El celular sonó, era el tono de un mensaje. El jovencito de cabello castaño movió su mano para tomar el aparato de la mesilla a un lado de su cama, estaba medio adormilado, porque, aunque tenía escasos minutos que se acababa de acostar para dormir, el no tardaba en caer en sueños profundos; el siguiente día iba a ser el primero en la preparatoria y se había propuesto no pasar contratiempos.
Movió los dedos sobre la pantalla, colocando el código de desbloqueo y leyó el mensaje de su mejor amigo.
“Mañana pasa a mi casa, Fer nos acompaña a la escuela porque no podemos llegar solos, luego te explico”
-¿Qué…? – su cerebro no entendió muy bien, pero no tenía ganas de indagar, tenía sueño – Ok… – dijo con voz pastosa mientras tecleaba ambas letras para responder el mensaje, dejar el celular en la mesa y volver a dormir.
La alarma sonó en la mañana, pero, su mala costumbre le hizo posponerla cinco minutos. Cuando la escuchó, pidió cinco minutos más y ni siquiera se dignó a programarla de nuevo, volviendo a quedar profundamente dormido, abrazado de su almohada.
-¡Ricardo! – el grito de su madre lo hizo abrir sus ojos miel de forma inmediata – ¡es el primer día y vas a llegar tarde!
-¡¿Qué?! – se levantó como si tuviera un resorte, tomo su celular para ver la hora – ¡No puede ser!
Corrió al baño, tomó una ducha rápida, solo para quitar la baba de su rostro y poder peinarse sin mucho problema, pues su cabello era demasiado rebelde. Se lavó los dientes con una mano, mientras que con la otra se ponía algo de gel en la melena castaña que parecía no querer quedar en su lugar y, finalmente, salió colocándose la ropa, dando saltos para subir el pantalón; debido a esto, tropezó y cayó al piso, sobre la alfombra.
-¡Ay! – empezó a sobar su rodilla.
-¡Ricardo! – su madre insistía y él estaba aún en el piso.
-¡Ya voy! – gritó con voz dolorida.
Volvió a ponerse de pie y terminó de cambiarse, salió corriendo de su habitación llevando la mochila al hombro y su celular en la mano; bajó las escaleras y fue al refrigerador en busca de fruta.
-¡Mamá! ¡No hay peras! – reclamó en medio de su desesperación.
-No, pero te hice un huevo con salchichas – sonrió su madre dejando el plato en la mesa.
-No puedo desayunar, Joel me está esperando – anunció.
-Entonces llévate una manzana.
-No me gustan las manazas – hizo un puchero.
-Está bien, está bien, compraré peras hoy – dijo restándole importancia.
-Ya me voy – mencionó el castaño tomando un paquete de galletas con chispas de chocolate.
-Toma – su madre le dio dinero – come algo en el descanso.
-Sí, gracias, adiós – besó la mejilla de su madre y salió de su casa.
“Joel va a matarme…” pensó mientras apuraba el paso guardando las galletas en su mochila, siempre se le hacía tarde y su amigo se molestaba por eso, así que necesitaba empezar a correr para llegar lo más rápido posible.
Dos calles después, antes de llegar a la esquina donde debía dar vuelta, vio a la hermana de su amigo; estaba esperando el autobús que la llevaría a su facultad.
-¡Buenos días Richy!
-¡Buenas Sara! ¡Adiós Sara! – ni siquiera se detuvo, si ella estaba ahí, seguramente Joel estaría esperándolo ya con impaciencia.
-¡Adiós Richy! – la chica sonrió y lo despidió con un ademán de mano.
Siguió corriendo y al dar vuelta, vio a su amigo con Fernando, el primo del mismo. Aumentó la velocidad y llegó a un lado de ellos recargando sus manos en sus rodillas.
-Buenos días… – estaba agitado – lamento la tardanza… – se disculpó.
-Vamos.
Fernando empezó a caminar y Joel lo siguió. Ricardo hizo una mueca de cansancio, necesitaba un respiro, pero sabía que ya iban tarde.
Cuando por fin se recuperó, pudo hablar con confianza – Y, ¿por qué tenemos que ir juntos? – indagó con curiosidad.
Ricardo sabía perfectamente que Joel no quería estar con su primo, lo sabía desde que empezaron la secundaria, cuando notó que a Joel le gustaba Fernando y después, su mismo amigo se lo contó, aunque no quiso ahondar mucho en el tema. Pero las escapadas a dormir a su casa eran, precisamente, porque Joel no quería estar cerca del castaño mayor, jugador de básquetbol.
-En la primer semana hacen una ‘novatada’ – empezó a explicar Fernando – como ustedes son de primero, pueden que les hagan la broma, por eso necesitan compañía adecuada.
-¿Qué tipo de broma? – levantó una ceja.
-No sé, la del año pasado, la mayoría de los de primero tuvo una mala experiencia con un huevo en sus mochilas ensuciando sus cosas.
-Y, ¿quien la hace?
-Los de segundo – sonrió el mayor.
-¿Entonces el año pasado tu hiciste una broma? – lo miró con desconfianza, especialmente por saber quién era.
-No, yo no participé, los de básquetbol no nos queremos meter en problemas, especialmente porque nos pueden sancionar si nos descubren haciendo cosas indebidas – aseguró para tranquilizar al niño.
-De acuerdo… Te creeré… – dijo no muy convencido, mirando de soslayo a su amigo quien iba demasiado ensimismado en sus pensamientos, seguramente para no hablar con Fernando.
Momentos después llegaban a la escuela y a la explanada de la misma, a lo lejos escucharon un grito llamando al mayor de ellos.
-¡Fer!
-Vengan – Fernando les hizo una seña para llevarlos con un grupo de tres chicos que era quienes lo habían nombrado.
Ricardo pasó saliva, todos se miraba enormes y no le gustaba meterse con chicos de deportes, siempre eran muy pesados. Negó instintivamente pero antes de siquiera pronunciar una palabra, su amigo se negó.
-No, creo que mejor vamos al salón – Joel tenía un tinte de desgano en su voz.
“Gracias” pensó el castaño sabiendo que con eso se salvarían de ir para allá.
-Oh no, no, no – Fernando agarró del brazo a su primo y se dirigió al castaño – Richy, tú ve al salón si quieres, yo tengo que presentarle a Joel a mis amigos, todos quieren conocer en persona al hermano menor de Sarahí.
Por un lado, Ricardo suspiró aliviado, por otro se compadeció de su amigo, iba directamente a la boca del ‘lobo’, justo como les decían a los equipos de esa preparatoria.
Se acercó hasta Joel, fingiendo que era solo para tomar la mochila pero aprovechó para prevenirlo en susurros – Ten cuidado, los lobos te pueden comer… – agarró la mochila y sonrió – te aparto un lugar en el salón – anunció para poder tener un pretexto de salir corriendo e ir a su destino.
En el curso de inducción les habían dicho cuál sería su aula, así que no le fue difícil encontrarla, llegó y dejó la mochila de Joel en un pupitre, a un lado del suyo, casi en las últimas filas. Tomó asiento y observó a sus compañeros pero sin decir una sola palabra; un rato después vio a Joel llegar con su primo.
Muchos se asombraron, era lógico, Fernando era muy conocido, no solo era miembro del equipo de básquetbol, sino el capitán del mismo, pero aun así, Ricardo no entendía por qué le gustaba, no solo a las chicas, sino a su amigo. Desde que lo supo intentó comprender, pero llegó a la conclusión de que eran cosas de mujeres o en el caso de su amigo, de chicos homosexuales, así que no podría comprenderlo y solo podía apoyar a Joel cuando lo necesitara, porque eran amigos desde la primaria.
-¿Cómo te fue? – preguntó, pero la cara de Joel le decía todo.
-Son unos pesados – dijo con molestia y se sentó – ¿por qué tenía que ser la última fila, Richy? – preguntó cambiando el tema.
-Ya sabes que no me gusta estar enfrente – lo miró de soslayo – me pone nervioso que los profesores me vean, especialmente el primer día – suspiró – cómo no los conoces, que tal si, por accidente, haces algo que no les gusta – recargó el rostro en el dorso de su mano – te pondrán ‘la marca de la bestia’ desde el primer día y te traerán en jaque todo el año, como el profe Morán, ¿lo recuerdas? Todo el año quiso reprobarme – arrugó la nariz y respiró profundamente – todavía, en el ultimo parcial, temía que me ‘tronara’.
Joel le sonrió, Ricardo era un poco retraído y tímido para algunas cosas, pero era un gran compañero y amigo cuando lo llegabas a conocer, algo despistado, pero no era mala persona.
Las primeras horas, el castaño se aburrió, cada profesor que llegaba hacía la misma rutina, saber sus nombres, de que escuelas venían y preguntar alguna tontería, como si tenían algún hobby o algo por el estilo. Ricardo se sentía incómodo, para él, su único hobby era dormir, siempre que tenía tiempo libre prefería dormir a hacer cualquier otra cosa, pero no podía decir eso, así que simplemente lo omitía.
A la hora del almuerzo, el castaño sacó las galletas, había intentado comerlas toda la mañana pero no había tenido oportunidad, tomó su dinero y acompañó a su amigo a la puerta, encontrándose a Fernando y su grupo de amigos. Todos eran altos, incluso Joel era un centímetro más alto que él y, con eso, simplemente se sintió fuera de lugar.
-Richy voy a presentarte – Fernando le puso la mano en el hombro al jovencito y lo puso frente a él – este es Ricardo, o Richy, es amigo de Joel – ladeó el rostro para indicar a su primo – y Richy, ellos son – empezó a señalar a sus amigos – Gilberto, Pedro y Bernardo, son mis amigos, y compañeros
-Hola… – la sonrisa le tembló, al ver a los aludidos, Gilberto eral el menos alto, pues parecía igual que Fernando en estatura, Pedro le seguía pero incluso estaba más alto que el primo de su amigo por varios centímetros y mejor ni hablaba del tercero, que parecía una pared, alto y ligeramente corpulento.
-Dime Gil – sonrió el primero.
-A mí me dicen ‘el flaco’, pero dime como quieras – sonrió el segundo – estoy en el equipo de básquetbol con Fer.
-Yo soy Barney, me gusta más que Bernardo y también soy de básquet.
-Lo tendré en cuenta… – sonrió de lado sintiéndose incómodo de estar en el centro del grupo, e inconscientemente apretó las galletas en su mano.
-Anda Richy, no tiembles, no te van a comer – Fernando le guiño un ojo y lo liberó.
Los mayores guiaron a los niños a la cafetería; los amigos de Fernando hablaban de muchas cosas, tonterías en realidad. Ricardo y Joel habían comprado algo para comer y, debido a eso, tener una excusa para no departir con ellos. Mientras estaban desayunando, llegaron otros miembros del equipo de basquetbol y los presentaron con ánimo, pidiendo que no les hicieran la broma. Obviamente a los recién llegados no les causó gracia; mientras Joel los miraba con recelo, Ricardo solo desvió la mirada y fingió no ver el gesto de molestia de los de segundo.
Al terminar su comida, el castaño por fin abrió sus galletas – ¿quieres? – le ofreció a su amigo.
-No gracias – Joel negó con media sonrisa, ya sabía que su amigo gustaba de comer galletas y prefería que las disfrutara.
También, por educación más que nada, le ofreció a Fernando y sus amigos – ustedes, ¿gustan? – preguntó con una sonrisa.
-No gracias – Fernando negó, también lo conocía bien.
-Yo sí – Bernardo tomó una galleta.
-Yo paso – sonrió Gilberto.
-Pues yo también quiero – Pedro tomó otra galleta – gracias – sonrió y le guiño el ojo.
-De nada… – Ricardo le devolvió la sonrisa y desvió la mirada, perdiéndola en otro lado mientras ellos seguían con su plática, comiendo las galletas aunque, las del fondo, estaban quebradas.
La mirada del pequeño castaño se perdió, a veces se quedaba en su mundo, un mundo donde no había ruido, ni nada que lo molestara, donde podía dormir; por eso le gustaba acompañar a Joel a sus partidos de ajedrez, siempre estaba rodeado de silencio y, de cuando en cuando, podía quedarse dormido.
Un bostezo lo invadió, pero alguien, acercó el dedo a su boca cuando la tenía abierta y lo interrumpió.
-¿Qué…? – levantó la mirada observando a Pedro.
-No deberías bostezar así – sonrió de lado el mayor.
-Normalmente no meten dedos a mi boca cuando bostezo – frunció el ceño en medio del reclamo.
-Bueno, si estás tan desprevenido, te podrían meter otra cosa sin darte cuenta – la sonrisa pícara del pelinegro hizo que sus amigos soltaran la carcajada.
Ricardo no entendió el doble sentido de la broma y buscó la mirada de Joel, quien también se alzó de hombros sin entender a qué se refería.
Unos minutos antes de que sonara el timbre, los mayores fueron a dejar a los más pequeños al aula.
-Tenías razón – Ricardo tomó su lugar al estar dentro – son algo pesados…
-Te lo dije – Joel suspiró – pero por lo menos, esta semana hay que aguantarlos, además, Fernando dijo que eran buenas personas.
-No sé – negó – tal vez lo sean, pero, agarran confianza muy rápido, ¿no crees?
-Bueno, somos novatos, Fernando es mi primo, supongo que se sienten mejor tratándonos de esa manera – Joel se alzó de hombros – no sé, ya sabes que algunas personas son raras.
-Lo sé – el castaño volvió a bostezar, pero, en esa ocasión puso la mano frente a su boca, fue un acto reflejo, pensando que podían hacer lo mismo que le hicieron en el descanso.
Al salir de clases, Fernando y sus amigos fueron por los más pequeños al salón, salieron todos juntos, pero llevaban una especie de formación, Al iniciar la fila, estaba Gilberto, a un lado Fernando, después Joel, le seguía Ricardo, Pedro y finalmente Bernardo.
En el camino, observaron cómo algunos chicos de primero, incluso unos que estaban en el mismo salón que Ricardo y Joel, caminaban con el uniforme mojado.
-Así que esa es la broma – Fernando habló con cansancio mientras movía el rostro de manera desaprobatoria.
-Hay que traer un cambio de ropa por si acaso – la voz de Joel llamó la atención de su amigo.
El castaño asintió aceptando la sugerencia, parecía la mejor solución, un simple cambio de ropa era más que suficiente, por si pasaba algún accidente.
