Había sido una verdadera fortuna que ese año, el 31 de octubre cayera en sábado. Javier no tenía trabajo y podía preparar todo lo que se iba a ocupar en ‘La Noche de Películas Clásicas de Horror y Miedo’, cómo él y sus amigos le habían puesto. Desde la universidad, ellos realizaban reuniones ese día, pero, desde que empezaron a trabajar y tener novias formales, era muy común que cancelaran; especialmente él. A la novia de Javier no le gustaba que se juntara con sus ‘amigotes’ como ella los llamaba; más, para ese momento, tenían ya seis meses de que se había separado, después de 4 años de vivir juntos. Un largo tiempo, pero aunque el pelinegro se sentía solo, también tenía un sentimiento de libertad que le gustaba; seis meses en los que no había intentado buscar otra pareja, a pesar de no ser un hombre mal parecido y tener un gran atractivo para el sexo opuesto, decidió disfrutar de su soltería al menos por un año.
En esa ocasión se propuso festejar Halloween a lo grande, por lo que, se despertó temprano, demasiado temprano para ser un sábado tenía que admitirlo; buscó en el cuarto de los ‘cachibaches’ como le llamaba y sacó una caja con adornos para la fecha. Salió y colocó unos fantasmas, calabazas y algunas arañas en el porche; según él, no se iba a esmerar tanto, sólo era para que los niños que salían a pedir dulces, entendieran que podían llegar a esa casa, aunque dudaba que fueran muchos pues, las religiones se empeñaron en ‘satanizar’ la fecha y algunas personas decidieron seguir la corriente. Pero, llegaran los que llegaran a su casa, él iba a darles dulces, tenía la firme idea de que, no comer dulces en Halloween era una abominación, ¿cómo negarle un dulce a un niño? Mientras pensaba en todo esto, el tiempo pasó y casi a medio día terminó de colocar todos y cada uno de los adornos de la caja; cuando se dio cuenta de lo que había hecho suspiró resignado. Al día siguiente tendría que quitar todo y eso iba a darle demasiada pereza.
Eran ya pasadas las doce cuando salió al súper; debía comprar botanas, palomitas, refrescos, nachos y cosas similares para la reunión, así como los dulces que les iba a dar a los niños. Las tiendas estaban casi vacías, no había mucha gente a esas horas; no le sorprendió.
Al volver a su casa, guardó las cosas que había comprado y fue a bañarse. Después de eso, se tomó un tiempo para buscar películas en su colección, de no tenerlas, iba a tener que poner a descargar algunas para la noche. Ya habían pasado las cuatro cuando el timbre sonó mientras él estaba en su escritorio. ¿Quién podría ser a esa hora? La reunión era a las siete y los niños empezaban a llegar aproximadamente entre siete y ocho. Iba a ponerse de pie cuando el timbre volvió a sonar, está vez más insistente y desesperado.
-Ya voy – se incorporó de su escritorio acomodando sus lentes – ya escuché, no tienen que tocar de esa manera… – su voz sonaba funesta, odiaba que tocaran el timbre con insistencia.
Al abrir la puerta se dio un paso para atrás – ¡Dulce o truco! – una enorme calabaza estaba frente a su rostro.
Javier movió su mano y obligó al dueño de la calabaza a bajarla.
-Sebastián, llegas temprano – sonrió – ¿Qué paso?
El joven que estaba en la puerta era alto, de piel blanca, cabello castaño y ojos claros, portaba una barba de candado que lo hacía ver más grande que Javier, a pesar de ser unos meses menor.
-¡Gracias por invitarme a pasar! – dijo sarcástico – vengo con algunas cosas y esta, en especial, – señalo la calabaza con el rostro – es pesada.
-Pasa – Javier se hizo a un lado de la puerta y lo dejó pasar con la calabaza mientras él tomaba las bolsas que estaban en el piso detrás de su invitado – sabes que no tienes que pedir permiso para entrar.
Sebastián caminó hasta la mesa del comedor, colocando la calabaza en la misma y se recargó en ella.
-¿Qué piensas? – preguntó con emoción.
-¿Qué pienso de qué? – Javier también dejó las bolsas pláticas el mueble y lo miró confundido.
-¡De la calabaza! – sonrió más ampliamente – ¡¿No crees que es genial?! Me salió muy barata, cómo hoy es Halloween, las están rematando.
-Pues… – el de lentes se alzó de hombros – No lo sé, supongo que está bien, creo… ¿para que la quieres?
-¡Ah! Eso… – Sebastián buscó en la bolsa de su pantalón y sacó un papelito – Toma, lo busqué en internet y según decían, era el mejor.
Javier seguía sin entender, tomó el papel y lo leyó.
-¡¿Pay?! – preguntó aún sin entender del todo – ¿para qué demonios quieres una receta de un pay de calabaza, si ni siquiera sabes hacer un huevo?
-¿Quién dice que no se hacer un huevo? Además, yo no lo voy a hacer solo pues, esta hermosura – golpeo la calabaza con un dedo – es sólo para ti.
Javier se quedó observándolo con seriedad, su mirada estaba fija en Sebastián, si pudiera le reventaría la calabaza en la cabeza.
