Era viernes, a las cinco de la tarde y el pelirrojo decidió acabar con su trabajo en ese momento; guardó los archivos de todo lo que estaba haciendo, cerró los programas y apagó su computadora. Estiró los brazos, después masajeó sus hombros y cuello; se sentía cansado, pero era momento de ir a hacerse cargo de su pequeño tesoro.
Apenas salió del despacho, empezó a escuchar las risas de Misael; el pequeño pelinegro apenas iba a cumplir tres años y andaba por el departamento como si fuese un torbellino, con la señora Norma y Esther, su niñera, tras él, cuidando que no le ocurriera nada. Desde que el menor estaba en la vida de Uriel e Isaac, Norma se quedaba hasta entrada la tarde ayudándoles con el cuidado del niño, pero como ya era una mujer mayor, habían contratado a Esther para que no fuera una carga tan pesada.
-¡Papi! – el niño se lanzó a los brazos del ojiverde
-¿Qué pasó, mi amor? – preguntó, levantando al menor en brazos – ¡mira nada más! – dijo con sorpresa al notar la carita llena de manchas – ¿qué estuviste comiendo? – indagó.
-Lo siento – sonrió Esther – estuvo comiendo paleta y estaba por limpiarlo, pero salió corriendo.
-En cuanto escuchó que saliste de la oficina fue en tu búsqueda – explicó Norma con una sonrisa.
-¿Es cierto? – indagó el pelirrojo besando la mejilla, sin importar que se manchaba también – ¿tanto así me quieres?
-¡Mucho! – respondió el niño besando a su papá – vamos a jugar, papi…
-Está bien, vamos…
-¿Quieres comer algo, Isaac? – preguntó la mujer mayor, caminando a la cocina, mientras Esther recogía algunos juguetes que estaban regados por el piso.
-No, gracias, esperaré a la cena – sonrió – Uriel dijo que hoy si vendría temprano, por lo cual seguramente a las ocho estaremos cenando – dijo con confianza, mientras limpiaba el rostro de su hijo con un pañuelito.
-Entonces, prepararé la cena – anunció la castaña.
Isaac llevó a Misael a la sala y se sentó en la duela, jugando con el niño.
Faltaban dos meses para que Misael cumpliera años, en diciembre, pero fue aceptado en primero de preescolar ese mismo ciclo escolar, gracias a que su padre habló con los directivos de la escuela pudo entrar sin problemas; para Uriel era un gran logro que su hijo entrara a preescolar aun sin tener tres años cumplidos y estar apenas dentro del tiempo permitido para hacerlo, pero para Isaac había sido difícil asimilarlo.
Por las mañanas, el pelirrojo se sentía solo en el enorme pent house, a pesar de que Norma trabajaba de lunes a sábado, además no podía acompañar a Diego y Esther por el niño, pues el menor se quedaba en la escuela hasta las cuatro y él debía trabajar; le dolía no poder disfrutar tenerlo a su lado como antes, porque el pequeño ya no se quedaba con él todas las mañanas, jugando o tomando las siestas, ya que ahora tenía otras necesidades; eran Esther y Norma quienes cuidaban al niño hasta que su papá terminaba su jornada a las cinco. Además, en ocasiones, Uriel tenía que salir de la ciudad por varios días e Isaac también debía dejar que su hijo se quedara algunas noches en casa de su bisabuelo y algunos fines de semana, sus abuelos iban a la ciudad y lo acaparaban, por tanto, el ojiverde se sentía solo.
Aun así, le gustaba esa vida que llevaba, pero en ocasiones, deseaba que Misael se hubiese quedado pequeño, para poder tenerlo siempre a su lado.
* * *
Humberto Zárate, junto con Rogelio, habían ido a cenar temprano al departamento y se habían llevado a Misael para que el niño pasara el fin de semana en casa de su bisabuelo, por ello, la pareja tenía tiempo para ellos solos.
A las diez de la noche, Uriel e Isaac estaban en la habitación principal.
-Isaac… – Uriel acariciaba el cuerpo de su esposo con deseo, adorando cada parte que sus manos alcanzaban y besando con infinito amor la piel que tenía cerca – mi amor… – musitó el pelinegro con anhelo, mientras abría las piernas del pelirrojo con lentitud.
Los gemidos del ojiverde eran audibles a diferencia de otros días; ahora no tenía que controlarse, olvidándose del temor de despertar a su hijo, pues no estaba en casa. A pesar de que la habitación de Misael era la más alejada, el pelirrojo no se quería arriesgar a que ocurriera algún accidente y siempre evitaba hacer ruido.
-Uriel… – las manos de Isaac se aferraron a los hombros de su esposo y encajó las uñas, al sentir como era penetrado, pero el otro parecía querer torturarlo, ya que lo hacía con suma lentitud – fuerte, por favor – suplicó.
Uriel sonrió y se inclinó hasta el oído de su amante – ¿seguro? – indagó con picardía – podrías gritar…
-Quiero gritar… – musitó el otro – quiero que tu me hagas gemir… – especificó y movió el rostro en busca de los labios del pelinegro – deseo que me llenes de ti… – la lengua de Isaac recorrió los labios del mayor.
Los ojos miel brillaron con lujuria, pues esa petición había sido bastante atrevida y no iba a decepcionar a su pequeño esposo.
Sin dudar, Uriel se apoderó de los labios de Isaac, besándolo con demanda, mientras arremetía con fuerza; los gemidos se ahogaban en la boca del abogado, mientras el delgado cuerpo se movía al ritmo de las embestidas de su pareja. El pelirrojo ondulaba la cadera, arqueaba la espalda y se aferraba al cuerpo del mayor, tratando de adecuarse al ritmo, pero jamás lo conseguía; el pelinegro lo movía como si fuese un pequeño muñequito, pues mantenía su complexión delgada, pequeña y delicada, algo que lo hacía ver más apetecible para él.
Tenían cuatro años de matrimonio y desde hacía tiempo, no podían disfrutarse plenamente, a menos que se quedaran a solas.