-¡Hey! cachorro – las palabras de Pedro hicieron que ambos niños lo miraran con expectación – ¿crees que el capi no te va a proteger? Él te va a cuidar, así que no te preocupes…
-¿Cachorro? – Joel le quitó la pregunta de la boca a su amigo.
-Si – la risa de Bernardo retumbó – ahora eres nuestra mascota – anunció.
“Joel es su mascota…” el pequeño castaño vio a su amigo y sonrió, si era su mascota entonces tendría protección de los mayores y estaría cerca de Fernando, aunque solo le habían llamado así a su amigo, con lo cual, él parecía haber sido excluido.
-¿Su mascota? – la forma en que Joel habló lo sorprendió.
“No parece que le agrade la idea…” Ricardo podía ser despistado, pero conocía a Joel mejor que nadie y era al único a quien le entendía los gestos y los cambios en la voz.
-En realidad, eres la mascota del capitán del equipo además eres el hermano de una ex capitana de básquet y cómo eres un novato, pues eres un lobezno, o cachorro en este caso, porque suena mejor – la explicación de Gilberto llamó la atención del castaño.
“¡Eso suena genial! La verdad es un buen apodo…” pensó el castaño un tanto emocionado, pero sin meterse en la plática, solo seguía con la mirada a los que estaban en los diálogos.
-Lo que me faltaba…
Que Joel se palmeara la frente hizo que Ricardo suspirara, no entendía qué era lo que le molestaba, a él le gustaría que lo cuidaran así, después de todo, no tenía hermanos y siempre había tenido que defenderse solo, cosa que no le salía muy bien, precisamente eso fue lo que lo llevó a hablar.
-¿Yo también puedo ser mascota? – el castaño preguntó señalándose a sí mismo, también quería sentirse apreciado y de paso, no ser excluido del grupo, ni tampoco tener que alejarse de su único amigo.
-Pues no se… – cuando Pedro dijo esas palabras logró que Ricardo bajara el rostro un tanto apenado, pensando que había sido una tontería preguntar – uno de nosotros tendría que adoptarte – finalizó el pelinegro.
El castaño levantó el rostro y sonrió, al menos podría tener una oportunidad, aunque dudaba que lo trataran igual que a Joel.
-Ya déjenlos en paz – la voz de Fernando los obligó a guardar silencio y Ricardo se alzó de hombros.
Siguieron caminando para dirigirse a sus casas, aunque Ricardo se mantuvo en silencio un gran tramo.
-Entonces… – Pedro se acercó al castaño cuando ya iban caminando por la acera, cómo no podían ir todos juntos, debían ir de dos en dos – ¿te gustaría que uno de nosotros te adoptara?
El castaño levanto la mirada para ver al pelinegro – creí que lo habías dicho en broma – sonrió.
-No, si me hubiera reído sí hubiera sido una broma – le guiño un ojo – como lo del dedo – abrió la boca, sacó la lengua y colocó cerca su dedo índice como había hecho en la hora del almuerzo con el niño.
-Eso fue incomodo – confesó Ricardo – es la primera vez que me interrumpen un bostezo.
-¿No tenías muchos amigos que hicieran eso en la secundaria? – indagó el pelinegro.
-No, no en realidad – intentó sonreír – solo tengo un amigo desde la primaria, Joel.
-Y, ¿son muy amigos?
-Pues si – asintió – siempre hacemos equipo en la escuela, a veces duermo en su casa o él en la mía, o pasamos días juntos – comentó.
-Ya veo… – Pedro se rascó la cabeza – te molesta si te pregunto si… Tú y él, ¿son…?
-¿Novios? – Ricardo levantó una ceja – ¿por qué me preguntas eso? – frunció el ceño – ¿Fernando te mandó a preguntarme?
-No, claro que no – el pelinegro negó – es solo… Curiosidad.
-No, no somos novios – negó con seriedad – es mi amigo, nada más.
-Entonces, ¿tienes novia? – el interrogatorio siguió.
Ricardo rió, logrando que su compañero lo viera extrañado – no, no tengo – negó – por extraño que suene, nunca me ha gustado una chica en especial – arrugó la nariz – no digo que no sean bonitas – se alzó de hombros – es solo que, no se… – negó restándole importancia.
-¿Entonces eres gay?
-No – negó con rapidez – tampoco me ha gustado un chico – hizo una mueca, moviendo sus labios hacia un lado – cada que mi papá me pregunta si tengo novia y niego, mi mamá dice que aún no ha llegado la chica adecuada – explicó.
-Ya veo – Pedro sonrió – pues si no te molesta, yo puedo adoptarte – su voz tenía un tinte de suficiencia.
-¿En serio? – el castaño lo miró con un poco de emoción – entonces seríamos como ¿hermanos? o ¿primos?
-Antes de definir que vamos a ser, empecemos a conocernos más, ¿de acuerdo?
Ricardo sonrió, tener un hermano había sido uno de sus deseos, pero su madre no tuvo más hijos después de él, pues había sido un embarazo complicado y de alto riesgo para ambos, además, antes del castaño, había tenido tres abortos espontáneos y sus padres pensaron que no iban a tener hijos nunca. Por eso, cuando nació, a los siete meses de gestación, se volvió el tesoro más grande de sus padres, dedicándole todo el tiempo y atenciones.
Poco a poco todos se despidieron en el camino, incluyendo Pedro; hasta que el castaño quedó solo con Joel y Fernando.
-Tranquilo – el mayor le sonrió al llegar a la casa del pelinegro – ya no te harán nada, estamos lejos de la escuela y no vi a muchos alumnos venir para acá.
-Está bien, de todos modos me voy corriendo – se despidió con un ademán de mano y emprendió la carrera alejándose de ellos.
El castaño corrió y en poco tiempo, llegó a la puerta del patio de su casa.
-¡Ya llegue! – anunció en voz alta.
-Hola, mi amor – su madre se asomó desde la cocina – ¿Cómo te fue en tu primer día?
-Bien, má… – sonrió, no le iba a comentar lo de la broma, eso la preocuparía – Fer, el primo de Joel nos presentó a sus amigos.
-¿De verdad? Ve a lavar tus manos para que comas – pidió con seriedad – entonces, ¿ya tienes amigos nuevos?
El castaño dejó su mochila en la sala, caminó a la cocina a lavar sus manos y volvió hasta la mesa, sentándose en su lugar mientras su madre le servía – pues, son amigos de Fernando – se alzó de hombros – digamos que son conocidos, nada más.
-No seas tan pesimista – la mujer fue a servir otro plato para ella – seguramente se harán buenos amigos.
-Eso espero – Ricardo empezó a comer – y, ¿papá?
-Hoy no viene a comer – anunció la castaña – dijo que llegaría a la cena, tiene trabajo por una revisión de impuestos de una empresa grande, ya sabes cómo es.
-Si lo sé – suspiró el niño – yo después de comer jugaré un rato o me dormiré.
-¿No tienes tarea?
-No – negó – es el primer día, no hicimos nada.
Después de comer, fue a su habitación, su primera intención había sido encender la televisión y la consola de videojuegos, pero no tenía muchas ganas, así que prefirió usar su computadora; más media hora después, el cansancio lo venció y fue a dormir.
Estaba oscureciendo, cuando su madre fue a despertarlo para que cenara, la plática de sobremesa con su padre, fue la misma que tuvo con su madre en la comida, él sabía que sus padres esperaban que tuviera más amigos, pero nunca tuvo mucha suerte en ese ámbito, así que no ponía mucha atención a ese tema. Finalmente volvió a su habitación, jugó un par de horas, preparó su uniforme para el día siguiente y se quedó dormido.
En la mañana, la misma rutina, el despertador sonó y lo postergó, hasta que la voz de su madre volvió a despertarlo. Una vez más, se le había hecho tarde, así que salió ‘disparado’ de la casa a encontrarse con Joel y Fernando, solo que en esa ocasión, aparte de las galletas, llevaba una pera en la mano, así cuando llegó con sus amigos, empezó a comerla.
En el trayecto, se encontraron con Pedro.
-¡Buenos días! – saludó con media sonrisa.
-¡Buenos días! – respondieron los más pequeños.
-¿Qué haces aquí? – Fernando lo miró sorprendido y lo saludo con un clásico saludo de manos entre ellos.
-Nada, esperándote – se alzó de hombros – pero veo que vienes acompañado.
Fernando levantó una ceja viéndolo con escepticismo, su amigo sabía desde el día anterior, que iba a acompañar a su primo y a Ricardo a la escuela.
-Bueno, vamos – Pedro se colocó a lado de Ricardo que iba caminando frente a Joel y Fernando – Y dime cachorro, ¿cómo dormiste?
La palabra ‘cachorro’ hizo que Ricardo levantara el rostro con un trozo de pera en la boca, mirándolo confundido y después, se señaló a sí mismo – ¿yo? – preguntó con voz ahogada por lo que comía.
-Sí, tú, ¿vez a otro cachorro a mi lado? – lo miró de soslayo el pelinegro.
-No – respondió pasando el trozo de pera – pues… bien, supongo – se alzó de hombros – y, ¿tu?
-Bastante bien, soñé cosas agradables – tenía una gran sonrisa en su rostro – cómo hace mucho tiempo no lo hacía…
-¡Qué bien! – el menor mordió nuevamente la pera y después de masticar pasó el bocado – yo normalmente no sueño.
-Eso es raro – el pelinegro observó como el niño comía su fruta de manera despreocupada – ¿no desayunaste en tu casa?
-No – negó y sonrió – me desperté tarde, cómo siempre – su voz sonaba cansada – pero no puedo evitarlo, siempre duermo mucho…
-Tal vez necesitas alguien que te despierte… – el tono de voz de Pedro tenía tinte de doble sentido y su sonrisa lo complementaba.
-Ya tengo a alguien, mi má siempre me despierta cuando se da cuenta que no me he levantado.
Ante esa respuesta tan inocente, el pelinegro empezó a reír con fuerza, confundiendo al menor.
-¿Qué? – Ricardo frunció el ceño.
-Creo que ya voy entendiendo por que no tienes novia, ni novio – aseguró el mayor limpiando sus ojos que se habían llenado de lágrimas por la risa que lo había asaltado.
En ese momento iban llegando a la escuela, los ‘cachorros’ se quedaron en el aula y sus acompañantes se retiraron.
-¿Te llevas mejor con Pedro ahora? – Joel sonrió al sentarse a su lado.
-Pues si – respondió sincero – ayer dijo que él me iba a adoptar.
-No sé si eso sea bueno o malo Richy… además esto terminará el viernes, la siguiente semana te aseguro que no nos van a volver a buscar.
-¿Por qué? – el castaño se cubrió la boca para bostezar.
-No sé, supongo que, porque ya no se preocuparán de que nos hagan la broma y, además, yo no me siento a gusto con Fer…
-Es por lo que sucede contigo y él – Ricardo talló sus ojos – si no fuera por eso, todo sería sencillo – aseguró confiado.
-Tal vez tienes razón…
Las clases pasaron con rapidez y la hora del almuerzo llegó. Una vez más los mayores fueron por ellos, ante la mirada asombrada y expectante de todos los demás, era el segundo día y dos novatos tenían un sequito de tercero con ellos.
En la comida, Ricardo iba a comprar su almuerzo, pero Pedro compró comida para los dos – toma – le extendió un plato con un par de sincronizadas y una guarnición.
-¿Para mí? – indagó el castaño observando el plato.
-Sí, cómo eres mi cachorro – le guiño un ojo – yo tengo que alimentarte.
-Pero… – ladeó el rostro viendo que Fernando no hacía eso con su amigo – Pero Joel y Fer…
-Escucha, yo te adopté, ahora, ve, siéntate y come – ordenó el pelinegro con seriedad.
El menor asintió y regresó a la mesa donde estaban sus amigos, sentándose al lado de Barney.
-Yo voy a comprar comida – Bernardo se puso de pie dejando su lugar disponible y fue ahí donde se sentó Pedro.
-Yo también – Gilberto también se alejó, dejando el otro asiento disponible.
Ricardo empezó a comer, sintiéndose incómodo, era la primera vez que le compraban el desayuno, pero tampoco iba a despreciarlo. Joel se sentó a un lado de su amigo.
-Gracias por pagar mi comida – dijo el castaño al finalizar.
-De nada – la mano de Pedro le despeinó cariñosamente el cabello.
Una vez más, sacó sus galletas, ofreciéndole a sus compañeros, en esa ocasión todos negaron, excepto Pedro – sí, sí quiero, pero, dame una tú – pidió el pelinegro.
-¿Yo? Bueno – el castaño sacó una galleta del empaque y se la entregó.
-No así no – negó el mayor con sonrisa divertida – en la boca… – se acercó al menor y abrió la boca.
-De acuerdo – Ricardo colocó la galleta en la boca de Pedro y después sacó una galleta para comer él.
Todos los presentes empezaron a reír, era obvio que el castaño no entendía las indirectas del pelinegro, ni él, ni Joel, quien tampoco puso mucha atención en lo que significaba ese tipo de atenciones.
Pedro pasó la galleta y masajeó sus sienes, ese niño era demasiado despistado, pero no se iba a dar por vencido.
A la hora de salida, una vez más, todos caminaron juntos, especialmente porque aún había alumnos de primero que eran sorprendidos por la broma; Pedro volvió a ponerse al lado de Ricardo para tener la oportunidad de hablar con él.
-Cachorro – llamó con calma – dime, ¿piensas entrar a alguna actividad extraescolar?
-No creo – negó – nunca he estado en ningún deporte ni nada por el estilo.
-Podrías intentarlo, si entras a básquet yo puedo ayudarte.
-No sé – mordió su labio – sería complicado.
-¿Por qué?
-Pues, porque no tengo condición – aseguró bajando la mirada para ver su cuerpo, era un chico delgado, quizá, más de lo que debería.
-Eso se arregla con un poco de ejercicio.
-Si bueno – el castaño sonrió nervioso – soy algo flojo.
-Las prácticas son en la tarde, no importa si batallas en la mañana para despertar…
-Es que, normalmente en la tarde yo…
-¿Tú…? – el pelinegro se inclinó un poco para escucharlo, pues había disminuido el volumen de su voz.
-Yo, normalmente tomo una siesta en la tarde – comentó.
