Voy con paso apresurado, ya casi son las diez de la noche y, no quiero llegar tarde a mi primer día de trabajo. Tengo dieciocho; un mes antes los cumplí, por eso, pude conseguir este empleo nocturno.
Salí de la preparatoria hace dos semanas en realidad y, no pienso ir a la universidad. No, no me arrepiento en lo más mínimo, la verdad, soy de esas personas que cree que, la escuela, no es para todos; yo soy uno a los que la escuela, es mejor solo verla de lejos.
¿Matemáticas? ¿Lengua? ¿Química? ¿Física? Y otras materias más, que ni recuerdo ¡Demonios! Tantas cosas diferentes y, tienes que decidirte por algo pues, al salir de la preparatoria, hay que ir a la universidad, si no, eres un idiota que no va a llegar a nada, más que a ser trabajador en una tienda de la esquina.
Sí, soy ese idiota.
Era un completo negado para la escuela, mis calificaciones eran de lo peor, ni siquiera fui bueno en los deportes, como para tratar de conseguir una beca como algunos de mis compañeros; por lo cual, decidí ser realista.
-Me meto a trabajar, simple, te doy para los gastos de la casa y tu, no gastas más dinero en mi, así te enfocas a los estudios de mi hermano, que, seguramente, será el orgullo de la familia.
Esas fueron las palabras que le dije a mi padre y él, aunque se decepcionó, dijo que estaba bien; de todos modos, sus esperanzas estaban puestas desde un principio, en mi hermanito.
No tengo aspiraciones muy altas, solo, busco calma, paz y tranquilidad. ¿Pareja? No, ese es otro problema.
Me gustan los chicos y, no es un tema que pueda hablar con mis padres, mucho menos llevar una pareja a presentar; no soy la clase de chico sociable que pueda entablar una conversación casual, con el tipo más guapo que conozca, en un día cualquiera. Quizá por eso no era popular en la escuela, pero eso, ya no tiene caso.
Me quité los audífonos, antes de entrar a la tienda.
-Buenas noches – saludo al entrar.
El encargado de la caja, Mario, me mira con molestia, mientras que el otro chico, de piso, Edgar, sonríe; a ambos los conocí un día antes, cuando me los presentó el gerente.
-Llegas tarde – Mario parece molesto.
-Cinco para las diez – señalo mi celular – aun me quedan cinco minutos…
-Toma – Edgar me entrega unas hojas – esto es lo que hay que hacer durante la noche.
-De acuerdo – asentí – solo deja guardo mi mochila.
-Ten cuidado con Mario, se quedará contigo.
-¿Cuidado? ¿Por qué?
-Su carácter es… Muy pesado y, puede regañarte por nada.
-Tranquilo, no pasa nada…
Me alcé de hombros y le resté importancia.
Edgar se retiró. Yo, me coloqué la camisa del uniforme y empecé con mi trabajo.
* * *
A pesar de ser el horario nocturno, no cerrábamos jamás la puerta, para atender por ventanilla; estábamos a un lado de un edificio que abría las veinticuatro horas y, nosotros también, así que, teníamos clientes en la madrugada, aunque muy pocos, a diferencia del día.
A un lado había un ‘call center’, que siempre tenía actividad; había varios turnos y, en la noche, una campaña de atención a clientes, que era denominada ‘graveyard’, era la que mantenía vivo el lugar. Por eso, a toda hora había personas; comprando bebidas energéticas, café, chocolate, comida, dulces… En fin, cualquier cosa que los mantuviera despiertos, especialmente, cigarros.
Mientras acomodaba unas cosas, en la parte baja del refrigerador, alguien me interrumpió.
-Disculpa…
La voz del hombre, me obligó a incorporarme. Observe al cliente sin poder ocultar mi sorpresa; su cabello era negro y tenía unos ojos claros muy atrayentes, pero, no parecía ser de los trabajadores del otro edificio, pues iba demasiado formal.
-¿Sí? Dígame, ¿qué se le ofrece?
-No hay nadie en la caja – señaló – y, necesito unos cigarros.
Miré hacia la registradora y suspiré, Mario, seguramente, había ido al sanitario y no me había avisado.
-Lo lamento, yo, no puedo atender la caja – dije nervioso – espere a mi compañero, por favor.
-Ah, ¿eres nuevo? – levantó una ceja y me miró de pies a cabeza.
-Sí – asentí.
-Ya veo – sonrió amablemente.
En eso, la puerta de empleados se abrió; Mario salió de la misma. Nos miró a ambos y después, caminó hasta la caja.
-Con permiso.
El hombre se alejó con paso firme y fue directamente con Mario. Desde mi lugar, pude ver como mi compañero sacaba unos cigarros, antes de que el comprador llegara hasta él; parecía conocerlo, pero, posiblemente era, porque tenía más tiempo trabajando que yo.
Eran casi las dos de la mañana, y yo había empezado a limpiar los pisos, cuando un joven de cabello castaño, entró a la tienda rápidamente; fue directamente al área de refrigeradores y agarró un par de paquetes de comida preparada, un yogurth y después, fue a buscar una bebida.