-Más… más… ¡más! – exigió el ojiverde, sintiendo que estaba por llegar al orgasmo por primera vez esa noche.
Uriel sonrió y salió del cuerpo delgado, consiguiendo que el pelirrojo gruñera. Isaac estaba por quejarse, cuando su pareja bajó a atrapar su pequeño sexo, succionándolo con avidez; el grito que el menor dejó escapar, retumbó en la habitación. Obviamente Uriel lo conocía a la perfección y sabía cuándo estaba por llegar al clímax, por ello estaba haciendo eso.
El mayor estimuló con su boca y lengua, mientras un par de dedos se metieron a la tibia cavidad que había abandonado momentos antes; no iba a dejar de lado esa parte importante, rozando el punto exacto que sabía, le fascinaba a su desposado.
-¡Uriel! – el grito, mitad gemido, anunció el momento exacto en que Isaac llegaba al orgasmo.
El bogado recibió todo el semen en su boca, pero no lo tragó; cuando sintió que el pequeño miembro dejaba de palpitar, se alejó y subió a la boca del pelirrojo, besándolo y obligándolo a beber su propia esencia. Los ojos verdes se humedecieron; no era que no le gustara eso, pero siempre le hacía sentir vulnerable, casi como si fuese violado, pero en el fondo, le fascinaba que su esposo hiciera eso.
El mayor se alejó, relamió sus labios y sonrió – rico… – dijo sin pudor – pero aún falta mucho para terminar…
Isaac sabía lo que eso significaba; Uriel iba a poseerlo toda la noche, y posiblemente, al día siguiente estaría tan cansado, que despertaría muy tarde.
* * *
Eran casi las once de la mañana, cuando Isaac despertó; se incorporó en el lecho y observó curioso a su lado; Uriel no estaba en la cama y eso le llamó la atención. El pelirrojo se puso de pie, tomó una bata de dormir que tenía y se la colocó sobre su cuerpo desnudo; fue al baño pero no encontró a su esposo y aunque tuvo la intención de buscarlo fuera de la habitación, decidió asearse primero, pues con lo que había ocurrido en la noche, tenía su interior inundado por el semen de su pareja y debía limpiarse.
Abrió las llaves y templó el agua; ya estaban a mediados de otoño, por tanto, el frío en la ciudad empezaba a sentirse y a él no le agradaba. Cuando el agua estuvo a la temperatura que a él le gustaba, ingresó a la regadera y empezó a bañarse; sus manos repasaron su cuerpo con el jabón y los recuerdos de la noche anterior lo asaltaron, especialmente al notar las marcas en su piel.
Los besos, las caricias, la manera en que Uriel le hizo el amor y el cómo lo llevó al paraíso varias veces, consiguiendo que quedara exhausto para aprovecharse de su debilidad y poseerlo estando casi inconsciente. Odiaba y amaba esa manera en que Uriel lo poseía; la odiaba, porque no estaba en sus cinco sentidos para disfrutarla y la amaba, porque Uriel era mucho más cuidadoso y cariñoso, llenándolo de mimos hasta el cansancio y cuando terminaba en su interior por última vez, siempre le decía “te amo, recuérdalo…” y era lo último que recordaba escuchar.
Isaac se mordió el labio y se inclinó colocando la mano izquierda contra la pared, mientras su mano derecha se escabullía a su trasero; sus dedos rozaron su entrada y la sintió algo hinchada, señal inequívoca de que su esposo y él habían pasado una noche llena de pasión. Su dedo medio se abrió paso, introduciéndose con algo de jabón y sintió que su rostro ardía; a pesar de los años, limpiarse aún le avergonzaba, pero además, siempre conseguía excitarse, por lo que un gemido escapó de sus labios y cerró los parpados, permitiendo que su cuerpo reaccionara sin inhibiciones y su mente trajera recuerdos de todas esas ocasiones en que su esposo le había hecho el amor.
-¿Necesitas ayuda?
La voz de Uriel sorprendió al pelirrojo, quien rápidamente alejó la mano de su cuerpo y giró el rostro, observando a su esposo en el marco del cancel; no se había dado cuenta cuando había llegado, pero ahora estaba ahí, parado frente a él, con una sonrisa burlona en sus labios.
-Ah… no… – negó nerviosamente – solo me estoy limpiando.
-Yo podría asegurarme de que quedaras completamente limpio – dijo el pelinegro con diversión y sin permitir que el ojiverde objetara, se introdujo a la ducha con todo y ropa, colocándose detrás del cuerpo blanco y llevando la mano derecha a la entrada oculta, mientras la izquierda sujetaba a su esposo por la cintura, pero no solo eso, sino que se inclinó sobre la espalda, mojándose con el agua que caía y besando los hombros llenos de pecas – tenemos muchos años desde que empezamos a tener relaciones – especificó – y pocas veces puedo limpiarte yo mismo – mordió el hombro que tenía cerca – ¿sabes lo excitante que es hacerlo y lo molesto que es, que no me permitas este placer?
-Es que… es… vergonzoso… – Isaac expuso su cuerpo, no podía rechazar el toque de su esposo, especialmente porque estaba excitado, debido a los recuerdos de la noche anterior – y sucio…
-¿Sucio? – la lengua de Uriel recorrió el cuello de su amado pelirrojo – mi amor… nada de ti es sucio – aseguró en un susurro.
Un gemido escapó de la garganta del menor y sintió que su cuerpo se cimbraba al sentir los dedos invasores en su interior, palpando con sumo interés todo lo que llegaban a alcanzar. Isaac apretó los parpados y levantó más la cadera, buscando más placer.
-Mi amor… – la voz burlona de Uriel hizo que Isaac lo mirara de reojo – ¿te molestaría que te ensuciara primero, antes de limpiarte?
-Hazlo… – musitó el ojiverde sin pensar, pues la lujuria ya se había adueñado de él.
El abogado sonrió emocionado, sin dudar, se quitó la ropa húmeda y se inclinó sobre el cuerpo de su esposo, acercando su miembro erecto a la pequeña entrada y penetrándolo con rapidez; Isaac intentó sujetarse de algo, pero solo pudo arañar las baldosas frías de la pared, mientras Uriel entraba completamente. El menor no se imaginaba que su esposo estuviese tan excitado en ese momento.
