Dicen que diciembre es un mes donde muchos milagros suceden, por eso, las fiestas decembrinas, llenan de amor e ilusiones los corazones de todos; al menos, es lo que pregonan las personas, aunque la realidad, sea distinta para muchos.
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La puerta se abrió de golpe, el joven de cabello negro salió con rapidez a la azotea del edificio, respiraba agitado; no parecía asimilar lo que acababa de suceder. Se sentía humillado, devastado, avergonzado y, por sobre todo, sabía que no podría volver a ver a nadie a la cara después de lo que había sucedido.
Caminó con rapidez, llegando al límite del edificio, recargándose en el barandal que delimitaba la superficie y gritó. Estaba mal, estaba deprimido, pero, aún así, no era lo suficiente para hacer una estupidez; ver hacia abajo, le dio vértigo y prefirió alejarse de la orilla.
Estrujó los mechones de su cabello con fuerza y negó.
-¿Qué hago? – se preguntó con desespero.
Obviamente no se sentía bien como para regresar, pero, debía hacerlo en algún momento; claro que, no esperaba que lo buscaran, después de todo, el solo era el mensajero de la empresa, así que, ¿quién se tomaría la molestia de ir tras él?, seguramente todos seguirían burlándose y hablando de lo ocurrido.
Intentó reír por el pensamiento tan simple, pero le fue imposible. Hacía frío, tanto que podía sentir su cuerpo perder el calor con rapidez; no portaba suéter, ni chaqueta, porque todo lo había dejado en el salón de la reunión. Pero así como estaba, no podía ir por sus pertenencias; al menos no hasta mucho más tarde, cuando todos se hubiesen ido.
Miró hacia el cielo nublado, esperando que no empezara a llover o, en el peor de los casos, nevar, si sucedía, sería la culminación perfecta de la mala suerte, para ese día.
Caminó hacia la puerta por donde había llegado, pero no entró al edificio, se sentó a un lado; era el mejor lugar para esperar a que todos se fueran o, a que dieran las doce, para que cambiara de día, y, ya fuera navidad.
-Si existiera ‘Santa Claus’, tal vez podría llevarme a casa en su trineo – susurró con debilidad.
Deseaba volver a ser niño en ese momento, para creer en tonterías, en la bondad del ser humano y en toda esa sarta de sandeces que las personas se empeñaban en decir, solo de dientes para afuera.
-¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué termine siendo el hazme reír de todos esa noche? – se preguntó con cansancio.
Era patético siquiera que lo pensara, pero, no le quedaba más que rememorar todo lo que le había sucedido, quizá, de esa manera, se le quitaría lo estúpido.
* * *
Acababa de terminar la preparatoria, con dieciocho años recién cumplidos, era el momento de elegir mi universidad, pero, mi familia no tenía dinero para la misma. Mi madre trabajaba para mantenernos a mi hermana y a mí; nuestro padre, tenía un par de meses de haber muerto, debido a cáncer de pulmón que lo aquejó durante un año. Para sacarnos adelante, mi madre buscó un empleo de cajera en un supermercado.
Mi hermana estaba por salir de la primaria y no podía dejar de seguir estudiando, pero, se metió de paquetera en el mismo supermercado donde trabajaba mi madre, solo para poder ayudar en la casa con las propinas y yo… yo tuve que disminuir mis aspiraciones y tratar de cursar una carrera en la universidad nocturna de la ciudad, aunque no me gustaba en lo más mínimo, era la más barata y, si tenía suerte al salir, conseguiría un buen trabajo; pero, mientras tanto, lo único que podía hacer, era trabajar de lo que fuera, para ayudar en la casa y pagar mis estudios.
Así terminé en la disquera ‘Golden music’, pues, buscaban un mensajero con urgencia.
Al llegar, no era el único en busca del empleo; no comprendía porque había tanta gente buscando el simple puesto de mensajero y, especialmente de distintas edades. Por los comentarios aislados que pude escuchar, la gran mayoría eran personas que buscaban entrar para tener una oportunidad de demostrar su habilidad musical y que los ‘descubrieran’, convirtiéndolos en ídolos.
Cuando me tocó entrar a la entrevista, empecé a temblar; había dos personas en el lugar, uno de ellos, el más joven de los sujetos, estaba revisando una carpeta con varias hojas y bebiendo una taza de café, mientras que el otro me miraba con curiosidad.
-Buenos días… – dije con nerviosismo mientras me acercaba al escritorio.
Llevaba una pequeña mochila en mano y mi solicitud de empleo en la otra.
El hombre mayor, tenía un gran bigote, pero alcancé a ver su sonrisa divertida – acércate, no mordemos.
Con esas palabras, el otro levantó el rostro y, alcancé a ver sus ojos verdes, escudriñándome.
-¿Traes tu currículo? – preguntó con indiferencia.
-Solo… Solo traigo mi solicitud de empleo – dije con media sonrisa, acercando la hoja amarillenta al escritorio.
-¿Solo una solicitud de empleo? – el mayor se sorprendió – ¿estás diciendo que no traes preparado un currículo lleno sobre ti, tus hobbies, tus habilidades, ni nada por el estilo?
-No creí que fuera necesario algo así, para ser mensajero – mi voz denotaba mi confusión.
Ante mis palabras el castaño casi se ahoga con la bebida de su taza; se limpió la boca con una servilleta y empezó a reír.
-Bien, has conseguido que Mateo ría – soltó el de bigote con algo de diversión también – a ver, dame tu solicitud – pidió.
Le entregué la hoja con rapidez.
El castaño carraspeo, controlando la risa que lo había invadido y, finalmente, hizo un ademán – siéntate – señaló la silla que estaba frente a ellos.
-Gracias…
-Dieciocho años – dijo con un tono de sarcasmo el mayor – ¿seguro que no vienes buscando ser conocido como cantante o algo así?
Suspiré – no señor, no canto ni en la regadera – aseguré.
El joven que el otro había llamado Mateo volvió a sonreír – ¿cuál es tu nombre? – me preguntó, cruzando las manos sobre el escritorio.
-Rodrigo Fernández.
-Rodrigo, yo soy Mateo Andrade – se señaló con una pluma – y él es Alberto Pacheco – presentó al otro – ahora que ya nos conocemos, dime, ¿por qué quieres trabajar aquí?
-Necesito un empleo – suspiré – en verdad, lo necesito – dije con ansiedad – acabo de terminar la preparatoria, mi padre murió hace poco, mi madre trabaja, mi hermanita está por entrar a la secundaria y yo… Yo necesito ayudar en mi casa y obtener suficiente dinero para pagar la universidad nocturna – expliqué.
-¿Por qué aquí? – indagó el mayor, pasando la mano por su bigote.
-Porque queda cerca de la universidad – me alcé de hombros – si trabajo todo el día, puedo salir de aquí, e ir a mis clases, porque empezarán a las ocho de la noche y, si pudiese obtener el permiso, el sábado, podría ir en la mañana y volver antes de medio día sin problema…
Ambos se quedaron en silencio.
-Bien, comprendo tu situación – el mayor asintió y se recargó en el sillón – pero comprenderás que esta es una entrevista y, aun quedan muchos postulantes – explicó.
-Lo sé – asentí con lentitud, era consciente de que la probabilidad de obtener el empleo era poca.
-Es tuyo – el castaño cerró la carpeta que tenía enfrente.
Yo me sorprendí, no podía creerlo; pero no era el único.
-¿Estás seguro? – el otro hombre parecía dudar de esa decisión.
-¿Tienes alguna objeción? – él sonrió – yo no, es el único que en verdad quiere trabajar y no viene buscando una oportunidad de alcanzar la fama, ni tampoco perseguir a uno de las estrellas que graban aquí, para mí, es más que suficiente – se puso de pie – que se familiarice con el trabajo, solo tiene unas semanas antes de entrar a la universidad, ¿no es así, Rodrigo?
-Sí – asentí.
-Ahora, a trabajar.
-De acuerdo – el otro hombre se puso de pie – iré a despedir a los demás postulantes – anunció mientras caminaba a la puerta por donde yo había entrado – espérame aquí para llevarte a conocer el lugar.
-¡Gracias! – dije con emoción, no llevaba muchas esperanzas de conseguir el puesto y ahora, iba a empezar a trabajar desde ese momento.
-Nos vemos después – dijo el castaño, saliendo por otra puerta.
Ese día conocí el edificio, las oficinas y, especialmente, el área donde se grababan todos los discos, además, tuve la oportunidad de ver a algunos cantantes, aunque no podía cruzar palabras con ellos.
Pero al menos, al llegar a mi casa, pude darle buenas noticias a mi familia.
* * *
-Así empecé mi trabajo – suspiró con cansancio, recargando la cabeza contra la pared – solo han pasado seis meses – sonrió.
Apretó los parpados y sus músculos se tensaron.
Si en su momento, le hubiesen dicho que todo iba a ser malo para ese momento, el pelinegro no lo habría creído, después de todo, las cosas parecían ir bien, tanto en su escuela, como en su trabajo.
* * *
Poco a poco me empapé de todo lo relacionado a la disquera. En una semana, llevaba y traía mensajes, paquetes, anuncios por todos los pisos de forma rápida y eficaz, porque me aprendí de memoria qué oficina era de cada administrativo; fue entonces cuando supe quien era Mateo.
Mateo era el hijo del presidente de la compañía, tenía casi treinta años y le gustaba inmiscuirse en todos los asuntos de la disquera, además de llevarse muy bien con todos los trabajadores, directores y artistas; lo malo era que, para poder encontrarlo y entregarle mensajes o paquetes en persona, era difícil de ubicar. Aunque él tenía una oficina, nunca estaba en la misma, así que, yo ni siquiera sabía que aspecto tenía su interior; cada que era necesario, yo debía recorrer el edificio de arriba abajo, buscándole hasta en los confines del mismo, pero, pocas veces lo alcanzaba. A veces creía que era un juego para él, parecía esconderse de mí, obligándome a estar al pendiente de todo lo que hacía, e incluso, buscarlo por medio de las cámaras de seguridad, por eso me hice amigo de todos los guardias, de ambos turnos.
También, gracias a eso, pude conocer mejor a Ximena Soto, quien trabajaba en el departamento promoción. Aunque la conocía por hacerle una que otra entrega, no pasábamos del trato meramente profesional, pero, en una ocasión, Mateo me la presentó como amiga, al encontrarlo platicando con ella.
Era la chica más hermosa de toda la disquera; su cabello castaño caía siempre en bucles tras su espalda, su cuerpo parecía haber sido esculpido por dioses y, su voz, era como escuchar a los ángeles. Aún así, mi posibilidad era nula, pues ella, así como todas las mujeres del edificio, babeaban por Mateo; después de todo, él no solo era atractivo para el sexo opuesto, sino que también era rico, el futuro dueño de la disquera y, tenía una facilidad de palabra que las envolvía con rapidez.
Muchas ocasiones lo envidié, más, no podía caerme mal, pues gracias a él había conseguido el empleo; incluso, lo miraba como alguien admirable, a pesar de ser quien era, era muy amable y humilde, pues nunca alardeaba de su posición y trataba a todos como sus amigos, tanto, que estaba al tanto de los problemas de sus empleados y, supe que, en ocasiones los ayudaba.
Pero, a pesar de eso, yo no tenía mucho contacto con él y, tampoco podía pedirle ayuda con Ximena, así que, tenía que buscar la manera de acercarme a ella, a mi manera. Como todo chico enamorado, buscaba siempre a Ximena; sacaba cualquier pretexto para ir en su búsqueda e incluso, trataba de coincidir con ella en la cafetería. Era tan obvio, que, todos se dieron cuenta de mi interés, hasta que ella se cansó.
-¡Tú crees que yo me fijaría en ti! – me señaló con desprecio – eres un niño, no podrías mantenerme, ni darme lo que quiero – soltó con molestia y desagrado – entiende, búscate a alguien más, yo, no soy para ti.
Me quedé en silencio mientras los demás que estaban cerca, se reían de la situación, sonreí débilmente y me aleje. Era el momento de darme por vencido, obviamente.
* * *
-Debí dejar las cosas ahí – soltó el universitario con tristeza y bajó el rostro, con una sonrisa débil.