-¿No hay té de jazmín? – preguntó confundido, mirándome como si fuésemos amigos desde mucho tiempo atrás.
-Ah, sí, si hay – asentí, señalando el refrigerador.
-No, ese es ‘light’ – negó – quiero del normal.
-Déjeme ver si hay en la bodega.
Dejé los utensilios de limpieza de lado y fui a buscar el dichoso té. No tardé mucho y, volví con varias botellas, así, podía dejar unas en el refrigerador también.
El cliente sonrió, traía, aparte, un suero hidratante – Gracias – antes de alejarse, movió su mano y despeinó mi cabello.
-De nada – dije en un murmullo.
Había sido tan desconcertante que, preferí no tomarle mucha atención, pero, algo llamó mi interés. Cuando ese sujeto llegó a la caja, Mario le sonrió ampliamente; no había visto que mi compañero hiciera eso con nadie más, así que, era algo extremadamente raro.
Las siguientes dos horas, mi compañero empezó a darme un pequeño curso, para que pudiera hacerme cargo de la caja, cuándo él no estuviera; no parecía muy feliz de tener que hacerlo, pero, no le quedaba de otra. Yo debía de saber qué hacer, en caso de cualquier eventualidad.
* * *
Pasé un mes en la tienda y, finalmente, me dejaron solo, al frente de la caja registradora; Mario había renunciado un día antes y el gerente me dijo que ya no iba a trabajar ahí, así que, necesitaba que lo supliera. Mientras encontraban a alguien más, yo iba a quedarme solo en las noches; en mis días de descanso, uno de los trabajadores de la tarde me supliría, hasta que hubiera otra persona que pudiera estar en mi mismo turno.
-¿Ahora tienes que hacer todo, solito? – Héctor me sonrió.
-Sí – asentí sin mirarlo a los ojos.
Desde mi primer día de trabajo, pude notar que era un cliente demasiado frecuente; casi todos los días iba por una cajetilla de cigarros. Algunas veces me lo encontré en mis ratos de descanso, cuando me salía un momento, para no ver a Mario; él estaba fuera del ‘call center’, disfrutando uno de los cigarros y, pude conocerlo.
Tenía 32 años, era uno de los supervisores de una campaña de telefonía; por eso siempre vestía formal, a diferencia de sus subordinados. Su trabajo tenía mucha responsabilidad y estrés, por eso, salía a despejarse y fumar, eso lo relajaba.
Héctor era extremadamente atractivo y tenía una voz cautivante; en ocasiones, parecía que me coqueteaba, pero en otras, no sabía que pensar de él. Era serio y poco emotivo, pero, a veces, sus sonrisas eran demasiado inquietantes para mí.
-Al menos, eres más amable que Mario – dijo con poco interés, mientras me entregaba un billete para pagar los cigarros.
-Bueno, es que él tenía su carácter – traté de excusarlo, aunque ciertamente, mi ex compañero, era algo amargado.
Le devolví su cambio.
-Bien, nos vemos luego.
-Adiós – dije con una sonrisa temblando en mis labios.
Media hora más tarde, como siempre, Gus llegó corriendo, en busca de toda su comida; a esa hora, salía a su descanso.
-¿Y mi té, peque?
-¿De nuevo, no hay en el refrigerador? – pregunté con cansancio.
-No, solo hay 'ligth' – se alzó de hombros.
-Bien, cuida un poco por mí, mientras saco algunos de la bodega, porque estoy solo – dije con rapidez.
-Aquí te espero – sonrió.
Gustavo era otro con el que cruzaba palabras, aunque menos que con Héctor, pues, Mario siempre me miraba con molestia cuando le hablaba; me parecía que había algo de atracción, pero, no era recíproca. Claro, Gus era un chico atractivo también, su cabello castaño y sus ojos miel, además de su sonrisa amistosa, le daba un aire mucho más amistoso que a Héctor; pero, eso también podía ser, porque Gustavo tenía 27 años y era menor que Héctor. También supe, por él mismo, en una charla casual, que estaba en una de las campañas internacionales de asistencia técnica; hablaba dos idiomas aparte del español y, estaba estudiando dos más, por eso, tenía muy poco tiempo para descansar, pues, aparte del trabajo, tenía que ir a la escuela.
-Aquí está – dije al volver con la botella de té.
-Gracias, Vladimir – me guiñó el ojo – tu siempre me sacas de apuros.
-De nada – negué y me dispuse a cobrarle.
-Y… ¿Mario? – indagó entregándome el dinero.
-¡Ah!, él ya no va a trabajar aquí – expliqué.
-Ya veo – dijo sin emoción – bueno, entonces, nos vemos después…
Se despidió al recibir su cambio y salió de la tienda.
Al menos, con esa reacción, comprendía que no era tan cercano a Mario como supuse.
* * *
Un par de semanas pasaron y, aún no tenía compañero, pero ese día, el gerente me comentó que, al volver de mi descanso, tendría a alguien más que me acompañara.
-Mañana descansas, ¿cierto?
