Chocolate
Trabajar no se me hacía interesante, pero, aunque mi vida era ocupada, también era tediosa y aburrida. Mis amistades las podía contar con los dedos de una mano y me sobraban por lo menos dos o tres dedos; mi vida sentimental era un asco, pues desde primero de prepa no había tenido novia y, todo lo que tenía para hacerme compañía era a Max, mi hurón. Pero antes de cumplir veinte, al entrar a cuarto semestre de la facultad, necesité un ingreso extra para seguir con mis estudios, pues mis padres tenían problemas y no me podían ayudar igual que antes; obviamente mi mejor apoyo era, que no debía pagar renta como muchos de mis compañeros, porque vivía en la misma ciudad donde estaba la escuela, pero mis materiales sí eran costosos.
“Se necesita mesero con urgencia, medio tiempo, turno vespertino, traer la solicitud elaborada”.
Ese había sido el anuncio que estaba puesto en un mural de la facultad y decidí acudir, después de todo, nada perdía con intentar.
La dirección me llevó a un local tranquilo y con tintes románticos a varias cuadras del campus, era un café; se servían todo tipo de bebidas, frías y calientes, además de deliciosos postres dulces para acompañar y una que otra comida rápida, como emparedados, papas fritas, hamburguesas y crepas. El lugar era frecuentado por todo tipo de personas, en su mayoría parejas, y la dueña del lugar, Lizeth, o Lizy, era una mujer hermosa de veintisiete años, su cabello rubio y sus ojos azules le daban un aire de dulzura que, cualquier cliente caía rendido ante ella y, todo lo que les ofrecía, terminaba siendo comprado.
Apenas me vio entrar y sus encantos salieron a flote, pero, cuando le dije que iba por el empleo, su emoción pareció llegar al cielo. Me dijo que los últimos trabajadores se habían ido sin siquiera avisar y necesitaba ayuda, por lo que no puso mucha objeción, a pesar de que yo no sabía nada sobre café, ni mucho menos postres o comida; yo solo sabía de matemáticas y fórmulas de ingeniería, pues mis estudios estaban centrados en mecatrónica.
Una semana me estuvo adiestrando, hasta que pude usar la máquina de cappuccino y pude hacer figuras sencillas en el latte, algo que, debía admitir, había sido divertido aprender. Después, me dio un par de uniformes; uno era un traje que constaba de un pantalón oscuro, una camisa blanca, un corbatín negro y un chaleco bicolor, con los colores del local; el otro, era un traje completo que debía ser usado para los eventos especiales, fechas festivas y fines de semana, también, recibí un delantal y un gafete con mi nombre; además me obligó a peinarme diferente, pues decía que mi cabello cubría siempre mi rostro y de no ser por mis lentes, no se mirarían mis ojos, que según ella, eran preciosos por el color aceitunado que tenían, algo de lo que yo no estaba del todo seguro. Después de eso, Lizy siempre me presionaba para que sonriera, y aunque no me agradaba, debía de hacerlo, pues era un mesero.
Durante casi un mes seguí en el empleo, trabajaba desde que salía de la universidad, a las tres de la tarde hasta las nueve de la noche, que era cuando cerraba y descansaba un día entre semana, a veces dos, según me lo exigiera mi escuela; los fines de semana, el sábado trabajaba medio día y el domingo era tiempo completo, aunque en ocasiones, acudía los dos días desde temprano; mi jefa, entre semana, podía dejarme solo, me tenía suficiente confianza para hacerlo, mientras ella hacía cosas que ocupaba de su propia vida. La clientela femenina había aumentado y según Lizy, era por mi presencia, aunque en lo personal, era algo que no me interesaba, lo único que me agradaba, eran las propinas que obtenía; aunque ciertamente, cada que recibía un billete de alta denominación, venía acompañado con una tarjeta y un número de teléfono, pero jamás me involucré con nadie, no quería problemas.
Estaba por cumplir dos meses en mi trabajo, cuando, un lunes, un hombre llegó al local, era alto, su cabello negro estaba perfectamente peinado, tenía una mirada azul intensa y observó a todos con superioridad, incluyéndome; aun así, capto la mirada de todas las mujeres que estaban en el café. Ni siquiera tomó una mesa, pasó directamente al mostrador.
-Buenas tardes, ¿en qué puedo servirle? – pregunté con una sonrisa.
-¿Eres el nuevo? – preguntó con seriedad.