-Delicioso… – sentenció el pelinegro, pasando la lengua por la oreja de su esposo – suave y apretado, como siempre…
-Uriel… – el pelirrojo gimió.
-¿Cómo se siente, Isaac? – preguntó el mayor, mordisqueando el lóbulo de la oreja de su desposado.
-Bien… – respondió.
-No – las manos del mayor se movieron por el cuerpo de su amante, yendo a acariciar los pezones que aun portaban adornos de metal – quiero que seas más atrevido… – ordenó – excítame más, yo sé que puedes…
Las mejillas de Isaac se tiñeron de rojo; sabía lo que el otro quería y aunque quería complacerlo, le costaba.
-Tu… tu pene se siente duro y caliente – musitó – está muy… adentro… – dijo con vergüenza, sintiendo que su rostro ardía.
-¿Te gusta?
El ojiverde se mordió el labio pero ante la caricia en su interior en ese lugar que le fascinaba, no pudo callar más – ¡me encanta! – gritó y sintió como el otro arremetía con mayor fuerza.
-Gime, Isaac – pidió el abogado – gime sin reservas… dime lo que sientes, para saber cómo tratarte – mordió el cuello con suavidad – quiero hacerte feliz, mi vida…
El pelirrojo se despojó del miedo, la vergüenza y el pudor, empezando a mover su cadera con desespero – más, mi amor, ¡más fuerte! – suplicó.
Uriel se sintió complacido, pero quería verlo mientras lo poseía, adoraba ver a su esposo llegar al orgasmo, pues le ofrecía una vista perfecta de un gesto lleno de placer en su hermoso rostro. Salió del delgado cuerpo de su amante y lo hizo girar; colocó las manos en las nalgas llenas de pecas y lo levantó como si no pesara absolutamente nada. Isaac gimió y se estremeció, no solo al saber de antemano lo que se avecinaba, sino por sentir el frío de la pared en su espalda. El abogado volvió a penetrarlo, moviéndolo con suma facilidad de arriba abajo, besando los hombros pecosos que eran su delirio; el ojiverde se aferró al cuello de su esposo y empezó a gemir audiblemente.
Ambos se perdieron en la lujuria, la pasión y el amor que se tenían. Isaac estrujó los mechones negros de Uriel, guiando a su esposo a que lo besara; se fundieron en un beso demandante, donde las lenguas se reconocieron con deseo y el menor llegó al clímax momentos después, ahogando el gemido en la boca de su esposo. El delgado cuerpo se cimbró por los espasmos que lo recorrían y su cuerpo se tensó, apresando el miembro de su esposo con fuerza; Uriel no se contuvo y después de un par de estocadas más, liberó su semen dentro de su pareja.
Tenían años haciendo el amor de distintas maneras, en distintos lugares, conocía cada rincón de ese pequeño cuerpo y todas sus reacciones, pero aun así, no se cansaba de poseerlo y sabía que jamás dejaría de desearlo, porque lo amaba.
-Mi vida… – el pelinegro se inclinó y besó el cuello de Isaac, quien estaba flácido contra su pecho – creo que te cansé de más – dijo con burla.
-Tonto… – musitó el ojiverde – se supone… que ibas a… limpiarme – reprochó.
-Y lo haré – el abogado acarició una mejilla del menor con su nariz – pero no puedes culparme por desearte – sus manos acariciaban el cuerpo aún con lujuria, pero lo sujetaba con firmeza, para que no cayera.
-Tengo hambre… – anunció el menor con debilidad.
-Entonces, no hay que tardarnos más – Uriel se alejó con lentitud de Isaac, y depositó los pies del pelirrojo en el piso, observando divertido como parecía que sus piernas le temblaban – hora de la limpieza… – anunció, aunque sabía que mientras lo hacía, posiblemente volvería a tener deseos de poseerlo, pero en esa ocasión se contendría, para no cansarlo aún más.
* * *
La pareja estaba en la mesa, desayunando unos waffles que la señora Norma les había preparado antes de retirarse y, a pesar de que habían pasado una excelente noche y una ducha perfecta, Isaac tenía un aire triste y melancólico.
-¿Isaac?
Su nombre consiguió que el pelirrojo se sobresaltara – ¿sí? – preguntó confundido.
-Tengo desde hace un momento hablándote y no me respondes, ¿qué te ocurre?
-Nada – negó, pero tenía un semblante ausente.
-Te conozco – sentenció el pelinegro – desde hace semanas estás así y no entiendo la razón…
-Bueno, realmente… – el ojiverde suspiró, se mordió el labio y miró de reojo a su esposo; no quería decir que se sentía solo, ni echarle en cara que había veces que se ausentaba por días o que ahora su hijo ya no estaba siempre en casa – yo… creo que hablaré con Marcos…
-¿Sobre qué? – el abogado dio un sorbo a su café, esperando la respuesta de su esposo.
-Quizá debo volver a trabajar en la oficina.
El pelinegro pasó el líquido con dificultad antes de poder preguntar con asombro – ¡¿por qué?!
-Uriel, yo… – desvió la mirada y suspiró, no sabía qué decirle.
La mano del mayor se movió y lo sujetó por el mentón – hace años prometimos que no íbamos a mentir, dime la verdad, ¿qué ocurre?
-Me siento… solo…
Esas palabras consiguieron que el abogado se sobresaltara; si Isaac se sentía solo, probablemente era su culpa.
-Perdón… – sonrió el pelinegro y le sujetó la mano a su esposo, acariciándola con suavidad – he tenido mucho trabajo y con mis salidas de la ciudad, te he dejado mucho tiempo solo…
-No, yo entiendo, tú tienes tus asuntos, yo los míos… pero, creo que es mejor que vuelva a salir de casa, eso me serviría – sonrió tratando de animarse.
Uriel no se sentía del todo seguro con esas palabras, pero si Isaac quería cambiar de rutina, quizá era lo mejor, aunque posiblemente, lo mejor sería organizar unas vacaciones para salir en familia y disfrutar de la compañía de él y de su hijo.
