El sonido insistente de un celular, se escucha en la habitación; la mano de un hombre se mueve con dificultad sobre el buró y sujeta el aparato con pesadez. Parece que no ha dormido nada, pero cuando su borrosa mirada alcanza a distinguir los números de su teléfono, se da cuenta que es algo tarde, comparado a la hora que normalmente despierta, aun así, se sentía extenuado.
Poco a poco, algunos recuerdos de lo que pasó el día anterior llegan a su mente, especialmente lo que ocurrió en la oficina, cuando fue por su esposa y ella le avisó que iría a cuidar de su padre en otra ciudad, pues estaba en el hospital, además de sacar el tema que él menos quería.
* * *
-Tu hijo ni siquiera está aquí, no responde tus mensajes o llamadas – Monserrat estaba molesta – olvídalo, ¡quiero un hijo propio!
-Mi amor, tú ya tienes un hijo – yo estaba cansado de esa discusión – y además lo quiero como si fuese mío…
-Imanol no heredará nada – gruñó ella – menos por ser hijo de ese imbécil que solo quería asegurar su futuro, quiero un bebé sano y fuerte, que no tenga en sus genes nada que me recuerde a Raúl…
Suspiré, no comprendía por qué tanto odio hacia su propio hijo; ciertamente era un niño delicado, algo enfermizo, pero eso era por su condición, ya que tenía albinismo y además, era fotosensible, por lo que no podía exponerse mucho a la luz del sol o le causaba serias erupciones en su delicada piel, así que normalmente salía con ropa que le cubría todo el cuerpo, incluso el rostro de ser posible. Eso le ocasionaba problemas de autoestima y lo convirtió en un niño retraído, pues sus compañeros de escuela se burlaban de él, pero Monserrat en vez de ayudarle y apoyarlo, lo regañaba más.
-Amor, al menos yo, ya no soy tan joven y…
-Si no me das un hijo tú, lo conseguiré de alguien más – sus palabras me sorprendieron – tienes esta semana para pensarlo, porque cuando vuelva, espero un sí o ¡el documento del divorcio voluntario!
-No puedes estar hablando en serio…
-¡Ponme a prueba! – ella se cruzó de brazos y me miró con superioridad – soy capaz de hacer cualquier cosa con tal de que Raúl no toque un solo centavo de lo que por derecho le corresponde, solo por ser el padre de Imanol.
-Pero él ya casi no tiene derecho sobre Imanol…
-Sí, pero se aprovecha de él para conseguir lo que puede – dijo con desagrado – Imanol me ha pedido más dinero últimamente y seguro es porque su padre se lo ordena, cada vez que le toca verlo.
-Pero, Montse… nunca te había visto tan irracional…
-Ya basta, Nicolás, ¡es mi última palabra! – me señaló con frialdad – tómalo o déjalo
Eso había hecho que me diera cuenta que no podía razonar con ella, al menos no ese día; decidí salir e ir a despejar mi mente, yendo a un bar; bebí lo suficiente como para marearme, pero no tanto como para perder el conocimiento, aun así, no me quise arriesgar a manejar de regreso y tuve que pedir un taxi.
* * *
-Creo que bebí demasiado… – musita cansado.
Intenta mover su otro brazo, pero parece que no puede, está entumido; gira el rostro y posa la vista a un lado, ya que siente algo de peso sobre su cuerpo, pero al ver el cabello platinado se asusta tanto que casi da un grito. Se cubre la boca con la mano libre y aprieta la mandíbula; algo no está bien, en ese momento no recuerda lo que ocurrió después de regresar a su casa, pero debió ser algo grave. Pasa saliva con dificultad y niega, mientras el pequeño y delicado cuerpo de Imanol, está a su lado, abrazándolo con suavidad, dormido con un gesto de infinita paz.
-No… puede… ser…
El miedo lo invade, pero tiene que sobreponerse de inmediato; debe salir de ahí. Trata de moverse con lentitud, para no importunar al otro y alejarse, pero en cuanto se aleja unos centímetros, los ojos de ese tono gris claro, que solo había visto en ese niño, se abren con pereza y un bosteo lo asalta con rapidez.
-Hola… – sonríe y un escalofrío recorre la columna vertebral del mayor.
-Ah… Im… Imanol – musitó el pelinegro – ah… qué… ¿qué haces aquí?
-Pues… acabo de despertar… – respondió divertido – anoche dormimos juntos…
-¡¿Qué?! – los ojos miel se abrieron con sorpresa, pero su rostro se contorsionó en una muestra de terror.
-Sí – asintió el menor y restregó su rostro contra el pecho del otro – anoche dijiste que yo era mejor que mi mamá y no sé por qué, repetías con insistencia algo de un bebé – rió.
-¿Mejor que Montse? ¡¿Bebé?! – se incorporó de un salto – oh, no, ¡mierda! – su respiración se agitó y sus nervios se crisparon aún más al ver que estaba completamente desnudo.
-¿Qué? – indagó el niño con algo de confusión y se incorporó también, sentándose en el colchón.
Cuando la manta se movió, dejando el cuerpo desnudo del menor al descubierto, Nicolás se dio cuenta que tenía muchas marcas en la piel y algunos recuerdos de la noche llegaron de golpe.
* * *
Abrí la puerta del patio pero me detuve un poco antes de entrar, estaba algo mareado; el perro de Imanol ladró en cuanto entré.
-¡Cállate, Rex! – dije molesto.
Al escuchar mi voz, el animal se quedó en silencio; caminé hasta la casa, aunque mis pasos eran un poco torpes y antes de que pudiera llegar a la puerta, esta se abrió. Imanol se asomó y me vio con sorpresa.
-¿Qué haces despierto? – pregunté confuso, pues sabía que era muy tarde para él, aunque aún faltaban dos horas para la media noche.
-Mamá no está – anunció con algo de debilidad – pensé que te habías ido con ella y… quería ver algo en televisión… por favor… no me acuses… – pidió con desespero y sus ojitos se llenaron de lágrimas – mamá se enoja si no duermo temprano…
Mirar su rostro tan desvalido me causaba ternura, era un pequeño tan lindo, tan delicado, tan dulce, bastante dócil; realmente no comprendía como Monserrat podía ser tan dura con él, era solo un niño.
-No le diré – dije mientras estiraba mi mano hasta su barbilla y mis dedos acariciaron su labio inferior, que se miraba sonrosado – anda, ve a ver la televisión, yo necesito tomar algo de agua…
Me permitió entrar y fui directamente a la cocina, mientras él volvía al sillón de tres plazas, frente a la televisión; bebí un vaso grande de agua fría, pues sentía la garganta seca. Regresé mis pasos a la sala, pero antes de subir las escaleras, fui con Imanol.
-¿Dónde está Ceci? – indagué curioso, ya que la sirvienta que trabajaba en la casa, normalmente no se iba a dormir hasta que Imanol lo hacía.
-Cuando mamá vino por su equipaje, estaba muy molesta, aunque no sé por qué – suspiró – le ordenó a Ceci que se fuera el fin de semana, para que me las arreglara solo…
Gruñí, realmente mi esposa buscaba hacerle la vida imposible a ese niño – y ¿Ceci se fue?
-Sí… mamá es la que le paga… además, si no la obedecía, posiblemente se enojaría más…
Él tenía razón, era Montserrat era quien pagaba para que cuidaran de Imanol, pero su carácter era demasiado explosivo cuando se trataba de su hijo, así que seguramente la sirvienta se fue para no provocarle más problemas al niño, pero a pesar de que estaba algo ebrio, aún tenía lucidez para preocuparme por él – si eso ocurrió en la tarde… ¿qué cenaste?
-Cereal – respondió con una dulce sonrisa.
-¿No quieres cenar algo más?
-No – negó – no tenía mucha hambre de todos modos…
-Bien… iré a dormir – anuncié y di media vuelta.
-Nicolás… – su voz hizo que detuviera mis pasos – ¿puedes acompañarme?
-¿Acompañarte? – levanté una ceja – ¿por qué?
-Bueno es que… quería ver una película de terror, pero no me atrevía y… ahora que estás aquí… bueno… si no te molesta…
Suspiré, no me quería quedar en la sala porque estaba cansado, pero tampoco quería desairarlo – puedo acompañarte – dije con pesadez – pero, preferiría verla en mi habitación, necesito descansar un poco.
-Ah… – él bajó el rostro – si no querías acompañarme, solo lo hubieras dicho – reclamó – no, no importa… veré otra cosa…
-Pero solo te dije que la viéramos en la habitación…
-Sabes que a mamá no le guste que entre a su recámara – suspiró – y no me quiero meter en problemas…
-Cierto… – musité pasando la mano por mi cabello, había olvidado que a mi esposa no le agradaba que su hijo entrara a nuestra alcoba, ni a muchos otros lugares de la casa cuando ella estaba presente – pero, ella no está… – con esa frase, Imanol levantó el rostro y sus hermosos ojos me vieron con sorpresa – y volverá hasta la otra semana – me alcé de hombros – si tú no le dices que estuviste en la recámara, yo no le digo…
-¿De verdad? – una hermosa sonrisa adornó sus labios.
-Sí, anda, vamos – extendí la mano y él la sujetó con rapidez.
