Extra I
En la semana treinta y siete del embarazo de Erick, poco después de acostarse a dormir, el ojiazul sintió un dolor en la parte baja de su vientre; al principio no le puso atención, pero momentos después, sintió otro dolor un poco más fuerte y eso le inquietó.
—¿Qué pasa, cachorros? — musitó débilmente, desperezándose un poco, pero una nueva punzada fue la respuesta y eso le dijo que era hora de que sus hijos nacieran —, Alex — llamó en un murmullo.
El rubio reaccionó de inmediato — ¿qué ocurre, Conejo? — preguntó con voz suave y movió la mano hacia la lámpara del buró.
—Creo que… ya — anunció Erick con un dejo de dolor — los bebés…
Alejandro no dejó que Erick dijera más, de inmediato se puso de pie. Siendo un hombre precavido, había hecho todos los preparativos antes; agarró su celular, tocó un solo número y una alarma se activó en los celulares de todos sus trabajadores, incluso aquellos que no estaban cerca y todos ya sabían qué hacer.
El rubio se cambió de inmediato e iba saliendo del vestidor, con una maleta en mano, cuando unos golpeteos en la puerta de la habitación se escucharon; eran sus trabajadores, que iban por él y Erick, a quien le llevaban una silla de ruedas, para moverlo con rapidez y evitar accidentes.
El ojiazul se quejaba débilmente por las contracciones y el camino le pareció eterno a Alejandro, aunque realmente, todo pasó muy rápido y no tardaron ni diez minutos en llegar al hospital, donde los médicos ya esperaban a su paciente, pero al revisarlo, le dijeron que solo había empezado la dilatación y debían esperar un poco, mientras lo monitoreaban, en caso de que hubiera necesidad de cesárea.
Alejandro estaba sumamente inquieto; sabía que Erick estaba en buenas manos, pero no le agradaba sentir que el tiempo pasaba y no hacían nada por solucionar la situación en la que estaba su esposo, tanto así que amenazo a varios médicos, quienes, aun con miedo, le explicaban que era normal que debían de esperar, ya que si inducían el parto a un varón, a diferencia de una mujer, podría ser contraproducente.
—¿Te duele mucho? — pregunto el ojiverde, sujetando la mano de su esposo y besando el dorso con cariño.
—No — negó el otro, tratando de respirar con naturalidad —, supongo que es lo normal — sonrió —, nunca he pasado por esto antes — se burló, pero una nueva contracción lo hizo gemir.
—Si te duele mucho, ordenaré que te hagan una cesárea — señaló Alejandro, pasando la mano por el cabello negro.
—¡No! — Erick negó — prometiste que solo sería en caso necesario — musitó —, no quiero una intervención o… necesitaré mucho más tiempo para recuperarme…
Alejandro respiró profundamente; le había dado su palabra a Erick que no sería cesárea, pues el ojiazul no quería tener mucho tiempo de convalecencia, para poder disfrutar de sus hijos de inmediato y después de una cesárea, no iba a poder hacer mucho esfuerzo. Aun así, el ojiverde se sentía inquieto, pues parecía que Erick no quería decirle que le dolía mucho en realidad.
Poco después de medianoche, Erick entró en trabajo de parto y fue llevado de inmediato a la sala dónde daría a luz. El rubio lo acompañó todo el tiempo y estuvo ahí en el momento del alumbramiento; estaba preocupado por su pareja, ya que el ojiazul se quejaba con fuerza debido a los dolores que le provocaba la situación. Erick se aferraba a la mano de su esposo y gemía debido a las contracciones, respiraba agitado y su cuerpo sudaba.
Casi una hora después, los dos bebés nacieron, con diferencia de cinco minutos. Mientras los recién nacidos eran atendidos, el médico se enfocó en Erick, quien a pesar de que se encontraba cansado, aún faltaba que terminara el proceso, expulsando la placenta y realizando la limpieza adecuada; Erick sentía que moriría por eso, pero sabía que solo sería esa ocasión y nunca más pasaría por lo mismo, así que se esforzó lo más que pudo.
Al final, el medico dio por terminado todo el trabajo y se alejó de su paciente, haciéndose a un lado, para que las enfermeras se acercaran.
—¡Aquí están sus hijos, señor De León! — dijo el médico con calma — sanos y fuertes, debe estar orgulloso.
Las enfermeras acercaron a los dos pequeños bultos a su padre y el ojiverde los miró con algo de inquietud; no se imaginaba que un recién nacido se mirara tan “raro”, ya que su piel se encontraba arrugada, estaban algo hinchados del rostro y parecían cubiertos por una ligera capa de algo que no podía definir, pero parecía piel descarapelada.
—¿Seguro que están bien? — preguntó Alejandro con algo de incredulidad.
—¡Por supuesto! — asintió el doctor.
Las dos jóvenes acercaron a los bebés hasta Erick y el ojiazul sonrió débilmente — son… hermosos — musitó antes de desmayarse, ya que el esfuerzo había sido extenuante para él.