-Sí – asentí, mientras estiraba mi mano, para alcanzar la cajetilla de cigarros en el estante.
-Dime, ¿te gustaría salir conmigo, mañana?
Pasé saliva con dificultad; Héctor había sido tan directo en su pregunta, que me puse completamente nervioso.
-Ah... – me giré con lentitud pero mantuve mi vista en la caja – esa broma es, un poco…
-No es broma – aseguró – pero si quieres verlo así, está bien – me entregó un billete – solo que, no quería pasar otro de tus descansos, extrañándote.
Mis mejillas ardieron, me quedé como estatua.
-¿Vlad? – se inclinó un poco, buscando mi mirada y yo me sobresalté.
-No… No sé… – dije a media voz – supongo… Quizá… – moví mi mano para cobrar la cajetilla – si no tienes nada que hacer… Por mi, está bien…
-¿A dónde te gustaría ir?
La sonsira que puso me cautivó por completo – No… No sé…
-¿Te gusta el cine?
-Sí, por supuesto…
-Entonces, dame tu dirección, paso por ti mañana en la tarde, para ir al cine, temprano no, porque debo descansar y tengo otros asuntos que atender.
-Ah… Claro – asentí.
Saqué una tira de papel de la máquina de ticket y, le apunté mi dirección.
-Falta tu número – sonrió.
Su sonrisa era tan perfecta; nunca antes había sonreído así. No dije nada, solo asentí y apunté mi número.
-Mañana, entre siete u ocho, paso por ti – me guiñó un ojo y salió.
Yo me quedé estupefacto; no había imaginado que Héctor tuviese algún interés en mí. Tuve que hacer acopio de mí fuerza de voluntad, pues, un pequeño grupo de clientes, entró; no podía estar ensimismado en mis pensamientos, debía hacer mi trabajo.
Media hora después, Gustavo llegó.
-Buenas noches – dijo con diversión.
-Buenas – saludé.
-¿Hay té?
-Sí, si hay – asentí – le pedí a Edgar que colocara varios en el refrigerador, antes de irse.
-Gracias, peque…
Él fue por su comida nocturna y yo, me perdí en mis pensamientos.
-Parece que el amor te pegó duro…
La voz juguetona de Gustavo me sobresaltó – lo siento – negué – es solo que…
-Está bien – se alzó de hombros y me dejó el importe exacto – nos vemos luego – dio media vuelta y salió con rapidez.
-No es amor – susurré, guardando el dinero en la caja – es solo, curiosidad…
* * *
Iba a oscurecer, cuando recibí la llamada de Héctor, me dijo que pasaría por mí media hora después, pero, le pedí que nos viéramos en otro lado; había pensado muy bien y, no sabía que le iba a decir a mis padres, si miraban que un chico, mayor que yo, iba por mí. Así, quedamos en vernos en una plaza comercial.
Cuando llegué, él ya estaba ahí, observando la cartelera del cine.
-Lamento la tardanza – dije con rapidez.
-Está bien – se alzó de hombros – acabo de llegar.
-¿Qué vamos a ver?
-La que quieras – sonrió.
-Ah, pues… Si hay de terror, esa estaría bien.
-¿Te gustan las películas de terror?
-Un poco, sí.
-De acuerdo…
La función estaba por iniciar y, no tuvimos mucho tiempo de distraernos; Héctor compró palomitas, refrescos y entramos a la sala. Nos sentamos en las últimas butacas; colocamos las palomitas y refrescos entre ambos.
Estando a su lado, me puse extremadamente nervioso, así que, agarré mi refresco y empecé a jugar con la pajilla; él tenía algo que me ponía a temblar, me causaba cosquilleo en mis manos y una sensación rara, en la boca del estómago.
-¿Te sientes bien?
El susurro cerca de mi oído me obligó a saltar en mi asiento; los ‘trailers’ habían terminado y apenas iniciaba la película.
-Yo… Sí… solo que…
Su mano se acercó a mi barbilla y levantó mi rostro; a pesar de que solo estaba la luz de la pantalla, pude verlo con claridad.
Sus ojos grises eran tan intensos, tan profundos, que no pude evitar decir lo que pensaba.
-Me gustas – susurré con vehemencia.
Héctor sonrió y acercó su rostro al mío.
-Tú también me gustas – dijo con lentitud – por eso, te invité a salir…
No pensé en nada, cerré mis ojos y él me besó. Su beso era tan dulce, tan suave y delicado, parecía tener mucho cuidado en su trato hacia mi; delineó mis labios con su lengua y succionó el inferior sin imprimir mucha fuerza. Gemí en medio de la caricia y llevé mi mano a su cuello, acariciando su nuca con mis dedos.
-¿Quieres ir a mi casa?
La pregunta llegó por sorpresa; sentí que el aire se me escapaba y quedé en una pieza.
-Vlad… – insistió y su mirada se posó directamente en mis ojos.
-Sí – asentí débilmente – pero… Debo volver… temprano…
-No te preocupes – sonrió – yo me encargo…
Sin dejarme objetar, se puso de pie y me llevó con él; dejamos las palomitas y los refrescos olvidados, sin importar que nos perderíamos la película completamente.