El frío arreció, así que, dobló las piernas, acercando las rodillas a su pecho y abrazándose de las mismas, tratando de no sentir nada.
-¿Cómo pude ser tan estúpido? – preguntó.
Se mordió el labio inferior con fuerza, has que le dolió lo suficiente, como para que su cuerpo no siguiera la orden que su cerebro le daba de seguirse lastimando, tratando de sentir otro dolor que no fuera en su pecho herido por lo que había ocurrido y la mezcla con sus recuerdos.
* * *
Las semanas pasaban y, a pesar de que algunos se burlaban por el incidente, fingía que no le daba importancia, además, al empezar diciembre, pude enfrascarme en mis estudios, así, disminuía mi vergüenza, pero, no podía huir de Ximena, especialmente porque seguía llevándole sus mensajes y paquetes, aunque, habíamos regresado a comportarnos como al principio.
-Rodrigo – Brenda, la secretaria del presidente me buscó al empezar la segunda semana de diciembre – escucha, todos los años hay una fiesta navideña – explicó – como trabajas aquí, tienes que ir – me entregó una invitación.
-No creo que pueda – negué.
-¡Vamos!, no seas amargado – sonrió y me abrazó – escucha, vamos a hacer un intercambio de regalos – explicó – se que te gusta Ximena – me guiño un ojo – puedo manipular los resultados, para que te toque regalarle a ella.
-¡¿De verdad?!
-¡Confía en mí! – sonrió – pero, no le digas a nadie quien te tocó, porque si ella se entera, las cosas pueden salir mal.
Titubee, pero, aunque no consiguiera nada como su pareja, al menos, podía intentar ser su amigo nuevamente.
-Está bien – asentí.
-Escucha, el intercambio es así – se sentó en la silla frente al escritorio dónde yo catalogaba los mensajes, en la oficina del archivo – la fiesta es el 24 – señaló la hoja – porque ese día trabajamos la mitad del día y las oficinas se cierran hasta el día dos de enero – explicó – pero, desde cuatro días antes, tienes que darle un regalo a tu amigo secreto.
-Significa que, ¿son cinco regalos? – pregunté con preocupación, eso era demasiado para mi presupuesto.
-Sí, pero el que cuenta de verdad es el último, los demás son detallitos – asintió – yo soy la organizadora, así como Raquel, la secretaria de Mateo – señaló – a nosotras nos entregan los regalos y somos las encargadas de repartirlos, excepto el último.
-Entonces, yo no entregaré los regalos, ¿a pesar de ser el mensajero? – pregunté con diversión.
-No, porque esto no es trabajo – obvió – además, nadie más debe enterarse quien le regala a quien – prosiguió como si fuese un decreto – y, en esta época, tú no tienes tanto trabajo, así que, tranquilo…
-Está bien – asentí.
-Recuerda, no le digas a nadie a quien le vas a regalar…
-Lo sé, lo sé, no tienes que repetirlo – sonreí de lado.
-Bien, nos vemos.
-Brenda… – la llamé antes de que se fuera – la verdad, no sé que regalarle a Ximena, ¿puedes darme alguna idea?
-Es una chica – sonrió de lado – ¿qué nos gusta a las chicas?
-Pues… ¿las flores?
-Las flores, los peluches, chocolates… Todo eso, se que a Ximena le gustarán – me guiño el ojo.
-Pero, no sé que puedo darle al final…
-Pues – ella se mordió el labio – escucha, te investigo que le gustaría y, te digo, así no tienes pierde, ¿de acuerdo?
-¿Lo harás? – pregunté con emoción.
-¡Claro!, cariño, para eso somos los amigos.
* * *
-Para eso son los amigos… – repitió débilmente, mientras se abrazaba a sí mismo, tallando sus brazos con las manos de manera insistente, tratando de darse calor.
No sabía si podría aguantar más tiempo, pero se estaba obligando a hacerlo; no quería ver a nadie, quizá, a los guardias al salir, pero nada más, ellos no sabrían de lo ocurrido y, aunque lo supieran, no creía que se burlarían de él.
Mientras divagaba con respecto a los guardias, los recuerdos volvieron a invadirlo.
* * *
Al siguiente día, me empeñé en buscar detalles que se adecuaran a mi presupuesto. Primero, compre una cajita de chocolates, mismos que había visto en alguna ocasión en su escritorio; el segundo, fue una cajita con velas aromáticas, de un kit que mi madre me recomendó, pues, aunque era algo costoso, a ella le harían descuento al comprarlo y yo, quería darle algo que aromatizara su casa pues, sabía que en ocasiones, encendía inciensos en su oficina; el tercero fue una tasa con forma de oso, sensible al calor, que cambiaba a ser un oso panda cuando estaba llena, porque sabía que, así como a muchos del edificio, a Ximena le gustaba tomar café y tenía varios objetos de osos en su oficina; y el cuarto fue una bufanda en color verde ‘aqua’, porque, de igual manera, había visto que, frecuentemente, ella usaba ropa de ese color.
Así, solo debía enfocarme en conseguir el más importante, pero, Brenda me ayudó. Según me dijo, Ximena no quería algo en especial, pero podía comprarle una joya, pues según ella, a pesar de lo que parecía, a Ximena le gustaba mucho la plata fina, y, podía regalarle algo de ese material.
No tenía mucho dinero, por lo que tuve que conformarme con comprarle algo muy sencillito; una delicada pulsera, con un corazón colgando de la misma, así como un oso panda de peluche
Cuando la entrega de regalos empezó, el primer día, yo recibí una tarjeta. Me sorprendió leerla, estaba escrita con una caligrafía muy delicada, en letra cursiva, y, a pesar de ser mensajero y conocer la manera en la que casi todos en el edificio escribían, esa no la reconocía; la tarjeta decía cosas muy agradables, entre ellas, que era una persona admirable. Llamó mi atención, pues no esperaba que alguien dijera algo así, especialmente por ser un simple mensajero, pero, me hizo sentir bien.
El siguiente día, una pequeña cajita con un pergamino, y, además, un sobre con algo de dinero en efectivo. El pergamino era una disculpa, según la persona, no sabía que comprarme y, esperaba que no me ofendiera por recibir dinero; sonreí, en realidad, me beneficiaba más recibir efectivo, así, podría comprar algo más para el regalo del final y, lo demás, podía dárselo a mi madre.
El tercer día, una caja forrada con un papel lustroso. En esta ocasión, Brenda se quedó de pie, esperando a que la abriera, pero, no lo hice; esto pareció molestarla, así que, se retiró. Ella apenas cruzó la puerta, la abrí con rapidez. En el interior, había un libro de pasta dura, con el título ‘Narraciones extraordinarias’, de Edgar Allan Poe; bajo el mismo, un sobre con una tarjeta, de nuevo con esa caligrafía tan exquisita, que se disculpaba por no saber que regalarme y esperaba que disfrutara de la lectura.
Al cuarto día, la cajita que recibí era de madera, se miraba muy costosa, especialmente porque estaba grabada. Nuevamente, Brenda se quedó expectante.
-¿Lo vas a abrir? – indagó al ver que yo no parecía muy interesado.
-Ahora no – negué – estoy ocupado – fingí que tenía algunas cosas que hacer con unas hojas en el archivo y, con ello, ella volvió a irse, molesta.
Cuando abrí la cajita, en su interior había una botella de perfume; me sorprendí, no por saber mucho del tema, sino porque, obviamente, se miraba extremadamente fino. Igual que todos los anteriores, había un sobre con una tarjeta, “espero que te guste, lo elegí especialmente para ti…”
Había sido el regalo más costoso que había recibido en mi vida y, no sabía si tendría el valor de usarlo, pero, si no lo hacía, la persona que me lo estaba obsequiando podía sentirse ofendida.
Ahora, solo faltaba el regalo final, el día de la fiesta.
* * *
Rodrigo tembló; no sabía cuánto tiempo llevaba ahí, pero le parecían horas. Se puso de pie y caminó hacia la orilla de la azotea, observando el edificio de enfrente; el reloj que tenía en una pantalla gigante, marcaba las nueve con treinta, aún era temprano.
-Seguramente todos siguen bebiendo – suspiró.
Tenía la oportunidad de irse y abandonar sus cosas, pero, no tenía dinero a la mano, para el transporte y, su celular también se había quedado junto con su chaqueta.
A pesar de que no era un celular costoso, no podía dejarlo así como así.
-No debí venir… – susurró recargándose en el barandal y un estremecimiento lo volvió a cimbrar.
* * *
En la mañana, mi madre me preparó la ropa, para que me cambiara en la oficina, pues no tendría suficiente tiempo para ir a la casa antes de la fiesta. Aún así, a pesar de la emoción que sentía por lo que iba a ocurrir, algo me decía que no fuera.
Inquietud, incertidumbre, ¿cómo actuaría Ximena al saber que yo era su amigo secreto? ¿Se molestaría? Demasiadas dudas en mi mente, pero, tuve que reponerme.
Así, salí de casa con mi ropa, y una bolsa con el regalo. Cuando llegué a mi empleo, dejé las cosas en la pequeña oficina que usaba y salí a comprar un ramo de rosas, con el dinero que me restaba para el regalo. Todo el día estuve inquieto, pero, me supe reponer.
Cuando la hora de la fiesta se acercaba, me cambié en uno de los vestidores y regresé a mi lugar. No quería ser el primero en llegar al salón, por lo que decidí esperarme al menos, media hora más.
Casi a las siete con treinta, llegué al salón que se había preparado para el evento, ahí mismo en el edificio. Muchos trabajadores ya estaban reunidos y muchas mesas estaban llenas de regalos, en espera de ser entregados. Había otras mesas aparte; eran las mesas de los ejecutivos de la disquera, mismos que no participaban en el evento de intercambio, pero si socializaban ese día con todos los demás empleados.
La música era estridente, se entregaron reconocimientos y también, se realizó una rifa, pero, mi suerte no era buena, así que, no obtuve un premio. La fiesta avanzaba y, finalmente, llegó el intercambio de regalos.
Brenda y Raquel, como anfitrionas del evento, empezaron a llamar a los que participaron. Llamaban a alguien y, después, anunciaban con emoción a su amigo secreto, para que se acercara a recibir el último regalo.
Yo esperaba ansioso el momento.
Cuando llegó mi turno, pasé con los regalos, Brenda y Raquel sonreían divertidas, hablando entre ellas.
-Bien, veamos – Brenda caminó hacia mi – ¿emocionado? – sonrió.
-Si… – asentí nervioso.
-Es el primer intercambio de Rodrigo – dijo por el micrófono – es el más chiquito de todos nosotros – su mano se posó en mi hombro y restregó su mejilla contra la mía – y se esmeró en los últimos regalos, por lo que se ve – señaló el ramo de flores que llevaba en manos y sentí que las mejillas me ardían.
-Sí, se esmeró mucho, obviamente debe querer demasiado a su amigo secreto – Raquel se puso del otro lado – O quizá, tiene otro interés, más grande…
Con estas palabras todos los presentes empezaron a hacer comentarios y algunos sonidos divertidos se escucharon.
-Pero, bueno, no vamos a darle más vueltas al asunto – Brenda dio un paso para atrás.
-El amigo secreto de Rodrigo es – Raquel hizo una pausa – nuestro amado jefe, ¡Mateo!
Mi corazón se detuvo y sentí que el color abandonaba mis mejillas; todos empezaron a reír y no entendía por qué. Mateo se acercó a mí, con paso tranquilo, y una sonrisa, yo no podía creer lo que miraba, portaba en su cuello la bufanda que el día anterior yo había entregado como obsequio.
-¡¿Qué guardadito se lo tenía?! – se escuchó una voz al fondo.
-¡Creí que le gustaba Ximena!
Y así, poco a poco las voces aumentaron; Mateo levantó la mirada y observó a los presentes, el también parecía confundido.
Cuando estuvo a mi lado sonrió – gracias – dijo con calma extendiendo las manos para agarrar el ramo y la enorme bolsa de regalo que le llevaba – la verdad, jamás había recibido rosas, es un detalle muy dulce…
Todos rieron por ese comentario.