-Sí crees que es lo que necesitas, de acuerdo – sonrió el pelinegro – sabes que voy a apoyarte – le guiñó un ojo – ahora come, que la señora Norma me dijo que ya no comes como antes.
Isaac sonrió pero su mirada seguía con un dejo de tristeza, algo que no pasó desapercibido para Uriel.
* * *
El lunes por la mañana, Uriel estaba en su oficina, tratando de enfocar su mente en su trabajo, pero se sentía inquieto por la cuestión de Isaac.
-“Licenciado…” – la voz femenina por el intercomunicador lo sacó de sus pensamientos – “el licenciado Torres lo busca…”
-Déjalo pasar, Rosy – anunció el pelinegro y siguió con su lectura.
Arturo entró a la oficina y se acercó al escritorio de su amigo – buenos días, ‘jefe’ – se burló el moreno.
-Buenos días, Arturo… – Uriel se acomodó los lentes en el puente de su nariz – ¿cómo va tu caso?
-Bien, la otra semana lo finiquito – sonrió el otro antes de sentarse – pero estoy seguro que no me mandaste llamar solo por eso, ¿o sí?
Uriel sonrió de lado, era obvio que su amigo lo conocía bien – Arturo, tengo una cuestión personal en la que necesito tu ayuda – dijo con seriedad dejado su libro de lado y quitándose los lentes – tengo un problema con Isaac.
-¿Con ‘mami’ pelirroja? ¿Qué le ocurre? – preguntó con curiosidad.
-No lo sé – negó el otro – tiene tiempo que actúa raro, está distante, serio, triste y… no quiere decirme qué le pasa.
-¿Quieres que le pregunte?
-A ti no te diría nada – sentenció el pelinegro con seriedad.
-Entonces, ¿quieres que Jorge le pregunte?
-Sí – asintió Uriel – él, junto con Marcos y Sergio siguen siendo muy amigos de Isaac y bueno, sé que se tienen mucha confianza entre ellos, me gustaría que le preguntaran…
-Y ¿piensas que es más sencillo que se los diga a ellos que a ti? – Arturo parecía confundido – ¿acaso no tienen confianza entre ustedes?
-Sí, pero creo que no me lo quiere decir para que no me sienta culpable…
-¿Qué le hiciste ahora?
-No le hice nada – suspiró el pelinegro, masajeando el puente de su nariz – pero, últimamente he tenido trabajo fuera de la ciudad y lo he dejado solo mucho tiempo… creo que ese es el problema…
-Es malo abandonar a tu pareja – su amigo lo miró con molestia, reprochándoselo, pues él bien sabía lo que se sufría, aunque tenía mucho tiempo que la relación con su esposo era perfecta, aunque aún no lo convencía de adoptar un bebé.
-Sí, pero tú sabes que tengo cosas que no puedo posponer, especialmente si son asuntos de Alejandro de León – sentenció – aun así, si es necesario, me llevaré a Isaac y a Misael de vacaciones…
-Y ¿el trabajo de Isaac? ¿La escuela del bebé?
-No importa – sonrió Uriel – Isaac realmente no necesita trabajar, si lo hace es porque le gusta su carrera, pero supongo que Marcos, siendo su jefe, puede darle permiso – dijo confiado – sobre Misa, no me preocupa, solo tengo que darle una remuneración económica a su escuela y me permitirán llevármelo sin problemas.
-Si tienes todo arreglado, ¿por qué necesitas que Jorge y los demás le pregunten? – Arturo no lo comprendía – solo llévatelo…
-Quiero saber qué decir y cómo actuar – respondió – tampoco quiero que piense que lo hago por compromiso u obligación y además, no sé si es lo que quiere realmente…
-Bueno, si tú lo has abandonado, a lo mejor quiere un viaje de novios…
Uriel suspiró, esa era otra opción, pero tenía pensado llevarse a Isaac por lo menos cuatro semanas y separarse tanto de Misael le parecía demasiado, aunque el pequeño se quedara con los abuelos.
-Si es así – prosiguió su amigo – ¿me dejas cuidar a Misa?
Uriel sonrió – mi abuelo seguro querría cuidarlo, también mis padres y los de Isaac…
-¡Vamos!, solo unos días – Arturo se inclinó sobre el escritorio – es que tu hijo es tan adorable…
-Arturo…
-No pienses mal – sonrió el moreno – somos amigos y jamás me atrevería a hacerle daño a Misa – aseguró – lo veo como un hijo, ese que Jorge no ha aceptado adoptar – reprochó.
-¿Aún no lo convences?
-No, pero ya caerá – dijo seguro – no puedo tardarme mucho, ya se me está pasando el tiempo de ser padre…
-No es como que eso fuese malo, ¿o sí?
-Sí, porque ya no pareceré su padre, sino su abuelo…
-Pues espero que tengas suerte – Uriel sonrió – entonces, ¿me ayudarás?
-¡Claro! Le hablo a Jorge y le digo que junto con Marcos y Sergio hablen con ‘mami pelirroja’, a ver que podemos obtener de información…
* * *
Marcos le habló por teléfono a Isaac antes de mediodía, invitándolo a comer y aprovecharían para ver a Jorge y Sergio; debido a que ya tenían días sin verse por al trabajo, Isaac aceptó, porque los extrañaba y por lo menos, no pasaría esa comida solo, pues Uriel no podía verlo en esa ocasión.
Marcos, Sergio y Jorge se reunieron con Isaac en un restaurante del centro de la ciudad; y a pesar de que el pelirrojo quería denotar que se encontraba bien, su semblante lo delataba.
-¿Te pasa algo, Isaac? – indagó Marcos al notar que el menor de todos ellos estaba algo ausente.
-N… no, nada… – titubeó – ¿por qué?
-Porque tienes una carita triste, como hace mucho tiempo no te mirábamos – sentenció el ojiazul.
-Sí, tenía años que no te miraba con esa expresión tan desvalida – Jorge secundó a su amigo.