Salimos al estacionamiento y él me guió hasta un flamante automóvil negro; abrió la puerta del copiloto y me senté, después, antes de cerrarla, él me dio un último beso.
* * *
No dije nada en todo el camino; lo miraba de soslayo y estrujaba la tela de mi pantalón con fuerza. Era la primera vez que iba a hacer algo así, pues no había compartido cama con nadie en mi vida.
Casi media hora después, llegamos a una lujosa colonia privada, a las afueras de la ciudad; estaba en una zona tan exclusiva, que había pocas casas diseminadas en el área boscosa que la rodeaba; todo el lugar, era un bosque y, sus áreas verdes, eran inmensas. Ni siquiera nos detuvimos en la caseta de vigilancia, parecía que los guardias, conocían muy bien el automóvil de Héctor.
No imaginé que él pudiese pagar algo así.
El camino fue algo largo desde la caseta hasta su hogar, casi quince minutos, pero, al llegar, me quedé sin habla; su casa, era suntuosa. Tenía un par de pisos y, la misma construcción, abarcaba un gran terreno; eso sin contar toda el área de jardines y la cochera aparte. Héctor estacionó el automóvil y me guió hacia la entrada de su casa; subimos una pequeña escalinata para poder llegar a la puerta.
Cuándo él abrió, no encendió las luces, simplemente, me recargó contra la puerta y me besó.
-Héctor… – susurré cuando nos separamos para respirar – yo… no…
-¿Qué? – preguntó mientras desabrochaba mi camisa.
-Nunca he… – sonreí nerviosamente – Con nadie…
El levantó el rostro y me miró a los ojos – ¿de verdad? – preguntó en un susurro, llevando sus manos a mis mejillas.
-Sí – asentí con vergüenza – será mi primera vez…
-Entonces, hagámoslo despacio…
Me besó una vez más y, me guió por todo el lugar, a oscuras; obviamente, él conocía perfectamente su casa.
Llegamos a la habitación en el segundo piso y me recostó en la cama sin mucho preámbulo; encendió una pequeña lámpara de noche y me sonrió.
-Relájate – susurró contra mi oreja – yo voy a hacer todo…
Sus manos me desnudaron, se movía tan diestramente que, me pareció un suspiro el tiempo que duré con mi ropa puesta y otro más, el que tardó él en desnudarse completamente para recostarse sobre mí. Sus labios recorrieron mi cuerpo, a la par que las yemas de sus dedos; las caricias que me prodigaba eran tan dulces que, solo pude gemir, especialmente al sentir como su piel se restregaba contra la mía.
Una mordida en mi hombro, consiguió que me quejara, pero a la vez, esa caricia tan ruda, me había gustado en demasía; aún así, había sido tan fuerte, que había logrado hacer una pequeña herida.
-Perdón – su lengua limpió mi sangre – no pude contenerme…
-No importa… – dije entre jadeos.
Héctor se alejó de mi y, de un buró, sacó un pequeño botecito.
-Cómo es tu primera vez, hay que lubricar bien – sonrió de lado – debo prepararte para lo que viene después…
Asentí.
Él, volvió a besarme y después, bajó serpenteando por mi cuerpo, llegando hasta mi sexo y lo engulló de un solo bocado; gemí audiblemente, al sentir su lengua recorrerme completamente y, más, cuando empezó a succionar con avidez. Pero, aunque estaba perdido en esa sensación tan sublime, pude darme cuenta de cómo, sus manos me movían, levantando ligeramente mi cadera; algo húmedo y viscoso quedaba impregnado en mi piel, cuando sus dedos rozaban mi piel, después, uno intentó entrar en mí, presionando insistente entre mis nalgas.
Arquee mi cuerpo, pero Héctor no se alejó de mi cuerpo, seguía masturbándome con su boca y, alcanzaba a sacar su lengua, para lamer mis testículos sin pudor. Un segundo dedo entró en mí, estimulando algo dentro que me hizo perder la razón; llegué al orgasmo en su boca, cuando un tercer dedo se había abierto paso también.
-Rico… – dijo con diversión y se alejó, relamiendo sus labios.
No respondí, me sentía agitado y cansado.
-¿Quieres probar, antes de pasar al siguiente nivel? – preguntó con malicia.
Asentí débilmente.
Él se recostó a mi lado y me movió con facilidad, dejando mi rostro cerca de su erección, completamente despierta.
-Imagina que es una paleta – indicó – usa tu lengua, eso me gusta – su sonrisa se amplió.
Mis mejillas ardieron y entrecerré mis ojos, mientras sacaba mi lengua lo más que podía; lamí toda la extensión, de arriba abajo, humedeciendo con mi saliva y después, limpiando con mi misma lengua. No me detuve ahí, bajé hasta sus testículos, lamiendo con ansiedad, pues la excitación y el deseo me estaban envolviendo una vez más. Momentos después, tenía su sexo en mi boca, llevándolo hasta mi garganta, succionándolo con desespero; su sabor era tan delicioso, que no podía parar.