-Yo… – aún no salía de mi asombro – ¡lo siento!
Y fue cuando salí corriendo, dejando a todos riéndose y a Mateo con mi regalo en sus manos.
* * *
Rodrigo tiritó; necesitaba abrigarse, pero, aun tenía su orgullo como para volver. Iba a aguantar más, aunque se enfermara.
Un estornudo lo estremeció y talló la nariz con su mano.
-No deberías estar aquí afuera…
La voz de alguien, sobresaltó al menor, obligándolo a levantar la mirada y, encontrándose con los ojos verdes de Mateo, que lo miraba hacia abajo.
-Hace frío – dijo con seriedad, entregándole al menor, la chaqueta que había dejado en el salón.
-Lo siento – susurró avergonzado.
-¿Puedo acompañarte? – preguntó con media sonrisa.
-Usted es el dueño de aquí – el universitario se encogió de hombros – supongo que puede hacer lo que quiera.
-Eso no es muy amable – el ojiverde levantó una ceja, pero, se sentó al lado del otro.
Durante un momento, ambos se quedaron en silencio.
-Tardé un poco en encontrarte – mencionó el recién llegado – los guardias me tuvieron que mostrar las cintas de seguridad…
-¿Disfrutó de la broma? – preguntó el menor con algo de recelo, interrumpiéndolo.
-¿Era una broma? – el mayor lo miró de soslayo.
-¿Me va a decir que no estaba enterado? – Rodrigo estaba molesto y, lamentablemente para el otro, era con el único que podía desahogarse.
-En realidad… no – negó y suspiró – no sabía que ellas se querían burlar de ti, junto con otras personas…
-No le creo.
-Es la verdad – aseguró – yo no estaba enterado de esto, de hecho, me lo acaban de decir…
-¿Significa que no le importó lo que dijeron sobre mí, de que según tenía otro interés hacia usted?
Mateo empezó a reír – sinceramente, si tuvieras otro interés, a mi no me molestaría, yo estoy seguro de mi orientación sexual…
Rodrigo se encogió más en su lugar.
-¿Sabes…? – el mayor cerró los ojos – cuando viniste a pedir el empleo, pensé que eras un chico muy sincero y me agradó esa cualidad de ti, por eso quise que te quedaras trabajando – su voz era tranquila – por eso, quisiera que fueras sincero esta vez también.
El menor levantó la mirada, no entendía que quería que dijera – ¿en qué?
-Esos regalos que me llegaron, ¿los hiciste pensando en otra persona?
El pelinegro se mordió el labio – si – dijo débilmente – cuando Brenda me dijo de este intercambio, me aseguró que me iba a tocar Ximena…
-Entiendo…
-No sé cómo… – negó – Y menos puedo entender, como lo hicieron con usted…
El castaño volvió a reír – quizá porque soy amigo de todos ellos y, pensaron que entendería el chiste al final – se alzó de hombros – lamentablemente, creo que no tengo suficiente sentido del humor…
-Lamento haberlo avergonzado…
-No, no te preocupes – suspiró el ojiverde – solo que, me siento algo decepcionado…
Rodrigo ladeó el rostro y observó a su interlocutor, aún traía la bufanda en su cuello.
-Hace días, pregunté quién me iba a regalar – empezó el mayor a explicar – por primera vez, ellas no querían decirme, pero, se los exigí – sonrió de lado – quería regalarle a esa misma persona también – aseguró – todos los años lo hago, y, aunque me pusieron muchas excusas, logré que me lo dijeran, así que, a mí también me tocaba regalarte a ti…
El pelinegro sintió vergüenza, el hijo del dueño, sabía que él era quien le daba esos regalos tan insignificantes y, él estaba recibiendo objetos caros de su parte.
-El primer día, no supe que darte – una risa nerviosa invadió al castaño – así que, por eso, te envié esa tarjeta, diciendo lo que pensaba de ti – se alzó de hombros – supuse que estaría bien, pero… Yo recibí chocolates…
-Lo siento, de verdad, es que…
-Déjame terminar – interrumpió el ojiverde, consiguiendo que Rodrigo guardara silencio de inmediato.
Mateo dobló las piernas y se sentó en posición de loto.
-Era la primera vez que me regalaban unos chocolates y, no era por el día de ‘San Valentín’ – sonrió – además, de que eran mis chocolates favoritos – aseguró – incluso, aun me queda uno que no me he querido comer – rió.
Rodrigo frunció el ceño, confundido.
-Me sentí estúpido, tú me diste algo que, se notaba que habías puesto algo de empeño y yo solo te di una tonta tarjeta – tomó aire – así que, decidí regalarte algo más, pero… No pude pensar en nada y, me frustré.
-Un intercambio de regalos, a veces es difícil – alegó el menor.
-Lo sé – asintió el castaño – así que, el segundo día, decidí darte algo de dinero, para que compraras lo que quisieras, aunque, cuando yo recibí el otro obsequió, volví a sentirme como un imbécil – entornó los ojos.
-Perdón…
-No, no te disculpes – sonrió el mayor – las velas fueron un detalle muy interesante – ladeó el rostro – es decir, no soy de las personas que usen velas, pero si uso otras cosas – explicó con calma – así que, me regañé a mi mismo… Tú te estabas esforzando, buscando obsequios y yo… Yo solo te daba cosas inapropiadas…
-No fueron inapropiadas…
-Te dije que me dejaras acabar – regañó el ojiverde – así, el siguiente día, decidí darte algo importante, algo realmente especial, por eso te di el libro…
-‘Narraciones extraordinarias’ – sonrió el pelinegro – ya lo terminé – confesó – como estoy de vacaciones, tengo más tiempo libre…
-¿Te gustó? – indagó el otro.
-Sí, la verdad si…
-Me alegro, ese es uno de mis libros favoritos – suspiró el mayor y guardó silencio un momento, para proseguir – y tu, me diste una taza de oso – su voz sonó divertida.
-Yo, lo lamento es que…
-Me gustan los osos – dijo el ojiverde interrumpiéndolo – más de lo que te puedes imaginar y, los pandas con mayor razón – aseguró – cuando era pequeño, mis padres me llevaron a un viaje de negocios a China, pero también, visitamos un zoológico de pandas – contó con ensoñación – desde ahí, amé esos animales…
Rodrigo bajó el rostro, el no sabía nada de eso, el solo pensó que sería un buen regalo porque había visto objetos de osos en la oficina de Ximena.
-Por eso – prosiguió el castaño – me hiciste recordar cosas de mi infancia y, quise agradecértelo…
Rodrigo no se atrevía a ver a Mateo.
-Busqué algo que pudiera darte, algo que fuese importante, pero, no pude pensar en nada… Entonces, mientras me debatía en qué darte, me decanté por comprar algo costoso, algo que pudiera llenar por medio del valor monetario, el vacío de afecto que pudiese haber… Y te compre el perfume que más me gusta.
El pelinegro sintió vergüenza por esa declaración; ese mismo día lo usaba, pues esperaba que la persona que se lo regaló, se diera cuenta que le había gustado mucho.
-Y, tu – Mateo siguió con su recuento – me diste esta bufanda… – sus dedos repasaron la tela con delicadeza, apreciando la textura suave – una prenda para usar en esta época… Y de color verde ‘aqua’.
El universitario no sabía que decir.
-Me diste regalos muy especiales y, honestamente, yo sentía que no te correspondía como debía – suspiró y su semblante se entristeció – cuando te vi con el ramo de rosas y el regalo en mano…
-Perdón – susurró el menor – yo… es que…
-Pero, todo lo hiciste pensando en Ximena – terminó – todos esos regalos eran para otra persona – su voz parecía tener un tinte de reproche – eso es lo que me molesta – sentenció – que me gustaron y, los aprecié, pensando que eran para mí, pero, no es así…
Rodrigo bajó el rostro, mucho más apenado que al principio.
-Compraste chocolates, velas aromáticas, una tasa de un oso y una bufanda ‘verde aqua’ – enunció – todo porque pensaste que, a ella le gustan estas cosas, ¿cierto?
Rodrigo asintió débilmente – sí, porque veía esas cosas en su oficina…
-¿Seguro que solo en su oficina? – Mateo lo miró de soslayo.
El menor levantó el rostro, observándolo con curiosidad, no comprendía esa pregunta.
-Te lo explico – prosiguió el ojiverde – tú tienes solo unos meses aquí, pero todos… – hizo un ademán con la mano señalando hacia el interior del edificio – todos los trabajadores, ya me conocen, así que tengo que decirte las cosas – su mirada se puso fría – esos chocolates lo compran todos los empleados en el edificio, porque saben que me gustan y, cuando voy a visitarlos a sus oficinas o lugares de trabajo, siempre me dan uno – su voz empezó a ponerse seria – si has entrado a una oficina, sabrás que todos aromatizan el lugar y, aquellos que tienen su propio despacho, incluso lo hacen con incienso, ¿por qué? Porque tratan de imitarme, ya que en mi oficina, yo siempre pongo inciensos – cada palabra sonaba como reclamo.
Rodrigo tenía los ojos abiertos como platos, ante las explicaciones del otro.
-Sobre los osos – prosiguió – todos dicen que les gustan los osos, porque saben que a mí ¡me fascinan! – levantó una ceja – pero te aseguro que la gran mayoría de las mujeres, prefieren los gatos, solo que, para llamar mi atención, se comportan como borregas diciendo, “Si, Mateo, me gustan los osos como a ti, mírame, soy tu media naranja” – fingió una voz chillona, logrando por un instante, que el universitario dudara en reír, pero, se notaba que el mayor estaba enojado – finalmente, el ‘verde aqua’ es mi color favorito y, extrañamente, desde que todos se enteran de eso, especialmente las mujeres, empiezan a comprar objetos y ropa con ese color, e incluso, algunas chicas me envían mensajes, contigo, con hojas en tonos verdes… así que, Rodrigo, todo lo que sabes de esa mujer, ¡es falso!
El pelinegro se sorprendió; su mente empezó a traer imágenes del edificio; en todos los lugares que recorría entregando los paquetes, había cada una de las cosas que Mateo le había enunciado, solo que, no le había puesto atención. Estaba atónito por todo lo que acababa de saber.
-Y, aunque todos sepan eso, cuando hacemos un intercambio de regalos como esta noche, me dan obsequios carísimos – sentenció – tanto que, normalmente se gastan todo su aguinaldo en ellos – su voz disminuyó de volumen – compran objetos que ni siquiera me gustan pero, que creen que está bien que reciba, porque son caros y esa es la razón de porqué yo también quiero regalarle a esas mismas personas, para ayudarles a su economía y que no salgan tan gastados por quedar bien con “el hijo del jefe” – sonrió con cansancio – eres el primero que, en verdad, me daba cosas que me gustaban, detalles agradables sin gastar más, por eso, no estoy molesto, ni avergonzado… Solo, estoy decepcionado – suspiró – si lo hiciste, no fue por mí, sino por alguien más…
El silencio reinó.
-Perdón… – Rodrigo apretó los parpados, ahora estaba mucho más apenado.
-Está bien – Mateo negó – supongo que, es mi culpa – sonrió tristemente – ni siquiera debería meterme a este evento, debería ser como los demás ejecutivos y quedarme al margen, solo que, me gusta socializar con los trabajadores – apretó los puños – pero, no me ha gustado que, pensaran que porque soy amable, amigable y me gusta bromear con todos, pueden escudarse en ello para burlarse de alguien más – aseguró – es hora de que sea solo el hijo del presidente – entrecerró los ojos.
El pelinegro seguía sin moverse. El ojiverde lo miró de soslayo, ya no había nada que hacer o decir, así que, se puso de pie.
-Traje tu regalo – dijo sin mucho ánimo, acercándole una bolsa al menor – supuse que eso te serviría, más que gustarte…
Rodrigo levantó la vista y observó la caja que estaba a su lado – no es necesario – negó.
-Pues entonces, a ver qué haces con él – el mayor señaló con el rostro la caja – de todos modos, a mi no me sirve tampoco – mientras hablaba, sus manos se movieron a quitarse la bufanda y la dejó sobre el paquete – lamento no poder devolver los chocolates, pero creo que ya hicieron digestión – soltó de manera ácida – las velas ya las usé en mi casa – sonrió de lado – por la taza, puedes pasar el próximo día de trabajo, está en mi oficina – sentenció y se movió con rapidez, abriendo la puerta y regresando antes de que el otro reaccionara – y aquí está el obsequio de hoy, con las rosas – colocó las cosas a un lado de lo demás.