-Sebastián… – se quitó los lentes, masajeo el puente de su nariz, suspiro y volvió a colocarlos en su lugar – ¿Qué te hizo pensar, que yo iba a usar esa calabaza para hacer un pay? – preguntó tratando de sonar calmado – jamás he usado el maldito horno de la estufa, ¡la que lo usaba era Sara!
-No tienes que gritar – añadió el otro con un gesto de vergüenza – es sólo que, hace unos días comentaste que, tenías muchas ganas de comer pay de calabaza casero, así que pensé “¿Por qué no hacer uno si tanto le gustan?”
-¿No crees que hubiera sido mejor comprarlo hecho? – Javier pasó la mano por su cabello con un gesto cansado.
-Si lo pensé, no soy tonto – aseguró el otro – Pero tú dijiste ‘casero’, así que, busque en internet y en las pastelerías y panaderías cercanas, vendían pan de calabaza, pero no pay, ni pastel así que, la única opción es, hacerlo… Y ¡mira! – fue a las bolsas que también había llevado – compré todos los ingredientes… ¿Qué dices?
Javier negó, hubiese deseado negarse, pero su amigo se había esforzado, era notorio – Está bien – se rindió – pero será un experimento, como dije, ni siquiera se usar el horno.
Sebastián se acercó a él y le quitó el papel de sus manos – aquí dice que debe precalentarse y después meter el pay ya preparado por 20 minutos ¿Qué puede salir mal?
-Ciertamente – añadió Javier – lo que leí no parece tener mucha ciencia…
-¡Esa es la actitud! – el castaño sonrió y lo abrazó por los hombros – además, los mejores chef son hombres, ¿qué tienen ellos que no tengamos nosotros?
-Años de práctica – respondió el de lentes.
-Estoy tratando de animarte y no me lo pones fácil hermano…
-Está bien, entonces, habrá que abrir la calabaza primero – añadió Javier – eso no es tan difícil.
-Sí, pero… – Sebastián se acercó a la calabaza – ¿Por qué no le hacemos una cara espeluznante? Así aprovechamos y la ponemos afuera para decorar
-Estas pidiendo demasiado – aseguró el otro.
-¡Vamos! Empápate con el espíritu de Halloween – el castaño señalo la calabaza – no vez que ella lo está pidiendo mira – la volvió a tomar en sus manos y la puso frente a su rostro moviéndola ligeramente hacia los lados – “Vamos Javier…” – hizo una voz chillona – “…Por favor, hazme un hueco con tus manos y ponme algo dentro para que me caliente…”
Javier lo vio levantando una ceja – Eso sonó algo perverso.
-Sí, lo sé – aseguró el otro – sólo imagina que es una mujer y ya… Y también… – sacó un paquete de las bolsas – traje velas para colocarle dentro.
-Bueno, está bien – aseguró el de lentes – pero tendrás que ayudarme.
Ambos se encaminaron a la cocina, ésta solo estaba dividida del comedor por una barra. Pusieron las cosas sobre la barra; Javier tomó un cuchillo del cajón y se acercó a la calabaza haciéndole un corte en la parte superior.
-Pásame un plato – solicitó – necesito algo en que echar el relleno.
-Muy bien – el castaño se movió por detrás de Javier en el momento justo en que el otro se hacía para atrás.
Chocaron ligeramente y se alejaron con rapidez.
-Perdón – anunció el anfitrión.
-No te preocupes, fue mi culpa… – añadió el castaño – ¡ah! por cierto, Hugo, Fer y Sam no van a venir.
-¿Por qué? – preguntó confundido el de lentes
-Todos tienen novia ¿recuerdas? – sacó un bol grande y lo puso en la barra – así que, todos tuvieron compromisos de última hora – se alzó de hombros – fiestas de disfraces y cosas así, ¿no te avisaron? – preguntó intrigado.
-La verdad – anunció – no he tocado mi teléfono desde la mañana que me levanté, así que no sé si me marcaron o no.
-¿Tampoco ha sonado el teléfono de tu casa? – preguntó curioso.
-No – sonrió – pero si te avisaron a ti, entonces dieron por sentado que me lo dirías tú.
-Tienes razón.
El de lentes estaba batallando para sacar lo de adentro de la calabaza – ¿Necesitas ayuda? – preguntó el castaño.
-Creo que si… – respondió – Nunca pensé que fuera difícil, todos lo hacen ver tan fácil en la televisión.
-Sí, pero a veces es más divertido descubrir las cosas por nosotros mismos ¿no lo crees?
-Tienes razón – el de lentes se alejó de la calabaza para darle espacio al castaño, tenía las manos sucias por pequeñas raspaduras de la pulpa interior de la calabaza, algunas semillas en los brazos y el color naranja en su piel – pero es algo sucio…
-Si tú lo dices – respondió el otro mientras introducía una mano en el interior de la calabaza para sacar lo demás tanto con las manos, como con una cuchara – solo tienes que saber dónde raspar – sonrió.
En un movimiento, hizo demasiada fuerza, la cuchara hizo palanca y, al liberarse, algo de la pulpa salió disparada por el agujero, llenándole el rostro de pedacitos.