-Ah, ya veo… – volvió a caminar normal, cruzando los brazos tras su nuca – entonces – volvió a sonreír de manera perversa – lo que quieres decirme es que, te gusta mucho la cama, ¿cierto?
-No solo la cama, también puedo hacerlo en el sofá de mi casa, sobre mi escritorio, en el piso, en la butaca de la escuela, donde sea que me acomode.
Pedro apretó la mandíbula y respiró profundamente, era obvio que esas palabras no eran en doble sentido, pero para el pelinegro habían sido el detonante por el que muchas ideas cruzaron su mente, ideas no muy adecuadas para expresarle a un niño como Ricardo – sabes cachorro… Eres una especie muy rara de encontrar – sonrió y pasó saliva – demasiado rara como para dejarte ir – se inclinó y le pasó un brazo por los hombros, acercando su rostro al oído del menor – y yo no voy a permitir que te me escapes, créeme – su voz era un susurro.
El aliento del pelinegro golpeó la piel de la oreja del castaño y un escalofrío lo recorrió, sin entender la razón exacta del mismo.
-Nos vemos mañana – Pedro se irguió y lo despeinó antes de tomar otra calle.
-Eso fue… Raro… – el menor levantó una ceja pero siguió caminando tratando de restarle importancia.
Al llegar a su casa comentó lo que había sucedido en la escuela y que uno de los amigos de Fernando le había comprado la comida.
-Que muchacho tan amable – su madre sonrió – deberías invitarlo a comer un día de estos para agradecerle, ¿no lo crees Ricardo? – preguntó para su esposo, quien tenía el mismo nombre que su hijo.
-¡Por supuesto! – asintió el hombre – y si es del equipo de básquetbol, seguramente puede ser una buena compañía para que participes en eso.
-No me gusta el deporte… – el castaño negó – Pedro es buena persona pero, no sé si quiera venir a comer.
-¿Por qué? – preguntó su madre.
-No lo sé – se alzó de hombros – pero si insisten, le preguntaré mañana.
-Sí, pero que no venga mañana, si acepta, dile que venga pasado mañana – sonrió su mamá – así puedo preparar algo especial.
-Si, además, podré dejar libre ese día para venir a conocerlo también – aseguró el padre.
-Les recuerdo que no voy a traer a una novia, sino a un amigo – expreso el menor entornando los ojos.
-Amiga, amigo, novia, novio, no importa, ¡vendrá alguien diferente a Joel! – su madre sonrió.
-¡¿Cómo que no importa?! – el castaño se sorprendió por las palabras de su madre.
-Bueno, ciertamente importa – su padre asintió – pero es que tenemos años que no te conocemos más amigos que Joel.
-Eso es porque no tengo más amigos que él – aseguró – no soy una persona sociable y lo saben.
-Eso es porque te la pasas durmiendo en vez de hacer algo aparte de la escuela – su mamá lo miró con reproche.
Ricardo frunció el ceño pero dejó de hablar. Al terminar de comer fue a su habitación, encendió su computadora para navegar en internet; después de varios minutos, empezó a platicar con Joel sobre tonterías, algunas cosas de la escuela, la poca tarea que les habían dejado y de más.
“…no te conocemos más amigos que Joel…” la palabras de su padre aparecieron en su mente mientras seguía escribiendo con el teclado. Mordió su labio y empezó a revisar la lista de sus ‘amistades’, a ninguno, jamás, le había hablado más que para alguna cosa de la escuela, de igual manera, nadie le había buscado para algo distinto a cosas académicas y solo lo hacían por obligación. Tal vez sus padres tenían razón y debía empezar a buscar socializar un poco más.
-Supongo que lo intentaré…
Después de ese susurro, se despidió de Joel y fue a tomar su siesta vespertina, antes de hacer su tarea.
La mañana llegó y una vez más, su madre tuvo que despertarlo; era una rutina diaria y la mujer ya no sabía qué hacer para que Ricardo se despertara a tiempo. Una vez más, el castaño llegó corriendo con sus amigos, disculpándose; de nuevo, llevaba una pera en la mano.
-¡Buenos días! – la voz de Pedro los sorprendió.
Joel y Fernando respondieron el saludo, pero Ricardo solo le hizo un ademán con el rostro pues acababa de morder la pera.
-¿Nunca desayunas cachorro?
-No me da tiempo – respondió al pasar el bocado.
-Podrías intentar comer una manzana – alegó el pelinegro.
-No me gustan – el castaño negó.
-Así que no te gustan las manzanas – Pedro sonrió de lado – y, ¿los plátanos?
-Sólo en licuado o cubiertos con chocolate, ya sabes, eso que llaman ‘chocobananas’.
El mayor se mordió el labio y apretó los puños – ya… – carraspeó mirando hacia otro lado para que el niño no viera su expresión – ya veo… Entonces supongo que el chocolate te gusta mucho.
-Todo lo que tenga chocolate es bienvenido a mi boca, sin objeción – dijo con una gran sonrisa.
-Sabes cachorro… – Pedro trató de hablar con seriedad pero sentía una emoción malsana recorriéndolo – deberías tener más cuidado con lo que dices.
-¿Por qué?
Pedro no pudo contenerse y se inclinó hacia el castaño hablándole con seriedad – nunca sabes cuándo un lobo puede comerte si no cuidas tus palabras – sonrió de lado en una clara insinuación.
-No me preocupa – se alzó de hombros – tú me adoptaste, ¿o no? No creo que alguien me haga nada.
Pedro se apartó, el calor le había subido tanto que sentía que su piel le calcinaba; ese niño tenía una inocencia que lo volvía loco, pero sabía que no era momento de decir algo, además, no se lo creerían, siendo el tercer día de conocerlo. No dijo más en todo el camino, su mente le había dado unas ideas muy inquietantes gracias a las palabras del castaño.
No se vieron hasta el almuerzo, una vez más, Fernando y sus amigos fueron por los más pequeños para comer.
-¿Qué deseas desayunar hoy, cachorro? – el pelinegro le sonrió al castaño.
-Pues, creo que comprare algo sencillo…
Pedro lo tomó por los hombros y lo colocó frente a él, inclinándose – quedamos que, si eres mi cachorro, yo te cuidaré y te alimentaré – susurró contra el oído del menor – ¿entendido?
El castaño sintió un escalofrío, pero esa sensación lo hizo reír nerviosamente y ponerse rojo.
Pedro lo observó, abrió los ojos enormes por la sorpresa y lo hizo girar para apresarlo contra su pecho, levantando el rostro, observando de manera inquisidora alrededor, nadie parecía haber notado el sonrojo de Ricardo.
-¿Qué…? – el menor quiso alejarse.
-Espera – pidió el pelinegro – solo un momento, cuenta hasta quince y te suelto.
El castaño empezó a contar y cuando termino, Pedro lo liberó – ¿que fue eso? – preguntó frunciendo el ceño.
-Nada, ve a sentarte, yo te llevo la comida – ordenó sin verlo a los ojos.
Ricardo obedeció, regresó a la mesa y se sentó junto a Joel. Pedro volvió y se sentó a su lado dejándole un plato con algo para desayunar. No dijeron nada, se quedaron en silencio, algo que se le hacía extraño al castaño, él único que le hacía platica y sobre las siguientes horas que faltaban era su amigo. Pero Pedro miraba de soslayo a ‘su’ cachorro, en el momento que lo había visto sonrojarse, quiso quedarse con esa imagen sólo para él, era egoísta, pero no le importaba, sabiendo que solo había sentido eso específicamente con ese niño.
Esta vez, Ricardo sacó las galletas tomó una y la acercó a la boca del pelinegro, quien lo observó levantando una ceja sin comprender.
-¿Hoy no quieres? – preguntó el menor con una sonrisa.
Pedro sonrió, lo tomó de la muñeca y comió la galleta de un solo bocado y dando una lamida a los dedos del castaño, esperando una reacción parecida a la que, antes le había mostrado, pero sin conseguir nada. Eso lo desesperaba, pero a la vez, le fascinaba; ese niño era demasiado inocente o despistado, pero conseguir que mostrara distintos matices con algunas acciones, era como obtener logros personales.
Al salir de la escuela, nuevamente el grupo caminó por la acera, ese día Pedro iba en silenció, estaba pensando que decir.
-Pedro… – el castaño lo llamó sacándolo de sus pensamientos.
-¿Qué ocurre, cachorro? – el pelinegro busco la mirada del menor.
-Bueno… Ayer le comente a mis padres de ti – mencionó metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón – y pues, mi mamá me dijo que te invitara a comer, así que, ¿te gustaría ir a comer a mi casa mañana? – giró el rostro para buscar la mirada del mayor.
Pedro se quedó atónito, no sabía si le sorprendía más saber que Ricardo le hablaba a sus padres de él o que lo invitaran a comer.
-Mañana… – dijo en un murmullo llevando su mano a su mentón.
-Si puedes, si no, está bien otro día o cómo quieras – aseguró el castaño.
-Sí, de acuerdo, mañana iré a tu casa – sonrió.
El castaño sonrió – Le diré a mi mamá entonces y… bueno, quería preguntarte algo.
-Dime… – Pedro estaba animado, el que ‘su’ cachorro lo invitara a comer le daba ánimos para seguir esforzándose.
-Lo estuve pensando y… Creo que si quiero entrar a básquetbol – suspiró, ciertamente no estaba muy convencido pero lo había pensado mucho – así que, quería saber, ¿cómo me inscribo?
-¿De verdad? – otra cosa más que sorprendía ese día al pelinegro – antes de responder, puedo saber, ¿por qué?
-La verdad, no soy bueno en el deporte – aseguró – soy flojo, torpe y sinceramente, un completo negado – sonrió – pero mis padres creen que necesito hacer más amigos aparte de Joel y… – mordió su labio, dudaba si decir que eran amigos o no pero tuvo que hacerlo – y ustedes… supongo…
-¿Entonces ya me consideras tu amigo?
-Si – asintió bajando la mirada – aunque no sé si tú lo hagas.
-La verdad, no… – negó.
Ricardo se encogió pero no dijo nada más.
-Aún no tengo tu número de teléfono, ¿cómo podemos ser amigos así? – comentó con diversión el mayor, llamando la atención del castaño.
-Ah, pues, no me lo habías pedido – sonrió nervioso.
-De acuerdo – Pedro sacó el celular del bolsillo de su pantalón – dime tu número – pidió.
Ricardo le dictó el número y el pelinegro marcó. El móvil sonó en el bolsillo del pantalón del menor, lo sacó y guardó el número en la agenda.
-Dame también el de tu casa – el pelinegro iba a aprovechar para saber todo del niño – y tu correo, para estar en contacto por internet.
Ricardo sonrió y le dio todos los datos que el mayor le pidió.
-Y con respecto al básquetbol, mañana mismo te ayudo, le daré tu nombre al entrenador y estarás dentro.
-Gracias…
Después de que Ricardo llegó a su casa, se sentó a la mesa a comer – Mañana viene Pedro – anunció para su madre, pues su padre no estaba ese día en casa.
-¡Lo sabía! – su mama sonrió – mañana temprano iré de compras y prepararé algo especial ¿Qué le gusta a tu amigo? ¿Carne roja? ¿Carne blanca? ¿Prefiere pescado? ¿Comida seca? ¿Comida con caldo?
-¿Por qué te emocionas tanto? – el castaño ladeó el rostro observando a su madre.
-Es que tu padre y yo queremos que seas normal, que salgas, que te diviertas – sonrió conciliadora – que te enamores…
-Mamá, Pedro es un chico – dijo haciendo un gesto de confusión – si trajera a una compañera, entendería tu emoción, pero no es así.
-Tu padre te pregunto hace tiempo si Joel y tú eran… tu sabes… ¿cierto?
-Si lo hizo, y no es el primero, ni será el último en preguntarlo – el jovencito habló con frustración, detestaba que siempre preguntaran eso – pero Joel y yo solo somos amigos, nada más.
-Bueno, está bien, solo son amigos, pero nunca ha venido nadie más, incluso, cuando tenías que hacer trabajos escolares, ibas solo a casa de Joel.
-Sabes que allá nos reuníamos si éramos equipos grandes – explicó.
-Richy – su madre lo observo con seriedad – ¿te gustan los chicos?
El castaño suspiro – no – negó.
-Entonces, ¿por qué no has tenido novia?
-Porque no me siento atraído por ninguna chica de la escuela…
-Busca en otro lado – su madre se alzó de hombros.
-No tengo otro lugar – bebió de su agua tratando de evitar hablar del tema.
-Y, ¿por internet? Los chicos de tu edad tienen novias por internet.
-Mamá, en internet no sabes si la foto es de quien que te está hablando, además, no entiendo por qué tanto ‘afán’ porque me consiga novia ahora, tu misma me decías que aún no encontraba la adecuada.
-Es que ya tienes quince años….
-Y eso no significa que me voy a quedar soltero toda la vida, si no consigo novia ahora – negó – en fin, ya terminé – anunció, no quería seguir con el tema – le preguntaré a Pedro que le interesaría comer mañana y te aviso.
Llego a su habitación encendiendo la computadora, encontrándose con notificaciones de ‘nuevo amigo’ en las redes sociales. Las aceptó todas y en cuanto lo hizo, Pedro le habló.
-“…Hola cachorro…”
-Hola – contestó con rapidez – que bueno que te encuentro, mi madre pregunta que si quieres algo especial de comer.
-“…Lo que ella quiera está bien para mi…”
-Por favor, ayúdame un poco con esto, ella me presionará y ya tuve suficiente por hoy.
-“…Pero me invitaste a comer, no puedo ser exigente…”
-No serás exigente, solo quiero saber si prefieres comida seca o en caldo, carne roja o blanca… Algo así.
-“…Pues, supongo que carne roja y comida seca…”
-Gracias, le avisaré a mi madre.
-“…¿Tan pronto me dejas?…”
-Lo siento, pero vuelvo en un momento, solo le iré a avisar.
Ricardo salió de su habitación y le dijo a su madre lo que había averiguado, regresó a su computadora y platicó por un rato con Pedro, hasta que, sin darse cuenta, se quedó dormido en el teclado, su hora de la siesta lo había sorprendido.
Cuando despertó, tenía mensajes de Pedro donde le preguntaba si estaba o si no le quería contestar, solo que ya no aparecía conectado. Tuvo que dejarle disculpas y decirle que se había quedado dormido sin querer, pero que no era que no quisiera hablar con él.