-Tranquilo, Vlady – su mano me sujetó del cabello, alejándome de su pene y acercándome a su rostro, para besarme – eres un niño desesperado – se burló – es momento de pasar a algo más, íntimo.
Apenas terminó de hablar, me hizo girar junto con él, mientras me besaba con fuerza.
-Espera… – mi voz era apenas audible – el… condón…
-No te preocupes – sonrió – nada malo va a pasar…
Abrió mis piernas con sus manos, se acomodó entre ellas y colocó la punta de su sexo en mi entrada.
-Ese líquido que usamos, es muy especial – susurró contra mi oreja, antes de bajar y lamer mi cuello – además de lubricar, dilata muy bien, para que sea más fácil entrar…
Apenas terminó su explicación, sentí como, lentamente, se abría paso en mí. No había dolor, la sensación era extraña, pero no desagradable; poco a poco, empecé a gemir, exponiendo mi cuerpo a él, disfrutando el vaivén en mi interior y la manera en que él me llenaba completamente. Era tan placentero, que todo desapareció a mí alrededor.
Mis manos se aferraron a sus hombros y empecé a suplicar por más; gemía con fuerza, cuando la luz de la habitación se encendió. Héctor detuvo sus movimientos y ambos miramos hacia la puerta.
En el umbral, Gustavo se cruzó de brazos, observándonos con una sonrisa sarcástica.
-¿La diversión empezó temprano hoy? – indagó irónico.
Yo sentí que mi corazón de detenía, y busqué la mirada de Héctor con desespero. Él solo sonrió y me miró a los ojos.
-Tranquilo… – lamió mis labios – no pasa nada malo, Gus y yo somos amigos íntimos desde hace mucho y, normalmente compartimos todo – susurró – espero no te moleste que te comparte, con él…
Eso no tenía sentido para mi, era extraño, pero, no pude negarme; un nuevo beso en mis labios y él reanudó el movimiento de su cadera, consiguiendo que gimiera contra su boca.
Héctor siguió poseyéndome hasta que después, me acomodó a su antojo, dejándome en cuatro contra la cama y penetrándome con rudeza; gemí con fuerza por el placer que recibía, exigiendo más, me gustaba ese trato y el cómo su pelvis chocaban contra mí, cada que llegaba hasta el fondo. Cuando menos lo esperé, Gustavo estaba frente a mí, completamente desnudo; acercó su sexo a mi rostro y, sin decir nada, yo, abrí mi boca, ofreciéndole el paso libre, para que entrara a su entera satisfacción.
Las embestidas, por parte de ambos, eran salvajes, pero parecían estar completamente sincronizados. Se conocían muy bien, eso era innegable, y entre los dos, estaban consiguiendo volverme completamente loco.
Ambos se alejaron de mí. Yo quedé sobre el colchón, un poco cansado y confundido, mientras ellos acomodaban los almohadones en la cabecera.
Héctor se recostó en la cama, sobre las almohadas; Gus me movió, para que me sentara en el sexo de su amigo. El miembro de Héctor entró con facilidad y mi espalda quedó contra su pecho. Gustavo me besó con deseo, su lengua hurgó en mi boca y sus manos se aferraron a mi cadera, moviéndome de arriba abajo, para facilitarle el trabajo a nuestro compañero, mientras él se acomodaba entre sus piernas.
Por un instante, me dejaron completamente quieto, mientras Gustavo penetraba a Héctor, quien gimió con deseo; después, los movimientos se reanudaron, más intensos, más salvajes, más deseosos.
Héctor besaba mis hombros espalda y nuca, mientras sus manos recorrían mi pecho, pellizcando mis pezones; Gustavo me besaba en los labios, consiguiendo que ahogara mis gemidos en su boca, mientras sus manos arañaban mi espalda y, por segundos, estimulaban el cuerpo de su amigo.
Me tensé completamente, anunciando mi próximo orgasmo, pero Gustavo lo impidió.
-Oh, no, peque – negó – tú no te vas a “venir”, hasta que Héctor y yo, quedemos satisfechos.
-Además – la mano de Héctor se colocó en mi sexo también – ya terminaste una vez…
Gustavo se alejó de nosotros, saliendo del cuerpo de su amigo; del buró de dónde había salido el lubricante, sacó un anillo metálico, colocándolo en mi sexo. Con eso, se aseguraban de que yo no llegara al orgasmo, hasta que me lo quitaran.
No pude objetar, estaba envuelto en una vorágine de lujuria, pasión y deseo; todo lo que ellos dijeran o hicieran, sencillamente, iba a ser perfecto para mí.
Cuando Gustavo se recostó en la cama, Héctor salió de mi interior y me obligó a sentarme sobre el sexo del otro, pero viéndolo de frente; así, una vez más, Gus me besaba con desespero, mientras me penetraba, pero, en esta ocasión, sentí más humedad en mi trasero.
Héctor había vertido un poco más del lubricante.
-Quédate quieto – dijo con diversión.