-¿Disculpe? – levanté una ceja sin comprender.
-¡Andrés! – la voz de mi jefa me sobresaltó, ella salió corriendo de la parte trasera del local, y se colgó del cuello del recién llegado.
-Lizy, siempre tan radiante – sonrió y su brazo pasó por la espalda de ella, como una caricia.
“¿Su novio?” pensé con curiosidad, pues jamás había conocido a la pareja de mi jefa, ni siquiera sabía que estaba en una relación.
-¡Milagro que vienes a verme! Pasa, tómate un café conmigo – la sonrisa de mi jefa era notablemente más grande que la que usaba con los clientes.
-Sabes que no me gusta el café… – dijo el sujeto levantando una ceja a modo de reproche.
-¡Oh! De acuerdo, no seas gruñón… – Lizy se giró y me vio con emoción – Marty, tráeme un café latte, y a mi hermano mayor, un chocolate caliente, con una orden de galletas de mantequilla…
“¿Hermano?” no pude evitar el asombro en mi semblante, ellos eran completamente opuestos, ni siquiera se parecían, quizá lo único eran los ojos azules, pero nada más; mientras él era serio y algo tenebroso con esa mirada despectiva, mi jefa era como un sol radiante que cubría a todos con su bondad y dulzura.
-Martín – ella chasqueó los dedos delante de mí – despierta, anda, tráenos lo que te pedí – me guiñó un ojo y tomó de la mano al pelinegro – ven, cuéntame ¿qué has hecho? Tengo dos meses sin verte…
Mientras ellos charlaban, yo me encargué de preparar su orden y después, me enfoqué en los clientes; la risa de mi jefa se escuchaba por el local, era obvia su emoción. A las nueve, ellos aún seguían platicando, mientras que yo despedía a las últimas personas que quedaban, realicé el corte de caja y después me cambié en el baño para personal del café, saliendo momentos después con mi ropa habitual.
-Marty – mi jefa se acercó – lo siento, te dejé con todo el trabajo a ti solo – me abrazó y restregó su rostro en mi hombro – discúlpame.
-No importa – negué – tu siempre estás sola en las mañanas.
-Sí, pero en las mañanas no hay muchos clientes – aseguró ella – bueno, ve a casa, descansa…
-Hasta mañana – me despedí y salí del lugar.
“Hermano…” la figura del sujeto aún estaba en mi mente, yo era hijo único, tenía muchos primos, pero nunca tuve un hermano, así que no sabía lo que era emocionarte por ver a tu familia, después de dos meses de no frecuentarse.
Al otro día, llegué al café después de la escuela, me cambié y salí a hacer mi trabajo; el día siguiente era mi descanso y debía llevarme la ropa para lavarla, además, tampoco acudiría el jueves, porque tenía un trabajo de la facultad.
-Marty – mi jefa se puso frente a mí – saldré hoy, volveré antes de que cierres – aseguró – tengo que comprar un obsequio para una amiga que tendrá un ‘baby shower’ la otra semana, ¡por Dios!, está a punto de estallar y apenas se le ocurrió hacerlo – dijo con emoción contenida.
-No te preocupes – sonreí y acomodé mis lentes – yo me encargo, los martes no hay muchos clientes.
-De acuerdo cariño – me besó la mejilla y caminó a la salida con su bolso – nos vemos…
Después de eso, Lizy se fue y yo me quedé a cargo; ciertamente era un día que no había mucha clientela, pues normalmente se llenaba los fines de semana. El tiempo pasó volando, hubo un momento en que me quedé solo y aproveché para tomar un café y hacer una tarea sobre el mostrador. Eran las nueve cuando cerré, Lizy no había regresado, así que, la esperaría, pues tenía que darle las llaves.
Terminé de cambiarme, guardé mi uniforme para lavarlo en casa y me quedé en la cocina, revisando que todo estuviera limpio, ordenado y nada fuera de lugar; a Lizy no le gustaba que algo quedara sucio. Mientras estaba entretenido, escuché un golpeteo en la puerta de cristal. Salí de la cocina y cuando pude ver al exterior, no era mi jefa, sino su hermano, aunque en esta ocasión, su ropa era completamente informal.
-Buenas noches – dijo con seriedad cuando le abrí.
-Buenas noches – sonreí automáticamente, ya estaba acostumbrado a hacerlo por mi trabajo – Lizy no está.