Imanol apagó la televisión y ambos subimos las escaleras, caminamos a la habitación y cuando él entró, me sorprendió darme cuenta que estaba algo cohibido.
-Ve a la cama – indiqué dándole un pequeño empujón en la espalda – yo voy a cambiarme…
-Está… está bien… – asintió y con paso tímido fue a donde le dije, pero solo se sentó en una orilla.
Negué, caminé hasta él – acomódate bien…
-Pero…
-Nada malo va a pasar – aseguré – tu mamá no se enterará.
-Bueno…
Se subió al colchón y gateó hasta el centro, después, le entregué el control de la televisión – toma, busca tu película…
Imanol asintió y yo fui al vestidor; empezaba a sentir que me dolía la cabeza y seguramente me quedaría dormido casi de inmediato. Mientras buscaba ropa, escuché la voz de Imanol, pero no le puse atención, así que le respondí con un “ajá” y seguí con mi trabajo, pues solo quería ponerme cómodo, lavar mis dientes y dormir.
Cuando por fin terminé, caminé a la puerta y al abrirla, un sonido familiar me hizo quedarme helado; eran gemidos de chica. Por un segundo, mi cerebro reaccionó y entendí lo que él había dicho cuando yo estaba en el baño; “tienen más canales que en la sala, ¿puedo ver alguno?”, eran los canales para adultos que mi esposa y yo mirábamos de vez en cuando.
Volví a la habitación de inmediato y le arrebaté el control a Imanol, apagando la televisión.
-¡Eso no es para niños! – le grité.
Su rostro mostró el miedo que mi reacción le causó y pronto, sus ojitos se llenaron de lágrimas – lo… lo siento – sus manos fueron a su rostro y empezó a llorar desconsolado.
Me di cuenta que mi reacción no había sido la correcta en ese momento – perdón… – me senté de inmediato y lo abracé, jamás le había gritado a Imanol, de hecho, no teníamos una gran relación porque su madre no me permitía acercarme a él como un padre – no quería gritarte, perdóname…
Él se abrazó a mí y siguió llorando por unos minutos, hasta que se solo empezó a sollozar débilmente; lo alejé un poco y lo obligué a verme al rostro, levantando su carita.
-Lo siento, ‘peque’, pero esas cosas no son apropiadas para ti…
-Pero… pregunté… si podía… verlos… – dijo con dificultad, porque su respiración aún no se regulaba del todo.
-Sí, lo sé… es mi culpa, perdóname – repetí y le besé una mejilla sonrojada – ya no llores…
Él asintió y luego me miró a los ojos – ¿por qué… no puedo ver eso? – preguntó confundido.
-Ah… bueno… son cosas para adultos – sonreí nervioso, no sabía cómo explicárselo.
-Las cosas para adultos… son… – se mordió el labio – son muy… interesantes… – dijo en un murmullo.
-Bueno, sí, algo – me alcé de hombros – pero no puedes ver eso hasta que crezcas…
-¿Por qué?
-Pues… porque – titubee, no sabía qué decirle – bueno, algunas cosas solo las aprenderás cuando seas grande y que tengas esposa…
-Entonces… ¿tú haces eso con mamá?
Reí nerviosamente ante esa pregunta – no… no exactamente – negué.
-¿Por qué?
-Bueno, hay cosas que algunas parejas no hacen y otras sí – suspiré “como el sexo anal…” pensé molesto, ya que mi esposa jamás había querido experimentar eso.
-Ya veo… – Imanol suspiró – solo que…
Guardó silencio y rápidamente, su rostro blanco se tiñó de rojo completamente, apretó los parpados y giró el rostro.
-¿Solo qué…? – pregunté curioso.
-Es que… ella… es decir… la chica… en la tele… parecía muy… feliz… y yo… yo… sentí… sentí…
Pasé saliva – ¿qué sentiste?
-Sentí… sentí un no sé qué… pero que… – sus hermosos ojos claros buscaron mi mirada – me gustó…
-Imanol… – mi mano se movió a su mejilla y acaricié la suave piel – ¿alguna vez te has… masturbado?
-¿Masturbado? – miró hacia arriba – escuché a Aarón decir esa palabra cuando vino de vacaciones la última vez – sonrió – pero no me dijo que era, dijo que era muy pequeño para eso.
Escuchar el nombre de mi hijo me sorprendió, pero recordé que las últimas vacaciones que él estuvo en casa, a pesar de que decía que el niño no era su hermano, pasó tiempo con Imanol, porque se dio cuenta que estaba demasiado solo, incluso parecía haberle agarrado cariño, especialmente cuando notó que su propia madre no lo quería.
-Bueno, ya casi cumples diez – anuncié con debilidad – tus amigos en la escuela… no te han dicho nada…
Imanol bajó el rostro, estrujó la orilla de su pijama y suspiró – yo no tengo amigos, Nicolás…
Respiré profundamente, eso ya lo sabía – bueno, te debieron haber dicho algo en clase de biología o educación sexual…
-¿Sobre qué?
-Bueno… sobre… sobre la… – dudé – reproducción… supongo…
-Pues… sé que un varón y una mujer pueden tener bebés… que los animales se aparean… que los niños y las niñas somos diferentes y que no debemos permitir que nadie nos toque…
Suspiré, era obvio que en las escuelas no les enseñaban algo como la autosatisfacción, aunque obviamente eso era un tema algo íntimo y que cada uno aprendía a su tiempo y de maneras diferentes – entonces… ¿tú tampoco te tocas?
Un sobresalto lo cimbro, se encogió de hombros y bajó el rostro – yo… tal vez… un… un poquito… pero no le digas a mamá…
-No… no le diré – negué y le despeiné el cabello – entonces, ese ‘no sé qué’, supongo que también lo sientes cuando te tocas…
-No – negó de inmediato – esto fue… diferente…
-Diferente ¿por qué?
-Porque no me toqué, pero se sintió… bien… – sus ojitos me miraron con expectación – se sintió rico…
Sonreí – Imanol, dime, ¿cómo te tocas?
-Ah, pues… – puso la mano por encima de su ropa y movió los dedos – así… – respondió de inmediato.
-¿Por encima de la ropa? – levanté una ceja – ¿nunca te has tocado directamente?
-No – negó efusivamente – a lo más es… por encima de mi ropa interior…
Reí, era demasiado inocente – así no vas a sentir rico – negué y una idea loca cruzó por mi mente – dime… ¿quieres que te enseñe a tocarte?
-Pero… se supone que nadie más debe tocarme…
Con esa frase, un poco de lucidez llegó a mí – tienes razón – pasé la mano por mi rostro – olvídalo – sentencié – ponte a ver tu película, pero no vuelvas a poner esos canales para adultos, ¿entendido?
-Sí – asintió.
Sin decir nada más me recosté a su lado, encendí el aire acondicionado y me cubrí con las mantas; él se quedó sentado, viendo la televisión, mientras yo luchaba por mantenerme despierto. Minutos después, se puso de pie, dejando el control cerca de mí; pensé que se había marchado a su habitación, así que lo sujeté y puse un canal para adultos.
Empecé a masturbarme y me perdí en la sensación; aun estaba en medio de mi auto estimulación, cuando Imanol regresó a la recámara. Se quedó a unos pasos de la cama y me observó con asombro. Me cubrí de inmediato con las mantas.
-Creí que te habías ido – dije con sorpresa.
-Yo… solo fui… a tomar agua… ya me voy – anunció dando media vuelta.
-¡No! – él se detuvo ante mi grito y me miró por encima del hombro – ven… – lo llamé con voz suave y él pareció titubear – quieres ver eso, ¿no? – señalé la televisión – ven… – repetí, ya no estaba pensando razonablemente, tenía la mente nublada no por la bebida, sino por la lujuria – te enseñaré a masturbarte…
Imanol se giró y con lentitud regresó a la cama, mientras yo me incorporaba para quedar sentado, recargado contra la cabecera. Él se quedó en la orilla, parecía titubear, pero yo no iba a dar marcha atrás en ese momento; estiré mi mano y con ello, él depositó la suya sumisamente y se subió a la cama una vez más. Sabía que Imanol era demasiado dócil, así que no me iba a ser difícil terminar lo que acababa de empezar.
Lo acomodé frente a mí, haciendo que me diera la espalda y luego, lo obligué a recargarse contra mi pecho; él temblaba y escuchaba como su respiración era acelerada.
-Tranquilo – susurré cerca de su oído, mientras desabrochaba los botones de su pijama – solo observa la televisión – indiqué y acaricié la piel que había descubierto – mira como la chica está disfrutando…
-Esto… es… – pellizqué suavemente sus pezones y con ello, su voz se entrecortó – malo… – dijo en un murmullo débil.
-¿No te gusta? – pregunté contra su piel y después deposité un beso en su cuello – ¿no sientes rico?
Un gemido escapó de sus labios y asintió – sí… me gusta…
-Pequeño… esto es solo el principio…
Bajé mi mano derecha por su vientre blanco e introduje mis dedos bajo su ropa; él intentó alejarse, pero con mi otra mano lo mantuve pegado contra mi pecho, mientras llegaba a su pequeño y tibio sexo. Con suma paciencia y cuidado, empecé a estimularlo suavemente, disfrutando cada sonido que Imanol producía y el constante temblor en su cuerpo por las caricias.