Gus detuvo sus movimientos y Héctor se acomodo sobre ambos, dejando su sexo en mi entrada también.
-No – negué con debilidad – no va a…
-Si entrará – sentenció Héctor.
-Tenemos experiencia, peque, así que, ten por seguro que entrará y, lo disfrutarás – Gustavo se apoderó de mi boca y no me permitió replicar.
Así, ambos me penetraron a la par, mientras yo, no entendía cómo es que lo estaba disfrutando tanto.
Ellos me usaban, me manejaban a su antojo, pero me gustaba, tanto así que supliqué por más, una y otra vez; deseaba que no se detuvieran jamás. Y, cuando los dos llenaron mis entrañas con su semen, me sentí completamente pleno y feliz, agradeciendo que, aún así, no se detuvieran, pues aún faltaba más por disfrutar.
* * *
Eran casi las cuatro de la mañana, cuando Héctor me llevó a mi casa.
Yo seguía aturdido y extremadamente cansado, por lo que había sucedido, así que, no había dicho nada en el camino.
-Vlad – él me jaló por la nuca y me acercó a su rostro.
Lo miré a los ojos y me perdí en su grisáceo mirar.
-¿Te gustó lo que paso? – preguntó directo.
-Sí – asentí débilmente – mucho.
-Si es así, y si tú quieres, podemos repetirlo – sonrió.
Esas simples palabras lograron hacerme sonreír emocionado.
-Gustavo y yo, llevamos una relación muy abierta – explicó – y, ambos estaríamos encantados de que fueses nuestro... – dudó un momento, parecía buscar la palabra adecuada – compañero – levantó una ceja – y poder compartirte, justo como hoy…
-Pues, si a ustedes no les molesta – mordí mi labio – a mi tampoco, fue… muy… emocionante, increíble y… delicioso.
-Lo sé – asintió – pero, hay una regla…
-¿Cuál?
-No le digas a nadie – pidió – nadie en nuestro empleo se imagina que somos pareja, de hecho, piensan que somos parientes, así que…
-No te preocupes, no le diré a nadie, lo prometo.
* * *
Al día siguiente, en mi trabajo, conocí a mi nuevo compañero, un joven de 23 años, bastante atractivo, pero, no le puse mucha atención, pues otras personas ya estaban ocupando mi mente.
En mis ratos de descanso de mi empleo, salía a tener sexo con Héctor y Gustavo en sus automóviles. Ellos se turnaban; un día, lo pasaba en el estacionamiento con uno, y el siguiente, con el otro, mientras que el día de descanso, lo pasaba con ambos, si es que los dos descansaban.
Obviamente, manteníamos nuestros encuentros a escondidas; cuando había otras personas cerca, especialmente en mi empleo, nos tratábamos de manera cordial, sin llegar a más. Además, no conocía mucho de ellos, ni ellos de mi; era casi una simple relación de sexo lo que nos unía, pero, a mi me gustaba y me satisfacía en demasía.
En mi casa, no me preguntaban mucho sobre mis salidas y llegadas en las madrugadas; mis padres me conocían y, estaban seguros que no andaba en malos pasos. Mi padre me preguntó un día, cuando llegue de madrugada, que si se trataba de una mujer; para no explicar mucho, simplemente dije que sí, que era una chica mayor, que trabajaba en el edificio de al lado de mi empleo y me quedaba con ella en su casa. Con eso, él quedó satisfecho.
Un mes después, Gus pasó por mí al atardecer, al lugar dónde siempre me recogían; no iban por mí a mi hogar, porque no quería que mis padres se dieran cuenta de la realidad. Aún no me sentía lo suficientemente seguro de aceptar abiertamente que era gay.
Cuando llegamos su casa, las luces estaban encendidas; el olor a incienso me dio de lleno al cruzar el umbral, embriagándome en un santiamén. Gustavo me abrazó por detrás y sonrió.
-¿Te gusta, peque?
-Si – asentí, disfrutando de las caricias que me prodigaba por encima de la ropa.
-Eres un niño muy sincero – Héctor llegó hasta nosotros con tres copas en las manos – eso es lo que más me gusta de ti – sonrió.
Me entregó una copa y otra a Gustavo.
-Pero… no bebo – negué.
-No es vino, para ti, es jugo de manzana – Héctor me sujetó de la barbilla y me dio un beso, antes de mirarme a los ojos con dulzura.
-Este día, cenaremos aquí – Gustavo besó mi mejilla.
Asentí y di un ligero sorbo. Los últimos días de descanso que salía con ellos, antes de ir a su casa, cenábamos en algún lado.
-Será algo especial, así que, preparamos algo que, ojala te guste – prosiguió Héctor.
Él me sujetó de la mano y me guió por la casa, con Gustavo tras nosotros. Yo no me di cuenta en qué momento había terminado el liquido de la copa, pero, antes de llegar a nuestro destino, ya no tenía ni una gota.
-Parece que tenías sed – Gus me quitó el recipiente.
-Un poco, sí – asentí, pero con el movimiento de mi cabeza, todo dio vueltas a mi alrededor – Estoy… mareado.