-Lo sé, me pidió que viniera a buscar las llaves – anunció – tuvo un accidente.
-¿Un accidente? ¿Está bien? – saber eso me había alterado.
-Sí, solo que quiere sacarle hasta el último centavo al tipo que le abolló la defensa de su automóvil – se alzó de hombros – aunque no pasó nada en realidad.
-Que bueno – respiré aliviado – entonces, aquí están las llaves – le entregué el llavero que había usado para abrir – solo voy por mis cosas y puedes cerrar – anuncié y caminé a la cocina dónde estaba mi mochila.
Agarré mi mochila y di un último vistazo a la cocina “todo perfecto…” dije mentalmente, más, al darme la vuelta, el hermano de mi jefa estaba en el marco de la puerta, entre la cocina y el local.
-Martín, ¿cierto? – sonrió, una sonrisa que me estremeció.
-Si… – respondí confundido.
-Sabes, eres el mesero más lindo que Lizy ha contratado en el último año.
-¿Lindo? – negué, eso era extraño.
-Sí, muy lindo – dio unos pasos y se acercó a mí – y con tus gafas te miras extremadamente interesante – su mano acarició mi mejilla y un escalofrío me recorrió.
-Yo… tengo que… irme… – intenté rodearlo pero su brazo me lo impidió.
-No… – sonrió y acercó su rostro a mi oído – No se me ha ido uno vivo, y tú, no serás el primero…
Esa declaración logró que me quedara de piedra, eso solo significaba que él, era la razón por la que los meseros no duraban trabajando con mi jefa.
-Yo… lo siento… – negué – no estoy interesado en chicos… – aseguré y lo empujé – con permiso.
-Ah, eso no importa, yo tampoco lo estoy realmente – volvió a acercarse a mí.
-Pero acabas de decir…
-Se lo que dije – asintió – esto es solo un juego, no es que quiera algo serio, ni mucho menos – dijo sin vergüenza –a mis treinta años, me he propuesto disfrutar de la vida…
-Bien, pues disfrútala en otro lado – entrecerré los ojos y volví a empujarlo – yo tengo que irme…
-No creo que te moleste acompañarme un poco más…
Apenas terminó de hablar, sus manos me tomaron por la nuca y me besó; quise oponerme, más, el sabor dulce de la boca de él me envolvió, sabía a chocolate, además, su lengua se movía con maestría en mi interior y sus manos bajaron hasta mi cintura haciendo presión sobre mi ropa, con una posesividad que me desarmó.
Cuando nos separamos yo estaba aturdido, sorprendido y, sobre todo, confundido.
-Delicioso…
Sus manos me quitaron la mochila, me obligó a bajar al piso de la cocina y yo no puse resistencia; estaba hipnotizado por esos orbes azules que, en ningún momento dejaron de verme directamente a los ojos.
No supe cuánto tiempo pasó, solo que, ya estaba en el piso, completamente desnudo y él, estaba sobre mí, besando mi cuello y hombros, mordiendo con suavidad, logrando que gimiera y mi piel se erizara. Se deslizó como serpiente, recorriendo mi cuerpo, bajando por mi abdomen y llegando a mi sexo; sin darme tiempo a nada, su boca se apoderó de mí y yo me quedé sin aliento.
Si había pensado con el beso, que era un maestro con su lengua, ahora estaba seguro que se había graduado con honores; la succión, el movimiento incansable y las caricias me nublaron la mente. Mis manos automáticamente se aferraron a su cabello, despeinándolo, haciendo presión en sus mechones debido a que no tenía otra manera de sacar esos sentimientos que estaba experimentando. Momentos después, llegué al orgasmo en su boca mientras un largo gemido escapaba de mi garganta.
-No está mal – sonrió al incorporarse – ahora…
Sin dar tiempo a nada, impregnó sus dedos con saliva y los llevó a mi trasero, a pesar de que se sentía extraño, no pude decir nada, aún me sentía perdido. No tardó mucho con su trabajo, después, se movió en busca de mi mochila, sacó todas mis cosas y buscó afanosamente, pero, al no encontrar nada, volvió conmigo – ¿dónde tienes los condones? – indagó curioso.
-¿Qué…? – pasé la mano por mi rostro y me encontré con mis lentes, en ningún momento me los había quitado, pero si estaban desacomodados – yo… no…
-¿No usas condón? – preguntó con algo de molestia.