-Nico… – un gemido lo interrumpió – mamá… mamá se enojará…
Sonreí, seguramente su madre se enojaría pero eso no me importaba – ni tú, ni yo, le diremos algo de esto… ¿recuerdas? – pregunté en un murmullo cerca de su oído y atrapé el lóbulo entre mis dientes, dando ligeras mordidas.
Intentó responder, pero no se lo permití, pues invadí su boca con mis dedos, jugueteando con su lengua, empapándome con su saliva; jamás me imaginé que estaría tocando de esa manera a Imanol, el niño a quien quería ver como si fuese mi hijo, pero que su madre no me lo había permitido.
-Mira la televisión – ordené y él entreabrió sus hermosos ojos – observa lo que esa chica hace con el pene del hombre – dije divertido, pues la joven de la pantalla, le estaba dando sexo oral a su pareja – ¿ves cómo lo disfruta? ¿Cómo lo saborea?
-Mjú – respondió succionando mis dedos.
-Harás lo mismo con el mío – sonreí – y después, yo lo haré contigo… ¿qué dices? – retiré mis dedos de su boca, pero humedecí su barbilla con su saliva – ¿lo harías por mí?
-Sí – respondió en un murmullo y relamió sus labios.
-Buen niño… pero primero, quítate toda la ropa, quiero verte desnudo – alejé mis manos de él para que pudiera hacer lo que le pedí.
Imanol se movió y se quitó la ropa delante de mí; me relamí los labios al ver su pequeño y delicado cuerpo blanco, delgado, sin nada de atractivo por no estar desarrollado, pero aun así, a mí me excitaba incluso más que el cuerpo de la chica en la televisión. Mientras él hace su trabajo, yo libero mi erección completamente y masajeo la extensión, esperando impaciente por lo que se avecinaba.
Él se gira y cuando mira mi miembro se sobresalta, consiguiendo que me divierta su reacción.
-Ven acá, tienes que hacer tu parte…
Imanol asintió y se puso a gatas, acercándose hasta mí; inclinó su rostro hasta acercarlo lo suficiente a mi sexo y con timidez, sacó su lengua y le dio una lamida.
-Puedes hacerlo mejor… igual que la chica…
Me miró al rostro y casi me derrito ante sus hermosos ojos claros y esa mirada inocente que mostró – pero… no sé cómo…
Pasé la mano por mi cabello y sonreí – solo abre la boca y deja que entre… imagina que es un dulce y saboréalo…
El abrió su boca e introdujo la punta dentro; la tibieza que me envolvió fue sumamente deliciosa, aunque no duró mucho, ya que se alejó casi de inmediato.
-No sabe bien – se quejó haciendo un puchero.
Mis músculos se tensaron y respiré profundamente para calmarme – ‘peque’, solo imagínalo… déjate llevar…
-Mmm… bueno…
Una vez más, abrió su preciosa boca y me permitió ingresar, pero esta vez, aún más profundo; se movía torpemente, pero para mí, era magnifico.
-Voy a guiarte, mi amor…
Lo sujeté de su cabello y empecé a moverlo a placer, mientras él me permitía el paso con mayor sumisión; sus ojitos empezaron a humedecerse y su mirada suplicante me cautivó, era tan hermoso verlo así, lloroso, con las mejillas sonrosadas y su boca siendo invadida por mí, que no quería que se detuviera, pero tenía qué hacerlo.
Lo alejé y le sonreí, acariciando su mejilla – ¿te gustó?
-No sé – negó – es… raro…
-A mí me gustó, pero ahora, voy a mostrarte por qué me gustó…
Lo sujeté por debajo de los brazos, lo moví y recosté contra la cama; antes de hacer más, me desvestí completamente y luego me recosté sobre él, acercando mi rostro al suyo, besándolo con lentitud. El apretó los labios y yo suspire.
-No hagas eso – pedí cansado – permíteme entrar…
-Pero… es que…
-¿No quieres?
-A mi mamá no le gustará esto – dijo con miedo.
-No se enterará – repetí – esto será un secreto entre tú y yo y, si lo disfrutas, lo haremos muchas veces más…
Sus ojitos me miraron expectantes y luego asintió; entreabrió sus labios y yo pude ingresar mi lengua dentro. Lo besé con demanda, con deseo, era increíble que estuviera probando su dulce y virginal cuerpo de una manera que jamás imaginé, y eso me sacó de control; Imanol empezó a mover sus pequeñas manos, parecía desesperado, mientras sus ojitos se humedecían, pero eso me excitaba aún más. Cuando me alejé, él respiró agitado y las lágrimas recorrieron sus mejillas.
-Lo siento – me disculpe recogiendo las gotas saladas con mis labios – no quería asustarte – aseguré – pero es que no pude controlarme…
-Ya no quiero – dijo nervioso.
-Dame otra oportunidad – pedí con ansia – solo déjame mostrarte lo bien que se siente, lo que hiciste hace un momento… si no te gusta, me detendré, ¿de acuerdo? – no sabía si iba a poder cumplir eso, porque sentía que estaba completamente duro, al pensar que pronto lo tomaría, pero no quería asustarlo más.
-Está… está bien – asintió.
Di un pequeño beso en sus labios y bajé recorriendo su cuerpo; mis manos y labios no se daban abasto, a pesar de lo pequeño que era. Me parecía sumamente delicioso, suave y excitante, especialmente sus pezones que casi no se notaban, a pesar de que por la excitación se habían endurecido ligeramente; eran tan pequeños que apenas se alzaban en su blanco pecho, así que succioné una gran zona, consiguiendo que gimiera más audiblemente. Mordisqué, quería causarle un poco de dolor, no para lastimarlo, sino para que lo disfrutara mientras mis manos acariciaban los costados y sus delgadas piernas; su piel se erizaba y todo él se cimbraba por momentos, pero cuando llegué a su pequeño sexo, perdí todo raciocinio. Sin dudar más, lo atrapé en mi boca; él gritó y arqueó su espalda. Empecé a succionar de manera desesperada, jugando con mi lengua en la punta, introduciendo sus pequeños testículos en mi boca también y estimulando todo a la vez; él gemía y re retorcía contra la cama, así que lo sujeté de sus níveas piernas, para poder hacer mi trabajo mejor. Empezó a gritar con fuerza y yo agradecía que estuviéramos solos, porque así podía disfrutar esos deliciosos sonidos de placer.
No pasó mucho tiempo, cuando un largo gemido se escuchó; él había llegado al orgasmo, pero para mí mala suerte, nada había salido.
-Debí suponerlo – suspiré, alejando mi boca de su pequeño miembro – aun no estás desarrollado – me incorporé y busqué su rostro, mismo que estaba completamente rojo y sus parpados estaban cerrados – pero falta lo mejor peque…
Sin detenerme por más tiempo, levanté su cadera y abrí sus nalgas, exponiendo su pequeña y sonrosada entrada; imaginar que iba a ser el primero en mancillar su cuerpo y marcarlo como mío, consiguió que una punzada se hiciera presente en mi miembro. Quería penetrarlo, romperlo, hacerlo mío de inmediato, pero no quería que tuviera miedo, así que me tomaría un momento para prepararlo lo suficiente.
Acerqué mi rostro a su trasero y pasé mi lengua por ahí; eso lo hizo reaccionar.
-No… Nico… ¡no! – gimoteó e intentó moverse, pero se notaba fatigado – es… sucio…
Sonreí – no importa – susurré y mi lengua empezó a estimular la zona – al terminar… quedará más sucio – anuncié sin dejar de lamer e intentar introducir mi lengua.
Sus gemidos se reanudaron, pero sus piernas se movían con pesadez así que momentos después, sin tanta dificultad, pude ingresar un dedo. Él se tensó y sentí como su cuerpo ejercía una deliciosa presión, que ya ansiaba disfrutar apresando mi miembro; por un momento, tuve la idea de moverlo y ponerlo sobre mi cuerpo, para estimularlo mientras él me daba sexo oral de nuevo, pero temía que, en medio de la excitación, terminara en su boca y ya no pudiera hacerlo dentro, así que tuve que controlarme.
Un segundo dedo entró y el gimoteó.
-¡Duele! ¡Duele! – dijo con miedo.
-Solo será un momento – anuncié y deposité una gran cantidad de saliva en su pequeño agujero, intentando abrir más, para estimular su elasticidad.
-No, ya no quiero – dijo en medio del llanto
“¡No!” pensé con molestia “no voy a parar ahora…”
Bajé sus piernas y me acomodé entre ellas, volviendo a besarlo – tranquilo, mi amor, sé que no parece que sea algo agradable, pero te prometo que lo terminarás disfrutando – aseguré – mira – moví su rostro hacia la televisión – la chica lo disfruta, ¿ves? Tú también lo disfrutarás…
Él sollozó y luego buscó mi mirada – ¿esto lo haces con mamá? – preguntó confundido – ¿ella lo disfruta?
Suspiré – sí, lo hago con ella – mentí, pues con mi esposa jamás había tenido sexo anal – pero aunque ella lo disfruta, a mí no me gusta tanto como esto que estoy haciendo contigo…
-¿Por qué? – preguntó confundido.
-Porque tú me gustas más que tu madre – sonreí divertido – así que estoy seguro que me gustará más hacerlo contigo.