Javier rio a carcajadas al ver la facha con la que su amigo había quedado.
-¡Qué bueno que sabes cómo hacerlo!
-Muy gracioso – añadió un tanto molesto el castaño – así cruda no es muy agradable – pasó su mano por su rostro y la barba para tratar de limpiarse.
-Toma – Javier tomó una toalla de la cocina y se la ofreció – te estás ensuciando más, aunque, en vez de la calabaza, podría ponerte a ti de adorno, ya estas naranja.
-No, si los niños me ven, saldrán huyendo – aseguró con una sonrisa y después de limpiarse, volvió a su trabajo.
-Sebas – el castaño posó la vista en Javier al escucharlo – ¿Por qué no tienes novia?
Sonrió y no dijo nada.
-¡Vamos viejo! – insistió el de lentes – Eres el único de nosotros que no ha tenido pareja desde… la universidad… – el mismo se sorprendió de esas palabras, era demasiado tiempo – Quiero saber, especialmente por lo que dijiste de los demás y el tono con el que mencionaste que tienen ‘novia’.
-No creo que quieras saberlo – respondió seguro el castaño y sin detener su trabajo.
-Somos amigos ¿No es así?
-Lo somos, eso no está a discusión – Sebastián saco una gran cantidad de pulpa, llenando el bol y dejando la calabaza sobre la mesa – ya está limpia.
-Bien, ¿quieres que le haga yo la cara o mejor preparo el pay?
-Mira, tú haces la cara y yo pongo manos a la obra con el pay – indicó el castaño con una sonrisa – veras que sí se cocinar.
-Está bien, veamos – Javier observó la calabaza por un momento – ¿Una cara clásica te parece bien? – preguntó a Sebastián que estaba buscando algo en que cocer la pulpa.
-Sí, supongo – asintió el otro sacando de uno de las puertas de la cocina una olla grande.
-¿Entonces…? – inquirió Javier mientras trazaba con un pequeño cuchillo unas marcas guía en el exterior de la cáscara.
-¿Qué cosa? – el castaño sonrió de lado, sabía lo que quería que dijera, pero él no quería contarle en realidad, podía ser malo para ambos.
-¿Por qué no tuviste novia desde Jessy? – especificó el de lentes.
-Si te lo digo, tal vez no vuelvas a tratarme igual – la voz del castaño parecía burlona pero no estaba bromeando.
-¿Por qué dejaría de tratarte de la misma forma? – en ese momento estaba terminando de sacar un pedazo de cascara para finalizar un ojo.
-No lo sé – se alzó de hombros – tal vez porque no me verías igual o te sentirías incómodo.
-¿Incomodo? – rió – Eso es imposible, nos conocemos desde la primaria eres como mi hermano, ¿por qué me sentiría incomodo?
-Está bien – añadió el otro – te lo diré… – apagó el fuego de la estufa que estaba ocupando, retiró la olla de ahí colocándola en otro lugar, giró y se cruzó los brazos en su pecho – Soy gay.
Javier se quedó petrificado, no parpadeó; el cuchillo a medio camino de terminar el siguiente ojo de la calabaza y la última palabra retumbándole los oídos. Pasó saliva y finalmente pestañeó varias veces, movió su rostro de lado a lado y sonrió nervioso.
-Estas… Estás bromeando ¿cierto?
-No, no estoy bromeando – aseguro el castaño – soy gay – reafirmó.
Javier lo observó escéptico, su amigo debía estar bromeando. Sebastián era el chico más alto del grupo, bien parecido, siempre usaba barba de candado, sus ojos azules hacían que las mujeres cayeran rendidas y además hacía ejercicio, por lo que su cuerpo era más definido que el de muchos, incluyéndolo a él, quien era una persona postergadora que decía que haría ejercicio y nunca lo cumplía, pero como era delgado, no le importaba mucho. Al contrario, Sebastián era varonil ante sus ojos y siempre había sido muy hombre, jamás lo había notado como un ‘maricon’; ciertamente era muy animado pero, de eso a llegar a ser ‘gay’, era algo impensable.
-Bien… – dijo el de lentes con algo de desconfianza – Supongamos que te creo – sonrió no muy convencido – ¿desde cuando se supone que eres ‘gay’?
-Desde siempre – respondió con naturalidad.
-¡No me vengas con mamadas! – Javier lo miró un tanto molesto – tuviste novias en la secundaria y en la preparatoria.
-Sí, las tuve – aseguró – pero en realidad nunca me han gustado las mujeres.
-¿Me estás diciendo que siempre has sido gay y, aun así, participas en las pláticas donde nos burlamos de manera cruel de los gays, todos nosotros? – dijo refiriéndose al grupo de amigo de ambos.
Sebastián se alzó de hombros y sonrió de lado.
-¡Eso no tiene sentido! – inquirió Javier – ¡Es absurdo!
-No es absurdo… – dijo el castaño – Mira como estas actuando – lo señalo con su rostro – ¿qué crees que pensarían o harían los demás? Tal vez se alejarían, tal vez me harían a un lado y poco a poco me quedaría sin el círculo de amigos que formé desde hace años…
Javier se quedó en silencio y analizo lo que Sebastián le dijo; ciertamente era algo que quizá, los amigos de ellos no entenderían.