-Es que… No… Yo… Nunca…
-¡¿Eres virgen?! – la sorpresa se reflejó en su rostro.
Pasé saliva y asentí, sintiendo como mi rostro se teñía de rojo.
El semblante contrariado de él, cambió a uno totalmente distinto, su sonrisa tenía un tinte cruel y sádico, mientras desabrochaba su pantalón – esto va a ser… Delicioso… – dijo en un susurro y colocó la punta de su sexo en mi entrada.
En un solo empujón entró; grité, me dolió la intrusión, intenté alejarme pero él lo impidió.
-Relájate – pidió en un susurro – tranquilo…
-No puedo… No puedo… – negué.
Él me besó y, mientras nuestras lenguas se reconocían nuevamente, movió su cadera invadiéndome más. Volví a quejarme, me alejé y me aferré a su camisa, mis ojos se humedecieron y respiré agitado. Dolía, más de lo que siquiera hubiese podido imaginar, ¡dolía!
-Relájate – ordeno y sus labios repartieron besos en mi cuello.
Traté de hacerlo, intenté controlar mi respiración y relajar mi cuerpo, más él parecía no querer dejarme en realidad, pues apenas lo estaba logrando, volvió a moverse y sentí como si me rompiera por dentro; un nuevo gemido, mitad grito, escapó de mi boca y mi cuerpo se tensó con más fuerza.
-Ya está… todo… – anunció – ahora… solo debo…
Cuando empezó a moverse, yo grité; me dolía, me lastimaba, pero él no atendió mi petición de que se detuviera, seguía moviéndose, primero despacio y finalmente rápido y fuerte. Sus manos y boca no me daban tregua, seguía acariciándome, besándome; los cristales de mis gafas se empañaron y, lo poco que había alcanzado a distinguir con ellos, se perdió.
El tiempo se detuvo para mi percepción, pero mi cuerpo empezó a ceder ante las caricias; mis piernas se aferraron a su cintura y me restregué contra su cuerpo, a pesar de que no conseguía más que sentir la tela que lo cubría. Algo estaba haciendo, lo sabía, aunque no podía razonarlo; mi interior se contraía, apresándolo con fuerza, aunque me dolía, y todo porque a pesar de eso, producía un placer indescriptible de alguna manera, consiguiendo que mi cuerpo se estremeciera y sintiera escalofríos recorrer mi columna. Su mano estimuló mi sexo, logrando que, en poco tiempo, volviera a llegar al orgasmo, ensuciando su camiseta polo blanca. Me sentía tan cansado hasta ese punto, que, él sabía que me tenía a su merced.
Salió de mi interior, me quitó los lentes, me hizo girar, levantó mi cadera, dejándome apoyado en mis rodillas y volvió a penetrarme. Esta vez no sentí dolor, quizá un ligero escozor, pero en poco tiempo, yo mismo me apoyé sobre mis manos, levantando mi cuerpo y arqueando la espalda, empezando a moverme para recibirlo con gusto y placer; mis gemidos eran audibles, mi cuerpo estaba transpirando, pero yo estaba disfrutando. Era mi primera vez, además de hacerlo con un hombre y debía admitir que la experiencia me estaba gustando. Varios minutos después, un nuevo orgasmo me hizo perder totalmente las fuerzas, un insignificante chorro de semen quedó contra el piso, ya estaba completamente seco; las manos de él me tomaron de la cintura, me obligaron a incorporarme y se aferraron a mi pecho, manteniendo mi espalda pegada a su playera, seguía penetrándome y sus labios se posaron en mi nuca, mordió y succiono, marcando mi piel y, finalmente, ahogó un gemido mientras inundaba mis entrañas con su semen.
Esa sensación ¿cómo definirla? Había sido tan deliciosa, especialmente la tibieza que regó mi interior, no sabía si era solo yo, pero lo había disfrutado.
Después de eso, todo parecía un sueño.
Él salió de mi interior con extremo cuidado, algo que me sorprendió después de cómo me había tratado momentos antes; fue al baño y regresó con papel para limpiarme. Me ayudó a acomodar mi ropa, mis lentes y finalmente, sin decir una palabra, me llevó hasta mi casa. Aún estaba asimilando lo que había ocurrido, así que, preferí quedarme en silencio después de darle mi dirección.
-Por favor, no le digas a mi hermana… – pidió cuando se estacionó frente a mi domicilio.