Sus ojitos se abrieron con sorpresa y el tono carmín cubrió sus mejillas de inmediato – ¿de…? ¿De verdad?
-Po supuesto – asentí – pero para que ambos disfrutemos, tienes que aguantar un poquito de dolor – besé su mejilla – dime, ¿quieres intentar?
Él asintió, pero no dijo nada.
-Entonces, es hora… – puse la punta de mi miembro en su pequeña entrada y sonreí para tranquilizarlo – posiblemente te duela al principio, pero, pase lo que pase, intenta relajarte, no aprietes tu cuerpo, para que entre todo, ¿sí?
-Mjú…
Sin esperar más, empecé a presionar; él apretó los parpados y sus pequeñas manos se aferraron a mis hombros. La punta de mi sexo apenas pudo abrirse paso y él gritó.
-¡Ya no! ¡Duele!
-Relájate – pedí con agitación – solo dolerá… mientras te… acostumbras…
Mientras él gimoteaba y pedía que me detuviera, yo lo ignoraba y me abría paso dentro de su cuerpo; era la sensación más increíble que había experimentado en toda mi vida y no quería que terminara nunca. Sentía como su interior se contrajo con excesiva fuerza, parecía querer exprimir mi pene mientras lo invadía
Cuando estuve completamente dentro, tomé un respiro y me incliné hasta él, besando su rostro y recogiendo sus lágrimas; podía sentir cada movimiento de su cuerpo, debido a su respiración agitada, incluso, el latido de su corazón, como un delicado pulso que recorría su interior y era transmitido a mi pene de manera intermitente.
-Caliente – musité contra su sus labios – tan apretado… – mordisqué su labio inferior – realmente, eres mejor que tu madre…
Con esa frase, él se sobresaltó, su cuerpo se contrajo y gimió, haciendo su rostro hacia atrás; aproveché para succionar la piel de su cuello, dejando marcas rojizas y cuando por fin, sentí que se relajaba por un instante, moví mi cadera, saliendo y entrando una vez más de golpe.
El nuevo grito eliminó todas mis barreras y me alejé sujetando sus pequeñas manos contra el colchón y lo embestí con fuerza.
-¡Delicioso! – dije con diversión.
Me sentía completamente desinhibido; deseaba poseerlo hasta perder la razón. Era como si todos mis instintos animales hubiesen aflorado en ese momento, solo para tomar la inocencia de Imanol y hacerlo completamente mío; jamás pensé en ese niño como una pareja sexual, pero era realmente fascinante tenerlo como tal.
-¡Ya! – él gimoteaba – ¡por favor! ¡Ya! – pidió con desespero, intentando mover sus piernas pero no podía hacer nada en realidad.
-Tranquilo – dije cerca de su oído – relájate, solo relájate…
-Duele… – sus ojitos claros me miraron con súplica y mi corazón se oprimió.
Detuve mis movimientos y lo abracé – eres muy pequeño – besé sus mejillas – solo tienes que acostumbrarte…
-Pero… duele…
-Hagámoslo de otra forma…
Salí de su interior y observé como su pequeño ojete estaba dilatado, pero también escurría un poco de sangre de ese lugar; aun así, no me detendría, no deseaba detenerme y nada me haría parar. Lo hice girar, levanté su cadera y lo coloqué a gatas sobre el colchón, después, me puse tras él y empecé a invadirlo, pero lentamente.
-Despacio… despacito… por favor…
-Claro, mi amor – besé sus hombros – será despacio – sonreí contra su piel, mientras lo penetraba nuevamente – tienes que aprender a disfrutarlo…
Armándome de paciencia, me propuse hacer las cosas con calma, lenta y lo más delicadamente posible; cuando estuve completamente dentro, seguía sintiendo como se estremecía, pero parecía intentar relajarse, así que decidí ayudarle. Mis manos acariciaron su piel con sumo cuidado y dedicación; una pellizcó sus pequeños pezones y la otra estimuló su sexo con cariño. Poco a poco, Imanol empezó a corresponder a mis caricias, gimiendo con debilidad, ondulando su cadera, arqueando la espalda y buscando mi mirada por encima de su hombro.
-¿Me muevo? – pregunté sin dejar de besar su nuca.
-Sí… Nico… muévete…
-No – negué – dime ‘papá’
Un gemido lo asaltó y luego asintió – muévete… por favor… papá…
Escucharlo decirme ‘papá’, consiguió que mi excitación aumentara sobremanera. Nunca lo había considerado, jamás me imaginé haciéndole algo así, pero ahora que lo tenía entre mis brazos, no podía imaginar que hubiese algo mejor que eso y sí, por qué negarlo, era perverso pensar que estaba ‘cogiéndome’ a mi hijo, aunque no fuese de mi propia sangre; yo, un hombre treinta años mayor que él, y podía disfrutar de la juventud, virtud e inocencia de un niño tan hermoso, era algo que ni en mis sueños más fantasiosos podía haber llegado a desear.
Lo embestí con rudeza y salvajismo, ya no podía detenerme, aunque llorara y suplicara, justo como lo hacía en ese momento, yo no iba a parar ni hacer caso a sus peticiones infantiles; pero lo hice, hice caso a su voz, porque a pesar de que lloraba, ya no pedía que me detuviera, sino todo lo contrario.
-¡Más, papi! ¡Más! –pidió, mientras estrujaba las mantas con sus pequeñas manos y colocaba su mejilla contra el colchón – ¡sigue!
-¿No te duele? – pregunté sin dejar de mover mi cadera.
-¡Sí! – respondió con un grito – pero… es un buen… ¡dolor!
“Masoquista” pensé de inmediato; eso era bueno para mí, podía causarle más dolor y seguiría gimiendo de placer, solo para mí.
-Imanol… – me incliné sobre él y mordí su cuello, mientras lo sujetaba con fuerza de su cadera, para moverlo hacia mí, como si se tratara de un muñequito; sus gemidos ahogados no me satisfacían y a pesar de que su trasero era perfecto, yo quería escuchar su voz con libertad y ver su carita dolorida.
Salí de su interior y él se dejó caer pesadamente contra el colchón; lo sujeté de los tobillos y lo hice girar, estando de frente hacia mí, le abrí las piernas y volví a entrar. Él arqueó su espalda y gritó; un sonido mezcla de dolor y placer que conseguía elevar mi ego. Su madre jamás había gemido tanto mientras teníamos sexo después de casados y realmente, nunca lo disfruté como lo estaba haciendo con él; antes de formalizar, ella era más dócil, pero después se negaba a complacer algunas de mis peticiones, decía que ella no era un objeto al cual yo podía usar como muñequita y siempre quería tener el control de todo, incluso en el sexo, por eso nos distanciamos en la cama.
Ahora, nuevamente estaba al mando, Imanol me permitía el control de su cuerpo y era algo que quería seguir disfrutando.
-¿Papá…? – su vocecilla me hizo ponerle atención – ¿me quieres?
-Por supuesto – sonreí y lo besé antes de seguir – te amo…
La sonrisa que iluminó su rostro lloroso me hizo feliz – ¿de… verdad? – preguntó a media voz – ¿aunque no soy… como… mamá?
¿Cómo podía ser tan dulce y tierno en ese momento? Sabía que tenía muchos miedos e inseguridades, pero uno de los reproches que su madre siempre le hacía, era que no era como ella y que se parecía más a su padre, no solo en lo físico, sino en el carácter; pero a mí no me daba esa impresión, ya que Imanol era precioso.
-No, no eres como ella… ¡eres mejor que ella!
Después de decirlo eso, él pareció olvidarse de todo lo demás y me abrazó, ofreciéndome sus labios y permitiéndome el acceso libre a su dulce boca; empecé a embestirlo de nuevo. Ahora se estaba entregando para mí, tratando de corresponder mis caricias, mis movimientos; sus piernas se enredaban en mi cintura y se movían insistentes, rozando mi piel. Sus gemidos eran deseosos y su interior se contaría con desespero; me ofreció su cuello, su pecho y yo no lo desairé, succionando y mordiendo la piel, marcándola con algo de saña, disfrutando como su palidez habitual, cambiaba inmediatamente de color.
-Imanol… – susurré contra su piel – no habrá nadie que tome tu lugar… te lo prometo – mordí su hombro – no le daré gusto a tu madre… si he de tener hijos, los tendré contigo…
Puse mi mano en su pequeño y plano vientre, presionando con fuerza y encajando mis uñas; él se tensó, gimoteó y yo sonreí.
-Eres un niño… – dije con diversión – y aunque no puedas tener hijos, te cogeré día a día hasta que consiga hacerte un bebé… – lamí su mejilla de forma lasciva – ¿entendiste? – lo miré a los ojos – todos los días… aunque tu madre esté en casa… hasta que te haga un bebé…
-Sí – asintió.
-Buen niño…
Me recosté sobre él mientras lo besaba y giré, llevándolo conmigo; quería disfrutarlo por más tiempo, pero ya no me faltaba mucho para terminar, así que lo iba a poner a prueba.
-Muévete –ordené alejándolo – cabalga sobre mi hasta que termine…
Él me miró confundido y lo sujeté de la cadera, levantándolo un poco y volviéndolo a sentar; él gimió y yo disfruté de ese movimiento. Imanol asintió y empezó a ondular su cuerpo, moviendo su cadera con dificultad, subiendo y bajando; los gemidos de ambos inundaron la habitación y segundos después, él llegaba al orgasmo dejando su cuerpo sobre el mío, con pesadez.