-No es nada, solo… últimamente me he sentido algo cansado… – sonrió débilmente – me está afectando no salir de casa.
-Bueno, es que te volviste demasiado ermitaño – el rubio levantó una ceja – pasas mucho tiempo encerrado…
-Ni siquiera sales con nosotros a los bares, porque Uriel ya casi no va, al estar muchos días fuera – dijo el moreno con seriedad.
-Lo sé, pero, realmente no me dan ganas…
Todos guardaron silencio unos momentos, no sabían qué decirle a su amigo y se miraba tan triste, decaído y deprimido, que temían cometer un error.
-Creo que volveré a la oficina – anunció el pelirrojo, mirando de soslayo a Marcos – tal vez, necesito empezar a tener contacto con otras personas – intentó sonreír.
-¿Estás seguro? – preguntó el castaño, observando a su amigo con curiosidad.
-Creo que si…
-Isaac, tienes casi tres años trabajando desde casa, siempre estabas feliz, ¿qué ocurre ahora? – preguntó el moreno de forma directa.
-Nada en serio, solo que… creo que ya es tiempo de volver a la oficina – dijo con debilidad.
Sergio levantó una ceja y negó – te conocemos y sabemos que algo te ocurre – sentenció con seriedad – ¿por qué no eres sincero?
El ojiverde suspiró, bebió un sorbo del jugo que tenía enfrente y levantó la mirada para ver a su amigo – yo… creo que… me siento mal por algo que ha estado ocurriendo…
-¿Mal? – Marcos se puso serio y no fue el único, los tres estaban seguros que sea lo que fuere, Uriel tenía algo que ver, pero entonces, ¿por qué el mismo abogado los había enviado a preguntar?, eso no tenía sentido
-¿Qué ocurre?
-Es que… desde que Misa está en el jardín de niños, me siento solo en casa – confesó.
Sus amigos respiraron aliviados, sentían que les había quitado un peso de encima y sonrieron más calmados.
-Ya veo – dijo el moreno con diversión.
-Y ¿se lo dijiste a Uriel? – indagó el rubio.
-No – negó – él tiene mucho trabajo, así que no quiero que sienta que se lo echo en cara – bajó la mirada – volver a la oficina es lo más sencillo, así me entretendré en otras cosas…
-¿Eso lo que quieres de verdad? – Marcos lo miró con seriedad.
-No sé – negó – realmente no lo sé – jugó con la pajilla de su bebida, revolviendo el líquido – yo… necesito algo diferente, alguien que me haga compañía mientras Uriel y Misa no están conmigo, que se quede a mi lado igual que Misa lo hacía cuando era más pequeño… yo… creo que deseo… quiero…
-¿Quieres?
-Quiero… otro… bebé… – dijo con lentitud, como si apenas se hubiese dado cuenta de sus sentimientos y su rostro se iluminó.
Sus amigos se sorprendieron por esa confesión, tanto que ninguno supo qué decirle.
* * *
Uriel ya había guardado todo y se disponía a salir de su oficina, incluso, había rodeado el escritorio, pero tuvo que regresarse por sus gafas de lectura, cuando la puerta se abrió de golpe; giró el rostro al escuchar el ruido y observó a Isaac en el umbral. El rostro del pelirrojo tenía una gran sonrisa y sus ojos brillaban con emoción.
El menor corrió hasta él y se le lanzó a los brazos – ¡Uriel! – gritó antes de colgarse del cuello de su esposo, quien estaba estupefacto y no reaccionó, ni siquiera al sentir los labios de su esposo contra los suyos, buscando con desespero ahondar la caricia.
-¿No quieres besarme? – preguntó el ojiverde al darse cuenta que el otro no reaccionaba.
-Sí – asintió – es solo que… me sorprendiste – confesó y por fin, pasó las manos por la cintura del menor – pareces feliz – anunció más tranquilo – ¿pasó algo bueno hoy?
La pregunta era más que nada por compromiso, pues sabía que había visto a sus amigos, aunque Isaac no se lo hubiera dicho y seguramente ellos habían conseguido ponerlo de buen humor con alguna tontería.
-¡Sí! – asintió el pelirrojo – por eso, quiero que me lleves a cenar – ordenó – ya le dije a Norma, que le dijera a Esther, que llevara a Misa con Marcos y Sergio, porque lo van a cuidar esta noche.
-A cenar… – Uriel sonrió nervioso – ¡claro!, podemos ir a donde quieras – dijo tratando de sonar seguro, mientras su mente buscaba una razón para ese deseo justo ese día; estaba seguro que no era una fecha especial que debieran festejar, pues esas las apuntaba en su agenda y su secretaria se las recordaba, pero no entendía por qué Isaac quería salir esa noche tan de imprevisto.
-Vamos… – el ojiverde jaló la mano de su esposo.
-Amor… – Uriel lo siguió, pero aún tenía dudas – ¿no crees que es muy temprano para cenar? Apenas son las cinco…
-Es que… – el pelirrojo se giró y se acercó a su esposo, moviendo su mano en el pecho del pelinegro de manera juguetona – antes, me gustaría que tuviéramos una cita, tu y yo, como cuando apenas empezábamos a salir y después de la cena, quisiera hacer algo más… interesante – relamió sus labios de forma seductora y Uriel se estremeció.
El abogado sabía que Isaac algo quería, era notorio por su actitud, siempre que buscaba obtener algo, se comportaba de esa manera, seduciéndolo, volviéndolo loco para que no pudiera negarse a cualquier cosa que le pidiera, era como si siguieran bajo el contrato de antaño, él le daba lo que quería, a cambio de ciertos ‘favores’ y, aunque ya no era necesario, para ambos era un juego; aunque normalmente no tenía problemas con ello, esa ocasión, su instinto de supervivencia le decía que tuviera cuidado. Pero si con ello, su esposo se sentía feliz, seguramente no dudaría en complacerlo, fuera lo que fuera.