Esa frase, me hizo recordar lo que ya había entendido cuando todo empezó, él era el culpable de que los meseros no volvieran.
Abrí la puerta del automóvil y entré a mi casa sin mirar atrás, no iba a volver a verlo, así que, no tenía nada que decir.
* * *
Los siguientes dos días fueron demasiado pesados, más de manera emocional que física; me debatía entre lo que debía hacer y lo que quería. Por un lado, no quería volver al café, porque no me sentía capaz de ver a mi jefa a los ojos, pero si no lo hacía, encontrar otro trabajo de medio tiempo, que se adecuara a mis necesidades, iba a ser muy difícil y, realmente, necesitaba el dinero.
Así, el viernes, volví como si nada. Mi jefa me recibió con gran emoción, como si no me hubiera visto en años y ese día no apareció su hermano, algo que agradecí, pues era a quien menos quería ver.
Era hora de cerrar cuando ella recibió una llamada a su celular.
-¡Hola! – sonrió – sí, ya estamos cerrando… ¿Cómo que quienes? Pues Marty y yo – aseguró – si, Marty está aquí, obviamente… No, él se mira perfecto – su tono de voz cambio – ¿por qué tanta preocupación? – el silencio reinó – Andrés, necesitamos hablar tu y yo, te espero en mi departamento – sentenció y colgó, después de eso, ella se giró y fue hacia mí – ¿mi hermano te insinuó algo el martes?
-Tú... ¿hermano? No – negué y desvié la mirada – nada…
-Marty, te aprecio mucho – dijo con cariño – pero te advierto, a mi hermano le gustan los chicos jóvenes, por favor, no le des alas… Y si él se intenta propasar contigo, córtale las alas tú… Nadie me quita de la cabeza que es su culpa que me quede sin meseros – espetó con molestia – cada que viene a verme aquí, mis trabajadores desaparecen… Por eso estaba preocupada de que no vinieras hoy, pero el martes no tuve otra opción que enviarlo a él, lo lamento…
Esas palabras confirmaban mis sospechas.
-No te preocupes, ya te dije que no pasó nada – mentí como todo un profesional, después de todo, yo también quería creer eso – ahora, debo cambiarme para irme – sonreí.
Salí del café y volví a mi casa, estaba deprimido, ya sabía lo que Lizy me había dicho, lo deduje desde el momento en que él se acercó a mí, pero no entendía por qué mi estúpido corazón albergaba una tonta esperanza.
Amanecía y yo no había dormido muy bien, pensando y recordando lo que había pasado con el hermano de mi jefa; era sábado, me sentía tan mal que no quería ir a trabajar en la tarde, pero era mi responsabilidad, así que, llegué al café y me vestí en el baño, como siempre. Estaba atendiendo a un grupo de chicas, quienes me coqueteaban, cuando un hombre entró al lugar, llevaba un gran arreglo de rosas; fue directamente al mostrador y habló con mi jefa.
-Marty… – la voz de Lizy me sorprendió – te buscan – hizo una seña al repartidor.
-¿A mí? – pregunté y ella asintió – disculpen un momento por favor – dije para las clientas, quien empezaron a cuchichear entre ellas.
Caminé al mostrador y tuve que firmar de recibido, el sujeto se alejó y tomé la tarjeta entre mis manos, leyendo las palabras, escritas en una caligrafía perfecta.
“Perdóname por lo que sucedió, sé que piensas que soy un idiota y lo soy, pero, me gustaría que me dieras la oportunidad de conocerte… Por favor, solo acepta una invitación a salir, solo una… Atte: Andrés”
Pasé saliva y mis manos temblaron.
-Así que lo hizo – Lizy suspiró – bueno, después de todo debo darle créditos por tratar de acercarse a ti – sonrió y me guiño un ojo.
-¿De… que… hablas? – pregunté nervioso.
-Ya me dijo lo que pasó – esa afirmación consiguió que mi rostro ardiera.
-¿En… serio…? – mi voz era un murmullo.