Era tarde, debía ir a cenar y después a hacer tarea, para nuevamente quedarse dormido, esa era su rutina.
En la mañana, la alarma sonó y como siempre, la pospuso. Pero unos minutos después, su celular empezó a sonar, apretó los parpados tratando de ignorarlo; el sonido desapareció. Unos segundos después, volvió a escucharlo y lo tomó, pensando que era la alarma, más el nombre en la pantalla lo sorprendió.
-¿Bueno…? – respondió adormilado.
-“…¡Buenos días cachorro!...” – la voz de Pedro sonaba emocionada – “…despierta, es hora de que te levantes y desayunes…”
-Es temprano… – la voz era un murmullo.
-“…¡Levántate!…”
-Aw – arrugó la nariz – cinco minutos.
-“…No, no voy a colgar hasta que escuche que estás en la regadera…”
-¿Por qué…?
-“…Porque me agrada escucharte en la mañana…” – la voz de Pedro disminuyó de intensidad, tratando de sonar seductor.
-Dame cinco minutos…
-“…¿No entendiste verdad?...” – preguntó con un poco de decepción.
-¿Qué cosa?
-“…Solo levántate y ve a bañarte, para que desayunes…”
-Ya voy, ya voy – el castaño se incorporó y caminó al baño – ¿escuchas el eco? – preguntó.
-“…Si, lo escucho…” – el pelinegro rió al otro lado de la línea.
-Bien, ya estoy en el baño.
-“…No escucho la regadera…”
-De acuerdo – abrió la llave de la regadera y el agua empezó a caer – ya, voy a bañarme.
-“…No, no cuelgues hasta que te metas…”
-Pero tengo que quitarme la ropa…
-“…Tengo que asegurarme que en verdad te metes a bañar…”
-Espera entonces…
Ricardo se quitó la ropa que usaba para dormir y volvió a tomar el celular – bien, ya estoy a punto de meterme a la regadera y no puedo entrar con el celular.
-“…¿Ya estás desnudo?...”
-Obvio, no me puedo meter con ropa.
-“…Eso era todo lo que quería escuchar, te veo en el camino, adiós…”
-Adiós – colgó.
Tuvo el impulso de regresar a su habitación y volver a acostarse, pero ya estaba ahí, así que se metió a bañar para despertar por completo.
Al salir, se cambió y fue a la cocina, encontrando a su madre, preparando desayuno.
-Buenos días – saludó antes de bostezar.
-¡Milagro! – sonrió la mujer – Debes llevar paraguas, ¡va a llover! – se burló de su hijo – buenos días mi amor – se acercó sonriendo con dulzura y besó su mejilla – ¿por qué te despertaste tan temprano?
Ricardo entrecerró los ojos y negó – Me despertaron – dijo sin interés buscando leche para un licuado.
-¿Quién pudo lograr tal hazaña?
-Pedro… – volvió a bostezar – me habló por teléfono y no colgó hasta que me metí a bañar.
-Vaya, parece que Pedro se preocupa mucho por ti…
-Mjú – asintió “solo porque me adopto…” terminó en su mente, pero eso no se lo diría a su madre,
Ricardo se hizo un licuado y su madre le preparo huevo con salchicha, el cual tuvo que comer, aunque no quería. Ese día salió temprano de su casa y sin la fruta, pues no la iba a necesitar. En esta ocasión no corrió, solo caminó con calma hasta la casa de Joel, se recargó en uno de los muros que sostenían la reja, no quería tocar, ni entrar, porque de ser así, tendía que platicar con la mamá de Joel y prefería descansar los ojos un momento.
“¿Ya estás desnudo?... Eso era todo lo que quería escuchar…” las palabras de Pedro lo hicieron sobresaltarse; “¿Por qué preguntó eso?” Pensó con curiosidad pero en ese momento Joel iba saliendo de su casa.
Se saludaron y emprendieron el camino, encontrándose a Fernando en la esquina y, una vez más, como todos los días, Pedro los encontró en el camino.
-Buenos días, cachorro – saludó con media sonrisa.
-Buenos días – respondió el castaño – aunque ya me los habías dado en la mañana.
-Sí, pero no en persona – comentó el pelinegro.
Ricardo miró de soslayo a su compañero “parece que Pedro se preocupa mucho por ti…” la voz de su madre resonó en su mente y lo obligó a detenerse.
-¿Qué pasa, cachorro? – el mayor se acercó inclinándose al castaño.
-Nada… – negó – vamos – volvió a caminar después de acomodar su mochila.
Pedro levantó una ceja, sonrió; el niño estaba ligeramente sonrojado, seguramente algo había sucedido, pero no quiso presionarlo para que se lo dijera.
-Por cierto, cachorro – el pelinegro caminó a su lado – ¿aún quieres entrar al equipo? Porque voy a decirle al entrenador y no quiero que te eches para atrás.
-Sí, sí quiero – asintió.
-Va a ser duro, los entrenamientos quitan mucho tiempo – señaló.
-Creo que puedo sobrellevarlo – Ricardo sonrió.
-De acuerdo, pero si necesitas ayuda, sabes que puedes confiar en mi…
-Lo tendré en cuenta.
Nuevamente las clases estuvieron aburridas y por un momento Ricardo se durmió en la clase de taller de lectura y redacción, logrando que el profesor le llamara la atención.
-No dormiste bien – Joel le habló cuando el profesor se retiró.
-Me despertaron temprano – explicó el castaño – me faltaron mis cinco minutos extra.
-¿Te refieres a la media hora que esperas para despertar, después de que la alarma suena?
-Si – sonrió – a esa.
En la hora del almuerzo, Ricardo se compró su desayuno, pues Pedro llegó después; el pelinegro había ido a buscar al entrenador del equipo, pero el hombre gustaba de platicar, así que lo entretuvo por casi veinte minutos, dejándole solo diez minutos libres.
-El profesor Pacheco se pasa… – dijo molesto cuando regresó con sus amigos sentándose al lado de Ricardo.
-Necesitaba con quien platicar hoy – Bernardo sonrió
-Y tú fuiste, y te pusiste a su alcance – agregó Fernando.
-Yo no quería platicar con él, pero en fin…
Ricardo movió su mano sacando de su bolsillo la envoltura de las galletas y sacó la última – toma – la acercó a la boca del pelinegro – la guardé para ti – sonrió.
Pedro sonrió ampliamente, ese había sido un detalle que no esperaba, sabía que el niño no lo hacía por algo especial, pero para él, era uno de esos momentos que no podría olvidar. Bernardo, Fernando y Gilberto lo vieron de soslayo, sonriendo en complicidad, a sabiendas que eso que había hecho el castaño, hacía elevar el ego de Pedro.
En la salida, fueron sorprendidos por Lidia.
-¡Hola Fer!
-Hola Lidia, ¿no andas haciendo las bromas de tu generación?
-No, ya sabes que decidí no participar en eso, ¿él es tu primo? – señaló al jovencito, obviamente sabía quién era.
Fernando puso la mano en el hombro de su primo – Si él es Joel – después señaló al castaño – y él es su amigo Ricardo.
-Son nuestras mascotas – la voz de Pedro hizo que Ricardo sonriera un tanto feliz.
-¿De todos?
-No, Joel es solo del capitán – Bernardo hizo énfasis en eso.
-Y Ricardo es mío – el pelinegro hizo énfasis en la palabra acariciando el cabello castaño del niño – ¿verdad, Richy?
-No deberían decir eso, se puede malinterpretar – menciono la joven fingiendo inocencia.
-¿Y qué si se malinterpreta? – Gil sonrió – a ti no te importó cuando se malinterpretó que andabas con Fernando, y no era cierto.
-Sí, pero ya se arregló – se alzó de hombros – ¿ya se iban? ¿No van a practicar?
-La otra semana recibiremos a los novatos – anunció Fernando – y empezaremos con las prácticas en los siguientes días, ya lo sabes.
-Entonces, ¿van a su casa?
-Si – Fer asintió.
-Los acompaño.
Iniciaron el camino y nuevamente se separaron en grupos de dos. Pedro y Ricardo se fueron adelantando, pues en esa ocasión, el mayor no iba a ir a su casa.
-¿El lunes empiezan las prácticas de basquetbol? – pregunto el menor.
-El lunes vamos a recibir a los nuevos, ver quienes ya tienen algo de experiencia y a quienes hay que enseñarles desde el principio – sonrió – ¿sabes algo de básquet?
-La verdad, no – respondió con sinceridad.
-Entonces, tendremos que enseñarte lo básico.
-¿Lo harás tú? – el castaño sonrió.
-No creo, como soy titular del equipo no me dejarán, al menos, no en la escuela – sonrió el pelinegro – pero puedo ayudarte después, si quieres.
-Pues eso me serviría – asintió el menor – no quiero echarlo a perder apenas llegando.
-No te preocupes – pasó la mano por el hombro del menor y lo acercó – yo te ayudaré, ya te lo dije.
En eso, la voz de Bernardo llamó la atención de ambos
-Hazlo de nuevo.
Pedro y Ricardo voltearon al notar como los mayores estaban muy cerca de Joel y parecían presionarlo, así que regresaron sus pasos.
-¿Qué hacen? – Pedro llegó en ese momento.
-El cachorro no quiere sonreír – señaló Barney.
-¿Quieren que sonría? – el castaño levanto una ceja – Eso es simple – comentó con seguridad – Joel – él sabía justamente que decir para que el pelinegro sonriera – ¿recuerdas cuando ganaste el último torneo de ajedrez en la secundaria?
Joel sonrió y después soltó una ligera risilla, nerviosa, así se ponía cuando ganaba un torneo.
-¡Wow! Está idéntico – Pedro señaló al menor.
-Sí, es cierto – Bernardo admitió también con emoción.
-¿De verdad te gusta tanto el ajedrez como para sonreír así? – Gilberto movió su mano acariciando la mejilla de Joel.
Ricardo estaba confundido, no entendía a que venía tanto alboroto, pero al ver el semblante de su amigo, se dio cuenta que tampoco estaba muy bien enterado.
-¿Qué hacen? – la voz seria de Fernando los interrumpió, acababa de llegar con Lidia.
-Nada – Pedro tomó del hombro al castaño menor – yo acompaño a Richy por acá, nos vemos.
-Pero… Pero… – Ricardo fue alejado sin comprender, siendo llevado por Pedro casi a rastras – Pedro, ¿Qué pasa? – preguntó mientras caminaban.
-Ahorita te cuento… – anunció con voz nerviosa tomándolo de la mano y apurando el paso.
-Pedro…
-Calma cachorro, no te preocupes, ahorita te digo.
-Pedro… – insistió el menor.
-¿Qué? – el pelinegro giró el rostro para verlo.
-Mi casa queda para allá… – señaló el otro lado, pues en el afán de alejarse de la situación, el mayor lo había llevado por otra calle.
Se detuvieron a mitad de la acera.
-Lo siento – el pelinegro pasó la mano por su cabello.
-¿Sabes….? – Ricardo bajó la mirada – no me molesta ni nada, pero, ¿podrías soltar mi mano?
Pedro miró que llevaba de la mano a Ricardo, había sido un acto reflejo, en un principio pensó en soltarla, pero al ver la calma con que el niño lo estaba tomando, decidió no hacerlo – si no te molesta, entonces, ¿para qué te suelto? – dijo con diversión.
-Pues, porque es extraño… Creo.
-A mí me gusta tocarte – alegó el mayor, buscando provocar al niño.
Ricardo levantó la mirada – ¿tocarme? Pero solo me has tocado la mano – sonrió.
-Entonces – Pedro lo jaló hasta acercarlo a su pecho, pasando su mano libre por su cintura, soltó el agarre en la mano del menor, para acariciarle el rostro – ¿con eso me das permiso de tocarte más, cachorro? – susurró acercándose hasta el oído del niño.
Por primera vez Ricardo se estremeció, el pelinegro lo sintió contra su cuerpo y disfruto no solo esa sensación, sino el sonido que escapó de los labios del menor.
-S… Si… Si quieres… – respondió con suavidad el castaño, aferrándose a la camiseta del otro.
-Tiemblas… – Pedro estaba complacido con eso – ¿por qué tiemblas, cachorro?
-No… no lo sé… – ciertamente no lo sabía y su voz se quebró.
El pelinegro se alejó, era suficiente por ese momento – tranquilo, cachorro – sonrió y le guiño un ojo para que se calmara – no voy a hacerte nada, vamos, no hay que llegar tarde a tu casa.
Ricardo respiró hondamente, se sentía un poco mareado, con el corazón acelerado, pero estaba seguro que era solo una tontería, después de todo, Pedro estaba cómo si nada. Caminaron uno al lado del otro, pero no hubo ningún otro roce, pues el mayor no quiso apresurar más, había conseguido que el niño temblara y dudara, seguramente no sacaría eso de su mente en poco tiempo.
-¡Ya llegamos! – anunció el castaño al abrir la puerta principal.
-¡Bienvenidos! – su madre salió de la cocina, traía un vestido y sobre este, un delicado delantal que su hijo jamás había visto.
Ricardo la vio de arriba abajo con sorpresa, incluso estaba maquillada y arreglada.
-Buenas tardes – saludó Pedro con formalidad – gracias por invitarme a comer señora – sonrió al ver a la mujer de cabellera castaña y menuda cómo su hijo y aun así, su altura era mayor que la de Ricardo – soy Pedro Villalpando – extendió la mano para la mujer.
-Un placer, soy Anahí Zapata de Montiel – sonrió ampliamente al saludarlo de mano – mi Richy nos ha hablado de ti, muchas gracias por cuidarlo.
-Es un placer – sonrió el pelinegro.
-Pasen, ¡pasen! – pidió con emoción – Richy, lleva a Pedrito a que se lave las manos, y pasen al comedor, tu padre ahora viene, está en el estudio hablando con alguien de su trabajo.
“¿Pedrito?...” el pelinegro sonrió nerviosamente.
-Está bien – anunció el castaño – ven – tomó del brazo a su compañero y lo llevó hacia donde estaba el medio baño en la planta baja – aquí puedes lavar tus manos – agarró la mochila del pelinegro – la dejare en la sala por el momento y por favor – le suplicó con la mirada – no le hagas mucho caso a mi madre…
Se alejó llevando la mochila del mayor y Pedro se quedó en el baño con una sonrisa divertida, lavando sus manos.
