerdo que usted, como viudo, es el dueño de todas las propiedades de las cuales, el señor Castro era el dueño…
-¿No era solo la casa?
-Ah, no… – el abogado rió nerviosamente – en los últimos años, el señor Castro recibió regalos de varias personas en propiedades y objetos de valor, que guardaba en una caja de seguridad y ahora, todo le pertenece…
-Entiendo…
-Ahora, por favor – el hombre se puso de pie y acercó los documentos a Paul – firme aquí y, en unos días, puede tomar posesión de todo, incluso, del departamento en el pent house del edificio ‘Diamante’, el cual, el señor Castro apenas había firmado las escrituras, un par de días antes del accidente…
Paul firmó, pero parecía ausente, con ello, el abogado prefirió no decir más, respetando el dolor que el otro pudiera tener.
* * *
Casi tres semanas después, todo el caso había sido resuelto.
Fabiola había descubierto las infidelidades de Gerardo y, lo siguió el día del accidente, hasta la casa dónde fue a buscar a su amante, pues al parecer, Esteban no había ido a su cita en el departamento de un edificio dónde se miraban, el cual, no era el edificio ‘Diamante’.
Mientras los amantes discutían, porque al parecer, Gerardo ya no le podía cumplir los caprichos a Esteban, Fabiola entró a la casa por la parte trasera, subiendo hasta la segunda planta con sigilo, dónde le disparó a Gerardo, dejándolo herido en la habitación; Esteban intentó escapar, pero, forcejeó con la mujer en la planta baja, dónde ella lo hirió con el arma. Después de esto, Fabiola abrió las llaves de gas de la cocina y antes de salir, mató a Esteban, pero, no pudo escapar, pues Gerardo bajó y mientras ellos estaban discutiendo, el gas llenó la planta baja y, cuando Gerardo le disparó a ella, el gas explotó. Debido a las heridas que ambos tenían, no pudieron salir de la casa y murieron quemados.
Los periódicos y noticieros, difundieron la noticia, y todo el mundo supo lo que había ocurrido. En el trabajo de Paul, todos lo apoyaron y nadie se atrevió a decir nada sobre él y su difunto esposo; de igual manera, la familia de Fabiola, se desentendió con rapidez, alejándose de los medios.
* * *
La familia de Paul se reunió en la capilla de cremación; el castaño tenía días ausente, aunque había vuelto al trabajo, le habían dado vacaciones. No hablaba con nadie, ni siquiera con su hermana; aunque todos trataban de darle ánimos.
No lloró frente a nadie, manteniendo solo un semblante triste, que más bien era uno decepcionado.
-Paul… – Rebeca se acercó a su hermano cuando el féretro fue llevado a incinerar – las cenizas las entregarán en unas horas, ¿quieres ir a comer algo?
-No – negó él – váyanse ustedes, yo, quiero esperar…
-Pero, ¿por qué?
-Quiero estar solo – dijo con voz baja – tengo tres semanas que no he tenido un momento de paz, creo que lo merezco – reprochó.
La castaña respiró profundamente y asintió; le dio un beso en la mejilla a su hermano y caminó hacia sus padres y familiares, diciéndoles lo que el otro deseaba. Todos se retiraron en silencio.
Cuatro horas más tarde, cuando le entregaron las cenizas, Paul subió a su automóvil, alejándose del lugar.
* * *
La puerta del lujoso pent house se abrió, Paul entró al departamento, respirando el olor a limpio y nuevo que envolvía todo el lugar.
Caminó hasta el ventanal que daba a la gran terraza y salió, con la urna en manos; se quedó en la orilla del barandal y observó la ciudad.
-Es una gran vista – dijo con lentitud – es obvio que iba a ser tu preferida…
Hizo un movimiento y estuvo a punto de abrir la urna para soltar las cenizas al viento, pero se detuvo.
-No… No puedo hacerlo… – negó – tú te mereces algo más…
Volvió a cerrar la urna y regresó al interior del departamento, yendo directamente a uno de los 4 baños que había y tirando las cenizas en el excusado.
-Te amé – dijo mirando los restos de su ex esposo – te perdoné todos y cada uno de tus engaños – dijo entre dientes – no me importaba tener que compartirte con todos esos hombres que te cumplían esos caprichos que yo no podía, todo porque pensaba que me amabas… Pero aún y que yo sí te fui fiel en todo este tiempo, adorándote como si fueras lo más sagrado de este mundo, te ibas a divorciar de mí – espetó con desprecio y una sonrisa burlona se dibujó en sus labios – fue una lástima que te hayas emborrachado y me lo hayas dicho, ¿no es así, mi amor? Al menos, las cosas resultaron mejor de lo que esperé – bajó la palanca del excusado y salió de ahí.
Paul por fin se sentía libre, pues durante esas semanas, tuvo que fingir dolor, decepción y vergüenza, cuando había sido gracias a él, que Fabiola se enteró de todo y, debido a eso, ella, Esteban y Gerardo, estaban muertos.
Caminó a la recámara, desabrochó su saco y de una bolsa interna, sacó una pequeña libreta; era la agenda de Esteban, donde tenía todos los números de sus amantes.
-Es hora de anunciarles, a todos tus novios, que has muerto – sonrió – aunque obviamente, ya deben saberlo, pero, si necesitan un reemplazo y algo de consuelo, yo tomaré tu lugar – dijo con diversión, aflojando el nudo de su corbata y lanzándose contra el colchón – después de todo, contigo aprendí a disfrutar de la versatilidad…
* * *
Despedida:
Bien, esta historia es un poco compleja, pues tenía mucho más trasfondo del que mostré en el momento en que la escribí, pero es difícil dejar cabos sueltos que sean explicados hasta el final, aún así, espero que la hayan disfrutado.
Bien, esta historia es un poco compleja, pues tenía mucho más trasfondo del que mostré en el momento en que la escribí, pero es difícil dejar cabos sueltos que sean explicados hasta el final, aún así, espero que la hayan disfrutado.
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