-Además – añadió – no quiero que te alejes de mi – sonrió de lado – por eso no quería decir nada, especialmente a ti.
-¿A mí? – preguntó el de lentes.
-SÍ, a ti… Bueno, ahora ya lo sabes, ¿dónde están los moldes que tu novia usaba para hacer pastel? – preguntó el castaño mientras se giraba para buscar en la alacena.
-En… En el horno… – Javier estaba aturdido.
Sebastián se entretuvo sacando las cosas que estaban dentro del horno de la estufa para dejarlo limpio y, cuando fuera necesario, que prenderlo no diera problema. Javier seguía con el cuchillo en la mano, los ojos de la calabaza ya estaban listos pero aún faltaba la boca; la confesión de Sebastián lo había perturbado más de lo que pudiera esperar pero, debía admitir que había sido su culpa por presionar.
-Haré la costra del pay – anunció el castaño, logrando sacar de sus pensamientos a Javier.
-Si claro… – sonrió con nervios, ahora entendía lo que Sebastián dijo, ya no podía actuar con él de forma natural – Sebas… – dijo con debilidad.
-¿Si? – preguntó el aludido mientras tomaba unas galletas de las bolsas
-¿Lo…? – dudó, no sabía si quería preguntar, pero la curiosidad lo estaba matando – ¿Lo has hecho…?
-¿Qué cosa? – el castaño lo miro confundido mientras colocaba las galletas en la licuadora para molerlas.
-Ya sabes… – el de lentes lo miró de reojo, pero al ver el rostro confundido de su amigo tuvo que hacer la pregunta directa – ¿ya lo has hecho con otros hombres?
Sebastián rió; encendió la licuadora por unos segundos y después, colocó las galletas molidas en un bol donde las empezó a mezclar con mantequilla.
-Si – respondió después de un rato y mientras mezclaba con sus manos – ya lo he hecho – repitió – ¿por qué preguntas?
El de lentes estaba rojo, pero el castaño no podía verlo, pues ambos estaban de espaldas. Javier llevaba la mitad de la boca de la calabaza, parecía que no quería terminar de hacer su trabajo, pues no movía más el cuchillo.
-Y… – siguió sin responder lo que el castaño preguntó – ¿Qué…? ¿Qué…? – dudó, pero ya había empezado así que, armándose de valor, terminó – ¿Qué se siente?
Sebastián negó, estaba colocando la costra en uno de los moldes – ¿Por qué tanta curiosidad? – preguntó con algo de desconfianza
-Porque eres mi amigo… – añadió nervioso – Porque no me imagino que tú… Es que se me hace raro y, ¡no sé! – negó – Olvídalo, ya no diré nada.
-Se siente bien – respondió logrando que Javier girara un poco su rostro para verlo – no es exactamente igual que tener relaciones con una mujer – prosiguió mientras dejaba de lado el molde y encendía el horno para precalentarlo – pero, a mí me agrada.
-¿Significa que tu no haces el papel de mujer? Olvídalo… – se apresuró a decir – No respondas eso – pidió con desespero y trató de enfocarse en su trabajo con el cuchillo.
Sebastián se acercó a la barra por las demás cosas que ocupaba para el relleno del pay y observó a Javier con una sonrisa divertida. Estaba completamente rojo, a pesar de que su cabello negro era algo largo y alcanzaba a cubrir sus orejas, estas mostraban un increíble color carmesí que se notaría desde la distancia. Estaba apenado y se notaba, pero lo conocía bien, era curioso, siempre lo había sido.
El castaño revolvió los ingredientes en la licuadora, junto con algo de la pulpa de calabaza cocida y la sirvió en el molde que había preparado con anterioridad para dejarlo de lado por un momento.
-No – dijo finalmente – yo no hago el papel de mujer – se giró hacia Javier – yo soy al que se le denomina ‘activo’ – sonrió.
Javier seguía sin terminar la dichosa boca de la calabaza, abrió los ojos enormemente e inclinó más la cabeza – te dije que… no respondieras… – añadió con un hilo de voz.
Sebastián sonrió más ampliamente, negando con lentitud, tal vez debió haber guardado eso y no decírselo, pero ya estaba sincerándose, no iba a detenerse en ese momento.
El castaño revisó el papel de la receta y ajustó la temperatura del horno, metió el molde del pay y lo cerró – Tú preguntaste – se excusó ante Javier – querías saber por qué no tenía novia, ya tienes la respuesta…
-Entonces… – el de lentes respiró profundamente – No tienes novia pero, tienes ‘novio’…
Sebastián rió ante la aseveración de su amigo – No – negó – por el momento no tengo pareja estable – prosiguió sin vergüenza – es muy difícil encontrar a alguien que me guste, después de todo – se acercó a la barra y miró a Javier con seriedad – alguien imposible ya ocupa mi mente…
Javier lo miró a los ojos y en sus ojos pudo ver lo que esas palabras quisieron decir. No supo cómo, hizo un movimiento con el cuchillo en la calabaza y termino haciendo un corte en el pulgar de su otra mano.