-No te detengas, bonito – mis manos se aferraron a sus nalgas y lo moví con fuerza – ya casi termino también.
Los débiles gemidos de Imanol me acompañaron por un corto tiempo, hasta que llegué al clímax, inundando sus entrañas con mi semen; un pequeño grito escapó de sus labios y sus delgados dedos ejercieron una ligera presión en mi pecho.
-Caliente… – gimoteó, al momento que su interior se contaría con fuerza, permitiéndome que mi orgasmo fuese pleno.
Tardamos un par de minutos en recuperar el aliento; él restregó su rostro contra mi piel y suspiró.
-Se sintió… rico… – sonrió y buscó mi mirada – ¿crees que tenga un bebé con eso?
-No – negué – tenemos que intentarlo muchas veces y sobre todo, tienes que hacer todo lo que yo te diga…
-¿Cómo qué? – preguntó con curiosidad.
-Cuando te diga que tienes que hacer algo, no objetes y solo hazlo…
-¿Te refieres a esto?
-Sí – asentí – a hacer esto de distintas maneras…
-¿Aunque mamá esté en casa? – preguntó asustado.
-Aunque tu madre esté en casa – dije con malicia – será divertido burlarla, pero no te preocupes, no se enterará…
Se mordió el labio, titubeó – bueno… si no se entera, está bien – sonrió – así no me castiga…
-No voy a permitir que te castigue – acaricié su mejilla con amor – pero a cambio, tú debes ser un buen niño conmigo y yo voy a complacerte, no solo en el sexo, sino, en otras cosas.
-Está bien – asintió, besó mi mano y se incorporó, sentándose sobre mí, aun con mi miembro en su interior, a pesar de que ya no estaba duro – pero… ¿podemos hacerlo de nuevo?
-¿Quieres más? – indagué sorprendido.
-Sí – se relamió los labios, dándome una visión tan seductora, que no podía negarme.
-Está bien – levanté una ceja – pero tendrás que esforzarte para excitarme.
Imanol sujetó mi mano, llevó mi dedo medio a su boca, lamiéndolo y succionándolo y sonrió – dime que hacer, papi – llevó mi dedo hasta su garganta – y haré lo que digas…
Y fue así como la noche siguió, hice que Imanol se comportara como una puta, excitándome, dándome sexo oral y tocándose para mí, me permitió meterle algunos juguetes que tenía guardados, mismos que mi esposa no quiso usar jamás; toda la madrugada gritó y gimió para mí, ensuciando la cama que compartía normalmente con su madre, de sudor, lágrimas y más.
* * *
Después de recordar todo lo que había ocurrido durante la noche, Nicolás se dio cuenta que esas manchas rojizas que el otro portaba en la piel, las había hecho él con sus labios y dientes, mientras disfrutaba el dulce sabor virginal de ese niño, que aún no tenía ni diez años.
-Yo… yo… – Nicolás no sabía qué decir
-¿Qué pasa? – la carita confundida de Imanol, consiguió que el mayor sintiera que su pecho se oprimía – ¿hice algo malo?
-No, no, tu no hiciste nada malo – negó – yo…
El pelinegro se cubrió la boca, aun no sabía lo que había pasado; estaba seguro que no había bebido lo suficiente como para perder la compostura de esa manera. Pasó las manos por su cabello y ejerció presión en los mechones, estaba desesperado.
-Papi… – el pequeño albino se inclinó – ¿por qué no me dices qué pasa? No te ves bien…
-Imanol… – el mayor pasó saliva y lo sujetó de los hombros, poniéndolo enfrente para verlo a los ojos – escucha, lo que pasó anoche, no debió ocurrir, ¿entiendes? – preguntó con algo de desespero – fue un error, fue mi culpa, yo hice algo indebido, pero te prometo… no… – negó rápidamente – te juro – dijo con seriedad, sin apartar su mirada miel de los ojos claros del niño – que jamás, ¡jamás!, volveré a hacerte algo…
Imanol escucho con atención y cuando el otro guardó silencio, sus ojos empezaron a humedecerse; su pequeña carita mostró un gesto de tristeza y dolor, mientras sus ojos tomaban un color gris azulado – entonces… ¿no me quieres? ¿No me amas?
Nicolás no podía con la culpa; esa carita tan desvalida, esa necesidad de cariño y amor; no, no podía simplemente alejarse después de haberse aprovechado de él, a pesar de que sabía que sería una gran tentación.
-No, no digas eso – negó y lo abrazó contra su pecho – mi amor, te amo… más de lo que puedes imaginar – aseguró – pero… lo que te hice… Dios, no tengo perdón – suspiró – eres un niño y yo te quité tu inocencia…
-Pero a mí… me gustó… – anunció entre sollozos el albino – de verdad, no creo que haya sido malo… – buscó la mirada de Nicolás y le dio un pequeño beso en los labios.
-Pero si alguien se entera… no, no puedo… tenemos que olvidarlo.
-Yo no se lo diré a nadie – sonrió el menor y estiró la mano, acariciando la mejilla de Nicolás – pero si de verdad no quieres y prefieres solo estar con mi madre, yo… yo entiendo – dijo intentando mantener la sonrisa, pero sin conseguirlo – si tú quieres… lo… olvidaré…
Nicolás sintió que su corazón se oprimía ante esas palabras y las lágrimas que empezaron a caer en silencio, él no quería lastimar a ese niño, pero debía cuidar sus pasos.
-Mi niño… – el pelinegro lo besó en los labios con pasión, disfrutando su sabor, encontrándolo aún mucho más dulce y delicioso que la noche anterior – jamás preferiría a tu madre por sobre ti – aseguró – es mi esposa, pero no podría compararte con ella… tú eres especial…
-Si es así… – Imanol lo abrazó y hundió su rostro en el cuello – quédate conmigo... – pidió y pasó la lengua por la piel que alcanzaba – quiero sentir lo mismo de anoche, todos los días… – su voz suave parecía una súplica – quiero que me sigas queriendo… – onduló su cuerpo y Nicolás lo abrazó, acariciando la pequeña espalda – ámame, como mis padres no me aman…
-Imanol… – el pelinegro lo movió y buscó sus labios, fundiéndose en un beso, como si fuese una promesa de que no se separarían jamás.
- - - - -
Después de esa primera noche, Imanol se convirtió en el amante de su padrastro y lo complacía diariamente, en cualquier rincón de su hogar; Nicolás, conociendo el carácter de su esposa, consiguió que Cecilia, la sirvienta, solo acudiera a cuidar al niño hasta las cinco y él aprovechaba el tiempo, antes de que su esposa volviera, para poseer al menor. Monserrat estaba de luto, pues su padre había fallecido y ahora, ella debía estar al frente de su compañía textil.
Imanol se mostraba más feliz en su hogar, pero aun así, mantenía la distancia con Nicolás cuando estaba su madre o alguna otra persona; nadie sabía el por qué el cambio de actitud, pero era obvio que algo le había pasado. Él por su parte, complacía a su padre en todo lo que le pedía, solo para recibir un poco de atención y cariño; Nicolás incluso llegó a guardar fotos de cuando Imanol estaba teniendo sexo con él y grabó unos vídeos, mismos que el niño ocultaba en un cajón con llave, que sus abuelos le habían dado una vez, para que nadie los descubriera. Como seguía siendo delicado de la piel, nadie se daba cuenta de que su cuerpo siempre traía marcas, pues la ropa que usaba siempre las ocultaban, así que nadie hacía preguntas.
Así pasaron dos meses; una semana antes del cumpleaños número diez de Imanol, todo estaba dispuesto para hacerle una fiesta, incluso acudiría Aarón, el hijo de Nicolás, pues el pequeño albino quería cumplir la petición de su ‘padrastro’, quien deseaba volver a hablar con su hijo, porque estaban algo distanciados.
Un día antes de que llegara Aarón, Nicolás recibió un mensaje de Imanol, a quien tenía en su teléfono con otro nombre.
“Parece que mamá va a estar ocupada hoy, ¿podemos dormir juntos?”
Le respondió de inmediato, diciéndole que saldría para allá pronto; guardó sus cosas y se despidió de la secretaria en la oficina, ya que él no trabajaba con Monserrat, sino que era un trabajador de oficina, en una empresa de comunicaciones.
En el camino, iba respondiendo los mensajes que le llegaban de Imanol, pero eran mensajes de voz, ya que no podía teclear; mensajes atrevidos, que el niño le respondía justo como a él le gustaba. Cuando llegó a su casa, apenas estaba ingresando el automóvil en el porche cuando escuchó los gritos dentro de la casa; le llamó la atención, pues se escuchaba hasta afuera y además, estaba el automóvil de su esposa.
Cundo abrió la puerta, escuchó la voz alterada de Cecilia.
-¡Señora! ¡Deténgase! ¡Lo va a matar!
-¡Eso es lo que quiero!
Nicolás corrió hasta el comedor, que era de dónde provenían los gritos y observó cómo Cecilia forcejeaba con su mujer, ya que Monserrat quería clavarle un cuchillo de cocina a su hijo, mientras lo sostenía por el cuello con una mano, sobre la mesa. El niño tenía sangre en su rostro y brazos, estaba llorando y parecía no poder respirar bien.