* * *
Como Isaac había dicho, lo primero que hicieron fue ir al cine, después a cenar a un restaurante y finalmente, a un hotel, pues el menor había reservado una habitación para que pudieran pasar la noche; tenían mucho que no habían tenido una ‘escapada’ así, disfrutado una salida improvisada que terminaría como si fuesen amantes, escondiéndose en otro lado, lejos de su casa.
Eran casi las once cuando la pareja entró a la habitación; había sido decorada para una noche romántica y, aunque entraron en medio de besos y caricias, Uriel pudo notar que Isaac se había esmerado para ese día. No sabía qué podía querer su esposo, pero sería imposible decirle que ‘no’.
Cuando llegaron a la cama, Uriel besó con demanda los labios delgados del pelirrojo, recostándose sobre su cuerpo, pero Isaac lo empujó, dejándolo sobre el colchón y sentándose sobre su abdomen.
-Hoy lo haré yo – dijo juguetón.
Uriel levantó una ceja, era lo único que le faltaba a Isaac para tenerlo completamente rendido y a su merced; no negaba que la idea le resultaba tentadora, pero la duda no lo dejaba en paz.
-No – negó sujetándolo de las muñecas, girando nuevamente y dejando al menor sobre el colchón, colocándose sobre el cuerpo, sometiéndolo con rapidez – primero me vas a decir, ¿qué planeas? – sentenció.
-¿Yo? – el ojiverde se sorprendió – yo no planeo nada – mintió, pero rápidamente sus mejillas se tiñeron de rojo, no se imaginaba que Uriel pudiese haber leído sus intenciones con tanta facilidad a pesar que había intentado no ser tan obvio.
-No te creo – el pelinegro negó – dime, ¿qué es lo que quieres realmente?
-¿Qué no puedo querer pasar un día contigo en una cita y terminar en la cama? – su voz nerviosa evidenciaba que había una razón oculta – siendo esposos, no tiene nada de malo, ¿o sí?
-Isaac… – el abogado entrecerró los ojos – realmente me encanta cuando tomas la iniciativa, lo sabes bien, pero te conozco desde hace muchos años mi amor, casi siempre lo haces cuando me vas a pedir algo, así que, no es tan fácil engañarme…
-¿Tiene algo de malo?
-No y realmente si te detengo es porque quiero que confíes en mí y me digas la verdad, no quiero que intentes hacer un ‘intercambio’ de esta manera, ya no tenemos un contrato para ello – reprochó.
-Tenemos un contrato, estamos casados – se burló el pelirrojo.
-Eso es distinto – objetó el abogado – sabes bien que nunca te niego nada y aunque no te comportaras así, nada te negaría – aseguró – solo quisiera que lo hicieras porque lo deseas, no porque quieres algo a cambio…
El ojiverde se mordió el labio y desvió la mirada – lo deseo – aseguró – pero, normalmente me gusta cuando tu llevas el control – confesó – es decir, desde aquella primera vez en Halloween, realmente me gusta que te aproveches de mí, es excitante sentirme a tu merced – sintió que sus mejillas ardían – por eso no tomo la iniciativa yo… pero sé que te gusta y bueno, así como tú no me niegas las cosas, yo quiero compensarte por cumplir mis caprichos – explicó.
Uriel se inclinó y besó los labios con demanda – me encanta cuando te sinceras – su lengua recorrió el labio inferior de su esposo – pero quiero saber, ¿qué quieres esta vez…?
Isaac buscó la mirada miel, estaba ansioso, y el mayor pudo identificar un brillo de anhelo en las esmeraldas de su esposo; sea lo que sea, Isaac realmente quería y quizá, necesitaba, lo que le iba a pedir.
-Deseo un bebé – dijo en un susurro.
Uriel se quedó helado por esa frase, parecía una estatua, sin mover un solo músculo y lentamente, una sonrisa forzada empezó a formarse en su boca.
-Deseas… un… ¿bebé? – preguntó aún incrédulo.
-Sí – asintió el ojiverde – quiero un bebé.
El abogado se alejó con lentitud de su esposo, se recostó en el colchón y pasó la mano por su cabello; de todas las cosas que pensó que Isaac le pediría, esa no figuraba en la lista, así que no estaba preparado para reaccionar a esa petición.
-¿Uriel? – el pelirrojo se movió y buscó la mirada del otro – ¿qué ocurre?
-¿Estás seguro? – preguntó el pelinegro, mirándolo de soslayo.
-Sí – respondió con seriedad – ¿tú no quieres? – indagó con algo de tristeza.
Uriel no podía ver esa carita tan deprimida, especialmente porque ese día había vuelto a estar radiante, así que se sentó en la cama, recargado en la cabecera y movió a Isaac, acomodándolo frente a él y acunándolo entre sus brazos; aunque el pelirrojo ya tenía 31 años, era como un niño.
-Mi amor – dijo con seriedad – cuando yo anhelaba tener un hijo, tú no querías…
-¿Y ahora me vas a castigar negándote? – el ojiverde apretó la camisa de su pareja con sus manos.
-No – negó – solo quiero que estés consciente que tener un bebé es una gran responsabilidad y…
-Lo sé – aseguró – pero ahora que Misa inició el jardín, me siento solo en casa y extraño cuidarlo, tenerlo a mi lado mientras trabajo, estar al pendiente de sus siestas, de su comida, ya ni siquiera me levanto a media noche cuando llora…
Eso era algo que Uriel agradecía, porque despertar a media madrugada por el llanto del bebé nunca le agradó.
-Además… – el pelirrojo prosiguió – el poco tiempo que tiene fuera de la escuela, no es solo para mí, pues también pasa fines de semana con sus abuelos – reprochó.
Uriel sonrió – entonces, cuando el nuevo bebé crezca, ¿vas a querer otro?
-Tal vez…
-Isaac – el abogado besó la cabellera rojiza – si quieres un bebé, está bien, pero no puedes simplemente pedir uno cada vez que están creciendo – anunció – todos debemos crecer, madurar y tarde o temprano, ellos dejarán el ‘nido’…
-Sí, pero también va a llegar el día en que tú no tengas que alejarte mucho de mí – por fin le decía lo otro que le molestaba – últimamente has salido más de viaje y a veces tengo que comer solo, además de que no acompaño a nuestros amigos en las tardes, porque no me siento bien de ir sin ti…
El pelinegro acarició el cabello con infinito amor, sabía que Isaac no se sentía bien por esos distanciamientos, pero a veces eran necesarios.