Ricardo dejó las cosas en el sillón de la sala y fue a lavar sus manos a la cocina – ¿Qué fue eso? – preguntó casi en un susurro.
-¿Qué cosa? – preguntó su madre aún con una gran sonrisa en los labios.
-‘Pedrito’ – secó sus manos con rapidez – ya no somos niños, mamá – reclamó sin levantar la voz.
-¡Ay!, no seas infantil, para mi tú y él son unos niños, anda ve y avísale a tu padre que ya voy a servir.
Ricardo salió de la cocina y se encontró a Pedro llegando hasta ahí, mostrándole sus manos – están limpias – anunció con una sonrisa.
-Ah sí, ven, pasa a la mesa – el castaño se alzó de hombros – voy a avisarle a mi papá.
Iban llegando a la mesa cuando el padre de Ricardo apareció – Disculpen que no estuviera para recibirlos – sonrió – pero tuve que atender una llamada, ¿tú eres Pedro? – preguntó con interés al ver al chico alto que tenía enfrente, mucho más alto que su hijo, e incluso que él mismo.
-Buenas tardes, no se preocupe, entiendo a la perfección cuando las personas tienen mucho trabajo – Pedro sonrió – sí, soy Pedro Villalpando, un placer señor…
-Ricardo Montiel – se presentó extendiendo la mano para el joven – un placer muchacho… Villalpando, Villalpando… ¿Eres pariente de don Ruperto Villalpando? – indagó con curiosidad.
-Sí – asintió el pelinegro después de saludar de mano al padre del castaño – soy su nieto – comentó.
-Vaya, ¡que pequeño es el mundo! – dijo con un tinte de emoción – yo lo conocí cuando fue Director de Finanzas Públicas, aquí, en el estado, antes de que se retirara en la oficina de Hacienda… Pero siéntense – indicó las sillas con un ademán y él también tomó su lugar.
La madre de Ricardo llevó a la mesa varias charolas, entre ellas una con puré de papa, otra con verduras a vapor y finalmente una con lo que parecía ser una enorme pierna cortada en rebanadas, bañada en una salsa. Su hijo los miró con sorpresa, tanto a su padre como a su madre, ambos parecían estar demasiado emocionados, haciendo una comida tan especial y que podría parecer fiesta de fin de año.
-Espero que te guste la carne de ternera – la madre del castaño sonreía feliz.
-Por supuesto, señora… – Pedro se sentía extraño por tantas atenciones.
Empezaron a comer y el padre de Ricardo comenzó a hacerle preguntas a Pedro, quien le contestaba con cordialidad, sintiendo que estaba ante el padre de una futura novia.
-Y, ¿tus padres?
Pedro dejó de comer en ese momento, respiró profundamente y sonrió forzado – Mis padres murieron en un accidente, junto con mi hermano mayor, hace dos años – comentó con seriedad – por eso ahora vivo con mis abuelos en esta ciudad.
La madre de Ricardo fulminó a su esposo con la mirada.
-Disculpa – el hombre bajó el rostro – no sabía que… No quise…
El pequeño Ricardo bajó el rostro apenado también, no sabía eso de Pedro y, obviamente, no había podido prever que su padre lo iba a hacer sentir mal con esa pregunta.
-No se preocupe – el pelinegro sonrió – es algo que ya pasó y era obvio que no estaba enterado – explicó – no lo tomé tan apecho.
El ambiente se puso un poco pesado.
-¿Ricardo les comentó que va a entrar al equipo de básquetbol? – preguntó el pelinegro para tratar de volver a una plática amena.
-¿De verdad? – el papá de Ricardo lo miró de soslayo – si nunca habías querido entrar a deporte.
-Sí, bueno… – el pequeño sonrió nervioso.
-Deberás tener cuidado y esforzarte mucho – su madre sonrió.
-No se preocupe – el pelinegro bebió un poco de agua – yo lo cuidaré mientras esté en el entrenamiento y si me permite, podría ayudarlo fuera de la escuela.
-Será un placer – sonrió el padre del castaño – y eres bienvenido cuando quieras.
-Muchas gracias…
A armonía volvió y la plática siguió un curso adecuado. Al finalizar, Pedro se despidió, tenía que volver a su casa y no podía quedarse más tiempo, así que Ricardo lo acompañó a la salida y hasta la calle.
-Lo siento… – dijo a media voz el castaño.
-¿Qué cosa? – Pedro le sonrió, sabía a lo que se refería pero prefirió fingir que no.
-Lo que sucedió con mi padre… Disculpa, de verdad.
-No pasa nada, tú no lo sabías así que, él tampoco podía saberlo, ¿o sí? – le guiño un ojo – tranquilo, no pasa nada – negó – bueno, tengo que irme, nos vemos mañana, cachorro – sonrió el pelinegro y le acarició el cabello al niño.
-Adiós…
Ricardo observó cómo Pedro se alejaba y regresó a la casa. Su madre estaba regañando a su padre por lo que había sucedido, era lógico, al parecer quería que todo fuera ‘perfecto’.
El castaño fue a su habitación y prefirió recostarse, aún tenía muchas cosas en su mente; desde lo que había sucedido en el camino a su casa y lo que había pasado en la comida. Era ya entrada la noche cuando su celular sonó, recibió el mensaje de Joel que le decía que no podían ir juntos a la escuela, así que le respondió que no había problema.
Titubeó por un momento pero finalmente marcó el número de Pedro. Después de tres timbres fue enviado a buzón de voz, así que decidió colgar; quizá el mayor estaba molesto por lo sucedido y eso lo tenía inquieto.
-Tengo que disculparme… – susurró.
El sonido de su celular lo sobresaltó, era una llamada entrante y al ver el nombre en la pantalla sonrió automáticamente.
-Hola…
-“…Hola, ¿pasa algo cachorro?...”
-No… bueno si… yo, quiero disculparme de nuevo por lo de la tarde.
-“…Tranquilo, ya te dije que no es nada, por cierto, mi abuelo le manda saludos a tu papá…”
-Ah, yo le digo, pero mañana – aseguró – ahora ya deben estar preparándose para dormir.
-“…¿Y tú? ¿No vas a dormir?...”
-Ya estaba en eso pero… Es que Joel me envió un mensaje y bueno… No puede ir a la escuela conmigo, entonces, quería saber si… Pues…
-“…¿Quieres que pase por ti?...”
-No, no… Solo quería saber si podemos encontrarnos en el camino como siempre…
-“…De acuerdo, paso por ti entonces…”
-Pero, tendrías que caminar más…
-“…No importa, por ti, no me importa caminar la distancia que sea…”
-Gracias…
-“…Hasta mañana, descansa cachorro…”
-Hasta mañana…
Cuando colgó, Ricardo sonrió más tranquilo, por lo menos Pedro no estaba enojado ni nada por el estilo y, por lo que parecía, seguían siendo amigos.
En la mañana, nuevamente Pedro le marcó a Ricardo, obligando a que se levantara para que alcanzara a desayunar. El castaño apenas estaba bajando las escaleras con sus cosas, después de volver a lavar sus dientes, cuando el timbre de la casa sonó.
-Buenos días – sonrió el pelinegro cuando se asomó la mamá de Ricardo.
-Buenos días,Pedrito – sonrió la mujer dejando libre la puerta para que su hijo saliera – te cuidas – indicó para el menor.
-Sí, lo sé – asintió y salió para alcanzar a su compañero – Buenos días – sonrió.
-Anda cachorro, hay que llegar – movió su mano y despeinó al niño.
Empezaron a caminar alejándose de la casa, era una mañana tranquila y el castaño iba bostezando, pero ahora se cubría la boca cada que lo hacía, evitando con eso que Pedro lo interrumpiera, como la primera vez.
-Y dime cachorro, ¿por qué Joel no pudo acompañarte hoy?
-No lo sé – negó – no me dijo.
-Bueno, es el último día de la semana – ladeó el rostro – acabándose el día, se habrán salvado de la broma.
-Ah… Si – el menor suspiró – entonces, ya no tendrás que cuidarme – sonrió de lado.
-¿Ya no quieres que te cuide?
-Yo sí quiero – respondió con rapidez – pero no sé si tú quieras hacerlo.
Pedro quería responderle, pero en ese momento, al dar vuelta en una esquina, vio a Fernando parado frente a una casa – ¿ese es Fer? – levantó una ceja.
Ricardo levantó la mirada y lo vio – sí, pero es extraño, ¿estará esperando a Joel?
-¿Por qué? – el pelinegro no comprendía.
-Porque ahí vive Joel… – señaló.
-Buenos días – saludaron al llegar con el otro.
-Buenas – Fernando levantó una ceja mientras saludaba a Pedro con un choque de mano.
-¿Qué haces? – indagó Ricardo.
-Espero a Joel, se me hace raro que no haya salido ya, estaba por tocar la puerta.
-A mi Joel me avisó que se iba a ir antes a la escuela…
-¡¿Qué cosa?! – Fernando puso una mueca de enfado.
Ricardo caminó delante de Pedro y Fernando que iban hablando un poco bajo, obviamente para que el castaño no se enterara, aun así, se mantenía en el rango de visión. Al llegar a la escuela, Pedro se despidió del niño, llevándose a Fernando, porque no quería que viera a su primo tan pronto, ya que aún no se le bajaba el enojo.
-Buenos días – saludó el castaño a su amigo cuando llegó al salón.
-Buenas – respondió el aludido, con la frente sobre el pupitre.
-Joel, me encontré a Fernando en el camino – mencionó dejando la mochila a un lado – no sabía que ibas a venir solo.
-Porque no le avise – suspiró – escucha Richy, Fernando se portó muy pesado ayer, así que no tengo ganas ni de verlo.
-¿Por qué no hablas con él? – indagó el castaño – ¿no crees que ya deberías decir lo que te molesta?
-Es mi primo – susurró el otro – ¿Cómo quieres que le diga ‘eso’? – preguntó con ansiedad, refiriéndose a que le gustaba.
-No lo sé… Oye, por cierto… Yo… Bueno, quisiera hablar contigo de ‘eso’.
-Con ‘eso’ ¿Nos referimos a ‘eso’ específicamente?
-Sí, yo no hablo de otra cosa – se alzó de hombros.
-Bien, ¿qué quieres saber? – el pelinegro levantó una ceja.
-No, mejor hablemos en tu casa a la salida, ¿sí? es que, tengo unas dudas.
-¿Dudas? – Joel frunció el ceño, no entendía a su amigo.
-Te explico más tarde…
En la hora del almuerzo, mientras Ricardo sacaba sus galletas, Joel se adelantó, pero el castaño pudo alcanzarlo antes de que saliera del aula.
-Aún no estamos seguros – señaló – debemos esperar a tu primo y los demás.
-Pero no quiero – indicó el pelinegro.
-Joel, es el último día, ¿qué te cuesta?
-Está bien – accedió de mala gana.
Cuando el grupo llegó a buscar a los menores, Fernando se acercó a los niños mirando a Joel con enojo.
-¿Por qué no me esperaste en la mañana? – preguntó para su primo.
-No tengo que darte explicaciones – respondió de forma que todos se asombraron – Gil, ¿me podrías dar otra solicitud? La que me dejaste ayer sufrió un accidente.
-Sí, claro cachorro – Gilberto asintió con una sonrisa – dame un momento y voy por ella.
-Te acompaño – anunció el pelinegro alejándose con el mayor.
Fernando los miró con ira, apretando los puños.
-Cachorro – Pedro le dio la espalda y tomó a Ricardo por el hombro – vamos a desayunar.
-Yo también voy – Bernardo se unió a la pareja
Los tres se alejaron, yendo a comer algo a la cafetería, dejando a Fer ahí, parado, sin moverse.
Ya estaban comiendo cuando llegó Fernando, aún con semblante molesto; nadie dijo nada, pero él empezó a mascullar y gruñir sin decir nada en concreto.
-Ya cálmate – Bernardo lo miró de soslayo – no deberías ponerte así delante de los demás…
Ricardo levantó la mirada en ese momento, viendo claramente el ademán de Bernardo al señalarlo a él.
El castaño bajó el rostro, dejó el plato a medio comer y se puso de pie – con permiso – dio los pasos alejándose con rapidez.
-Cachorro… – Pedro intentó detenerlo pero el niño ya se había alejado lo suficiente – Eso fue desagradable – dijo con molestia para sus compañeros.
-Lo siento… – Barney bajó la mirada – no creí que se diera cuenta.
-Pero está bien – Fernando frunció el ceño – así puedo hablar con más tranquilidad.
-Para ti está bien, para mí no – negó y se puso de pie – si tienes problemas con tu primo, deberías arreglarlos y no meternos en ellos, ¡ya déjate de pendejadas Fernando!
El pelinegro se alejó de la mesa dejando a sus amigos con un semblante asombrado.
Ricardo había llegado a su salón, no estaba tan lejos de la cafetería, así que no le causó problema alguno, fue a su asiento, en la última fila, cerca de la pared, viendo por la ventana; abrió sus galletas y empezó a comer.
Se había sentido incómodo, se había sentido mal; Joel tenía razón, los amigos de Fernando simplemente los estaban cuidando por compromiso y por esa semana, así que, todo terminaría ese día.
Un sonido fuerte sobresaltó al menor, que estaba perdido en sus pensamientos; Pedro había abierto la ventana del salón desde afuera.
-Te fuiste sin darme mi galleta – sonrió el pelinegro.
-Sabes que no debemos abrir las ventanas cuando está el aire acondicionado encendido, ¿verdad?
-Sí, lo sé – el pelinegro sonrió – pero uno de tercero no entra a los salones de primero, así que tengo que buscar opciones…
-¿Esa es una regla? – el castaño extendió la mano con el paquete de galletas, ofreciéndole al mayor.
-No, es una tradición – se alzó de hombros y se inclinó abriendo la boca – anda, aliméntame…
-Es raro… – Ricardo sacó una galleta y la colocó en la boca de Pedro.
Después de masticar la galleta el pelinegro sonrió – ¿qué es raro? – indagó – ¿que no entremos a los salones de primero?
-No, que me pidas que te alimente – el menor se alzó de hombros – recuerdo que tu dijiste, ‘cómo eres mi cachorro yo tengo que alimentarte’, ¿o no?