-¡Mierda! – alejó las manos de la calabaza y con su mano derecha presiono el dedo para evitar que saliera la sangre.
Sebastián se movió con rapidez, cogió unas servilletas de cocina y se acercó a Javier para revisar su mano – Déjame ver… – acercó la mano herida de Javier a él y limpió el excedente de sangre para observar el corte – Es sólo superficial – anunció – solo hay que vendarla.
La cercanía con la que estaban, logró que Javier se estremeciera, sin saber por qué si ya habían estado cerca con anterioridad. ¿A quién quería engañar? Incluso, uno se quedaba en la casa del otro para dormir, pero ahora no lo podía ver igual; Sebastián tenía razón, quizá no debió haberle dicho nada.
Ambos se miraron a los ojos y Javier tembló.
-¿Por qué tiemblas? – pregunto Sebastián con una sonrisa tranquila – ¿crees que te voy a hacer algo? – negó y se alejó – No Javier, lo que menos quería era que te sintieras así, ¿tienes banditas?
-En el… botiquín… – Javier lo miró desconcertado.
El castaño caminó al baño y volvió con una cajita; sacó una bandita y le sonrió – Vamos, pon la mano.
El de lentes extendió la mano y quito el papel que evitaba que la sangre saliera.
Sebastián le colocó la bandita y le sonrió – Ya quedó – anunció.
Javier estaba nervioso, por primera vez en su vida había visto a Sebastián de otra manera, siempre había sido su amigo, casi hermano. ¿Por qué en ese momento que le puso la bandita en su dedo le pareció atractivo? ¡Él no era gay! Era simple sugestión, nada más.
-Gracias – sonrió.
El pelinegro volvió a tomar el cuchillo para proseguir con la calabaza.
¿No prefieres que lo haga yo? – el castaño le sonrió – no parece que tengas mucha practica con esto – señalo la cara de la calabaza – se mira extraña – mencionó acercando el dedo a la boca – especialmente aquí.
-Así debe quedar ¿o no? – inquirió Javier
-Sí, pero, creo que necesita más carisma – Sebastián levantó una ceja – especialmente en la boca.
-¿Cómo lo harías tú? Señor sabelotodo – retó Javier.
-Con dientes en forma de sierra y no cuadrados – aseguró – son mejores.
Javier lo miró entrecerrando los ojos.
-¡Eres un idiota! – habló con seriedad – dijiste que le pusiera una cara clásica, ¡esta es la cara más clásica que existe!
-Dije una cara clásica, mas no una cara de tonta – aseguró el castaño sonriendo ampliamente – además la dejaste ‘visca’ – se burló de los ojos.
Javier lo miro con molestia – No vuelvo a hacerte caso – dijo molesto y lanzó el cuchillo a un lado.
-Lo siento – rió el castaño – no te enojes, es que, es divertido…
-Claro, búrlate de mis pocas habilidades manuales…
El castaño negó y se acercó hasta Javier – Quieres pelear – lo miró con seriedad – nunca me has ganado – le recordó, pues en todos sus años de amigos, Javier jamás pudo ganarle un solo pleito, no solo físico, sino de palabras – De verdad ¿quieres pelear? – insistió.
-No quiero pelear contigo – aseguró Javier – además, yo no golpeo a las ‘niñas’ – se burló.
Sebastián lo miró sorprendido. Javier se dio cuenta de lo que había dicho en ese momento – No quise ofenderte – aseguró – Lo siento…
El castaño sonrió de lado – No soy una ‘niña’ – aseguró – y puedo demostrártelo…
Se movió con rapidez, tomando el brazo de Javier con fuerza, colocándolo entre la barra y su cuerpo.
-¿Qué haces, Sebastián? – Javier se movió y trato de alejarlo, pero era más pequeño que su amigo.
Intentó golpearlo para alejarlo, sí, le dio un par de golpes en el pecho con sus manos, pero no pudo imprimir mucha fuerza en los mismos. En medio de los movimientos, empujaron la calabaza, la cual, rodo por la barra y cayó al piso quebrándose en pedazos; ellos seguían en el forcejeo, sus piernas se enredaron y cayeron al piso, sobre la calabaza. El silencio invadió la cocina, Sebastián estaba sobre Javier; ninguno se movió. Javier se había golpeado pero las manos de Sebastián en su espalda y su cabeza evitaron que se lastimara demasiado, en realidad, podía decirse que el castaño lo tendió en el piso más que simplemente tumbarlo. Los lentes de Javier quedaron en el suelo, algo lejos de ambos.
-Lo siento… – un susurro por parte del castaño sorprendió a su amigo – pero ya no hay vuelta atrás Javi… – sonrió con pesar – Sé que no volveremos a ser amigos, pero, ahora, no puedo irme de tu vida sin esto…
-Sebastián… – Javier lo escuchó y trato de moverse, pero el peso del cuerpo de su amigo no lo permitió.
El castaño se movió con lentitud, acercó su rostro hasta el oído del otro y sus labios rozaron la oreja; el corazón de Javier se aceleró. Algo en él no le permitió moverse solo cerró los ojos.
