Frappe
Desde que dejé de preocuparme por mi vida personal, tengo una vida tranquila, dentro de lo que cabe; aún no puedo quitarme de encima a los causantes de mis problemas, pero, poco a poco, se están dando cuenta que no quiero saber nada de ellos realmente.
* * *
Mis desagradables pretendientes, así como lo dijeron, empezaron a tratar de ‘reconquistarme’; llenaron no solo mi trabajo, sino mi casa de flores, peluches y cuanta cosa parecían encontrarse en tiendas de regalos, mismos que, daba a la beneficencia para niños sin hogar y las flores las tiraba.
El interés en mi rallaba en lo absurdo y se convirtió en un acoso molesto, especialmente porque me buscaban en el café y yo no podía decirles nada, pero, para eso estaba mi jefa. Lizy tuvo que poner un letrero en la entrada “nos reservamos el derecho de admisión” y los corrió un par de días después, ella también se había cansado de su estúpida actitud.
Al principio, pensé en buscar otro empleo, pero, pensando con claridad, Lizy era la que más me protegía en el trabajo y, si cambiaba a otro, no podría explicar lo que sucedía y ellos se acercarían con más facilidad, por lo que me replantee la situación. Mi nuevo número de teléfono solo se lo di a las personas más confiables y obviamente, Lizy, no lo anotó en su celular, pues, como ella dijo: “Andrés sigue siendo mi hermano y de todos modos lo voy a seguir viendo, no aquí, pero en otro lado sí, por lo que, mejor prevenimos que te encuentre en mi agenda en un descuido mío…”
Así fue cómo mi jefa se aprendió mi número de memoria. De igual manera, Lizy cambió el horario del café, ya no se sentía segura dejándome solo, así que, los martes, cerraba y ambos descansábamos.
Ya han pasado casi tres meses desde que esta locura empezó, ahora estoy de vacaciones en la universidad, pronto entraré a quinto semestre y, mientras no estuve en la escuela, acudí tiempo completo al café, pues necesitaba el dinero; traté de hacer un cambio en mí, no solo con mi actitud, sino con mi persona. Cambié mi corté de cabello, a pesar de que parecía ligeramente largo y revuelto de atrás, no cubría mi rostro, pinté algunos mechones de color rojo; pude comprarme otras gafas, sin marco, también compre algo de ropa nueva y, había decidido hacerme un tatuaje, solo que aún no juntaba el dinero para eso.
Lizy me apoyaba en muchas de las cosas que decidía, se preocupaba por mí, me aumentó el sueldo como compensación por lo que su hermano me hacía y, además, se tomaba las molestias de llevarme siempre a mi casa, pues al salir, generalmente me encontraba con Andrés y Mauricio. Se me hacía una tontería, pues yo ni siquiera los miraba ya, pero ellos insistían.
* * *
-Entonces, ¿vas a salir? – Lizy me sonrió, le acababa de pedir permiso para salir media hora antes ese día, era miércoles y había hecho planes con mis amigos.
-Sí – asentí limpiando una mesa cercana al mostrador – iré con Ramón e Irving al cine, ya volvieron de vacaciones, iremos a una función y esperaremos el estreno de una película que saldrá después de las doce de la noche – expliqué con diversión – compre los boletos hace una semana, ahorita ya están agotados.
-Y, ¿ya te vieron con el nuevo look? – levantó una ceja y sonrió de forma pícara.
-No – negué – aún no…
-¿Crees que te digan algo?
-Lo dudo… – respondí, pero el tono de su voz me dijo que había más, así que la miré de soslayo y entendí sus intenciones - ¡oh! No, no, no – negué – ni siquiera te lo imagines Lizy, ellos son heteros, de hecho, andan ‘cacheteando las banquetas’ por ti… – la señalé.
-¿Por mí? ¡Pero si ellos son unos niños!
-Pues ni tanto, tienen mi edad – me alcé de hombros y pasé a la siguiente mesa a limpiar.
-Tú también eres un niño para mí – arrugó la nariz y rió – bueno, si no piensas en tus amigos, ¿qué tal el atractivo, interesante y poco frecuente, Oscar?
-¿Oscar? – la miré de soslayo y detuve mis movimientos – Lizy, en serio, deja de buscarme pareja – negué.
-¿Por qué? Oscar es lindo – recargó el rostro en su mano – y te mira siempre que viene.
-Lo dices como si viniera todos los días – sonreí – la última vez que vino fue hace dos semanas.
-Es cierto – suspiró cansada – es algo inconsistente.
-Es porque él no es gay, ni está interesado en mi – especifiqué – tiene un carácter amistoso, pero nada más… De hecho, según se, tiene novia.