Rodrigo se puso de pie – espere – negó – estos regalos… yo… No puede devolvérmelos…
-¿Por qué no? – levantó una ceja – no eran para mi, o ¿sí?
-No pero…
-Entonces no tiene caso – suspiró – y por los que te hicieron esta broma, no te preocupes, ya me encargué…
-Señor, yo… Es cierto que pensaba en otra persona mientras compre esto, pero era porque pensaba que a ella le gustaban – se excusó – ahora, que usted me lo explicó, supongo que, aunque pensara que eran para ella, son los regalos más adecuados para usted…
Mateo rió – no Rodrigo – negó – cuando se hace un regalo, se hace pensando en la otra persona, y, ahora siento que esos obsequios no me pertenecen… Así que… Es mejor devolverlos…
-Entonces, ¡yo tengo que devolverle todo lo que me dio!
-No te atreverías – retó el mayor.
-¡Claro que sí! – asistió con efusividad – no puedo aceptar algo, si usted rechaza lo que yo le di.
-Escúchame bien, niño – el ojiverde lo señaló con el índice – esto no es un juego, así que, simplemente acatarás mis órdenes.
-Por favor – el pelinegro suplicó con la mirada – desde que lo conozco, he pensado que es una persona muy amable…
-Sí, y hoy me arrepiento de eso – soltó con desprecio.
-Escuche, por favor – el pelinegro buscó la mirada verde – deme una oportunidad, le daré un regalo pensando solo en usted, lo prometo.
-Ya casi es navidad – rió el mayor – crees que puedes conseguir algo así…
-Bueno, supongo que, podría comprar algo el veintiséis – sonrió – pero, no sé cómo se lo entregaría…
-¿Por qué no?
-Es que… Ya no vendré a trabajar.
Mateo levantó una ceja – ¿por qué no? – repitió la pregunta con algo de ansiedad.
-Pues, usted es el jefe, pero yo… Solo soy el mensajero – explicó el menor – y, la verdad, no quiero ser el hazme reír de todos.
-Si es por eso, no te preocupes – el castaño negó – hace un momento despedí a los implicados directos en la broma – soltó con frialdad – y, con respecto a los demás, no creo que se atrevan, mi padre debió darles un regaño que nunca olvidarán – sonrió con malicia – será la primera, “amarga navidad” que pasen en esta empresa.
Rodrigo se sorprendió y sacudió la cabeza para salir de su ensimismamiento – aún así, no creo que sea bueno que yo regrese a trabajar en enero.
-Lo harás – Mateo entrecerró los ojos – no es una petición, es una orden…
El pelinegro suspiró – de acuerdo, acepto quedarme, si recibe mis regalos.
-¡Ya te dije que no!
-¡Hágalo por el panda! – gritó el universitario.
Mateo levantó una ceja, claramente confundido – ¿de qué diablos hablas?
El pelinegro buscó en la bolsa que había llevado para el intercambio, agarró la caja más grande del interior, rompiéndola sin consideración, sacando un panda de peluche poniéndolo frente al mayor – hágalo por el panda – repitió, moviendo el peluche de lado a lado – nadie más lo ha tocado, ¿acaso quiere que lo tire a la basura?
El ojiverde entrecerró los ojos cruzándose de brazos – ¿qué crees que soy? ¿Un niño? ¿Crees que me importaría si le pasa algo a un muñeco de felpa?
-Su enojo no es por lo que pasó, su enojo es porque no pensé en usted, ¿cierto? – soltó el menor con desespero – entonces, no piense en eso, solo piense que este peluche era para usted, nada más – aseguró – lo compré pensando en una persona a quien le gustaría tenerlo, y, esa persona es usted, aunque en su momento había otra imagen en mi mente, ahora sé que este peluche solo puede ser para usted.
-Eso no tiene lógica – Mateo pasó la mano por su frente, de forma cansada.
-¡Si la tiene! – asintió el universitario – en un videojuego, hay una anécdota de un mago – las palabras confundieron al castaño – en esta historia, el mago se enamoró de una mujer, por mirarla en una estatua, que mostraba el momento en que peleaba con una bestia – prosiguió con la historia – él se obsesionó tanto con ella, que evocaba su imagen y nombre todos los días, tratando de que ella volviera a la vida, pero, eso no funcionaba, porque él decía el nombre incorrecto – explicó – él evocaba la imagen de la mujer, pero decía el nombre de la criatura, así que, por eso no funcionaba… Pero, cuando dijo el nombre y evocó la imagen correcta, entonces, el hechizo funcionó…
-¿Eso que tiene que ver? – el ojiverde se cruzó de brazos.
-Aunque yo evocaba en mi mente la imagen de alguien más, pensaba en hacer feliz a una persona que le gustaban los chocolates, los osos pandas, las fragancias que aromatizan el lugar donde está, el ‘verde aqua’ – explicó – y, posiblemente – su voz disminuyó de intensidad – la ¿plata?
Mateo levantó una ceja y, después de un momento, empezó a reír. Rodrigo se quedó confundido, sintiendo que sus mejillas ardían al ver como el otro parecía estar llorando por la risa que lo embargaba. Finalmente, el ojiverde respiró y pudo controlarse.
-Esa es una… lógica tan… infantil… – dijo aún tratando de controlar la respiración y limpiando sus ojos.
El universitario bajó el oso, inclinó el rostro suspiró; el otro tenía razón, pero había sido el único argumento que se le había ocurrido.
-Si – la voz del castaño se escucho – me gusta la plata – sonrió.
Rodrigo suspiró aliviado y levantó el rostro.
Mateo caminó hasta él y le quitó el panda de las manos – no comprendo tus ideas, pero, son divertidas – aseguró observando el peluche, por un momento la sonrisa adornó sus labios, hasta que suspiró, poniéndose serio – Rodrigo – levantó el rosto, buscando la mirada del menor – ¿eres gay? – preguntó directamente.
-No – negó el otro con rapidez – me gustan las chicas.
-Ya veo – el ojiverde movió las manos del peluche, jugando con el mismo – voy a confesarte algo – su voz no dejaba un pisca de duda de lo que iba a decir – yo sí soy gay.
El universitario abrió los ojos desmesuradamente y su sonrisa le tembló – pero… dijo que… estaba seguro… de su… orientación sexual…
-Lo estoy – el ojiverde se alzó de hombros – soy homosexual – abrazó al panda con algo de cariño – por eso me molestó saber, que no pensabas en mi cuando compraste los regalos, me puse algo, celoso – confesó.
El rojo subió al rostro del menor – por… ¿por qué?
-Porque, desde que acepté ser gay, nunca he tenido novio – su voz tenía un tinte de melancolía – de hecho, nadie lo sabe, solo mi padre – suspiró – no me avergüenzo de lo que soy, simplemente, decidí buscar a alguien adecuado sin sentirme acosado… Las mujeres me acosan por ser el hijo del presidente de la disquera, ser rico y un buen partido, además, piensan que tienen oportunidad – contó con tristeza – no quería que pasara lo mismo con los hombres…
Rodrigo empezó a ponerse nervioso.
-Creo que, tus detalles me gustaron porque, realmente, hiciste que me hiciera ilusiones contigo – la tristeza se reflejaba en su voz – pero, ahora sé que no tengo oportunidad.
-Lo… Lo lamento…
-Está bien, no quiero que te sientas presionado, pero, me gustaría que fuésemos amigos.
Rodrigo asintió más tranquilo – sí, eso sí podemos.
-Y, como somos amigos, me siento con el derecho de reclamar que, me debes un regalo exclusivo para mí – sentenció.
-Claro, compraré uno en cuanto pueda…
-No quiero que lo compres – negó el castaño – quiero algo más personal.
-¿Qué cosa?
-¿Te molestaría darme un beso?
El pelinegro dudo, iba a negarse, pero sentía que se lo debía, de todos modos, había aceptado sus razonamientos tan tontos.
-Pero, sin compromiso, ¿verdad? – interrogó el universitario, para estar seguro y darse valor.
-Sin compromiso – el ojiverde negó – quiero algo que sea para mí, aunque solo sea una ilusión mía.
-Pues… – Rodrigo pasó la mano por su cabello – si, supongo que si…
-De acuerdo – Mateo dejó el oso dentro de la bolsa y se acercó al menor.
Rodrigo dio un paso hacia atrás, con algo de miedo, pero la pared detuvo su movimiento, consiguiendo que el castaño sonriera divertido.
-Cierra los ojos – ordenó el ojiverde – piensa en quien quieras, no me importa – aseguró con tristeza.
Rodrigo cerró los parpados, su cuerpo se tensó al sentir las manos del mayor en sus hombros y después su cuerpo pegándose al suyo; el tibio aliento rozó la piel de sus labios y finalmente, el contacto en su boca se presentó. El beso fue dulce, delicado, no hubo intensión de profundizar; fue un contacto tan casto y efímero, que el pelinegro dudó siquiera en que hubiese sucedido, pero la tibieza que quedó en sus labios le decía que había sido real.
-Gracias – el ojiverde sonrió mientras se alejaba y se inclinó, recogiendo las cosas.
-Eso fue… ¿todo? – el menor no salía de su asombro.
Mateo levantó el rostro – ¿querías más? – indagó divertido.
-No, es… solo que… No sé…
-No quiero romper mi amistad contigo – el castaño sonrió un poco desanimado, colocando la bufanda en su cuello – ¿puedo quedarme con las rosas? – señaló el ramo con el índice.
-Sí, claro, son para ti…
-No, estas no son para mí, a mi no me gustan mucho las rosas – se burló el mayor – pero, de todas maneras, son lindas…
-¿Qué flores te gustan? – preguntó el pelinegro con curiosidad.
-¿Para qué quieres saber?
-Para regalarte flores después – respondió con sinceridad.
-No creo que debas regalarme flores – negó el ojiverde – no quiero ilusionarme de nuevo, después de todo, tú no eres gay y yo, no tendría oportunidad – dijo fríamente mientras se erguía – deberías ir a tu casa…
-Sí – asintió el pelinegro y recogió la caja que el otro había llevado, por la agarradera que tenía en la parte superior, dándose cuenta que estaba pesada.
Rodrigo siguió a Mateo, entrando ambos al edificio.
-¿Qué tiene la caja? – preguntó el menor.
-Tu regalo – respondió escuetamente el castaño.
-Es que, está pesado…
-Sí, lo sé, pero, te servirá en tu escuela, ya lo verás…
-Está bien – el pelinegro no quería que el otro se molestara, así que, ya vería su regalo en su casa – por cierto – dijo con rapidez – en la bolsa del panda, hay una cajita – confesó – tal vez, es muy femenino para ti, lo lamento, si quieres ir a cambiarlo, tengo la factura – buscó en el bolsillo de su pantalón la billetera, donde traía la hoja.
-No te preocupes – negó el otro sin siquiera mirarlo.
Después de eso, ambos tomaron el elevador y llegaron a la planta baja. Salieron del edificio después de despedirse de los guardias; en el estacionamiento, ya no había automóviles, posiblemente la fiesta había acabado hacía un largo rato.
-¿Necesitas que te lleve? – preguntó el mayor.
-No – Rodrigo negó – ya te causé muchos problemas esta noche.
-Está bien – sonrió el ojiverde – de todos modos, será difícil que consigas transporte a esta hora… Y este día.
El pelinegro levantó la mirada, su jefe tenía razón – está bien – aceptó.
Mateo llevó a su empleado hasta su hogar, una casa pequeña y humilde.
-Gracias – sonrió el menor.
-Pasa feliz navidad y, nos vemos el otro año…
-Igualmente…
El pelinegro caminó a su casa y el mayor se alejó en su automóvil.
- - - - -
Dicen que, diciembre, es un mes donde muchos milagros suceden, lamentablemente, no siempre es así… Pero, las vidas de las personas tienen muchas sorpresas y, su futuro no está escrito, así que, aunque no sea diciembre, también pueden suceder milagros, solo, si pueden y quieren darse la oportunidad.