-¡Monserrat! – Nicolás fue a alejar a su esposa de Imanol, quien quedó tendido contra la mesa, siendo auxiliado por Cecilia.
-¡Tú! – la castaña se giró a ver a su esposo y trató de herirlo con su arma.
-¡Cálmate! – pidió el hombre, pero ella no dio pie a que pudieran hablar, pues se abalanzó contra él y ambos cayeron al piso.
Nicolás intentó defenderse, pero en medio del forcejeo, rodaron por el piso y el cuchillo hirió a Montserrat, clavándose en un costado y ella gritó.
-Lo siento, lo siento – Nicolás quería ayudarla – tranquila.
-¡Aléjate – ella lo empujó – tú y esa zorra que dice ser mi hijo, ¡van a pagarlo!
Los ojos castaños de ella echaban chispas y el pelinegro lo entendió; de alguna manera se había enterado de lo que había entre él y el menor.
-Montse, cálmate – pidió con nervios – no te precipites…
El rostro de su esposa se contorsiono en una mueca de ira y decepción, luego una sonrisa sádica se hizo presente y empezó a carcajearse – no te atrevas a decir nada – siseó.
Fuera de sí, sacó ella misma el cuchillo que aún traía en su costado y volví a tratar de herir a su esposo; una vez más el forcejeo empezó y Nicolás sentía que la fuerza de ella lo superaba. Montserrat le hizo un par de heridas, pero cuando intentó abalanzarse sobre él nuevamente, resbaló por la sangre que había en el piso, cayendo de frente y clavándose el cuchillo en el pecho.
El silencio reinó dentro de la casa, aunque en el exterior, empezaba a sonar el sonido de las sirenas acercándose.
-Montse… – musito él y se acercó a su esposa girándola con cuidado.
La mujer lo miró con ira y las lágrimas corrieron por sus mejillas – te… odio...
-Llegó la policía, señor…
Cecilia corrió a la puerta para abrir y Nicolás aprovechó el momento, para arrancar el cuchillo del pecho de su esposa; la sangre brotó con rapidez, tanto del pecho como de su boca y rápidamente la vida escapó de su cuerpo.
-Lo siento… – musitó el hombre – pero nadie, puede enterarse…
La policía llegó, a la par que paramédicos que atendieron de inmediato a Imanol, quien aún parecía estar delicado, pues ya nada podían hacer por su madre.
Para Nicolás, el tiempo se detuvo; fue Cecilia quien dio las declaraciones y dijo que no comprendía lo que había ocurrido, pero que la señora de la casa se había puesto histérica, intentando matar a su hijo y cuando su esposo llegó, al intentar detenerla, forcejearon y todo acabó de la peor manera.
- - - - -
Nicolás rindió su declaración al día siguiente, después de salir del hospital a primera hora, pues aunque sus heridas eran menores, se quedó a velar el sueño de Imanol, a quien lo habían sedado para que pudiese descansar. A mediodía, fue por su hijo al aeropuerto y Aarón se mostró preocupado por él y por Imanol, así que pidió que lo llevara a verlo de inmediato.
Casi a las dos de la tarde, padre e hijo llegaron al hospital y el universitario llevaba un muñeco de felpa para su hermano, pero no les permitieron el acceso, pues un par de policías y una trabajadora social, estaban hablando con el niño.
-¿Por qué? – indagó Nicolás – pedí que no le hicieran preguntas del incidente – dijo molesto.
-Lo siento, pero tendrá que esperar a que terminen de hablar con él…
-¿Qué ocurre? – Aarón miró a su padre de soslayo.
-No lo sé – negó él – pero presentaré una queja si lo están molestando con eso – gruñó – él apenas se está recuperando y es mejor que no toquemos ese tema tan delicado.
Casi una hora después, unos agentes llegaron y tocaron la puerta, con eso, los que estaban dentro salieron.
-¿Ya podemos pasar? – indagó Nicolás con desespero.
-¿Quién es él? – preguntó la trabajadora social, señalando al joven que llevaba en mano el peluche.
-Es mi hijo – el pelinegro lo señaló – su nombre es Aarón Portillo, viene de visita, pues está de vacaciones en la universidad.
-Él puede pasar – dijo uno de los agentes – pero usted y nosotros, tenemos unas cosas que hablar.
-¿Sobre qué?
-Es mejor a solas – dijo el segundo.
La trabajadora social le permitió el paso a Aarón; Imanol levantó el rostro desde la cama y le sonrió, pero el pelinegro se sorprendió de verlo. El albino traía algunas vendas en su cuerpo, especialmente su cuello y brazos, algunas gasas en su rostro y el labio partido, además, en su brazo portaba el catéter del suero con el que le estaban suministrando algunos medicamentos.
-Hola… – musitó el niño con suavidad – ¿cómo te fue en tu viaje?
-Bien – sonrió el mayor – te traje un obsequio – dijo entregando el peluche con forma de koala – sé que te gusta…
-Gracias… – Imanol se abrazó al obsequio y sonrió – es bonito – dijo restregando el rostro en la suave y esponjosa tela.
Aarón se sentó en la silla al lado de la cama y estiró el brazo, para sujetar con suavidad la mano del menor – ¿cómo estás? – preguntó contrariado.
-Bien – se alzó de hombros – estoy bien – repitió pero bajó el rostro – solo fue… un accidente…
Los ojos miel del universitario lo miraron con infinita tristeza, siempre decía que estaba bien aunque en el fondo, no era así.
-¿Cuándo saldrás? – indagó el mayor.
-No lo sé… en unos días, supongo – se alzó de hombros.
-Tienes que estar bien para tu fiesta – su hermanastro intentó animarlo – seguramente será algo genial.
-Realmente… no creo que quiera la fiesta ya – suspiró.
-¿Por qué no? – Aarón se sorprendió.
-Mi madre murió – musitó el albino y se aferró al koala – debería estar de luto, ¿no lo crees?
-No creo que debas entristecerte por algo así – negó.
-Tu mamá también falleció – los ojos grises lo miraron curioso – tu estuviste de luto, por eso no querías que Nicolás se casara con mi mamá, ¿cierto?
-Sí, pero es distinto…
-¿Por qué?
“Porque mi madre sí me quería…” pensó el pelinegro, pero no podía decirle eso – porque es diferente, Imanol… además, es tu cumpleaños número diez… ¿recuerdas nuestra promesa?
-Sí, pero tú aun no vas a venir para acá – suspiró.
-Voy a empezar mis prácticas y quería hacerlas en esta ciudad – comentó el mayor – ya podré estar cerca y podemos ser buenos hermanos – acercó la mano, cerrando el puño y extendiendo solo el dedo meñique – promesa de “garrita”.
Imanol sonrió, acercó su mano haciendo el mismo ademán que el otro y entrelazó su delicado dedo meñique con el de su hermanastro – promesa de “garrita” – rió.
- - - - -
Más de una hora, Aarón entretuvo a Imanol, contándole tonterías, esperando a que su padre llegara con ellos; el menor reía por las ocurrencias de su hermanastro y parecía feliz. Un golpeteo insistente en la puerta los interrumpió y Aarón levantó la voz, para permitir el paso pensando que era su padre quien tocaba. La puerta se abrió y Cecilia entró de inmediato, tras ella, la asistente social que había salido antes.
-Hola, joven Aarón – sonrió la mujer.
-Hola, Ceci – dijo el pelinegro, poniéndose de pie – ¿cómo estás?
-Bien – respondió ella de inmediato – y ¿usted?
-También, gracias…
-Mira, Ceci – Imanol le mostró el peluche – Aarón me lo trajo
-¡Pero qué bonito! ¿Y cómo le vas a llamar?
Mientras la mujer entretenía al albino, la otra que la acompañaba, le hizo una seña a Aarón, para que salieran; el pelinegro asintió y sin decir nada, la siguió, pues Imanol estaba ocupado.
Cuando salieron, Aarón se apresuró a preguntar – ¿qué ocurre?
-Joven Portillo, esto es muy delicado – esas palabras asustaron al pelinegro – pero tiene que acompañarme para hablar con los agentes.
-¿Por qué? ¿Dónde está mi padre?
-Ellos se lo dirán.
- - - - -
Un par de agentes, junto con la trabajadora social, llevaron a Aarón a una delegación y ahí, su padre estaba detenido. A él lo llevaron a tomar declaración; le dijeron que no necesitaba abogado, pues no estaba acusado de nada, solo querían que revisara algunos documentos.
-¿Por qué? – indagó el universitario, algo confundido.
-Joven Portillo, su padre está en calidad de detenido, por el delito de pederastia.
Los ojos miel se abrieron con sorpresa y el color se le fue del rostro; se quedó sin habla.
-Como se ha dado cuenta, su hermano está en el hospital, al hacerle las curaciones y revisiones, los médicos encontraron ciertas marcas que no eran por el ataque de la señora Montemayor, ni por su delicada enfermedad.
Aarón seguía estupefacto.
-Cuando su padre se retiró esta mañana del hospital, fuimos a hablar con su hermano – prosiguió el otro agente – es un niño muy amable y bastante inocente, estaba temeroso de decir sobre esas marcas, pues dijo que había prometido no decir nada.