Erick despertó poco después de que lo llevaran a su cama; la habitación se encontraba ligeramente alumbrada, pues era de madrugada.
—¿Alex? — dijo con voz débil.
—Aquí estoy, Conejo — el rubio se levantó del sillón que estaba al lado de la cama —, ¿cómo te sientes?
—Cansado… — suspiró — ¿los bebés?
—Los cachorros están aquí — señaló al otro lado de la cama, dónde había un par de cuneros —, están dormidos.
—¿Están bien?
—Muy bien — sonrió el ojiverde —, aunque…
—¡¿Qué?! — Erick se sobresaltó — ¡¿qué ocurre?!
—Nada, solo que… creí que los bebés eran bonitos, pero… los nuestros se ven arrugados y no tan bonitos.
Erick rió débilmente — nunca habías visto un recién nacido, ¿verdad?
—No.
—Espera un par de días y serán como todos esos bebés que muestran en la televisión y revistas, te lo aseguro — Erick miró a los cuneros —, ¿puedo verlos? — preguntó nervioso.
—Te los traeré.
Alejandro se movió al otro lado de la cama y sujetó al primer bebé con cuidado, ya que mientras Erick dormía, las enfermeras le enseñaron cómo debía sujetar a sus hijos y los cuidados que debía tener al moverlos, especialmente con la delicada cabeza y cuello. Llevó al primero y lo entregó a su esposo quien sonrió emocionado al verlo; el bebé se removió y de inmediato buscó el calor de su madre. El rubio llegó con el segundo y lo puso del otro lado de su esposo y el bebé hizo lo mismo que su hermano, buscando el calor de su mamá; Erick besó la cabeza de ambos y restregó sus mejillas con ellos.
—¡Son tan lindos! — dijo con emoción.
Alejandro observó la escena y sonrió; no sabía que Erick amaría a esos pequeños más de lo que imaginó en un principio. Ahora solo tenía que pensar en las fotos para los bebés, las que enmarcarían, las que pondrían en su casa y las que enviaría a casa de sus padres, pues seguramente su padre querría una de sus nietos, para el salón de las fotografías familiares.
Mientras el rubio disfrutaba el momento, el sonido en la puerta se escuchó, antes de que un par de enfermeras ingresara.
—Buenas noches — saludaron las jóvenes
Alejandro no respondió, pero Erick sí — buenas noches — musitó el ojiazul, esperando no incomodar a sus hijos.
—Qué bueno que está despierto — comentó una de las chicas —, es hora de alimentar a los bebés.
—Oh… claro…
—¿Ha decidido si les amamantara o les dará fórmula?
—Amamantar — respondió Erick a la par que Alejandro decía — fórmula.
Erick miro Alejandro con sorpresa y las jóvenes se miraron entre sí; el pelinegro sabía bien por qué su esposo no quería que amamantara a sus hijos, pero no iba a complacerlo en eso.
—Disculpen a mi esposo — el ojiazul forzó una sonrisa —, amor, ya habíamos hablado de eso — señaló — y nuestros hijos necesitan mi leche.
El rubio entornó los ojos — bien… si ya lo decidiste — gruñó y se hizo a un lado, observando inquisidoramente como sus hijos se adueñaban del pecho de su esposo.
Las enfermeras ayudaron a que el pelinegro aprendiera a alimentar a sus bebés, pero, aunque había la posibilidad de hacerlo al mismo tiempo, le enseñarían de uno en uno primero; así Alejandro tuvo que cuidar a uno mientras el otro era alimentado. Al terminar, les mostraron el adecuado cuidado después de la alimentación, así como el cambio de pañales; Erick estaba atento, mientras Alejandro tenía un gesto de desagrado. Finalmente, las enfermeras se retiraron.
—Será divertido — sonrió el ojiazul, acariciando las mejillas de sus hijos, que dormían en los cuneros.
—No pienso igual — Alejandro negó —, contrataré dos nanas calificadas para su cuidado, especialmente el cambio de pañales.
—No vamos a dejar a tus hijos al cuidado de nanas, querías tener hijos, ¿no? — preguntó sarcástico su esposo — ahora te aguantas y los atiendes cuando te toque.
Alejandro miró de soslayo a Erick — tendremos nanas de todas maneras…
Erick quiso volver a replicar, pero el rubio no lo dejó, besándolo para callarlo; el ojiazul intentó negarse, pero de inmediato, las manos de su esposo se movieron por su espalda, aferrándolo por su cintura y ahondando el beso. En cuanto las manos de Erick se movieron, enredándose en los mechones dorados y correspondiendo los cariños con deseo, Alejandro se alejó.
—No voy a sacrificar estos momentos por nuestros hijos — musitó —, así que… necesitamos quien los cuide, mientras tú y yo, nos escapamos un momento.
—¿Realmente es eso o no quieres cambiar pañales?
Alejandro rió — ambas son excusas válidas.
—¿Alex? — dijo con voz débil.
—Aquí estoy, Conejo — el rubio se levantó del sillón que estaba al lado de la cama —, ¿cómo te sientes?