Sebastián se acercó al rostro de Javier y éste, sentía los vellos de la barba de su amigo rozar su piel de una manera que lograba estremecerlo; el castaño se movió con lentitud, sus labios quedaron sobre los labios de Javier, pero no hizo nada.
En un acto reflejo, los labios del pelinegro se entreabrieron y el castaño lo beso. Un beso de la forma más pura que pudo dar; no apresuró, no exigió, solo fue un beso delicado, con infinito amor, ese amor que había estado ocultando por años.
Sebastián alejó sus labios de Javier después de un momento – Es mejor que me vaya… – sonrió con tristeza – no tienes que decir nada, no volveré a visitarte.
Iba a incorporarse, cuando la mano de Javier lo detuvo por un costado, aferrándose a la camiseta; logrando que el castaño lo viera confundido. El pelinegro no había abierto los ojos, ni siquiera se había movido en realidad, sólo su mano había reaccionado.
-No… – un susurro apenas audible – No te vayas…
Sebastián pasó saliva, en ese momento se debatía entre ceder a sus deseos o tratar de proteger lo poco que quedaba de esa amistad que ambos tenían, y, demás estaba decir, que Javier no se lo estaba poniendo muy fácil en ese preciso instante.
-Javi… – susurró – si no me sueltas yo…
El pelinegro entreabrió los ojos y lo observó – Tengo miedo – su voz apenas se escuchó – pero… No… No quiero que te alejes…
Algo en la entrepierna de Sebastián empezó a despertar; Debía estar soñando. Sonrió de lado y se acercó nuevamente a Javier, quien, cerró los ojos apretando los parpados.
Sebastián simplemente pasó su nariz por la mejilla del pelinegro – Quieres saciar tu curiosidad – preguntó un tanto divertido – solo eso ¿No es así?
Javier asintió.
-Bien, entonces – Sebastián se alejó, se quitó la camiseta – saciaré tu curiosidad.
Javier abrió los ojos para observar el cuerpo de su amigo, ya lo había visto desnudo, cuando iban a la playa, pero esta vez, lo miraba de una manera diferente; aún estaba aturdido cuando el castaño lo obligó a incorporarse un poco y le quitó la camiseta. El pelinegro quedó desnudo sobre el piso, el cual, aún tenía pedazos de calabaza y migajas de la pulpa.
Sebastián se acercó a él nuevamente y esta vez besó el cuello; Javier se removió – cosquillas… – susurro refiriéndose a la barba y apretó los parpados. El castaño no hizo mucho caso, simplemente volvió a subir y esta vez lo besó de otra manera, diferente a ese primer beso que le proporcionó momentos antes; el pelinegro correspondió, entreabrió nuevamente la boca, permitiéndole el paso a la lengua de aquel que era su mejor amigo.
El beso no fue desagradable, al contrario, Javier podía asegurar que nunca había disfrutado un beso de esa manera.
El pelinegro estaba perdido en las sensaciones cuando Sebastián se alejó nuevamente; Javier no se movió, siguió tendido en el piso, esperando a que el maestro lo guiara. Las manos del castaño se posaron en su pantalón y lo desabrocho; se tomó el tiempo para recorrer con sus manos las piernas delgadas que se mostraban ante él. Igual que Javier, ya había visto ese cuerpo semidesnudo cuando viajaban a playa, pero, aunque lo deseara, siempre lo vio como un imposible; pero, ese día, su imposible estaba convirtiéndose en una realidad.
Cuando las manos de Sebastián se encaminaron a quitar el bóxer, Javier lo detuvo con rapidez; ambos volvieron a verse a los ojos y el pelinegro desvió la mirada nervioso. El castaño alejó las manos que le estorbaban y sonrió – ¿No quieres saber? – preguntó.
El otro solo asintió y cerró los ojos.
Sebastián dejó desnudo a su amigo de la infancia; sonrió al descubrir por primera vez el sexo de aquel que lo trastornaba. Acercó su mano derecha y masajeo suavemente, tratándolo con suma delicadeza; en poco tiempo, el miembro despertó en medio de algunos sonidos acallados de Javier, quien trataba de no gemir cubriendo su boca con una mano.
Sebastián se acercó a donde su mano estaba trabajando y prodigo besos y caricias. El pelinegro se removió ante las sensaciones; sus manos se movieron por el piso de manera desesperada, logrando llenarse de residuos de la calabaza; no sabía dónde colocarlas hasta que, por fin, cedió e hizo lo que haría con una mujer. Las manos de Javier se posaron en el cabello del castaño, enredando sus dedos sin llegar a lastimar, solo dejándose llevar por las sensaciones.
Los gemidos empezaron a inundar la casa, Javier disfrutaba redescubriendo algo que no pensaba pudiera sentirse diferente si un hombre lo hacía, en vez de una mujer.
Sebastián se alejó de su nuevo amante y le sonrió. Estiró su cuerpo y brazo en busca del bote de mantequilla que estaba sobre la barra, el mismo que había llevado para el pay; metió los dedos índice y medio en él y los llevó a la entrada de Javier.