-Perdón… – Uriel movió la mano y levantó el rostro de su esposo con delicadeza, observando la humedad en los ojos verdes, le dolía verlo así, pero era su culpa por dejarlo abandonado mucho tiempo – he tenido trabajo, pero te prometo que trataré de no salir tanto – aseguró antes de besarlo con suavidad en los labios – y si tengo que hacerlo, será por poco tiempo, te lo prometo.
-Gracias – sonrió el pelirrojo – pero aun así, deseo otro bebé…
Uriel sonrió, no podía negarle ese deseo tan dulce a su esposo – de acuerdo – asintió – entonces, tendremos un nuevo bebé en casa…
-¡¿De verdad?! – Isaac se incorporó, hincándose frente a su esposo y pasando las manos por su cuello – ¿adoptamos esta vez? – preguntó con una gran sonrisa en sus labios.
-No – negó – vamos a tener un nuevo bebé, pero esta vez será tuyo…
-¿Mío? – los ojos verdes se abrieron con sorpresa.
-Sí – asintió el mayor – desde mañana, empezaremos a buscar a una mujer pelirroja que nos ayude.
-¿Por qué pelirroja? – el ojiverde frunció el ceño.
-Porque quiero una pequeña ‘zanahoria’ corriendo por el departamento – se burló el mayor.
-Uriel…
-Mi vida, tú eras hermoso de niño, un hijo tuyo tiene que ser perfecto…
-¿No es más sencillo adoptar a un bebé ya nacido? – indagó el pelirrojo.
-Sí, pero quiero un hijo tuyo – sentenció el abogado, pasando las manos por la espalda de su esposo – así que, si quieres un nuevo bebé, será con tus genes, es el mejor trato que te puedo ofrecer para cumplir tú deseo, tómalo o déjalo.
Isaac hizo un mohín, pero finalmente accedió; él solo quería un bebé y si Uriel iba a cumplirle su capricho, él también le cumpliría el suyo.
* * *
Había pasado casi un año desde que Isaac le pidiera a Uriel tener otro bebé, no tardaron mucho en conseguir a la mujer que aceptó ser una gestante subrogada, gracias a los contactos del abogado; ella se encontraba en Irlanda y solo pudieron estar al pendiente de la evolución del embarazo por internet. El veinticinco de septiembre, la pareja estaba en uno de los hospitales más lujosos de ese país, en espera de que el nuevo integrante de su familia llegara; Isaac era el más nervioso, caminaba alrededor de la sala de espera y se sentaba por momentos al lado de Uriel. Deseaba que su madre estuviera ahí con él, para que lo distrajera contándole algunas cosas, pero tanto ella, como su padre y los padres de Uriel, se habían quedado en México, cuidando de Misael y preparando todo para la llegada del nuevo bebé.
Eran casi las diez de la mañana, cuando el doctor les informó que habían terminado; había sido parto natural y el bebé era un varón, quien estaba ya en los cuneros. Isaac corrió al área indicada y a través del cristal, observó un recién nacido de piel blanca con cabello naranja, siendo atendido por una joven enfermera; cuando la chica vio al pelirrojo le sonrió y cargó con cuidado al bebé, acercándolo a la enorme ventana.
El ojiverde sonrió al ver ese pequeño ser que era parte de él también y sintió la misma emoción que cuando vio a Misael por primera vez; Uriel lo observó desde lejos, pues estaba hablando con el abogado de la mujer que había alquilado su vientre, para terminar los últimos documentos, donde ella renunciaba a cualquier derecho y obligación sobre el bebé. El pelinegro sabía muy bien que en ese país había poca regulación para gestación subrogada, pero aun así debían seguir ciertas normas, pero gracias al apoyo de terceras personas, pudo mover algunas influencias para que todo se resolviera a su favor, aunque claro, tuvo que pagar más de lo que debía y callar algunas bocas.
Minutos después, Uriel se acercó a su esposo – amor… – dijo en un susurro – es hora de ir a llenar la documentación – sonrió.
-Sí – asintió el ojiverde y se despidió con un ademán del bebé, aunque sabía que este ni siquiera se había dado cuenta, pues estaba dormido.
En el acta de nacimiento del bebé, el nombre de la madre se dejó en blanco, y llevaba los apellidos de Uriel e Isaac, Balderrama Luna, porque lo registraron como matrimonio, igual que a Misael, con ambos apellidos, porque en México, eran necesario los apellidos de los dos.
A pesar de que les dijeron que podían viajar rápidamente, esperaron dos semanas para regresar y además, viajaron en un avión privado, que un amigo de Uriel les proporcionó.
Al llegar al departamento, todos los esperaban con una fiesta de bienvenida; su familia estaba feliz con el nuevo integrante y sus amigos, especialmente Marcos y Arturo, se miraban emocionados por el bebé. Misael también aceptó a su nuevo hermano con rapidez, pues trataron de integrar al niño y que no se sintiera desplazado, presentándoselo a él primero.
-Tiene cabello como papi – señaló el pelinegro – naranja – sonrió.
-Sí – Uriel traía a Misael en brazos – es la pequeña zanahoria de la familia – dijo para su primogénito – y tendrás que cuidarlo mucho…
-Lo haré, papá – aseguró el niño con una gran sonrisa.
-Y ¿cuál fue el nombre que decidieron? – preguntó la madre de Isaac, antes de tomar a su segundo nieto en brazos.
-Bueno, Uriel y Misael tienen nombres bonitos y con un significado muy lindo – el ojiverde sonrió – así que, decidí que se llamara Zadkiel…
-Yo me opuse por supuesto – alegó el pelinegro – pero si no era ese, elegiría otro peor – se burló.
-¡Oh, vamos! – Sofía, la madre de Uriel sonrió – es un hermoso nombre…
El bebé pasó por los brazos de todos, incluyendo don Humberto Zarate, quien ya estaba exigiéndole a su nieto que pusiera el menor en la línea sucesiva de su familia, para la herencia.