-Lástima… – suspiró – pero, aun así, me alegra verte nuevamente animado y feliz – su semblante cambió a uno de preocupación – has pasado unos meses difíciles y sé que es culpa de mi hermano…
-No es solo su culpa – sonreí – Mauricio tampoco me lo ha puesto fácil…
-Pero Andrés empezó – dijo haciendo un puchero infantil.
Me acerqué a ella, la abracé y le di palmadas en su cabello – Ya, ya, no te pongas así – le guiñé un ojo – no es para tanto, yo ya ni siquiera les pongo atención.
-Yo no sé cómo los soportas, eso de que se quedan allá – señaló el otro lado de la calle – observándote, como asesinos seriales acechando a su próxima víctima…
-No pueden hacerme nada – me alcé de hombros – bueno, lavaré los platos y me preparo para irme.
Después de terminar con mi trabajo, me cambié, no era la misma ropa que había usado en la mañana, al llegar; era una simple camiseta oscura, sobre la misma, una camisa manga larga blanca, con cuello y puños en color sepia, la cual dejé sin abrochar y subí las mangas hasta mis codos, el pantalón era de mezclilla, en color café, finalmente, me coloqué unos zapatos deportivos y guardé mis cosas para irme.
-Ya me voy – anuncié cuando estuve en la cocina.
-Ten – Lizy me entregó un café frappe para llevar – es Mokachino – sonrió divertida.
-Y, ¿esto por qué?
-Por qué te hará sentir mejor, hace calor afuera y necesitarás algo dulce para pasar el trago amargo, si esos dos intentan detenerte.
-Deja de preocuparte – le di un beso en la mejilla – nos vemos mañana.
-Cuídate, corazón – me dijo adiós con la mano.
Salí del local, colocándome los audífonos para caminar escuchando música y bebiendo mi café, sin prestar atención, pues era obvio que me iban a seguir y no me equivoqué; pude notar que dos figuras trataban de darme alcance, cuando iba a mitad de la calle. Al llegar a la esquina lo hicieron.
-¡Marty!
Ambos dijeron mi nombre a la vez, así que me detuve, giré y los encaré – ¿qué quieren? – indagué con molestia bajando los audífonos a mi cuello y acomodando mis lentes con el dedo medio, de mi mano derecha, porque en la izquierda llevaba mi café.
-Yo quiero hablar contigo – sentenció Andrés con autoridad
-Yo necesito explicarte algunas cosas – Mauricio se miraba más dócil.
-Lo siento, pero no puedo – negué moviendo la pajilla en el interior del vaso – tengo una cita y me deben estar esperando – anuncié bebiendo del café y volviendo a tomar los audífonos en mi mano libre para colocarlos en su lugar.
-No es cierto – Mauricio negó – aún no tienes novio…
-Yo tampoco lo creo – Andrés intentó agarrarme del brazo, pero alguien más lo detuvo.
-Sí, es cierto – una voz conocida me hizo girar el rostro y ver su sonrisa cómplice, antes de pasar su mano por mis hombros – tiene una cita conmigo.
Era Oscar, había llegado por la otra calle. Andrés y Mauricio se sorprendieron por esa acción y yo simplemente reí por lo bajo; había sido la casualidad más favorable en mi vida y tenía que agradecer por eso.
-¿Estás listo? – sonrió y ladeó el rostro para acercarse a mí – podemos tomar un taxi en la avenida…
-Me parece bien – asentí.
Oscar me agarró de la mano, entrelazó sus dedos con los míos, después, tomó por un momento mi vaso con café y le dio un sorbo con la pajilla; todo mientras caminábamos hacia la calle principal, dejando a Mauricio y Andrés atrás.
-¿Crees que te dejen en paz con esto? – preguntó con diversión.
-¡Ojala! – respiré profundamente – gracias por la ayuda – me sonrojé cuando me devolvió el café.
-De nada – negó – y ahora, ¿por qué Lizy no te llevó a casa?
-Voy al cine…
-Entonces si tienes una cita… – me miró de soslayo, sin borrar la sonrisa de su rostro.
-No – negué – solo voy con unos amigos…
-Bueno – revisó su reloj de pulsera – tomamos el taxi, me bajo unas cuadras adelante y estarás libre, yo tengo que ir a ver a mi novia – anunció haciendo la seña para que el automóvil se detuviera, en cuanto estuvimos en la avenida.
-Gracias…
Ambos subimos al vehículo y, como dijo, tres cuadras más adelante se bajó, después yo seguí hacia mi destino. Juguetee con la pajilla en mi café, debía admitirlo, era guapo, atractivo y caballeroso, pero lógicamente, no era para mí – algún día… – susurré – encontraré a alguien así – dije con esperanza, mientras saboreaba la punta de la pajilla que había sido usada por Oscar momentos antes.
* * *
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