- - - - -
La puerta se abrió de golpe, el joven de cabello negro salió con rapidez a la azotea del edificio, respiraba agitado; no parecía asimilar lo que acababa de suceder. Se sentía humillado, devastado, avergonzado y, por sobre todo, sabía que no podría volver a ver a nadie a la cara después de lo que había sucedido.
Caminó con rapidez, llegando al límite del edificio, recargándose en el barandal que delimitaba la superficie y gritó. Estaba mal, estaba deprimido, pero, aún así, no era lo suficiente para hacer una estupidez; ver hacia abajo, le dio vértigo y prefirió alejarse de la orilla.
Estrujó los mechones de su cabello con fuerza y negó.
-¿Qué hago? – se preguntó con desespero.
Obviamente no se sentía bien como para regresar, pero, debía hacerlo en algún momento; claro que, no esperaba que lo buscaran, después de todo, el solo era el mensajero de la empresa, así que, ¿quién se tomaría la molestia de ir tras él?, seguramente todos seguirían burlándose y hablando de lo ocurrido.
Intentó reír por el pensamiento tan simple, pero le fue imposible. Hacía frío, tanto que podía sentir su cuerpo perder el calor con rapidez; no portaba suéter, ni chaqueta, porque todo lo había dejado en el salón de la reunión. Pero así como estaba, no podía ir por sus pertenencias; al menos no hasta mucho más tarde, cuando todos se hubiesen ido.
Miró hacia el cielo nublado, esperando que no empezara a llover o, en el peor de los casos, nevar, si sucedía, sería la culminación perfecta de la mala suerte, para ese día.
Caminó hacia la puerta por donde había llegado, pero no entró al edificio, se sentó a un lado; era el mejor lugar para esperar a que todos se fueran o, a que dieran las doce, para que cambiara de día, y, ya fuera navidad.
-Si existiera ‘Santa Claus’, tal vez podría llevarme a casa en su trineo – susurró con debilidad.
Deseaba volver a ser niño en ese momento, para creer en tonterías, en la bondad del ser humano y en toda esa sarta de sandeces que las personas se empeñaban en decir, solo de dientes para afuera.
-¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué termine siendo el hazme reír de todos esa noche? – se preguntó con cansancio.
Era patético siquiera que lo pensara, pero, no le quedaba más que rememorar todo lo que le había sucedido, quizá, de esa manera, se le quitaría lo estúpido.
* * *
Acababa de terminar la preparatoria, con dieciocho años recién cumplidos, era el momento de elegir mi universidad, pero, mi familia no tenía dinero para la misma. Mi madre trabajaba para mantenernos a mi hermana y a mí; nuestro padre, tenía un par de meses de haber muerto, debido a cáncer de pulmón que lo aquejó durante un año. Para sacarnos adelante, mi madre buscó un empleo de cajera en un supermercado.
Mi hermana estaba por salir de la primaria y no podía dejar de seguir estudiando, pero, se metió de paquetera en el mismo supermercado donde trabajaba mi madre, solo para poder ayudar en la casa con las propinas y yo… yo tuve que disminuir mis aspiraciones y tratar de cursar una carrera en la universidad nocturna de la ciudad, aunque no me gustaba en lo más mínimo, era la más barata y, si tenía suerte al salir, conseguiría un buen trabajo; pero, mientras tanto, lo único que podía hacer, era trabajar de lo que fuera, para ayudar en la casa y pagar mis estudios.
Así terminé en la disquera ‘Golden music’, pues, buscaban un mensajero con urgencia.
Al llegar, no era el único en busca del empleo; no comprendía porque había tanta gente buscando el simple puesto de mensajero y, especialmente de distintas edades. Por los comentarios aislados que pude escuchar, la gran mayoría eran personas que buscaban entrar para tener una oportunidad de demostrar su habilidad musical y que los ‘descubrieran’, convirtiéndolos en ídolos.
Cuando me tocó entrar a la entrevista, empecé a temblar; había dos personas en el lugar, uno de ellos, el más joven de los sujetos, estaba revisando una carpeta con varias hojas y bebiendo una taza de café, mientras que el otro me miraba con curiosidad.
-Buenos días… – dije con nerviosismo mientras me acercaba al escritorio.
Llevaba una pequeña mochila en mano y mi solicitud de empleo en la otra.
El hombre mayor, tenía un gran bigote, pero alcancé a ver su sonrisa divertida – acércate, no mordemos.
Con esas palabras, el otro levantó el rostro y, alcancé a ver sus ojos verdes, escudriñándome.
-¿Traes tu currículo? – preguntó con indiferencia.
-Solo… Solo traigo mi solicitud de empleo – dije con media sonrisa, acercando la hoja amarillenta al escritorio.
-¿Solo una solicitud de empleo? – el mayor se sorprendió – ¿estás diciendo que no traes preparado un currículo lleno sobre ti, tus hobbies, tus habilidades, ni nada por el estilo?
-No creí que fuera necesario algo así, para ser mensajero – mi voz denotaba mi confusión.
Ante mis palabras el castaño casi se ahoga con la bebida de su taza; se limpió la boca con una servilleta y empezó a reír.
-Bien, has conseguido que Mateo ría – soltó el de bigote con algo de diversión también – a ver, dame tu solicitud – pidió.
Le entregué la hoja con rapidez.
El castaño carraspeo, controlando la risa que lo había invadido y, finalmente, hizo un ademán – siéntate – señaló la silla que estaba frente a ellos.
-Gracias…
-Dieciocho años – dijo con un tono de sarcasmo el mayor – ¿seguro que no vienes buscando ser conocido como cantante o algo así?
Suspiré – no señor, no canto ni en la regadera – aseguré.
El joven que el otro había llamado Mateo volvió a sonreír – ¿cuál es tu nombre? – me preguntó, cruzando las manos sobre el escritorio.
-Rodrigo Fernández.
-Rodrigo, yo soy Mateo Andrade – se señaló con una pluma – y él es Alberto Pacheco – presentó al otro – ahora que ya nos conocemos, dime, ¿por qué quieres trabajar aquí?
-Necesito un empleo – suspiré – en verdad, lo necesito – dije con ansiedad – acabo de terminar la preparatoria, mi padre murió hace poco, mi madre trabaja, mi hermanita está por entrar a la secundaria y yo… Yo necesito ayudar en mi casa y obtener suficiente dinero para pagar la universidad nocturna – expliqué.
-¿Por qué aquí? – indagó el mayor, pasando la mano por su bigote.
-Porque queda cerca de la universidad – me alcé de hombros – si trabajo todo el día, puedo salir de aquí, e ir a mis clases, porque empezarán a las ocho de la noche y, si pudiese obtener el permiso, el sábado, podría ir en la mañana y volver antes de medio día sin problema…
Ambos se quedaron en silencio.
-Bien, comprendo tu situación – el mayor asintió y se recargó en el sillón – pero comprenderás que esta es una entrevista y, aun quedan muchos postulantes – explicó.
-Lo sé – asentí con lentitud, era consciente de que la probabilidad de obtener el empleo era poca.
-Es tuyo – el castaño cerró la carpeta que tenía enfrente.
Yo me sorprendí, no podía creerlo; pero no era el único.
-¿Estás seguro? – el otro hombre parecía dudar de esa decisión.
-¿Tienes alguna objeción? – él sonrió – yo no, es el único que en verdad quiere trabajar y no viene buscando una oportunidad de alcanzar la fama, ni tampoco perseguir a uno de las estrellas que graban aquí, para mí, es más que suficiente – se puso de pie – que se familiarice con el trabajo, solo tiene unas semanas antes de entrar a la universidad, ¿no es así, Rodrigo?
-Sí – asentí.
-Ahora, a trabajar.
-De acuerdo – el otro hombre se puso de pie – iré a despedir a los demás postulantes – anunció mientras caminaba a la puerta por donde yo había entrado – espérame aquí para llevarte a conocer el lugar.
-¡Gracias! – dije con emoción, no llevaba muchas esperanzas de conseguir el puesto y ahora, iba a empezar a trabajar desde ese momento.
-Nos vemos después – dijo el castaño, saliendo por otra puerta.
Ese día conocí el edificio, las oficinas y, especialmente, el área donde se grababan todos los discos, además, tuve la oportunidad de ver a algunos cantantes, aunque no podía cruzar palabras con ellos.
Pero al menos, al llegar a mi casa, pude darle buenas noticias a mi familia.
* * *
-Así empecé mi trabajo – suspiró con cansancio, recargando la cabeza contra la pared – solo han pasado seis meses – sonrió.
Apretó los parpados y sus músculos se tensaron.
Si en su momento, le hubiesen dicho que todo iba a ser malo para ese momento, el pelinegro no lo habría creído, después de todo, las cosas parecían ir bien, tanto en su escuela, como en su trabajo.
* * *
Poco a poco me empapé de todo lo relacionado a la disquera. En una semana, llevaba y traía mensajes, paquetes, anuncios por todos los pisos de forma rápida y eficaz, porque me aprendí de memoria qué oficina era de cada administrativo; fue entonces cuando supe quien era Mateo.
Mateo era el hijo del presidente de la compañía, tenía casi treinta años y le gustaba inmiscuirse en todos los asuntos de la disquera, además de llevarse muy bien con todos los trabajadores, directores y artistas; lo malo era que, para poder encontrarlo y entregarle mensajes o paquetes en persona, era difícil de ubicar. Aunque él tenía una oficina, nunca estaba en la misma, así que, yo ni siquiera sabía que aspecto tenía su interior; cada que era necesario, yo debía recorrer el edificio de arriba abajo, buscándole hasta en los confines del mismo, pero, pocas veces lo alcanzaba. A veces creía que era un juego para él, parecía esconderse de mí, obligándome a estar al pendiente de todo lo que hacía, e incluso, buscarlo por medio de las cámaras de seguridad, por eso me hice amigo de todos los guardias, de ambos turnos.
También, gracias a eso, pude conocer mejor a Ximena Soto, quien trabajaba en el departamento promoción. Aunque la conocía por hacerle una que otra entrega, no pasábamos del trato meramente profesional, pero, en una ocasión, Mateo me la presentó como amiga, al encontrarlo platicando con ella.
Era la chica más hermosa de toda la disquera; su cabello castaño caía siempre en bucles tras su espalda, su cuerpo parecía haber sido esculpido por dioses y, su voz, era como escuchar a los ángeles. Aún así, mi posibilidad era nula, pues ella, así como todas las mujeres del edificio, babeaban por Mateo; después de todo, él no solo era atractivo para el sexo opuesto, sino que también era rico, el futuro dueño de la disquera y, tenía una facilidad de palabra que las envolvía con rapidez.
Muchas ocasiones lo envidié, más, no podía caerme mal, pues gracias a él había conseguido el empleo; incluso, lo miraba como alguien admirable, a pesar de ser quien era, era muy amable y humilde, pues nunca alardeaba de su posición y trataba a todos como sus amigos, tanto, que estaba al tanto de los problemas de sus empleados y, supe que, en ocasiones los ayudaba.
Pero, a pesar de eso, yo no tenía mucho contacto con él y, tampoco podía pedirle ayuda con Ximena, así que, tenía que buscar la manera de acercarme a ella, a mi manera. Como todo chico enamorado, buscaba siempre a Ximena; sacaba cualquier pretexto para ir en su búsqueda e incluso, trataba de coincidir con ella en la cafetería. Era tan obvio, que, todos se dieron cuenta de mi interés, hasta que ella se cansó.
-¡Tú crees que yo me fijaría en ti! – me señaló con desprecio – eres un niño, no podrías mantenerme, ni darme lo que quiero – soltó con molestia y desagrado – entiende, búscate a alguien más, yo, no soy para ti.
Me quedé en silencio mientras los demás que estaban cerca, se reían de la situación, sonreí débilmente y me aleje. Era el momento de darme por vencido, obviamente.
* * *
-Debí dejar las cosas ahí – soltó el universitario con tristeza y bajó el rostro, con una sonrisa débil.
El frío arreció, así que, dobló las piernas, acercando las rodillas a su pecho y abrazándose de las mismas, tratando de no sentir nada.