-¿Recuerdas eso? – el pelinegro sonrió de lado – bueno, me alegra saber que lo tienes presente.
-Sí, lo tengo presente – el menor asintió – pero supongo que solo fue por esta semana.
-¿Por qué dices eso? – Pedro se inclinó más sobre la orilla de la ventana, acercando su rostro al del niño.
-No lo sé, tengo esa sensación…
El timbre sonó, era hora de volver a las clases.
-¡Flaco! – la voz de Barney se escuchó – hora de irnos.
-Platicamos en la salida – el pelinegro despeinó al menor, se alejó, cerró la ventana y caminó hacia sus compañeros.
Ricardo observó cómo los tres amigos se iban, así que terminó sus galletas y se quedó en su lugar. Minutos después entró el profesor al aula, pero no llegó Joel. Al castaño se le hizo extraño, aunque sabiendo que había ido con Gilberto no le prestó atención, quizá, se había entretenido con algo.
La clase terminó y Joel seguía sin regresar, las siguientes dos horas eran de Biología y si no llegaba antes que el profesor, no lo dejaría entrar; pero las horas pasaron y el pelinegro no se apareció. Para la última hora, Ricardo ya estaba preocupado.
Intentó marcar al celular de Joel, pero no parecía entrar la llamada, así que, le mandó un mensaje a Pedro, preguntando si Gilberto estaba en clases o si estaba con Joel.
Recibió respuesta varios minutos después y lo preocupó aún más; ninguno de ellos había visto a Joel desde la hora del almuerzo. Cuando el último timbre sonó, todos los alumnos empezaron a retirarse y Ricardo salió con su mochila y la de su amigo al hombro, no sabía qué hacer.
-¡¿Dónde está?! – la voz de Fernando lo sobresaltó, llegó corriendo y lo tomó de un tirante de la mochila moviéndolo con desesperación.
-No sé… – negó el castaño con algo de temor.
-¡Ya suéltalo! – Pedro jaló a Fernando para alejarlo del menor – él tampoco sabe nada.
-Vamos a buscarlo por la escuela – Gilberto también estaba preocupado – o en los baños.
-Pudo haberse ido – indicó Bernardo.
-No – Ricardo negó – Joel no se iría sin avisarme, lo conozco, por lo menos me hubiera dicho ‘encárgate de mis cosas’ y no lo hizo.
-De acuerdo, vamos a buscarlo.
Pedro y Ricardo se fueron juntos, Bernardo fue a la puerta de la escuela y Gilberto, junto con Fernando tomaron hacia otro camino.
Volvieron a reunirse minutos después, la escuela se estaba quedando vacía.
-Nadie lo ha visto – anunció Barney.
-Tampoco está en su casa, le marqué a mi tía – Fernando traía su celular en mano.
-Nosotros tampoco lo encontramos, incluso fuimos al edificio de computación y no está – Pedro negó.
-Si ya revisamos la escuela, ¿qué falta? – Ricardo se encontraba impaciente.
-¿Detrás de los laboratorios? – Gilberto levantó la mirada.
-Pero detrás de los laboratorios no hay nada, solo algunas instalaciones de servicios – señaló Bernardo.
Como si fuese una señal, todos corrieron hacia los laboratorios, detrás ya no había nada, la escuela colindaba con un área sin urbanizar así que ese era el límite de la misma; y ahí, sentado, en una orilla de uno de los laboratorios, estaba a quien estaban buscando.
-¡Joel! – Fernando corrió hacia él y todos lo siguieron – ¿qué pasó? – se acuclilló a su primo – dime, habla ¿quién te hizo esto?
-Obviamente los de segundo – Barney sonaba molesto.
-Y parece que se gastaron todas sus provisiones con él – con el comentario de Gilberto todos miraron al suelo, donde estaban trozos de plástico regados entre lodo y humedad.
-Se pasaron… – Pedro entrecerró los ojos y su voz sonó grave.
-Fue Lidia…
-¿Qué? – Fernando se alejó de Joel al escucharlo – ¿qué dijiste?
-Fue tu novia Lidia y sus compañeros de clase – el menor sollozó – y unos de tu equipo de básquetbol – esa frase parecía un reproche – los encontré fumando y me lanzaron globos de agua.
-Voy por el profesor Montenegro, aún debe estar en la dirección – Gilberto se retiró.
-Ya, no llores cachorro – Fernando abrazó a su primo.
La situación fue complicada, los profesores llegaron, hicieron preguntas, revisaron a Joel, pero nada podían hacer ese día, así que los enviaron a sus casas después de que terminaron con las indagaciones. En el camino se fueron despidiendo, dejando solo a Pedro con Ricardo.
-Has estado muy callado hoy, cachorro.
-Lo siento – el castaño suspiró – me siento mal por Joel, es todo.
-Tranquilo, se arreglará el lunes.
-Me imagino, el lunes todo volverá a la normalidad – aseguró el castaño – ya tampoco tendrás que cuidarme – sonrió.
-¿Ya no quieres que te cuide?
-Si quiero, pero, no sé si tú quieras…
-¿Esa es tu idea? – el pelinegro lo miró de reojo.
-Sí, eso creo…
-No, no lo haré – el pelinegro sonrió – no te vas a librar de mi tan fácilmente.
Ricardo sonrió, esas palabras le habían gustado – Pedro… – llamó con debilidad peo sin mirar a su acompañante.
-¿Si?
-Bueno, yo…
-¿Qué cosa? – el mayor se inclinó, Ricardo empezaba a bajar el tono de su voz y no podía escucharlo.
-Es que… – tenía duda, quería preguntarle por lo que había sucedido el día anterior, pero aun no entendía lo que él mismo había sentido, así que levantó el rostro, frunció el ceño y negó – olvídalo, tengo que hablar con Joel de algo importante y hoy no pude.
-¿Con Joel? – Pedro frunció el ceño – ¿qué tienes que hablar con Joel? – su voz tenía un tinte de celos.
-Cosas personales – anunció – nada importante.
-¿Seguro que no es nada importante?
-Sí, seguro – asintió el menor – mañana lo visitaré, seguramente no se sentirá bien.
-Sería bueno visitarlo – el mayor entrecerró los ojos – podría decirle a Gil que nos acompañe.
-Sí, estaría bien, nos ponemos de acuerdo en la noche.
Llegaron a la casa de Ricardo y el menor invitó a pasar al pelinegro, pero este negó, tenía que ir a su casa.
Así, el fin de semana visitaron a Joel, quien se encontraba con gripe por lo sucedido en la escuela, pero el castaño no pudo hablar con su amigo de lo que quería, así que decidió posponerlo.
Los días volvieron a una extraña normalidad, el pelinegro despertaba todos los días a Ricardo y este pasaba por Joel, para, a medio camino, encontrarse con Pedro, Gilberto y Bernardo, pues Fernando ya no volvió a acompañarlos a la escuela.
Por más que Ricardo lo intentó, por alguna razón le fue imposible sacar la conversación con Joel de lo que quería preguntarle, pero, al notar que Pedro tampoco volvió a acercarse a él como el jueves que fueron a comer a su casa, dio por sentado que había sido su imaginación, así que, decidió borrarlo de su mente por completo, aunque, notaba que lo perturbaba seguir siendo el ‘cachorro’ del pelinegro y que este lo acompañara hasta su casa en las tardes.
La siguiente semana empezaron las actividades extraescolares, Ricardo se quedaba en las canchas deportivas mientras Joel iba al aula especial que usaban los de ajedrez.
El castaño conoció a sus compañeros, especialmente a los novatos cómo él, incluso empezó a platicar con Martín y David, compañeros de su mismo salón pero que se sentaban al otro lado del aula. Así mismo, entabló amistad con otros de primero, pero de diferente especialidad y, además, logró conocer un poco a los de segundo que no fueron expulsados por no participar en la broma.
Mientras el entrenador se esforzaba en dos de las tres canchas existentes, con los del equipo titular y aquellos que tenían potencial y nociones para el juego, los novatos se quedaban en la primera, siguiendo las órdenes de Ramsés, un chico de tercero que había estado en el equipo titular, pero como sufrió un accidente y traía una pierna lastimada, estaría fuera del equipo por algunos meses. Así que él y otros dos de segundo eran las ‘niñeras’, como los llamaba el entrenador; su trabajo consistía en enseñarles lo más básico a los ‘niños’ y tenían dos semanas, porque si los novatos no aprendían nada, los sacaría de la actividad extraescolar.
Ricardo no era muy atlético, pero eso era porque nunca lo había intentado, así que, decidió esforzarse, a pesar de que se sentía presionado, pues el último día de la primera semana, aún no conseguía mucho avance.
-No, Richy, no – Ramsés le ponía mucho interés al castaño desde que había llegado, y eso no pasaba desapercibido para Pedro, quien los observaba desde su lugar – intenta de nuevo el drible y esta vez, evita patear el balón.
-Lo siento…
El castaño lo siguió intentando, pero una vez más, su pie alcanzó a dar un ligero toque lanzando lejos el balón.
-Voy por el… – anunció.
-No, no – Ramsés lo tomó del brazo – aquí hay más – lo acercó a él – tomemos otro y prosigamos, ¿de acuer…? – un golpe no lo dejó terminar – ¿Pero qué…? – levantó el rostro sobando la parte trasera de su cabeza.
-Disculpa ‘Ramsy’ – la voz de Pedro tenía un tinte divertido pero se notaba que estaba conteniendo el enojo – se me soltó el balón – dijo con sarcasmo.
-Sí, claro… – alegó el aludido – ¿que no se supone que debes estar en la otra cancha?
-Tengo un descanso por que el entrenador está viendo el potencial de los de segundo, así que vine a ayudarte – el pelinegro sonrió – ven cachorro – llamó a Ricardo extendiéndole la mano – hoy, yo voy a ayudarte con el drible.
-Es mi trabajo hacer eso – anunció Ramsés.
-Tu trabajo es enseñar a los novatos, no solo a Ricardo – el pelinegro puso frente a si al castaño y le paso los brazos por el pecho – además, yo lo adopté desde el primer día, es mío – hizo énfasis en la última palabra – y es mi responsabilidad, así que, ve y búscate otro cachorro, ‘Omega’.
-¡¿Cómo me llamaste?!
-‘Omega’ – repitió – estás enfermo, no puedes jugar, no sirves para nada, eres un ‘Omega’, así que – tronó los dedos – ve y atiende a los otros cachorros, antes de que el entrenador se moleste – ordenó con seriedad.
Ramsés entrecerró los ojos y dio media vuelta, regresando con los demás novatos.
-¿Qué fue eso? – Ricardo levantó la mirada pues el pelinegro no lo había soltado.
-Nada, solo un lobo que no sabe su lugar en la manada – gruño – ahora, tu y yo vamos a hablar seriamente.
Pedro lo liberó por un momento, solo para tomarlo de la muñeca llevándolo lejos de las canchas.
-¿A dónde vamos? – indagó el menor pero no recibió respuesta – Pedro, no podemos irnos del entrenamiento hasta que…
-Ya pedí permiso y el entrenador dijo ‘ajá’, así que eso es un sí.
-¿Eso es un sí? – el castaño seguía al mayor sin comprender – Pedro… Pedro…
Ricardo seguía llamándolo, pero el pelinegro no respondió, solo seguía caminando; recorrieron pasillos desiertos, jardines solitarios y finalmente lo llevó al último edificio, el edificio del taller de computación, el más representativo de la escuela porque tenía una forma completamente ajena a todos los demás; estaba en un extremo del terreno escolar, cerca de la salida de la escuela, porque atrás, había una segunda explanada, dónde se hacían las pequeñas ferias que la escuela organizaba; pero esa vez estaba solo.
-¿Qué hacemos aquí? – el castaño miró a todos lados, todo estaba desierto y limpio, los conserjes ya habían limpiado esa área, así que no había ni un alma.
Pedro seguía sin responder, acercándose hasta la parte trasera del edificio, entrando al pequeño jardín, tras algunos arbustos podados perfectamente; jaló con fuerza al menor y, en un pequeño rincón de aproximadamente un metro de ancho, enmarcado por dos columnas falsas de esa estructura, colocó al castaño recargado contra la pared.
-Cachorro, me he dado cuenta que no entiendes las indirectas – dijo con frustración y un tono de molestia en su voz – pero yo si las entiendo, y mucho – espetó – Ramsés casi te come con la mirada y tú ni cuenta te das.
-¿Qué? – el rostro de Ricardo mostró total confusión.
-Voy para el mes de conocerte, ¡un mes! – repitió – y yo también te hago insinuaciones, las cuales tú pasas por alto, como si tuvieras una barrera mágica que ¡rechaza todo lo que es de doble sentido!
-¿De qué estamos hablando?
El pelinegro apretó los parpados, y frunció el ceño – Es oficial – masajeó el puente de su nariz – eres totalmente despistado.
-¿Despistado por qué?
Esa simple pregunta, en ese tono inocente y confundido, sacó de sus casillas al mayor. Pedro tomó del rostro a Ricardo y se inclinó hasta besarlo; un beso largo, demandante, un beso posesivo, un beso que le supo a gloria después de tantos días soñando con hacerle eso, a ese pequeño niño que no se daba por enterado de lo que realmente quería.
Ricardo no pudo oponerse, se quedó estático, sin comprender, su mente se nubló, su corazón se aceleró, sus mejillas se sonrojaron y sentía que le faltaba la respiración.
El pelinegro se alejó con lentitud – contigo uno tiene que ser serio y directo – susurró – así que, espero que con esto, lo entiendas…
-Yo… – el castaño pasó saliva – Puedes… Puedes… ¿Repetir eso?
-¿Qué cosa? – Pedro levantó una ceja.
-El… Beso…
-Con gusto…
El mayor volvió a besarlo, encontrándose con que su cachorro le correspondía, un tanto torpe, pero lo intentaba, e incluso, se aferró a su camiseta y alcanzó a gemir cuando sus lenguas se encontraron. Pedro no aguantó, sus manos se aferraron al cuerpo del menor, una en su nuca, para no permitir que se alejara, y la otra, recorrió la pequeña espalda, bajando con rapidez, presionándolo más contra su cuerpo, buscando la manera de compartir su calor; su pierna se metió en medio de las del niño, rosando con insistencia su sexo, notando que estaba despertando con rapidez.