—Cansado… — suspiró — ¿los bebés?
—Los cachorros están aquí — señaló al otro lado de la cama, dónde había un par de cuneros —, están dormidos.
—¿Están bien?
—Muy bien — sonrió el ojiverde —, aunque…
—¡¿Qué?! — Erick se sobresaltó — ¡¿qué ocurre?!
—Nada, solo que… creí que los bebés eran bonitos, pero… los nuestros se ven arrugados y no tan bonitos.
Erick rió débilmente — nunca habías visto un recién nacido, ¿verdad?
—No.
—Espera un par de días y serán como todos esos bebés que muestran en la televisión y revistas, te lo aseguro — Erick miró a los cuneros —, ¿puedo verlos? — preguntó nervioso.
—Te los traeré.
Alejandro se movió al otro lado de la cama y sujetó al primer bebé con cuidado, ya que mientras Erick dormía, las enfermeras le enseñaron cómo debía sujetar a sus hijos y los cuidados que debía tener al moverlos, especialmente con la delicada cabeza y cuello. Llevó al primero y lo entregó a su esposo quien sonrió emocionado al verlo; el bebé se removió y de inmediato buscó el calor de su madre. El rubio llegó con el segundo y lo puso del otro lado de su esposo y el bebé hizo lo mismo que su hermano, buscando el calor de su mamá; Erick besó la cabeza de ambos y restregó sus mejillas con ellos.
—¡Son tan lindos! — dijo con emoción.
Alejandro observó la escena y sonrió; no sabía que Erick amaría a esos pequeños más de lo que imaginó en un principio. Ahora solo tenía que pensar en las fotos para los bebés, las que enmarcarían, las que pondrían en su casa y las que enviaría a casa de sus padres, pues seguramente su padre querría una de sus nietos, para el salón de las fotografías familiares.
Mientras el rubio disfrutaba el momento, el sonido en la puerta se escuchó, antes de que un par de enfermeras ingresara.
—Buenas noches — saludaron las jóvenes
Alejandro no respondió, pero Erick sí — buenas noches — musitó el ojiazul, esperando no incomodar a sus hijos.
—Qué bueno que está despierto — comentó una de las chicas —, es hora de alimentar a los bebés.
—Oh… claro…
—¿Ha decidido si les amamantara o les dará fórmula?
—Amamantar — respondió Erick a la par que Alejandro decía — fórmula.
Erick miro Alejandro con sorpresa y las jóvenes se miraron entre sí; el pelinegro sabía bien por qué su esposo no quería que amamantara a sus hijos, pero no iba a complacerlo en eso.
—Disculpen a mi esposo — el ojiazul forzó una sonrisa —, amor, ya habíamos hablado de eso — señaló — y nuestros hijos necesitan mi leche.
El rubio entornó los ojos — bien… si ya lo decidiste — gruñó y se hizo a un lado, observando inquisidoramente como sus hijos se adueñaban del pecho de su esposo.
Las enfermeras ayudaron a que el pelinegro aprendiera a alimentar a sus bebés, pero, aunque había la posibilidad de hacerlo al mismo tiempo, le enseñarían de uno en uno primero; así Alejandro tuvo que cuidar a uno mientras el otro era alimentado. Al terminar, les mostraron el adecuado cuidado después de la alimentación, así como el cambio de pañales; Erick estaba atento, mientras Alejandro tenía un gesto de desagrado. Finalmente, las enfermeras se retiraron.
—Será divertido — sonrió el ojiazul, acariciando las mejillas de sus hijos, que dormían en los cuneros.
—No pienso igual — Alejandro negó —, contrataré dos nanas calificadas para su cuidado, especialmente el cambio de pañales.
—No vamos a dejar a tus hijos al cuidado de nanas, querías tener hijos, ¿no? — preguntó sarcástico su esposo — ahora te aguantas y los atiendes cuando te toque.
Alejandro miró de soslayo a Erick — tendremos nanas de todas maneras…
Erick quiso volver a replicar, pero el rubio no lo dejó, besándolo para callarlo; el ojiazul intentó negarse, pero de inmediato, las manos de su esposo se movieron por su espalda, aferrándolo por su cintura y ahondando el beso. En cuanto las manos de Erick se movieron, enredándose en los mechones dorados y correspondiendo los cariños con deseo, Alejandro se alejó.
—No voy a sacrificar estos momentos por nuestros hijos — musitó —, así que… necesitamos quien los cuide, mientras tú y yo, nos escapamos un momento.
—¿Realmente es eso o no quieres cambiar pañales?
Alejandro rió — ambas son excusas válidas.
¿Alejandro De León cambiando pañales? ¡Jamás! Ajajaja Sus hijos, igual que ocurrió con él, tendrán nanas que lo cuiden y se encarguen de esas situaciones, ya que él solo quiere disfrutar los buenos momentos, justo como ocurre en las historias Yaoi, dónde no muestran el lado oscuro de tener hijos XD
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