-¡Espera...! – Javier se intentó incorporar – Yo quería…
-Lo siento – el castaño lo miró con una sonrisa perversa – creí haberte dicho con anterioridad que yo era el activo…
Javier pasó saliva y no pudo decir nada; uno de los dedos de Sebastián se abrió paso con lentitud en el interior del pelinegro, logrando arrancarle un gemido.
– No te tenses – indicó el castaño con calma al sentir como el interior de Javier se contraía – si lo haces, te dolerá y no podrás disfrutarlo…
Sebastián se acercó hasta el pelinegro, apoyando su peso en el brazo que tenía libre y lo besó. Javier pasó sus manos por la nuca de su amigo y respondió el besó con desespero, no quería que el otro escuchara sus gemidos, debía admitir que, pese a la incomodidad y la sensación extraña, lo estaba disfrutando.
Un segundo dedo entró y Javier encajó las uñas en la piel del castaño alejándose de él y respirando entrecortado contra su cuello.
-Es hora… – anunció Sebastián.
Javier se estremeció, pero permitió que lo volviera a recostar contra el piso. El castaño retiro los dedos del interior del pelinegro y se desabrochó el pantalón, descubriendo su miembro erecto ante su amante y se acomodó en la entrada.
-Sebas… – la voz de Javier era nerviosa, tenía miedo, el castaño lo observó esperando que terminara lo que iba a decir – ¿Me…? ¿Me dolerá?
Sonrió – Si te tensas, si, seguramente, así que, debes relajarte… – explicó – Si te relajas, te prometo que te haré disfrutar…
Javier asintió y cerró los ojos; aspiró hondamente recostando su cuerpo completamente en el piso y permitiendo que se relajara. Al notar esto, Sebastián presionó su sexo contra la entrada de Javier, introduciendo la punta de su sexo en el interior de su amigo; ésta, resbalo con facilidad debido a la mantequilla y Javier tembló
-Relájate… – el castaño volvió a guiar – Relájate…
Sebastián empezó a penetrar con lentitud, permitiendo que Javier se fuera adecuando al grueso de su miembro erecto; cuando sentía que su amante se tensaba, de detenía y volvía a pedirle que se relajara. Tuvo mucha paciencia para controlarse, si se desbordaba el deseo que lo embargaba podría haber lastimado a Javier.
Cuando por fin estuvo completamente dentro se acercó al pelinegro y lo besó; Javier le correspondió necesitado, sus manos se posaron en los hombros del castaño y ejerció presión en el agarre.
-Empezaré a moverme – anunció Sebastián al separarse de los labios de Javier.
El castaño se sostuvo con los brazos a los costados de su amante y empezó a deslizarse hacia afuera, logrando que el pelinegro gimiera ante esa nueva sensación. Sebastián empezó un vaivén lento, suave, esperando las reacciones de Javier, pero pronto, al ver que éste no se quejaba y que, al contrario, correspondía al acto de manera que no hubiera imaginado, empezó un movimiento más rápido.
Javier entrelazo las piernas en la cintura del castaño, siguiendo el movimiento que el otro imponía, gritaba cuando el castaño entraba y gemía cuando salía; el momento de dolor que pudo sentir al principio ya había sido olvidado por su mente, en ese instante, las emociones y el placer que sentía lo estaban embriagando. Sebastián tocaba algo en su interior que lo hacía sentir algo diferente y que jamás pensó podía existir; un par de lágrimas brotaron de sus ojos pero no eran de dolor.
“Mas” fue la única palabra que Javier pudo pronunciar, en un largo rato mientras se retorcía bajo el cuerpo del castaño.
Sebastián pasó sus manos por detrás de la espalda de Javier y lo incorporó junto con él; el pelinegro empezó a moverse sin pudor, cuando se encontró sentado sobre ese miembro que lo invadía de una forma inigualable.
Las manos de Sebastián recorrían la espalda de Javier y las del pelinegro estaban aferradas a los hombros del castaño, como temiendo a que éste se alejara de él; sus cuerpos estaban calientes y húmedos, el sudor corría por la piel de cada uno y escurría por sus cabellos.
Una mano de Sebastián se movió hasta colarse entre ambos y empezó a masajear el sexo de Javier.
-No… – gimoteo el pelinegro – Voy a… Voy a…
-Yo también… – dijo el castaño con voz ronca – hazlo… – ordenó – hazlo…
Ninguno de los dos se contuvo más y llegaron al límite en ese momento; ambos estaban jadeantes, cansados, pero completamente satisfechos. Sebastián recostó a Javier sobre el piso de nuevo y se tendió sobre él.
Esperaron unos minutos hasta que su respiración y latidos volvieran a la normalidad.
-¿Eso sació tu curiosidad?
-La verdad, yo quería probar como activo – añadió Javier – pero, debo admitir, que esto me gustó mucho más que tener sexo con una mujer…
-Pues, olvídate de ser el activo – el castaño lo miró a los ojos – lamentablemente para ti, en esta relación, te tocara ser la ‘niña’ – dijo burlón.
-¿Relación? – el pelinegro lo miró con asombro.