-Ven aquí – dijo Isaac para Misael, tomándolo en brazos, mientras los demás estaban entretenidos con el bebé – ¿qué piensas de tu hermanito?
-Es bonito, como tú, papi…
-Ah, ¿sí? – sonrió el ojiverde – me alegro que pienses eso – dijo feliz y repartió besos en el rostro de su hijo – y ¿cómo lo vas a presentar a tu maestra?
-Mi hermano “Zapikel”.
-Zadkiel – corrigió Uriel, que estaba al lado de ellos – ¿ves por qué debías ponerle un nombre menos complicado? – reprochó para su esposo.
-No es tan malo, Misa lo va a decir bien, ¿verdad, mi amor? – el pelirrojo besó a su hijo en la mejilla.
-“Zapiel” – dijo el pequeño ojiverde con más emoción, como si lo hubiese dicho correctamente en esa ocasión.
-Esto va a tomar tiempo – el pelinegro suspiró.
-Bueno, poco a poco aprenderá a decirlo correctamente – Isaac rió.
* * *
Casi a las once de la noche, todos se habían retirado, Misael estaba profundamente dormido en su habitación, pues se había cansado de jugar con sus abuelos y especialmente, con sus tíos Jorge y Sergio, quienes preferían al niño por sobre el bebé, ya que no se sentían cómodos con el recién llegado por ser tan pequeñito.
El bebé tenía su propia habitación y aunque se decidió que Esther empezaría a quedarse en el departamento durante las noches, para encargarse de alimentarlo la mayor parte del tiempo, tenía cerca un radio monitor, mismo que el receptor estaba en la habitación principal, por si lloraba.
Uriel e Isaac recién se habían acostado; estaban exhaustos, pues el viaje y la fiesta, les había dejado extremadamente cansados, pero había valido la pena.
-¿Feliz? – indagó el pelinegro para su esposo, mientras lo besaba repetidas ocasiones en los labios.
-Mucho – sonrió el pelirrojo, sintiendo la mano del otro recorriendo sus piernas, en una caricia algo obscena – creí… creí que estabas cansado – musitó.
-Para hacerte el amor, nunca estoy cansado – sentenció el pelinegro, besando el cuello de su pareja.
Los besos y caricias empezaron entre ambos. Isaac se colocó sobre Uriel, inclinándose sobre el torso de su esposo, para acariciarlo devotamente con sus labios y lengua, bajando lenta y peligrosamente hacia el sexo del mayor.
El pelinegro se preparó para lo que se avecinaba, cuando el llanto de Zadkiel los interrumpió; Isaac se detuvo de inmediato, incorporándose y rápidamente se alejó.
-¿Isaac? – Uriel intentó detenerlo pero el otro se escabulló, antes de que lo sujetara.
-Vuelvo, solo será un momento – anunció el pelirrojo, agarrando su bata y colocándola sobre su cuerpo desnudo, mientras caminaba a la puerta.
El abogado observó la figura del otro recorrer la habitación con rapidez y perderse tras la puerta; gruñó y se dejó caer sobre el colchón, molesto.
-Ya recuerdo todo lo que sufrí antes – dijo con seriedad, pasando el brazo por su frente, pues cuando Misael era bebé, Isaac también estaba al pendiente y se levantaba en las noches, dejándolo solo.
“Ya mi amor, ya… no llores, Zadky, mira, aquí está tu osito…”
La voz de Isaac se escuchó por el radio y el llanto de su hijo empezó a cesar, poco a poco, especialmente cuando su papá empezó a cantar.
“Tranquilo mi niño, deja de llorar… hay un pajarito que te va a cantar… y si el pajarito no quiere cantar… traeré un sonajero que te va a alegrar…”
Uriel sonrió, miró de soslayo hacia el radio y suspiró – realmente, eres feliz de esta manera – musitó, al recordar que Isaac también le cantaba así a Misael, antes de que empezara a dormir toda la noche y aun así, en ocasiones, tarareaba esa nana para su hijo y éste caía rendido, casi como si fuera un hechizo.
“Y si el sonajero no quiere sonar… un lindo juguete te voy a comprar…”
-Bien, tendré que empezar a dormir con tu voz de nuevo, mi amor… pero tendrás que compensarme en la mañana – musitó y cerró los parpados, dejándose llevar por la voz de su esposo también.
* * *
Despedida.
De acuerdo, sé que dije que de Eres mío ya no iba a haber nada más, pero este es un premio del segundo lugar del mini evento realizado para la publicación de mi fic, Kelpie, el día 12 de septiembre.
Este se lo ganó Rous y aunque me tardé mucho en escribirlo, por fin quedó terminado y publicado. Sé que para muchos, Eres mío es una serie muy interesante e importante, así que espero que hayan disfrutado este vistazo a la vida de Uriel e Isaac, como una familia.
Bien, yo siempre digo que ya no escribiré nada de esta serie, pero quien sabe ^..^ igual otro evento o simplemente lo que quiero hacer más adelante me lleve a escribir más, pero eso, está por verse.
Mientras, espero que me sigan apoyando y no se aburran de mí.
Cuídense y nos leemos luego.
Despedida.
De acuerdo, sé que dije que de Eres mío ya no iba a haber nada más, pero este es un premio del segundo lugar del mini evento realizado para la publicación de mi fic, Kelpie, el día 12 de septiembre.
Este se lo ganó Rous y aunque me tardé mucho en escribirlo, por fin quedó terminado y publicado. Sé que para muchos, Eres mío es una serie muy interesante e importante, así que espero que hayan disfrutado este vistazo a la vida de Uriel e Isaac, como una familia.
Bien, yo siempre digo que ya no escribiré nada de esta serie, pero quien sabe ^..^ igual otro evento o simplemente lo que quiero hacer más adelante me lleve a escribir más, pero eso, está por verse.
Mientras, espero que me sigan apoyando y no se aburran de mí.
Cuídense y nos leemos luego.
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