-¿De verdad? – Héctor sonrió divertido – así no vas a poder con las escaleras.
-Yo lo cargo.
Gustavo me levantó en brazos; y me recargué en su hombro, aspirando su perfume. Momentos después, me di cuenta que el lugar donde estábamos no era la recamara, pero, estaba adornado con velas, rosas, y cortinas en tonos rojos y blancos; la cama tenía pétalos de rosa sobre el colchón.
-¿Por… qué? – pregunté débilmente.
-Porque es un día especial, peque – respondió Gus, recostándome suavemente en la cama y besando mis labios, antes de alejarse.
Ambos empezaron a desnudarse y yo sentí que mi cuerpo ardía.
-La verdad – Héctor se acercó primero – puse algo en tu bebida, para relajarte – aseguró mientras me besaba – lo siento…
Gemí, mientras mi compañero acariciaba mi cuerpo, el cual, sentía casando y mis movimientos no eran muy coordinados. Héctor sujetó mis manos frente a mí, con unas esposas, las cuales ya habíamos usado con anterioridad; ya habíamos tenido juegos sexuales de sumisión y dominación y, debía admitir, que me fascinaban. Héctor recorrió mi cuerpo lentamente; sus manos y boca recorrían mi piel y las sentía de otra manera; llegó a mi sexo, que ya estaba erecto y lo estimuló con eficacia. Por primera vez, no parecía querer evitar mi orgasmo, el cual llegó con rapidez.
Él se alejó, gateando sobre el colchón y besó a Gustavo en la boca; ambos disfrutando de mi semen. Después, regresó a mi lado, pero Gus seguía de pie.
Héctor me incorporó y se sentó detrás de mí; sus manos empezaron a estimular mi pecho, mientras besaba mis hombros; Gustavo sólo nos observaba con lujuria.
Héctor seguía con su tarea, consiguiendo que mi cuerpo volviera a reaccionar ante sus caricias.
-Es hora… – anunció Gus.
Yo entreabrí mis ojos.
Héctor se acercó a mi oído – como dijimos, es un día especial – susurró – hoy, te vamos a contar nuestro secreto…
Mi mente estaba nublada y no podía pensar con claridad.
Gustavo se abrazó a sí mismo y su respiración se agitó.
-Vas a ver algo único – sentenció Héctor en un susurro y cubrió mi boca – pero, mientras lo haces, tengo que asegurarme, que te quedes quietecito…
Lo miré de reojo y temblé. Sus ojos estaban inyectados en sangre; eran tan rojos como las telas que nos rodeaban y, gracias a su sonrisa, pude ver unos afilados colmillos.
-Cómo dijimos, esta es, una cena especial – sentenció.
Sentí como sus colmillos desgarraban mi piel, pero, poco a poco, empecé a caer en un sopor extraño. No estaba dormido, pero sentía que todo era un sueño y, mientras mis fuerzas me abandonaban completamente, mis ojos observaban a Gustavo, quien se retorcía frente a nosotros. Su cuerpo cambiaba con rapidez, dando paso a una bestia, con hocico prominente y de colmillos feroces; mucho más grande de lo que cualquier otra que existiera. Un aullido retumbó en la habitación.
Héctor se alejó de mí, relamiendo sus labios, y me recostó en la cama con suavidad, liberando mis manos, para dejarlas a mis costados; yo no podía moverme más, toda mi energía había desaparecido, con trabajo, podía respirar y mantener mis ojos, apenas abiertos.
-Adelante – Héctor se acercó a ese ser y le acarició el hocico – es todo tuyo…
Un gruñido, una voz gutural ininteligible para mí y después, se acercó con rapidez; un dolor en mi cuello fue lo último que sentí.
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El licántropo dejó pocos restos de su víctima sobre la cama, después de que sació su apetito. El vampiro había presenciado todo desde un sillón; al ver, como su compañero se alejaba de los restos, supo que la cena, había terminado.
-No estuvo mal, ¿cierto? – sonrió el pelinegro cuando el otro llegó hasta él, restregando el hocico manchado de sangre contra su mejilla.
-No – esa voz grave, difícilmente podía entenderse del todo.
-Es una lástima que no me dejaras convertirlo – suspiró – ha sido el único que nos había aceptado a ambos, sin queja y sin necesidad de manipular completamente su mente.
La mano de la bestia se movió con rapidez, sujetando al otro por el cuello con fuerza.
-¿Tanto te gustaba? – preguntó con ira.
-No seas… celoso… – sonrió y gimió – nadie… me gustará… más que… tú… jamás…
Ante esas frases, Gustavo dejó de ejercer presión, pero lo acercó, pasando la larga y húmeda lengua, por el rostro.
-Bien, ahora que ya cenamos – Héctor le acarició el cuello, enterrando los dedos en el pelaje castaño oscuro – que tal si me complaces – susurró seductor.
-Siempre te lastimo – gruñó el otro.