Las pequeñas manos de Ricardo se movieron tímidas, una subió hasta el cabello negro, enredándose en los mechones ligeramente largos y la otra seguía apretando la camiseta de su compañero con fuerza; no podía evitar soltar uno que otro gemido en medio del beso.
Poco a poco se separaron, un pequeño hilillo de saliva los unía, por lo que el pelinegro se devolvió a lamer los labios de su cachorro para limpiarlo.
El castaño lo miraba con sus ojos ligeramente acuosos, su respiración estaba agitada y su sonrojo era más que evidente; esa era una visión que Pedro quería grabar en su mente, sentía que el niño se miraba hermoso.
-Gris… – susurró.
-¿Gris? – Pedro levantó una ceja ante esa palabra.
-Tus ojos – su mano se movió a quitar unos mechones de cabello que cubrían los ojos del mayor – son grises…
-¿No te habías dado cuenta? – sonrió de lado.
-No… – negó, guardó silencio y pasó saliva – entonces… Esto significa que, ¿te gusto?
Pedro apretó los parpados, pasó la mano por su cabello con frustración y sonrió con incredulidad – ¿en serio? – preguntó con sarcasmo – te acabo de besar, te acabo de acariciar, solo me faltó meterte mano y, ¿me preguntas si me gustas?
El castaño mordió su labio y se alzó de hombros – pues, es que no sé cómo tomarlo.
-De acuerdo – el pelinegro sonrió – me gustas – confirmó – si te beso es que me gustas y mucho – aseguró – pero, si te muerdo, es que te quiero comer – se relamió los labios.
-¿Me quieres comer? ¿En qué sentido?
El mayor se inclinó hasta el castaño para hablarle a su oído – Te lo mostraré hoy… – susurró – hoy voy a comerte cachorro, te lo aseguro – su lengua recorrió la oreja de Ricardo – voy a enseñarte algunas cosas para que entiendas mis indirectas – prometió.
Ricardo se estremeció y observó a Pedro con algo de miedo, esa sonrisa le llenaba de una sensación extraña.
-Vamos…
-Espera… – el castaño lo detuvo de la camiseta con rapidez.
-¿Qué pasa?
-Es que… Me… Me gustas… – sonrió con nervios.
-Lo sé – sonrió el mayor con maldad
-¿Cómo lo sabes?
-Pude notarlo muy bien hace un momento – relamió sus labios – anda, debemos volver al entrenamiento.
Regresaron a las canchas; el entrenador seguía enfocado en los de segundo así que no se había dado cuenta que faltaban dos alumnos. Cuando regresaron, el pelinegro acompañó al castaño con los demás novatos y se acercó a Ramsés, le pasó la mano por los hombros y se acercó a su oído – Si te le acercas, te mueres… – susurró con seriedad, sonriendo con tranquilidad, dándole unas palmadas en la espalda a su compañero y se alejó con un gesto de suficiencia, dejando al otro con un semblante de asombro, mezclado con miedo y nervios.
Salieron casi a las cinco de la tarde, Pedro acompañó a Ricardo hasta su casa, pidiéndole que lo invitara a comer.
-Buenas tardes, Pedrito – sonrió la mamá del castaño.
-Buenas tardes, señora Montiel – sonrió el pelinegro.
-Mamá, invité a Pedro a comer, lamento no haber avisado – se disculpó el menor.
-No te preocupes mi amor – la mujer le acarició la mejilla a su hijo – pasen, laven sus manos y en un momento les sirvo.
-Muchas gracias – el pelinegro dejó su mochila y caminó al baño.
-¿Y papá? – preguntó Ricardo.
-Me avisó que llegaría tarde, probablemente después de las ocho, tiene un asunto en la oficina.
-Está bien, ¿tú ya comiste?
-Sí, con eso de que no sé a qué hora llegas, prefiero comer antes.
El castaño fue a la mesa y se sentó a esperar a Pedro, quien llego momentos después. La mamá de Ricardo les sirvió comida y los dejó a solas, pues ella fue a la sala, a ver la televisión.
-Me mostraras tu habitación hoy – anunció el mayor mientras comía.
-Pero no la he limpiado – se excusó el castaño.
-No voy a ponerle atención a eso, tenlo por seguro.
Ricardo frunció el ceño, las palabras lo habían confundido y eso hizo sonreír a Pedro, conociendo al niño, no había entendido su indirecta.
Terminando de comer, llevaron los platos al lava trastos.
-Mamá – Ricardo levantó la voz – estaremos jugando en la habitación.
-De acuerdo… – su madre estaba viendo una telenovela y no ponía mucha atención.
Ambos tomaron sus mochilas y el castaño guió por las escaleras a Pedro, lo llevó hasta su habitación y lo dejó pasar. Ricardo dejó su mochila a un lado de la puerta y caminó hacia dónde tenía una consola de videojuegos – bueno, esta es mi habitación – dijo con poco interés – tengo algunos juegos, pero no sé qué te guste…
La mano del mayor lo interrumpió, lo hizo girar y que ambos quedaran de frente, una vez más lo besó de forma sorpresiva – vamos a jugar – susurró contra los labios del castaño – pero te enseñare mi juego favorito…
El pelinegro guió al menor hasta la cama, cayendo ambos en el colchón. Las manos de Pedro se movían por el cuerpo del castaño, buscando la manera de llegar a su piel, alcanzándola bajo la camisa del uniforme.
-¿Que…?
-Ssh – silenció el pelinegro – no hagas ruido – sonrió – te dije que iba a comerte hoy…
-Pero…
Pedro sabía que no iba a poder callar a su cachorro mientras lo desnudaba así que, prefirió besarlo, para ahogar sus preguntas y sus gemidos; el mayor estaba consiente que en la planta baja estaba la madre de su niño, por lo que debían hacerlo lo más silenciosa y rápidamente posible.
Ricardo quedó solo con su ropa interior con suma rapidez; Pedro bajó por su cuello, lamiendo, degustando el sabor salado del cuerpo del castaño debido al sudor por las practicas.
-Pedro… – la voz en un susurro entrecortado excitó más al pelinegro – estoy sucio… – anunció con temor.
-No me importa, cachorro – susurró contra el cuello y mordió con suavidad – no podemos darnos el lujo de tardar mucho…
El pelinegro bajó recorriendo con lengua y labios el torso delgado y sin músculos del niño, llegó al elástico de la ropa interior y bajó la tela con lentitud mientras él seguía con sus atenciones hasta alcanzar el sexo erecto del castaño.
Ricardo se cubrió la boca con las manos al sentir la primer lamida por toda la extensión y, después, el beso en la punta de su sexo que empezaba a rezumar un líquido transparente.
-Esto cachorro, es lo que quiero decir cuando digo que voy a comerte.
El mayor apenas terminó la frase y metió el sexo del castaño completo en su boca. Ricardo se mordió un dedo para no gritar y arqueó la espalda; sus ojos se humedecieron con rapidez y su cuerpo se tensó al sentir la caricia húmeda, la lengua juguetona y los labios suaves recorriendo toda su extensión.
Una mano del castaño se movió hasta el cabello negro de Pedro, aferrándose a los mechones con insistencia, pero sin causar daño, ni dolor; sus gemidos se ahogaban debido a los dedos que mordía, quería avisarle, quería decirle que se detuviera antes de que pasara lo inevitable, pero no pudo hacerlo, temiendo que, si alejaba su mano de su boca, gritaría tan fuerte que su madre lo escucharía.
Pedro sintió el palpitar del miembro en su boca y no se alejó, al contrario, succionó con avidez hasta extraer el líquido tibio y tragarlo con deleite.
-Eso estuvo rico, cachorro – sonrió al alejarse y relamer sus labios – creo que en vez de galletas, pediré que me alimentes de esta manera todos los días – sonrió con malicia mientras se acercaba a Ricardo – ahora, te voy a enseñar lo que significa la frase ‘voy a devorarte’ – anunció.
-Pedro… – susurró el castaño y un par de lágrimas escaparon de sus ojos – mi mamá… está abajo… – avisó al ver que el otro se desnudaba…
-Lo sé – asintió el pelinegro – pero no voy a detenerme – negó con una amplia sonrisa mientras se quitaba la ropa – así que, espero que puedas evitar hacer mucho escándalo.
Al quedar desnudo, el pelinegro se acercó como un predador hacia el menor, obligándolo a girar y dejándolo contra el colchón – relájate y, si quieres gritar, muerde tu almohada – anunció al acercar su rostro a la entrada del menor.
Sin dar tiempo a nada, la lengua de Pedro dio una caricia en el lugar, obligando a Ricardo a hundir con rapidez su rostro en la almohada – no – sollozó – está sucio… está sucio… – insistió.
El pelinegro sonrió, a él no le importaba eso, al contrario, era algo excitante y quizá un poco morboso hacerlo de esa manera en su primera vez. Metió un dedo después de dejar una gran cantidad de saliva en el lugar y Ricardo gimió ahogado.
-No te tenses – pidió el mayor – tardaremos más.
-Pero… se siente… raro… – anuncio ladeando el rostro y mostrándole a Pedro su semblante.
El pelinegro pasó saliva, el rostro infantil estaba lloroso, sonrojado y se miraba extremadamente apetecible para él.
-Cachorro – su voz se volvió ronca – solo aguanta un poco más…
El castaño hundió el rostro en la almohada y empezó a gemir, especialmente porque el dedo del otro acariciaba insistente y, cuando dos dedos estuvieron palpando su interior, su cuerpo se rindió al sentir que habían tocado algo, algo que le hizo sentir bien; con eso, su cadera empezó a ondularse, restregando su sexo contra las sabanas de su cama y exponiéndose para el mayor.
Pedro no pudo esperar a meter un tercer dedo; alejó su mano y obligó al castaño a girar para verlo de frente; le abrió las piernas y colocó la punta de su pene en la entrada del menor, inclinándose hasta besarlo y poder penetrarlo sin que hiciera mucho ruido.
El castaño abrazó a su amante y encajó sus uñas en sus hombros, gimiendo contra la boca del otro, le dolía, pero el placer que sentía le estaba gustando.
Cuando Pedro estuvo completamente en el interior de Ricardo, liberó su boca para ir al cuello, besando, lamiendo, mordiendo, le gustaba ese niño, le gustó desde que lo vio, así que no iba a permitir que nadie se lo arrebatara; había decidido atarlo a él de cualquier manera, aunque en el fondo, él había querido esperar un poco más, sabía que debía hacerlo antes de que otro intentara acercarse, después de todo, Ricardo era ‘Su cachorro’.
-Mío… – susurró contra la piel del niño – eres mí cachorro… – aseguró con voz ronca – quiero que lo sientas… quiero que lo entiendas… – gruño – eres mío y… no permitiré que otro depredador se te acerque… – mordió un hombro del castaño sin imprimir mucha fuerza, arrancando un gemido de los labios del menor – no importa si es… alfa… omega… o cualquier otro… – su lengua recorrió la piel nuevamente hasta el cuello, sin dejar de mover su cadera – sería capaz… de cualquier cosa… con tal de tenerte… solo para mí…
-Pedro… – Ricardo empezó a llorar, aferrándose con más fuerza a su pareja, lo que le había dicho le había gustado, no lo entendía, su mente no lo razonaba, pero en el fondo, estaba seguro de que era una declaración, extraña sí, pero con sentimientos únicamente para él.
Ricardo enterró su mano en el cabello de Pedro, le gustaba su cabello, tan suave tan sedoso, le gustaba tocarlo, le gustaba sentirlo, pero ahora le gustaba sentir algo más, algo mucho más íntimo y delicioso que lo estaba llenando de otra manera que jamás imaginó. El castaño también empezó a besar, a lamer, a repartir pequeños besos y caricias con sus labios en los hombros de su pareja; gimiendo con suavidad, pidiendo más, apresándolo con sus piernas para que no se alejara.
-Pedro – su voz era una súplica – más… – exigió con media voz, el niño estaba disfrutando de eso, si eso era ser devorado, quería que el mayor lo devorara siempre.
El pelinegro sonrió y decidió complacerlo, quería que su cachorro disfrutara, quería que sintiera lo que no podía entender con palabras, quería demostrarle, sin dejar duda alguna cuanto lo deseaba y necesitaba; era poco tiempo en el que había crecido ese deseo, pero aun así, estaba completamente seguro de lo que sentía, tanto que no le importaba nada más.
-Te amo… cachorro…
Las manos del mayor se movieron tomándolo por la espalda a su pequeño, levantándolo junto con él, sentándolo sobre su regazo, aún unidos por el acto carnal que estaban realizando. Ricardo mordió el cuello de su pareja y enterró las uñas en la espalda del mayor, a pesar de que no las traía largas, con la fuerza y el movimiento, marcó la piel de Pedro con fuerza.
El pelinegro se movió, girando para quedar contra la cama y dejar al niño sobre su cuerpo. El menor no tenía experiencia, pero no parecía ser un impedimento, su cuerpo respondió a lo que necesitaba; quería moverse, quería sentir al mayor en lo más profundo, así que su cadera empezó un movimiento fuerte, frenético, desesperado. Se inclinó hasta los labios de Pedro y se ofreció sin pudor, sin reservas, sin miramientos; lo necesitaba, quería ser devorado completamente por ese lobo que lo había acogido desde el primer día y que, poco a poco se había adueñado de su voluntad, a pesar de que ni el mismo se había dado cuenta.
Ambos se perdieron en el deseo, la pasión y la lujuria, olvidándose de dónde estaban, gimiendo con fuerza, diciéndose entre besos y caricias, a viva voz, que se amaban; disfrutándose hasta el punto de llegar al clímax al mismo tiempo.
Y exactamente en ese momento, en el que Pedro llenaba el interior de su cachorro y el castaño terminaba entre ambos cuerpos, ensuciando el abdomen y torso del mayor con su semen, la puerta se abrió.
-Les traje dulce de pe… – la madre de Ricardo se quedó en la puerta con la charola en mano, observando la escena.
Ricardo gimió y escondió el rostro en el cuello de Pedro, sintiendo que el mundo se abría bajo el cuerpo de ambos.
El pelinegro se quedó sin aliento viendo a la madre de su pareja; ella estaba ahí en el umbral de la puerta, de pie, sin decir una sola palabra, con un rostro asombrado, estupefacto y sus mejillas tiñéndose, poco a poco, de un sonrojo.
-Señora… yo… – el mayor quiso decir algo pero la castaña dio un par de pasos hacia atrás y cerró la puerta.