-Por supuesto – sonrió Sebastián – creo que ya encontré a mí ‘novio’.
Javier estaba a punto de replicar cuando el timbre sonó. Los dos se miraron, los había tomado por sorpresa; Sebastián aún tenía su pantalón, aunque no bien colocado y con algo de manchas por la calabaza, que, debido al color oscuro del pantalón, no se notaban mucho, pero, Javier estaba desnudo.
-¿Serán los niños? – pregunto Sebastián en un susurro
-No, ya hubieran gritado pidiendo dulces – susurro Javier.
El timbre volvió a sonar, ahora con más desespero y una voz conocida se escuchó.
-¡Javier! – timbró en repetidas ocasiones – ¡Abre, no te hagas wey!
-Es Fer – mencionó el castaño buscando su camiseta.
-¡Dijiste que no iban a venir! – reprochó Javier entre dientes.
-Pues eso dijeron – replicó el otro aún en susurros colocando su camiseta con rapidez – ¡Voy! – gritó levantando la voz.
-¿Estás loco? – Javier estaba tomando su ropa y lo regaño aún en murmullos – ¿Cómo se te ocurre?
-Ve a cambiarte – el castaño le guiñó un ojo – yo me encargo.
Javier se puso de pie junto con su ropa y se encaminó a las escaleras para ir a su habitación. Cuando llegó a ella, iba a colocarse la misma ropa que traía, pero notó que estaba demasiado sucia de calabaza, así que opto por buscar algo más.
Sebastián por su parte, se había puesto de pie, sacudido un poco su pantalón, levantó los lentes de Javier que habían quedado en el piso, dejándolos en la barra y fue a abrir la puerta.
-¿Qué paso? – dijo con una enorme sonrisa al ver a Fernando disfrazado de ‘Diablo’ – Dijiste que no ibas a venir.
-Tú lo has dicho – acotó con un tinte de depresión – no ‘iba’ a venir, pero mi novia me mandó al diablo, justo antes de la fiesta de disfraces a la que íbamos a ir.
-Y por lo visto, ¡te lo tomaste muy literal! – el castaño lo palmeo en la espalda y trató de animarlo al ver el rostro de su amigo – Ya, animo, no te preocupes…
-Si ya, lo que sea… – Fernando mostró una bolsa – traje papas… ¿Y Javier?
-Se fue a cambiar…
-¿Por qué?
-Porque estábamos experimentando con una calabaza y hubo un accidente – señaló la calabaza hecha pedazos en el piso.
-Ya veo… – se quedó en silencio y giró a ver a Sebastián – y ¿el humo?
Sebastián se sorprendió, no había notado el humo oscuro que salía de la estufa; corrió a la cocina a revisar el horno, se resbalo con la calabaza pero evito caer sosteniéndose de la barra.
-¡Demonios! – gruñó – bueno, ni modo, se quemó.
-¿Qué era? – Fernando se sentó en un banco alto de la barra desayunadora
-Intento de pay – Javier iba bajando las escaleras – pero, ya se constató que no sabemos usar un horno.
-No, ni que fueras una mujer y menos una ama de casa.
Javier se asustó ante las palabras de su amigo, estaba nervioso y Sebastián solo sonrió.
-Y ¿por qué el disfraz? – Javier intento cambiar la conversación mientras tomaba sus lentes para colocárselos.
-Porque lo mandaron al ‘diablo’ – rió Sebastián.
-¡Ya! – espetó Fernando – ¡A la mierda con las mujeres!, desde hoy me hago gay.
-¡No! – Javier grito y sus amigos lo vieron con asombro – digo… es que… no tienes que tomar una decisión así, solo por pelear con tu novia – su voz tembló.
-Tienes razón Javi – Fernando sonrió – además, no creo que tener sexo con un ‘wey’ sea mucho mejor que gozar el cuerpo de una vieja – Fernando dio la vuelta y se enfilo a la sala – voy a poner una película mientras ustedes limpian…
Javier observó de reojo a Sebastián y este le sonrió con picardía. En un descuido de Fernando, Sebastián acercó el rostro hasta la oreja de Javier y le susurró – No te preocupes, lo que hicimos, no lo volveré a hacer con otra persona que no seas tú…
Javier no dijo nada, sintió que el calor encendía sus mejillas y después, sin previo aviso, le dio un codazo en el estómago a Sebastián que lo dejó sin aire.
-Más te vale – espetó en un murmullo – porque si me entero de que te metiste con otro, te aseguro que te castro…
El timbre volvió a sonar y los gritos infantiles se escucharon.
Javier fue a la puerta a recibir a los niños que pedían dulces y Sebastián sonrió. El golpe le había dolido, pero en ese momento, muchas ideas de como desquitarse le invadían la mente. Buscó la escoba para limpiar la calabaza que aún estaba en el piso.
Su vista se posó en Javier quien sonreía al repartir dulces, siempre le había gustado; quizá, no había sido mala idea sincerarse con su mejor amigo, quien, después de todo, ahora era su pareja.
* * *
Mi primer OS y el primer Fic que publiqué en el foro dónde volví a adentrarme en el yaoi ^..^ fue un error, pero uno de los buenos.
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