-¿Cómo pude ser tan estúpido? – preguntó.
Se mordió el labio inferior con fuerza, has que le dolió lo suficiente, como para que su cuerpo no siguiera la orden que su cerebro le daba de seguirse lastimando, tratando de sentir otro dolor que no fuera en su pecho herido por lo que había ocurrido y la mezcla con sus recuerdos.
* * *
Las semanas pasaban y, a pesar de que algunos se burlaban por el incidente, fingía que no le daba importancia, además, al empezar diciembre, pude enfrascarme en mis estudios, así, disminuía mi vergüenza, pero, no podía huir de Ximena, especialmente porque seguía llevándole sus mensajes y paquetes, aunque, habíamos regresado a comportarnos como al principio.
-Rodrigo – Brenda, la secretaria del presidente me buscó al empezar la segunda semana de diciembre – escucha, todos los años hay una fiesta navideña – explicó – como trabajas aquí, tienes que ir – me entregó una invitación.
-No creo que pueda – negué.
-¡Vamos!, no seas amargado – sonrió y me abrazó – escucha, vamos a hacer un intercambio de regalos – explicó – se que te gusta Ximena – me guiño un ojo – puedo manipular los resultados, para que te toque regalarle a ella.
-¡¿De verdad?!
-¡Confía en mí! – sonrió – pero, no le digas a nadie quien te tocó, porque si ella se entera, las cosas pueden salir mal.
Titubee, pero, aunque no consiguiera nada como su pareja, al menos, podía intentar ser su amigo nuevamente.
-Está bien – asentí.
-Escucha, el intercambio es así – se sentó en la silla frente al escritorio dónde yo catalogaba los mensajes, en la oficina del archivo – la fiesta es el 24 – señaló la hoja – porque ese día trabajamos la mitad del día y las oficinas se cierran hasta el día dos de enero – explicó – pero, desde cuatro días antes, tienes que darle un regalo a tu amigo secreto.
-Significa que, ¿son cinco regalos? – pregunté con preocupación, eso era demasiado para mi presupuesto.
-Sí, pero el que cuenta de verdad es el último, los demás son detallitos – asintió – yo soy la organizadora, así como Raquel, la secretaria de Mateo – señaló – a nosotras nos entregan los regalos y somos las encargadas de repartirlos, excepto el último.
-Entonces, yo no entregaré los regalos, ¿a pesar de ser el mensajero? – pregunté con diversión.
-No, porque esto no es trabajo – obvió – además, nadie más debe enterarse quien le regala a quien – prosiguió como si fuese un decreto – y, en esta época, tú no tienes tanto trabajo, así que, tranquilo…
-Está bien – asentí.
-Recuerda, no le digas a nadie a quien le vas a regalar…
-Lo sé, lo sé, no tienes que repetirlo – sonreí de lado.
-Bien, nos vemos.
-Brenda… – la llamé antes de que se fuera – la verdad, no sé que regalarle a Ximena, ¿puedes darme alguna idea?
-Es una chica – sonrió de lado – ¿qué nos gusta a las chicas?
-Pues… ¿las flores?
-Las flores, los peluches, chocolates… Todo eso, se que a Ximena le gustarán – me guiño el ojo.
-Pero, no sé que puedo darle al final…
-Pues – ella se mordió el labio – escucha, te investigo que le gustaría y, te digo, así no tienes pierde, ¿de acuerdo?
-¿Lo harás? – pregunté con emoción.
-¡Claro!, cariño, para eso somos los amigos.
* * *
-Para eso son los amigos… – repitió débilmente, mientras se abrazaba a sí mismo, tallando sus brazos con las manos de manera insistente, tratando de darse calor.
No sabía si podría aguantar más tiempo, pero se estaba obligando a hacerlo; no quería ver a nadie, quizá, a los guardias al salir, pero nada más, ellos no sabrían de lo ocurrido y, aunque lo supieran, no creía que se burlarían de él.
Mientras divagaba con respecto a los guardias, los recuerdos volvieron a invadirlo.
* * *
Al siguiente día, me empeñé en buscar detalles que se adecuaran a mi presupuesto. Primero, compre una cajita de chocolates, mismos que había visto en alguna ocasión en su escritorio; el segundo, fue una cajita con velas aromáticas, de un kit que mi madre me recomendó, pues, aunque era algo costoso, a ella le harían descuento al comprarlo y yo, quería darle algo que aromatizara su casa pues, sabía que en ocasiones, encendía inciensos en su oficina; el tercero fue una tasa con forma de oso, sensible al calor, que cambiaba a ser un oso panda cuando estaba llena, porque sabía que, así como a muchos del edificio, a Ximena le gustaba tomar café y tenía varios objetos de osos en su oficina; y el cuarto fue una bufanda en color verde ‘aqua’, porque, de igual manera, había visto que, frecuentemente, ella usaba ropa de ese color.
Así, solo debía enfocarme en conseguir el más importante, pero, Brenda me ayudó. Según me dijo, Ximena no quería algo en especial, pero podía comprarle una joya, pues según ella, a pesar de lo que parecía, a Ximena le gustaba mucho la plata fina, y, podía regalarle algo de ese material.
No tenía mucho dinero, por lo que tuve que conformarme con comprarle algo muy sencillito; una delicada pulsera, con un corazón colgando de la misma, así como un oso panda de peluche
Cuando la entrega de regalos empezó, el primer día, yo recibí una tarjeta. Me sorprendió leerla, estaba escrita con una caligrafía muy delicada, en letra cursiva, y, a pesar de ser mensajero y conocer la manera en la que casi todos en el edificio escribían, esa no la reconocía; la tarjeta decía cosas muy agradables, entre ellas, que era una persona admirable. Llamó mi atención, pues no esperaba que alguien dijera algo así, especialmente por ser un simple mensajero, pero, me hizo sentir bien.
El siguiente día, una pequeña cajita con un pergamino, y, además, un sobre con algo de dinero en efectivo. El pergamino era una disculpa, según la persona, no sabía que comprarme y, esperaba que no me ofendiera por recibir dinero; sonreí, en realidad, me beneficiaba más recibir efectivo, así, podría comprar algo más para el regalo del final y, lo demás, podía dárselo a mi madre.
El tercer día, una caja forrada con un papel lustroso. En esta ocasión, Brenda se quedó de pie, esperando a que la abriera, pero, no lo hice; esto pareció molestarla, así que, se retiró. Ella apenas cruzó la puerta, la abrí con rapidez. En el interior, había un libro de pasta dura, con el título ‘Narraciones extraordinarias’, de Edgar Allan Poe; bajo el mismo, un sobre con una tarjeta, de nuevo con esa caligrafía tan exquisita, que se disculpaba por no saber que regalarme y esperaba que disfrutara de la lectura.
Al cuarto día, la cajita que recibí era de madera, se miraba muy costosa, especialmente porque estaba grabada. Nuevamente, Brenda se quedó expectante.
-¿Lo vas a abrir? – indagó al ver que yo no parecía muy interesado.
-Ahora no – negué – estoy ocupado – fingí que tenía algunas cosas que hacer con unas hojas en el archivo y, con ello, ella volvió a irse, molesta.
Cuando abrí la cajita, en su interior había una botella de perfume; me sorprendí, no por saber mucho del tema, sino porque, obviamente, se miraba extremadamente fino. Igual que todos los anteriores, había un sobre con una tarjeta, “espero que te guste, lo elegí especialmente para ti…”
Había sido el regalo más costoso que había recibido en mi vida y, no sabía si tendría el valor de usarlo, pero, si no lo hacía, la persona que me lo estaba obsequiando podía sentirse ofendida.
Ahora, solo faltaba el regalo final, el día de la fiesta.
* * *
Rodrigo tembló; no sabía cuánto tiempo llevaba ahí, pero le parecían horas. Se puso de pie y caminó hacia la orilla de la azotea, observando el edificio de enfrente; el reloj que tenía en una pantalla gigante, marcaba las nueve con treinta, aún era temprano.
-Seguramente todos siguen bebiendo – suspiró.
Tenía la oportunidad de irse y abandonar sus cosas, pero, no tenía dinero a la mano, para el transporte y, su celular también se había quedado junto con su chaqueta.
A pesar de que no era un celular costoso, no podía dejarlo así como así.
-No debí venir… – susurró recargándose en el barandal y un estremecimiento lo volvió a cimbrar.
* * *
En la mañana, mi madre me preparó la ropa, para que me cambiara en la oficina, pues no tendría suficiente tiempo para ir a la casa antes de la fiesta. Aún así, a pesar de la emoción que sentía por lo que iba a ocurrir, algo me decía que no fuera.
Inquietud, incertidumbre, ¿cómo actuaría Ximena al saber que yo era su amigo secreto? ¿Se molestaría? Demasiadas dudas en mi mente, pero, tuve que reponerme.
Así, salí de casa con mi ropa, y una bolsa con el regalo. Cuando llegué a mi empleo, dejé las cosas en la pequeña oficina que usaba y salí a comprar un ramo de rosas, con el dinero que me restaba para el regalo. Todo el día estuve inquieto, pero, me supe reponer.
Cuando la hora de la fiesta se acercaba, me cambié en uno de los vestidores y regresé a mi lugar. No quería ser el primero en llegar al salón, por lo que decidí esperarme al menos, media hora más.
Casi a las siete con treinta, llegué al salón que se había preparado para el evento, ahí mismo en el edificio. Muchos trabajadores ya estaban reunidos y muchas mesas estaban llenas de regalos, en espera de ser entregados. Había otras mesas aparte; eran las mesas de los ejecutivos de la disquera, mismos que no participaban en el evento de intercambio, pero si socializaban ese día con todos los demás empleados.
La música era estridente, se entregaron reconocimientos y también, se realizó una rifa, pero, mi suerte no era buena, así que, no obtuve un premio. La fiesta avanzaba y, finalmente, llegó el intercambio de regalos.
Brenda y Raquel, como anfitrionas del evento, empezaron a llamar a los que participaron. Llamaban a alguien y, después, anunciaban con emoción a su amigo secreto, para que se acercara a recibir el último regalo.
Yo esperaba ansioso el momento.
Cuando llegó mi turno, pasé con los regalos, Brenda y Raquel sonreían divertidas, hablando entre ellas.
-Bien, veamos – Brenda caminó hacia mi – ¿emocionado? – sonrió.
-Si… – asentí nervioso.
-Es el primer intercambio de Rodrigo – dijo por el micrófono – es el más chiquito de todos nosotros – su mano se posó en mi hombro y restregó su mejilla contra la mía – y se esmeró en los últimos regalos, por lo que se ve – señaló el ramo de flores que llevaba en manos y sentí que las mejillas me ardían.
-Sí, se esmeró mucho, obviamente debe querer demasiado a su amigo secreto – Raquel se puso del otro lado – O quizá, tiene otro interés, más grande…
Con estas palabras todos los presentes empezaron a hacer comentarios y algunos sonidos divertidos se escucharon.
-Pero, bueno, no vamos a darle más vueltas al asunto – Brenda dio un paso para atrás.
-El amigo secreto de Rodrigo es – Raquel hizo una pausa – nuestro amado jefe, ¡Mateo!
Mi corazón se detuvo y sentí que el color abandonaba mis mejillas; todos empezaron a reír y no entendía por qué. Mateo se acercó a mí, con paso tranquilo, y una sonrisa, yo no podía creer lo que miraba, portaba en su cuello la bufanda que el día anterior yo había entregado como obsequio.
-¡¿Qué guardadito se lo tenía?! – se escuchó una voz al fondo.
-¡Creí que le gustaba Ximena!
Y así, poco a poco las voces aumentaron; Mateo levantó la mirada y observó a los presentes, el también parecía confundido.
Cuando estuvo a mi lado sonrió – gracias – dijo con calma extendiendo las manos para agarrar el ramo y la enorme bolsa de regalo que le llevaba – la verdad, jamás había recibido rosas, es un detalle muy dulce…
Todos rieron por ese comentario.
-Yo… – aún no salía de mi asombro – ¡lo siento!
Y fue cuando salí corriendo, dejando a todos riéndose y a Mateo con mi regalo en sus manos.