-Le mentimos – añadió el primero – le dijimos que era necesario saber lo que ocurría, o su padre – señaló al universitario – estaría en graves problemas, por el accidente con su esposa así que nos dijo algunas cosas.
-¿Que…? ¿Qué quiere decir?
-Joven Portillo – la trabajadora social respiró profundamente – hay pruebas de que su padre mantenía una relación con Imanol.
-¿Qué pruebas? – preguntó a media voz.
-Estas… – uno de los sujetos acercó una laptop y puso una memoria, mostrándole algunos archivos, entre fotos y videos, así como el celular de Imanol y de Nicolás, donde estaba la conversación del día anterior y muchas otras.
Aarón abrió los ojos desmesuradamente y cubrió su boca, parecía querer ahogar un grito. Los que lo acompañaban le dieron unos minutos para que se recompusiera, e incluso, le ofrecieron agua para que se sintiera mejor y después prosiguieron.
-Ese es su hermano, ¿cierto?
-Sí – respondió lentamente.
-Y ese que se ve en el video, ¿es su padre?
El pelinegro respiró profundamente y luego asintió – sí…
Hubo un largo silencio hasta que él pareció procesar la situación
-Como comprenderá… – uno de los hombres suspiró – la situación es bastante complicada.
-¿Por qué mi padre no saldrá de prisión? – preguntó débilmente, sosteniendo el vaso con ambas manos.
-Aparte – dijo el otro – Imanol Montemayor, en este momento se encuentra solo…
-¿Qué quiere decir? – preguntó con sorpresa.
-Su madre está muerta – la trabajadora social lo miró con ansiedad – su padre, legalmente, es el señor Nicolás Portillo, pero ahora, está detenido y el pequeño no tiene a nadie más, pues su abuelo materno acaba de fallecer y su padre biológico – suspiró – también tiene problemas con la ley.
-¿Él, por qué? – indagó con curiosidad.
-Además de lo que Imanol nos dijo del señor Portillo – uno de los agentes le entregó una carpeta – nos dijo que su “papa de verdad” era malo, que no quería estar con él, porque siempre le pedía dinero y lo amenazaba con “regalarlo” a otros hombres, en caso de no conseguir el dinero, solo para pagar sus deudas, pues de todas maneras, su madre no lo quería…
Aarón apretó el vaso entre sus manos, no podía imaginar lo que ese sujeto le podría llegar a hacer a Imanol si se quedaba a cargo de la custodia; a lo menos, sería dejarlo en la calle, gastándose su dinero.
-Hoy mismo fue detenido – prosiguió el otro hombre – le encontraron en su domicilio algunas armas de bajo calibre y posesión de sustancias ilegales, así que, además de inapropiado, es imposible que él pueda hacerse cargo del niño.
-La señora Cecilia Zavala es una buena persona, pero no es su familiar – la mujer lo miró con seriedad – y tampoco tiene estudios suficientes para hacerse cargo de los bienes, hasta la mayoría de edad de Imanol.
Aarón respiró profundamente, comprendía lo que le querían decir.
-Así que ahora, su único pariente legal, es usted…
-Comprendo – asintió lentamente.
-Sabemos que es una gran responsabilidad y que posiblemente sus planes no sean cuidar de su hermanito, pero si no lo desea, entonces, el estado tendrá que responsabilizarse y…
-No – negó – yo lo haré – dijo con seguridad – le prometí que cuando regresara de la universidad, me uniría a la familia y seríamos hermanos… no puedo abandonarlo…
Los agentes se miraron entre sí, no parecían muy seguros.
-Comprenderás que esto, además de papeleo, conlleva que los estaremos monitoreando de cerca, ¿verdad? – la mirada de la mujer se posó en Aarón.
-Sí, me imagino – asintió.
-Bueno, empezaremos los trámites…
-Yo… ¿puedo hablar con mi padre?
Los agentes se vieron entre sí, pero no podían negarle ese derecho.
- - - - -
Nicolás estaba en una pequeña sala, aislado; se encontraba esposado y con la mirada perdida. Ni siquiera puso atención cuando la puerta se escuchó abrirse.
-Padre… – la voz de su hijo lo sobresaltó.
-Aarón… – el mayor miró a su hijo y luego desvió la mirada.
El universitario se sentó frente a él y el silencio reinó, durante varios minutos; minutos que parecían eternos, hasta que el menor rompió el hielo.
-¿Desde cuándo? – preguntó fríamente.
-No quiero hablar sobre eso…
-¿Por qué? – presionó su hijo – ¿porque todo lo que digas puede ser usado en tu contra? – habló con sarcasmo – ¡estás hundido hasta el cuello! – gritó y palmeó la mesa que estaba entre ambos – ya no hay nada que puedas hacer – respiró profundamente – solo quiero saber… desde cuándo…
Nicolás respiró profundamente, pasó las manos por su cabello y decidió responderle a su hijo – hace dos meses – su voz apenas fue un murmullo.
Aarón pasó las manos por su rostro y luego miró al techo – ¿por qué lo hiciste?
Una vez más, Nicolás calló por unos minutos y luego respondió – fue un momento de debilidad – respiró profundamente – después, me gustó – no se atrevía a ver a su hijo a la cara – él necesitaba amor y yo… yo quería amarlo de una forma distinta y…
-No sigas… – Aarón se puso de pie – no creo que venga a verte después…
-Pero… eres mi hijo…
-Tengo que recuperarme de esto – suspiró el universitario – nos vemos, padre…
-Aarón… – el mayor lo detuvo antes de que saliera de la habitación – dile a Imanol que lo siento y que, me gustaría verlo después… quizá…
Aarón lo miró con ira y apretó los puños – seguramente, si es por él, sí, vendría a verte – su voz sonó molesta – pero no creo que la trabajadora social de su permiso…
Después de eso, el joven salió de ese lugar, sin mirar atrás.
- - - - -
Imanol se quedó algunos días en el hospital; diariamente preguntaba a las enfermeras, médicos y trabajadora social por Nicolás y el por qué no había ido a verlo, pero le decían que estaba ocupado. El día de su cumpleaños, regresó a su casa; el lugar había sido limpiado y no había quedado rastro del incidente; no hubo fiesta porque él no quiso y Cecilia, ese día, se quedó a dormir en una habitación del servicio.
A las diez, todos se habían ido a dormir, pues al día siguiente, Aarón debía acudir a la empresa textil, para tomar posesión como albacea de los bienes de su hermanito, aunque solo estaría ahí por una semana, antes de regresar a su escuela para arreglar su transferencia y documentos.
A media noche, Aarón despertó, porque sintió un delicioso estímulo en su entrepierna; tardó un poco en adecuar su vista a la tenue luz de una sola lamparita.
Imanol estaba a gatas sobre el colchón, entre las piernas de su hermano, succionando insistente el miembro del otro; Aarón quiso moverse, pero se dio cuenta que sus manos estaban sujetas en la cabecera de la cama, por unas esposas.
-Imanol… – el pelinegro parecía sorprendido – ¿qué haces?
El albino dio una larga lengüetada y se alejó, relamiendo sus labios – lo siento… – sonrió – no me pude resistir más – su mano seguía estimulando el pene de su hermano – ya necesito sentirlo…
-Imanol… – el pelinegro apretó los parpados – sabes que… no podemos…
-¿Por qué? – el albino hizo un puchero.
-Sí alguien se da cuenta… me pasará lo mismo que a mi padre…
-Sabes que de ti no diría nada… – el niño entornó los ojos –con Nicolás no tuve opción – se excusó.
-Me imagino, ‘peque’, pero todo lo ocurrido estuvo mal, especialmente lo que hiciste con él – reprochó.
-¿Es eso? – Imanol levantó una ceja – ¿sigues enojado porque cogí con él? Lo hice porque era la única manera de conseguir librarme de mi madre y salió mejor de lo que esperaba…
-¿Mejor? – el mayor frunció el ceño – ¡casi mueres en el intento! – reclamó.
-“El que no arriesga, no gana” – sonrió con malicia – no pensé que intentaría realmente matarme…
-Te dije que no hicieras nada – suspiró el pelinegro – solo tenías que esperar a que volviera y yo te hubiera ayudado – dijo con seriedad – sé que ella no te trataba bien, pero lo que hiciste…
-Ya te dije que no tuve alternativa – el albino bajó el rostro e hizo un mohín triste – además, cuando le dije que Nicolás y yo teníamos sexo…
-No tenías que decírselo, ni siquiera debiste permitir que él te tocara – su voz tenía un tinte de celos.
Imanol chasqueó la lengua y luego se inclinó, acomodándose sobre el cuerpo de su hermanastro y buscando sus labios – lo siento… – musitó después de darle un beso suave – cuando mi abuelo estaba grave, supe que no podía retrasarse más – besó la comisura de los labios del otro – pero si te molesta lo que ocurrió con Nicolás, solo piensa que, a pesar de todas las veces que estuve con él, jamás, jamás… – repitió – pude sentir lo que sentí contigo el año pasado – onduló su cuerpo y bajó las manos a acariciar el cuerpo desnudo de Aarón – el tuyo es más grande, es más grueso y me llena mucho más que el de él – lamió los labios con deseo – ¿sabes que tenía que usar juguetes para satisfacerme?