-Oh si, y con todo lujo de detalles – ella se mordió el labio y puso un gesto perverso – la verdad, aunque es mi hermano, yo te diría que lo mandaras al diablo – suspiró y se recargó en el mostrador – pero también hay que admitir que es un buen partido, trabaja para una empresa farmacéutica y tiene que viajar constantemente para ampliar el mercado, tiene una casa enorme, la cual siempre está sola – entornó los ojos – nunca ha tenido una pareja formal y, obviamente, es un casanova, eso lo notaste, pero es tu decisión Marty… Solo tienes que pensar en lo que tú quieres, yo, prefiero un lugar tranquilo – se alzó de hombros – y él, no sé qué es lo que quiere, pero, tal vez, ya lo encontró – me señaló con un gesto y después se irguió – ahora, mientras piensas, atiende a mis clientes – me guiñó un ojo y caminó a la cocina.
Dejé la tarjeta en el arreglo y volví a mi trabajo, tratando de no pensar, no era el momento, ni el lugar.
Diez minutos para las nueve de la noche, cuando ya casi no había clientes pues todos se estaban yendo, el hermano de mi jefa llegó a la cafetería. Dudé en ir a atenderlo cuando tomó lugar en una mesa, pero, era el mesero, así que, mi obligación se anteponía a mis propios deseos.
-Buenas noches, ¿en qué puedo servirle?
Sus ojos azules se posaron en mí y el calor cubrió mi cuerpo – en todo – sonrió.
-Ah… Me refiero a, ¿qué le sirvo?
-Chocolate caliente, galletas con mantequilla y, un mesero para esta noche.
Un gemido escapó de mi boca ante esa insinuación – yo… ya… traigo el chocolate… – dije con media voz y me alejé yendo a la cocina, sabía que mi rostro estaba rojo.
-Tranquilo – mi jefa me palmeó la espalda cuando estaba en la cocina preparando el chocolate – mientras no te quedes a solas con él, estás a salvo – dijo con una sonrisa – ah, por cierto, voy a salir, le entregas las llaves a mi hermano.
-Lizy, no me hagas esto – supliqué.
-Solo es una vez – me guiño el ojo – es tu decisión, lo aceptas o lo rechazas, cualquiera de las dos, yo te respaldo.
Ella se fue dejándome solo, así que, seguí con mi trabajo. Serví el chocolate y las galletas, después atendí a los últimos clientes y finalmente, me quedé a solas con Andrés.
-¿Entonces…? – él se acercó al mostrador mientras yo estaba haciendo el corte de caja, pues, siendo él, hermano de mi jefa, no pagaba su consumo.
-Entonces… ¿qué? – pregunté tratando de sonar firme.
-¿Me permites invitarte a salir?
-Escucha, lo que pasó fue algo que no debió pasar – aseguré – tú eres de los que van detrás de cualquier chico, eso es notorio – levanté el rostro y lo miré con reproche – no soy el primero y tampoco seré el ultimo, así que, no le veo caso…
-Cierto, no eres el primero – se recargó en el mostrador y extendió su mano a acariciar mi rostro – pero si quiero que seas el último…
-¡Deja de bromear! – perdí con desespero.
-No bromeo – negó – desde el martes no he dejado de pensar en ti.
-¿A cuántos les has dicho eso?
-A ninguno – respondió sin vergüenza – después del sexo, no pienso en nadie, tú eres distinto.
-Sí, claro – terminé mi trabajo en la caja y me di la vuelta para quitarme el delantal – escucha, sé que soy joven e inexperto, pero no soy tonto – aseguré – si quieres diversión, mejor búscate a alguien más.
-Ya tuve mucha diversión – su cinismo no tenía límites – por eso quiero tener algo serio contigo.
Esas palabras rompieron mis barreras, apreté la tela de mi delantal y suspiré – y, ¿si no soy lo que buscas? – le miré de reojo – ni siquiera me conoces…
-Entonces, permíteme conocerte – sonrió seductor – prometo no obligarte a nada como el martes, hasta que tú quieras – aseguró.
-No lo sé, eres diez años mayor que yo…
-¿La edad te importa?
-Pues… Tal vez… Tú ya eres un hombre con experiencia y yo…
-No te estoy pidiendo que te cases conmigo… aún – su mirada estaba fija en mi – solo que me des una oportunidad, si no te gusta, si te molesta o simplemente, si no soy lo que esperas, te dejaré en paz, lo prometo… Solo quiero intentarlo y te juro, que jamás lo había intentado con nadie más…
¿Creerle o no creerle? He ahí la cuestión. Pero, debía ser honesto, me había gustado, así que, nada perdía con intentar.
-De acuerdo, intentémoslo… – sonreí – ¿me invitarás un chocolate?
-Los que quieras…
* * *
Comment Form is loading comments...