-Eso lo hace más excitante – las manos del pelinegro bajaron juguetonas, hasta el sexo del otro – eres el único que puede romperme y darme placer, al mismo tiempo…
-Vamos arriba…
-No – Héctor se alejó y se recostó en la cama manchada de sangre y restos de su cena – sabes que me excita ensuciarme…
La bestia no dijo más; se acercó a su amante, lo conocía bien, sabía perfectamente qué le gustaba más de esa forma que tenía en ese momento y lo complacería primero. Recorrió el cuerpo del vampiro con su lengua larga, casi bañándolo con su saliva, pero entreteniéndose en su miembro erecto, en todo su esplendor; cuando el otro estaba gimiendo por ese trato tan delicado, las cosas cambiaron.
Sin consideraciones, lo hizo girar, penetrándolo con rudeza y salvajismo, arrancándole gemidos lastimeros, pero también, suplicas para que lo hiciera más fuerte. Héctor solo tenía una oportunidad al mes, de disfrutar a ese lobo en toda su gloria y, cuando lo hacía, no permitía que se detuviera, hasta quedar completamente saciado.
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Algunas horas después, Gustavo volvió a la normalidad, sintiendo que su cuerpo resentía el cambio, pero, hizo acopio de su fuerza de voluntad, para volver a la cama.
-Ya va a amanecer – anunció restregando su rostro contra la nuca de su amante.
Ambos estaban sucios de sangre y restos de su cena, pero, estaban acostumbrados a ello, pues una vez al mes, así sucedía, desde muchos años atrás.
-Sabes bien que no puedo salir de aquí, en todo el día – alegó el otro, exponiéndose más para que las caricias siguieran.
-Entonces, ¿me toca limpiar de nuevo?
-Cómo cada mes, ‘cachorrito’ – se burló el pelinegro – recuerda que tú eres el que más ensucia al comer y, por favor, no te quedes platicando con ese lobo, en el depósito – dijo con desprecio.
Gustavo sonrió, sabía que Héctor se refería a otro licántropo de la colonia, que, de cuando en cuando, se lo encontraba cuando iba a tirar “la basura”, pero era un chico mucho más joven que él y, a su ver, nada atractivo; después de todo, no eran los únicos con ‘condiciones especiales’ en ese lugar.
-De acuerdo – el castaño se movió hasta quedar boca arriba en la cama – por cierto, ¿qué te parece el otro chico de la tienda?
-No me agrada – dijo con desprecio – tenemos que decirle a ese viejo que contrate más jóvenes…
-¿Por eso no te has acercado? – el castaño ya sabía que su pareja, no había intentado acercarse en lo más mínimo, al compañero de Vladimir.
-Así es, la verdad, no es mi tipo…
-¿Quieres que yo me encargue esta vez, solo?
-Sí – suspiró el pelinegro, girándose para abrazarlo y dejar su cabeza en el hombro de su compañero – también, tienes que ir con el del orfanato, para que te den el alimento del otro mes…
-Sí, está bien…
-Y tienes que comer bien – señaló Héctor – o voy a tener que buscar quien me alimente los demás días…
-Comeré bien – Gustavo entornó los ojos.
-Te lo advierto, me buscaré un “rebaño” – retó el otro – o le puedo pedir a Susy y a Aldo, que me presten a uno de sus chicos…
-No lo hagas – gruño el castaño – no me gustaría que te encariñaras con otros…
-Eso depende de ti…
-Ya dije que comeré bien – aseguró – por cierto… ¿Hoy verás a los padres de Vladimir?
-Cuando oscurezca y, antes del trabajo, iré a hacerles una visita…
-¿No tendrás problemas?
-¿Cuándo los he tenido? – se burló – solo debo modificar sus recuerdos…
-Muy bien, entonces, iré a limpiar…
-No – Héctor lo abrazó por la cintura – quédate otro rato – susurró – por lo menos, hasta que me duerma…
-No tardas en quedarte dormido, mi amor – el castaño le acarició la mejilla.
-Mi amor – repitió en un susurró – a veces… eres tan cursi…
-Lo sé, pero, sé muy bien que te gusta…
El pelinegro no respondió, ya estaba descansando. Gustavo sonrió, le fascinaba ver ese lado tan frágil de Héctor, distinto al que normalmente tenía, pero, el castaño se daba cuenta que, esa actitud, solo la tenía el vampiro, al día siguiente de la luna llena. Quizá, porque el pelinegro se sentía vulnerable o más frágil, después de tener sexo con la bestia que se adueñaba mes con mes, del otro; pero, para el licántropo, era un tesoro, disfrutar una faceta que solo él conocía.
Por eso era celoso, por eso, jamás le había permitido a Héctor convertir a alguien en vampiro y, él tampoco quería convertir a alguien más en hombre lobo; era posesivo y egoísta, así que, jamás le permitiría a nadie, conocer ese lado de su amado vampiro.
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Despedida:
Pues, esta historia es una de mis favoritas, porque es de las pocas donde tengo un trío... claro que no termina bien, pero mientras duró, no estuvo mal, ¿o si? Además, con esta inicio mi universo de 'hijos de la noche', por eso me gusta.
En fin, espero que les agrade tanto como a mi. ¡Nos leemos!
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