Aarón empezó a perderse en las caricias, aunque no quería hacerlo tan rápido – pero… lo hiciste – reprochó con molestia – cuando me enteré, me llené de celos y coraje, creí que me habías mentido y yo no fui el primero…
-¡Lo fuiste! – sentenció el niño y bajó a besar el cuello – sabes que fuiste el primero y eres el único al que amo… de verdad, Aarón – se incorporó y buscó la mirada del universitario – te amo…
-Imanol… – el mayor buscó los labios del albino.
El pequeño lo besó y abrió su boca para que el otro hurgara el interior con su lengua; Aarón empezó a desesperarse, quería tocarlo, tenía muchos meses consumiéndose por el deseo de volver a poseerlo, pero en ese instante no podía.
-¡Maldición! – musitó el pelinegro, rompiendo el beso – quiero tocarte – sentenció apretando sus puños – quiero probar todo tu cuerpo – su voz sonaba desesperada – quiero volver a hacerte mío, para que no pienses en mi padre…
Imanol sonrió complacido – tú mismo dijiste que no podemos hacer mucho ahora – bajó por el cuello una vez más – sé que me van a estar revisando diario – pasó la lengua, humedeciendo cerca de la nuez – pero lo que debemos evitar son las marcas en mi cuerpo – succionó la piel, dejando una pequeña marquita – aunque seguramente no revisarán el tuyo, así que no importará si tú tienes alguna…
-Mi amor… – Aarón se expuso para las caricias que el albino estaba proporcionándole.
Imanol se alejó un poco, sentándose en el abdomen de su hermano – tampoco me revisaran el trasero – se alzó de hombros – y en caso de hacerlo y que me vean un poco dilatado, solo debo decirle a la licenciada que usé un juguete, como me enseñó tu papá, porque me sentía inquieto – movió las manos por su propio pecho, estimulando sus pezones – no creo que se moleste, después de todo, soy un niño al que le despertaron el deseo, pero sé que no debo hacerlo con nadie, porque soy “un niño bueno” – se burló – aunque, nadie tiene que saber que realmente me gusta hacer esas cosas – le guiñó un ojo – así que dime, ¿quieres darme tu leche, hermanito? – preguntó atrevidamente – porque quiero sentirla dentro – relamió sus labios – que inundes mi pancita como solo tú puedes hacerlo – puso una mano en su vientre y lo acarició – que me alimentes con ella y ensucies mi rostro – su otra mano se movió de forma sensual en su rostro – como la primera vez – movió su cadera, levantándola para colocarse sobre el miembro erecto – aunque yo tenga que hacer todo el trabajo – buscó la mirada miel – ¿qué dices?
Aarón estaba embelesado por esos movimientos y no podía negarse; ese niño se había vuelto su mundo y su obsesión desde que había ido de vacaciones el año anterior. Desde que su padre se había vuelto a casar, a pesar de que él ya estaba en la universidad, en otra ciudad, no quería tener nada que ver con la nueva familia; cuando conoció a Imanol, al principio le molestó, aunque el niño no le hizo nada, a los dos días que lo trató, se dio cuenta que era un chiquillo muy dulce, amable, atento y sobre todo, delicado, pero después le dio lástima al ver como su nueva madrastra lo trataba como si fuese lo peor, a pesar de ser su hijo.
Fue por eso que empezó a acercarse más, platicaban, jugaban juntos videojuegos y en la piscina de la casa, pero no se imaginó lo que iba a ocurrir a mitad de sus vacaciones; Imanol se metió a su cuarto y se ofreció a él, para que tomara su primera vez, por ser la única persona en el mundo que lo había tratado bien. Al principio lo desconcertó, pensando que el otro, a pesar de su corta edad ya tenía algún tipo de experiencia, pero el niño le dijo que sabía sobre eso, por cierto material pornográfico que le había robado a su padre biológico y que tenía oculto en su habitación; además, buscaba cosas en internet y le dijo como se masturbaba, pero no se había atrevido a acercarse a nadie, por miedo, no solo a los demás, sino a su madre, por eso quería que él fuese el primero.
Aarón titubeó, pero no pudo negarse al verlo desnudo, pues realmente parecía un sueño; fue así como empezaron una relación prohibida y mientras estuvo lejos, no había podido olvidar como era ese niño en la cama, pues era demasiado excitante.
-No me has respondido – la voz de Imanol sacó de sus pensamientos al mayor – ¿realmente no quieres? ¿O no te gusta la idea porque seré yo quien tenga el control?
-Eso no me importa – respondió el pelinegro de inmediato – adelante – sonrió divertido – toma lo que quieras de mi…
Imanol mordió su labio inferior, satisfecho por esa respuesta y no dudó en hacer lo que deseaba; levantó la cadera, sus manos se sostuvieron del abdomen del mayor y lentamente empezó a empalarse. Mientras el enorme miembro de Aarón entraba con dificultad, el albino gemía de placer; al llegar al fondo, ambos suspiraron.
-Realmente extrañaba… sentirte… – sonrió el niño – ¿quieres que me mueva ya?
-Sí – sintió el mayor.
El menor empezó un movimiento rápido, desesperado, gimiendo sin pudor, contrayendo sus músculos internos para apresar esa deliciosa virilidad que había sido la primera que había probado; Aarón deseaba acariciarlo, besarlo, probarlo, por eso intentaba liberarse con desespero, pero en el fondo, agradecía que Imanol hubiese tomado esa precaución, de lo contrario, el cuerpo del niño quedaría completamente marcado, justo como la primera vez que retozaron juntos.
Imanol bailó sobre el cuerpo de Aarón casi toda la noche, exprimiendo hasta la última gota que el otro tenía para él; su vientre quedó tan hinchado que le dolía, pero era algo que lo llenaba de una satisfacción sin igual.
Casi a las cuatro de la mañana, ambos quedaron cansados.
-Debo… irme… – anunció el menor, depositando un beso en los labios de su hermano.
Aarón lo abrazó, pues momentos antes, el niño lo había liberado de las esposas para que le diera una felación y poder terminar plenamente – yo te llevo – sentenció, correspondiendo el beso con vehemencia – estás cansado y no puedo permitir que te fatigues más…
-Gracias por cuidarme…
-Es lo menos que puedo hacer – suspiró el mayor – yo no voy a dejar que te pase nada, te lo prometo…
-Lo sé – el albino sonrió complacido.
El universitario se puso de pie, se colocó el pijama y le puso la pequeña bata que estaba en el piso, a su hermanito; después, lo levantó en brazos y lo llevó a su recámara. Con sumo cuidado, dejó el delicado cuerpo sobre el colchón y besó su frente.
-Descansa, mi amor… – le entregó el koala de felpa que le había llevado – sueña con los angelitos…
-Tú también… – sonrió el albino y abrazó a su peluche.
-Yo solo sueño con un angelito… – sentenció el mayor y le dio un beso en los labios, saliendo después de la habitación.
La recámara quedó a oscuras e Imanol suspiró mirando al techo, después, sus manos bajaron a su vientre, sorteando la ropa para llegar a la piel y acariciarla con las yemas de sus dedos – esto sí estuvo delicioso – dijo sin vergüenza – ya me hacía falta una buena cogida, no como las que me daba Nicolás – suspiró – aunque esperaba algo más rudo, pero… – hizo un mohín – supongo que tendré que esperar un tiempo, para que me devore como las primeras veces – su mano derecha bajó a su sexo y empezó a tocarse con desespero – esa última mamada que me dio, ¡me encantó! Él sí que sabe usar su lengua – relamió sus labios – bueno, creo que puedo disfrutarlo, por lo menos, mientras aún me satisfaga – su mano bajó entre sus nalgas y toqueteó su pequeño ano, por donde escurría el semen del mayor – porque, cuando deje de llenarme tanto – llevó sus dedos impregnados de ese semen a su boca y los succionó – tendré que buscarme a alguien mejor – rió, se movió y buscó en el cajón de su buró, sacando un tapón anal – un “angelito” – dijo con sarcasmo observando el juguete – no creo que los ‘angelitos’ usen cosas como estas…
Sin dudar, llevó el objeto a su trasero y lo introdujo, gimiendo al sentirlo dentro, después suspiró y se acomodó la ropa.
-Todos piensan que soy un “angelito” – se burló y se abrazó del peluche – buenas noches, señor koala – besó la nariz del muñeco – espero que eso sea suficiente para que guarde mi secreto también, a menos que quiera que me deshaga de usted – amenazó – es hora de dormir, mañana debo seguir portándome como un niño bueno e inocente…
Cerró los parpados y lentamente se quedó dormido, sin poder borrar una sonrisa maliciosa de sus labios.
* * *
Bien, ¡esto es todo! Muajajajajaja, esta historia es extraña, pero bueno, no sé, quería escribir algo así y solo lo hice, especialmente para demostrar que no todos los niños son buenos, algunos son una ‘mala semilla’, aunque no lo parezcan XD ¿alguien recuerda la película ‘The good son’ (o en latinoamerica como ‘El ángel malvado) con Macaulay Culkin? Bueno, creo que esto es más o menos como eso, solo que aquí, a nuestro pequeño ‘angelito’ no le va tan mal ajajajajaja
Espero que les guste ^o^
Espero que les guste ^o^
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