* * *
Rodrigo tiritó; necesitaba abrigarse, pero, aun tenía su orgullo como para volver. Iba a aguantar más, aunque se enfermara.
Un estornudo lo estremeció y talló la nariz con su mano.
-No deberías estar aquí afuera…
La voz de alguien, sobresaltó al menor, obligándolo a levantar la mirada y, encontrándose con los ojos verdes de Mateo, que lo miraba hacia abajo.
-Hace frío – dijo con seriedad, entregándole al menor, la chaqueta que había dejado en el salón.
-Lo siento – susurró avergonzado.
-¿Puedo acompañarte? – preguntó con media sonrisa.
-Usted es el dueño de aquí – el universitario se encogió de hombros – supongo que puede hacer lo que quiera.
-Eso no es muy amable – el ojiverde levantó una ceja, pero, se sentó al lado del otro.
Durante un momento, ambos se quedaron en silencio.
-Tardé un poco en encontrarte – mencionó el recién llegado – los guardias me tuvieron que mostrar las cintas de seguridad…
-¿Disfrutó de la broma? – preguntó el menor con algo de recelo, interrumpiéndolo.
-¿Era una broma? – el mayor lo miró de soslayo.
-¿Me va a decir que no estaba enterado? – Rodrigo estaba molesto y, lamentablemente para el otro, era con el único que podía desahogarse.
-En realidad… no – negó y suspiró – no sabía que ellas se querían burlar de ti, junto con otras personas…
-No le creo.
-Es la verdad – aseguró – yo no estaba enterado de esto, de hecho, me lo acaban de decir…
-¿Significa que no le importó lo que dijeron sobre mí, de que según tenía otro interés hacia usted?
Mateo empezó a reír – sinceramente, si tuvieras otro interés, a mi no me molestaría, yo estoy seguro de mi orientación sexual…
Rodrigo se encogió más en su lugar.
-¿Sabes…? – el mayor cerró los ojos – cuando viniste a pedir el empleo, pensé que eras un chico muy sincero y me agradó esa cualidad de ti, por eso quise que te quedaras trabajando – su voz era tranquila – por eso, quisiera que fueras sincero esta vez también.
El menor levantó la mirada, no entendía que quería que dijera – ¿en qué?
-Esos regalos que me llegaron, ¿los hiciste pensando en otra persona?
El pelinegro se mordió el labio – si – dijo débilmente – cuando Brenda me dijo de este intercambio, me aseguró que me iba a tocar Ximena…
-Entiendo…
-No sé cómo… – negó – Y menos puedo entender, como lo hicieron con usted…
El castaño volvió a reír – quizá porque soy amigo de todos ellos y, pensaron que entendería el chiste al final – se alzó de hombros – lamentablemente, creo que no tengo suficiente sentido del humor…
-Lamento haberlo avergonzado…
-No, no te preocupes – suspiró el ojiverde – solo que, me siento algo decepcionado…
Rodrigo ladeó el rostro y observó a su interlocutor, aún traía la bufanda en su cuello.
-Hace días, pregunté quién me iba a regalar – empezó el mayor a explicar – por primera vez, ellas no querían decirme, pero, se los exigí – sonrió de lado – quería regalarle a esa misma persona también – aseguró – todos los años lo hago, y, aunque me pusieron muchas excusas, logré que me lo dijeran, así que, a mí también me tocaba regalarte a ti…
El pelinegro sintió vergüenza, el hijo del dueño, sabía que él era quien le daba esos regalos tan insignificantes y, él estaba recibiendo objetos caros de su parte.
-El primer día, no supe que darte – una risa nerviosa invadió al castaño – así que, por eso, te envié esa tarjeta, diciendo lo que pensaba de ti – se alzó de hombros – supuse que estaría bien, pero… Yo recibí chocolates…
-Lo siento, de verdad, es que…
-Déjame terminar – interrumpió el ojiverde, consiguiendo que Rodrigo guardara silencio de inmediato.
Mateo dobló las piernas y se sentó en posición de loto.
-Era la primera vez que me regalaban unos chocolates y, no era por el día de ‘San Valentín’ – sonrió – además, de que eran mis chocolates favoritos – aseguró – incluso, aun me queda uno que no me he querido comer – rió.
Rodrigo frunció el ceño, confundido.
-Me sentí estúpido, tú me diste algo que, se notaba que habías puesto algo de empeño y yo solo te di una tonta tarjeta – tomó aire – así que, decidí regalarte algo más, pero… No pude pensar en nada y, me frustré.
-Un intercambio de regalos, a veces es difícil – alegó el menor.
-Lo sé – asintió el castaño – así que, el segundo día, decidí darte algo de dinero, para que compraras lo que quisieras, aunque, cuando yo recibí el otro obsequió, volví a sentirme como un imbécil – entornó los ojos.
-Perdón…
-No, no te disculpes – sonrió el mayor – las velas fueron un detalle muy interesante – ladeó el rostro – es decir, no soy de las personas que usen velas, pero si uso otras cosas – explicó con calma – así que, me regañé a mi mismo… Tú te estabas esforzando, buscando obsequios y yo… Yo solo te daba cosas inapropiadas…
-No fueron inapropiadas…
-Te dije que me dejaras acabar – regañó el ojiverde – así, el siguiente día, decidí darte algo importante, algo realmente especial, por eso te di el libro…
-‘Narraciones extraordinarias’ – sonrió el pelinegro – ya lo terminé – confesó – como estoy de vacaciones, tengo más tiempo libre…
-¿Te gustó? – indagó el otro.
-Sí, la verdad si…
-Me alegro, ese es uno de mis libros favoritos – suspiró el mayor y guardó silencio un momento, para proseguir – y tu, me diste una taza de oso – su voz sonó divertida.
-Yo, lo lamento es que…
-Me gustan los osos – dijo el ojiverde interrumpiéndolo – más de lo que te puedes imaginar y, los pandas con mayor razón – aseguró – cuando era pequeño, mis padres me llevaron a un viaje de negocios a China, pero también, visitamos un zoológico de pandas – contó con ensoñación – desde ahí, amé esos animales…
Rodrigo bajó el rostro, el no sabía nada de eso, el solo pensó que sería un buen regalo porque había visto objetos de osos en la oficina de Ximena.
-Por eso – prosiguió el castaño – me hiciste recordar cosas de mi infancia y, quise agradecértelo…
Rodrigo no se atrevía a ver a Mateo.
-Busqué algo que pudiera darte, algo que fuese importante, pero, no pude pensar en nada… Entonces, mientras me debatía en qué darte, me decanté por comprar algo costoso, algo que pudiera llenar por medio del valor monetario, el vacío de afecto que pudiese haber… Y te compre el perfume que más me gusta.
El pelinegro sintió vergüenza por esa declaración; ese mismo día lo usaba, pues esperaba que la persona que se lo regaló, se diera cuenta que le había gustado mucho.
-Y, tu – Mateo siguió con su recuento – me diste esta bufanda… – sus dedos repasaron la tela con delicadeza, apreciando la textura suave – una prenda para usar en esta época… Y de color verde ‘aqua’.
El universitario no sabía que decir.
-Me diste regalos muy especiales y, honestamente, yo sentía que no te correspondía como debía – suspiró y su semblante se entristeció – cuando te vi con el ramo de rosas y el regalo en mano…
-Perdón – susurró el menor – yo… es que…
-Pero, todo lo hiciste pensando en Ximena – terminó – todos esos regalos eran para otra persona – su voz parecía tener un tinte de reproche – eso es lo que me molesta – sentenció – que me gustaron y, los aprecié, pensando que eran para mí, pero, no es así…
Rodrigo bajó el rostro, mucho más apenado que al principio.
-Compraste chocolates, velas aromáticas, una tasa de un oso y una bufanda ‘verde aqua’ – enunció – todo porque pensaste que, a ella le gustan estas cosas, ¿cierto?
Rodrigo asintió débilmente – sí, porque veía esas cosas en su oficina…
-¿Seguro que solo en su oficina? – Mateo lo miró de soslayo.
El menor levantó el rostro, observándolo con curiosidad, no comprendía esa pregunta.
-Te lo explico – prosiguió el ojiverde – tú tienes solo unos meses aquí, pero todos… – hizo un ademán con la mano señalando hacia el interior del edificio – todos los trabajadores, ya me conocen, así que tengo que decirte las cosas – su mirada se puso fría – esos chocolates lo compran todos los empleados en el edificio, porque saben que me gustan y, cuando voy a visitarlos a sus oficinas o lugares de trabajo, siempre me dan uno – su voz empezó a ponerse seria – si has entrado a una oficina, sabrás que todos aromatizan el lugar y, aquellos que tienen su propio despacho, incluso lo hacen con incienso, ¿por qué? Porque tratan de imitarme, ya que en mi oficina, yo siempre pongo inciensos – cada palabra sonaba como reclamo.
Rodrigo tenía los ojos abiertos como platos, ante las explicaciones del otro.
-Sobre los osos – prosiguió – todos dicen que les gustan los osos, porque saben que a mí ¡me fascinan! – levantó una ceja – pero te aseguro que la gran mayoría de las mujeres, prefieren los gatos, solo que, para llamar mi atención, se comportan como borregas diciendo, “Si, Mateo, me gustan los osos como a ti, mírame, soy tu media naranja” – fingió una voz chillona, logrando por un instante, que el universitario dudara en reír, pero, se notaba que el mayor estaba enojado – finalmente, el ‘verde aqua’ es mi color favorito y, extrañamente, desde que todos se enteran de eso, especialmente las mujeres, empiezan a comprar objetos y ropa con ese color, e incluso, algunas chicas me envían mensajes, contigo, con hojas en tonos verdes… así que, Rodrigo, todo lo que sabes de esa mujer, ¡es falso!
El pelinegro se sorprendió; su mente empezó a traer imágenes del edificio; en todos los lugares que recorría entregando los paquetes, había cada una de las cosas que Mateo le había enunciado, solo que, no le había puesto atención. Estaba atónito por todo lo que acababa de saber.
-Y, aunque todos sepan eso, cuando hacemos un intercambio de regalos como esta noche, me dan obsequios carísimos – sentenció – tanto que, normalmente se gastan todo su aguinaldo en ellos – su voz disminuyó de volumen – compran objetos que ni siquiera me gustan pero, que creen que está bien que reciba, porque son caros y esa es la razón de porqué yo también quiero regalarle a esas mismas personas, para ayudarles a su economía y que no salgan tan gastados por quedar bien con “el hijo del jefe” – sonrió con cansancio – eres el primero que, en verdad, me daba cosas que me gustaban, detalles agradables sin gastar más, por eso, no estoy molesto, ni avergonzado… Solo, estoy decepcionado – suspiró – si lo hiciste, no fue por mí, sino por alguien más…
El silencio reinó.
-Perdón… – Rodrigo apretó los parpados, ahora estaba mucho más apenado.
-Está bien – Mateo negó – supongo que, es mi culpa – sonrió tristemente – ni siquiera debería meterme a este evento, debería ser como los demás ejecutivos y quedarme al margen, solo que, me gusta socializar con los trabajadores – apretó los puños – pero, no me ha gustado que, pensaran que porque soy amable, amigable y me gusta bromear con todos, pueden escudarse en ello para burlarse de alguien más – aseguró – es hora de que sea solo el hijo del presidente – entrecerró los ojos.
El pelinegro seguía sin moverse. El ojiverde lo miró de soslayo, ya no había nada que hacer o decir, así que, se puso de pie.
-Traje tu regalo – dijo sin mucho ánimo, acercándole una bolsa al menor – supuse que eso te serviría, más que gustarte…
Rodrigo levantó la vista y observó la caja que estaba a su lado – no es necesario – negó.
-Pues entonces, a ver qué haces con él – el mayor señaló con el rostro la caja – de todos modos, a mi no me sirve tampoco – mientras hablaba, sus manos se movieron a quitarse la bufanda y la dejó sobre el paquete – lamento no poder devolver los chocolates, pero creo que ya hicieron digestión – soltó de manera ácida – las velas ya las usé en mi casa – sonrió de lado – por la taza, puedes pasar el próximo día de trabajo, está en mi oficina – sentenció y se movió con rapidez, abriendo la puerta y regresando antes de que el otro reaccionara – y aquí está el obsequio de hoy, con las rosas – colocó las cosas a un lado de lo demás.