Los dos se quedaron sin moverse; Ricardo sollozaba, le había entrado pánico al ver a su madre ahí y Pedro no sabía que decir o hacer, pero una cosa era segura, ya estaba hecho, así que debía asumir su responsabilidad.
-Tranquilo, cachorro… – susurró – no voy a dejarte solo… – sonrió conciliador mientras una de sus manos rozaba la espalda del castaño – fue mi culpa por obligarte… Así que, cualquier cosa, dices que yo soy el que te obligó.
-Pero… No es… Cierto… – negó.
-No importa – el pelinegro sonrió y besó la mejilla del menor – ahora, hay que vestirnos.
Con mucho cuidado, Pedro salió del interior de Ricardo y con rapidez se acomodó la ropa, después ayudó al niño que aún no se movía de la cama, en el lugar dónde lo había dejado al incorporarse. El castaño se sentía avergonzado, tenía miedo, y obviamente, se sentía mal porque su madre los hubiera descubierto, más que por haber hecho lo que hizo con el mayor.
Cuando ambos estuvieron presentables, Pedro besó la frente de Ricardo, lo abrazó con fuerza y finalmente se separó dedicándole una sonrisa – tranquilo cachorro… – le guiño un ojo.
En el fondo, el pelinegro también se sentía temeroso, pero no iba a demostrar debilidad ante Ricardo; él debía ser fuerte y demostrar que, si era lo suficientemente hombre para hacer eso, también lo era para enfrentar el castigo y, además, evitar que su pequeño sufriera las reprimendas de sus padres.
Pedro tomó su mochila, no sabía que podía pasar, así que, debía ir preparado para todo.
Salieron de la habitación tomados de la mano, pero al llegar a las escaleras, Ricardo se reusó a bajar, sus piernas le temblaban y tenía los ojos llorosos, así que el pelinegro lo volvió a abrazar repartiendo besos en el rostro del niño – todo estará bien, ¿sí? – susurró tratando de sonar convincente para que su pareja no temiera – Pero antes de bajar – buscó la mirada miel del castaño – dime, ¿quieres ser mi novio?
-Q… ¿Qué…? – el menor se limpió las lágrimas y lo observó confundido, no creía que fuera el momento adecuado para eso.
-Responde – pidió sin poder ocultar la necesidad de escucharlo – quiero saber, antes de que suceda otra cosa, porque tus padres pueden alejarnos y ya no podré preguntarte – sonrió – no quiero que pienses que fue solo por un momento o una calentura, te quiero cachorro, y aunque nos separen hoy, te buscaré después, lo prometo.
-Sí, sí quiero… – asintió el castaño y una débil sonrisa se esbozó en sus labios.
-Entonces, es una promesa – Pedro se acercó y deposito un beso suave en los labios del menor – vamos – susurró.
Ambos bajaron las escaleras, pero no había nadie en el comedor, ni en la sala, solo se escuchaba algo en la cocina.
Pedro pasó saliva, respiró profundo y se obligó a sonreír para Ricardo, quien temblaba como si estuviera muriendo de frío y se escondía tras el cuerpo de su, ahora, novio.
El pelinegro dio unos pasos hacia la cocina y se encontró con la madre del castaño, sentada tranquilamente en el desayunador, bebiendo café y comiendo un pan tostado con dulce de pera.
La castaña levantó la mirada y les sonrió – ¿terminaron? – preguntó con toda la calma del mundo.
Pedro no supo si ese semblante tan tranquilo le daba más terror, que si la mujer estuviera fúrica, gritándoles o incluso, corriéndolo de su casa.
-Señora, yo… Lo que pasó es…
-Estabas teniendo sexo con mi hijo – dijo con calma y después mordió el pan.
Ante esas palabras el castaño se asomó por un lado de su novio, viendo a su madre con sorpresa y sus ojos acuosos.
-¿Quieren comer algo? – preguntó con toda naturalidad – deben estar cansados…
El pelinegro buscó la mirada de su cachorro, tratando de entender.
-Má… – la voz de Ricardo apenas se escuchó – ¿no estás enojada?
-Lo estoy, sí – asintió – debieron decirme que estarían muy ocupados y así no hubiera interrumpido – bebió un trago de café.
-No señora – el mayor carraspeo – nos referimos a… La situación… – dijo con seriedad.
La castaña los observó con seriedad, levantó la mano y con su índice hizo una seña para que se acercaran – siéntense – señaló un par de sillas de la pequeña mesa.
La pareja caminó y tomó asiento, aunque Ricardo lo hizo con mucho cuidado, logrando que su madre sonriera de lado, suspirara y negara – ¿fue su primera vez? – preguntó para ambos.
El rostro de ambos se tiño de un color rojo intenso.
-Vamos, respondan, y quiero la verdad – su tono era serio y autoritario.
-Si… – contestó Ricardo con debilidad.
-Con Ricardo, sí… – asintió el pelinegro.
El castaño levantó la mirada con susto, al escuchar esas palabras de su novio.
-Entonces, ¿ya has estado con otros chicos? – la mujer cruzó las manos sobre la mesa.
-Si – respondió el pelinegro con suma seriedad – pero fue hace más de un año, no he tenido pareja sexual desde entonces, ni siquiera un acercamiento a nadie – aseguró.
-Y, ¿cómo vez lo que sucedió con Ricardo? – levantó una ceja.
-No voy a mentirle – Pedro la miró a los ojos – su hijo me gusta, lo quiero y me gustaría tener una relación seria con él.
-¿Qué edad tienes Pedrito? – sonrió la castaña condescendiente.
-El próximo año cumplo dieciocho…
-¿Apenas tienes diecisiete y estás considerando una relación seria?
-Sí, así es – asintió.
-¿Y tú, mi amor? – ladeó el rostro observando a su hijo.
-Yo… Yo… – el castaño apretó los labios y bajó el rostro.
Pedro observó a su cachorro, tenía ganas de abrazarlo y decirle que todo estaría bien, pero no quería que su madre pensara que lo estaba presionando, así que se mantuvo serio e impasible, apretando los puños por debajo de la mesa, esperando la respuesta de Ricardo.
-Si quiero… – asintió el menor.
-Entonces, por mi está bien – sonrió – solo hay algo que voy a decirles – dio un nuevo sorbo a su café – mientras Richy no cumpla la mayoría de edad, y su relación no sea del todo formal, si van a hacer ‘eso’ – su mirada se posó en el pelinegro – más vale que lo hagan con protección – su voz tenía un tinte de amenaza.
-Señora, yo quiero que sea formal – aseguró el pelinegro.
-Es mi condición – dijo la mujer con seriedad – dijiste que ya habías tenido algo que ver con otros chicos, así que no quiero que mi bebé sea un juguete.
-Le aseguro que no lo veo así.
-De todas maneras, estarás a prueba, además, solo te queda un año en la preparatoria, ¿no es así? – levantó una ceja – si después de eso desapareces, el que sufrirá será mi hijo, así que, o aceptas, o yo misma le digo a mi esposo en cuanto llegue, para que tome cartas en el asunto.
Pedro miró a su cachorro y sonrió – está bien, acepto, si esa es la condición y si tengo al menos su aprobación, aceptaré con gusto.
-Entonces, está bien – la castaña sonrió complacida – ahora, ¿quieren pan con dulce de pera?
Los dos aceptaron sintiéndose más tranquilos, al menos, por ese momento.
* * *
La habitación de Ricardo fue el lugar de sus encuentros amorosos, especialmente cuando su padre no estaba; a pesar de que el hombre se enteró poco después que su hijo y su amigo tenían una relación, no supo hasta qué grado de compenetración llegaba la misma.
Pedro ingresó a la universidad y Ricardo siguió en la preparatoria, pero su alejamiento con Joel le afectó, así que decidió seguir en el equipo de basquetbol para sobrellevar la situación. La relación que tenía con su novio siguió floreciendo, pues el pelinegro siempre estaba al pendiente de su cachorro, se veían todos los días y siempre cumplió con lo que su suegra le había puesto como condición.
Ricardo entró a la universidad, en la misma, se reencontró con su amigo y la amistad creció con los compañeros de su novio. Además, siendo ya maduros ambos, y demostrando que a pesar de tener tres años de novios, lo que los unía no era simple capricho, dejaron de usar la protección que la mamá de Ricardo había exigido al principio.
Cuando Ricardo se graduó de la universidad y empezó a trabajar, decidió irse a vivir con Pedro a la casa que le había heredado sus abuelos, pues ambos habían fallecido y, pese a que tenían otros hijos, éstos vivían lo suficientemente lejos como para interesarse por esa propiedad. La casa había sido remodelada y decorada nuevamente por ambos, antes de iniciar su vida en ese lugar.
* * *
Apenas los padres de Ricardo se despidieron, después de acompañar a su hijo en la mudanza, Pedro se le echó encima como un lobo hambriento, a su cachorro.
-Por fin… – susurró mientras sus manos se movían con desespero quitando la ropa del castaño.
-Pedro… – un jadeo ahogó la voz de Ricardo – espera… Debemos…
-Nada – el mayor hizo girar a su pareja en el momento que había quitado su camiseta, pegando su espalda desnuda contra su pecho, que aún portaba una tela que los separaba – voy a devorarte en cada rincón de esta casa, cachorro – sonrió con malicia guiándolo sin problemas por la estancia – y precisamente, al ser mi cena, el primer lugar por ensuciar, es el comedor
-Pedro, el comedor… – Ricardo quiso protestar, pero ya estaban cerca de la mesa.
El pelinegro lo giró, atrapando sus labios para evitar más protestas mientras sus manos desabrochaban el pantalón del castaño.
-¿Me alimentas o te alimento primero? – susurró contra los labios.
Ricardo sabía que no había más opciones, así que tenía que decidir por una de esas dos, aunque debía admitir, que eso le gustaba.
-Yo… Yo primero… – respondió mordiendo su labio inferior, alejándose de la boca de su novio y descendiendo, acariciando por encima de la ropa, desabrochando el pantalón y acuclillándose para estar a una altura adecuada.
-Buen cachorro – sonrió el mayor, especialmente cuando liberó su hombría.
Ricardo no se contuvo, sin mucho preámbulo, abrió grande y llevó hasta su garganta el sexo de Pedro, logrando que su novio hiciera hacia atrás la cabeza y un gemido ronco escapara de su boca.
El castaño sonrió mientras una de sus manos masajeaba la extensión del miembro que no podía albergar en su boca y la otra, acariciaba los testículos de su pareja; Pedro había sido más grande que él siempre, y con el paso de los años, aumentó de talla unos centímetros más, mientras que Ricardo siguió siendo pequeño.
Pedro disfrutaba de esa dulce boca, tibia, suave, cálida; lo hacía llegar al cielo con las simples atenciones que le daba, y sabía perfectamente que Ricardo adoraba su ‘alimento especial’.
Ricardo succionaba con emoción, no quería esperar mucho; Pedro lo sabía, conocía muy bien a su pareja, todas y cada una de sus facetas, así que, el castaño era como un libro abierto para el mayor, pues no había una sola parte de su cuerpo y alma, que el pelinegro no hubiera conocido con anterioridad.
Pedro estrujó los mechones castaños con una mano, obligándolo a llevar un ritmo más fuerte y salvaje. Ricardo no opuso resistencia, dejó que su pareja lo moviera a su antojo, aunque por momentos llegaba a ahogarse, eso también lo excitaba.
El pelinegro lo alejó, obligando a que dejara su rostro expuesto, con eso el menor ya sabía lo que vendría, por lo que abrió grande la boca y sacó su lengua esperando con ansia su ‘cena’. Una descarga de semen fue liberada ensuciando el rostro de Ricardo y algo más quedando en su boca, logrando que el castaño la saboreara.
Pedro sonrió al ver a su cachorro tan sucio, sí que no se contuvo y lo obligó a levantarse, besándolo con pasión y pasando su lengua por el rostro del menor, limpiando su propio semen, obligándolo a hacer el rostro hacia atrás, jalando su cabello con insistencia; su erección no había disminuido, al contrario, seguía completamente duro con solo tener a su cachorro ahí, para él solo.
-Quiero penetrarte… – soltó el pelinegro sin recato, tenía todo el día que no había podido disfrutar del cuerpo del castaño.
Ricardo gimió y se aferró a la camiseta de su novio – hazlo… – susurró – pero desnúdate antes…
Pedro sonrió de lado, asintió y empezó a quitarse la ropa, mientras Ricardo se recargaba en la mesa y pasaba los dedos por su rostro, limpiando el semen que aún tenía sobre el mismo y llevándolo a su boca con algo de sensualidad. El mayor lo observaba de reojo, le gustaban esos pequeños momentos de su cachorro, aunque sabía que no lo hacía a propósito.
El pelinegro se acercó a su pareja, lo subió en la mesa y de un jalón, alejó el pantalón que aún traía el castaño; después se colocó sobre el menor, lamiendo su rostro, besando sus labios, recorriendo su cuerpo con sus manos y acomodando su sexo en la entrada del castaño.
-Mío… Mi cachorro… – insistió en un susurro grave.
Pedro siempre le decía eso, no había día que no lo reclamara como suyo y eso lograba que el menor sonriera con la misma inocencia con que lo conoció.
-Solo tuyo… – aseguró el castaño ofreciéndole los labios sin reparo.
Ambos se fundieron en un beso dulce pero lleno de pasión. Pedro iba a hacer que esa noche, Ricardo gimiera con fuerza, quería escucharlo, quería volverlo loco y atarlo una vez más a él.
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N. de A. Este Spin Off, salió del tercer capítulo de Tabú, Primos. Fue una petición de varios lectores y lectoras de que ahondara más en esta pareja secundaria y este fue el resultado.
Dejo los agradecimientos aqui tambien.
Gracias a: YaoistaAlej y Aobwaa por estar al pendiente de este fic, porque estaban muy interesadas en esta parejita, ojala que queden algo satisfechas con esto que escribí aunque tardé un poquito y a Kei Kun por ser mi Beta Reader.
Dejo los agradecimientos aqui tambien.
Gracias a: YaoistaAlej y Aobwaa por estar al pendiente de este fic, porque estaban muy interesadas en esta parejita, ojala que queden algo satisfechas con esto que escribí aunque tardé un poquito y a Kei Kun por ser mi Beta Reader.
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