Rodrigo se puso de pie – espere – negó – estos regalos… yo… No puede devolvérmelos…
-¿Por qué no? – levantó una ceja – no eran para mi, o ¿sí?
-No pero…
-Entonces no tiene caso – suspiró – y por los que te hicieron esta broma, no te preocupes, ya me encargué…
-Señor, yo… Es cierto que pensaba en otra persona mientras compre esto, pero era porque pensaba que a ella le gustaban – se excusó – ahora, que usted me lo explicó, supongo que, aunque pensara que eran para ella, son los regalos más adecuados para usted…
Mateo rió – no Rodrigo – negó – cuando se hace un regalo, se hace pensando en la otra persona, y, ahora siento que esos obsequios no me pertenecen… Así que… Es mejor devolverlos…
-Entonces, ¡yo tengo que devolverle todo lo que me dio!
-No te atreverías – retó el mayor.
-¡Claro que sí! – asistió con efusividad – no puedo aceptar algo, si usted rechaza lo que yo le di.
-Escúchame bien, niño – el ojiverde lo señaló con el índice – esto no es un juego, así que, simplemente acatarás mis órdenes.
-Por favor – el pelinegro suplicó con la mirada – desde que lo conozco, he pensado que es una persona muy amable…
-Sí, y hoy me arrepiento de eso – soltó con desprecio.
-Escuche, por favor – el pelinegro buscó la mirada verde – deme una oportunidad, le daré un regalo pensando solo en usted, lo prometo.
-Ya casi es navidad – rió el mayor – crees que puedes conseguir algo así…
-Bueno, supongo que, podría comprar algo el veintiséis – sonrió – pero, no sé cómo se lo entregaría…
-¿Por qué no?
-Es que… Ya no vendré a trabajar.
Mateo levantó una ceja – ¿por qué no? – repitió la pregunta con algo de ansiedad.
-Pues, usted es el jefe, pero yo… Solo soy el mensajero – explicó el menor – y, la verdad, no quiero ser el hazme reír de todos.
-Si es por eso, no te preocupes – el castaño negó – hace un momento despedí a los implicados directos en la broma – soltó con frialdad – y, con respecto a los demás, no creo que se atrevan, mi padre debió darles un regaño que nunca olvidarán – sonrió con malicia – será la primera, “amarga navidad” que pasen en esta empresa.
Rodrigo se sorprendió y sacudió la cabeza para salir de su ensimismamiento – aún así, no creo que sea bueno que yo regrese a trabajar en enero.
-Lo harás – Mateo entrecerró los ojos – no es una petición, es una orden…
El pelinegro suspiró – de acuerdo, acepto quedarme, si recibe mis regalos.
-¡Ya te dije que no!
-¡Hágalo por el panda! – gritó el universitario.
Mateo levantó una ceja, claramente confundido – ¿de qué diablos hablas?
El pelinegro buscó en la bolsa que había llevado para el intercambio, agarró la caja más grande del interior, rompiéndola sin consideración, sacando un panda de peluche poniéndolo frente al mayor – hágalo por el panda – repitió, moviendo el peluche de lado a lado – nadie más lo ha tocado, ¿acaso quiere que lo tire a la basura?
El ojiverde entrecerró los ojos cruzándose de brazos – ¿qué crees que soy? ¿Un niño? ¿Crees que me importaría si le pasa algo a un muñeco de felpa?
-Su enojo no es por lo que pasó, su enojo es porque no pensé en usted, ¿cierto? – soltó el menor con desespero – entonces, no piense en eso, solo piense que este peluche era para usted, nada más – aseguró – lo compré pensando en una persona a quien le gustaría tenerlo, y, esa persona es usted, aunque en su momento había otra imagen en mi mente, ahora sé que este peluche solo puede ser para usted.
-Eso no tiene lógica – Mateo pasó la mano por su frente, de forma cansada.
-¡Si la tiene! – asintió el universitario – en un videojuego, hay una anécdota de un mago – las palabras confundieron al castaño – en esta historia, el mago se enamoró de una mujer, por mirarla en una estatua, que mostraba el momento en que peleaba con una bestia – prosiguió con la historia – él se obsesionó tanto con ella, que evocaba su imagen y nombre todos los días, tratando de que ella volviera a la vida, pero, eso no funcionaba, porque él decía el nombre incorrecto – explicó – él evocaba la imagen de la mujer, pero decía el nombre de la criatura, así que, por eso no funcionaba… Pero, cuando dijo el nombre y evocó la imagen correcta, entonces, el hechizo funcionó…
-¿Eso que tiene que ver? – el ojiverde se cruzó de brazos.
-Aunque yo evocaba en mi mente la imagen de alguien más, pensaba en hacer feliz a una persona que le gustaban los chocolates, los osos pandas, las fragancias que aromatizan el lugar donde está, el ‘verde aqua’ – explicó – y, posiblemente – su voz disminuyó de intensidad – la ¿plata?
Mateo levantó una ceja y, después de un momento, empezó a reír. Rodrigo se quedó confundido, sintiendo que sus mejillas ardían al ver como el otro parecía estar llorando por la risa que lo embargaba. Finalmente, el ojiverde respiró y pudo controlarse.
-Esa es una… lógica tan… infantil… – dijo aún tratando de controlar la respiración y limpiando sus ojos.
El universitario bajó el oso, inclinó el rostro suspiró; el otro tenía razón, pero había sido el único argumento que se le había ocurrido.
-Si – la voz del castaño se escucho – me gusta la plata – sonrió.
Rodrigo suspiró aliviado y levantó el rostro.
Mateo caminó hasta él y le quitó el panda de las manos – no comprendo tus ideas, pero, son divertidas – aseguró observando el peluche, por un momento la sonrisa adornó sus labios, hasta que suspiró, poniéndose serio – Rodrigo – levantó el rosto, buscando la mirada del menor – ¿eres gay? – preguntó directamente.
-No – negó el otro con rapidez – me gustan las chicas.
-Ya veo – el ojiverde movió las manos del peluche, jugando con el mismo – voy a confesarte algo – su voz no dejaba un pisca de duda de lo que iba a decir – yo sí soy gay.
El universitario abrió los ojos desmesuradamente y su sonrisa le tembló – pero… dijo que… estaba seguro… de su… orientación sexual…
-Lo estoy – el ojiverde se alzó de hombros – soy homosexual – abrazó al panda con algo de cariño – por eso me molestó saber, que no pensabas en mi cuando compraste los regalos, me puse algo, celoso – confesó.
El rojo subió al rostro del menor – por… ¿por qué?
-Porque, desde que acepté ser gay, nunca he tenido novio – su voz tenía un tinte de melancolía – de hecho, nadie lo sabe, solo mi padre – suspiró – no me avergüenzo de lo que soy, simplemente, decidí buscar a alguien adecuado sin sentirme acosado… Las mujeres me acosan por ser el hijo del presidente de la disquera, ser rico y un buen partido, además, piensan que tienen oportunidad – contó con tristeza – no quería que pasara lo mismo con los hombres…
Rodrigo empezó a ponerse nervioso.
-Creo que, tus detalles me gustaron porque, realmente, hiciste que me hiciera ilusiones contigo – la tristeza se reflejaba en su voz – pero, ahora sé que no tengo oportunidad.
-Lo… Lo lamento…
-Está bien, no quiero que te sientas presionado, pero, me gustaría que fuésemos amigos.
Rodrigo asintió más tranquilo – sí, eso sí podemos.
-Y, como somos amigos, me siento con el derecho de reclamar que, me debes un regalo exclusivo para mí – sentenció.
-Claro, compraré uno en cuanto pueda…
-No quiero que lo compres – negó el castaño – quiero algo más personal.
-¿Qué cosa?
-¿Te molestaría darme un beso?
El pelinegro dudo, iba a negarse, pero sentía que se lo debía, de todos modos, había aceptado sus razonamientos tan tontos.
-Pero, sin compromiso, ¿verdad? – interrogó el universitario, para estar seguro y darse valor.
-Sin compromiso – el ojiverde negó – quiero algo que sea para mí, aunque solo sea una ilusión mía.
-Pues… – Rodrigo pasó la mano por su cabello – si, supongo que si…
-De acuerdo – Mateo dejó el oso dentro de la bolsa y se acercó al menor.
Rodrigo dio un paso hacia atrás, con algo de miedo, pero la pared detuvo su movimiento, consiguiendo que el castaño sonriera divertido.
-Cierra los ojos – ordenó el ojiverde – piensa en quien quieras, no me importa – aseguró con tristeza.
Rodrigo cerró los parpados, su cuerpo se tensó al sentir las manos del mayor en sus hombros y después su cuerpo pegándose al suyo; el tibio aliento rozó la piel de sus labios y finalmente, el contacto en su boca se presentó. El beso fue dulce, delicado, no hubo intensión de profundizar; fue un contacto tan casto y efímero, que el pelinegro dudó siquiera en que hubiese sucedido, pero la tibieza que quedó en sus labios le decía que había sido real.
-Gracias – el ojiverde sonrió mientras se alejaba y se inclinó, recogiendo las cosas.
-Eso fue… ¿todo? – el menor no salía de su asombro.
Mateo levantó el rostro – ¿querías más? – indagó divertido.
-No, es… solo que… No sé…
-No quiero romper mi amistad contigo – el castaño sonrió un poco desanimado, colocando la bufanda en su cuello – ¿puedo quedarme con las rosas? – señaló el ramo con el índice.
-Sí, claro, son para ti…
-No, estas no son para mí, a mi no me gustan mucho las rosas – se burló el mayor – pero, de todas maneras, son lindas…
-¿Qué flores te gustan? – preguntó el pelinegro con curiosidad.
-¿Para qué quieres saber?
-Para regalarte flores después – respondió con sinceridad.
-No creo que debas regalarme flores – negó el ojiverde – no quiero ilusionarme de nuevo, después de todo, tú no eres gay y yo, no tendría oportunidad – dijo fríamente mientras se erguía – deberías ir a tu casa…
-Sí – asintió el pelinegro y recogió la caja que el otro había llevado, por la agarradera que tenía en la parte superior, dándose cuenta que estaba pesada.
Rodrigo siguió a Mateo, entrando ambos al edificio.
-¿Qué tiene la caja? – preguntó el menor.
-Tu regalo – respondió escuetamente el castaño.
-Es que, está pesado…
-Sí, lo sé, pero, te servirá en tu escuela, ya lo verás…
-Está bien – el pelinegro no quería que el otro se molestara, así que, ya vería su regalo en su casa – por cierto – dijo con rapidez – en la bolsa del panda, hay una cajita – confesó – tal vez, es muy femenino para ti, lo lamento, si quieres ir a cambiarlo, tengo la factura – buscó en el bolsillo de su pantalón la billetera, donde traía la hoja.
-No te preocupes – negó el otro sin siquiera mirarlo.
Después de eso, ambos tomaron el elevador y llegaron a la planta baja. Salieron del edificio después de despedirse de los guardias; en el estacionamiento, ya no había automóviles, posiblemente la fiesta había acabado hacía un largo rato.
-¿Necesitas que te lleve? – preguntó el mayor.
-No – Rodrigo negó – ya te causé muchos problemas esta noche.
-Está bien – sonrió el ojiverde – de todos modos, será difícil que consigas transporte a esta hora… Y este día.
El pelinegro levantó la mirada, su jefe tenía razón – está bien – aceptó.
Mateo llevó a su empleado hasta su hogar, una casa pequeña y humilde.
-Gracias – sonrió el menor.
-Pasa feliz navidad y, nos vemos el otro año…
-Igualmente…
El pelinegro caminó a su casa y el mayor se alejó en su automóvil.
- - - - -
Dicen que, diciembre, es un mes donde muchos milagros suceden, lamentablemente, no siempre es así… Pero, las vidas de las personas tienen muchas sorpresas y, su futuro no está escrito, así que, aunque no sea diciembre, también pueden suceder milagros, solo, si pueden y quieren darse la oportunidad.
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